LOS INCAS O LA DESTRUCCIÓN DEL IMPERIO DEL PERÚ

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LOS INCAS.





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LA DESTRUCCION

D E L IM P E R IO D E L P E R U * EDICION HECHA CON E L Á

M A t O Í l E S ME K O Y CORftECCtON*

V I S T A DE LA P OB UC AD A EN PAUIS

P · O # F # DE c » Antiguo oficial-general, autor d e l D iario erudito de Lima y del Telégrafo de Buenos-A ires * y de la G ra­ mática Sinóptica; director principal de la nueva oficiña de interpretación general de lenguas > etc. U LTIM A ED IC IO N *

TO M O I.

BARCELONA, IMPRENTA. DE JU A N O L IV E R E S, CALLE DE E S C U D I L L E I S , N .

1 8 3 .7 .

25.



A L B E Y D E S I E C IA .

S

E

eror ,

homenage d e l reconocim iento no será rep u tad o p o r v i l adulación. E s á la S u e cia, á ese pais ven tu roso que os h izo d e p o sitario de su lib e rta d ; á la S u e cia, donde en lu g a r de las facciones y lo s h o rro re s de la anar­ ste

quia , reina al presente la tra n q u ili­ dad , la con cord ia y la suave a u to ri­ dad de las le y e s ; á ese p u e b lo , m u ­ cho tiem po hace d iv id id o p o r intereses estrangeros, y repentinam ente esclare­ cid o sobre lo s suyos p ro p io s , reunido, T omo I.

1


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CARTA

vuelto en sí, libre en fin de las trabrs y de Jos pasados é ignominiosos yerros que cautivaron su virtud y su fuerza; es á él, Señor, que toca hacer vues­ tro elogio. Yo espero consignar en los fas­ tos de vuestros augustos aliados, esta grande y primera época del reinado de V. M. , es decir, esta revolución evidentemente necesaria á la felicidad de sus estados , pues que ella se ejecutó de común acuerdo, sin violencia de una parte, y sin resistencia de la otra. Pe­ ro este testimonio que yo daré al li­ bertador, ai bienhechor de la Suecia, no será publicado mas que despues de mi muerte , cuando la tumba , inacce­ sible á lodo interés humano , afianzará mi sinceridad. Hoy señor, es de mi propia glo­ ria que me ocupo, y suplico á V. M. permita que esta obra salga á luz bajo sus auspicios, como un mo­ numento público de las bondadej


DEDICATORIA.

vil

con que se ha dignado honrarme. Mas, ¿ que es lo que yo digo ? ¿es á m í, Señor, esa mi vanagloria que de­ bo pensar en este momento tan críti­ co? La mitad del mundo oprimido, devastado por el fanatismo religioso, este es el cuadro que presento d los ojos de V. M .; yo renuevo , vuelvo á abrir la mas grande llaga que el puñal de los persecutores ha hecho á la espe­ cie humana ; yo mismo , s í, yo denun­ cio á la religión el crimen mas horren­ do que el íalso zelo ha perpetrado en su nombre, crimen tan grande, que nunca se aparta de mi memoria. La humanidad, Señor, la humani­ dad misma , ultrajada , hollada por su mas cruel enemigo , esta es la que ten­ go el honor de presentar hoy á V. M ., implorando la protección de un rey sensible y justo, y la de todos los buenos reyes , de los reyes que os ase­ mejan. Los atentados que causa el fa­ natismo son muy diferentes de los que


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CARTA

sometemos al rigor de las leyes, por­ que donde él existe no pueden estas ser buenas. Todos los crímenes llevan consigo el castigo ó el oprobio ; pero los que produce el fanatismo tienen en sí mismos un carácter terrible que im­ pone miedo á la autoridad , á la opi­ nión, y aun hasta á la fuerza misma: un santo respeto le libra muchas ve­ ces de la pena, y siempre de la ver­ güenza ; su atrocidad misma inspira un religioso terror; de forma que , si los fanáticos son alguna vez castigados, entonces son mas reverenciados del pueblo. En efecto , el fanatismo es te­ nido por un ángel estermiaador; eje­ cutor de las venganzas del cielo , él no reconoce ni ley ni rey sobre la tierra. Al trono, opone el altar; á los re­ y es, habla á nombre de un Dios; á los clamores, á los tristes ayes de la naturaleza y de la humanidad .afligida, responde por escomuniones; y en­ tonces todo cae á sus pies, porque el


D ED IC A TO R IA .

ix

horror que inspira á todos enmude­ ce. Tirano de las almas y de los cuer­ pos, ahoga los sentimientos y la razón natural ¿ persigue á la ver­ güenza, á la piedad, á los escrúpulos de conciencia; no hay ni oprobio ni suplicio capaz de intimidarle: para él todo es gloria, todo triunfo. ¿ Que oponerle en la tierra ? Pueblos y reyes, todo, todo se confunde y prosterna á los pies de aquel que no distingue en medio de los hombres mas que sus es­ clavos y víctimas. Es, sobre todo, á los reyes á quien se dirige j ya sea para formar sus ministros, ya para hacer de ellos los ejemplos mas espanto­ sos de sus furores ; porque en tanto les respeta, cuanto ellos le respetan á él. Así se les ha visto cien veces servirle por ternorde que su enojo volviese con­ tra ellos: dejábanle devorar su vícti­ ma , y aun le entregaban millares de hombres para apaciguarle. ¡ Que ene­ migo , Señor, que monstruo inas cruel


X

CARTA

para los soberanos y padrea de les pueblos, que el que devora sus hijos en medio de sus brazos, sin que se atrevan siquiera á oponerle ninguna resistencia! Luego toca á los reyes unirse desde una estremidad del mundo á la otra , para sufocarle en su nacimiento, ó antes si es posible, juntamente que á la superstición, que es su simiente y su alimento. Vuestra magestad lia nacido para servir de ejemplo jeneroso á vuestros semejantes; jamas ella podrá ser nunca ni mas útil ni mas grande al mundo , que convidando á los demas reyes á apoyar, con una protección magná­ nima , los escritores que defienden las generaciones futuras contra las seduc­ ciones y los furores del fanatismo, y que propagan en el alma esta luz ver­ daderamente celeste estos grandes prin­ cipios de humanidad y de concordia universal, estas máximas, en íin, de


DEDICATORIA-

Xl

indulgencia y de am or, de las cuales la religión, así como la naturaleza , ha hecho el apéndice de sus leyes, y la esencia de su moral. Es con el mas profundo respeto, SEÑOR, DE UESTRA M A G ESTA Pj

E l m aí h u m ild e j ma» obediente servidor.

MARMOJíTEL.



PJBCMLQGO

las naciones ban poseído hombres perversos y fanáticos; han tenido su época de ignorancia y sus ataqaes de furor. Las mas estimables son aquellas quetuviéron ca­ rácter para confesarlos : los españoles, dig­ nos de este nombre, han mostrado este no­ ble orgullo. Jamas la historia nos ha trazado una cosa mas sensible, ni mas escandalosa, qne las desgracias del Nuevo Mundo escritas por el padre Las Casas (1). Este apóstol de las In­ dias, este prelado virtuoso, este testigo ocu­ lar, cuja sinceridad le ha hecho ce'lehre, com­ para los indios á los corderos, j los espa­ ñoles á los tigres, á los lobos y á los leones T

odas

( i ) Descubierta de Iaslndias O ccidentales, publi­ cada en España en i5 ! {i, traducida en francés, é im ­ presa en Paris en i687.


x ir

rn^Loao.

acarados por nna hambre rabiosa (1). Todo ]o que dice en su obra lo Labia dicho ¿ los r e y e s y ai consejo de Castilla, en medio de una corte vendida á los infames que acusaba. Nadie se La atrevido á murmu­ rar de su zelo, y antes ai contrario, to­ dos le han respetado; prueba bien constante deque los crímenes que denunciaba, ni eran permitidos porel príncipe,ni aprobados por la nación. Todo ei mundo sabe que la voluntad de Isabel, de Fernando, de Ximenes y de Car­ los V, fue constantemente de no irritar los indios, y esto se prueba con todas las orde­ nanzas y reglamentos hechos en su favor (2).1 (1) C ristóbal Colon Lacla la m ism a justicia á los i i. dios. « Juro , decia á F ernando en una <le sus cor­ tas, jtjro á V» M. que no existe en el m undo un pue­ blo mas suave. ( 2 ) Lo que menos os perdono, le decia Tsabel á Cristóbal C o lo n , es de haber privado de su libertad n un gran núm ero de in d io s, á pesar de que os lo ha­ bía prohibido m uy espresamente. E l reglamento de X im enes decia: que los indios se­ rian separados de los españoles; que se les emplearla útilm en te, pero sin rig o r: que se formasen diferen­ tes pueblos; que se les morcase á coda fam ilia una porción de tierra que cultivar para su beneficio, á con­ dición que pagasen un pequeño tributo im puesto con m ucha equidad*


PRÓ LO G O .

x*

En cuanto á estos crímenes, de cuja man­ cha la España se ha lavado, no solo por la acción generosa de confesarlos, sino vitupe­ rándolos, se va á ver que en cualquiera otra parte que se hubiesen presentado las mismas circunstancias, hubieran también encontrado hombres capaces de ios mismos escesos* Los pueblos de la zona templada, t r a s ­ plantados entre los trópicos, no pueden resis­ tir á trabajos fuertes, bajo un sol abrasador. Era necesario renunciar á la conquista del Níuevo Mondo, ó limitarse á un comercio pa­ cífico con los indios, tí obligarlos por fuerza á trabajar en las minas y al cultivo de los campos* X^ara renunciar á la conquista, hubiera sido necesario una sabiduría que jamas han tenido los pueblos, y que los reyes poseen muy raramente* Limitarse á un libre cambio de socorros recíprocos li ubicra sido lo mas justo; nuevas necesidades y nuevos placeres hubieran hecho del indio un hombre mas

E n una asamblea <le teólogos y legistas cjue se tuvo en B urgos, el rey Fernando el católico declaró que los habitantes del Nuevo Mundo eran libres, y que como tales se les debía tratar. V. M- dijo Las C asas, m an­ dó lo mismo en 102 3 y en 1029, despues de grandes d e b a te s ,y se tomó la misma resolución.


XTi

PRÓLO GO ,

activo , y la suavidad hubiera obtenido de él lo que no ha podido Ja violencia. Pero siem­ pre el poderoso ha despreciado al débil; Ja igualdad le choca; domina, manda y genere recibir sin dar. Así que cuando uno llegaba á las Indias, no pensaba mas que en enriquecerse, y el cambio era un medio muy lento para satisfacer su impaciente avaricia. La equi­ dad natural les decía , pero en vano: «Si vosotros mismos no podéis sacar del cen­ tro de esta tierra inculta las producciones, los metales, las riquezas que ella encierra, abandonadla, voivedos á España , sed pobres, pero no inhumanos.»Perversos y avaros, que­ rían poseer esclavos y tesoros. Los portu­ gueses habian ya hallado el triste y odioso recurso de los negros,’ que los españoles ignoraban aun. Los indios, naturalmente dé­ biles, acostumbrados á vivir' con poco, sin deseos,casi sin necesidades, y flojos á causa de la ociosidad, creían imposible poder re­ sistir á los trabajos que los imponían : su pa­ ciencia se cansaba y aun acababa al tiempo mismo que las fuerzas; la fuga, Unico medio que tenían, los libraba de la opresión, y por consecuencia fuó necesario esclavizarlos. lie aquí ios primeros pasos de la tiranía. Se trata ahora de examinar por cuantos gra­ dos pasó este país antes de llegar á estos es-


PRÓLOGO-

xvit

eesos de horror que han hecho gemir ia naturaleza misma; y para subir á su ori­ gen , es necesario no olvidar que el viejo mun­ do, sumergido aun en las tinieblas de ia ig­ norancia y superstición, estaba tan asombra­ do de la descubierta del nuevo, que no po­ dia figurarse lo que él era, ni á que se parecia. Se disputaba en las universidades si los indios eran monos il hombres, y fue necesa­ rio una bula de Roma para decidir la cues­ tión. Es preciso no olvidar, tampoco, que los españoles que acompañaron á Cristóbal Co­ lon en la espedicion eran de la hez del pue­ blo, la canalla (1). La miseria, la avaricia, la disolución, el desorden, un valor tau de­ sesperado, y sin brida como sin pudor, mezclado de orgullo y de bajeza, formaban el carácter de 'esta soldadesca, indigna de ser vir ni enarbolar las banderas de una nación noble y generosa. A la cabeza de esta turba iban voluntarios sin disciplina y sin costum­ bres, que no conocían otro honor que el va­ lor, otro derecho que la espada, ni otro ob­ jeto digno de sus servicios que el pillage; de forma que á estos hombres fue á quien el almirante Colon tuvo la imprudencia de Y la aumentaron con m alhechores.


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PROLOGO.

abandonar ios pueblos que se le rendían. Los habitantes de Ota-Iti (i) habían reci­ bido como á dioses á los españoles. Encan­ tados ai verlos, apresurándose en darles gus­ to , venian á ofrecerles sus bienes con una ale­ gría sincera, y su respeto por ellos tenía al­ guna cosa de sagrado. No dependía de nadie, sino de los españoles, de haber sido siempre adorados; pero Colon quiso ir en persona à dar parte á la corte de España de la impor­ tancia de sus sucesos. Se marchó (2), y de­ jó en la isla, en medio de los indios, una tropa de facinerosos que se ampararon, por fuerza, de sus hijas y mugeres, y abusaron de ellas en su presencia; de modo que, á fuerza de indignidades, los indios se armaron de on coraje desesperado, y todos los espa­ ñoles fueron asesinados. Colon supo á su vuelta esta catástrofe; él había sido justo y debió perdonarlo; pero no, se vengó con una perfidia. Armó asechanzas al cacique (5) que había librado la isla de se-1

( 1 ) L a isla española, llam ada Santo D om ingo hoy. ( 2 ) Tuvo m iedo que uno de sus segundos llam ado Pinzón , que se bahía separado de el con un navio , no llegase el prim ero á España á dur noticia de la descubietta y atribuirse el mérito(3J E l cacique se llam aba Caonabo. E l navio en que


PRÓ LO G O .

rjejnnícs monstruos, y le hizo embarcar oar¿ -¿spaña. Toda la isla se amotinó; pero una multitud de hombres desnudos, sin discipli­ na y sin armas, no pudo resistir á hombres calientes, aguerridos y bien equipados; de forma que la mayor parte de los isleños fue­ ron degollados, y el resto huyó ó sufrió el yugo de los vencedores. Fue allí que Colon ensenó á los españoles á hacer perseguir y devorar los indios por perros hambrientos que hablan ejercitado á esta caza (1). Los indios vencidos gimieron algun tiem-

sc hallaba embarcado y cinco otros que estaban pron­ tos para partir fueron hechos pedazos y sumergidos por una horrible tem pestad, antes de salir del puerto. ( i ) Les saltaban a l pezeurzocon horribles aullidos, los sofocaban al instante v /os hacían pedazos. Las C a­ sas dice; ¿Se puede im aginar que los historiadores se han complacido en hacer un elogio pomposo de uno de estos perros, llam ado B ezerrillo, q u ien , por su ferocidad c instinto de distinguir un indio de nn es­ pañol , entraba á la parte con los soldados, y se le daba la m ism a porcina que á cada uno de ellos, no sola­ mente en víveres, sino en o r o , esclavos , etc.? Los otros perros no tenían mas que el medio su eld o ; pero se alim entaban de la carne de los indios que devora** ban. Se ha visto, dice Las Casas, españoles tan inhu­ manos que daban niños á comer á sus perros domos* ricos. Cojum estos niños por las dos piernas, 7 lo* descuartizaban.


XX

PR Ó L O G O ,

po bajo las claras leyes que ios vencedores les habían impuesto ; en fin , fatigados, dis­ gustados, huyeron á las montañas. Los espa* ñoles los persiguieron, y mataron un gran número; pero esta carnicería no remediaba en nada á la urgente necesidad en que se ha­ llaban. Distribuyeron entre los españoles las tier­ ras , y forzaron los indios propietarios y pa­ cíficos poseedores de ellas, á cultivarlas por sus manos; el embarazo fue grande. Colon quiso disminuirlo; la severidad sublevó una gran parte de sus soldados, y los culpados, como es costumbre, denigraron su acusador y le perdieron en la corte. El que reemplazó á Colon (1), y que le envió á España cargado de yerros, porque había querido reprimir el desorden, se guar­ dó muy bien de imitarle. Vió, desde luego, que el solo medio de adherirse unos hombres enemigos de disciplina, era el de abrir las puertas al desorden y al latrocinio, crimen del cual sacaría el mayor provecho: tal fué su conducta. Del yugo á la servidumbre el paso no es muy difícil , y este tirano lo supo superar. *

( i) Francisco ele Bovadilla.


PhÓ LO G O .

1X1

Los desgraciados isleños, de quienes se hi­ zo el padrón, fueron divididos en clases, y distribuidos como un ganado entre las pose­ siones españolas, á fin de trabajar en las minas y cultivar los campos ; sometidos á la roas terrible esclavitud, casi todos pere­ cían , y la isla marchaba á grandes pasos á su despoblación. La corte, instruida de ia cruel insensibilidad del gobernador, le hizo volver á España; y por uno de esos acontecimientos que mirarnos corno castigo de la divinidad y venganza del cielo, sucedió que, apenas ha­ bla puesto un pie ai navio, pereció á vista de la isla. Veinte y un navios cargados de una inmensa cantidad de oro que había hecho sa­ car de las minas, fueron sumergidos con ¿1. Jamas el Océano, dice la historia, Inbia tra­ gado tantas riquezas, y yo añadiré, ni mas infame mortal. Su sucesor (1) fue mas diestro , aunque no menos inhumano. Había vuelto la libertad á los isleños; y desde entonces los trabajos de las minas y su producto cesaron. El nuevo tirano escribió á Isabel, ¡os calumnió, los hi­ zo un crimen de haber huido á ia llegada de los españoles, y que preferían ser yagamun% H

yi ) Tsicolas Ovando. T

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1

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PR Ó LO G O '

d o s , q u e v i v i r c o n c r i s t i a n o s q u e Ies e n s e ñ a b a n s u r e l i g i ó n ; c o m o si e s t u v i e s e n o b l i g a d o s , oh* serv a Las C a sa s , d e a d iv in a r q u e ex istia u n a nueva La

ley. reina

cayó

en el

q u e c u a n d o los isle ñ o s

lazo ;

ig n o rab a

b u l a n d e los

espa­

ñoles, e ra p o rq u e m ira b an a e sto s, com o á s u s m as c ru e le s tir a n o s ; n o sabia tam p o co q u e p a r a s e rv ir c ir a i e n c u e n tr o d e estos am o s b á r b a r o s , tenían q u e a b a n d o n a r sus ch o zas , su s m u g e r e s , su s hijos

y

sus b ie n e s, y p re ­

s e n ta rs e a i p a n t o q u e se les i n d i c a b a , a t r a ­ vesando desiertos in m e n s o s , esp aesto s á p e ­ r e c e r d e h a m b r e y d e fatig a* I s a b e l m a n d ó q u e se Ies o b l i g a s e á v i v i r e n s o c i e d a d y c o m p a ñ ia d e los e s p a ñ o l e s , y q u e c a d a u n o d e sus caciques e s ta r ia o b lig a d o

á co n trib u ir

c o n u n c ie rto n ú m e r o d e h o m b r e s p a r a los tra b a jo s á q u e se les d estin a se . E s to b astó á los tira n o s s u b a lte r n o s p a ra asegurar

su

im p u n id ad ,

para

sorprender

ó rd e n e s v a g a s , q u e s ir v e n e n caso d e n e c e ­ s i d a d d e s a l v a g u a r d i a al c r i m e n , e s t o e s , c o ­ m o si lo h u b i e s e n a u t o r i z a d o * E l g o b e r n a d o r , despues de h a b e rs e d e s h e c h o , p o r la

m as

i n f a m e p e r f i d i a d e l s o l o p u e b l o d e la i s l a q n e h u b ie ra podido d e fe n d e rse (1 ), ( i) E l pueblo de X aragua.

los

dem as


PRO LO G O .

i·iin

fu éro n o p rim id o s (1); y pereció un m im e ro t a n c o n s : c l e r a b l e e n la s m i n a s d e C i b a o , q u e s u pals n a ta l se t r a n s f o r m o en d esierto . E s t o f u e , p o r d e c i r l o a s í el m o d e l o d e c o n ­ d u c t a d e to d o s ios

españoles

e n el N u e v o

M u n d o ; d e f o r m a q u e el e j e m p l o se liizo u n a co stu m b re,

y

d e la c o s t u m b r e u n d e r e c h o

p a r a e s te r m in a r to d o viviente. Y c o m o e n e s t o s p a í s e s , así q r . e e n ^ c u a l q n iera

o t r o s , e l f u e r t e d o m i n a a¡ d é b i l ,

y

p a r a o b t e n e r el o r o s e lia d e r r a m a d o s a n g r e , r e s u l t a q u e la p e r e z a y la c o n c u p i s c e n c i a h a n e s c l a v i z a d o los p u e b l o s q u e e r a n i n c l i n a ­ d o s n a t u r a l m e n t e al r e p o s o , p a r a f o r z a r l o s á los tra b a jo s m as d u r o s : estas son v e r d a d e s , p e r o v e rd a d e s m u y a m a rg a s. E n e fe c to , todo «1 m u n d o s a b e q u e e) a m o r d e la s r i q u e z a s y la o c i o s i d a d s o n e l o r i g e n d é l o s f a c i n e r o s o s , y deqae á

g r a n d e s d is ta n c ia s , las ley es están

s i n a p o y o , l a a u t o r i d a d s i u f u e r z a , Ia d is c i-

(L) ios que O vando halda puesto á la cabeza de sus tro p a s, con orden de que quitasen interinam ente ei poder á los isleños para que no los inquietasen , los redujeron a ú n a tan crítica situ ació n , q u e estos des­ graciados se m etian en ei cuerpo sus propias flechas, las sacaban, las m ordían de rabia, las hacían pedazos, y arrojaban las artillas á la cara de los españoles, con cuyo insulto se creían vengados. 'Herrero).


xxiT

PRO LO G O ,

p lt n a sin v ig o r; y que á lo s r e y e s se les e n g a ñ a m a c h o m a s f á c ilm e n te e s ta n d o lejos, p u es q u e , á fu e rz a d e m e n tir a s y s o r ­ p r e s a s , se o b tie n e ó r d e n e s , d e las q u e se h o r ­ r o r i z a r í a n , si p u d ie s e n v e r el m a l u so . P e r o lo q u e n o se p o d r á c r e e r , a u n d e lo s h o m b r e s m a s p e r v e r s o s , e s lo q u e s e v a á le e r. M u c h a s veces se m e h a c a íd o la p l u ­ m a d e l a m a n o a l m o m e n t o de e s c r i b i r l o ; p e ­ r o s u p lic o al le c to r d e h a c e r , c o m o y o h e h e ­ c h o , u n poco d e e s fu e rz o ; m e im p o rta q u e e l o bjeto d e m í o b r a sea b ie n c o n o c id o , a n ­ tes de e x p o n e r su p la n . E s B arto lo m é d e las C asas q u e que

ha v isto ,

y q u e h ab la

cu en ta

lo

a l co n sejo d e

In d ia s d e esta s u e r t e . « Los e sp a ñ o le s, su b id o s so b re « cab allo s,

a rm a d o s d e lanzas

a d esp reciab an

y

herm osos espadas,

a lta m e n te u n o s en em ig o s

« m a l e q u ip a d o s; h acían c o n

tan

ello s te rrib le s

« c a rn ic e ría s ; a b r ía n el v ie n tre á las m u g e re s « q u e estab an p re ñ a d a s

p ara h acer perecer

« c o n ellas el f r u to d e su s e n t r a ñ a s ; a p o s ta « h a n e n tr e ellos á

q alen

d escu artizaría un

« h o m b r e c o n m a s d e s tre z a d e u n solo g o lp e « d e e sp a d a , ó q u ie n le s e p a r a r ia m e jo r l a ca­ te b e z a

« los

de

los h o m b r o s ;

n iñ o s d e

arrancaban e a

fin

los b r a z o s d e s o s m a d r e s ,

« los e s t r e l l a b a a c o n t r a lo s p e ñ a s c o s .

y


PRÓLOGO.

ïx y

e Para dar muerte á los principales de es« tos pueblos, construían un pequeño cadal« so , sostenido de horcas, donde estendiau « la víctima, amarrada de pies y manos; metian « el fuego, y la hadan morir lentamente; de « forma que estos desgraciados exalaban su a alma con horribles alaridos, rabiosos y de« sesperados. Yo vi un dia cuatro ó cinco de « los mas ilustres de aquellos isleños que ios « quemaban de este modo; pero, como los ala« rijos terribles que daban , en fuerza de loa «tormentos, incomodaban á un capitán es« pañol, y le impedían dormir, mandó que «los abogasen inmediatamente. Un oficial, «cuyo nombre callo, y cuyos parientes son «muy conocidos en Sevilla, los puso una u mordaza, para impedirlos gritar, y por « tener también el gusto de hacerles quemar « á su presencia , hasta que espirasen en a estos cruelísimos tormentos. Yo he sido «testigo ocular de todos estos horrores, y « de una infinidad de otros que paso ahora « en silencio. » El tomo de donde he estraido estas abominaciones, no es otra cosa que una colec­ ción de semejantes crímenes; y cuando se ha leído lo que pasó en la isla española , se sabe todo cuanto ha pasado en Méjico y en Pertí. ¿Quien ha sido la causa de tantos horro4


xxYi

PRÓLOGO,

res, de los qne la naturaleza misma está es­ pantada? El fanatismo: él es el solo capaz, y á nadie sino á él le pertenece. Por el fanatismo, entiendo el espíritu de intolerancia y de persecución ; el espíritu de odio y de venganza, bajo el protesto de de­ fender la cansa de un dios que se le cree en­ fadado, y de quien son formados sus minis­ tros. Este espíritu reinaba en España, y se había estendido hasta América, por medio de los primeros conquistadores. Pero, como si se hubiese temido que se calmasen, hicie­ ron un dogma de sns máximas y un precep­ to de sus furores. Lo que desde el principio no fue mas que opinión, lo redujeron á un siste* ma. Un papa puso el sello de su poder apos­ tólico , cuyo dominio no tenia entonces lími­ tes, trazó una línea de un polo al otro, y de su autoridad privada, distribuyó el Nuevo Mundo entre dos potencias esclusivamente (1). .Reservó para el Portugal todo el Orien­ t e ^ dio el Occidente á la España, autori­ zando á los reyes de estos países á someter­ los con ayuda de la divina clemencia, y de ( i ) Se sabe que Francisco I pedia siempre el tes­ tam ento fie Adam en el cual el rey de Francia 'según el tenor del aitículo i° ) estaba escluido de la herencia del*Kueyo M undo.


PROLOGO.

*xvii

traer á la í é de Cristo los habitantes de todas las Indias y tierra firme qac se hallasen de aquel lado. La bula (1) es del año de 1493, y la primera del pontificado de Alejandro vi. Mas veamos cuales el sistema establecido sobre esta base, y entonces resultará que de todos los crímenes cometidos por los B e r ­ n i a s y el de esta bula faé el mas grande. Obtenido ya el derecho de someter á los indios, enviaron de España á América una fórmula para intimarlos á que se rindiesen (2). En esta fórmula, aprobada y dictada, sin duda, por los doctores en teología, se decía que Dios habia dado el gobierno y soberanía del mundo á un hombre llamado P e d r o , que significa g r a n d e y a d m i r a b l e , porque el es padre y guardián de todos los hombres ; que ios que vivian en su tiempo le obedecían, y le habian reconocido por señor de todo el mundo; que en virtud del mismo título, uno de sus socesores habia hecho do( i) Decretum est indultum A lexan dri Sexti, super expeditionem in barbaros novi orbis quos indios vo­ cant(a) E l prim ero que empicó esta formula fue Alfon­ so de Ojeda en i 5 í o - Ha servido, dice H errera, á to ­ das las otras ocasiones en que los castellanos han que­ rido abrirse la puerta en cualquier otro país.


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PRÓ LO G O ,

nación á los rejes de Castilla de estas islas y tierra firme del mar Océano; que todos los poebios á quienes esta donación había sido notificada, se habían sometido al poder de estos rejes, y habian abrazado et cristianis­ mo con mucho gusto, sin condiciones ni re­ compensas. « Si hacéis otro tauto, anadia el « español que hablaba en esta fórmula, os « encontrareis muy bien, como casi todos los c habitantes de otras islas se han encontra«do. Pero, al contrario, si no lo hacéis, « ó si, con malicia, tardáis en ejecutarlo , os s declaro y aseguro que, con la ajuda de < Dios, os haré una guerra á muerte; os atau caré por todos lados y con todas mis fuer« zas; os pondré bajo el yugo de obediencia « del rey y de la religión ; me empararé de « vuestras mugeres y vuestros hijos, los ba­ tí re esclavos, ios venderé ó los ocuparé con­ te forme á la voluntad del re y ; me apoderaré «de vuestros bienes, y os haré todo el mal a posible. Os trataré como á vasallos rebeldes, « y al mismo tiempo protesto que todas las «muertes y males que de ello resultasen , « serán por vuestra culpa y no por Ja del rey, «ni la mía, ni de los señores que me han « acompañado. » De este modo se redujo á un sistema el derecho de esclavizar, de oprimu* y de es-


PROLOGO.

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los isleños; y siempre qne este ne­ gocio se trataba Cu presencia do los rejes de Kspaña, el consejo o y ó al mismo tiempo reclamar, en nombre dei cielo ^ los derechos de la naturaleza, por buenos teólogos, v por otros oponer á estos derechos el ínteres de la l'é , es decir, el ejemplo de los hebreos, griegos y romanos, y hasta la autoridad de Aristóteles, quien, según ellos, decía: qoe los indios hablan nacido para ser esclavos de los castellanos (1). term inar

(T, En la famosa conferencia de B a rto lo m é de Las Casas con don Juan de Quevedo, O b is p o de D arien , este osó declarar que los ¡rulios le h a b la n parecido to ­ dos nacidos para la esclavitud. E l doctor Sepúlveda, ganado por to d o s los grandes de la co rte, que tenían posesiones e n las In d ia s , pu­ blicó un tratado en que sostenia q u e to d a s los guerras hechas por los espinóles en el llu ev o M u n d o , no sola­ m ente estaban perm itidas, sino q u e e ra n necesarias p ira establecer allí la f e , y que lo s españoles tenían derecho de subyugar los indios. Los Casas, á quien habían puesto en disputa con esta doctor fu rib u n d o , respondía : q u e los indios eran capaces de recibir la fe, de h a b itu a rse á las buenas costumbres y ejercer todas las v irtu d e s ; pero que era necesario inclinarlos d ello con la p e rsu a sió n y buenos ejem plos; é indicaba como m odelos los apóstoles y m ártires. Pero Sepúlveda le opuso e l com pello in tra re, esto es el D euteronom io, en donde se le e : cuando os presentéis para atacar una plaza, o fre c e ré is desde lúe-

T omo I

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PROLOGO.

La naturaleza, en sus errores, puede al­ guna vez producir un monstruo semejante; pero un ejército de hombres atroces por el solo placer de serlo, unas columnas de hom­ bres tigres, pasando los límites de la natu­ raleza, esto no tiene ejemplo en la historia. ¿Los furiosos, degollando y quemando todo un pueblo, invocaban á Dios y sus santos! Plantaban trece patíbulos y ejecutaban trece indios en honor, decían ellos, de Jesu-Cristo y sus doce apóstoles! ¿Era esto impiedad ó fanatismo ? No hay término medio, y todo el mundo sabe que los españoles de aquellos tiempos no eran sino unos impíos. He tenido razón de atribuir al fanatismo todo cuanto la iniquidad del corazón humano no hubiera hecho sin é l; y aquel que no se halle con-i vencido le preguntaré, ¿si los españoles es-» tuviesen en guerra con los católicos, darían sus cuerpos á los perros, tendrían cárnico ría pública de los miembros de la iglesia dt Jesu-Cristo ? Los partidarios del fanatismo se esfuerzan á confundirle con la religión, y este es su g o ta paz á los habitantes; y si le aceptan y os abren las puertas, no les haréis ningún m a l, y los recibiréis como vuestros trib u tario s; p e ro , sise arm an para d e­ fenderse, los degollareis todos sin escepcion de m u­ je re s , viejos ni niños.


PR Ó L O G O .

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sofisma eterno. Los verdaderos amigos de la religión la separan del fanatismo, y procu­ ran alejarla de esta serpiente oculta y ali­ mentada en su corazón. Este es el objeto que me anima. Los que piensan que la victoria está deci­ dida enteramente, y que el fanatismo esffeó á la agonía ; que los altares que oprimia no son ya su asilo, verán mi obra como un remedio supérfluo y tardio: ; Dios quiera que tengan razón! Me creería indigno de defender se­ mejante causa, siempre que tuviese envidia de los sucesos que baya obtenido antes de mí, y el que obtendrá despues. Conozco muy bien que el espíritu dominante de Eu­ ropa no lia sido nunca mas moderado; pe­ ro vuelvo á repetir lo que ya he dicho otras veces, q u e e s n e c e s a r i o a p r o v e c h a r e l t i e m ­ p o y l a m a r e a , p a r a tr a b a ja r e n lo s m u e lle s c u a n d o la s a g u a s so n b a ja s .

El objeto da esta obra es pues, lo digo sin rebozo, el de contribuir, si puedo, á hacer aborrecer mas y mas el fanatismo destructor; impedir, tanto como pueda, que no se le confunda jamas con una religión piado­ sa y caritativa, é inspirar para ella tanta veneración y amor, como odio y execración á su mas cruel enemigo. He puesto sobre la escena, con referencia w


X X X ll

PROLOGO.

á la historia, ios fanáticos é hipócritas, y los pongo en paralelo con ios verdaderos cristia­ nos. Bartolomé de Las Gasas es el modelo de los que yo respeto ; es en él en quien he que­ rido representar la fé, la piedad, el zeio pa­ ro y tierno, y enñn, el espíritu del cristia­ nismo en toda su puteza. Fernando de Luques, Davila, Vicente de Valverde , Itiquelm e, son ejemplos del fanatismo que desfi­ gura el hombre y pervierte ' buen cristiano. En ellos he colocado el zelo absurdo, atroz é inhumano que la religión reprueba , y que, si lo tomasen por ella, la haría hacerse abor­ recida. Hé aquí, creo, mi intención espuesta claramente, para convencer de mala fé á los que fingirían no entenderme. En cuanto á la forma de esta obra consi­ derada como una producción literaria , no se como definirla. Hay muchas verdades para que sea una novela, y no hay las necesa­ rias para formar una historia. Seguramente no he tenido la pretencion de hacer un poe­ ma. En mi plan, la acción prit cipal no ocu­ pa mas que un pequeño espacio; todo es aná­ logo, aunque á una cierta distancia; es menos el tegtdo de la fábula que el hilo de un simple discurso, cuyo fondo es histórico, al que mezclo algunas ficciones compatibles con lo verdadero de los hechos.


PRÓ LO G O .

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No escribo para ana pequeña parte, sino para todoel mondo, á quien deseo ser útil; ▼esto me servirá de escusa para con aque­ llos que me echen en cara mi obstinación en decir verdades familiares, pero que no lo son para el resto de la sociedad. También es la razón la que me ha hecho ensayar á esparcir algunas cosas agradables en mis nar­ raciones y eumi estilo; porque la primera condición para ser útil, cuando se escribe, es la de poder ser leído.



CAPÍTULO i . S it u a c ió n po lít ic a

del

pein o

d élo s

in c a s*

A L SOL EN E L EQUINOCCIO D E O T O K o * —

F iest a

S A L ID A D E L SOL

EN C L DIA D E SU F I E S T A . ----- l l l M F O A L SOL*

C uando el Perú florecía a u n , el im perio de M éji­ co estaba ya d estru id o ; pero , a la m uerte de uno de los monarcas de a q u e l, el país fue dividido cutre sus dos h ijo s, que gobernaron, el uno en C uzco, y el Otro en Q uito. E l valeroso Hunscar, rey del C uzco, estaba m uy irritad o por la repartición territe riu] que le había quitado la mas rica de todas las provincias • de form a , que él no m iraba á Átoliba como herm ano, sino como á un usurpador desús derechos. Ko obstan­ t e , por veneración á la m em oiia del rey su p ad re, contuvo su cólera y resen tim ien to , y en medio de una pnz engañosa y m o m en tán ea, todo el im perio concur­ rió á la augusta cerem onia de la fiesta del Sol (i) . E i día señ alad o 'p o r esta función sagrada fue el del c

( i) A l equinoccio de setiem bre. E sta fie s ta s e lla ¿a¿¿zCitua Raimi* E éaseG arcilaso, l i b l l , cop. 2a.


3 LO S INCAS* Dios de los Incas, el S o l, que es cuando > alejándose del novte> pasa bajo el e c u a d o r, y entonces, dicen ellos , que reposa sobre las colum nas cíe sus tem plos. Una alegría universal anunciaba este buen día ; pero es especialmente en los valles deliciosos del reino de Quito donde esta santa alegría es mas b rilla n te ; de fotm a q u e , asi como entre todos los clim as del m u n ­ d o , ninguno goza del Sol una influencia mas propicia que Q uito; así es, tam bién, que ningún pueblo le rin ­ de un mas solemne hom enage. E l re y , los Incas y el pueblo, reunidos en el p ó rti­ co del te m p lo , donde su im agen es ad o rad a, esperan la salida del Sol con un silencio religioso. Mas cuan­ do la estrella Venus , que los in d io s llam an e l a stro de la b rilla n te cabellera ( a ) , y q u e ellos reverencian como la favorita del S o l, da lo señal de a le r ta , y anuncia La m añana; «apenassus plateados rayos cente­ llean sobre el orizonte, una agitación tan dulce com o espontanease hace percibir por todos lados del tem plo* Bien pronto el color azul desaparece del cielo; to rren ^ tes de púrpura y de o ro s e esparcen p o r todas partes; la p ú rp u ra ,á s o tiem po , se desvanece ta m b ié n , el oro solo queda é inunda en un instante todos los espacios celestes , dejándolos ta n bellos com o una mn? b rilla n ­ te . Los in d io s, a te n ta m e n te , casi sin pestañear , ob­ servan esas graduaciones, y su espanto se aum enta á cada nuevo m atiz, á cada u n ió n d e colores* E l n a c i­ m iento del dia se creerá por esto que es un prodigio nuevo para los indios, pues que le esperan con tan ta tim id e z , como si pudiese fa lta r, com o 6i fuese in ­ cierto.

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C hasca, cabelluda*


LOS IKCAS.

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R epentinam ente un torrente de luz se une al o rizonte ; el astro que la com unica se levanta magestuoso, y la cima ti el C ayam buro ( i ) es coronada de sus ravos. E n este crítico m om ento es cuantioso abre el v tem p lo , y la im agen del S o l, en lám ina de o ro , colocada en ío in terio r del santuario, aparece resplan­ deciente d Ta vista del Dios que la toca con su inm or­ tal claridad. Entonces todos se postran , todos le ado­ r a n , y el pontífice (2 ), en m edio de los Incas y del coro de las vírgenes sagradas, entona el him no solem ­ n e , el him no augusto, que en un m ism o instante es repetido por m illones de voces , v que de m ontaña en m ontaña se com unica, y retum ba desde Pam pam arca hasta el P o tis i, y aun mas lejos. CORO DE I.OS

INCAS.

Atina del universo! tu que desde lo alto de los cie­ los no cesas de d erram ar en el sçno de la naturaleza, por u u occano de lu z , el color, la vida y la fecundidad} S ol, recibe los votos de tus hijos y de un pueblo que tiene la dicha de adorarte. ti

pontífice

,

solo»

*j O Tcy , cuyo trono sublim e es de un resplandor eterno! ¡co n que grave magestad , con que respeto 1

(1) Cayamburo ó Cayamburco > montQ/ia sim ada a l n orte de Q uito. (2) frl sacerdocio estaba siem pre en la fa m ilia de los Incas. E l g ra n sacerdote del Sol debía ser tiq ó hermano del r e y *y se llam aba vil lam a ó villac u ra a , que qu iere d ecir oráculo.


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LOS INCAS,

dom inas en e l vasto im perio de los aires! C u a n d o te m uestras ta l cual eres, y q ue mueves tu d ia d e m a , que arro jas rayos de lu z y chispas b rilla n tís im a s , tu eres entonces el o rg u llo del cielo y e l am o r de la tie rra . ¿ En que h an venido á p a ra r esos resplandores q ue h a ­ cían desaparecer las som bras d e Ja n o c h e? ¿H a n p o ­ d id o ellos resistir á u n solo ra y o de tu g lo ria ? Si tu no te apartases para cederles el p uerto, q u e d a ría n sepulta­ dos en el abism o d e tu lu z , y serian in ú tiles a l cielo y a la tie rra . COBO D E

tk $

VÍRGENES.

¡ O d e licia s del m u n d o ! ¡D ichosas las esposas que form an tu co rte cele stial! ( i ) ¡Q ue h erm o so estas cu an d o te levantas! ¡ Q ue m agnificencia pones en el ap arato de tu salida ! ¡ C uantos dulces encantos infunde tu presencia « n todas p a r te s ! Las com pañeras d e tu sueño c o rre n la s cortinas del pavcUcm d o n d e reposos» y tu s p rim eras ojeadas d isip an la o b scu rid ad inm ensa d e lo s cielo s. ¡ O ! ¡c u a n g ran d e debió ser e l gozo de

( i ) N o s q u ed a u n h im n o p e r u a n o d ir ig id o á u n a v ir g e n c e le s tia l q u e , e n la m ito lo g ia d e l p a í s , h a ­ cia e l o fic io de la s H y a d e s- V a á verse en este him no c u a l e r a e l e s tilo y e l c a r á c te r de la p o e sia de los P e r u a n o s : B ella h i j a , tu p ica ro h erm an o acaba de ro m p e r tu p eq u eñ a u rn a d o n d e estab an en cerrad o s el re lá m p a g o , el tru e n o y e l ra y o , y de donde estos tres vienen d e escaparse; p ero t ú , no d erram as jam as sobre nosotros m as q ue b lan d a níeve’y ’dulce lluvia, pues tal es e l cu id ad o q u e te h a confiado el q ue g o b ie rn a e l u n i­ verso*


LOS INCAS.

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la n a tu ra le z a , c u a n d o ta 3a a lu m b ra ste * por la p rim e ­ ra vez! L ila se a c u e rd a , y jam as t e v e r á sin esperi m e n ta r aquel noble m o vim iento, a q u e lla ag itació n re­ p e n tin a y loable, que tien e una h i j a a m o ro sa a l reto r­ n o de u n padre a d o ra d o , v en c u v a au sen cia ella ha gozado de m u y poca s a lu d , te n ie n d o u n to rm e n to le n to . E L P O N T Í F IC E 3 S o l o *

¡A lm a d el universo! E l vasto O c é a n o n o seria sin tí m as q u e u n a enorm e m asa in m ó v il v helada* la tie rra u n m o n tó n de aren a y de b a r r o , y e l a ire u n es­ pacio ten eb ro so . T u penetras 1 .$ e le m e n to s, y les co­ m u n icas tu calo r vivo y f e c u n d o ; e l a ir e p o r tí vie­ rte á s e r u n fluido s u til; las ondas a p a c ib le s y m ove­ d iz a s; la tie r r a , fértil y viviente ; to d o p o r tí se a n i­ m a , to d o se herm osea. Esos e le m e n to s q ue u n frío re­ poso ten ia en to rp ecid o s, p o r tí e m p re n d ie ro n su curso, é hicieron una dichosa alian za , e l fu e g o se in tro d u cá e n las o n d a s , y estas, a l p u n to e x ila d a s en v ap o res, se filtran en el a i r e , el cual d e p o sita en e l seno de la tie rra el germ en in estim ab le d e la fe c u n d id a d , y ella p ro d u ce co n tin u am en te los fru to s de este a m o r co n stan te y siem pre nuevo q ue tu s ra y o s h an ericen* dido* COROS D E LOS IN C AS.

¡ A lm a d et universo ! ¡O S o l ! ¿ e r e s tu s o lo , el a u ­ to r de todos los Lienes que nos h aces ? ¿ó n o eres m as que el efecto de u na causa p rim e ra , de u na in te li­ g e n c ia , de u n a sustancia p u ra m e n te esp iritu al que te m an d a á tí ? Si tu no obedeces á n a d i e , re c íb e lo s vo­ tos de nu estro rec o n o c im ie n to ; p e ro si eres el m i­ n istro ejecutor de la le y de u n e n te in v isib le y supre-


L O S JISCA S.

m o ( t ) , preséntale estos n u estro s v o to s, pues que él d eb e aleg rarse d e ser a d o ra d o e n su m as b rilla n te im ágea. EL

PUEBLO-

¡A lm a d e l u n iv erso ! P a d re d e M an co , p a d re de nuestros reyes. ¡ O S o l ! p ro te g e tu p u eb lo , y lias pros­ p e ra r tus hijos.

( j ) E s t e D io s desconocido se lla m a b a P a c b a -c a m a o , esto e s , el q ue a n im a e l m undo* L o s In c a s h a b ía n co n serva d o su te m p lo y c u lto , e n e l v a lle de su nom bre á \tr e s le g u a s de L i m a , d o n d e e r a a d o ra d o a n tig u a me n le ; p e r o lo s in d io s m o d e rn o s no le q ue­ r ía n a d o r a r , p o r q u e d e c ía n q ue n o p o d ían d a r ado­ ració n á u n D ios que n o h a b ía n n u n c a v isto.


LOS INCAS.

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CAPÍTULO II. F ie s t a l l a m a d a d e l tía c im ieítto , c e l e r a d a e n b l m is ­ mo

DÍA DE L A

D T L S O L . — À T A L 1 B A , RBY DE

QUITO ,

RECIBIA LOS £11 SOS EEC1ENNACIDOS BAJO L A T U T E L A DE LAS L E Y E S .

E l p rim ero d e lo s In c a s, q u e fue fu n d ad o r d e l Cuz­ co , in s titu y ó , e n h o n o r del Sol , c u atro fiestas que corresp o n d ían á los c u atro estaciones del año ( i ) , pe­ ro que reco rd ab an a l h o m b re unos objetos a u n m as interesantes , á sab er: e l n a c im ie n to 9 e l m a trim o n io , la p a te rn id a d y la m uerte. L a fiesta d el n acim ien to era la q ue se celebraba el m ism o d ia q u e Ja d e l S o l, y e n ella se consagraba la au to rid ad d e las le y e s , el estado de los ciudadanos , el o rd en y la seguridad p ú b lica. P rim e ra m e n te , v e in te c o rrillo s de jóvenes esposas, fo rm ad o s a l re d e d o r d e l I n c a , le presentaban sus hi­ jo s re c íe n n a c id o s, cada u n o en u n a cesta. L1 m o n a r­ ca les echa la b en d ició n p atern al. H ijo s,le s d ic e , vues-1

(1) A u n q u e e n lo s c lim a s d e l P e r ú no son ca si conocidas la s esta cio n es d e l a ñ o , no p o r esto se d e ja de d iv id ir en los dos so lstic io s Y l° s dos equinoccios, q u e io d o esto e q u iv a le d n u e s tr a s c u a tr o e sta c io ­ nes*


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LOS IKCÁS.

tr o padre co m an , el h ijo del S o l, os b e n d ic e ; ¡ ojalá q u e la vida os sea am ad a hasta la m u erte , para que jam as podáis se n tir n i llo ra r el m om ento de vuestro n a cim ie n to ! C reced para ayudarm e á haceros todo el b ien que depende de m í , y á evitaros , ó a l m e n o s, á m in o ra r los m ales q ue dependen de la naturaleza. E n seguida , los depositarios de las leves a b re n e l lib ro augusto. Este lib ro es com puesto de cordones de m u ch o s colores (1)5 lo s nudos son lo s c ará ctere s, y ellos bastan para espvesar laa le y e s, leyes que son tan. sim ples com o las costum bres y los intereses de esos pueblos. E l pontífice lee, y el p rin cip e y sus súbditos en tien d en en su boca cuales son sus deberes y cuales sus derechos. L a p rim e ra d e estas leyes les p rescrib e el culto, q ue n o es m as que u n trib u to solem ne d e a m o r y recono­ c im ie n to ; n a d a h ay q ue sea in h u m a n o , nada penoso; o ra c io n e s , v o to s, alg u n as ofrendas p u ro s, fiestas d o n ­ d e la piedad se co n cilia con ei g o z o , ta l es ese c u lto . L a segunda ley co n ciern e al m o n arca : ella le o rd e ­ n a ser equ itativo com o el S o l , que co m u n ica á todos su l u z , sin escepcíon d e p erso n a; de e ste n d e r, com o é l , su salu d ab le in flu e n c ia , y de c o m u n ic a r, p o r t o ­ das p a rte s , su beneficencia a c tiv a ; de v iajar en su im ­ p e rio , porque la tie rra florece bajo los pasos de u n b u en re y ; de ser accesible y p o p u la r, á fin de q u e , e n su re in a d o , el h o m b re in ju sto n o d ig a : que me im p o r ta n lo s cla m o res d e ld é b d , d e l p o b re > del o p ri­ m id o ; de n o escusnrse jam os de ver á los desgraciados q u e le b u sc an ; p o rq u e > si él no q u iere v e rlo s, d a e l ejem plo para q ue o tro s no los vean n i escuchen. E lla 1

(1 ) Se lla m a b a n q u ip o s, y ban qui paca m es.

lo s q ue los g u a r d a ­


LOS IKCÁS.

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le recom ienda u n a m o r generoso, u n sa n to respeto á la verdad» que es la guia de la ju stic ia , y d e ten er constantem ente u n desprecio h o rrib le á la m e n t i r a , cóm plice de la iniquidad* E lla leecso rta a c o n q u is ta r lo s corazones, á d o m in a r á fuerza de b u en as o b ra s , á a h o rra r la sangre de los h o m b res , á u s a r de p r u ­ dencia , de a te n c ió n , de consideración y d e paciencia co n lo s súbditos re b e ld e s, y d e clem en cia con los vencidos. L a m ism a le y concierne á la fam ilia r e a l: ella les o b lig a á dar* el ejem plo de obediencia y d e z e lo ; á h a ­ c e r uso co n m odestia d e los privilegios d e su c alid ad ; á n o ser orgullosos n i holgazanes, p o rq u e e l h o m b re ocioso es in ú til en el m u n d o , y e l o rg u llo so le hace padecerL a tercera im pone á los pueblos el m as p ro fu n d o ¿ inv io lab le respeto p o r la fam ilia del S o l; u n a obedien* cia ciega y sin lim ite s hacia aquel de sus hijos que re in a y m an d a en su n o m b re ; y u n a fe c to religioso p o r el b ien com ún de su im perio. D espues de esta ley venia la que co n so lid a lo s lazos d e sangre y de m a trim o n io , y q u e , b a jo d e penas g ra v ísim a s, a s e g ú ra la fe co n y u g al ( i ; y la a u to rid a d p a te r n a l; dos cosas que son precisam ente lo s apoyos d e las buenas costum bres. L a le y sobre el rep artim ien to de la s tie rra s p rescri­ b ía al m ism o tiem p o el tr i b u to , á saber d e tres par­ tes iguales de terre n o cultivado , la u na pertenecía a l S o l, la o tra ol In ca y la tercera a l p u e b lo . Ca­ d a fam ilia ten ia u na p o rc ió n ; a m ed id a q u e aquella se au m en tab a, se le estendían los lím ites- E s so lo á es­ to s bienes que se red u cían las riquezas de un p u eb lo ven­ ( i ) S o lo e l In c a p odia c a sa rse con v a i'ia s m u g eres j p o r es ten d er y p e r p e tu a r la f a m i l i a del S o l.


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LOS IXCAS.

tu ro so . E l posee e n a b u n d a n c ia los m as precioso* m e­ tales ; pero los reserva p a ra d e co ra r sus tem p lo s y los palacios de sus rey es. E l h o m b re en n acien d o es d o ­ ta d o p o r la p a tria (1)5 vive ric o de su tr a b a jo , y en m u rie n d o , vuelve lo q ue h ab ia rec ib id o . Si e l p u e b lo , p a ra subsistir con u n a d u lc e com odidad , n o tie n e los bienes necesarios , en to n ces lo s del Sol suplen esta fa lta (2 ); p o rq u e esos bienes sagrados n o podían ser engullidos p o r su c le ro : jam os quedaba en la s m anos p u ras de los santos m in istro s del a lta r m as de lo que ex ig ían las necesidades de la vida; no porque la ley pres­ crib iese e l u s o , sino p o rq u e e llo s, poseídos de u n a p ied ad m odesta y sim p le , n o e n c o n tra b a n cosa tnas b aja q u e e l fausto y la in c u r ia ; e ll o s , enfiu , hacían prevalecer su d ig n id a d p o r su inocencia y v irtu d es. L a le y sobre el trib u to n o ten ia lu g a r m as que sobre el tra b a jo y la in d u s tria . Este trib u to se p«iga p rim e ra ­ m ente á la naturaleza, h asta te n e r cinco lu stro s cu m p li­ dos : e l h ijo ay u d a a l p a d re en todos sus tra b a jo s. Las tie rra s de los h u é rfa n o s, las de las v iu d as, y las d e los e n fe rm o s, las cu ltiv ab a el pueblo (3 '. E n tre el n ú m ero d é la s enferm edades está co m p ren d id a la vejez : los padres q u e te n ían e l d o lo r de so b rev iv ir á sus hijos n o estaban jam as espuestos á alg u n a n e c e sid a d ; la le y les consolaba siendo viejos. C u an d o el soldado estaba 1

(1) A cada n iñ o se le d a b a u n a p o r c ió n de te r ­ ren o ig u a l a l de su p a d r e , y á c a d a n in a la m ita d . (2) L a la n a de lo s re b a ñ o s d e l S o l y de lo s d e l In c a se d is tr ib u ía a l p u e b lo , y lo m ism o se h a c ia d e l a lg o d ó n en lo s p a íse s donde la te m p e r a tu r a p e r m id a i r vestid o s m a s lig e r a m e n te . ( 3) Cuando e l p u eb lo se o cu p a b a de esto s tr a b a ­ j o s , se m a n te n ia á su costa»


LOS INCAS.

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sobre la s arm as, se le cultivaba su tie r r a ; sus hijos g o ­ zaban los derechos en fav o r tic los h u érfan o s, sus m u­ je re s los de las v iu d as; y $Í él m oria en la g u e rra , el estado m isino tom aba p o r ellos los cuidados de un pav de u n esposo. E l pueblo c u ltiv ab a , p rim e ra m e n t* , el terren o que pertenecía al S o l; despues el de las viudas, el del huér­ fano v *1 d e l enferm o; seguidam ente cada uno se ocupaba d el suyo p ro p io , y las tierras del Inca te rm in a ­ b a n los tr a b a jo s , á los cuales los pueblos iban en m a ­ s a , y esta co n cu rren cia era pora el m o n arca u n dia d e fiesta. A d o rn ad o com o los dias solem nes , él no ce­ saba de c a n ta r ( i) . La tarea de los trab ajo s públicos estaba d istrib u id a co n ta n ta eq u id ad q ue á n ad ie era pesada. N inguno estaba dispensado , y todos cooperaban con un m ism o relo. Los tem plos y los castillos, los puentes de m im ­ b res que atraviesan los rto s , las vi as públicas q ue se « tie n d e n desde el c en tro del im perio hasta los fro n te­ ra s , to d o era m o n u m e n to s, n o de la esclav itu d , si­ n o de la obediencia y d e l a m o r m as lib re y p in o . Los in d io s a n ad ian o tro tr ib u to , q ue era el cíe las arm as, de las cuales fo rm ab an espantosos m ontones para el servicio de la guerra , á s a b e r , d e bachos , porras, lan zas , flechas , arcos y b ro q u e le s : ah ! vana defensa c o n tra esos rayos europeos q ue vieron bien p ro n to b ri­ lla r . T o d o cuanto co n cern ía n las costum bres estaba pvescripto p o r las leyes , las cuales castigaban la pere­ za y la ociosidad {2) d e ln m ism a m anera que lo h a - 1

(1] E l re fra n ela esto s c a n to s e ra h ailii, q a eq u ie* re d e c ir triu n fo . (a ) E n tr e lo s p e r u a n o s , lo s ciegos r í o s minfos T

omo

1.

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LOS IJÍCAS.

c ía n la s d e A te n a s ; d e fo rm a q u e h a c ie n d o ellas tr a ­ b a j a r , d e s te rra b a n la in d ig e n c ia ; y e l h o m b re a u n ­ q u e fo rz a d o á s e r ú t i l ♦ p o d ia , a l m e n o s , e sp e ra r ser d ich o so . E stas sabias ley es p ro te g e n la h o n e stid a d , co­ m o u n a cosa in v io la b le y santa; la lib e r ta d in d iv id u al, c o m o e l d e re c h o m as sag rad o de la n a tu ra le z a ; la ino­ c e n c ia , e l h o n o r, la tr a n q u ilid a d j b u e n a a rm o n ía e n ­ tre la s f a m i l i a s , c o m o d o n es d e l cielo q u e d e b ía n re ­ verenciarseL a le y e n fa v o r d e los h ijo s , aun d e aq u ello s q ue e stá n en la e d ad del c a n d o r , e ra rig u ro sa c o n tra sus p a d re s , pues q u e castig ab a á estos del v ic io q u e ha­ b ía n a lim e n ta d o o n o su fo caro n e n sus h ijo s ; p ero ja­ m as el c rim e n d e los pudres e ra tra n sc e n d e n ta l á n in ­ g u n o : e l h ijo d e l c u lp a b le c a stig a d o le reem plazaba sin vergüenza y sin b a ld ó n , y se le m o stm b a este ejem ­ p lo ú n ic a m e n te p a ra q u e , e sta n d o in s tr u id o d e e l , su­ piese despues ev itarle* P o r to d as p a rte s e l c a rá c te r d e la teocracia fue el d e e x ag e rar e l rig o r d e las penas# E n u n pueblo la ­ b o r io s o , o cupado s ie m p r e , satisfech o d e su equidad m is m a , seguro d e su d ic h a , sim p le y d u lc e , sin a m ­ b ició n , s in e n v id ia , ex en to d e n u estras necesidades fan tástic a s y d e nuestros vicios refinados; am igo d e l ó rd e n , q u e n o es o tra cosa m a s q ue el bien p ú b lico d is­ trib u id o e n tre t o d o s ; aficionado p o r reco n o cim ien to al g o b iern o ju sto y sabio , la h a b itu d á las buenas cos­ tu m b re s h ace la s leyes casi in ú tile s ; ellas e ra n preser* vativas , y n u n c a v e n g ad o ra s. He a q u í u n eje m p lo d e la le y te rrib le con cern ien te

no e sta b a n e x e n to s d t l tr a b a jo , lo s niños m ism o* > desde la e d a d d e cin co a ñ o s > e sta b a n o cu p a d o s en e s p u lg a r e l a lg o d ó n y e n d e s g r a n a r e l tnais.


LOS INCAS.

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á la v io lació n del voto de las vírgenes del Sol. ¡O ! ¡ com o es posible q ue en un pueblo ta n m oderado y d u l­ ce, pudiese ex istir una ley ta n h orrorosa! E l fanatism o n o cree jam as h a b e r b ien vengado el D ios de q u ien es m in is tro : el fue q u ie n p ro n u n ció esta le y b á rb a ra en u n pueblo el m as h u m an ó del m u n d o . P o r espiar la culpa de u n a m o r sacrilego y apaci­ g u a r la cólera de u n d io szelo so 5 n o solam ente el fa­ n atism o quiso que la infeliz sacerd o tisa fuese e n te rra ­ d a viva [ 1 ), y e l seductor co n d en ad o al suplicio mas ig n o m in io so , sino q ue tam b ién h a c ia en el crim en la fam ilia de lo s culpables \ de form a q ue padres, m adres, herm anos y h e rm a n a s , y b á sta lo s n iñ o s , todos debían perecer en las lla m a s , y el sitio m ism o donde nacie­ ro n los dos im pios de hia co n v ertirse en desierto. Así p u e s, cuando el pontifice pvonuncia esta se n te n c ia , c u an d o n o m b ra el c r im e n , y señ ala la p e n a , tie m ­ b la h o rro rizad o j su fren te p á lid a , sus cabellos b la n ­ cos e riz a d o s, y sus ojos clavados e n la t ie r r a , no osa lev a n ta r su cabezo respetable para m ir a r a l cieloA cabada la le c tu ra d e las le y e s , e l m o n arca levanta las m an 03, y d ic e : S ol ¡ó p ad re m ío ! si y o llegase á violar tus santas le y e s, deja de ilu m in a r m e , y m an d a a l m in istro d e tu c ó le r a , al te r r ib le Illa p a ( 2 ', de re­ d u c irm e á polvo , y q ue u n p ro fu n d o olvido m e borre

( i ) D ebe bien n o ta rse que la su p e rstic ió n e s ta ­ bleció u a m ism o su p licio en R o m a y e n e l C uzco, p a r a c a s tig a r la m ism a c u lp a de J r a g ilid a d h u m a n a en l a s vírgenes de V esta y la s d e l S o l. (2} B a jo e l nom bre de Illnpa e sta b a n com pvehendidos el re lá m p a g o , e l tru e n o y e l r a y o , q ue los in d io s lla m a b a n los ejecu to res de la ju s tic ia del


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I O S IN C A S .

d é la m e m o ria d e los m o rta le s . P e ro , si y o so y fiel á ese có d ig o sag rad o , h a z q u e m i p u e b lo , á rn¡ e je m p lo , m e escuse el d o lo r de v e n g a rte p o r m í m i s m o , pues q ue el m as tris te d e los d e b ere s d e u n m o n a rc a es el d e c astig ar. E n to n ces los I n c a s , lo s c ac iq u es, lo sju e c e s y los a n ­ cianos , re pre sen tantos d e l p u e b lo , re n o v a b a n su p ro ­ m esa de v iv ir y m o r ir fieles a l£ cu Ito y ley es d e l Sol# Los vigilantes se p re se n ta n u n o á u n o . S u titu lo ( t ) a n u n c ia la im p o rta n c ia d e la s fu n cio n es d e su cargo; estos son los enviados del p r ín c ip e , q u e , revestidos de u n carácter tan in v io la b le c o m o el d e la m odestad m is m a , van á las p ro v in c ia s á o b se rv a r la co n d u cta d e lo s d ep o sitario s d e la s l e y e s , y ver si e l p u e b lo es­ t á ó n o a g ra v ia d o d e e llo s ; d e form a q u e a l d eb il á q u ien el poderoso b a in ju r ia d o ú hecho alg u n a violen­ cia , a l in d ig e n te a b a n d o n a d o , a l h o m b re a flig id o , ello s p reg u n tan : ¿ c u a l es e l m o tiv o de tu q u e ja ? ¿ q u ie n es la causa d e tu pena y d e tu lla n to ? S e g u id am en te se a v a n z a n , y ju ra n d e la n te del Sol de ser ta n justos corno él m ism o . E l In ca a b ra z a á los v ig ila n te s , y Ies d ic e : T u to re s del p u e b lo , á vosotros es i q u ie n está confiada su su erte v en tu ro sa. S o l , prosigue d ic ie n d o , recib e ju ra m e n to de lo s tu to re s del p u e b lo ; c a stíg a ­ m e si y o d e jo de p ro te g e r su re c titu d y su zo lo ; c a stí­ gam e si y o Les perd o n o su d e b ilid a d ó in iq u id a d .

'i )

C u c u i r i c o c , lo s q u e to d o lo ve.n»


LOS INCAS-

CAPÍTULO III.

A o o R A C IO * A L SOL E K $ 0 M BO IO OIA. — TRES

V IR G E N E S

CONSAGRADAS

A L SOL. —

UNA DG ESTAS T n t S ,

SO S A C R IF IC A

t a i >.

A L SOL* —

H olocausto

P R E S E N T A C IO N 0 6 C O R A , LA

CONTRA SO T O L O N *

FESTIN

PÚBLICO D M -

P C ES DB L A F I E S T A »

A las cerem onias espresadns e n e l capítulo an tece­ d e n te se siguieron otras n o m enos famosas* La ju v e n ­ tu d , escogida y form ada en coro d e ninas y n iñ o s , to d o s d e una h e rm o su ra estrem a , y cada u n o c o n u n a g u irn ald a en la m ano , con las cuales a d o rn a n las colum nas sag rad as, danzan al r e d e d o r , y cantan d u l­ císim os him n os de alobanza al Sol y á sus h ijo s. La ropa de estas criatu ras ta n bellas era de un tisú lig e ­ ro , form ado d el velo delgado , b la n d o , su til y corto, que sale d e un arb u sto f i ) que se cria en los valles d e ­ licio so s, y q u e es igual en b lan c u ra á la nieve de las m o o ta ñ a s ; los cabos flotantes d e esta ropa a u m e n ta ­ b an á la h erm osura de la ju v en tu d de am bos sexos todos los encantos del g u sto ; p e ro , en esos v e n tu ro ­ sos p a íse s,e l p u d o re s c o n n a tu ra l ; d e fo rm a q ue é l s ir ­ ve de velo ¿ la n atu raleza, y sin hacer u n m isterio de nada* porque el m iste rio es h ijo del v icio; to d o es

(i)

E l (jue p ro d u c e e l a lg o d ó n .


jC,

LO S INCAS'

a llí c a n d o r, pues q u e , á lo s ojos d e l a inocencia, nadá puede esta tem er» C u an d o estos coros d a n z a n a l red e d o r d e los colum ­ n a s , ellos se e n tre la z a n con sus g u irn a ld a s , y esta ca­ d e n a m isteriosa sig n ific a las d u lzu ras d e q ue goza una sociedad d o n d e la s ley es fo rm a n sus eslabones. M as c u a n d o las c o lu m n as s e ilu m in a n , entonces nuevos c án tico s d e a d o ra c ió n y d e jú b ilo resuenan eti el te m p lo , y el I n c a , a rro d illa d o a l pie d e a q u e lla d o n d e está relu cie n d o el tro n o d e oro de su p a d r e , d i­ c e : F u e n te in ag o tab le de to d o s lo s b ie n e s , ¡ ó S o l! ¡ó p a d re m ió ! es Im p o sib le q ue tu s h ijo s te p u e d m ofre* cer a lg u n a cosa q ue n o venga d e t í . L a o fre n d a m is ­ m a d e tu s beneficios es ta n in ú til á tu p rovecho com o á tu gloria» P a ra c o n se rv a r e te rn a m en te tu saludable lu z , n o tien es n e ce sid a d n i de los vapores d e n u estro s ofertorios , n i d e los perfum es d e nuestros sacrificios* L as cosechas a b u n d a n te s q u e tu c a lo r p ro d u c e , los frutos q u e tu s royos sazonan ; lo s reb añ o s y m anados á q u ien es tu regalas con el ju g o de y e rb a s y d e flo­ res , to d o , to d o es u n teso ro para n o so tro s. D is tri­ b u irlo s es p ro p ia m e n te im ita rte } pero el a n cian o e n ­ ferm o , la v iu d a y el h u é rfa n o , son ú n ic a m e n te lo s que los recib en en tu n o m b re ; es e n e l seno d e estos in­ d iv id u o s desgraciados d o n d e , c o m o sobre u n a lta r debem os d e p o sita r nuestros hom enages* M ira el t r i ­ b u to q u e voy á o fre c e rte co m o una c o rta s e ñ a l, pero u n a p ru eb a solem ne d e m i re c o n o c im ie n to y a m o r ; p o iq u e , e n cunnto á m í to c a , esto es un e m p e ñ o ; por p a rte de los desgraciados es u n a o b lig a c ió n , y la ga­ ra n tia in v io lab le d e lo s derechos q u e e llo s tie n e n á m is bondades* A cabada esta o ra c ió n , el p u eb lo rin d e gracias al Sol, p id ié n d o le q u e le d e sie m p re buenos rev es; y el m o ­ n a rc a , p reced id o d e l p o n tífice, de io s sacerdotes y de


LOS INCAS.

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la s v írg e n es sagradas, va al tem p lo a o fre c e r a D ios el sacrificio acostum brad0« S obre el p ó rtico del te m p lo , se p re se n ta ro n a l p rín ­ cipe tre s jóvenes vírgenes escogidas, q ue sus p a d re s ve­ nían de c o n sa g ra r a l servicio del Sol. U n lig e ro velo de algodón las ocultaba á los ojns de los p ro fa n o s , y eran las tres tan herm osas que puede b ien d e cirse que la naturaleza n o había jam as producido en a q u e llo s paí­ ses una b eld ad semejante* Los tre s In c a s, sus p a d r e s , las co n d u cían por su m a n o , y , á su l a d o , las m a­ d res sostenían el cabo de la c in tu ra , sig n o y prenda sagrada de la vergüenza honesta y la c a stid a d q ue ella# h ab ía n sab iam en te in spirado j co n serv ad o e n sus h ijas. E l r e y , saludándolas con u n aire religioso , las in tro ­ duce en el te m p lo ; les sigue el g ran s a c e rd o te , y a l p u n to se c ie rra n las puertas. In m e d ia ta m e n te , las tres vírgenes se presentan delante d e la im a g e n d e su es­ p o so , d o n d e el g ran sacerdote les co rre e l velo q u e las cu b re. C aído este , ¡ a h í cuantos atractiv o s se presen­ ta n á la vez. E l m onarca m ism o se c re ia p e rd id o en la corte del S o l, su podre ; e n efecto , c re y ó ver las m ugeres celestiales con la sq u e ese D ios b ie n h e c h o r par* te el cu idado d e d a r lu z al universo. D os de estas herm osas bijas m o strab an su placer en su ro stro ; y su co razó n , llen o de g lo ria , n o m ezclaba a l dulce se n tim ien to d e u n a piedad p u r a y tierna lo s afectos d e l m u n d o ; pero la te rc e ra , la m as bella de to d a s , aunque tan cándida é in o cen te com o e lla s , m an ifestab a en sus ojos la m elancolía y la tristeza. C o r a , asi se lla m a b a esta lin d ísim a in d ia n a , an tes de p ro n u n c ia r e l voto que la separaba p a ra siem pre del tra to d e los m o rta le s, to m a la s m an o s d e su p a d re , y besándolas con a r d o r , no hizo m ns q u e e c h a r u n tí­ m id o y m u y profundo suspiro ; p ero , a l in stan te , le-


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LOS IKCAS.

▼antan d o sus bellos ojos h á c ia su m a d re , se a rro ja en •us b ra z o s, in u n d a su sen o d e lá g r im a s « y g rita tris tem en te: ¡a h ! m a d re m i a • Los pad res d e esta joven, e r e - , gos p o r u n a piedad c r u e l , n o v iero n e n lo s se n tim ie n tas d e su b ija o tra cosa q u e a q u e lla e m o c ió n t i e r ­ na y n a tu ra l que causa siem p re el p o stre r a D io s , la ú ltim a despedida, com o ta m b ié n la o p re s ió n , la lu ch a de u n corazón q ue se d esp ren d e d e c u a n to le es m as am a d o en la tie r r a , de su p ad re y su m a d re ; en ta n ta m an era que ella m ism a n o p o d ia a tr ib u ir este d o lo r que a la fuerza <le lo s nudos d e san g re y a l p o d e r de la n a ­ turaleza m ism a. — ¡ O el m ns c a riñ o so y el m e jo r de los p ad res! ¡ó m a d r e , m i! veces m a s a m a d a q u e m i ▼ ida.... ¡ Forzoso es no volveros á v e r! — E stos e ra n entonces sus únicos se n tim ie n to s, y e l g ra n sacerdote, q u e crey ó q u e su vocosion era p e rfec ta , la dejó c o n ­ su m a r su te m e ra rio v c ru e l destino» N o o b stan te, resultó bien p ro n to u n a p ru eb a n a d a equívoca d e su aversión á este e s ta d o : c u a n d o se les hizo em endet la te y q u e im p o n e pen-is g ra v ísim a s; la violación d el v o to , la s dos c o m p a ñ e ra s d e C o ra la escucharon sin tu rb a ció n alg u n a ; p ero ella so la, p o r un in stin to que la v aticin ab a sus d e sg ra c ia s, sin tió que su corazón se h ab la resen tid o de d o lo r , y a l m o ­ m en to d esap areciero n 'lo s colores finísim os de su ros­ tro ; sus ojos se c u b riero n d e u na n u b e espesísim a, sos labios rosados se volvieron p álid o s y convulsivos, p ro n u n cian d o e! voto q u e su-corazón a b ju ra b a . Estos presen tim ien to s, estos indicios v e h e m e n te s, estos sig­ nos dem ostrativos de la rep u g n an cia de ta n herm osa doncella , no causó n in g n n electo n i á sus padres n i a l pontífice; ellos a trib u y ero n torio esto á su debilidad* y procuraron fortalecerla diciéiiclola , q ue ella se en­ c o n traría a l instante m u y c o n te n ta , ten ien d o á Oios por esposo; y C ora siguió á sus com pañeras l>c<tta el inviolable asilo d e las tsposas del S ol.


LOS INCAS.

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À1 in stin to fue a b ie rto el te m p lo , v los In c a s , m i­ n istro s d e los a lta re s, em pezaron el sacrificio. lisie sacrificio era m u y m ó cen te y p u ro . Los sacri­ ficios de u n culto feroz que reg ab a con sangre h u m a ­ na tos bosques y valles in c u lto s, cu an d o una m ad re arran cab a ella m ism a las c n tro ñ n sd e sus hijos sobre el a lta r de un Icón , de u n tig re ó de u n b u itr e , no te n ía n lu g a r alguno en este pais delicioso. L a o f re n ­ do ag rad ab le al Sol, e ra n las p rim icias d e los fru to s, de las cosechos y d e los an im ales q ue la n a tu ra le ­ za ha d estin ad o para el a lim e n to del hom bre. U na p eq ueñísim a parte de esta ofrendo se consum ia so­ b re el m ism o a lta r , y lo re sto n te se destinaba al festín público q u e el Sol D ios daba á su am odo pueblo* Bajo el p ó rtico form ado d e ojas de árboles, que rodeaba el te m p lo , aparecía el rey $ los Ineos y los caciques se d istrib u ion e n tre la m u ltitu d pora pre­ sid ir los mesas donde el pueblo estaba ya sentado» L a prim era ero la de los viudas , de los huérfanos y los an cian o s; á la cabecera de esto mesa estaba el rey com o padre de los desgraciados ( i ) . T ito* Z o ra i, p rín cip e h e re d e ro , se sentaba á la derecha de su podre ; este ¡óvert , cuya bondad anunciaba u n o ri­ gen celestial había cum plido qu in ce o ñ o s, tres lus­ tros , que era la edad en que se hacia experiencia de la v irtu d y el v alo r (%)• Su podre enam orado goza el dulce placer de verle c ie c e r: joven aun el re y , de­ sea y espera o m toda confianza que le sustituya u n sabio ó ai m enos u n virtuoso en su trono*

( t ' Uno de sus títu lo s e ra Iluaccha-caya , e l g e de lo s p o b res • (o .) A l o s d i e z y seis a ñ o s. T omo í .

*

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LOS INCAS* |W V V W \ W U W V \ ^

C A P ÍT U L O IV.

J t ’ECOS CELEBRES QÇE SEGUIAN AL Gf.AN FA SU N -

A l festín seguían lo s ju eg o s, y era en ellos donde Jos Incas jóvenes, q ue d eb ía n d a r el p rim e r ejem plo de v alo r y su frim ie n to , se eje re u n ió n en el a rte de co m b atir. L os príncipes jóvenes d ab an p rin c ip io p o r el juego d e flecha y e l d a r d o , al son de o r e ja s ; y el vencedor vé in m ed iatam en te c o rre r h a cia ¿1 su p a d r e , lleno d e reg o cijo , que a b ra z á n d o le , Ic d i c e h i j o m ió , tu me recu erd as m i ju v e n tu d , y h o n ra s m i vejez. Despues se sigue el c o m b a te , y es en este espectá­ c u lo d o n d e se vé e je c u ta r todo cu an to la h a b itu d pue­ de d a r de m o v im ien to y d e fuerzo á la naturaleza h u ­ m an a. En efecto , a llí se yen los c o m b a tie n te s, ágiles y ro b u sto s, ag arrarse fuertem ente los unos á los otros, d esasase después, volver a tra s algunos in stan tes por to ­ m ar aliento, reso lla r y volver á la pelea, por afum arse y red o b lar sus esfuerzos, d e form a q u e , encadenándose con sus brazos vigorosos, s e le s veía unas veces inm ó­ v ile s , otras b am b o learse, y a cay en d o , ya lev an tán ­ dose, y a , en fin , forcejeando ta n obstinadam ente que rogaban la yerva del sudor de q ue ellos estaban in u n ­ dados . M ientras q u e el com bate está in d e c iso , lo s padres


LOS IKCAS.

ai

n o t eueu sosiego algum ); sus corazones se a g ita n fu e r­ tem en te entre el tem o r y la esperanza. E n f i n , la vic­ to ria se declara ;p c ro los jueces despues de h a b e r d is ­ trib u id o los prem ios á los v e n c td o re s, n o o m ite n de elogior el v alo r de los vencidos; pues q ue el elogio es en las alm as grandes el germ en y el a lim e n to de noble em ulación. E l sensible y valeroso Z o r a i , el h ijo d e l re y y he* redero d el im p e rio , era uno d e los d e l n ú m e ro d e aq u ello s á quienes sus adversarios hab lan p u e sto á sus p ie s, y aun forzado á a rro d illa rse ; él no g a n ó n in g ú n p re m io , v llo rab a de vergüenza. U no de lo s jueces se acerca á é !, y le dice por c o n so la rle : p r in c ip e , el Sol nu estro padjc» es justo ; él da la fuerza y la m afia á lo s que d rb en o b ed ecer, reservando la sa b id u ría v la eq uidad al que debe m a n d a r. E l m o n a rc a , q ue escu­ chaba estas palabras del ju e z , le d ic e : A n c ia n o , d e ­ ja á m i hijo que se aflija y sonroje de ser m as débil y menos d iestro que sus rivales. ¿ L e crees tu fo rm a­ d o únicam ente para sentarse en el tr o n o , y envegecerse en el reposo ? E l joven p rín cip e entonces m ira con a ire c eñ u d o al venerable an ciano q ue 1c había adulado , y se a rro d i­ lla delante de su padre*, q u ien abrazándole tie rn a m e n ­ t e , te d ic e : Hijo m ió , la m as justa y Ja m as im p erio ­ sa de las leyes es el ejemplo* T u no serás jam as servido con m..s a m o r, m as a rd o r y m as 2eIo, q ue cu an d o , para obedeceros , n o tengan mas que im itaro s. Los co m b atien tes , despues de h a b e r descan sad o , se preparan para el de la c a rre ra , que es su m as fatigosa prueba. E l cam po de batalla era de cinco m il pasos, e n cuyo estrem o hay un velo de p úrpura q ue el ven* ced o r debe to m a r. E n tre el intervalo de la estrem id ad de la b a rre ia se colocaba el pueblo en dos filas, y con los ojos llam aban á los jóvenes corrcdoies* D ada


a*

T.OS I N C A S .

h señal > p irte n todos ju n to s , y d e am bos lodos L·l cam pa se ven los padres v m ad res q ue a n im a n á sus hijos cou gestos y con voces; n in g u n o de estos da á ntjueilos el posar de verlos abatirse en su c a rre ra , p o r­ que todos lle g an a) fin casi á u n m ism o tiem p o . Z o rai babia avanzado sobre sus riv a le s; uno so lo , el que 1c venció a n te rio rm e n te en e l c o m b a te d e la lu ­ c h a , le llevaba alg u n a d e la n te ra , c u an d o estos dos es­ forzados jóvenes se h a lla b a n com o á d ista n cia d e cien pasos d el velo. K o , grita el joven p rin c ip e , tu n o te n ­ d rá s la g lo ria d e vencerm e segunda vez. Al in stan te, rean im an d o sus fuerzas, se avanza, deja atrn s á su r i ­ val , y le gana el p rem io . Los que le seg u ían pro csim am en te tu v iero n alguna parte en el triu n fo ; y de este n u m ero eran lo s ven­ ced ores en los anteriores ejercicios de la lu ch a , d é la ÍLcehn y del dardo- Z orai se pone á la cabezo de estos, ten ien d o en su m ano !a lanza en qnc flota el velo de p ú r p u r a , el triu n fo de su v ic to ria , y con ellos se presenta d elan te de la asam blea de los ancianos, q u ie­ nes los proclam an dignos d e l nom bre d e Incas y de verdaderos hijos del Sol* Seguidam ente sus m adres y h erm an as vienen á ellos, con u n aire m odesto v c a riñ o so , á p o n e r en sus plan­ tas ágiles u n a estera com puesta de trenzas de lana , en lu g a r d e la de corteza d e á rb o l (2) d e q ue e ra n las $and <! as q u e llevaba el pueblo. Desde a llí, ios ancianos los presenta» a) re y , q u ie n , sen tad o en su tro n o de o ro y rodeado d e su f a m ilia ,

't A n te s se lla m a b a n a u q u i, in fa n s , com o lo tra d u ce G a rc ila so . '0 ) De u n á rb o l lla m a d o m onguey. E s te d e ta lle

és*n iornado de la kisto j‘ia.


L O S JISCAS. >?> los recibe con la magostad d e un Dios y con el c a ri­ n o de un podre am oroso. El príncipe h e re d e ro , ou su calidad de vencedor en el ejercicio mas penoso . se hecha el prim ero á los pies de su p a d re . E l monarca se esfuerza en no m anifestar p o r el preferencia alguna; pero la naturaleza destruye su p r o v e c to , pues que, cuando le ciñ e el vendo real de los I n c a s , sus m a ­ nos t ie m b l a n , su corazón se agita y enternece; d e ­ ja escapar algunas lá g r im a s , que riegan la frente de su h ijo , y este joven entonces se sobrecojo y abraza las rodillas del rey. Estas lá g r im a s , hijos del a m o r paternal y de la a le g r ía , son la única distinción que el sucesor al tro n o obtiene sobre sus émulos- E l In ca , por su propia m a n o , le da l a señal mas g lo ­ riosa de nobleza y de d i g n i d a d ; esto e s, le ahugerea la o r e ja , y le pone en ella u n pendiente de o r o , en figura de «anillo: favor reservado á los de su raza , pe­ ro que n in g u n o alcanza jam as si h a hecho cosa i n d ig ­ na de su nacim iento ó que no tiene virtudes. E n fin el rey to m a la p a la b ra , y d ice á los nuevos I n c a s ; el m as sabio d e los r e y e s , M a n c o , vuestro abuelo y el r n io , fue el m as vigilante y valiente de l o s tn o u a le s . C u an d o el S o l, su p a d r e , le envió á fun* d a r este impelió» le d i j o : tom a ejem plo de m i, v ien ­ d o que si yo m e levanto , tío es por m i ; que si y o es­ parzo mi luz , tam p o co es p o r m í ; de forma q u e , si y ) haeo m i carrera , sí vo la señalo con beneficios, ns el universo quien los goza, y y o m e reservo el placer dulcísim o de vctlos gozar. A n d o , sé d ic h o so , si tu puedes se rlo ; pero á lo m e n o s , cuida de que otros lo sean. I n c a s , hijos del Sol , he aquí vuestra lección, C u an d o scala voluntad d e vuestro padre la de haceros venturosos , sin fatiga v sin t u r b u le n c ia , él os l l a m a - ’ rá , él os pondrá á su lad o : pero h asta que llegue raste instante afottunado ; sabed que la vida es u n canil-


ai

LOS INCAS,

no trnhijoso ♦ que vuestrns virtudes solas pueden h a ­ cerle soportable y útil n o solamente a vosotros mis­ mos , sino al resto de vuestros sem ejantes, que dejáis en este m u n d o . El flojo, el holgazán se descuida v aun sí adorm ece sobre su m ism a r u ta . y solo la m n cite , por piedad , es la que viene á abreviársela. El h om ­ b re valeroso, el h o m b re h o n r a d o , soporta con pacien­ cia sus t r a b a j o s , y da un paso seguro y libre, el llega en fin al te rm in o fatal d o n d e 1c espera la m adre del reposo e te rn o . ¡O tú , m i q u erid o h ijo , dice el rey al príncipe heredero , repara en ese astro lum inoso que va á acabar su carrera: cuantos bienes n o ha hecho el n la naturaleza en este día ! aquello que m as se le ase­ meja en la t i e r r a , es solo u n buen rev . A estas palabras el m o n a rc a se levanta , v acom ­ p a ñ a d o de su familia y su p u e b lo , y precedido del pontífice, se en cam in a al pórtico del tem p lo para o b ­ servar el ponerse d e l Sol y recoger los oráculos-


L O S IS C A S .

C A P ÍT U L O Y .

PoVTCRA JJU

OBL so r.» -----P fiE S A C IO S F C N G S T o s --------- L t E r . A D A

to s

M E JIC A N O S ,

SOBRINOS

J>B

M O TEZtM A ,

«¿U»

VENIAN À. P E D IR UN ASILO A L INCA.

Lr> corte y el p u e b lo , colocadas en la p la z a , g u a r ­ d a b a n todos un religioso silencio. E l m o n a r c a soto m o n ta los escalones del gran p ó rtico , d o n d e le a g u a r­ d a b a y a el gran sacerdote, que n o d e b e r e v e l a r l o s se­ cretos de las cosas futuros mas que á él m is m o en perso­ n a . ( i ) . El cíelo esta b a r ntoí ices sereno, el a ire en c alm a y sin vapores; d e fo r m a que cu aquel m o m e n to el oviz o n te d e l poniente e ra m uy sem ejante a l d e la a u ro ra . M u y p r o n to , del seno del m a r pacífico, se levanta sobre el C a l m a r , (u) una nube sem ejante á las olas en­ c a r n a d a s , presagio fatal de tm rifa t m solemne. M gran sacerdote te m b la b a , al m is.n o tie m p o que o p e ­ rab a q u e antes d e l ponerse d e l sol se disiparían estos vapores. M a s , ¡ ó c i e l o ; esta nube horrorosa se aumerit a rá p id a m e n te ; se a m o n to n a c o n tra las c im a s «le las m o n ta ñ a s , y levan tán d o se aun d e a llí, parece q u e re r desaliar a l m ism o Dios que se avanza á ro m p e r

( * ' L e estaba p ro h ib id o d iv u lg a r la s c o u is tjtie €Í sa b ia p o r in s p ira c ió n d iv in a . (G a rsilu ro ). P> orno M o rio b a jo d e l ecu a d o r.


2 6

LOS INCAS,

la fuerte barrera que había opuesto d su curso. Este Dios desciende con m agestad, y sus rayos ardientes traspasan por todas partes esas ondas de pú rp u ra ; pe­ ro? repentina m ente el rnal vino á su colmo» XJna señal aun mas terrible se manifiesta en el cie­ l o ; esta es uno de aquellos astros que se creían e rra n ­ tes antes que el ojo prespicnz d e la a stro n o m ía nos hubiese hecho conocer su curso- En e fe c to , era u n c o m eta que , semejante a un drag ó n que vo m ita fuego, parecía venir del o r ie n te , y que volaba hacia el sol» Este astro no es d la verdad en el cíelo mas que una pequeña l u z , ó una chispa a los ojos de) p u e b lo ; pero el gran sacerdote, creyó d is tin g u ir todas las cali­ dades de ese m onstruo prodigioso : el le vela resp irar las lla m a s , y sacudir sus alas a b ra s a d a s ; veía sus e n ­ cendidos ojos seguir el c a m in o d e l Sol pora d e v o r a r ­ lo» P e r o , disim ulando el t e r r o r de que estaba pe­ netrado á vista de este p r o d i g i o , dice al r e y : P r í n c i ­ p e, seguidm e al tem p lo : y a llí, recogido en sí m ism o, y <b spuos de h a b e r estado in m ó v il y a u n m u d o d e ­ lante del I n c a , le habla de esta m anera : d ig n o hijo d e l Dios á quien y o s ir v o , si el porvenir es in e v ita ­ b l e , ese Dios bienhechor no s a h o rr a r á la pena d e pre­ v e rlo , y sin afligirnos mas del p re s e n tim ie n to d e m u ­ chos m ales , él d e ja rá al espíritu h u m a n o su seguedael saludable, y á su t ie m p o , su o b sc u rid ad m i s m a ; y pues que él se d ig n a esclarecernos, n o será in ú tilm e n ­ t e , y los mates que nos an u n cia p u e d e n aut> n o tener lugar. N o os espantéis de los que os am enazan ; ellos son terribles, sí es que debem os c re e rlo s signos q u e yo venao n o se acuerO de observar en el cielo» Esos signos O d a n en tre si m is m o s; pues que el u n o m e d ice que del poniente debe venirnos una g u e rra san g rien ta ¡ m e an u n cia o tr o que un enem igo te r r ib le debe venir á atacarnos de la parte del o r ie n te : pero el uno y el


LOS INCAS.

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o tr o no son m a s q u e u n aviso especial de ese D ios que vela sobre nosotros. P rin c ip e , arm aos do constancia ; porque ser inocente y valero so , n o hacerse digno de m erecer su desgracia y saberla su frir con paciencia, esta es la obligación que lo n a tu ra le z a im pone al h o m ­ b r e : lo d e m a s es s o b re n a tu ra l. El sa ce rd o te , a flig id o , se q u ed a e n uti profundo y religioso silen cio ; y el m o n a r c a , o c u ltan d o su triste­ za en el fondo de su co razón sale del t e m p lo , se p re ­ senta al pueblo con una aparente calm a y serenidad, y le dice: nuestro Dios será siem pre el m is m o : él cuida d e la suerte de su im p e rio y protege sus hijos. E n este tan c rític o m o m e n to vinieron a anunciarle que unos h o m b res d e sd ic h ad o s, perseguidos en su pa­ t r i a , le pedían un asilo 6 im p lo ra b a n su h o sp ita lid a d . Q n se presenten , r c s p v i d o c l f a c a , porque jam as los desventurados e n co n traro n mí corazón inaccesible, ni m i palacio cerrado para ellos. Los estranjem s llegau : ellos eran las tristes reli­ quias de la fam ilia de M o te z u m a , que h u y e n d o de. la servidum bre de los españoles, y a tre v e s a n d o m o n ­ tañ as y r ío s , b u s c a b a n u n refugio im p e n etrab le á sus tiranos. U n c aciq u e joven se presenta á la cabeza tic estos ilustres fugitivos. E n sus p ala b ra s y m odales se re c o ­ noció la h ab itu d de m a n d a r ; una profunda tr is te z a , u n c r u e l d o lo r s e a n u n c ia b a en su sem blante hermoso; pero la alteración de sus c o lo r e s , lejos de m o stra r el a b a tim ie n to , a n u n c ia b a la noble resignación de una alm a g r a n d e , in d ig n a de su desgracia. E l Inca le d ic e : joven csM*anjero, ¿d ecid m e quien sois, de don d e venis, y que golpe de fortuna os ha for­ zado á buscar protección cu estos poises? Inca, le responde Orozirnbo ' este era el nom bre del m e jic a n o ] tu ves un nos. iros los deplorables restos.


3

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LOS INCAS-,

d e u n im perio q u e , cuando m e n o s , e ra ta n grande y ta n rico com o el tu y o . Este im p erio esta ya destruido. L a suerte n o nos dejó o tro m edio que el de escoger ó la fuga ó la esclavitud- N osotros hem os to m a d o el p rim e r partido- 13os inviernos hem os pasado errantes de m o n ta ñ a en m o n ta n a , de bosque en b o sq u e , y m m edio (le los anim ales feroces, hasta que to m a m o s la resolución de b u sc ar h o m b res mas. afortunados que n osotros, y m enos crueles que nuestros enemigos. H a­ ce tres meses q u e , á m erced de los r io s , y ven­ ciendo m il escollos, hem os reco rrid o el circuito de una ribera inm ensa. Los in a le s , los tra b a jo s , las a n ­ gustias que hem os sufrido en este t i e m p o , nos pusie­ r o n muchos veces 11 riesgo d e perder la v id a ; pero la fam a de tus virtudes sostuvo nuestra esperanza. L l a ­ m a n te justo y bienhechor; nosotros venimos á probar sí la fama m iente. Si t u nos d e s a m p a r a s , la m u e r te es nuestro único recurso. EstrangcFO, le dice el m o n a r c a , tn no has puesto e n ­ vano tu confnnza en m i. V en <i m i palacio a repo­ sar y reparar ¡as-fuerzas. Y o estoy in com odado d e e s cu ch a r la relación de vuestras d e s g ra c ia s ; pero deseo y esprro Ijrtcerosbsolvidar. E l cacique y sus com p ifíero*.. con d u cid as al palacio del I n c a , son servidos respetuosam ente. Per-oeste ga­ lla rd o joven rehúsa to d o cuanto á sus ojos piesenta la magnificencia; porque la ostentación y prosperidad, de-, cía é l , son u n verdadero insulto o los desdichados. No o b s ta n te , u n b a ñ o p u r o , vestidas nuevos , u n a mesa a b u n d a n te , y b u e n o sd o rm ito rio s don d e rein a el silen­ cio, estos fueron los prim eros socorros de hospitalidad, que el m o n a rc a ejerció con ellos. E l d ía siguiente, los recibió rodeado de su faroU Jia y de su corte venturosa ; ¿les h¡20 sentar*al rede­ d o r de n i t r o n o , y m an ife sta n d o al joven O rozim bo


LOS LSCÀS. t o l o s aquellos sentim ientos de que los desgraciados son siempre acreedores, le invita á d e sa h o g a r su corazón , á aligerarse del peso de sus penas c o n tá n d o se la s todas. Su recuerdo es c r u e l , dice el c a c iq u e mejicano» l a n ­ zando un ttiste y profundo s u s p ir o ; m a s y o debo á tu sabiduría el tra za r su horrorosa im a g e n . E scúcham e generoso p rín c ip e , y perm ita el c ie lo que el ejem plo de m i patria te ensene á l ib r a r t u s estados del azote que la ha hecho sufrir males in ca lc u lab le s. A estas pa* la b r a s , u n profundo silencio rein a e n la asamblea de los I n c a s , y el cacique prosigue d e esta m a n e ra .


3o

LOS INCAS*

C A P ÍT U L O V I.

O & O 2 I M B 0 , OKO OT. LOS CACIQUES

MEJICANOS , CUENTA Al»

INCA LAS DESGRACIAS D E SU PATRIA-

Hijos del S o l , vosotros sabéis eí curso que él hace a n u a lm e n te : en este m o m e n to m is m o él está sobie vuestras cabezas: hace tres lu n a s que él h a c í a l o m is ­ m o en el país d o n d e j o nací- Esto país se llam a M é­ jico » don d e M otozum a es r e y , y de quien somos so­ b rin o s. Motezuma era V irtuoso, d e un corazón recto* p u r o , generoso y f i e l ; pero m u y frecu en tem en te d e ja ­ b a apercibirse que , en el seno m ism o d e la prosperi­ d a d , n acía u n vicio c a p i t a l , esto e s, se m o strab a no so la m e n te o rg u llo so , sino a u n ind o len te. E n e fe c to , olvidándose que e ra h o m b re , olvidó ta m b ié n que era r e y ; d e forma que su d u rez a estreñía le hizo perder •sus a m i g o s ; su d e b ilid ad y su im p ru d è n c ia le hicie­ ro n c a e r en m a n o s de u n enem igo pérfido, y lie aquí la c a u s a d o todos los m ales q u e ha sufrido. V e in te caciques, todos p o s m l o r c s d e otras tan tas fér­ tiles provincias , oslaban reu n id o s b ajo d e sus leyes. T a n poderoso com o absoluto > abusó d e su fo rtu n a, ó m as bien sus a d u la d o re s , e n tre los cuales bahía ele­ gido sus m inistros» abusaron en su n o m b r e ; V resultó que las u n a s , sacudiendo el y u g o , h a b ia n recobrado


LOS L\CAS.

su lib e rta d ;la s o tra s , m as debiles ó mas tím id a s , ge­ m ían en el silencio, y para rebelarse esperaban el m o ­ mento que él fuese desgraciado; cuando he aquí que llegó la noticia que á la parte del o r i e n t e , en u n si­ tio donde la ribera se encorva , y abraza la m a r ( i ) ano raza de hom bres que se creia que eran dioses, h a ­ bían arribado sobre castillos con o l a s ; en los cuales traían el relámpago , el tru e n o y el ra y o ; que de esas fortalezas flotantes sobre las aguas salían unos anim ales terribles que llevan acuestas esos hom bres inmortales* Otros m il testigos aseguraban que el cuadrúpedo v el hom bre eran una m ism a cosa ; que su carrera sobrepu­ ja los vientos: que sus m iradas eran mortales , que sus dos cabezas de hom bre y de bestia in d ó m ita , dovoraban todo cuanto sus ojos no habían podido c o n s u m ir; v qu" la punta de nuestras flechas se em botaban sobre la duro concha de las que todo su cuerpo era c u ­ bierto. Estas noticias propagaron el te r ro r y el espanto; un gvito, u n clam o r universal de a larm a resonó hasta M é ­ jic o , ( ciudad que era la capital del i m p e r io ) . M o tezum a se t u r b ó ; pero la m ism a deb ilid ad , la m ism a cobardía q u e le hacia tem er todo, le h iz o , desde este in sta n te , descuidar los medios de su defensaE l supo que estos facinerosos codiciosos se c o n v er­ tían en hom bres hum anísim os d fuerza de reg a lo s, v esperaba p o r este m edio sacar buen partido de ellosEn consecuencia envia una diputación compuesta de F ilp u o é y T e n t i l e , unos de los prim eros persona* ge.s del im p e rio , que se h a b ía n siempre d istin g u id o , el ptim ero en la g u e r r a , y el segundo en los consejos. Doce caciques, é n tre lo s cuales estaba!yo, acom pañaron

(i;

E l § o ljo de M e jic o .


3*

LOS INCAS.

á est^i em bajada , y doscientos indios nos seguían c a r­ gados de ricos presentes; veinte cautivos, escogidos en­ tr e los que hacían engordar en los tem plos para sacrifi­ carlos á nuestros dioses, cerraban este cortejo numeroso. Llegamos al cam pam ento de los españoles, que así se llam aban estos salteadores de caminos; y ¡cual fue nuestra ad m iració n viendo que se com ponia su ejerci­ to de solo quinientos h o m b re s! Sí, lo confieso aver­ go n zad o , ellos no eran tnas que quinientos hombres, d e quienes m illones de hom bres tem blaban. Presentárnosos al g efe ... ¡A h ! el pérfido, aparentan­ d o u n aire mngestuoso y tra n q u ilo , ocultaba su malicia V perversidad estrema. P ilp a to c , acercándose á é l , le saluda, y d ice : el m onarca d e M éjico, el poderoso M o t e ï u m a , nos e n ­ via a sa lu d arte, y saber d e tí m ism o quien e r e s , de donde vienes, y que es lo que quieres. Si eres un Dios propicio y b ie n h e c h o r , h e aquí perfumes y oro Si eres u n Dios m aligno y sa n g u in a rio , he aquí víctimas. Si eres solam ente u n h o m b re , h é a q u í frutas para rega­ l a r te , vestidos para c u b r i r t e , y plumas para a d o r ­ narte. JNo, no somos dioses , nos respondió Coitos ('que asi era sil n o m b r e ) ; p e r o , p o r u n favor del cielo, que dispensa á su voluntad l a fuerza, el valor y la inteli­ gencia , nosotros com o lo veis, somos m u y superiores á los indios. Yo recibo los regalos, y detengo los c a u ­ tivos para que m e sirvan , m:is n o para sacrificarlos, n o p ira ofrecerlos en víctimas , porque m i Dios es mi dios de paz que n o se alim en ta de sangre. Ved aquí el a b a r q u e le hemos erigido: sed testigos del culto que vamos á re n d irle > pues que es la p rim e ra vez q u e ha descendido á estos países. El altar era sencillo, y unas ram as d e árboles le* form aban el te m p lo ; un vaso de oro era el pnncjp.il


LOS INCAS.

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o rn am en to ; un pao ligerísim o, de u n a estrema b l a n ­ c u r a , y algunas gotas de un lic o r q u e al p rim e r instau te creíamos que e n s a n g re , y es ú n ica m e n te el zumo de un fruto delicioso > tal fue la ofrenda d e l sacrifi­ cio. Ese culto no tema á nuestros ojos n a d a d e espan­ toso , nada de te rrib le ; ¿ m a s q u ie r e s que y o m ism o confiese u n a v e rd a d ? sea p o r la fuerza d e l e je m p lo , sea p o r el canto d e las palabras d e l sacrificador, y aun p o r el ascendiente invencible que su Dios -toma sobre les nuestro$> nosotros fuim os asombrados de ver el respeto de estos estrangeros , a rro d illa ­ dos delante del a lta r . S í , su s ile n c io , su h u m i l ­ dad y veneración nos hicieron una m u y fuerte i m ­ presión , tal que llegam os á te n e r m ie d o á su Dios. Despues del sacrificio se no s m a n d ó a p ro x im ar al pavellon d e Cortés, que nos recibió con u n aire ta n seco com o si él fuese nuestro a m o : mejicanos , nos d i jo , el verdadero D io s , el dios que vq a d o r o , v el que solam ente debe ser a d o r a d o , pues que él es el au to r del u n iv e rso , quien le govierna y sostiene, aca­ ba de descender á este sitio ; éi m a n d a que vuestros ■ídolos se h u m ille n y d e stru y an á su p re se n c ia ; y es quien nos h a enviado p a r a a b u l i r su c u lto , y enseñaros el suyo. D e rrib a d al m o m e n to , s i , d e rr ib a d a l m o­ m ento vm stros altares sa n g rie n to s, s in tard an za , a r ­ rasad vuestros tem plos a b o m in a b le s , y acabad de una vez d e u ltra ja r al cielo p o r m edio d e ofrendas que detesta; ó reparad e n nosotros los m in istro s ejecutores de su v e n g a n z a . Pilpatoé le respondió q u e si el Dios que no s a n u n ­ c ia b a era el a u to r d e l a n atu raleza entera , él tenia t a n ­ t o poder sobre los corazones c o m o sobre los elementos; q u e de él solo d e p en d ía haberse h e c h o , m u c h o autes, c o n o c e r y a d o ra r en estos países ; que éi debía estar Lien seguro que á su voz se p ro ste rn a ría ei m u n d o e n ­


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LOS I>TAS*

te ro ; el m u n d o que el m ism o había c ria d o ; pero que armase para defenderle , ero suponerle d é b i l ; que el que no tiene raas q u e q n e r e r , para que todo sea hecho, no necesita socorro; y que constituirse él m ism o en ven­ g a d o r, n o daba otra idea que la de que es u n hombr« com o to d o s , que s« ha erigido en Dios p o r sí m ism o. Pilpatoé continuó diciendo : si vosotros, mas ilustrados mas sabios*y mas afortunados que n osotros, vinieseis, á desengañarnos é instruirnos poi solo la fuerza de la razón v la de vuestro ejemplo m is m o , entonces, s í , entonces creeríamos en efecto, que u n Dios se servia de vosotros p a n esta empresa ; pero que la amenaza y la violencia eran unas armas indignas d e u n Dios de p a z , y por consiguiente no podía creerse su exis­ tencia. Cortés, colérico , y al m ism o tiem po a d m ira d o de la respuesta de P ilp a to é , replica que los designios de su Dios eran inconcebibles; que él n o daba cuenta á los humanos, que m a n d a b a en gefe, y q u e n u e s tra obli­ gación era adorarle y reverenciarle. Sin em bargo de es­ to , él nos promete m as que para convencernos no em ­ plearía jamas la fuerza que en opovo de la verdad- Yo no d u d o , decía Cortés , que M otezum a, sus sabios consejeros , y cuantos com ponen su c o r te , conozcan la rid ic u le z , la b a rb a rie y aun la m o n stru o sid a d d e l culto de unos ídolos regados siem pre con sangre h u ­ m ana ; pero el p ueblo, habituado ciegamente, sum iso á sus sacerdotes, y desde la infancia a costum brado á t e m b la r delante d e sus falsos dioses ten ia necesidad de que u n fuerte i m p u l s o , una dichosa v io len cia, le forzase á rasgar el velo del e r r o r y d e la ig n o ­ rancia. Sirvióse el b an q u ete , y C ortés nos a d m ite á su m e ­ sa; pero, observando nuestra in q u ietu d a la vísta de 1o 5 guisidns de carne que nos p re s e n ta b a n , pues que


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¡m agínáharoos cine eran com puestos do trozos de n u e s ­ tros amigos tjuelos s u jo s h a b ía n en aquel día degollado. P e n e tra n d o nuestro pensam iento i nos d ice ; IS’o , esa costum bre im pia y h o rro ro sa n o se usa entre nosotros; de forma que ni la h a m b r e m a s c r u e l , n i la sed mas yora? , n o vencerán jam as n u e s tra repug n an cia por la carne v la sangre h u m a n a * ... ¡ R epugnancia , ó g r a n ­ des d io s e s ! ¿ Ellos n o d e v o ra n los h o m b r e s , pero d e ­ jan por eso de m a ta rlo s? F i n a l m e n t e , ¡q u e im p o rta que sea el b u itre ó el h o m ic id a q u ie n bebe la sangre i n o c e n te ! Despues del b a n q u e te , fuim os convidados á ver sus ejercicios guerreros. ¡ O h ! bien se conoce que esos h om ­ bres crueles nacieron para la destrucción de toda la especie h u m a n a . ¡Q ue estudio p a r tic u la r han hecho so­ bre esto! Ellos delante de nosotros , m ontaban sobre esos anim ales espantosos, á quienes con una m ano gobernaban, y con la o tra hacían b la n d ir la espada relu cien te, y veloz, com o el relám pago m ism o. I m a ­ ginad, sí esto es, imaginad, vuelvo á d e c i r , la ventaja prodigiosa que les J a sobre nosotros l a buida, la viveza y la fuerza d e esos a n im a le s , esclavos altivos dol h o m b r e , y que com baten debajo de él. P ero esta ventaja escesiva no es ta n grande com o la que les d a n sus arm as. ¿ P u d ie ra s tu im aginar jamas el uso que hacen del fu eg o , y d e un m etal duro que los insensatos despreciaban y preferían el o r o , metal precioso, pero inútil á nuestra defensa! ¡P u d ieras tú im aginarte esa terrible m á q u in a , de la cual hicieron un ensayo delante de nosotros! N o , no es posible , el trueno, ia tempestad misma^dcl cielo no es ta n espantosa. I n c a , créeme, que es el genio de la destrucción, es el dem onio m ism o el que les ha hecho un presen­ te de esa a rm a infernal. P ero debes saber también T omo 1, G


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que ella serviría <le m u y poco ó de n a d a , sin la in te ­ ligencia y la concordia de sus m ovim ientos im previs­ to s, ta n to para el ataque c o m o p a r a l a d efe n sa: este aire de m a r c h a r u n id o s , d e desplegarse á voluntad y de reunirse á la voz del ge fe ; este a r t e , d i g o , r e d u ­ cid o hoy e n p rá c tic a y c o s tu m b r e , este e s , s in d u d a , el que los hace invencibles. Nosotros v erdaderam ente desafiamos á l a m u e rte m is m a , la despreciam os com o ellos; p e r o . . . . A estas palabras el joven cacique in clin a su cabeza, oculta sus lá g r im a s , y prosigue d ic ie n d o : P e r d o n a , s e ñ o r , perdona estos sentim ientos d e d o l o r , d e e n o j o , y en­ fado g r a n d e ; pues que h a y m ales por los que el co­ razón es siem pre sensible. Antes de despedirnos, C ortés en cam bio del oro , de las perlas y telas que se le h a b ía n re g a la d o , nos hizo algunos presentes friv o lo s , de m u y poca i m p o r ­ ta n c ia ; pero que su rareza y la novedad nos los hizo m i r a r com o preciosos. Y o n o os h e h ablado hasta a h o r a , dijónos Cortes, m a s que á n o m b re de u n Dios que m e ha escojido para d e r r ib a r y d e s tru ir vuestros íd o lo s , y para erigirle tem plos sobre las ruinas de sus altares; p e ro , no ob s­ tante e sto , reparad ta m b ié n que y o soy el ministro de un re y p o d ero sísim o , d e un m onarca q u e , desde el nacim iento del S o l , reina en unos estados mas grandes y mas íicos que los de M otezum a, v él quiere te n e r por su altado á ese príncipe m ejicano. D e­ cidle que yo vengo á su corte para ofiecerle esta alian­ za , y que Carlos de A u s tr ia , m onarca del O riente, no d u d a que á su plenipotenciario le rindan todos los homenages que son debidos á la magestad y amis­ tad de un gran r e y . Pilpntcé le responde q u e , si su am o era tanr r i c o , tan poderoso como decía , consideraba com o estraño


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y aun increíble que enviase desde ta n lejanos piise* á buscar amigos y aliados 5 que M o te z n m a , sin d u d a , tendría m ucho b o n o r en r e c ib ir su e m b a ja d a ; pero que para penetrar en sus estados era su m a m e n te p re ­ ciso ag uardar sus órdenes. E s p o n e d le , nos dice C o r t e s , que p o r •verle a el en persona h e atravesado los m ares ; que el h o n o r de m i rey exige que m e e s c u c h e ; que sin hacerle in­ ju ria , n o puede negarse á r e c ib ir m e en su corte , y que y o n o sufriría volverme á Esparta o fen d id o , *'w h ab erm e antes vengado*


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C A P ÍT U L O

P r o sig u e

la

n a bd a c io n

vn. àktem o r

.

L a respuesta <le M otezum a llegó m uy prontamente# E l c r e y ó , por meilio de nuevos re g a lo s , c o n ten tar á Cortés que suponía se ofendiese de la d e n e g a c ió n d e su d e m a n d a ; pero este caudillo recibió los presen­ t e s , y persistió en ella. E l estaba impuesto de la m a la inteligencia entre los caciques y Motezuma ; él les había p ro m e tid o a b atir su orgullo y asegurar su in d e p e n d e n c ia , y so­ b re estas condiciones estaba y a recibido com o am igo suyo en el palacio de Z am pocala , donde nosotros le encontram os rodeado d e m uchos reyes , todos feu­ datarios del im perto. Vos v e i s , dice T e n tile á C o r té s , con que m agnifi­ cencia M otezuma responde á la am istad de u n rey que desea y busca la suya; pero las co stu m b re s, los usos y las leyes de su im perio no le perm iten acordaros el perm iso de penetrar mas en sus estados; de forma que, si os deciarais sus enem igos, sereis obligados m u y p ro n to á retiraros V evacuar totalm ente este país. C o r te s , á estas p alab ras, m ira n d o á los caciques sus aliados y am igos con u n aire de risa y de fiereza parece quererlos serenar de la in q u ie tu d en que esta­ ban j y en seguida nos d i c e ; M a ñ a n a iréis a4 puerto,


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don d e m is navios m e esp eran , y a llí sabréis m i reso­ lución. AI instante, algunos d e lo s s u y o s vinieron á hablar­ le en s e c re to ; ¿1 los e sc u c h a , m o stra n d o una grande agitación ; sale con ellos presurosam ente y nos m an d a seguirle. Cortes va al tem plo d o n d e llevaban varios jóvenes cautivos para sacrificarlos á los dioses; porque este dia era uno de los de nuestras grandes fiestas. E l llegó al m om ento m ism o en que las víctim as se ponían en las manos del sacriftcador. E s p e ra d , dice él, esperad h o m ­ bres estúpidos y feroces, vosotros ofendéis al cielo c re ­ yendo hacerle ho n o r. A l m o m e n to m ism o se m e tc e n tre el sacerdote y las v íc tim a s , y m an d a que las lle­ ven á su a le ja m ie n to . T o d o el pueblo estaba entonces reunido en el tem ­ p lo ; los sacerdotes indignados acusan á Cortés de sa­ crilego y piden la venganza en n o m b re de los dioses ultrajados. U n m u r m u llo confuso anunciaba un levan* tarniento ; Cortés, acom pañado de algunos de los su­ yos, m ó n t a l e s escalones del a l t a r , llevando forzada­ mente consigo el cacique, y a l l í , to m a n d o de una man­ ilo ese principe tu rb ad o y t r é m u l o , y con la otra le­ vantando su espada contra é l , m ira al p u e b lo , y le d i ­ c e d e una voz fuerte y amenazante: « Sosegaos, deponed las a rm a s , ó yo le m a t o , y á mas m a n d a ré al instante que todos seáis degollados sin piedad. A l a vista del hierro levantado sobre la cabeza del caci­ que, la voz de Cortés, su am enaza y su estraordinaria re­ solución , se helaron t o á o s l o s espíritus, y la inquietud y el m n v r m ism o se acabó al m o m e n to . ¡Quien no ha de tem er al que im punem ente insulta , desprecia y ofende á los dioses! Según su valor y su arrogancia el parecía mas bien un dios que un h o m b re . E l hizo lle­ var á su presencia los sacrificado res, que se babiaa


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escond¡do|detr*$ d e los altares: a h o ra bien, dice el, ¿ p o r que vuestros dioses no os defienden ah o ra ? ¿ n o vengan el sacrilegio que decis que y o he hecho á su templo ? ¿ q u ie n los d etien e ? ¿qHÍen se lo estorba? Yo n o soy m as que u n m o rtal ; luego ¿ porque ellos n o m e d e s tr u y e n , no m e hacen m il p e d az o s, puesto que tengo la osadía d e insultarlos ? (Vuestros ¡dioses son i m p o te n te s ; ellos n o son o tra cosa que unos fantasmas producidos por el' delirio y e l m iedo. ¡C o m o queréis que span dioses buenos los que se m an tien en de san­ gre y d e carne h u m a n a ! ¿Podréis-vosotros creerlo? K o es posible ; y si es que lo creeis y o ta m b ié n creeré que soiscopaces dé a d o ra r los entes mas m alignos. A b ­ ju ra d , retractaos, dejad ese c u lt o execrable, y en h o n ­ ra y gloria del verdadero D i o s , renunciad á esos í d o ­ los m onstruosos que nos vais á ver d estro zar, á pisar­ los , á reducirlos en p o lv o , y esparcirlo por el a ir e , p ara que de ellos no baya vestigio alguno. Esto d i j o , y aprovechándose del profundo te r ro r en que estaba el pueblo, m an d a á sus tropas que d errib e n nuestros dioses colocados en los a ltares, y de a r r o j a r ­ los del tem plo. P o r colm o d e s u im piedad nosotros esperábamos ver que el tem p lo se cayese sobre estos profanadores; pe­ r o el tem p lo qued ó inm óvil, y nuestros dioses, d e rr i­ bad o s, rodados p o r las calles y plazas, hechos el ju­ guete y escarnio d e ^la so ld a d e s c a , n o to m a ro n ven­ ganza. E l e stran g e ro , e n tó n c e s, con u n aire sereno dice al pueblo: v e d a h i vuestros dioses. A esos sim ulacros va­ n o s , á esos espectros h o r r i b l e s , es á quienes habéis sacrificado m illo n es de vuestros semejantes. A b rid los ojos y te m b la d d e vergüenza. S e g u id am en te, hizo ve­ n i r los jóvenes q u e fueron arrebatados p o r él m ism o de la m a n o d e los sacerdotes: Hijos m ío s , les dice,


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vivid ; d a d la vida á otros h o m b res , h a cé d se la dulce» tranquila y afortunada á los que os h a n d a d o el ser,, y estad prontos para el m o m e n to en q u e vuestro p r ín ­ cipe s o b e ra n o , vuestra patria y v u e s tro s a m ig o s ten­ gan necesidad de ella p ara sacrificarla e n los co m ­ bates. Vosotros veis, nos dice , que v o te n g o a lg u n a razón, para penetrar hasta la corte del e m p e r a d o r M oteznm a. Hasta m a ñ a n a . I d al puerto , y a llí ju zg a re is si ese m onarca es prudente cu persistir n e g á n d o m e au au­ diencia. i n c a , t u n o puedes co n ceb ir l a re v o lu c ió n repenti­ na que se hizo en todos los espíritus , c u a n d o el pueblo se aseguró de la destrucción de lo s dioses. O i m a s í n a t e ver una m u ltitu d d e esclavos d e s h o n ra d o s , sometidos desde su n a c im ie n to a l y u g o y á las ca­ denas de sus tira n o s, y que de re p e n te se e n c u e n tra n gozando de su libertad: tal fue el pueblo d e Z a m p ó la . Ai p rin cip io , algunas reliquias d e d o lo r tu r b a b a n y aun rep rim ía n su alegria ; porque CTeiaque l a vengan­ za de nuestios dioses estaba en a q u e l m o m e n to como adorm ecida para mostrarse despues moa rig u ro s a y pal­ pable. Pero» cuando el vio sus dioses m u tila d o s y a r r o ­ jados fuera del tem plo, entonces h izo bien v e r que su. culto n o había sido jam as o tra cosa que el t e m p l o del te m o r, y que detestaba desde a q u e l i n s t a n t e , de todo su corazón , los dioses que su boca h a b í a im plo­ rado* .. • Sin d u d a , dice el In ca , no es p e rm itid o a l hom bre a m a r y a d o ra r m as que á u n ente justo y benéfico, tal com o ese que os anunciaban y a d o ra b a n esosestrangeros de cuya opinión soy ta m b ié n . R eparad, d ice el cacique, reparad , vuelvo á d e c ir , que esos estranjeros n o son personas racionales, sin o tigres q u e adoran á otro ti­ gre ta n feroz y sanguinario com o ellos m ism os. Ellos,


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Te aquí la prueba, nos anuncian un Dios de paz,, m Dios propicio, manso, benigno y afable; peio tened por seguro que esa doctrina no es propiamente otra cosa que un lazo, una trompa que ellos ponen a la credulidad. Su Dios, lo repito, es cruel ( i ) , inplaeoble y mil veces mas furioso y sediento de sangre que todos los dioses qne ha vencido. Sabe pues que, á nuestra vista, ellos le han inm o­ lado mas de un millón de víctimas: que en su n o m ­ bre han hecho correr ríos de lágrimas y sangre, y que él no se ha saciado aun. Pero permíteme prose­ guir, y bien pronto te haré conocer y detestar esos impostores. Al día signiente nos llevaron al puerto, donde es­ taba la flota de Cortés. T o d o cuanto habíamos visto el día anterior, lo que habíamos entendido, el ascen­ diente que tomaba este hombre estraordinario sobre el espíritu de los caciques y pueblos, sus virtudes apa­ rentes, el poder de su palabra, el exterminio de nues­ tros dioses, y el triunfo de el s u y o , todo esto nos su­ mergió en un abismo de reflexiones funestas por nues­ tra s u e n r futura.

f i ) B a rto lo m é Je L a s C a s a s , después de h a b e r hecho á C a rla s V . la p i n tu r a m as n e q r a J e la s c r u e l­ dades co m etid a s en e l A u e v o M u n d o : « l·'ed a q u í, d i« ce é l , c u a l es la c a u sa ú n ic a de que lo s in d io s se « b u r la n d el D io s que a d o ra m o s , y p e r sis te n o b s ti­ ti fiadam ente en su in c r e d u lid a d : e llo s creen q ue el « D io s de los C r is tia n o s , es e l m a s m a lig n o de todos « los d io se s, p o rq u e los c r is tia n o s que le sirv e n y' « a d o ra n , so n lo s m a s in icuos de todos lo s h o m b re s. »

( Descubrimiento d e las Indias occidentales • p. 180 )


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No obstante , desde la altura de la costa, veíamos con admiración las grandes canoas , cuya estructura nos parecía prodigiosa; sus largos costados son una ensambladura de maderas sólidas que artificiosamente Lan sabido encorvar, labrar y dar una forma conve­ niente; sus olas son de telas pendientes, de tallos de á r ­ boles tan aífcos como nuestros cedros ; es:is telas flotan­ tes se dejan inflar por los vientos, á quienes estos fortohfc iS móviles obedecen ciegamente , y una sola ra­ m a . puesta á la extremidad de la canoa, sirve para dirigir su curso. Mientras nos ocupábamos de esta asombrosa indus­ tria, llegó Cortés, acompañado de los suyos- À 1 ins­ tante mismo sos soldados se meten en los barcos. C rei­ mos por el momento verlos partir para siempre; pero esta falsa alegria , esta vana esperanza fue repentina­ mente seguida de un profundo dolor. Nosotros vimos despojar de todo á estos vastos edificios: palos ? vela­ je, cordaje, metales, e t c ., todo fue tomado; y Coitcs con el fuego en la m ano , dando ejemplo á su tropo , le prende á uaa canoa, y bien prouto todas fueron r e ­ ducidas á cenizas. Mientras que la llama las consume, Cortés, con una tranquilidad insultante , con una indiferencia estrem:i nos m ira y dice: Mientras que yo tuviese los m e ­ dios de alejarme de estas costas, Motezumapxlrin d u ­ dar sí yo persistia en mi resolución. Mejicanos , de­ cidle lo que habéis visto , y que se prepare á lecibirme como amigo ó enemigo. Tal fue la arrogancia con que él nos envió.

T omo L

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CAPITULO VIII.

C o K T i > ’U AC lO> D E L CAPITULO A N T E R I O R .

M -tezaun esperaba m»-»stra vuelta con la mnvor impaciencia. Luego que llegamos reunió sus ministros y sacerdotes pavo escuchamos. La presencio de esos últimos ruis hizo disimular hasta que erado de hum i­ llación y de oprobio el dios de Cortés había cuhieilo los nuestros, pero el resto fue espuesto fiel y simplemente. El monarca nos oía con aquel asom­ bro estúpido, que parece querer interceptar al al­ m a el pensamiento y la voluntad. Esos cstrnngeros, dír*-, tienen sobre nosotros un ascendiente que me asombra. Todo cuanto me contáis me parece un pro­ digio; si, lo confieso, yo veo cu ellos alguna cosa de divino. hilos son , no hoy duda , mas ilustrados o industrio­ sos que nosotros , le dice P ü p a to c ; p e ro á pesar de sus luces y de sus conocimientos útiles,ellos no son inmor­ tales, pues que. como nosotros, están sugetos 4 la hambre, ni sueno, al dolor y á todos los males y necesidades de la vida- Su a l m a , así como su sangre , se escapa , co­ m o la de un indio, por la picadura de una flecla : he aquí lo que yo quería saber* lo demás importa poco. M ol,zuma, á quien este discurso debía inspir ar Yaior, lejos de mostrarlo, miraba i los sacerdotes co­


L O S INCAS*

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mo quien desea leer en su semblante y sus ojos l o q u e /Ubia resolverse. Entonces, el pontílice se le v a n ta , y cun una gravedad que impone respeto d i c e : S e ñ o r , no os admiréis de la debilidad de nuestros dioses , ni del estado de decadencia en que se encuentra al pre­ sente su divino poder* Nosotros hemos invocado a l formidable dios del m i l , el poderoso T e l c a le p u lc a . El se. nos apareció sobre el templo , en las tinieblas de la noche y en medio de espesas y negras nubes que arrojaban el rayo* Su cabeza era tan e n o r m e q n e to­ caba al cielo; sus brazos estendiendose desde el m e d io ­ día al norte, puecion querer amagar toda la t i e r r a ; su boca estaba lleno del veheno y la peste que a m e n a ­ zaba exálar; en sus ojos melancólicos y hundidos cen­ telleaban el fuego devorador de la h a m b re , carestía, gran falta de bastimentos, la enfermedad y la rabia. E l tenia en una mano los tres dardos de la guerra , y con la otra rompia las cadenas del cautiverio* Su voz, semejante al ruido que hacen los vientos y t e m ­ pestades, nos hizo entender estas polabras terribles: Se me desprecia y sobre mis a lta r e s no c o r r e j a o t r a san* g re que la d¿ a lg u n a s v ic tim a s f l a c a s . ¡ D o n d e es­ to aquel tiem po en (¡tic veinte m il c a u tiv o s se d e c o ­ lla b a n en m i te m p lo ! E n sus bóvedas re tu m b a b a n co n tin u a m en te a je s y g rito s d o lo ro so s q u e lle n a b a n m i co ra zó n de la m as g ra n d e a le g r ía : m is a lta r e s n a d a b a n en s a n g r e , y la g ra n d e p l a z a , s itu a d a a l rededor de m i ta b ern á cu lo , abund.iba de o fr e n ­ das- M otezntna h a olvidado que y o soy T c lc a le c u lp a , y que todos lo s m ales y castigos del c ie lo s o n los m m -s tr o s de m i c ó le ra ■ Que e l a b a n d o n e los o tro s dios. s , es siem pre un g ra n cruncn¡ p e r o o lv id a rse d e l dios d -l m a l es el colm o de la im p ru d e n c ia .

MotfZ'ima . asombrado de un tal prodigio, orde­ na ul instante que mil cautivos escojidos fuesen ¡n-


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luolndos á ese dios; que en su templo todo abunde para entolda ríos con presteza ; y que inmediata me ote se celebrase no sacrificio solemne..*. Acabando de decir estas palabras , el Inca te m b la n ­ do esclama : jQue , en un solo día mil víctimas! Que quieres t u , le dice el cacique, tantas ca^ amidades han nillgidoel país, que el hombre débil y desdichado ha mirado el dios det m al como el mas poderoso . y por desarmarle cree deberle rendir un culto bárbaro y sangriento, un culto semejante a el mismo- Yo te lo lie dicho v a , si, yo te he dicho que esos estranjrros le sacrifican víctimas humanes como nosotros mismos. S í , vuelvo á decirte ¿ á que otra divinidad ofrecerían ellos tantos homicidios? Este es]y señor, el secreto que nos ocultan; y es por ese medio, sín duda , que ello* se granjean la gracia de ese dios sediento siempre de lágrimas y sangre. El indolente monarca crevó haber remediado torio ordenandoel sacrificio; pero, sin embargo, su enemigo se avanza sobre Méjico. Vencedor ya de nuestros veci­ no?; los Talascalas y ayudado por esos misinos, Coiiés se presentó con su ejército. Es en esta ocasión que Mo­ tean m ano pudo disimular su cobardía. El quiso ensayar mm$i podía contener los españoles á fuerza de rásalos, y en consecuencia les ofreció partir con ellos sus teso­ ros inmensos, y contribuir con cuanto fuese ne­ cesario para construir y equipar una nueva flota, sí querían volverse á España: ¡miserable recurso ! esto rio produjo otro efecto que el demostrarles su impo­ tencia misma , aumentar el orgullo de Cortés, c inci­ tar aun su avaricia insaciable. Así pues sucedió: [jor­ que Cortés mas obstinado v arrogante que nunca , d e ­ claró r u é en vano creían alucinarle con presentas que él menospreciaba; que el oro no borraba las manchas que iiaciao á la injuria, v que la afrenta que le lia-


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binn hecho no se podía lavar sino con sangre. list.i v illa, suntuosa en otros tiempos, Méjico, que no es ahora mas que ruinas, está situada en medio de un higo grande y profundo, donde se arriba por d i ­ ques que podrían cortarse fácilmente ; pot* el que ve­ nia Cortes, atravesaba la capital donde reinaba m i padre , y por d s putar este pasa ge pidió sus Órdenes a Muti'zunvi; mas no habiéndoselas dado, fue preciso recibir á estos estcatigeros como nuestros amos, y aun prosternarnos delante de ellos. ¡Oh como yo tem ­ blé! ¡como yo detesté la orden absoluta que nos for­ zaba á este infame abatimiento ! ¡que vicio, que cri­ men en nn rey! ¡que esceso de debilidad? É l vino personalmente y desarmado á prosternarse a sus ene­ migos, esforzándose en ocultar su vergüenza bajo su vana magnificència; é! los recibe con todas las mues­ tras de amistad y alegría, les colma de presentes, les invita á alojarse en el palacio de su pul re, llamado Alayca, é inaccesible para nosotros, no $t deja ver inas que de ellos. Cortés, el mas cauteloso de los hom­ bres , le adula, le alucina con falsas palabras, y ga­ na su confianza, en tanto grado que le lleva al palacio que ocupa con los suyos, que desde este instante fue cambiado en verdad cía fortaleza. ¡ A h , escJama el cacique, aquí fue donde la^ perfi­ dia, la insolencia y el ultrage llegaron á su colmo! En medio de su capital, en medio de su pueblo, y en el palacio mismo de su p id re , Motczuma él mismo se retuvo cautivo en rehenes de estos facinerosos. Pero ellos lucieron mucho mas que esto ; pues que, por aca­ bar de abatir y envilecer el alma del monarca, le en­ cadenaron como á un esclavo, ó por mejor decir, co­ mo á u n c rim in a l. Motezumn, á quien su orgullo y su arrogancia le habían abandonado, tendió las manos y sin quejarse recibió esas ligaduras infames♦


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Piinsto en lib e r ta d . y avergonzado de su debilidad * pn tendió ocultarla Á su pueblo, á su coite y á sus m i­ nistros mismos. Él dijo que por medio de una pena voluntaria , venia de espiar la muerte de algunos de Ins soldados de Cortés(t} muertos en los campos de Zampóla: él permitió que á su vista misma fuesen qneniados vivos los indios que habían ca stigado la ¡nsr'b-ncin de los soldados españoles. Yo vi á ese valien­ te Colpoca qnn en el m otín, causado por esos bando­ leros, habin muerto él mismo dos de est^s; yo le vi, repico, presentarse a nosotros trayendo en una mano la cabezo de un castellano , y en la otra la flecha en­ sangrentada a u n , y con la que le habia atravesado el c uerpo; yo le ví ese hombre valeroso, que jamas cono­ ció el mif'Jo; ese hombre tal q u e , si Méjico hubiera tenido veinte como él, esta ciudad y el imperio no se habría subyugado: y o l e vi perecer entre las llamos: Cortés mismo mandó que le arrojasen vivo al brose3Q. ¿ Ves ese joven que llora ? ese es su h e rm a n o ; él iba á abrasarse con é l ; mas yo le detuve, y dije: ¿que vas á hacer, quieres abandonarnos? ¿deseasmorir antes de vengarte ? Motrzurna se desentiende de todas las violencias)' afren­ tas; ó! alababa la bondad de Cortés; él fingia (pie es­ taba libre y gustoso en medio de las centinelas que le Lncian te m b la r , v á quienes llamaba amigos. Este desventurado principe invita su pueblo y sus cortesanos ii venir á festejarle* El bien de su imperio, la conservación de la paz, las ventajas que resultaban

( i ) E $ / o $ e ra n E s c a la n te y siete españoles m a s. ele cu tre los q u e h a b ía n dejado en l^ e ta C r u z , y que d i o s to m a t on p a r te en los m o tivo s conlt a la s tro p a s d el im perto.


LOS INCAS.

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de la nlirmza con los españoles, r d i a n n qno no t^uin otro objeto que el di* esrlnvizarnos , y filialmente. l:i voluntati d<* ios dioses: de todo esto se valió para i m ­ ponernos una ciega obediencia y un respeto nligloso» El mismo aparentaba estar 1ibre delante d e los imsiads de quien era esclavo. Kl prevenia ia v o lu n ta d de C o r tés por dispersarse de ejecutada: de forma que ¡nipa­ nto á si mismo las mas duras leyes, de m iedo que se las dictase ese caudillo osado. A la avaricia de estos a m o s , p r o d íg a la monto* nes de oro ; él ofreció rendir á su príncipe un h o m o nnge que su mismo orgullo quizá no habría exigido de él, y creia dar á este acto de d o b i l i d a l y subor­ dinación la apariencia de la justicia y de )n magna ■ nim idad: de forma que no tenia pena de envilecer* Se por sí mismo ton tal que otros no le forzasen á ha ceilo* Solamente á sus dioses, á esos espectros h(.mo­ rosos que le habían engañado y hecho traición mil veces , esos fueron Ies únicos a q u :erus defendía con una noble constancia; ñero el honor , la bbejt.uL los bienes de su pueblo y de su corona > todo fue abando­ nado á esos insolentes o p m o r i s . Motezumo esperaba al fin q u e , colmado*' de regalos y apaciguarlos por sus condescendencias, nos dejai inn libres. As! lo prometieron ; pero el cielo contradifo sus votos; porque bien pronto supimos que nuevos la­ drones públicos procedentes de las mismas legiones, venían á aivebnturfcs el ñ u to de su conquista por fuer­ za ó por engaño: de forma que Cortés , obligado á c o rn atillo s , no podía dejar en l«a ciudad mas qu«»un muvpcqueño númevo de sus tropas*, pero aunque tan pequeño, Moteztmvi, asombrado, a luí ti do. Latamente ere yó que era imiv superior n las frunzas tic >us vasa­ llos, (pie, aprovechándose de una tan favor ;d be. co­ y u n tu ra , jxd.an su l i b e i u d ; y el m o n tu c a . o h u d j-


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L O S IN C A S .

do de esta súplica, respondió que él no era esclavo; que su conducta no solamente era sabia, sino aun mas voluntaria que jamas; en fin , d ijo , enfurecido, que se había adherido á los esp inóles , que los habin prom eti­ do su amistad, y que no quería darles lugar á quejar­ se de é l , como de un hombre sin palabra y sin fé. Motezumn estaba tan entusiasmado de esta ilusión qu'* todo el horror del crimen del cual tu vas a tem­ blar , apenas pudo desengaña i le. En este tiempo se celeInaba nua de nuestras grandes fiestas , y era de costumbre en estas solemnidades rendir un hom enaje á ios dioses por medio de danzas públicas. La flor de la juventud la mas brillante se hacia distinguir por su magnificencia, y Motezuma , confiado en la paz prometida, quiso que estos ladrones á quienes llama­ ba sus luir spedes, estuviesen presentes á ese espectácu­ lo numeroso. Ellos eran muy pocos, pero armados y nosotros indefensos. Imagínese ver linces v leopardos errantes al je d e d o r d e una débil manada de machos cabrios, ó de gamos pacíficos. La sed de sangre q u e b s devora se altera sordamente en el fondo de sus cutianas; s♦? aproximan sin hacer iu:do, ocultan su rabia,y irp. ntimímente acometen y hacen una car­ nicería horrorosa* !)*• esla misma suerte veíamos los castellanos, testi­ gos de mies tros fuegos pacíficos , \ a rodeándonos, ya observándonos con uria envidia tal que el o ro , las per­ las y los diamantes de que estábamos adornados fue­ ron el incentivo de esc ardor furioso contra el cual nada hav reservado, nada saciado en la ticira. Atónitos de ver estas alajas y dándose unos á otros la señal (i)

(i^ La señal fue Santiago y á ellos.


LOS INCAS.

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para el asesinato y el pillage, sacaron sus espidas, y degollaron todos los indios de la danza, cscepto aque­ llos que la fuga pudo librar de sus manos homici­ das Despues de una carnicería tan espantosa , se de­ dicaban al pillage de sus mismas victimas con tanta alegría, tan insensibles á los clamores délos moribun­ dos, corno las bestias feroces. A vista de un crimen tan a tro z , no nos quedaba otro medio que el de deshacernos de unos tales traido­ res, ó de m orir antes que ser sus esclavos. Motezumn, débil siempre, pretendió entonces justificar la conduc­ ta de los españoles, ó al menos disculpar este atroz atentado; p¿ro nadie le creyó: el sentimiento del pue­ blo, su ira, su cólera furiosa se manifestaron contra él de un modo palpable y decisivo. En tan críticas circunstancias vino en masa al pa­ lacio de mi padre á suplicarle le ayudase a recobrar su libertad. ¡ O padre mió! esclamó el joven cacique, si el salvar la p «tria hubiera consistido únicamente en el va­ lor, la prudencia y el caráctev firme, ¡quien mejor que tu habría merecido el honor de ser su libertador? En efecto, mi padre se pane á la cabeza de este pueblo ofendido, fuerza ai enemigo á retirotse á lo interior de la fortaleza , sin que ninguno osase mostrarse , v le sitia por todas partes. Entonces se nos anunció que Cortés volvía de España.


L O S 1INCAS.

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CAPÍTULO IX.

C onT ixu A cioy n u . c a pít u lo a n t e r io r •

Este facineroso afortunada* viéndote libre de Narvnez; *?»e rival que venía á disputarle tu presa, ndóvzó sus tropas con las de este ( i , y entonces mu» activo que nunca, se pon* en marcha por Méjico, llega á sus muros, y estraña el profundo silencio que reinaba. En­ tra en la ciudad con mucha desconfianza, y al fin pe­ netra hasta su palacio > y se cncieun con sus compa­ ñeros. Mi padre, que no !e perdió de vista hasta este punto, entendió los gritos de alegiíacon que fué recibido por los soldadossitiodos. Mañana, lesdijo Cortes, mañana esos gritosde viva, serán cambiados en m u e r a . En efec­ to, desde el (lia siguiente, t( do el pueblo se puso sobre las armas, y mi p d r e mandó dar <1 asalto. Inca, rste momento fué terrible. Si el p d ig ro hubiera solo con* sistidoen franquearnos la entrada sobre mura lias guarne* (i)

( i ) L a co n d u cta de. C órtese>* e sta o casión es m ir a ­ d a com o an>f d é lo s m ejores acciones de su vida ^ c a ­ se A a to m o de S o h s .


L O S U N TA S.

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eidas de espadas y lanzas, esto no inerme ia cotitarse. Figúrate una muralla de fuego, un t e m p l e n fulmi­ nante, de d o n d e , en medio del h u m o y las llamas salía continuamente una granizada h om icida, y true­ nos espiritosos de los cuales cada uno llevaba consigo mismo la m uerte: de forma que nuestros iridios, cu­ li iortos de la sangre de sus amigos, que saltaba ai rededor de ellos» m a rch a b an al ataque sobre montos do cadáveres ; pues tal era su valor, su rabia y sus de­ seos de venganza. Un trabajo obstinado se empleaba en drtstrnzar los muros v las puertas; con las lanzas se firmaron escalas» y los indios muertos sirvieron de parapetos á los que babian ya m ontado; de forma que cuando dentro del p lacio de Cortés reinaba la confu­ sión y el asombro, afuera el furor estaba en todo su colino, y 1a victoria habría sido nuestra si el Sol no nos hubiera privado de su luz, y forzudo á suspender el combate* Por la noche, con flechas inflamadas prendimos fuego a los techos del palacio funesto : el incendio y el horror disperte á los españoles, y mientras que ellos se ocupaban con Cortés á apagarle , nosotros descansa­ mos un poco; pero, al rayar la aurora, todos tenía­ mos las armas en la mano. El enemigo lince una salida ; la ciudad entera se convierte en campo de batalla; nuestra sangre conia pur todas las calles ; pero tuvimos también el gusto de ver correr la de los castellanos* L a carnicería cesó al anochecer, y Costes y los suyos volvieron a eneerr a 1 se •

Mientras que nos empicamos en enterrar nuestros muer­ tos. el enemigo construyó torres ambulantes paia corríl«ntir desde ellas v estar á cubierto d é la llnv-a de pie­ dras qru1 incesantemente caía sobre d i o s , y arrojaban los nuestros que estaban en los techos, obstante ,


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IO S INCAS.

m i pndre se <ipilcó á evitat el desorden que o r d in a ria ­ m e n te ocurría al tie m p o de! c o m b a te , v de c a v a Tai­ ta procedían perjuicios y daños irre p a ra b le s; él e m p^zó á ejercitar sus guerreros p o r m ovim ientos u n ifo r ­ mes, estableció sus puestos , dispuso sus ataques, d i r i ­ gió s*i b ¡amerite una honrosa retira d o , aí paso que c o r ­ taba la del enem igo. La c iu d a d , fundada en m edio de u n Jago, estaba cortada por canales, cuyos puentes, f á ­ ciles á rom perse, podían dejar' grandes fosos insupe­ rables á nuestros tiranos, ventaja de la cual quería m í padre supiesen aprovecharse los nobles mejicanos. Hijos m ío s , nos d i c e , guardaos b ie n de ese o id o r ciego que os quita La lib ertad de pelear unidos y de un co m ú n acu erd o : la m u ltitu d es siem pre débil , y cuando un pueblo carga en tropel al e n e m ig o , su valor se debilita por su n ú m e ro . Observad en vuestros m o v i­ m ientos el orden que yo os be p resc rito , y entonces vo os salgo garante de la victoria- N o porque cueste caro debem os aquí desalentarnos; si no reparásem os en nuestras pérdidas , m as valdria re n u n c ia r á las es­ peranzas de vencer. Mas en el m o m e n to del com bate, ¿com o pudiéramos con la fuga, evitar la m u e rte que nos aguarda en m u s ir á s casas m ism as, en los brazos de nuestras mugeres é hijos? Sabed que la l i b e r t a d , l a v enganza, la gloria de h a b e r servido Jnen á vuestra p a tria y á vuestro re v , n o la hallareis sino conm igo, en m edio de vuestros enem igos vencidos. E n fin, vieron salir del palacio d e C oités, aquellas to rres llenas de h o m b re s a rm a d o s , tirados por v a lie n ­ tes cuadrúpedos, y cuva cima v a c ila n te a rro ja b a a s e la ­ dores fuegos; m as las piedras enorm es que llovían de lo a lto de las casas, las d e rrib a ro n p r o n to , é h iciero n m il pedazos Peleóse entonces en descubierto, sin c o n ­ fusión ni desorden. L a matanza era h o rrib le . En m e d io del incendio de nuestros palacios , adonde el en e­ m ig o llevaba la a n to r c h a , m archaba el furor en sílcn-


LOS INCAS.

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rio , v adelantábase la muerte á pasos lentos. Cada tt i acheta era un puesto ¡lacado y defendido con un valor igual. El enemigo no nos llevaba otra ventaja que la de aquellas armas terribles, imagen del ravo, que seguían su ejercito; ¡ mas que número ó que valor Seria capaz de compensar esta ventaja! No otra cosa hizo dudoso el éxito de un combate tan largo, tan encarni­ zado y sangriento. Al fin, cediónos el puesto el ene­ migo, mas bien por cansado que vencido Mi padre, señalándonos entre los muertos am as de cuarenta de aquellos foragidos i ' , nos hacia esperar el exterminio de los demas. Animo, nos decía: con otros dos combates como este, quedará libre el imperio Mejicano. El pueblo miraba con ansiosa alegría á los castella­ nos estén d ¡dos á sus pies; contábales las heridas, y ca­ da cual se atribuía la gloria de haber causado alguna. En medio de ellos, todos juntos esclamaban. esos e s· tra n je r o s no son in m o r ta le s •

Alentados con este espectáculo, aguardaron con im­ paciencia el asalto determinado pira el dia siguiente. El fue tal que nop*>dian sostenerle los sitiados. Apro­ ximábase el pueblo á los muros, para superarlos v ganar el primer recinto. Entonces Cortés desesperado, foizó a Motezuma á que se presentase en la altura del edi­ ficio, v nos ordenase cesar el ataque- Obedeced monar­ ca: manifiéstase y hace señas , para que se le escuche. Su presencia suspende el asalto, y el pueblo lleno de respe­ to colla, se prosterna y dispone á oirle. Motezuma en­ tonces, en voz alta, dio gracias a sus vasallos por ha­ ber intentado libertarle; pero que supiesen que él ts-

( i ) L a s dos terceras p a r t e s de tos españoles >y e n tre ellos C o r té s, h a b ía n sido \c r id a s e n este com bate.


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LOS INCAS.

taba libre y en medio desús amigos» los cuales con­ sienten en retirarse desde m a ñ a n a , con tal que en el instante mismo se depongan las a rm a s , y en señal de paz cese toda hostilidad. Yo lo quiero asi, añadió el monarca, y yo os lo mando. Obedeced á vuestro

revLa multitud, á esta voz, quedó indecisa y vacilan­ te; pero di i padre le respondió: Si estás libre, o gran r e y , salta y ven á reinar so­ bre nosotros; mas en el entretanto no escuchamos á un desventurado príncipe á quien se obliga á pronun­ ciarse contra su voluntad- No, hijos míos , añadió mi padre, no es un rey quien os hablo, sino un cauti­ vo á quien se amenaza, y que olx doce á la ley impe­ riosa de la necesidad. Su boca pide la paz, pero estad seguros que su corazón clama por la venganza. Ven­ gadlo. pues, sin dar oídos á lo que dictan sus tiranos. A estas oalibras recomienza el asalto: piden al rey que se aleje; pero el enemigo le detiene y le espone á nuestros tiros. Mi padre, temblando por él, quiere que embistamos por otro laclo; mas fue inútil porque una piedra fatal, descalabra a Motezuma , le echa por tierra, v al fui exala su último aliento en manos de sus enemigos, t i pueblo, al verle caer, dá un grito terrible de dolor, y huye despavorido, como si se hu­ biese hecho culpable de un parricidio. Bien pronto el enemigo nos envia su cadáver desfigurado. Cércale a! momento una muchedumbre llorosa; y maldiciendo la mano que mató al monarca, llena el aire de hor­ ribles alaridos, c inunda el cadáver con sus lágrimas. Jfmtanse los caciques, V mi padre es elegido povsu­ cesor de Mnt'Ziitna. Desde el mismo instante, uu imevo p'an de at que y de defensa acaba de desconcertar 3 b s enemigos. * Mi pac!le premió la lentitud de un sitio a la vive**


LOS IIxCÀS.

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z?. de los asaltos, siempre sangrientísimos. Hizo colo­ mí' sus tropas en un recinto inaccesible al fuego ele lu$ españoles . y rodeólos de parapetos v trincheras. Adelántanse los trabajos, v Cortes, temeroso, medi­ ta su retirada casi al momento decisivo. Mi padre, que había previsto que Cortés aguardaría, la obscurid id déla noche para favorecer su retirada, hizo r o m ­ per los puentes del dique, y rodeó este con una m ul­ titud de canoas llenas de iridios diestros en el manejo ele 1 arco v d e lü piedra- É l mismo, puesto á la cabeza de los caciques, quiso cargar la columna de los ene­ migos, y todo fue ejecutado con un celo csrestvo, tal que los indios quisieron subir al d que, y su impruden­ cia costó la vida á una muchedumbre de ellos. De las tropas de Cortés , perecieron á nuestras manos dos­ cientos soldados españoles y mil indios aliados suvos: los demas se salvaron con la a vuela de un puente levad.zo; v cuando el día vino á descubrir Ja carnicería, encontramos á ios castellanos (cuva muerte nos había vengado) llenos del oro que nos habian robado, y cu­ yo peso les habia «abrumado y hecho ceder en el com­ bate: así el oro lúe una vez útil á nuestra defensa. En este combate, que habia enrojecido con sangre la la^jpi na de Méjico, mi padre recibió deis heridas mortales. Cuando llegaba su última boro, me Uomóy dijo. H:jo mío, va ves el fruto de un mal gobierno. Esos forajidos van á hacerse rnas fuertes con el nusilio de los pueblos que Mntezmna ha lucho gemir tan­ to tiempo. • Av ! vo preveo al m orir la ruina de mi patria: no sov tan desgraciado, pues no la sobrevivo, v al íln, muero con el consuelo de haber hecho cuanto he podido por libeitarla hasta tni últim o aliento. Defiéndela tu como Y O , aunque no ha va esperanza de conseguir su libertad, y seas el último q u r peiczrano­ blemente paleando sobre sus minas D . c u ó s estas r>«v-


53

LOS T-NCAS.

labras. y o me sentí estrechar sobre sus brazos, y espi­ ró al instante m is m o e n questis labios fríos me habi3i» dado el ósculo de paz.*..

Un recuerdo tan cruel y tierno conmovió tan viva­ mente ni héroe mejicano que su voz quedó apagada; y Jos incas fijando los ojos sobre un hijo f i n viituoso y sensible, aguardaron en silencio a que su corazón se desahogase*


L O S IINCAS.

CAPÍTULO X.

SíGÜE

LA

RELACION*

Los caciques, dijo Orozimbo recobrando la pala­ bra, eligieron poi* sucesor <le mi virtuoso padre al jo­ ven Cuati mozm, su sobrino y m í am igo, y VI mas va­ liente de los hom bres, el cual se mostró bien di gno de es­ ta elección: pero, ¡ay! la suelte fue injusta á su valor* Cortes se presentó de nuevo, con fuerzas formidables, en las orillas del lago* A mil castellanos ( i) su for­ tuna hobia reunido mas de cíen mil ausiliares: tal era el ardor de nuestros pueblos en volar á doblar la cer­ viz bajo el yugo. Todas las ciudades circunvecinas se llenaron de ter­ ror y de espanto* Unas se colocaron bajo las (lamieras de Cortes, y tomaron las ai mas por su causa: otras quedaron desiertas, y sus habitantes despavoridos pro­ curaron salvarse dentro de nuestros muros, ó en la es­ pesura de los montes. Poco tiempo despues, vimos lanzar en la laguna mejicana una ilota (2) semejante á la que buhin traído á aquellos bárbaros. En v a n o e lg ia n número ilc núes*

IL.bin recibido de España nuevos socorros* {2) ^'íoipu^sfa de ¿tete bagóles. T .» 5 J

1.

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iras canoa* la Moqueaba por torios lados: toda* sufrían mi gran riesgo por el choque de aquellos enormes lin­ deles; las rompían, las echaban á phjue, y hacian pe­ recer los mejicanos que estaban á su bordo. I m u Utos fueron los esfuerzos que hizo nuestro jo­ ven monarca , con pI talento y fa actividad que le eran naturales p ira suplir á la ventaja que tenían sobre nuestros frágiles esquifes los Ungeles enemigos- El a r ­ dor de Guatimosin y sus grandes conocimientos se se­ ñalaron aun mas en lo defensa de nuestros diques. Pi esen te en las olivas como en los peligros, el era siem­ pre el alma de su pueblo. El fuego de su valor abra­ saba todos los corazones, v los obstáculos que oponía a las huestes castellanas hacían va desmayar la ronst a n d a de estas- Sentiendo los trabajos y peligros c! p un l u g o sitio, nos propusieron la paz; pero, aunque por nuestra pártela pedía el pueblo, y el monarca mismo consentiría que se aceptase, porque ha hambre era ciur-l no era esta la opinión de los sacerdotes, pues que se opusieron á ello en nomine de los dioses. listos mismos sarerdotes eran los que habían abandonado el alma de Mntezuma, y ellos mismos despues lisonjéalo» imprudentemente la audacia de Guatirrmzin. Cons­ ternados en un principio por la mora sombra del peli­ gro, ya una triste apariencia de victoria había conver­ tido su pusilammidnd en una grande arrogancia. ¡O credulidad fatal! un oráculo nos hizo despre­ ciar la p'iz, pero un dios mas fuerte que todos Jos micsltos desmintió sus vanas profecías. El permitió que los pueblos menos acostumbrados á la servi­ dumbre ( i ) bajasen á hacer -su servicio en los \alies. Apenas Cortés vio cubierto su campo con

( i ) Lo4 Oíomies.


LOS INCAS.

C>i

sus Heros hatallones resolvió damos rl nsa’to. ' i ) A p»\snr de los esfuerzos de un valor determinado, c.1 enemigo se abrió paso por los tr^s diques; penetró en lo interior de nuestros muros, v se estableció sobie las ruinas de la ciudad El se había adelantado precedido del estrago que causaban sus fulminantes ai mas: de forma que, por tres caminos di ferentes y opuestos, lle­ gó al fin al centro de u n í capítol en la cual, desde tres di as antes , reinaba el espanto , la confusión y la muerte.... Diciendo estos palabras, i n t e r r u m p o su dis­ curso por un movimiento de rabia, y esclamacion, jlio memoria horrible*.... El Inca procuraba calm a rle ; pero el desventurado prinei pe le dice: tú vas por tí m ism o a juzgar si mi do* loi es justo. Yo combatia al lado de mi rey, habiendo abandonado en el palacio sitiado de mis padres, á una hermana adorada que me q u e n a mas que á la luz dc[ din. P ira guardarla y defenderla, vo había dejado á la cabeza de muchos indios al valiente Tclnseo, ¿que! JlcI amigo de mi corasen , el hombre a q u én yo mas atoaba , y al cual estaba mi hermana prometida. Este digno amigo se defendi a con todo el animo que ins­ pira el amor junto con la desesperación, y lo infundía á sus soldados, de manera que cada uno de ellos pa­ recía como él proteger los dias de su amante. Ningmut de sus flechas partia en vano; el pórtico del palacio es­ taba inundado de sangre,y la muerte impedia acercarse á él. Pero, de los alcázares vecinos epae el enemigo lia—

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6*

LOS INCAS.

Lia en cent! ¡a lio, so c o m u n ic a d fuego ya á este. Los si­ tiados se hallaban envueltos en un torbellino de humo;✓ las llamas penetran pcn* medio de el, consumen los m a ­ deros de cedro, y$e estienden por todas partes, asolando y abrasando cuanto encuentran. Solo el peligro de mi hermana era lo que ocupaba el animo de mi ami^o : d la Lusca en medio de las liamas, y en aquel palacio solitario, cuyo racinto defen­ dían por todos los lados sus soldados, do gritos dolo­ rosos, llamando á su querida Amatite. Hállala, en fin, despavorida, coi riendo sin cabellera y b u f á n d o l e pa­ ro abrazarle antes de perecer en el fuego. ¡Oh mitad adovada de mi alma! la dice, asiéndola de la mano y estrechándolo entre sus brazos: no hnv otro remedio * que m orir ó ser esclavos* Yo te doy á escoger: solo nos queda un instante.——Muramos, le respondió mi hermana, v sin tardanza saca el de su carcaj una fle­ cha para atra ve V' rse el seno* Detente, le dijo ella, de­ tente, y empieza por mí, poique yo desconfio de mi inano, y quieto morir por la tu v a ---Acabando estas palabras se deja caer en sus brazos, v al acercársela boca á la de su a triante para dejar en ella su último aliento, ella le descubre su seno. ¡Ay! ¡que m or­ tal no b ilm a desmayado en aquel momento1 Mi ami­ go trémulo la mira, y encuentra en olla unos ojos cu­ y a languidez hubiera desarma Jo al dios del mal. É l vjelve los suyos , y levanta su brazo sobre ella ; mas este temblando cae sin herilia. P o r tres veces le insta su amante, pero todas se n¡&ga su mono á atravesar un corazón que le adora. Este combato le da el tiempo de variar de determinación* No. no, dicela, yo no puedo acabar. — Mas ¿no ves, le replica ella, 1« s llamas que nos rodean? ¿no ves lo esclavitud y la vergüenza delan­ te de nosotros, si carecemos de ánimo pira m oni? — También veo, prosiguió él, la libertad, la gloria si po-


LOS INCAS. (53 demos escaparnos. Al punto, l la m a n d o á sus soldadosAmigos , les dice , s e g u id m e ; voy á «abriros un paso. Hace guardar á m i herm ano, m a n d a que le abren las puretas del alcázar, y se m ete en m edio d e l tropel de sus enemigos asombrados. El que m e refirió aquel com bate se horrorizaba el mismo. Cual una e n o rm e roca que se desprende y rueda d e l o a í t ) d e los montes , se estrella cor.tro las o la s , y se abre en el m a r u n «abismoen m edio de su rabia f o rihundn ; así se precipita sobre las filas enemigas el for­ midable Telaseo, saliendo del alcazar de m i padre. La m uchedum bre de los contrarios carga sobre él , él los rechazo todavía con una pesada p o r ra : rompe á dere­ cha v á izquierda las espadas y lanzas, y , semejante d u n furioso torbellino , d e r r i b a todo c u í n t o encuentra. M¡ amigo, c ubierto de heridas y m a n c h a d o cor» la san­ gre que corria p or a r r o y o s , se defiende en medio de los c a d a v tre s , y pelea hasta que le faltan las últimas fuerzas. Al fin cáensele d e la m ano la porra v d e s h í l ­ elo, y fatigado cae. £1 respiraba todavía; cogiéronle vivo, y m i h e rm an a siguió la suerte de mi amigo. Yo rio be podido averiguar s i , m u e ito el u n o , la otra ha tenido la fuerza y la desgracia de sobrevivirle. ¡ O cielos! Acaso en este m o m e n to gime bajo la esclavitud de un orno inflexible. Quizá mi h e r m a n a . ... ¡Ay! lejos de mi ta n espantoso pensam iento: ella m e reanima el fuego devorador de la rabia y atorm enta m i corazón. Observando el Inca que Orozimbo comprimia sus sollozos y l á g r i m a s , le rogaba que interrumpiese esta relación aflictiva. ISo , dijo el cacique, acabemos: ya que be podido sobrevivir á m i desventura, es m e ­ nester que tengo la fuerza de sobrellevar su imagen* Forzados todos nuestros puestos, quedaba la ciudad entregada á la furia del vencedor, t i rev O V no tenia ✓va otro asilo que su p a lu d o , bajo jas ruinas del cual su


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LOS INCAS.

nobleza le ofrecía sepultarse. Con la esperanza tic vencer, se retiñió á los indios que el espanto y la con* fusión de la fug.e había dispersado por los montos. El pensó venir a su t u r n o á sitiar y c o n fu n d ir su ene­ migo. Iba atravesando la laguna en tanto que, con el objeto de fav o re c e r su fuga, nuestras canoas oc u p a ­ ban á la flota d e C o rtés en un combate desesperado. Pero , ¡ay! toda la sangre prodigada por él n o fue bas­ tante para salvarle: el desventurado m onarca fue preso. Aquí otra vez desfallece m i e s p ír it u __ E n to n ce s no delirio estúpido se apodera del alm a de Orozinvbo: enmudece su l e n g u a , y sus ojos inmóviles señalaban el h o r r o r y el espanto- P o r ú l t i m o , esclnma ¡O G n a timozin, ó el m as m a g n á n i m o y grande de los reves! un brasero , una c am a de ascuas ardientes te estaba p re ­ parada : tal fue la pom pa del lecho en que inhumana-» m ente te c o lo c a r o n .... ¡Oh b arbarie atroz! gritó el I n ­ ca estremecido de h o r ro r . A guarda, dice el cacique, aguarda: todavía los conocerás m e j o r . . . . Mientras que el fuego consumia hasta la m é d u b desús huesos. C o r ­ tés , con una serenidad de hielo, observaba los progre­ sos del dolor , v dccia al rey : si estás cansado de su* i r ir , declara en donde has ocultado tus tesoros. Ya porque no tuviese nada o c u l t o , ó porque creyese vergonzoso el cedei á la violencia, el héroe mejicano h o n r ó á su patria por sn constancia en los tormentos. El fijó la vista con indignación sobre el t i r a n o , y le dijo, hom bre feroz y sanguinario, ¿ conoces tú para mi un to r m e n to igual al de verte? No se le escapó en fin, ni que ja , ni súplica, ni palabra que implorase la piedad por medios humillantes. Estaba igualmente que él sobre las ascuas un fiel amigo de este príncipe : p *ro> mas débil, no podio so­ brellevar el d o l o r , v hallándose para espirar, volvía *ti$ ojos H ojosos b á c h el m o n a r c a : ¿ Y y o 9 gritóle


LOS INCAS.

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f í m t i m o z i n , esto y acaso sobre e lg u n lecho de i'osas? Tales palabras fueron bastantes para c o m p r i m i r los so­ llozos del am igo ( i). Esta relación te estremece, Inca ; pero t o d o lo que has o ¡do no es nada todavía. T ú no has podido con­ siderar á esos barbaros sino en el a rd o r d e la c arn ic e ­ ría. Mas paro juzgarlos, es menester que los veas en el regazo de la p a z , en medio de los pueblos que»han desarmado , cuando los unos cam inan á su encuentro con una a l e s n a p u r a , y los otros con la t im id e z v el ruego. Uno les presenta su propia v o lu n ta d ? cuanto tiene de mas precioso, otro se esmera en servirles franqueándoles su choza: aquí se ven los que sobre­ llevan en su obsequio l u s t r a bajos mas duros y mas petu>so$; allí se agobian sin que puse del peso de la carga con que les a b r u m a n ; m uchos su c u m b e n á los golpes con que les lúcren, y algunos se dejan poner con un r e n o ardiente la marca de esclavitud. Aquí es donde se echa de ver la crueldad d é l o s castellanos. Todo lo que tu puedes im a g in a rte acerca de los cscesos de la t i r a n í a , no es aun nada respecto de los males que esos monstruos hacen sufrir á los hom bres mas d ó ­ ciles e inocentes. Atemorizados estos al contem plar el suplicio de su rev , el saqueo de su ciudad y sus campos . no se ocu­ paban sino en solicitar la piedad de los vencedores ; á la fiereza de los tigres, oponían la mnnscdumbve de tos corderos. P e r o ni sus caricias, ni sus l á g r i m a s , ni el abandono voluntario de los pocos bienes que j>osei-

( i ) Corté* h izo suspender la ejecución 9 y tíu a litnozin vivió orín ar¿< is , a l cabo de los cuales fu e r,horcado po< ¡a d- pastelón de un in/Uo que le acusó de h d>er conspi· udo contra l o ' españoles.


GG

LOS 1!s'CÀS.

a n , ni una obediencia m u d a , una ciega s u m is ió n , y en fin el último de los sacrificios que puede hacer el hombre , el de su libertad m is m o , nada fue capaz de c a lm a r la furia de aquellos corazones sanguinarios. Si alguna vez u n esclavo , a b r u m a d o por el peso de su carga y por el cansansio de un largo y penoso c a m i­ n o , se atreve á g e m i r ó manifestar de algun m o d o s a d o l o r , al m o m e n to u n pronto castigo le imponía silen­ cio ; y si se rendia al escesivo trabajo ó á la miseria u n brazo desapiadado le hacia exalar su últim o alíen­ l o ¡ Ah crueles ! dicen aquellos inocentes ¿ que m a l os hemos hecho? nuestra vida toda ha sido consagrada en serviros: ¿porque pues nos la robáis? Concededla, al m e ­ n o s , á nuestras m ugeres é hijos- Pero los forajidos se hacen sordos á estos tiernos l a m e n t o s : O r o , o r o , tal es el grito de sü r a b ia ; n o , n o os posible apagar su sed del funesto m e t a l d e nuestras tierras. E n vano el pueblo le trac presuroso lo poco que posee de e l ; nada b a s t a , y m ie n tra s q u e , a r r o d i l l a d o , levan­ t a n d o las manos al ciclo , sus ojos bailados en l á ­ grimas , protesta que no tiene m a s , se le encadena , se 3c entrega á to rm en to s horribles para obligarle á que descubra l o q u e puede tener a u n . Su avaricia lia llega­ d o á inventar torm entos inconcebibles y suplicios inauditos. Ingeniosa cu co m p lic a r y prolongar los doloics , ella <la á la m uerte mil formas horribles. Pero nada choca tanto de su atrocidad como su se­ renidad frió. La naturaleza ha quedo d o m uda en osos corazones endurecidos. Al rededor de las hogueras en que las llamas devoran á una familia entera , en m e­ d io de una aldea cu vos techumbres caen a rd ie n d o sob re las mugeres p r e ñ a d a s , sobre los debiles ancianos, y sobre los n i ñ o s , al pie de los patíbulos en d onde un fuego lento <onsume al hijo y á la m a d r e despf dazatíos antes de m o r i r : en estos funestos espectáculos se


LOS IXCAS.

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ven esos hombres b u r l á n d o s e , lié ü d o s e , regocijándo­ se, é insultando á las víctim as d e sus furores in fe rn a ­ les. I n c a , no nos eches e n cara el h a b e r visto tantos m a ­ les sin m o r i r de d o l o r : a ñ a d i ó el c a c i q u e , d e i r a m a n do arroyos de l á g r i m a s ; y luego , con una voz in te r­ r u m p id a p o r continuos s o l l o z o s , prosiguió; si n o s o ­ tros sobrellevamos nuestras d e s g ra c ia s , si vivim os, si huimos d e nuestra d e sv en tu ra d a p a tr ia , no es sino para buscar vengadores* ¿ A h ! «lijóle el Inca a b r a z á n d o l e , ciertamente los mereceis. Y o siento vuestros m a le s , y t o m o parte e n ellos. Si n o puedo repararlos espero á lo menos sua­ vizarlos. Perm aneced con n o s o tr o s , ilustres desgracia­ dos , y sea mi corte vuestro asilo. M a s , ¡ a y ! si yo he de creer en los presagios q u e com ienzan á manifestarse, se acerca el tiempo en q u e necesite d e vuestro valor y esperiencia. ¡Oh príncipe generoso! e s c a m a r o n los caciques, la vida es el único bien que el destino nos concede; ella es t u y a , y t ú puedes p ro d ig a rla : sin t í , y a la desesperación h ubiera c ortado el hilo d e nuestros dias.

T o m o I.


LOS I2SCAS.

63

C A P ÍT U L O X I.

E s V l B N D E W LOS ESPAÑOLES SUS ESTRAGOS A L MEDIODIA DE LA AMERICA. —

CARACTER

T

E MP RE S A

I>E Pl ZAR 6 0 .

C I l-N J O V E N E S CASTELLANOS PARTEN DE LA ISLA

ES PA­

ÑOLA P AR A IRSE Á REUNI R CON E L • — MÁNDALOS *LON SO DE

M O L I N A , L L E V A N D O EN

L O M E DE LAS CASAS. —

SU COMPAÑIA Á BARTO*

S o V I A J E T LLEGADA i P AN A M Á .

M ientras que'la p a z , la justicia , la h u m a n i d a d reina* í>an aun en aquellas regiones afortunadas , bajo las le y es de los hijos del Sol , la tir a n ía de los castellanos se dilataba cual un in c e n d io : la ruina y la soledad señalaban sus progresos. H abían ya desolado el norte de la A m erica, y ya empezaba t a m b i é n á serlo el mediodía. E n vano aquel piadoso solitario, aquel animoso defensor de la h u ­ m a n i d a d , aquel cariñoso am igo de tocios los infelices i n d i o s , Bartolomé de las C a s a s , había hecho r e t u m ­ b a r el grito de la naturaleza hasta en la entrarla m as p ro fu n d a é í n ti m a del corazón de los reyes: ( i ) una pied a d estéril, una voluntad sin fuerza para remediar tantos m a l e s , esto fue t o d o lo que obtuvo. Se lucie­ ron l e v e s ; pero estas leves qued ¡ron sin fuerza, porque en distancias tan grandes no podían atajar nt r e p ü m i r la

(i)

F e rn a n d o y C arlos V.


I O S irsCA S.

09

licencia; y entonces l a a m b ic ió n sacudió el yugo que $s taquería p ' n e r y bajo unos rey vs q u e c o n d e n a b a n la opresión v la esclavitud) el indio fue s i e m p r e e s c l u s a y vi e sp in o \ o p r e s o r . B a r to l o m é , s ie m p r e bueo minis» tro de la eterna s a b id u r ía , llo ra b a á los m á r g e n e s d d Ozama . i ) la im p o te n c ia de sus esfuerzos. ?\o o b s ta n te, el Itsm o estaba en p o d e r del m as in­ hu m an o de tudos los tiranos. Este b á t baro se llam aba Davüa- Vox sus crueldad es logró s u b y u g a r los pueblos de las montañas que unen las dos Amé) ¡cas. Atravesan­ d o las s ie n a s y los bosques, y s u p e ra n d o Unios los precipicios, sus soldados y sus perros devoradores fue­ ron echados contra los indios s a l v a o s , indios pacífi­ cos, indios d esarm ados, v que p i r a (Lstuiírlos n o tuvieron mas trabajo que el d e peí seguí ríos v dego­ llarlos. íle aquí corno se a b rió el pnsage v c o m u n i ­ cación del Oceano d'd norte con el m a r pacífico. Desde allí nuevas tierras se d e s c u b r e n , v la ,>mb¡ciou de conquistar encontró un grande objeto- Balboa (2 \ dis*no precursor del sanguinario D a v ü a , había y a querida penetrar en las regiones m e r i d i o n a l e s , y las playas donde él desembarcó fueron i n u n d a d a s de s a n ­ gre indiana. Dcspins d" Daviln , nuevos facinerosos han penetrado mas en lo i n te r i o r de aquellos paUes;

¡V R io sobre el c u a l B a r t o l o m é Colomb > h e r­ mano del A l m i r a n t e , había hecho j u n d a r la c iu d a d de Santo Domingo. (2 l·'asco A u a iz de B a l b o a , que f u e el descu bricfor del M a r pacifico en el ano i o i 3 ,' y f u i á el á quien u n indio d ijo : B e r u , P e l a es d e c r r , y o me lla m o b c i u , y h d i t o en las m a r c e n e s de I-VIu. D e n q u i ciño el nombre de l ' e r u . B a lb o a era lu e r n a de D a v ila >y e¡>te le h izo c o r la r ¡a c a b e z a •


7o

LOS INCAS.

p«:ro la constancia ó la f o r t u n a les ha faltado en su empresa. Para la ruina d e esta parte del Nuevo M u n d o , era preciso que la naturaleza hubiese form ado u n h o m b r e d e una tesolucion y d e u n a intrepidez á la prueba de todos los géneros de males; esto es, u n h o m b r e e n d u r e ­ cido al t r a b a j o , á la m ise ria y «al s u f r i m i e n t o ; que supiese llevar con paciencia todas las privaciones , a rro strar los peligros, superar los o b s tá c u lo s , y h a c e r ­ se siempre fuerte aun en medio de los golpes de la m a s d u r a adversidad. Este h o m b re estraordinnrio fue P i z a r r o , y una grandeza de a l m a , tal que nada era capaz de d e b ilita r ­ la , no era pues su unica v i r t u d . Enemigo del lu jo y d e lfa u > to , sencillo j* g r a n d e , noble y populai : seve­ ro cuaiulo era m e n e s t e r , indulgente cuando podia serlo, y m oderando, p or su afabilidad v tra to lib r e , el rigor de l a disciplina y el peso de la a u t o r i d a d ; pródigo de su p ro­ pia vida y apreciador de la del soldado; lihetal, generoso, sensible, no conocia aquella codicia que de sh o n ra b an sus compañeros: la ambician de gloria • la satisfacción de haber emprendido y hecho una conquista inmensa , esto era lo m as digno de su corazón altivo. E l vió am ontonar á sus pies masas enormes de oro entre arroyos desangre; pero este oro n o pudo alucinarle, y solo halló placer en distribuirlo. Sobrio y frugal d urante su v id a , lialióse pobre á su muerte. T a l fue el hom bre á quien la fortuna había sacado del m as vil estado ( C , para lia — cerle el conquistador del imperio mas rico del mundo. Conocido su valor, el virey del Istmo (2) le conce­

bí) P¿zorro y S i x t o V f u e r o n iguales en su p n fu tra cotnicinn^2} D o n Pedro A r i a s Davila»


LOS 11SCAS.

~ i

<lió licencia d e ir á buscar nuevas regiones y nuevos tesoros mas a llá d e l ecuador. U n solo navio queque»* d a b a de la flota de Balboa le bastó para su empresa. E l le a rm a en el puerto de P a n a m á , y pronto se e s p jr c e la noticia hasta la isla E s p a ñ o la , ( i ) famosa p or el descubrimiento de C o l o m , y q u ie n despues fue la tie rra de la tiran ía . Al n o m b re d e P i z a r r o , u n a fogosa y valiente j u ­ ventud pide reuniise á él ; su g e f e , Alonso de M oli­ n a , joven g a l l a r d o , a n im o so y m a g n á n i m o , pero de un espíritu vivo y un n a t u r a l demasiado sensible, ha*bia ganado la estimación y am istad del virtuoso Las Casas. E l q u i s o , antes de p a r t i r , abrazarle y decirle adiós. | Y q u e ¡ le d i j o el s o l i t a r i o , ¡aun n o se ha c a l m a ­ d o la avaricia de los castellanos! ¿ vais ahora á b u sc ar nuevas playas en donde ejercer vuestros estragos ? Y o pongo p or testigo al c i c l o , respondió Alonso, que la {¿Urna es la q u e m e c o n d u c e . La gloria ¡ a y ! replicó el h o m b r e justo: ¿hay gloria acaso pára los asesinos? ¿bai­ l a en caer sobre una m a n a d a d e hombres desnudos, débi­ les, indefensos, y en degollarlos sin peligro con una vil c ru e ld a d ? Vuestra gloria es la del halcón, ó el m i ­ lano que de vora á una p a lo m a. Sí , amigo m i ó , n a d a puede h o rra r en m i a l m a la vergüenza de que se c u ­ bren los castellanos; os lo digo con r u b o r y estreme­ cimiento* Ellos $on .perjuros á su d i o s , á su príncipe y á su patria, y se engañan si creen que pueda saciar­ l e su codicia insensata. ¡ A h ! si se hubiesen portado con suavidad en su c o n q u is ta , la India seria feliz y la España o p u le n ta ; mas p o r el abuso infame que hacen de la victoria, n o c o n se g u irá n al fin otro fruto que

( i ) S a n to D o m in g o .


7a

LOS INCAS.

el de haber perdido á su patria y arruinado l a de estos infelices. Y liicn, ¿no os este el m e j o r m o m e n to d e in stru ir­ l o s , de sacarlos del e rror en que viven^Yo n o conoz­ co a Pizarro sino p or su fam a; pero m e aseguran que es magnánimo* \ O h mi buen am igo ! el es d i g n o de escuchar de vuestra boca mismo la voz de la h u m a n i ­ dad. ¿ P o r q u e no pedís la licencia de a c o m p a ñ a r le en su conquisto? V e n i d ; vuestros consejos y el zelo que mostráis siempre en favor del desdichado os liaron ton respetable a m is ojos c om o á los d e mis componeros de armas. Bartolomé enmudece á las pnhibrns de A l o n s o : p n o en el fondo de su cor .zon , eomiensa á sentir m u y vi­ vamente aquella actividad benefico que p i o d u c e l a es­ peranza de ser útil á los hom bres Así pensaba Los C a s a s e n el p rim er m o m e n t o ; p e r o la r e f le x ió n , la triste previsión del d a ñ o que a m e n a z a , le desalienta, y dice al joven Alonso : Vos conocéis mi c o ra z ó n : j a . m a s veré con paciencia hacer m a l á loe i n d io s ; y o h a b h r é siempre en favor suyo, si ti m edio y sin consi­ deración h u m a n a , de forma que vos m ism o os .bariaís p or mi amistad , el objeto de la rabia de esos á quie­ nes mí consejo pudiese h a b e r o fe n d id o , y entonces os quejaríais, quizá, de mi zelo. — Venid, le d i c e A l o n ­ s o , y no pensemos en o tra cosa que en el bien que puede hacer vuestra presencia. ¡ Quien sabe d e c u a n ­ tos males libertoreis al m u n d o , y cuan terribles se­ rian vuestros re m o rd im ie n to s si n o lo Hicieseis ; sa­ biendo que vuestra sola presencia hubiera bastado pa­ ra salvar la vida á millones de h o m b r e s ! N o es m e ­ nester que digáis m a s , in te rru m p ió Las C a sa s; vo tío os daré tnolívo p«ra que creáis que lie podido r e n u n ­ c ia r , por debilidad , á !i esperanzo de ser útil á es*¡s des ver,tu r «dos. Estov pronto á seguiros. ¡Q uiera el cielo que Pízarro se digne escucharme*


LOS INCAS.

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Al instante ambos se e m b a rc a n , y pronto la nave los lleva <i lus riberas del Istmo* Saltan á tierra á la embocadura del rio d e los L agattos ( i ) , y sóbenle en canoas formadas d e las cortezas del c e d r o , cada una con veinte indios ram ero sa l m a n d o de un español s a ñ u ­ do. Mas estos, a u n q u e con buena intención y confia­ dos en su juventud fogosa , se esfuerzan en vano en ir contra la corriente; porque su r a p i d tz es tanta que no pueden adelantar s in o con m uellísim o trabajo , y con una len titu d estreñía. Su com a n d a n te Ies imputa a d e ­ lito la violencia de las a g u a s , y en su b arbarie bace que á fuerza do palos su sangro se tríesele al sudor de la fatiga. Sufocados los infelices, v casi al m o m e n to de e s p ir a r , sufren los males sin quejarse; solo algunas lágrimas mudas caen sobre sus reinos, y t i e n e n á mezclarse con las gotas de sudor que m anan ele su se­ no , levantando de c uando en cuando sobre el que les maltrata unos ojos doloridos y tiernos con los cuales im ploran su c l e m e n c i a , d ic i e n d o : sed h u ­ m ano. Las C a s i s , testigo d e t a n t a b a r b a r i e , esperímenta el torm ento d e un padre que ve despedazar á sus L·í'· jos : Cesad, crueles , les dice , cesad de a to r m e n t a r á esos infelices que se consum en en esfuerzos p or servi­ ros. ¿Queréis verles espirar ? Ellos son hom bres; son herm anos vuestros , é hijos de un mismo dios. E n t o n ­ ces, dirigiéndose el mas joven y débil de los vameros. Amigo m ió , le dice , descansad u n m o t n e n t i ; j o m e pondré é rem ar en vuestro lugar. Los jóvenes e s p a ñ o l 's , sensibles a tal a c c ió n , se

L l i m a d o h o r l z C h a g r e , que , descendiendo de las m o n t a ñ a s d^l is tm o , e n t r a e n el m a r del A o r t e ; su co rrie n te ¿ a c e u n a legua ca stella n a p o r h o r a • fi


LOS INCAS. esmeran a porfía en a liviar á los i n d i o s , los cuales , levantando las manos hacia el h o m b r e benéfico que les pro cu rab a estos m om entos d e reposo, le c olm aban de b e n d ic io n e s , d á n d o le el tierno n o m b re de p a d r e > que había ta n bien merecido* E n t o n c e s , M o l i n a , acercándose á Las C a s a s , le d i j o , en tono bajo y transportado d e alegría: Y bien , padre , ¿ os arrepentis ahora de haber venido con no* sotvos? Miróle Bartolomé con ojos l a s t i m o s o s , y no le respondió sino cotí u n gran suspiro. Hay un pueblecito bajo el n o m b r e d e Cruces, en donde el rio deja de ser navegable. De allí fue de d o n ­ d e , obligados á a b a n d o n a r las canoas , siguieron por m edio d e los bosques * un cam ino largo y penoso* P e r o , p or penosa que ella sea, la fatiga es d u lc ifi­ cada c uando desde lo alto de las c u m b r e s , la vista se pasea p o r los valles que la naturaleza se deleita á com poner con sus propios m a n o s : d o n d e la variedad de ios á rb o les y f r u t o s , y l a m u ltitu d de los pájaros pintados de los colores mas brillantes, fo rm a n u n golpe de vista encantador. ¡ A y de m i ! en estos c l i ­ mas ta n hermosos, todo es infelicidad. El h o m b re o p rim id o , sufriendo , es miserable \ gime bajo el y u ­ go de o tro h o m b re , y llena de quejas los demás so­ litarios que le ocultan á su tirano. D e m o n ta ñ a en m o n t a ñ a sucesivamente se sube hasta á l a c u m b re que los dom ina , y donde la vista se estiende hasta el uno y o tro lado d e l abismo i n m e n ­ so de las aguas. De otra parte se descubre á la ver ( i ) el Océano del n o r t e , d e l otro el m ar pacifico, cuya superficie, en

¡i) H a y quien p r e fie r e la a cerrión de M . de l a Condamine á la d t M . L io n n c l IV a j'er, que asegu-


LOS INCAS.

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larga d is ta n c ia , se une con )n celeste e s f e r a . C o m p a ñe ros, les dijo Molino saludemos e s t e t n a r , esta tierra desconocida , d o n d e T a m o s á llevar la g l o r i a d e nues­ tras armas. Si Magallanes se La echo i n m o r t a l por haber solam ente reconocido estos p l i s e s dilatados , ¡ cuanta mas grande s e r á la g l o r i a de aquellos que los h a b r á n s o m e t i d o 1 (i). Bajo la m o n t a ñ a , v bien pronto a p r o x i m á n d o s e á los muros d onde Oavila mandaba, le hizo a n u n c i a r que cien castellanos pediau servicio á P i z a r r o , arisiosos de esponevse con él á todos los peligros de l a g u e rr a . El feroz tir a n o del Istmo estaba s u m e r g i d o en el mas grande dolor por la pérdida de s u hijo único que le habían muerto los salvajes : Sed. bien veni­ dos , dijo á los jóvenes castellanos, y t o m a d parte en el sentimiento de un padre que a c a b a de perder un hijo adorado. S í , los indios crueles h a n devorado éste hijo q u e r i d o , mi única esperanza, j A h ! toda la sangre de estos malvados no busta para s a c ia r mi fu* ror. Perseguid, destruid esta raza i m p í a y funesta ; porque con solo uqo que quefle yiY0 PQ creeré vengado. Pizarro se condujo mejor que D a v ila c o n el nuevo compañero que le enviaba la fortuna ; le recibió en su novio con aquel aire lleno de franqueza y de afabili­ dad con que ganaba los corazones, y despues de elo­ giar su zelo, su valor v todas lasjdemas p re n d a s , le pre­ sentó sus amigos. Aquí ten e ie , le d i j o el generoso

que desde n in g u n a a l t u r a del I s t m o , no se ven A u n tiempo tos d o s m a r e s . ( i ) E l descubrimiento d e l estrecho de M a g a l i a nes f u e <ñ ir e 1622 , y l a e m p r e z a de P i z a r ­ r o en 1624* va


7C

j

LOS INCAS.

A lm agro y el piadoso F e r n a n d o de L u q u e ( i ) , que consagraron «í m i ejemplo toda su fortuna por c o n c u r ­ r i r á esta empresa; A lm agro , bastante conocido por so v a lo r , y F e r n a n d o por las dignidades que ejercen en la iglesia. Cerca de F e r n a n d o está el respetable V a l verde * ese que será para nosotros el intérprete del cie­ l o , el órgano de la f e , el aposto! cíela verdad en me* d io d e esas naciones idólatras. Ese guerrero que está -en la parte opuesta es Srdcrdo, noble y valiente joven á cuyas manos esta confiado el estandarte de Castilla que nos conducirá infaliblemente á la victoria. Este otro es Ruíz; ese sabio de quien esta m a r es conocida , -como el p rim er piloto que se ha arriesgado á vencer órdenes del intrépido Balboa. Él presentó ta m b ié n coa tantos peligros bajo las órdenes elogio á P e t a s t e , R i v e r a , Seraluze, A lc on , C andía , O ritu n , Salomon y todos los que los a com pa ñaba n. Alonso le n o m b ra á su vez los castellanos q u e le habían presentado, tal que el bello jóven Mendoza, ei audaz Alvar, el fogoso Pennate y Vnlaquez, el m a g n á ­ n im o Moscoso, y Morales que debió ser la prim era víc­ t i m a al tiempo del desembarco, ¡¡oven desgraciado! t u traías en los ojos el valor de un i n m o r t a l . Piznvro c o ­ nocía u n gran n ú m e r o de ellos, ó por ía fama de sus servicios ó pot* su pare n te sc o , y les manifestó el placer y el h o n o r que tenia en com andarlos. E l pot\e en fia los ojos sobre el p:adoso y h u m ild e solitario que estaba ol lado d e Alonso, y dijo : este h o m b r e respetable ¿es p or ventura un m ensajeio de la le ? á quien su z d o o b lig a ¿ acom pañarnos ?

( \ ) A g u s tín Z a r a t e es de o p in ió n que A l m a g r o era .hijo n a t u r a l de F e m a n d o de l a q u e - Véase J a His­ toria , Descubrimiento y conquista d e l P e i ú , / i ¿ . i 0..


LOS INCAS.

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Al escuchar el n o m b r e de Las Casas, del heroe de l a religión y de la h u m a n i d a d , á quien la España h a ­ bía h o m a d o con el t ít u lo de P r o te c to r de la I n d i a , Pizan\> prosternándose d e la n te de e l , creyó a d o r a r l a virtud misma y le d i jo : ¿sois vos , venerable y piado­ so m o r t a l , sois vos quien viene á a le n ta r nuestros es­ fuerzos? ; Que presagio ton dichoso! ¡que a lto favor m e envía el c ie lo ! Con v u e stio consejo m i empresa será feliz. V aliente y generoso P i i a r r o , le respondió el solitario, la única señal segura del favor del ciclo está en el corazón del h o m b re justo; merecedla p or vuestras virtudes , y no en vi di erris las de los m alva ­ dos á quienes el ciclo reprueba. L a gloría de ser h u ­ m a n » , sensible y b i e n h e c h o r , será pura y sin ti* Vük’á.


LOS JISCAS. 4A

C A P Í T U L O X II.

C onsejo qüb hcro antrs db la pa r t id a d e L as casas d e f i e n d e los d e r e c h o s d e

la

pizarro

, —

naturale-

2 A T LA CAUSA D E LOS INDIOS.

E l navio, pronto á hacerse á la vela, esperaba sola­ m e n t e u n viento favorable , y á este efecto hacían r o ­ gativos diarios. E l m a s augusto de nuestros nvsterlos se celebró sobre la p o p a , p or el m is m o F e r n a n d o de L u q u e , interesado con A lm agro e n los peligros v en el hotin de la empresa ; ¡ó superstición! Este sacerdo­ t e s a crile g o , p or h a c e r los altares garantes de sus v i ­ les intereses, suspende el divino sacrificio ai tiempo de i r á consum ir ; y teniendo en sus m a n o s la vícti­ m a p u r a y celestial , se vuelve m ira n d o los c ircu n sta n ­ t e s ; .su frente a rro g a d ? e?a un verdadero retrato de la austeridad misma ; levanta una ceja espesa que 1c c u ­ b r e tos o jo s, y con una voz semejante á la desde lo p ro fu n d o de los altares p ro n u n c ia n los o r á c u l o s : Ve­ n i d P í f a n o , y vos A l m a g r o , veni.d > les d i j o , para se­ l l a r con san Oore d e Dios mi eslía ilustre Vv santa alianza. Entonces ro m p ie n d o la ostia en tres paites ^1),

f'l) E s t e hecho es h istó r ic o , p u e s que nadie lo ha c o n tv a d i(h o h isfct hoy' Vease el l i b i o in titu la d o : P¿iíOl i a r o ñ o V h o s t i a c o n s á vg r a l a ( l e í s n n t i s s i m o s a c *r a m e n -


LOS INCAS.

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se reservó uno pera sí y d i o las otras á sus asociados, que Jas recibieron con turbación y espanto. D a d a la c o m u n ió n , el m alv ad o F e m a n d o es clama : osí sea p a r ­ tid o vv d i s tr ib u id o entre nosotros tre s el b o t i n de las Indias. T a l fue su ju ra m e n to m u t u o , y tal el pacto de l a avaricia. Las Casas se escandalizó e n t a n t a m a n e ra que casi perdió el sentido. El m ism o d ía tuvieron consejo , y fue en él d o n d e se ovó á P iz arro esponer su plan , s u s m edios > v sus recursos. F e r n a n d o de L u q u e e n c a r g a d o de !a subsis­ tencia d e ¡a flota, debía quedarse en P a n a m á , mien­ tras que A l m a g r o navegaba á su d e s tin a c ió n . D e f o r a , m a que la prudencia de Pizarro y su previsión sobre todos los obstáculos fa<¿ aplaudida. P e r o Las Casas, que e n este plan veia e n los indios los esclavos desti­ n a d o s en los m as duros t r a b a j o s , no pudo o c u l t a r su d o lo r. Pidió la pa la bra ; se le concedió , y d i j o con u n aire tris tís im o ; entiendo que se propone r e p a r t i r los indios como m an a d a s de sanados. Esto m i s m o se ha hecho y a en las islas; p - r o > no obstante , ellas soti o tra cosa r m s que espantosos desiertos. S í , m il lo n e s d e i n ­ dios des ven tura dos han perecido bajo el y u g o del m as fiero despotismo ¿ seguiréis este e j e m p l o ? ¿ h a r é i s lo m ism o con los habitantes pacíficos d e estos ricos países?... C o d a uno á porfia se esforzaba en asegurar que se trataría á los indios del reparto con to d a c o n te m p l a c i ó n . N o hay sino un m e d i o , dijo el solitario, y es solo no d e ja r á nadie el poder de oprim irlos. Sean v a s a llo s de nuestros r e v , pero no e slca vo s; t e n g a n , c om o y o espero, un m is m o soberano, una m ism a ley y un m i s ­

t o , gumvando di non ro m p e r m ui la fedu. B e n z o n i j lib r o l l l


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m o dios que nosotros , p*ro jamas n i n g u n a otra dis­ tinción- He aquí los derechos de esos indios, y los que y o reclamo cu nom bre de U naturaleza delante del c i e l o - — Virtuoso Las Casas, le respondió P iz a rro , vuestros deseos y los míos están d e a c u e r d o : hacer adorM' á mi D ios, obedecer á mi r e y , é i m p o n e r á estos pueblos una c o n trib u c ió n m o d e r a d a ; establecer entre ellos y la E s p i n a unas relaciones mercantiles de utilidad recíproca, esto es l o que rne propongo hacer¡Quiera Dios pueda obtenerlo sin v i o le n c i a , ni fuer* za • — Yo salgo garante de ello , respondió vivamente Las Casas ; p e r o , P iz arro , prométeme que si esos pue­ blos son dóciles, si se someten á las leyes justas, si no piden mas que su in stru c c ió n , ellos serán tan li­ bres como nosotros; que sus vida* y bienes estarán líaj o l a protección de vuestras a rm as; que la h o m b r í a de bien , el p u d o r , la t ím id a y débil inocencia t e n d r á n en vos un d e fe n so r, y un vengador de sus agravios. — Y o os l o p r o m e t o , respondió Pizarro. — P rom e ted t a m b i é n , continuó Las Casas , que n o sufriréis jamas que se les soque de su p a t r i a ; q u e n o se Ies obligue á tra b aja r por la fuerza , p or la amenaza y menos p or el castigo , que lo qu» exija el pago del t r i b u to impuesto por vos m ism o*—- T a l es mi resolución res­ pondió P i z a r r o . — Pues si es esa, juradlo al Dios que habéis r e c ib i d o , y haced que lo ju re n ta m b ié n vues tros amicos. Este discurso causó un bajo m u r m u l l o entre los m iem bros de la a s a m b le a , y F e r n a n d o de Loque dijo i Las Cosas: ¡ Que , j u r a r a Dios de t r a ta r bien á los i n d i o s , á esos bárbaros que blasfeman su n o m b r e sin e<snr, y que á sus ídolos ofrecen un incienso, un sncriít do que solo es d ig n o de é l 1 J u r e m o s mas bien de e x te r m i n a r lo s , si ellos se obstinan en conservar sus templos, y rehúsan la adoración de b id a al dios que les anunciamos.


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El m ism o derecho tenem os á la America que los hebreos al C anaan , el derecho de m a t a r á los i cióla— t r a s , corno lo hicieron con Amrdecite ( i ) , nosotros los tenernos ta m b ié n sobre unos infieles que son m u ­ cho mas obcecados en sus detestables errores que lo* hebreos mismos Los indias se quejan de q u e se les i m ­ pone una m u y dura e s c la v itu d ; p e r o , ellos ¿ s o n aca^ so mas dulces y m as h u m a n o s con sus cautivos? So­ bre altares ensangrentados ellos les a r r a n c a n las entra* ñas; ellos se reparten p or porciones sus m iem bros pal­ pitantes y se los tragan *de forma que puede bien de­ cirse que esos bárbaros son sepulturas vivas. ¡ Y o s e n favor de esta raza Impía que se habla con tal fervorí Si temen nuestros castigos, que nos presenten el oro que nos o c u lta n , ese m etal estéril para ellos y que á nosotros nos ha costado tantas fatigas y peligros. ¡ Q u e ! después de h a b e r surcado los mares , m e ­ nospreciado las b o r r a s c a s , y buscando este desgra­ ciado m u n d o , venciendo continuam ente t i n t o s v tan enormes escollos, ¿ q u e r é is ahora abandonar í l único fruto de vuestro t r a b a j o , volveros con las manos va­ cías , y no llevar á España mas que la vergüenza y la pobreza? El oro es un d o n de lo naturaleza : inútil á esos pueblos, n o les hace falta , v por consiguiente, á nosotros á quien pertenece, y su malicia en o c u ltá r­ noslo , su obstinación en negar les constituye culpab le s /y justifica nuestros rigores. E n cuanto á su escla­ vitud , ella es la penitencia de los crímenes á que lo* ha conducido un culto impio y sanguinario. íÑo es gran castigo aun el haberlos enterrado vivo dentro de las grietas y huecos d e sus m in a s , pues que ellos me*

<0 Ksta c o m p a r a r ía n es hec h t p o 1' el m isionero G unulla ¿ y P o r o tr o s m u ih o s J u n á tic o s como él.


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recen otros mas a t r o c e s : y con t a l que m u e r a n resignados y c o n trito s , ellos desde la gloria , bendícir á n las m anos que los c a rg a ro n d e cadenas. Así habló F e r n a n d o d e Luque 5 pero el virtuoso Las C n s n s , que a te n ta m e n te , sin pestañear , é inmóvil de h o r r o r , le m i r a b a y e s c u c h a b a , Je respondió con su sabiduría a c o s tu m b r a d a : Sacerdote de u n dios de paz ¿ d e cid m e si vuestros l a b i o s , los q u e acaban d e reci­ b i r a b o ra m i s m o á ese m i s m o dios, d e c i d m e , repito» si son ellos los q u e lian proferido las palabras h o rre n ­ das que he escuchado? ¿ E s p e n d ie n te .d e ese m a d e r a t e ñ i d o d e sangre» d o n d e i n m o l á n d o s e por la ied«mcion d e l gé nero h u m a n o , su boca santísima , su boca es* p i r a n te im plora ba la gracia d e sus e n e m ig o s , es des­ d e l o alto de esa cruz que él os ha enseñado ese le n ­ g u a je ? ¡ C o m p a r á i s los i n d i o s á losnmalecites ! Dejad , d e ja d esos e j e m p l o s , q u e h a n sido o r ig e n de ¡ n u m e ­ rables abusos. Dios que en sus santos consejos jamas se h a desviado d e las leyes n a t u r a l e s , ha decretado so­ la m e n te que el h o m b r e le obedezca con preferencia á los sentimientos de su c o r a z ó n ; pero sabed que ese decreto n o ha p o d id o estendersc nías a llá de los t e r ­ m i n o s precisos d o n d e él m i s m o le ha encerrado. Sus m a n d a m i e n t o s observados, la ley á vuelto á t o m a r su curso e t e r n o ; d e fo rm a que Dios hablaba entonces á los is r a e lita s , pero n o á vosotros. Ateneos á la le y que el ha d a d o á todos los h o m b r e s : A m a d m e Y a m a d á vuestros s e m e ja n te s • Ved aquí su l e y , F e r n a n d o : ¿ e n c o n t r a r e i s en ella las t o r t u r a s , las cadenas y las carnicerías q u e deseáis c o n tra los pobres indios ? Los in d io s , sin d u d a , h a n ejercido entre ellos m i s ­ mos c ru e ld a le s bien r e p r e n s ib le s ; p e r o , aun cuando h u b i e r a n sido m as i n h u m a n o s , ¿debeis vos imitarles? ¡ A b - su desgracia ha consistido ú n ic a m e n te e n que


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«daban adoración á dioses san g u in a rio s. P e i o s i , en l u ­ g a r d e un tig r e , .viesen sobre sus altares al c o r d e r o , entonces ellos serian ta n inocentes y dóciles c om o el m ism o. ¿Q uien es aquel de entre nosotros que no h i ­ ciera lo que e llo s , si desde la i n f a n c i a hubiese sido educado en el seno de los m ism os errores ? El e j t r a ­ pío d e nuestros padres y las leyes de! p a í s , ¿ n o nos habrían cautivado nuestra razón y forzado ? c om o á los indios á defender los dioses y el c u ito establecí-* d o ? Com padeced m as bien que c o n d e n a d á estos es­ clavos, á estas victimas de la preoc u p a ció n y de una costumbre inveterada. P e r o , á m a s d e esto , decidm e ¿ todos los pueblos de la I n d ia son los m is m o s que es­ tos? Los habitantes de la isla E sp a ñ o la , ¿que mal habian hecho para que fuesen tra ta d o s con el rigor mas c ru e l? N in g u n a nación fue jarnos m as d u l c e , mas tra n q u ila y mas inocente ,que la d e Cuba ; su vida era una infancia c o n t i n u a , y , s o b re t o d o , ta n ene­ migos de hacer m a l , que r.o te n ía n flc :ha s, ni aun para c a í a r u n pájaro. Mas n o obstante que eran h o m ­ bres tan pacíficos, que estaban indefensos , ¿ s e l i b r a ­ ron por eso de los yerros y de la m u e r t e ? Es precisa­ mente en ese país desventurado, es en C u b a , r e p i t o , donde he visto á nuestros c o m p a tr io ta s , ó , p o r m e ­ jor d e c ir, a esos forajidos , sin m otivo a l g u n o , y nun sin r e m o rd im ie n to , despedazar los n i ñ o s , degollar los viejos , destripar las mugeres preñados , y sacarles el fruto de sus entrañas para regalar á sus perros. ¡ O religión s a n ta , he aquí tus m inistros ! ¡ ó Dios de la naturaleza, he aquí tus vengadores! EnLerrar u n pue­ b l o vivo en las grietns de las rocas que p r o d u c e n el o r o , y hacer que todos perezcan d e necesidad y de x o n g o j a , p or solo acumular vuestras riquezas , origen de todos los vicios que produce el l u j o , el orgullo y lia ociosidad. ¡ es esta,, ó F e r n a n d o , es esta la peni*» T

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t r u c i a q u e imponéis á esos pueblos! R o m p e d de una vez es i máscara h i p ó c r i t a . Vos servis a u n dios; mas este dios es v u e s tr a avaricia desalm ada: sí, esa avaricia insaciable q u e , de vuestra boca u l t r a j a a q u í la h u m a ­ n id a d , y quiero hacer córnpU ce al cielo d e los males incalculables cjue i n s p i r a , y aun d e los furores que ella misma hace. F e r n a n d o , que d u r a n te e s te d is c u r s o te m b la b a do r a ­ b ia y echaha fuego por los o jo s, se levantó para res­ p o n d e r ; pero P i z a r r o le m a n d ó c a lla r. V a l v e r d e , mas h ip ó c r ita y aun m as perverso que F e r n a n d o , este h o m b r e el m as infame que l a España produjo para castigo del Nuevo M u n d o , bajo u n t o n o pacífico y c o n c i li a d o r , dijo á Las Casas. Bartolom é, n o consultemos a h o ra o tra cosa que los i n te r e s e s de D ios, pues que el h o m b r e n o es nada a n ­ otes que él. Supuesto este p r in c ip io , sabed que los pue­ blos de la I n d ia n o solam ente son enem igos de Dios, sino tus enemigos eternos si m ueren idólatvas. ¿ C o ­ m o puede ser hoy el objeto de su a m o r aquel que m a ñ a n a l o será d s su cólera? Háganse cristianos, y en­ t o n c e s la cavidad nos une á ellos, pero hasta que lle­ gue ese e- s o , Dios los escluye del n ú m e ro de ?us h i ­ jos. Este Nuevo Mundo nos pertenece de d e re c h o , co­ m o conquistadores por la fe. El soberano pontífice hi­ z o la repartición de estas tierras en v i r t u d del pleno poder que le ha conferido el c ie lo , de quien todo de­ spende únicamente ( i ) . Asi pues, el derecho de des-

( l ) Térm inos de la huía : De n o s lr d m e r á h b c r a l t f a t t * *etexcertá scient iá , a c d e a p o s to lic e p o te s ta tis p l e n i *lu d i ne.*, a u c to r ita te om nipotentis V e i , nt>òis in bev<to Pedro concessa... d o n a m u s , co«<¿ecfrr)ius.e t a^sigct*-

m iu ,


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«pojar los tem p lo s, los altares y los ídolos de t o ­ das las riquezas para hacer d e rllo s u n mas d ig n o uso, ¿no es esto un d e b e r nuestro? P rescindam os de estos tienes c a d u c o s , y pensemos en la salvación d e las al­ m a s ; y , pues que la cuestión se reduce á saber si .conviene ó n o salvarlas de estos d e sgraciados, ¿queréis a b a n d o n a r l a s , ó sacarlas del abismo? Para salvarlas» es preciso usar d e medios de rig o r. E n e le c to , supuesta •la obligación de hacer p or fuerza a b ra z a r la fe á es­ tos espíritus rebeldes, ¿valdrá m as aban d o n a rlo s que reducirlos p or un santo rigor? be a q u í , cuanto el zelo y la h u m a n i d a d aconsejan á todo héroe cristiano. L a asamblea quedó contenta d e la réplica d e Valv e rd e ; peio Las Casas, que lo m iraba c om o á u n h i ­ pócrita astu to , y como á h o m b r e c r u e l , le d ijo : L a mas funesta de las supersticiones es la que ha hecho creer al h o m b r e que todos los que n o piensan como r¿! son enemigos de D i o s , pues que ella endurece el corazón y apaga los sentimientos de h u m a n i d a d . De esta superstición proviene el menosprecio con que se m ira á los in d io s , y l o que es a u n pnor, ese p la ­ cer atroz que esperi m o n ta n cuando los a to rm e n tan . ¡Ah! j a m a s , n o , jamos el h o m b r e en tnnto que res­ p ire , te n d rá lugar de aborrecer á Dios y de m aldecir­ le- Los indios, asi como v o s , son la obra de sus d i ­ vinas m anos, y él los formó para que fuesen dichosos. Los vínculos fraternales n o se rompen jam as; la c a ­ ridad, la igualdad , el derecho n a tu ra l y sagrado de la lib e rta d , subsisten siem pre, de forma que la fe, de acuerdo con la naturaleza, n o hace otra cosa p or toda¿ partes, que presentar herm anos y amigos. Esto s u ­ puesto ¿decidme si la esclavitud es el solo y único medio de obligar á los indios á someterse al yugo d la fe cristiana? ¡Justo cielo1 L a servidum bre : toda t,*_ i ra n ia , el m al tra ta m ie n to de su p i ó j i m o , esto es lp


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cjue deshonra lo relig ió n de J e s u - C r i s t o , lo q u e l a h a c e odiosa, y a u n lo q u e p o l i a d estruirla enteramente, si el poder del infierno fuese capaz de ello. L a escla­ v i t u d , r e p i to , fue ta n cruel en los pueblos antiguos -como l o es a h o r a . Vo6 lo sabéis b i e n ; acordaos que habéis visto a rr e b a ta r el hijo d e brazos paterna­ l e s , la tnuger de ios de su esposo; a rro ja r a l fon­ d o de u n navio tropas de h o m b re s encadenados, y has­ t a corromperse a m o n to n a d o s ; vos m is m o habéis t a m ­ bién visto que los que, p or m ilagro, salen de ese exe­ crable s e p u lc ro , todos están pálidos y abatidos d e d e ­ b i l i d a d , pero que no obstante e s t o , los dirigen á los trabajos mas penosos á que han sido condenados. Yo - p r e g u n t o , es este el medio de grangeaise la volun­ tad? ¿se ha pensado jamas en instruirlos? ¿desean que le instruyen? ¡O Dios mió! lo cjue vemos es que los in­ dios viven y m ueren a u n ♦como animales estúpidos* Para persuadirlos á ab ra z ar la fe de C r i s t o , habría sido c o n ­ veniente vivir entre e llo s , en sus mismas rancheríos; -aguantarles su natural pereza, su in d ocilida d: preve­ nirlos por la dulzura del trato ; ganar su amistad por la confianza, y red u c irlo sá abrazar nuestro sistema re­ ligioso y politico, por el ejemplo personal y p or las buenas obras. E n efe c to, <sti* es el solo ejemplo que conviene; porque la virtud es el mas digno aposto! de -la religión. Sed justos, sed buenos y seréis bien escu­ chados de todos* ¡Ah! y o conozco bien el Nuevo Mun­ d o . Preguntad á esos sacerdotes cuyo zelo trajo á la I n d ia la antorcha de la fe, á esos poses desolados d o n ­ d e se h a n perpetrado tantos crímenes atroces, pregun­ tad les, y os respondrán que la razón ♦ la e q u id a d , la beneficencia y la verdad tiene un grande imperio so­ b re el a lm a de los indios. Preguntadles si hubo jam as pueblos menos zelosos de sus opiniones, ni mas dis­ puestos á instruirse. Mus c uando en el m o m e n to mis-


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m o q u e se les predicaba u n d io s c le m e n t e , veian Hegar*'* á ellos unos pérfidos devastadores y pillos in­ fames, q u e , á n o m b re (le ese m is m o dios, les roba­ b a n , íes encadenaban y hacían s u fr ir m i l ultrages y cruelísimos to rm e n to s , ¿podrían ellos €6cusarse de acu ­ sar de hipócritas é impostores á los que les o n u n cin n la suavidad d e su le y divina? C u a n to a ca b o de d e cir lo he v isto , s í , lo he visto, y por c o n s ig u i e n t e , d e la n te de mí nadie calum nie los indios. P ero que sean ellos obstinados e n su c reen cia, ¿ es esta una razón .para que lo6 c o m p aréis á las bestias? Los polires indios viven con la esperanza de que su es­ clavitud sera menos pe n ib le ; porq u e asi se les ha pro­ m etid o mas d e u n m itlo n de veces; pero jam as llega este alivio. Yo he visto á F e r n a n d o e n te rn e c e rs e , á X im encs indignarse, y á Carlos te m b la r d é la s in h u m a ­ nidades q u e y o les -contaba ; ellos h a n q u e rid o -reme­ d i a r í a n tos m a le s ; pero fue en vano. C u a n d o el buitre de la tiran ía ha a tra p a d o su p r e s a , ella es devorada s in remedio. N o , amigos rnios, rio h a y o tr o rem edio que el de renunciar-al nom bre d e h o m b r e s , a b ju r a r el de c r is ti a n o s ,ó no hacer á otros esclavos; p o rq u e este envilecimiento vergonzoso en el que el m as fuerte o p r i ­ m e al d é b i l , es uno de los m ayores ultrages que se ha­ cen á la n a tu ra le z a , el mas sedicioso ¿ l a h u m a n id a d , y sobre todo, el mas abom inable Á la r e l i g i ó n . Her­ m ano tu eres .mí esclavo, he aquí una a b s u rd id a d en la Loca de u n hom bre U b re , un p e rju ic io y u n a blasfemia en la de u n cristiano. ¿ Y c u a le s el títu lo que autoriza á o p r i m i r ? ¡C o n ­ quistadores p o r la fe! ¡ b ra v a sim p le z a ! L a fe no nos .pide mas que corazones lib re m e n te s u m i s o s , sin que .tengan relación alguna con nuestra a v a ric ia , nuestras rapiñas v nuestros desafueros. El dios á quien servi­ imus e s t á , acaso > h a m b rie n to d e o r o ? U n pontífice


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ha repartido la I n d i a ; p * ro ¿ e ra la In d ia suva ? El-pod ia confiar el Nuevo M undo á quien se encargase de in s tru irle , pero no dársele en presa á q u ie n quisiera saquearlo» Ásí pues, si la In d ia os pertenece es p o r derecho de c o n q u is ta , y este d e re c h o , tirá n ic o en sí m ism o, n o pii'íde ser legítim o mn$ que curmdoel poder se emplea en el bien d é lo s vencidos. Sí - P i z a r r o , la clem encia, la bondad , las buenas obras son los títulos que justi­ fican la co n q u ista; d e f o r m a q n e , según el uso que liabais de la v ic to ria , asi será vuestro c r é d it o , asi se­ r á vuestra f a m a , que os h ará conocer p o r u n m alvado, según vuestros f u r o r e s , ó p o r u n héi'oe, según vues­ tras virtudes. ¡ Ah ! P íz n r r o , y o creo que el din de una victoria lo empleareis en santas z’esolucíorus, y que •todos los guerreros, dispuestos com o vos á escuchar la voz de la naturaleza , seguirán vuestro ejem plo con envidia. Ellos son jóvenes, sensibles y aun sin c o r ­ rupción n o ta b le , que y o m ism o he hecho h\ esperiencia , y los veo a todos conm ovidos de dolor por la •triste pintura que os hago» E n c o n secu en cia, vo os c o n ju ro á n o m b re d e la relig ió n , á n o m b re de la p a ­ tria y de la h u m an id ad , d e ju ra r con ellos de hacer todo el bien posible á los pueblos som etidos; es­ to es, d e respetar sus propiedades, su lib ertad y su vi­ da. Esta c o m p o rta c io n , cuando m en o s, será la mejor garantía de la paz q u e , á n o m b re de 1q $ in d io s , os p i­ de de rodillas y con lág rim as copiosas, su a m ig o , ó p o r mejor d e c ir , su padre. Y o , dice F e r n a n d o enfurecido, y o m e opongo al J u ra m e n to que p e d ís , s í , y o me opongo á ese acto des­ honroso. S i , tan ta precaución prueba que nos estimáis >snuy poco. En fin , sabed cjue el h o m b re fiel á su deber ¡3)0 tiene necesidad de hacer nin g ú n juram ento. ¿Por Asegurar vuestros intereses.particulares, .díjole,, .

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LOS IINCAS.

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I/t$ Casas , n o hace m u c h o tiem p o que liobeïs exijido un ju ram en to el mas escandaloso v fo rm id a b le , y abo» r a . por asegurar el bien de los indios > os oponéis á u n ju ram en to el mas s a n t o , que vos llam áis inútil é •injuri oso. F e m a n d o , confundido con este t a n sólido a r g u m e n ­ to , no encuentra o tro d e sp iq u e á su rabia que acusar de tr a id o r á Dios, al re y y á la p a tr ia , al protector d é l a India» lla m á n d o le d e la to r , c ó m p ’ice en el c r i­ m en y la i m p i e d a d , y otros m uchos dicterios infa­ mes. P i z a r r o , á quien este h o m b re perverso y violen­ to era m u y necesavio en aquellas c irc u n sta n c ia s, tem ió que le perdiese, y por a p a c i g u a r lo , dice á Las C asas, con un tono g ra v e , que su zelo m erecía bien la gloria que había a d q u irid o ; que sus m áxim as y consejos ja* m as se b o rra ría n d e su m em o ria , y que obraria c o n ­ form em ente á ellas m ien tras que él pudiese ; pero que su opinión era la m ism a de F e r n a n d o , esto es , que el creia que su palabra sola , sin l a necesidad de u n ju ­ r a m e n t o , bastaba por g a r a n tía . Á vista d e e sto , et virtuoso y sabio solitario, lleno de confusión y av erg o n zad o , se retira con A lo n so .— V eis, am igo m i ó , Ic d ic e , veis com o mi zelo es i n ú ­ til aquí? Y o os lo había ya dicho- P ero esta piuebae* la m e jo r y nada equívoca para conocer á P iz a r r o : él sexia justo si los que dependen de él lo fuesen j pero como para lo g r a r su intento convenia no disgustarlos» -resulta que su am bición le hace ceder a l a s circunstan­ cias, contra su rectitud y equidad. E n fin , mi querido a m i g o , y o no os propongo que desertéis, porque , ale* jándoos de é l , dism inuiréis ei núm ero de tos hombre* de bien. Mas por l o q u e á mí toca , mi presencia es ya ‘i m p o r t u n o , y bien p ro n to seria odiosa , yo no pienso otra cosa que re tiru a n e á mi soledad. Adiós. Si esta ‘.conquista la.vetó convertirse-en p illa g e y enrtoda


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te J e vicios y crím enes h o rrib le s , vuestro covaton os aconsejará lo q u e d e b e i s h a c e r.— Alonso y a m u y disgustado de cuanto hahia visto y o id o , so in d ig n ó s u m a m e n te del m enosprecio hecho al respetable Las Casas; en ta n to grado que solo su h o n o r pudo contenerle. A m ig o m ió le d i c e , y o me cjuedo a q u í; y o os obedezco. Pero tened entendido que observare la conducta de P iz o rro ; y si él no c u m ­ ple lo que os h a p r o m e t i d o ; si y o tengo la desgracia de e n c o n tra rm e e n tre unos fíi cine roso s > estad seguro que n o los acom pañaré mas que hasta el instante venturoso de h u ir de su c o m p a ñ ía .


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LOS IPíCAS*

CAPITULO X III.

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Bartolomé fue conducido otra vez hasta el rio de los L ag arto s; allí se em barca sobre una c a n o a , y pronto le aleja de Cruces la velocidad de la corriente- Libre y a sus anchuras en m edio ele sus salv ag es, envuelto en las caricias que estos inocentes le p r o d ig a n , les h a ­ bla con aquella voz meliflua que le es c a r e c te r ís tic a , y procura consolarlos e n sus aflicciones. U n o de ellos le d i c e : T u nos a m as cual tie rn o pa­ d r e , y tomas parte en nuestras desventuras: sabemos cuanto has hecho en favor n u e s tro , y no solo los que estamos aqui tenemos p o r ello que m anifestarte nues­ tro a g ra d e cim ie n to , mas ta m b ié n nuestros h e rm an o s, los que aun se hallan libres en la escabrosidad de esas sierras, ansian p o r el m o m en to de poseerte u n dia» Es tal su deseo, que su m ism o c a u d illo , el gefe d e nues­ tro s herm anos, Capana d aría p o r poseerte u n instante diez años de su vida. Nosotros te suplicam os que ven­ gas á verle; tu llenarás de alegría su com zon v el de sus súbditos. El sendero que conduce á su asilo es es­ c a b ro s o , a n g o s to .y todo está c u b ie ito de torrentes j T o m o I. 11


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precipicios; pero esto no es cap«z de detenerte» y ad e­ m a s nosotros te llevarem os e n unas andas de eneas pa­ r a h je e r el c a m in o m enos peligroso y m as soportable. Estas palabras e n tern eciero n t i n t o al venerablenpost ol i que sus ojos > desaciéndose en l á g r i m a s , b a ñ a ro n sus m ejillas, cual dos to rre n te s ó arro y o s q u e , salidos d e distinta* fuentes, vienen á ju n ta r sus aguas para r e g i r la fructífera p r a d e r a . D e este m o d o halló aquí Las Casas el prem io d u lc e , c o m o el mas h e c h ic e ro , de sus reiterados viages al an tig u o m u n d o , y de tantos afanes, traba jos y desvelos com o le había costado el solo deseo d e m ejorar la suerte d e aquellos infelices habi­ tantes del Nuevo Mundo» T a l era el miedo que aun te n ía d e que n o se lograse el fruto de su z e lo , que n o podía figurarse que la c ru e l­ d a d de Da vita hubiese dejado libres á los indios de las sierras, á pesar de que se lo aseguraban sus inocentes com pañeros. T o d o se le volvía en esclam or: ¡ q u e ! ¿ co m o h a sido? ¿ e l b á rb aro se h a b rá d eten id o en peneti'ar en su recinto? Mas sino ha penetrado aun , ¿se­ r á esta una razón para creer firm atneute que no pene­ tr e en él si llega á d e scu b rirlo ? L os sal vages p ro c u ra ­ b a n calm ar sus inquietudes. Nosotros , le dijeron , n o ­ sotros solos conocemos el c a m in o que conduce á é l , y sabremos m o rir antes que faltar al secreto. N ad a te­ m a s , continuaron ; su asilo está á cubierto de todo a ta ­ q u e , de tal forma q u e , aun p o r m ucho tie m p o , habrá indios libres en el is tm o . Las Cosas, con un su;no placer p o r ta n inesperada n o t i c i a , los sigue con toda confianza. Dejan la canoa e n una ensenada del r i o , y por entre bosques y male-z:<5, adelantan su paso hacia el fondo de los desiertos. Llegan á un desfiladero ó puerto entre dos altas sienas, c u a n d o , rep e n tin a m e n te , u n espantoso rugido se oye resonar por la espesura de las selvas. Los indios se


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asustaron, sus rostros se ¡imitan y sus cabellos se e r i­ zan a) conocer el r u g id o d e u n tigre san g u in a rio .'E sc u ­ c h an te inmóviles g u a rd a n d o el mns profundo silencio; pero el m ism o r u g id o se oye aun de mas cerca. J u z g a n d o entonces q u e el peligro es i n m i n e n t e , y viendo ya el tigre casi sobve e llo s , colócansc a l rededor de Las Casas. D éjanos r o d e a r t e , le d i c e n , y nada tem as; él n o puede a g a rra r m a s que u n o , y este no serás tú. E n e f e c to ,e l feroz a n im a l sin d a r mas que tres saltos p a ra ganar el c a m in o , se arroja sobre u n i n d i a , y le lleva á la espesura sin m o d erar su carrera, ( i ) E l pió so litario levanta las m anos al c ielo , y dan d o oyes lam en tab les, cáese o p rim id o del d o lo r. V uelto en sí p o r el cu idado de sus in d io s , dirígese á ello s, y les dice ; ¡ Ay I ¡ a m ig o s , que es lo que he visto ! A n im o > p a d r e , le re sp o n d e n ; v a m o s, n o es n a d a . — ¿Nada d i ­ ces? ¡ó gran D io s ! — N a d a , prosiguen diciéndole, p i r a los infelices indios , n a d a son los tigres c o m p a ra ­ dos á los españoles.— ¡Ob raza im pía y sa n g u in a ria ! que vergiienzi para vosotros, esclamó Las Casas , vos reducís los indios á que ni aun se q u e ja n de los estran­ gos del tigre! E n fin , pvr entre penis y abismos acércanseal val le. E l estaba rodeado de un círculo de m ontañas c u b ie r­ t a s de selvas espesas, y que de todas pirtes no presen­ ta b a n á Ja vista sino una masa enorm e y p ro fu n d a , sin d eja r a rb itrio alguno para e x am in a r su centro. A delántanse en la espesura y suben hasta l a cim a de

( O U n la h 'H o r ia g e n e r a l de lo s V ia g e s , se lee que los tig r e s de V en ezu ela son t a n t e r r i b ^ s que no es r a r o verlo s e n tr a r en la s to ld e ría s de lo s indios, h a c er p r e sa de u n h o m b re , y llevá rsele en su bocaza con tu n ta f a c i l i d a d com o u n g a to á u n r a tó n .


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los m a n te s , y de ella d escu b ren la lla n u ra . R epenti­ n a m e n te Las Casas descubre ta m b ié n un fecundísim o v a l l e , c u y a fertilid a d ,le e n c a n ta . E n el centro de él se hallaba u n a a l d e a , e n m edio «lela cual se percibía la cab an a del cacique* A l m i r a r B a rto lo m é , se siente co n m o v id o d e gozo y de piedad, j P o b re pueblo ! esciam u con e n t e r n e c i m i e n t o , ¡ q u ie r a el cielo que tu asilo sea siem pre in p e n e tra b le I Al acercarse los in d io s , c o rre n sus c o m p a ñ e ro s k su e n cu e n tro p o r la im paciencia d e saber la nueva que ib a n á anunciarles* Os tra e m o s á n u e stro p a d r e , les dieen con el m a y o r alborozo. V edle aqui , este es Las Casas. A l o ír este n o m b r e , n a d a puede e s p lic a re l j ú ­ b ilo de aquel pueblo reco n o cid o . Los brazos d e cada cu al se d is p u ta n la gloria d e te n e rle e n c im a y d e lle ­ varse e n triu n fo hasta la aldea , d o n d e y a el cacique sab ia l a venida d e l aposto) , y d o n d e sn n o m b re e ra ya rev e re n c ia d o y a m a d o com o el íd o lo de todos los corazones. A d elán tase el c a c iq u e , tié n d e le los brazos y le d i ­ c e : V e n , p u l re m ió * ven á consolar tus h ijo s d e to ­ do s los m ales que se les han h e c h o : basta solo el verte p ú a q u e to d o s s e o lv id e n . Las Casas gozaba el p lacer m a s dulce que puede h a la g a r sobre la tierra á un coyv/ort sensible y v irtu o so . ¿O am igos míos* les dijo a b ra z án d o lo s á su t u r n o } si m e atnais tie rn a m e n te , c u a n d o v o n o os he b c c h o bien a lg u n o , ¿cual no s e ­ ria vuestro a m o r p o r u n pueblo que hubiese puesta su g lo ria e n daros artes ú tile s , leyes s a b ia s , buenas c o s ­ t u m b r e s , y un cu lto a g ra d a b le al Dios del universo? — ¡A h padre m ío ! d ijo el c a c iq u e , a d o ra ría m o s á ese pueblo generoso* P ero dejem os inútiles discursos: na* d a debem os se n tir cuando poseemos cd única h o m b re q u e entre <>$os bárbaros ha sido justo y benéfico* Y o no q u ie ro ocupar ahora vuestra a te n c ió n m as que d e núes*


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tivi alegría actual. Llévale á sn c a b a ñ a ; mas cual fue la sorpresa de Bartolom é al v e r e n e l l a , sobre un a l t a r , una estatua d e cedro * en q u e sus facciones estaban es­ tam padas. m íra le d ice el c a c i q u e ; ella te representa, s í , ella es tu m ism a figuro. U n o d e nuestros indios , que te había visto y tenía s ie m p re p re s e n te , m e ha hecho tu áerne,afua; ella nos sigue á to d a s partes ; ella es la q u *invocamos en tocias n u e s tra s em presas , y desde que la poseemos to d o nos ha s a li d o b i e n . Las C a s o s , que e n un p r in c ip i o no babjn podido prescindir d e u n m o v im ie n to d e g r a titu d , se echó eu cai'3 á sí m ism o este t a n n o b le s e n tim ie n to , y h a b la n ­ d o al cacique con un to n o d e voz dulce y severo: d e s­ t r u i d , le d i j o , destruid esa i m a g e n , un sim ple m o rtal n o es d ig n o que le veneréis. A c a b a n d o d e p ro n u n ciar estas p a la b ra s, iba él m ism o á r o m p e r la e sta tu a , mas el cacique La defendió c o m o h u b i e r a n p o d id o defender á su m ugir-v á sus h ijo s. tAv! e sel a m ó , déjanos esta sombra q u e rid a de tí m ism o. C u a n d o t u hayas dejado de exi­ stir , ella recordará á n u estro s h ijo s y nietos el único am igo que hemos te n id o e n m e d io d e nuestros opreso­ res cruelesT o d o el pueblo se junta al re d e d o r de la cabaña , y pide ver á Las Casas: él se m u e s tra , y al aire re­ suena con ecos de a le g r ia , e n q u e se oyen estas d u h e s palabras. V e d lo , a h í , ¡ese es el h o m b re justo y be­ néfico, ese e s ! E l nos am a , nos com padece , y viene á ver sus amigos. Quédese con n o s o tro s ; nuestro bien y nuestros corazones son suyos¡O Dios de lo naturaleza ! esc! a m ó L as C asas, j pu­ diera ser que unos corazones t a n c á n d id o s , tan dulces, ton sencillos, ta n sensibles y verdaderos, n o luesen inocentes delante de tí ! E ntre tanto la juventud cazadora se va hacía las lla ­ nuras : uno atraviesa las aves con sus Hechas. otro


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obliga á la H ebre m enos agi! q u e e l , á p recipitar sn c arre ra . Afluye d e todas partes la c a z a , y el festín se prepara • Las C asas, sentado al lado di*l caciq u e, y en me* “d io de so f a m ilia , se instruye d e sus leyes, costum ­ bres y policía. L a naturaleza es lo guía v el legislador de estos pueblos. A m arse , ayudarse m u tu a m e n te , evi­ t a r el hacerse d a ñ o , h o n rar á sus p a d res, obedecer á su rey , u n irs e á u n a m uger que les consuele y de hi•jos, sin que i r a u n la sospecha de infidelidad p e r tu r ­ be esta unión pacífica, c u ltiv a r sus campos en co m ú n , y distribuirse sus frutos, ta l era su sociedad. Y b i e n , les d ijo Las C a s a s , esa es la le y d e mi D i o s , y la que él m is m o ha gravado en vuestros c o ra ­ zones. Vosotros le servis «in c o n o c e rle , y su voz es la que os conduce. ¿ T u D ios! ese es nuestro e n e m ig o , d ijo el c a c iq u e , pues que él es el dios de los españoles. — El dios de los españoles n o es vuestro e n e m ig o , respondió Las 'Casct6, pues que el es el dios d e la naturaleza . y r o s o tros somos todos sus hijos. — ¡ A h ! si eso es v e u la d , d ijo el c a c iq u e , nosotros buscamos u n dios que nos a m o ; y pues que el de Las Casas debe ser justo y bue­ n o , nosotros querem os adorarle. D á n o slo pronto á co­ nocer. Entonces el fiel a m ig o , Las C a s a s , m o v id o d e sa z e l o , les hizo una p in tu ra ta n a h g ü e ñ a y s u b l i m e d e su D io s , que el c a c iq u e , a rreb a tad o de a le g ría , se le­ v a n t ó , y e sc la m ó : ¡ O Dios de Las C asas, recibe nuestros votos ¡ T o d o su pueblo repitió seguidam ente estos m is m o s acentos. E n este in sta n te , el cacique, m ir a n d o al so lita rio , crevó ver sobre su rostro una b r illa n te z d i v i n a : ¡Mas q u e ! di jóle el c a c iq u e , ¿ es que tu dios no se d^ja nunca vei de los h o m b re s ? — E llo s le han visto., le


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respondió Las Casas, y aun ¿I se ha dignado h a b ita r f?itre’ellos* — ¿ Bajo fjuc figura ? Bajo la de un h o m b re .Acaba de una vez, y di nos si eres tú m ism o ese dios que viene á consolam os. — ¡ Y o ! — ¿Si tu lo e r e s ? ce­ sa de ocultarnos lo que resp lan d ece en tanta viiliuL Halda, nosotros vamos á a d o ia rte . C o i , fundióse Bartolomé en su h u m a n i d a d m ism a , y destelló lejos de si tal e rro r. P e r o , antes de esponef las sublimes verdades que exigía l a in c re d u lid a d de aquellos espíritus débiles, quiso saber c u a l era su culto. ¡ Ay! dijo el caciq u e, nosotros a d o ra m o s vil tigre >com o mus te rrib le de todos los a n im a le s ; m as que por esto n o tenga celos tu d io s , pues este n o es el cu lto del a m o r : es el culto del m ie d o .— V a y a , v a m o s, dijo Las •Casas, destruyam os ese h o rrib le í d o l o ; y los indios, anim ados d e l zelo que él les h a b ía i n s p ir a d o , c o r n a a a l te m p lo siguiendo sus huella^.


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LOS ESCÁS.

CAPÍTULO XIV. S i c c e la waruacion db e st e v i Ag b .

D e una gruta profunda, vecina de aquel tem plo , Bartolom é creyó o ir que salian algunos quejidos. ¿Que es e s o ? p re g u n tó .— P r o s ig a m o s , dijo el caciq u e, tu debes evitar á tus am igos la vergüenza de que te mos* trem o s á unos desgraciados. — Sin q u e re r insistir, Bar­ to lo m é se adelanta hácía aquel tem p lo a b o m in a b le : en d o n d e se veía el dios tig re sobre u n a lta r bañado de sangre. ¿Q ue sangre e s, p r e g u n tó , l a q u e se h.i vertido en este a l t a r ? — La de los a n im a le s , respondió el caci­ q u e , y ta m b ié n algunas veces... — A caba. — L a de los españoles. C u an d o p en etran en lo interior de estas selvas , fuerza es m atarlos ó cogerlos vivos; ¿ y que he­ m os de hacer de estos cautivos, sino inm olarlos? Sí u n o solo de ellos se escapase, nuestro asilo seria des* cubierto y nuestra pérdida inevitable. T u acabas de o ir los ayes de un desdichado joven que nos mueve á com pasión. Yo no puedo resolverm e á hacerle m o r i r ; y con todo es m enester que m uera. Las Casas pid e el verle, y despues de h a b e r hecho d e rrib a r el a lta r y el ¡dolodel tig r e , se vuelve hácia a m az m o rra en donde se h a lla b a encerrado el joven. E l cautivo , á ver e n tra r a osle religioso venera lile, Ino dudó que fuese todavía u n m á r ti r de la fé á quien


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seib a á inm olar. O p a d re m í o , v e n i d , d ijo le , venid á a n im arm e con vuestro ejemplo ; venid á e n señ ar a un joven a desprenderse del a m o r á la v i d a , y á m o rir con valor. M as, apercibiéndose que el so litario estaba lib r e , que m andaba á los indios que se a l e j a s e n , q u e estos le obedecían. ¡ A h ! c o n tin u ó , ¡ m a s q u e v e o ! ¿ y cual es el im perio que ejercéis sobre e llo s ? ¿S ois acaso a l ­ gun ángel del cielo que ha bajado aquí p a ra lib ra rm e ? H ablad , decidnos q u ie n sois. Yo siento volver la es­ peranza en u n corazón de donde se hubia a le ja d o .— Yo soy español com o vos, le d ijo el so litario j p e ro , com o nunca he tenido p^rte en las a b o m in a c io n e s de mi p a tr ia , estoy l i b r e , y q u e rid o e n tr e lo s in d io s.—¡A y ! y y o , dijole G o n z a lo , ¿ q u e es lo q u e he hecho que no haya debido h a ce r, y de q u e h a y a pod id o dis­ pensarm e? Yo soy el hijo de D a v i la f g o b e rn a d o r del I s t m o , quien me había enviado á d a r caza ¿ los sal va­ ges. Mis compañeros y yo hemos p e n etra d o por m e­ dio de las selvas hnsta este v alle, e n d o n d e hemos t e ­ nido íjue ceder al num ero de los i n d i o s , los mas felices de entre los míos han perecido en el c o m b a te , los de­ m a s , y o m ism o los he visto in m o la r e n el a lta r del ti­ gre. A m i solo rae dejan todavía; y a sea porque esos inhum anos hayan tenido piedad d e m i juventud , y porque mis lágrim as les causen alg u n a l á s tim a , ó ya sea p o r q u e su crueldad me haya q u e rid o reservar para algun nuevo sacrificio , ellos me d e ja n c o n su m irm e en este fatal a b a n d o n o , aguardando la m u e r te mas terri­ ble- ¡A y ! perdonad á mí edad y á u n esceso de fla­ queza , que yo me avergüenzo de c o n fe s a r; la vida me es q u e rid a , y y o m iro com o horroroso el perderla en su a u r o r a , ¡c u a n d o tantos en cantos m e prometia! ¡C u an dulce m e hubiera sido el volver á v e r m i pa­ t r i a ! Y cuando yo pienso que aquellos hermosos dias,


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aquello* (lias deliciosos que y o debía pasar en e lla h a a d e sa p a re c id o para s ie m p re , yo roe entrego á la d e ­ sesperación. ¡O h si á to menos y o hubiese m u e rto en m e d io de los com bates, y p o r las monos de un c re m i go digno d e h o n ra r m i v alo r! M a s a q u í , sobre Ins" a r a s d e u n p u eb lo estúpido y Jere z , ¿ sen tirm e despe­ dazar has e n tr a ñ a s , v v e r , o los pies del t i g r e , encen­ d e r mi h o g u e r a ! ; O sut r te h o rrib le ! ¡ Ah , si aun se puede , libradm e de esas monos irdiumonD»; volvedme á mi padre. El n o t i o n e o tro h ijo que yo ; yo sny su -unica esperanza y esto* bárbaros le han privado de e lla . — ¡ Ay ¡a m ig o m i ó , ¡cuan lejos est*rs de h a b e r m u ­ dado de c a rá c te r en la desgracia! Hijo d e D a v ila , ¡ vos Uaraais b á rb a ro s á unos pueblos de q u e él m is­ m o , d u ra n te diez a ñ o s , a h e c h o la carnicería mas h o rrib le ! ¡ y á cuantos padres n o h a n privado sus fu«rores de su dulce y única esperanza! ¡ C uantos n o Lan sido degollados al im p lo ra r d e r o d illa s la gracia de vuestro padre p o r sus hijos! E l ha vertido m as a r r o ­ jos d e sangre que y o s teneis d e gotas en vuestros ve­ n a s ; y el pueblo que se halla e n ce rra d o e n estas $ely asprofundas n o es sino el desdichado resto d e los que él ha esterroinado. ¿V eis ahora que él persigue aun 4 lo poco q i e se le ha escapado? Ellos son p e r­ d id o s si él llega á d escu b rirles; y el volverle á su h i j o , vos m ism o confesareis q u e s e r í a arriesgar el re­ velarle u n secreto del cual únicam ente pende «u salva­ c i ó n .— ¡A y ! guardaos , díjole P o t z a l o , d e decirles q u ie n y o s o y . — ¿ Y o engañarlos d ijo Los Cosas; ¡yo ocultarles el peligro i que se expondrían poniéndoos en lib e rta d ! í ^ o , eso seria p rep ararles yo r o b m o un lazo- Si y o ha Ido p o r vos, han de saber q u ie n sois; .sabrán entonces lo que p id o , y al m ism o tiem po lo .que peligran si m e lo conceden. E n t r e .mi silencio o


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franqueza escoged.— ¡Q ue yo escoja! Y o no veo sino la m uerte por todos lados. Yo m e pongo en vues­ tras m a n o s , yo me a b a n d o n o á vos.— Recobrad el va­ l o r , joven in ca u to ; p e r o , del estado en que os veis reducido* sacad esta útil y g ra n d e lección , que el d e ­ recho de la fuerza es mi derecho odioso; que si los in­ dios lo ejerciesen á su t u r n o , y se perm itiesen la ven­ ganza , no h a y suplicio que n o debiese aplicarse al h i­ jo del cruelísim o D a v ila ; que el estado natural del hombre es la flaqueza , que en vuestro lu g ar n o habría ninguno que no estuviese tím id o v te m b la n d o ; que el orgullo es un ente vecino de la d e sg ra c ia , es el colmos de la demencia.; y q u e , espuesto cada día a ser un o b ­ jeto de p ie d a d , él se hace ta n culpable d e insensa­ tez com o de m a l d a d . cuando le falta la compasión debida al infortunio* Las Casas, regresó hacia d o n d e estaba Capana. Ca­ cique, le d i jo , ¿no te sientes aliviado com o de un y a ­ go triste y p e n o so , por h a b e r d e ja d o de adoror a un ente m aligno y servir en su lu g ar á u n ser clemente y j u s t o ? — Es m uy c i e r t o , respondióle el caciq u e, que nuestros corazones, antes anonadados p o r el m iedo , pa­ recen ahora reanim ados p o r e! a m o r . - - S i , mi amigo, el hom bre ha nacido p iro a m a r. El o d i o , la vengan­ za , todas las pasiones crueles son para él u n estado de in c o m o d id a d , de angustia y de envilecim iento. E l «lente elevarse v aproxim aise al dios esceleitte que le ha c r ia d o , á m edida que es mas dulce y m as m a g n á ­ nim o. A hogar sus sen tim ien to s y triu n fa r de su cólera, o p o n e rlo s beneficios á las in ju rias r e c ib id a s , colm ar de ellos á su e n e m ig o , he a q u í u n placer verdodndementc d iv in o .— Yo lo concibo , dijo el cacique. — No» tú no puedes percibirlo sin haberlo experimen­ tado. P ero , n o p t n d e sin o de tí el gozar plenam ente d e este placer p u ro y c e lts tia l. J la z venir á ese jóvea títí


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cautivo que gime en tus cad en as; libértale,}* <lile« H ijo dci desolador del Istmo» del asesino de nuestros p a d re s , de nuestras m u je re s é h i j o s , hijo de D avila, j o te perdono p o r consideración á tu edad. Vive, y a p re n d e d e un salvage á im ita r á tu d io s .—*¡ El lujo d e D a v i la ! esclamó el c a c iq u e , ¡ q u e , él es el cjue ten» go cautivo- — A estas p a la b ra s, sus ojos irritados cen­ telle a ro n en vivo fuego-— S í , él es, respondió eljsoHt a r i o , él es el hijo d e Dnvila. T ú puedes despedazarle y aun devorarle vivo si asi lo quieres; pero escúchame atento- Apenas h a b rá s saciado tu v e n g a n z a , te verás tris te , y d irá s en t i : ya está d e g o lla d o ; mas 3U sangre n o vuelve la vida á n in g u n o de los m íos. Mi furor es pues i n ú t i l : y o he hecho perecer á un ente d e b i l , ó aca­ so u n inocente; y el resultado es que soy culpahlesin fruto*.. So vida está en tus m a n o s: escoge entre renun­ c i a r á tu dios ó á tú v e n g an za; y vuelve á abrazar el cu lto del tig re si tú quieres todavía m a n c h a rte de san­ g re b u m a u a . — Y o adoro al dios de L as C asas, dice el cacique ; l pero crees tú que él m e m an d e dejar im punes todos los m ales que u n b á rb a ro no s hace desde diez años á esta parte ? — S í , la ley de m i dios t e prescribe el p e rd o n a r y a m a r á tus enemigos. — ¡ A m a r lo s ! — Pues que , ¿ n o son ellos sus hijos com o tú ? y siendo esto in d u d a b le , ¿ com o podrás a m a r al padre y aborrecer á sus hijos? Esto n o puede ser. Compadécelos en sus estravios y aun en sus iniquidades; pero n o sigas su ejem plo ; no seas tú tan inicuo com o e llo s , y m ere­ ce p o r tu clem e n c ia que tu dios sea clem ente con­ tigo. — E n verdad , tú m e c onfundes, dijo el c a c iq u e , s í,tú m e conmueves. V a y a , ¿que exiges de m í ? ¿que y o perdone el hijo de Davila com o á m i herm ano? <Que lo tra ig a n aquí al instante. Yo m is m o rom peré


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sus cadenas y le ab ra z aré: ¿ M a s q u e he de hacer con él despues de haberle p e rm itid o que viva ? Si se esca­ p a, irá á divulgar e l secreto d e nuestro a s ilo , y tu habrás perdido a tus a m i g o s . — Y o tengo el m is­ m o tem o r que t ú , le respondió el so lita rio : por lo que ahora n o quiero otra cosa que suavizar su cauti­ vidad. G onzalo aguardaba con im paciencia la vuelta de Las Casas. Y bien , ie d ijo te m b la n d o ¿ q u e es lo que habéis conseguido? — Q u e os dejen la vida. — Y la lib e r ta d , ¿ la habré p erd id o p a ra sie m p re ? — Ya os he dicho que la salud de estos desafortunados indios pende del secreto de su asilo. — Y o lo s é ; pero res­ pondedles que jamas el hijo d e D avila será capaz de faltar á la fé del juram ento- — ¡C o m o habla y o d e responder de vos 1 dijo el solitario- A vuestra edad no responde n a d i e , ni aun d e sí m ism o . L o que d e ­ béis hacer es únicam ente el p r o c u r a r p o r vuestra con­ ducta m erecer la estimación d e l c a c i q u e , y con el tiempo lograreis que éi se d ig n e de te n e r confianza en voz* — J; Y le habéis d ic h o q u i e n soy .f — S i , n o hay duda. — Entonces yo soy p e r d i d o , esclam ó el joven G onzalo. — N o , no lo sois; y o voy á presentaros.— J o v e n , díjole el c a c iq u e , ¡ a d o r a s t ú al dios de Las C a s a s ! — S í , respondió D a v i l a . — ¿ Crees tú que nosotros se am o s, así com o t ú , hijos de ese m ism o Dios ? — Yo lo creo. — ¡ C o n que'som os h e r m a n o s ! Y siendo a s i , ¿ p o iq u e viniste á m a n c h a r tus m anos con nuestra sangre? — Yo o b e d ec ía. — ¡ A quien ! — Vos lo sabéis. — S í , y o sé q u e tú has nocido d e l mas inicuo d e los hom bres y d e l m as cru e l para nosotros. P e ro Los Casas m e dice q u e su dios y el m ió m e m a n ­ dan pe rd o n a rte . V e n , abraza á tu amigo* — A estas p alab ras, ei joven se prosterna á los pies del caci­ que. — ¡Que h a c e s ! le d ijo C a p o n a , ¿ n o somos her-


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m anos ¿ no eres tii iyual á mí? — Lsto d ijo , y a lm o m e m o , con sus propias monos le q u itó las cadenas. Bartolomé , testigo de este e s p e c tá c u lo , tenia el co ra­ zón penetrado de alegría y e n te rn e c im ie n to : JJavildy grita al jo v e n , e s to s , esto s so n lo s verdadero* cris*

lianas-


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CAPÍTULO XV.

SlOCJB LA

KELACtON DB LO OCU MUDO E K E S TE VIACB-

Desde aquel m om ento perm aneció en tre los indios Gonzalvo , cual si hubiera estado en el s -rio de su pa­ tria v en el regato de su fam ilia. G uardábasele á vis­ ta , pero sin m o lestarle; y la única lib e rta d de que carecía era la de no poderse escapar. L as Casas le veia de continuo. El hubiera q u e rid o hacerle a m a r l a vida feliz v sencilla d e aquel pútrido salvagc; mas el joven, no le escuchaba sino con sollozos y suspiros. Pues que estoy instruido p o r )a d esgracia, por vuestras leccio­ nes, por el ejemplo de estos indios viituosos, hae^d que se fien de m i , y que m e pongan en estado de d e ­ sengañar á mi p a d r e , y enseñarte a conocerlos r amarlos. Ellos ya m e L a n dejado la v id a; entonces les debería tam bién la lib e r ta d . Estos beneficios serán ca­ paces de conm over á m i p a d re . S i , él cederá á las l á ­ grim as de su hijo* C o m o á esta edad no se sabe fingir con arto y des­ fachatez, Las Casas n o dudaba de la sinceridad de G onzalvo; pero le conocía dem asiado débil, para a tre ­ verse a c o n ta r con su fe. — Estáis sin duda ahora bien determ inado, le d i jo , á no fa lta r á la confianza de es­ te pueblo; mas vo p re v e o to d o e l ascendiente de un pa­ d r e , v vo no respóndele jamas de que él no venga al


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fin a sorprenderos y arranen ros el secreto. L o que nqui os d ig o , tam bién lo be d ic h o al c a c iq u e ; para él es para q u ie n está el p e lig ro , el pues es á quien ha ¿ e consultarse. Yo dejo á tu cautivo en la aflicción , d ijo Las Ca­ sas á Caprina: él suspira con ansio p o r la libertad. Yo te be hecho ver todo el peligro que corres si le vuelves á su p a d r e ; mas tam p o co debo ocultarte la ventaja que te resultaria d e este beneficio. P u ed e su­ ceder que su padre os d e s c u b r a , y entonces tendrías por apovo á ese ¡oven, á quien tu clem encia baria un deber sagrado de no aband o n arte n u n c a : el a m o r p a ­ terno tiene derechos sobre los tiran o s mas feroces. Despues de lo que te be d ic h o , á tí únicam ente tora el decidirte sobre el partido que has d e t o m a r : yo ig­ noro com o tú cual pueda ser el m ejor , m as tú sabes ta m b ié n com o y o , cual es el m as generoso. C uanto á mi , desprovisto aquí de m edios para ce­ leb rar nuestros augustos m isterios , paro establecer en­ tr e vosotros el sacerdocio , y perpetuar el c u lto d e los a lta re s , yo voy a buscaros pastores, y acaso á asegu­ raros una tra n q u ilid ad futura. A d ió s , y o pido al cie­ l o , v espero que me conceda la dicha de veros antes de bajar al sepulcro. G ra n d e fue el desconsuelo de Davila al saber que Las Casas le abandonaba; al punto fue ¿ arrojarse á los pies d d cacique. ¡ Ah I J ijó le , ¡porque desconfias de un i.ifelizque te lo debe todo ! L a naturaleza ha puesto en mi un corazón se n sib leco m o el tuyo; pero, aunque hu­ biese puesto en su lugar el del tigre á quien adorabas, tus virtudes le habrían enternecido- T ú r n e has llam a­ d o tu a m ig o ; tú me has abrazado com o á tu herm a­ n o , estas son cosas que yo no podré jamas o lv id a r; yo no soy ni ingrato ni alevoso. Pues que tu vida m is-


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n ía y l a salvación d e tus am igos p e n d e n d e lo oculto de t u a s i l o , y o g u a rd a ré el s i g i l o ; y o te lo juro por roí D i o s , p o r ese D io s que es ta m b ié n y a el tu y o . S í , y o te creo sensible y b u e n o d ijo el c a c iq u e ; m as tú eres frá g il , y el h o m b r e a s i , está e n vísperas de ser malo* ¿ C o m o te o p o n d ría s, á la a u to rid a d de tu padre , c u a n d o n o has sa b id o a r r o s t r a r l a m u e r te ? — L a m u e rte m e ha causado e s p a n t o , lo confieso, dijo el joven, levantándose o rg u llo s o : m a s si p ara e v itar­ la tú m e hubieses propuesto u n d e l i t o , entonces h a ­ brías visto c u a l d e las dos cosas m e h u b iera espanta­ d o m as. U n a vez que y o no poseo tu estim ación , yo r»o t e pido y a cosa alg u n a , y o re n u n c io á la lib e rta d , y a u n te dispenso d e q u e m e dejes l a vida. — D ijo es* So, y se retiró . E l caciq u e, que le seguia d e vista , y q u e le vela a b atid o tle tristeza, si m ió se e n te rn e c id o . Al p u n to h a ­ ce lla m a r á L as C a s a s , y le d i c e : llévate contigo á ese jo v e n ; su d o lo r m e pesa y m e c a n s a : la presencia de u n infeliz es insoportable p ara m í . — ¿H as pensado bien en e llo ? preguntóle el solitario* — Sí . y o se que una palabra de su boca n o s p i e r d e ; q u e á m i pueblo y á raí no s entrega á los t i r a n o s ; m a s la com pasión en m í tiene mas fuerza que e l t e m o r : yo y a jío q u ie ro verle padecer. Si se han visto hijos virtuosos en los funerales de u n p a d r e tie rn o y a m a d o , tal es la im a g e n d e l d o lo r de Jos indios p o r la partida d e L as Casas» E l cacique y su p ueblo, con el s e m b la n te a b a tid o , los ojos bajos y b in a d o s de l á g r i m a s , le aco m p a ñ aro n e n atfencio b á s t a l a ex trem id ad de l a selva».Allí fue m enester separarse. T estigo de la triste desp o d id a, G o n z a lo ocultaba -dentro de su pecho su alegría» E l c a c iq u e , q uitándole lo w o i . xï


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su c o lla r , lo puso al cuello del jóven Davila , l e abra­ z ó , y d ijo : se constantem ente nuestro a m ig o , v silos tira n o s quisiesen que revelases el secreto d e nuestro a s ilo , m ira este c o lla r , acuérdate de Los C asas, y •pregunta á tu propio co razón si debes ó n o ven* •tiernos L os dos españoles, a tr a v e s á n d o lo s selvas sobre l a 'fé de sus guias, se hacían una p in tu ra 'tie rn a de la i n ­ icióle y costum bres de aquellos salvajes. V in o u n m o ­ m e n t o en que Las C a s a s , m ira n d o al joven D avíla: •veis, le d ic e , ¿si com o se pretende , son in d ig n o s del n o m b r e d e h o m b r e s , y si es difícil el hacerlos cris­ t ia n o s * E l h o m b re no se niega ja m a s a las verdades •que le consuelan, que le alivian en sus penas, v que le hacen e stim a r estos do s presentes del c ielo , la vida v la sociedad im p o rta que esas verdades pisen los lim íte s e le su corto e n te n d im ie n to ; con tal que con«muevan s u c o ra z ó n ,.é l q u e d a rá persuadido de e lla s ; 'él cree entonces todo lo que quiere creer. Seguram ente l a naturaleza toda es u n m isterio á sus ojos ; p e r o , sin e m b a rg o , ¿se ve acaso q u e al tiem p o que goza sus beneficios , la eche en cara la obscuridad é im p o ten ­ tia desús m edios? Lo m ism o se rá de la religión: cuan­ t o s m as h o m b res haga ella felices., m enos serán los incrédulos» P e r o , ¿puede ocultarse replicó G o n z a lv o , lo que •ellatiene de doloroso y verdaderam ente espantoso pa­ r a el hom b re? — Ella , respondió el sol·lario, tiene un gran atractivo; escita á la v irtu d y consuela la ino­ c e n c ia ; de forma que esto-solo m e basto para hacerla a d o ra r en todos partes. Las Imanes leves com p rim en él v ic io , espantan al dvlito » afligen al m alvado , v son amadas poique pende d e cada cual el recoger-sus fru­ t o s y ser feliz p a r ellas- C o n precisión debe amarse uso a religión q u e , como esas leyes saludables, es favo-


IO S INCAS. rabie á los hom bres d e b ie n , rigurosa con los m a lo s , é indulgente con los debiles. Mas profesándola en su pureza no se puede o p r im ir á n a d i e ; quien l a si­ gue v erdaderam ente no puede t e n i r sus m a n o s con sa n g re ; es fuerza ser h u m a n o , j u s t o , p acífic o , ca­ r i t a t i v o , y sobre todo d e sin teresad o ; ju n tar el ejem ­ plo al precepto , instruir p o r las buenas, obras y pro* Lar por las virtudes. E l o rg u llo y la avaricia no pue­ den conform arse á estos principios; el derecho del c u ­ c h illo es el que m as conviene á los tir a n o s ; de forma que, con ta n odiosos pvetestos de que se valen las pasio­ nes, el h o m b re se propaso á la violencia, la rap iñ a, el ase­ sinato, v hasta á lo s crím enes m asatro ces. — A estes pa­ labras, el solitario observó que el hijo de Davila bajaba los o^os, y que el r u b o r d e l d e lito sonrojaba su ros­ tro . — P erdona joven le d i j o , y o conozco que te afli­ jo demasiado ; pero sábete qu¿ Dios es quien te ha d a ­ d o u n padre tan rig u ro so ; m a s , p o r injusto qne te p a ­ t e e n , no dejes n u n ca de a m a r l e , respetarle y c o m ­ padecerte de e l: lo único qne yo te encargo es solo que no le imites* Regresan ¿i C ru c e s , don d e Bartolom é y Gonzalo se separan. B a rto lo m é , abrazado d e l jóven D a v ila , le dice: adiós , adiós, tu vas á ver á tu p a d re ; acuérdate del cacique C apatia, y dígnate alguna vez d e pensar en m í. Y o no oiré tus p a l a b r a s ; pero Dios estará pre­ sente: tu corazón le ha jurado -el -ser fiel á los indios y yo espero que lo seas. G onzalo se vuelve a P an am á , y Las Casas descien­ de por el rio hasta la costa o r ie n ta l, «donde un buque 'le recibe, y lleva á la ribera que baña el Ozama ¿ .su entrada en el anchuroso Océano.


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C A P ÍT U L O X V í­

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LA RELACION D E ESTE V1ACE-

D o n P e d ro D a v ila llo ra b a al heredero de su apellido|con las lág rim as del orgullo, de la rabia y d e la deses­ p e ra c ió n ; m a s e n cuanto le vió se entregó al alborozo d e la alegría m as tierna» E l c ie lo , le d ic e , lujo m í o , s í , el cielo se apiada del lla n to de tu p a d re v te vuel­ ve a sus brazos. P e ro esos animosos castellanos que te a c o m p a ñ a b a n , ¿ e n don d e están? que se ha hecho de « l ío s ?— Han m u e r to , respondió Gonzalo* Acosados los indios por nosotros, nos hicieron al fin tal r e s i ­ tencia que fuimos obligados d e ceder ai n ú m ero - Yo m ism o be estado cautivo en m edio de ellos; pero sa­ b ía n quien yo e r a , y su caudillo m e ha dejado la vida y puesto en libertad. ¡G padre m ió ! si m e a m a is ; una conducta tan noble y generosa debe conmoveros y des­ a r m a r vuestro brazo.-—Mas el tira n o no le escuchabo. T u rb ad o y furioso al ver que despuesde los estragos y la larga carnicería que habia hecho en tre los indios se defendiesen a u n , no buscaba p o r el m e d io de consu­ m a r su ru in a , sin ser sensible a l beneficio que solo, hubiera debido conmoverle-— Si1, d i jo l e , y o agradece­ r é lo que han hecho p o r tí los sal vages- D im e ¿en don­ de les dejaste, y en que parage se h a pasad o oí cons­ tate ?


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— N o m e seria fácil volver á e n c o n tra r mis huellas en estos desiertos, le respondió G o n z a lo ; y y o me be dejado c o n d u c ir sin s a b e r y o m is m o á don d e i b a , a l de don d e venia. - • Y a e n t i e n d o , replicó el p a d r e , observando su t u r b a c i ó n ; ellos sin d u d a alg u n a t e han hecho prom e­ ter el no indicarm e su r e t i r o , y tú te crees ligado p o r tus juram entos. —Si y o hubiese p ro m e tid o a lg o , seria fiel á m i p a ­ l a b r a , dijo el joven; y y o les debo b a s ta n te , para no f a lta r en talc a * o á su confianza. - -M u c h o m as sagrados son los v ín cu lo s que te o b li­ gan an te D io s , pava con tu r e y , tu p a tria y conm igo m is m o , insistió el tiran o - T ú has visto caer bajo los golpes de esos sal vages la m ita d d e los m íos: ¿quie­ res ahora que acaben d e e s te rm in a r á los d e m a s ? A i dejarte la vida r ¿ han roto acaso sus arcos? ¿H an pro­ m etid o el n o volver á h a c e r uso en sus tiros de ese m ortal veneno que los aleves han inventado? Obedece á tu p a d r e , y m añ an a está p ro n to á servirnos de g u ia , pues yo quiero m a rc h a r sobre ellos* — G onzalo, reducido á o p ta r e n tre vender á los salvages, ó e n g a ñ a r á su p a d r e , ó bien negarse á obede­ cerle, tom ó el partido de la fra n q u e z a , y declaró que e n su vida no co n trib u iria al m a l que se quisiese h a c e ra sus bienhechores. Davila se e n fu re c ió ; mas su hijo con modestia sostuvo su re s o lu c ió n ; y el podre, n o h a ­ b ien d o podido vencerle, ni por la repreh ension > ni por la s amenazas , recurrió al artificio. F e rn a n d o de Luques fue escogido p o r este odioso m ir.H te rio , y llegando al jo v en , le dijo con un tono afectuoso, y com o si estuviese penetrado de lo que d e ­ cía. M irad que vais á hacer m o r i r á vuestro padre: el os a m a ; yo lo he visto verter por vos sus lágrimas p í ­ le n la s , y ahora no volvéis á su regazo sino p ara acou-


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gojorle d e d o l o r . - - ¡ A y) respondió el ¡óvc-n, que tne pide la vida y ñ o l a traición - - S i fuera una traición t ¿ h a b ía de ser yo* dijo el aleve, quien os instase por que obedecieseis ? Yo to m o tan to interés en la suerte de los in d io s, com o vos m ism o podéis tom arla* pero sabed q u e ; irrita n d o á vuestro p a d r e , les perdéis irre­ m e d ia b le m e n te , su cólera fu rib u n d a descargará sobre ellos* Vuesti a resistencia le ofende sobrem anera : él dice de co ntinuo que su hijo le desprecia y a b o rre c e ; y q u e , mas adicto á ese pueblo b á rb aro q u e á su Dios, á su príncipe y ásu padre, noconoce otro d e b e r que el de la religión; que cuando su lu jo no se atreve á fiarse en su agradecim iento, le.cree menos generoso que u n m i­ serable indio. No , dice D avila , n o cta así com o se de­ bía servir á los salvages M ovido de su h u m a n id a d ? y m as sensible todavía á tu confianza; yo se que tu p a ­ d re se habría dejado a p la c a r: m a s , sí p o r ellos ha perdido la estimación y el respeto d e su h ijo , ¿ podrá n u n ca perdonarles? - - N o , el no h a -p e rd id o en nada sus derechos sabré m i c o i m o n , replicó G o n z a lo : m i respi-toy n ú am or h acia él son siem pre los m ism os. Pero que n o m e pida sino lo q u e es inocente y justo: entonces puede estar '«eguro que al instante será obedecido- Mas ¿que es lo que quiere de m í? ¿ y porque obcecarse en q u e re r que y o sea ingrato y perjuro? Si él quisiese perseguir to d a­ vía á ese pueblo infeliz, n o he de ser vo quien guie sus pasos desapiadados: y si consiente en dejarlo tran­ q u ilo ) no ha m enester saber en que lugares respira en paz. P o r unico precio de la salud d e su h i jo , los sal­ vages no le piden sino el vivir lejos de é l , y aun olvi­ dad o s, si es posible. S í , el olvido será para ellos el •m ayor de todos los beneficios. --V o s no pensáis , le dijo F e r n a n d o , que esparci­ d o s p o r las selvas no s e puede in stru irle s, y que ello*


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viven sin culto y sin leves*— Ellos son cristianos, di* jn el ¡oven. Déjeseles adorar en su sencillez á un dios á quien sirven m e jo r que n o s o tr o s .- - ¡ Son cristianos! ¡Ali ! si es verdad , co ntinuó el aleve , ¿ d u d á is que se use con ellos ele i ndulgencta y conm iseración? Fiaos en mi por lo que respeta el cuidado de la salvación de nuestros hermanos- Yo Ies protegeré y llevaré d e n tro de mí pecho-— Pues b ien , .protegedles; conseguid que se les ulvidc* y he aquí el neto m as noble v m n s p io n to de nuestra gran p r o t e c c i ó n ¡ AyÜ G onzalo vos que reiscargaros de u n parricidio. E U ossaldiún de sus selvas, nos a rm a rá n lazos* y sin duda a l g u n a , vuestro padre á quien su propio v alo r espone, caerá e n e llo s ; vos aereis quien le habréis entregado i sus enem igos. L a flecho empozoñada que herirá su corazón > será consi­ derada com o si fuese tirada por vuestro brazo m ism o. G onzalo se estremece al o ir estro p a la b ra s; pero., acordándose d e Las C a s a s : ¡M e habría aconsejado u n delito aquel h o m b re v enerable! dijo en sí m ism o. ¡Ay! yo siento en m í que la naturaleza está de acner* do con él. N o m e tentéis raas, dice al aleve. La voz íntima de m í corazón se levanta contra vuestras re p re ­ hensiones, y m e habla con mas fuerza que vos. F ern an d o tu rb ad o y confuso al ver la in u tilid a d de su empresa o d io sa , dijo á Davlla que su hijo tenia el corazón em p ed ern id o ; que necesariam ente le hablan pervertido, y que tan ta obstiacion pasaba los lím i­ tes de su edad. Desde aquel m o m e n to , G o n z a l o , odioso á «su pa­ d r e , lloraba noche y día su desgracia. ¡Q uítate d e mi p resen cia’ l e <1¡jo un din este padre inexorable, despues de otra \on;i te n ta tiv a , huye de mi presencia, pues que eres in d ig n o de lia marte m i ■hijo. S i , huye de mi vista. Yo n o quiero sufrir ma& «vJtrüges de tu p a r t e ¡.Desdichados tos q u e d e mihijQ,


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antes o b e d ie n te , fiel y respetuoso, han heclioun obs­ tin a d o r e b e ld e ! ¡ A y ! padre m i ó , dijo el jo v en , postrándose á sus .plantas y bañado de lá g r im a s , ¿es posible que el n e ­ garm e á ser in g r a to , aleve y p e r ju io , m e acarrea de vuestra parte un trato ta n cruel ¿ ?Q ue es lo que exi­ gís de m í ? ¿Porque motivo teneis u n odio tan e n c a m i­ s a d o á esos infelices? ¡ O h ! si hubieseis visto á su pro­ pio rey ro m p e r mis cadenas, abrazarm e , llam arm e su a m ig o , su h e r m a n o , preguntarm e«condulzura que m al nos han h e c h o , y porque olvidam os que son hombres c o m o n o s o tro s ; vos m is m o , s i, padre m i ó , vos mis­ m o m e haríais un delito abom inable de la infidelidad q u e ahora me prescribís com o ley . Y o sierrto indeci­ blem ente el desagradaros ¡ pero aun m as sensible me seria e n esta ocasión el obedeceros. Y o os ruego que no m e reduzcáis á tal a p u ro , y que tengáis compasión de un hijo a quien vuestra s a ñ a o p r i m e , y que > en el tiem po m ism o que os i r r i t a , m erece vuestro am or. --IS 'o , ya y o no tengo h ijo , ni tú ta m p o c o tienes pa­ dre. L i b r a d m e , g r i t a , lib ra d m e d e u n tra id o r á quien n o puedo sufrir. G o n z a lo , a b a tid o , co nsternado, salió del palacio de su p a d re , y le hizo p reguntar que lu g a r le señalaba para su destierro. Esas selvas, esas cavernas que ocul­ t a n , sin d u d a a lg u n a , á los infames cobardes que h a p referid o á m í , respondió el inflexible padre. El joven volvió á t o m a r el cam ino de C ru c e s , y , al irse , lloraba am arg a m en te en m edio del silencio y la espesura de los bosques; pero se decia á si mis­ m o : Yo desobedezco á m i p a d r e , y o le ailigo y le i rríto á punto q u e -me aleja para s ie m p re de él ¿ y yo n o siento en m i d o lo r n in g u n a especie d e r e m o r ­ d im ie n to ; en vez q u e , si le hubiese obedecido persi­ g u ie n d o a los salvajes > r a i c o i a z o n .estaria ahora do-


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vorodo p o r el mas cruel y te r r i b le ; y h e aq u í la p ru e ­ ba mas convincente que este es u n d e b e r m as sagrado que el de la sum isión á la v o lu n ta d d e u n padre. Nuestra primei*a calidad es sin duda la de hom bres, y por consiguiente nuestro p r im e r d e b e r el de ser h u ­ manos. El estado d e abandono a que se h a lla b a reducido , el dolor que le afligia, la im p ru d e n c ia y buena fe de su edad no le perm itieron ver el tuzo que le h a b ía n p re ­ parado. Los salvagesque le habinn v isto c o n Las C a ­ sas en aquel m ism o p i r a g e , n o te n ía n desconfianza de é l ; él les confesó su d e sg ra cia , sin ocultarles la causa. Y bien, d ijé ro n le , porque , una vez que tú no deseas sino vivir en paz y sin m o le s tia , ¿ porq u e n o vuelves con tus am igos del v a lle ? U n a h u m ild e c b o z i , una dulce c o m p a ñ e r a , nuestra a m i s t a d , tu in o ­ c en c ia, serán tus bienes. S íg u e n o s: el cacique te n d r á cuidado de hacerte olvidar la in ju ria d e o n aleve pa­ dre. El incauto joven to m á o s te consejo funesto. Mas no bien habia atravesado la espesura d e l bosque , n i í u corazón empezado á ativiarse con el p lacer que l e causaba la vista del v a lle , c u a n d o : ¡ cual fue su sorpresa y dolor al verse de repente ro d e a d o de espa­ ñ o le s, que le m an d a b a n en n o m b re d e l v i r e y , su p a ­ d r e , que se volviese con ellos L acia C ru c e s ! A la vista de los españoles, do s indios á q u ien es él habia t o ­ m ado por guias, se fugaron al b o s q u e , y , p o r todo él esparcieron l a alarm a. Desde este fatal m o m en to 5 el asilo del cacique y de sus pu eb lo s e sta b a descubier­ to. El desdichado joven, vuelto á c o n d u c ir á C ru c e s, tom aba la tierra y el ciclo p o r testigo d e su inocen­ cia. H ibiendo sabido que una nave iba á darse k l a vela para la Isla E sp a ñ o la , solicitó de su padre el per­ miso de pasar á ella. E l padre c o n s in tió en ello, ya T omo

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U JB T S C X S .

p o r librarse de u n testigo c u y a vista le cansaría de c o n tin u o , ya p o r dejarle e x h ala r en aquel destierro voluntario la a m arg u ra de su se n tim ie n to , j Ah ! dijo G o n zalo , al dej»r las p l a y a s , ¡ y o n o h e de ver m a s i m i padre! ¡ E l m e ha s o rp re n d id o , m e ha hecho perjuro y tra id o r á los ojos de m is amigos! ¡ N o , yo n o consentiré m as en verle! A su llegada á l a isla E spañola , lo p rim e ro que h a ­ ce es p reguntar p o r Las Casas: vase á precipitar en sus brazos, y le cuenta su desgracia 9 la que él llam a d e lito , con to d a l a congoja d e u n corazón culpable y consternado» A m ig o m í o , le dice L as C asas, despues d e haberle o í d o , tú has com etido una im p ru d e n c ia ; pero tu co­ razón está inocente. C ierto d e b e ser u n suplicio h o r­ rib le , pava un hijo h o n ra d o y sensible, el ver los ma* le s que su padre ha causado» Y a n o debes m as ser testigo d e ellos. E n adelante vuelto e n tí m i s m o , á España es donde debes ir p ara ofrecer t u sangre á la p a tr ia , y d e rra m a rla , s in d e l i t o , e n c u a lq u ie r caso que se presente» contra justos enemigos- Solicita del rey la licencia necesaria p a ra tu p a r t i d a , y en tre tan to des­ cansa aq u í tra n q u ilo , G o n z a lo , despues de h a b e r desahogado su d o lo r e n el seno de aquel pió solitario, sin tió renacer su valor, y p e rm a n e c ió a l lad o de su a m i g o , a g u a rd a n d o que el m o n a rc a le perm itiese d e ja r este hemisferio.


tos INCAS.

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CAPÍTULO X V II. F

a

&TB P 1Z 1 RBO D'EL

tK

COSTA

PUERTO

LLAMADA >

DE

P UE BL O

P ANAMA , T ABORDA E E QUEMADO* —

GuERLA

COB LOS SAL VAGE S. — C A N T O F U N E B R E ü B UK ANCIANO I N D i O Q C B LOS ESPADOLES HACEN Q U E M A R .

P ízarro se h izo á la vela hacía el ecuador. P o r m edro de los escollos de un m a r desconocido hasta entonces, $u navegación era penosa y le n ta ; de form a que bien pronto fue forzado á acercarse á aquellas costas salva* ges (1' en q u e , p o r todos p a r te s , h alló pueblos aguer­ ridos. Apenas fué aco m etid o u n o d e estos, c u a n d o to ­ dos correu á s o c o rre rle , y en tro p el se presentan a l com bate. E l fuego de las arm as les dispersa; p e r o su valor vuelve á recibirles. T o d o s los días se le Lace una gran c a r n ic e ría , y todos los dias ta m b ié n aquellos in­ felices, esperando v en g ar sus a m ig o s , to rn a n a pere­ cer con ellos. E l acero español les desconcierta, y los brazos de estos europeos se cansan de degollarlos* U n cacique a n c i a n o , fam oso en o tro tiem p o p o r su valor y p ru d en c ia , pero y a sin fuerzas por sus tra b a ­ jos y m uchos a ñ o s, se h a lla b a recostado en el fondo de una cu ev a, y solo a g u ard ab a la m u e r te , cuando lo* gritos de r a b i a , d e d o l o r y d e espanto resuenan hasta el; )i(

( i ) L lám ase este s i t i o , P u eb lo quemado*


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LOS INCAS.

d e repente ve acercarse sus dos h ijo s c u b ie r to s de s a n ­ gra y p o lv o , y arrancándose los c a b e llo s , g rita n a! i fifeliz: acabóse y a , podre , acab ó se; somos perdidos. «Y q u e ? d ijo el a n c ia n o re sp e ta b le , levantando su c a ­ b e z a , ¿v ien en e n g r a n n ú m e ro » ó so n acaso in m o r­ ta le s ? ¿ Es esa la estirpe d e los gigantes ( i ) , que en tiem p o d e nuestros abuelos sa lta ro n e n nuestras co$~ ta s ? — N o , padre m i ó , respóndele u n o d e los h i j o s 1 ellos vienen e n corto n ú m e r o , y son sem ejantes á n o . s o tro s t escepto u n pelo espeso q u e les c u b re hasta mi* ta d del r o s t r o ; pero s in d u d a a lg u n a so n d io s e s , pues q u e los relámpagos y el m isin o ra y o p arte d e sus m a ­ n o s . Nuestros am igos aterra d o s y h e rid o s nos han in u n d a d o con su sa n g re : h e a q u í las señales hum ean* d o aun e n nuestros cuerpos* Yo q u ie ro m a ñ a n a verles de m a s c erca: l l e v a d m e , h ijo s m í o s , d ijo el c a c i q u e , á aquel p e ñ a sc o e n c re s­ p a d o , á fin que desde a llí y o p u ed a observar el corob ate. Desde el a m a n e c e r , lo s i n d io s se ju n ta r o n en la l l a n u r a , d o n d e y a los castellanos les ag u ard a d an . Piz a i r o recorria sus illas con se m b la n te grave v sereno : a s m órdenes se h a lla b a A leon , h o m b re altivo y séñ u d o con e s tre m o , y M olina estaba al fre n te d e los jóvenes espinóles. Los o jo s d e este caudillo estaban fijos e n la t i e r r a , y su ro stro a b iti ido y t r i s te , no de t e ­ m o r , sino de lá stim a : creíase o i r g e m ir á l a h u m a n i ­ dad e n el fondo del corazón de aquel joven ejem plar. U n a algazara com puesta de m ile s d e alaridos fue l a señal d e los in d io s , y al instante una n u b e de dar~ dos obscureció l a atm ó sfe ra , y cayó sobre las cabezas d e los castellanos. P e r o d e ta n ta s flechas, c o m o s e a r - )i(

( i ) V éase G a rc ila so , lib r o 9 > c a p . 9 .


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ro ja b an sin o r d e n , casi n in g u n a Jes hería. P izarro se avanza á cada in s ta n te , y con u n fuego te rrib le es­ p a rc e por todas partes la m u e r te en sus co n trario s: los del c a ñ ó n , p r í n c i p e m e n t e , causan u n estrago y u n vacio espantoso en las huestes sol vages. T res veces se h a llaro n ios indios d e s o r d e n a d o s ; pero la presencia del viejo cacique sostiene el á n im o d e ios suyos. A f í r ­ m e n s e , adelantan y se desplegan e n dos a l a s , ro d e a n ­ do ol corto núm ero de castellanos. P i z a r r o , en t a n t o , 6c precipita só b re lo s indios con su escuadrón furioso, y las filas espesas de estos so n e n un m o m e n to dese­ c h a s, 6 ni m enos disipadas. Su fuga no presenta ya sin o el triste espectáculo de una c a r n ic e r ía a tro z de h o m ­ bres desparram ados, q u e , in e rm e s y con súplicas h u ­ m ild e s , presentau su cuello ol gnlpe m a s fatal. Lo$ bos ¡nes y montes sirvieron solam ente d e refugio á c u a n to s pudieron escaparseEl a n c ia n o , desde lo alto de una p ? u n , contem plaba c o n ojo pensativo este desastre. E / vio al mas joven d e sus hijos partido com o una caña p o r el rayo csterm in a d o r d e l fiero castellano- A vista d e esta desgra­ cia , su corazón p U e m a l se despedaza de d o l o r ; pero la im presión d e u n aciago suceso cede el lu g ar al se n tim ie n to mas profundo de la c a la m id a d pública. E l hace reu n ir á sus in d io s , y les d ic e : Hijos del tig re y del le ó n , debem os confesar que esos fo ra jid o s nos aventajan en el arte de hacer d a ñ o . Ese fuego destructor, esos tru e n o s , esos veloces a n im a le s que c o m b a te n de* b ajo del h o m b re , son verdadera m en te cosas prodigi osa so incom prehensibles para nosotros. Mas volved d t i asom ­ b ro q u e os causan esas novedades. V u estra es la vert^ taja p o r el núm ero y el sitio del c o m b a te : aprove­ c h a o s de ella. ¿ Q u ie n os aconseja ó fuerza á arrojaros en tropel s ó b r e lo s enemigos en m edio de la llanura? ¿ p o rq u e disputarles esta posición t a n ventajosa? esta


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LOS INCAS.

acaso cubierta <lc mieses? ¿ N o veis que la h a m b r e , c o n sus dientes agudos y sus uñas d e s tr u c to r a s , vie­ n e en pos de ellos? E lla va á v e n ce rlo s, chupando to d a la sangre de sus v e n as, y dejándoles extenuados y desfallecidos sobre estas masas d e a re n a . Teneos sobre la defensiva* mas y o os c o n ju ro que esta sea en elan*» gosto valle que serpentea en tre esas dos colínas. A llí, si vienen á a ta c a r n o s , verem os que uso hacen d e esos anim ales que pelean p o r ellos. E l sabio y p rudente consejo del anciano fue ejecu­ ta d o aquella m ism a n o c h e ; y cuando el dia vino á a c la ra r aquel sitio, los esp añ o les, asom brados del s i ­ lencio y d é l a soledad que reinaba en toda la l l a n u r a , n o hallaron mas e n em ig o q u e la h a m b re , que es el peor y m as cruel de todos. P i z a r r o , apenas d escubrió las huellas de los indios, se resolvió a perseguirles, pero ellos yo le aguardaban. E l venerable cacique apostó sus gentes p o r trozos en todos los escapes del c ircu ito d e l v a l l e . — G u a rd a d bien vuestros puestos, les d e c u , pues que ellos os po­ nen á cubierto de las asechanzas del e n em ig o , y , á m%s de esto, sabed que fa tig a r le es vencerle. P r o t e ­ gidos contra sus rayos p o r los ángulos de esas c o lin as, los aguardareis en los regates. A llí y o os p i d o , no que os mantengáis firmes delante d e e llo s , sino que tiréis de cerca vuestra p rim era flecha, y h u y á is al instante hasta el puesto i n m e d i a t o , don d e los a g u a r ­ d a re is, Y haréis lo m ism o que antes. Yo para p ro te ­ ger vuestra retirada en caso n ecesario, defenderé has­ ta m o r i r el últim o desfiladero. T a l fue el plan d e b a ­ ta l la del respetable c a c iq u e , y él es la m e jo r prueba d e sus conocim ientos. A penas la prim era c o lu m n a d e los castellanos se pre­ sentó delante del estrec h o d e l v a lle , cayó sobre ellos una nube de f l e c h a s , ejecutando este ataque c o r


L O S 1K C À S.

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tal p r o n titu d y d e s tre z a , que a u n no estaba b ie n ex­ ten d id o el a r c o , c u a n d o los indios estaban v a disipa* dos c orriendo al segundo puesto. L os castellanos los s ig u e n , y en cada v uelta e n c u e n tra n l a m ism a resis­ tencia» E strem ecido P iz a rro al ver que el enem igo y la vic­ to ria se le escapan á cada paso> parte con la veloci­ d a d del r a y o , y m a n d a á su escuadrón que le siga. E l anciano todo lo había previsto. E n cuanto oyen los indios las pisadas de los c ab allo s, se apresuran í ocupar las do s orillas d e l v a l l e ; y el escuadrón fie­ r o , despues de una incursión in f r u c tu o s a , se ve ol fin todo cubierto de m iliares de d a rd o s tirad o s p o r m a ­ nos invisibles» Los castellanos se enfurecen al y e r c o rrer su san­ gre ; pet o no sienten ta n to sus heridas com o las de sus valientes anim ales. E l de Pizavro fue herido por en­ tr e su c rin espesa y flo tan te; en vano se esfuerza en a r r o ja r el a rm a que tiene d e n tr o de l a lla g a ; d e for­ m a que* ag itan d o su cuello en san g ren tad o , y a se le­ vanta de m a n o s , y a hecha copiosos espum arajos, ya relincha con eco d o lo r o s o , h asta que P iz a rro le a r r a n ­ ca el d a r d o ; cae este en t i e r r a : llevado de su r a b i a , m uerde las piedras y p la n ta s , y con u n grito horrible detiene el a n im al soberbio que tie m b la á su voz» E n cuanto se levanta, m an d a desm ontarse á la m ita d de los suyos, y s u b e n , espada e n m a n o , sobre las dos colinas; embisten á los i n d i o s , los dispersan p ro n ta ­ m e n te , y los persiguen furiosos. Mas sabiendo que aquellos pueblos habían ocultado sus víveres, que era el único tesoro que poseían, y q u e rien d o descubrir el depósito de estas provisiones, P izarro recom endó á sus soldados q u e , til m e n o s , le trajesen u n indio vivo que p u d iera d a r una noticia se­ gura.


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LÓS INCAS.

Dos jóvenes salvnges que llevaban en ondas ol vie­ j o , exbautos ya de fuerzas p o r t a n larg o c a m in o , abrum ados p o r el peso de su carga y casi sin respira­ ción , vieron pronto el m o m en to en que iban á ser co­ gidos* E ntonces les dijo el viejo : S o lta d m e : vosotros no podéis sa lv a rm e ; idos, pues que p o r lo que á m í tu ­ c a n o tem o la in m u te , siendo p o r mis trabajos y edad m u y pocos los d ia s q u e m e restan de vida* Id o s , hijos tn io s , id o s , pues mi persona no m e ré c e la pena de pri­ v a r á vuestros hijos de sus p a d r e s , y á vuestras m u g e re s d e sus m arid o s. Si os preguntaren porque m e ha­ b é is a b a n d o n a d o , responded que porque y o lo be que­ r id o . — Tienes m u c h a r a z ó n , respondieron los indios. T u fuiste siem pre el m as sabio y p tu d e n te de los h o m ­ bres. Dichas estas p a la b r a s , y habiéndole p u e s to al p ié de u n á r b o l , le abrazaron l l o r a n d o , y huyeron á las selvas. Llegan los esp añ o les, y el anciano les m ir a s in asom bro n i's o b re s a lto . P re g u n ta d le don d e se h a n re­ tira d o los in d io s, y él les enseña los bosques. Pídenle despues que manifieste la choza en que habita , y él hace seña! a! cielo P r o p ín e n le p o r ú ltim o , el llevar­ le á su m o ra d a ; pero a esto replicó con tono de o r ­ gullo y de m o f a , que no tenia otra que la tierra. E n vano le quisieron obligar d rom per tan obsti­ n a d o silencio: p rim e ro em plearon aleves caricias, pero no fueron capaces d e conm overle. Luego usaron fle a m e n a z a s , mas tam poco le espautaron. F in a lm e n ­ te su im paciencia se convirtió en f u r o r , y á los ojos m ism o s del a n c ia n o , 1c preparan el suplicio. E l lo m ira con desprecio; echa sobre este una m irad a con una sonrisa am arga y desdeñosa , y Ies d ice ; — insen­ satos, ¿ pensáis que la vejez tiene m iedo á la m u e ite ? ¿ No conocéis que n o hay e n el m u n d o nada mas espantoso


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que envejecerse? — Exasperados los castellanos, con estos insultos, atáronle a un p a l o , y al red ed o r e n ­ cendieron un fuego l e n t o , p i r a que poco á poco se fuese q u em an d o y consum iendo. E l b u e n v iejo, desde el p u n to que s i é n t e l o s escesos del d o l o r , se a rm a de u n esp íritu in v e n c ib le ; su sem blante, en que se ve p in ta d a la altiv e z de una a l ­ ma líb r e , se hace augusto y l u m i n o s o : él m is m o e n ­ tona su canto f u n a r ii d e esta m a n e ra : « C u a n d o y o vine al m u n d o , asióm e al instante el d o lo r, y y o inocente llo r a b a , p o rq u e era n i ñ o . N ada obstaba que yo viese q u e todo sufría y m o ría al rede* dor de m i : yo solo h u b ie ra q u e rid o no tener ni que s u f r ir , ni que m o r i r ; y com o n i ñ o , m e entregaba á m enudo a l a impaciencia. L l e g u é á ser h o m b r e , y el dolor m e dijo. Luchem os ju n to s , y si tu eres el mas fu erte, yo cederé; m is s í , al c o n t r a r i o , te dejas aba­ t i r , y o te despedazaré, y o m e fijaré sobre t í , y batiré mis alas com o el b u itre sobre su presa. Si así e s , d i­ jete yo a mi t u r n o , es m en e ste r que lu ch em o s uno con o t r o , y sin tardanza nos pusim os a pelear cuerpo á cuerpo. Sesenta anos ha q u e d u r a este c o m b a te , y he aquí que aun vivo sin h a b e r vertido u n a sola lágrim a. Y a he visto á mis amigos cae r b ajo vuestros golpes» y aunque sensible á su d e s g ra c ia , h é ahogado m is quejas d e n tro de mi pecho. Mi h ijo m is m o ha expira­ d o á mis propios ojos; pero n i a u n m i poterna! te rn u ­ ra ha m ojado mis párpados. ¿ Q u e q u ie re pues de m í ahora el d o lo r ? ¿ N o sabe él todavía q u ie n soy? Mas hete aquí que para a te rr a rm e re ú n e to d o s sus fuerzas; y y o , gozoso de verle a p re su ra r mi m u e r t e , que me lib ra p ir a siempre d e é l , le in s u lto y escarnezco. ¿ V e n d rá él todavía á a g ita r m is c e n i z a s ? ; A h ! las cenizas de los m uertos son ¡n p a lp a b le s al dolor. Y v osotros, cobardes , á quien él em plea para p ro b ar­


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LOS INCAS.

m e , viviréis, pero n o será sino p ara sufrirle tam bién á vuestro t u m o . A hora venis á d e s p o ja rn o s , pero mas tard e os arrancareis unos á otros nuestros m íseros des­ pojos. Vuestras m anos teñidas d e sangre i n d i a n a , se la v a rá n la vuestra; y vuestros huesos y los n u e s tr o s , esparcidos confusam ente sobre nuestros cam pos deso­ la d o s , h a rá n la paz, reposarán juntos en tre el p o l­ vo c o m o huesos am igos. E n el en tre t a n t o , quem ad e n h o r a b u e n a , despedazad, a to r m e n ta d este cuerpo que y o os a b a n d o n o , devorad lo que la vejez no lia consum ido- ¿N o veis esas aves d e rapiña que v o lte ­ jean sobre nuestras cabezas? Pues b ie n , en ello les r o ­ báis una com ida , pero no es sino para pi apararles una m as sabrosa presa. Si ahora os d e ja n h a c e r su oficio c o n m ig o , m a ñ a n a lo e jecu taran con vosotros.» Asi cantaba el a n c ia n o ; Y cuando mas intenso era su d o l o r , mas a u m e n ta b a sus insultos. U n español» lla m a d o M o ra les, n o pudo sobrellevar m as tiem po la s invectivas del salvage: to m a el arco que l e h a ­ b ía n d e ja d o ; e x te n d ió le , y atravesó al viejo con la flecha. E l i n d io , que se sintió h e rir m en talm en te , m i r ó á Morales con se m b la n te orgulloso y tr a n q u ilo ; ¿Q u e has h echo? le d i jo , joven insensato; tu lias per­ d id o con tu im paciencia la m a s bella ocasión de a p r e n d e r á sufrir. D icho e s to , e x p ir ó , y los españo­ les confusos pasaron to d a la noche en el b o s q u e , sin p o d e r en co n trar su cam in o . N o fue sino al d esp erta r la a u r o r a , y al m id o de la señal que m a n d ó d a r P iz a rro , q u e ellos se reunieron con é l , m as conocióse entonces q u e la venganza del cielo habla escogido aquella m is ­ m a noche su víctim a. S í , M o ra les, estraviado de los t u y o s , perdido en el b o s q u e , no volvió á parecer m as.


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LOS ISC À S.

C A P IT U L O X V I i l .

DfiSBMBARCA P I ZABBO SOBRE L A COSTA DE CATAMFS*

PASA

A LA ISLA D E L G A L L O . ---- A B A N D O N E N L E CASI TODOS SCS COMPAÑEROS , r SOLO^LB O U E O A 5 DOCE , CON LOS CUAL E S SE R E T I R A Á LA ISLA DE GOROOJf.A , P AR A E S P E R A R

SO*

CORROS EN EL LA ; P E R O , ANTES DE R E CI BI R L OS , ES L L A ­ MADO Á

ESPAÑA.

P íz a rv o , en m edio del desaliento general de sus c o m ­ pañeros de a r m a s , daba todavía m uestras de constancia, ocultando bajo la aparente serenidad d e su frente los pesares que le devoraban las e n trañ as. M a s , viéndose r e ­ ducidos á ten e r que o p ta r entre perecer d e h a m b r e , ó p o r las dechas de los sal vages, se em barcan en su n a ­ vio, y forzando de vela , van á buscar países roas a fo r­ tunados para ellos. D escubren en fin una herm osa y bien cultivada c a m p iñ a , don d e to d o anunciaba la i n ­ dustria y ln paz, situada en la costa de C atam és, pais fé rtil, a b u n d a n te , y d>* u n a m u y corta población. Descienden á el los españoles, y estos pu eb lo s ejercen para con ellos los deberes naturales de la hospitalidad. P ero él m is m o , espuesto sin cesar á las incursiones de sus vecinos, confiesa á sus huespedes que n o confiasen en ten*r allí un asilo seguro. Estrangeros , di joles el ca­ c iq u e , la naturaleza, que nos ha hecho dulces y p a cí­ ficos, nos ha dado unos vecinos feroces. D ecidnos si


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LOS INCAS.

p o r todas partes están los buenos espuestos al furor de lo s malvados. E n tre n o s o tro s , le respondió P i z a r r o , lia r e u n i d o el cíelo la d u lzu ra con la aud acia, y la fuerza con la b o n d a d . Volveos pues á vuestro p a i s , di jóle tris­ te m e n te el cacique; pues les buenos en el nuestro son débiles y tím id o s, y los m alvados fuertes y atrevidos. C reyóle fácilm ente P iz a rro > y se re tiró á una isla ve­ cina (1% á d o n d e , poco tiem p o d e sp n e s, vino A lm a ­ gro á socorrerle. D u ra n te estos sucesos, to d o bahía m u d a d o de aspec­ to en el Istmo* D avila n o habla pod id o sobrevivir á la vergüenza d e verse ab an d o n ad o por su l u jo , y ha (na m u e r to con las ansias d e l re m o rd im ie n to y de la d e ­ sesperación. S u sucesor 'a ) se h a b ia dejado persuadir que los c o m p añ ero s de P iz a rro n o pedían si no su re g re­ to á E s p a ñ i, y que este m is m o caudillo no se opo­ n ía sino p )r un o rg u llo insensato. Hizo pues partí r dos b u q u e s , bajo el uiando de u n c a s te lla n o , lla m a d o T a f W , para que se trajese á los descontentos. A la vista de estos b u q u e s , que a*delantaban á velas desplegadas, P iz a r r o saltó de alegria ; m as bien pronto su gozo se convirtió en el d o lo r m as piofundo. Y o no s e , dijo á T a f u r , al tiempo que le com unica­ ba la orden de que venía e n c a rg a d o , c in l es el alevoso q u e , sin otro Un que el de hacerm e d a ñ o ha hecho h a ­ b l a r á mis c o m p a ñ e ro s ; m a s , sea quien fuese, I n c ie r ­ t o es que él m iente. Estos nobles castellanos se aguar­ d a b a n , com o y o , 3 e n c o n tra r peligros y trabajos d ig ­ nos de p ro b a r su valor y constancia. SÍ la empresa no hubiese exigido sino corazones cobardes v tím id o s, se hubiera concluido sin n osotros, y antes de nosotros.

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I d a del Gallo. P edro de los / i ¿os.


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Pero os porque el Ja e$ axlua y penosa que nos está r e ­ servada • los peligros liarán su g lo ria cuando Ies h a y a ­ mos superado. S í, se ha hecho una grave injuria á mis am igos, cuando se ha d ic h o al v ire y del Istm o que querían deshonrarse* C nanto á m í yo n o quiero rete­ ner á ninguno* U nos hom bres valerosos , ta le s c o m o y o los creo á todos, n o p e d iría n o tra c o s í sino el s e g u ir­ me ; y si entre ellos se e n c u e n tra n alg u n o s c o b a rd e s, deben saber que no m erecerían q u e y o sintiese su pér­ dida. Haced que se trace una lín e a e n el m e d io d e mi navioj vos os pondréis á la p r o a , y y o p e rm an ecerá en la pip a con todos mís com p m ¿ ro s. Los que q u isie ­ sen separarse de m i , no te n d r á n q u e hacer m as q u e d a r un paso de la gloria á la ignominia* Aceptó T íifur este desafio; m i s , ¡ cual fue la so rp re ­ sa v el dolor de P iz ir r o al ver q u e casi todos los suyos p is a r o n al lado de T a fu r! I n d i g n a d o d e e s to , pero firm e y sereno, m irábales con ojos fijos. TJno de ellos le m ira a su tuvno, y notando en su sem blante una noble tristeza, una fría i n tr e p id e z , d ijo á aquellos cuyo ejemplo le había a rra s tra d o : ¡ Ved , castellanos, á quien abandonam os! Yo no puedo resolverm e a ello , v pretiero m o rir con ese h o m b r e , a v iv ir en m edio de Jos que son aleves. Arlios.. .. D ichas estas palabras vu él­ vese al lado de P i z i r r o » y j u r a , a b r a z á n d o l e , no desampararle n unca. L lam ábase este valiente guerrero Aleon. Otros varios le im ita ro n al p u n to ; pero fueron en corto utunero» de form a q u e h izo q u e su desafor­ tu n ad o gefe fuese aun mas sensible a este m o v im ien to espontáneo y generoso. P o r lo que m ira á los deseitor e s , n o se le oyó jamas n i q u e ja n i reconvención» m as cuando vio que doce castellanos le permanecían fieles, y se h a lla b a n resueltos á m o r i r p o r él antes que a b a n d o n a rle , su corazón c o n este alivio ae teinecio; abrazóles, y el a g ra d e c im ie n to le hizo ver*


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LOS INCAS.

tc r lágrimas que el d o lo r n o había podido arrancarle. Til ves, dijo á T a f u r , que m i navio hecho pedazos, ie abre y va á su -u e rg irse : déjam e uno de Ids tu y o s . T a fu r le negó este a u x ilio : Y o puedo llevaros con­ m ig o , le d i jo , pero no puedo hacer m as. ¡He aquí , replicó P i z a r r o , com o se pone á los hom bres de hien en la necesidad de o p tar en tre su deshonra y su p é rd i­ da inevitable! A n d a , nuestra elección n o es dudosa,* p e ro , a l m e n o s , déjanos arm as y m u n ic io n e s , sino el que te envia te n d r á la vergüenza d e habernos aban­ donado á la suerte mas te rrib le . E n el m o m en to fatal en que T a fu r se hizo á la vela , y se alejó de las costas , P iz a rro estovo p ara caer en la mas c ru e l desesperación. Vióse casi solo, sobre m ares desconocidos, y en u n nuevo u n iv e rso , a b a n ­ d o n a d o de su p a tr ia , hecho el juguete d e los e le m e n ­ to s, espuesto á cada instante á los peligros mas e m i ­ nentes y espantosos, v á la ¿vergüenza ta m b ié n de aquellos pueblos sal vages, de quienes n o habia que esperar sino la vida ó la m u e rte . Necesitó su a lm a d e l auxilio de la reconcentración d e to d o su espíritu p ara contener la pesadez d e l golpe que le habia h e r i ­ do. Los compañeros que le r o d e a b a n , guardaban u n silencio p ro fu n d o , m ien tras que el h é ro e , para rea n i­ m arse , hizo el m a y o r esfuerzo* C om ienza p o r alejarles del punto de d o n d e seguían con sus ojos las velas d e T a fu r ; é in tern án d o se con el los en la isla: Am igos m io s , les d i c e , congratulém onos d e vernos libres de aquella m u lt it u d d e h o m b res p u ­ silánim es que no hubieran servido sin o p ara e n to rp ec e r n u e s tra gloriosa carrera. L a f o r tu n a m e d e ja á los q u e y o m ism o h u b ie ra escogido. Som os pocos* pero todos d e te r m in a d o s , u n id o s p o r la am istad * la confianza y la desgracia m ism a- N o dudéis que b ien p ro n to nos vendrán com pañeros zelosos de nuestra fama*


LOS INCAS.

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S»\ desde este m is m o in sta n te ella vuela á la s o r illa s d e donde hem os s a lid o . Sucédanos lo que nos su c e d ie se , amigos míos, trece hom bres que solos» desam parados en playas d esco n o c id a s, don d e I n h ita n pueblos feroces, persisten aun en el gran designio d e vencerles y domarles» están y a d e a n te m a n o b ie n seguros d e su g lo ria . ¿ Q u e es lo q u e no s ha r e u n i d o , sino la n o b le a m b i c i ó n de i n ­ m ortalizarnos ? Y a lo hem os conseguido , y a u n el tu* ceso será en lo v enidero diferente- F e lic e s ó d esg racia­ d o s , ello es v e rd a d que» á lo m e n o s , h a b re m o s dado al m u n d o u n ejem plo inaudito d e a u d a c i a y d e i n t r e p i ­ dez. Com padezcam os á mivstra p a t r i a , q u e ha p r o d u ­ cido algunos h o m b res cobardes; p e ro al m is m o t i e m p o , felicitéinosnos d e l credito d e la o p in ió n publica q u e su vergüenza va á d a r á nuestro v a lo r. Despues d e t o d o , ¿que es lo que arriesgam os? N a d a m as q u e la v i d a , u n a vida que cien veces hem os sido pródigos d e ella á vil precio. P e r o , antes que la p e rd a m o s , debem os o p te * Techarnos d e los m edios d e hacerla gloriosa. C o m e n ­ cemos p o r procurarnos u n asilo m enos expuesto á la sorpresa d e los in d io s. A q u í careceríam os de todo* L a isla de G o rg o n a está desierta y es f é r t i l : s u aspecto es terrible y su e n trad a p elig ro sa, t a n t o q u e el i n d io n o se atreve á penetrar en e lla . D em osnos priesa á e n t r a r n osotros, decía P í z a r r o , ella será el d ig n o a silo d e tr e ­ ce hom bres a b a n d o n a d o s y se p arad o s (le to d o el u n i ­ verso. L a isla d e G o rg o n a m e re c e m u y bien este n o m b re porque es el espanto de l a naturaleza. U n cielo c a rg a d o de densas n u b e s ; l u g a r d o n d e b r a m a n los v ien to s, don d e los tru e n o s h a ce n estrem e ce r el a i r e m i s m o , d o n d e caen de c o n ti n u o lluvias tem pestuosas, g ra n i­ zos y p i e d r a s d e s tr u c to ra s , en tre relám pagos y r a y o s ; m o n t a ñ a s c u b ie rta s d e arboles tenebrosos, cuyos res­ to s ocultan la t i e r r a ; y cuyas ram as entrelazadas í b r -


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LOS INCAS.

m a n un tegído espeso, im penetrable á la claridad * vallas fangosos cortados siem pre por torrentes im p e ­ tuosos; unas pl.iyas llenas de ro c a s, contra las cuales se estrellan con b ra m id o la s ó la s que a g ita n las te m ­ pestades; el ruido de los vientos e n las sclyas, seme­ jante al a h u llid o del l o b o , ó ni m aullido del tigre; enorm es culebras que a rra stra n por e n tre la yerba de los p a n ta n o s, y que con sus m uchas roscas abrazan las ratxes d é l o s á rb o le s; una m u ltitu d de Insectos qu.: engendra u n aire siem pre c o rr o m p id o , y cu va codicis n o busca sino la p resa; tal es la isla de G o rg o n a , y tal fue el asilo de Pizavro y de sus com pañeros de arm as. A terráronse estos al aspecto de aquella infernal m o r a d a , v el mismo P izarra la m iró con g ran d e es­ p a n to ; mas no tenían don d e escoger, porque su navio n o h u b iera resistido á un vra*e mas i a r ^ o ; de forma que al desem barcar tuvo que ocultar bajo las aparien­ cias de la alegría el h o rro r de que estaba penetrado. Su p rim e r cuidado fue el de buscar una colina en donde la tierra no fuese nunca i n u n d a d a , y q u e , ve­ cina del m a r , permitiese hacer señal á los barcos que pasasen. A pesar de la h u m ed a d de los bosques que rodeaban la colina , penetró hasta ella con el favor de las llam as. U n viento fuerte puso fuego á los arbus­ t o s , y la cim a bien pronto se presentó á descubierto. Allí seestiblcció P i z i r r o , y construyó chozas , donde ponerse á silvo d é l a s bestias feroces y de los ultrages del tiem po. Amigos dice á sus c o m p a ñ e ro s , aq u í estamos bien: l a natui*aleza es saivage, pero fecunda. Los bosques estan pablados de aves , el m a r abunda en pescados ; el agua dulce m ana d e los peñascos de esos montes. En-* t r e (as frutas que h o lla m o s, algunas son bastante sa­ brosas que nos suplirán al pan. E l a ir e , aunque humo-


LOS TOCAS.

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*3 o * n los v a lle s , lo es m enos sobre esta e m i n e n c i a , y haciendo fuego c o n tin u o v e n d rá á purificarle* Bajo lá te c h u m b re espesa de las r a m a s hojosas , estarem os al abrigo de la lluvia y d e los vientos. C u a n to á esos negros h u ra c a n e s , les c o n te m p la re m o s c o m o u n espec­ táculo m agnífico; pues los h o rro re s de la naturaleza aum entan su magostad. A q u í es don d e v e r d a d e r a m e n ­ t e infunde ella respeto. E ste desorden tiene un tío se q u e d e portentoso que e n g ra n d e c e at a l m a . S í , a m i ­ gos m ío s , nosotros sald rem o s de aquí con u n o s se n títnientos mas sublim es y fuertes sobre la naturaleza y sobre nosotros m ism os ; a u n f a lta b a n nuestro valor el ser probado por e! choque de los fieros elementos. P o r lo dem as, no os figuréis que sn guerra ha de ser c o n s ­ t a n t e : yo me persuado que te n d r e m o s dias mas sere­ n o s , y d u ran te el silencio d e los vientos v te m p e s ta ­ d e s , el cuidado de p ro c u ra rn o s la subsistencia , se-* r á para nosotros mas bien u n ejercicio in te re s a n te , que u n trabajo insoportable. Así fue com o P í z a r r o , de u n a m an sió n h o r r i b l e , hi­ zo á sus com pañeros una p in tu ra alagüeña. L a im a g i­ nación empozoña los bienes m a s dulces de la v id a , y dulcifica los mayores males* Los castellanos construyeron, p ro n to u n esquife so­ bre el c u a l , cuando el m a r estaba sosegado, se ocu­ paban en la pesca, que era m u y a b u n d an te e n lns o r ídías. N o lo era menos la c a z a ; p u e s, antes que los anim ales de an a ín d o le dulce y tím id a aprendan á conocer al h o m b r e , ya parecen m ira rle com o am igo, bajo cuya confianza caen en su s lazos. N o es sino des­ pues de haber e x p erim e n ta d o m il veces su m alicia y perfidia q u e , espantados de verles, se enseñan unos á otros á h u i r del enemigo co m ú n . Pasáronse tres meses sin que Pizarro ni sus rom pavñeros viesen aparecer n in g ú n buque. Sus ojos >siempte T

omo

I*


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LOS INCAS.

m i r a n d o h acia el n o r t e > se cansaban en* r e c o r r t i la ¿ n m c n sa soledad d e l mar* T o d o s los d ias renacía y m o r ía la esperanza en $u9 corazones abatidos. S olo P i ­ t a r ro les sostenía y a n im a b a á la c o n s ta n c ia . D em os á nuestros am igos el tie m p o d e p r o v e e r á todo» decía c o n tin u a m e n te ; y o te m o m e n o s su l e n t i t u d que su im p a c ie n c ia . L a nave que y o aguardo h a b ria p a tu d o antes d e tiem p o , $i n o m e trajese sin o h o m b res alis­ tados de presa y sin elección ; p e ro , si viene cargada d e h o m b res anim osos, preciso es que la a g u ard e m o s. E staba el bien lejos de te n e r por sí m is m o aquella confianza que procuraba in f u n d i r e n el á n im o de sus c o m p añ ero s E l rig o r del c li m a d e la isla» su influen­ c ia inevitable sobre la s a lu d d e sus a m i g o s , l a ru in a d e su n a v io , q u e b a tía n sin c e s a r las o l a s , y q u e a ca ­ b a b a n de d e s tr u ir ; la io c e r tid u m b r e y pequenez dei a uxilio que podía e s p e r a r , s u estado p re s e n te , el p o r­ v e n ir m a s espantoso p ú a el t o d a v í a : to d o esto fo rm a ­ b a en su a lm a u n negro to rb e llin o d e p e n s a m ie n to s , en tre los cuales apenas se d e ja b a n ver a lg u n o s re s q u i­ cios de esperanza. Sus a m ig o s, m enos fu e rte s, se can sa b a n d e su frir. L a h u m e d a d del a íre que r e s p ir a b a n , y que p e n e tra ­ b a hasta sus huesos, d e p o n ta e n su p e ch o el g e rm en d e una languidez contagiosa , y s u v a lo r d is m in u ía de dia en d ía . N o te p e d im o s , d e c í a n á P i z a r r o , sin o u n c lim a mas suave y sano. Haznos r e s p i r a r ; líb ra n o s d« esta influencia m o n i (era; vam os á buscar h o m b re s , á quienes podam os a b la n d a r ó v e n c e r , ó á lo m enos poninas delante de enemigos sobre los cuales al espirar, podam os v en g ar n u e s tra muerte* P iz a rro cede á siu in s ta n c ia s , y d e los m ism os d e ­ sechos d e su navio , les hace c o n s tru ir una barca p a ­ r a volverse al c o n tin en te . Mas cuando tra b a ja b a n con m a s á n i m o , u n o de ellos cree d iv is a r , á lo le jo s , las


LOS INCÀS.

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velas de a n a nave ; da u n g rito d e sorpresa v alegria , y al instante todos los ojos se to r n a n á Ja parte d e l norte. Pió pa re c ie n d o sin o una m isera a p a r ie n c ia , to ­ dos tem en engañarse $ dudase si lo que h a n to m a d o p o r u ñ a vela n o será m a s b ien u n a ligera n u b e : obser­ van todavía m u c h o t i e m p o , y poco á poco , y cu al la naciente a u ro ra penetra las som bras d e la n o c h e , y las disipa con el crepusculo m a t u t i n o , asi crecía su esperanza y disipó su te m o r. Cesa en fin la in c e r ti­ d u m b re ; distínguese l a v e la ; reconocen el p a b e lló n , y aquella rib e ra , que hasta entonces n o había re p e ti­ do sino gem idos y q u e ja s, resuena a h o ra c o n g rito s de alegría. Mas el navio á 6u a rrib o aboga pronto este gozo. E l único a uxilio que trae á P i z a r r o , es el de los m arineros que le c o n d u c e n ; y lo que l e aflige aun m a s , es que á é l m ism o le lla m a n y o b lig a n á p a rtir. L a tal nueva l e penetra de dolor.* ¡Y q u e ! d i ­ j o , ¡ s e n o s envidia hasta el triste h o n o r de m o r i r e n estas costas! ... M a s, re a n im a d o su v a lo r : V olvere­ mos á ellü6, d i c e , y o n o las dejaré sino despues d e haber señalado y o m ism o el parage en don d e p o d e ­ mos d e sem b arcar. Antes de s a lir de la G o r g o n a , qui­ so dejar en ella u n m o n u m e n to de su gloría. E l escri­ bió sobre una r o c a , á cuyos pies se estrellan las o n ­ das: A q u i tre c e hom bres ( poniendo sus n o m b re s y apellidos) , abandonados de la n a tu r a le z a e n te ra * h a n e xp e rim e n ta d o q ue no h a y m a les que n o v e n ta e l v a lo r : que q u ie n q u ie r a a tre v e rse á to d o * a p r e té d a ta m b ién á s u f r i r l o todo• Entonces subiendo á bordo del m ism o n a v i o , se hicieron á la vela para T um bes.


LOS INCAS. V > V %

V W

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V V V V

CAPÍTULO XIX.

P f Z Á R R O , A NTE S D E R E T Í B A P S E

DE

LA

OORGONA,

VA A

RECONOCER LA C"»STA Y É L

P OE R T O D E T U M B E S . - A c O -

OIDA Q Ü B R E C Í R E A t » u . —

M O L I N A S E $ E J » A 0 A DB ¿ L , Y

S E Q V Z O A CON COS INDIOS. —

T o M A E S TE LA RESOLUCION

D E I B A QDITO PARA I NFORMAR A ATALIBA D E L P E L I G R O ÇLB

L E AMENAZA*

C u a n to se ofrece allí á sus ojos anuncia u n pueblo industrioso y rico* P iz a r r o le envia á d e c ir que él bus­ ca su a m is ta d , y pronto le v ereu n iise en tropas sobre la playa. Observa que su navio está rodeado d e m u chedum bredebaU -is r)cargadas de presentí s, compues­ tos de granos .fru tas y lico res, to d o en hermosos vasos ele oro. Sensible á la bondad y magnificencia de este pueblo dulce y pacífico, P ízarro se alegra de haber e n ­ contrado ya hom bres de u n índole tan bueno; pero sus com pañeros de a rm as se alegran sobre todo de haber encontrado el oro. Los in d io s, sin desconfianza y sin artific io , solici­ tan de los castellanos que bajen a la p la y a . P iz a rro lo

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Com puestas de vigas.


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permitió solamente a dos de los s u y o s , C a n d ía y M o ­ lin a , los q u e , apenas bajaron , fu ero n rodeados de una m u ltitu d Inm ensa, alngüeña y obsequiosa. E l cacique m ism o les conduce á su pueblo é in tro d u c e en su pa­ lacio , haciéndoles recorrer las m an sio n e s tra n q u ila s de sussúbditos venturosos. A quellos h o m b re s sencillos les reciben com o amigos t i e r n o s ; y con la ingenuidad , l a seguridad y la inocencia d e la n i ñ e z , les m anifiestan las riquezas que poseían, y que d e b ie r o n habérselas ocultado. ¡Que cosa, decía M o lin a , puede h a b e r m a s alagueñ a para el corazón del h o m b re q u e la inocencia de este pueblo! Es m uy cierto d ecía C a n d ía , que él es m uy sencillo y fácil de c iv iliz a r ; m as entre t a n t o l e ­ vantaba el plan de la villa y de los m u ro s que la r o ­ deaban. Los indios, encantados d e l a r te ingenioso con el cual su m a n o dibujaba com o la s o m b ra sus m u r a ­ l l a s , n o se cansaban d e a d m ir a r u n p ro d ig io ta n n u e ­ vo para sus ojos. Ellos estaban lejos d e sospechar que fuese una perfidia. ¿Q u e hacéis le p re g u n ta Alonso. — Yo estoy e x a m in a n d o , le respondió C a n d í a , p o r donde se les podrá a ta c a r .— ¡A ta c a rle s! ¡q u é en el m om ento en que os colm an de b i e n e s , e n que se e n ­ tregan á vos sin te m o r al g a n o , y sobre la fé de la ho s­ p ita lid a d , meditáis ya el in fam e proyecto d e s o rp re n ­ derles dentro d e sú s m uros! ¡Seriáis ta n alevoso ! . . . . — ¿ Y v o s , replicó C a n d í a , sois b a s ta n te insensato para creer que así se atreviesen los t n a r e s , y que se ven­ ga de u n m u n d o á o t r o ; para enternecerse com o niños al ver la imbecilidad de un pueblo de sal?3ges ? B u e ­ n a s conquistas se harían con vuestras tím id a s virtudes. — Puede s e r , dijo Alonso* P e r o , ¿es v erdaderam ente Pizavro quien hace levantar estos p l a n o s ? — El mis­ m o es quien lo m anda. — Y o lo d u d o todavía. Eso es in s u lta rm e .— Yo estimo m u ch o á P iz a n 'o para que


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pácela c re e rse ; y ai d e c i r estas p a la b ra s, el impetuoso joven arrebató de las m a n o s de C andia el dibujo que había hecho» A l instaute m is m o , hachándose uno á o tro miradas d e cóltra , a p arta n la m u ltitu d , y el acero centellea co­ m o u n relám pago en sus valientes m anos. Los salvajes p e rsu a d id o s, p r i m e r o , que a q u e l co m b a te n o era mas q u e u n ju e g o , aplauden con alegria y ad m iració n la destreza con que uno y o l i o evitaba los golpes mas ve* loces. Mas cuando vieron c o r r e r !a s a n g r e , dieron ala­ ridos terribles que d e n o ta b a n su dolor y e s p a n to ; y su r e y , precipitándose el m is m o e n tre las dos espadas, g r ita : D e te n te ; ¿ q u e h a cé is? ¿ n o veis que es m i hués­ ped y mi a m i g o , y q u e es la sangre de t u herm an o la que haces verter? E n to n c e s los indios cargan sobre « lío s, los desarm an y con d u cen á bordo dei navioP iz a rro , in s t m id ó d e l m o tiv o d e su c o n tie n d a , les rep ren d e; p e ro , p o r m u c h a ig u ald ad que afectase en sus espresiones, A lonso lle g ó á conocer que la conducta de C a n d ia e ra a p ro b a d a ; y al instante u n n e g ro pesar se apoderó de su a lm a . Recuérdase de los consejos del virtuoso B arto lo m é; se representa el suplicio del ancia* n o indio á q u ie n h a b ía n h e ch o q u e m a r , la guerra in­ ju sta y sangrienta que se h a b ia hecho á aquellos pue­ b lo s , y la avaricia im paciente de sus c o m p añ ero s á la vista del oro* E n f i n , el ejemplo d e lo pasado n o le hizo ver en el p o r v e n i r , sino el asesinato y la r a p i ñ a , los furores y el estrago que es consiguiente á ellos, y se arrepentia d e todas veras d e haberse c o m p ro m e tid o e n aquella empresa» C o m o los Indios le a d o r a b a n , él era a quien P iz a rra encargaba mas á m e n u d o do i r á buscar lo necesario p ara el navio* U n d í a , ai desem barcar fue recibido p o r el pueblo con unas dem ostraciones de amistad t a n candorosas y t i e r n a s , que n o pudo co n ten er sus l á g r i -


LOS rSCAS.

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«na** D e n tro de algunos m eses, decia en si m i s m o ; las fértiles orillas de este r i o , esos cam pos cubiertos de m ieses, esos valles poblados de ganados, q u e d ará n aso* Jados; las manos que los cultivan serán cargadas de cadenas; y , de esos indios tan dulces y apacibles, m illares serán degollados, y los d e m á s , reducidos á la mas d u ra esclavitud; perecerán m iserablem ente en los trabajos de las minas de oro. ¡P u e b lo inocente y desgraciado I no , y o n o te puedo a b a n d o n a r ; y o m e tie n to u n id o á tt por u n encanto invencible. Yo no s o r tra id o r á mi p a tria , declarán d o m e enem igo d e los la­ drones que la d e s h o n ra n , y p ro c u ra n d o y o m ism o ganarles los corazones. T a l fue su reso lu ció n , con la que esrribió á P iz a rro : « Y o am o á los i n d io s , y q u ie« ro q u e d arm e con e llo s , porque son buenos y justos. 1( A d t o s : siem pre hallareis en m i u n m e d ia d o r y u n « a m ig o , si respetáis con ellos los derechos im p res­ si criptibles de la n a tu r a le z a ; p e ro , si p o r l a fuerza, « el asesinato ó la r a p i ñ a , violáis estos derechos s a g ra *i dos, e n co u tra reisen m i vuestro m a y o r en em ig o .» Afligido P iz a iro por la pérdida de A l o n s o , le hizo instancias p i r a que volviese. Hailósele en m e d io de los salvages, ilustrando sus e n te n d im ie n to s , y gozan­ do de sus caricias. « C o n ta d á P iz a rro lo n u e habéis * visto, dijo á los que venían i b u sc a rle , y que m i « ejemplo le enseñe que el mas seguro m edio d e r a u tiv a r á estos pueblos, es el de ser justo y b e n é fic o .» L o que m as sintió P iz a rro a l alejarse de aquellas p lay a s, fue el d eja r en ellas á t a n valeroso jo v en , el virtuoso A lonso, q u ie n n u n ca se h a b ía visto t a n fe­ liz com o en aquel m o m en to . S í , e n m edio de u n pue­ b lo natu ralm en te b u e n o , sencillo y d u lc e , gozaba de la calm a de sus pasiones y respiraba el aire puro de la inocencia; allí tom aba placer en o ir celebrar las v ir­ tudes de ios incas, hijos del S o l , y poner en el rango


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-de sus beneficios la felix revolución que se babia opera­ d o en sus c o s tu m b re s , cuando p o r l a ra z ó n , mas que .por la fuerzo de los a rm a s , le h a b la n obliga-dolos I n ­ cas á seguir su culto y sus leyes. A lo n so , á su turno, les daba idea d i nuestras leyes , usos y c o s tu m b r e s , así que de los progresos de nuestras artes. E l cacique le p re g u n tó ¿ p o r que razón se había d e te rm in a d o á sepa­ rarse de sus a m i g o s y p e rm an e c er en aquellos paises? — Los que m e han a c o m p a ñ a d o , le respondió A l o n ­ s o , m e habían d ic h o : vamos á hacer bien á los h a b í xantes del ÍNuevo M u n d o , y he aq u í porq u e Ies he se­ guido. He n o tad o despues que no pensaban sino en ha^ ceros d a ñ o , y ved aquí porque les he dejado. — C o n ­ tóle p o r m e n o r el m otivo de su desavenencia con C an­ d ía. Penetróse el indio de la g ra titu d por e l , y m ir á n ­ do le con ojos de dulzura y te rn e z a , decía con a d m i.ración á su pueblo: este h o m b re merece m u ch o mas respecto q u e v o . E n fin , llega la hora del su eñ o , y ei c aciq u e se re tira r p e ro , al s a lu d a r á Alonso, fijóle con sus o jo s , y vase luego, levantando las m anos al cielo. E l día sig u ien te, al a m a n e c e r, vino á buscarle: — Despierta? r e y d e T u r n b e s » le d ic e , prestándole su d iad e m a y sus a rm a s , d e s p ie rta : recibe de m i m a n o Ja corona. Y o l o he pensado b i e n , y sé que te la debo* Y o tengo tu valor y tu b o n d a d , m as no tus luces. P o n ­ t e en m i l u g a r , re in a sobre nosotros: y o seré tu p ri­ m e r vasallo ; el I n c a m ism o n o p o d rá sin o aprobarlo* — A bsorto Alonso al ver en u n salvaje tan inaudito ejem plo d e m odestia y m a g n a n im id a d , sintió lo que el orgullo ig n o r a , que la verdadera grandeza y la senci­ llez son herm an as , y que es raro que un cor «z m recto « o sea ta m b ié n sublim e. Dió las graeias al cacique, y l e d i j o : T u eres justo y b u e n o , y debes ser a m a d o de i u pueblo. D ejém osle su rey . Otros cuidados son los que


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deben ocupar á tu a m ig o verdadero» Muy pronto vió venir las m as felices m a d r e s , lasque podian alabarse de te n e r la s m a s herm osas h i j a s : llevá­ banlas de la m ano y se las presentaban á porfía. D ig ­ naos a c e p ta r , le decia cada c u a l ,e s t a jovencita y d u l­ ce com pañera: ella es so bt ^saliente en el hilado d e la lana , de la cual sabe hacer los tegidos m as bellos* Ella es sensible y a m o ro sa , y te a d o r a r á . T o d a s las m a ñ a ­ nas, al despertar, suspira por u n esposo, y desde el momento que te ha v is to , tú eres el que su corazón desea» Todos mis hijos han sido lin d ís im o s ; los suyos deben ser herm osísim os, pues que tu has d e ser el padre de ellos, y jamas han visto nuestras m ugeres u n hom bre tan gallardo como tú» M olina se hubiera e n tre g a d o sin recelo á los encan­ tos de la belleza, de la inocencia y d e l a m o r ; p e r o , com a el darse una cocnp.mera era c o m p ro m e te rse el m is­ m o , y sus designios exigían u n corazón lib re , díó gra­ cias y se escusó n o b lem en te. He lle g a d o á e n t e n d e r , dijo A lonso, q u e , m as a llá de los m o n te s , h a y dos lu c a s , ambos hijos de! S ol, que se d iv id e n entre sí un vasto im perio; y desde entonces f ó rm e la resolución de i r á visitarlos en su co rte. — E l In ca r e y del Cuzco, d i jóle el cacique, es s o b e rb io , inflexible, y se hace te­ m er. El de Quito es mas d u lc e , y le a d o r a n sus pue­ blos. Yo soy del n ú m ero d e los caciques que su padre h a sometido á sus leyes. A lonso se d e te rm in ó á i r á la corte del de Q u i t o , y p ara ello pidió do s fieles g u ia s . E l cacique hubiera q u e rid o retenerle to d a v ía . ¡ Q u e ! esclam aba, ¡ tu nos quieres d e ja r t a n p ro n to ! ¿ y en don d e has de estar mas a m a d o y reverenciado que entre nosotros?— Yo vov, le respondió A lo n so , á hacer que el Inca tome conmigo tu defensa ; pues q u e vuestros ene* m igos van á presentarse d e nuevo en vuestras costas. M d$ nada tem as, pues q u e y o m ism o v e n d ré á socorrerte á T omo I*

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la cabeza de los indios. Este celo enterneció al cacique, y las lágrim as d é l a am istad aco m p a ñ aro n su despedíd a . E l m ism o escogió los dos guias que le pedia su a m ig o , con los cuales Alonso atravesó los valles, j stguió las o rilla s d e l D ole, que tiene su n a c im ie n to L i ­ cia el n o rte .


LOS INCAS.

CAPÍTULO XX.

V lA G B DB

ALOBSO

NOLIlíÁ B E

TCMBES i QUITO.

Despucs d e un viage p e n o s o , se acercan al e c u a d o r, é iban á pasar un to rre n te que ss precipita en la Es-» m e r a ld a , cuando A lonso vló á sus dos guias confuso* y t u r b a d o s , hab lán d o se el uno al o tro con moví míen* tos de espanto. P regúntales la causa: M i r a , d íc e le u n o dé ellos, la cim a de esa m o n t a ñ a , ¿ n o v e s aquel p u n to negro que está en el c ielo ? Pues pronto va á ensanchar* se, y á fo rm a r una furiosa tem p e sta d . — E n efecto, pocos instantes despues , se estcndiócscesivam enteoquel punto nebuloso, y el m o n te fue cubierto d e una n u b e umbrosa* Los salvajes entonces se apresuran á p a s a r el torren* te. Uno de ellos le atraviesa á n a d o , y ata á la orilla opuesta una larga cuerda d e liene ( i ) , p o r ia c u a l , Alonso, suspendido en u n a cesta d e m im b re s , pasa ve­ loz; síguele ei otro in d io , y en el m ism o in sta n te , u n m urm ullo profundo d á la señal de la g u e rra que van

( i ) E s ta especie de p u e n te s d e cu erd a s se lla m a T a r a b ita s • L a lien e es u n a rb u sto sem ejante a l m im b re»


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los incas .

á d e c la rá rse lo s vientos. S in pérdida de in sta n te s, su fu­ r o r se anuncia por espantosos silvidos. U n a densa nie­ b l a obscurece el cielo y c o n fú n d ele con l a t i e r r a ; los r a y o s , al ra s g a rs u velo te n e b r o s o , a u m e n ta n su espan­ t o : cien to rm en ta s que ru ed an y parece que s a lta n unas sobre otras e n la a ltu ra de las sierras, fo rm a n u n ge­ n e r a l b ra m id o > que se apacigua y vuelve á aum entarse c o m o el de las olas del m a r . A los embates que recibe l a m o n ta ñ a de la to rm e n ta y d e los v ie n to s , se estre­ m ece , se h i e n d e , y d e sus fla n c o s, con estrépito bor** r i b l e , se precipitan m u ch o s arroyos r a p id ís im o s . Los a n ím a le s , asustados se salian de las selvas, y huían por la s lla n u ra s; á la c la rid a d de los re lá m p a g o s, los tre s cam in an tes vieron p a s a r á su lad o leones, tig r e s , l i n ­ ces y leopardos tan trém ulos y temerosos com o ellos ^mismos. En este peligro universal de la naturaleza no se veia ferocidad a lg u n a ; pues q u e todo lo babia sua­ vizado el miedo* U n o de los guias de A lo n so , con el susto se s u ­ b ió sobre u n a p e ñ a , cuando lié aquí que u n nuevo to rre n te se precipita im petuoso, le desarraiga, y a rras­ tr a ju n ta m e n te que al in d io . E l otro había creído e n ­ c o n tra r seguridad en l a concavidad de u n á r b o l; mas una c o lu m n a d e f u e g o , que llegaba hasta el c ielo , ba­ ja centelleando sobre él y le consume con el infeliz que se habia en él refugiado. E n tre t a n t o M olina se cansaba en lu c h a r contra la violencia de las aguas: él subía p o r el m o n te en m e­ dio de las tin ie b la s , y asiéndose á las r a m a s , y á las raíces de los arbustos que e n c o n tra b a , sin pensar en sus guias, y sin o tro sentim iento que el del cuidado de su propia v id a; pues h a y m om entos de espanto, en los cuales toda com pasión cesa, y en que el hom bre absorto en si m ism o , n o es y a sensible sino p o r lo que le toca personalmente*


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L leg a , en fin , arrastrándose al pié d e u n encrespa­ do peñasco; y á la lu z de los re lá m p a g o s , divisa una caverna tenebrosa y p ro fu n d a , c u y o b o r r o r le h u b ie ­ ra en otros m om entos dejado p asm ado y yerto- A c é r­ case á e lla , y casi m o r i b u n d o , exausto por el can ­ sancio, y sin fuerza para so b rellev ar m a s t ie m p o la fatiga, se deja caer en su f o n d o , d o n d e , d a n d o g ra ­ cias al c ie lo , reposa sus sentidos en paz p o r algtm tiempo. La tem p e sta d , por fin , se a p a c ig u a ; las to rm en ta s yv los vientos cesan de estrem ecer la m o n t a n a 7: las aguas de los to rre n te s, con m e n o s ra p id e z , y a no b r a m a n , y M olina siente c o rrer en sus venas el b á l ­ samo del sueño- Pe 10 u n ru id o m as te r r ib le <jue el de las tempestades hiere sus oidos al m o m e n to m ism o en que iba á d o rm irse . Este ruido parecido al corte y q u e b ra d u ra d e los pedernales, era el d e u n a m u ltitu d d e serp ien te s (1) á que esta cueva servia de refugio. S u bóveda estaba cubierta de estos réptíles h o rro ro s o s; de fo rm a q u e , enlazadas las unas con las o tr a s , fo rm ab an e n sus m ovim ientos a q u e l ru id o espantoso- Alonso l e c o ­ noce; él sabe que el veneno d e aquellas se rp ie n ­ tes es el m as sutil d e todos; él sabe ta m b ié n q u e ese veneno produce al instante e n todas las venas u n fue» go que consum e, devora, y u n d o l o r in su frib le á los que tienen la desgracia de ser picados p o r ellas. E scáchalas; y a las cree ver a rra strá n d o se ni red ed o r de é l , asidas de su cabeza, ó enroscadas sobre ellas m ism as y prontas á ahogarle. S u c u m b e al fin agota­ do su v a lo r; yélasele la sangre d e m i e d o , y apenas 1

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Son las víboras que lla m a n los españoles d*

(Cascabelillo t


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$e atreve á resp ira r; de tal m a n e ra que si quiere arrastrarse hacia la puerta de la c a v e r n a , se estrem e­ ce al considerar que puede tocar con s ü s m a n o s , c o n sus p ie s , ó de c u alq u ier m odo» alguno de aquellos peligrosos aním ales. Yerto , tr e m u lo , in m ó ­ v il, rodeado de m il m u e rte s , pasa la m as la rg a no» ch e en la mas tris te agonía , a n h e la n d o ver la l u z , culpándose á sí m ism o del tem o r q u e le tiene enag e n a d o , y haciendo vanos esluerzos p o r su p e ra r su flaqueza. El dia que vino á ilu m in arle justificó su e spanto. E l v¡ó en realidad to d o el peligro que había sospecha­ d o , viole aun mas terrib le . N o hobia o tra a lte r n a ti­ va que la de escapaise ó m o rir, ileune , aunque con tr a ­ b a j o , las pocas íueizas que le q u e d a n : levántase su a ­ vem ente, agobíase, y a p o y a n d o sus m anos sobre sus trem ulas ro d illas, sale d e la c a v e r n a , tan desfigurado y pálido com o u n espectro de su sepulcro. L a m ism a borrasca que le había a rro ja d o en el p e lig r ó le preser­ v o de e l ; pues las serpientes h a b ía n te n id o ta n to te­ m o r de la to rm e n ta com o él m is m o , y el in stin to de todos los a n im a le s , c u a n d o les ocupa el p e lig r o , les m a n d a siem pre que dejen de ser maleficos. L i serenidad del nuevo dia consolaba á la n a t u r a ­ leza d é lo s estragos de la noche. L a tie rra n o p a r e c ía «¡no que se había escapado d e u n n a u fra g io , y p o r t o ­ das partos ofrecía vestigios d e él. M ontes que la v ísp e ­ ra se en cu m b ra b a n hasta las n u b e s , a h o ra estan e n c o r ­ dados h a c í a l a t i e r r a ; otros parecía que se e n c re sp a ­ b a n aun de espanto y d e h o r r o r . C olinas que A l o n ­ so hobia visto rodeadas de su floreciente v e rd u ra , co rtad a s de d esp eñ a d e ro s, le m an ife sta b a n sus flancos despedazados. Viejos árboles d e sarra ig ad o s, precipi­ tados de lo a lto de las selvas, el p i n o , la p a l m a , el gayac > el caobo y ei cedro estendidos , disem inados


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p o r la lla n u ra , la c u b ría n d e sus troncos t e n d i d o s y de sus ramas quebradas* Pedazos d e peñas esparcidas aquí y allí señalaban el c a m in o d e los to rr e n te s , cuya m adre profunda estaba ro d e a d a d e u n n ú m e r o espan­ toso de a n im a le s , y a m a n s o s , y a crueles , y a tímidos» ya feroces, que h a b ía n sido arrebatados y vueltos a a rro ja r por las aguas m ism as. Sin e m b a r g o , re tira d a s las a g u a s , rea n im á b a n se los bosques y los cam pos con los rayos del sol n a cie n ­ te . E l cielo parecía babel* hecho la paz con la t i e r r a , y socorrerla en señal de favor y a m is ta d . T o d o lo que aun respiraba volvía á gozar d e la vida: los p á j a ­ ro s, y los anim ales h a b ía n olvidado su espanto; pues el p to n to olvido de los m ales es u n d o n que les h a d a ­ do la n a t u r a l e z a , al paso que este favor le h a negado al h o m b re . E l corazón d e A lo n s o , a u n q u e t a n o p t i m i d o d e l m iedo y del d o l o r , to r n ó á se n tir m ovim ientos d e su antigua alegría. P e ro n o tem ie n d o ya p o r sí m ism o , t e m b ló por la suerte d e sus com pañeros. L lám a le s á grandes g r i t o s , y sus ojos los buscan in ú tilm e n te : ellos oo vuelven á parecer á su v ista , y los ecos solos le res­ p o n d e n . i Ay ! esclam ó, ¡ y m is g u ia s ! ¡ y m is am igosj ¡ y o n o les e n cu e n tro ! H a b r á n m uerto sin d u d a. Mas ¿que m e he de hacer y o ? A estas palabras el jóven creyéndose perseguido p o r u n a desgracia in e v ita b le , recayó en su a b a tim ie n to . P o r colm o de in fo rtu n io , tam poco e n c o n t r ó l o s víveres que h a b ía n t o m a d o , y que necesitaba en vista d e la pérdida de sus fuerzas. L a naturaleza p ro v ey ó á t o d o , facilitándole p o r a li­ m ento las m a n g l e s , las bananas y la oca. ( i)

( t) L a oca es una r a íz m u y sabrosa ?* los m a n g les Y ia s b a n a n a s son f r u í a s *


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D ilataba su vista cuanto p o d ia , b u scan d o lugares h ab itad o s; m as n o encontraba n i n g u n o , ni cosa que le diese el m e n o r indicio d e su existencia. Al fin , des­ cubre u n sendero practicado e n tre dos m o n te s, y con­ siderándose feliz de ver en él huellas h u m a n a s , reco­ b ra l a esperanza y la a le g r í a , sin que la obscuridad del c a m in o í pues las peñas no daban sino estrecho pa­ so á los rayos d e la luz del d í a , le infundiese ningún ¿error. El instinto que pareció llevarle hacia nn lu g a r e n don d e esperaba en co n trar á algunos d e sus semejan­ t e s , aceleraba sus pasos, y le hacia insensible á la fa­ t i g a y al peligro» S a le , al c a b o , d e aquel sendero p ro ­ f u n d o , y descubre una cam p iñ a s e m b ra d a toda d e ca­ b a ñ a s y ganados. Ya re sp ira , y lev a n ta n d o las m anos al cielo, le trib u ta fervorosas gracias. Apenas a p a re c e , cuando se ve rodeado de snlvages a rm a n d o u n a algazara que él tom a p o r señales de ale­ g ría . Se a ce rca , y tiéndeles sus b ra z o s ; pero no vé so­ b re sus rostros la sencilla y candorosa dulzura de los pueblos de T u m b e s ; su sonrisa m ism a es c r u e l ; sus m ira d a s le parecen a n u n c ia r m enos la c u rio s id a d que la co d ic ia , y su acogida , si bien a fe c tu o sa , tenia u n n o se que de espanto. N o o b s ta n te , A lonso se entrega á e llo s: — Indios les d ic e , y o soy estrangero ; pero tm estrangei*o que os a m a . Com padeceos del a b a n d o n o en que y o m e en cu e n tro . — Al paso que decía estas p a la b ra s, observa que le cargan de lazos; redoblan íos gritos d e a le g r ía , y condúcenle á l a a ld e a . Las m uge ves salen de las c a b a ñ a s, llevando á sus hijos d e las manos» C ercan el palo á que ata n á Alonso , y los h o m b res le dejan e n m edio de ellas. Conoció entonces que habia caído en poder de un pueblo de antropófagos. AI atarle las m anos le des­ pojaron d e todo : 'tr is te presagio de la suerte que le a g u a rd a b a ! Oia á los sal vages, esparcidos p o r la a l ­


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dea, convidarse unos a otros al b a n q u ete ; a l rededor de él , no le ocultaban lo que iba á s u c e d e r le : — H i­ jos míos, d e c ía n , c a n ta d : vuestros padres h a n t r a í d o una rica presa , cantad , y os h a llareis en ei festín . — Mientras que ellas se re g o c ija b a n , el in f e liz A l o n ­ so, pálido y trémulo» les m ira b a á la m a n e r a que e n la agonfa m ira el ciervo d la m u e r te . L a n a tu ra le z a hizo un esfuerzo sobre ella m is m a ; él r e ú n e las pocas fuerzas que le d e ja b a e l m ie d o , y d ir ig ie n d o la p a la ­ bra á aquellas mugeres sal vages: C u a n d o vuestros hijos están colgados á vuestros p e c h o s , les d i c e , y su p a ­ dre les alhaga , y se sonríe de a m i r , ¡ c u a n cru e l no seria quien veniese á d esp ed a z aren vuestros b raz o s al hijo y al p a d re , como vos vais á h a c e rlo c o n m ig o ! L a naturaleza os ha d a d o enem igos e n lo s anim ales d e los selvas; á ellos es á q u ien e sd eb e is h a c e r la g u e r ­ ra , y en verter su sangre ; es e n lo que d e b e is h a lla r placer de emplearos. Mas y o , q u e soy u n h o m b re ¡no­ cente y pacífico, y que n o os he hecho m a l a l g u n o , ¿porque queréis m ancharos c o n la m ia ? U n a m u g e r , semejante á vosotras, m e ha n u tr id o con su leche. Si ella estuviese aquí presente, la veríais tré m u la suplica­ ro s, p o r vuestras e n t r a ñ a s , q u e concedáis la vid a á su desgraciado hijo. ¿ P o d ría is resistir á sus la m e n to s , y dejaríais d e g o llar á un h ijo e n los brazos d e su m a ­ dre? La vida m e im p o rta p o c o ; pero lo q u e m e lie-g a a l a l m a , es el peligro que os a m e n a z a , y el c u id a ­ do de vuestra defensa c o n tra u n enem igo poderoso y te rrib le que v e n d rá pronto á atacaros. S ab ién d o to y o f iba á im plorar en Q uito el ausilio de los I n c a s . P o r el a m o r vuestro, y o m e he expuesto e n este larg o y pe­ noso viaje al peligro d e ser hecho presa y despedazado p ó r vuestras m anos. M ugeres in d ia n a s , creed que yo soy vuestro a m ig o , el d e vuestros hijos y esposos. ¿D evoraríais la carne d e vuestro a m i g o , y beberíais la sangre d e vuestro h e rm a n o ?


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Las m u je re s , atónitas, le contem plaban escuchán­ d o l e , y su fiero corazón se conmovía p o r grados y se ablandaba á su voz. L a n a tu raliza tiene para todos los ojos dos encantos poderosísim os, siempre que se encuentran reunidos, la juventud y la herm osura. Desde el m om ento en que empezó á h a b l a r , su pali­ dez se disipó; las rosas de sus labios y d e sus m eji­ llas recobraron todo su b r il lo ; sus herm osos ojos n e ­ gros n o arrojaban aquellos ravos de fuego , de que h ubieran centelleado en el a u ío r ó en la alegría: ellos estaban lán g u id o s, y esta m is m a circunstancia h a ­ cia su espresion mas tierna. Las ondas d e sus la r ­ gos cabellos, flotantes sobre el marfil de sus brazos encadenados, relevaban la b la n c u ra de e s t j s , y su p o rte , su elegancia, su nobleza y ra a g e sta d , ju n to t o ­ d o á estas p re o d a s, le h a cía n u n agradable é in te r e ­ sante objeto. S í , en la co rte de E spaña m ism a , M o ­ lin a hubiera o b sc u re cid o s! lu stre de l a ju v e n tu d m as h e rm o s a , ¡euanto m as r a r o n o debía de ser en tre aquellos salvages el prodigio de su belleza! E n efec­ t o , los m ujeres fueron sensibles a e lla ; su corazón p a lp ita , y el e n te rn ecim ien to so stitu y e , al in s ta n te , Á su a n te rio r fu ro r: d e fo rm a que aquellos n iñ o s que ellas tra ía n p i r a a lim e n tarlo s con su s a n g re , les to­ m a n en sus brazos, les levantan á la a lta r a de é l , y llo ra n a l ver que el cautivo les sonríe c o n t e r n u r a , y les colm a <le besos. E n este m o m en to se ju n ta n los indios en m a y o r n ú m e r o . A rm ados de las cortantes piedras que ellos saben afilar, ya se avanzaban s ó b r e l a v íctim a con la im p a c ie n c ia de a b rirle las venas y v e r c o r r e r su sa n ­ g r e . Mas todas las m u j e r e s , a u n m as tré m u la s que A lo n s o , le rodean por d e fe n d e rle con lastim osos a la ­ r id o s ; y te n d ien d o sus m a n o s á los salvages para con­ t e n e r sus golpes, les d ic e n : t r a t a d con in d u lg e n c ia á


L O S IK C À S.

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ese jóven desventurado* E l es vuestro herm an o y vues* tro a m ig o ; él os a m a , y quiere defenderos de un enemigo cruel que viene á atacaros. P o r vosotros iba á im p lo ra r el ausilío del rey de las m o n ta ñ as. D e ­ jadle v iv ir , pues él n o vive sin o p o r nosotros* Tales gritos y t a n estraño lenguage asom bró á los in d io s ; mas su in stin to feroz podía m as q u e todo* Ellos d e ­ voraban á Alonso con sus o jo s , y p ro c u ra b a n desasir­ se de los brazos de sus m ugeres para arrojarse sobre él. l í o , t i g r e s , n o , les d ije ro n e llas, n o bebereis su sangre, ó bebereis ta m b ié n la n u e s tra . A quellos h o m ­ bres feroces se contienen , é inm óviles se m ir a n unos ó otros con a s o m b ro : ¿ E n que d e lir io , esclainaban , i i a p o d id o ese cautivo m eter á nuestras m u g eres? Y v o so tras, insensatas, ¿ n o veis que no o sliso n g e a sino con el íin de escaparse? Alejaos p u e s , y dejadnos d e ­ v o ra r e n paz nuestra presa. Si tocáis á é l , replicaron e l l a s , nosotras juram os t o d a s , p o r el corazón del león d e que habéis n a c i d o , que m atare m o s á vuestros h i­ jo s, Ies despedazaremos á vuestia vista, y nos los co­ m erem os nosotras m ism as. À estas p a la b ra s, las mas luviosas, a g a rra n d o á sus hijos p o r los cabellos , y t e ­ niéndoles suspendidos de una m a n o , á la vista de sus m a r i d o s , rec h in a b a n los dientes y d a b a n h o rrib le s alaridos. Los tigres se e s p a n ta ro n : ¡Viva! d i j e r o n , viya ese joven e s tra n g e ro , pues que así lo quercis; y al instante d e s a m a rra ro n á Alonso. Luego dirigiéndose á é l , le h a b la ro n d e esta suer­ t e : — Nosotros vemos c la ra m e n te que tu posees el a r ­ te de los encantam ientos; m a s , á lo m e n o s , ¿enséñanos cual es el enem igo que nos a m e n a za ? — *ün pueblo c ru e l y te rrib le , Ies respondió Alonso* — Y tu ibas, dicen nuestras m u g e r e s , á p e d ir al rey de las m o n ta ­ ñ a s que viniese e n nuestro ausilío? — S í , y con este designio b e salid o d e T u m b e s ; tnas he perdido ini*


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LOS INCAS,

guias en el com ino. — Nosotros te darem os u n o , que te llevará hasta el r i o , á la orilla del cual en co n tra­ ras un cam ino que te c o n d u cirá hasta su nacimiento* P e r o , antes de i r t e , asiste á nuestro festin. E r a este com puesto d e c arn ero s vivos que despeda­ zaban y d e v o ra b a n , com o iban á hacer con él m ism o, c u y o recuerdo hacia que Alonso se estremeciese d e horror* Sin e m b a r g o , tuvo bastante espíritu para preguntar al cacique ¿si c u a n d o comia la carne ó be­ bía la sangre de ios hom bres , n o sentía una re p u g ­ nancia n a tu r a l? O Dios l e ó n , d ijo el salv ag c, u n des­ conocido no es para m í sino u n a n im al peligroso. P a ­ ra preservarme de é l , yo le m a t o , y m e lo como. N ada hay en ello que n o sea ju sto , y y o n o causo per­ juicio en esto sino á las aves de rapiña. Despues del festin , el cacique convidaba á Alonso á pasar la n o ch e e n su c a b a ñ a , cuando las m ugeres corrieron e n t r o p e l , y l e d i j e r o n : — V e t e , ellos están ebrios, y se d u e rm e n . Y a han saciado p o r h o y su apetito; n o aguardes á q u e , dispertando m a ñ a n a , se vean acom etidos p o r la h a m b r e . Nosotras les cono­ cemos. H uye; pues sino serás d e v o r a d o .— Púsose e n cam ino con su nuevo g u ia , besando cien m i l ve­ ces las manos que le h a b ía n lib e rta d o .


LOS IINCAS.

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CAPÍTULO XXI.

SlC C C

LA RELACION

DE ESTE V I A G E .

LLECADA

D S MOLINA Á Q UITO.

Acercándose Alonso á las orillas de la E sm eralda, se maravilló al v e r, en la rib e ra opuesta, u n pueblo num eroso embarcarse con sus m ugeres é hijos sobre una (Iota de canoas. M an d a á $u guia que pase á n a ­ d o , y pregunte al pueblo si baja hacia A ta ca m cs, ó si re m o n ta la E s m e r a l d a , y si q u ie re recibir en una de sus canoas á u n estrangero a m ig o d e ios indios. E l gefe de aquella colonia le envió á d e cir que re­ m ontaba el rio ; que n o se negaba á rec ib ir á un hora, b re que se a n u n ciab a com o a m i g o , y que en pvue* l>a de ello le enviaba una canoa p a ra que viniese á hablarle él mismo* Ya el joven, h a b ie n d o escapado de tan to s peli­ gros, n o tem ia n a d a ; d e fo rm a q u e , despidiéndose de su g u ía , e u tra sin desconfianza alg u n a en la ca­ n o a , y pasa á la orilla opuesta. ¡ T u eres español, y tú te anuncias com o amigo de los indios! d ijo le al verle el gefe de aquella tro ­ pa de salvajes.— S í , soy e sp a ñ o l, respondió Alónso: y y o d a ria to d a m i sangre p o r la salud de lo¿


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indios* Su ínteres es el que únicam ente me tmte* ve*.*. D iciendo estas polainas, sus ojos apercibieron u n a /¡gura que los indios llevaban al lad o del ca­ cique. M írala Alonso co n m o v id o ; la sorpresa, la alegría, el enternecim iento, suspenden su relación, y le im piden el h a b la r. E n aquella im agen ve las facciones, y reconoce el trage y la actitud de Las Casas. — ¡ A h ! dijo con una voz trém ula» ¿ n o es ese Las Casas? ¿ n o es él á quien aquí se venera com o a u n dios? C o rre entonces y abraza ln esta­ tua*— É l m ism o es, dijo el cacique: ¡que! ¿ tú Je conoces? ¡O h ! ¡si v o le conozco! no le había de conocer SÍ él es q u ie n , con sus desvelos, sus lec­ ciones y sus e je m p lo s , h a fo rm ad o m't ju v en tu d ? ¡A h! tos sois* todos am igos m í o s , pues que sabéis apreciar su $ v irtu d e s , y conserváis la m em oria de ellas. D iciendo estas palabras, se ecba en los b r a ­ zos del c a c iq u e .— ¿ D e donde venís? a ñ a d ió ; ¿ d o n ­ d e le habéis dejad o ? ¿ y . cual es el prodigio que aq u í nos re ú n e ? D os herm anos que u n a am istad santa hubiese u n id o desde la c a n a , n o hubieran experim entado movimientos m as dulces a l re u n ir­ se despues d e una larg a ausencia. — P u e b l o , dice C a p a n a , el español que encuen­ t r o en estas playas es a m ig o d e L as Casas. — A l instante el pueblo se apresura á m anifestarle el p lacer que siente al p o se e rlo .— T u eres a'migo de L a s C asas, ven con n o so tras, le dicen las mugeves in d ia s , nosotras te servirem os con esm ero; y en to n o sencillo y a la g ü e ñ o , le convidan á t o m a r des­ canso* E n tr e ta n to , una d e ellas va á la orilla d *4 r i o , saca una agua m a s fresca j m as pura que el c r i s t a l , y viene con ella á lav arle los pies: otra d e se n re d a , peina y ata sobre su cabeza las ondas esparcidas d e sus largos cabellos¿ o t r a , lim p iá n d o le


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el polvo que cubría su r o s t r o , le m ira detenida­ m e n te , y a d m ira su h e rm o s u ra . Alonso enterneció al cacique haciéndole el elogio de Las C asas, y el cacique le c o n tó el viage del h o m b re justo al valle que le servia de asilo. ¡A y ¡ añadió el salvage, ¿ lo creerás t u ? E i español á quien dim o s la vida á instancias d e Las Casas, es el que nos ha p e r d i d o .— ¡C o m o ! ¡a q u e l! — S í , él m ism o. — ¿ E l desdichado o$ ha v e n d id o ? — O h no: aquel joven era b u e n o , a u n q u e h ijo de u n padre m uv aleve. Hízole espiar sus pasos c u a n d o se vol­ vía con n o so tro s; y , descubierto n u e stro asilo , fuer­ za fue a b a n d o n a rlo . C an sad o s ya d e vernos perse­ guidos, buscamos u n refugio en el reino d e los Incas. V am os ¿ Q u ito , y , para evitar los m o n te s , hem os to m a d o esta v uelta t a n l a r g a . — Y y o t a m ­ b ién voy al m isin o p u e b lo , d ijo M o lin a ; y contóle com o se había d e te rm in ad o á d e ja r a P i z a r i o , con­ m o v id o de los m ales q u e am enazaban á los pueblos de aquellas costas; y que su viage ahora tenia por objeto el ir á ver á A ta lib a p ara llam arle en su auxilio.— ¡ A h ! le d ijo el c a c iq u e , y o r e c o n o z c o en tí a l d ig n o am igo del v a ró n ju s to : m e parece que tienes en los ojos u n a centella d e su a lm a . Sé nuestro g u ia ; preséntanos al In c a com o am igos t u ­ y o s , y respóndele de n u e s tro zeío. E m b árc an se , y cuando cerca d e l n a cim ien to del rio sus aguas no sufren y a las canoas, siguen to ­ dos el sendero que atraviesa la espesura de Jos bosques. Las raíces, las frutas silvestres, los p á ­ jaros heridos en s u vuelo p o r las flechas de los in d io s, la liebre y el g a m o tím id o alcanzados en su carrera, ó cogidos e n los lazos que se Ies te n ­ d ía n , sirven de a lim e n to á este pueblo numeroso* Despues d e haber su p e ra d o cien veces los t o r ­


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rentes y precipicios, ven al fin , aclararse las sel­ v a s , y la esterilidad sucede á la fecundidad de aquella tierra» E n lu g a r d e aquellos bosques espe­ sos, donde la tie rra feraz prodiga y pierde los frutos de una loca a b u n d a n c ia , el ojo n o descu­ b r e mas a ll á sino arenales secos y rocas calci­ n a d as. A t a l aspecto se espantan los in d io s , y el m ism o A lonso se estremece. P e r o , apenas han lle g ad o á la falda de la m o n ta ñ a , parece que se levanta una c o r tin a , y descubren el valle de Q u ito , q u e es la de licia de la n a tu rale za . J a m á s conoció este valle la a ltern a tiv a de las estaciones $ el invierno jam ás le h a despojado de sus risueños v e rg e le s , ni tam poco el estío h a enardecido sus cam pos. El la b ra d o r es­ coge en él el tiem p o del cultivo y de la siega. U n solo sulco separa allí la prim avera d e l o to ñ o ; el n a ­ cim iento y la m adurez se to c a n en tre s í , y el á r ­ b o l reúne sobre unos m ism o s ram o s l a flor y el r u to . Los in d io s, con M olina á su fre n te , se a d e la n ta n hacia ios m uros de Q u ito , suspendido el arco al escu­ d o , y asiendo de las m anos á sus hijos y m u g eres, e n señal natural de paz. F u e á fas puertas de la ciu­ d a d u n espectáculo nuevo al ver to d o un pueblo ve­ n i r á pedir la hospitalidad. El I n c a , desde el m o m e n ­ to que se le anuncia su lle g a d a , m anda que le in tr o ­ d u z ca n , y lleven delante de él. E l m ism o sale con la d ignidad de un r e y , seguido d e un a co m p añ am ien to n u m e ro s o , se adelanta hacia el pórtico, y allí recibe á los estrangeros. E l joven español, que m a rc h a b a al lad o del caci­ q u e , saludó al m o n a rc a , é iba á h a b la rle ; mas i n ­ terrum piéronle los aves y alaridos de los mejicanos, jC ielos! d ije ro n , juno de nuestros opresores!— S í ,


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prosiguió O r o z i m h o , y o reconozco los Facciones y el trage J e esos b á rb a ro s. I n c a , este h o m b re es cas­ te lla n o : D éjam e vengar m í p;vtiia.— D ic ie n d o estas palabras, tendía el a rc o , é iba á atravesar á M o lin a . El Inca pone la m o n o sobre la fle c h a :— C a c iq u e , le d íjo , m o d e ra d vuestra ira . In o c e n te ó culp ab le, cu al­ quiera h o m b re que llega en to n o h u m ild e y supli­ cante, m erece p o r lo m enos que se le oiga. H a b la , díjo á M o lin a ; dínos ¿quien e res, d e donde vienes, lo que aqui te t r a e , y lo que quieres d e m i ? G u á r ­ date sobve todo d e e n g a ñ a rn o s, y si tu eres castella­ no, no te asom bre el h o r ro r que tu vista sola inspi­ ra á la fam ilia d e M otezum a. — ¡Cierto, justo es su resentim iento, y m i sangre fuera poca para p a g a r to d a la que se h a d e rra m a d o de ellos! S í, y o soy castellano; soy u n o d e los b á r ­ baros que han llevado el y e rro y la lla m a a aquel desdichado c o n tin e n te ; pero y o detesto sus furores* y por Jo m ism o he ab an d o n ad o su flota. Yo soy a m i­ go de los in d io s; y he v e r tid o aquí p o r m edio de los desiertos para in fo r m a rte de los m ales que a m e n a ­ zaban á tu patria. I n c a , >$i c o m o se nos asegura , la justicia reina e n tu casa, si la h u m a n id a d b e n é fi­ ca es el a lm a de tu s le y e s , y la v irtu d es tu im p e ­ rio, y o ofrezco el corazón d e u n a m ig o , el brazo de uu guerrero, los consejos de u n h o m b re instruido de los peligros que te am enazan. Mas si y o hallo^ en estos clim as, ultrajada l a n a tu r a le z a poi leyes ti­ ránicas, p o r u n culto i m p i o y sa n g u in ario , Vo te abandono, y m e voy á v iv ir al fo n d o de los desier­ to s, en m edio de las fieras, que son menos crueles que los hum anos. C uanto al pueblo que t e conduz­ co, y o n o conozco de él sin o su veneración por u n castellano, am igo m ió , el m as virtuoso de los h om ­ bres. Yo m e le he e n co n trad o en las riberas de un T

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r io , llev an d o consigo la im a g e n <le este respetable mortal* Vela a h í ; yo l a conocí ai instante* y desde entonces he sido am igo d e u n pueblo virtuoso en el m is m o , pues q u e adora l a virtud. C on el favor de su auxilio generoso, he podido llegar hasta t i . Yo te aseguro que este pueblo es sensible, ir teresante, y d ig n o de la protección q u e im p lo ra . E l h u y e de su país* que los b árb aro s d e s tr u y e n ; y he aquí á su cacique* h o m b r e g e n e ro s o , se n c illo y ju s to , del cual harás tu a n a m ig o si eres capaz d e conocer el va­ lor de un a lm i grande. L a franqueza y la m i g n a n i m i d a d tie n e n u n c a rá c ­ te r t a n p re e m in e n te é im p o rta n te en *í m is m o , que al m ostrarse ellas a le ja n la desconfianza y las sospe­ cha s. E n e fe c to , despues que M olina h a b l ó , Ataliba le te n d ió l a m a n o : V e n , l e d t j o , g u errero amigo» t u valor y tu s consejos se rá n b ien re c ib id o s d e m i. T u estim a c ió n h a c ia ese c aciq u e y h acia su pueblo m e es u n g a ra n te d e su fe, y y o n o exijo d e él otra seguridad* M andó al p u n to que se tuviese c u id a d o d e prove­ e r á todas las necesidades d e sus nuevos súbditos. C onstruyóse p ara ellos u n a -a ld e a e n u n fértil valle, y M olina y el c a c iq u e , recib id o s y alo jad o s en el palacio d e los hijos d e l S o l , p a rtie ro n en tre si con los m ejicanos la confianza y el favor d e l m o n a rc a per uanov


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LOS INCAS

CAPÍTULO X X II.

P lZ A R ftO ,

D E REGRESO

i

P A N A M A , TOMA L A

1) Z tft A ESPAÑA P A R A H A C E R AUTO RIZAR

su

em presa .-—

bernador

DE

D LA

orante

$0

P R O V I N C IA

REINO DE M E J I C O , CONCIBE

v ia g e

DE

,

Y FAVORECER

alvarado

,

go­

G U A T E M A L A > EN

E L PROYECTO D E

L,l CONQUISTA D E L P E R U , Y A

RESOLUCION

BL

INTENTAR

E S T E F I N E N V IA ¿

E L CHT

NAVIO LLEVANDO Á SO BORDO A L A H E R M A N A Y A L AMIGO DE OROZIMBO; MAS E S T E mar

del

son*

NAVIO,

e sp e r imenta

DE CONSIGUIENTE UN R E T A R D O

una

EN

ENGOLFADO grande

EL

EN

calma

EL

,

y

V IA G E-

P lz a rro , de vuelta a l I s t m o , n o e n c o n tr ó a llí sino corazones helados y cansados d e s u f r i r desgracias. Conoció entonces que p a r a im p o n e r silencio á l a e n ­ vidia, é in fu n d ir á n im o á los que ya l o h a b la n casi p e rd id o , -su voz sola n o serviría d e n a d a , y esto le es­ tim uló á to m a r l a resolución de i r é l m ism o á la corte de E s p a ñ a , e n l a cu al creía que l e escucharían m ejor. Este larg o viage d ió tie m p o á u n riv a l ambicioso para in ten tar él m is m o la e m p resa ; y este riv a l fué Alvarado > u n o d e los c o m p añ ero s d e C o r té s , a u lugar-


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L O S m e AS.

te n ie n te , y e! que m as se había señalado en la c o n ­ quista d e Méjico. La provincia de G u a te m a la h a b ía sido el prem io de sus hazañ as; g o b e r n á b a la , ó mas bien dom inaba en ella com o m onarca. P e ro cada din m a s insaciable d e riquezas y g l o r i a , m ira b a las regiones del m edio­ d ía con ojos ambiciosos^ E n el reparto de las t i e r r a s , habían caído en su po­ d e r A m azili y T c la sc o , la h erm an a y el am igo de O r o z i m b o , amantes a fo rtu n ad o s e n su desgracia , pues <jue vivían y lloraban ju n to s ; estaban amavrados á u n a m ism a c a d e n a , y se a y u d a b a n uno á o tro á so­ brellevarla. T eníales cautivos A lv a r a d o , y habiendo sabido p o r u n in d io q u e , O ro z im b o y los sobrinos de M otezum a que se h a b ía n escapado del y e r r o d e l ven­ c e d o r , ib an á b u sc ar u n a silo en tre los m onarcas del m e d io d ía , cuyas riq u e za s le p o n d e ra b a n , concibió « n a esperanza que fué bastante p ara encender su ambíoion* T e n ia consigo á u n c a s te lla n o , lla m a d o G ó m e z , h o m b re a c tiv o , a r d ie n te , y tan p ru d e n te c o m o a u ­ d a z . Yo tengo form ado u n gran p r o y e c to , le d ijo , v quiero confiártelo. Hasta aquí no hemos trabajado uno y otro sino por la gloria de C ortés; de forma que nuestros nom bres se p ie rd e n e n la brillantez del suyo* Se trata ahora de ig u a la r , y aun de borrar el h o n o r d e su conquista-» Al m ediodía de este nuevo m u n d o , h a y un im perio mas d ila ta d o y o p ulento que el de ■Méjico; llám ase el rein o de los In c a s. Los sobrinos d e M otezuma esperan e n c o n tra r asilo en é l , y y o me prom eto ganar por su influjo la confianza del m o n a r­ c a , cuyo apoyo van á im plorar. E l joven y valiente •Orozimbo se halla a su c ab eza; su h erm an a v el a m a n ­ te de esta estan en el n ú m ero de m is esclavos : no puede haber cosa mas tierna que s a m u tu a a m is ta d ,


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y aquel que Ies prometiese el re u n irie s, lo consegui­ ría todo fácilmente. U n a nave te aguarda sobre la playa, con cíen castellanos de los m as determ inados. Lleva contigo á mis c au tiv o s, A m azili y T e lasco í trátalos con d u lz u r a , con a te n c ió n y caric ias; desem­ barca en las costas del m e d io d ía ; envía á la corte da los Incas á d a r aviso á O ro z im b o que la lib ertad de su h e rm a n a y de su a m ig o depende de tí y de el m is ­ mo ; que ellos le ag uardaban sobre tu nave, y que el fa­ vor de Jos Incas, el perm iso de e n tra r en su país, y la bue • n a inteligencia que puede establecer en tre ellos y noso­ tro s, es el precio que y o le pido p o r el rescate délos dos esclavos que tú llevas el encargo de d ev o lv e rle . T ú conoces de cuanta im p o rtan cia es esta n e g o ciació n ; por lo que es in ú til que te recom iende el a rte de d i r i j i r l a , que pende de las atenciones que tú tengas con los esclavos, á q uienes, sin em bargo , debes guar­ d a r cautelosamente en rehenes hasta que sea c o n clu i­ da. Así lo espero de tu sabiduría , prudencia y v a ­ l o r , y desde m añ an a m is m o puedes em prender el viage. Inm ediatam ente hizo v en ir á los dos a m a n te s , y les dijo: Ea , pues, idos á re u n ir con O ro z im b o ; yo os vuelvo á é l ; y sabed que vuestro rescate está e n sus manos. Atónitos Am azili y Telasco al o i r esta inesperada nuevo, palpitaron sus corazones de a leg ría; mas si bien contem plaban sus almas el beneficio d e ta n e$t r a ñ a re s o lu c ió n en la conducta de Al varado, co a todo recelaban que esto fuese a lg u n lazo que se les tendía. Ellos te m b la b a n , se m ira b a n uno á o t r o , y exam inaban con sus ojos el sem blante de su a m o , para ver si podían d e scu b rir en él lo que le movía á d a r este paso. Al fu i, dícele Am asili : — Á rbitro «íes de nuestra s u e rte , y de ti pende nuestra felici-


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dad ó nuestra d esd ich a; t u nos prom etes l a -prim era... ¡Que cruel serias si nos engañases! m as t a m b ié n A ¡cuan generoso seria tu corazón si el fuese quien nos hablase! — M irad que n o os e n g añ o , replicó el cas­ tellan o : n o es propio sino de los cobardes el in su ltar á los d é b iles, y burlarse de su desgracia: y o sé respe­ ta r lo que os debo p o r una y otra circu n sta n cia. Yo m e compadezco v erdaderam ente d e la suerte de este im p e r io , y m e la s tim o a u n m a s de la vuestra en p a r­ tic u la r , porque considero q u e vuestra elevación pasa­ d a delie haceros mas sensible la calda. C r e e d , pues, en mis prom esas; pronto las veveis c u m p lid a s .— ¡Ah! di jóle T elasco, y o te b e visto llevar el in cen d io al álcazav de m is p a d re s; tus m a n o s las he visto ch o rrea r con la sa n g re de m is am igos; en fin , tu m e has cargado de c a d e n a s , lo que es, el colm o de la ig n o m in ia : pero, p o r grandes que sean los males que nos has h e c h o , y o les o lv id aré, yo te los perdo­ n o to d o s; y lo que no se creerá acaso, ¡y o te adoravé y reverenciaré m ien tras v iv a , á tal punto tu me enterneces1 Ves que hasta aqui solo te he pedido la m u erte; mas ahora yo me prosterno á tus pies para besarlos y regarlos con mis lágrim as. A b n z ó le s Á lvarado con sem blante de se n sib ilid a d a fe c ta d a , y les dijo con sim u lac ió n : Si sabéis ag ra­ decer mis beneficios, el único precio que y o os pido* p o r ellos es el de darlos á conocer al valiente O r o z im bo. D e c id le , pues, que si y o sé v e n c e r , ta m b ié n sé m ere c e r la v ic to ria , y tr a ta r b ien á m is enemigos cuando les h a d e sarm a d o la paz. A l punto los dos cautivos son conducidos á la p la y a , don d e los e m b a r ­ can sobre una nave que da á la vela al am anecer del siguiente día. La navegación fué bastante apacible hasta las c e r­ canías de las islas de los G alápagos; m as allí se le-


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«

un viento f u e r te , q u e venia del oriente a l n o r ­ t e , al cual fue preciso o b e d ec e r; d e fo rm a que se v i e ­ ron engolfados en uri piélago que liusta entonces n o liabia visto bageles. Diez veces d ió l a vuelta el s o l , sin q u e se apaciguase la furia d e a q u e l v i e n t o ; m as al fin se aca b a , y sucede una p ro fu n d a c a l m a . Sin e m ­ b a rg o , las o la s , violentam ente r e m o v i d a s , perm ane­ cen aun en agitación t e r r i b l e . S e r e n a n s e , y sobre una m a r in m o b le , la n a v e , cual si estuviese encade­ nada , busca in ú tilm e n te er. los aires u n soplo que la m u ev a : cíen veces desplegan la s v e la s , y otras tan tas caen sobre los arboles del b u q u e . L as a g u a s , el cielo, un horizonte tan d ila ta d o que se p ie r d e de v ista , un vacío p ro fu n d o y sin lim ite s , el s ile n c io y la i n m e n ­ s id a d , tal fue el triste espectáculo q u e e n ta n estraño emisferio se presentó a la ‘vista d e todos los navegan­ tes. Consternados y yertos d e e sp a n to , n o piensan si­ no en p ed ir al cielo huracanes y b o rrascas; mas é i, ta n insensible c o m o el m a r m is m o , n o les ofrece por todas partes sino una horrible se re n id a d . Pásanse dias y noches en esta tra n q u ilid a d fu n esta. E l s o l , cuyo resplandor naciente re a n im a y regocija la t i e r r a ; las estrellas cuya centelleante luz tan to e n can ta por lo c o ­ m ún á los m a rin e ro s; el líquido c r is ta lin o de los a g u ss, que con 'tanto placer c o n te m p la m o s sobre la playa cuando vemos su reflejo de p lata m ezclado con el colov azul de los cíelos; to d o se convierte en u n espectáculo de h o r r o r ; todo , e n fin , c u a n to en l a na turaleza anuncia la paz y la a l e g r í a , n o Meva aquí sin o las señales del e spanto, ni a n u n c ia o tra cosa que la m uerte. E ntre tan to vanse acabando los víveres; acórtense las raciones, v ya n o se d istrib u y e n sin o con lina ma­ n o severa y avarienta. La naturaleza , que ve agotarse V á ñ tó

la* fuentes de la vida , au m e n ta su codicia ; y m ie n -


tO*

LOS JISCAS.

t vas mas se d ism in u y en los socorros, m as crecían las necesidades. A la p e n u ria , al f in , sucede la h a m b r e , ni al cruelísim o sobre la t i e r r a , pero azote m il veces m a s t e r r i b le sobre el anchuroso abism o d é la s aguas; pues al m enos sobre la t i e r r a , algunos rayos de espe­ ranza pueden e n g a ñ a r el d o lo r y sostener el á n im o ; m as en m edio de u u inm enso p ié la g o , l e ja n o , soli­ tario y c irc u n d a d o d e la nada , el h o m b r e , abando­ n a d o de to d a la naturaleza , n o tie n e siquiera la ilu­ sión para salvarse d e la desesperación que le acomete. E l contem pla com o u n abism o el espacio espantoso que le aleja de todo s o c o rro ; p iérd en seen él sus pen­ sam ientos y votos , y n i aun la voz d e la esperanza puede llegar á consolarleLos primeros accesos de la h a m b re se hacen sentir sobre la nave ; cruel alternativa d e d o lo r y de rabia en que se veían aquellos infelices. E ste n d id o s sobre los bancos, lev a n ta n d o sus m anos al c i e l o y dando alaridos la m en ta b le s, ó c o rrie n d o despavoridos y fu­ riosos de proa á popa y d e popa á p r o a , pidiendo que á lo menos la m u erte viniese á poner fin á sus sufri­ m ientos. G o m e s , p á lid o y desfigurado, se manifiesta en m edio de aquellos espectros, cuyos to rm en to s com parte; mas por u n esfuerzo de v a lo r, violenta su naturaleza. E l habla á sus soldados, les a n i m a , les a p a c ig u a , y procura inspirarles un resto de e s p e ra n ­ za que y a c í m ism o ha perdido. S u autoridad , su ejemplo y el respeto que infunde en los ánimos d e t o d o s , suspende p o r u n m o m en to su furia. Mas pronto se renueva e s ta , cual el fuego de u n in cen d io ; y uno de aquellos infelices dirigién­ dose al capitán G ó m e z , le habla con estas terribles palabras: Sin necesidad , sin d e lito , ó á lo menos sin rem o r­ d im ie n to s p o r nuestra p a r t e , hemos degollado á m i -


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llores de m ejic a n o s: Dios nos los había e n tr e g a d o , decíase, c o m o otras tantos v í c t i m a s , c u j a sangre nos era p e rm itid o d e r r a m a r . Mil veces se nos ha d i cbo que u n infiel y una fiera eran iguales delante de Dios. T ú tienes en tus m a n o s dos saivages, dos iniieles; y pues que ves la estrem idail á que estamos r e d u ­ cidos, pues la h a m b r e d e v o ra nuestras e n tr a ñ a s , e n ­ tréganos á osos d e sv e n tu ra d o s, que com o nosotros n o tienen y a sino pocos m o m en to s que v iv ir, y á los cuales la religión te m onda posponerlos á nosotros, y motarlos porque vivam os. — Si pudiese salvaros este recurso, les respondió G ó m e z, y o no d u d a ría u n m o m e n to en ceder á vues­ tros ru eg o s, aunque m e estremezco al pensar lo q u e puede la ley de la necesidad ; esperemos algunos días m a s , amigos m ío s , n o n o s lisongeérnos: á menos que Dios haga u n m ilag ro p a te n te , pereceremos. Ya la hv>ra se acerca. El cielo es testig o ; im plorem os su ausii¡o. — Consternóles esta respuesta, y cada c u a l, alejándose triste y silencioso, fue á entregarse á la desesperació'^ que le roia el corazón. En u n rincón def Sagel estaban lánguidos y ta c i­ turnos Amazili y Telasco p^ro mas acostumbrados que los otros a p a d e c e r, su fría ^ «¡os trabajos sin que­ jarse; solamente se m irab a n uno á o t f ? c on ojos e n a r­ decidas y m ovibundos, d ic ie n d o : Ya no vCTveré á v e r a mi h e rm a n o ; y a no veré mas á m i amigo. Los castellanos, con semblante feroz y s o m b río , vagaban al rededor de ellos, m irándoles con furor» Telasco, cuando veía que alguno se acercaba, obser­ vando sus m ir a d a s , sus deseos, sus alaridos y los m o­ vimientos de rabia que no podían contener, creía verles, cual tigre ham briento y furibundo, prontos á despedazar á su a m a n te ; de forma q u e , á la m a n e ­ ra que una leona guarda sus cacborruelos y los deficnTosto I . xl


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LOS INCAS*

d e , asi e! joven Telasco g m r d a b a y d e f e n d ía á su ado­ r a d a A m azili. Sus ojos y siem pre c en te llea n tes, estaban sin cesar abiertos sobre ios castellanos para ob serv ar sus movimientos* S i a lg u n a vez se veía forzado á r e n ­ dirse al s u e ñ o , se estrem ecía y estrechaba en sus b r a ­ zas e! .ídolo de su a m o r . Yo n o puedo m a s , le decía ; m i s ojos se cierran á posar m ió ; y o n o puedo v ela r e n tu defensa. Los crueles ap ro v e c h arán acaso d e los instantes d e m i sueño p ara a g a rra r su presa. T e n g á ­ m onos abrazados fu ertem en te , q u e rid a d e m i a lm a ; y á lo m enos tus gritos m e d esp erta rán . G óm ez m is in o , observando su g e n te , Iiízola d a r atgun refrigerio con los cortos víveres q u e le q u e d a ­ b a n ; con lo que cousiguíó el aplacarlos en a lg u n t a n ­ t o , d u ran te aquel día te r rib le . Llegó la noche , y no fue tu rb ad o su reposo sino p o r gem idos: to d o estaba consternarlo, y to d o p e rm an e c ía tra n q u ilo . Ám azili con voz d e b ilita d a , estrechando la n ia r .a de T e lasco : A m igo m ió , le d i jo , si estuviéram os so­ lo s , y o te pediría que m e evitases una m u e \c e l e n ­ t a ; sí, te pediría que m e matases pava a l i m e n t a r t e , y yo seria m uy feliz de tener £ov Sepultuia el pecho de mi a m a n t e , y de p r o l o g a r su vida con la m ia. P ero esos bárbaros te Arrancarían mis m iem bros pal** pitantes, y , a e je m p lo , creerían poder despedazaíte A ti ïnísm o, y devorarte despues. V e aquí lo fl’Ae rae hace t e m b l a r . — O t u , le respondió Telas­ co , tu que m e haces aun a m a r la vida, y resistir á tantos m ales, ¿que es lo que y o te he h e c h o , para desear que te sobreviva u n solo instante? si fuese un bien el prolongar los días de lo que se a m a , sacrificán­ dole los suyos, ¿crees tu que yo hubiese tardado ta n ­ to en atravesarme el seno, en cortarm e las venas y en alim entarte con m i sangre? Es menester que m u ra ­ mos juntos; he aquí el unico consuelo que nos deja f

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LOS INCAS.

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tviestro b á rb aro d estin o . T u «res la mas d é b il, y sin <ludi alguna tu perecerás la p r i m e r ''; entonces, si aun me q u ed a alg u n a fu erza , y o pegaré mis labios a los tuyos y e rto s, y para salvarte de los uUragcs de es is fieras h a m b rie n ta s , y o te a rra stra ré hacia la p o ­ p í , te estrecharé e n m is brazos, y nos dejarem os caer en el abism o d é l a s o n d a s , c u d o n d e seremos sepultados.— Con este pensam iento se alivió su d o ­ lo r; y aquel piélago p r o lu n d o , q u e estaba ya para tra g arlo s, llegó á ser para ellos un p u e rto seguro de salvación. Ai ra y a r el d ía, se levantó u n a i recito fresco que vurive la esperanza y la alegría e n todos los co ra­ zones. M as, que esperanza, ¡ay ! A q u e l suave záfiro se convierte en vendabal fu rib u n d o q u e , im pidien­ do su vuelta hacia el o r ie n te , va á arrojarles sobre u n m a r lejano d e las costas. Sin e m b a r g o , m irábase esto com o m il veces m enos te r r ib le que el m ortal repodo ,* y fuese cualquiera el c a m in o que se había d e seguir, ellos le c o n te m p la n y a c o m o u n m edio de libertarse y salvarse. Preséntase la vela á u n viento t a n deseado; h ín ­ chase al punto; estremécese el b u q u e , y sobre la superficie undosa del m a r , ta n to tie m p o in m ó v il, vase señalando un dilatado surco. E l aire n o resue­ na con ios gritos que o rd in a ria m e n te aco m p añ an la partida: la debilidad de los m a rin e ro s n o les per­ m ite o tr a cosa q u e ay es y m ov im ien to s de gozo. Vogan sin e m b a r g o , hienden L lla n u ra h ú m e d a , n n s sin perder de vista el horizonte p o r sí pueden descubrir alguna señal de t ie r r a . E n fin, desde lo alto del juanete m a y o r , un m a r in e r o cree ver u n p u n to fijo cerca del h orizonte. Dirígense á él todos los ojos, c o n o ce n ya que ea una isla; el piloto se lo aseg u ra, y todos esperan im -


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I O S IK C À S .

pacientes; los corazones afligidos se desahogan, c o r­ rer» las lágrimas d e a le g ría , y cuanto mas se atircvi; la d ista n cia , mas se a u m e n ta la confianza. G óm ez, ocupado e n te ra m en te en re a n im a r sus sol­ dados desfallecidos, Ies hace d is trib u ir los pocos ví­ veres d e reserva* A m ig o s, les d ic e , ántes ile anoche c e r estarem os en t i e r r a , y o lvidarem os todos nuestro trabajos. Este socorro fue Inútil á la m a y o r parte de los es­ pañoles; sus ó rg a n o s , fuertem ente d e b ilita d o s, habían p erd id o to d a su actividad. L os unos m o ría n devoran­ d o el pan con horrorosa ansia; los o tro s , furiosos de rabia por n o poder ya tra g a r el a lim e n to que se los p re se n ta b a , m aldecían la p ied a d m ism a que les habia hecho abstenerse de la carne y de la sangre hum ana. Algunos de ellos, suavizados p o r la flaqueza y el su­ frim ien to , libres de las p a sio n e s, vueltos á la n a tu ­ raleza, curados de aquel d e lirio espiritoso en que e* fanatism o y el orgullo les h a b ia su m e rg id o , detesta­ b a n sus errores y sus preocupicíones b á rb a ro s; y h u ­ m anizados y a , veían en fui que aquellos d esv en tu ra ­ dos indios eran hom bres com o ello s, y se estrem ecían al acordarse que les hubiesen m altra ta d o ta n cruel y vilm ente. Aquellos te n d ía n sus m anos al cielo implo­ ra n d o su misericordia, esotros volvían sus ojos m ori­ bundos hácia los esclavos m ejicanos, y en su rostro se veían las señales dolorosos del arrepentim iento. U n o de ellos, haciendo un postrer esfuerzo, se arras­ tr a hasta los pies de Telasco» y con una voz cortada p o r las ansias terribles de la m uerte: p e rd ó n a m e , her­ m a n o , le d ic e , y á estas palabras expira.


LOS INGAS.

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CAPÍTULO XXIII.

ARAlVADA

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LA ISLA CRISTIN A.

E n tr e tan to se a p ro x im a n á la costa ; ven se flores­ tas verdosas «levarse sobre el ni^el d e las a g u a s : no eran o tra cosa que las is h s que después s i han hecho célebres I k *j o el n o m b re de Mendoza. A rrib a n v ven srdir de u n canal que separa estas islas afortunadas, ir.a m uchedum bre «le barcas que cercan el navio. H á­ llense llenas d e sal vages, d e una jovialidad y una herm osura p o rte n to sa , casi desnudos, sin a r m a s , y trayendo en su m i n o r a m o s verdes, sobre los que fluc­ tuaba uu velo b la n c o , en señal de pnz y buena acogida. La desgracia L ibia a b lan d ad o los corazones d e los castellanos, y hecho deponer su fiero o rg u llo . A r r o ­ jados en un piélago in m e n s o , y desam parados t o t a l ­ m e n te , habian a p re n d id o á a m a r los h o m b re s ; pues el sentim iento de La necesidad es el p rim e r vínculo de la sociedad. P a ra ser h u m a n o , es m enester Jiabcise reconocido d é b il. E ntern ecid o s al ver la acogida bon­ dadosa q u e les hacían los salvagos, responden a ella p o r las señales d e l gozo y la am istad. Los isleños,, sin !a m enor d esconfianza, saltan á porfia d e las h u í-


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LOS INCAS.

cas en que e s tib a n , v m o n ta n sobre el n a v io ; v vien­ t o sobre todos los rostros la languidez del desfalleci­ m i e n t o , parecían hallarse e n te rn e c id o s: su zelo vsns caricias m anifestaban la com pasión y el de«eo de a li­ viar á sus nuevos huespedes. E l capitán G óm ez no d u d ó entregarse á su buena fe- U n p u e r t o , form ado por la n a tu r a le z a , s'rv ió de asilo a su b t g e l , y él y los suyos d e se m b a rc a ro n e n u n a de las islas ' i ) cuyas riberas les parecieron m as ri­ cas y placenteras. L os is le ñ o s , e n can tad o s con esta visita , les c o n d u ­ cen á su a ld e a , que estaba situada a la falda d e una colina , á orillas de u n a rro y o q u e , saliendo de una p e ñ a , co rre a b u n d a n te , y serpentea e n et valle don d e la naturaleza ha h e ;h o u n lu g a r de delicias. Las cho­ zas de esta aldea están c u b ie rta s d e r a m is verdes ; y l a i n d u s t r ia , ilustrada p o r la necesidad, bn reunido en ellas los encantos de la sim plicidad. El frágil n u d o , que d u ran te la noche cierra la entrada de estas c h o z a s , es el sím bolo feliz de la s e g u rid a d , co m p a ñ e ra inse­ parable d.' la buena fe. La la n z a , el arco , el b r o q u e l, colgados de los techos, no a n u n c ia n sino un p u e b lo d e cazadores, á quien la guerra h u m a n a es descono­ cida. L o prim ero que hicieron los salvages fue invitar á sus huespedes á to m a r descanso; y al instante unas jóvenes, hermosas com o n in fa s , y m edio desnudas com o estos, traen en tinos canastos las frutas que sus m a ­ no s han cojido. E n tre ellas se encuentra uno (a ) que la naturaleza parece haber destinado com o u n a leche 1

(1) Llam óse despues isla C r is tin a , situada ¿ 9 gra­ dos d e latitu d m eridional. (2) Los viagerus lla m a n m a n ja r b la n co •


LOS 1SCÁS.

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nutritiva q u e reanim a al h o m b re d e b ilita d o p o r la vey-z ó la e n ferm ed ad . E sta fru ta ta n delicada y sa lu ­ d a b le , pareció d e r r a m a r el bálsam o de la vida en las vea as de los castellanos. U n dulce sueño siguió á este banquete delicioso, y el p u e b lo , al re d e d o r d e las chozas, se m an tu v o en. silencio m ientras sus huéspe­ des d o rm ía n . A l d e s p e rta r, v ie r o n á este buen pueblo re u n irs e , por la n o c h e , bajo unos palm eros plantados en m e ­ dio de la a ld e a , é in c ita rle s i que com iesen con ellosLegum bres sabrosas, frutas escclentes, una ra íz jugosa con que hacen u n p a n n u t r i t i v o ; tó rto la s , p a lo m a s , los habitantes de los bosques y de las a g u a s , que la flecha h a h e r i d o , ó que ha agarrado el a n z u e lo ; u n a agua pura y c ris ta lin a , algunos licores que hacen de la mezcla de fratás e x p rim id a s ; tales son los m a n ja ­ res y las bebidas con que se a lim e n ta este pueblo d i ­ choso. M ientras que el sosiego, la abundancia y salu­ b rid a d d e l clim a reparaban las fuerzas de los castella­ n o s , G óm ez observaba despacio las costum bres , 6 fiUiJ bien la índole de aquellos isleños; pues no conocían otras leves que las d e l in stin to que dá la naturaleza m ism a. L a afluencia de todos los bienes, la fac ilid a d de gozar d e ellos, no dejaba n u n ca al deseo el t i e m ­ po de irritarse en sus alm as. E n v id ia rse unos á o t r o s , aborrecerse entre s i, ó q u e re r hacerse d a ñ o m u tu a ­ m en te , hubiera pasado por u n delirio en tre ellos; ei m alvado era u n insen sato , y el culpable u n furioso. De todos los m ales que aquejan ha h u m a n id a d d e p ra ­ v a d a, el ú n ico , conocido d e este p ueblo, era el dolor. L a m uerte m ism a n o lo e ra t a n t o , y ellos la lla m a ­ ban el la r g o su e n o . La ig u a ld a d , el bien e s ta r, la imposibilidad de ser envidiosos, zelosos y a v a rie n to s , de n o concebir jamos


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LOS m e AS.

n a d a q u e fuese superior á su felicidad p re se n te , de­ liran hacer á este pueblo sum am ente fácil de gobernar. Los ancianos reunidos fo rm ab an el consejo de la rep u b lic a , y , com o l i edad era lo que ú n ica m e n te d is ­ tinguía l^s rangos en tre los ciudadanos, y el ciferccho de g o b e rn a r estaba d a d o á la vejez, n o podia ser e n ­ vidiado* Solo el a m o r hubiera podido p e r t u r b a r la arm onía y la buena inteligencia de una sociedad tan d ulce; p-»ro, apacible en sí m i s m o , estaba som etido al im ­ p erio de l a herm osura. E l sexo que está criado para d o m in a r p o r el ascendiente del p l a c e r , tenia el d i­ choso poder de m u ltip lic a r sus c o n q u is ta s , siu c au ti­ v a r al a m a n te favorecido, y sin obligarse jam ás él m ism o . Era entre ellos la fealdad u n p r o d ig io , y la b e lle z a , este don tan raro en todas p a rte s , lo era t a n poco en este c lim a , que la m udanza n o tenia n a ­ d a de h u m illa n te ni cruel. Seguí o de e n c o n tra r á ca« d a instante un cor::zon sensible y mil a tra c tiv o s , el a m a n te abandonad i no tenia tiem p o para afligirse de su d e sg ra c ia , n¡ p ara e n v id iar la felicidad de aquel que se la robaba. El vínculo que unía á dos esposos era sólido ó fr.i£ Í l , según su voluntad F o r m á b a n le el gusto y el d e ­ s e o . y solo el capricho podía r o m p e r l o ; cesaban de a m a r sin que por ello se sonrojasen, y no se quejaban cuando dejaban de a g ra d a r; en sus corazones nunca el odio cruel sucedía al a m o r , y si todos los am antes eran riv ales, tam bién todos los rivales eran en tre ellos am igos. C ada cual de sus com pañeras veia en ellos sin tu rb ació n a lg u n a , á tantos hom bres felices com o La­ b ia h echo, ó qrr* se proponía hacer á su t u r n o ; de furrna q u e , así com o la calul·id d e m a d ie era la ¿ n i ­ ca que fuese personal y d i s t i n ta , así el a m o r paterno abrazaba todo el iinoge n a c ie n te ; con cuyo m otivo


LOS INCAS.

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los vínculos de la s a n g re , m enos estrech e* y m a s d i ­ la tad o s, no hacinn de la to ta lid a d d e este pueblo sino una sola m ism a familia. Los españoles no se cansaban d e a d m i r a r unas cos­ tum bres tan nuevas para ellos. P o r l a n o c h e , este pue­ blo generoso, cediéndoles sus c h o r a s , n o se h a b ía r e ­ servad) sino unas cuantas pura tos v ie jo s , les n iñ o s y sus madres. La j u v e n tu d , á o rilla s d e l riach u elo que jugueteaba en la p r a d e r a , no tuvo p o r cam a sin o el esmalte de las ñ o r e s , n i por c o b e rtu ra sin o el follage del álam o y del p látan o . Vióseles, en sus danzas in o ­ centes, agarrarse dos á d o s , e n c a d e n a rs e c o n flores, el u u o a l o t r o ,y cuando el día o c u ltó su l u z , c u a n d o el ostro (le la n o c h e , en m edio d e la s e s tr e l la s , hizo resplandecer su orco de p lata, a q u e lla m u c h e d u m b r e de a m a n te s , d e rra m a d a sobre una h e r m o s a a lfo m b ra de v e rd u ra , no hizo sino pasar su a v e m e n te de l a a le ­ gría al a m o r , y de los placeres al s u e ñ o . Al dia sig u ien te, nueva elección c e d ió el l u g a r á nuevos regocijos. L a señal de c a r iñ o m as tie rn o que una joven ísle n i pudiese d a r á su a m a n t e , era la de empánense con sus com pañeras e n que le favoreciesen á su t u r n o . Hubiémse creído h u m i l l a d a si le escogiese pata sí sola: y a d em as, que cuanto m a s celebrada era su felicidad, tan to m as le p ro p o rc io n a b a nuevas c o n ­ quistas. ¿ Pero cua! podia ser el culto de a q u e l p u eblo? Los españoles ansiaban p o r cerciorarse d e é l , y al fin cre­ yeron descubrirle. Viéronse en un r e c i n t o , que t o m a ­ ron p >r u n te m p lo , algunas estatuas reverenciadas. G oukz quiso saber cual era la ¡dea q u e se fo rm ab an sobre ellas aquellos isleños; y á este fin in te rro g ó á u n a n c ia n o , el cual le responde: — T ú ves nuestras chozas; pues m ira ahora la im agen d e l que nos ense­ ñ ó ¿ c o n stlu irlas. Ves este arco y este escudo: pues


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LOS IKCAS.

m ira al inventor de estas a rm a s . T ú nos has visto sa­ c a r la lum bre estregando la leñ a y b atien d o los pe­ dernales: m ir a pues ni p rim e ro q u e descubrió este se­ creto m aravilloso á nuestros padres. F ija la vista en esos tegidos de corteza de árb o l con que estamos m e ­ dio vestidos; pues sábete que él m ism o fue quien nos enseñó el a rte de hacerlos. Aquel nos m o stró el m odo de u n i r las redes con que cogem os los pájaros y los p e ­ ces. C erca de él se presenta el in d u strio so m o rta l que dos h a enseñado el a rte de f a b r ic a r las canoas con los troncos de los á r b o l e s , y c o r ta r las ondas con el re m o . O tro de ellos im aginó el tra s p la n ta r los arboles, y lié aquí de que m anera se ha form ado ese hermoso pórtico que c u b re v dá som bra á la .aldea. En fin* todos se han señalado por algun ruro beneficio, v n o ­ sotros honram os sus imágenes.


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LOS INCAS.

CAPÍTULO XXIV.

M a n sió n

db

los

españoles

EN L A

y

de

los

dos

m ejic a n o s

ISLA CRISTINA*

U nos infelices, apenas escapados d e los peligros mas espantosos, habiendo encontrado en esta isla e n c a n ­ tad a el reposo, la a b a n d a n c ia , la i g u a l d a d , y la p a z , debían estar poco dispuestos á a b a n d o n a rla para a t r a ­ vesar los m a r e s , en d o n d e acaso les a g u a r d a b a n ios m ism os horrores q u e h a b ía n sufrido* M as u n nuevo encanto vino i ofrecerse á e llo s , y a c a b ó de c a u t i ­ varles. C onvidáronles á las danzas n u p c ia le s , esto e s , á aquellas danzas que á la n o ch e re u n ía n e n la p r a d e r a á los jóvenes am antes de la a ld e a , y e n las cuales u n a nueva elección variaba todos los dias los n u d o s h e c h i ­ ceros del h im eneo. G ó m e z se opuso i n ú tilm e n te á las vivas instancias de los i n d i o s ; m as v ie n d o que los afli­ g iría , y sublevaría su g e n te , si le obligase á r e s i s t i r á los deleites que la llamaban* L o que h izo al fin fue, e l negar únicam ente su persona á aquel a lic ie n te pe­ lig r o s o , y n o d a r el ejem plo por sí m is m o d e e n tr e ­ garse a el. A m azili y T e l a s c o , desde su llegada a l a isla , vueltos á la vula, queridos de los indios y d e los e s p a ñ o le s ,


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no respiraban sino el u n o por el otro* N o se separaban u n in sta n te , juntos gozaban d e las delicias de tan seguro asilo; de forma que n o les faltaba mas que po­ seer á O rozim bo. A m b o s fueron convidados también á los frailes del p r a d o ; pero jam as quizo consentir A m a z d i en i r á ellos. Si no hubiese sido salvage, dijo á Telasco, y o n o vacilarla e n i r , porq u e dejan á sus m ugeres la lib ertad d e esco g er, y tu podrías estar m u y seguro de que siem pre te d aria y o la preferencia. P o r tu p a r t e , y o m e persuado ta m b ié n q u e , si una m u g e r mas herm osa te escogiese para s i , m e preferi­ rías igualm ente á e ll a : mas si aconteciese que su h e r­ m osura te prendase m a s que la m i a , y o m e volvería á llo ra r en m i pobre c h o z a , y diria*, ¡ é l encontró m a y o r delicia con o tra que c o n m ig o ! P e ro n o , esto n o es posible, y no es el te m o r de verte infiel lo que m e inquieta y d e t i e n e : p o r lo que no q u ie ro asistir al sarao es porque te m e ria irr ita r , los zelos y el orgu­ llo de nuestros am os. Acaso a lg u n o de ellos preten­ d e n a escoger á tu ^triante? ellos sor> altiv o s, fieros, y, se ofenderían al ver p re fe rir á su esclavo. Pero, ¡ab! él será siem pre el dueño absoluto de m i cora­ zón. Hoz, pues, e n te n d e r á esos insulares que nues­ tr a elección está b e c h a ; que nosotros somos felices uno con o tro ; ó si alg u n a d e esos beldades te mueve m a s que y o , v é a m ostrarte en medio de ellos; sus votos todos se re u n irá n sobre t i , y no ten Irás sino en que escoger. C u a n to á m i , y o te seré de todos m odos fiel, y llo ra n d o diré al su eñ o , que m e deje soñar contigo. Esta sola idea le hacia verter lá g ri­ m as. Enjugólas el cacique c o r m il besos consolado­ r e s . — ¡.Que! ¡com o! ¡y o habría d e r e s p ir a r , mi co­ razón habría de p a lp ita r un solo instante por otra que Am azili l Vio lo te m a s ; eso seria una injuria Yo he querido asistir en efecto á esos bailes, al fin d e ver­


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m e preferí i* p o r t í ; pues tu sub«rs que y o am o la glo“ ría, y es m uy dulce e l ser e n v id ia d o . M as, ya que tu temes el escitar el orgullo de los castellanos, j o cedo á tus razones. M a n te n g ám o n o s fielmente u n i­ dos; y dejem os á esos desdi el) a d o s , que n o conocen el a m o r , los ranos placeres d e la in co n stan cia. S o r­ prendiéronse los salvages d e su n e g a tiv a , mas n o se ofendieron por ella. E l deleite de los españoles en aquella fiesta volup* tuosa se concibe m e jo r d e lo que pudiera esplicarse. Rodeados de una m u c h e d u m b re de jóvenes, herm osas, en el c an d o r y l a fuerza de sus a tia c tiv o s , sí a vesti­ duras y casi sin v e lo , hechas p o r 1a> manos d e l a m o r, dotadas de las gracias de la n a t u r a l e z a , vivos, ligeras, anim adas por el fuego de la a le g ría y el aliciente del place?, sonriendo á sus huéspedes, y tendiéndoles la m a n o con m iradas refulgentes, çlios esto b a n , com o nosotros, en la em briaguez de los sentidos, y los transportes de su gozo se parecían a l delirio de un sueño delicioso. Los indias en sus danzas se esm eraban á por fia en hacer la conquista d e los castellanos, como en efecto parecía exigirlo el deber de la hospitalidad- Ellos pues hicieron entonces la elección p o r si m is m o s; m as, al J i a siguiente, la beldad re c o b ró sus dere­ c h o s , y escogió á su tu rn o . Ya aquel capricho raro que engendró nuestro o r g u llo , y á que llam am os a m o r ; aquella pasión tris te , inquieta y zelosa, em pe. zó a d e rra m a r su veneno en el a lm a de los castella­ nos. Ellos pretenden d estru ir la lib e rta d de la elec­ c i ó n , y usurpar ellos m ism os sus derechos. A m ena­ zan á los isleños, in tim id a n á sus co m p añ eras, j convierten en h o r ro r todos sus placeres. G óm ez recibió al despertar las justas quejas de lorf indios. T u nos has v e n d id o , le d e c ía n , tu nos h 04


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tra íd o anim ales fe roí. es y no li om bres. Les hemos d a d o la vida ; hem os p a rtid o con eüos ios doues que nos prodiga la naturaleza; les convidamos á nuestros fuegos, á nuestros banquetes, á nuestros placeres; ¡y veles q u e nos am enazan y lle n a n d e espanto! Kilos q u iereu escoger en tre nuestras c o m p a ñ e ra s, y verse preferidos. Q u e sepan que el p r im e r derecho de la h e rm o su ra es el de ser lib re. Nuestras mugares son todos de carácter belicoso, y el q u e re r em barazar su elección es hacerlas in ju ria. Si gustan tus compañe­ ros vivir e n buena a rm o n ía con nosotros* que procu­ ren parecerse á t í , que sean benéficos y apacibles; m as si c o n tin ú an siendo m a l o s , vuélvete a llevarlos. G óm ez conoció entonces todo el peligro de la li­ cencia q u e habia d a d o , y previo las consecuencias que podia a ca rre a r si ta rd ab a en rem ediarlas. Mas la e m b riag u ez, el descarrio en que se h a llab an los á n i­ mos hicieron Inútiles sus esfuerzos- E n desprecio de l a buena d iscip lin a , crecía el desorden- Los solda­ dos se deciau en tre sí que su vuelta á la ribera am ericana era im p o sib le , que los levantes que re in a ­ ban en aquellos mares se o p o n d rían siem pre á su pa­ so , que por u n m ila g ro v isib le , les bahía conducido el cielo á u n asilo a fo r tu n a d o , en el cual se vivía sin fatigas, ni cu id a d o s, y en medio de la a b u n d a n ­ c i a , que en fin resueltos á lijarse a llí, n o conocían y a otra p a tria , m gefe a lg u n o á quien obedecer en lo sucesivo. He aquí concluida la ex p ed ició n , si los in su la re s, indignados de la in g ra titu d y orgullo de los castellanos, no hubiesen p o r sí m ism os tomado la resolución y los m edios de lib ra rs e de ellos. U n a noche* viéndose forzados á ceder á la a r r o ­ gancia imperiosa de sus huéspedes, les dejaron a b a n ­ donados al encanto del p la c e r, y a las dulzuras d e l sueño, y en el entre ta n to recogierou sus a rm a s , y las arrojaron al m ar-


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I n s tr u id o G óm ez de este d e s a s n a , j u n tó a los su* vos, y les d ijo : Nos lian quifrnHo nuestras armas* £ l pueblo se h a vengado de v u e s tro » insultos. Mas ágil y diestro que n o s o tr o s , es íeg u U r que no s sobre­ puje ta m b ié n en valor. É l , c i e r t a m e n t e , sabe h a c e r uso m u c h o m e jo r que nosotros d e l a flecha y del d a r d o ; el conoce los lugares oc a lto s d e sus bosques y de sus c e rro s , y sus amigos la« islas circunven cirios les a y u d a r á n á a r r o l l a r n o s . D e j a d , pues, que y o os prepare u n asilo seguro ,* y e n el c-ntre ta n to , evitad cu an to podáis de pertu r b a r la paz. A ta l d iscu rso , loe c a s te lla n o s q u e d a r o n sin saber lo q u e les pasaba; los m as. furiosos t e m b la r o n , y los dem os q u e d aro n s o n r o ^ d o s . E n to n c e s se presen­ ta u n a n c i a n o , y habla de este m o d o á los caste­ lla n o s : E n el tiem p o da i tuestros p a d re s , bubo entre ellos u n m alvado que qu^eria e je rc e r el p re d o m in io , «s d e c i r , quiso ser des»pota. Este h o m b re , aunque era m u y vigoroso, le a r e r r a r o n nuestros p a d re s , a t á ­ ronle de pies y m a n o ¿ con unas ra m a s de á r b o l , y je a rro ja ro n al m a r . ' úq m ism o hem os hecho noso­ tros con vuestras a rm as; pero en cu an to á vuestras per­ sonas, nos c o n te n ta r e m o s con pediros q u e os vayais y nos dejeis e n p jz> pues querem os s e r lib re s y feli­ ces. Teneis u n océano inm enso que p a s a r ; m as para vuestro viage e,s darem os le ñ a , agua y víveres; con que asi no t a r d é i s en prepararlo. P o r lo que á voso­ tro s respecta , d ijo entonces á los m e jic a n o s , sois li­ bres de qu<¿daros con n o s o tro s , ó d e volveros con ellos; puer, todos los que nos a s e m e ja n , todos los i n díanos s·jXi t a n lib re s com o nosotros m ism os. La fuer­ zo, n o l a em pleam os aq u í n u n c a , sin o e n proteger la lib ertad . In d ig n ad o s los castellanos al o i r q u e quisiesen d i c ­ tarles la l e y , se q u e ja ro n , y acusaron de traición á los


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indios. N osotros, replicó el a n c ia n o , n o hemos usado de traición con v o s t r o s ; pero vuestras a n n a s os <Lban m u ch a ventaj a sobre las nuestros, y habéis abu­ sado d e ellas. No Ibemos hecho m a s que reduciros, com o es ju s to , á la igualdad n a tu ra l. ¿D eseáisla paz? Nosotros la a m a m o s , y os dejarem os p a i t i r de esta isla sin haceros la n ía s leve ofensa. ¿Q ueréis la guer­ r a ? Nosotros la déte stam os: mas la lib ertad la apre­ ciamos a u n mas que la vida. Si q u e ré is , escoged el com bate. Nosotros p a rtire m o s con vosotros nuestro* dardos y saetas, y p e le a re m o s hasta que n o quede uno de vosotros para h a c e rn o s a fre n ta , ó n in g u n o de los nuestros que sufra vuestros ultrages. E l v a lo r, que llam a asi el vulgo, y que no es en el h o m b re sino el s e n tim ie n to de su su p erio rid ad , a b a n d o n ó á los castellanos.. A rrepintiéronse de haber ofendido á un pueblo ta n generoso y ta n ju s to , y su­ plicaron á G óm ez que h ic ie s e lo posible pava recon­ ciliarle con ellos. S in e m b a rg 'C , este no se to m ó la molestia de h a ce rlo ; de forma que toda comunicación fue in terru m p id a en tre los dos' pueblos. Mas no por eso dejaban de observarse escrupi llosa m e n te , por porte de los lu d io s, los deberes sagraclos de l a hospitali­ dad. L a m ism a abundancia reinaba e tt las chozas de los castellanos, y su bagel fue provisto d e cuanto exi­ gia u n vinge largoAmnzili y Telasco n o gastaron much.o tiem p o en consultarse sobre lo que h a rían . — ¿ Hemos de r e n u n ­ c i a r , d ijo Telasco á su a m a n t e , á la dicha d e volver i ver ¿ tu herm ano y m i a m ig o ? — N o , respondió e lla ; y o n o puedo vivir en una isla en don d e estoy segura que no le habría de ver nunca; y pues que G o rtuz nos d á la esperanza de que nos vamos ¿ íxQuir, paitam os en su com pañía.


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N a t a es m a s n r o en aq u ello s m ares q u e e l v e r á lo 3 c ie n to s d e l este c e d e r al ¿te! ocaso f i ) . G ó m e z le a g u a r d ó m u c h o t i e m p o , y c u a n d o lle g ó á sentirlo* d ió gracias al c i e l o , c o m o si fuese u n p ro d ig io ope­ r a d o p ara f a c i l i t a r su v u e lta . A l in sta n te j u n t a á los s u y o s , y les d i c e : — C o m p a ñ e r o s , n o esperem os á q u e no s d e sa lo je n d e aquí.. E l v ie n to t í o s favorece; p a r t im os s in d ila c ió n . N o s in ta m o s el d e ja r u n a t i e r ­ n a que con el tie m p o h u b i e r a sid o n u e stra s e p u ltu r a . E l vivir sin g lo ria n o es v iv ir. E l verse o l v i d a d o , es . com o el hallarse m u e rto . V a m o s á b u sc ar nuevos tr a * bajos q u e s u p e ra r. E l influjo d e l h o m b r e s o b re e l d e stin o d e l m u n d o , es la ú n ic a ex isten c ia h o n ro s a p a ra él ó á lo m e n o s , l a so la que sea d i g n a d e n o ­ s o tr o s . E l h o m b r e se hace p o r h á b i t o u n c ír c u lo d e te s ti•gos, c u y a voz es para ét el ó rg a n o d e l a f a m a ; él exis­ t e en su p e n s a m ie n to , y vive en su o p in ió n . D e s t r u i r pitra siem pre e n tre ellos y él este c o m e rc io que le e n ­ g r a n d e c e , y q u e le p o n e fu era <le sí m i s m o , es a b is­ m a r l o en una p ro fu n d a n o c h e . Hé aq u í que las p a la - b ras d e G ó m e z c o m u n ic a ro n u n ra y o refu lg en te d e lu z á los corazones c a ste lla n o s, y hé a q u í t a m b ié n p o r ­ g u e unos h o m b r e s , t a n sensibles á la g l o r i a , se e stre ­ m e c ie ro n n i -considerar q u e estaban , p ara .el resto del m u n d o , c o m p re n d id o s e n el n ú m e r o d e los m u e r t o s , •y c u y o n o m b r e y a u n l a m e m o r ia m i s m a h a b í a pere­ cid o y a . A q u é l m o m e n to era favorable-, y G ó m e z se aprove­ c h ó d e él p ara a c e le r a r su p a r t id a . S iguenle todos-, e m b á r c a m e , lévense las anclas y danse las velas a l •viento., L os indios re u n id o s tris te m e n te sobre l a p l a y a .

(i)- Solo acontece al menguante de la luna JT

o m o

I.

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.


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al ver que se alejaba eJ b u q u e , decían suspirando: ¿ Q u e se va á hacer de elios? ¡E llo s estaban ta n bien en tre nosotros! ¿ P orque no quieren yivir aq u í en paz? L la m á b a n n o s sus a m ig o s , v nosotros no pedíamos sino el serlo*•• P e ro n o ; ellos son m alvados: váyanse en hora b u e n a , p u e s, si se q u e d a s e n , nos harían ton m a­ los com o ellos. Los castellanos* p o r su p a r t e , sentían el dejar esta isla hechicera. Todos los ojos estaban fijos sobre ella; todos los corazones gem ían al ver que se les alejaba de l a vista. E n fin desaparece, y las zozobras y penali­ dades d e t a n dilatado viage vienen á mezclarse con el pesar de h a b e r ab an d o n ad o una m ansión deleitosa.


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CAPÍTULO XXV.

V D E L V E LA NAVB AL P B R Ú , Y H A C E N A U F R A G I O A LA VIS­ TA DEL P UE RT O DE T C M B E S . —

Los

DOS MEJICANOS SE

SALVAN N A D A ND O, Y E N C U E N T R A N A O R O Z I M B O .

Dióse á conocer b ien p ro n to l a inconstancia d e los vientos» y tuvo a la flota en c ontinuas a la rm a s ; pero no hicieron sino d e c lin a r a lte rn a tiv a m e n te d e uno á otro p o lo , y el arte del p ilo to no se ejercitó sino en d irig ir su cam ino bacía el o r ie n te , sin apartarse del ecuador. F u e l a r g a , pero serena , la travesía hasta las co$~ tas del P e r ú . A llí el n a u fra g io les a g u ard ab a en el p u e rto ; y quizo el cielo q u e O ro z im b o fuese testigo del desastre que vengaba á su p a tria sobre aquellos déseraciados castellanos. Alonso aguardando el regreso d e P i s a r r o , habia dado priesa al I n c a , re y de Q u ito , para que se pusiese en defensa. — No es n e c e s a rio , decía que c o n s tru y a mos m u ro s sólidos: unos parapetos d e arena y yerba bastan para hacer que desistan los castellanos d e su empresa. D e todos los peligros de la g ü e ñ a , no tem en n in g u n o sino el de la le n titu d . Ellos van á desem bar­ c a r en T u m b e s ; aquel p u e rto es el que debemos p r o ­ teger.


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A probado este p lan de d e fe n sa , A lonso se encarga el m ism o de ir á p resid ir los trabajos. Q u izo seguirle O r o z im b o , y , p o r los cam pas de T u m i b a m h a , se d i ­ r i g i e r o n á T u m b e s . L a vuelta det joven e sp añ o l entre a q u e l p u e b l o , s u p r im e r a m ig o , fue celebrada c o t í tra n sp o rte s d e re c o n o c im ie n to y de a m o r . — Y jcjnr! le dij t el c a c i q u e , ¡ n o m e has o lv id a d o ! Tienes raz m ; ni mi pueblo , ni y o , liemos cesado d e h a b la r del ge­ neroso y a m a d o Alonso. Me han pedido que el dí a. aniversario de tu lle g a d a en tre nosotros , sea siempre celebrado con regocijos. Bien conoces que m e ha sido dulce el condescender. Y o m ism o m e bago ahora una fiesta en volverte á ver* y las lágrim as del gozo que ves c o rre r sobre mis m e jilla s t e son de ello los m.;s fieles testigos. Los trabajos que d irig e Alonso com ienzan desde el siguiente d í a , y son continuados con a rd o r , t i l o s se adelantan , y ya el fuerte que d o m in a la llanura > y que a m e n iz a las p l a y a s , escita la ad m iració n de los indios que le han co n stru id o . U n a ta rd e en que Alonso r e c o rr ía , con su cacique am igo y con O ro t i m b o , el recinto de la fortaleza, y se lastim aba con ellos d e l fu ro r de conquista que se había apoderado d e los españoles, fu ro r que despoblaba su propio país p ara asolar un Nuevo M u n d o , percibió á lo lejos el bagel de G óm ez que avanzaba á toda vela. M í­ r a l e , y no d u d a n d o que fuese la nave de P iz a rro ; — Vedles a h í , esclam ó , ¡q u e in cre íb le diligencia h a n puesto en p re c ip ita r su v u e l t a 1 El cielo les fa­ v o rece, los vientos parecen oljedecerles. Dicien­ d o estas p a la b ra s, u n to rb e llin o de viento se íe-^ vanta sobre el m a r en m e d io d e una serenidad p er. fida; las olas que él repele sobre sí m ism as se h i n ­ chan levantando sus espumas á las nube*, y h ie r ­ ven agitadas. E n el m ism o in sta n te , una u u b e , p i« -


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i n d a como las o la s , b a j a s e e stie n d c , se dilata y p ro lo n g a ; y esta c o lu m n a fluida, cuya base toca al m a r , fo rm a una b o m b a , en q u e las olas c o n m o v í(bis, cediendo el peso del a i r e , que las oprime p or t o flos l a d o s , suben á la m is m a n u b e y van á ser­ virle de alim ento. Reconoció Molina este prodigio ta n temido de los m a r i n e r o s , y al que ellos lla m a n t r o m p a ; y á la vista del peligro que amenazaba á los castella­ nos, o lv id ó sus d e l i t o s , los males que habían he­ c h o , y los que iban á hacer de nuevo. Acordóse solamente que la p a tr ia de ellos era la s u y a , y su corazón sensible fué penetrado de compasión v de susto. E n vano se apresuró Góm ez á hacer d o b l a r las vidas p i r a n o d a r presa al veloz torbellino q u e e n ­ volvía su n a v e : el viento le precipita bajo de la coI m i u n de a g u a , la c u a l , desecha por las e n tr a ñ a s , cae como un diluvio sobre el b a g e l, le c u b r e , y se lo tinga.

¡ E l cielo es justo! esclamó O ro z im b o ; ¡ asi perez­ can todos esos bárbaros que han asolado mi país ! — C a c ique , dijole M o lin a , reserva t u odio y tus m a l ­ diciones para culpables felices. Sabe pnes que la des­ gracia tiene el derecho sagrado d e purificar sus victi­ m a s ; y t a l castiga el c ie lo , que llega á ser para noso­ tros u n ¡nocente. Sonrojóse O rozim bo al pensar en la alegria in h u m a n a que acababa de manifestar. P e r d ó ­ n a m e , d i j o , ¡yo he sufrido t a n t o ! ¡y tanto he visto sufrir mi p a tria ! Al fin renace la c a l m a ; l a c o lu m n a y la nave desa­ parecieron ¿ un tie m p o mismo* M a s , pocos m o m e n ­ t o después, apercibense, á lo lejos, dos infelices que se h*m escapado del n aufragio, y que nadan asidos de una ta b la . ¡ A h ! esclamu O r o z im b o , ¡ellos respiran


LOS INCAS. t o i a v i a ! es menester socorrerlos. A presúrate, cacique, echa esquifes al agua para salvarles» si es posible; yo ¡re al encuentro J e ellos, y , de repente , se arroja á nado. Síguele una canoa y le alcanza antes d e que hubiese podido llegar á la tabla que se movia á dis­ creción de las o l a s , y q u e a u n tenían abrazada aque­ llos infelices. E r a n estos desventurados su h e rm a n a y su amigo, q u e , previendo la caída de la t r o m p a , se habian a r ­ rojado al m a r , con mas valor que los castellanos, y c om o mas ejercitados en n a d a r . V ienen dus sobre la t a b l a ; — A n i m o * p u e s, mi cara p r e n d a , decía Telasc o : sostente, pues pronto estamos en t i e r r a : ya nos vie­ ne un socorro* — ¡ A y ! no puedo m a s , decía ella; me faltan las fuerzas; mis manos trém ulas van á a bando­ n a r su a¡.oyo. Sí ta rd a n a u n un m o m e n t o , soy per­ d i d a , y y a tú no me volveras á ver. E n t r e t a n to > su l ib e rta d o r, subido sobre una c a n o a , hace redoblar el esfuerzo del r e m o : l l e g a , y les tie n d e los brazos : V e n i d , les d i c e , vosotros sois nuestros a m ig o s , pues q u e o s halláis en la desgracia. E l p e lig ro , la t u r b a ­ c i ó n , el espanto, la imagen de la m uerte se presenta , é impide que le reconozcan. Atnazili, con t o d o , ásese de la mano que él tendía. ¡ Cual fue la sorpresa de Orozimbo al tomarla en sus brazos, y ver que es su propià h e r m a n a , una h e rm a n a á quien a d o ra b a , y cuya pérdida hacia su m a y o r t o r m e n t o ! E l grita e n ­ tonces: — ¿Eres tu A m a z ili? ¿ e r e s t u mi q u e rid a h e r­ m a n a ? —- ¡ A y ! dijo e l l a , con una voz m o r i b u n d a , d é j a m e , y salva á Telasco. A l oir este n o m b r e , Orozim bo dejándola estendida en medio de los r e m e r o s , se arrojó al ag u a, en d onde su amigo sobrenada toda­ vía ; agárrale por los cabellos al momento en que se su­ m e r g ía , vuelve á agarrar la c a n o a , sube á ella y saca ¿ e l m a r á su amigo. o


L O S IN C A S *

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T e la sc o , que le reconoce, sucumbe á su a le g ría ; abrázale, y sintiendo doblarse sus r o d i l l a s , cae junto á Amazili- O ro z irn b o , c re y e n d o verles e s p ir a r , les llam a á gritos descompasados. Telasco es el primero que vuelve en s í , mas n o es sino para c o m p a rtir el tem o r y el d o lo r de su a m i g o : pálida , fria , e ste n d i­ j a entre su he rm an o y su a m a n t e , A m azili apenas respiva; Orozirnbo sostiene sobre sus rodillas su l á n ­ guida cabeza , cuyos ojos están cerrados todnvia ; y so­ bre u n rostro en d onde se ve pintada la imagen d e la m u e r te , d e rra m a u n diluvio de lág rim a s. Telasco bus­ ca i n ú ti lm e n te , p or m edio d e s ú s párpados, algunas centollas de vida. T ú respiras, le dice , ¡pero t u b a s perdido el sentim iento! ¡ya n o oyes m i voz! ¡ T u a l ­ m a va á e s t in g u i r s e , y t u coraznn á helarse]! ¡Después de tantos peligros, despues d e haberte libertado , ó m ita d de m i a l m a , la m u e r t e , la cruel m u e r te te acomete en nuestros brazos! O mi querido Orozirnbo; el dia que nos reúne ¿ s e r á acoso el m as am argo de nuestros d ia s ? ¿ N o has vuelto á ver á tu h e r m a n a , sino para sepultarla? ¿No has a b ra z ad o á t u a m ig o , no le has sacado d e las aguas, sino para verle deses­ perado y precipitarse en ellas para siem pre ? E n t r e tanto la canoa llegaba á la pla vo , y el cac i­ que y Molina n o sabian que pensar de semejante acon­ tecimiento- ¡ A h ! vereis al mas feliz de los h o m b r e s , Ies dijo O ro z irn b o , si y o puedo r e a n i m a r á esta m u ­ j e r espirante; ella es m i h e r m a n a , y aquí tenéis al a m i g o d e que os he h a b l a d o t a n repetidas veces. ¡E l cielo reúne e n m is b r a z o s lo q u e y o tengo de mas querido en el m u n d o ! ¡ A h ! si por ventura es p o sib le , a y u d a d m e á volver la vida á m i q uerida h e r m a n a . P o r fin, reanímase A m azili; mas al a b r i r sus ojos , creía que lo que veta era un sueño. Ella m i r a de alto a bajo á cada u n o , y no cree á sus mismos ojos. —-


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j Q a e ! dice , ¿ eres tu h e rm a n o m i ó ? ¿ eres t ú el amigo de mí alm a ? habla , tranquilízam e. — S í , tú vuelves á ver á T e la sc o . — T o d o s mis sentidos estan turbados» m i alm a enagenada , y y o no se eri d onde estov. Telas­ c o , yo estaba c o n tig o , y ambos íbam os á perecer ju n ­ t o s , ¿ n o es v e r d a d ? P e r o , ¿ y m i h e r m a n o ? — É l es­ tá en tus brazos. Nuestra ventura es un p ro d ig io .— ^ i A y! ¡ y o m e siento debilitada en estremo por mi es­ ees! va a l e g r i a ! V e n , T e la sc o , reten m í alma entre tus l a b i o s , pues y o siento que se me quiere escapar. Ella acaba apenas de decir estas palabras, y sin un diluvio de lágrim as que alivió su c o ra z ó n , iba a expirar sin remedio* Telasco recoge estas l á g r i m a s : — Vuelve la c alm a á tus sentidos, la d e cia , respira, ó m i único b i e n ; vive para a m a r m e , para s e r feliz á tu herm ano , y á un esposo que te a d o r a . — ¡ A m ig o ! ¿hermano! ¡sois vosotros! decía ella m i l veces, estrechándoles las m a n o s ; ¡ y o vuelvo á encontrar aquí todo cuanto m e es querido! P e r o , d e c i d m e , en que* país v cual es el prodigio que nos reúne. ¿ Estamos entre u n pueblo am igo? — Verdaderam ente a m i g o , respondióle A lo n ­ s o i y j o sey garante de su zelo. Allí teneis á ¡\i rev, que es todo n uestro; v mas le jo s , detras de estos al­ tos cerros, reina un monarca poderosísimo que nos colma d e sus beneficios. E r a n inexplicables la alegria y los transportes de aquellos tres mejicanos. No se cansaban de contarse m utuam ente sus a v e n tu ra s , y el bosquejo de los peli­ gros que ha b ía n corrido. Levántase al fin la m u r a l l a , y Alonso la ve acabar. I n s t r u y e , ejercita al cacique en la defensa de sus m u ­ ros, ▼ habiéndolo previsto t o d o , y dejado preparado cnanto era necesario, volvióse con el I n c a , seguido de sus tres mejicanos. «Atalibu recibió á la herm ana y al amigo de OiO-


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zimho con tanta b o n d a d , que al verse en su alcazar creían estos tiernos y viituosos a m a n te s estar en el se­ n o de su patria , y e n la c o tt e de los reves sus abuelos. P e r o este m o n a r c a generoso estaba bien lejos de gozar del reposo que en este m o m e n t o procuraba á aquellos desgraciados» U n a p r o f u n d a melancolía se h a b n apoderado de su a lm a. P o d e r o s o , a m a d o , reve­ renciado de su p u e b l o , él lince á m illa res do hombres M i r e s , y solo él no puede serlo. L a f o r t u n a , envidiosa de sus propios dones, ha -mizulado e n su coiazon la am a rg u ra de los pesares domésticos con las delicias ap tientes de la prosperidad y del esplendor del trono*

PJ.N

T<>Mu 1 .

DEL T O M O

P R I ME R O.



INDICE D E LOS CAPITULOS CONTENIDOS EN E S TE TOM O PRIMERO.

Pág. C

arta

d e d i c a t o r i a .............................................................................

P

rologo

. . . . . . . . . .

CAP. I. C A P . IT. C A P . III. CAP. IV . CAP. V. C A P- V I .

CAP.

V II.

C A P- V I I I CAP- IX . CAP- X . CAP. XI.

. . . .

v

* .......................................x t i i

S itu a c ió n p o lític a del re in o de los I n c a s , e tc ................... t F iesta lla m a d a de! n a cim ien ­ to , e tc ....................................... 7 A d o ra c ió n a l S o l en su m e­ d io d ía . ..................................... j5 Juegos c e ic b 'e s que seguían a l g r a n f e s t ín ........................ 2o P o s tu r a d e l S o l , e tc ............... 25 O r o z im b o , unn de tos c a c i­ ques M e jic a n o s , cu en* a a l I n c a la s d e sg ra c ia s de su p a t r i a ........................................ 3 o P ro sig u e la n a r r a c ió n a n ­ te r io r ..................................... . 38 C ontinuación del c a p itu lo a n ­ t e r i o r ........................................ 44 C o n tin u a ció n d e l c a p itu lo a n ­ t e r i o r .......................................... m S ig u e la r e la c ió n ..................... E x tie n d e n los españoles sus e s tr a z7a s a l m ediodía de la


u

INDICE.

C A P . X II. CAP.

X II I.

C A P . XIV. C A P . XV . C A P - XVT. C A P . XVII. CAP. XVIII. CAP. XIX.

C A P - XX. C A P . XXI. CAP • XXTI.

CAP . XXIII. CAP . XXIV.

CAP . XXV.

l 'U I

DEL

Pág. A m e r i c a . ............................... 68 Consejo <¡ue hubo antes de la p a r t i d a de P i z u r r o ............. 78 h a s Casas, de regreso de la I sla española, va á ver á los s a b a g e s .......................... 9 i Sigue la narración de este vía g e ......................................... 98 Sigue la relación de lo ocur­ r i d o en este v w g e. . . . . i o 5 Sigue la relación de este viage- 110 P a r t e P i z a r r a del puerto de P a n a m á , etc. . . . . . . . . 117 Desembarca P¿zorro sobre la costa de Cata mes, eic. . . P i z a r r o , antes de retirarse de la Gorgona, va á reco­ nocer la costa y ei puerto de 7 timbes. . ....................... tU¡ Via ge de Alonso Molina de Tumbes á Quito.................... >4 * Sigue la velación de este vía g e .....................*................ i 5 i P i z a r r o , de 7'egreso á Pana­ m á , toma Id, resolución de ir á E s p a ñ a , etc............. i .77 Arribada a la isla Cristina. »67 Mansión de los españoles y de los dos Mejicanos en la i slu Cristina.......................... 17.3 Vuelve la nave cil P e r ú , y hace na.ujiagio, etc• . • « 1Í»DICB

DEL

TVUO

PIUMELO.


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L A D E S T R U C C IO N

D E L IM P E D IO D E L P E R L

EDICION H E C H A CON E L MAYOR A VISTA D £ L A

ESMERO

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CORRECCION,

P U B L IC A D A E N PARIS

P. D. F.

DE

C.

Antiguo oficial-general, a u t o r d e l D i a n o e ru d ito de L i m a , del Telégrafo de B u e n o s - A ir^ e , y de l a G r a ­ m átic a S inóptica; d i ie tt o v principal d é l a nueva ofi­ cina de interpretación ge nera l d e l e n g u a s , etc*

Ú LTIM A ED ICIO N *

TOM O H.

BARCELONA, IMPRENTA D E J U A N O L I V E R E S , calle

Dt

escu

;>s l l l : r s , K .

1857.

^5«



LOS INCAS.

CAPÍTULO XXVI.

H a b ien d o

amagos

db guerra

c iv il

en e l r ein o d e

I N C A S , SOLICITA ATAL1BA LA MEDIACION DE

los

ALONSO DE

MOLINA PARA CONSEGUIR D E S ü HERMANO Q U E L E D E J E EN PAZ* C o n e s t e m o t i v o l e r e f i e r e d e s d e ü n p r i n ­ c ipio

LA

HISTORIA DE L A FUNDACION D E L

R EIN O . DEL t

ACRECENTAMIENTO DE S ü P O D E R Y R I Q U E Z A S , Y DE C O ­ MO F Ü É DIVIDIDO E N T R E LOS DOS INCAS POR E L

R E Y SU

PADRE*

C o m o el m onarca d e Quito continuase triste y m e ­ lancólico, se valió Alonso de la confianza con que le honraba para cerciorarse del motivo de sus disgustos, y , á este fin , fue á visitarle, y le d i j o : — I n c a , yo he llegado á e n te n d e r que el peligro que te amenaza , y del que y o he deseado p rese rv a rte , te hace una viva impresión d e dolor* — T u alivias m í d o l o r , respondióle el I n c a , pues tomas parte en él; y o no habia querido instruirte de m i tristeza; mas considero que m e es forzoso a b r i r m¡ corazón á u n amigo* S ábete, p u e s , que se trata n a ­ da menos que d e mis derechos al trono que ocupo, del cual el In c a , rey del C u z c o , se obstina en querer T omo I I . x


9 L O S IK C Á S . despojarme. Yo necesitaré para con él ele n n m i n i s t r o ilustrado y un hábil m e d ia n e ro , y m e parece que n a ­ d ie puede serlo m ejo r que t ú . ¿Quieres a ce p tar este encargo? — C o n g u s to , respondió A l o n s o , con t;d que t u causa sea justa* — E l l a es justísima , y y o quie­ r o que la juzgues por ti mismo* « En o tro t i e m p o , este in m e n so país era habitado p or pueblos sin leyes, sin disciplina y sin costumbres. V a g a b a n p or las s e l v a s , y vivían de sus rapiñas ó ele las frutas que la naturaleza p i r e c i n facilitarles p or p u ­ r a com pasión. S u caza no e ra o tra que una guerra que e l h o m b r e hacía al h o m b r e m i s m o ; los vencidos ser­ v í a n d e pasto á tos vencedores ; ni aun a g u a r d a b a n es­ tos que el enem igo h e r i d o hubiese exalado su u l ti m o aliento para beberse la s a n g re de sus venas ¡ i ) , des­ cuartizándole vivo# Ellos h a cía n c au tiv o s , V los e n ­ go rd ab a n para sus abom inables festines. Si t e n í a n n m g e r e s , les p e rm itían ju n ta rse con e lla s , ó bien l a s fe­ cundizaban ellos m i s m o s , para devora i luego á sus propios hijos. « A l g u n o s d e e l l o s , m o v id o s p o r el in stin to d e l r e ­ c o n o c im ie n to , adoraban e n la n a tu ra le z i á cuanto les hacían b i e n , como á las sieiros madres d e los ríos, á los ríos m is m o s , á las fuentes que regaban y fertili­ zaban sus p r a d e ra s , á los árboles que les pro d u cían l e ñ a para sus fuegos; á los anímales mansos v timidos c u j a c a r n e les servia de a l i m e n t o ; y á la m ar a b u n ­ dante en pescados, á q u ie n llam aban su m a m a cocha ( 2 ); el c ulto del te r r o r era el del m a y o r num ero. «Habíanse hecho dioses de cuanto el m u n d o p ro d o ­ ce d e mas feo y espantoso ; pues parece que el h o m b r e 1 (1) (3)

y é a s e G a rc ila so , lib r o 1 , c a p it. II» M a m a cocha ¿ m e r e - m e r , m a d re m a r .


LOS INCAS.

3

to m a placer en espantarse. Ellos a d o ra b a n al t i g r e , al león , al b u i t r e , á los c u l e b r o n e s , á los e le m e n to s , las borrascas, los v ie n to s , los ?ayos, las cavernas, los precipicios; p rosternábanse ante los to r r e n t e s , cuyo ruido lts infundía p a v o r ; ante las selvas tenebrosas, al pie de aquellos volcanes terribles cjue vom itaban sobre ellos torbellinos de lla m a s y de betunes. « Habiendo asi im a g in a d o unos dioses t a n crueles y sa n g u in a rio s , fue preciso ta m b ié n rendirles un culto bárbaro c o m o ellos. Algunos creían a gradarles, a tra ­ vesándose el p e c h o , ó despedazándose las e n tr a ñ a s ; otros, mas f u r i b u n d o s , a rrebataban á los n í ñ o s d e l seno de sus m a d r e s , y les degollaban sobre el a ltar de esos ¿roses sedientos de sangre. C u a n t o mas se estremecía la naturaleza, mas debía la divinidad regocijarsev viernlo in m o larla los objetos mas queridos ( i ) . «A quel cuyos rayos a n i m a n la naturaleza vio y se lastim ó de tales estravios. No es de a d m i r a r , d i j o , que unos hombros insensatos sean m alos. Así pues, en vez de c a s t i g ó l o s , enviémosles la v e r d a d , esa luz, y ellos irán á su encuentro. T a n fácil me es el ilustrar su entendimiento como el com unicar luz á sus ojos. « E n cuanto dijo esto envió a estos climas dos d e sus queridos h i j o s , el sabio y virtuoso M a n c o , y la hermosa O d i a su h e rm an a y su esposa (a). « T ú verás, mi querido Alonso, el lugar célebre y reverenciado donde b a ja ro n los hijos dei Sol (3) . A l ­ tivos se juntaron los salvages, que se hallaban espar-

(i) (?)

V éase G a r c ila s o , l i b . 7 > c a p . I L V éase G a rcila so l i b - I , cap- X V . [3 A l borde de u n a la g u n a situ a d a a ú n a legua d d C u zc o , donde lo s In c a s h a b ía n edificado u n tem ­ p lo m a g n ífic o , c o n sa g ra d o a l S o l.


4

LOS INCAS.

dos por aquellas selvas. Manco enseñó á los hombres á la b r a r l a t i e r r a , á s e m b r a r l a , y á d irig ir el curso de las aguas para r e g a rla , Oella enseñó á las mugeres i h ila r, á teger la l a n a , ú vestirse con estos tegidos, á cuidar d e las cosas domesticas, á servir con un telo tierno á sus esposos, y c riar á sus hijos. <cAdem as de estas artes, aquellos fundadores leí die­ ron leyes. El culto del S o l , su p a d r e , este culto inspi­ r a d o por el a m o r , apoyado por el reconocim iento, y que jamas costó una l á g r i m a á la n a t u r a l e z a , ni hizo m u r m u r a r l a razón: he aquí la p rim e r a de estas le­ yes, y el a lm a d e todas las demás. « E l h o m b r e , al Ter ta n cerca de él unos bienes de que ni aun siquiera tenia l a mas leve Idea, cuales eran los de la a b u n d a n c i a , la seguridad y l a p a z , creyó re­ c ib ir u n nuevo ser. Satisfechas sus necesidades, disi­ pados sus t e r r o r e s , el placer de a d o r a r á u n dios pro­ picio y benéfico» el d e b e r de ser justo y bueno en im itación suya» la facilidad de ser f e l i z , la m ú tu a be­ nevolencia y , en f i n , el encanto de u n a sociedad in o ­ cente y apacible, cautivó todos los corazones. Aver­ gonzados de haber sido ciegos y b á rb a ro s, estos pue­ blos se dejaron domesticar sin trabajo y colocar bajo de dulces leyes. Cuzco fue fundado p or sus m a n o s , y cien villas se establecieron en su contorno Ti). E l venerable M a n c o , antes d e i r á reposarse en el seno del S o l , su padre, vio prosperar el im perio que él m ism o había fundado. «Sucedióte su hijo primogénito ( 2 ) , y , á su ejem- 1

(1) T rece a l o r ie n te , tr e in ta a l o ccid en te, veinte a l n o rte , y c u a ren ta a l m ediodía. 12) S i N c m R o c a , 2 * r e y >y q u ien conquistó vein­ te leguas á la p a r te d e l m ed io d ía .


LOS I1SCAS.

5

p í o , usando de los medios de s u a v id a d , de p e rs u a d o » j beneficencia, dilató los límites de este dichoso i m ­ peri o « E l hijo de este hizo respetar sus a r m a s ( i ) ; m a s n o las empleó sino en hacer á sus vecinos m as d ó c i ­ les, sin m a n c h a r sus m anos con sangre* « Su $ucesor(2) fue m enos feliz, porque los pueblos que quería g a n a r le o b lig a ro n á combatirlos 3) , la p r i­ meva acción fue s a n g r i e n t a , m a s el vencedor se hizo perdonar la victoria p or sus virtudes. Su valor enseñó á te m e r l e , y su c le m e n c ia á a m a rle . « E l hijo m a y o r de este héroe (!\) hizo conquista* aun inas extensas, sin que costasen ni lagrimas ni sangre á los pueblos que sometió á su obediencia. Su vuelta al Cuzco fue el triunfo m a s completo y glorio­ s o , pues que entró conducido p o r reyes. 1

(1)

L oqub Y u p a t í g u b , 3 o r e y , y q u ie n c o n q u istó

,

c u a r e n ta leg u a s de n o r te á s u r y vein te de p o n ie n te d le v a n te • ( 2) M aí e t a C a p a c , 4 ° r e y , y q u ien co n q u istó 9 o le g u a s en e l p a is lla m a d o C u n t i suyu. ( 3) E l de G u y a v iv i, situ a d o a l m ediodía , quierl s itió p o r la m o n ta ñ a ; e l de Colla , A q u ien com batió e n e l p a s o de u n r io ; lo s de Aton P u n a , y lo s de V¡l l i l i y D a l l i a , situ a d o s a l poniente* (41 C apác Y ü p á n g ü b , 5 o r e y y q u ien extendió sus co n q u ista s* p o r la p a r te d e l p o n ie n te h a sta e l borde de la m a r ; p o r la d e l m ediodía h a sta J a t i r a f a i o rie n te d el p a is de los C h a rc a s, h a s ta la j a l d a d e la m o n ta n a , lla m a d a A n t i s , y despues C o rd ille­ r a r e a l de los A n d e s; y d la del n o r t e , h a sta la p r o v in c ia de C hinea > h o y C h in ch a •


LOS INCAS.

6

« Los Incas que le sucedieron ( i) > se vieron obliga­ dos algunas veces, para d c n ia r pueblos feroces, á si­ tiarles en sus retiro s, á arrojarles fuera <le e llo s , y á hacer que tomasen consejo de la m ism a necesidad; pero nuestras a rm as Ies a guardaban , y nu n c a les p r o ­ vocaban. Teníase p or m á x i m a a b a n d o n a r le s , mas bien q u e d e s tr u ir le s , si se obstinasen en vivir independien­ tes é infelices. Siempre se comenzaba p or anunciarles la p x z bajo de condiciones alagüeñas; pues que la única cosa que exigua de los rebeldes era que consin­ tiesen en gustar los bienes que les ofrecía (2). En efecto, el gran proyecta de los In ca s, fue el de hacer q u e los pueblos fuesen felices. U n c ulto p u r o , leves Sabias, conocimientos y artes ú tile s , estos eran los frutos d é l a v ic to ria , y ellos los dejaban gozar á los vencidos- T a l fue, en once rein ad o s, su a m b ició n y su g l o r i a , y ta n loable el prem io que consiguieron. o Sin e m b a r g o , cuanto mas se ensanchaban los lí­ m ites de este i m p e r i o , mas difícil ero el guardarlos. D u ra n te diez r e i n a d o s n o h a b ía visto sino una revo­ lución. Mi p a d r e , el mas justo y dulce de los reyes,

(í )

R oca

cocha, 1 °

, 6°

p a d r e

de

(2)

L lo r a

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V upafguk 9 ° H uaica C a p a c ,

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la s

m o n ta ñ a s ,

e n c o n tra b a n

h a m b re

c a r g a d o s de v ire re s,

V

r e y ;

sitia d o s p o r

o stig a d o s d el

b en i y

s a n g r e ;

rein a n tes»

su b siste n c ia s; y

s a h 'itg e s , se

ta d .

lla m a d o

P achacctec, 6 o T c p a c - ych'An c u e , í o q r e y

r e y ;

la b a n

r e y ,

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q u e ,

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r e to r n a r

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LOS ESCÀS.

7

vió t r e s , la una hacia el n o r t e , y las otras al m e d io ­ d í a . Las estremidades remotas n o estaban ya bajo los ojos del m o n a rc a . P o r la parte d e l oriente servia de límites la alta b a rrera de los A n d e s ; tocábase al m a r por la d e l occidente ; el n o r t e y m e d io d ía nos quedaban a u n que penetrar p o r desiertos dilatados; en fin, el plan de nuestras conquistas abrazaba todo este continente. Era pues necesaria una p a rtic ió n de ter­ reno entre los hijos del Sol» « Luego que m i padre h u b o conquis ado esta vasta y rica provincia, creyó que ya era tiem po d e efec­ tuarla* El se había casado con dos m u g e i e s : una de ellas era O c e llo , su h e r m a n a , y la o t r a Z u l m a , de la sangre de los r e y e s ( i ) . Huáscar es el primogénito de los hijos <le O c e ll o , y posee el C u z c o , ciudad del Sol é imperio de nuestros antepasados* Yo soy el m a ­ y o r de los hijos d e Z u l m a ; y la p r o v in c ia de Quito , f r u t o de las hazañas d e m i p a d r e , es l a herencia que m e dejó. « ¿ H a p o d id o , m i p a d r e , disponer d e u n bien q u e era suyo propio, ganado p or s u v a l o r ? He aquí lo que causa, entre m i h e rm a n o y y o , u n a s contestaciones que serán s a n g r i e n t a s , si m e o b lig a ¿ t o m a r las a r ­ mas. « Mi h e rm a n o es altivo y s o b e rb io . S u orgullo frío nu n c a se h a sugetado á n a d i e . E n desprecio de la voluntad y m e m o ria de un p a d re v i r t u o s o , exige de mí que y o descienda del t r o n o , y inc constituya su vasallo. Bien conoces q u e y o no p u e d o resolverme á ello. Y o amo á m i h e r m a n o , y e n c u e n t r o h o r r i ­ ble el ver que su odio m e p e rs ig u e ; m e es Qolovosí-

(i)

C a c ú fu e s, re ye s de Q u ito , a n t e s de la con -

y u is tu ue este país»


ç

LOS INCAS.

l i m o el pensar que sa pueblo y el m ío van ¿ s e r e ne migOs uno de o t r o , y q u e u n a guerra d o m é s t i c a , entre los Incas» va i entregarles á u n opresor estrangero. P e r o este c e t r o , esta diadema» q u e son presentes de m i p a d r e , ¿ podré d e j a r que m e los r o b e n ? N o bay cosa alguna que á t it u lo d e igual» de aliado» de her­ m a n o y de a m i g o , n o pueda Huáscar o btener de m i. Si quiere extender sus conquistas m as a l l á de los r i ­ beras del M a u l i ( t ) , 6 sobre el r io de las culebras 2) i y o le ayudaré en su em presa. Si a u n l e quedan por d o m a r algunos rebeldes e n las valles d e Nosca ó de P i s c o , y o cooperaré t a m b ié n á sujetarlos^ de forma que sus enem igos serán los míos* ¿ M as porque pedir m i vergüenza? ¿ p o r q u e q u e r e r d e sh o n ra r su propía sangre? Las la g rim a s q u e ves c o rr e r de m is ojos, te son g a ra n te s de m i franqueza. Y o anhelo la paz: soy sensible, pero v io le n to , y , sobre t o d o , m e temo á m i m is m o . T u , q u e r i d o A l o n s o , eres q u ie n puedes sal­ varnos d e los males c o n q u e nos amaga la discordia. A n d a , ve ¿ presentarte á m i h e rm a n o en el Cuzco. L a h u m an id ad reside e n t u c o ra z ó n , y la verdad en tus labios. T u c a n d o r, t u r e c t i t u d , el ascendiente n a tu ra l d e t u razón sobre nuestros á n i m o s , y , en fin, el encanto maravilloso d e tus p a la b ra s , le moverá acaso, y nos preservará de horribles calamidades. No tem as el manifestarle con demasiada viveza el horror que m e causa la g u e rra c i v i l , c o m o tam poco el ase­ gurarle que y o j a m a s a b a n d o n a r é m is derechos. Mi p;idre, al m o r i r , m e dejó en un tro n o erigido y afian­ zado por él m i s m o : n o consentiré que m e saquen d e é l , sino es hecho pedazos.

(t) R io en el re in o de C hile. (2 ) A m a r y m q y u , q ue h o y se conoce p o r R io de la P la ta .


LOS INCAS.

9

A lo m o sintió la im p o r ta n c ia y las dificultades de semejante m e d i a c i ó n ; m a s n o t u r o reparo en cousen-* t i r , y t o d o fue al instante prep a ra d o para d a r ¿ su «mi ja jada n n esplendor que fuese d i g n o d e l a magestad de a m b o s r e j e s .


LOS INCAS.

10

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CAPÍTULO XXVII.

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Antes de la partida d e Alonso» el I n c a , pnra e m ­ prender la o b r a de la p:iz bajo de favo rabies auspi­ cios , hizo un sacrificio al Sol. Asistieron á él los m e jic a n o s , j el m is m o Alonso» sin tener parte en é ! , creyó poder ser testigo s n escrúpulo. Las vírgenes del S o l , a d m itid a s e n su t e m p lo , servían al pontífice en el a l t a r . E l pnn del sacrificio lo recibía de sus m a n o s , y despues del o f e r t o r i o , una de ellas lo presentaba á los Incas ( i ) . Quiso el destino de C o ra que en este din solemne fuese ella quien ejerciese este funesto ministerio. A lo n so , por u n favor particular del m o n a r c a , es­ taba colocado junto á el. Adelántase la sacerdotisa

(t' Es*e p a n i'itzn d e l p /in ig o j, m a íz ■

c sta b lla m a

> h*>ho con la flo r de lo And o ca n cu , y p o s t e r i o r m e n t e


LOS INCAS.

II

con u n velo sobre su c a b e z a , y los sienes coronados el* flores. Sus ojos m i r a b a n hacia la t i e r r a , peto sus hermosos párpados d e ja n sa lir de ellos algunos royos de 1u2 chispeando- Sus m anos de alabastro estaban tré m u lo s , sus labios palpitantes , y su pecho vivam ente agitado; t o d o en ►•lia m anifestaba la expresión de u n corazón sufriente. F e liz aun * si sus ojos tím idos no hubieran levantado la visto sobre Alonso- P e rd ió la una sola m i r a d a , cuyo im p r u d e n c ia la d i o á conocer el mas form idable e n em ig o de su reposo y c a n d o r. Aquel cuya grac ia , cava h e r m o s u r a , entre los feroces onti’opófigos, habí i su r»* z ido coriz.Mi« $ sao-* Jnnaríos , ¡ c|iie encanto n o era capaz de p r o d u c ir e u el corazón puro de una virgen t i e r n a , inocente v hecha para amar ! Este s e n tim ie n to , cuyo p ' l i d i o s o g e rm e n puso la n a tu ­ raleza en su seno, se desenvolvió de repente.

En el arrebato que le cansó la vista de este moital cuva vestidura daba aun muvor realce á su belleza» la faltó poco pava d e ja r caer de sus m a n o s el canasto <le ovo que c o n t e n í a l a ofrenda. E l l a perdió el color de su herm oso r o s t r o , y d e repente su corazón suspen­ dió y redobló sus latidos. Acometióla u n gran frió, al cual se siguió al instante un fuego a r d ie n te que se derram ó p or sus venas ♦ y sus rodillas t r é m u l a s apenas la p e r m i t í a n sostenerse. Alonso, presente á su espíritu, parecía estarlo t a m ­ bién á sus ojos; de* fo rm a q u e , cortada y confusa de su e n a j e n a m i e n t o , echa u n a m ir a d a suplicante hacia la im á n e n del S o l ; m as aun en él cree ver el sem blante de Alonso. ¡ O Dios* e x c l a m ó , ¿ q u e d e lirio es este? ¡Que turbación ha causado á mis sentidos ese joven estiMigevo, pues que va no m e conozco á m i misma! Ofrecido el sacrificio V los votos, retírase el In^o , seguido di* su c o r t e : las sacerdotisas salen d<d tem plo, v vuelven al asilo inviolable }' santo que las oculta á los ojos de los mortales. 4


ia

LOS INCAS.

Desde este m o m e n to , aquel r e t i r o , en que Cora vi­ via c o n te n ta , se convirtió en una prisión triste y fu­ nesta* EUa sintió todo el peso de sus cadenas, y ya su corazón no an h eló sino p or u n desierto y por la liber­ t a d , esto e s , por un desierto en el que estuviese con Alonso; pues que jamas dejaba d e verle, oirle, hablarle y quejarse á é l , como si le tuviese presente. — j Qué! nunca , se decia a s í m i s m a , jn u n ca la ilu­ sión que y o m e hago será m a s q u e una ilusión! j Ah! para qué te he visto, encanto único de m i pensamien­ t o , si estov condenada á no volverte á ver? ¡ A y ! á lo m e n o s , antes A* que yo espire, ven, m o rtal adora-* d o , ven 1 y verás que estrago h a causado t u sola vista en u n débil c o v a t o n : verás, y te compadecerás de tu víctima. ¿ E n d onde estás? ¿ T e dignas de pensar en m í , que me a b r a s o , que m e m uero de deseo, y sin espe­ ranza de volver á verte? ¡ A y ! j que desgracia es la m i a ! Yo siento que una fuerza irresistible m e a rra s tra h á c ia á é l ; sin cesar m i alm a se sale d e estos m uros para buscarle; en m is vigilias, c om o en m i sueño, él solo ocupa m i espíritu; y o daria m i vida porque uno solo de mis sueños llegase á realizarse siquiera por u n m o m e n t o , y b é a q u í , que a u n este m o m e n t o se ha negado á m i triste vida. ¡ O Dios benéfico! ¿eres t ú el que tomas placer en t ir a n i z a r , en despedazar así á u n corazón sensible? ¿sabes t ú si el m ió daba su a d ­ hesión al jura m e nto q u e te hacia m i b o c a? U n p o d e r absoluto m e le hizo p r o n u n c ia r , pero la n a tu ra le z a , p o r u n grito que debió elevarse hasta t í , rec lam aba en el m is m o instante contra una injusta violencia. N o es pprjuro m í corazón , pues que él nada t e ha prometido. V uélvem e, pues á m í m is m a - P e r o , ¿soy yo digna d e t í ? Demasiado ¡nocente, demasiado f rá g il, u n so­ f á m o m e n to , una sola m irada ha turbado m i a l m a : d e s p a v o rid a , fuera de m í y a , y o no ejerzo imperio


LOS INCAS.

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alguno sobre mí razón, n i sobre m i sentido. — A es­ tas p a la b ra s , p ro ste rn a d a , y n o osando ya m ir a r la luz del D i o s a quien creia haber sido infiel, cúbrese el rostro cun su velo empapado en lágrim as. Mas pronto se le presenta la im ágen de A l o n s o , y este pen­ samiento triste de no le vo lveré á v e r , viniendo á ofrecérsele de nuevo, la hacia manifestar su d o l o r . O padre m i ó , ¿ q u e habéis h e c h o ? ¿ q u e os he hecho yo m is m a? ¿porque separarme d e vos? ¿porque sepul­ t a r m e viva? ¡ A y ! yo tenia por vos una veneración tuu tie rn a ! Yo os hubiera servido con todo zelo y amor* O pad re m i ó , yo hubiera s i d o á vuestro lado el dulce consuelo d e vuestra apacible vejez, y com partiendo con m i esposo el deber de c r i a r a vuestra vista m is h i ­ jo s.... Mis h ijo s , ¡ a y ! ¡ n o , nu n c a seré yo m a d r e , nu n c a este n o m b re querido y sagrado h a r á saltar m i corazón de alegria! Este corazón es muerto á los s e n ­ timientos mas tiernos de la naturaleza , s í , sus inclina» clones las mas dulces, sus placeres los mas puros me están va prohibidos para siempre. Aquel relámpago veloz y te r rib le , que abrasa á la vez dos corazones hechos el uno para el o t r o , ha h e ­ rido al joven español en el m ism o instante que á la joven india. Atónito al ver tantos hechizos, conmovi­ d o , tu rb a d o hasta la e m bria gue z, con una sola m i r a ­ d a que ella le hubia d i r i g id o , n o l a perdió d e vísta ha6ta lo interior del t e m p l o ; d e forma que hasta el Dios m ism o tuvo zelos de ver a d o ra r á Cora. T a c i t u r n o , inquieto, im p a cie n te , vuelve al alcazar regio: todo le aflige y le molesta. Quiere recobrar su razón, reprehéndese de una pasión lo c a , condéna­ l a , sonrójase de ella, procura alejarla de su a lm a : ¡va­ nos rem ordim ientos! ¡esfuerzos inútiles! L a reflexión m ism a m ete mas adentro en su corazón la flecha que quisiera a r r a n c a r de él. U n a sola m irada de la sa-


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erdoíisa ha d e rra m a d o en el fondo de su alm a el dul* c e veneno de la esperanza. Votos indisolubles, estre­ cha esclavitud, una guardia incorruptible y vigilante u n a prisión austera: todo esto ve , y espera aun.*.. Le es imposible el poseer a Cora , mas n o el haber sabido agradarla^ y si ella m e a m a s e , decia , si ella supiese c om o yo la a d o r o , si nuestros dos corazones, á lo m e n o s , p or una reciprocidad d e sentimientos, pudie­ ran e n t e n d e r s e , ¡ah! esto seria lo bastante. Pensando siem pre en e l l a , su alm a estaba agitada de todos los sentimientos que inspira un a m o r insen­ s a t o ; rnas pronto la reíleccion le volvia en sí m is m o , y le hacia ver la im prudencia de sus arrebatos. ¡ E n u e u n pueblo religioso in te n ta r mi sacrilegio! ¡ E n l a cor­ te d e un rey a m i g o , violar los derechos d e la hospita­ l i d a d , y esponer á quien se a m a al oprobio v cast'go señalado á quien violaba sus votos1 De tal c u m u lo de delitos, uno solo bastara para estremecer de h o r r o r á A lonso; pero deseenaba este pensamiento con la se­ guridad de no ejecutarle nunca* C o n te n tá b a se , no o b s t a n t e , con i r á a l i m e n t a r su profunda melancolía al rededor dei recinto sagrado que encerraba á Cora. La cerca de las vírgenes era m u y grande y cubierta de árboles frondosos , cuya al­ tura magestuosa a u m e n t a b a , por sí misma , el resprto debido q u e i n f u n d i i aquel sitio venerado. — Bajo esos á rb o le s , decia Alonso, ¡ r e s p ir a la herm osa Cora! ¡ A v ! acaso ella gime d e n t r o de ese s e p u lc ro , sin que n i la com pision ni el a m o r p e rm ita n ro m p e r los v ín ­ culos que la atan y esclavizan. Estos m u r o s , d e cia , son altísim os, su guardia es íevera; m as sin e m b a rg o , que fucii m e seria *1 penetrar d e n tro de e llo s , si su santidad m ism a n o fuera su m as segura g u a rd ia ! El a m o r , este fatal enemigo del reposo y de la inocencia, el a m o r , tal c om o y o le siento, no es conocido d e este


LOS INCAS.

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buen pueblo. La costumbre de no desdar sino lo» b i e ­ nes que te son lícitos, le hace m a rc h a r apaciblem en­ te en el sendero estrecho de sus leyes. ¡C ua n crueles son estas, cuando hacen víctimas la ju v e n tu d , la h e r­ mosura y el a m o r ! t Cuan justo y generoso seria a b o ­ lirías í Á estas p a la b r a s , asustado él m i s m o de los rap­ tos de su c o ra z ó n , se alejaba d e l recinto. ¡ A y! decia , ¡es este acaso el proyecto tan b e llo , ta n m a g n á n i m o q u e m e había traído á la corte del Inca 1 Y o que m e anuncio como un héroe, ¡ vendré á ser u n aleve , u n débil y cobarde raptor! De esta m anera pugnaba su virtud , t ella hubiera triunfado c i e r t a m e n t e , si un acontecimiento terrible no le hubiese hecho ceder á los «entim¡entos del t e m o r y de lo co mpasíon.


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CAPÍTULO XXVIII.

E fiC P C lO N D BL V O LC A * ÜB Q f l T O . — S á*A A 1 0 Ï S 0 i f l E L A SilrO P I L A S i

T llO B S W .—

CORA

S k d ÓCCLA X Y C ÍA T S L A

t

A BL.

¡Dichosos los pueblos que cultivan los valles y las colinas que forma el m a r en su se n o , con las arenas que envuelven sus olas» y los despojos de la tierra! El pastor conduce p or ellas sus ganados sin tem o r alguno; el labrador e n ellas recoge sus mieses en p:*. Pero» ¡desgraciados los pueblos vecinos <le esas sier­ ras encrespadas, cuya falda no ba sido nunca bailada p or las aguas del o c t a n o , y cuya cim a se eleva sobre los nubes! Ellas son otros tantos respiraderos que se ha abierto el fuego s u b te r rá n e o , ro m p ie n d o la tó * veda de los hornos profundos en que arde sin cesar. E l es quien ha form ado esos montes de peñas calcá­ reas, de metales ardientes y líquidos, de rios de ce­ ñirá y betún que expelía» y que en su caida se a c u - v m ataban á las márgenes d e esos abismos abiertos. ¡ Desdichados los pueblos que viven en u n terreno tan pérfido p or solo su viguería! Esos gérmenes de fecundidad que penetra la tie rra son las exalaciones del fuego que devora sus e n tr a ñ a s : su riqueza , desde que aparece, amaga y a su ruina»


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T a l es el c lim a de Q u ito - La c iu d a d está d o m in a ­ da p o r u n volcan te r r ib le ( \ ) , c u y a s frecuentes erup•cienes estrem ecen sus fu n d a m e n to s . U n día que el pueblo i n d i o , esparcido en los c am ­ p a s , la b r a b a , s e m b r a b a , segaba en razón d e q u e aquel rico valide presenta todos estos trabajos á la v e z , y que las bijas del s o l , en el in te rio r de sus p alacio s, estaban ocupadas, las unos en h i l a r , las o tra s en f o r m a r los preciosos te g id o s de lana de q u e se vestían el p o n t í ­ fice y el r e y , se estendió un ru id o sordo en 1j: s e n tra ­ ñas <lel volcan. Este r u i d o , sem e ja n te al J e l m a r c u a n d o concibe las b o rra sca s, se a u m e n ta y pronto se m u d a en un profundo b ra m id o . T i e m b l a la t i e r r a , •tram a el c ielo , negros vapores le e n v u elv en ; el t e m ­ p lo y los p i l a d o s , se estrem ecen y am enazan desplo­ m a r s e ; conmuévese la m o n t a ñ a , y su c im a e n tre ­ abierta v o m ita , con los vientos encerrados en su seno, torrentes de betún líq u i d o , y to rb e llin o s de hum tf, que se en ro jec e n , se in fla m a n , y a rro ja n á los aires masas de rocas encendidas que han a rra n c a d o del abis­ m o : ¡soberbio y terrible espectáculo, el ver raudales de fuego precipitarse con centelleante furia p o r m e ­ dio de las m o n tañ as de nieve, y p e n e tra n d o en e llas, formarse un lecho vasto y p ro fu n d o ! E n los m uros y fuera de ellos, la desolación, el espanto, los vértigos del terro r se esparcen en un ins­ ta n te . M ira el la b r a d o r , y perm anece inmóvil. A u n no se atreve á to ca r la t i e r r a , que siente com o un m a r undoso bajo sus plantas. E n tre los sacerdotes del S o l, los unos tré m u lo s , salen precipitadam ente del

( i ) L lá m a se O ¡chencha» V éase la d e sc rip c ió n de ese vo lca n y sus ei'Upciones en 1 538 y 1 6 6 0 , en la rela ció n d el viage de M ■ de la C ondam ineT

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U i n p í o ; los o t r o s , c o n s te rn a d o s , abrazan el a lta r d e su Dios. Las v írg e n e s, d esp av o rid a s, corren fuera de sus palacios, cuyos techos a m e n a z a n desplómense s o ­ b re sus cabezas; de forma q u e , v ag an d o p o r la exten­ sión d e su in m e n sa c e r c a , p á li d a s , descabelladas, tie n d en sus m anos tím id a s hácio los m uros á los cu a­ les la com pasión m ism a n o se atreve á acercarse para socorrerlos. A lonso s o lo , e r r a n te d e aq u í para a llí al rededor del recinto» oye sus lam en tab les voces. E n el peí ígro d e la naturaleza e n te r a , n o tie m b la sino p o r Cora, Los alaridos que hieren sus o íd o s , todos le parecen ser de ella. E xtraviado e n tre el d o lo r y el m ie d o , y tal c u a l el palom o q u e , con tem blosas o las, voltejea a) red ed o r de lo c árcel en que está e n c e r a d a su paloma a m a n te , asi A lo n s o , a rr e b a ta d o de g o zo , suLe sobr* los i estos del m u ro s a g r a d o , penetra e n el asilo en que antes d e él n in g ú n m o rta l se a tre v ió a e n tr a r . F a v o récenle las tin ie b la s , porq u e un dia lúgubre y so m ­ b río hizo lu g er á la n o c h e , que solo la ilu m in a n los arroyos de fuego que se precipitan del m o n te ; v este horroroso re s p la n d o r, cual el del Erebo in m u n d o , no deja ver las socer íotisos del Sol sino como sombras e rr a n te s , corriendo despavoridos en los jardines. Otros ojos que los de un a m a n te , ocupado entera­ m en te del objeto que a d o r a , buscarían en v a n o á una d e ellas entre sus co m p a ñ e ra s; pero Alonso reconoce a C ora. Las gracias q u e , aun en medio del espanto, la han permanecido fieles, la hacen distinguir de Jejos. É l contiene sus primeros raptos de alegría por e l tem o r de asustarla: $e adelanta con piso tím id o : C o r a ; le dice con voz dulce y sensible; un Dios vela sobre ti , y toma cuidado de tus dins. A esta vo®. C o­ ra intim idada se detiene, y al instante rstivmcce la t i e r r a ; la m o n ta ñ a , con estruendoso b rillo , arroja mía


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c o lu m n a d e fu e g o , que en la obscuridad descubre á los ojos de la sacerdotisa su am ante que le tiende los brazos* Y a fuese p o r u n rep en tin o m o v im ie n to del susto, y a acaso por a m o r , C o ra se precipita y cae sin sentido en los brazos del joven e s p a ñ o l; él l a sostiene, la re a ­ n im a y p ro cu ra tra n q u iliz a rla : — O t ú , d ijo la , á quien y o a d o ro desde que te vi en el t e m p lo , tú p o r q u ie n solo respiro , C o ro , nada temos : el cielo e sq u ien te envia un lib e rta d o r. S íg u e m e , abandonem os estos lugares funestos; d é ja n it salvaite» C ora , débil y t j é m u l a , se fia en su guia. E l la to ­ m a en sus b ra z o s , salta sin trabajo por encim a d é lo s r e t í >s del m u ro d e sp lo m ad o , y el p r im e r asilo q*e $e ofrece á su pensam iento es el valle de Capar.a, el d e l cacique am igo de Las Casas. ¿ A donde voy? le decía C o ra. E l susto lia tu rb ad o m is sentidos. Yo n o sé donde e s to y , ni a u n siquiera sé quien vos sois. ¿Q u e se va á hacer de m i? Apia­ daos de mi estado. — E s tá s , la d i j o , b ajo la salvaguardia do u n h o m ­ bre que n o respira sino p o r t í . Y o te llevo lejos del peligro á un valle deleitoso, en donde u n c a c iq u e , mi a m ig o , te recib irá com o á su hija. — ¡ A h ! repli­ có e lla , o c u lta d m e mas bien á la vista de todos; de ello pende m i v id a; ¡de ello pende aun m a s! Vos ig­ noráis la ley terrible que ahora m e hacéis violar. H e­ m e aquí fuera del asilo en que yo debía vivir escondi­ d a ; yo sigo los pasos de u n h o m b re , despues de haber hecho voto de h u ir p i r a siempre de todos. ¿ A qué m e exponéis? ¡A h ! dejadm e, antes perecer. — C o ra , respondióla Alonso, el prim er deber de todo lo que respira, com o su p rim e r sentim iento, es el del cuidado de su propia v id a , y en un m om ento en que la m uerte te rodea y p eisig u c, no hay ni voto


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LOS IKCÀS.

n i ley que deba oponerse á este m ovim iento inven­ c ib le . C uando todo esté s e re n o , m a ñ a n a , antes que am anezca, volverás á esos ja rd in e s , en donde tus co m ­ pañeras asustadas h a b rá n pasado la n o ch e sin duda a l ­ g u n a ; y e l secreto d e tu ausencia n u n c a será reve­ lado. E n tre ta n to se aleja el p e l i g r o , y p ro n to se desvane­ ce. Cesa de te m b la r la t i e r r a , y y a el volcan n o b r a ­ m a . A quella p irá m id e de l u m b r e , que se elevaba de l a c im a del m o n t e , se apaga y parece h u n d irse ; los negros torbellinos d e b u m o , que obscurecían el cielo, com ienzan á d isiparse; u n viento d e oriente les expe­ l e hacia el m a r . E l azul del cielo se purifica, y e{ astro de la n o c h e , con su c la rid a d consoladora, pa­ rece querer tra n q u iliz a r l a naturaleza consternada. E n este m o m e n to , Alonso y su am ada c o m p e le r á atraviesa ron hermosas p ra d e ra s, en que m il á r b o l e s , cargados de fru to , entrelazaban sus ram as. L o s rayos trém ulos de la l u n a , saliendo p o r é n tr e l a s h o ja s , Iban á variar el color de la verdura y juguetear e n tre lag flores. Respira, rai a m a d a C o ra, dijo Alonso ; descan­ ga; y en la calm a y silencio d e la noche qu** nos es p ro p ic ia , deja que m e ocupe de la dicha de verte y a d o r a r tus encantos• Cora consintió en sentarse. E l p r im e r cuidado de Alonso fué el de coger fru tas, que fue luego á presentarla. La dulce savinta, la p l i ­ t a , de un gusto mas delicado a u n , la m édula de] coc<5, su sabroso jugo, fueron los m anjares de este festin^ Sentado junto á C o r a , apenas podia respirar A lo n ­ so. L a turbación, el enagenam iento, aquella tim id e z recelosa que acom paña los ardientes d e s e o s , y cuya em oción redobla al acercarse la d ic h a , suspenden su im paciencia. E l estrecha con sus m a n o s , y h u m e d e ­ c e con sus lá b io s la m a n o trém ula de la v irg e n . — H ija del c ie lo , la d ic e , ¿eres tú la que y o poseo, t u ?


LOS INCAS.

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<jne eras el único objeto d e m is ansias? ¿Q uien me hubiera d ic h o que u n p rodigio, qu* horroriza á la naturaleza, se operaria para r e u n i m o s , y no espanta­ ria la t i e r r a , sino p a ia ro b a rn o s á la vista de tus v i­ gilas in h u m a n o s ? U n dios.» sin d u d a , se ha com pa­ decido de m i a m o r y de m is penas- ¡A h ? aproveche­ mos sus favores* E stam os solos, lib re s , ocultos, sin otro testigo que l a n oche, que nunca ha vendido á jos tiernos am antes. P e ro estos m om entos tan precio­ sos vuelan r á p id a m e n te ; n o perdamos n in g u n o ; y si tu m e a m a s , d im e ; S é J i l i z . — Sé feliz, dijo e lla , y desde el m ism o instante u n nublado se extendió sobre el porvenir. A sus ojos todo se h a ‘e m b e ll e c i d o ; la serenidad de la n o c h e , la s o le d a d , el sile n cio , tienen para ellos un e n c a n to n u ev o : ? Ah ! ¡ deliciosa m o ra d a ! dijo C o r a ; ¿ paro que buscar o tr o asilo ? Esta apacible c la rid a d , estos vergeles, estos foilages parecen decirnos: ¿ á d onde queréis iros? ¿en que parte os hallareis m ejor q u e con n o so tro s? — O dulce m ita d de m i m ism o , d i ­ jo A lo n s o , ¡ojala que siem pre pudiera y o agradarte! Pasemos a q u í la n o c h e ; y m a ñ a n a , al ra y a r el alba» huyam os de estos lugares en que tú estás cautiva. V a­ mos .. ¿ q u e sé y o , á don d e no s conducirá el destino? a u n q u e fuese en u n desierto , y o viviría feliz contigo; s in t i , n o puedo m as vivir. D e esta m anera el ciego a m o r hac>a h a b la r á A lo n s o . C ora le estrechaba en sus brazos, y él « entia caer sobre su rostro las lá g ri­ m as que ella vertía. Amigo m í o , tni a m a n t e , le decia e l l a , a le je m o s, si es p o s ib le , una previsión que no puede sino afligirnos. Y o estoy c o n tig o , yo n o quiero ocuparm e sino de t í : haz pues que tm b ien porque tan to h e suspirado no sea mezclado de a m a rg u ra . C o r a ignoraba aun el n o m b re de su a m a n te ; ella


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LOS INCAS.

deseó oirle., y lo repitió m il veces. H ablóla el de su patria , y aun quiso liscmgenria con la dulce esperanza de ver algun dia la villa en que h a b ía nacido- E n fin, el sueño suspendió todos los m ov im ien to s de sus a l ­ m a s , y C o r a , sobre las rodilla* kd e A lo n s o , reposó hasta el am anecer. L a estrella de la m a ñ a n a despierta las a r e s , y los cantos de estas d e s p in ta n á Alonso. Abre los ojos, ve á C o r a , la observa, y dcscuLte m il encantos, Acer* c a s u boca á sus labios sle rosa, en que el a m o r se son­ l i e ; percibe su a lie n to , y sn alma entonces vuela á él con el aliciente de un soplo delicioso A b re los ojos C o r a , y u n l a p t o , m ezclado de esp in to y de a le g r ia , esplica su em oción. ¿E res tú , di* jo e lla , a rro já n d o s e en el seno de A lo n s o , eres t u , mi a m o r , á quien yo veo? ¡Ala! tem ía h a b erte p e rd i­ do.-— N o , C ^ ra , aq u í e s to y , t r a n q u i l í z a t e , no nos separarem us. Mas dém osnos priesa: ves la aurora del día; pasem os la angostura de los m o n te s , v en l;i ley d é l a n a tu ra le z a , que m a n tie n e a los inorado!es de las selvas, busca c o n m i g o , en su asilo , la libet tad , C1 p r ¡mero de los bienes despues del am or. ¡A h ! mi querido A lo n so , dijo C o r a , ¡ c o m o quisie­ ra poder estar contigo sola en estos bosques , y desco­ nocida del resto de los m ortales ! A l p ro n u n ciar estas p a la b r a s , le estrechaba entre sus brazos c o n m o v id a ; sus ojos, fijos sobre los de su a m o n te , se a n eg ab an en lá g rim a s am argas- E l e n te r­ necido y t u r b a d o , la ruega de descubrirle lo que le agit * Ella se estremece al considerar el go*pc que le va A d a r , ni s c e l e m í fui á sus instancias. O Alonso, deÜeia d«d a l:n i m ía , Ic d ijn ? mi corazón está despe­ d a z ó l o , y el tuvo va á s e rlo ; p e ro , perdona, un deber saciado, deber terrible me e n c a d e n a , v el va á a r r a n caí me de tus brazos para s ie m p re .... Es llegado t i m o -


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m entó de una separación. — •A h ! ¿ que es lo que dices cru e l? — Escúchame. AI consagrarm e p ara el a l t a r mis padies respondieron de mi fidelidad. La $angTe de un padre y de una m adre es garante d e l o s r o t o s que hice en aquel m o m en to . F e m e n tid a y prófugo, yo )es entregaría ahora al suplicio; a ii d e lito recaería sobre ellos, y les seria infligido un atroz castigor tal es la jev* — ¡ O Dios! — T u te h o rro riz a s .... — ¡ D esdichada! ¿ que has h e c h o ? ¿que es lo que he hecho yo m ism o ? esclamó A lo n s o , estrechando su frente contra la t i e r r a , y a rran c á n d o se los cabellos. • P o i q u e antes no m e has m ostrado el a b is m o , en que m e p recipitaba, y á que te a rrastra b a á tí inísiri i ? . . . Déjame T u te r n u r a , tu d o l o r , tus lágrim as n d o ­ blan el h o r r o r en que m e v e o .... ¿Q u e es lo que q u ie ­ r e s ? ¿ q u e te vuelva a tu asilo? liso es querer mi m u e r t e . . . . Yo to suaretaré co n m ig o . ; Ah ! n o ; si lo hiciese, seria un m o n stru o . Y o no su lríré jam as que tu seas p a rric id a . Vete c r u e l . . . . D e te n te , a g u a r d a , yo m u e r o ..- . A estos g r it o s , C o r a , que , afligida y t r é m u l a , $e habió ap artad o de A lo n s o , torna veloz y cae á sus r o ­ dillos. E l la c o n te m p lo , estréchala c u s u s brazos, la riega de lá g r im a s , se siente b a ñ a r con las su y a s, la jura un eterno c a r i n o ; y , e n el esceso de su d o l o r , se estraviu y se olvida de nuevo. — ¿Q u e h a c e m o s, le dijo C o r a ? A m an ece el d í a . . . . Si t a r d a m o s , ya no será t i e m p o ; y mi p a d re , m i m a d re , sus hijos , to* dos van a p erecer. Ya m e parece que veo e n c e n d id a la pira en que van á ser consum idos. — Ven pues, la dijo é l , m irá n d o la con ojos sonabrios, y con el sem blante furioso de la desesperación; y de rep en te, a rm án d o se de aquella fuerza varonil que sabe d o m in a r las pasiones, ásela de la m a n o , v con paso a p re su ra d o , la vuelve hasta el pié d e la m u ralla , e n c u y o recinto


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LOS INCAS.

«ogrado va á o c u lta r su d e l i t o , su a m o r y su deses­ p e ra c ió n . Hasta el m o m en to de aquella entrevista f a t a l , ej a m o r no había sido en el alma de C o r a , sino un de­ lirio confuso y v a g o ; ella n o sintió su fuerza sino luego que h u b o conocido y poseído el objeto- Su p a ­ s ió n , ilustrándose, redobló su violencia; su m em oria «v el s e n tin v e rto de perderle se han hecho su alimen» to; y el deseo, sin esperanza, siem pre engañado, ca­ da d ía m as vivo y m a s ard ien te , es su eterno supli­ cio. Esto no obstante, ella estaba sin rem ordim ientos y sin te m o r sobre el porvenir. E i desorden de aquella noche en que cada cual tem blaba por si m i s m o , no •permitió que se echase de menos su falta. Ella no se hace delito alguno del extravío en que la han p r e c i ­ pitado el p e lig ro , el m iedo y el am or. L o que ú n i­ camente la h o r ro r iz a , es el hallarse en presa oí fuego que la consume y que no se apagaria nunca- Su a m a n ­ te es aun m as desgraciado- A m as de iguales to rm e n ­ to s, esperim enta una zozobra que le roe las entrañas y despedaza su corazón. ¡ A h ! bajo de cuantas formas diversas, y todas crue­ les, tiianiza el a m o r los corazones! Alonso, turbado a! considerar que podia ser padre; este p e lig r o , que la inocencia o c u ltab a á los ojos d e C o r a , estaba sin ce­ sar presente á los suyos. E l recuerda con espanto los m a s dulces m o m en to s de su v i d a , y detesta el a m o r que le h a hecho feliz. Mas siendo preciso p a r­ t i r , alejase de Q u ito , v su a lm a , arrastrada p o r u ñ a ►fuerza irresistible, se desprende de e l , y se va al tnu¿‘0 dentro del que su a m a d a C o ra g im e.


LOS INCAS.

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CAPÍTULO XXIX.

E mbajada i>e

alo* so

t>á

woliwa a la corté

del cuzco*

U n c a m in o in m e n su ra b le q u e re c o rre r d e una ¿ O t r a ex trem id ad del im p e r i o , j o r m e d io de e n c a m ­ bradas sierras cortadas d e to rre n te s y de despeñade­ ros ( i ) , m o n u m e n to p ro d ig io so d e la grandeza de los I n c a s ; v sobre este c a m i n o , los arsenales distribuidos de distancia en d ista n c ia ; los hospicios siem pre a b i e r ­ tos á los viageros; las fo rtale za s, los t e m p lo s , los cannlej que d e rra m a b a n sobre las c am p iñ as las aguas de los rios * ) 9 las m aravillas d e la n atu raleza en c l i -

( i ) E l c a m in o r e a l d s J e Q u ito a l Cuzco e r a de 5oo le g u a s c a s te lla n o s , h ech o d u r a n te e l re in a d o de Hnaiiia Capac B a jo la d o m in a c ió n de este m is ­ m o In c a y se h ito o tr a ig u a l e n lo s v a lle s del im p e r io , y o tr a s que lo a tra v e s a b a n desde e l cen­ tr o h a s ta sus e stre m id a d e sj e n c u y a o p era ció n jii¿ p re c iso le v a n ta r e l te r r e n o , e n m u ch a s p a r te s m a s de c u a ren ta p ie s p a r a p o n e r lo a l n ivel de la s c o lin a *• (a Uno de estos c a n a le s , q ue c ru za b a la s lla n a * r a s del p o n e n te , te n ia i5o le g u a s d e l s u r a l norte* T om o I L

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m as nuevos para é l , nada podía b o rra r en la m en te de Alonso la Im agen d e su C o ra ; y por mas que q u i­ siese apartarla de e lla , siem pre se le volvía á repre­ sentar con m a v o r viveza. H íz is e , en iin , o ir la voz im periosa de l a a m is ta d , y cediendo á ella, A lo n so , com o si saliese de un pro­ longado d e lirio , comienza á ocuparse del objeto de su m i s i ó n , desde que descubrió los alrededores del Cuz co. Anuncióse al m onarca , p o r m edio de tres caci­ ques que le precedían de o rd e n s u y a , en estos t é r ­ m inos. « U n h o m b re nacido m i s a llá de los m a r e s , « y hacia las riberas e n que am anece el S ol, u n cas« t e l l a n o , á quien t u herm ano ha adm itido en su « c o rte , viene á verte y á h a b la rte d e paz. » L a fama de los castellanos habia penetrado hasta el C u z c o , y este n o m b r e , que se había hecho t e r ­ r ib l e , escitó h soberbia de Huáscar. M andó pues al encuentro d e Alonso una p a rte d e su c o rte , y r e c i­ b ió le é l m ism o con todo el esplendor de la magestad d e los I n c a s , elevado sobre u n t r o n o d e o r o , en un palacio cuyos u m b ra le s, cuyos m u ro s m ism os e sta ­ ban revestidos de este m etal resplandeciente, te n ie n d o á sus píes veíate caciques, y á sus costados veinte t r i ­ b u s de Incas descendientes de M anco. A lo n so , que n u n ca habia visto cosa tan a u g u s ta , n o pu lo m enos d e m aravillarse al c o n te m p la r tal espec­ tá c u lo . El príncipe, c o n u n a bondad m a je s tu o s a , le hizo señal para que se acercase á h a b la iie . — I n c a , le dijo A lo n s o , u n h e rm a n o v irtu o s o y tie rn o , y un verdadero a m ig o , son dos dones que r a ­ r a vez concede el cielo* É l te h a otorgado uno y o tr o e n el re y de Q uito. Regocíjate pues. Y o conozco su a lm a , y m í corazón , que nunca supo m e n t i r , te res­ p o n d e del suyo. A am bos os amenaza un enem igo for­ m id a b le y c r u e l , que viene deí oriente* T e n é is nece-


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s¡dad el uno d e l o tro p ara resistir á sus esfuerzos* Reunidos, podéis vencerle; d iv id id o s , sois perdidos. El in c a tu h e rm a n o pid e tu a u s ilio , y te ofrece el de sus armas. T a i es el objeto de l a em b ajad a con que m e h o n ra cerca de t í. — Aunque enviado p o r un re b e ld e , le respondió el I n c a , ves q u e m e he d ig n a d o de o irte. P e r o , a n ­ tes de to d o , di m e . ¿ n o eres tu m is m o uno de a q u e líos estrangeros aparecidos recientem ente en nuestras costas, y que e n los valles han s e m b ra d o el espan­ to? T u te dices c astellan o , y , si n o m e e n g añ o , este es el n o m b re q u e se les da? ellos v ie n e n , com o t u , de la parte d e l oriente. — Sí, y o soy del n ú m e r o d e aquellos estrangeros, le dijo Alonso. S í , siguiendo su p » r t i d o , y o busca­ ba la gloria; m as n o he visto e n ellos sino d e lito s , y les he abandonado- Yo gusto de la buena fe, a m o la r e c titu d , y sé h o n r a r l a grandeza de a lm a : he aquí lo que m e ha hecho u n ir m e con el príncipe g e ­ neroso que te habla aquí p o r m i voz. Nacidos tu y él de una m ism a sa n g re, bijos d e u n m ism o p a d re , os debéis a m a r m u tuam ente y vivir en p a z , si q u e ­ réis ser felices, si am bos queréis ser poderosos. — Si se acuerda, replicó H uáscar, de q u e padre hemos nacido, que piense tam bién cuales rangos nos señaló el nacim ien to . E l Sol no ha dado sino u n m o ­ narca á este im p erio ; en consecuencia, el reinado de su hijo debe ser la im á g e n del s u j o ; es d e c i r , que, así com o el Sol no tiene igual e n el c íelo , yo tampoco le quiero ten e r en la tierra# — E n hora b u e n a , In ca , le respondió Alonso : yo quiero hablar tu lenguage, y suponer lo que tu crees# P e r o d i m e : ¿no a m as tu bastante á los h om bres, y no estimas tam bién bastante las leyes de tus abuelos, para desear que el universo sea colocado b ajo l a sal­ vaguardia de leyes tan apacibles ?


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— Es positivo, respondió el l a c a , y o lo deseo, y aun lo espero: así lo quiere el S o l , y los tiempos ve­ r á n su v o luntad cu m p lid a. — Y e n to n c e s , prosiguió A lo n s o , el m u n d o no ten­ d r á m as que u n r e y , así com o n o tiene mas que on sol. L a sab id u ría de un h o m b re tolo podra estender tus m iradas ta n lejos com o el astro d e l día estieude el resplandor de su luz. T ú no lo creerías; confiesa, p u e s , que así com o tu vigilancia tiene límites, así d e ­ be ta m b ié n tenerlos tu p o d e r , y que sería injusto el q u e re r in v a d ir lo que no se puede gobernar. — Es trun ge FO, le d ijo el l ú e a , ¿ co m o osas señalar­ m e los límites de m i poder? — N o soy y o , díjole A lonso, es l a naturaleza quien lo s ha señalado: yo no*digo sino lo que ella ha h e th o -f pero te advierto que tú eres h o m b re por tu debilidad , cu indo pretendes erigirte en dios por tu ambición. — Soy h o m b re , pero soy r e y , repitió el I n c a ; j este solo n o m b re te ensena el respeto que m e es de­ bido* — S á b e te , le dijo Alonso, que m is iguales hablan á los reyes sin a d u la rlo s , y les respetan sin temerlos. N o pende sino de tí el verm e á tus pies; pero em pie­ za p o r ser justo, y por h o n ra r la m e m o ria de un padre que fue rey . De sus m anos recibió tu herm ano el ce­ t r o que tú le d isp u tas, y por oponerte á este d o n , tú le insultas en el sepulcro. — Estrem ecióse el I n c a ; m as su o rg u llo superó á su piedad. — Mi p a d re , d i jo , había envejecido, y en el estado del desfallecim iento el h o m b re es c r é d u l o , y se deja fácilm ente engañar. E l cedió á los artificios d e una m uger a m b ic io sa , y p o r el hijo de una estran­ gera ha desheredado al que las sabias leyes de Manco Je habían dado p o r único sucesor. — É l te e n tr e g ó , le dijo A lo n s o , cuanto había re* *


LOS TOCAS.

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cibido: solo ha dispuesto del fruto de s u c o n q u is ta . — Si com o él* cada u n o de nuestros re y e s, d ijo ei príncipe, hubiese disipado lo que h a b ía ad q u irid o * ¿que seria del im perio? L a u n id ad d e p o d e r hace su grandeza y su fuerza; y m i p o d re, q u e sin d e s m e m ­ bram iento le habia re c ib id o de sus a b u e lo s , debió igualmente dejarlo p o r entero* L e s o rp re n d ie ro n , sí * le s o rp re n d ie ro n , y así es que sin d e ja r d e h o n r a r sus virtudes y reverenciar sus c e n iz a s , v o puedo desa­ probar u n acto de d e b ilid a d q u e le h izo o lv id a r m is legítimos derechos* — S á b e te , le dijo Alonso* que a l n o r te d e estos clim as, u n im p erio t a n dilatado y m a s poderoso que el tu y o aeaba de ser a s o la d o , d e s tr u id o , in u n d a d o con la sangre de sus p u e b lo s , p o r haberse d iv id id o . Sus p tín c ip e s , apenas escapados del acero de! vence­ dor, se han refugiado en la co rte d e l In ca t u h e rm a ­ no, y su desventura confirm a lo que yo te d ig o . U n enemigo te rrib le va á encontroros d e b ilita d o s y d e s­ hechos uno p o r el o tro . ¡ A h ! piensa en salvar t u i m ­ perio, y cuando el rayo está sobre t u cabeza y el a b is­ mo á tus p la n ta s , t i e m b l a , infeliz p r in c ip e , y estre­ mécete tú m ism o , en vez de a m e n a za r. — Toda la corte que le oia pareció tu r b a d a con este le n g u a je ; el m ism o In c a fue c o n m o v i d o ; m a s d isim u 1ando su t e m o r bajo la apariencia del o r g u llo , dijo: — AI usurpador es á quien toca prevenir los m ales d e q u e seria c a u s a , y á sujetarse á m is leyes. — JNo lo e sp eres, d ijo Alonso consternado , v ien d o su resistencia o b stin a d a ; A ta lib a , coronado por su padre, no creerá jamos haber usurpado lo cjue ha r e ­ cibido de cL Su voluntad la m ir a com o un «a ley in ­ violable. Para despojarle del tr o n o lias de ver p rim e ­ ro su cueipo hecho tajadas. S í, I n c a , y o te lo a se g u ­ ro. A tí te t o c a , p u e s , el ver si quieres b a ñ arte en


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la sangre de un herm an o virtuosot que te a m a , que hace consistir su gloria y su felicidad en ser tu aliado y tu am igo mas tie rn o , que te ruega en el n o m b re J e su pueblo y del tuyo p ro p io , n o le obligues a una guerra impía- D ispon d e él y d e sus a rm a s : él no te* m e la g u e rra : él tiene bajo sus banderas un pueblo fiel y valeroso; él tiene ademas veinte reyes que le a y u d e n , y todos ellos le son t a n afectos com o yo. La unica cosa que te m e es el v e rte r la sangre de sus nmi~ g o s , d e su fa m ilia , de unos pueblos q u e , súbditos de vuestros padres, nacidos bajo las m ism as leyes, son sus Lijos com o tuyos. C onsulta com o él tu c o r a z ó n , pues debes tenerlo m a g n á n im o y sensible, á lo m ono $ á la compasión* N o se tr a ta aq u í de que ventilem os tus derechos y los suyos: tales debates n o han sido n u n ­ ca concluidos sino p o r las arm as. D e lo que ú n ic a m e n ­ t e se tra ta es de saber cual de los dos pierde m as en ceder. V a en ello u n r e in o , y en tí una provincia in ú ­ til á tu g lo ria , á tu poder y á tu grandeza. E l defien­ d e con su corazón el h o n o r de tu padre y el s u v o ; y á estos intereses, ¿ q u e opones t ú ? ¡el o rg u llo de no su frir u n reparto! C ontem pla sí eso m erece el e n ce n ­ d e r entre vosotros el fuego de una guerra c i v i l , al m o ­ m e n to en que un peligro c o m ú n os m a n d a que os r e u ­ náis. — El orgulloso Huáscar n o quiso o i r m a s ; pero la f r a n ­ queza valerosa, la noble altivez d e A lonso i n f u n ­ d ie ro n en todos los á n im o s el asom bro y el respeto , y hasta en el del Inca mismo* Y o n o s é , d e c í a ; pero esta casta de hom bres t ie n e alg o de respetable y superior á nosotros. Yo q u ie r o g r a n je a r m e la benevolencia y la estim ación de este cas­ tellano. Ríndansele todos los honores debidos á la d ig ­ n id a d de que se baila revestido. A d m itió le á su m esa, y usando para c o n el d e l to n o


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de 1a a m is ta d : c astellan o , U d i j o , y o accederé en cuanto me sea posible a la paz que m e propones. Q ue Ataliba g u ard e su p a tr im o n i o , y que reine e n Q u i t o ; y o consiento en e l l o ; mas a c o n d ic ió n de que sea t r i ­ butario del im p e r i o , y o b ligado ¿ r e n d ir bonaenage al prim ogénito d e los hijos d e l Sol# Aunque hubiese pocos visos d e q u e A taliba a d m i t i e ­ se esta c o n d ic ió n , n o c re y ó A lonso que debiese re c h a ­ zarla sin d arle parte de e l l a , y a g u a rd a n d o su respues­ ta , tuvo el tiem p o de observar p o r d e n tr o y fuera esta ciu d a d floreciente.


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CAPÍTULO XXX.

D e S C M P C I O N D’E L C U Z C O - — S ü S RIQUEZAS* — U A T R l MOttlO >

CELEBRADA

EN

EL

F l E S T A DEL

SOLSTICIO

DEL

IN­

VIERNO-

E l te m p lo del S o l , el palacio del m o n a r c a , los al­ cázares de los I n c a s , los albergues de los vírgenes, la fortaleza á triple m u ralla que dom ino lia lu ciudad y q u e la p i o te g ia , los canales que de lo alto de Ir* vecinas sierras d e rr a m a b a n en ella con a bundancia aguas vivas y saludables; la extensión y magnificencia d e las plazas que la d e c o r a b a n , aquellos m o n u m en to s d e que no subsisten sino lam entables ruinas , asom bra­ b a n de ad m iració n á A lonso. S in el y e r r o , decíase, s in el arte de las m e c á n ic as, la m a n o del h o m b re ha obrado tan to s prodigios. E lla h a Todado estas e n o r­ m e s peñas con las cuales h a form ado esos m u ro s , cu­ y a -solidez n o cederá n u n c a sino á las vicis’tudes de los tiempos y á la destrucción del globo. He aq u í la prueba de que todo lo puede su p lir el trabajo y la ■constancia. Mas él veia con espanto aquel cúm ulo prodigioso de m asas de oro que en el tem p lo y los alcázares tenia el l u g a r del y e r r o , d é l a m a d e ra y de l a p ie d ra , y que


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b¡íjo d e m i l f o rm is diversas d e s lu m b ra b a los ojos. j A h ! decía con suspiros, si a lg u n a vez la avaricia europea liega á d e scu b rir estas r iq u e z a s , ¡con que cie­ go firroT va á devorarlas! E l cuito d e l Sol ten ia en el C uzco una mngestad sin igual- La m agnificencia del t e m p l o , el esplendor de la c o r te , l a afluencia d e los p u e b lo s, el o rd e n d e los Sacerdotes y el coro d e las vírgenes e s c o g i d a s ^ ) , to d o esto dab;i á la p o m p a del c u lto u n c a rá c te r ta n augusto que i Alonso m is m o le causó respeto. Había en to d a s las fiestas, r ito s , juegos, festines y sacrificios. L o que d istin g u ía la d e l m a trim o n io era el d o n del fuego celestial. A lonso la vio cele b ra r. C ele­ brábase el d ia en q u e el Sol, t e r m i n a n d o su carrera al m e d i o d í a , s e reposa sobre el tró p ic o para votver sobre «us pasos hacia e! norte. O bservábase el instante en que el l u m i n a r d e l d ia , hallándose e n su b a j a , fo rm a b a al oriente las colum nas m isteriosas, y entonces el I n c a , prosternado delante del Sol su p a d re : Dios benéfico, le d e c í a , tu vos á alejarte d e nosotros y á volver la vid a y la alegría á los pueblos d e o tr o e m isfe rio , á quienes el in v ie rn o , h ijo d é l a n o c h e , aflije e n t u a u s e n c ia ; m a s p o r ello no m u rm u ra m o s . N o fueras tu justo si no amases que a nosotros, y si p o r tus hijos olvidases el m u n d o . Sigue tu in c lin a c ió n ; pero déjanos com o prenda de tu b o n d a d una idea justa de quien eres y de q u ie n p ro ­ cedes, y que el fuego de tus r a y o s , a lim e n ta d o en tus a lto re s , d e r r a m a d o en tre t u p u e b lo , le consuele en tu ausencia y le asegure d e t u v u e lta . Esto d i j o , y presenta al Sol la superficie hueca y p á lid a de un c r i s ta l ( 2 ) esm altado e n o r o ; artificio m is- 1

(1) (2 )

E n e l tem p lo d e l C uzco h a b ía i 5ooT e n ía n e l c r is ta l de r o c a , se g ú n G a rc ila so .


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ter ¡oso que se tenia gran cu «dado de ocultar al pueblo * y que n o era conocido sino d e los Incas. Lo» voy os, cruzándose e n todos portes, caen sobre una pila de m aderas de cedro y de aloes q u e , de rep en te, se in­ fla m a , y derram a p o r los aires el m a s delicioso per­ fume. Asi fuá com o el sabio M anco biso c ie e r ¿ los in­ d io s , p o r el Sol m is m o y que él le enviaba para darles leyes. O Sol , le d i j o , si y o h é n a cid o d e t i , h a t q u e tu s r a j o s enciendan esta pila d e le ñ a q u e mi m a­ n o te consagra; é in co n tin e n te apareció encendida* La m u l t i t u d , al ver este prodigio renovarse de año e n a ñ o , se enloquece de a le g r ia , cada cual se ap re­ sura á recoger una centella del fuego c e le s tia l; el m o n arca le distribuye á la fam ilia de los In cas; estos l a reparten al p u e b lo , y lo s sacerdotes cuidan d e q u e este fuego n o se apague jam ás sobre el altar* Entonces se adelantan los am antes que la edad l l a ­ m a al ejercicio de los deberes de esposos ( i ) , y n a d a h a y ¿ñas magestuoso q u e este circulo in m e n s o , for­ m a d o d e una ju v e n tu d lo z a n a , que hace la fuerza y l a esperanza d e l esta d o , que pide e l reproducirse y e n riq u ec e rle con su sucesión. La s a l u d , h ija del t r a ­ b ajo y d e la te m p la n z a , r e i n a en e l l o s , y se ju n ta á la h e r m o s u r a , ó suple á la belleza m is m a . Hijos d e l estado, d ijo el principe , ahora es cuando él espera de vosotros el fruto de vuestro n a c im ie n to T o d o h o m b re que m i r a la vid a c o m o u n b i e n , está obligado á tra n s m itirla y á m u ltip lic a r sus dones* A q u el únicam ente que es ya im p o te n te , y p ara quien l a vida m ism a es y h a sido una d e sg ra cia , este es ei

(t) Y

c i n c o

Los h o m años, y

b r e s l a s

d e b í a n m u j e r e s

t e n e r

c u m p lid o s

v e i n t e .

v e in te


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solo que está dispensado. Si bay a lg u n o en tre vosotros á quien le pese el v i v i r , levante la v o z , y d íg a m e l o ; porq u e á m i m e toca o í r sus quejas. Mas si cada cu al de vosotros goza apaciblem ente d e los beneficios d e l Sol m i p a d r e , venid d á n d o o s una fe m u t u a , y haced voto d e reproduciros y a u m e n ta r el n ú m e ro de los afo rtu n ad o s. N o se oyó una q u e ja ; y m il p a r e ja s , cada una p o r su t u r n o , se presentaron an te él. A m a o s , observad las le y e s , a d o ra d al S o l m i p a d r e , les dijo el p r i n c i pe. P o r sím b o lo de los trabajos y cuidados q u e van á c o m p a r tir en tre s í , les hacia t o c a r , al darse la m a n o , el azadón a n tig u o d e M an co y la rueca d e O e lla , su laboriosa c o m p a ñ e ra . A lo n s o , re c o rrie n d o c o n sus ojos aquel c ír c u lo d e jóvenes h e rm o s a s , suspiró y se d ijo e n sí m is m o : j Ah! h e rm o sísim a C o r a , hija del c ie lo , si tú t : aparecieses un esta fiesta, b o rra rla s con tus encantos todos los suyos. U n a de aquellas jóvenes esposas, al acercarse al I n ­ c a , ten ia sus ojos anegados en lá g rim a s . El príncipe lo a p e r c ib e , y l e p re g u n ta . ¿Q u e te aflige? E l l a , triste y s ile n c io s a , n o osaba responder. E l In c a se d ig n a tranquilizaría* — ¡ A y ! d ijo e l l a , y o esperaba consolar al a m o n te d e m i h e r m a n o , q u e , p o r ser t o n b e l l a , la reservan p i r a el t e m p l o ; y e l desventurado I r c i l o , á q u ie n la niega m i p a d r e , llo r a s ie m p re al lad o m ío . El ¡ n a , di jom e u n d í a , t ú n o eres t a n b e ll a ; m a s tú eres ig u a lm e n te d u l c e , t u corazón es b u e n o y s e n s ib le , tú am as tie rn a m e n te á M e lo é : y o se q u e ella te a d o r a : y o c re e ré v e r l a v ie n d o á su h e rm a n a m i s m a : concé­ d e m e p o r com pasión el l u g a r de ella* Y o m e negué e n u n p rin cip io . M eloé llorosa m e instó porq u e se lo concediese. ¿ Q u ie n le consolará sin o t ú , m e d ijo e l l a ? ¿ V e s c o m o él se a f l ig e ? — M uy b i e n , y o lo haré si eso es capaz de a liv ia r su d o l o r . — É l lo c r e i a , y lo


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p r o m e tió ; pero a h o ra acaba de confesarm e que nunca p u ed e a m a r sino á e l l a , y que la llo ra rá siem pre. E l Inca hizo lla m a r al padre de Elina y de Meioé. T r í e m e d M e lo é , le d ijo . T ú la reservas para el tem ­ p l o , mas el Sol quiere corazones lib r e s , y el suyo no lo es* E lla a m a á ese jo v e n , y y o q u ie ro que él sea su esposo. C u a n to á E l i n a , yo tendré cuidado d e es-* cogerle u n o q u e fea d ig n o de ella. Obedeció el p a d re . Meloé se ad ela n ta afligida y t r é m u l a ; m a s d e sfle q u e vio á IrcÜ o y oye que es él á quien se concede su m a n o , su hermosura se re a ­ n i m a , un d u lc e enageoa m ien to resplandece en su fre n ­ t e , y levantando e n te rn e c id a sus ojos sobre los de su tie r n o a m a n t e , ¡Y a cesará tu aflicción! le dijo ella. Hé aquí por lo q u e y o suspiraba. Preséntase una nueva p a re ja , y d e repente u n jo­ ven despavorido atraviesa e l t r o p e l , se arro ja e n tre los dos esposos, y , prosternado á los pies del In c a ’: H ijo del S o l , e x c la m ó , im p id e á Osai el faltar á la íé q u e m e h a ju r a d o . Y o soy aquel á q u ie n ella a m a . E lla va ¿ hacer su In felic id a d al m is m o tiem p o que la m ía . E l r e y , so rp re n d id o d e su audacia y conm ovido de su desesperación, le p e rm itió que se explicase ; I n c a , d íjó le , era el tie m p o de la siega, y o hacia l a d e l cam po d e m i p i d r e , cuando se anunció la del suyo.! i A y ! d íjem e y o , m a ñ a n a se recogen las del c a m p o de O s a i; m is rivales c o rre rá n á él en t r o ­ p e l . ¡q u e desgracia para m i sino estoy a l l í ! A presu­ rándonos, redoblam os el a rd o r para aeabnr d e recoger las mazorcas del rnaísal de m i p a d re . C onseguilo en efecto; p e ro , exausto por la Artiga, yo fui á reposar­ m e u n ra to ; el sueño me e n g a ñ ó , y cuando m e des­ p e r té , ya tu padre ilum inaba el m undo. Desconsolado , l i e g o , y m e encuentro á Osai en los campos con el


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jóven M a y ó t e , que desde el alba habla estado tra b a ­ ja n d o con ella. A nda , m e dijo e l l a , v ete, N e lti, tu n a m e am as, ni ta m p o c o quieres á mi p a d r e , el a m o r y la am istad d e b e ría n h a b e r sido mas diligentes^ Ella no quiso o i r m e , y despues n o ha cesado de h u ir de m í . Pero ella me a m a aun ; sí , está seguro que m e a m a , pues ella, q u e jam as en gaña m e ha d ic h o m u ­ chas veces: N e t t i , y o no a m a r é sino á tí^ - O s a i , p re g u n tó el p r ín c ip e , ¿ e s verdad es­ t o ? — S i , es positivo; n u n c a hubiera y o a m a ­ do sino á é l ; pero el i n g r a t o , descuidóse en ve­ n ir á segar el e am p o de m i p- d r e , que le q u e ría corno su hijo* A estas palabras ella se enterneció. T ú le am es y tú le p e r d o n a s , iv-pitió el In ca ; recibe su m a n o . Y t ú , d ijo á M ayobé, cédela á su a m a n te , y p ara c o n s o la ite m ira á esotra, ¿ n o es bastante lin d a ? ¡ A h ! e s h e rm o s ís im a , d ijo el j o v e n , y tan to que Osai m is m a n o obscurece á tnis ojos su h e r m o s u r a .— Pues b ie n , si tú la a e r a ­ das yo te la d o v , dijo el príncipe. ¿ L o c o n sien ­ tes , E lina? S í , d ijo e l l a , con tal que n o se afli­ j a ; pues que el gozo del m a rid o es lo que hace ta m b ié n la gloria ¿ e la m u g er. Mi m a d re m e lo decía a s í, y m i corazón m e lo repite. T ales eran e n tre este b u e n pueblo los sinsabo­ res del a m o r á cada instante. E n m edio d e los cantares y de las danzas que precedían ni sacrificio, apareció en el aire u n p r o ­ digio Vióse una águila acom etida y despedazada p o r m ilan o s, que alternativam ente se abalanzaban á ella con aceleradísim o vuelo. El á g u ila , d e s ­ pues de habet, forcejado i n ú t i l m e n t e , cae toda e n ­ sangrentada al pié d e l tr o n o del I n c a , y en medio d e su familia. E l r e y , así com o el p u e b lo , pas­ móse y atem orizóse al p r o n t o ; pero con aquella


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LOS IN C A S,

firmeza que nunca le a b a n d o n a b a : pontífice, d i jo , inm ola sobre el a lta r d e l Sol m i padre ese p á ­ jaro!, im ágen patente del enem igo que nos a m e ­ naza. El pontífice invitó al principe á ¡r con él al santuario. Y o te sigo, le d ijo Huáscar; pero t advierto que ocultes el m iedo que está pintado en tu ro stro ; porque p araque e l vulgo tie m b le n o es preciso avisarle* Antes de e n tra r e n el te m p lo , le d ijo el p o n ­ tífice: M ira esos tres círculos señalados sobre la frente pálida d e la esposa d e l Sol. L a l u n a se levantaba entonces sobre el o riz o n te , y él d is ­ tinguió evidentemente tres círculos e n su ó r b i t a , el uno d e color sa n g u ín e o , otro n e g r o , y el t e r ­ cero tu rb io y sem ejante á una fogarada de h u m o . P r í n c i p e , le d ijo el sacerdote, n o ocultem os la verdad de estos presagios* Ese circulo d e san­ g re es l a g u e rra ; el negro an u n cia los reveses; y esa fogarada de h u m o , mas espantosa to d a v ía , es el presagio de la ru in a . P o r ventura el S o l , d íjo le el m o n a r c a , ¿te h a revelado ese porvenir h o r r i b l e ? — Y o lo e n tre ­ veo, respondió el pontífice; m a s el Sol n o m e ba hablado. Pues siendo a s í , replicó el I n c a , déjam e el ú ltim o de los bienes que quedan al h o m b r e , la esperanza, que le alien ta y sostiene en sus des* gracias. T o d o lo que puede no ser sino un fue­ g o , ó u n accidente d e la n a tu ra le z a , n o debe ja­ m as tom arse p o r u n signo p r o d ig io s o , á menos q u e n o sea o p o rtu n o p ara in tim id a r al vulgo. N o es este el m o m e n to d e a m e d re n ta rle .


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LOS INCAS.

CAPÍTULO XXXI.

D 8SC B ÏPC IO K DE SACION OE

LOS CONTORNOS

ALONSO

COR

tN

DE

C C Z C O C o f V E R ­

SAStUDOTfl

DEL

# OL ,

A

Q O I t N SA L L Ó LABRANDO LA T t E h A A .

H uáscar, lejos d e m anifestar la tu rb ació n que e*pcríinentaba su a l m a , se m ostró mas firme y resuelto que nunca á los ojos de Alonso- Al siguiente d¡a , llevóle á aquellas florestas magníficas don d e resplan­ d e c ía n , imitad-.s e n o r o , y con bastante buen a r t e , las p la n ta s , las flores y los frutos que nacen en aque­ llos climas- L o que e n tre nosotros hubiera sido im ejemplo in a u d ito de l u j o , n o anunciaba allí sino la abundancia y lo inutilidad del m etal mas precioso. D e aquellas florestas, en que el arte se había ejer­ citado en copiar la n a tu rale za , el Inca hizo pasar á Alonso á aquellas en que esta ostentaba sus propias riquezas. Estos jardines ocupaban un valle h e c h ic e ro , á las orillas det rio A p u r im a , y form aban el com p en ­ dio de las cam piñas del Nuevo M undo- Hileras de á r ­ boles m a je stu o so s, reuniendo sus so m b ras, e n la z a n d o sus ram as fro n d o sa s, form aban por la variedad de sus troncos y follngps una m iscelánea rora y maravillosa* Mas lejo s, bosques compuestos de arbustos coronados


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LOS IfíCAS.

d e flores, a tra ía n y encantaban la vísta. A l l í, odorífe­ ras praderas d e rra m a b a n los p e rf a m e s m a s deiiciososf aquí los árboles de uu v e r g e l , agobiándose bajo el pe­ so de sus frutas , estendian y doblaban sus ramas de­ lan te de la m a n o , cuya elección solicitaban- A llá , plantas de una v irtu d y un sabor precioso, parecían p re s e n ta r, á porfía, socorros á la e n ferm ed ad , y pla­ cer á la salad. A lonso recorría con ojos tristes y compasivos aque­ llos recintos encantado*. Estos hermosos lu g ares, d e c i a , estos asilos sagrados de la paz y de la sabiduría serán violados por nuestros bárbaros europeos, y hajo> su segur impía veré y o caer estos árboles cuya so m b ra ba cubierto la cabeza de los reyes* N o lejos del Cuzco h a y u n lago que reverencia el; pueblo i n d i o , pues dicen que fue sobre sus orillas d o n ­ de M aneo descendió del cielo con Oella su com pañera. E n medio de él está una isla risueña don d e los Incas bun erigido u n tem p lo soberbio al S ol, isla deliciosa c u j a fertilidad es portentosa. Ni las praderas de C h i ­ t a , en que se veían pacer los rebaños del S o l , n i los campos de C o lc am p a ra , cuyas míeses le estaban c o n ­ sagradas, ni el valle d e Y o u c a n i, lla m a d o el ja i d i n del i m p e r i o , nada de esto la igualaba en belleza. A llí > m a d u ra b a n las frutas mas deliciosas; allí , se recoltaha el m a is , del cual las m anos de las vírgenes escogidas bacina el pan de los sacrificios. E l rey quiso tam bién c o n d u c ir á ella á Alonso» El joven castellano n o se cansaba d e a d m ira r en e l l a , á cada p i s o , los prodigios de la c u ltu ra . A l l í , vio á los sacerdotes del Sol la b ra r ellos mis­ m os sus cam pos. Dirígese á uno cuya vejez y rostro ve­ n e ra b le lla m a ro n su atención ; I n c a , Je d ic e , pertene­ cería á tí entregarte a unos tan duros trabajos? ¿ n o te dispensa de ellos tu m i m s t t n o augusto? ¿ n o ves que el d eg rad aiU así es piofanarltr?


LOS INCAS,

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Apoyándose sobre su azadón , le m ira con asombro* ¿Q ue m e preguntas, le d i jo , joven estrangero, y que ves tú que pueda .envilecer e n el arte de hacer fértil lo tierra? ¿N o sabes tú que -sin este arte d iv in o , los h o m b re s, esparcidos por las s e lv a s , se verían aun r e ­ ducidos á disputar la presa d e los anim ales silvestres? R ecuéidate que la o g ric u ltm a fundó la sociedad, y que con sus nobles m * n o s , ella .ha erigido nuestros m u io s y templos. — Esas v en tajas, dijo A lo n so , ho n ran sin d u d a al inventor del a r te ; pero su ejercicio n o es por eso m e ­ nos h u m illa n te , bajo y pen o so : asi es com o se piensa en los clim as en que y o nací. — Siendo a s í, replicó el viejo -sacerdote, en eso» climas debe ser vergonzoso el v iv ir, pues que hay des­ honra en tra b a ja r para alim e n tarse. Este trabajo es penoso., n o h a y d u d a , y p o r lo m ism o todos deben co n trib u ir á e llo ; pero es honroso en cuanto es útil,, y en tre nosotros nada es m as m al visto que eLvicio y la ociosidad# — C on to d o , es estvafío, repitió A lo n so , que una» mat*os que se consagran para los a lta r e s , y que a ca ­ ban de presentar en ellos los perfumes y los sacrifi­ cios, tom en al instante el a z a d ó n , y que la tiçrra labrada por los hijos del Sol— Los hijos hacen lo que hace su p a d re , dijo él sa­ cerdote. ¿N o vos tú que él está todo el dia ocupado en fertilizar nuestras cam piñas? T ú le a d m ira se n sus be«* neficios, y te parece m al que sus hijos le im iten. C o n fu n d id o el joven e sp a ñ o l, insistia todavía, y le d ice : el pueblo no está obligado á cultivar.por tí lo# campos que te alim entan? — .El pueblo está obligado á venir en nuestro ausil i o , dijo el viejo; pero á nosotros toca el ser ecónomo# de su sudor. T o m o II. 4


i *

LÓS INCAS-

— Vosotros d ijo A lonso, teneis con que pagar sus tra b a jo s: y v u e s tr o s u p e iflu o .... — Nunca lo tenem os, dijo el viejo* — ¡ C o m o ! replicó A lonso, tan inm en­ sas riquezas! — T ie n e n su empleo , respondióle el sa­ cerdote. SÍ has visto nuestros sacrificios, ellos consis­ te n en una o fren d a p u r a , de la cual una leve parte se consum a sobre el a l t a r ; la otia se d istrib u y e al pue­ b lo . T a l es el uso que quiere el Sol que se haga de sus bienes; así se le rin d e el cuUo m as digno de el y , so­ b re t o d o , bajo este carácter se reconocen sus hijos. Satisfechas nuestras necesidades , el resto de nuestros bienes n o es n u e stro ; él es el patrim onio del huérfano y del e n fe rm o : el príncipe es su depositario: á él t o ­ c a dispensarlo, pues nadie debe conocer m as bien las necesidades del p u e b lo , que el que le sirve de padre. — M a s, despojándoos así de vuestras riquezas, ¿no conocéis que el pueblo n o os puede respetar ta n to , c o ­ m o $¡ p o r vosotros m ism os las distribuyeseis como únicos d ueños de ellos? A estas palabras el sabio anciano som ióse m o d e s ta ­ m e n t e , y sus m a n o s volvieron á to m a r el azadón. — P e r d o n a , di jóle A lonso; perdona la im p r u d e n ­ cia de m i e d a d ; y o n o busco o tra cosa que el i n s ­ tr u ir m e . — Am igos di jóle entónces el v iejo, yo no sé si el fausto y la magnificencia pueden in sp irar t3 n ta vene­ ra c ió n com o fa sim p lic id a d de una vida inoeente; pero sería una rnzon d e mas para que nos despojáse­ m o s de nuestros b ien e s, p u e s, lis o n je á n d o n o s de ser am adas y reverenciados por solas nuestras riquezas , nos dispensaríamos acaso de decorarnos de nuestros virtudes. Alonso dejó al viejo enternecido de su piedad y pe­ n e trad o de su sab id u ría. -Habiendo luego m anifestado al in c a el deseo d *


LOS INCAS-

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Ter 106 m anantiales d e a q u e l o r o , cuya a bundancia le a so m b ra b a , el m is m o H uáscar le a co m p a ñ ó basta el A b ita n is , la m a s rica m in a que se conocía en aquel tiem po- U n gentio i n m e n s o , esparcido sobre la falda del m o n t e , trab aja b a a llí e n la estraccion riel o ro de las venas d e los peñascos. Apercibióse A lonso que ape­ nas se d ig n a b a n desflorear l a t i e r r a , y q u e a b a n d o n a ­ ban las venas m as preciosas y r i c a s , en cuanto se veía que era m enester sepultarse p ara segui rías en sus r a m i ­ ficaciones. ¡ A h ¡ d i j o , ¡c o n cu an to m a s a rd o r a d e la n ­ t a r á n estos trabajos los castellanos! ¡ Pueblo inocente y debil! ellos t e h a rá n p e n e tra r en las entrañas d e la t i e r r a , despedazar sus f la n c o s , profundizar su* a b is­ m os y socavarte en ellos u n d ila ta d o sep u lcro , y aun eso n o bastará para saciar su avaricia. T u s dueños o p u le n to s , desidiosos y s o b e rb io s , se h a rá n los t r i b u ­ ta rio s de los talentos y d e las artes d e sus laboriosos *v ecino$; ellos d e r r a m a r á n p o r la E uropa los tesoros de la A m é ric a , y será esto c o m o el b e tú n arrojado en el h o rn o ardiente. L a c o d ic ia , ir r ita d a p o r la riq u e ­ za y el lu jo , se a s o m b r a r á al ver sus necesidades rena­ cientes atraerse de nuevo la in d ig e n c ia ; el o r o , acu ­ m u lá n d o s e , se envilecerá pronto él m is m o ; el precio del t r a b a j o , á p a r q u e c re z ca , seguirá los progresos cte las riquezas. Y t ú , pueblo d e s v e n tu ra d o , y tu poste­ rid ad ta m b ié n , pereceréis en esas m inas agotadas p e r vuestros tra b a jo s , sin h a b e r p o r ello enriquecido á la .Europa.


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LOS INCAS.

CAPITULO XXXII.

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ITSTAANSE DE R E P E N T E LAS ESPE RANZAS D E P A Z ------L •CAJEARA SE D E C L A R A

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E N T R E LOS O >$ INCAS.

Regresado A lonso á la c iu d a d d e l Sol? recibió la respuesta de A taiiba, c o n ceb id a en estas p a la b ra s ;« Si * el. Rey del C u íc o h a o lvidado la voluntad d* su pa« d re, el de Q uito l a tie n e presente» É l desea ser el « amigo y el aliado de su h e r m a n o ; pero n o c o n s e n tí « rá n u n ca en ser in c lu id o en e l n ú m ero d e sus vasa* « líos. C o m o e l jAven e m b a ja d o r preveia que la guerra no p o d ía ta r d a r en d e c la ra rs e , quiso p rep a ra r á Huáscar a l a respuesta del In c a su h e rm a n >;y habiéndole a tr a í­ d o al templo en que estaban los sepulcros de los reyes l e d i j o ; explícame Inca-, ¿ p o r que privilegio es tu pa­ d r e el único e n tre'to d o s esos reyes, hijos del Sol? — £ 1 , respondió el I n c a , tie n e solo esta gloria , porque es su hijo predilecto* — ¡So hijo predilecto ! ¿N o son l a lisonja y la m entira las que le han decorado de ese t i t u l o ? — Su pueblo t o d o , re sp o n d ió , se lo ha d a d o , y todo u n pueblo no es adulador*— C r é e m e , dijo Alonso * y ‘ha* que cese esa injusta d is tin c ió n ; tu sa­ ches que él no es digno de ella. — Estrangero > dijo ^


I O S IN CA S-

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I n c a , respeta m i presencia y sis m e m o ria -— ¿C om o quieres t u , replicó Alonso, que yo respete á un rey á quien su hijo v a m a ñ a n a á declarar insensato, perjuro y sacrilego? N o Ha coronado el m ism o á su herm ano? ¿ no ha violado las leyes ? Aquel cuyos ú ltim o s suspi­ ros han encendido el fuego de la guerra civil en tre los hijos del Sol , ¿ h a m e re c id o ocupar u n lu g a r en su tem plo? O tú «*es in ju sto , ó lo fue él ; y la guerra os t u delito ó el suyo. Elige, pues el re y de Q uito está resuelto á atenerse á la voluntad de su padre* U n caballo fogoso y soberbio no se asom braría mas d e l freno que un ginete diestro y anim oso quisiese ponerle p o r la p rim era vez , que lo que se a s o m b ró el altanero I n c a , al ver el interés poderoso q u e oponía Alonso á su cólera rabiosa. — ¿C o n que tú has rec ib i­ d o la respuesta d e ese rebelde? — Sí, dijole A lonso, y gracias al Chelo, él es digno p o r su constancia de ser •tu amigo y el uiio. Yo le desaprobaba que, siendo rey Legitimo, se hiciese tu tributario. H u á sc ar, su m a m e n te a i r a d o , se fu e á su p ilacio • Los prim eros m ovim ientos de su corazón fueron los del resentimiento y la venganza, y cediendo á ello s, fué preciso deshonrar á su p a i r e y u l t r a j a r su m em oria : cosa q u e ’en las costumbres de los In c a s era el colm o de la im piedad. La naturaleza resistia á este h o rrib le pensam iento , v el alm a de Huasca-r, dejándose lle v a r alternativam ente d e s ú s sentim ientos opuestos, n o sa­ b ia - en el estado de tmbac-ton en que s e h a lla b a , ¿ cual de los dos dehia a b a n d o n a r. E n el m o m en to de esta lucha se le presenta su es­ posa favorita, la hermosa y modesta Idali , la c u a l, al verle t a n violentam ente a g itad o , no se acercó á él sino tem b la n d o , i-levaba de la m a n o a1 joven X aivn, su h ijo , el heredero presuntivo del im p e r io , y sus ojos dstYados tiernam ente e a este se anegaban en lágrimas*


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LOS INCAS*

N o tá n d o lo et r e y , m íra la tris te m e n te , tiéndela l a m a n o , y pregúntale oaat era el m otivo d e su aflicción»— ¡A y ! di jóle e lla , y o estoy tem blando* Me h a lla b a coa m i hijo y colm aba de caricias á la im agen d e u n es* poso a d o r a d o , cuando Ue aq u í que G e l l a , t u augusta m a d r e , se llega á m í , pálida y desconsolada, demos­ t r a n d o en sus ojos la tu rb ació n v el e s p a n to : Q u e rid a y desventurada I d a l i , m e d ic e , tú t e complaces eti m i ­ r a r á ese n iñ o , t u única esperanza; tú t e aplaudes de *u destino; p e ro , ¡ a y ? ¡ cuan incierto es é l , y que m a l seguro está el derecho que le llam a al im p erio ! TJna paz odiosa pone la v o lu n ta d d e los incasen el lu g ar de nuestras le y e s-sa n to s, y u n a vez dado e l e je m p lo , to d o se lo creerán perm itido* E l c a p u c h o de un h o m b r e , la astucia d e a n a im ager, el en can to de la n o v e d a d , la «educción d e un m o m en to basta p a ra d e s tr u ir todas nuestras esperanzas. El cetro d e los In c a s p is a r á á las m anos de la que haya sorprendido u n p o s tr e r m o v i­ m ie n to de a m o r ó debilidad* E l hijo de la estrangera, 'coronado-en Q u ito , y reconocido p o r rey le g ítim o , nada p u e d e ser ya m a s sagrado* ¡A h q u erid o n m o ! dijo estrechándole e n tre sus brazos, ¡o ja lá q n e t u pa­ d r e , después de h a b e r a u to riz a d o el perjurio d e tu a b u e lo , no se prevalga d e él el m ism o ! D e esta m a ­ nera me baldó tu m a d r e , y ella solicita el verte. Al instante se apareció O e lla , y á lns recon v en cio ­ nes del I n c a , que-se o fen d ía d e sus a l a r m a s , ella no respondió sino c o lm á n d o le d e'rep reh en sio n es am ar­ gas. Rival d e Z u l m a y r i v a l a b a n d o n a d a , ella g u a rd a b a al h ijo et o d io que había t e n i d o á s u m a d r e ; el n o m ­ bre de Atnlvba 1c era odioso* E l a m o r irritad o en va* n o se debilita con la e d a d , pues que a ú n e n el momea* t o m ism o que e sp ira , deja su veneno en la l l a g a j cesase d e a m a r al infiel, mas n o al objeto d e la infide-


LOS I jSCAS.

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lidad. C o n u n odio tal p o r la sangre d e Z u lm a , la m a s al­ tiva d e las P alas ¡ i ) se esforzó p ara a n i m a r á su h ijo á la venganza. Y bien, le d ijo e l l a , ¿ a c a b a s de c e d e r al o rg u llo del rebelde-. del u s u r p a d o r d e tu s d erechos 9 ¿ Has a n u n ­ ciado al m u n d o que las leyes d e l S o l d e b en todas ser som etidas á l a v o lu n ta d d e u n h o m b r e ? ¿ q u e la era» briaguez, el d e s c a r r i o , el c a p ric h o d e u n rey hace la suerte de un e s ta d o ? ¿ q u e u n p a d re in ju s to puede e$c lu ir á su hijo d e la h e re n c ia á que la naturaleza le lla­ m a , y disponer de ella á su a n to jo ? — Y o estoy naoy lejos d e a p l a u d i r , dijo el I n c a , á esas m á x im a s pelig ro sas, y si y o disim ulo la ini­ quidad de un padre, creed que m e veo forzado á ello. — Entonces la m a n ife s tó las razo n es que se oponían á su resentim iento. — Esas razones especiosas, le replicó su m a d r e , o c u lta n en sí dos cosa» los cuales y o p e n e t r o , y tu no •osas confesarme. La una , es la esperanza de que á tu tu no te sea lícito el p o n e r la pasión en el lu g ar de las leyes, que y a , altaneras riv a le s, com parten en­ tr e sus hijos los restos d e tu h e ren cia y del im perio del Sol. La o t r a , es la indolencia y la m o l i c i e , el t r a ­ bajo que te cuesta t o m a r las a r m a s , y el tem o r d e ser vencido; eso es, p o r lo m e n o s , lo que pensará el pueblo e n te ro , testigo de esta p z i n f a m e , v no le a lu ­ c in a r á n vanas razones. E l rein ad o d e todos tus a b u e ­ los ha sido señalado p o r la g l o r i a ; pero el tu y o lo será por una eterna ig n o m in ia . Este im perio que ellos fu n d a ro n , que e x ten d iero n y afianzaron por su valor y constancia, tú h a b rá s apresurado pot t u flaq u eza,

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4$

LOS INCAS»

su decadencia y su ruina ; la sa n a re habrá -perdido sus derechas , y el p rim e r ejemplo de este cobarde aban­ d o n o , ¡s e r á mi hijo q u ie n le h a b rá d a d o ! ¿E s eso b o n r a r la m em o ria -de u n padre? y para ellos, para t u s a b u e lo s, y para -esc D ios m is m o de quien sois des­ c e n d ie n te , ¿ n o es el m a s culpable xle los ultrages, el d e envilecer su sangi*e? Si tu padre tu v o virtudes, im í­ t a l a s ; si tu v o u n m o m e n to de d e b ilid a d , confiesa que él fue h o m b r e , frágil y seducido .uno vez por lo sa la g€s d e u n a m u g e r ; y despues d e hecha esto confe­ s i ó n , haz ceder á las leves, que son siem pre sa­ bias y justas., la pasión, que es c ie g a , v el capri­ cho pasuge-ro, que él «sentimiento desoprueba y con­ dena . Quiso insistif el In ca sobre los m ales que acarrea l a guerra civil. No» n o , dijole e ll a ; ve y s u s c r á esa paz deshonrosa que te im pone el u su rp a d o r; y si esto no bastase á a p la c a rle , pon -tu cetro á sus pies. O desventurado n i ñ o , exclamó abrazando ai joven p r ín c ip e , ¡ que lástima m e causas! ¡q u ie n me hubiera dicho que u u día tú tendrías que avergon­ zarte de tu ¡padre! esto d i jo , y se fue. Afectado m ortalm eirte, el I n c a , con tales reprehen­ siones, salióse t a m b ié n , y -mandó decir al instante al em bajador de-Quito q u e la guerra estaba -declarada , y que se diese prisa á p a rtir. Pidióle A loi.so que le perm i­ tiese verle otra vez; mas fueron en vano sus instancias; y aquella m ism a noche fue conducido hasta inusaJlá-ds!

Abaraji.


LOS INCAS.

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C A P ÍT U L O X X X III.

A-TALlfiA,

ftBT

D E Q U IT O , .JU N T A

D 8 SUS ESTADOS. — ^ E S .— S a le AL

ASEGURASE

SU

EJERCITO* —

SALE

D E L F C 8 R T E D E CANA*

EH CUEN TEO D E L ENEM IG O .

Consternóse Á ta liba al saber el m al é x i t o de la me* diacion <le A lonso; encerróse solo con é l , y despues de haberle oido: O r e y s o b e r b i o , e x c l a m ó , ¡ c o n que nada puede a p la c a r te ! ¡ con q u e quieres mi ig nom inia ó m¡ p é r d i d a 1P e r o el cielo es mas justo que t ú , y él cas­ tigará tu orgullo. A estas p a la b ra s , precipitándose en los brazos del joven e s p a ñ o l ; O amigo m i ó , le dijo en voz olt i , • cuanta sangre vas á v e r d e i r n m a r 1 Nuestros pue­ blos se degollarán u n o á o t r o . . . . É l lo ha querido así, y será satisfecho; m as la pena seguirá su delito mismo» D.spon d e m i , le dijo Alonso. C o n el m ism o a r d o r que yo im plora ba l a p a z , déjam e rechazar la g u e rra; y sea cu d fuese la s u e rte d e las a r m a s , perm ite á t u am igo el vencer ó m o r i r á t u lado. N o , dijo el p ríncipe abv.izándole, y o n o quiero exponerte á las a tro c id a d e s de u n a guerra ímpia. G u á r d a m e t u v a lo r p a r a p Ü g r o s dignos de t í. T u , sensible y virtuoso j o v e n , n o estás hecho pava m a n T

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IU

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LOS INCAS.

d a r á parricidas. Solo t ú y algunos amigos verdade­ ros á quienes he confiado m is p e n a s , leeis m i pesar e n el fondo de m í corazón. E l resto del m u n d o , al v e r que la discordia a rm a a los dos h e r m a n o s , c o n ­ f u n d i r á al inocente con el c u lp a b le . D é jam e la v e r­ güenza á m i s o lo , y cuida de tus dias p a r a ser p a r­ tícipe d e m i gloria. O ro z im b o y sus m e jic a n o s , Capana y sus snlvnges q u e ría n igualm ente arm arse en su defensa, pero él lo r e h u s ó , y no les p e r m i t i ó , c om o al joven e s p añ o l, sino el aco m p a ñ arle hasta los campos de A l a u s i , en los confines de am bos reinos. E n t r e t a n t o , sobre una d e las cimas del m o n te Ilín is a , el Inca d e Q u ito hizo enarbolar el estandarte de l a g u e rr a , a c u y a señal todos sus pueblos se pusieron e n m ovim iento. Reúnense en las fértiles lla n u ra s de Riobamba, y los primeros que se presentan son los pueblos de aquellas cam p iñ a s que encierran, del norte al mediod ia, dos lar­ gas cordilleras de montañas, valles deliciosos, y mas vecinos del cielo que la cim a de los P i r i n e o s ( i ). De Ja falda delS angni, cuya cima ardorosa humea sin ce­ sar in a s a rrib a de las nubes, del b r a m a d o r Cotopaxi ¿2),1

(1) E l suelo d e l v a lle de Q u ito se eleva so b re i a cim a d el C anigon y d e l P ico d e l m ed iodía, <jue son la s d o s m o n ta ñ a s m as a lta s de lo s P ir ineos • (A L de la C ondam ine. ) ( 2 ' S u s erupciones k a n sido te rrib le s en i 7 3 3 , 2 ^ 4 3 , i 7 4 4 * i 75o , i 7 5 3 . E n 17 5 3 , la lla m a se elevó á 5oo toesas sobre la cum bre de la m o n ta ñ a • E n i 7 4 3 , el estruendo de la eru p ció n se oyó h a s ta c ie n ­ to veinte le g u a s• E ste volcan h a a r r o ja d o , en lo s v a ­ lle s d ista n te s m a s de tre s le g u a s , p ed a zo s de p ie d r a


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del te r rib le Latacunga ( i ) , del C h i m b o r a z o , cerca del cual el E m u s , el C á u c a s o , el Atlas no serian sino h u ­ m ildes c o l l a d o s ^ } ; del C a y a m b u r , q u e , ennegrecido con los b e tu n e s , disputa $u elevación ol C l u m b o r a z o m i s m o , todos los pueblos corren presurosos á las armas en defensa de su rey. D¿? las regiones del norte adelántanse los de Ibara y d e C a r a n g u é , p u tblos falaces y feroces, antes que hubiesen sido d o m a d o s , pero despues dichosos y fíe­ les. Ellos h a b ía n , en o tro t ie m p o , degol lado sobre el altar de sus d ioses, y devorado en sus festines, á los Incas que les habían dejado pava amansarlos é in s ­ tru irlo s. T ul delito fué sceuido de un castigo O O horrib l e , v el lago en que fueron precipitados los cuerpos mutilados de los oleves' 3) se ha lla m a d o e l lago d e sangre (4)Júnta se á estos pueblos el de O tova llo, pais fértil (5 ) y atravesado de mil a n e j o s q u e , bajo u n cielo a r d i e n t e , d e r r a m a n una frescura saludable. De las riberas de poniente, desde Acatames has­ t a los campos d e S u lla n a , todos los pueblos de a q u e ­ llos valles que riegan la Esm eralda, la Soya, el D o l é , y los brazos del rio cuya velocidad arrolla las olas

d e doce d c/uince toesas c u b ic a s. ( Ih id . ) ( i ; E n i 7 3 8 , u n te rre m o to de esta m o n ta ñ a d e st r u j ó l o s lu g a re s de L a ta c u a c a y de H a m b a io » y los h a b ita n te s j u e r o n c a si todos e n te rra d o s vivos* {2, L a a ltu r a d e l C him borazo es de 32 20 loesas sobre e l n iv e l de la m a r . (3) H a sta 2ooo, ¿vgim G a rc ila so , y de 20000 seg ú n P ed ro de C ie za . (4 Y a u r ic a c h a • ^5} L a tie r r a p ro d u c e i 5o p o r 1«


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del golfo d e T u m b e s , vienen con el broquel al hom bro y la lanza en m a n o , al parage en que e! Inca les l l a ­ m a , y en cu an to les ve reunido* ' i ) les habla en estos térm inos. — Pueblos que ha sometido m i p a d r e , tanto por sus beneficios c om o por sus a r m a s , os acordáis de ha* Berle visto, c o n su blanca cabellera y su aire venera. I>le, sentarse en m edio d e vosotros, y deciros: sed felices; este es el p r e m io d e m i victoria. Ese buen r e y y a m u r i ó ; dejó dos hijos y a l m o r i r les d i jo : rei­ n a d en p a z , el uno al medí odi a , y el o t r o el n o r te de !»í imperio* Entonces m i h e r m a n o , contento con este re p a rto , dijo á este padre en su agonía: T u voluntad será para nosotros una ley sagrada. Pues ved a h o ra que el m ism o se desm iente, y pretende despojarm e de la herencia de m i padre. P u e b l o s , y o os t o m o p or inis jueces. Si yo n o tengo r a z ó n , a b a n d o n a d m e ; m a s si la t e n g o , defendedme. — T u tienes r a z ó n , gritáronle u n á n im e m e n te , y nosotros to m a m o s t u defensa-----Ved aquí á m i h i j o , repitió ei I n c a , el que debe s u c e d e r m e y aventajarme en s a b id u r ía , pues que á mas de tener como y o , el ejemplo d e los reyes sus abuelos, tendrá ta m b ié n el mió* ” Viva , respon* d ; n los pueblos, y cuando t ú ya n o existas, basta solo que él nos recuerde su padre. — Venid pues, piosiguió el I n c a , venid á defender m is derechos y los suyos. M i h e r m a n o , m as poderoso que y o , m e m e n o s p r e c ia , y está haciéndolos prepara* tivos d e una guerra cuya señal cree, sin d u d a , que va á hacerme t e m b l a r ; y o quiero sorprenderle antes queéf haya podido ¡uutar sus fuerzas. M a ñ an a mar* olíamos al Cuzco.

(j)

Com ponían u n e jé rcito de 3o ,000 hom bres»


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Desde el am a ne ce r del siguiente d i n , se adelanta por los campos de Alnusi tiácía los m uros de Cañaras ciudad célebre por su magnificencia y p or sus tesoros ocultos. Los Incas ♦ al d e c o ra rla d e m u r a l l a s , de a l ­ cázares y d e templos, ha b ía n hecho de ella una for­ taleza para d o m i n a r sobre los Chancas. Esta nación num erosa , a g u e rrid a y poderosa, abra­ za m u l t i t u d de pueblos. Los unos, c o m o los de C u r a m p a , Quinvnla y T a c m a r , orgullosos d e creerse descendientes del león q u e a d o ra b a n sus p a d r e s , se presentan todavía vestidos d e los despojos de su dios, c eñidas sus sienes con su c r i n e r a , y lle v a n d o en sus ojos su o r g u llo a m e n a z a d o r. Otros, c o m o los de Sulla, V d c n , H a n c o , U r i m a r e a , se ja c ta n de haber n a ­ c id o , los unos de una m o n t a ñ a , los otros de una caverna , de u n lago ó de u n rio, á quienes sus padres in m o la b a n sus hijos p r im o g é n i t o s . Este c u lto horri­ ble se ha abolido ; pero a u n no h a podido desenga­ ñárseles de su fabuloso o r i g e n , c u y o e r r o r sostiene su valor g u e rrero . Al acercarse Atoliba , estos pueblos, sorprehendi* dos é indefensos, le hicieron p r e g u n ta r ¿ por que p e ­ netraba en su pais con las a rm as e n la m a n o ? V o y , d i j o , á suplicar al rey d e l Cuzco, m i h e r m a n o , que m e conceda su alianza, y á j u r a r l e , s o b r e el soput* ero de nuestro padre , u n a inviolable a m is ta d , sí es que él consiente e n ello* N a l a se asemejaba menos á un re y suplicante que aquel príncipe á la frente d e un poderoso e jé r c i to ; pe­ ro fingióse que se le c r e í a , y c n g n fn d o por bis apa­ riencias, iba á adelantar cam ino , c u a n d o he aquí que vió e n t r a r e n su tienda á uno de los caciques del p a í s , q u i e n , resentido del o rg u llo dei Inca del C uzco, saluda á Atnliba y le habla de esta suerte: Tii crees poder pasar con seguridad p or entre un pueblo


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nscAs.

á quien prohibes que se haga injuria ó violencia ; pues sábete que en u n consejo, al cual y o acabo de a s i s t i r , se h a conspirado contra t í. Yo te a m o , p or­ q u e se me asegura que tú eres bueno y afable, y yo o d i o á tu r i v a l , porque es duro y soberbio. E l m e ha h u m illa d o . Yo soy hijo del l e ó n , y n o quiero que se m e humille. Atüliba dio las gracias al c a c i q u e , y consultó á sus tenientes P a lm o re y C o r a m b é , ambos criados en los com bates bajo las banderas d e l re y su p a d r e , y reve­ renciados por las tropas que ellos mismos habían aguerrido en la conquista de Quito* Príncipe , tiíjóle uno de ellos, veis esas l l a n u r a s , en d onde se levantan m ontones de huesos h u m a n o s sepultados b a jó la verba; esos pues son las reliquias honrosas de veinte mil Chancas m u e rto s en una batalla ( i ) defendiendo su libertad. Sus hijos n o son hom bres sin valor si les vencemos, y a creo que podremos imponerles respeto, mas i a su e t'­ se de los combates e s e n g a ñ o s a , y aquel que n o prevee t u inconstancia es u n insensato* Yo m e lisongco de que hetnüb de salir victoriosos; pero n o se m e oculta que podemos ser vencidos , y en tal caso , yo veo á esos p u e b lo s , alentados p or nuestra d e r r o t a , precipi­ tarse sobre un ejército disperso y fugitivo > y acabar de destruirlo. ]No dejes, p u e s, de seguir los consejos de ese cacique ; l a fortaleza de Cañares es un punto de apoyo, de defensa v de reunión en caso necesario. E s ­ t e puesto, del cual pende la gloría del e jé rc ito , debe

( i ) E n tiem po del In c a R o c a , q u e d a r o n m u e rto s 3 o,ooo ho u b r e e n t r e lo s c u a le s ooo e r a n de la s a n ­ g r e r e a l. L a lla n u r a de S a s c a h u a m a , donde se dio esta b a ta lla , f u e despues lla m a d a Y abuarí pampa esto e s f c a m p iñ a de sangre* V éase e l ca p . 3o.


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ser confiado á m a n o s cuya fidelidad sea bien conocida, y si me atrevo á d e c í r t e lo , I n c a , t ú solo eres quien debe g u a r d a r l o . — E l Inca n o vé en ta n p ru d e n te consejo sino la inten* cion d e defenderle; p e r o , n o ¡ o b s t a n t e : — Si temes algo por m í presencia , dijo á C o ra m b é * m al m e co­ n o c es ; t u ed ad , tus h a za ñ a s, la estim ación de m i p a ­ d r e , te han a d q u i r i d o m i confianza y no h e sabido nu n c a concederla á medias. T ú m a n d a r á s , v y o seré tu p r i m e r soldado; así se a p r e n d e rá d e mí á obedecerte con zelo ; y si la victoria es nuestra , n o tengas miedo de que t u rey te quite el m é r i t o de ella. C u a n t o ai cuidado de mis d i a s , no es este el m o m e n to de o c u ­ parnos de él. Ahora va á pelearse por defender mis derechos, y seria vergonzoso q u e , sin m i , se pelease p or mí* N o hay pues que h a b l a r m e m as sobre que permanezca lejos d e l c o m b a te , pues que y o debo b a ila rm e en él. No, príncipe, di jóle C o ra m h é , y o te serviria m a l si t e creyese c o b a r d e ; m as t ú eres zeloso y envidioso d e t u g l o r i a ; t ú sentirás h a b e r hecho esta injuria al zelo de u n a m i g o , á q u i e n conoció m e j o r que nadie tu padre. — ¡ A h ! generoso a n c i a n o , p e r d o n a , d i jóle el I n ­ ca abrazándole. Yo he sido u n m o m e n t o injusto. Mas ¿p )vque d e ja rm e ocioso á la s o m b ra de esos muros? — Yo permaneceré en e l l o s , le dijo C o r a m b é . D é ­ jame tres t n ü h o m b re s con estos valientes caciques y este estrangero q u e , como ellos, n o p d e sino que le s permitas servirte. — E l Inca no vaciló en e l l o ; Alonso, C a p a n a , el valiente O rozim ho, los mejicanos, todos lo aplaudieron con alegría, resueltos á d e r r a ­ m a r su sangre en defensa d e l In c a . Habiendo pues dejado cou ellos tres m i l h o m b re s escogidos en


56 LOS INCAS. los muros de Cañares , hizo adelantar cito hacia los campos de Tutnibomba.


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C A P ÍT U L O X X X I V .

H u á sc a r , b e ? d bl c u zc o , mancha pueblos.

Bata

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B L E J E R C I T O DE Q U IT O . —

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A t á U B A ES HECHO P R IS IO ­

N E R O , Y ESCÁPASE DB L A P R ISIO N •

E n t r e t a n t o , el re y del C u z c o , se apresuraba á ju n ­ t a r sus tropas; y todos los pueblos circunvecinos a b a n ­ d o n a b an sus c a m p o s , volaban á las a r m a s , y se colo­ caban bajo sus estandartes. D e las riberas de aquel lago f i ) celebre en que M a n ­ co descendió, los pueblos de A s i l o , A vanean i , U r n a , U r c o , C a y a v i r , M u l l a m a , A t a n , Caneóla y H i l l a v i , com prendidos bajo e l n o m b r e de C o l l a s , d e ja n sus risueñas d e h e s a s , en d o n d e adoraban en o tro tiempo á u n carnero b l a n c o , como el dios de sus rebaños y la fuente d e sus riquezas. Ellos se dicen nacidos de aquel lago que circunda sus cabañas , y es el Leteo á d o n d e v a n l a s almas despues de esta v i d a , para volver u n día á ver la luz p a sondoá nuevos cuerpis. P o r su Lado, se avanza la altiva y valerosa nación de los Charcas. L a razón es la que la h a som etido,

(i)

L a la g u n a d e l Cb//ao.


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y no la fuerza de las arm as. C u a n d o los Incas la anun* c ia ro n que v e n ía n á d ic ta rla leyes, sus jóvenes guer­ r e r o s , llenos de a r d o r 9 pidieron todos pelear y m o ­ r i r , si era necesario, en defensa de su libertad. Los vie­ jos les elogiaron la sabiduría de los Incas y su bondad generosa ; cayéronseles entonces las a r m a s de las m a­ n o s , y fueron todos en tropel á prosternarse á las plan­ tas del hijo del Sol que quería r e i n a r sobre ellos. Mas s a b io , a u n , había sido el valeroso pueblo de C h n y a n ta ; su reducción voluntario bajo el poder de los I n c a s es el modelo de los buenos consejos. El príncipe que iba á som eterle le m a n d ó decir que le traia leyes, c o s tu m b r e s , p o l í t i c a , c ulto y u n m o d o de vivir m a s racional y feliz-Si así e s, respondieron los C havantas á los diputados, tu rey n o necesita ningún ejercito para reducirnos. Que le deje , pues , en la frontera ; que ven­ ga y nos persuada , y nosotros nos som eterem os á é l, pues que el mas sabio es el que siempre debe m a n d a r ; pero que prometa t a m b ié n dejarnos en paz, s í, despues d e haberle escuchado, n o tenem os el m ism o m o d o de ver que é l , en cuanto á las ventajas que nos anuncia con l a m udanza d e culto y de costumbres. A ta n jus­ tas c o n d ic io n e s , vino el I n c a casi sin escolta, h a b l ó , escuchósele, y en c u a n t a c o m p r e n d ió el pueblo que le seria útil el colocarse bajo las leyes de los I n c a s , se sometió y le dió gracias. Tales eran aquellos salvajes, q u e los europeos creyeron n o poder c o n q u i s t a r sino p o r la esclavitud y la sangre. E n mas corto número se a d ela n ta n ios pueblos que hacia el oriente cultivan la falda de las montañas inaccesibles de los Antis. Sus abuelos a d o ra b a n unas enormes culebras ( i ) de que a b u n d a aqael país agreste.

( i ) E n t r e e lla s h a y a lg u n a s de 25 á 3o p ie s de largo.


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Adoraban así m is m o al tig r e , á causa d e su crueldad. Ellos h a n abjurado su antiguo c u lt o , pero se bocen aun gloria d e conservar sus restos, y su corazón no ha olvidado todavía la ferocidad d e el. E n t r e los A n tis do quienes son d e sce n d ie n tes, la m a d r e , antes de p re ­ sentar el pecho á su h i j o , le empapa en sangre h u ­ mana , á fin de que h a b ie n d o m a m a d o la sangre al mismo tiempo que la le c h e , ten g a n sus hijos una a n ­ sia eterna de beber aquella. A la parte d e l norte se replegan hacia las rib e ra s del A p u r i m a c , los pueblos de T u m i b a m b a , de Casam a r c a , de Z a m o r a , y aquella nación (lera cuyos m u ­ ros han conservado el n o m b r e de C ontorno (i)-, el Dios de sus padres. U n m o r r ió n de plumas de este pájaro te r rib le (2) distingue á los hijos de sus a d o r a ­ dores, y fluctúa sobre sus orgullosas cabezas. Despues viene lo m as selecto de los pueblos de S u ­ ra , país f é r t i l , v en d onde nace el o r o ; de R u c a n a . en d onde la belleza parece ser u n o de los dones del cli­ m a ; y de los campos de P u m a h c t a (3 ) , en o tro t i e m ­ po receptáculo de los leones que adoraba el h o m b re . D e las pampas ó lla n u ra s del p o n ien te, se ju n ta n en tropel los valientes pueblos de I m a r a , de C o lla p o m p a , d e Que va p or quienes se liberto el imperio de

(1) E r a u n p á ja r o lla m a d o C u n t u r - M a r c a . (1' E ste p á ja r o es banco y n e g ro com o la u r r a ­ c a - L a n a tu r a le z a le h a rehusado la s p r e s a s ó u ñ a s de un h íleo n , p e r o le h a Jado u n p ic o ta n d u r o y f u e r t e , (jue de u n solo p ic o ta z o a h u g e rea la p iel de u n to ro S u s a la s tie n en m a s de v e m te p ie s de e ste n 5ion- D o s d - esto s p á /a t'o s b a sta n p a r a m a ta r u n to ro y d e v o r a r le • D ep ó sito d e l le ó n *


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la rebelión de los Chancas i) y que conservan non ía* señales d e su g l o r i a , seniles que son las mismas para ellos que las d e los hijos del Sol F i n a lm e n t e , venían los habitantes de los ricos valles de Y c a , P i s c o , A c a r i , Nasca, R i m i c , sometidos sin t r a b a j o , y los d e H u a tn a n , q u e , a u n q u e m as rebel­ d e s , h ibtan sido reducidos a su tu rn o . C u a n d o se les propaso p r im e ro el recibir el culto y las leyes de los In ca s, r o 'p l u d i e r o n , que adoraban al m a r , divinidad fecunda y l ib e r a l ; que n o impedían á los pueblos de 1.15 montañas que adorasen al s o l , que les hacia b i e n , y cuyo calor tem plaba la aspereza dr- sus helados cli­ m a s ; p ro que cu an to a ellos, c om o él consumía y quemaba sus c a m p o s , jamas lo adorarían c om o su d i o s ; que estaban contentos con su r e y , c om o con su d i v in i d a d , y que □! aprecio d e su s m g f e estaban r e ­ sueltos a defender uno y otro. F u e la guerra larga y t e r r i b le ; m as el e n e m i g o , para r e d u c ir l e s , hizo cortar los canales que regaban sus ávidos surcos : la necesidad hizo la l e y , y ta dulce e quidad del tro n o de los Incas justificó su violencia. Apenas estas naciones se hahian juntado bajo las m u­ rallas del C u z c o , c u a n d o se supo que el r e y d r Quito avanzaba hacia T u m i b a m b a . Hunscar q u e ría ir á es­ perarlo al piso del rio que baña sus c a m p o s ; mas la fortuna le sirvió m e j o r que la prudencia y los conse­ jos mismos. Atalíba había pasado el rio» y sobre la colina opuesta quería establecer su acarnp cuento. E l <lía

(1) B a jo d e l In c a B o c a ■ M eante fas cap» 3o y 3{. (2) E sta s s**ñ (¿es so n /o s cabellos c o r ta d a s , los o re ja s / h o r a d a d a s , l a f r a n j a r e a l sobre la fre n te »


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empezaba á disminuirse# El ejercito de Q u ito babia hecho una larga m a r c h a , y los soldados, exhautos de fatiga, n o pedían sino el descanso. K o o b s ta n te, su zulo les esforzaba, y subían por la colina. D e repente aparece en c o l u m n a , sobre la c i m a , el ejército d e l rey del Cuzco. Desplégase á vista del e n e m ig o , y al instante se d a la señal d e l com bate. La ventaja del lugar y del n ú m e r o , sobre tropas ya vencidas por la pérdida de sus fuerzas, pudo m as que el valor- Los de Q u i t o , veinte veces reunidos y deshechos, n o c o n ­ siguieron salvarse., sino á favor de la n o c h e , que favo­ reció su retirada. F u e preciso v o lv er á p i s a r el r i o , y el rey» que quiso en persona proteger este paso, cayó en manos de los enemigos. Desdeñóse Huáscar de ver­ le: T e n d r á , d i j o , la suerte d e un rebe lde : que se guarde con c uidado en el fuerte de T u m i b a m b a . Este desastre llevó la desolación al ejército del rey c autivo; todo el c a m p o estaba alborotado. El hijo de Ataliba corría p o r él despavorido , y gritaba á sus pueblos, tendiéndoles los brazos: Hijos m i o s , volved­ m e á mi padre. S u dolor» su delirio red o b lab a aun la tristezo que oprimia todos los ánim os. Palmóte» desconsolado, p<ro sereno, vase al e n ­ cuentro de Z o r a i , y , volviéndole á su t i e n d a : — P r í n ­ c ip e , l e dijo» modérate*; n o hay porque desesperarte* T u s pueblos son fieles. T u padre v i y e , y -te será vuel­ to. — T ú me lisongeas, dijo el joven., t e m b la n d o de espanto y de alegría. — Y o n o t e l i s o n g e o , él te será v u e lto , repitióle el viejo* A n d a , y d a á tus pueblos el ejemplo de la firmeza. Viene la n o c h e , y u n p ro fu n d o s i l e n c i o , esparcido p or todo el e jé rc ito , denotaba su c o n s te rn a c ió n . P a l m o re s o l o , e n ce rra d o en su t i e n d a , velando y m e d i ­ ta n d o , se decio á sí m ism o : ¿Que he d e hacer y o a h o ­ r a ? Si p or la fuerza quiero l i b e r t a r á m i r e y , y o c o ­


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nozco á su e n e m ig o , ¿1 le h a r á m o r i r antes de entre­ garlo , y si y o doy á conocer alguna irresolución , fla­ queza ó t e m o r , el desaliento se apoderará del ejército, y todo se pierde entonces. A b is m a d o en tan tristes pensamientos, un soldadoanciano se presenta á el. ¿ M e conoces, dice? Yo he pe­ leado bajo tus banderas en la conquista de Quito. V e d aun m is cicatrices. C u a n d o fue vencido el caci­ que de T a c m a r , preso y encerrado en el fuerte de T u m i b a m b n , y o era u n o d e sus guardas. Vinieron a s a c a r l o , y p or una larga caverna iban á t a l a d r a r su prisión. F u é descubierta la em presa, y T a c m a r , re­ ducida á rendirse, obtuvo que su cacique fuese puesto en lib e rta d . La paz hizo olvidar los males d e la guer­ r a , y aun se olvidó tam bién la m in a principiada bajo del fuerte; solamente su en trad a está cubierta p o r frondosos m a n g l e r o s ; pero y o la c o n o z c o , y s i , lo que yo creo, la prisión del Inca es la misma q u e tuvo el cacique, n o necesito sino diez hombres de un valor experim entado para salvarle esta noche m ism a. Aplaudió P a l m ó t e su zelo ; díjole que escogiese compañeros dignos de él , y con el mas profundo si­ lencio él los vio p a rtir. Pasa la noche en las mas crueles agonías; y a t e m e , y a espera, va medita sobre la i n c e r t i d u m b r e , la apariencia, y el peligro del suceso*»*. V á en ello nada menos que la libertad y la vida de s u rey- ¿Le h a b rá salvado? ¿ l e h a b rá p e r d i d o ? Ya el m o m e n to estará d e c id id o . Este era su continuo pen­ sam iento. Entretanto el re y de Quito gime bajo el peso de sus c ad e n a s, mas a to r m e n ta d o p or el c uidado d e sus p u e ­ blos y de su hijo , que p or el de su propia desgracia. O p ivpentc i en tivdio de estas reflexiones, oye un ruid > subterráneo* E s c u c h a , acércase mas el ruido , y siente la tierra estremecer bajo de él m is m o ; apártase


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y la ve hu n d irse . A l instante, sale c o m o de un sepul­ cro un h o m b r e q u e , sin h a b l a r l e , le hace señal d e callarse, y asiéndole de la m a n o , le conduce al abis­ m o que acababa de abrirse delante d e él. Atallba, sin resistencia, se entrega á su g u ia , »iguele, y al salir d é l a caverna vese rodeado de solda­ dos que le dicen : V e n , p r í n c i p e , lib re e s t á s ; ven , tus pueblos te a g u a r d a n : vuélveles la v i d a y la e s p e r a n ­ za... — ¡ Estoy l i b r e , y p or vosotros! O m is libertado" r e $ , les dice abrazándoles uno á u n o , ¡cuanto os d e ­ b o! ¿ P o d r é y o recompensaros c u a n t o lo mereceis ? Acabad vuestra o b ra . A hora d e bem os asom brar los ánimos p or la apariencia de un p r o d ig i o : ocultadles que sois vosotros quienes m e habéis lib e rta d o . Ellos le pro m e te n el silencio , y al favor de la n o c h e , A taliba pasa el r i o , llega á su c a m p o , y penetra sin r u i ­ do hasta la tienda de P a lm ó te . E l a n c i a n o , que al ver su p rincipe se habia liberta­ do del torm ento de su inquietud , va á arrojarse á sus plantas. Levántale el I n c a , y le a b ra z a enternecido. Soldados, dice P alm ore, yo ruego q u e u n o de vosotros corra á a n u n c i a r al príncipe el regreso d e su p a d r e ) y un instante despues» llega este h i j o ta n querido? enaje n ad o p or la sorpresa y la a l e g r í a . Los tra n s p o r ­ tes mutuos del joven Inca y d e sn p a d re fueron in te r­ rumpidos al despertarse el ejército p o r los gritos d e una m ultitud apresurada por ver de n ue vo á su r e y . Ataliba.se presenta, y la gritería re d o b la . A hí está» vedle a h í , él m ism o es. Está libre. E l nos es vuelto, S’, p u e b l o , dijo A ta liha: E l Sol m i padre ha b u r ­ lado la vigilancia d e mis enemigos. E l me h a hecho escapar de la prisión en que m e t e n í a n encerrado. M i libertad es sola m ente obra suva. * Com o la m ultitud tiene siempre c o s tu m b re de pon­ derar el objeto de su a d m ira c ió n , a ñ a d i ó que Ataliba?


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LOS INCAS,

para escaparse de su p r i s i ó n , se ha transformado en * *rptente ( i ) . T a l r u m o r vuela de boca en bo c a, c ré ­ ese, y se publica c om o una serl·il brilla n te de los fa­ vores de! cielo. P a l m o r e , dijo entonces él r e y , lie aquí el momen­ to de sm prender á mis enemigos y reparar m i desgraci i. N o * p r í n c 'p e , n o , díjole P a l m o r e , n o te volverás á e sp jn e r.» Basta ya de las ansias que nos has hecho p . s a r esta noche- Vete á reu n ir con los que defienden á C a ñ a re s, y envíame á Corarabé. Cedió el rey á sus i n s t a n c i a s , y m a n d ó l la m a r á su hijo. P r í n c i p e , d i j o , yo*te dejo bajo la conducta de mis a m ig o s , y bajo la-salvaguardia de mis pueblos. A* •cuérdate de tu s abuelos. Ellos llevaron á los com ba­ tes una sabia' intrepidez. I m i t a su prudencia , ó m e ­ j o r consulta la de los caudillos que comandan- Una sabia docilidad á los consejos de aquellos á quienes h a n instruido los a ñ o s , es la prudencia digna de tu ed ad . Am igos m í o s , dijo á P a lm o re -y á los guerre­ ros que le rodeaban , y o os lo confio, y os doy ¿obre el los derechos d e un padre. A diós, hijo mió. Vuelve ¿ v e r m e d i g n o de toda mi ternura* A estas palabras, estrechando .en sus brazos al joven, cuya belleza, n o ­ b l e con m odestia, y altiva con dulzura, era la i m a ­ gen de la v i r t u d , dejó escapar algunas l á g r im a s , y echando sobre P a lm o re y sobre los caciques una m i r a ­ d a (fue les manifestaba toda la emoción de su corazón paternal, entrególes su h i j o , y apartó á un lado la vista.

(i}

.Hecho .sacado de la h :sto r ia .


IO S TOCAS.

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C A P ÍT U L O X X X V .

SUBLEVADOS

LOS CANAÍUKOS

CO. SITIAN q u it o

. —

n a u in o s

REY YOR

BN SU E

c lip s e

. —

DEL

REY

Y

D E L R E Y D E C UZ­

F O R T A L E Z A L A S TROPAS D E L d e l

B atalla

D E L CUZCO

AN F A V O R

s o l d e

HECHO

DE QUITO

.—

D errota

sascahana

;

los

e s v en c id o

PRISION E R O ES M U E R TO

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H lJO M A -

LA

ACCION*

Mientras qué Ataliba , para volver á Cañares, atra­ vesaba los campos de Loja^ sublévense los Cannvmos. U n pueblo entero sitiaba la c iu d o d e la , y amenazaba cortar los canales de las fuentes, cuvas aguas les eran estrenan mente urgentes. P a r a forzar este pueblo aguer­ rido 4 levantar el sitio , era preciso salir de los muros y atacarle, á riesgo de ser envuelto y a b r u m a d o p o t su crecido núm ero. Aparece entonces el mas asombroso de los fenóme­ nos d é la naturaleza. El astro adorado en aquellos cli­ m as se obscurece d e re p e n te en medio de un cielo sin n u b la d o s ; al instante una profunda noebe envuelve a la tierra. La som bra n o venia del oriente, sino que cavó d é l o alto de los cielos, y cubrió al horizonte, y u n fíio hú m ed o se apoderó de la adinósfera. T omo II.

6


6 6

LOS IKCAS.

Los a n im a l e s , insta n tá n e am en te privados del calor que les a nim a , y de lo luz que les guia, parecen pre­ guntarse la causa de esta noche i n o p i n a d a : su instin­ t o , que cuenta las h o r a s , les dice que no ha Degado a u n la d e l reposo. E n los bosques* llám ense unos á otros con una voz de espanto» asustados de no verse; e n los valles , se reúnen y se estrechan t e m b la n d o . Los pájaros, que sobre la fe del d i a , han t o m a d o su vuelo e n ios aires, soi prendidos p or las t i n i e b l a s , no saben á d onde ir. La tó rto la , se precipita ante el bui­ t r e q u e se espanta al e n c o n tra r la . T o d o lo que respira se halla atemorizado. Los vegetales mismos se resienten d e esta crisis universal. Diríase que el alma del m u n ­ d o va á disiparse ó á e stinguírse, y en sus ramifica­ ciones infinitas el raudal inm enso de la vida parece ha­ b e r m oderado su curso. ¡ Y el h o m b r e ! ¡ a h ! para él es para quien la refleccion a ñ ad e á los sobresaltos del instinto la t u r b a c i ó n y perplexidad de una previsión impotente# Ciego y curioso, hácese fantasmas de cuanto no c o n ­ c i b e , y se llena de negros presagios, a m a n d o m ejo r el te m e r que el ignorar. Dichosos en este m o m e n to los pueblos á quienes los sabios han revelado los arcanos de l a naturaleza. Ellos h a n visto sin inquie­ tarse al astro del dia, en medio de él, q u i t a r su luz al m u n d o , y serenos a g u a r d a n el instante señalado en que nuestro globo va á salir de la obscuridad. M a s , ¿ c o m o espíicar el t e r r o r , el espanto que es­ te fenómeno ha causado á los adoradores del Sol? E n una plena serenidad, al m om ento en que su Dios en todo su esplendor se eleva á lo mas alto de su es­ f e r a , se desvanece, y la causa de tal portento, como su d u r a c i ó n , aun le ignoran totalmente. La ciudad d e Quito, la ciudad del S o l , C u z c o , los campos de los dos Incas, todo gime , todo está consternado.


LOS INCAS-

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E n Cenares, u n h o rro r repentino había helado to­ dos los ánimos; los sitiados y sitiadores te n ía n su frente en el polvo. Alonso, impasible en m e d io de aquellos indios atemorizados , observaba cou u n a so m ­ b r o lleno de compasión lo que pueden hacer la igno­ r a n c ia y el miedo* E l vela palidecer y t e m b l a r á los guerreros mas intrépidos. Amigos, di joles, escuchadme, pues que urge el tie m p o y es im p o rta n te que vuestro e r r o r sea disipado* Sabed que lo que pasa ahora en el cielo no es un p io d ig io funesto. Nada hay m a s n a tu ­ r a l , vais á c o n c e b irlo , y casareis de tem erlo. Los i n ­ dios c o m e n z a n d o á tranquilizarse al oir tal lenguage, prestan un oido a t e n t o , y Alonso p ro sig u e : cuando á la s o m b ra d e una m o n t a n a no veis al S o l, entonces, decís sin asustaros: esa m o n ta ñ a m e impide el verlo, n o es él quien está en la s o m b r a , si no y o ; él está siem ­ pre lo m ism o en el cielo. Pues b i e n , en lugar de una m o n ta ñ a , considerad que un globo espeso y s ó lid o ,u n m u n d o semejante á la tie rr a , pase en este m o m e n to p or debajo del Sol* Mas este m u n d o , que sigue su ca­ m i n o va á alejarse, y el Sol aparecerá de nuevo mas brillante que n u n c a . NJo tengáis pues miedo de una som bra pasagera. E l carácter del e rror entre los pueblos del nuevo m u n d o es el de n o estar arraigado. El se apega ta n poco a los ánim os que el mas leve soplo de la verdad le desprende de ellos. T ó m a n lo sin e x a m e n , y le a bandonan sin pesar. Alonso, con el solo m edio <le una im agen clara y sensible, desengañó á t o d o s , y volvió la p i z á sus corazones. Vióse en efecto al Sol q u e , c om o un círculo de o r o , resplandeciendo p or entre la s o m b r a , empezaba á desliaceise de ella. ¡Que! esclamaron entonces, esto no es ni desfallecimien­ t o ni cólera en nuestro Dios; y C o r a m b é , acabando d e disipar sus te m o re s : soldados les d ijo , y o be visto


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LOS

INCà s .

suceder lo que él nos anuncia. É l es m as ¡lustrado que nosotros. Apresuraos pues, t o m a d las a r m a s , silgam os y derrotem os á esos rebeldes que va están vencidos p or el miedoA los gritos de los sitiados, que desde el crepús­ culo del Sol r e n a c ie n te se a rro ja b a n fuera de los m u ­ ros de la ciudadela, los canari nos se a b a n d o n a r o n á un t e r r o r insensato- F u e acometido su cam pam ento, y u n instante bastó para d errotarlos, y el Sol i lu m in a n ­ do de nuevo la t i e r r a , la vió se m brada d e muertos y moribundosAlonso, en aquella salida, no había dejado à C n p a n a , y á la cabeza d e los salvagcs acababan lo*» d - s de disipar los batallones que h a b ía n dt&ordenado, cuando vieron d e lejos empañarse otro combate. V*'d allí, dijo Alonso, una partida de nuestros amigos s o ­ bre quienesse están vengando los canarinos: volemos en su ausilio. Atraviesan la llanura con la rapidez d r un viento tempestuoso, v u n to r b e ll i n o de polvo sefS-xla lus huellas de sus pasos- L le g a n ; era el r e y , el Inoa m ism o > á quien rodeaba una valerosa escolta, y I d defendía contra una m u ltitu d de enemigos. A la bando que le cinc las sienes, al brillo de su escudo y , mas to d a v ía , á su valor reconoce Alonso ol rey de Quito. El relámpago parte de la nube con m e ­ nos velocidad que la espada del castellan o , \ descon­ cierta el grueso batallón que oprim e á Át iliba- Este vé á Alonso, y croe v e r l a victoria- N o se engañaba en ello, pues que sus esfuerzos reunidos d r d e n a n , re­ pelen y echan por tierra cuanto se opone á sus g o l­ pe'. E n cuanto los Canarinos huyeron dispersos delante de e l l o s Ataliba arrojándose en los brazos de Alonso ; O amigo m ió , le d i j o , ¡cuan dulce me es el debe? te mi libertad! M is yo estoy herido- Yo te dejo el cui»


LOS INCAS.

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d a d o J e r e u n i r mis tropas. Haz gracia á los vencidos d esarm ados. Á escas p a l a b r a s , pálido y t r e m u l o hizose c o n d u c i r al fuerte. E r a grave su herida , m as no fue m o r t a l . La gom a del m u ll i, este b á ls a m o precioso , con que la n a t u r a l e ­ za ha hecho presente á aquellos c l i m a s , como para espiar el delito de h a b e r hecho nacer el o r o , d e r ­ r a m a d o en la l h g a , consiguió s a n a r la , y volvió k aquel desventurado p ríncipe á la vida y al dolor. C o ra m h é llevó al c a m p o la noticia de la victoria del Inca sobre los c a l í a n n o s ; pero P a lm o re quiso aguardar á que se esparciese en el campo enemigo , y que hubiese causado en él la ala rm a y el desorden. Entonces fue él m ism o á visitarle, y h a b la n d o al re v del Cuzco: El I n c a t u h e r m a n o , le d i j o , te pidió la paz, y tu íedeclaraste la guerra. EJ lia vencido, y aun pide la paz. U n m o m e n to d e imprudencia que te ha dado sobre nosotros la ventaja de una sorpresa, n o nos h a desalentado, y asi n o debes vanagloriarte. Nosotros deseamos la paz únicamente por a m o r de ella, y por el justo h o r r o r que nos c au­ sa la guerra civil. I n c a , piensa bien tu respuesta. Ba­ jas están nuestras lanzas, nuestros arcos p l e g a d o s , la flecha mortífera en su escudo: piensa ante* que vuel­ van estas armas á ponerse en ejercicio; piensa, re­ pito «n las desgracias que una palabra de t u boca puede prevenir ó causar. Aquí > sobre t o d o , es donde la palabra es te r rib le , y donde la lengua de u n rey es como un d a rd o d e cien m il puntas. T u eres respon­ sable para con el S o l , tu p a d r e , de la sangre de sus hijos y de la de tus súbditos. La igualdad , la independencia, la concordia v la unión , he aquí lo que el rey t u herm ano me encarga que te ofrezca y te pida. Pipipondióte el monarca que los Incas sus abuelos


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LOS INCAS,

n u n c a h a b í a n recibido la ley d e persona alguna. P alm o r e . con tristeza , le d ijo : ¡ Y bien ! ¡ t ú lo q u i e r e s ! H'ista m añana* D ic ie n d o esto se volvió á su c a m p a ­ m ento. E l alba vió á los dos ejércitos desplegaise en la lla­ n u r a . Era la p rim e r a vez que» desde once reinados, se veía e n a r b o la r en los dos campos el estandarte de M anco. Esta insignia sagrada era la prenda de la victo­ ria : y el c e n t r o en que estaba colocado, era t a m ­ bién el p u n to m a s im p o r ta n t e del ataque y de la d e ­ fensa. Lejos d e este centro peligroso del lado del Cuzco resplandecía, con los rayos del S o l , el tro n o imperial de H u á s c a r, sostenido p or veinte caciques y cubierto á m a n e n de palio, p o r un pabellón de plumas de mil colores. Huáscar desde lo alto de este t r o n o , d o m in a ­ ba el c a m p o de batalla, y pirecía prescidir al combate que iba á darse. Los dos ejércitos, con paso i g u a l , m n ic h an á su encuentro; y repentinamente el g u t o de guerra de aquellos p u e b lo s , la voz form idable de l l l c p a . . . . l í l a p a . . . . / i ; , repetida p or mas de cien mi) bocas, resuena p or los valles y bosques. A este grito redo­ b l a d o , se junta el silbido de las flechas que van á em piparse en sangre. Agotáronse pronto los repuestos de estas a r m a s , y en su lugar sirviéronse de la piedra, que arrojada mas de cerca , da mas seguros los g o l­ pes. P ro n to los batallones flotantes, ya desplegándo­ se, ya cerrándose por l le n a r y ocultar sus flancos, estaban en un c o n tin u o m ovim iento. El d o lo r aboca sus gritos; la m u e r t e , aunque horrorosa, les es m u -

( i ) Y a se h a d/cha que líla p a sig n ific a el relá m ­ p a g o , e l tru e n o y e l rayo»


LOS INCAS.

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da ; p u e s , p or no d a r a l enem igo el p la c e r de o ir oyes y vergonzosos l a m e n t o s , el i n d i o c o m p r im e d e n tro de su pecho hasta su últim o suspiro. Á Ja piedra se siguió la hacha y l a m a z a , a rm as terribles entre pueblos, á quienes e l h i e r r o , el plomo y la p ó lv o ra , abortos de las fu rias , son to ta lm e n te des­ conocidos. Ha >ta aquel m o m e n to , una intrepidez igual habla hecho dudosa la victoria 5 pero bien se apercibió la ventaja que tenían los pueblos aguerridos sobre los que largo tiempo ha b ía n estado pacíficos. L a s t r o pa$ mas valientes det ejército del C uzco defendían el c ollado; y el r e s t o , compuesto de pastores v gentes flojas p or su eterna o c io s id a d , era m u y n u m ero so . Nuevos refuerzos se presentan d e tropel en reemplazo de los batal Iones, q u e , rotos y d e s h ec h o s , volvían la espalda al e n e m ig o , y t a m b ié n caen á su t u r n o . El ejército q u i t e ñ o se adelanta paso ¿ paso, y amenaza envolver al cuerpo c uzque ño que defiende el estandar­ te. El re y d e l Cuzco observa que el ejército del c e n ­ tro cede; al m o m e n t o , destaca del collado lo mas se­ lecto de sus guerreros que hacían la guardia d e su persona. Esto era justamente lo que deseaba C o r a m b é ; de forma q u e , mientras los cuzqueños volaban al socor­ ro del centro, C o ra m b é , con batallones escogidos que tenia en reserva, m a rc h a al c o lla d o , penetra en el r e ­ cinto debilitado del tro n o d e l I n c a , ábrese u n c a m i ­ no de sangre hasta que te hizo p ris io n e r o , lo a m a r r a y se lo lleva consigo. A l m o m e n t o , m il fuciles alaridos anuncian este desastre, espárcese la noticia en el e jército, y lleva á él la desesperación : todo se espanta, todo se dispersa. No se vé ya sino pueblos despavoridos que arrojan sus armas para h u i i ; pero el d o l o r , la tu rb a c ió n , el es­ panto les impide la f u g a ; descienden al valle, y ven-


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LÓS INCAS.

culos > no les queda o tra esperanza que la clemencia de los vencedores , clem encia que im p lo ra n en vano. N o hay c u a rte l; la r a b i a m as ciega y mas furiosa exal­ ta á los de Ataliba , los dos viejos que les c o m a n d a n les gritan inútilm ente que economicen la sangre; pe­ ro ellos n o creen poderse vengar bastante de la pérdi­ da que han t e n i d o : su p r i n c i p e , el hijo de su rey» Z o r a i , y a no existe. ¡ O padte desventurado í ; cuanta s lá g rim a s va á costarte la victoria ! Al ataque del esta ndarte, Zorai se adelantaba al frente de los suyos» é quienes alentaba con su e je m ­ plo- A su j u v e n t u d , á Su belleza, á su valor todos los corazones estaban conmovidos. El enem igo m i s m o , viéndole esponerse á sus golpes, le admiraba , le comp v l e c ia , y ninguno se atrevia á herirle. U n o solo, v fue d e los feroces A n t i s , al m o m e n to en que el jo­ ven príncipe venia de apoderarse del esta ndarte, en lo mas fuerte del conflicto, ese indio le dispara una flecha h o m i c i d a , y el pedernal con que está a r ­ mada le atraviesa el pecho* Bamboléase al in s ta n te , sus indios le sostienen á porfía; p e r o , ¡ a y ! in ú ti l ­ mente- Apágase el fuego d e s ú s ojos, bórrase la b r i­ llantez de su h e rm o s u ra , y el frió de la muerte co­ mienza á esparcirse por sus venas A la manera que en las cercanías de una selva, u n tierno cedro, desarrai­ gado por u n vendaba! furioso, n o hace sino reclinarse sobre los robustos cedros vecinos que le sostienen : pe­ ro que bien pronto la languidez de sus ramas y pali­ dez de sus ojas anuncian que está desprendido de la tierra que le ha criado; así también Zorai apoyándose sobre sus soldados acabó de existir. ¡O padre m í o ! d i ­ jo este joven Inca con voz desfallecida, ¡cual será tu d o lo r! Amigos, continuó diciéndoles, acabad vuestra obra , y ojala que mi sangre os adquiera la victoria. C u b r i d , cubrid m i cuerpo con este pendón sagrado


LOS INCAS.

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c a v a conservación m e ha costado la vida; c u b r i d l e , digo? para ocultar á los ojos d e u n padre amoroso una im a g e n demasiado aflictiva? pero que al m ism o tiempo le servirá de consuelo al ver que he m u e r to como d ig n o hijo suyo. El grito del dolor y el de la venganza resonaban a l rededor de él. No %d i j o , harto es el v e n c e r ; y o no mii^ro ser vengado. Soy I n c a , y p e r d o n o . Alcjanse al instante del c o m b a t e , cuyo furor se renueva; y algu­ nos instantes despues, levantando aun sus párpados helados hacia los m ontes de Quito > pro n u n cia o tra vez el n o m b r e , el dulce n o m b re d e p a d r e , y exala su ú l ­ tim o aliento. En el m om ento m i s m o , alaridos lam entables a n u n ­ cian á los del Cuzco que su rey h a b ia sido hecho p r i ­ sionero; d e f o r m i , que p or un lado el e s p an to , por otro la pena y el f u r o r , no presentan en los cam pos da T u m i b a m b a sino la carnicería y la derrota mas completa. La ciudad d e l Cuzco fue tom ada y saquea­ da ; el primogénito de los hijos d e l r e y , el valiente y sabio M a n g o , que la d e fe n d ía , viendo que ib a á pe­ recer, se retiró peleando, y se refugió en los montes# La altiva O e l la , la bella y lastimosa I d a l i , con aquel n i ñ o precioso ( i ) , á quien el nacim iento habia destinado al m a n d o del i m p e r i o , apenas tuvieron t ie m ­ po p i r a escaparse, y los generales de A taliba, despues de inauditos esfuerzos, para hacer cesar el e s tr a g o , reunieron sus tropas sobre las riberas del Apurimac#

(x)

X a i r a

T omo

.

II.

7


LOS INCAS.

?4

v V \ v iv

C A P ÍT U L O X X X V I .

L l e v a n EL CADAVER E

d b l j o v e n p r í n c i p e a sc p a d b b . —

n t r e v i s t a c e ataliba t d e huasca * j u p r i s i o n e r o

THERMANO.

G em ía Huáscar bajo una guardia vigilante, cuando Pdlruore y Corainbé entran en su tienda , se proster­ nan delante de é l , según costum bre, y usondo de palabras d e paz procuran suavizarle. Huáscar rpenas levanta la c a b e z a , y m ira n d o á sus vencedores con ojos de in d ig n a c ió n , les dice; T r a i d o r e s , romped tnis cadenas, 6 empapad vuestras manos con m i san­ gre. Vosotros insultáis mi desgracia mezclando el res­ peto al ultrage. Si soy re y > volvedme la libertad, y entonces os prosternareis. Mas si no soy mas que un esclavo, ¿ p o rq u e no m e arrolláis á vuestros pies^ Ko bien habia acálmelo de pronunciar estas pala­ bras, c uando sus oídos fueron heridos con aves v lamentos- K o eres tu solo el desgraciado, díjóle P a l ­ m ó te , pues q u e Ataliba á acaba de perder su lujo adora%

t


LOS INCAS.

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<Jo.— ¡ A h ! exclamó Iíuascar c o n u n a alegría i n h u ­ maría, y o le veré llorar y ojala q u e ei cielo le vuel­ va todos ios males que m e h a h e c h o . Los pueblos de Quito reunidos e n su c a m p o h a n pedido ver el cadáver del joven p r í n c i p e , que se o c u l ­ taba á sus o j o s , y sus gritos de d o lo i y r a b ia son los que acaban de oírse. Se les a p a c i g u a , se les reorgani­ za, se les hace pasar el r i o , y la m a r c h a (le este ejér­ cito victorioso se parece á la p o m p i fúnebre de un joven á quien su fam ilia, de q u i e n hubiera sido la es­ peranza , aco m p a ñ aría al sepulcro. L a consternación, el luto y el silencio ro d ea b a n el féretro en que el príncipe estaba entendido , e n v u e l to en aquella insig­ nia ti i ste, glorioso m o n u m e n t o d e su valor. Despues de él iba el re y d e l C u z c o , q u e se r e g o c ij a b a , e n el fondo de su corazón , d e la c a la m id u d pública. Los dos generales de A ta liba a c o m p a ñ a b a n , con ojos sombríos y la cabeza ha j a , el le c h o f ú n e b r e , o l ­ vidando que acababan de c o n q u is t a r u n im perio , y n o pensando sino en el dolor q u e iba á sufrir el i n ­ feliz padre. ¡ A y ! decia P a l m o r e , él nos fe h a b i a c o n f i a d o : aho­ ra le a g u a r d a n , p i r a a b ra z a r le , sus brazos piternales, y n o es roas que u n cadáver yerto lo que vamos á vol­ verle. ¿ C o m o nos presentaremos d e l a n t e d e el ? EL es h o m b r e , dijo C o r a m b é , y su hijo era m o r ­ tal: vo le c o m p a d e z c o ; m as en vez de lisongear su fliqueza, q u iero darle ánim o p ú a r e s i s t i r á su desgra­ cia. Déjame i r delante del e j e r c i t o , antes que aquí haya e s p u e i d o el r u m o r de su m uerte. A taliba, c ura do d e su h e r i d a , pero débil aun y l á u g u ’d o , había tenido el pesar d e o í r que la derrota de los Chancas no le habia vengado. E l g tra ía por su victoria, revolviendo en su p e n s a m ie n t o , con sumo desasosiego, los peligros que arrostraban p or él s*


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LOS INCAS.

hijo» sus amigos y sus p u e b l o s , c u a n d o oyó a n u n c i a r la llegada d e Cornmbé. S o r p re n d id o y ansioso p or s a ­ b e r cual podía ser el motivo de su venida en a q u e l la f o r m a , m a n d a que le introduzcan. Preséntase C o r a m b é delante de él: I n c a , dícele , acabóse ya la g u e r r a ; el imperio es t u y o todo entero ; tus enemigos están ó destruidos ó d e s a r m a d o s ; el único que qu e d a d e ellos es Huáscar, y á ese le traen cautivo. N o bien hubo acabado estas p d a b r a s , c u a n d o A t a liba , enagenado de gozo, se levanta, le a b r a z a , y le dice: Invencible guerrero , todo lo esperaba d e t í y d e tu c o m p a ñ e r o ; pero tal prodigio h a superado mis esperanzas. Acaba de echar el colm o á la d ic h a de tu r e y . Sabes que es p a d r e , y que c om o t a l experim en­ ta graves ansias. Y m i hijo ¿ d o n d e está? ¿ d o n d e le dejasies? ¿porque no ha venido contigo? — ¡ T u hijo!.. . . . él ha visto peligros que al mas valeroso arredran. — Y sin d u d a , los h a b r á arrostrado , dice el padre ; responde. — ¿ Q u e te he de d e c i r ? ¡ a v ! E l veía por la p rim e r a vez el h o r r o r de las batallas. L a n a t u r a l e ­ za tiene impulsos que la virtud no puede d o m a r . ¡Cie­ los! ¡que es lo que oigo! ¿ h a huido acaso m i hijo? ¿se ha cubierto de ig n o m in ia ? ¿ha desh o n ra d o á su padre? — Consuélate: él se ha coronado d e g l o r i a , n u t r i e n ­ do diíjno de tí. — ¿ C o n que es m u e r t o ? — L lo ra n d o te le trae t u ejército, de quien fue el ídolo y el e je m ­ plo. Nunca en edad ta n tierna manifestó n a d ie tanto volor. — T a n t e n í h re golpe penetró hasta en el fondo d e l a l ­ m a de un padre. Atérrase bajo el peso de su d o l o r , y entonces dos fuentes ele lágrimas corren d e sus ojos, j A q e rtie l! ¿porque prueba, decía , has preparado ni¡ coi.tzon á la constancia? tii has podido c a lu m n ia r á m i hijo, y yo he podido creerte. ¡ A h ! ¡caro hijo! perdona. lágrimas eternas expiarán m i e rro r. La glo~


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