La misión del relámpago

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LA MISIÓN DEL RELÁMPAGO

Carlos Garrido Chalén /Milagros Hernández Chiliberti

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ENSAYO

CARLOS

MILAGROS

GARRIDO CHALÉN

HERNÁNDEZ CHILIBERTI


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BOLÍVAR Y LA VISIÓN DEL ESCRITOR

No todo el que escribe es escritor. Un escribiente de un tribunal, un redactor de cartas de amor, un señora que lleva un diario sentimental, escriben continuamente y mucho, pero no son escritores. Para ser escritor hace falta algo más, en especial la intención de serlo. Y para aceptar a alguien como escritor hay que saber qué es la literatura. Para Jean-Paul Sartre el escritor es un ser privilegiado, pero a la vez está obligado a servir a su sociedad. El escritor –dice– tiene una situación en su época: cada palabra suya repercute. Y cada silencio también. Considero a Flaubert y a Goncourt responsables de la represión que siguió a la Comuna, porque no escribieron una sola palabra para impedirla. Se dirá que no era asunto suyo. Pero, ¿es que el proceso de Calas era asunto de Voltaire? ¿Es que la condena de Dreyfus era asunto de Zola? ¿Es que la administración del Congo era asunto de Gide? Cada uno de estos autores, en una circunstancia especial de su vida, ha medido su responsabilidad de escritor. Y eso es justamente lo que hay que preguntarse con respecto a Bolívar. No si era o no escritor, porque, como se afirma en las Palabras Preliminares de LA MISIÓN DEL RELÁMPAGO, Bolívar era en esencia y por naturaleza, un poeta, un escritor. No en el sentido típico, tradicional u ordinario de la palabra, porque él tampoco, por su propio temperamento enérgico e impaciente, se impuso seguramente la meta de escribir y llegar a tener orgánicamente una obra literaria para definirse como tal, pero entendió la literatura como una herramienta imprescindible de convencimiento y sensibilización para el cumplimiento de las grandes tareas que asumió en sus gestas de Libertador. De manera que sabemos


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que Bolívar sí era escritor, y de acuerdo a lo planteado por Sartre, fue un escritor que sí cumplió con su deber para con la sociedad. Que no haya sido un poeta en el sentido propio de la palabra (aunque escribió algunas rimas, sobre todo en plan de conquista de corazones femeninos), ni un novelista ni un dramaturgo, no es importante. Y aún cuando no se lo propuso en propiedad, sí fue un ensayista, sobre todo si nos atenemos a lo que hoy se acepta como definición de ensayo, que es la interpretación de un tema (humanístico, filosófico, político, social, cultural, deportivo, etc.), sin que sea necesario usar un aparato documental, de manera libre, asistemática y con voluntad de estilo, y se considera un acto de habla perlocutivo. Bolívar, en más de una oportunidad, se propuso escribir acerca de un tema específico, no en sus cartas, que es la parte mayor de su producción, sino con la intención de publicar lo que escribía e influir sobre la humanidad de su tiempo. Desde luego, no carecen de razón Carlos Garrido Chalén y Milagros Hernández Chiliberti al explorar los distintos caminos que buscó (y encontró) la prosa del Libertador, porque esas fueron sus motivaciones: El amor, la literatura (la poesía), el deber, etcétera. Y es notable su labor al analizar muchos de sus escritos, entre ellos el "Mi Delirio sobre el Chimborazo" de 1823 que califican como el primer poema en prosa que registra la historia de la literatura venezolana. Desde luego, sobre esto se podrían derramar cataratas de tinta, porque hay dudas sobre la autoría de ese texto, pero esas dudas no anulan lo afirmado en este trabajo, por demás encomiable, del peruano Carlos Garrido Chalén y la venezolana Milagros Hernández Chiliberti. Alejo Urdaneta Escritor venezolano Presidente Honorario de la UHE Abril 2011


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PALABRAS PRELIMINARES

David Bushnell y Gustavo Vargas Martínez sostienen, desde el inmenso paradigma de su ciega admiración, que Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios - Simón Bolívar -, es a su entender “el más completo de los americanos”. Que, además, no fue un hombre pobre, sino dueño de una rica fortuna, por las minas, haciendas cacaoteras y cientos de esclavos que tenía; y que en esas circunstancias, el héroe máximo de la independencia de seis repúblicas, libertador por antonomasia, creador de Bolivia, fundador de la primera Colombia, pudo fácilmente ser un representante del poder colonial español o un desalmado explotador del pueblo, pero que su gran inteligencia y rebeldía influyeron dramáticamente para ponerlo a la cabeza del más profundo y vigoroso movimiento insurreccional llevado a cabo en Sudamérica. Y eso es cierto; pero pocos han podido discernir que Bolívar reaccionó de esa manera vital, porque era en esencia y por naturaleza, un poeta, un escritor. No en el sentido típico, tradicional u ordinario de la palabra, porque él tampoco, por su propio temperamento enérgico e impaciente, se impuso seguramente la meta de escribir y llegar a tener orgánicamente una obra literaria para definirse como tal, pero entendió la

literatura como

una

herramienta

imprescindible

de

convencimiento

y

sensibilización para el cumplimiento de sus grandes tareas que asumió en sus gestas de Libertador. Se sabe que era de fácil palabra, por lo que normalmente se expresaba con gran espontaneidad y que muchos de sus mensajes, discursos, proclamas y cartas las escribía o dictaba directamente a sus amanuenses.


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Y aunque era rico, desde niño sufrió pérdidas irreparables que marcaron su alma para siempre, influyendo de una u otra forma, en su estirpe de aeda inmarcesible: quedó huérfano de padre a los dos años y medio (1786), y de madre a los nueve (1792). Su abuelo materno Feliciano Palacios, asumió entonces su cuidado y se dice que le enseñó a versificar. A la muerte de éste, asumió su tutoría su tío Carlos Palacios y luego su hermana María Antonia y posteriormente fue puesto en las manos del maestro jacobino socialista Simón (Carreño) Rodríguez, hombre muy culto y sabio que le enseñó a amar la literatura. Esa misma inclinación, la acreditó con el ilustre caraqueño, Andrés Bello (1781-1865), que le dio clases de historia, literatura y geografía, y con el sacerdote capuchino Francisco Andújar que le enseñó matemáticas, pero también a declamar. Cuando ingresó, a los catorce años, como cadete en el batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, en donde su padre – que también era poeta - se había desempeñado como Coronel, testigos de ese entonces refieren que le hacía poemas a las enamoradas de sus amigos: y que aquellas al enterarse de la verdad terminaban por admirarlo. En Madrid, sus tíos Esteban y Pedro Palacios mejoraron en 1799 su ortografía, redacción y estilo, sorprendiendo Bolívar a todos por su gran aprehensión y porque alegaba que al idioma “le faltaba alma para expresar algunas cosas que el sentimiento inventaba”. Aunque sus historiógrafos aseguran que su acelerado progreso en las letras, se debe en parte al sabio marqués Jerónimo de Ustáriz y Tobar, caraqueño residente en Madrid, a quien sus familiares le encargaron darle, cuando el Libertador tenía tan sólo 16 años, la educación de un cortesano. Sus primeros afanes de poeta - esa vena intrépida de enamorador y de elocuencia añejada por la poesía, que fue su élam vital, para configurar la tremenda


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herencia de su obra literaria -, los encontró, antes que buscarlos, al enfrentar desde su infancia grandes infortunios, que fueron cruciales para acercarlo a reflexionar sobre las particularidades incomprensibles de la vida y de la muerte. Simón Bolívar, libertador de seis naciones, no fue un semi dios en la gesta épica que protagonizó, ni un ente dotado de poderes sobrenaturales. Fue un ser con virtudes y debilidades como cualquier ser humano. Poco agraciado físicamente: trigueño, pequeño, más bien chaparro de 1.62 mts y de escasa musculatura. Sin embargo, lo que la naturaleza no le dio en contextura física, se lo otorgó en la brillantez de sus neuronas y en el poder de su verbo, que supo utilizar muy bien en sus inacabables conquistas sentimentales, que al tiempo de ser sus más grandes debilidades, dejaron huella y radiaron estelas de luces significativas en su existencia, y fueron las que inspiraron en mucho su genio creativo de poeta, que pocos se han atrevido a deslindar. Esta obra, concebida en coinonía entre un peruano (Carlos Garrido Chalén) y una venezolana (Milagros Hernández Chiliberti), apunta a ese objetivo, para dar con la pista de un hombre cabal, que lo tuvo todo y casi todo lo perdió, menos el alma de poeta, con la que se superó a sí mismo para convertirse en el Gran Libertador de una América urgida de ideales y vencer la larga noche de sus históricos infortunios.


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EL VALOR POÉTICO DEL DISCURSO EN LA ICONOGRAFÍA LIBERTARIA DE BOLÍVAR

Bolívar era el genio del discurso literario, pero no porque simplemente acomodaba las palabras para un escenario propicio, sino porque en él ponía su vida misma. Le servía mucho su vasta cultura y la originalidad y vigoroso interés con las que asumía la misión que proponía. Su discurso resumía con arte lo que vivía y en lo que creía y sentía. No tenía palabras para la exaltación vana o el falso ditirambo de la hipocresía política. Es más, aborrecía el candor variopinto de los políticos de entonces – que no son diferentes a los de ahora – que pretendían ser redentores de un pueblo sin verdaderamente sentir sus sinsabores ni tener una visión definitiva para solucionar los grandes males de un sistema que todo lo anatemizaba, preñado de desconfianza e incredulidad. Por eso los que analizan el discurso de Simón Bolívar, alegan que no fue en un tiempo un escritor y un pensador y en otro distinto un hombre de acción, ya que en

él,

pensamiento,

acción

y

palabra

estaban indisoluble,

auténtica

y

extraordinariamente coludidos y amalgamados, opacando con su personalidad fulgurante y su rara autenticidad a los escribas de su tiempo. Uslar Pietri afirma que “en las palabras que nos ha dejado escritas... está el Bolívar vivo que tenemos... Se exalta, se desespera, ordena, impenetra, desnuda sus sentimientos, salta de las palabras el fondo incontenible de ira, de esperanza y de


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ternura. Todo él se nos devuelve del tiempo ido en esas palabras reveladoras. Su lengua fue uno de sus mayores dones y en ella nos sigue hablando de manera conmovedora y potente. Con una virtud de palabra que muy pocos hombres han poseído en la historia”. Efraín Subero cree que uno de los aspectos más importantes en la prosa discursiva del Libertador, es su conciencia del estilo, su gran cuidado en el uso de las palabras y el idioma. Tanto que no pone reparos en someter al criterio del prócer Manuel Palacio Fajardo el texto del Discurso de Angostura y en revisar y corregir hasta el exceso su correspondencia y acopiar material bibliográfico para completar conceptos imprescindibles, en razón de la “funcionalidad” de su obra, con excepción de “Mi Delirio sobre el Chimborazo”, que lo hizo bajo otros correlatos. Todos estos críticos de elocuente análisis y credibilidad manifiesta, dan en el clavo que han deseado alojar; no obstante, es necesario recalcar que la motivación principal e ingrediente esencial en el discurso de Bolívar fue su amor apasionado a sus dos primordiales receptores: Patria y Mujer (O Mujeres), a quienes dedicó con suma pasión, cada uno de sus hechos y cada una de sus palabras.


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INFLUENCIA DEL AMOR EN EL DISCURSO DE BOLÍVAR

Podría decirse que el amor fue el gran motor que impulsó la vida y fundamentalmente el discurso y la obra literaria total de Simón Bolívar. Pero no ese amor a las cosas inmediatas o a las motivadas por esa suficiencia de muchacho rico o a una cultura que lo llevó al gran discernimiento de optar por la causa de la liberación americana (para lo que acreditó un amor social incomparable), sino ese otro, sentimental y cardíaco, tormentoso y lúdico, sorprendentemente correspondido, que lo empujó a los brazos de mujeres bellas dotadas de gran inteligencia y genialidad, en cuya congruencia amatoria y en sus desparpajos, se configuró, de tanto amar, su estirpe de poeta. Con su primer gran amor, María Teresa Toro y Alayza, contrajo nupcias el 13 de abril de 1802, en la ciudad de Madrid. En sus 18 años de vida, anhelaba fundar una familia de abolengo y categoría para vivir como un burgués de la época. Quiso cristalizar sus deseos de ser esposo y padre, con la educación recibida de una heredada estirpe aristocrática, pero

María Teresa muere a los ocho meses de

matrimonio, dejando a Bolívar, en ese entonces joven e hiperactivo, un incipiente adulto de 19 años, en una soledad existencial jamás imaginada. Es allí cuando, lleno de dolor y de rabia, hace el juramento, que sería a la vez su primera proclama de nunca más contraer matrimonio. Después de su esposa, fueron muchas las damas de todos tipos, colores y condiciones que suspiraron entre sus brazos. La lucha por la Independencia ocupó, indudablemente, gran parte de su tiempo, no obstante, muchas horas de sus días


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fueron dedicados a acariciar la damisela de turno, a la que en la intimidad de su lecho le juraba que la iba a amar y proteger todos los días de su vida. Y todas le creyeron (él incluso se creyó a si mismo). Y todas se entregaron en cuerpo y alma al genio inconmovible de un hombre que no era igual a nadie; que parecía superior a todos; que a pesar de su baja estatura física, irradiaba una luz inexplicable y estaba dotado de un arte como amante, que a todas conmovía. A fin de olvidar el dolor de su precoz viudez,

como sólo un hombre

adinerado podría hacerlo, viaja a Francia, donde conoce a Fanny du Villars, una atractiva mujer de 25 años, esposa del Coronel Dervieu du Villars, un hombre bastante avanzado en edad, que, aunque no está probado, consiente la realización de los amores ilícitos de su cónyuge con Bolívar, que en conversaciones cada vez más íntimas con su amada, descubre un parentesco lejano, por la rama del apellido Aristiguieta, que no le impidió amarla como nunca había amado en su vida . La relación de Simón Bolívar con Fanny du Villars, fue tan tormentosa y apasionada como conveniente y provechosa. Tanto que en Paris, en la residencia de la amada complaciente, ubicada en el Boulevard Menilmontant, Bolívar fundamentó parte de su vida futura. En aquel naciente Imperio Napoleónico, un caraqueño que se convertiría un día en Libertador, tiene la oportunidad de departir con la sociedad culta de la época y gracias a su dama dotada de natural empuje, inteligencia y simpatía desbordantes, conoce a quienes ejercerán mucha influencia en la templanza de su ideología: el prestigioso Bomplant, el ilustre Humboldt, el Príncipe Eugenio, hijo de la Emperatriz Josefina, y el famoso actor Talma, entre otras personalidades de ese tiempo. De aquí se desprende que esta mujer fuera tan importante para Bolívar, por cuanto le dio abrigo, calidez y oportunidades, cuando intentaba huir de la soledad; y


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quizás ahora podamos comprender por qué la última carta de amor de Bolívar, en su lecho de muerte y que prácticamente demarca su visión poética del amor, fuese para ella. “Querida prima: ¿Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro? Ha llegado la última hora; tengo al frente el mar Caribe, azul y plata, agitado como mi alma por grandes tempestades; a mi espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra con sus viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros ensueños de 1805.” Si se analiza la presencia de Fanny en la vida del Libertador, realmente no es de extrañar por qué ella también estuvo con él en la primera soledad de su primer sepulcro, en la desesperación de su temprana viudez. “Por sobre mí, el cielo más bello de América, la más hermosa sinfonía de colores, el más grandioso derroche de luz. Y tú estás conmigo, porque todos me abandonan; tú estás conmigo en los postreros latidos de la vida, en las últimas fulguraciones de la conciencia”. El más bello cielo los abrigó a los dos en su mocedad parisina. Ella siempre estuvo a su lado y hasta llegó a usar su mente para pensar por él, como la estratega más eficiente que jamás lo hubiese abandonado, que dibujara sus primeras líneas de triunfo, aún cuando fue él quien dibujó sus pasos para regresar a

Venezuela,

dejándola en París. “¡Adiós Fanny! Esta carta, llena de signos vacilantes, la escribe la mano que estrechó las tuyas en las horas del amor, de la esperanza, de la fe. Esta es la


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letra que iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; esta es la letra escrita del decreto de Trujillo y del mensaje del Congreso de Angostura. ¿No la reconoces, verdad? Yo tampoco la reconocería si la muerte no me señalara con su dedo despiadado la realidad de este supremo instante”. Y ella estuvo antes, para fortalecer los primeros actos vacilantes del joven Bolívar, cuando en sus ideales los cañones aún no habían sonado y sólo la música de su voz enamorada se jugaba el todo por el todo, para embriagarlo de cielo, abandonando un lecho de papel timbrado, por otro menos alusivo erigido sobre el sacrificio de su propia entelequia moral insobornable. “Si yo hubiera muerto en un campo de batalla frente al enemigo, te dejaría mi gloria, la gloria que entreví a tu lado en los campos de un sol de primavera. Muero miserable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores, víctima de un inmenso dolor; presa de infinitas amarguras”. Y si te hubieses quedado conmigo - diría Fanny - o si me hubieses permitido acompañarte en tu lucha por la Independencia latinoamericana, juntos habríamos disfrutado de tu gloria - nuestra gloria - aquella que ambos bosquejamos sobre un tálamo pleno de ternura. Y yo hubiese abonado tu terreno para que sobre él no se erigieran herejes ni traidores, hubiese cuidado de tus bienes y de tu vida para que nunca conocieras la miseria… “Te dejo el recuerdo de mis tristezas y lágrimas que no llegarán a verter mis ojos. ¿No es digna de tu grandeza tal ofrenda?” Pero, ya ella pudo conocer sus lágrimas como la más grande ofrenda de un varón en el regazo de la mujer enamorada, cuando lejos de su Patria, la nostalgia


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hizo presa de su alma, al mezclar lejanía, dolor y desconsuelo con aquel magno sueño de romper las cadenas del yugo imperial. “Estuviste en mi alma en el peligro, conmigo presidiste los consejos del gobierno, tuyos son mis triunfos y tuyos mis reveses, tuyos son también mi último pensamiento y mi pena final”. Ella siempre estuvo detrás de sus primeros pasos, los más importantes, los de arranque y empuje. Ella fue en esos días, la luz de su memoria, la que siempre estuvo pendiente de cada detalle, la que manejaba sus actos, la que cuidaba de su imagen, la que le advertía de los posibles errores. Ella pudo también llorar con él, la nota cruel o el trance ingrato de la despedida imprescindible. “En las noches galantes del Magdalena vi desfilar mil veces la góndola de Byron por las calles de Venecia, en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no ibas tú; porque tú flotabas en mi alma mostrada por las níveas castidades”. Y es que realmente llegó a la vida de Bolívar para jamás salir. Aún cuando posteriormente pudo conocer a Anita, Manuelita o a otras que lo amaron, Fanny quedó tatuada en su alma para siempre como la sensación más estremecedora y de valor inacabable. “A la hora de los grandes desengaños, a la hora de las últimas congojas apareces ante mis ojos de moribundo con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas y en tu voz escucho las dianas de Junín”.


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Fanny siempre le habló en cada momento importante de su vida, mientras la tuvo a su lado y en su ausencia. Y él siempre la escuchó con la atención de quien escucha la palabra santa de una gran mujer tras la semblanza de un gran hombre. Podría decir que en cierta forma se sometió a sus arbitrios, a su bienhechora complicidad enamorada, porque venían pletóricas de luz y de sabiduría, del corazón y la mente de una mujer cabal, que, como gran visionaria, sabía del futuro y de él se nutría para adelantarse a la propia muerte que esa vez le quitaba a su hombre sin batalla. “Adiós, Fanny, todo ha terminado. Juventud, ilusiones, risas y alegrías se hunden en la nada, sólo quedas tú como ilusión serafina señoreando el infinito, dominando la eternidad. Me tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío.(Bolívar Santa Marta, 6 de diciembre de 1830” “Rasgar un instante las tinieblas”, esa también fue la misión de Fanny, cuando enamorada y de manera incondicional lo dio todo por su amado Simón, brillando para él y dándole sus bríos, hasta el momento en que el adiós forjó separación, dejándola en París y guardando su amor en el vacío. En 1812, a raíz de la caída de La Primera República de Venezuela, Bolívar abandona su Patria y ofrece sus servicios al gobierno neogranadino. Enviado al Bajo Magdalena, en la población de Salamina, allí conoce a Anita Lenoit, hija de franceses residentes en Colombia, que a sus 17 años, poseía una cultura que la distinguía del resto de las mujeres en esa época en esos lugares.


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Quedó prendado de ella. Su agradable aire europeo y gran inteligencia le recordó a su amada Fanny, despertando sus artes de conquistador empedernido. La chica cayó rendida en sus brazos. Sin embargo, aquella relación fue breve. Cuando Bolívar decide proseguir su marcha, ella desconsolada no acepta separarse de quien fuera su primer amor

y decide

seguirlo hasta Tenerife.

Posteriormente el

caraqueño la regresa al hogar de sus padres y ella se queda en un mar de tristezas, aunque su fiel amor la hizo esperarlo por más de 18 años. El 18 de diciembre de 1830, ella hace lo posible y lo imposible, para volver a encontrarse con él; pero algo en esa relación pareció haberse resquebrajado. En la Campaña Admirable, Simón Bolívar tuvo un tórrido romance, en Capacho, con Juana Pastrano Salcedo, a quien tuvo que dejar con el dolor de su corazón para continuar su gesta emancipadora. Después de muchos años, al pasar por la zona recordó a su amante y preguntó por ella, pero la madre de la muchacha la ocultó en Piedra Gorda “para no verla sufrir”. Ese “no verla sufrir” estaba emparentado con la angustia del desprecio, pues ella lo sabía amante de muchas mujeres y dudaba que a su hija le pudiera dar un amor imperecedero. Una relación formal, larga e intensa, fue la que tuvo el Libertador con la bella Josefina Machado, quien curiosamente lo acompañó en sus batallas, junto con su madre y hermana. Bolívar la conoció cuando hizo su entrada en Caracas el 3 de agosto de 1813 y ella fue una de las muchachas que le entregó una ofrenda floral. Lo acompañó por seis años, pero fue la más desafortunada de las amantes del héroe, pues al amor seguían con frecuencia las agonías de la guerra y la ausencia. Por ella se dice que El Libertador hizo detener por cuatro días la expedición que iba a libertar a Venezuela para esperar el arribo de Josefina que llegaba tardíamente a Los Cayos. Ella luego sigue a Bolívar a Los Llanos, en donde se enferma y muere dramáticamente de tuberculosis en Achaguas en 1820.


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En esa larga lista de amantes que inspiraron el genio poético de Bolívar, figura en un lugar especial Isabel Soublette, hermana del General Carlos Soublette, quien gracias a esa relación que dio mucho que hablar a la sociedad pacata de aquel entonces, fue ascendido, según el jefe del Estado Mayor de la Expedición de Los Cayos Ducoudray-Holstein, a Segundo Jefe del Estado mayor. Fue una venta de influencias que al menos valió la pena consumarse. En Kingston, Jamaica, el Libertador conoce a Julia Corbier. Pernoctaba con ella cuando sus enemigos envían a un esclavo para que lo mate en la pensión que vivía. Creyendo que era él al que agredían, asesinaron a su amigo Félix Amestoy, que lo esperaba adormitado en una hamaca. En esa misma hamaca desde la cual se gozaba cuando llovía y componía sus poemas entrañables, que crítico como era de si mismo, a veces rompía. Bernardina Ibáñez, a quien llamaban “La melindrosa” por su carácter compulsivo, es otro amor en la vida del guerrero. La conoce después de la Batalla de Boyacá. Después aparece el amor apasionado y violento en la vida de nuestro héroe: Manuelita Sáenz. Ella enloquece a Bolívar y esta pasión acompaña al caraqueño hasta el final de sus días. Entra en la vida de Simón el 16 de junio de 1822 , próximo a cumplir 39 años; ella contribuye en mucho a fortalecer su genio libertario y sus afanes de poeta nato, que solía homenajear a sus amantes con los poemas y acrósticos más impredecibles. ¿Acaso Simón ya había sacado de su corazón a Fanny? No, absolutamente no, simplemente era un hombre con la sensualmente, sus incesantes ansias de libertad.

continua necesidad de expresar


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Cuando envió aquella carta a Manuela, ya habían transcurrido 17 años, desde aquella noche cuando mirando los bellos ojos de Fanny, se despidió de ella, jurando mantenerla por siempre en su corazón. Pero ya habían pasado también por sus brazos una docena de mujeres, sin demasiada significación. Al escribir esa mélica misiva manifestó abiertamente no solamente el alma de un hombre apasionado, sino que denotó la esencia lírica de un poeta avasallador. “Manuela: Llegaste de improviso, como siempre. Sonriente. Notoria. Dulce. Eras tú. Te miré. Y la noche fue tuya. Toda. Mis palabras. Mis sonrisas. El viento que respiré y te enviaba en suspiros. El tiempo fue cómplice por el tiempo que alargué el discurso frente al Congreso para verte frente a mí, sin moverte, quieta, mía” ¿Qué podrían significar esas palabras, sino las de un hombre apasionado que por momentos se ve enredado entre la pasión por una mujer y su deber político? De manera tal que los confunde y planifica el uno en función del otro. “Utilicé las palabras más suaves y contundentes; sugerí espacios terrenales con problemas qué resolver mientras mi imaginación te recorría; los generales que aplaudieron de pie no se imaginaron que describía la noche del martes que nuestros caballos galoparon al unísono; que la descripción de oportunidades para superar el problema de la guerra, era la descripción de tus besos. Que los recursos que llegarían para la compra de arados y cañones, era la miel de tus ojos que escondías para guardar mi figura cansada, como me repetías para esconder las lágrimas del placer que te inundaba.”


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Bolívar amaba tanto a la patria, sin embargo eso no le impedía idealizar a la mujer que besaban sus labios y endulzaba sus noches. Y más aún cuando a través de sus ojos era capaz de seguir mirando la América libre de sus sueños épicos. “Y después, escuché tu voz. Era la misma. Te di la mano, y tu piel me recorrió entero. Igual… que los minutos eternos que detuvieron las mareas, el viento del norte, la rosa de los vientos, el tintineo de las estrellas colgadas en jardines secretos y el arco iris que se vio hasta la media noche. Fuiste todo eso, enfundada en tu uniforme de charreteras doradas, el mismo con el que agredes la torpeza de quienes desconocen cómo se construye la vida. Mañana habrá otra sesión del Congreso. ¿Estarás?” La pasión de Bolívar por Manuela se juntó a la admiración por quien siendo tan dulce, podía ser tan agresiva cuando se necesitaba. Al punto de ser cerebro en la planificación y piel cálida de amante, pero también un “hombre” más de su equipo, para salvaguardarlo en los momentos de peligro. “Mi amor: Estoy muy triste a pesar de hallarme entre lo que más me agrada, entre los soldados y la guerra, porque sólo tu memoria ocupa mi alma, pues sólo tú eres digna de ocupar mi atención particular. Me dices que no te gustan mis cartas porque escribo con unas letrazas tan grandotas ahora verás que chiquitico te escribo para complacerte. No ves cuántas locuras me haces cometer por darte gusto... (Bolívar. Ortuzco, mediados de abril de 1824)” Y en medio de las tribulaciones, la dulzura y el buen humor de Bolívar, llegaban hasta Manuela como un remanso del romanticismo que siempre


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caracterizaba a su amado héroe… Era el utensilio de conquista más encantador que la hacia sonreír y estremecer. Simón Bolívar y Manuelita Sáenz pasaron a la tradición del pueblo latinoamericano, como muestra de compañeros fuertes y amantes apasionados. De hecho, James Thorne, el esposo legal de ella, es prácticamente un desconocido, quizás porque no es de buen gusto resaltar a los cornudos que han desfilado por la historia. Pero, sabemos que ella misma el 10 de abril de 1825, le expresó con rudeza sus motivos para abandonarlo y emparejarse con Bolívar: “(…)Señor mío, eres excelente, inimitable. Pero, amigo, no es simple grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido que no tiene méritos no sería nada. ¿Crees por un momento que después de haber sido amada por este hombre durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo, o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero, ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? (…) ¡Déjame en paz, mi querido inglés. Amas sin placer. Conversas sin gracia, caminas sin prisa, te sientas con cautela y no te ríes ni de tus propias bromas. Son atributos divinos, pero yo miserable mortal que puedo reírme de mí misma, me río de ti también, con toda esa seriedad inglesa ! ¿Cómo padeceré en el cielo! Tanto como si me fuera a vivir a Inglaterra o a Constantinopla. Eres más celoso que un portugués. Por eso no te quiero. ¿Tengo mal gusto? Pero, basta de bromas. En serio, sin ligereza, con toda la escrupulosidad, la verdad y la pureza de una inglesa, nunca más volveré a tu lado…”


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¿Cómo no estar prendado de una mujer de esa estirpe? Con brazos de diosa, piernas de universo y mente de guerrero. No en vano, la historia ha pretendido mitificarla como “La Libertadora del Libertador”. A ella no le faltó nada. Le sobró todo. Fue para él puta y casta, célebre y bajopontina. El Cielo y el Infierno al mismo tiempo. Tenía magia y en esa liturgia se alianzó Bolívar para sentir sus perversiones de mujer ajena. Cuando hablaba, lo hacía como poeta, porque reflejaba al aeda en esencia que era el Libertador. Ese que antes que libertar pueblos, la liberó a ella misma de sus fantasmas infinitos y la llenó de promesas que su marido oficial no podía ofrecer. No porque no tuviera boca, sino porque le faltaba casta de amante inacabable. Fue la lujuria con la lujuria. Esa fuerza concupiscente que los llevó a repetidos ceremoniales de cama incomparables. Los dos se encontraron y se ensamblaron como un hechizo, en un proyecto que no lo tenía que matar la lascivia, sino solamente la sangre de los enemigos. Pero eso tampoco sucedió y los dos, aedas por donde se les mire, hicieron pacto de amor en el ring de las cuatro perillas y se entendieron de maravillas a la hora del orgasmo. “Mi querida amiga: Estoy en la cama y leo tu carta del 2 de setiembre. No sé lo que más me sorprende: si el mal trato que tú recibes por mí o la fuerza de tus sentimientos, que a la vez admiro y compadezco. En camino a esta villa te escribí diciéndote, que, si querías huir de los males que temes, te vinieses a Arequipa, donde tengo amigos que te protegerán. Ahora te lo vuelvo a decir. Dispénsame que no te escriba de mi letra; tú conoces ésta.. Soy tuyo de corazón.” (Bolívar. Potosí, 13 de octubre de 1825)


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Bolívar, no siempre tenía tiempo para escribir a Manuela. De vez en cuando dictaba la carta a un escribiente o un amigo. En esas circunstancias tan impersonales, su estilo poético no afloraba. La angustia de amarla, deseando protegerla pero estar lejos de ella, lo hacían planificar traerla siempre a sitios que consideraba seguros, como una necesidad de la propia sangre. Cuando estaba en ella, en él se producía una especie de connubio con la vida y con la muerte. Y era como si en esa alianza de amor, se promovieran todos los epítetos y alumbraran como un farol virreinal los más inocultables despropósitos. Pero eran él para ella, y ella para él, y en ese fuego fatuo, se amaban desde el cenit hasta el amanecer, con una saña insobornable. Y el amor era una fiesta pero también una tragedia impredecible. ¿Fiesta y tragedia?. Si. La fiesta la ponía ese frenesí con el que solían amarse sin reproche; y la tragedia, ese encenderse de motores que aguzaba envidias paralelas. “Mi bella y buena Manuela: Cada momento estoy pensando en ti y en el destino que te ha tocado. Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y el honor. Lo veo bien, y gimo de tan horrible situación, por ti; porque te debes con quien no amabas; y yo porque debo separarme de quien idolatro! Sí, te idolatro más que nunca, jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino (…)”.(Bolívar17 de noviembre de 1825). Bolívar pena internamente, porque está conciente que en aquella sociedad donde intentan enraizarse, nunca los iban a aceptar como pareja legal. Ella estaba casada con otro hombre a quien ni siquiera amaba y al que recordaba como una figura borrosa intolerante en el universo de su peores pesadillas. Es en esos momentos, cuando aflora como inevitable, el conflicto de tener que separarse de


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ella, sabiendo que deificado en el corazón de ambos, se negaba, sin embargo, y bajo los más ruines pretextos morales, al conato público de las envidias citadinas. Sin pretenderlo, el amor crea idolatrías que el tiempo no puede acabar. Pero no esas generadas por dioses falsos, sino las que consigna la vida en el corazón de los verdaderos amantes para generar dependencias sucesivas. Y Bolívar encontró en ese amor, más que en sus otros amores, una manera de brillar con el brillo de sus propias concupiscencias, para no olvidar que existía. Y alejado de ella, recordaba los pormenores de su trajín íntimo inigualable y porque la pensaba puta en el catre, concibió que la “idolatraba”, que la quería cerca para “maltratarla” con el empuje de su sexo victorioso jamás puesto en duda ni siquiera por sus enemigos. Y eso lo sabía la Manuelita Sáenz, que encontró en la savia lujuriosa de su jamelgo americano, lo que el inglés desconocía. Y ambos fueron cóncavo y convexo, ajuste de cuentas para una pasión que no podría describirse. No porque faltaran palabras, sino porque el verdadero amor sexual no puede pintarse con los pinceles del engaño que produce la falta de inmediatez en esa truculencia. “Cuando tú eras mía yo te amaba más por tu genio encantador que por tus atractivos deliciosos. Pero ahora ya me parece que una eternidad nos separa porque mi propia determinación me ha puesto en el tormento de arrancarme de tu amor, y tu corazón justo nos separa de nosotros mismos, puesto que nos arrancamos el alma que nos daba existencia, dándonos el placer de vivir. En lo futuro tú estarás sola aunque al lado de tu marido. Yo estaré solo en medio del mundo. Sólo la gloria de habernos vencido será nuestro consuelo. El deber nos dice que ya no somos más culpables!! No, no lo seremos más.” (Bolívar 17 de noviembre de 1825.


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La necesidad de escapar de la culpa, de no condenar a aquella mujer a una vida de amantes extramatrimoniales, hacía que Bolívar dudara y vacilara cada vez que la distancia geográfica se interponía entre ellos, aún cuando Manuela le había demostrado con creces cuánto lo adoraba. Entonces ella, encontraba la manera de calmar y alentar al mismo tiempo su inquieto corazón apasionado, y

Bolívar -

reincidente inmoral en el jubileo de su personal acostumbramiento - volvía escribirle con más aliento y valor, desde las alas de su intrépido cometido. “Mi amor: ¿Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta? Es muy bonita la que ha entregado Salazar. El estilo de ella tiene un mérito capaz de hacerte adorar por tu espíritu admirable. Lo que me dices de tu marido (*) es doloroso y gracioso a la vez. Deseo verte libre pero inocente juntamente; porque no puedo soportar la idea de ser el robador de un corazón que fue virtuoso, y no lo es por mi culpa. No sé qué hacer para conciliar mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío: no se cortar ese nudo que Alexandro con su espada no haría más que intrincar más y más; pues no se trata de espada ni de fuerza, sino de amor puro y de amor culpable: de deber y de falta: de mi amor, en fin, con MANUELA LA BELLA.” (Bolívar. La Plata, 26 de Noviembre de 1825) Manuela le había escrito a Bolívar aceptando que su marido no era una mala persona, pero asegurando que no poseía los méritos que él ostentaba. Y le cuenta al Libertador, que su marido “más celoso que un portugués”, según su propia descripción, conversa sin gracia, camina sin prisa, se sienta delicadamente y no se ríe ni de sus propias bromas; llegándole a confesar estar asqueada de esa seriedad inglesa iconoclasta. “Por eso – le dice -, no me gusta ni lo quiero y nunca más volveré a su lado”, acotando que ella solamente ama a Simón.


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Bolívar le reconoce la calidad de “virtuoso” al corazón de Manuelita. Pero prefijado por ese “fue”, le asigna al mismo tiempo una concomitancia diferente del que se exculpa. Su amada viene de tirar todo por la borda para arrojarse libre a sus brazos de amante insaciable y en ese decidirse pierde acaso su virtud teológica primigenia, su solemnidad de mujer clasificable, para patear todos los tableros sin importarle nada, en una sociedad prejuiciosa que la condenó por infiel, pero al mismo tiempo la envidió por ser mujer de ese grande de América. Eso – comunicado a través de una carta que podría ser al mismo tiempo un himno confesional – le dio mucho gusto al Libertador, que sabía el territorio que pisaba y que se arriesgaba a transcurrir porque Manuelita era una gema que tenía que conquistar definitivamente, a su manera. “Mi adorada: ¿Con que tú no me contestas claramente sobre tu terrible viaje a Londres???!!!¿Es posible, mi amiga? Vamos, no te vengas con enigmas misteriosos. Diga Ud. la verdad; y no se vaya Ud. a ninguna parte. Yo la QUIERO RESUELTAMENTE. Responde a lo que te escribí el otro día de un modo que yo pueda saber con certeza tu determinación. Tú quieres verme, siquiera con los ojos. Yo también quiero verte, y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los CONTACTOS. ¿A que tú no quieres tanto como yo? Pues bien, esta es la más pura y la más cordial verdad. Aprende a amar y no te vayas ni aún con DIOS MISMO. A la mujer ÚNICA como tú me llamas a mí. Tuyo.” (Bolívar. La Magdalena, julio de 1826). He aquí una muestra del lirismo sensual y erótico en las románticas epístolas de Bolívar. Su amada Manuela pretende irse a Londres, al cabo de 4 años de sus amores, que si bien no son continuos ni estables, están marcados por el fuego de


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cada encuentro, pero ahora ella pretende alejarse para disipar enigmáticos anhelos e internos dramas femeninos. Él se juega el todo por el todo en esa misiva con cuyos rasgos le grita la grandeza de su amor por ella y la necesidad de su piel y su contacto físico. No le permite que se vaya ni siquiera con Dios. “Mi encantadora Manuela: Tu carta del 12 de setiembre me ha encantado: todo es amor en ti. Yo también me ocupo de esta ardiente fiebre que nos devora como a dos niños. Yo, viejo, sufro el mal que ya debía haber olvidado. Tú sola me tienes en este estado. Tú me pides que te diga que NO QUIERO A NADIE. ¡Oh no!

A NADIE AMO: A NADIE AMARÉ. El altar que tú habitas no será

profanado por otro ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo. Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa o de Manuela. Créeme: te amo y te amaré sola y no mas. No te mates. Vive para mí, y para ti: vive para que consueles a los infelices y a tu amante que suspira por VERTE.” A sus 43 años, Bolívar parece sentir haber vivido tanto que se llama a sí mismo viejo, y confiesa sentirse quebrantado con “esta ardiente fiebre que nos devora” metáfora del calor libidinoso por anhelar tenerla entre sus brazos. Ella anteriormente le había manifestado querer viajar para olvidar las ganas de querer morir por no tenerlo cerca. Ya ella pudo responderle que no se iría a Londres, ella le corresponde en ese amor inmenso que ha roto las barrera de la sociedad, ella prefiere matarse antes que perderlo. Bolívar le pide que no se mate, que viva para él; en sus profundidades guarda la esperanza de encontrarse de nuevo con Manuela “Estoy tan cansado del viaje y de todas las quejas de tu tierra que no tengo tiempo de escribirte con letras chiquititas y CARTAS GRANDOTAS como tú quieres. Pero en recompensa si no rezo, estoy todo el día y la noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus gracias y sobre lo que te amo, sobre mi


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vuelta y lo que harás y lo que haré cuando nos veamos otra VEZ. No puedo más con la mano. NO SÉ ESCRIBIR.” (Bolívar, Ibarra, 6 de octubre, 1826) Y aún en el cansancio del viaje y de todas las quejas de la tierra, Bolívar aparece explicativo, con un sentido del humor que era un portento y se descubre espiritual y habituado a la oración y a la meditación romántica que lo acercaba a su amada con presurosa disposición, haciéndole conocer que sabía como le gustaba que le escriban y los planes que ambos emprenderían bajo el fogón de ese amor maravilloso. Ese “no se escribir” lleva por eso la premura de demostrarle lo contrario, porque en su alma de poeta volaban pájaros de ralea fina, como si fuera el espacio paisajístico del mismo Edén construido para esa Manuelita que parecía tener la piedra filosofal para convertir todo en adjetivos de ese amor inclaudicablemente tierno y vigoroso. “Albricias. Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas que me han llenado de mil afectos: cada una tiene su mérito y su gracia particular. No falté a la oferta de la carta, pero no v. a Torres y la mandé con Ur que te la dio. Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de ternura, la otra me divirtió mucho por tu buen humor, y la tercera me satisface de las injurias pasadas y no merecidas. A todo voy a contestar con una palabra más elocuente que tu Eloisa, tu modelo.” (Bolívar, Bucaramanga, 3 de abril de 1828) Bolívar admite emocionarse con las cartas de Manuela. Y al hacerlo se declara plenipotenciario de la ternura más inusual para un hombre de batalla, pero nos deja ese herramientario para poder explicar que era fuerte, pero tambièn dueño de una debilidad poderosa. Esa que confunde a los aedas porque no se sabe de donde viene y adonde irá. Pero tal no es una debilidad que lo disminuye, sino que lo potencia y acerca al paradigma de la devoción por un ser como Manuelita que debe


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haberlo llenado de palabras y de gestos, para hermosear aún mas la genialidad de su amado, que era intransigente con el mal, recto como ninguno, pero que a veces se dejaba devorar por el “buenismo” de su percepción de hombre enamorado. Por eso que se salta todas las rampas y se descubre profeta y mira a la Eloisa que modela a Manuela, y que supo de la inocencia de Abelardo, como la mujer completa de toda su inspiración. Y cuando rema en sus aguas sabe precisamente por eso que el amor es la única fuente valedera y el caudal de todos los instintos. Y es ese deseo de libertad que vibra en los purismos y en las aleluyas el que compromete a Manuela y a Simón para concebir que la emancipación no es solamente una posibilidad de redención social sino un requerimiento del alma y de la vida. “¡Querida loca mía! Hablando ayer con el Mariscal Sucre me contó que estabas en Paita, sola y triste. El dolor de no haberte visto antes de partir no es más grande que el saberte sin mi compañía y alejada de todo y de todos, tú guerrera por excelencia, la más aguerrida de mis soldados, tú libertadora del libertador, no mereces terminar tus días así. Mi gloria que no es nada sin tu compañía, te reclama tu ausencia, yo haciéndole coro digo cuanto te extraño. Algo se rompió en mi pecho, es un dolor que no se quita ni se aplaca. ¿Por qué siento espinas en el corazón? ¡Por qué la miel me sabe a agua salada? ¿Por qué? Amaneció. Dios y una dulce sensación de nostalgia me hizo escribirte, no llegarán más mis letras a lomo de caballo, no oirás más mis trémulos te quiero ni sentirás mis besos, sin embargo nunca, nunca, nunca dejare de amarte! con este loco corazón que a pesar del tiempo te siente, estaré velando por ti, alejando los peligros que puedan perturbarte, mi alma toda estará colgada a tu puerta y te consolara en tus días tristes y se reirá contigo en tus momentos felices y sabrás una vez más cuánto te amo!” (Bolívar, 26 de Diciembre de 1828)


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Este podría ser el homenaje más certero de Bolívar a su amada, porque la reconoce “libertadora del libertador”, “guerrera por excelencia” “la más aguerrida” de sus soldados y le asegura que su gloria no es nada sin su compañía. Y de ese gesto magnánimo aflora el poeta de sus avivamientos: ese que siente que algo se rompe en su pecho, como un dolor insoportable, ante la ausencia de ese amado imprescindible. Sin ella el abismo, el desierto imposible de entender. Las espinas hincándole las entrañas. Pero siempre la promesa de nunca dejarla de amar, de siempre velar por ella para alejarla de todo lo peligros que puedan perturbarla y de amarla toda la vida con todo el corazón.. “Mi amor: Tengo el gusto de decirte que voy muy bien y lleno de pena por tu aflicción y la mía por nuestra separación. Amor mío, mucho te amo, pero más te amaré si tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cuidado con lo que haces, pues si no nos pierdes a ambos perdiéndote tú. Soy siempre tu más fiel amante.” (BOLÍVAR. Guaduas, 11 de mayo de 1830) Bolívar consejero, se resume bienhechor y aconseja a su amada sano juicio para enfrentar una soledad tortuosa como la que vivía alejada del genio libertador y l ofrece las seguridades de una fidelidad que el tiempo se encargó de desenmascarar, porque al terminar de pacificar el Perú a fines de 1823, el Libertador emprende el retorno a Lima donde se encontraba la Sáenz y en el camino conoce a Manuelita Madroño, una deliciosa niña de 17 años, con la que sostiene una aventura galante de pocos meses, antes de conocer y de gozar de las caricias furtivas de Teresa Laines, Manuelita White, Joaquina Garaicoa, Teresa Mancebo, Aurora Pardo y muchas mas.


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Lo bueno de él, es que a todas les construyó un edificio de palabras dentro de esa literatura suya que no se parecía a la de nadie; que era, dentro de su liberalidad, un ejercicio de dar. Como lo es la literatura y el arte en general, que no los construye el recibir, sino el estar ofreciéndose por encima del tiempo y la distancia. Simón Bolívar conoció por eso que el de poeta, era un oficio para saldar cuentas y ofrecerse en ceremonias de amor para arreglarlo todo. Y se hizo poeta en el avatar del amor que sabe de cuerpos encendidos, entrelazados de orgasmo y de promesas que no siempre se cumplen, pero quedan registradas en el libro de la vida.


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INFLUENCIA DE LA LITERATURA EN OTRAS CARTAS DE BOLÍVAR

Efraín Subero arguye que Bolívar significa plenitud; que la plenitud de la vida emerge de la prosa; y que la primera evidencia de ese género lo podemos encontrar en la famosa carta que le dirige a su maestro Don Simón Rodríguez, desde Pativilca, el 19 de enero de 1824 en la que rebosa de optimismo, confianza, satisfacción, orgullo telúrico, confianza en el porvenir... ¡Oh mi Maestro! Oh mi amigo! Oh mi Robinson..., le dice, mostrando en los arquetipos de esas expresiones, esa poblanza poética que lo consagró como hombre de la palabra bien dicha, como Señor del buen decir, en un momento en que América se debatía en las más extrañas vicisitudes. Y es que Bolívar le dio al Continente las palabras más sentidas y a lo seres que amaba, la calidez de un idioma que le fue imprescindible para dejar sentadas sus ideas y sentimientos fundamentales. “Al señor don Simón Rodríguez ¡Oh mi maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, Ud. en Colombia! Ud. en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Ud. el hombre más extraordinario del mundo; podría Ud. merecer otros epítetos pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar un huésped que viene del Viejo Mundo a visitar el nuevo; sí a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que Ud. quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se acuerda Ud. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá Ud. olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día


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que anticipó por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.” Bolívar se emociona ante la presencia soberbia de un Maestro al que le debía sus calidades mayores. No lo retacea. Se muestra ante él con la más grande de sus generosidades. Y aplaude su presencia, recordándole - como un homenaje de alta pleitesía – el instante aquel en el que juntos juraron ante el Monte Sacro de Roma, la libertad de la Patria. Y se lo dice sin limitar adjetivos: con agradecimiento, mostrando en ese gesto, al hombre grande que habitaba en los límites de su físico en mengua. “Ud. Maestro mío, que tanto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido Ud. mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por Ud. mismo. Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, V. ha visto mi conducta; Vmd. Ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Vmd. No habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta. Fuerte y fructífera, he aquí sus frutos; ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo.”


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Y reconoce que fue él, el que formó su corazón para la libertad y la justicia, “para lo grande, para lo hermoso”, y que bajo su maestría - su pilotaje - , pudo prefijar el camino de la victoria continental. Cuando le escribe: “No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles”, lo que está haciendo no es simplemente abrir el libro del pasado para auto complacerse, sino rendirle un homenaje al maestro sin cuyo magisterio no hubiera podido entender la propia vida. Lo prueba el hecho de que prácticamente lo obliga a ver u merecimientos, para revalorar el trabajo que dejó sentado en su memoria, en sus pensamientos y en sus juicios de Libertador, y antes que Libertador, formidable ser humano. “Sí, mi amigo querido, Vmd. está con nosotros; mil veces dichoso el día en que Vmd. pisó las playas de Colombia. Un sabio, un justo más, corona la frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designios, qué destino tiene Vmd.; sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos; ya que no puedo yo volar hacia Vmd., hágalo Vmd. hacia mí; no perderá V. nada; contemplará Vmd. con encanto la inmensa Patria que tiene, labrada en la roca del despotismo por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos de Vmd. No, no se saciará la vista de Vmd. delante de los cuadros, de los colosos, de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta sombría Colombia. Venga Vmd. al Chimborazo: profane Vmd. con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del universo nuevo. Desde tan alto tendrá V. la vista; y al observar el cielo y la tierra, admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decir: "dos eternidades nos contemplan: la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo."


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Quién entonces al leer esto, podrá negar que en efecto, lo primero que Bolívar era, es ser poeta. No del montón, del mejor de los firmamentos. Su palabra era justa y sin adjetivaciones vanas. Daba sin mezquindades todo lo que quería y podía. Esa vez a su gran Maestro al que invitaba a profanar “con su planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la almena inexpugnable del universo nuevo”, para que desde la altura del Chimborazo, y al observar el cielo y la tierra, pudiera admirar “el pasmo de la creación terrena”

“¿Desde dónde, pues, podrá decir Vmd. otro tanto tan erguidamente? Amigo de la naturaleza, venga Vmd. a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitivas; Vmd. no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida Madre. Allá está encorvado con el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas. Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a V. a un vuelo rápido hacia mí, ocurriré a un apetito más fuerte. La amistad invoco. Presente V. esta carta al Vicepresidente: pídale Vmd. dinero de mi parte, y venga Vmd. a encontrarme.” Pativilca, 19 de enero de 1824. BOLÍVAR. Bolívar induce a su Maestro, a confrontar el mundo caduco del Viejo Continente, “encorvado con el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres” con el de éste, a quien califica como una “doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador” a la que “el tacto


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profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas”. Repetimos como Subero, que Bolívar tenía una genialidad innegable para escribir sus cartas; y que una de ellas, la escrita a Sucre desde Nazca, el 26 de abril de 1825, podría ser un modelo para el análisis de la expresión literaria bolivariana, pues allí escribe “con impecable corrección de estilo, sin virutas retóricas, con palabras pensadas, cuidadosas, en las que subyace, sin embargo, un ardor mitigado. Le escribe nada menos que a su heredero, el que va a consolidar ambas glorias según su profecía política y humana, y no puede desbordarse en eclosiones espontáneas como lo hizo en la ruidosa carta a don Simón”. Por los mismos días que el político escribe a Sucre, también lo hace a Manuelita Sáenz como un atormentado amante. Otra estela fulgurante, es la carta que le escribió a Esteban Palacios, llamada “Elegía del Cuzco” en la que desde el comienzo hasta el final, a través de variadas imágenes, fluye la emoción de la muerte y de la resurrección, con el latido ininterrumpido de todos los organismos vivientes. ELEGIA DEL CUZCO. Cuzco, 10 de julio de 1825 “Señor Esteban Palacios. Mi querido tío Esteban y buen padrino: ¡ Con cuánto gozo ha resucitado Vd. ayer para mí!. Ayer supe que vivía Ud. y que vivía en nuestra querida patria. ¡Cuántos recuerdos se han aglomerado en un instante sobre mi mente!. Mi madre, mi buena madre tan parecida a Ud., resucitó de la tumba, se ofreció a mi imagen. Mi más tierna niñez, la confirmación y mi padrino, se reunieron en un punto para decirme que Ud. era mi segundo padre. Todos mis tíos, todos mis hermanos, mi abuelo, mis juegos infantiles, los regalos que Ud. me daba cuando era inocente... todo vino en tropel a excitar mis primeras emociones... la efusión de una sensibilidad delicada.”


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Bolívar se remonta a su infancia y encuentra a su tío Esteban y padrino, sosteniéndolo en el tiempo; y al encontrarlo parecido a su madre, retrotrae su imagen para imaginarla a ella viva y a él como parte insustituible de una cadena que excita sus emociones. Y lo confirma como se segundo padre, que en tropel se junta con toda su familia – sus tíos, su abuelo y todos sus hermanos a los que menciona por primera vez como un hallazgo – para dibujar en sus recuerdos una crisis que conmociona su ánimo sensible. “Todo lo que tengo de humano se remontó ayer en mí: llamo humano lo que está más en la naturaleza, lo que está más cerca de las primitivas impresiones. Ud., mi querido tío, me ha dado la más pura satisfacción, con haberse vuelto a sus hogares, a su familia, a su sobrino y a su patria. Goce Ud., pues, como yo, de este placer verdadero; y viva entre los suyos el resto de los días que la Providencia le ha señalado, y para que una mano fraternal cierre sus párpados y lleve sus reliquias a reunirías con las de los padres y hermanos que reposan en el suelo que os vio nacer. Mi querido tío, Ud. habrá sentido el sueño de Epiménides: Ud. ha vuelto de entre los muertos a ver los estrados del tiempo inexorable, de la guerra cruel, de los hombres feroces. Ud. se encontrará en Caracas como un duende que viene de la otra vida y observará que nada es de lo que fue.” Entonces se reconoce humano, pero bajo el apotegma de una humanidad que se estratifica y confluye más en la naturaleza que en los sucesos afectivos. Y ve a su padrino como un ser luminoso que vuelve a sus raíces. Y cuando le dice:”Mi querido tío, Ud. habrá sentido el sueño de Epiménides: Ud. ha vuelto de entre los muertos a ver los estrados del tiempo inexorable, de la guerra cruel, de los hombres feroces. Ud. se encontrará en Caracas como un duende que viene de la otra vida y observará que nada es de lo que fue”, le ofrece las posibilidades de una Patria


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renovada, distinta a la que el tío dejó, expresando con una poética de gran valor literario, su inmensa satisfacción por su retorno victorioso. “Ud. dejó una dilatada y hermosa familia: ella ha sido secada por una hoz sanguinaria; Ud. dejó una patria naciente que desenvolvía los primeros gérmenes de la creación y los primeros elementos de la sociedad: y Ud. lo encuentra todo en escombros... todo en memorias. Los vivientes han desaparecido; las obras de los hombres, las casas de Dios y hasta los campos han sentido el estrado formidable del estremecimiento de la naturaleza. Ud. se preguntará a sí mismo ¿dónde están mis padres, dónde mis hermanos, dónde mis sobrinos?... Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas', y los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre... por el solo delito de haber amado la justicia. Los campos regados por el sudor de trescientos años, han sido agostados por una fatal combinación de los meteoros y de los crímenes. ¿Dónde está Caracas?, se preguntará Ud., Caracas no existe; pero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo, han quedado resplandecientes de libertad; y están cubiertos de la gloria del martirio. Este consuelo repara todas las pérdidas, a lo menos, este es el mío; y deseo que sea el de Ud.” El Libertador entonces le pinta a su familiar el nuevo cuadro de una sociedad surgida de las cenizas de sus héroes sucesivos. “He recomendado al Vicepresidente las virtudes y los talentos que yo he reconocido en Ud. mi recomendación ha sido tan ardiente como la pasión que le profeso a mi tío. Dirija Ud. al poder ejecutivo sus miras, que ellas serán oídas. Al mismo poder ejecutivo he suplicado mande entregar a la orden de Ud. cinco mil pesos en Caracas, para que pueda Ud. vivir mientras nos veamos, lo que será el


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año que viene. Mi orden ha sido al ministro de hacienda para que de Bogotá le manden a Ud. la correspondiente libranza. Adiós, querido tío. Consuélese Ud. en su patria con los restos de sus parientes: ellos han sufrido mucho; mas, les ha quedado la gloria de haber sido siempre fieles a su deber. Nuestra familia se ha mostrado digna de pertenecernos, y su sangre se ha vengado por uno de sus miembros. Yo he tenido esta fortuna. Yo he recogido el fruto de todos los servicios de mis compatriotas, parientes y amigos. Yo los he representado a presencia de los hombres; y yo los representaré a presencia de la posteridad. Esta ha sido una dicha inaudita. La fortuna ha castigado a todos... tan sólo yo he recibido sus favores... les ofrezco a Ud. con la efusión más sincera de mi corazón. Bolívar” Con ese gesto, Bolívar muestra sin mezquindades, una característica formidable de las almas nobles: la bondad, pero también la justicia, al sostener implícitamente la necesidad de un resarcimiento para quienes sufrieron y ofrendaron hasta sus vidas por una Patria mejor. No se salvan del aplauso las cartas de los últimos tiempos. Julio Planchart explica que “el estilo tan ágil, tan juvenil en las primeras, robusto y maduro en la plenitud, se torna ahora grave. Impresiona como los acordes profundos plenos de la emoción de la tristeza de ciertos andantes de las grandes sinfonías de Beethoven. Su voz adquiere la gravedad del tiempo y de la muerte: él se ve y nosotros lo vemos junto al sepulcro. Tienen estas epístolas una condición excepcional entre todas las del Libertador, la de estar desligadas del interés de la acción personal: en esos momentos el hombre de acción ya estaba muerto, ya al héroe sólo le quedaba cerebro para pensar; por fin lo había vencido, mas únicamente la proximidad de la muerte”. Efraín Subero cree que al final, sin raptos entusiastas, lo consumió la agonía, el desengaño. “En 1830 escribe como quien llora con palabras. Se siente


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incomprendido y calumniado... Con las cartas que escribe en este año se compagina un calendario triste. Son hojas mustias. Palabras apagadas. Son acordes sombríos”, acota. Simón Bolívar dominaba el arte epistolar. Ángel Rosenblat, junto con Bethoven Medina Sánchez, creen que en ese sentido y por eso precisamente, que el Libertador es uno de los más grandes escritores de la lengua española, que bien podría emparentársele, lingüísticamente, con el Padre Feijoo o con Jovellanos, aseverando que en sus cartas más íntimas y discursos y proclamas militares, es dueño y señor de los más nobles recursos expresivos del idioma. Bajo esa misma perspectiva el gran José Martí decía que “ pensar en él, asomarse a su vida, leerle una arenga, verlo deshecho y jadeante en una carta de amores, es como sentir orlado de oro el pensamiento. Su ardor fue el de nuestra redención, su lenguaje el de nuestra naturaleza. Escribe, y es como cuando en lo alto de una cordillera se coge y cierra de súbito la tormenta, y es bruma y lobreguez el valle todo; y a tajos abre la luz celeste la cerrazón, y cuelgan de un lado y otro las nubes por los picos mientras en lo hondo luce el valle fresco con el primor de todos los colores”. Para Lubio Cardozo, uno de los escritores que con más acuciosidad ha conseguido discernir las cualidades literarias del Libertador, Bolívar era una persona muy perspicaz, que seguramente por su autoconciencia de hombre histórico, se cuidó mucho de procurar en todos sus escritos un alto nivel de calidad expresiva; poseedor de un lenguaje culto, por lo general apoyado en referencias a la historia, a la literatura, a la mitología, y a muchas otras disciplinas humanísticas; toda epístola de Bolívar lleva un pedazo de su historia personal, una carga existencial. Equivale la lectura de sus cartas a la lectura de su vida, de su biografía, la cual es casi la historia de la Emancipación. Escritas en una prosa ágil, elegante, en ellas con vehemencia transmite, o con pasión o con gracia - jamás de manera pesada o aburrida - la


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anécdota real, la vivencia, la información o el mensaje. Prosa muy distinta a la española del entorno cultural de entonces. “Su estilo - anota - está lleno, desde la aurora, de alas, de ojos y de fulguraciones; el idioma de Castilla asumió en la pluma del Libertador, desde el principio, actitudes nuevas, obtuvo sonoridades inauditas Su estilo se ha conservado tan fresco que parece de ayer. Aquel lenguaje fulgurante, lleno de cláusulas cortas, de ráfagas de odio, aquellas palabras de pasión, aquellas voces de apremio, aquellos gritos humanos, aquellos alaridos del patriotismo revelan al hombre nuevo, y que el espíritu de la revolución había encontrado, para anidar, la mente de un exaltado, y para difundirse, una gran voz y una gran pluma... Las imágenes salen a borbotones de su naturaleza de poeta... otras veces trae a cuento mitologías de una frialdad marmórea... Cuando graves pensamientos mueven su espíritu, cuando problemas sociales y políticos le obligan a escribir, entonces cambia la pluma relampagueante de las proclamas, el verbo encendido de los discursos, o la prosa confidencial y apasionada de las cartas, por el lenguaje nutrido, sobrio, austera, altísimo del Mensaje al Congreso de Angostura”. Rufino Blanco Fombona es de la idea que Bolívar, posee, en grado eminente, la cualidad primordial en el hombre de pluma: la pasión, que colorea la frase y convierte la lava en púrpura y las escorias en montañas de piedra... Su imaginación es vivificante: de las cosas más mediocres saca él, para deslumbrar a sus pueblos, relámpagos de ilusión...Fuerte, brillante, personalísimo escritor, se abandona con muy buen acuerdo a su inspiración y no obedece ni sigue sino su propio temperamento. Su prosa es siempre rotunda; las imágenes, nuevas y osadas; el estilo, fogoso, volador. Y casi en los mismos términos coincide José Verìssimo, quien alega que “Dotado de una imaginación ardiente de poeta de la acción, potente idealista,...en sus cartas, en la intimidad de sus pensamientos y de sus sentimientos,


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es donde el Libertador, al revés de la mayor parte de los héroes, nos parece más admirable y, desde luego, más amable... Por ellas sentimos correr el escalofrío de una grande alma emotiva, vibrante; conocemos las sensaciones de aquel temperamento; vemos cálidos torrentes donde se confunden efusiones de amistad, planes de guerra, meditaciones de repúblico. El mismo Miguel de Unamuno se convenció que Bolívar tenía un estilo quijotesco, algo enfático, muy español, entre gongoriano y conceptuoso, aunque con evidente influencia de los escritores franceses de fines del siglo XVIII.


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LA POESÍA EN LA OBRA PROFÉTICA DE SIMÓN BOLÍVAR

Pedro Pablo Paredes asegura que Bolívar poseyó un aura poética completa; y “mucho más que completa, múltiple... Con el aura erótica, con el aura política y con el aura heroica, a cual más impresionante, surge el aura poética. El Libertador fue, en punto a letras y antes y después que un verdadero escritor, esa cosa esbelta y creadora, penetradora y profunda siempre, siempre alta y casi inexplicable, que reconocemos como un verdadero poeta. Todo lo que tocó con la pluma tiene el temblor característico de la poesía”. Y eso también es verdad, como lo prueban sus obras capitales: El "Manifiesto de Cartagena" de 1812; la "Carta de Jamaica" de 1815; el "Discurso de Angostura" de 1819; y, sobre todo, "Mi Delirio sobre el Chimborazo" de 1823 que es sin duda el primer poema en prosa que registra la historia de la literatura venezolana. El "Discurso de Angostura", según el decir de Pedro Pablo Paredes, es, por partes iguales, ponencia jurídica y elaboración poética”, anotando que “sin el aura poética que lo caracterizó, Bolívar no habría alcanzado, con ninguna de estas obras, ninguna trascendencia. El aura poética, en fin, nos explica, con claridad absoluta, los éxitos del hombre; y con estos, los éxitos del político; y con estos, los éxitos del héroe, uno y otro presentes, aquí y allá, en el Libertador. Su aura decisiva fue, aunque quienes lo rodearon no se percataron bien del fenómeno, nada más y nada menos que el aura poética”.


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Edoardo Crema expresa que “Mi delirio sobre el Chimborazo”, obra de excepción en los escritos de Bolívar, es la única obra escrita que el Libertador llevó al papel con una finalidad esencialmente poética y que ningún poeta del pesimismo, ni siquiera Leopardi, ha llegado con esa obra monumental a dar tan viva la idea o impresión de la pequeñez humana delante de lo infinito. Efraín Subero la califica de “extraña creación poética” y coincide con Crema en que tal fue la única pieza literaria que el prócer escribió de una manera orgánica, en verdad “como una ensoñación, como un delirio alegórico”. Paredes dice que “Mi Delirio sobre el Chimborazo” es el único poema, propiamente dicho, salido de las manos egregias del Libertador, básicamente por su tema: la crisis ideológica que vivió el autor después de Carabobo; y por su elaboración lírica, que canta la ascensión dramática al Chimborazo; y da solución simbolística, es decir estética, al terrible y pavoroso drama aludido. “Este poema, además – dice-, es una de las piezas representativas de nuestro primer romanticismo y por último, el primer poema en prosa con que cuentan nuestras letras. Con él ha entrado Bolívar, como rey de sus alcabalas, en todas las antologías... Y como se ha inspirado en la vida y en la obra del propio autor es algo así como una auto justificación”. Elio Jerez Valero enseña que Bolívar fue Libertador con la espada y Libertador con el verbo, asegurando que nos legó por acervo la América libertada del infame usurpador. Pedro Pablo Paredes, con otras palabras dice lo mismo, al sostener que el Libertador destelló con la espada y con la pluma. Luis Llorens Torres dice que Bolívar fue Político, militar, héroe, soldado y poeta y que en todo fue grande. Como las tierras liberadas por él, que no nació de Patria alguna sino que


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muchas Patrias nacieron hijas de él”, El mismo autor asegura que “tenía la valentía del que lleva una espada; la cortesía del que lleva una flor; Y entrando a los salones arrojaba la espada, Y entrando a los combates arrojaba la flor. Los picos de los Andes no eran más a sus ojos que admirativos signos de sus nobles arrojos. Fue un soldado poeta. Fue un poeta soldado. Y cada pueblo libertado era una hazaña del poeta y era un poema del soldado”.


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“MI DELIRIO EN EL CHIMBORAZO”: UN MANANTIAL EN EL CIELO POÉTICO DE BOLÍVAR

Puede ser, como coinciden los críticos de su obra inmortal, que en “Mi delirio en el Chimborazo” (1823), el mundo tiene la oportunidad de comprobar más nítidamente el vuelo lírico poético de Simón Bolívar, ese avanzar hacia el terreno de una imaginación que todo lo deslumbra, en la que se empequeñece para agigantarse y se agiganta para mostrarse pequeño en la rodada. Y es como si mil potros presurosos toman agua en el manantial de un cielo que él ha fabricado con sus palabras inmensas, y luego se echan a andar para trotar sobre la inmensidad deslumbrante de un Chimborazo que, no obstante soberbio, se rinde ante el paso genial del Libertador de Naciones. Pero esos no son potros de otros caudillos, son los adalides de su propia inmortalidad que se muestran en palabras como relámpagos de un choque motivado por el ansia de libertad y de amor patrio. Una mezcla de vida y ternura; de esperanza y victoria. Justo la que necesitaba para sentirse reconocido: para hurgar en la angostura y la anchura de territorios ignotos a los que él sometió con su genialidad de soldado impredecible. “Yo venía envuelto en el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas.” La Diosa de los colores y la magia, es la referencia de su inspiración; Iris, hasta ese momento lo había acogido cubriéndolo con su abrigo y protegiéndolo en ese ímpetu de joven apasionado que se cree el semidios de la batalla libertaria. Pero había llegado el momento de reconocerse humano, fallido muchas veces y pequeño


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ante la grandeza de la Creación. Y por supuesto, él había regido bajo ese manto de anuencia de la suerte y el designio, pero era el momento de demostrarse a sí mismo lo que en su adultez reflexiva, solo genialidad podría lograr. Y es en esa genialidad que se acepta y reconoce cabeza de un movimiento incomparable, reconociendo al Orinoco como símbolo de esa corriente de libertad que se había desatado en Venezuela y en toda América. “Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. “ Y es cierto; nada lo detuvo: Bolívar fue capaz de recorrer el mundo y ahora en su sueño se encontraba encima de las más altas montañas. Y en ese parnaso inaccesible y tenebroso que ningún otro humano se había atrevido domellar, sobrevino su reflexión que le serviría de impulso, para superar la depresión y retomar la batalla. “El éter sofocaba su aliento”… y se supo fundador de una causa que la historia le siguiría reconociendo. Y el fuego mismo de un candil que hasta ahora permanece prendido con sus luces y alabardas. Subió a la cumbre y allí se quedó. Y la cumbre le reconoció preeminencia. Los peligros se hicieron a un lado y hasta los caminos inexistentes hicieron huella para que sus pies de niño bueno no conocieran el cansancio del ascenso a la inmortalidad. Así el soldado indoblegable, le dio permiso al poeta para reconocer lo que hacía. No para auto complacerse, sino para reconocer a una raza necesitada de gritos de victoria. “Yo me dije: este manto de Iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares,


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ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor de Iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? ¡Sí podré!” Pero no fue solamente el manto de Iris que él inventó para sus vuelos de aeda insobornable. Fue su terca sobriedad, su pujante pertinencia, su inteligencia adelantada para su tiempo y esa audacia que lo hizo surcar ríos y mares, para subir “sobre los hombros gigantescos de los Andes”, sin que nadie, efectivamente, pudiera detener la marcha de la libertad. Por eso se reconoce capaz de la victoria, capaz de trepar “los cabellos canosos del gigante de la tierra”. De esa tierra que lo reconocía propio y lo emulaba abriéndose ante sus invictas conjeturas. “Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo.” Los umbrales del abismo están a sus pies como reconociendo su altura. Llegó a ellos arrebatado por el Espíritu de un Dios de grandes apetencias, que siendo Deidad y asimilándolo todo, puso todo a su disposición para reconocerlo como hijo. Y siendo hijo, pudo hasta empañar los cristales que circuyen el Chimborazo para que no desfallezca. Y tocar con su cabeza la copa del firmamento para sentirse cada vez más humano y para saberse eterno.


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“Un delirio febril embarga mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior. Era el Dios de Colombia que me poseía. De repente se me presenta el Tiempo bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades: ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano… ‘Yo soy el padre de los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la Eternidad; los límites de mi imperio los señala el Infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro, y por mis manos pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano’.” Ese ideal de la Gran Colombia constituyó el más noble de los propósitos del Libertador Simón Bolívar, cuyo objetivo fue lograr unidad política de las naciones latinoamericanas que estaban amaneciendo a la vida independiente y soberana. Este proyecto llegó a poseerlo al filo de la obsesión. Las geniales metáforas de este discurso lírico, consagran su tesitura de poeta. Porque puede describir desde su finitud infinita a ese Dios magnánimo como la fuente causal de sus aquiescencias superiores. Dios en él instándolo a la sobrevivencia y a la entrega furtiva. Como el Padre de los siglos, arcano de la fama y del secreto, instándolo a no ser más que el mismo. Poner en la boca de Dios preguntas como: “¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación, es elevaros?


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¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano", sirven a la propia historia para delimitar el carácter genial de un hombre, que siendo lo que era, no se compadraba con la soberbia que todo lo envanece. “Sobrecogido de un terror sagrado, ‘¿cómo, ¡oh Tiempo! -respondí- no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia, y en tu rostro leo la Historia de lo pasado y los pensamientos del Destino’.” En ese elam vital, lo sobrecoge el terror sagrado para, adrede, minimizarlo todo. Pero a la vez para sentirse tocando con sus manos al Eterno. Como un sol tutelar que desde arriba todo lo comprende y todo lo domina. Aunque las prisiones infernales bullan bajo sus pasos y rutilantes astros y soles infinitos intenten impedirle que mida sin asombro el espacio que encierra la materia. Y al final le permitan, zahorí, leer la historia de lo pasado y lo que acontecerá en el futuro. "Observa -me dijo-, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres. El fantasma desapareció.”


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Simón Bolívar poeta, arma entonces un tinglado para expresar lo vivido. Y coloca a Dios en el lugar de la buenaventura, intentando hacerle ver que la verdad es la única salida a un Universo físico que es también moral que todo lo tiene predicho y revelado. Y en ese avatar, lo convierte en Maestro, en señal señera de su vida próxima. Lo incluye en su lenguaje para homenajearlo y reconocerlo. Y al hacerlo se somete a sus albedríos e implicancias. Se pone en sus Manos para potenciar su misión y consagrarse a sus ritos inmortales. “Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos los pesados párpados: vuelvo a ser hombre, y escribo mi delirio.” Después de esa revelación, Simón Bolívar, es una ola nueva. Resucita a su propia muerte y entiende su propio destino. Se sabe parte de una historia que no puede ignorar y va a ella para congraciarse con esa guerra por la libertad que lo condujo a altos predominios. Pero más que eso, que lo afincó en el corazón de un Continente dominado por el miedo de la esclavitud y la miseria, al que libertó para congraciarse con el Cielo, que desde arriba le dictó sus mejores epopeyas.


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LA LITERATURA EN LA CONTEXTUALIZACIÓN DE SU DISCURSO

Cuando en 1813, Bolívar decidió iniciar su proyecto liberador con una Campaña formidable, en su Quinta de recreo, a orillas del Río Guaire, disertaba sobre temas políticos y militares y mientras tramaba las más audaces conspiraciones contra el sistema que oprimía al Continente americano, leía buena poesía y sorprendía a sus contertulios por esa manera brillante que tenía para recitar e improvisar dichos poéticos y versos, que incluso eran usados para enamorar por sus subalternos que lo admiraban. En 1811 la Sociedad Patriótica de Caracas le concedió el grado de Coronel, lo que pareció influir de manera enfática en su vida: mejoró de una manera fascinante su estilo literario. En Cartagena de Indias escribió en 1982 uno de sus más célebres documentos: la "Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño", conocido también como Manifiesto de Cartagena, en donde con un verbo vibrante y una literatura inusual para su época, criticó el federalismo juzgándolo como inadecuado para los nuevos Estados emergentes. Allí mismo propuso una acción militar inmediata para asegurar la independencia de Nueva Granada: reconquistar Caracas, que a su parecer era la puerta de toda la América meridional; y a la cabeza de un pequeño ejército, echó a los enemigos de las márgenes del Magdalena, ocupó Cúcuta, y liberó a Venezuela, aclamado por vez primera como Libertador.


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En 1814 arengando a sus tropas con un discurso magistral que los ejércitos del mundo siempre repiten como un ejemplo, triunfó en las batallas de Araure, Bocachica, Carabobo y San Mateo, aunque en el occidente del país y Santiago Mariño en el oriente se vio obligado a cederle terreno al sanguinario asturiano realista José Tomás Boves, que venció a los patriotas en la batalla de La Puerta y los obligó a evacuar Caracas, causando en el alma de poeta de Bolívar, una gran decepción. Un año después, todo parecía llegar a su fin. Derrotado y desconocido por sus antiguos partidarios, Simón Bolívar, se repuso a su propio desconcierto y lanzó en Carúpano, un manifiesto lleno de serenidad, magistral desde el punto de vista literario, en el que se declaró inocente de corazón, pero a la vez como un mea culpa, responsable por los errores cometidos; y se sometió al juicio del Congreso. En Nueva Granada, Bolívar recibió la orden del Congreso que se trasladó de Tunja a Santa Fe, de ocupar la provincia de Cundinamarca. Cercó Bogotá y la tomó sin derramamiento de sangre. Luego partió a Santa Marta, pero en Cartagena se encontró con la hostilidad de Manuel del Castillo, por lo que emigró a Jamaica y en Kingston, a través del The Royal Gazette escribió numerosas cartas públicas a comerciantes ingleses, describiendo la situación de América en su conjunto, que son en verdad grandes testimonios del inmenso talento literario que el Libertador poseía. Dos cartas dirigidas a Henry Cullen en 1815, una titulada "Contestación de un americano meridional a un. caballero de esta isla" y otra firma como “El Americano”, son consideradas como joyas literarias de gran valor dentro de la estrategia integracionista de Bolívar para hacer de América una respetable «nación de repúblicas».


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Ese mismo año, aunque desastroso, exiliado y sin recursos, víctima de un intento de asesinato a manos de su antiguo criado Pío y sobornado por los agentes de Salvador de Moxó, gobernador realista de Caracas, en Haití, decretó sin embargo, la libertad de los esclavos negros, en un discurso de gran intensidad poética que hasta ahora se recuerda. En febrero de 1819 Bolívar pronunció en el Congreso de Angostura, un discurso de gran valor literario, considerado como el más importante documento político de su carrera de magistrado.


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UN LOCO ENAMORADO DEL GÉNERO Y DE TODO LO EXISTENTE

En el maravilloso libro místico llamado Sohar o Libro del Esplendor, que algunos consideran más inmenso e importante, incluso que El Talmud, se dice que la verdad siempre está viva y se adueña de aquellos que la escuchan conmovidos; que la verdad es un vino delicioso que jamás se evapora; que cae sobre la tierra gota a gota, y escapándose de la copa de los sabios, llega hasta la tumba, para humedecer los labios de los muertos. El mismo libro explica que toda forma, para ser visible, exige una luz y proyecta una sombra; pero que la sombra no puede representar, por si misma la inteligencia suprema. No puede representar mas que el velo. La antigua Isis estaba velada. Cuando Moisés hablaba de Dios, se cubría la cabeza con un velo. Toda la teología de los antiguos estaba velada por alegorías mas o menos transparentes, como la mitología, a la que le han sucedido los misterios, que son el velo negro, acusando cada vez mas esta faz de sombra adivinada. Así siguiendo a nuestros antiguos maestros, la imagen de la divinidad tiene dos caras: una que mira los crímenes del hombre y se irrita; otra, que contempla la eterna justicia y sonríe. La paz de sombra que describen los rabinos, no es, por lo tanto, el Dios de los Garasse, de los Patonillet o de los Veuillot, es el Dios velado de Moisés, el Dios posterior si es posible llamarle así, haciendo alusión a una cita alegórica de la Biblia. Moisés ruega a Dios, a Dios invisible, que se deja ver por el. “Mira por la abertura de la roca - responde el Señor- pasaré poniendo mi mano en la abertura y cuando haya pasado me veras por detrás”. El Dios de luz es aquel con el cual sueñan los prudentes, el Dios de sombra es con el que sueñan los insensatos. La locura humana lo ve todo al revés, y si nos fuera permitido emplear la metáfora atrevida de Moisés,


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la faz que las multitudes adoran, no es sino el anverso de la ficción divina, la sombra posterior de Dios. Simón Bolívar como que todo eso lo sabía y en el maremágnum de su alma a veces atormentada por la inconsecuencia de los de su tiempo, se animó por esa locura que viene de la literatura y aloca hasta el remate a los que se adentran queriendo o sin querer en sus misterios. Y es que en la literatura la locura humana todo lo ve más allá de lo evidente. Es esa que presiente, como lo confirma Eliphas Levi, que antes que el Anciano de los ancianos revelara sus proporciones, fomentó la acción de fuerzas gigantescas y entregó la naturaleza a los opuestos y los reyes anárquicos del mundo fueron destruidos. Destruidos como potencias desordenadas, y conservados como potencias conquistables. Es esa que sabe que nada se destruye, que todo se transforma y que cuando los seres cambian para obedecer la orden eterna, se concreta lo que entre los hombres se llama morir; que unos resucitan en la luz y otros en el fuego, unos en la eterna blancura de la paz, otros en el rojo del fuego y los tormentos de la guerra; y es esa misma locura la que hace escribir a los poetas que en el cráneo del hombre universal, hijo único de Dios, reside la ciencia, con sus treinta y dos vías y sus cincuenta puertas; que allí se encuentran mezclados en proporción adecuada, la luz y la sombra, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, porque el equilibrio es el mismo, y para Dios, lo mismo que para el hombre, las leyes que rigen la balanza son idénticas en el cielo y en la tierra. Esa misma “locura”, hizo a Simón Bolívar merodear el mar inmenso de la literatura. Por el Libro Siphra Dzeniutta nuestra locura se entera que cuando la cólera ensombrece la frente del Dios de los hombres, sus cabellos se erizan, y un soplo de cólera los hace silbar como las serpientes. El Dios del hombre dormita cuando la fe del hombre se adormece. Pero cuando despierta, entorna los ojos y mirando de reojo a las naciones opresoras, las aplasta con sus rayos. Cuando el Dios de los hombres


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despierta, sacude su cabellera y el cielo tiembla. Entonces sus oídos se descubren y dan acceso a sus plegarias y detiene a sus enemigos. Cuando sus ojos están abiertos, son dulces como los ojos engastados de zafiros de todas las palomas. Su rayo es el fuego que destruye y renueva la vida. Su mirada de bondad, tiene el color de las cucardas y es resplandeciente como el oro y cuando se irrita, titilan lágrimas en sus ojos y su enojo ahonda tremendamente el vacío del abismo. Entonces las potencias de la tierra se transforman; los cedros son abatidos como briznas de hierba por la noche; la cima se colma de materia ebuyescente, la cólera se aplaca, y el Dios de sombra se apacigua y sobre las lágrimas suspensas brilla un rayo de luz emanado de la claridad de su amor. Por eso el mismo Bolívar – loco en el sentido de patear todos los tableros- creía que cuando uno se enamora de una mujer -que es el privilegio mas excelso - se enamora por esa influencia del cielo y sin necesidad de razonar, del género y de todo lo existente. Como lo hizo el Augusto prendado de Eugenia, de Unamuno y también el Rogelio Terán de Concha Espina. Entonces el amor nos lleva a la máxima locura de convertirnos en reyes sin importarnos más que ese amor que nos llena de luces y no sabe de límites, porque nació para ser expuesto y expresado. Simón Bolívar creyó en ese sortilegio y se entregó a sus abismos. No le importó el peligro de una caída estrepitosa ni pensaba que jugaba con fuego cuando miraba a una mujer que a veces – sin que sea su culpa – pertenecía a otro y lo agobiada la impaciencia y la incertidumbre. Es esa misma locura que en el tiempo de los Apóstoles se asignaba a la predicación, la que hizo que Miguel Ángel, contra los deseos de Julio II, impulsara la inconmensurable belleza de la Capilla Sixtina, que Dante Alighieri nos legara La Divina Comedia y Van Gogh sus hermosos girasoles, la que impulsa las febriles confusiones y las claridades más rotundas y hasta el éxito de la literatura. Cordura loca que hizo a Khalil Gibran no alegrarse con el elogio ni angustiarse con el reproche y escuchar que su alma le decía: “la linterna que llevas no es tuya y la


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canción que cantas no fue compuesta en lo profundo de tu corazón, porque aunque sostengas la luz no eres la luz, y aunque seas un laúd con las cuerdas tensas, no eres el ejecutante”. La misma tensa locura, alentó “La poética del espacio” de Gastón Bachelard y “Las Flores del mal” de Charles Baudelaire, “Una temporada en el Infierno” de Arthur Rimbaud,”La paloma apuñalada” de Apollinaire, “Anabasis” de Saint Jean Perse y “La joven Parca” de Paúl Valery. Pero también la que hizo a Miguel de Unamuno, la figura mas descollante de la Generación de 1898, que jugó un papel de primer orden en la España del primer tercio del siglo XX, expresar en su obra “Del sentimiento trágico de la vida”, que existen dos Quijotes: uno cuya muerte fue su última aventura con la que forzó el cielo, que antes de morir se convirtió porque era loco, y su locura lo inmortalizó perdonándole por el delito de haber nacido; y el otro, el real, que cambio de locura, y se quedó entre nosotros, invitándonos al ridículo, para no morir jamás; que murió y bajo a los infiernos, y entró en ellos como caballero andante, libertó a los condenados, cerró sus puertas y puso en ellas un rótulo que decía ¡viva la esperanza!, y se fue al cielo, mientras Dios se reía de el y esa risa le llenaba de felicidad eterna el alma. Salazar y Torres en su libro “Elegir al enemigo”, nos trata de convencer que la desesperación, de la que nace la esperanza heroica, la esperanza absurda, la esperanza loca, es dueña de los imposibles. Y eso lo sabía tal vez, aunque no hay manera de probarlo, don Quijote, que buscaba las soledades de la Peña Pobre para entregarse allí, a solas, sin testigos, a mayores disparates. Pero, como decía Unamuno, siempre con Sancho, que espera como todos nosotros, a otro Caballero loco o a otro Bachiller Sansón Carrasco, para seguir potenciando su papel universal sin paralelo. La literatura y la vida misma que los escritores practicamos - lo que ha hecho a Holderling decir que la poesía es un juego peligroso-, es un poco ese Quijote y ese Sancho de este lado y del vacío; la vida y la muerte al mismo tiempo; la locura, pero también la claridad del día esplendoroso; la tragedia y la comedia, la soledad y el acompañamiento mas fraterno. Don Quijote peleó por Dulcinea y por la gloria y la sobrevivencia, así en la


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literatura, se pelea locamente por lo que se siente, por la creación y la vida. El autor de San Manuel Bueno, mártir, decía que don Quijote el mortal, al morir comprendió su propia comicidad y su locura y lloró sus pecados, pero el inmortal, se sobrepuso a ella y la venció sin desecharla. Y eso, digo yo, sentía Simón Bolívar que no esperaba nada para sí, pero lo esperaba todo para su pueblo; que no sufrió los terrores del Calvario ni resucitó al tercer día entre los muertos, pero padeció - como lo expresan sus escritos - el dolor de los sin voz y sin destino, la angustia existencial de un Continente sometido a un Colonialismo insufrible y veleidoso; la miseria de miles de hombres y mujeres, jóvenes, viejos y niños que vivían en casas miserables en el campo y se acostaban sin haberse llevado un pan a la boca víctimas de la pobreza más extrema. Y ese puede haber sido quizás su peor clavo, su dolorosa lanza, su más cruel espina. No fueron los que afectaron los nervios sensitivos de Jesús. Los clavos que a él le clavaron y que activaron asaz su más legítima locura, los hundieron con saña en donde también duelen: en el alma, pero sirvieron para ponerle medula y corazón al trabajo literario que Dios le legó y para andar por allí - loco del cuerno como era - (se necesita estar loco de remate para hacer lo que hizo por la libertad del Continente), preocupado en recomponer el alma de los pueblos, en reconocer las maravillas de Dios en el paisaje, en hacer algo urgente por una sociedad de manicomio que honra a sus delincuentes en lugar de sus hijos honorables, que ningunea a sus poetas y escritores y artistas y distingue a sus políticos nefastos, y su barco no sabe adonde va, camino cuesta abajo. Sufriendo de dolor, muriéndonos de pena por un mundo ganado por la miseria moral y los desvalores. Y su literatura intrínseca intentó por eso traducir no solo la fiesta de un pueblo necesitado de argumentos, sino ese dolor que patea todos los tableros, que no disimula para expresar lo que siente, que se hincha de orgullo frente a la ilusión y la esperanza, que sabe lo que vale, y que le resulta imprescindible ganarle territorio a la desgracia.


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Simón Bolívar, que era en el fondo de todo un gran Quijote, que entendía el ejercicio literario como una función social, deleitó hasta a sus enemigos con su gran rapidez verbal que conmovía a las muchedumbres más heterogéneas, construyó, según el entender de connotados críticos e intelectuales, un lenguaje oral/escrito novedoso, fresco e inédito, a veces confrontativo (dada la ruptura violenta con el sistema colonial español que propugnaba) y a veces tierno, en el que se amacijaba su naturaleza de prócer indiscutible, fraguado con connotaciones eminentemente americanistas y revolucionario en el sentido de que hizo frente al estatismo literario de una época influenciada por el pétreo y sin alma argumentar intelectual neoclásico que tanto ilusionó a sus predecesores. Por eso que la funcionalidad de su prosa poética era excepcional. Hay quienes dicen que en literatura, Simón Bolívar fue también un Libertador pues la fusión de su gran cultura, con su exquisito temperamento y la violencia de sus pasiones acendradas, dio vida, en sus cartas, proclamas épicas, discursos y documentos, a un estilo que bien puede catapultarlo como el punto más alto de su época dentro de la lengua castellana, aunque autores como Rufino Blanco Fombona, sostienen que “lo que le faltó siempre en su estilo y en su vida fue la serenidad, la placidez, la calma”. Eduardo Calcaño cree, sin embargo, que a él “le debemos la creación de la literatura de la libertad, en la que ha dejado modelos inmortales de belleza artística, que son delicia de la lectura y tormento de la imitación”, asegurando que “con su obra, con su palabra y con su pluma, Bolívar señaló rumbo definido a la sociedad, fijó las aspiraciones de nuestra raza, determinó las tendencias de nuestro esfuerzo y creó el nuevo ideal del arte sur-americano, que es la inspiración de nuestros bardos, el estro de nuestros escritores, el sueño de nuestros artistas”.


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Simón Bolívar no sólo puso sello de oro a la naciente literatura hispanoamericana,

sino

también

le

imprimió

un

nuevo

rumbo

expresivamente luminoso. Del mismo criterio es José Gil Fotoul, quien precisa que “el único estilo nuestro es el de Bolívar. Nutrido de filosofía política inglesa, lector asiduo de los literatos franceses, y propenso desde niño, gracias a las lecciones de su maestro Rodríguez, a pensar y a sentir por propia cuenta”, anotando que “ el Libertador escribió sus discursos, proclamas y cartas en un lenguaje muy personal siempre matizado con giros elegantes y armoniosos”. José Enrique Rodó coincide con Rafael Negret Fernández, cuando afirma que la elocuencia ardiente y pomposa de las proclamas y arengas de Simón Bolívar son las más vibrantes que sin duda se hayan escuchado en suelo americano y que sus cartas son la expresión de la literatura más natural y tierna que se recuerde. Rufino Blanco Fombona sostiene que el estilo de Bolívar se madura en tres períodos claramente diferenciados: 1).- De 1810 a 1824. Se caracteriza por el optimismo, "la pasión desbordada en su alma y la pasión de la libertad como una llama". La prosa es "encendida", "los adjetivos, las imágenes, salen borbotando de su pluma". 2).- De 1824 a 1826. En ella, depurado el lenguaje, Bolívar alcanza "la exaltación dionisíaca del triunfo, de la fuerza". 3).- De 1826-1830. Esta última etapa se caracteriza por el pesimismo que se va a apoderando de su espíritu. "El estilo es arrebatado y doliente; se escuchan trenos de profeta hebraico; se ve el orgullo sangrando, los desengaños imperan. Asistimos al drama de un grande espíritu vencido por la vida, ya sin esperanzas, despechado, impotente".


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La vida de la Gran Colombia fue corta, como el fugaz destello del relámpago que entra por el ventanal anunciando el pronto estruendo del trueno. La extinción de esa luz integradora de toda América, fue ocasionada por

afanes personalistas,

nacionalidades diversas con deseos fervorosos de autodefinición, escenarios divisorios distantes, debilitantes germinadores de la imposibilidad de ser una sola fuerza. Sin embargo, la semilla allí está todavía deseando ser alimentada y abonada por las generaciones del siglo XXI. La vida de Simón Bolívar fue corta (24 julio 1783 – 17 diciembre 1830), 47 años, pero iluminada como el relámpago que alerta, prepara y anuncia la estruendosa caída de quien ya está en el suelo: la iniquidad. Fue una vida humana y heroica, perecedera, pero de ideales inmortales que siempre estarán sembrados en el corazón de los justos. La Gran Colombia, la América Unida, parecía morir con el Libertador que aún, en su agonía, hacía votos por su vigencia y felicidad. "Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro", fueron sus últimas palabras, pero no su última batalla, porque después de su muerte su relámpago sobreviene continuamente, en este siglo XXI, a inspirar a los guerreros de la Libertad, la Justicia y la Paz. Su peculiar y genial discurso iluminó el relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; centelleó en el decreto de Trujillo e irradió el mensaje del Congreso de


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Angostura. Su maravilloso y sin igual lirismo, impregnado de amor patriótico y amor carnal, caracterizó su apasionada juventud con ilusiones, proyectos y amores, que trascienden el tiempo hasta el presente, elevándose a la categoría de infinito y eternidad. A Bolívar le “tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío”... para reinar para siempre.


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