Boletin Posgrado Historia 3

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Boletín del Posgrado en Historia Nro.3

Noviembre 2012

ISSN 2250-6772

BOLETIN DEL POSGRADO EN HISTORIA Numero 3 ISSN 2250-6772

Fuente: Caras y Caretas, Año 1 Nro. 4, 29 de octubre de 1898

Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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El Boletín del Posgrado en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella es una publicación cuatrimestral dedicada a la actualización de temas e investigaciones de profesores, alumnos y graduados del Posgrado en Historia. Su objetivo es contribuir al debate de los temas de Historia y difundir e incentivar la investigación en el campo de la historia contemporánea argentina y europea. El Boletín es de formato digital y se publica en abril, julio y noviembre. La dirección y coordinación académica de la publicación está a cargo de los profesores del Departamento de Historia. Contacto: boletinhistoria@utdt.edu

Más información sobre el Departamento de Historia: http://www.utdt.edu

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Indice Página Nota: Historia y literatura en la Di Tella: una historia personal, Karina Galperin

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Entrevista a Dora Barrancos, por Andrea Matallana

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El Tiempo: “Adelante los que quedan” La reorganización de la Unión Cívica Radical post-Alem (1896-1898) por Nahuel Ojeda Silva

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Los alumnos reseñan: Martin Monsalve, Tocqueville y la Revolución de 1848: sus recuerdos entre la historia y la teoría política.

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Perfiles: Álvaro Villagrán, graduado de la Licenciatura en Historia.

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Lia Munilla Lacasa, graduada del Doctorado en Historia.

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Novedades

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Historia y literatura en la Di Tella: una historia personal, por Karina Galperin.

Durante los años de mis estudios doctorales miré de costado, pero con muchísimo interés, un campo menor que la universidad donde yo estudiaba, Harvard, iba desarrollando cada vez con más entusiasmo. Se trataba de una modalidad para mí novedosa, que allí llamaban “Historia y literatura”. En clases muy pequeñas, con programas de lecturas armados en torno a los intereses puntuales de profesores y estudiantes, un historiador y un crítico literario conducían juntos clases que parecían más bien grupos de estudio concentrados. El foco era un tema o un período al que el grupo se acercaba a través de una mirada doble y no siempre armoniosa. El historiador traía textos, metodologías y bagajes teóricos de su disciplina, que se ponían en diálogo con los que traía el crítico literario. La modalidad, novedosa y audaz, se montaba sobre ciertos desarrollos teóricos y críticos de ambas disciplinas iniciados en los años 80 y 90: las discusiones en torno a Hayden White y su conceptualización sobre los puntos de contacto entre la práctica historiográfica y la literaria; el auge de la microhistoria de Carlo Ginzburg y Natalie Zemon Davis; el nuevo historicismo de Stephen Greenblatt; la historia material de la cultura de Roger Chartier y Robert Darnton. La apertura de un espacio en donde historiadores y críticos literarios podían contribuir a una comprensión más densa y rica de sus objetos de estudio me pareció promisoria. Los literatos podíamos dejar de trabajar con la historia como el mero “contexto” de producción y circulación de los textos, y los historiadores dejaban de pensar en los textos literarios como simples “fuentes” o ejemplos de cómo eran otras épocas. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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Al momento de regresar a la Argentina el departamento de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella se mostró particularmente receptivo a incorporar de alguna manera esta modalidad en el programa de su carrera de grado. La organización académica misma de la universidad lo permitía mucho más que la tradicional estructura de cátedras, menos flexible y abierta al trabajo interdisciplinario. Probamos con un curso en un principio, Historia y literatura, que recorría la historia argentina de los siglos XIX y XX a través de una combinación de fuentes historiográficas y literarias analizadas conjuntamente por Mariano Plotkin y por mí. Tenía el doble fin de ofrecer una perspectiva novedosa para el estudio de una época, pero también introducir a los estudiantes a los debates historiográficos y literarios que ponían en diálogo dos disciplinas que, como muchos parientes cercanos, se quieren pero también se recelan y desconfían. El resultado fue lindísimo, tanto para los estudiantes como para nosotros, los docentes, que íbamos aprendiendo y conociendo textos nuevos y de alguna manera ajenos a nuestras tradiciones disciplinarias. Tanto es así que ese curso sigue en pie, ahora compartido con Fernando Rocchi. Y es, de alguna forma, una suerte de taller en el que vamos probando textos nuevos, desempolvando otros olvidados, ensayando con lecturas que incorporen esta doble visión. Progresivamente esta modalidad fue ampliándose. Hoy, muchas de las materias dorsales de la carrera de historia tienen su pata literaria y son varios los docentes de literatura que interactúan diariamente con nuestros estudiantes. Creo que esta mirada es hoy, de alguna forma, una de las marcas distintivas de nuestra carrera, que no sólo ofrece modos diversos de acercamiento a los textos y atención a otras dimensiones de los textos tradicionalmente enfocados por los historiadores. Ofrece también una invitación al diálogo interdisciplinario, a la producción del conocimiento en diálogo con otras tradiciones y al cuestionamiento continuo de convenciones y prácticas que se ven de otra forma cuando se las confronta con las de otras disciplinas cercanas.

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Entrevista a Dora Barrancos1 Dora Barrancos es Doctora en Historia por la Universidade Estadual de Campinas, Brasil. Su área de investigación es la participación de la mujer en la esfera pública y sus luchas políticas y sociales. Se desempeña como directora en el área de Ciencias Sociales y Humanas de CONICET. Entre sus publicaciones más destacadas se encuentran Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo (Contrapunto, 1990), Cultura, educación y trabajadores 18901930 (CEAL, 1992), La escena iluminada. Ciencias para los trabajadores, 1890-1930 (Plus Ultra, 1996) e Inclusión/Exclusión. Historia con Mujeres (FCE, 2002).

Contame un poco cómo te construiste en un lugar de intelectual y a la vez con un compromiso con ciertas causas como la de los derechos civiles de la mujer, causas que han sido tus objetos de estudio, en cierto punto. ¿Cómo fue esa trayectoria? Yo creo que ahí hay una cuestión que corresponde a los planteles de los años ‘60, ‘70. Era ínsita a la manifestación intelectual, una actitud de compromiso. En mi caso, además, tengo toda una formación familiar que, por el lado de mi madre, responde canónicamente al protestantismo calvinista. Así que hay una devoción a un formato de deber ser, una estructura superyoica que contribuyó aún más a la idea de la racionalidad comprometida. Y en tercer lugar, cuenta mi experiencia de vida: tuve que dejar este país, me exilié ocho años. He podido enriquecer ciertos aspectos del plano ideológico -que cambió mucho en mí-, y del plano político que también ha 1

La entrevista fue realizada por Andrea Matallana y transcripta por Gisela Waisgrais.

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cambiado, aunque mantiene claves que puedo decirte que son del precámbrico de mi personalidad. Entonces, es medio infatigable la relación con el acto político; hago inescindibles de mis actitudes los actos políticos, desde luego, nada tiene que ver con actos partidarios. Toda mi conducta refiere a actos políticos, no puede dejar de ver las consecuencias políticas. Cuando digo consecuencias políticas, digo cómo afecta a colectivos, sobre todo cuando me ha tocado gestionar, dirigir maestrías, doctorados, institutos de investigación, grupos de investigación. Y en este cargo de dirección aquí2… sería verdaderamente una bête, si no tuviera en cuenta que todo, cualquier acto, tiene consecuencias sobre otras personas. Con estas características personales no es difícil adherir a objetivos sociales más extensos y también más profundos, sobre todo desde que tomé el punto de vista del feminismo como una actitud y también como un valor epistemológico. El valor epistemológico se refiere a que no puedo comprender nada de lo que investigo y estudio si no lo anudo a la clave de las relaciones de género. No quiero decir que sea exclusivo, pero es basal, ya que permea los vínculos de cualquier sociedad. Entonces, y en resumidas cuentas, por un lado tengo esas obligaciones viejas del pasado, y por otro, es indudable que adquirí nuevas motivaciones, ya que mi incorporación al feminismo no ha sido de toda mi vida. ¿Cuándo apareció? En mi exilio, en Brasil. Porque ahí pude descubrir otras aristas ideológicas, otras canteras de políticas e ideologías. Hice una discusión muy fuerte con el propio marxismo respecto de sus principios epistemológicos. Mi mejor orientación han sido las fuentes inglesas. Creo que hay fenómenos sociales y humanos que no pueden ser “redimidos” por una interpretación marxista ya que son reacios a sus explicaciones. La interpretación plural de los fenómenos solicita que estos sean situados y dialogantes con otras perspectivas teóricas. Y esto se le debo a Brasil y, entre los nuevos problemas que descubrí, está la localización de los principios del feminismo. La perspectiva del feminismo fue notable porque estaba en ese país cuando la sociedad se sacudió con relación a un caso muy emblemático, la reapertura del juicio al homicida de Angela Diniz. Era una bella mujer, del Estado de Minas Gerais, que se había unido a un señor de la alta 2

Nota: Se refiere a su cargo en el Directorio del CONICET.

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burguesía paulista quien la terminó matando en una de las playas de Buzios. Fue un caso atronador. Impactó muchísimo que el abogado defendió al homicida desde la propia ley penal que prerrogaba a su favor, pues estaba el atenuante de haber actuado “en defensa del honor”. Si se actuaba en esta circunstancia, había una baja considerable de la imputación, como ocurría con la legislación en América Latina. Eso resultaba escandaloso; además el victimador era un acaudalado playboy, de modo que también había resonancias de una cierta impunidad de clase. Angela que, como he dicho, era mineira, concitó ese revuelo y mis amigas progresistas obviamente me transmitieron la necesidad de reaccionar frente a esa situación. Pero creo que siempre fui protofeminista aunque no me parecía que fuera una corriente sustentable por sí misma. Mucho tiempo creí que la sustentabilidad del feminismo era una deriva del principio general de las buenas acciones en pro de la igualdad y la democratización. Nunca había percibido con tanta hondura la profundidad, la extensión y el significado que tenían las relaciones entre varones y mujeres en una sociedad, relaciones tramadas por juegos de poder, y que efectivamente, esas relaciones daban el tono a una época. Todo aquello tuvo un gran significado, fue una gran conmoción para mis propios anatemas contra cualquier voluntad sometedora porque, en el fondo, siempre me he vivido como una justiciera. Eso de ser una justiciera básica me llevó obviamente muy joven al socialismo y a los mejores proyectos de redención de lo humano. Siempre he pensado que mi alianza fundamental con la vida pasaba por redimir la situación de aquellos que estaban en un estado de no reconocimiento o que eran injusticiados. Por otra parte, me crié en un hogar altamente politizado, ideologizado, mi padre era otro justiciero básico, una figura fundamental. Y mi madre era una señora protestante preocupada por lo ético. Ese combustible forja alguien como una, siempre acicateada por el deber ser y por la oportunidad de sustentar la igualdad y la justicia. ¿Estudiaste en la Universidad de Buenos Aires en los 60? Estudié en los ‘60. Entré a Derecho e hice todo el curso de ingreso. Luego me di cuenta de que Derecho no era lo mío. Fue muy divertido porque tenía la materia Introducción a la Filosofía que fue un gran incentivo para el cambio, y no puedo dejar de recordar a nuestra profesora, Mercedes Vergada, quien andaba a las risotadas dando clase. Era conservadora pero al mismo Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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tiempo muy inteligente, podía coloquiar con quienes no pensaban como ella desde el punto de vista filosófico y político, tal lo que me aseguraron quienes después hicieron la carrera de Filosofía, pues también era profesora en esa Facultad. También creí que Filosofía era lo que más me gustaba, pero me atrajo la Sociología que se había puesto de moda. ¿Eran los años de Germani? Era el último año que Gino Germani enseñaba y fue una experiencia extraordinaria, tuve que hacer el examen de ingreso en la Facultad de Filosofía y Letras y fue muy bonito. Recuerdo cosas del examen, autores como Rickert y Dilthey… Éramos muy críticos, discutíamos todo y el funcionalismo nos tenía un poco hartos. Era una época de gran “valor agregado” en la Sociología, pues había profesores excelentes como Torcuato Di Tella y Miguel Murmis, que entonces era muy joven. Hice muchas materias optativas de Psicología y de Historia. Y ahí vivía una cierta tensión pues también me gustaba mucho Historia y pude tomar clases nada menos que con José Luis Romero y Reyna Pastor, que era una figura bellísima. Las clases de Historia Social eran convocatorias a una gran erudición por parte de Romero, quien me tomó el examen final. Fue muy impactante toda esa inauguración del ciclo de la Sociología en Argentina. Después de la “Noche de los Bastones Largos” vino una descomposición del cuadro de profesores. Ahí decidí salir lo antes posible de la universidad, di las últimas materias, era una alumna obviamente articulada con las buenas notas… ¿Trabajabas? Sí, trabajaba como maestra. Estaba muy contenta porque había habido una encuesta que mostraba que en general la gente más aplicada en la Universidad era la que trabajaba. La que estaba más ociosa era menos dedicada a estudiar. Fui Diploma de Honor, que la verdad era como una obviedad en mi derrotero ya que no me permitía las malas notas. Recuerdo que una vez tuve una situación muy severa con un profesor bastante agresivo: había dado libre la materia y fue hostil, y ahí casi se declara la debacle de mi promedio…! La primera experiencia como socióloga fue en educación, me gustaba bastante la perspectiva en educación y mi incorporación profesional fue a la Dirección de Educación Agrícola, que en ese

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momento no dependía del Ministerio de Educación sino del Ministerio de Agricultura. Después me fui entonando más con la dimensión de la salud, como puedes ver era bastante versátil. Es que en el año ´71 ingresé al PAMI como socióloga. Éramos al inicio cerca de 25, no más de 30 personas, y ahí trabajé hasta el inicio de la dictadura. Di clases en Sociología, estaba como adjunta a cargo de un seminario, imaginate que cuando llegó Alberto Otalagano3, todos tuvimos que poner los pies en polvorosa. ¿Qué te lleva a la historia, a convertirte en historiadora? Cuando hice mi Maestría en Brasil volví a descubrir el regusto por la historia a propósito del desafío de la construcción de la tesis de Maestría. Entonces, juntaba las cuestiones que tenía que ver con la educación y la salud, pues trabajaba en recursos humanos en la Secretaria de Estado da Saúde de Minas Gerais, aunque pensando que en algún momento volvería a la Argentina y que tenía que hacer unas transformaciones tremendas. Había que dejar “el paraíso” y volver a la Argentina. Me pasa eso, a menudo me he dicho: “Con este objeto llego hasta aquí, con este proceso llego hasta aquí”. Si me veo en toda esta evolución que he tenido, siempre he sentido que hay ciertas cuestiones que las cumples y que luego hay que pasar a otras. Y ante la idea de reposicionarme con el objeto de la tesis y respecto de la perspectiva de volver a la Argentina, me dije: “Ya que tengo que cambiar, voy a cambiar todo, voy a cambiar de posición profesional”. Si me seguía dedicando a la salud pública me tenía que dedicar a la investigación en el área. Pero epidemiología no era un atractivo para mí, no vibraba mi libido con esa perspectiva! En cambio, puesta en la situación de tesis, me interrogué: “¿Por qué no aprovechar que estoy cerrando un ciclo y tengo que abrir otro; por qué no vuelvo a lo que amo, a la historia?”. Y me propuse como tesis primero un proyecto muy ambicioso sobre la educación y la cultura en las vanguardias del proletariado, que después se convirtió en Anarquismo, Educación y Cultura. Ese viraje me permitió reencontrarme con esa otra parte vocacional que había quedado en el cono de sombras en una instalación en este país que no fue fácil.

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Interventor de la Universidad de Buenos Aires en 1974.

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¿Cuando volviste…? Volví en junio del ‘84 y a pesar de que tenía muchos contactos académicos, había una suerte de litigio respecto de los que se habían quedado, y que con razón sostenían sus lugares, y los que se habían ido. Hubo una tensión, sin duda. Luego, eso felizmente se saldó. Los que volvían tenían sus pretensiones y los que habían quedado tenían sus sentidos de pertenencia y de oportunidad prerrogada. Me había preservado unas funciones como consultora en organismos internacionales, sobre todo en el IICA ya que tenía una gran amiga que era parte del IICA y me dio oportunidades para acompañar proyectos relacionados con las mujeres en Brasil y Paraguay. Y mientras tanto iba vibrando con mi instalación en la Biblioteca Nacional, era una especie de ratón de la biblioteca. Iba todos los días al viejo edificio de la calle México, y era maravilloso escarbar todas las fuentes posibles, todos los acervos. También fui asidua de la sede de la Federación Libertaria, en la calle Brasil, y aunque menos, de la Biblioteca José Ingenieros, también en manos de anarquistas. Viajé varias veces al interior en la búsqueda de archivos y trabajé tanto que en el ‘85 tenía mi tesis. Una amiga hizo la traducción, la defendí y para la publicación ya pude profundizar más porque encontré más repositorios. Viajé en el ‘88 a Holanda, para trabajar en su notable repositorio4 y salió finalmente el libro. Al mismo tiempo, en el año ‘86 tuve mi primer contrato CONICET. En realidad, mi querido marido me becó unas temporadas, otras me gané con consultorías, y en el ‘86 obtuve mi primer contrato. Fue notable ese proceso porque me permitió convertirme de hecho en historiadora. Decidí entonces doctorarme y volví a Brasil a la UNICAMP.

¿En los ‘80 la gente tenía que hacer sus doctorados? No, para nada. Ahora se tornó un sentido que se imprime casi como elemental a la biografía académica. En mi caso era más fácil ver la evolución, ya que en Brasil se empujaba fuertemente al posgrado. Las becas en el CONICET, en los años de la reapertura democrática, no se daban para doctorarse. Se llamaban Beca de Formación I, Beca de Formación II pero no aludían a 4

Se refiere al Archivo del Instituto Internacional de Historia Social (IIHS) en Ámsterdam.

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doctorados. Era sobre todo para formarse en investigación, pero no tenía como sentido culminar estudios pos grado. No había Doctorado en Ciencias Sociales. Pero sí hubo un cambio al final de la década. Como dije, me fui a doctorar en el ’91 a Campinas, donde me trataron muy bien porque me hicieron un programa especial una vez que ya era investigadora. Hice un trimestre y después volví en septiembre, porque me computaron los antecedentes académicos, ya tenía un libro publicado y numerosos trabajos. Al terminar la década ya se vio claro que había un empeño para que esto ocurriera y en Brasil se empezaba a sostener que las Maestrías eran indispensables para poder tener un cargo docente. Mi doctorado fue en el área de Historia. ¿Cómo fue para vos volver a la UBA? Volver a la UBA fue una experiencia muy estimulante sobre todo porque volvía como historiadora. Era en la carrera de Sociología en la materia Historia Social Latinoamericana. Fue muy estimulante porque hubo que construir la cátedra. Felizmente, la convocatoria casi fue natural porque di con un grupo que tenía ideas similares, el mismo entusiasmo, entre los que estaba Patricia Funes -que ya trabajaba con Waldo Ansaldi, en la cátedra paralela-, y constituimos un equipo muy rico. Todo el mundo fue aprendiendo, no éramos una cátedra que tuviera reuniones seguidas pero nos encontrábamos con mucha intensidad y era muy estimulante. Había un precioso clima de acuerdo, la distribución de temas se hizo con mucho consenso. Años más tarde, propicié el rápido concurso con mi jubilación – me había tornado Profesora Consulta. Aposté mucho a que Patricia Funes ganara la cátedra, una persona de enorme solvencia y calidez, muy inteligente y muy buena investigadora. Fue una experiencia muy rica, primero por este contexto de la carrera de Sociología, donde a menudo me encuentro con alumnos. Es muy gratificante que estas cátedras de Historia marquen una diferencia respecto de ciertos rituales de aprendizaje. Sé que el tipo de inscripción que tienen estas materias suscita un movimiento interesante también por parte de los alumnos. Y muchos agradecen con un: “Uy, lo que aprendí!”. Es emocionante que todos los cuatrimestres siga abriendo el curso inaugural, con el mismo entusiasmo, fervor y pasión que al inicio. Estoy convencida de que el conocimiento, si no nace de la pasión, es casi estéril.

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¿En los ‘90, fines de los ‘80, cuántas personas investigaron los temas de género? Acá en Argentina estaba el grupo del CEDES con Elizabeth Jelin, María del Carmen Feijoo, que habían trabajado la cuestión de mujeres. Estaba Catalina Wainerman en el CENEP, había colegas relevantes. El asunto era qué sistematicidad iba a tener dentro de la Historia. Y había, dentro de la disciplina histórica, alguien a quien quiero mucho, Susana Bianchi. Yo me entusiasmé mucho, cuando en Campinas, pude renovar muchísimo la bibliografía. Y creo que en 1992 di el primer curso de Historia de las Mujeres en Filosofía y Letras. Has visto que dentro de Anarquismo5 ya hubo notas largas dedicadas a la cuestión femenina. Había leído muchísimo textos que me impactaron, Sheila Rowbotham, Mary Nash fue una figura muy importante, Michelle Perrault ni se diga, y en la rama propiamente norteamericana, Joan Scott, Karen Offen para dar sólo algunos nombres. Me gustaron muchísimo dos textos editados por Martha Vicinus sobre la historia de las mujeres en Inglaterra. Fueron muy estimulantes, y los di en el seminario. Me torné una adicta a esta vertiente que me permitió conectarme más con la idea de que había que poner patas para arriba la Historia. La cuestión femenina incentivaba los nuevos puntos de vista. Desde luego, pasé por la época de una completa absorción de Michel Foucault, pero una figura que me impactó mucho, y no tiene que ver tanto con la Historia, fue Gilles Deleuze. Sus tesis han sido fundamentales para nuestros campos de conocimientos. ¿Cómo se crea el tiempo para ocuparse de investigar, de fundar institutos, centros, de uno mismo, su vida…? Soy muy entusiasta y apasionada y creo que mi única capacidad ha sido la generosidad en los vínculos. Tengo ese mandato desde mis orígenes calvinistas, y soy muy trabajólica, tengo un grado de disciplinamiento feroz pero sobre todo, me reconozco como un espíritu positivo, espinoziano, una apuesta alegre a la cuestión de la creatividad. Me sigue impactando la gente creativa. ¿Cuál es la principal virtud de alguien que hace Historia? Su creatividad, cómo desprender-

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Se refiere a su libro Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo.

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se del fórceps de los acontecimientos para ser imaginativo. El estado de imaginación es fundamental para convocar a la investigación histórica.

¿Cómo ves los estudios de género? Hemos avanzado muchísimo. Hay más estudios de género y también más discusión y estoy muy satisfecha. Todo lo que tiene que ver con las subjetividades en movimiento, cómo se salta de los análisis a lo que tiene que ver con la carnadura de la gente. Es prodigioso lo que ha ocurrido en términos de reconocimiento, de ampliación y de mejor calificación de los trabajos. El año pasado, de quienes ingresaron al CONICET, solamente en el área de Sociología y Demografía, entre los 16 primeros puestos, 6 eran proyectos que tenían que ver con género. Y advierto sobre una falaz interpretación futura en que se podría decir que desde que estuve como Directora del CONICET aumentaron esos estudios, y es exactamente al revés.

¿Son las mujeres quienes se encargan de los temas de género? No solamente, aunque es predominante su número. Tanto en la Historia como en la Sociología, géneros, sexualidades, divergencia de las sexualidades, tienen oficiantes muy interesantes, mujeres y varones.

¿Cuánto impacta el conocimiento que se va construyendo sobre la sociedad civil? El género avanza tópicamente como conocimiento porque la sociedad está transformándose. Además, hay agencia por derechos, lo que hace que la academia registre ese fenómeno, y también tiene impacto mediático. Los medios, más allá de sus limitaciones y subterfugios, han transformado mucho todo lo que tiene que ver con lo comunicacional. Hace 20 años, cuando un individuo mataba de tres tiros a la mujer, era imposible que se hablara de “violencia de género”, y hoy se ha alterado profundamente. Hay conceptos que van encarnándose y haciéndose bastan-

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te invasivos, y se transforman en políticamente correctos. La fragua del buen sentido de la política va acompañando una corrección de la norma, de la ley. Es difícil apreciar cuánto impacta, pero una puede decir que hay unas mediaciones que son bastante exitosas. Hay una mediación que es la de los propios medios de comunicación y otra, dentro de los representantes políticos. Porque para hacer leyes, hay un momento en que los políticos se vuelven bastante eruditos, y es cuando les piden a sus asesores conocer cómo está el estado de la cuestión. Es un momento interesante el que vivimos, estamos en un peculiar movimiento. No deja de tener sentidos articuladores que de algún modo impactan en la investigación.

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El Tiempo: “Adelante los que quedan” La reorganización de la Unión Cívica Radical post-Alem (1896-1898) por Nahuel Ojeda Silva∂

Imagen: El Moquito mayo de 1891

El Tiempo fue la mayor empresa periodística realizada por Carlos Vega Belgrano (1858-1930). Se inició en el ámbito de la prensa en la década de 1870 como editor de varias revistas literarias en Buenos Aires. En 1873 fundó junto a J. Rivadavia y D. Centeno La Revista de la República, efímera publicación entre marzo y septiembre de aquel año. Esto sería el inicio de diversos emprendimientos como editor de boletines de esta misma índole como fueron La Revista Literaria (1874-1875) y El Plata Literario (1876). Para Auza, Vega Belgrano formó parte de una generación que obtuvo beneficios de las políticas de las presidencias de Mitre y Sarmiento a favor de las letras, las ciencias y el periodismo: “permiten esa expansión dando lugar en unos casos, permitiendo más oportunidades en otros a que se incorporé una legión de nombres que luego de una década de ensayos estarán en condiciones de dar sus frutos maduros en la década siguien∂

Nahuel Ojeda Silvia se graduó en 2012 de la Licenciatura en Historia de la UTDT. El presente es un capítulo de su tesis.

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te.”6 Interrumpió esta primera década como periodista con su viaje a Europa en 1877. En el viejo continente estuvo en diversas universidades para recalar finalmente en Alemania donde fue agregado de la delegación argentina en Berlín (1885) y Cónsul general (1886-1891) En Hamburgo publicó su libro Pensamientos en 1891. A su regreso ingresó en la política, afiliándose al partido radical. Participó de la revolución de 1893. Aquí retomó su actividad periodística al fundar el 29 de octubre de 1894 El Tiempo, empresa que lo tuvo como director y redactor hasta su última edición el 29 de diciembre de 1915. Para Manuel Oliver, colaborador del diario y amigo de Vega Belgrano, este periódico “transformó la manera de hacer los diarios vespertinos. Fijó la hora de salida, buscó la nota sensacional, modificó el material tipográfico, procurando que sus páginas resultaran emocionantes y modernísitcas, ajenas a pasiones personales.”7 La aparición diaria constaba de 4 ediciones vespertinas de lunes a sábado. Se publicó bajo el formato sábana, conformado por cuatro páginas, cada una de siete columnas. La dirección, redacción y administración estaban ubicadas originalmente en la calle Piedad 544, mudándose a mediados de 1901 a la calle San Martín 32. En sus dos décadas de existencia, el diario desarrolló ese novedoso estilo que describió Navarro Viola en su Anuario de la Prensa Argentina, presentando en el día a día una amplia gama de noticias.8 Ejemplo de esto fue la variedad que demostraba en su primera plana exhibiendo la editorial política, al análisis bursátil y comercial como del mismo modo al ensayo literario. Según los datos del Censo de 1894, el diario estaba rotulado “en la categoría políticoeconómico.”9 Este carácter de interés general se advierte en lo variado del contenido de cada edición. Además de la editorial política diaria, se publicaba todo lo relacionado a los mercados y a las finanzas. Otra columna que apareció a mediados de 1903 fue la denominada sección comer6

Auza, N., La literatura periodística porteña del siglo XIX. De Caseros a la Organización Nacional, Buenos Aires, Confluencia, 1999. Pág. 68 7 En Torres, M., Carlos Vega Belgrano. Homenaje a su memoria, Buenos Aires, Imp. A. Frascoli y A. Bindi, Pág. 50 8 Navarro Viola consideró al periodismo de la década del noventa como el inicio de un nuevo estilo, más amplio y comercial: “El diletantismo de otro tiempo ha sido substituido por la empresa periodística, y los diarios no se escriben ya para agradar a un hombre o a un grupo, sino para satisfacer las exigencias de información que reclama el público.” Véase Navarro Viola, J., Anuario de la prensa argentina, Buenos Aires, Imprenta de Pablo Coni e Hijos, 1897 Pág. 23 9 Segundo censo de la República Argentina, mayo 10 de 1895, Buenos Aires, Talleres de la Penitenciaría Nacional, 1898. Pág. 46. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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cial. Dentro de esta se presentó información relacionada a ganadería, agricultura, industria, negocios, movimientos de propiedad, etc. Se jactaba de ofrecer un contenido vasto que llenaría un vacío en la información que en otros diarios no aparecía. El tópico económico estaba muy conectado a las decisiones políticas. La cuestión sobre la apertura de la economía nacional fue una de las constantes en relación a la política económica: “Es la exageración del proteccionismo lo que hace soñar en el libro cambio.”10 Las ideas que sostenía el diario se centraban en el liberalismo comercial, el proteccionismo a determinadas industrias y la presencia influyente del crédito público. En las columnas del diario se deduce que el valor del proteccionismo debía tener un desarrollo transitorio. La implementación de derechos protectores a determinadas industrias era indicada como políticas para beneficiar a sectores cercanos al gobierno. No se trataba de un plan racional ni de una ideología. Por lo tanto el proteccionismo debería cumplir otra función: “Su objeto es estimular la formación de industrias nuevas, a cuyo desarrollo sea el país favorable, y permitirle resistir en sus comienzos la competencia de las industrias extranjeras.”11 Esa defensa a las industrias infantes no se correspondía con la protección de sectores que ya estaban bien establecidos en el circuito económico nacional.12 La sección de telegramas, era consagrada por el mismo diario como un servicio especial, presentando traducciones de comunicados provenientes principalmente del continente europeo. Se subrayó la importancia que tenía ofrecer noticias internacionales con la mayor proximidad posible: “El Tiempo tendrá con el aumento, elementos de información de Europa análogos a los de los diarios de la mañana; esto es: un corresponsal especial telegráfico en Paris, otro en Londres y el servicio de la Agencia Havas.”13 La ventaja de ser un periódico vespertino era que en su última edición recopilaba los informes del día europeo. La segunda página del periódico contenía una diversidad de tópicos. El carácter de interés general se percibe en las heterogéneas secciones que iban desde la “Crónica Sportiva”, “Policiales”, “En Tribunales”, “Ecos Mundanos” y 10

“Política económica. Proteccionismo y librecambio” El Tiempo, Buenos Aires, 15 de enero de 1900. “La protección industrial y los sindicatos”, El Tiempo, Buenos Aires, 13 de enero de 1897. 12 Aquí se puede presumir la influencia de List, como también se observa en esta época en Carlos Pellegrini. Véase Gallo, E., Carlos Pellegrini, FCE, Buenos Aires, 1997, Pág. 35. En El Tiempo se advierte dicho ascendente, en la protección de industrias infantes o la creación de una economía nacional, lugar intermedio entre la individual y el universal producto “de la unidad alemana al crear el Zollverein.” Véase en “La economía nacional. Fomento de la exportación de capitales” El Tiempo, Buenos Aires, 4 de octubre de 1898 13 “Nuestro servicio telegráfico” El Tiempo, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1898. 11

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“Teatros”. Las noticias militares también formaban parte de la planilla diaria, informes acerca de la defensa nacional, de los diferentes elementos que la componen. De forma esporádica esta temática va tener el lugar central del diario, relacionado a la injerencia del Estado nacional en la organización castrense y al aumento de las tensiones con Chile. En la cuestión del ejército se proclamaron reformas. Era necesario imponer el servicio militar obligatorio. El diario definía que un ejército, en un país democrático debía estar identificado como parte de la educación cívica.14 A pesar de esta variedad, algunos autores calificaron al diario como un nuevo emprendimiento literario de su director. Fogli presentó al diario como “tribuna literaria en la que Carlos Vega Belgrano reunió a la juventud finisecular amante de las letras.”15 A su vez Auza consideró que el periódico fue celebre por sus contribuciones literarias.16 El Tiempo contó con una presencia permanente de la literatura a través de sus folletines donde se puede mencionar obras de autores nacionales como internacionales como Paul Groussac, Rubén Darío, Ernesto Quesada, Stanley Weyman, Manuel Oliver, etc. Además de los folletines, contó con la presencia de jóvenes escritores en la redacción como Eugenio Díaz Romero, Emilia Pardo Bazan, Joaquín Lemoine, Luis Berisso, etc. Estos formaban parte del contenido de la segunda página donde se hallaban escritos de diversas temáticas que fueron desde la poesía hasta comentarios científicos. Durante los primeros años, contó con la participación de Leopoldo Lugones en la elaboración de ensayos, siempre publicados en la primera plana. En mayo de 1903 el diario lanzó un suplemento semanal. Una compilación de 16 páginas que contenía piezas literarias que se enviaba de forma gratuita al domicilio de los subscriptores. La literatura era uno de los puntales para su interacción con el publico tal como lo postuló Prieto: “La prensa periódica, previsiblemente, sirvió de práctica inicial a los nuevos contingentes de lectores, y la prensa periódica, previsiblemente también, creció con el ritmo con que estos crecían.”17

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Aquí se puede concebir ese carácter del nacionalismo de la segunda mutad del siglo XIX. Hobsbawn, E., Naciones y Nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1998. Pág.125 15 Fogli, G., Las publicaciones periódicas en la Argentina, Buenos Aires, La Argentina Gráfica, 1946. 16 Auza, N., La literatura periodística porteña del siglo XIX, Pág. 186 17 Prieto, A., El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo veintiuno, 2006. Pág. 14 Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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El diario tuvo como premisa las constantes mejoras de sus secciones. Esto respondía a la presión que “el periodismo moderno exige cada día nuevas y complicadas innovaciones que sigan paso a paso el desarrollo de las necesidades del público.”18 Además se pregonaba por la participación del público en “Mesa revuelta” donde se sorteaban regalos a partir de pequeños concursos literarios. Las innovaciones eran consagradas como las bases que se le exigía a un periódico moderno. A su sección recreativa, a sus folletines, a las mejoras del servicio telegráfico se le sumaba su expansión a una nueva sucursal en Avenida de Mayo: “La protección eléctrica sobre letreros reflejando en síntesis el sumario noticioso del día, el resumen de los materiales que minutos después le dará El Tiempo en su última edición (…) rompiendo con la costumbre de comprar el diario cerrado, mudo en su complicada doblez, sin saber si hoy le interesará como le interesó ayer.”19 Los informes especiales del diario también indican la variedad del contenido del mismo. En primer lugar, se publicaron estudios sobre las cuestiones diplomáticas donde se criticó la falta de criterio directivo. Esto era resultado del poco desarrollo de las relaciones con los países americanos, en comparación con el espacio prioritario de la formación de delegaciones en Europa. Algunas instalaciones en el viejo continente no tenían ningún beneficio político ni comercial para la Argentina.20 El Tiempo publicó la necesidad de una reorganización de la diplomacia del país. Su organización fue calificada como deficiente puesto que no tenía la capacidad de defender los intereses comerciales del país ni la defensa de los residentes argentinos en el exterior. Otro informe especial fue durante la primera mitad del año 1900 cuando se publicó una serie de editoriales a favor de la naturalización de los extranjeros. Este procedimiento debería facilitar la adquisición de la ciudadanía, para incorporar las grandes masas de inmigrantes. Sus ideas concordaban con el proyecto presentado por el Dr. Barroetaveña en 1894.21 El elemento principal era que esta práctica debería ser voluntaria y no obligatoria. Este tipo de presentación se realizó en el contexto que desembocaría en los debates sobre la Ley de Residencia. 18

“Las innovaciones del Tiempo. Éxito inesperado” El Tiempo, Buenos Aires, 16 de julio de 1902. “En la Avenida” El Tiempo, Buenos Aires, 19 de agosto de 1902 20 Véase “Nuestra representación diplomática. Los errores que se han cometido.” El Tiempo, Buenos Aires, 13 de diciembre de 1901. 21 Véase “La naturalización de los extranjeros” El Tiempo, Buenos Aires, 2 de octubre de 1902. 19

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El contenido de interés general del diario compartía la primera plana con las noticias netamente políticas. Sin embargo en determinados momentos lo político se extendió, abarcando gran parte de las columnas. Por ejemplo luego del suicidio de Alem, la reorganización radical ocupó el interés del periódico.

¡Adelante los que quedan! El 3 de julio de 1896 se publicó en El Tiempo la noticia sobre la muerte de Leandro N. Alem. El suicidio del líder radical trastocó todo el contenido del diario. El periódico decidió suspender la publicación de información referida al duelo para publicar una edición extraordinaria, con material exclusivo el día 9 de julio. Allí se presentó una síntesis biográfica del líder perdido y los discursos de las principales figuras radicales que hablaron en el funeral: Bernardo de Irigoyen, Joaquín Castellanos, Adolfo Saldías, Marcelo T. de Alvear, Francisco Barroetaveña y Tomás García. En uno de los discursos más extensos, el Dr. Barroetaveña resumió aquel sentimiento ambiguo entre la disconformidad y la lealtad hacía su amigo: “¡Alem inútil y estéril! ¿Cómo pudo decir semejante palabras él, cuya sola presencia, adornada de nobles virtudes, era el ejemplo más útil y fecundo para enseñanza del pueblo?” No solo exhibió estar atónito frente a los dichos del testamento político de Alem sino que pidió dejar de lado lo dramático del evento, recordarlo y seguir adelante con la misión que habían heredado los radicales: “Las más honrosas exequias a la memoria del Dr. Alem consistirán en realizar con serena firmeza cuanto exija al país para su completa regeneración en lo político, social, administrativo y moral, para el más amplio ejercicio de sus libertades públicas, para impulsar al pueblo a los comicios e imponer su deber a los gobiernos, para impedir funestas restauraciones.”22 En todos los discursos se hizo referencia a responder al llamado de Alem de mantener en pie su lucha cívica bajo la consigna “¡Adelante los que quedan!” Este lema también fue desplegado en El Tiempo en cada publicación sobre la reorganización partidaria y que plantearía durante los 22

“Discurso del Dr. Barroetaveña” El Tiempo, Buenos Aires, 9 de julio de 1896.

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próximos meses cómo debería proceder el radicalismo en la reconstitución de todos sus correligionarios. En ese contexto político, trastornado por el fallecimiento de Alem, la subsistencia del radicalismo era considerada como un compromiso por parte del periódico hacia la agrupación. Obligación a partir de una visión del presente donde el pueblo era víctima de un sistema político corrupto, culpable de frenar el progreso nacional. El primer tema que planteó el diario luego del deceso de Alem giró en torno del liderazgo del partido. Las propuestas fueron más allá de las direcciones personales exigiendo reformas en el programa, ya que las bases orgánicas eran más grandes que la ideas de un jefe. Para El Tiempo, la agrupación difícilmente hallaría un líder de semejante trascendencia: “A un Alem no lo copia sino Alem”23. Era necesario un nuevo sistema de jefatura para el partido donde se consagre la alternancia en el poder. De ahí que se tenía que establecer un funcionamiento eficaz de todas sus partes en cada uno de los distritos electorales, tanto en los comités como en las convenciones: “Al partido radical le toca difundir esa nueva escuela de que ha sido principal campeón, consolidándola en nuestros hábitos políticos, habilitando así, al pueblo para que ejerza de verdad sus derechos.”24 Las dificultades que transitó el partido radical en los próximos años ya eran indicadas en los primeros meses después del suicidio de Alem. El diario vislumbraba un proceso lento pero finalmente exitoso frente a la opinión que aseguraba el fracaso de la reorganización. Se reconocía la existencia de obstáculos, de “factores disolventes y anárquicos que constituyen la mala hierba en el campo estremecido por las palpitaciones de corazones generosos, enlutado ayer por la desgracia y llamado a ser el origen de la florescencia cívica argentina.” En este discurso se puede advertir que las principales barreras estaban dentro del partido, que eran definidas con contundencia como “la acción anárquica, maléfica de los enemigos internos.”25 Entonces la reorganización no se trataba simplemente de la unificación sino que se deseaba una purificación del organismo. El partido debería estar saneado en pos de la vida democrática del país para llevar adelante “innovaciones políticas de trascendencia, dentro del concepto constitucional y orgánico

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“Reorganización radical. El jefe del mañana” El Tiempo, Buenos Aires, 6 de julio de 1896. “Reorganicémonos. Adelante los que quedan” El Tiempo, Buenos Aires, 11 de Julio de 1896. 25 “La reorganización radical” El Tiempo, Buenos Aires, 1 de agosto de 1896. 24

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que prima en nuestro derecho público; y sobre todo de encarar abiertamente la cuestión económica barajada hoy al capricho de un congreso sin unidad de acción.”26 Por lo tanto el programa partidario debería contar con un plan económico. Aquí se puede indicar el anhelo del diario a un radicalismo con menos tensiones internas capaz de desarrollar una doctrina más amplia que exclusivamente principios políticos. El Tiempo consideró a la reorganización radical como una ampliación del programa. Los encargados para llevar a cabo dicha misión eran los comités en sus distintos niveles. Por lo tanto la información sobre estas estructuras ocupó un lugar permanente en el periódico, incluso después de que la Convención nacional desembocase en la división partidaria. Las solicitadas, las constantes proclamas eran parte del llamado al pueblo para dejar de lado a una política caracterizada por las decisiones de círculos de élites. La subsistencia dependía para el diario de la incorporación de nuevos elementos populares para consolidar el carácter amplio del movimiento radical. El ejemplo a seguir era el espíritu de asociación de la política estadounidense. Como se había imitado las leyes y las instituciones norteamericanas, el diario indagaba: “¿cuándo empezaremos a adoptar los medios más eficaces para la realizar la vida democrática, para que el pueblo sea fuerza primordial é incontrastable en la solución de sus cuestiones internas?”27 Dentro de esta postura se advierte la intención de colocar en una primera plana a las filas de la juventud. Esta opinión se basaba en el propio anhelo de Alem de que perteneciera a las nuevas generaciones consumar la obra. El Tiempo presentaba frecuentemente notas referidas a la actividad del grupo de jóvenes radicales en los diferentes comités de la ciudad de Buenos Aires. La formación del Comité Central de la Juventud contó con la participación de miembros de la redacción, como Manuel Oliver, Alejandro Ghigliani y Miguel A. Garmendia. La acción revolucionaria fue parte de los conceptos que identificaron al radicalismo en sus orígenes. Luego de los sucesos de 1893 su legitimación empezó a generar divisiones, donde se empezó a destacar la postura “evolucionista”.28 En agosto de 1896, El Tiempo criticó supuestos movimientos revolucionarios en Santa Fe y Entre Ríos que respondían al accionar del oficialis26

“Roca ante el radicalismo. Hombres y principios” El Tiempo, Buenos Aires, 14 de abril de 1896. “Reorganización radical. Los clubs” El Tiempo, Buenos Aires, 21 de julio de 1896. 28 Alonso, P., Entre la revolución y las urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años ’90, Buenos Aires, Sudamericana-San Andrés, 1994. Págs. 203-204 27

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mo. Eran identificados como una sátira de mal gusto por parte de los elementos gobernantes ya que las revoluciones surgían de agrupaciones agobiadas por el fraude oficial. La legitimación de la revolución dependía de qué fuerzas la ejecutaran. Si bien establecía que existía la posibilidad de que se sucedan estos eventos, el diario sostuvo: “Creemos en la eficacia de la acción cívica, pacífica, disciplinada, principista y consciente; creemos que solo ella traerá frutos fecundos y duraderos, pero ello no nos impide reconocer el valor y la sinceridad de los que creen en la bondad de otros remedios.”29 De esta manera presentaba un discurso dentro de la posición evolucionista que ponderaba la intervención electoral y la participación parlamentaria pero tampoco negaba el accionar revolucionario en condiciones excepcionales. La relación con La Nación fue de una constante polémica. Este periódico afirmó que el radicalismo no le había hecho ningún bien al país y que estaba destinado a desaparecer si no disponía de una estructura menos rígida. Este diario sugería que la muerte de Alem era la consecuencia fatal de la imposibilidad de los radicales a seguir sosteniendo su bandera revolucionaria. Ante dicha opinión, El Tiempo contestaba: “El partido radical no ha hecho de la revolución la base de sus procedimientos, ni cree que en ella está el único remedio de nuestros males.”30 Se condenó el uso de un episodio tan dramático para el partido como lo fue el suicidio de su líder. Además los dichos de este diario fueron calificados como conservadores y que se olvidaba de mencionar el propio accionar revolucionario de Mitre en 1874. Ante tales objeciones, la reorganización radical debía establecer su unidad sin disponer de dogmas rígidos sino de un programa democrático que se ajustaba a diferentes circunstancias. El diario reprobó toda forma de personalismo. En la nueva etapa, el radicalismo tendría que evitar esta forma política recurriendo a la renovación constante de autoridades. La UCR debía seguir su tradición principista. De este modo se rechazaba la presencia de presidencias honorarias, (presentes principalmente en las estructuras bonaerenses) consideradas como un elemento propio de las filas del roquismo. Cada vez que un comité o club parroquial designaba este tipo de autoridad fue denunciado en las páginas del diario. Estos cargos no tenían ninguna conexión

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“La propaganda revolucionaria. Sátiras impertinentes.” El Tiempo, Buenos Aires, 3 de agosto de 1896. “Conservadores de nuevo cuño. El partido radical y sus detractores.” El Tiempo, Buenos Aires , 17 de agosto de 1896

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con el espíritu del partido. A partir de la supresión de esta tradición por parte de un club parroquial afirmó: “convencido de que la fuerza del partido radical estriba en los principios, en las ideas que sostiene, ha combatido la vieja práctica de los puestos honorarios, que solo tienen razón de ser en las agrupaciones que dependen de un caudillo o de un personaje de mayor o menor prestigio.”31 Se concluía que la UCR a partir de la supresión de esta costumbre se constituía en un factor del progreso político nacional, donde por el momento predominaban las anticuadas prácticas del personalismo.32 Las noticias de la reorganización radical en el interior del país tuvieron una presencia constante mediante la publicación de noticias pertenecientes a diarios de ciudades como Rosario, Mendoza, Córdoba, etc. A través de corresponsales como Ángel Blanco en el caso de Corrientes. Este radical fue participante de las revoluciones del 90’ y del 93’, de la Convención de 1897 y en los eventos del 4 de febrero de 1905. En 1896 era indicado como el reorganizador del partido en su provincia como lo ejemplificaba en una de sus cartas: “Es mi sueño dorado llevar a Vdes. el contingente de los radicales correntinos, organizados por el esfuerzo propio, pero hasta ahora no pude. Sin embargo, dígales que Corrientes es radical!”33 Las coberturas especiales eran otra forma frecuente en el diario, como fue el caso de las asambleas de abril de 1897 en Rosario. En aquella ocasión, unos de los referentes del partido en Santa Fe, Lisandro de la Torre manifestó la necesidad de evitar el desarrollo del personalismo dentro de la UCR La manifestación rosarina formó parte de una serie de asambleas radicales para la organización de un meeting de adhesión nacional alrededor del mes de mayo de 1897. En la información publicada sobre la reorganización radical tanto en las asambleas porteñas como en las provincias era constante la presencia de figuras partidarias que iban en representación del Comité nacional. Según Delgado: “El alemnismo comenzó un intento de reorganización partidaria y anunció una próxima convocatoria de la Convención Nacional con el objeto de ele-

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“Presidencia honorarios” El Tiempo, Buenos Aires, 5 de noviembre de 1896. El 10 de octubre de 1897 el club radical de San José de Flores designó como presidente honorario a Carlos Vega Belgrano, nombramiento que fue rechazado por el director del diario. 33 “El partido radical en Corrientes” El Tiempo, Buenos Aires, 29 de octubre de 1896. 32

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gir el nuevo presidente de la UCR.”34 Estos miembros eran Barroetaveña, Saldías, Castellanos y Liliedal. En el diario se presentaban los discursos de estos personajes, donde se resaltaba la misión de continuar con la obra de Alem con una gran participación de la juventud. No todos eran elogios en la reorganización radical. Se percibía que en algunos puntos del país se estaba realizando con gran lentitud la nueva etapa de la agrupación. El reproche apuntaba directamente a los radicales de la provincia de Buenos Aires como a su líder Hipólito Yrigoyen.35 El Comité de la capital ya estaba reorganizado para octubre de 1896 con la presidencia de Martín Torino. El director del Tiempo fue elegido como vicepresidente, siendo activo en este cargo, por ejemplo, dedicándose: “a continuar las visitar a los comités parroquiales, convencido como está que ha llegado el momento de que esta ciudad se prepare a la lucha política que esta a punto de comenzar.”36 La primera etapa de la reorganización debía completarse con la designación de un presidente del disuelto Comité nacional para luego convocar a una convención general. Su disolución no era producto de conflictos internos sino porque había terminado su período de actividad y según la carta orgánica del partido debía constituirse uno que lo reemplace. Para esto era necesaria que la reorganización se expanda a todas las provincias ya que hasta el momento sólo estaban en condiciones Capital Federal, Corrientes, Jujuy y la Rioja. El papel que tenía la provincia de Buenos Aires instauraba su reactivación como esencial para el devenir partidario. El valor de las convenciones fue repetido a la hora de la reorganización bonaerense a fines de 1896: “Tomada de los Estados Unidos, la innovación de las convenciones ha sido puesto en práctica por el partido radical con mayor verdad y eficacia que las otras agrupaciones.”37 Este énfasis era producto de que en Buenos Aires, el comité provincial había designado sus delegados para el Comité y la Convención nacional, realizando así un nuevo paso hacia la reorganización partidaria.38

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Delgado, M., “Banderas izadas, banderas arriadas: las transformaciones del radicalismo y la reorganización yrigoyenista. 1903-1916” en López, M.J. (Comp.), De la república oligárquica a la república democrática: estudio sobre la reforma política de Roque Sáenz Peña, Buenos Aires, Lumiere, 2005. Pág. 397. 35 Véase “Más ligero, si ustedes gustan” El Tiempo, Buenos Aires, 24 de agosto de 1896. 36 “Unión Cívica Radical. Comité de la Capital” El Tiempo, Buenos Aires, 20 de enero de 1897. 37 “La convención radical en La Plata” El Tiempo, 19 de noviembre de 1896. 38 Para el Comité nacional fueron elegidos J. Matienzo, M. de Alvear, F. Wright y M. Demaría. Entre los designados para la convención nacional se pueden destacar F. Saguier, E. Castellanos, D. del Valle. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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La presidencia del Comité nacional por parte de Irigoyen contó con el apoyo del diario. Sin embargo hay que mencionar que antes de su nombramiento se objetó que este cargo sea ocupado por las principales figuras del partido: “Las presidencias de comités, cosas subalternas e inferiores, de carácter puramente administrativo, en los partidos democráticos o que tratan de serlo como el radical, no son para hombres de la edad y de la importancia del Dr. Bernardo de Irigoyen.”39 Para El Tiempo, Irigoyen tenía una función más grande para el partido, siendo referente desde el congreso, transmitiendo su experiencia a las nuevas generaciones y con la posibilidad de ocupar cargos de verdadera influencia para la política nacional. En las semanas anteriores de la formación definitiva del Comité nacional de la UCR se aplaudió la designación interina del ingeniero Tedín. Sin embargo cuando se establecieron las autoridades definitivas, el elegido fue Irigoyen. Se podría pensar que por los comentarios anteriores de rechazo a la candidatura del senador radical, el diario objetaría dicha elección. Sin embargo esto nunca sucedió ya que se aceptó, a partir del significado que tenía Irigoyen para el partido de ser el responsable de mantenerlo unificado. Además con esta designación, el partido ratificaba su postura moderada a partir del carácter de su presidente: “tiene convicciones profundas e inquebrantables sobre el método político a seguirse en la prosecución del credo radical, que podrían tal vez condensarse en estas palabras: elecciones pero no revoluciones.”40 La primera referencia del diario sobre Hipólito Yrigoyen desde el fallecimiento de Alem fue una reunión del Comité de la provincia del 4 de mayo de 1897 presidida por él. La asamblea decidió comunicar al órgano nacional que la provincia no se encontraba en condiciones para concurrir a los comicios: “el partido radical no debe continuar en esta lucha, sin que esto importe la disolución del partido ni comprometer tampoco la actitud que asumirá en adelante.”41 De esta manera se decidió realizar la renuncia colectiva de los legisladores radicales de la provincia. La respuesta del Comité nacional en un comunicado del día 13 de mayo pronunció que si bien se aceptaba la actitud intransigente, el radicalismo bonaerense no podía separarse “de los puestos de confianza o lucha a que fueron llamados por el voto de sus conciudadanos.”42 Además no debía

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“El Dr. D. Bernardo de Irigoyen” El Tiempo, Buenos Aires. 5 de octubre de 1896. “Unión Cívica Radical. La presidencia del Dr. B. de Irigoyen” El Tiempo, Buenos Aires, 2 de abril de 1897. 41 “Unión Cívica Radical. Comité de la Provincia” El Tiempo, Buenos Aires, 5 de mayo de 1897. 42 “Unión Cívica Radical. Comité Nacional” El Tiempo, Buenos Aires, 14 de mayo de 1897. 40

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abandonar de forma total las cuestiones electorales teniendo en cuenta las cercanías de comicios de trascendencia para la provincia y la nación. De esta manera se aplaudió desde el órgano nacional la firmeza de sus correligionarios bonaerenses al denunciar los abusos del oficialismo provincial pero esa resistencia no debía implicar el abandono total de su actividad pública.

La delimitación partidaria a partir de la crítica a la administración nacional Bajo la presidencia de Uriburu, El Tiempo destacó que uno de los problemas de la política nacional era el poder que ejecutaban de forma aislada Roca, Pellegrini y Mitre. Oponiéndose a la reunión de estos tres líderes con el Presidente, el periódico evidenciaba el rechazo a las formas personalistas, nocivas para la nación como a su vez para la propuesta radical: “Sus imposiciones, vengan en la forma que vengan, atacan la base de nuestra democracia y deprimen tanto la personalidad del ciudadano como el valor y la significación de nuestro partido.”43 La postura del diario en referencia a las alianzas políticas fue cambiando con el correr de los años. Uno de los temas centrales de los debates dentro del radicalismo será si se pondera la posición coalicionista o una de tipo intransigente. En este caso, a mediados de 1896 El Tiempo presentó una opinión distante al acuerdismo. Se consideraba como un ejemplo de las fórmulas políticas del oficialismo en su trabajo con las filas del mitrismo. El acuerdo representaba las ambiciones de los líderes de dos partidos (Roca-Pellegrini-Mitre) y excluían al pueblo de las decisiones políticas. Resulta fundamental advertir la definición que otorgaba el diario en el 96’ para luego compararla con los discursos en años posteriores, fundamentalmente en la legitimación de la elección de Bernardo de Irigoyen como gobernador de Buenos Aires. A pesar de la posición crítica hacia el acuerdo para agosto de 1896 se consideraba en plena ruptura, por las mismas declaraciones del Dr. Pellegrini que dejaba de lado la posibilidad de una coalición con el mitrismo. Sin embargo lo que verdaderamente llamó la atención del diario de Vega Belgrano fue la subordinación del mitrismo ya que no se enfrentó a este cambio de posición: “Constituyen un caso típico de patología política. Los hombres normales jamás habrían

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“Los oráculos de la casa rosada” El Tiempo, Buenos Aires, 11 de julio de 1896

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soportado tantas humillaciones y tantas amenazas.”44 En vez de enfrentarse a la agrupación que le estaba dando la espalda, el mitrismo se dedicaba a lanzar ofensas hacia el radicalismo a través de La Nación. Utilizando el mismo léxico medico, el diario diagnosticaba a la UCN como víctima de una “ceguera inconcebible.” La lucha presidencial formará parte de la crítica al oficialismo. Una de las principales razones será la presentación temprana de la candidatura de Julio A. Roca. Para El Tiempo la reelección, a pesar de no ser consecutiva, era “preciso hacer notar que las reelecciones son repugnantes a nuestro modo de ser democrático.”45 Se aprovechaba toda situación para objetar la candidatura. Es el caso del comentario a La Nación al informar que el General Mitre no había realizado declaraciones a favor de Roca. El Tiempo aprovechó dicha noticia para presentar su opinión respecto al candidato oficial: “es el corruptor de hombres, el comprador de conciencias, el autor de las más funesta escuela política para una democracia (…) busca el poder por satisfacer sus instintos de mando y dar a sus corifeos posiciones lucrativas.”46 A diferencia de los conceptos que se tenían sobre Mitre y Pellegrini presentados como los líderes opositores con sus pros y contras, el juicio sobre Roca no tuvo puntos favorables sino que era considerado totalmente nocivo para la voluntad del pueblo. Por ejemplo en el caso de Pellegrini se caracterizó a sus seguidores, en comparación con el roquismo como “la tendencia purificadora del partido nacional, la tendencia transformista que aspira llevarlo por corrientes liberales; (…) esa tendencia esta llamada a constituir un núcleo formidable de oposición al general.”47 El último lustro del siglo XIX estuvo marcado por una reaparición de la temática militar debido en gran parte por los conflictos limítrofes con Chile. Este tópico fue parte de la campaña presidencial, como advirtió Pellegrini en la conclusión de por qué Roca era el candidato que necesitaba el país en ese contexto.48 El Tiempo presentó al general tucumano como el creador del sistema militar de las últimas décadas con gran influencia en la gestación de diferentes negocios políticos. Más allá que consideraba esencial la presencia del ejército para la defensa nacional, el 44

“Los compinches del acuerdo. Una ceguera incurable” El Tiempo, Buenos Aires, 28 de agosto de 1896. “Candidatura Roca. Nebulosidades decorativas.” El Tiempo, Buenos Aires, 14 de julio de 1896. 46 “La cuestión presidencial. Declaraciones imaginarias.” El Tiempo, Buenos Aires, 10 de agosto de 1896. 47 “Problema presidencial. Las dos tendencias nacionalistas” El Tiempo, Buenos Aires, 8 de octubre de 1896 48 Gallo, E., Carlos Pellegrini, Pág. 64 45

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diario advirtió de forma negativa las intromisiones en la vida política ya que afectaba a los principios democráticos. Esta reflexión se basaba en la acción pasada del cuerpo castrense hasta en las intervenciones de 1893: “obliga a la neutralización política del ejército, desde que está probado que su intromisión en los asuntos políticos ha sido la principal causa de la desmoralización, que tantos sacrificios ha costado al país prevenir con tiempo.”49 La etapa que se inició en 1880 fue caracterizada por el crecimiento de la vida comercial del país. El Tiempo describió al progreso con las siguientes condiciones: “el bienestar fundando en condiciones más o menos estables, la libertad y la seguridad individual que demuestran un progreso relativo en las costumbres sociales y políticas.”50 Todas estas manifestaciones eran fundamentalmente percibidas en la ciudad de Buenos Aires. El resto del país no disponía de los beneficios del progreso que se desarrollaban en el centro. Este diario porteño denunciaba al oficialismo el poco interés a mejorar las condiciones de la mayor parte del territorio nacional. Esta concentración debía ceder su lugar a una situación más equilibrada de la influencia de todo el territorio nacional: “Buenos Aires no es la república, ni constituye todo el organismo de la nación argentina.”51 Ese centralismo tanto político como económico era el causante de grandes trastornos a las instituciones del país. Se hacía responsable de tal situación a un poder político excluyente que manejaba el interior a través del caudillaje y que se vanagloriaba de los resultados de un progreso económico del cual tenían una mínima responsabilidad. Como corolario de esto último, el periódico enunciaba que la política entorpecía los beneficios obtenidos en el crecimiento económico: “Si prever es gobernar, en el orden económico, el país no puede estar más desgobernado.”52 La cuestión era que el poder ejecutivo malgastaba los recursos con los que contaba el país. El gobierno nacional controlaba los destinos de todas las provincias sin ofrecer mejoras a la mayoría de la población ya que su permanencia en el poder no dependían de las demandas propias de la lógica de un ciudadano-un voto: “La población de nuestras campañas, que constituyen un factor esencialísimo para el progreso general del país, seguirá viviendo en las condiciones 49

“El Ejército y la política. Convendría reflexionar…” El Tiempo, Buenos Aires, 20 de julio de 1896. “Vida de las campañas. Condiciones precarias” El Tiempo, Buenos Aires, 24 de julio de 1896. 51 “Las provincias y la Capital” El Tiempo, Buenos Aires, 5 de septiembre de 1896 52 “La crisis agrícola y el Banco de la Nación” El Tiempo, Buenos Aires, 7 de enero de 1897. 50

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precarias en que ahora se encuentra, mientras tengamos autoridades y carezcamos de verdaderos gobiernos.”53 A su vez, la capital nacional era también el punto de partida de los movimientos sociales y políticos. Para el periódico era necesario que todas las provincias participen en la renovación política, rompiendo con el propio sistema que las gobernaba: “Si quieren estas libres de los obscuros procónsules que las dominan y explotan como a feudos, deben organizar con sus elementos propios, una acción cívica, armónica, perseverante y entusiasta.”54 Esa misión era otorgada al radicalismo para que consolide su posición como partido popular en todo el interior para establecer una expresión nacional lo más representativa posible. La labor parlamentaria de esta época fue duramente criticada en las columnas del diario, apuntando a lo inconstante que era el trabajo en ambas cámaras. Además se cuestionaba el origen fraudulento de la mayoría de los legisladores: “no la labor propia de los genuinos representantes del pueblo, sino el trabajo rutinario, incompleto, demoledor y ruinoso á veces, de empleados, que (…) no se ocupan de otra cosa que de disfrutar de las comodidades de la sinecura.”55 El Tiempo reclamaba un congreso activo, participativo, que se interese en todas las cuestiones del país y que abandone una posición de indiferencia. Esta crítica tuvo como función deslegitimar al poder legislativo que en realidad se distanciaba de esta caracterización propuesta por el diario, como afirmó Gallo: “El parlamento, por ejemplo, cumplió una función importante como caja de resonancia de las principales opiniones políticas, económicas y sociales, vertidas tanto en los debates parlamentarios como en las frecuentes interpelaciones a los ministros.”56 Sin embargo para el periódico, las filas del oficialismo se dedicaban a la legislación estéril sin realizar reformas de magnitud para las necesidades del país. Las reformas incluían a la administración de justicia, la ley electoral, organización militar, desarrollo de la industria. Además de esos tópicos, era necesario legislar sobre tierra y colonización. Las mejoras en la adquisición de la tierra producirían un aumento en el arribo de nuevos inmigrantes y así se sostendría el crecimiento económico del sector: “Inmensas zonas de terrenos fertilísimos están en manos de especuladores 53

“Vida de las campañas. Condiciones precarias” El Tiempo, Buenos Aires, 24 de julio de 1896. “Las provincias y la Capital” El Tiempo, Buenos Aires, 5 de septiembre de 1896. 55 : “Incuria legislativa. Las reformas judiciales.” El Tiempo, Buenos Aires, 12 de septiembre de 1896. 56 Gallo, E., “La consolidación del Estado y la Reforma Política (1880-1914)”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, Tomo IV, Buenos Aires, 2000. Pág. 520 54

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que solo piensan en venderlas provechosamente a otros que hacen lo mismo, mientras la nación sufre por estos manejos que conspiran contra el desarrollo de la población y de la riqueza argentina.”57 La acción legislativa realizada por integrantes del partido radical formó parte central de la información que publicó el diario. Como mencionó Alonso: “Los diarios partidarios actuaban como caja de resonancia del Congreso.”58 Al tratarse de un partido popular que luchaba en pos de una verdadera democracia, cualquier posición conquistada debería ser ejecutada de manera seria a pesar de no producir influencia en las decisiones finales: “El partido radical no es una cofradía, ni es un cenáculo; es una vigorosa agrupación de hombres conscientes, cuya voluntad deben escuchar aquellos que lo representan en los congresos.”59 De esta manera el diario apoyó gran parte de las intervenciones de miembros de la UCR en el Congreso. Por ejemplo en el caso de la participación del diputado Barroetaveña en el proyecto de enseñanza escolar dada exclusivamente en el idioma nacional. El parlamentario radical votó en contra, afirmando que “el Estado, al pretender, por el proyecto en debate, imponer que la enseñanza en las escuelas se dé en idioma nacional, sale del rol tolerable de sus funciones, extralimita sus facultades, ataca libertades absolutas garantidas a todos los habitantes.”60 Como parte de este tema, el diario presentó durante esta etapa una serie de notas sobre la enseñanza del idioma. Si bien el periódico tenía posturas nacionalistas en el caso de los problemas educativos no consideró como causa a la diversidad de lenguajes. Otro caso fue la participación de Irigoyen en el Senado en la cuestión sobre el arreglo de las deudas del Ferrocarril Gran Oeste Argentino. En este debate, que contó con la presencia del ministro del interior, el senador radical fue quién sostuvo la oposición al proyecto. El Tiempo comentaba que el funcionario del gobierno “no consiguió destruir las argumentaciones del Dr. Irigoyen, entrando en refutaciones de detalle y torsiones de cifras, que solo fueron tiroteos de guerrilla, sin duda para apoyar en lo posible la inconsistencia de la replica.”61

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19 de septiembre de 1896: “Un congreso estéril. Tierras y colonización.” El Tiempo, Buenos Aires, Alonso, P., Entre la revolución y las urnas, Pág. 233. 59 14 de agosto de 1896: “El Partido Radical. Sus representantes en los parlamentos.” El Tiempo, Buenos Aires, 60 Botana, N., Gallo, E., De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Ariel, Buenos Aires, 1996, Pág. 268. 61 11 de septiembre de 1896: Notas Parlamentarias 58

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Las intervenciones provinciales constituyeron una temática rechazada por el periódico. Este tipo de mecanismo político fue de práctica habitual para el régimen desde 1880 como indicó Botana: “asentada sobre el poder político nacional, la intervención federal obrará con más parsimonia y seguirá los dictados de gobiernos que buscan controlar las oposiciones emergentes dentro y fuera del régimen institucional.”62 Para El Tiempo era una medida considerada opuesta al federalismo, a las ideas del partido radical y que se distanciaba del verdadero propósito de la Constitución. Estos mecanismos no eran vistos como para legitimar o restablecer gobiernos sino como un acto para beneficiar a miembros del oficialismo en las provincias, asegurando su permanencia en el poder nacional. Esta postura se advierte, por ejemplo, en la situación de San Luis a fines de 1896. Allí se debía evitar una intervención como la sucedida después de los hechos revolucionarios de 1894. El contexto anárquico de la provincia no debía acabar con la formación de un gobierno, que precedente del roquismo no mejoraría las condiciones en el estado cuyano. En el reclamo de dejar de lado un congreso apático, el diario mencionaba las escasas interpelaciones que realizaban las cámaras a las acciones del ejecutivo cuando contaban con las facultades para realizarlas. En el caso de la intervención a San Juan no se podía dejar actuar en silencio al presidente. En las sesiones del senado, se destacó la participación de Irigoyen quien “en una exposición clara y con argumentación sólida demostró la inconstitucionalidad del proyecto de la comisión.”63 El valor de esta actuación se completaba al afirmar que en sus palabras se evidenciaba la antipatía del pueblo sobre estas medidas de intervención. El diario pretendía que cuando el debate pase a la cámara baja, los diputados radicales sigan esa misma línea: “Ellos deben levantar la protesta elocuente y ardorosa contra los enjuagues que se preparan, contra los nuevos ultrajes que se inferían al sistema federal de gobierno.”64 Finalmente el Congreso aprobó la medida, con Norberto Piñeiro de interventor de San Juan. En estos temas se puede advertir como el diario destacaba su postura contra los métodos utilizados por el gobierno y como al

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Botana, N., El Orden conservador, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985. Pág.127 “El senado y las intervenciones.” El Tiempo, Buenos Aires, 26 de octubre de 1896. 64 “La intervención. Resistiendo el debate” El Tiempo, Buenos Aires, 27 de octubre de 1896 63

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mismo tiempo se complementaba con la participación de un miembro del partido radical en la interpelación de esas medidas.65 Las prácticas del gobierno con la finalidad de mantenerse en el poder no se reducían al uso sistemático del fraude. Otro procedimiento que se señalaba era la compra de voluntades de hombres del interior. Esta denuncia, que incluía la complicidad del congreso, apuntaba hacía el desarrollo fuerte de corrupción el sistema político nacional. Se hacía referencia al abuso por parte de las autoridades nacionales del empleo público, la protección de negocios y la concesión de subsidios para tener sujetadas a las provincias. Otro beneficio señalado fue la protección de los líderes provinciales en circunstancias problemáticas. Ejemplo de esto era el gobierno de San Luis, intervenido tras un crimen político (de Juan Daract) se confirmaba que a pesar de esta situación, se defendería en el Congreso al gobernador Berrondo ya que: “Es un amigo y ante un amigo no hay constitución ni juramento que valga.”66 Todos estos mecanismos fueron constantemente criticados por el diario ya que en vez de favorecer al bienestar de los habitantes del interior, solo creaba beneficios a favor de unos pocos. Desde El Tiempo se afirmaba que el roquismo negaba la existencia del pueblo. Esto era concebido como una ilusión del gobierno producto de una ceguera de poder que rebajaba a la sociedad a un nivel inferior. De esta manera se postulaba que la inacción popular del momento era aparente, transitoria y que en realidad existían elementos que se estaban organizando con el fin de cuestionar todas las posturas que el diario cuestionaba al poder nacional. El despertar cívico era lo que se anhelaba: “Para que las discordias de la familia oficial tengan una trascendencia de utilidad, es necesario que los ciudadanos abandonen la actitud de meros expectantes, que se organicen todas las fuerzas populares, todos los elementos de la oposición.”67 Además del rol activo de la ciudadanía se puede percibir el deseo del diario a la unión de los grupos opositores al partido nacional ya que debían ser los responsables del movimiento de reacción política. Esta

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Se destaca aquí la comparación que se realizó con los Estados Unidos: “se ve que el furor intervencionista es exclusivamente nuestro, y que en ese punto como en muchos otros, nos hemos apartado completamente del ejemplo de la república que dio el modelo para nuestra constitución.” Véase en “La intervención núm. 33. Concesiones de Roca” El Tiempo, Buenos Aires, 3 de noviembre de 1896. 66 “El Crimen político” El Tiempo, Buenos Aires, 4 de mayo de 1897. 67 : “Expectativa y lucha” El Tiempo, Buenos Aires, 9 de enero de 1897. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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ambición del Tiempo se realizó en los meses previos a la Convención y a la defensa de la coalición del radicalismo con el mitrismo.

De vocero partidario a voz de una facción: “Las paralelas” A partir de 1897 El Tiempo postuló la unión de las distintas facciones de la oposición. Principalmente, este discurso incluía a los elementos que habían formado en 1890 la Unión Cívica. En el recuerdo del rechazo al juarismo y del levantamiento del pueblo se distinguía al radicalismo y parte de la Unión Cívica Nacional como los “partidos populares”. Ante la renovación de cargos de 1898, estos grupos debían activarse para evitar la ratificación del orden político. El llamado a la renovación política iba más allá de la reorganización radical, todos los elementos que rechazaban al roquismo debían dejar el estado de expectativa e iniciar un período de lucha: “La resistencia no será hecha exclusivamente por tal partido, por tal agrupación, ni obedecerá a tal o cual jefatura única; será un movimiento de oposición (…) será un esfuerzo común, tendente a asegurar el ejercicio de la democracia.”68 El encargado de liderar la fusión era el partido radical. Tras meses de diversas publicaciones sobre su reorganización se elogiaban los resultados de esa reacción. El diario dejaba muy en claro que más allá de informar, era necesario apoyar: “Nuestro deber es aplaudirla y pedir que ella se afirme, se amplié y se traduzca en hechos reveladores no solo de intenciones patrióticas, sino también de energía, de tino y de pericia, a fin de que los soldados empuñen sus armas, poseídos de la más absoluta confianza en sus jefes.”69 A casi un año de los comicios presidenciales se empezaba a vislumbrar la idea de una posible reorganización de los elementos que formaron en 1890 la Unión Cívica. Esta postura no sólo se hizo presente en las páginas del Tiempo sino también en La Nación. Al principio el diario de Vega Belgrano consideró que la posibilidad de una unificación entre radicales y cívicos nacionales era poco probable. Sin embargo la aparición de este tipo de ideas indicaba que la política del

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“Los preliminares de la lucha” El Tiempo, Buenos Aires, 30 de enero de 1897 “El partido radical y la próxima lucha. Nueva dirección y nuevo programa.” El Tiempo, Buenos Aires, 21 de enero de 1897. 69

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acuerdo con Roca ya no satisfacía al mitrismo.70 Ante este contexto, el diario deseaba que la UCN pudiese reorganizar sus elementos para sumarse a la oposición, sin aprovecharse sino más bien coaligarse con el programa levantado por el radicalismo: De esta manera aunque se la consideraba una posibilidad compleja por el momento, la perspectiva para la reorganización de la Unión Cívica estaba latente. No pasó mucho tiempo para que el diario advirtiera la necesidad de la unificación de los radicales con los cívicos nacionales. Este cambio de postura se puede relacionar con el surgimiento de iniciativas a favor de la coalición en el interior del radicalismo, por ejemplo, en la acción del Comité Central de la Juventud. Se rechazó la idea de que los radicales y mitristas no podían unirse por algún motivo como Pellegrini definió bajo el término de “las Paralelas.”71 El contexto comprometía a que no se perdiese más tiempo, convocando la reunión entre estos grupos. De esta manera pasó a apoyar a la reconstitución de la Unión Cívica: “Es urgente hacer práctico el pensamiento, promover la reunión de una gran asamblea, que formule las bases del nuevo partido, para poner manos a la obra, o que congregue nuevamente bajo las banderas de la unión cívica grande, de la unión cívica del noventa, a todos los hombres de buena voluntad.”72 Las filas opositoras en dispersión debían congregarse, definir un programa y presentarse como una opción viable para los próximos comicios presidenciales. Esto fue el comienzo de varias columnas (entre julio hasta la convención radical en septiembre) en donde el periódico alentaba a que estas agrupaciones respondan a la lucha cívica bajo títulos como “Manos a la obra” “El esfuerzo popular” “La reacción cívica en las provincias” “Acuerdo malo. Acuerdo bueno”73, “La protesta del pueblo”, etc.

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No era simplemente que el mitrismo no pretendía más el acuerdo. Esta situación fue resultado de la Convención del Partido Nacional donde se oficializó el binomio Roca- Quirno Costa y el final del pacto con la Unión Cívica Nacional. Véase “La convención y el acuerdo” El Tiempo, Buenos Aires, 12 de julio de 1897. 71 Gallo, E., Carlos Pellegrini, Pág. 64 72 “Manos a la obra” El Tiempo, Buenos Aires, 20 de julio de 1897 73 Este artículo se observa claramente el argumento a favor de la restauración de la Unión Cívica, utilizando el concepto de “acuerdo” que tanto había sido empleado de forma crítica en las paginas del diario: “Hay que ser ciegos para confundir en un mismo anatema el acuerdo de una fracción popular con el oficialismo; y la armonía y reconcentración de dos fracciones populares.” Véase “Acuerdo Malo, acuerdo bueno” El Tiempo, Buenos Aires, 27 de julio de 1897. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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Las editoriales a favor de la restauración de la agrupación original del 90 tuvieron en el acto celebrado el 15 de agosto la materialización de ese anhelo. Esta reunión se produjo luego que las filas del mitrismo y el radicalismo confluyeron en el aniversario de la Revolución del Parque. En esta conmemoración anunció que: “Las divisiones desaparecen siete años después, y la fusión de los elementos populares se produce, casi espontáneamente, por simpatías recíprocas, por la conciencia que indica a cada uno cuál es su deber, y le va mostrando el camino.”74 El diario enunciaba que aquella manifestación era la prueba contundente de que la sociedad decía presente en la lucha contra la reelección de Roca a partir de los discursos de sus más altos representantes. Los líderes indicados eran Irigoyen, Mitre, López y Roque Sáenz Peña. En sus extensos discursos todos dejaban en claro su intención de concretar la unión de los grupos opositores. El periódico evidenció su apoyo frente a estos personajes, calificados como “viejos jóvenes” por su profusa actividad e intereses sobre el futuro del país. Esto fue una referencia directa al carácter “envejecido” que se le adjudicó a la juventud que apoyaba la candidatura de Roca. Al mismo tiempo que se presentaba diariamente una propaganda favorable hacia la unificación de radicales y mitristas, también emergieron los rumores sobre una opinión dentro de la UCR contraria a la restauración. El diario resaltó que ante el posible triunfo de Roca se debían dejar de lado los conflictos internos para evitar la reelección. De esta manera una postura intransigente negando el accionar en conjunto, debilitaba la fortaleza del objetivo postulado por El Tiempo al que tenían que comprometerse los partidos populares. En la sesión del 11 de julio de 1897 el Comité Nacional resolvió convocar la convención nacional para el primero de septiembre de ese año. Ya conociendo la fecha de tal evento, el diario aplaudía la iniciativa del radicalismo, cumpliendo con el objetivo principal de su reorganización. Se resaltó el compromiso del partido con la realidad nacional, que necesitaba de una oposición firme a la candidatura de Roca: “Los actos preparatorios de la elección puede decirse próximos, y como el partido radical no permanecerá indiferente a la suerte del país.”75 Con la lucha electoral se jugaba las oportunidades de evitar, en política interior la confirmación del caudillaje; en relaciones internacionales la elevación bélica; y en las cuestiones económicas el aumento del

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“Las jornadas de julio” El Tiempo, Buenos Aires,24 de julio de 1897 “La convención radical” El Tiempo, Buenos Aires, 13 de julio de 1897

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déficit y de la crisis agrícola. De esta manera se consagró a la convención de la Unión Cívica Radical como una fecha clave para el futuro del país. La convención nacional de la Unión Cívica Radical inició sus sesiones el primero de septiembre de 1897 en el teatro Olimpo. El Tiempo informó diariamente cada detalle de dicho evento, describiendo su organización76 y los discursos más relevantes de los delegados. La cobertura incluyó comentarios sobre noticias publicadas en otros periódicos. Bajo esta forma se desmintió a Tribuna, donde se afirmó que los delegados de corrientes, en especial el doctor Rodríguez, mantendrían una postura intransigente: “Este distinguido caballero, nos pide hagamos público que es falsa la versión dada por un diario de la tarde, de que su acción política en la convención, vaya a ser contraria a la coalición de los partidos populares.”77 Con el avanzar de la convención, la postura intransigente se empezó a identificar con un determinado sector del radicalismo correspondiente, en su mayoría, a la delegación de la provincia de Buenos Aires. Esa actitud fue calificada por el diario como innecesaria y esquiva al buen sentido. El conflicto interno se hizo presente en las páginas del periódico: “La convención no ha podido deliberar tranquilamente, por la ingerencia de la barra anticoalicionista en los asuntos que debían discutirse y resolverse, ingerencia que ha asumido formas irrespetuosas y violentas.”78 Como se advierte, la acusación fue dirigida a un determinado grupo, disidente en relación a la opinión de la mayoría y que por su accionar impedían que se desarrolle el amplio consenso radical a favor de la coalición. Como consecuencia de esta situación fue que se sucedieron algunas renuncias de delegados, entre la que se destacó la de Lisandro de la Torre. Dimisión donde el delegado por Santa Fe inculpó a Hipólito Yrigoyen de ser una “influencia negativa pero terrible”79 que dificultó los planes revolucionarios de 1892-1893 y que en ese momento paralizaba la restauración de la Unión Cívica. Con la renuncia de este miembro se puede divisar una situación que sucederá posteriormente con Barroetaveña y Castellanos, que formó parte de la herencia de Alem, como definió Gallo: “Su visión de lo político, sin embargo, generó una cruel paradoja: el partido que forjó lo siguió 76

La mesa directiva de la convención quedó establecida con los siguientes cargos: Presidente, Dr. J. M. Garro; Vicepresidente 1°, Dr. M. Demaría; Vice. 2°, Dr. B. Llerena; Secretarios: Dres. A. Mujica, R. Pacheco, M. Escobar y M. Demaría (hijo). 77 “Actitud del Doctor Rodríguez” El Tiempo, Buenos Aires, 2 de septiembre de 1897. 78 “Intransigencias rojas” El Tiempo, Buenos Aires, 6 de septiembre de 1897. 79 “Unión Cívica Radical. Convención nacional” El Tiempo, Buenos Aires, 6 de septiembre de 1897. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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venerando como su padre fundador pero gradualmente fue alejando de sus filas a sus más estrechos colaboradores.”80 La formación de dos resoluciones dentro de la convención nacional, una a favor y otra contraria, como respuesta a la restauración de la Unión Cívica implicó que el diario agudice su crítica hacia los que apoyasen el despacho de la minoría. El argumento que se empleó fue establecer a este sector como el responsable de facilitarle la victoria presidencial a Roca. El Tiempo recomendaba al partido radical dejar de lado a estos elementos, respetando la decisión de la mayoría como lo indicaba su carta orgánica: “nadie puede pretender por sí solo, ni en grupo, señalar los rumbos al partido, decirse dueño de la verdad e imponerla a todo trance.”81 El problema señalado era que la disidencia, en vez de elevar el carácter democrático del partido donde se aceptaba la presencia de otras voces minoritarias, se había empecinado en bloquear la decisión de la Convención. El resultado fue que el despacho de la mayoría fue votado por 65 votos contra los 22 del de la minoría, dejando sin definir por el momento alguna resolución sobre la candidatura presidencial. Tras estos eventos, desde las columnas del diario se reafirmó su posición: “La mayor parte de los ciudadanos que componen la Unión Cívica Radical encuentran en la coalición de los partidos populares el medio único de contrarrestar en la política del país la influencia perniciosa de Roca.”82 El comentario sobre los anticoalicionistas fue muy categórico en sus términos. Esto surgía como comentó Alonso: “La fricción entre las dos ramas de la UCR no era solo resultado de la ambición política, sino de la coexistencia de 2 puntos de vistas distintos sobre el futuro del partido.”83 El concepto fue que el accionar de este sector cada vez más se asemejaba a una postura digna de adversarios antes que de miembros del mismo radicalismo. La crítica apuntaba de forma directa al Comité de la provincia de Buenos Aires y se dudaba de su calidad como parte de la agrupación: “En definitiva, pertenecen sólo al Partido Radical los que acatan las cartas orgánicas que regulan la vida de ese partido y las resoluciones tomadas por los poderes constituidos

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Gallo, E., Alem. Federalismo y radicalismo, Buenos Aires, Edhasa, 2009. Pág. 111 “Los disidentes” El Tiempo, Buenos Aires, 7 de septiembre de 1897 82 “La solución coalicionista” El Tiempo, Buenos Aires, 14 de septiembre de 1897 83 Alonso, P. Entre la revolución y las urnas, Pág. 267 81

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por dichos estatutos.”84 Esta posición se vio reflejada en decisiones del Comité Nacional como el de la Capital Federal de imponer medidas disciplinarias frente al grupo disidente. Además se desmintió la validez de la formación de nuevas asambleas, por ejemplo la de un Comité de la capital liderado por el Dr. Torino cuando este ya había sido exonerado de su cargo por haber desconocido la resolución de la Convención, lugar que ocupaba como presidente el Dr. Beracochea. La sanción del órgano nacional, por moción del Dr. Barroetaveña, de excluir del partido a todo el que combata la política coalicionista fue aplaudida desde el diario. Ante la actitud del radicalismo bonaerense, el diario argumentaba de manera tal de restarle importancia a las decisiones que surjan del Comité de la provincia Buenos Aires. La decisión de rechazar la fusión con el mitrismo respondía a una situación provincial, tal como comentó Barba: “el motivo fundamental que impulsó a los convencionales de la Provincia de Buenos Aires para oponerse a la coalición (…) tenía mucho que ver con la situación y lucha política existente entre el partido y la Unión Cívica Nacional en el ámbito provincial.”85 El concepto que utilizó fue evocar el carácter nacional del partido radical: “no es un partido localista, ni su acción esta circunscrita a la capital y a la provincia de Buenos Aires. Es un partido nacional, con las mas vastas ramificaciones en toda la república y cuyo programa tiene en mira los más altos intereses del país.”86 La respuesta del comité provincial se produjo a fines de septiembre donde se reafirmó la postura intransigente. A partir de esta resolución, el diario anunció que la coalición entre cívicos nacionales y radicales se topaba contra un gran obstáculo, era “La piedra en el camino.”87 A pesar de las esperanzas que se mantenían, se sabía que este entorpecimiento ponía en serios riesgos a la restauración de la Unión Cívica. Desde el Comité nacional de la UCR se ordenó que tras la convención se reorganice los elementos de la Provincia de Buenos Aires en pos de facilitar la coalición. Esto respondía a una conferencia con los cívicos nacionales del 2 de octubre donde se manifestó una reunificación para los

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“¿Amigos o adversarios?” El Tiempo, Buenos Aires, 15 de septiembre de 1897. Barba, F., “El gobierno de Bernardo de Irigoyen, las disidencias de la Unión Cívica Radical y el triunfo de los Partidos Unidos en la Provincia de Buenos Aires” en Anuario del Instituto de Historia Argentina. No. 2, 2001. Pág. 28 86 “Interés local y amor propio” El Tiempo, Buenos Aires, 20 de septiembre de 1897. 87 “Partidos y principios” El Tiempo, Buenos Aires, 30 de septiembre de 1897. 85

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candidatos en todo el país, exigiendo el arreglo previo de la cuestión provincial.88 Misma intención se advierte en El Tiempo, aunque se señalaba lo difícil que sería realizar esta medida de gran magnitud en un terreno donde el liderazgo de Hipólito Yrigoyen estaba muy consolidado. El problema principal que se puede percibir en distintas editoriales era la de convencer a los radicales de Buenos Aires: “Y vaya uno a convencer de lo contrario a un intransigente, de siete años de intransigencia! Vaya uno a decirle- Señor, está Vd. equivocado; no hay tal defección. El partido radical no hace abdicación de sus principios al tratar de una coalición popular, como no abdica de su soberanía una nación que pacta alianzas.”89 Con esta analogía de las relaciones exteriores se afirmaba que el partido radical al acordar con otra agrupación no estaba dejando de lado su bandera y no había cambiado su rumbo. La coalición respondía al principio del radicalismo de librar de la patria de gobiernos corruptos y fraudulentos que impedían la verdadera voluntad del pueblo. De este modo a pesar del obstáculo bonaerense, desde las columnas del diario se proclamó a persistir con la reorganización, a mantener en pie a la coalición ya que “si no se remueve la piedra, que no sea por falta de empeño.”90 El 8 de octubre se constituyó el Comité provisorio de la provincia de Buenos Aires bajo la presidencia de Bernardo de Irigoyen y con el fin de reorganizar a las filas radicales bonaerenses.91 En los primeros días se mencionaba que era numeroso el apoyo a este comité desde distintos centros radicales bonaerenses: “El doctor Irigoyen sigue recibiendo numerosas e importantes adhesiones de personas que en la provincia representan verdadero capital político, por diversas circunstancias.”92 Con el correr de las semanas las notas sobre esta comisión reorganizadora se multiplicaron, publicando diariamente una crónica y una editorial comentando el accionar de este comité. Estas columnas tuvieron siempre un tono esperanzador, destacando, la creación de 88

Los radicales que participaron de esta reunión fueron Demaría, Ferreyra Cortés, Leguizamón y J. Castellanos. Mientras que por el lado de los cívicos nacionales estuvieron Emilio Mitre y Vedia, Santiago O’ Farrell, Adolfo Contte y Tomás Luque. 89 “Defeccionar, arriar bandera, etc., etc.” El Tiempo, Buenos Aires, 4 de octubre de 1897 90 “La coalición en el ambiente” El Tiempo, Buenos Aires, 6 de octubre de 1897. 91 Lo acompañaban a Irigoyen como Vice. 1° Liliedal; Vice 2° M. Tedín, Entre los vocales se puede destacar a E. Quesada (redactor del Tiempo); Matienzo, J. Cullen, Castellanos y Saldías 92 “Unión Cívica Radical. Comisión reorganizadora” El Tiempo, Buenos Aires, 28 de octubre de 1897 Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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nuevos clubs en distintos puntos de la provincia. Además se minimizaba los movimientos del grupo anticoalicionista: “La reunión política celebrada ayer en La Plata ha desmentido una de las profecías corrientes, resultando escasa por su número y débil por su significación.”93 Aquí se puede señalar una profunda tendencia del diario a exhibir al sector disidente cada vez más debilitado, perdiendo posiciones frente al movimiento exitoso de los radicales coalicionistas. La última premisa de Alem “adelante los que quedan” fue utilizada por el diario a fines del 97 para que el partido radical se mantenga unido a pesar de la intransigencia del sector bonaerense. Como en los primeros meses tras el fallecimiento de Alem, en el contexto de “las paralelas” desde el diario se seguía proclamando levantar la bandera radical del antipersonalismo, de aceptar la decisión de la mayoría del partido por el principio democrático que debía regir a la agrupación y, por sobre todas las cosas, de mantener su carácter nacional y no dejarse guiar por decisiones de una sola provincia. La reorganización radical que hemos observado terminó su primera fase con la realización de la convención nacional. Los meses de julio del 96 hasta septiembre de 97 fueron de intensas creaciones y reestructuraciones de centros partidarios en todo el país. La mayoría de la información sobre comités se encontraba en las cercanías del sector liderado por B. de Irigoyen con escasa referencia a los alineados tras H. Yrigoyen. En diciembre del 97, el líder bonaerense no era reconocido como el jefe natural del partido tras la muerte de Alem a diferencia de lo que afirmó Bianco: “Hipólito Yrigoyen recoge su herencia. Desde entonces orienta y disciplina las energías que elaboran la doctrina radical, con la amplitud que traducen sus enseñanzas y la eficacia que perpetúa su acción.”94 Tampoco se afirmaba de forma unánime que las banderas radicales eran las levantadas por los bonaerenses. El próximo objetivo indicado, se puede decir, una segunda fase era determinar su postura en los comicios presidenciales de 1898. La mayoría de la convención votó por la coalición con los cívicos nacionales. El accionar del sector provincial frenó esta posibilidad, llevándola al fracaso. Como afirmó Alonso: “Las tensiones internas socavaron la estructura partidaria y pusieron en jaque a la identidad del partido, a sus líderes y al futuro mismo de la organización”.95 De esta manera el radicalismo no

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“El enredo bonaerense” El Tiempo, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1897. Bianco, J., La doctrina radical, Buenos Aires, L.J. Rosso, 1927. Pág. 67 95 Alonso, P., Entre la revolución y las urnas, Págs. 180-181. 94

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pudo cumplir con esta meta de evitar la reelección de Roca. La gobernación de Bernardo de Irigoyen fue el resultado y la consecuencia más nítida de la división del radicalismo. Con motivo de la elección de Bernardo de Irigoyen, El Tiempo explicitó una particular forma de describir las disidencias que surgían dentro del radicalismo: “Lo que pasó con el doctor Irigoyen, ha pasado con el doctor Alem, sucede con el señor H. Yrigoyen y acontecerá siempre y con todos los hombres, por grandes que sean. Espontáneamente se alejaron del doctor B. de Irigoyen cientos de radicales y de la misma manera lo rodean hoy.”96 Las divisiones del radicalismo no significaban lo mismo en una época electoral que cuando no se realizaban comicios. Frente a una votación el partido, si se presentaba, debía mostrarse unido. Ese era uno de los objetivos centrales del periódico. El ejemplo mas claro se observa en la elección de Irigoyen, que a pesar de la cercanía del fracaso de la convención nacional: “No se debe hablar más de radicales coalicionistas y de radicales anticoalicionistas. En el momento presente solo existen radicales.”97 Después de su asunción como gobernador, este llamado a la unidad fue desapareciendo. El discurso de la división volvió a surgir, enfocándose en los obstáculos de los “hipolitistas” hacia la gestión bonaerense. El radicalismo a principios de 1898 era para El Tiempo, una excepción en las agrupaciones políticas de la historia del país. La etapa de reorganización era para el diario aquella fase necesaria para que el radicalismo completara su evolución con principios más racionales y prácticos, que lo harían similar a los grandes partidos de Inglaterra y Estados Unidos. El partido constituía un gran progreso para las tradiciones políticas del país. El periódico de Vega Belgrano ofrecía una visión de una organización práctica, que podía responder a diferentes contextos sin atarse a dogmas. Esto resulta fundamental a la hora de confrontar con aquella visión del partido, la “doctrina”, que posteriormente identificó los principios (Intransigencia, Revolución, Abstención) que definían al radicalismo como un movimiento sin divisiones, alineado tras la figura de Hipólito Yrigoyen. Sin embargo, desde las páginas del Tiempo se advierte una identidad adaptable a diferentes circunstancias. Es que el mismo periódico se establece como ejemplo de este carácter ya que en sus editoriales se perciben cambios constantes en el discurso, en pos de legi96 97

“El. Dr. Irigoyen y los radicales” El Tiempo, Buenos Aires, 24 de enero de 1898. “Nos llamamos radicales” El Tiempo, Buenos Aires, 26 de enero de 1898.

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timar las oscilaciones del partido, principalmente del accionar del grupo “coalicionista”. Es necesario repasar las páginas del diario para evidenciar dichas alteraciones y plantear una concepción del “ser radical” ambiguo, amplio y difuso, producto de aquel movimiento político de fines del siglo XIX que conjugaba novedosas prácticas políticas con tradiciones de décadas anteriores que conservaban sus principales miembros, los mismos dirigentes que se hallaban en pleno conflicto por el liderazgo partidario.

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Los alumnos reseñan Tocqueville y la Revolución de 1848: sus recuerdos entre la historia y la teoría política por Martín Monsalve⊕

Introducción Entre febrero y diciembre de 1848, la sociedad francesa se vio sacudida por un descontento popular de una intensidad que no se registraba desde los tiempos de la gran revolución. Los hechos particularmente notables tuvieron lugar en junio de aquel año, cuando los obreros parisinos, armados y organizados en milicias, hicieron temblar los cimientos mismos del orden político. Tocqueville participó de estos acontecimientos como protagonista y testigo de los mismos, dejando por escrito, a la manera de un volumen de recuerdos personales, sus impresiones durante aquellas jornadas. Muchas veces pasados por alto, los Recuerdos de la Revolución de 1848 resultan una pieza fundamental para entender el desarrollo de su pensamiento político e histórico. Desde la perspectiva teórica que había inaugurado con su estudio de la democracia norteamericana, los hechos de 1848 enseñaban las dificultades para reconciliar el imperativo moderno por la igualdad con la libertad, preocupación central de todo el pensamiento tocquevilliano. En particular, en medio de la efervescencia y la agitación revolucionaria de aquel año, Tocqueville pudo presenciar con claridad dos posibles amenazas para el futuro de la libertad, las cuales se reproducían alrededor de las actitudes de la clase media francesa y las doctrinas socialistas. En su dimensión histórica, la Revolución de 1848 continuaba con el proceso revolucionario abierto casi sesenta años atrás, pero, al mismo tiempo, agregaba algo nuevo: anunciaba, según ⊕

Graduado de la Licenciatura de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella.

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Tocqueville, que el movimiento revolucionario iniciado en 1789 giraba hacia una preocupación más orientada a lo social, trascendiendo el estrecho horizonte político que había tenido hasta ese momento. Esta actualización del espíritu revolucionario no estaba exenta de consecuencias. Tocqueville pudo apreciar, sobre todo, la polarización y la radicalización que estas nuevas coordenadas trajeron consigo, lo que retroalimentaba su pesimismo en cuanto al futuro de la democracia moderna. Asimismo, el período comprendido entre 1848 y 1851 representó un profundo drama personal en la vida de Tocqueville: señaló el final de su carrera política. Desde 1840 se había abocado a la vida parlamentaria, enfocando sus esfuerzos en persuadir a la burguesía de asumir un rol más activo en la política. Sin embargo, la elección de Luis Napoleón, hacia finales de 1848, y el posterior golpe de estado, que fundó el Segundo Imperio en 1851, apuntaban en una dirección tan opuesta a su concepción de lo político que mostraron, irremediablemente, el fracaso de su actuación en ese campo.

La Revolución de 1848 y su relación con los escritos de Tocqueville En febrero de 1848, una fuerte manifestación antigubernamental, que se había venido gestando durante el año anterior bajo la forma de los “banquetes” convocados en distintos lugares de Francia, derrocó a Luis Felipe de Orleans en sólo tres días. El 23 de febrero se sublevaba París, iniciando la oleada revolucionaria que sacudiría a Francia, y al resto de Europa, durante aquel año. Hacia la tarde del 25, la Asamblea declaraba la disolución de la monarquía y la creación de la Segunda República. Quedaba cerrado, de esta manera, el ciclo político iniciado desde la derrota de Waterloo (Rudé, 1982: 211 - 272). En 1830, una escalada de acontecimientos provocó la abdicación del rey Carlos X y su reemplazo por Luis Felipe de Orleans. En la práctica, esto lo que implicó fue el traspaso del poder en manos de los viejos remanentes absolutistas a la alta burguesía francesa. Las aspiraciones de Carlos X habían sido el retorno a los viejos tiempos del Antiguo Régimen, intentando a toda costa reducir la impronta constitucional de su gobierno (Bruun, 1988: 46). Con el apoyo de di-

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versos sectores realistas se propuso apuntalar su autoridad y disminuir la del Parlamento98. Esta situación reavivó la oposición liberal y llegó a un punto de inflexión en julio de 1830, momento en el que la burguesía francesa reclamó un espacio político acorde a su estatus: el resultado fue una nueva monarquía. El consenso alrededor de la Monarquía de Julio se asentó sobre aquellos sectores claves de la pujante burguesía francesa: banqueros, financistas, grandes comerciantes e industriales (Furet, 1998: 351 - 359). La propiedad fue, entonces, el criterio favorecido, por lo que gran parte de la clases medias y todas las clases bajas quedaron excluidas de la política99. Esto condujo a la alienación de dichos estratos sociales y su posterior oposición: hacia los últimos años del régimen, estos sectores encontraron cauce a sus demandas en lo que se llamó el Movimiento Reformista. Dirigida por radicales, republicanos y liberales moderados que habían dejado de apoyar a Luis Felipe por su poco constitucionalismo parlamentario, el objetivo de esta agrupación era la ampliación de la franquicia electoral. Su medio de expresión consistió en la celebración periódica de banquetes100. Pero en medio de la agitación no sólo cayó el gobierno, sino también la monarquía. A su vez, la Segunda República no tuvo una larga vida. Luego de la abdicación de Luis Felipe, un gobierno provisional se hizo cargo de la dirección política del país. Formado, en su mayor parte, por radicales y republicanos, se apresuró en sancionar dos medidas que serían determi-

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Carlos X recurrió al uso de decretos, redujo el voto y suspendió, en repetidas ocasiones, la libertad de prensa. Estas violaciones a la carta constitucional de 1814 quedaron coronadas con la disolución de la cámara de representantes el 25 de julio de 1830, lo que provocó la insurrección del pueblo de París. 99 Durante la década de 1830, el derecho al voto se amplió, aproximadamente, de 100.000 a 250.000 electores. La franquicia electortal continuó siendo la prerrogativa de los propietarios; las reformas que se introdujeron, además de ser bastante sobrias, fueron más bien compromisos del momento contra cambios políticos más profundos. El poder político siguió en manos de las clases acomodadas, pero ahora bajo la forma una oligarquía de origen comercial e industrial. (Brunn, 1988: 52) 100 La oposición a la Monarquía de Julio consistía, esencialmente, en un grupo parlamentario, una facción dentro de la clase gobernante, que se oponía al monopolio del poder de Luis Felipe. Los hombres de la oposición, entre los que se destacaban Louis Adolphe Thiers (1797- 1877) y Camille Odilon Barrot (1791 - 1873), buscaban quebrar el poder del rey agitando la bandera de la reforma electoral. Para ello, copiaron la exitosa estrategia llevada adelante por los británicos Richard Cobden y John Bright, dirigentes de la Anti-Corn Law League, en sus reclamos para que la corona derogara las leyes de granos en Inglaterra. Estas acciones se apoyaban en la celebración periódica de banquetes como medio de propaganda y agitación pacífica, los cuales, eventualmente se pensaba, doblegarían la resistencia del gobierno a la reforma. Cfr. BAUGHMAN, John (1959); “The French banquet campaign of 1847 - 1848”. En: Journal of Modern History, 31, pp. 1 - 15. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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nantes para su futuro: el sufragio universal masculino y el derecho al trabajo. Cada una de ellas enfrentó a la Segunda República con un problema de difícil resolución. La ampliación de la franquicia electoral provocó el temor a la agitación social, organizando a los elementos conservadores bajo el flamante Partido del Orden. Al mismo tiempo, la ampliación de los servicios sociales que llevó adelante el gobierno provisional alienó a los campesinos, ya que, para poder financiar los nuevos programas sociales, hubo que cobrar más impuestos sobre la tierra. En las elecciones para la Asamblea celebradas en abril, el Partido del Orden, con un fuerte apoyo campesino, obtuvo la mayoría legislativa, lo que derivó en el episodio más sangriento de todos los sucesos de 1848. Entre mayo y junio los obreros de París se sublevaron en una gran revuelta popular, la cual fue finalmente derrotada por el ejército. La posición de los conservadores en el gobierno quedó fortalecida; en las elecciones para presidente de la República, a principios de diciembre, saldría triunfante, nuevamente mediante el apoyo de sectores conservadores y rurales, la figura de Luis Napoleón, sobrino del gran emperador. Tres años después, en 1851, encabezaría con éxito un golpe de Estado, autoproclamándose Emperador de Francia bajo el título de Napoleón III101. Tocqueville participó de los acontecimientos del 48 como protagonista y testigo de los mismos, dejando plasmado un análisis de la situación política francesa en sus Recuerdos de la Revolución de 1848. Redactados entre 1849 y 1851 en la ciudad italiana de Sorrento, pero publicados recién en 1893, los Recuerdos se encuentran en un punto intermedio entre la Democracia en América y El Antiguo Régimen y la Revolución. Al mismo tiempo, abarcan toda la carrera política de Tocqueville: entre 1840 y 1849, producto del reconocimiento público que le proporcionó la publicación de Democracia, ocupó los cargos de diputado nacional, miembro de la comisión encargada de redactar la constitución de la Segunda República y Ministro de Relaciones Exteriores durante el primer gabinete de Luis Napoleón.

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La República democrática se convirtió en una dictadura de hecho hacia principios de 1852. El mismo ciclo pudo observarse en el resto de Europa: si algo comparten las revueltas europeas de 1848, fue su rápida propagación por todo el continente (a tal punto que, en tan sólo semanas, ninguno de los viejos regímenes se mantenía en pie) y su igualmente acelerada derrota por parte de las fuerzas de la reacción. Los hechos de 1848 aparecen “como la única revolución de la historia moderna de Europa que combina la mayor promesa, la más amplia meta y el éxito inicial más inmediato, con el más rápido y completo fracaso”. (Hobsbawm, 2010: 27). Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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Sin embargo, la característica que realmente destaca en los Recuerdos es su carácter privado. Tocqueville escribió esta obra no para que fuese publicada, sino para sí mismo; en ella intenta describir, a la manera de una memoria personal, los eventos que presenció, las personas con las cuales interactuó y sus propias acciones entre 1848 y 1849. “Estos recuerdos serán una liberación de mi espíritu, y no una obra literaria. Se escriben sólo para mí mismo. Este trabajo será un espejo en el que me divertiré mirando a mis contemporáneos y a mí mismo, y no un cuadro que yo destine al público […]. Quiero indagar, sinceramente, cuáles son los motivos secretos que nos han impulsado a actuar, a ellos y a mí […]”. (Tocqueville, [1893] 1984: 61 - 62) Es importante destacar que, dentro de este estilo íntimo, Tocqueville se aleja de la autocomplacencia y apunta a lo dramático, esto es, a la crítica introspectiva (Wolin, 2001: 429). A lo largo de sus páginas se hace evidente la vorágine del momento, al igual que los dilemas que, en consecuencia, se le presentaron. “Mi intención”, destaca Tocqueville, “es reconstruir los hechos, describir a los hombres que en ellos tomaron parte ante mis ojos, y captar y grabar así en mi memoria, si me es posible, los rasgos confusos que forman la fisionomía indecisa de mi tiempo” (Tocqueville, [1893] 1984: 61). Para lograr estos objetivos, Tocqueville emplea una gran variedad de géneros: crónica periodística, breves memorias, análisis histórico, reflexión política y notables retratos psicológicos para describir a los personajes más importantes del momento. Esta multiplicidad de recursos se combinan para generar un efecto específico, a través del cual los límites entre los eventos públicos, las impresiones privadas y el análisis político son borrados (Wolin, 2001: 433). Esta impronta íntima que recorre todo el texto, al igual que la diversidad de estilos empleados, vuelve a los Recuerdos una de las obras más interesantes y enigmáticas de Tocqueville: son el documento privado de un autor que, en última instancia, busca encontrarse a sí mismo en medio de las turbulencias revolucionarias del momento. Su paso por la política se torna fundamental para entender este punto; lo que mueve a Tocqueville es la búsqueda de una explicación para el fracaso de sus aspiraciones políticas, y, de esta manera, poder proveerle de sentido a ese momento de su vida: “no quiero hacer la historia de la revolución de 1848. Sólo trato de redescubrir la

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huella de mis actos, de mis ideas y de mis impresiones a lo largo de aquella revolución” (Tocqueville, [1893] 1984: 130). En cuanto a la fisonomía general del texto, Tocqueville sigue una narración cronológica de los acontecimientos de 1848. Los Recuerdos comienzan estudiando los hechos que condujeron al estallido revolucionario: para Tocqueville, las causas de 1848 están ligadas a una combinación de estructura y agencia humana, a las cuales denomina causas estructurales y causas particulares. Las primeras son aquellas corrientes profundas que se encuentran en la sociedad, en tanto que las segundas hacen referencia a las acciones particulares que condujeron al desenlace de la revolución. “[…] Detesto esos sistemas absolutos, que hacen depender todos los acontecimientos de la historia de grandes causas primeras que se ligan las unas a las otras mediante una cadena fatal, y que eliminan a los hombres, por así decirlo, de la historia del género humano. Los encuentro estrechos en su pretendida grandeza, y falsos bajo su apariencia de verdad matemática. Creo […] que, en fin, el azar - o, más bien, ese entrelazamiento de causas segundas, al que damos ese nombre porque no sabemos desenredarlo - tiene una gran intervención […], pero creo firmemente que el azar no hace nada que no esté preparado de antemano”. (Tocqueville, [1893] 1984: 114) Es interesante notar que el pensamiento de Tocqueville difería sustancialmente de aquel defendido por los partidarios del materialismo histórico, los cuales hacían derivar los acontecimientos humanos de grandes sistemas teóricos que partían de un elevado grado de abstracción. Es verdad que hay corrientes profundas por debajo de la sociedad que actúan en un nivel que no vemos, pero no menos cierto, según Tocqueville, es que la agencia humana desempeña un papel clave102. Las causas generales que provocaron la Revolución de Febrero se encontraban, entonces, en el proceso de industrialización que venía modificando la imagen general de Francia desde principios de siglo. Este avance de la industrialización había transformado a París en el primer centro industrial del país y había hecho visible la aparición del proletariado. Estos cambios sacudieron, 102

Refiriéndose específicamente a los hechos de 1848, Tocqueville dice: “la revolución de febrero, como todos los otros grandes acontecimientos de ese género, nació de unas causas generales, fecundadas, si podemos decirlo así, por unos accidentes; y tan superficial sería hacerla derivar necesariamente de las primeras, como atribuirla únicamente a los segundos” (Tocqueville, [1893] 1984: 114). Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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en definitiva, los cimientos mismos de la sociedad francesa y prepararon el camino para las ideas y las revueltas de ese año. “La revolución industrial, que, desde hacía treinta años, había convertido a París en la primera ciudad manufacturera de Francia, y atraído a sus murallas toda una nueva población de obreros […]; el ardor de los goces materiales que, bajo el aguijón del gobierno, excitaba cada vez más a aquella misma multitud; […] las teorías económicas y políticas, que comenzaban a manifestarse y que tendían a hacer creer que las miserias humanas eran obra de las leyes y no de la Providencia, y que se podía suprimir la pobreza cambiando de base a la sociedad […]; la movilidad, en fin, de todas las cosas, de las instituciones, de las ideas, de las costumbres y de los hombres: ésas fueron las causas generales, sin las que la revolución de febrero habría sido imposible”. (Tocqueville, [1893] 1984: 114 - 115) Como mencionamos más arriba, Tocqueville atribuye también una gran importancia a las acciones humanas. Dentro de la multiplicidad de causas particulares destaca ciertos accidentes que se sucedieron y formaron la chispa de la revolución, sobre todo los torpes manejos políticos de la oposición y del rey Luis Felipe durante la última semana de febrero103 (Tocqueville, [1893] 1984: 115). Así lo explica en un párrafo que revela su punto de vista: “Hay que haber vivido mucho tiempo en medio de los partidos y dentro del torbellino mismo en que ellos se mueven, para comprender hasta qué punto los hombres se empujan mutuamente más allá de sus propios designios y cómo el destino de este mundo marcha por efecto – pero, muchas veces, a redropelo – de los deseos de todos los que lo forjan”. (Tocqueville, [1893] 1984: 81)

Luego de explicar las causas de la revolución, el relato se detiene para trazar sus principales características. Dos hechos impresionaron, profundamente, a Tocqueville. En primer lugar, el carácter verdaderamente popular de aquellos días o la omnipotencia que se le había dado al pueblo propiamente dicho (Tocqueville, [1893] 1984: 122). Si bien el pueblo había participado en 103

Varios autores han apuntado en la misma dirección, refiriéndose a la irresponsabilidad de los cálculos políticos tanto de la oposición como del gobierno. Los sectores medios esperaban materializar sus reclamos de forma pacífica, utilizando a los sectores bajos para agitar las calles, forzar la salida del primer ministro y hombre fuerte del régimen, François Guizot, y así imponerle al rey un gabinete que iniciara reformas políticas; desconocían el profundo descontento que había entre los trabajadores y sus ansías de cambio social. Por su parte, la clase gobernante pensaba que podría reprimir cualquier levantamiento; no se había percatado que la mayor parte de la Guardia Nacional simpatizaba con las clases populares, sobre todo en París (Langer, 1971: 7 - 12). Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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los movimientos revolucionarios anteriores, la burguesía había sido la principal beneficiaria de los frutos de dichas acciones; la revolución de febrero de 1848 había sido hecha, en cambio, al margen de la burguesía y contra ella. “Durante aquella jornada, yo no vi en París ni a uno solo de los antiguos agentes de la fuerza pública, ni a un soldado, ni a un gendarme, ni a un agente de la policía; incluso la guardia nacional había desaparecido. Sólo el pueblo llevaba armas, guardaba los lugares públicos, vigilaba, mandaba, castigaba. Era una cosa extraordinaria y terrible el ver, sólo en manos de los que nada poseían, toda aquella inmensa ciudad”. (Tocqueville, [1893] 1984: 123) Segundo, lo sorprendieron también las doctrinas socialistas o aquellas teorías que apuntaban a la propiedad como forma de desigualdad. Los trabajadores no sólo buscaban un cambio de gobierno, sino refundar la sociedad misma y cambiar sus leyes, apuntando, naturalmente, al último obstáculo que quedaba en el camino hacia la igualdad de los hombres: la propiedad. Esa era la parte realmente novedosa y lo que alentó los sangrientos levantamientos obreros de junio. Esta impronta popular y su ataque a la propiedad tuvieron como consecuencia el terror generalizado en el resto de las clases (Tocqueville, [1893] 1984: 130). Hacia este miedo se vuelca la última parte del argumento que recorre los Recuerdos. Sobre todo, mientras relata su regreso a Normandía para participar como candidato en las elecciones nacionales, Tocqueville muestra que la revolución esparció el miedo entre los propietarios rurales y enfrentó al campo con los obreros de París. “La ruina del comercio, la guerra universal, el temor al socialismo hacían […] cada vez más odiosa la república, y aquel odio se desahogaba, sobre todo, en el secreto de las votaciones”. El miedo frente a un extendido desorden llevó a la victoria de Luis Napoleón en diciembre de 1848. “Fue en aquella época cuando surgió”, señala Tocqueville, “el nombre de Luis Napoleón […], porque la nación estaba entonces como un rebaño asustado, que corre por todas partes, sin seguir camino alguno” (Tocqueville, [1893] 1984: 180). La agitación popular y el temor a la anarquía imprimieron un giro conservador a la opinión pública. El apoyo del campo fue decisivo y volcó la balanza en las elecciones a favor de Luis Napoleón.

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La burguesía y el socialismo: dos peligros para la libertad En 1840 se publicó el segundo volumen de Democracia. Mientras que en la primera parte Tocqueville se había focalizado en América, esto es, había estudiado las instituciones y costumbres norteamericanas, en esta segunda entrega el énfasis estaba puesto en la democracia, realizando un análisis de las formas que el despotismo y la opresión pueden adoptar en las naciones modernas. “Creo que si el despotismo llegase a establecerse en las naciones democráticas de nuestros días, tendría diverso carácter; se extendería más, sería más benigno y desagradaría a los hombres sin atormentarlos. […] Quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos el despotismo podría darse a conocer en el mundo; [primero] veo una multitud innumerable de hombres iguales y semejantes, que giran sin cesar sobre sí mismos para procurarse placeres ruines y vulgares, con los que llenan su alma. […] [En segundo lugar], sobre éstos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemejaría al poder paterno, si como él tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar. (Tocqueville, [1840] 2002: 632 - 633) Para Tocqueville existían, por lo tanto, dos peligros que amenazaban a las naciones democráticas: el individualismo y la extensión del poder estatal. El excesivo egoísmo al que conducían los fines puramente materiales, junto con la extensión paralela de la burocracia y la centralización administrativa, atentaban contra el surgimiento de instituciones que garantizaran la libertad de los individuos. En este sentido, el segundo volumen de Democracia retrataba la posibilidad de que las sociedades aristocráticas fueran seguidas por sociedades altamente individualizadas y burocratizadas (Lukacs, 1982: 17). Esta posibilidad podía conducir a una forma moderna de despotismo: una “servidumbre arreglada, dulce y apacible”, bajo la fachada de la soberanía popular (Tocqueville, [1840] 2002: 634). Los Recuerdos continúan con esta preocupación teórica y analizan esta doble amenaza para el caso de Francia: según Tocqueville, el peligro del despotismo democrático se escondía en la actitud de la burguesía francesa y en la propuesta programática del socialismo.

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En cuanto al peligro que presentaba una sociedad civil atomizada, en la cual sus miembros sólo se preocupan por la satisfacción de sus intereses privados, Tocqueville veía esta amenaza cifrada en el actuar de la clase media francesa. En los Recuerdos advierte, desde un principio, que esta situación había comenzado en Francia mucho antes de febrero de 1848. Luego del triunfo definitivo de la burguesía en 1830, todo el aparato estatal había quedado bajo su control, utilizándolo como si se tratara de una industria privada104. Los miembros de la burguesía ya no pensaban en los asuntos públicos, sino en cómo podían beneficiarse con los mismos: consumado el triunfo de la clase media francesa, la consecuencia había sido un prolongado período de achaque democrático. “El país se habituaba, insensiblemente, a ver en las luchas de las Cámaras unos ejercicios de ingenio, más que unas discusiones serias, y, en todo lo que se refería a los diferentes partidos parlamentarios […] querellas interiores entre los hijos de una misma familia que tratan de engañarse los unos a los otros en el reparto de la herencia común”. (Tocqueville, [1893] 1984: 67) La sentencia de Tocqueville, en relación al gobierno y los partidos políticos entre 1840 y 1848, era categórica: “en aquel mundo político así compuesto y así dirigido, lo que más faltaba, sobre todo al final [de la Monarquía de Julio], era la vida política propiamente dicha” (Tocqueville, [1893] 1984: 66). Durante esos años, Tocqueville participó activamente en la política parlamentaria con el objetivo de educar a la burguesía (Wolin, 2001: 411 - 415). El movimiento revolucionario iniciado en Francia en 1789 había dejado a la burguesía la tarea de gobernar; sin embargo, la clase media francesa se había volcado hacia el usufructo del aparato estatal, dejándose corromper en la pasividad. Como político pretendió, entonces, persuadirla para que deje de lado sus intereses de clase y así revertir el apaciguamiento en las pasiones políticas: “desinterés y sinceridad, dos cualidades raras en nuestros tiempos, en los que no se tiene más pasión verdadera que la de sí mismo” (Tocqueville, [1893] 1984: 76). 104

“La posteridad […] tal vez no sepa nunca hasta qué punto la administración de entonces había adoptado, al final, los procedimientos de una compañía industrial, en la que todas las operaciones se realizan con vistas al beneficio que los socios pueden obtener de ellas. Aquellos vicios se debían a los instintos naturales de la clase dominante […]” (Tocqueville, [1893] 1984: 63).

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El contexto político francés durante la primera mitad del siglo XIX estuvo marcado por el avance del liberalismo, el cual proponía una economización de lo político con la cual Tocqueville no estaba de acuerdo. La economía política del liberalismo clásico, que en Francia encontró eco, sobre todo, en los doctrinarios y la figura de Guizot, proponía un esquema que subordinaba lo político y reorganizaba las prácticas sociales de acuerdo a la idea de un “orden espontáneo” (Gallo, 1987). La actividad parlamentaria de Tocqueville durante este período refleja que distaba de ser un liberal en aquel sentido: su objetivo era educar a la burguesía en el bien común, elevando el pensamiento burgués y liberal a una verdadera preocupación por lo político. Con todo, esta privatización de la libertad que denunciaba se le apareció con toda crudeza luego de la caída de la Monarquía en febrero de 1848. Tocqueville señala en los Recuerdos que, si bien se había celebrado la abdicación de Luis Felipe, a lo largo de 1848 la corriente de la opinión pública francesa fue girando hacia posiciones más reaccionarias. El punto de inflexión lo representaron las jornadas de Junio; la visión de los obreros parisinos empuñando sus fusiles en nombre de la igualdad y el cambio social, despertó el miedo de aquella burguesía que desde hacía dieciocho años gobernaba el país. “Yo, […] que adoraba la libertad, experimenté, desde el día siguiente de [las jornadas de Junio], grandes temores por ella. Consideré, en el acto, el combate de Junio como una crisis necesaria, pero tras la cual el temperamento de la nación habría cambiado, en algún modo. El amor a la independencia iba a ser sustituido por el temor y tal vez por el aborrecimiento de las instituciones libres; después de tal abuso de la libertad, tal retroceso era inevitable”. (Tocqueville, [1893] 1984: 212) Unos meses más tarde, los temores de Tocqueville probarían ser acertados. En las elecciones nacionales que siguieron al mes de junio, el Partido del Orden ganó por una amplia mayoría. Este proceso quedó coronado en diciembre de 1848, con la elección de Luis Napoleón como presidente de la Segunda República: el deseo de estabilidad de la clase media francesa la había empujado hacia esa figura, menos por sus habilidades para gobernar que por la imagen de orden que representaba. Ese era el hombre a quien la “necesidad de un jefe y el poder de un recuerdo” habían puesto a la cabeza de Francia (Tocqueville, [1893] 1984: 248).

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La figura de Luis Napoleón era, para Tocqueville, el peor fin de la república. Representaba ese espíritu de bajeza que la exaltación del bienestar material había infundido en la burguesía francesa y que había descripto en el segundo volumen de Democracia. Ya en un texto inédito de 1847 había advertido que “la gente está cansada de las revoluciones y está distraída en sus preocupaciones materiales” (Tocqueville, [1847] en Zunz y Kahan, 2002: 222). Dos años después, en los Recuerdos, dejaba en claro que la clase media, en vez de aprovechar la oportunidad que la República le brindaba para ocupar el rol político que históricamente le correspondía, había mostrado su amor por la individualidad, confiando la dirección de los asuntos públicos a una figura que fuera capaz de asegurarle la continuidad de sus placeres privados. La indignación de Tocqueville frente a estos hechos era completa: la burguesía había elegido el orden a la libertad, lo que señalaba, al mismo tiempo, que su carrera política había fracasado. Vale la pena notar, entonces, el entrelazamiento que hay en los Recuerdos entre drama nacional y desengaño personal. En una carta dirigida a su hermano, consumado el golpe de Estado y establecido el Segundo Imperio, Tocqueville resumía sus sentimientos de la siguiente manera: “Conozco a esta Francia cansada, nerviosa y medio podrida, que pide sólo obedecer a aquel que pueda garantizar su bienestar material. Para ser honesto contigo, ver a estos miserables gobernar el país no es lo más intolerante para mi. Ellos son lo que deben ser. Cumplen con su trabajo. Lo que me molesta es [el pueblo de Francia]. Ellos aceptan el gobierno de estos miserables no sólo con resignación, sino con placer. Lo veo en los ojos de aquellos que me hablan. […] Los campesinos, burgueses y tenderos de buena gana cambian la libertad, la dignidad y el honor del país por su paz y tranquilidad, el reaseguro de que pueden continuar vendiendo sus productos o su mercancía”. (Tocqueville, [1851] en Zunz y Kahan, 2002: 262) Ahora bien, si la sociedad francesa se le aparecía a Tocqueville como una sociedad disuelta en intereses particulares y egoístas, lo cual funcionaba a la manera de un sustrato fértil del que se nutría el despotismo, la irrupción del socialismo durante 1848 apuntaba en la misma dirección pero lo hacía desde la otra óptica que la última parte de Democracia deja entrever. El problema que el socialismo planteaba no era nuevo para Tocqueville; hay evidencias de que venía analizando esta cuestión, por lo menos, desde principios de la década de 1840. Nuevamente en una carta, esta vez con fecha de 1842 y dirigida a Odilon Barrot, líder de la oposición a Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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Luis Felipe en el Parlamento, Tocqueville dejaba entrever sus impresiones acerca de la izquierda francesa. En aquella oportunidad había escrito: “lo que por mi parte me hace daño sobre la izquierda […] es el poco liberalismo que se encuentra allí. La izquierda sigue siendo mucho más revolucionaria que liberal. […] Mientras no cambie sus instintos, sólo será buena para anunciar nuevas revoluciones o para preparar el camino hacia el despotismo”. (Tocqueville, [1842] en Zunz y Kahan, 2002: 219) ¿Por qué el socialismo era un camino que conducía al despotismo? Esta es la cuestión que Tocqueville termina de elaborar en los Recuerdos. En su descripción de los hechos que sacudieron a Francia durante 1848, Tocqueville sostenía que el socialismo le había dado a la revolución su carácter específico: el socialismo sería recordado como el temor más grande de aquellos días. Con la formación de la Segunda República, una oleada de nuevas teorías surgieron en Francia: “a partir del 25 de febrero, mil extraños sistemas brotaron impetuosamente del espíritu de los innovadores” (Tocqueville, [1893] 1984: 125). Todos estos sistemas compartían una característica: no eran doctrinas simplemente políticas, en el sentido que sólo procuraban un cambio de gobierno, sino que apuntaban a transformar la base misma de la sociedad. Su énfasis estaba puesto en lo que hoy llamaríamos cuestiones sociales: algunas teorías apuntaban a corregir la desigualdad en los ingresos, otras a terminar con la desigualdad de capacidades, y otras a terminar con la desigualdad más evidente de todas, aquella entre el hombre y la mujer. Las concepciones de radicales y socialistas, inspiradas en un duro jacobinismo, depositaban sus esperanzas en la capacidad de rehabilitación del hombre que poseía el poder político como fuente de reordenamiento del orden social (Nisbet, 1996: 24). De allí su carácter peligroso: esta tesis llevaba a una enorme concentración del poder. En un discurso que había preparado para la Asamblea, pero que no llegó a pronunciar debido a la rebelión de junio y la suspensión de las sesiones, Tocqueville anotó: “Todos [los sistemas socialistas] limitan, comprimen, regulan, restringen, y remodelan al individuo. Todos limitan su inteligencia, sus derechos, su futuro. El socialismo es una nueva forma de esclavitud […] al empujar el principio de la centralización administrativa demasiado lejos. La democracia y el socialismo no pueden ir juntos. No se pueden tener las dos cosas”. (Tocqueville, [1848] en Zunz y Kahan, 2002: 250)

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El punto que Tocqueville intenta demostrar en los Recuerdos es que, en el fondo, el socialismo iba en contra de la libertad ya que implicaba una concentración del poder político, y, por extensión, de las facultades estatales. Si Tocqueville estaba en contra de la economización de lo político que proponía el liberalismo clásico, también lo estaba de la politización de la economía defendida por el socialismo. El término “social” apareció en Francia para designar al conjunto de ideas que reaccionaban contra el avance de la economía política clásica. Frente al avance del capitalismo y la política pos-revolucionaria, las ciencias y teorías de lo social proponían, entre otras cosas, que aquellas cuestiones relacionadas con el bienestar de la sociedad no deberían quedar en manos de las fuerzas supuestamente naturales que guiaban economía, sino que tenían que estar sujetas a decisiones a las cuales se arribara políticamente (Wolin, 2001: 419). Esta oposición al socialismo, asimismo, cierra su proyecto político y el rol parlamentario que desempeñó después de febrero de 1848. Tocqueville declara que su objetivo fue sostener la Segunda República como un medio para evitar que la política francesa cayera en manos del partido revolucionario. “Yo me decía que aquella mayoría [en la Asamblea Constituyente] rechazaría a los socialistas […], pero querría, sinceramente, mantener y ordenar la república. Yo pensaba como ella acerca de esos dos puntos principales. Yo no tenía ninguna fe monárquica, ningún afecto ni quejas respecto a ningún príncipe, ninguna causa que defender, fuera de la libertad y de la dignidad humana. Proteger las antiguas leyes de la sociedad contra los innovadores, con ayuda de la nueva fuerza que el principio republicano podía dar al gobierno; hacer triunfar la evidente voluntad del pueblo francés sobre las pasiones y los deseos de los obreros de París; vencer así la demagogia con la democracia, ése era mi único propósito”. (Tocqueville, [1893] 1984: 156) La cita anterior es bastante reveladora de las opciones políticas abiertas luego de la revolución y del estado de ánimo personal de Tocqueville en aquel escenario. Lo que queda claro es que se encontraba en una postura moderada, junto con el resto de los republicanos, rechazando tanto el bonapartismo de la burguesía liberal como el socialismo de las clases trabajadoras (Jardin, 1998: 408, 425).

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El avance hacia la democracia social Los Recuerdos no sólo enfatizan el problema latente en las sociedades modernas entre la igualdad y la libertad, sino que también nos remiten a la filosofía histórica de Tocqueville. Dos hechos merecen ser destacados al respecto: la manera en la cual los Recuerdos adelantan el enfoque que utilizaría más tarde y la modificación que la Revolución de 1848 opera en su perspectiva histórica. El estudio que Tocqueville realiza de la Revolución de 1848 marca un viraje con respecto al enfoque que había utilizado en sus obras anteriores, sobre todo en los dos volúmenes de Democracia. Si en los escritos que publicó antes de la década de 1840 su atención estuvo centrada en las instituciones y las costumbres, los Recuerdos muestran el viraje hacia una preocupación por los hechos históricos, o un cambio de la ciencia política y la sociología hacia la historia (Lukacs, 1982: 20 – 21). La segunda parte de la vida de Tocqueville estuvo marcada por esta necesidad de estudiar la historia francesa, necesidad que quedaría coronada en El Antiguo Régimen y la Revolución, su último gran texto. Los Recuerdos están en un diálogo permanente con el Antiguo Régimen y adelantan su enfoque. Donde mejor se percibe este hecho es en la manera de tratar los eventos de la historia. Tocqueville es un autor que trabaja en varios niveles de análisis histórico; en el caso del Antiguo Régimen, destaca su utilización de tres niveles distintos (Herr, 1962: 35). El primero abarca “las olas que se mueven en la superficie”, en el cual Tocqueville describe el gobierno y la sociedad durante el Antiguo Régimen. El segundo nivel hace referencia a “las mareas que están debajo de las olas”, es decir, la oposición entre la sociedad aristocrática, marcada por sus privilegios, y el avance de la igualdad. Por último, el tercer nivel de análisis, aquel de las “corrientes profundas” o de las relaciones de clase, diagnostica la causa de la crisis del Antiguo Régimen: el odio entre las clases. Tocqueville utiliza, en el caso de los Recuerdos, estos mismos niveles de análisis para comprender la Revolución de 1848. Así, describe los dieciocho años de gobierno de Luis Felipe y las características generales de la sociedad francesa, remarcando el carácter excluyente y privilegiado de la burguesía. Al mismo tiempo, ve en la caída de la monarquía constitucional, y la posterior Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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formación de la Segunda República, el reclamo igualitario de los sectores populares. Finalmente, cuando estudia los levantamientos de junio, jornadas que consagraron a la revolución en los hechos, Tocqueville no duda en apuntar hacia la lucha entre las clases como su causa principal. Combinando estos niveles de análisis, los Recuerdos extraen una conclusión que actualiza su perspectiva histórica. La filosofía histórica de Tocqueville partía de la siguiente premisa: es posible observar un avance irresistible de la democracia. Es decir, todas las naciones modernas avanzan, irremediablemente, hacia la igualdad de condiciones. Este modelo histórico, como se ve, es dicotómico, enfatizando de un lado las sociedades del Antiguo Régimen, con sus desigualdades jerárquicas sancionadas por la tradición, y del otro lado las sociedades modernas, en las cuales todos los hombres se sienten iguales (Aron, 1976: 258 - 266). Los acontecimientos de 1848 actualizan este pensamiento: enseñan a Tocqueville que el avance histórico señalaba no sólo el advenimiento de la democracia, sino de una democracia social. Cada una de las diferentes revoluciones por las que había atravesado la sociedad francesa desde la caída del absolutismo, argumenta Tocqueville en los Recuerdos, no eran sino episodios de un gran movimiento revolucionario, “los síntomas de esta gran enfermedad democrática que en los últimos sesenta años ha cambiado frecuentemente su apariencia, pero nunca su naturaleza” (Tocqueville, [1847] en Zunz y Kahan, 2002: 223). La sociedad francesa había creído, erróneamente, luego de cada uno de ellos, que la obra revolucionaria había terminado. Sin embargo, la revolución volvía a empezar. “La monarquía constitucional había sucedido al antiguo régimen; la república, a la monarquía; a la república, el imperio; al imperio, la restauración; después, había venido la monarquía de Julio. Tras cada una de esas mutaciones sucesivas, se había dicho que la Revolución Francesa, al haber acabado lo que presuntuosamente se llamaba su obra, había terminado: se había dicho y se había creído […]. Y he aquí que la Revolución Francesa vuelve a empezar, porque siempre es la misma”. (Tocqueville, [1893] 1984: 117) Los hechos de 1848 no escapaban, en un principio, a esta lógica, ya que continuaban con el proceso iniciado en 1789. Pero Tocqueville también advierte que había algo nuevo. En particular, lo que llama su atención es que la Revolución de Febrero trascendía los límites estrechos de lo político, y, a diferencia de los episodios anteriores, se adentraba en lo social. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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“Lo que la distinguió [a la Revolución de 1848] entre todos los acontecimientos de este género que se sucedieron desde hace sesenta años en Francia, fue que no se propuso cambiar la forma de gobierno, sino alterar el orden de la sociedad. No fue, ciertamente, una lucha política, sino un combate de clase”. (Tocqueville, [1893] 1984: 184) Lo que Tocqueville adelanta, entonces, era el carácter democrático, y al mismo tiempo social, de nuestra época (Lukacs, 1982: 24 - 31). Y lo hizo no sólo en términos de su producción intelectual, sino también de su participación política en los asuntos públicos del momento. En un discurso que pronunció en el Parlamento un mes antes de la abdicación del rey Luis Felipe, Tocqueville había advertido a sus contemporáneos que las pasiones de los sectores trabajadores se habían transformado de políticas en sociales (Tocqueville, [1893] 1984: 70). El gran movimiento revolucionario no había cambiado su naturaleza igualitaria, pero se había expandido para abarcar la dimensión de lo social: lo que había operado era una reconfiguración del espíritu revolucionario. Este movimiento hacia una democracia social no estuvo libre de consecuencias. En particular, Tocqueville rápidamente comprendió, a partir de las protestas sociales que se registraron entre febrero y diciembre de 1848, que la política se estaba radicalizando y polarizando (Kvaternik, 2010: 132 - 134). En un primer momento, antes de los levantamientos obreros de junio, Tocqueville observa una división de la sociedad en dos grupos. Esta radicalización política giraba alrededor de la propiedad y el pago de rentas: propietarios y no propietarios anunciaban el violento choque que destellaba en el horizonte. Luego de ser elegido como miembro para la Asamblea Constituyente105 por el distrito de Normandía, Tocqueville regresa a París y comenta sus impresiones: “Vi la sociedad partida en dos: los que no poseían nada, unidos en una común codicia, y los que poseían algo, en una común angustia. Ya no había lazos ni simpatías entre aquellas dos grandes clases: por todas partes, la idea de una lucha inevitable y próxima”. (Tocqueville, [1893] 1984: 149)

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Tocqueville dedicó un capítulo de los Recuerdos a su participación en la Asamblea, y a su actuación en la comisión encargada de redactar la constitución para la República; allí describe los debates que tuvieron lugar durante las sesiones y su propuesta de un gobierno bicameral. Cf. Jardin (1998: 417 - 422). Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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Más tarde, entre junio y diciembre, reelabora sus impresiones iniciales luego de la derrota de los agitadores. Ya no se percibía una radicalización de la sociedad en dos bandos enfrentados de acuerdo a una dicotomía de amigo y enemigo, sino una polarización en tres actores: republicanos más o menos moderados, bonapartistas y socialistas. El socialismo permanecería como una amenaza latente, pero, como hemos visto más arriba, el bonapartismo se convertía rápidamente en el peligro inmediato; este escenario tripartito sería, en definitiva, el que propiciaría la elección de Luis Napoleón.

Conclusiones De acuerdo con Raymond Aron (1976: 371), lo que distingue a Tocqueville como uno de los pensadores políticos más influyentes de la modernidad, es el hecho de que logra combinar una pregunta política eterna con un análisis que es esencialmente histórico. El problema eterno de Tocqueville consiste en reconciliar la igualdad con la existencia de instituciones que garanticen la libertad de los individuos. Traducido al caso francés durante la primera mitad del siglo XIX, los Recuerdos se preguntan si la sociedad francesa, que parecía crecer y volverse próspera bajo el auspicio de las transformaciones industriales, tenía posibilidades de ser libre también. Continuando con las conclusiones a las que había arribado en el segundo volumen de Democracia, Tocqueville identificó en los hechos de 1848 las raíces de dos posibles fuentes despóticas. La primera estaba relacionada con el individualismo de la burguesía francesa: cuando reacciona, en términos políticos, frente al levantamiento de los obreros parisinos, lo hace sólo para elegir el orden y volver a encerrarse en sus placeres privados106. La segunda amenaza estaba cifrada en la agitación del socialismo y su fe incondicional en las posibilidades de regeneración social que ofrecía el uso ilimitado del poder político. En ambos casos, la libertad quedaba en suspenso.

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En este sentido, Hobsbawm apunta: “de los principales grupos sociales implicados en la revolución, la burguesía, cuando había por medio una amenaza a la propiedad, prefería el orden a la oportunidad de llevar a cabo todo su programa. Enfrentados a la revolución «roja», los liberales moderados y los conservadores se unían” (2010: 31). Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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Tocqueville mostraba, entonces, poca indulgencia por el egoísmo propio de la clase media, al mismo tiempo que señalaba a las doctrinas socialistas como partidarias de un poder absoluto. Su objetivo era evitar que la política fuese dictada tanto por los postulados de la economía clásica, como por la excesiva ampliación de los poderes estatales propuesta desde la izquierda: lo primero llevaba al privilegio de los intereses privados por sobre el bien común, mientras que lo segundo implicaba un avance de la centralización y la burocratización administrativa. Su lugar era una postura intermedia, buscando elevar lo político a una esfera con la cual los individuos estuvieran realmente comprometidos. Es interesante observar que en el núcleo de este diagnóstico resuenan los ecos de varias cuestiones que habrían de cristalizar, con toda nitidez, a lo largo del siglo XX. El notable crecimiento económico que trajo consigo el desarrollo capitalista ha sido acompañado por un individualismo que bordea, peligrosamente, un egoísmo desenfrenado: un culto moderno que celebra el consumo en soledad de los bienes provistos por el mercado, sacrificando en su altar a la participación política. La atomización y la apatía, en tanto articuladores de lo contemporáneo, han llevado a un cientista social de la talla de Sheldon Wolin a definir los regímenes políticos del presente, sobre todo el norteamericano, bajo la forma de un totalitarismo invertido107. Al mismo tiempo, los experimentos socialistas, en sus diferentes vertientes, han mostrado que transitar por el camino de la regeneración social supone, muchas veces, una carga insostenible para la libertad individual. El caso de China, en particular, es paradigmático de un país que se propone transformar la vida de millones de trabajadores a través de un Estado súper-organizado que limita las libertades más básicas de esas mismas personas. En paralelo, el argumento histórico que subyace al punto de vista de Tocqueville gira en torno al avance irresistible de la modernidad hacia la igualdad de condiciones entre los hombres. Los hechos de 1848 le enseñan, sin embargo, que la lucha hacia la igualdad había dejado de ser exclusivamente política para adentrarse en el terreno de lo social. Así, los Recuerdos parecen divisar un avance decidido hacia una democracia social en sus contenidos. Las consecuencias de este hecho fueron múltiples, pero Tocqueville se focalizó en la radicalización y polarización que ex107

Cfr.Wolin, Sheldon (2009); Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, Buenos Aires, Katz. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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hibieron las luchas de 1848, lo cual se hace evidente durante las jornadas de junio cuando la sociedad francesa se le aparece dividida en dos partes: de un lado, obreros y trabajadores carentes de propiedad; en la vereda opuesta, campesinos, burgueses y aristócratas unidos por su interés de propietarios. Esta preocupación histórica ocuparía un lugar destacado a lo largo de la segunda parte de su vida. Tocqueville habitaba un mundo dividido: ¿cómo haría la sociedad francesa, con un pie inmerso todavía en su pasado aristocrático y otro en la marea democrática, para resolver esta situación? La historia podía proveer la respuesta, funcionando como un instrumento para reconciliar el necesario espíritu individual de la aristocracia con los principios igualitarios que traía la democracia108. Llegados a este punto, dos aclaraciones merecen ser realizadas. En primer lugar, en los Recuerdos encontramos una historia participante, mientras que en el Antiguo Régimen la indagación histórica cobra un carácter profesional. Segundo, a diferencia del materialismo histórico, en ambos casos la manera de tratar la historia por parte de Tocqueville es realista y existencial, no teórica y abstracta, desplegándose en una visión trágica del mundo (White, 1992: 219). No obstante, hay una característica que acerca el pensamiento de Tocqueville al de Marx, quien también analizó los hechos de 1848 luego de haber tomado parte activa en los mismos: la idea de la historia como conflicto. En cualquier caso, Tocqueville veía un futuro poco promisorio para la libertad en Francia. En el origen de esta preocupación se encontraba su idea del “punto de partida”, expuesta, también, en Democracia. A diferencia del caso norteamericano, donde no había existido un pasado medieval y corporativo, el punto de partida francés había sido la revolución, es decir, la ilegalidad y la violencia, lo que hacía difícil que allí se estableciera la libertad. El espíritu revolucionario, al mismo

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Luego de su viaje a Estados Unidos, Tocqueville había quedado fascinado por el avance de la democracia, pero también horrorizado ante la tiranía de la mayoría y la aplastante atomización que imponía la masa, hechos que atentaban, en última instancia, contra la libertad. Le deprimían, producto también de estas corrientes, la vulgaridad y el materialismo de los norteamericanos. Sin embargo, la individualidad de raíz aristocrática que había en Europa podía servir de contrapeso a estos peligros; ahora que el ariete democrático golpeaba ante las puertas de la sociedad europea, ésta última tenía la posibilidad de evitar la degeneración que amenazaba a las ex colonias de América del Norte. La idea de Tocqueville consistía en lograr una síntesis que combinara el espíritu aristocrático de un destino abierto a la acción humana, con los irreversibles principios de la democracia: en tanto historiador, buscaba hacer del futuro europeo un fenómeno más libre y humano. Esto es lo que Hyden White ha denominado como la “historiografía de la mediación social” (1992: 200 - 205), a partir de la cual Tocqueville derivaba su postura política. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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tiempo que había abierto el camino a la democracia, comprometía las posibilidades de la libertad. Los hechos que presenció entre febrero y junio de 1848 reforzaron este pesimismo, mostrando que la Revolución Francesa estaba lejos de haber concluido, lo cual animó su interés por la historia francesa durante los últimos años de su vida. Los Recuerdos son, entonces, una obra de transición entre Democracia y el Antiguo Régimen, ya que continúan con las preocupaciones de Tocqueville por las raíces del despotismo moderno, y, al mismo tiempo, marcan el vuelco hacia una preocupación de índole más histórica por comprender los avatares de la sociedad francesa. Comparten, junto con el resto de las obras de Tocqueville, una misma serie de preocupaciones, pero también poseen una intimidad que no se observa en otros lugares de su producción. En última instancia, representan el diálogo interno de un hombre que había depositado todas sus energías prácticas en una concepción de lo político, pero cuyas aspiraciones de grandeza en ese campo se habían visto frustradas.

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Perfiles Álvaro Villagrán

En el año 2003 cursaba quinto año en el I.L.S.E. cuando el Departamento de Historia organizó el primer concurso de monografías. En aquella oportunidad fue sobre “Alberdi y los 150 años de la Constitución Nacional”, y obtuve el primer premio. Sabía que quería estudiar historia, por lo que me decidí por hacerlo en la Universidad Di Tella por tres razones: el diseño del programa bajo el formato “Hist&Lit”, la posibilidad de complementar historia con “campos menores” –en mi caso, Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales- y la visión actualizada e internacional de la disciplina. En 2008 presenté mi tesis “Completar el mapa: el surgimiento de la política vial como estrategia para la formación del Estado Nacional, 1920-1938”, que fue dirigida por Fernando Rocchi, y me gradué. En los siguientes tres años el Departamento me brindó la oportunidad de continuar mi formación, esta vez como ayudante de cátedra en Historia de Occidente e Historia Argentina. Allí trabajé junto a Andrea Matallana, Martín Castro, Ricardo López Göttig, Miranda Lida y Leandro Losada. Mi experiencia docente se vio a su vez fortalecida gracias a los cursos que ofrecí en el programa de adultos del Centro Cultural Ricardo Rojas. En aquellos años también trabajé como asistente de investigación en diversos proyectos de Pablo Gerchunoff y Andrea Matallana, Juan Carlos Torre, y Sergio Berensztein. En 2010 participé en el programa de “Jóvenes Líderes” de Fulbright en la University of Massachusetts Amherst. En 2011 ingresé al doctorado en Historia en la Northwestern University, donde me encuentro cursando el segundo año. Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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Lía Munilla Lacasa

Estudié la Licenciatura en Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires y el Doctorado en Historia en la Universidad Torcuato Di Tella. Parte de los cursos doctorales los tomé en la Universidad de California en Berkeley ya que residí tres años en Estados Unidos. Mi tesis doctoral abordó el tema de las fiestas cívicas porteñas desde 1810 hasta la segunda gobernación de Juan Manuel de Rosas. Estudié de qué manera los diferentes gobiernos de ese período tomaron a las fiestas como espacios privilegiados de propaganda y pedagogía política. Para ello se valieron de todos los despliegues artísticos y arquitectónicos propios de las celebraciones que eran levantados en los espacios públicos de manera transitoria. Mis intereses fueron y siguen estando en las relaciones arte, cultura y política en el mismo período, la primera mitad del siglo XIX. De modo que actualmente me encuentro investigando la proliferación de imprentas litográficas en Buenos Aires durante el rosismo, la importancia cultural que tuvieron estos talleres donde se comenzó a imprimir de manera económica y rápida un universo de imágenes nuevo que amplió considerablemente el universo visual de los porteños. Me interesa particularmente rastrear aspectos vinculados a la producción de esas imágenes, su circulación, su impacto político, la importancia cultural de los nuevos objetos nacidos en esos talleres que no tienen necesariamente "status" artístico (revistas ilustradas, periódicos, calenda-

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rios, papeles públicos, etc.). Desarrollo estas actividades de investigación en el marco de proyectos UBACyT y una beca del Fondo Nacional de las Artes. En términos de docencia, desde que me doctoré trabajo como profesora de tiempo parcial en la Universidad de San Andrés, a cargo de la cátedra de “Arte y cultura visual en la Argentina, siglos XIX y XX” y como profesora invitada del Departamento de Arquitectura de la UTDT, a cargo de la cátedra de “Arte de la modernidad”. En San Andrés también soy responsable del desarrollo de una futura área de artes que supondrá mayor oferta de seminarios y cursos para los alumnos, así como una serie de actividades de extensión para los docentes, staff y miembros de la comunidad universitaria.

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Novedades El Orden Conservador. La política argentina entre 1880-1916. Natalio Botana Editorial Edhasa, Colección Ensayos, 2012.

El orden conservador es un hito en la historiografía argentina. Es el libro que analiza y explica un período clave de la política nacional: el que va de 1880 a 1916. Hasta el momento de su publicación, se descontaba que en esos años había comenzado la Argentina moderna. Y se intuían una serie de razones para tal transformación. Certezas dispersas, valiosas aproximaciones, aunque no una interpretación cabal y exhaustiva. Podría decirse que Natalio R. Botana emprendió la tarea de volver inteligible una época tan rica Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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como compleja, marcada por el progreso. El proceso histórico de esta transformación impactará, como es natural, en la sociedad y en el desarrollo del Estado. Durante más de tres décadas, la dialéctica entre la reforma y la conservación del sistema político heredado signará el país. Al mismo tiempo, llegan oleadas de inmigrantes, se amplían los derechos cívicos y se incrementa la conflictividad social. Nacía otro país, aunque en aquel momento quizás esto no fuera tan claro como ahora. En esta coyuntura, que incluye crisis, avances y retrocesos a veces dramáticos, ¿cuál fue el papel de los sucesivos presidentes? ¿Cómo fueron las relaciones entre la administración nacional y las provincias? ¿Qué negociaciones entrañó la búsqueda de un equilibrio que permitiera el buen gobierno? ¿Cuáles fueron las disputas dentro de la elite gobernante? ¿Hubo una elite o hubo un juego de hegemonías cambiantes? Cada una de estas preguntas implica actores políticos, alianzas y rupturas, ideas en pugna. El resultado será, entre otras cosas, un país con un nuevo perfil productivo, un lugar preeminente en el mundo, un sistema federal renovado, y la sanción de la llamada Ley Sáenz Peña, de voto obligatorio para los hombres. También el fin de una era, porque tras 1916 los conservadores, como partido organizado, no volverán a gobernar. E1 orden conservador devela ese mapa, y permite entender una trama que involucro fuerzas políticas, ambiciones sociales, oportunidades económicas. Libro mayor, esta es su edición definitiva, e incluye un nuevo post-scríptum que analiza las contribuciones que otros investigadores han hecho al mejor entendimiento de un momento clave de nuestra historia.

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Bernardino Rivadavia. El primer presidente argentino. Klaus Gallo. Editorial Edhasa. Colección Biografías Argentinas, 2012

En la galería de debates en torno a próceres del siglo XIX, pocos han sido tan intensos y contrastados como el que generó (y aún genera) Bernardino Rivadavia. La tradición historiográfica liberal lo considera el primer gran modernizador argentino, aquel que hace cambios decisivos en las instituciones criollas, que pone límites al poder de la Iglesia y se enfrenta a las reaccionarias costumbres culturales heredades de España. Para los revisionistas, en cambio, Rivadavia es poco menos que un traidor, alguien que prácticamente entrega la nación a Inglaterra, entre otras acusaciones de no menor calibre: unitario, centralista, etc. Estas controversias, de algún modo, han impedido hacer una justa valoración de su figura. La impugnación masiva o la defensa irrestricta no suelen ser buenos caminos para entender la carrera de un político. Y más si los tópicos son la salvación de un país o su Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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entrega. Sin caer en simplificaciones, Klaus Gallo reconstruye el ideario y la trayectoria de Bernardino Rivadavia desde fines del siglo XVIII, cuando era un joven abogado que admiraba a los pensadores progresistas ingleses y franceses, hasta su muerte. Analiza el impacto que tuvieron sus ideas en la generación de Mayo, su accionar en la Revolución y durante la década siguiente, y su labor como Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y luego como Presidente. ¿Cuál fue la trama del tristemente célebre préstamo de la Baring Brothers? ¿Cómo influyeron las reformas que Rivadavia emprendió? ¿Sentó las bases para un nuevo modelo de sociedad o se han exagerado sus influencias? La imagen resultante es un Rivadavia casi inédito. Con luces y sombras, naturalmente, con medidas de estadista impar, con pasos en falso. Biografía ejemplar, elude de la primera a la última página las afirmaciones demagógicas y sin argumentos, ese vicio tan usual de tomar un hecho aislado y deducir de él un mundo entero. Antes bien, piensa a Rivadavia en su tiempo, con las decisiones que tuvo que tomar entonces, en un determinado contexto. Que la historia haya hecho de él un héroe o un villano se explica por los usos políticos que su nombre permitió, y no siempre por lo que efectivamente hizo.

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La rotativa de Dios. Prensa Católica y Sociedad en Buenos Aires: El Pueblo, 1900-1960. Miranda Lida. Editorial Biblos. 2012

El militante del más rancio integrismo, el diario católico El Pueblo (1900-1960) de la ciudad de Buenos Aires fue un producto de su tiempo. Nació y se expandió en una época de gran esplendor para el periodismo urbano, en especial, de corte popular. A pesar de todas las suspicacias que el catolicismo podía tener con este tipo de periodismo, ya sea por razones ideológicas o morales, El Pueblo calcó algunos de sus rasgos más arquetípicos. En sus mejores Registro de la Propiedad Intelectual. Todos los artículos han sido publicados con autorización del autor.

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tiempos, que coincidieron con la década de 1930, llegó a vender más de cien mil ejemplares y aspiró a circular más allá de las sacristías. Este libro reconstruye su historia, concentrándose no sólo en le discurso integrista del diario, por demás previsible, sino además su circulación, su público y sus estrategias para captar lectores –no muy diferentes, por cierto, a las de los demás diarios comerciales.

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Graduados 2012 Maestría en Historia Susana Taurozzi

Licenciatura en Historia De Paul

María Catalina

Diaz Rhein

Agustina

Nigro

Malena

Ojeda Silva

Nahuel Hernan

Tcherkaski Legrand

Tomás Juan

Von Thungen

Maximiliano

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Posgrado en Historia Maestría en Historia Doctorado en Historia Programa de Actualización en Historia Contemporánea Ingreso 2013 Jueves 6 de diciembre de 2012: Reunión Informativa Programa de Actualización en Historia Contemporánea. Miércoles 27 de febrero de 2013: Reunión Informativa Maestría y Doctorado en Historia Comienzo de clases: 18 de marzo de 2013

Programa de Becas La Maestría y el Doctorado en Historia ofrecen un programa de becas con reducciones arancelarias. Beca Mejor Promedio, se les otorgará a los graduados en Historia con mejor promedio de universidades públicas una beca completa (100%) para cursar el Posgrado en Historia. Se les otorgará a los graduados en Historia con el segundo mejor promedio de universidades públicas una beca del 70% para cursar el Posgrado en Historia. Adicionalmente, el Posgrado en Historia ofrece un programa de becas parciales o ayuda financiera para quienes no cumplan con el requisito de mejor promedio. Becas Graduados del Interior, para acceder a una beca total es requisito ser graduado en la carrera de Historia con título de universidad nacional, que se encuentren fuera del área metropolitana. Se deberá presentar un proyecto de investigación en curso, con carta de recomendación del Director del Candidato, el que será evaluado por el Comité Académico del Posgrado. Beca José Luis Romero, para realizar el Doctorado en Historia en la Universidad Di Tella. La Beca José Luis Romero, el homenaje de la Universidad Torcuato Di Tella a uno de los más destacados historiadores argentinos, está destinada a graduados recientes de la Universidad de Buenos Aires con grado de licenciatura en Historia. Requisitos: Título de grado en Historia, certificado analítico y propuesta de tema de tesis. Inscripción abierta hasta el 7 de marzo de 2013.

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Directores del Boletín Pablo Gerchunoff y Andrea Matallana

Secretaria de Redacción: Cecilia Bari Colaboró: Ignacio López

Comité Académico Ezequiel Gallo Fernando Rocchi Ricardo Salvatore Karina Galperín Andrés Reggiani Klaus Gallo Guillermo Ranea Hernán Camarero Gustavo Paz

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Más información: Posgrado en Historia posgradohistoria@utdt.edu 5169-7153 boletinhistoria@utdt.edu

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