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Par de Bluffs

UN CUENTO DE NICOLAS FERRARO

Siempre empieza con una carta. Después viene otra. Y ahí te toca ver qué haces. Si te vas o te quedás. O vas por todo. En la mesa. Y afuera. Si alguien me preguntara cómo empezó, cómo terminé acá, esperando en un garito sin nombre cerca de la Triple Frontera, tendría varias respuestas. Arranca con la adrenalina de ese primer pozo que me robé y le tiré el bluff en la cara al otro. Tenía quince años. O puedo empezar por ese cuatro de trébol en el river que completaba color y escalera. Y pagué aunque sabía que me tenía que ir. O hace unos meses cuando la conocí. Trabajaba en un bar al costado de la ruta 12, ahí nomás de Posadas, en el que si sabías las palabras mágicas, te dejaban pasar al fondo; mesa y naipes. Y mucha plata. Ella me dio la contraseña. Era en guaraní. Después con los bolsillos un poco más llenos, mientras me dejaba una IPA le pregunté qué significaban. —Una contraseña nomás, para entrar. —¿Y para la salida cuál es? —Eso vas a tener que descubrirlo, che kamba´i porä.

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Así que espero. Cartas. A ellos. A ella. —Qué bueno volver a verte, dice Wanderlei. Me dan cartas. Subo tres ciegas. La felpa de la mesa es bordó. Dicen que para que se disimule la sangre. Los lomos de las cartas se apilan en el centro. Wanderlei paga. Es camionero. Lleva madera de Misiones a Buenos Aires. Debajo del cargamento deja que le metan veinte kilos de faso. El dealer tira el flop. Reina alto. Apuesto. Se va. —La verdad que te prefiero lejos —dice después de que le robo tres pozos. Acomodo las fichas, el bolso entre los pies y el 38 en la espalda para que no se note.

—¿Cómo sabías que tenía eso? —preguntó ella, de piernas cruzada en la cama. Le pasé los dedos por el tatuaje del hombro. Siempre se tira el pelo por encima del otro, para dejarlo a la vista. Como una trampa. Le funciona. —Tenés que armar una historia. Pensar qué cartas juega. Desde qué posición. Si es pasivo o agresivo. Mirarle la cara antes que ver las cartas. Estás jugando con personas, no con cartas. Y siempre es al revés. Si demostrás poder, es que sos débil. Si pareces débil, tenés un monstruo. Ella estiró las piernas. —¿Y ahora qué estoy pensando? ¿Te parezco débil? Un mechón le tapó media cara cuando se subió arriba mío. —Lo mismo que yo.

Somos cinco. A mi derecha, Vidone. Es bueno. O era bueno. Juega cuando tiene algo nomás. Antes, cuando esto estaba lleno de pescados, no había drama. Ahora hay

MIRARLE LA CARA ANTES QUE VER LAS CARTAS. ESTÁS JUGANDO CON PERSONAS, NO CON CARTAS. Y SIEMPRE ES AL REVÉS. SI DEMOSTRÁS PODER, ES QUE SOS DÉBIL. SI PARECES DÉBIL, TENÉS UN MONSTRUO.

que adaptarse o morir. Vidone se va muriendo de a poco. Estar preso del pasado, seguir haciendo lo mismo también es extinguirse. Lysette es una de las mujeres habituales. Es buena leyendo a los demás. Viene acá desde que tiene seis. La traía su viejo. La dejaba en una banqueta y le daba un par de hojas y lápices. Era un contrabandista brasilero que más de una vez perdía el cargamento antes de entregarlo. A él fue la primera persona que descubrió mintiendo. —Ya vuelvo —le dijo. Y ella supo que no iba a volver. Entre los cuatro vamos pelando a un NN, un pendejo hijo de estanciero. No me sorprendería que dentro de poco saque la llave de la 4x4 del viejo y la apueste. Subo. Me raisea. Le vuelvo a subir. Los hombros se mueven. Está sacudiendo las piernas. Tiene. Mucho. El flop: un as de picas. Frunce la boca un milisegundo. Pasa. Apuesto. Se rasca la frente. —No tenés nada —dice. Me muestra dos reyes y se va. Le sonrío. En la siguiente mano se timbea todo preflop con un par de tres y Lysette se lleva el pozo con un par de diez. —No ligo nada —dice Vidone. ¿Cuánto se espera una buena mano? ¿Cuánto se espera una buena mujer? Se espera. Y ya.

—Nunca sé en qué estás pensando —dijo ella en la cama de un hotel, pintada por las dos letras rosas del cartel de neón que aún funcionaban. —Es como que tu cabeza siempre se queda en las cartas.

Una araña arrastrándose por la pared se agrandó vista a través de sus lentes en la mesa de luz. Después solo era un punto trepando. En la pieza de al lado una pareja se gritaba. —Conmigo no hace falta que tengas cara de poker. Me despegué de las sábanas, duras, como de hospital. —Estoy pensando que necesito guita.

En la barra espera Douglas. El brasuca es bueno. Pero se le va la cabeza fácil. A la primera que pierde se ciega. Se acerca y me pregunta por Gamarra. Eso, dónde está el paraguayo?, cogotea Vidone, como si preguntara por la comida. Extrañan su guita. Cómo perseguía proyectos. O blufeaba. Todos sabíamos que con el loco era Navidad todo el año. Y también que era narco. Jugamos un rato. Nos robamos las ciegas. No tiene sentido desplumarnos entre nosotros. —Entre gitanos no nos vamos a tirar las cartas, a no ser que nos dejemos de limosnas y juguemos en serio —dice Mendieta. No sabe ni escribir la palabra poker. —Yo paso —dice Lyssete. Yo pienso. En el bolso que tengo entre las piernas. En duplicarlo. En ella. Me aguanto. Espero.

NUNCA SÉ EN QUÉ ESTÁS PENSANDO, DIJO ELLA EN LA CAMA DE UN HOTEL, PINTADA POR LAS DOS LETRAS ROSAS DEL CARTEL DE NEÓN QUE AÚN FUNCIONABAN. ES COMO QUE TU CABEZA SIEMPRE SE QUEDA EN LAS CARTAS.

Ella me presentó a Bollini. Dijo que era confiable. Que podía darnos una mano. Darnos. En ese momento me había quedado sin guita para jugar. —Un buen jugador sin banca no es nada —me dijo. Me prestó cincuenta lucas. En dos días las hice trescientas. En seis, le debía cincuenta. —Qué carta de mierda el cuatro de trébol —dijo. A la mierda el cuatro de trébol. Y todas las otras manos. No voy a repetirlas. Tenemos presentes los bad beats, las manos que perdimos injustamente. El azar es la excusa más cómoda. Pocas veces pensamos qué podríamos haber hecho diferente. Siempre nos acordamos lo peor. En la mesa. Y afuera. Cincuenta lucas abajo. —¿Lo conocés a Gamarra? —me dijo Bollini —Los veo haciéndose mejores amigos. Y me guiñó un ojo. Puteé al river fingiendo que perdía y me fui al mazo con la mano ganadora. —Mirá que va a pagar con eso —me dijo Gamarra. Me invitó un whisky. —Es una mala racha. Ayer nomás perdí cien lucas con full servido. 22277. No le importó que el turn fuera otro siete. Para él tenía full servido. Andá a hacerlo pensar otra cosa. Hay que saber cuándo salir. En la mesa. Y afuera. Me banqué su historial de bad beats. Perder hermana, ganar separa. Sabelo. Después en el baño, me convidó. Era rica. Sin cortar. —De dónde salió esto —dije. —Tenés que venir. Allá también jugamos. Sonrió. El diente de oro le brilló como un anzuelo. Me le cagué de risa, pero estaba tan duro que quedó en sonrisa. No hay peor pescado que el que se piensa tiburón.

—Bollini quería que lo acompañara a un par de lugares — dice. —¿Dije algo? —Tu cara lo dice por vos. —¿No era que no sabías en qué estoy pensando? Era la primera noche que estábamos juntos en un tiempo. Otro hotel. Se metió a la ducha. Dejó la puerta abierta. El vapor empañó el espejo en el que me veía. Ella salió envuelta en una toalla. El pelo le tapó el tatuaje. Le puse una mano en la espalda. La toalla áspera. Me di cuenta que sentía más los naipes en las manos que su piel. —¿Pasa algo? —Nada. Estoy nerviosa nomás. Habló con la mirada en las quemaduras de cigarrillos de la alfombra. “No hay peor bluff que el que uno se hace a sí mismo”, pensé. Fue al baño. Volvió bajándose la remera, el ombligo al aire. Dijo: —Es el viernes a la noche.

Entran dos tipos. De algún lado me suenan. Tienen toda la pinta de paraguayos. Se sientan. Uno enfrente. El otro con posición sobre mí. No sé si están enfierrados. Hablan entre ellos en guaraní. Me miran. No entiendo nada de lo que dicen. Acá hablan las fichas. Una arriba de la otra. Algún billete, verde. Ese sí. Ese todos sabemos cuánto vale. El resto, pesos, guaraníes o reales son papelitos de colores. Ellos también preguntan por Gamarra. —¿Vos no lo viste? —me dice uno. —Andaban bastante amigotes. —Ni idea —digo y foldeo. Saco un poco más el 38 para que quede a mano.

Gamarra tartamudeó con el chumbo en la boca. Las gotas de saliva en el caño, otras en la palma de mi mano. —Cantá. Cantó. Después cabeza y cerebro fueron pus contra la pared.

LOS PARAGUAYOS ME GANAN UN PAR DE MANOS. SE RÍEN. JODEN. HASTA QUE LA PUERTA SE ABRE. SE CALLAN LAS FICHAS. SE CALLAN LOS HOMBRES. SE ABREN LOS OJOS, UN POCO MÁS. ES EL SILENCIO QUE SOLO VIENE DE LA BELLEZA. ACÁ NO HAY CARA DE PÓKER. NO CON ELLA.

Empecé a meter la guita en el bolso. Por los tiros flotaba una niebla de merca, revoque y pólvora. Aparecieron de todos lados. No supe quiénes eran nuestros o de ellos. Escapamos como pudimos. Cada uno por la suya. —Guardate —decía el mensaje. De él. —En dos días te buscamos. De ella, silencio. Y me dejaron con la bolsa de guita.

Los paraguayos me ganan un par de manos. Se ríen. Joden. Hasta que la puerta se abre. Se callan las fichas. Se callan los hombres. Se abren los ojos, un poco más. Es el silencio que solo viene de la belleza. Acá no hay cara de póker. No con ella. Se me pone al lado. —¿Te quedó algo? —dice. —Está todo y un poco más. No entra nadie más por la puerta. La cortina de abalorios se queda quieta. Escucho un auto en marcha. Foldeo la mano sin verla. Me levanto. Ella niega con la cabeza.

—¿Y por qué no vino él? —Quería que me despidiera. —Qué amable de su parte. ¿Vos también le debías? ─Frunce la nariz─. Me podrías haber dicho. —No tiene nada que ver. Los labios se le vuelven una ranura. La vista en los demás, que siguen apostando. —¿Por qué él? —Porque sé cuándo está mintiendo y cuándo no. —A vos nunca te mentí. Me mira, las cejas un poco levantas, los dientes tironeándole el labio inferior. —¿Ni ahora? Niego con la cabeza y vuelvo a la mesa. Las cartas me tiemblan en la mano. Sus pasos se alejan y se acercan. Dudan. Se hacen marea. Van y vienen. Se pone al lado mío. Media cara es mechones. Los dientes marcados en el bermellón. Tiene una marca de varicela entre la nariz y el ojo. Larga una lágrima tan chica que la llena sin desbordarla. —Che kamba´i porä. —dice. —¿Qué? —Quizá la que se miente soy yo. Y después se va. El ruido del motor o del Paraná de fondo. No lo distingo. Los dos se alejan. Me reparten las cartas. Subo. Alguien dice: —No tenés nada. Es verdad. Pero todos se van. En la mesa. Y afuera.

BIO DEL AUTOR

Mientras se recibía de Diseñador Gráfico en la UBA, se ganó la vida jugando al póker. Su mano favorita es 77 y modalidad favorita es Texas Hold Em No Limit Short Handed. Ante la duda, 3bet.

Nicolás Ferraro (Buenos Aires, 1986)

En la actualidad trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq.

Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro.

En 2018, Cruz (2017, Editorial Revólver; 2019 NitroPress [México]) fue finalista del premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón.

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