1 minute read

La Conspiración del Círculo

PRÓLOGO

Ni relieve de la angustia, ni última instancia de la soledad, la poesía es un golpe de estado de la soledad a las cosas interpuestas al paso del sueño.

Advertisement

Así lo muestra Rafael David en La Conspiración del Círculo. Mediante un adecuado manejo de la subjetividad produce un discurso de hilo de araña interminable, justamente el círculo cuyo principio está en su propio y sucesivo final de puntos.

Sin recurrir a la eficacia –no siempre benéfica– de la metáfora, su discurso va y viene como el agua de la memoria; agua sin humedad de lágrimas y sí, más bien, a trueco de éstas; producto de la noche, de cuyo vértigo silencioso obtenemos la corriente; de vernos en cada objeto de una ciudad derruida en sus cimientos sentimentales.

Y en particular la inmersión lúcida; de nuevo la subjetividad tomando de la mano al poeta para conducirlo a la plenitud lírica. Sin el recuento de todo cuanto decora el pozo de la inmersión, en sus detalles necesarios e innecesarios, no acudiría la poesía a suplir la ausencia de los sentidos y la presencia de la mentalización o forma de inteligencia en donde toda idea claudica para dejar la huella de la pasión.

Basta leerlo con atención para percatarnos, desde el principio, que el poema es un retorno a los orígenes de una nostalgia sometida a la media luz de lámparas encendidas por la plenitud de una soledad abonada, por el río de otros silencios, de otras músicas que sesean serlo, de claudicaciones aumentadas por el caudal de las aguas siempre iniciándose, siempre leyendo a Heráclito, a Rafael David, que, para ventura de todos, nos devuelve la tristeza de habitar una ciudad silenciada en sus pasos perdidos y hallados tantas veces como la palabra –única vigilia– lo requiere.

Carlos Illescas (Guatemalteco de nacimiento, mexicano de corazón) Junio de 1996.

This article is from: