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Las iglesias y la plazas

paredes a veces lucían pinturas. En el traspatio solía cultivarse un pequeño jardín comunicándose con la cocina y el co rral. Un callejón servía para el tráfico di rec to entre el patio y el traspatio y por él solían pasar las cabalgaduras. En el segundo piso también había sala, cuadra y dormitorios; las habitaciones que no daban a la calle encontrábanse en la par te alta de los lados del patio. En los techos estaba la azo tea que servía de lugar de juego para los niños o para tender la ro pa; no faltaban allí macetas con flo res y toldos o persianas para pro tección del sol. Las ventanas de algunos de los cuar tos se elevaban por encima de los techos y quitaban al piso de la azo tea su regularidad. Salvo ciertas excepciones como la casa de Torre Tagle y algunas otras, las fachadas no presentaban apa riencias de lujo, si bien en el in te rior, a pesar de la pobre za reinan te, algunas se caracterizaban por el boato y muchísimas por el buen gusto.

LAS IGLESIAS Y LAS PLAZAS.- Entre las iglesias llamaban la atención del extranje ro la Ca tedral, cuyos canónigos lucían prendas esplendorosas en los días de fiesta; el inmenso convento y la bella iglesia de San Francisco, donde ve nerábase la imagen del Se ñor de los Mi la gros; San Lázaro, que se caracterizaba por su exterior atrayente y la simplicidad acertada de su decoración interior y a donde eran llevados los cadáveres de las personas desconocidas que fallecían en las calles; los Descalzos, morada de los franciscanos y sostenida mediante limosnas y en cu yo jardín estaban las únicas palmeras que en tonces había en Lima; la Re coleta de San Diego, lugar pre dilec to de reti ro en los días de Semana Santa; San to Domingo, que gozaba de una fortuna con la renta de sus pro piedades urbanas y que se carac te ri zaba por su to rre inclinada, la más alta de la ciudad; San Pedro, ocupada entonces por unos cuantos sacerdotes del cle ro regular que te nían a su cargo también el ora to rio de San Felipe Ne ri; San Agustín, acaudalado como San to Domingo, y que tenía en San Il de fonso un local ane xo; y la Merced, mucho más pobre. Para monjas habían dieciséis conventos. Entre ellos se destacaba la Concepción, muy ri co y del que se decía había perdido su disciplina; Santa Clara y Encarnación, similarmente bien dotados, y los más rigurosos de todos que eran Las Capuchinas de Jesús María, las Nazarenas y las Trinitarias Descalzas. Para las mujeres devotas que se retiraban de la vida mundana habían los beaterios del Patrocinio, Santa Rosa de Viterbo y Copacabana. En el Refugio de San José se refugiaban las mujeres casadas que querían librarse de malos maridos. Los esposos solían mandar al Refugio a sus cónyuges que necesitaban vida tranquila y oración; era necesario para ello permiso del Arzobispado.

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La Plaza de Armas no te nía pavimen to; pe ro en el suelo había fina are na. Fren te al Palacio de Go bierno estaba la larga hilera de feas y pequeñas tiendas llamadas "la ribera". También seguían las tiendas por el lado del Pa lacio que daba a la calle de ese nombre, tradicionalmen te llamado del "Fie rro Viejo" por uno de los artículos que se vendían allí. La entrada principal del Pa lacio quedaba en esa calle; la par te de atrás ca re cía de entrada y pa re cía una pri sión.

El Palacio de Gobierno, en su interior, era pobre y destartalado. La llamada "Sala de los Virreyes", adornada an tes con los retra tos de estos que habían pasado al museo, servía como lugar de arengas y de baile. Junto al Cabildo o Municipalidad encontrábase la cárcel de la ciudad. En importancia, la segunda plaza de Lima era la de la In quisición o de la Constitución, que cumplía funciones de mercado y donde estaban el antiguo edificio del tribunal de ese nombre, utilizado, en par te, como depósi to y, en par te, como pri sión; y la Uni versidad de San Marcos, en cuya aula magna se reunía el Congreso.

A los costados de la Plaza de la Inquisición habíanse abier to pues tos de pescado. Fren te al antiguo palacio de este tribunal se ubicaban las carnicerías. Lima consumía, hacia 1840, veinte o treinta cabezas de ganado vacuno y entre cien y sesenta y dos de ganado ovejuno. No se vendía en el mercado carne de puerco. Exhibíanse, en cambio, gran cantidad de aves; celebrados pavos venían de Huacho. En la Inquisición no se realizaba tampoco el expendio de flores; el mercado LA COQUETERÍA LIMEÑA

La saya y el manto se convirtieron, desde el Virreinato, en la vestimenta tradicional de las limeñas, a las que se conocía como ”tapadas”. El manto, un velo de seda negra, se utilizaba para cubrir la cara, dejando un solo ojo a la vista. Las ‘tapadas’ utilizaban también la saya, una falda que variaba en color y calidad, dependiendo de la condición económica de su propietaria.

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