EDICIÓN 02
Edición 02. Año 01 Guatemala, C.A. Diciembre 2015
EDITORIAL A veces pensamos cosas al aire, las soltamos para ver qué sucede con ellas. A dónde van. A dónde nos llevan. Somos conscientes de que toda decisión y acción tiene sus consecuencias. Pensamos, por ejemplo, en la literatura y sus consecuencias. En la música y sus consecuencias. En las artes plásticas y sus consecuencias. En la fotografía, el cine, el diseño y sus consecuencias. Somos conscientes que nosotros mismos somos consecuencia de todo esto. Por eso Revista Plomo. Por eso nuestros colaboradores. Por eso una edición más. Pensamos que falta mucho por mostrar, y muchísimo más por ser creado porque no existen límites para nuestra búsqueda. Por eso ustedes. Y de ahí mismo el amor y esfuerzo con el que hacemos este proyecto. Nos gusta ser consecuentes. En esta edición agradecemos la colaboración literaria de Cindy Barascout, Pablo Bromo, Maurice Echeverría, Vanessa Núñez, Denise Phé-Funchal, Diego Villaseñor y Johannes Weitnauer. Para ustedes este regalo de papel, para hacerle justicia al sonido de la caricia de una página al ser volteada. Esta es nuestra forma de agradecerles las palabras. Gracias siempre a Rudy Weissenberg por su curaduría en arte. A José Pablo Anleu, Marlov Barrios, Johannes Blijdenstein, La Fototeca, Carmen Maldonado, Bosco Mattel y Aldo Sázen por mantener lo visual a la altura de nuestro asombro. Gracias a Gerry Flores y Juan Carlos Zamudio por la música.
Adelante. - Los editores
Dirección general, editorial y de arte Bárbara Castañeda - Jimena Pons Ganddini - Pauline Collinot / Diseño y diagramación Workaholic People Comercialización Grupo 361 / Ventas t. +502 5834.0860 / Portada fotografía Aldo Sázen Dirección de arte Passus Lentes en baño de oro Christian Dior Modelo Pablo Fustec para New Icon México / Textos Photohoots Jimena Pons Ganddini / Impresión Mayaprin D. Vía 6 3-04 zona 4, Guatemala, Guatemala, C.A. / revistaplomo.com / fb.com/revistaplomo / @revistaplomo Plomo es una publicación bimestral. Los artículos firmados son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el punto de vista de Plomo. Se prohibe su reproducción total o parcial. Todo el contenido es propiedad intelectual de Plomo y no puede ser reproducido en su totalidad o parcialmente sin previa autorización.
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CONTENIDO
10. Otra vez Johannes Weitnauer 12. Bernice Vanessa Núñez 14. La historia como debió haber sido Diego Villaseñor 16. Julia Denise Phé-Funchal
20. Juegos mentales Cindy Barascout 22. Eva... y los collages Pablo Bromo
60. Mofle quartz José Pablo Anleu y Johannes Blijdenstein
24. En memoria de Caín Maurice Echeverría 26. Le music Gerry Flores
76. El doble sexo Aldo Sázen 28. Nicola Cruz Entrevista Plomo por Juan Carlos Zamudio 30. Milena Muzquiz Rudy Weissenberg 38. Teoremas adolescentes y fama Marlov Barrios 50. Ana Bolena Carmen Maldonado
84. La escuela La Fototeca 88. Cargo cult Bosco Mattel
OTRA VEZ Texto Johannes Weitnauer.
Mi irremediable amor y su pareja de baile. Yo nunca pude. Siempre me pedía que bailáramos pero yo soy ese tipo frío y aburrido que dice la canción.
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Su pelo era largo. Vestida de negro. Blusa holgada y pantalón ajustado. Tacones altísimos, como de charol. Dos collares plateados. Las uñas pintadas de rosa. La vi de lejos. En el balcón, para ser más exactos. Luces de todos colores. Humo de cigarro y música de fiesta. Lo normal en un bar. Su pelo era corto. Vestido de azul. Camisa de lona arremangada a nivel de los codos y jeans un poco apretados. Reloj gris en la mano izquierda. Lo vi de lejos. En el balcón, para ser más exactos. Luces de todos colores. Humo de cigarro y música de fiesta. Lo normal en un bar. Ambos altos y de pelo teñido. Estaban juntos. No agarrados de la cintura, pero bailando a una distancia demasiado reducida. Hacía rato que no los veía. Hacía rato que no me era necesario detenerme a intentar respirar porque sentía que me sofocaba, pre-convulsión que le dicen. Nuestra historia ya era cosa del pasado. Pasadísimo. Pero nunca deja de quedar algo rezagado. Un hilo de memoria que sigue merodeando en mi pecho hasta hoy, que los veo después de tanto tiempo. Mi irremediable amor y su pareja de baile. Yo nunca pude. Siempre me pedía que bailáramos pero yo soy ese tipo frío y aburrido que dice la canción. Por eso se decepcionaba un poco y terminaban ellos dos bailando juntos. Nunca me importó. Nunca tuve razón alguna para dudar. (Me desabrocho un botón de la camisa, en realidad no puedo respirar). Hago el intento por no acelerar la respiración, para que no se me aguaden los ojos ni se me debilite la cordura. Duele. Sigue doliendo. Como la primera vez que nos besamos allá en aquella esquina, cuando supe que sí, que nos querríamos por mucho tiempo. No me equivoqué. Pero maldita la vida que me alejó de este país. Y nos tuvimos que despedir. Hoy, dos años después y por puro capricho decidí regresar. Veinte días y nada más. Para ser más exactos, me quedan once. Por eso estoy aquí. Porque era este nuestro lugar de los viernes por la noche. Jamás esperé nada. No vine a buscar. Lo juro. No vine para revivir la herida. Sólo quería un par de cervezas en este bar de nostalgias. Sigue estando igual. Sigue oliendo a felicidad y aguda tristeza. Me voy a sentar a la barra, que queda justo al centro del lugar. Saco un billete de cien y pago de una vez dos cer vezas y dos tequilas. Quiero emborracharme. Trago amargo. Amarguísimo. Allá a lo lejos, todavía se ven. Los estudio detenidamente un tiempo mientras la primera cer veza se va acabando. Ambos llenos de vida y sol. De sonrisas y luna. Me vio… ¡ME VIO! Su rostro atónito. Su mano soltándole la cintura. Sus pasos largos alejándose de donde está, repentinamente acortando la distancia entre nosotros dos. No esquiva la mirada, nuestras pupilas siempre conectadas. Le importa un carajo a quién pasa empujando y quién le alega. (Me tomo el otro tequila, de romplón). Sonríe y no. No sé. Aún no distingo bien su boca. Me acomodo en el banco para que cuando llegue nos veamos de frente. Se detuvo. A medio camino y sin alejar la vista de mí, se quedó de pie. Observándome. Sus ojos están rojos. Los míos también, los siento con fuego. Se puso delante de mí y no dijo nada. Yo tampoco. Pasaron tres segundos, o veinte, o cien, ya no sé… y sonrió. De verdad sonrió con esa su sonrisa de carmín y azul. La que ya conocía. Taquicardia. Sus manos temblorosas posándose con duda en mi rostro. Hubo otra pausa, y luego acercó lentamente sus labios hacia los míos, como esperando para ver si yo me quitaba. Silencio. Un rotundo silencio… de repente lo volví a vivir… el sabor de su lengua y su esencia. El olor de su sudor y su inocencia.
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BERNICE Texto Vanessa Núñez.
Sospecho que Francisco la acariciaba cuando yo salía, porque al volver encontraba siempre las bolsas colocadas de distinta forma y en ocasiones algunas larvas en el suelo.
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Fingía leer cuando escuché los primeros gemidos. Provenían de la puerta ubicada al final del pasillo. Yo, que los conocía de sobra, podía imaginar lo que ocurría ahí dentro. Con los ojos puestos sobre las líneas cuyos símbolos y anotaciones al margen ahora me parecían gusanos, permanecí callado y absorto. Podía sentir, cada vez con mayor intensidad, cómo mi corazón bombeaba. Experimenté miedo y rabia. La música que los otros hicieron sonar estridentemente, me impidió seguir escuchando. No supe si agradecer o protestar pues, como fuera, yo tenía fascinación por sus quejidos. De pronto, en el silencio eterno que existe entre una canción y otra, el rechinar de la puerta me hizo saltar de mi asiento. Francisco, desnudo de cuerpo y pies, con los ojos desorbitados, balbuceó que Bernice había muerto. Nos miramos unos a los otros y, sin preguntar nada, porque todos imaginábamos lo que ahí adentro había pasado, corrimos al dormitorio. Alguien tropezó con la mesilla de las flores y tiró el jarrón al suelo, quedando éstas desperdigadas y la alfombra húmeda. Francisco y Bernice habían permanecido encerrados durante horas en la habitación que yo conocía de sobra y que siempre me había parecido pulcra. Me estremeció pensarla acalorada y empapada de sudor, entre las sábanas limpias o tirada sobre el medallón de flores de la antigua alfombra Aubusson. Nos tomó tiempo acostumbrar la vista a la penumbra que absorbía la habitación. La ropa de Bernice y sus artefactos estaban esparcidos. Yacía boca abajo sobre la cama, el cabello desordenado sobre la almohada, con una expresión que la hacía parecer dormida, como esperando. Le tomé la muñeca derecha. Sentí cómo su piel aún conservaba el calor placentero que un día experimenté en ella. Su esencia me tensó. Recordé las escasas tardes en su cama, cuando aún había viento y nos arropábamos con el edredón de plumas que Francisco le había regalado. Después de ese invierno, todo acabó. Francisco me arrebató su mano, como si adivinara mis pensamientos y la cargó desnuda hasta la estancia. Supongo que a falta de una idea mejor, la sentó a la mesa. Recogí las flores que habían quedado desperdigadas sobre el parqué y las coloqué en un vaso. Bernice las había comprado por la mañana en el mercado y, luego de disponerlas una a una en el florero, les había procurado agua fresca. El calor había abierto sus pétalos que ahora estaban pisoteados. Francisco fue a la habitación de Bernice y trajo el cobertor de plumas para cubrirla. Dijo que quería evitar que sintiera frío. Yo, sin embargo, la imaginé jadeante y marchitándose ahí adentro por el calor del verano. Ninguno durmió esa noche. Y aunque el sol de la mañana nos devolvió a la vida, obviamente no ocurrió lo mismo con Bernice. Algunos tomaron un baño y luego de mascullar alguna excusa, abandonaron la casa. Otros lo hicieron sin siquiera despedirse. Al medio día sólo Francisco y yo permanecíamos en ella. Yo me refugié en mi manual y Francisco en su melancolía. Después de un par de días, pretextando que el calor aceleraría la descomposición del cuerpo, convencí a Francisco
de quitarle el edredón de encima. Pude entonces admirar a Bernice por última vez, justo cuando la ruina comenzaba a arrancar su belleza. Tres días más tarde, un pestilente olor invadió el apartamento y yo comencé a desesperarme. Francisco, sin embargo, no hizo nunca un comentario al respecto. Debió pensar que hacerlo, habría sido denigrante para Bernice y calló. Pero él, que sabía dónde guardaba sus perfumes, se los bebió hasta la última gota. Yo, en cambio, tuve que conformarme con su olor a podredumbre. Por la mañana la cubrimos con bolsas negras. Las moscas comenzaron a buscar el cuerpo insistentemente. Pude darme cuenta de que Francisco, contrario a mí, estaba celoso. Intenté persuadirlo de que ella no sentía nada, pero insistió en que las minúsculas patitas hormigueantes debían producirle escozor en la piel y a lo mejor, dijo, hasta dolor. Lo dejé intentar acabar con ellas una a una, con un periódico, con las manos, hasta que se convenció de que era imposible. Llegaban en tropel, atraídas al principio por el olor de su carne, luego bullían del cuerpo. Dejamos que la suerte decidiera quién saldría a buscar comida. El refrigerador ya estaba vacío y yo me negaba a que las flores marchitas, última memoria de la existencia de Bernice, sirvieran de alimento. Sospecho que Francisco la acariciaba cuando yo salía, porque al volver encontraba siempre las bolsas colocadas de distinta forma y en ocasiones algunas larvas en el suelo. Fueron ellas, las moscas y las bolsas, las que me salvaron de presenciar la humillante transformación que sufrió Bernice en el transcurso de las semanas siguientes. Poco a poco se hacía vidente que su cuerpo ya no podía sostener los plásticos que la cubrían, así que las bolsas comenzaron a sostenerla y la alacena se convirtió en osario. A principios de agosto la temperatura descendió y Francisco comenzó a distraerse viendo televisión la mayor parte del tiempo. Por mi parte, me dediqué a repasar las instrucciones anotadas por Bernice, con el fin de asegurarme de haberlas cumplido una a una. En aquellas letras que antes me habían parecido indescifrables, yo lograba encontrar la intimidad que, era evidente, Francisco había dejado de sentir con ella. Los tallos de las flores seguían aún en el vaso, pero el agua se había consumido por completo. Tal como había ocurrido desde hacía tres otoños, el tercer miércoles del mes de agosto, una lluvia torrencial barrió con toda la ciudad. El frío se acentuó como si las puertas de un inmenso congelador se hubieran abierto. Vi a Francisco dirigirse a la habitación del fondo y volver trayendo entre los brazos el edredón que había guardado hacía semanas. Pensé que se lo llevaría y se marcharía por fin, pero se acostó en el sillón de la estancia frente al televisor y se arropó con él. En silencio empaqué mis cosas, entre ellas, el enorme manual forense en cuyos márgenes Bernice había dejado plasmada su letra incomprensible. Sin decir palabra, cerré la puerta. Francisco me observó por la ventana. En sus ojos pude ver cierto odio que yo también correspondí. Su conquista consistiría en quedarse junto a ella, me dije. La mía, en cambio, en haberla ayudado a escapar.
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LA HISTORIA COMO DEBIÓ HABER SIDO Texto Diego Villaseñor.
Destinaron tropas especialmente entrenadas para la localización, arresto y castigo de quienes, en contra de las normas se querían.
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tuvieron una idea: hicieron del amor un delito. dieron a conocer la nueva ley a través de los diarios, los noticieros y en carteles que pegaron en unidades móviles, en postes y en muros por toda la ciudad. hicieron del conocimiento público que no se toleraría ninguna práctica amatoria: desde la caricia en la cabeza que hiciera un padre a su hija hasta el nudo de lenguas con que se atan los amantes. detallaron en el prontuario que se penaría con aislamiento absoluto a toda persona que fuese sorprendida traficando abrazos, y con muerte a quien recitara poemas bajo un balcón. actuaron en consecuencia y de manera irreductible: destinaron tropas especialmente entrenadas para la localización, arresto y castigo de quienes, en contra de las normas se querían. cazaron con furia a las parejas y a los tríos en las camas; les hicieron observar la restricción. sembraron el terror entre las mafias de besos y caricias. hicieron de las calles autopistas libres de niñas con margaritas deshojadas y de señoras que ponían la mesa y en la mesa un par de velas. limpiaron los corazones tatuados en la cáscara de los árboles. no se confiaron. sabían desde siempre que estallaría esa revolución: un contingente de amorosos descontentos que ocuparon las plazas, tomados de la mano, tocándose las caras tiernamente unos a otros sin y con y a pesar del sexo, el número de ojos o el largo de los huesos. una guerra civil de enamorados en cueros y sonriendo. cuando esto sucedió, no hicieron nada. se amaron también (como ejercicio) y ya.
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JULIA Texto Denise Phé-Funchal.
Julia estaba feliz, saltaba, casi daba pasitos de baile y reía, reía como no volvería a escucharla reír nunca más.
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Desde acá se ven las grandes murallas, redondas, encaladas, con sus vigías disfrazados de soldados de plomo en la parte más alta. No siempre estuvieron ahí. Cuando era chico podía ver las paredes de las casas, sus balcones y –a veces- la silueta de quienes las habitaban. Miraba los garajes abrirse, algunos niños jugando en las calles, las personas metiendo las llaves en las cerraduras, apresurándose para resguardarse. El año que cumplí 15, allá en un lugar que se veía a lo lejos desde donde yo vivía, nació la primera. Al inicio era un espacio abierto. Desde la colina en la que vivíamos, podíamos ver sus paredes blancas, siempre blancas, una iglesia con su enorme cruz justo en medio de la pequeña ciudad que todos sabíamos estaba llena de locales comerciales de lujo, de pequeños apartamentos y casas que costaban más de lo que mis padres habían ganado en toda su vida. Con mis primos y mis hermanas nos sentábamos en la terraza gris del edificio donde y hablábamos de ir, de la ropa que podríamos comprar en la venta de segunda mano para no hacernos notar, discutíamos cómo se peinaba la gente que iba a ese lugar y de lo que tendríamos que ahorrar para, por lo menos, tomarnos un café. En los años siguientes, otras ciudades de paredes blancas nacieron. A los 18 años comencé a trabajar como repartidor y gracias a esto, pude conocerlas. Eran tan perfectas, tan limpias, tan llenas de gente –si no guapa- bien arreglada, mujeres con zapatos altos que caminaban casi de puntillas por los caminos empedrados, que subían las gradas con sus cortas fal-
das y sus cabellos largos. Hombres de barba que montaban bicicletas que parecían de las películas viejas, con camisas a cuadros, pantalones tallados y bolsas casi femeninas cruzadas sobre los frágiles cuerpos. Parejas de señores de traje y mujeres de collares brillantes y grandes, niños que parecían sacados de los anuncios de supermercado. Eran tan extrañas que me quedaba con la boca abierta y me arriesgaba a que el conductor me dijera que me apurara, que dejara de estar viendo mujeres. Todas las ciudades tenían un supermercado, una iglesia –católica o evangélica- casas, apartamentos, locales de comida, bares, cines, oficinas, una escuela y enormes parqueos subterráneos y gente que pasaba junto a las personas como yo casi sin vernos, sin hablarnos más allá de lo necesario. Cuando volvía a la casa, mis hermanas me apuraban a sentarme en la sala y a cambio de traerme un vaso con limonada, un sándwich, un pastelito, algo, me pedían que les contara de las ciudades blancas que había visitado durante el día. Ahí –les decía-, pareciera que el sol pega distinto, que los rayos brillan más, todo tiene otro color, color de nuevo, de siempre nuevo y les hablaba de los zapatos de suelas limpias, de los cabellos brillantes, de las bancas de madera siempre lustradas, de la grama tan verde y tan cuidada como en la tele. Ellas seguían soñando con ir, pero sólo para Julia –la más pequeña- se convirtió en algo con lo que soñaba cada día. A veces, al volver por la noche del trabajo, la encontraba caminando de puntillas, como si anduviera sobre tacones, y
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la miraba tirar el pelo hacia atrás como en los anuncios de shampoo. Una mañana, antes de su cumpleaños número dieciséis, la encontré con mamá en la cocina. Julia lloraba porque se había dado cuenta que por ser mujer no podría trabajar en lo mismo que yo y creía, sabía, que entrar a las ciudades blancas no sería tan fácil. Durante dos años, Julia coleccionó ofertas de trabajo en esas ciudades, que recortaba de secciones de prensa que llegaban a casa envolviendo aguacates. Cuando finalmente cumplió 18, me pidió como regalo que hasta que encontrara trabajo, le comprara el diario. Era como si se hubieran agotado los puestos de trabajo. Pasaron tres meses y nada, ni uno solo. Cuando me pagaron mi aguinaldo, llegué a casa feliz. Le dije feliz navidad hermanita, te conseguí una cita con una agencia de trabajos, con lo que les he pagado se comprometieron a buscarte un trabajo en una de esas ciudades, si se puede, en la primera. Julia estaba feliz, saltaba, casi daba pasitos de baile y reía, reía como no volvería a escucharla reír nunca más. Las semanas siguientes fueron intensas. La mujer de la agencia llamaba y Julia volvía cada vez más triste, más demacrada. No quería ser del servicio porque no le gustaban los trajes celestes de delantales blancos y gorritas ridículas que se quedan todo el día en casa, cuidando niños que luego las mamás lucen mientras las uniformadas planchan en el cuarto pequeño y trasero de las casas. Ella quería uno de esos trabajos de traje colorido de poliéster, con la cara lavada y el pelo recogido bajo una rejilla, un trabajo
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que le permitieran estar todo el día viendo hacia la ciudad y sus habitantes, cruzar con ellos el aquí está su orden, que tenga buen día, hay algo más en que pueda servirle. Julia no contaba con que su piel morena, aunque no tanto como la mía, no cabía en los parámetros de las ciudades. La mujer de la agencia le devolvió el dinero al cabo de tres meses, le dijo que estaban buscando jóvenes con otras cualidades, con piel más clara –pero no tanto como la de los habitantes de las ciudades-, con ojos un poco más grandes y redondos, un poco más altas. No quiso dar más explicaciones y Julia lloró por días, detestaba su piel –decía-, sus ojos achinados y su nariz ancha, su estatura, su pelo oscuro que mamá no le dejaba desteñir. Julia siguió soñando. Ahorraba el dinero que ganaba vendiendo panes con pocos de pollo y mucha mayonesa para comprar esas cremas que prometen cambiar el tono de piel –pero que no funcionan-. Estaba cada vez más triste y mamá finalmente la dejó teñirse el pelo castaño claro. A veces la encontraba con un espejito en la cocina, practicando trucos de maquillaje para hacer que sus ojos se vieran más grandes, más redondos –tampoco funcionaba-. Desde la terraza del edificio estrecho, vimos cómo las ciudades nacían y por el trabajo, yo sabía que había más, al inicio una nueva por año, luego dos, tres. Ahora hay unas cien, unas más brillantes que otras, más apegadas a la primera y muchas otras no tan lindas, donde el sol pega casi como en mi barrio pero que siguen el mismo modelo: un supermercado pero de un costo más bajo, una iglesia –
generalmente evangélica- casas y apartamentos aún más chicos y casi igual de caros, locales de comida rápida, bares, un cine, oficinas, una escuela, no tan enormes parqueos subterráneos y gente que pasaba junto a las personas como yo, evitando vernos. Ahí, las mujeres eran un poco menos arregladas, a veces miraba algunos tacones pelados justo sobre la tapita, las suelas no tan limpias, los hombres no siempre iban de corbata y los collares de las mujeres, aunque brillantes, parecían más plásticos. Julia intentó de nuevo conseguir un trabajo para esas ciudades copia, pero de nuevo, no lo obtuvo. No era suficientemente morena, tenía que ser más oscura y su cabello pintado era demasiado similar al de las habitantes. Julia murió. Se suicidó. Se tiró de un puente cercano a la ciudad original. Es lo más cerca que podré estar, decía en la nota que dejó sobre la mesa de la cocina en su cumpleaños veinte, unos días antes de que, desde la terraza de nuestro débil edificio gris, vimos cómo se levantaba un muro perimetral alto alrededor de la primera ciudad. Tan alto que no se ve la cima de los edificios de 20 pisos que están dentro. Poco a poco las demás comenzaron a hacer lo mismo. Se llenaron de muros en los que presurosos jardineros nocturnos, colgaron colas para que el muro interior fuera verde. También comenzaron a poner pantallas gigantes, de imágenes casi reales, que simulan atardeceres en los que los barrios pobres cercanos no estropean la vista. Son pequeños paraísos y simulacros de paraísos. La ciudad se llenó de paredes altas que envol-
vían las pequeñas ciudades de paredes blancas. Ahora, desde la terraza del edificio se ve un horizonte lleno de cilindros encalados, con vigías disfrazados de soldados de plomo en la parte más alta. Por las noches, prenden reflectores enormes que ciegan a quien se quiera acercar. Hasta hace un año, se podía ver al menos dos veces al día, cómo los autos entraban y salían de los cilindros. Ahora, según dicen animados los presentadores de noticias, la mayoría de los habitantes trabaja y estudia por internet y casi nunca salen de las ciudades blancas, tranquilas, sin gente como nosotros. Los que hemos quedado afuera, los que vivimos en edificios grises y casas despintadas, los que tenemos por horizonte los cilindros, vivimos de lo que se puede. Por suerte para mí, las fábricas están fuera de esas ciudades y aún conservo mi trabajo aunque, ahora, las entregas se hacen en una bodega situada en la parte posterior. Ya no veo mujeres de faldas cortas, ni hombres en bicicleta, ni niños sacados de anuncios de supermercados. La gente del barrio se está agrupando. Por las noches nos reunimos en las viejas iglesias para estudiar cómo entrar, cómo llegar a esos paraísos, botar a los vigías y romper las puertas, invadir las ciudades de paredes blancas y grama cuidada. No falta mucho para echar los planes a andar, llegaran –llegaremos- de todos lados. No tengo a quién avisarle. Nadie, en los diez años de trabajo como repartidor me dio una sonrisa. Nadie me habló. Ya nos veremos y cuando conquiste la primera ciudad, la llamaré Julia.
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JUEGOS MENTALES Texto Cindy Barascout.
Las conoces bien. Puedes presionar con un dedo en lo mรกs profundo de mis heridas, de mis miedos.
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Y sí. Aquí estaba. Una vez más miraba con ojos menos celosos a la persona que se decía llamar mía. ¿Pero qué tan tuya es alguien realmente? Pues la tanta energía cambiante que gira alrededor de una estrella de cine es mucha. Tóxica. Y todos quieren un pedazo de ella. La obligan a cambiar de camiseta mil veces. Frente a mil hombres siendo hombres. Mil veces. Frente a mí. Te la quitas mostrando ese estómago escultural, esos lunares, esas caderas y piel que no puedo tocar. Finges mi presencia porque te conviene. O quizás realmente no existo con tan intensa atención. Te miro hermosa, más que nunca, posando movimientos sensuales con órdenes directas de parte de una química idealizada. La duda siempre permanecerá en mí. La duda de saber si tu mente se encuentra en tu disciplina actoral. O quizás lo dudo. Porque seguro yo no podría no dejarme llevar por la piel de alguien más. Por los labios. Por el sexo. Por unas palabras y miradas tan reales que la actuación se cancela a sí misma. Ahora te miro tras una pantalla. Te cambian las luces, pues buscan entonar más tu mentón y quijada. Tus hombros, tus pechos, esos ojos de diabla que en este momento dominan el estudio. ¿Disfrutas que te mire así? ¿Disfrutas que me calienta verte deseada por tantas personas en un sólo lugar, en un sólo momento? Bailas, lanzas miradas de conquista al director. Al productor. A la maquillista. Al del sonido. Al de las luces. A todo el equipo de post producción. De pre producción. Eres un objeto de consumo que en este momento todos quieren comprar. Pagarían lo que fuera por verte desnuda. Porque tu mirada tan fuerte los hace creer que es personal. Me río, pues se sienten especiales. Han caído en tu trampa. Me volteas a ver ahora. Es a mí a quien buscas castigar. Te aprovechas de mis celos cada vez más acostumbrados y mi satisfacción de tirarte a la cama unas horas después, desnuda, amarrándote las manos y quitándote el calzón. Pero esto no termina aquí. Lo sabes bien. Ha sido mi ego quien me ha hecho perder. Mi ego por saber que te tengo cuando nadie más puede. El vacío que se llena y se convierte en vacío cuando es así. Mi devoción. Mi debilidad. Ese agujero negro entre mi alma, mi pase al infierno. Las conoces bien. Puedes presionar con un dedo en lo más profundo de mis heridas, de mis miedos. De ese punto tan perfecto donde la magia se convierte en brujería y el amor en el más cruel de los dolores. Donde nos reconocemos como animales, salvajes, adaptándonos entre permisos controlados para lograr sobrevivir. Pero a un salto del pico, a un paso donde perdería total esperanza del amor, la cuerda de tu lealtad me sigue sosteniendo. Con los ojos cerrados el viento frío me hace sentir más viva que nunca y me alienta a soportar la más dulce de las torturas. Ahora abro los ojos y te miro lamer la herida. Sabes que nunca lo cambiaría por ella. Ya me has descubierto. Y así como tú, conozco las tuyas. Si te alimentas de tan frágil atención, es porque no has logrado aún, hacerme lo que en cualquier otro escenario quisieras. Que sea yo, la única, la que más deseas. La solamente tuya. Wilde Wilde.
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EVA… Y LOS COLLAGES Texto Pablo Bromo.
«Take me out tonight. Take me anywhere, I don’t care, I don’t care, I don’t care». Morrissey
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Eva tiene tatuajes. Ocho, para ser exactos. El primero se lo hizo a los diecisiete: una golondrina estilizada y atravesada por una flecha pixeleada en color magenta, que sus papás descubrieron dos meses después en una ida familiar al puerto con los tíos que venían de viaje. Fue un desvergue la puteada. Pero “a tinta escrita, no hay página atrás”. Desde esos días angustiosos de post-adolescencia, Eva ya sabía que terminaría de diseñadora en alguna agencia o alguna revista de esas de moda. Y así fue. Eva, que ahora tiene veintitrés, trabaja en el piso dieciocho de una agencia de publicidad. Empezó haciendo prácticas –y café para los creativos– pero al director regional le gustó su rollo y decidió contratarla. Ahora maneja tres cuentas: una pequeña de golosinas, otra de arquitectos y el social media de una multinacional. El problema, como siempre dice Eva, es que el cliente nunca tiene la razón aunque en verdad siempre la tenga. Por eso muchas veces, dos o tres por semana, sale a eso de las casi diez de la noche terminando campaña o revisando pendientes. Nada que no pueda acompañarse de buena música, claro, aunque los “arte finalistas” escuchen bachata y reguetón. Así que Eva, al nomás salir del edificio enciende el estéreo y pone a todo volumen lo mejor de su música punk. Una decadencia de rolas la abrazan y miman. Lo mejor de Savages, Sex Pistols, The Clash, Dead Kennedys o Ramones la invitan a tomarse algo. Pero a veces, ya muy cansada, se va directo a la casa de sus viejos donde vive. Claro, Eva no siempre escuchó punk. Tuvo su época cursi, como todos, pero nunca pasó de Green Day o Coldplay. Eso sí, “Shakira y esas muladas… ¡nunca!”, como dice cuando le preguntan si escucha música en español. La onda es que Eva ha estado escuchando mucha música electrónica últimamente, y descubrió que cuando baila – hasta al cansancio–, puede dejar de pensar en todo eso que la chinga: sus viejos conservadores que la mensajean todo el tiempo, su ex novio inseguro y celoso que la hizo mierda, su clavo con hacer cuatas fácilmente, su miedo a la ansiedad… En fin, la soledad. Así que Eva, cada vez que puede se va metiendo más en el rollo electrónico para bailar y bailar más. Eso implica –no me pregunten por qué– más fiesta y más chupe. Hace tres días, por ejemplo, se hizo otro tatuaje, el octavo: una bo-
cina en forma de triángulo con unas notas musicales, unas pastillas de ecstasi y un corazón con alas muy al estilo “collage” de Rauschenberg. Digamos que a Eva le gusta todo lo que tenga que ver con el Collage. Y últimamente su vida ha sido un collage de muchas cosas nuevas: vodka, tequila, jaggers, coca en paleta, ácidos a cada rato, pastillas, dos o tres agarres por noche, despertar en camas lejanas y hasta flashbacks de sexo sin condón. Pero el collage más fuerte de todos –de hace unas horas– es este: Eva está en el asiento de un Yaris hecho pedazos, no sabe qué putas hace ahí. Va de copiloto y una canción de LCD Soundsystem suena de los parlantes. Sabe que es LCD porque los descubrió hace poco por Tavo, un cuate dealer que conoció en una fiesta techno hace dos meses. Entonces es probable, piensa, que Tavo esté detrás del volante a su lado pero no está. Sólo hay vidrios rotos, sangre y bolsas de aire estalladas. Un recuerdo de su infancia la recorre al mismo tiempo que la rola suena y se escuchan unas sirenas de ambulancia mezcladas con el ruido de una cortadora de metal. Alguien desde afuera le pregunta si está bien. No responde. Todavía está en trance de ácido, guaro y otras ondas más. Pero le arden las piernas como la chingada. Y eso le da miedo. Un frío la inunda. El bombero por fin llega a ella. Su sonrisa es la de un dios budista o algo por el estilo, lleva un casco amorfo y unos guantes peludos híper sensibles que la excitan un poco. Todo es un alucín. El oso protector la saca del carro y por fin ella logra ver el Gran Collage: tres carros destruidos por completo, dos cuerpos tirados sobre el asfalto y la madrugada fría –más fría y oscura que todas las Moza Premium que se tomó en el primer bar hace muchas horas– la paralizan por completo. Al fondo de la ambulancia, cuando la recuestan sobre la camilla, vislumbra una pista de baile iluminada por luces luz neón y una bola de disco enormísima. En su cabeza escucha una canción de The Smiths y siente paz. Así que cierra los ojos lentamente, y decide echarse el último dancing con la luz negra de la oscuridad.
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EN MEMORIA DE CAÍN Texto Maurice Echeverría.
No transcribe: transforma. No describe: recrea.
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En mi entrega pasada a la revista Plomo, mencioné, a la pasada, a un famoso crítico cinematográfico llamado Caín. Me refería por supuesto al gran Guillermo Cabrera Infante, quien firmaba sus críticas de cine con ese nombre, allá en los años cincuenta. Pues bien: pensé que podía ser una buena idea expandirme más sobre Caín y su trabajo, lo más parecido a un Jehová que tenemos en términos de reseñismo fílmico fecundo. Cabrera Infante, engasado del cine A poco más de una década de su muerte, recordamos la obra, tan lúcida como lúdica, del Premio Cervantes Guillermo Cabrera Infante. GCI nació en 1929 y murió en 2005, y entre ambas fechas nos dio una literatura irradiante, y que nadie se atrevería a calificar de baladí –salvo acaso alguien que no vacilaríamos en llamar un imbécil. Aquí nos interesa peculiarmente su obra dirigida al cine, al cine que fue su más grande pasión, junto a la literatura, y donde bien encontraremos textos críticos glamourosos y fundamentales. Esta obra crítica de GCI se refracta en tres libros esenciales que recopilan sus textos de cine. El primero de ellos es: a) el nutrido Un oficio del siglo XX, en donde recopila sus críticas firmadas Caín. Luego está: b) Arcadia todas las noches, que reúne las conferencias de cine pronunciadas en el Palacio de Bellas Artes de La Habana en 1962, sobre varios directores de cine americano. Y el tercer libro es: c) su muy famoso Cine o sardina, que gozó –recuerdo– de enorme éxito editorial en su momento. Un oficio del siglo XX Caín… Caín… Caín… Quisiéramos enfocarnos, desde ahora, en aquellos textos que firmó bajo el seudónimo Caín en su Cuba nativa. El que quisiera tener una idea preliminar de este libro puede consultar el compendio presentado en Infantería, del Fondo de Cultura, o ya para una visión completa, visitar el tomo confeccionado por Galaxia Gutenberg, llamado El cronista de cine. Las críticas, siempre impecables, virtuosas, ellas, las firmó entonces como Caín, mote creado con las dos primeras letras de los dos apellidos del autor. Caín es lo mismo un pseudónimo juguetón, un alter ego, un heterónimo con todas las de la ley. En tiempos de Batista, verán, GCI publicó un cuento bermejo que le costó encarcelamiento, multa, persecución, previsible censura. Ya solo le queda escribir aseudónimadamente, y eso explica a Caín, que se hace llamar a sí mismo “el cronista”. Sobre Caín nadie ha escrito mejor que el mismo Cabrera Infante, nos parece: junto a las críticas propiamente dichas, Un oficio del siglo XX contiene textos y notas a pies de página que las contextualizan y que son propiamente exquisiteces. Caín: diremos que nos cuesta pensar en otro crítico de cine más mítico en América Latina. Un auténtico creyente fílmico, que hizo maravillas para un medio (la revista Carteles) y audiencia cubanos, pero que en realidad trascienden y subsisten más allá de particulares fronteras. Y bueno, será por su nunca vana claridad: el crítico lo es en la medida que da un insight perlado y en base al mismo un juicio argumentado de valor y Cabrera de esos da muchos.
Como ya dijimos, estas críticas ocupan seis años de la vida de GCI, del año 1954 a 1960, y se abren, en ese momento, hacia el pasado y hacia el porvenir del cine, con una amplitud y una confluencia que no vamos a dejar de reconocer. Muchos géneros, muchos actores, y tantos directores mapeados tales como John Huston, Buñuel, Tati, Hitchcock, Fellini, Elia Kazan, Chaplin, Kurosawa, Billy Wilder, Truffaut y por supuesto Orson Welles (que ocupa un lugar omnipresente, y es primero en su lista). Entonces tenemos aquí a un crítico que reseña todas esas películas que hoy nos parecen clásicas, salvo que él las reseñaba en tiempo real. La prosa de Caín Leídas una y todas esas palabras que configuran las críticas de Caín, uno puede decir que han sido escritas con humor, maestría, virtuosismo artístico y avanzado, de principio a fin. Virtuosismo, honda maña. Es el arte boxeador de escribir, que desde luego también es cinematográfico: el cine mismo está en la prosa de Caín, en su manera de contar. Paneo y still. Este virtuosismo tiene algo de barroco, pero gracias a esa otra cualidad alternativa, representada por la palabra inocencia, nunca termina estirado, sino participa al mismo tiempo de una cierta relajación no profiláctica. En oposición a otro tipo de reseñas que parecen sacadas de un tupperware del fondo de la refri, las de GCI, alias Caín, en cambio están filtradas de frescura, vida, entrega, intensidad estético–estelar que nos deja tremantes, por sus juegos diagonales, ocurrencias verbales, puntuaciones delirantes. Es el ludismo con que han sido escritas, la prístina expectación, que es carcajada, gag literario, pun inminente, y nos va dejando reseñas germinantes, para un favorito, casi blasfemo placer, en descripción y comentario. Pero con esa inocencia, con esa frescura chispeante y constante de tabula rasa, co–emerge algo que es ya casi lo contrario: la sapiencia y la autoridad crítica, así como la cultura literaria, cinematográfica y general, fuente de continuo aprendizaje. Conocimiento en lo que respecta a directores, actores y oficios técnicos. Estos textos –decimos y afirmamos– están nutridos, empapados de erudición, no solamente ocurrencia, son artículos de veras informados. Y no es como que entonces existía la web para venir a llenar vacíos culturales. Hombres cultos eran aquellos. Ahora bien, lo interesante aquí es cómo la erudición, la claridad, la parte científica de su reseñismo, no es que sea inmasticable, ni que extermine lo puramente albo y juguetón de sus visiones críticas. O versavice. Arte sobre arte Tantos libros que generan adaptaciones cinematográficas. Caín, inversamente, adapta, con precisión milimétrica, pero sobre todo con poder literario, las películas a sus críticas. No transcribe: transforma. No describe: recrea. En ese sentido, quizá lo que mejor nos muestra Caín es que si el arte no genera arte, entonces no genera nada.
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Darkstar Esta agrupación inglesa nos presenta “Foam Island”, un álbum diverso en el tempo, el ritmo y la creatividad. Darkstar nos da una mezcla casi perfecta entre pop, hip hop y elementos electrónicos que recuerdan a ciertos sonidos de Battles. Warp Records.
Silver Rose Explorando el dreampop y shoegaze, la mexicana Carla Sariñana nos presenta su proyecto solista, lleno de melancolía y distorsión. En su soundcloud pueden escuchar su primer sencillo “Take Me Home” al igual que sus primeros demos. Industrias WIO.
Beach Slang ¿Alguna vez se han topado con una banda que simplemente les cambia la forma de ver la vida? Eso precisamente sentimos con Beach Slang y su disco “The things we do to find people that feel like us”. Este disco está lleno de letras y melodías que nos harán recordar lo bueno que es estar “young and alive” y que todo está bien al final del día, no importa lo que pase. Para fans de Jawbreaker y The Replacements. Polyvinyl Records.
Soulection En serio no sabemos por dónde empezar con Soulection… Son un sello discográfico, programa de radio y un increíble colectivo de músicos y productores como Sango, Esta y Taku, con un excelente oído y calidad de trabajo que ha tomado por sorpresa a muchos. Tomen el tiempo de escucharlos y disfrutar de “The sound of tomorrow” que estampan en cada release y mixtape… de verdad, escuchen al futuro de la música. If you didn’t know, now you know.
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Entrevista a
NICOLA CRUZ Por Juan Carlos Zamudio
Desaparecer y encontrar tu alma en la mĂşsica.
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A principios de junio de 2015, Nicola Cruz visitó la Ciudad de México para hacer una presentación especial. Fue el telonero de la danesa MØ, quien este año conquistó los charts internacionales gracias al éxito de “Lean On”. En dicho track colabora con las súper estrellas del EDM, Major Lazer y Dj Snake. La tarea era, por lo menos, compleja. El lugar estaba al tope. Había poco más de 1,500 personas –entre ellas yo, por supuesto–. Todos los presentes esperaban escuchar temas de pop digerible y fáciles de bailar, pero nadie esperaba sonidos experimentales ni mucho menos fusiones andinas con ritmos electrónicos. Además, muy pocos conocíamos a Nicola Cruz y otros menos sabían que habría un telonero. En medio del bullicio, las luces se apagaron para anunciar el inicio del set del DJ. Nadie sabía lo que pasaba. Flautas, mezcladas finamente con beats invadieron el lugar. Nicola Cruz se apoderó de la noche. A los pocos minutos del inicio de su actuación, la gente prestó atención. Nicola Cruz habría logrado su cometido: capturar al público. Aunque, con una propuesta tan sólida como la suya, la tarea en realidad no era tan complicada. A través de atmósferas envolventes y sonidos provenientes como de rituales chamánicos, el Plaza Condesa, de pronto fue testigo de una ceremonia de iniciación. Cruz nos tomó por sorpresa y nos sumergió en una sanación sonora. “La música tiene un montón de mensajes escondidos que llegan más allá de lo literal”, señala al respecto. Cuando Nicola Cruz terminó la actuación de aquella noche, su nombre quedó grabado en mi memoria, por lo que decidí seguirle la pista. Pocos meses después, justo a finales de octubre, ocurrió el lanzamiento oficial de Prender el Alma, su primer álbum en forma.
“La idea es interpretar cierta imagen que tengo en la cabeza. Es una fusión compleja de grabaciones ambientales, síntesis sonora y composición musical”, dice Cruz cuando le pregunto sobre la forma en que construye sus tracks. Es un tipo inteligente y verdaderamente apasionado por lo que hace. Se nota en la forma en la que contesta mis preguntas. Este material se compone de 10 tracks sólidos y, como el título lo indica, es un trabajo que habla directo a la sensibilidad del alma humana. “Muchas de las canciones hablan de ampliar la visión; que no sea tan chica ni limitada. Esto en sentidos tanto mundanos, como espirituales y personales”. La instrumentación y la armonización sonora son, quizás, las características más destacadas de este material. Al respecto, Nicola comenta: “Intento hacer bastante grabación. Vengo de un mundo de producción tradicional, no digital. No me gustan las computadoras, prefiero manipular el sonido con voltaje. Me parece más expresivo”. Esta forma de trabajo se transmite en cada una de las piezas que componen este material. Si bien la intención es justo compartir la sensación de atravesar por estos paisajes mágicos, el acomodo natural de cada uno de los elementos es evidente. Prender el Alma es un trabajo tanto romántico y soñador, como surrealista. Es un encuentro entre la antiguedad y lo moderno. “Sanación”, el track que abre el disco, nos sumerge lentamente a un universo paralelo en el que no se necesitan las palabras, los sonidos nos guían a través de un recorrido que, cada vez, se hace más colorido, más rítmico, más bailable. “Cumbia del Olvido”, el tema número cuatro, juega con las texturas de un par de guitarras melancólicas acompañadas de ritmos suaves que nos invitan a olvidarnos del mundo real.
Definitivamente sería absurdo intentar definir en un género lo que representa este material. La exploración sonora que presenta Cruz es justo la posibilidad de abordar todas las posibilidades y cambiar de caminos. El álbum fue publicado bajo el sello de ZZK Records, un sello discográfico ubicado en Buenos Aires, Argentina. Sobre la decisión de hacer este movimiento, Nicola apunta: “Me interesé en el sello desde hace unos años. Sentí que era perfecto para lanzar mi disco por el apoyo que le ha brindado a la música de Sudamérica. Nos encontramos en el camino”. Cruz se inició en la música a los 12 años y fue hasta los 17 que comenzó a componer por su cuenta. “Es muy bonito ver el fruto de tu trabajo porque se refleja a nivel de emoción y sensación. Es algo muy lindo de percibir”. Ahora, lo que alguna vez inició por curiosidad, está tomando una forma trascendente. Cruz es un tipo que entiende perfectamente la conexión entre el lenguaje de la música y el ser. “Cada día descubro nuevos géneros e instrumentos y sólo me doy cuenta de lo grande que es la música”. En un mundo en el que imperan géneros como el EDM, resulta refrescante encontrar productores que, además, son artistas (en toda la extensión de la palabra) y que además, buscan que su música traspase las fronteras del cuerpo y de la mente. Nicola Cruz es, sin lugar a dudas, uno de los productores jóvenes con más posibilidades de crecimiento. Su primer material es una carta de presentación perfecta y una carta de invitación al resto de los productores para que exploren nuevos caminos y trasciendan más allá de la estructuras en las que lo más importante es cuando revientan los bajos.
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MILENA MUZQUIZ Nacida en Tijuana, México, en 1972, estudió en el California College of Arts and Crafts. De allí que le apueste a la cerámica y la tropicalice. Inspirada en lo vivo; aquí hay movimiento.
Curaduría Rudy Weissenberg Fotografías Cortesía de la artista
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MARLOV BARRIOS Teorem a s a dolescentes y Fa m a
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Los cristales de los autos opacos y esmerilados, me estallaron encima. Las luces todas, contenidas en su brillo de obsidiana y frío, me retumbaban arriba de los ojos. Me quedé a la orilla del fuego, debajo de la lámpara origen de todos los caminos. Mis zapatos, con muchas piedras dentro, son un altar bifurcado relicarios de mis cenizas costras de cada impulso. Solo tiré del hilo láser que traspasaba cuadras de cuadras asbestos, bajareques, cal y anfibios secos de esperar la captura.
Detrás de mi retrato vi dos águilas de perfil levemente geométrico que coronaban el trino del gran umbral. Vi la tarde ocre desde lo alto las cúspides funcionalistas, almenas en su palpitar eléctrico. Vi cabezas de Buda, circulaban el cuadrante de la azotea, pies dibujados en las baldosas y después un salto al vacío. La pesca de la noche y el vicio de fumar a oscuras es el crisol de la sal negra. El río y la estática, El río y la resaca, el humor de dos cuerpos de humo. Ahí el olor del agua, el dolor del agua.
Marlov Barrios. 2015
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De la serie Fama
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De la serie Teoremas adolescentes / Fotografía cortesía de Víctor Martínez
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ANA BOLENA Hay mujeres emblemáticas y llenas de virtudes que optan por perder la vida antes que la honestidad. En ellas, en esa lucha, reside la poética de la vida.
Fotografía Carmen Maldonado Dirección de arte + Styling Revista Plomo HMUA Fernanda Gomar Modelo Soprano Bárbara Bickford
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MOFLE QUARTZ Mandar al mundo por un tubo de aire acondicionado. Eso es lo que hay que hacer.
Fotograf铆a Jos茅 Pablo Anleu y Johannes Blidenstein Asistente Keegan Buchhalter Direcci贸n de arte + Styling & Makeup Revista Plomo Peinado Sal贸n Estilos Modelo Moira Kachler
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EL DOBLE SEXO Nos confrontamos, porque solo partiendo de ahí podemos hilvanar nuestras verdades.
Fotografía Aldo Sázen Dirección de arte Passus Maquillaje MAC Cosmetics Modelo Pablo Fustec para New Icon México Écharpe en tela de seda Maison Chanel
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Pág. anterior - Taxidermia Borrego Cimarrón Por el arte nacional (México 1970) Esta pág. Maquillaje MAC Cosmetics
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Esta pág. - Jarra en vidrio soplado Fábrica La Malinche, MTY México Pág. siguiente - Bowl en cerámica y porcelana Emilio Gómez Ruiz Collar en piedras murano y concha de mar Passus
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Pág. anterior - Blusa en seda Had Mayner / Escultura en hierro colado Passus Esta pág. - Taxidermia Borrego Cimarrón Por el arte nacional (México 1970) Cuchara en metal pavonado Zara Home
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LA ESCUELA Hacer una pausa. Lograr que nuestra atención florezca ante aquello que nos hace estremecer. Proyectar y capturar.
Fotografías cortesía de La Fototeca
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Fotografía página anterior Andrea Ramírez / Fotografía esta página Ana Werren / Fotografía página siguiente Marcela Polo
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Bosco Mattel boscomattel.com
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REVISTAPLOMO.COM