Por qué son pobres los musulmanes Por Guy Sorman Para LA NACION
PARIS.- MIL millones de musulmanes inquietan a Occidente y Japón. Pero, ¿qué tienen verdaderamente en común? Sin duda, el Corán, pero también la pobreza masiva. A mi parecer, esta ausencia de desarrollo económico es un denominador común aún más fuerte que el Corán. De hecho, su unidad religiosa es tenue: históricamente, sus guerras intestinas han sido más frecuentes que las libradas en forma conjunta contra Occidente. La "comunidad de creyentes" (umma) es sólo teórica porque, en su seno, las alianzas étnicas, culturales, tribales, nacionales y lingüísticas son más fuertes que la alianza religiosa. Un musulmán javanés es ante todo javanés y siente mayor afinidad con un compatriota "infiel" que con un musulmán egipcio. Los de India pertenecen, por sobre todo, a la civilización india; en segundo lugar, a una comunidad local organizada en torno del culto a un santo y, después, al islam. Lo mismo ocurre en el Africa negra, donde el islam es menos universal: más bien, está enraizado en una lengua o cultura tribales. No obstante, esta fragmentación infinita va menguando. Desde hace treinta años, una fuerte tendencia a la reunificación, bajo la cubierta del islamismo, franquea las viejas fronteras culturales. Este nuevo universalismo, ¿surge del Corán o de circunstancias económicas que permiten reclutar integristas? En Paquistán, India, Malasia, Filipinas o Indonesia, todas las escuelas coránicas y mezquitas integristas son sostenidas por el mundo árabe y administradas por teólogos oriundos de él. Los islamistas pagan sus conquistas con petrodólares, pero también proponen a los musulmanes un camino teórico alternativo hacia el desarrollo; el Corán ofrecería una solución económica: bastaría seguir sus preceptos para alcanzar y sobrepasar a los occidentales. Los integristas no son ascetas; aman las tecnologías y sus productos. Pero sería en vano buscar una aplicación concreta de esta teoría económica islamista; tras su fiasco, Irán retorna al capitalismo. Los bancos "islámicos" del Golfo Pérsico en nada se diferencian de los occidentales. Más aún: los islamistas no logran superar la contradicción entre la prohibición del espíritu crítico y la necesidad de la crítica para innovar en las ciencias o los negocios. Pese a estos fracasos del islamismo económico, no se conoce ni una sola tentativa de explicación surgida del mundo musulmán. A falta de ella, propondré dos hipótesis basadas en la historia árabe y la observación directa.
Lección de la historia Si consultamos la historia, vemos que el islam fue una religión abierta desde sus orígenes hasta el colapso económico del mundo árabe en el siglo XV, cuando los marinos europeos pudieron acceder directamente a las riquezas de Asia, eludiendo el comercio árabe. Las instituciones políticas se derrumbaron y, desde entonces, el poder estuvo en manos de mullahs autoproclamados que se adueñaron, en beneficio propio, de la lectura e interpretación del Corán. De ahí en más, el islam se cerró; el espíritu crítico desapareció en el momento preciso en que, en la cristiandad, se imponía con el Renacimiento y la Reforma. Si admitimos que el espíritu crítico es el fundamento de la innovación científica y la aventura económica, se deduce que el cierre del Corán y la apertura de la Biblia coinciden con el empobrecimiento de los musulmanes y la prosperidad de los cristianos. En esto concordamos con todos los economistas que atribuyen un papel esencial a la relación entre cultura y
desarrollo: la visión del mundo condiciona el dominio del mundo. Por eso tantos intelectuales musulmanes esperan la reapertura de una interpretación crítica del Corán. Una espera en vano, por cuanto los mullahs , temerosos de ver debilitada su autoridad, los sancionan y aun los exterminan de inmediato. El islam no sólo no ha tenido su Vaticano II; todavía espera un Erasmo que sobreviva a una fatwa . Su congelamiento es, pues, más teocrático que teológico. Las instituciones políticas, tanto como esta cerrazón del Corán, encierran a los musulmanes en la pobreza masiva (por supuesto, debemos diferenciarla de la prosperidad de unos pocos, otro rasgo típico del subdesarrollo). Los dos pilares fundamentales del desarrollo económico de Occidente son el espíritu crítico, ya mencionado, y la dualidad de las instituciones. Donde hay un solo poder político, religioso y económico, no aparece el desarrollo. en cambio, emerge allí donde los emprendedores pueden crear actividades sin consultar o informar a las autoridades religiosas o políticas, ateniéndose solamente a criterios económicos. En Occidente, la posibilidad de fundar empresas surgió allí donde se distinguió entre la autoridad del papa y la del rey, y apareció una burguesía autónoma. En la cristiandad ortodoxa, donde esta separación de poderes fue más tardía, el desarrollo económico se retrasó. En el islam, la no diferenciación entre los poderes constituye la regla en recuerdo de la teocracia de Mahoma, tenida por modelo insuperable; esto impide que surja una burguesía autónoma.
Un islam liberal Si aceptamos estas dos hipótesis como explicación aceptable de su pobreza masiva y admitimos que el fundamentalismo medra en ella, para hacerlo retroceder habrá que encontrar una solución económica. Ponerla en práctica sería tan difícil como deseable. ¿Cómo incitar a los teólogos a practicar la autocrítica? ¿Cómo inducirlos a una interpretación liberal, y aun laica, del islam? ¿Cómo restaurar los derechos de la mujer? En teoría, un texto de la densidad del Corán lo permitiría. No es de por sí cerrado; en Túnez, Habib Bourguiba se esforzó por reabrirlo, pero viró hacia un anticlericalismo que provocó rechazo. Mustafá Kemal, en Turquía, había cometido el mismo error y, de rebote, suscitó un retorno al integrismo. En cambio, en Indonesia, el ex presidente Wahid intentó conciliar un islam liberal con el progreso económico, pero los occidentales lo abandonaron prontamente. Entre los musulmanes no existe, por cierto, una reserva de teólogos ilustrados dispuestos a tomar el poder espiritual, y tampoco lo lograrían si fueran designados por Occidente. Pero los occidentales pueden identificar a los dirigentes musulmanes capaces, o incapaces, de conciliar el Corán con el desarrollo. Ahora bien, si compulsamos las referencias coránicas y económicas de los actuales aliados de Occidente en el mundo musulmán, vemos que parecen muy lejos de responder a ese criterio. Estos gobiernos aliados son cuestionados por sus pueblos tanto por su flaqueza espiritual como por su fracaso económico. Demasiado a menudo, Occidente sostiene a tiranos que se muestren contrarios al islamismo, sin preocuparse por su fracaso económico y moral; así, invocando la lucha a corto plazo contra el islamismo, refuerzan su base del reclutamiento a largo plazo. En la desgarradora revisión diplomática motivada por los sucesos de Nueva York, con elegir mejor a nuestros amigos no garantizaremos el desarrollo económico del islam. Pero, al menos, no perpetuemos su pobreza estableciendo alianzas circunstanciales con ciertos tiranos que hacen sufrir a sus pueblos tanto como los integristas. (Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
http://www.lanacion.com.ar/01/11/20/do_352761.asp LA NACION | 20/11/2001 | Página 17 | Opinión