Todo contribuye

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José Eizaguirre

Todo contribuye Guía práctica de conversión ecológica

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Diseño: Estudio SM Título original: Todo contribuye ©José Eizaguirre Fernández-Palacios ©PPC Editorial y Distribuidora (2016) Reservados todos los derechos. D.R. ©PPC Editorial, S.A. de C.V. (2017) Magdalena 211, Colonia del Valle, 03100, México, Ciudad de México Teléfono: (55)1087-8400 alservicio@ppc-editorial.com.mx mx.ppc-editorial.com ppceditorial.mexico @ppceditorial Primera edición en México, 2017. ISBN: 978-607-8497-72-0 Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión de cualquier forma o medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La marca PPC® es propiedad de PPC Editorial S.A. de C.V.

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... no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida (Evangelii gaudium 279) Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades (Laudato si’ 14) No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar (Laudato si’ 212)

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PRESENTACIÓN La encíclica Laudato si’, con su llamada a una conversión ecológica, ha supuesto un auténtico aldabonazo en la Iglesia y en el mundo. El papa Francisco ha acertado a poner sobre la mesa de los católicos –y de todas las personas de buena voluntad– una cuestión que llevaba décadas planteándose: el cuidado de nuestra casa común. Un grito de la tierra que guarda una estrecha relación con el grito de los pobres, que son los que más sufren las consecuencias de la degradación medioambiental. Al hacerlo, el papa no hace sino recoger un consenso científico muy consistente, interpretándolo a la luz de la Sagrada Escritura y del pensamiento social cristiano. En su análisis, la encíclica expone cómo ese doble grito –el de la tierra y el de los pobres– brota de un mismo dolor causado por un sistema de producción y consumo depredador, que ha puesto en el centro el beneficio económico en lugar de la defensa de la vida. Esto no es una casualidad ni una fatalidad, sino que responde a un determinado paradigma de pensamiento y comportamiento, del que, a veces de forma inconsciente, participamos todos. Francisco desarrolla así lo que ya había formulado anteriormente: Esta campaña [...] es también una exhortación para que dejemos de pensar que nuestras acciones cotidianas no tienen repercusiones en la vida de quienes –cerca o lejos de nosotros– sufren el hambre en su propia piel (mensaje del papa Francisco sumándose a la Campaña de Caritas Internacionalis contra el hambre en el mundo, 10 de diciembre de 2013).

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El siguiente paso es tomar conciencia de que todo está relacionado –nuestra manera de vivir con la manera de malvivir o sobrevivir de otras personas y criaturas– y ponernos en actitud de querer cambiar, empezando por nosotros mismos. Es lo que en lenguaje cristiano se llama conversión, y que el papa Francisco –aunque el término no es suyo– propone como una conversión ecológica. El presente libro ha surgido de unos talleres sobre Laudato si’ comenzados a animar en septiembre de 2015, apenas tres meses después de ser publicada la encíclica. Unos talleres orientados a ayudar a los participantes a inspirarse en ella para avanzar en el camino de esta conversión ecológica. Más que reflexionar sobre la encíclica o analizar su texto, el objetivo ha sido el de profundizar en la necesidad de esta conversión y proporcionar herramientas prácticas para abordarla. Se ofrece así esta guía práctica de conversión ecológica, que parte de la mirada crítica a lo que le está pasando a nuestra casa común y atraviesa la conversión de la mentalidad y las actitudes antes de llegar a algunas líneas de orientación y acción. Convertir en libro las dinámicas de un taller supone un reto considerable. Sabemos que hoy es tan importante el medio como el mensaje. Además de la comunicación de contenidos, alimento para el intelecto, un taller práctico permite desplegar medios diversos para abordar otras dimensiones de la persona: la interioridad, la afectividad, las relaciones o la capacidad de expresión. Todo eso es necesario, puesto que es toda la persona la que ha de convertirse, no solo su mente. Al pasarlo al formato papel, buena parte de todo eso se pierde. Por eso al final de cada sección se ha incluido un ejercicio práctico. No hace falta insistir en el provecho que puede tener detenerse en ellos, venciendo la tentación de leerlos deprisa y seguir adelante con la lectura. Estos ejercicios son una manera efectiva de señalar que la conversión ecológica a la que somos 8

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invitados no solo es cosa de la cabeza, que es preciso pararse y mirar el corazón. Ojalá este libro contribuya, entre otras muchas publicaciones al respecto, a ayudarnos en nuestra conversión personal, para así poner nuestro granito de arena en el anuncio de otro mundo mejor posible para todos.

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Laudato si’: Ejercicio práctico de contemplación y alabanza Nuestro itinerario comienza con un ejercicio práctico de conciencia corporal que nos llevará a la alabanza. Para poder ser conscientes del milagro que es nuestra casa común, qué mejor procedimiento que empezar por ser conscientes del milagro de nuestra propia casa corporal. Cuanto más conscientes seamos de que nuestra propia vida y nuestro cuerpo son regalos maravillosos, más sensibles seremos a la maravilla de la creación y al daño que está sufriendo. Aunque nuestra impaciencia nos llevará seguramente a querer seguir adelante con la lectura, seamos capaces de comenzar así, deteniéndonos, en la confianza de que esta pedagogía tiene sentido. Busco un lugar tranquilo donde pueda realizar este ejercicio durante unos veinte minutos. Desconecto mi teléfono celular y otros dispositivos que puedan interrumpirlo. Me siento en una postura cómoda, con la espalda y las piernas rectas... Si hay algo que me aprieta (ropa, calzado, cinturón, reloj de pulsera...), lo aflojo o me lo quito... Pongo las manos sobre las piernas o formando un cuenco entre ellas... Cierro los ojos o los dejo ligeramente entreabiertos, con la mirada baja... Si durante este rato me vienen pensamientos, ruidos o sensaciones que me distraen –lo cual es normal–, evito la trampa de seguirlos. Con tranquilidad, los aparto y sigo en lo que estoy... Centro mi atención en la respiración. Sin forzarla; solo percibiéndola...

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Siento el aire entrar en mi cuerpo y sigo su recorrido: la nariz, las fosas nasales, la garganta, los pulmones, el diafragma... Siento cómo poco a poco mi respiración se va haciendo más pausada y profunda... Sé que el oxígeno presente en el aire, al llegar a mis pulmones, pasa al circuito sanguíneo. Y a través de él llega a todos los rincones de mi cuerpo y los llena de vida... Siento cómo todo mi cuerpo se llena de vida con cada bocanada de aire... (y voy recorriendo con atención las partes de mi cuerpo). Tal vez una sonrisa haya apuntado en mis labios. Me encuentro bien, lleno de vida... y de paz... El aire que entra en mí me llena de vida y de paz... Me doy cuenta de que es el mismo aire que respiran otras personas y otros seres vivos... El mismo aire que han respirado otros seres vivos antes que yo y que respirarán otros seres vivos después que yo... Todos los seres vivos estamos unidos por el aire que respiramos... Llevo ahora mi atención al interior de mi boca... La noto húmeda, por la saliva... Las tres cuartas partes de mi cuerpo son agua... Mi cuerpo es, sobre todo, agua... Exactamente la misma agua que flota en las nubes... que corre por los arroyos y los ríos... que se agita en los océanos... Y la misma agua de la que están hechos otros seres vivos, incluidas las plantas... El agua nos une a todos los seres vivos, animales y vegetales... Además de agua, mi cuerpo está hecho de otros elementos: calcio, fósforo, hierro... Los mismos minerales que componen la tierra... Soy tierra, estoy hecho de los mismos elementos que el planeta Tierra... La materia de la que está hecho mi cuerpo es la misma de la que están hechas las estrellas... Soy «polvo de estrellas»... Soy parte del planeta y del universo, pues mi materia es la misma materia... Percibo de nuevo ahora los movimientos internos de mi cuerpo: todo lo que se mueve al ritmo de la respiración... El corazón, que no deja de latir... La sangre, que circula sin parar... Y la temperatura corporal... Soy un cuerpo vivo, con movimiento, con calor, con energía... La

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misma energía que calienta la Tierra, que hierve en las estrellas y que mueve los astros... La misma energía de la que participo y que me hace parte de todo el cosmos... ... Aire, agua, tierra, fuego... - El mismo aire que me une a todos los seres humanos y a todos los seres vivos... - La misma agua que comparto con las plantas y con nubes, ríos y mares... - La misma materia de mi cuerpo de la que están hechas la tierra y las estrellas... - La misma energía que mueve mi corazón y el universo... Me quedo un rato con la atención puesta en esta conciencia de no estar aislado, de formar parte de algo que me conecta a todo y a todos, de ser criatura junto con otras criaturas... ... Dejo brotar en lo profundo de mí, una expresión y oración de alabanza. Laudato si’, mi Signore. ¡Alabado seas, mi Señor! Y continúo esta alabanza con mis propias palabras...

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I VER, OÍR Y JUZGAR Cuando ven subir una nube por el poniente dicen enseguida: «Va a llover», y así sucede. Cuando sopla el viento del sur, dicen: «Va a hacer calor», y sucede. Hipócritas: saben interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues, ¿cómo no saben interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no disciernen por ustedes mismos lo que es justo? (Lc 12,54-57)

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1 LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA COMÚN Después de los párrafos introductorios, Francisco dedica el primer capítulo de la encíclica a hablar de «Lo que le está pasando a nuestra casa común», en el que recoge algunos de los problemas más acuciantes del planeta: la contaminación y el cambio climático, la cuestión del agua, la pérdida de biodiversidad, el deterioro de la calidad de la vida humana, la inequidad planetaria. A continuación dedica dos capítulos para proponer un juicio sobre dicha situación, uno más basado en la Escritura («El Evangelio de la creación») y otro en la razón («Raíz humana de la crisis ecológica»), en el que vincula ese deterioro planetario con un sistema de producción y consumo que está resultando tremendamente perjudicial para la vida de muchas personas y de otras criaturas. Se repite aquí lo expuesto en Evangelii gaudium: la humanidad se ha organizado en torno a un sistema económico que pone en el centro el beneficio monetario en lugar de la vida de las personas y del medio natural. Se trata de un «antropocentrismo desviado» (nn. 69, 118, 119) que «da lugar a un estilo de vida desviado» (n. 122). «Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla» (n. 101). Desenmascarar este modo de entender la vida y este estilo de vida desviado es crucial para comprender lo que le está pasando a nuestra casa común. En este desenmascaramiento hay un método pedagógico muy útil, y es comenzar por el final del proceso, por el consumo, e ir «tirando del hilo» hasta llegar a la producción. En 15

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particular, comenzar por objetos cotidianos de nuestra vida diaria y preguntarnos de dónde han venido y cómo se han producido. De esta manera nos sentiremos implicados desde el primer momento. Veamos esto con algunos ejemplos.

La ropa que vestimos Tomemos una camiseta de algodón, de las muchas que seguramente componen nuestro vestuario. El algodón es un tejido muy común en nuestros armarios roperos. Se trata de un tejido cómodo, agradable al tacto, fácilmente lavable y muy versátil. No es extraño que desde que se popularizara en el siglo xviii ocupara el puesto de otros tejidos habituales hasta entonces, como la lana. ¿De dónde vienen las camisetas que vestimos? Aunque las hayamos adquirido en nuestro país, miremos la etiqueta: lo más probable es que se hayan manufacturado muy lejos, en Bangladesh, Camboya o China. Sabemos que, en esos países, las condiciones de trabajo son muy duras. Allí se trabaja muchas horas al día muchos días a la semana, por muy poco dinero y sometidos a mucha presión. No es raro, por ejemplo, que solo se pueda ir al cuarto de baño una vez al día o que las mujeres embarazadas sean inmediatamente despedidas. No solo son duras las condiciones de trabajo; también son inseguras. Recordamos cómo en 2013 colapsó un edificio en Dhaka, la capital de Bangladesh, en el que murieron más de 1,100 personas y casi 2,500 resultaron heridas. Occidente se conmovió al saber que en ese edificio se cosía la ropa de marcas habituales en nuestras tiendas y almacenes. ¡De modo que así es como se confecciona la ropa que vestimos! Cuando, al conocer esto, las grandes ONG’s y organizaciones de derechos humanos preguntaron a las empresas de moda por qué fabrican la ropa en unas condiciones tan lamentables, 16

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la respuesta fue clara: «Esa es la manera de producir barato, y los consumidores lo prefieren barato». Esto, con ser cierto, oculta otra parte de verdad: esta es la manera en que las grandes empresas obtienen más beneficios, y ese es su principal objetivo. Nos topamos ya con ese antropocentrismo desviado que nos presenta Francisco: tanto para productores como para consumidores, el beneficio económico es el principal criterio, si no el único, de comportamiento. Por tanto, no es de extrañar que todo se organice en torno a ello y que, consecuentemente, se recorten gastos allá donde se pueda. En este caso, gastos de personal, seguridad y salubridad en el trabajo; esta es la manera de producir barato. Pero sigamos «tirando del hilo» –y nunca mejor dicho– de nuestra prenda de algodón. Ya hemos visto dónde se manufactura y en qué condiciones. Pero, antes de ser cosido, el algodón se ha tejido y teñido. ¿Dónde y cómo? Posiblemente en una factoría en la India o en Pakistán, donde encontramos nuevamente condiciones laborales duras e inseguras. En India, la legislación permite el uso de sustancias químicas que en Europa están prohibidas por resultar nocivas tanto para los trabajadores como para el medio ambiente (sin embargo, la Unión Europea permite la importación de ropa que contenga esos productos, siempre que se hayan utilizado en otros países. Una manera de derivar a otros los problemas asociados a esas sustancias). Estos trabajadores, además de estar sometidos a largas jornadas con un salario muy reducido, están en contacto directo con esos productos químicos agresivos, lo cual merma su salud y reduce su esperanza de vida. Por otra parte, las normativas de protección medioambiental en India y Pakistán no son ni de lejos tan exigentes como las de la Unión Europea, con lo que es fácil descubrir que en esos países la degradación ambiental es muy grave, resultado de décadas de vertidos incontrolados de sustancias químicas nocivas. De nuevo el mismo principio: para 17

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que aquí podamos acceder a ropa barata, en algún lugar están pagando costes –sociales y medioambientales– que nosotros no asumimos. Pero sigamos «tirando del hilo». ¿Dónde y en qué condiciones se ha cultivado el algodón? Viajemos a una de las principales áreas productoras, en el centro de Asia, concretamente a las repúblicas de Kazajistán y Uzbekistán. Ya en tiempos de la Unión Soviética se decidió que estas regiones proveerían de algodón a todo su territorio, canalizando el agua de los ríos Amu Daria y Sir Daria, que vertían sus aguas al entonces llamado mar de Aral. Un programa que han heredado y continúan las nuevas repúblicas independientes. El algodón es un cultivo que requiere grandes cantidades de productos químicos. Aunque a nivel mundial el algodón ocupa solo el 4 % de la superficie cultivada, utiliza casi el 9 % de los pesticidas agroquímicos, cerca del 20 % de los insecticidas y el 8 % de los fertilizantes químicos que se consumen en el mundo. Y además es un cultivo que necesita ingentes cantidades de agua, hasta el punto de que, como resultado de esta ambiciosa producción, en tan solo cincuenta años el mar de Aral ha perdido el 90 % de su superficie original, que era de 68,000 km2. Para hacernos una idea, equivale a la superficie que se perdería si el mar se retirara unos 15 km de todas las costas de la península Ibérica. Imaginemos que España y Portugal decidieran dedicar toda el agua dulce de sus ríos a cultivar algodón para la exportación y que de resultas de esta política no llegara agua a las costas, y estas se retiraran 15 km. ¿Podemos imaginarlo: San Sebastián, La Coruña, Lisboa, la Costa del Sol, Barcelona... a 15 km del mar? ¿Seguiríamos cultivando algodón para la exportación? «En aquellos días, el desierto se convertirá en un vergel», profetizaba Isaías (32,15) hace casi tres mil años. Pues bien, hoy estamos provocando justo lo contrario: hemos convertido el mar en un desierto. La tragedia del mar de Aral es uno de los más graves y más desconocidos desastres medioambientales de 18

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nuestros tiempos. La mayoría de especies vegetales y animales de la zona han desaparecido. En los años sesenta del pasado siglo se llegaban a pescar 40.000 toneladas al año. Esa cantidad se ha reducido hoy a cero. También el clima de la región se ha visto afectado de forma irrecuperable. Las tormentas de polvo son habituales, y lo peor es que no arrastran solo arena, sino también esporas tóxicas de ántrax procedentes de una antigua base secreta de investigación biológica de la Unión Soviética, instalada en una isla del lago, que ahora es un continuo desierto. No es de extrañar que los índices de enfermedades crónicas y de mortalidad infantil sean sensiblemente superiores a la media del entorno. El drama no solo afecta a la salud medioambiental y de las personas. Se da la circunstancia de que Uzbekistán cuenta con uno de los regímenes políticos más totalitarios del mundo. Así, cada mes de septiembre, mientras niños de medio mundo comienzan sus clases, los jóvenes uzbecos dejan las aulas y son obligados a recoger algodón. La recolecta de este «oro blanco» está orquestada desde el mismo gobierno, que consigue con su venta una de sus principales fuentes de ingresos (no tanto para el Estado como para las empresas privadas en manos de la élite dirigente). En este gran campo de trabajo forzado no solo los niños son obligados a recoger la flor, también empleados del gobierno, como médicos o profesores, son amenazados con perder sus trabajos si no participan en la campaña. Aproximadamente un millón de personas son reclutadas cada año. Uzbekistán es uno de los principales exportadores de algodón del mundo, con unas 850,000 toneladas anuales, que acaban en su mayoría en Europa, después de pasar por las fábricas textiles de Bangladesh. Su materia prima es especialmente apreciada en los mercados internacionales, porque el sistema de trabajos forzados permite ofrecer precios mucho más baratos que los de sus competidores. De nuevo, esta es la manera de producir barato, lo cual beneficia tanto a las empresas productoras como a los consumidores finales. 19

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La carne que comemos El mundo en que vivimos ha sido configurado en buena parte por la forma de vivir de los que habitamos en países llamados desarrollados. Y esto es especialmente cierto referido a la alimentación: nuestra manera de alimentarnos tiene enormes repercusiones en otras sociedades y en el medio ambiente. Una manera de ser conscientes de esto es reflexionar sobre la altísima dependencia del petróleo que tiene nuestra alimentación. Hay quien ha calculado que por cada caloría que obtenemos de los alimentos «convencionales» que consumimos en los países ricos han sido necesarias diez calorías procedentes del petróleo: - Producción de pesticidas y fertilizantes, que implica extracción, transporte de las materias primas y procesado. - Maquinaria agrícola. Extracción, transporte y fabricación de la maquinaria. Combustibles. - Insumos: transporte de semillas, pesticidas y fertilizantes. - Transporte de los productos, a veces a lo largo de distancias de miles de kilómetros. - Transformación de los alimentos en productos alimentarios, incluida la producción de conservantes. - Envasado, muchas veces en envoltorios plásticos. - Transporte y comercialización. - Por no hablar de la energía consumida en la publicidad, comercialización, viajes... Y en el tratamiento de los residuos que genera todo esto. Esto es posible por el extraordinario regalo que la naturaleza ha hecho a la humanidad en forma de combustibles fósiles. Pero es un regalo que ha hecho una vez en la historia del planeta Tierra y que no volverá a repetirse. Mientras el petróleo sea relativamente abundante y barato, esta manera de producir alimentos seguirá funcionando. El día en que el petróleo sea escaso y caro vamos a tener serios problemas de alimentación. 20

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Las consecuencias de nuestra manera de alimentarnos son aún más evidentes en lo que respecta al consumo de carne. Seguramente sea este uno de los alimentos con más repercusiones sociales y medioambientales. Sigamos, por tanto, la pista a un plato de carne, por ejemplo de ternera. Una carne que hemos podido comprar en un puesto del mercado o en una bandeja de plástico en un supermercado. Y nos preguntamos: antes de estar en el punto de venta, esta carne, ¿dónde ha estado? Lo sabemos, aunque no siempre queramos verlo: en el rastro. Está claro que para poder comer carne de cualquier animal antes hay que matarlo. Algunas personas son sensibles a esto y rechazan matar animales para comer su carne. Otros no ven inconveniente en ello, sino en la manera como se trata a los animales a la hora de sacrificarlos. En los ámbitos rurales tradicionales, la matanza era –y sigue siendo– algo natural, a lo que los niños se habituaban desde pequeños. Los animales convivían con los humanos y, llegada la hora, se los mataba para su consumo. Pero hoy esto está muy lejos de lo que sucede en los mataderos industriales 1. «Si los rastros tuvieran las paredes de cristal, mucha gente se haría vegetariana» (Paul McCartney). ¿Por qué muchas personas ven con agrado la pieza de carne tras el mostrador del carnicero, pero serían incapaces de visitar un matadero? De todas maneras, este es un tema abierto: la humanidad siempre se ha alimentado de carne animal. De lo que estamos hablando no es de dejar de hacerlo, sino de las repercusiones de la forma que tenemos hoy de producir carne para el consumo humano. Sigamos «tirando del hilo».

Ssegún datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, en España, en 2014 se sacrificaron en los mataderos de España 829.193.328 animales, resultando de media diaria 5.980 terneras, 119.133 cerdos, 143.361 conejos y 1.972.860 aves. 1

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Antes de pasar por el rastro, ¿dónde han estado esos animales? El imaginario colectivo, impulsado por una hábil publicidad, nos lleva a verdes praderas, rodeadas de preciosos paisajes, donde las vacas y las ovejas pastan en libertad y felicidad. Pero la realidad normalmente no es esa, sino que la inmensa mayoría de la carne que consumimos se ha producido en granjas intensivas donde los animales están hacinados, sin apenas poder moverse, sin ver la luz del sol ni salir al exterior en todo el día –y en toda su vida–, en unas condiciones físicas muy alejadas de lo que sería su condición «natural» de vida. No es extraño que muchos de estos animales muestren estados anormales de conducta, como las autolesiones o la agresividad con sus semejantes (ese es el motivo por el que a los pollitos se les corta el pico al nacer: para que no puedan dañar a otros pollos durante el duro proceso de cría al que son sometidos). De nuevo es una realidad que no vemos, pues se oculta a la mirada del público para no herir nuestra sensibilidad. Hay un dato significativo, y es que más de la mitad de los antibióticos que se consumen en Estados Unidos y en la Unión Europea son con destino animal, no humano. A los animales así criados se les suministran antibióticos (y otras sustancias como hormonas para acelerar el crecimiento) para que puedan soportar las condiciones tan duras a las que son sometidos. De lo contrario enfermarían y morirían, como de hecho ya ocurre con un cierto porcentaje. Pero el que mueran unos pocos animales en el proceso no cuestiona el modo de producción, pues esas «pérdidas» concretas son compensadas por los beneficios globales. Y de nuevo nos topamos con la razón de ser de esta manera industrializada de producir carne: es la forma que proporciona más ganancias al productor –y, sobre todo, al distribuidor–, a la vez que hace posible colocar en el mercado ingentes cantidades de carne a un precio «competitivo». Beneficios para productores, distribuidores y consumidores a costa de perjuicios para los animales, que son tratados como mera mercancía. 22

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Pero sigamos la pista más allá de las granjas intensivas. Estos animales así criados ¿qué comen? Desde luego no se alimentan de hierba fresca de las verdes praderas que nos muestran las imágenes publicitarias. Lo normal es que se les dé de comer forrajes, elaborados sobre todo con maíz y soya. Y estas materias primas, ¿de dónde vienen? En Europa se cultiva maíz, pero la soya procede de otros países 2. Si le seguimos el rastro a la soya que llega a España, fácilmente llegamos, por ejemplo, a un puerto brasileño donde la soya es cargada por toneladas en las bodegas de cargueros especializados. Y antes de llegar a ese puerto, en el caso de Brasil, esa soya se ha cultivado casi seguramente en grandes plantaciones tierra adentro, en terrenos que hasta hace relativamente poco eran selva virgen. Es así: la demanda mundial de soya lleva décadas creciendo, exactamente al mismo ritmo con que crece la demanda mundial de carne, lo cual hace que algunos países dediquen cada vez más tierra a este cultivo, a costa, en el caso de Brasil, de restar terreno a la selva tropical. Sabemos que la Amazonia se está desforestando a un ritmo alarmante; ahora sabemos que con nuestro consumo de carne estamos contribuyendo, siquiera de manera inconsciente, a esa deforestación. No solo encontramos dramáticas consecuencias medioambientales, también sufren las poblaciones de los países productores de soya. Con frecuencia se piensa, no sin cierta lógica, que a esos países les vienen bien las exportaciones y que, por tanto, les hacemos bien comprándoles sus productos. Sin embargo, siempre debemos preguntarnos a quién benefician y a quién perjudican esas exportaciones. Porque lo cierto es que muchas veces los beneficiados son grandes corporaciones –y no es raro que sean empresas transnacionales que operan en esos países,

2   España es el país de la Unión Europea que más soya importa: 5,3 millones de toneladas al año (113 kilos por habitante), la mayoría procedente de Argentina, Brasil, Estados Unidos y Paraguay.

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o sea, que ni siquiera son empresas nacionales– y los perjudicados los habitantes locales, que ven sustituidos sus bosques por monocultivos de soya en manos de estas empresas. No es extraño que de vez en cuando nos lleguen noticias de líderes campesinos asesinados después de haberse opuesto a estos invasivos agronegocios. Crímenes que, para aumentar la desgracia y la injusticia, muchas veces quedan impunes. Brasil todavía tiene mucha selva virgen –mucha «mata» que desmatar–. Si nos vamos a Argentina encontramos una diferente situación. En Argentina, la mitad de las tierras cultivadas lo son de soya para la exportación (¡un país donde hay problemas de malnutrición infantil dedica la mitad de sus cultivos a la exportación!). Y allí ya no queda mucha «mata que desmatar»; los cultivos de soya han ido sustituyendo a otros terrenos de cultivo, próximos a poblaciones rurales. Y aquí presenciamos otra escena del mismo drama. Prácticamente la totalidad de la soya que se cultiva en el mundo para engorde de ganado es soya transgénica, es decir, una planta que ha sido modificada genéticamente para resistir a un pesticida artificial llamado glifosato. Este es muy agresivo y mata no solo las plagas, sino también a otros seres vivos vegetales y animales presentes en los suelos. El procedimiento es cómodo y rentable para el productor: se planta esa soya transgénica, se rocía con este veneno y el resultado es que se muere prácticamente todo lo que no sea la planta de soya. No hace falta ser un experto en biología para darse cuenta de que para los suelos esto supone una catástrofe, pues se pierde la biodiversidad, tan rica para la vida, como nos recuerda el papa Francisco: Posiblemente nos inquieta saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor visibilidad. Pero, para el buen funcionamiento de los ecosistemas, también son necesarios los hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable variedad de microorganismos.

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Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar el equilibrio de un lugar (LS 34).

Con los monocultivos que reducen la riqueza del suelo, al final este se convierte en un mero sustrato físico, no en ese maravilloso y misterioso universo de vida microscópica que sostiene otros niveles de vida. Además, un monocultivo está más expuesto a las plagas que un policultivo donde hay presentes cientos o miles de especies que pueden responder mejor a ellas. ¿Por qué entonces los monocultivos están sustituyendo imparablemente a los cultivos tradicionales? Por una cuestión meramente económica que tiene que ver con los beneficios de las empresas del agronegocio. Más beneficios hoy a costa de comprometer la fertilidad futura del suelo. Se olvida así que «cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras» (LS 68). Cuando este desastre medioambiental ocurre en mitad de la Amazonia, lejos de poblaciones humanas, sufre el medio ambiente con todas sus criaturas vivas. Pero cuando sucede junto a poblaciones rurales en Argentina sufren los seres humanos, pues el viento no conoce fronteras y el veneno rociado sobre los campos es esparcido en el aire que respiran las personas. Desde hace décadas se viene documentando el aumento alarmante de enfermedades –cánceres, infertilidades, deformaciones genéticas...– en zonas rurales del interior de Argentina debido a la exposición al glifosato. Hay movimientos ciudadanos que llevan tiempo pidiendo el control de este pesticida, pero hasta ahora el Gobierno argentino ha hecho poco caso a estos «daños colaterales», como consecuencias menores de un negocio que mueve mucho dinero. Aquí termina de momento nuestro «juego de pistas» tras la carne de nuestros platos. Vemos que, siguiendo su rastro, en25

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contramos maltrato animal, degradación medioambiental, violencia contra poblaciones locales y deterioro de la salud de personas. Y nuevamente, cuando nos preguntamos por las causas de todo esto, llegamos a un sistema de producción y consumo que pone en el centro el beneficio económico antes que la defensa de la vida. Pero todavía hay otros aspectos más que hemos de tener en cuenta respecto a esta manera penosa de producir carne. Por una parte se trata de la cantidad de recursos materiales necesarios para producirla (ya lo hemos visto al referirnos a la dependencia del petróleo). No solo es la superficie de terreno 3, también es el uso de ingentes cantidades de agua, pesticidas y fertilizantes artificiales, producción y transporte de insumos, transporte de los productos y tratamiento de los residuos. En un mundo de recursos limitados, dedicar tantos a la producción de carne resulta, más allá de consideraciones éticas, sencillamente insensato. Por otra parte, hay un dato que se maneja en ámbitos agropecuarios llamado «índice de conversión», y es la proporción entre el alimento consumido por un animal a lo largo de su vida y el peso de ese animal en el momento de ser sacrificado. En el caso de animales de producción industrial, los procesos están estudiados para optimizar al máximo esa proporción, de forma, por ejemplo, que cuando un animal deja de crecer y, por tanto, de ganar peso, deja de ser rentable alimentarlo y está listo para el matadero. Se trata, como vamos viendo, de producir el máximo de carne con el mínimo de forraje. Y aun así la proporción en el caso de la carne de ternera está en torno a diez: hacen falta diez kilos de forraje para producir un kilo de ternera (en el caso de cerdos y corderos, la proporción viene a ser

3   Veterinarios sin Fronteras ha calculado, por ejemplo, la superficie necesaria para cultivar el alimento para el ganado que se consume en Cataluña y el resultado es superior a la tierra fértil cultivada en ese mismo territorio.

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de cinco y en el caso de los pollos, de 2,5). De alguna manera podemos decir que para comer un kilo de carne de ternera hacen falta diez kilos de cereales, pero para comer un kilo de cereales solo necesitamos... un kilo de cereales. En esta manera de convertir alimentos vegetales en carne hay un claro desperdicio de nutrientes alimentarios. Y aquí entra una cuestión de justicia. En un mundo donde, según la FAO, hay casi mil millones de personas «severamente desnutridas» –que es un eufemismo para decir «que pasan hambre»– es un escándalo inaceptable que estemos desperdiciando tantos recursos para alimentarnos con una dieta tan innecesariamente carnívora. El mundo tiene recursos suficientes para alimentar a 7,000 millones de personas, ¡pero no de esta manera! No si pretendemos que todos comamos carne todos los días, sobre todo una carne así producida. No deberíamos tener problema moral en alimentarnos con animales que han estado pastando hierba del campo –pues esta no es apta para el consumo humano–, pero, habiendo tanta gente que pasa hambre, deberíamos evitar comer carne de animales que se han alimentado con alimentos aptos para el consumo humano, sabiendo además que hacen falta diez kilos de soya y maíz para producir un kilo de ternera. Llegados a este punto, es posible que nos preguntemos: ¿cómo podemos alimentarnos de otra manera? ¿Cómo podemos comer carne sin causar tanto daño? Es buena señal si nos hacemos estas preguntas, pero aún es pronto para dar respuestas. Sigamos adelante en nuestro particular «juego de pistas».

Productos de aseo y limpieza He aquí algo sencillo que podemos hacer: dar la vuelta a cualquiera de los productos de limpieza y aseo que utilizamos, por ejemplo un jabón líquido o shampoo, y mirar la lista de ingre27

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dientes. ¡En algunos casos necesitaremos una buena lupa! Seguramente nos sorprenderá la cantidad de componentes que leemos: algunos jabones líquidos y shampoos cuentan con más de cuarenta ingredientes distintos, la mayoría de ellos desconocidos para la gente normal. ¿Qué son estos componentes? Espesantes, emulsionantes, anticongelantes, aromatizantes, conservantes, acondicionadores... ¿Realmente hacen falta tantos elementos para fabricar un jabón líquido? La mayoría de las personas no tenemos respuesta, pero algo nos dice que las cosas podrían ser más sencillas... Tal vez los cuarenta ingredientes de nuestro champú, así combinados, no son dañinos para nuestra piel, pero pensemos que, una vez usados, van por el desagüe y se mezclan con las decenas de ingredientes del gel de ducha, el acondicionador del cabello, el lavavajillas, el limpiador de pisos, el limpiacristales, el detergente... Es un ejercicio de paciencia, pero no es difícil: hagamos una lista con todos los ingredientes distintos de todos los productos de limpieza y aseo que utilizamos en nuestra casa: ¡centenares de ellos! Y todos esos se mezclan en el sumidero y van por las cañerías de desagüe hasta las alcantarillas, las plantas de depuración (muchos no se eliminan), ríos, acuíferos y océanos, como recuerda el papa Francisco: Las aguas subterráneas en muchos lugares están amenazadas por la contaminación que producen algunas actividades extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo en países donde no hay una reglamentación y controles suficientes. No pensemos solamente en los vertidos de las fábricas. Los detergentes y productos químicos que utiliza la población en muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares (LS 29).

Los geólogos nos dicen que la cantidad de agua que hay en el planeta es siempre la misma, ¡pero es un agua cada vez más su28

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cia! ¿Es necesario que para que nosotros, nuestra ropa y nuestras casas estén limpias el planeta tenga que estar cada vez más sucio? ¿No podemos lavarnos de otra manera? Queden de momento aquí estas preguntas. Si miramos con detalle, seguramente alguno de los ingredientes de nuestros jabones líquidos y shampoos tiene un nombre parecido a Arcorbyl Palmitate, Sulfopalmate o Methyl Palmitate. Se trata de productos derivados del aceite de palma, un aceite de origen vegetal que se obtiene del fruto de la palma africana (Elaeis guineensis), originaria de África occidental, de la que ya se obtenía aceite hace cinco mil años. Los españoles la llevaron a América en los primeros siglos de la colonización y en épocas más recientes ha sido introducida en Asia. En particular, Malasia e Indonesia se han convertido en grandes productores de este aceite, muy barato de producir y muy versátil, pues, además de para productos de aseo, también es utilizado en alimentación y en la fabricación de biocombustibles. Si viajamos a la isla de Borneo observaremos un fenómeno parecido al de las plantaciones de soya en la Amazonia: donde apenas hace unos años había una maravillosa selva virgen, ahora hay enormes extensiones de monocultivos de palma aceitera. Y ya vamos conociendo las consecuencias negativas de estos: «El reemplazo de la flora silvestre por áreas forestadas con árboles, que generalmente son monocultivos, tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque puede afectar gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las nuevas especies que se implantan» (LS 39). Los defensores de este nuevo agronegocio argumentan que fomenta la economía y crea puestos de trabajo. Y es cierto, pero siempre debemos preguntarnos: ¿quién se beneficia y quién sale perjudicado con ello? Porque, si observamos más en detalle, veremos cómo los beneficios económicos se concentran en muy pocas manos mientras buena parte de la población local se ve forzada a emigrar. La pregunta que siempre debemos hacer29

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nos no es cuánta riqueza se crea, sino a cuánta gente beneficia, cómo se reparte esa riqueza y a cuánta gente perjudica. Dar por supuesto que el crecimiento económico global beneficia a todos es una de las creencias incuestionables del sistema económico y cultural en el que vivimos. ¡Pero debemos cuestionarla! En el caso de la isla de Borneo, lo que observamos es que, con esta manera industrializada de producir aceite, el medio ambiente es el gran perjudicado. Seguramente habremos oído hablar de la reducción progresiva de la población de orangutanes –una de las especies de simios más próximas al ser humano–, al estar perdiendo su hábitat natural. Es solo una dimensión de esta tragedia ecológica que afecta a miles de especies animales y vegetales. El papa Francisco, en el epígrafe dedicado a la «Pérdida de biodiversidad» (LS 32-42), se lamenta: Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho (LS 33).

Este lamento por las especies perdidas no responde únicamente a una sensibilidad «ecologista», en el sentido tópico de preocupación por los animales en peligro; también tiene una ineludible dimensión humana y social, pues, «cuando se habla de “medio ambiente”, se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita» (LS 139). Dañar al medio ambiente es dañar el medio en el que vivimos los humanos. La preocupación por la naturaleza y la preocupación por los seres humanos van de la mano. El aceite de palma no es solo uno más de los muchos ingredientes de nuestros productos de aseo: es uno de los más utilizados. Y ya vemos que detrás de él encontramos degradación 30

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medioambiental y pérdida de biodiversidad. Y de nuevo, si nos preguntamos por las causas de esta desastrosa manera de producción, llegamos a la misma respuesta: esta manera barata de producir, que no tiene en cuenta los costes sociales y ambientales, es la que da más beneficios a productores y distribuidores a la vez que hace que los consumidores puedan acceder a estos productos a un precio asequible. Pero ya vemos que no todos salen ganando con ello. Hemos seguido la pista al bote de shampoo o jabón liquido de nuestra ducha, es decir, al contenido del bote. Pero si siguiéramos la pista a este, ¿qué encontraríamos? ¿De dónde procede el bote de plástico que contiene nuestro shampoo? La respuesta es mucho más sencilla que la del aceite de palma: del petróleo. Y aquí las pistas nos llevarían a terrenos por desgracia conocidos: la degradación medioambiental que supone el petróleo, la corrupción que conlleva todo el dinero que mueve, la violencia y las guerras que implica... ¿Es necesario participar de toda esa suciedad para mantenernos limpios? ¿No podemos utilizar jabones sólidos, sin envases de plástico de usar y tirar, aunque nos suponga el esfuerzo de frotar la esponja o el estropajo? Es algo que veremos en el capítulo dedicado a las líneas de orientación y acción. De momento quede aquí este apunte.

Aparatos tecnológicos Nuestro cuarto rastreo siguiendo la pista a objetos cotidianos de consumo nos hace preguntarnos por la procedencia de los teléfonos móviles, tabletas, ordenadores portátiles y otros dispositivos tecnológicos que están resultando imprescindibles en nuestras sociedades desarrolladas. ¿De dónde vienen, cómo se han fabricado y qué repercusiones han tenido? (De nuevo las preguntas obligatorias.) Vayamos tirando del hilo, en este caso «inalámbrico». 31

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No es raro que las grandes compañías de telefonía ofrezcan modalidades de contrato que incluyen el suministro de teléfonos celulares. A veces incluso con la posibilidad de cambiarlos por otros nuevos al cabo de cierto tiempo. Son ofertas irresistibles para muchos consumidores, especialmente adolescentes y jóvenes. Los teléfonos celulares se han convertido en un elemento de identidad y una señal de autonomía personal que se antoja irrenunciable. ¿De dónde vienen? ¿Dónde se han fabricado? No es difícil encontrar la respuesta, pues en la mayoría de los propios aparatos encontramos esa información. Muchos de los primeros teléfonos celulares se fabricaban en Alemania y en Europa del Este. Hoy la gran mayoría se ensamblan en China, un país que se ha especializado en el montaje de pequeños electrodomésticos medianos y de aparatos electrónicos. Allí los trabajadores pasan muchas horas al día, muchos días a la semana, sentados sobre sus mesas de montaje en tareas minuciosas y repetitivas, ejercitadas con gran velocidad y precisión. Los orientales en general, y los chinos en particular, se caracterizan por ser muy capaces para este tipo de labores (de ahí viene la expresión «trabajo de chinos»). Y todo esto por muy poco dinero. Por eso cualquiera que tenga algo que ensamblar hoy en el mundo acude a China (y también a Camboya, Singapur, Vietnam y otros países de los llamados «tigres asiáticos») a contratarlo, pues en ningún otro lugar del mundo encontrará precios tan «competitivos». Una vez más constatamos cómo el criterio de la maximización de la ganancia es el que configura los mapas laborales. En China, como en Bangladesh, las condiciones de trabajo son muy duras; aunque, que sepamos, no tan inseguras: al menos no nos llegan noticias de desplomes de edificios. China es un país, por tanto, especializado en ensamblaje de aparatos, pero la fabricación de las piezas y el origen de sus materiales no siempre se localizan en el país. En concreto, para la fabricación de los teléfonos celulares es imprescindible un 32

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componente que no se encuentra en China. Se trata del coltán (colombio-tántalo), un mineral que tiene la asombrosa capacidad de ser un excelente conductor, calentándose mucho menos que otros metales. Por eso resulta imprescindible en la fabricación de aparatos de microelectrónica, como teléfonos celulares, tabletas y ordenadores portátiles. Se trata de un mineral difícil de encontrar. Aproximadamente un 10 % de los yacimientos a nivel mundial está en Australia y otro tanto en otros países. El resto, un 80 %, en el este de la República Democrática del Congo, donde las condiciones de trabajo son no solo duras e inseguras, sino también muchas veces en condiciones de esclavitud, incluyendo el trabajo forzado de niños, pues sus cuerpos y dedos más menudos son más aptos para el trabajo en las reducidas galerías de las minas. La República Democrática del Congo es un país riquísimo en recursos naturales que lleva años a la cola en la lista del Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Una serie de gobiernos inestables y corruptos, junto con la fragilidad de las instituciones estatales y la injerencia interesada de agentes externos, han propiciado un Estado fallido donde la violencia ya es algo crónico. Según datos de Naciones Unidas, en el este del país se estiman más de cinco millones de muertes violentas en la última década, unas cifras impresionantes y escandalosas que deberían movilizar a la opinión pública y a los gobiernos de todo el mundo. Y, además de los millones de muertos, los incontables casos de mujeres violadas, familias desplazadas, niños sin escuela... ¿Por qué sucede todo esto? Las propias Naciones Unidas no dudan en reconocer que este clima de violencia está relacionado con la rapiña de recursos naturales, especialmente mineros y más especialmente vinculados al coltán. Desde los países vecinos a la región de los Lagos –Uganda, Ruanda y Burundi– se promueven los grupos guerrilleros que controlan la región sin que hasta ahora la presencia de los «cascos azules» de Naciones 33

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Unidas haya podido establecer un orden efectivo y duradero (aunque seguramente la situación sería mucho peor sin esa presencia). El drama de la República Democrática del Congo es «el genocidio del que nadie habla», una tragedia de la que los medios de comunicación convencionales apenas se hacen eco. Y es que hay muchos intereses en juego, intereses económicos de quienes sacan beneficio de este «río revuelto» cargado de minerales. Y en último término estamos los consumidores, que disfrutamos de nuestros aparatos electrónicos a un precio sensiblemente inferior al que sería si se tuvieran en consideración todos los costes humanos que conllevan. Una vez en África, y para completar el itinerario de nuestro rastro, además de preguntarnos de dónde vienen nuestros aparatos electrónicos podemos preguntarnos también adónde van al término de su vida útil. Porque si le seguimos la pista a la electrónica que desechamos, tal vez nos llevemos la sorpresa de vernos de nuevo en el continente africano, ahora en algún vertedero electrónico en Costa de Marfil o Ghana. La Unión Europea tiene prohibida la exportación de basura electrónica, pero no la de «material informático de segunda mano». Es cuestión de etiquetado, con lo que a estos países llegan semanalmente toneladas de aparatos electrónicos desechados por los mercados europeos. Muchos de estos aparatos ya no funcionan y allí son desguazados por hombres y jóvenes en condiciones precarias que ponen en peligro su salud al estar directamente en contacto con los materiales tóxicos de los chips. No solo sufre la salud de estas personas; también la del medio ambiente, cada vez más contaminado por metales pesados y otros componentes químicos. Está claro que «hacen falta marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el hecho de que países poderosos expulsen a otros países residuos e industrias altamente contaminantes» (LS 173). 34

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Rapiña, violencia, trabajos forzados, migraciones e inestabilidad social en el origen del mineral. Daño a la salud de las personas y degradación medioambiental al final del recorrido. De África a África pasando por las factorías de China y los mercados occidentales. De nuevo, esta es la manera barata de producir bienes de consumo masivos para una población que, hasta ahora, poco se pregunta por la procedencia de los objetos de consumo que utiliza.

Hacia una conversión ecológica Detrás de nuestras camisetas de algodón, y de nuestros alimentos, y de los productos de limpieza y aseo, y de nuestros teléfonos celulares y computadoras, y detrás también de nuestros vehículos, y de la manera como nos desplazamos, y de la energía que utilizamos, y del dinero que depositamos en los bancos... En definitiva, detrás de nuestra forma de vida casi siempre encontramos explotación de personas y deterioro medioambiental. Es así. Así funciona el sistema de producción y consumo en el que vivimos. Un sistema que hace que las grandes empresas aumenten sus beneficios (y su poder) y que los consumidores podamos acceder a gran cantidad de objetos de consumo sin ser conscientes de que hay unos costes humanos, sociales y medioambientales que no estamos pagando. Un sistema que establece como principal objetivo el beneficio económico por encima del respeto a las personas y a la naturaleza: Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están

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íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta» (LS 56).

Es el momento de recuperar las preguntas que nos hemos ido haciendo a lo largo de nuestro «juego de pistas»: ¿es inevitable tanto sufrimiento? ¿Es posible alimentarse, vestirse, lavarse, utilizar la tecnología... sin contribuir a tanto desajuste y dolor? ¿Podemos llevar una vida socialmente aceptable sin causar tanto daño? Es normal que nos preguntemos estas cosas. Nos consideramos buena gente, no queremos hacer mal a nadie. Y ahora resulta que con nuestra manera de vivir estamos contribuyendo al sufrimiento de otras personas, de otras criaturas vivas y de la creación. No es maldad; ha sido ignorancia e inconsciencia. Como creyentes, además, descubrimos esta incoherencia de hecho entre nuestra fe y la manera como vivimos. ¿Cómo es posible que no hayamos reparado antes en esto? «En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz» (LS 200). La llamada a la conversión ecológica se convierte así en una cuestión de plena actualidad y necesidad: Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta

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entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana (LS 217).

El papa Francisco nos recuerda que «lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir» (LS 216). Todo está relacionado. Todo contribuye. Nuestras acciones cotidianas tienen repercusiones, cerca y lejos, y el Evangelio nos invita a ser conscientes de ello y a obrar en consecuencia. ¿Qué podemos hacer? Lo primero es empezar por tomar conciencia de que estamos ante una cuestión de gravísima importancia que afecta a la vida y la salud de muchas personas y del medio ambiente, y que tiene mucho que ver con la manera como vivimos la mayoría de los que habitamos en los países desarrollados: Como suele suceder en épocas de profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera (LS 59).

Sin embargo, lo cierto es que:

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Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, solo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones (LS 161).

Seamos, pues, conscientes de que estamos ante un reto de envergadura que implica «cambios profundos»: «Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en “los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad”» (LS 5). ¿Qué podemos hacer entonces? La pregunta es más que pertinente, pero la respuesta no está solo ni en primer lugar en el nivel del hacer. Si leemos en profundidad Laudato si’ encontramos cómo el hacer es algo que debe venir acompañado del convertir la mentalidad y las actitudes. Algo que está en línea con el mismo Evangelio: Se presentaron unos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre había vertido Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque acabaron así? Les digo que no; y, si no se convierten, todos perecerán lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no. Y, si no se convierten, todos perecerán de la misma manera» (Lc 13,1-5).

Vivimos, por tanto, inmersos en un sistema de producción y consumo que precisa de profundos cambios. Pero es ilusorio pensar que el sistema puede cambiar sin que cambiemos las 38

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personas. Por eso es necesaria una conversión ecológica que abarque todas las dimensiones de la persona y de la vida social. Todo es importante, porque todo está relacionado.

Todo está relacionado La expresión «todo está relacionado» se repite cinco veces en la encíclica, otras cinco veces aparece la frase «todo está conectado», y otras muchas se repite la misma idea con otras palabras. He aquí uno de los ejes transversales de Laudato si’. ¿Qué es lo que está relacionado? Hagamos una rápida síntesis: -La naturaleza es una trama de relaciones. «Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros» (LS 42). «La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente» (LS 86). «Así como los distintos componentes del planeta –físicos, químicos y biológicos– están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca terminamos de reconocer y comprender» (LS 138). -Los seres humanos formamos parte de esa trama maravillosa. «Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados» (LS 139). No estamos sobre la naturaleza, sino en la naturaleza. «Siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde» (LS 89). Esto supone «la amorosa conciencia de no estar desconectados de 39

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las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal» (LS 220). - La preocupación por la naturaleza y la preocupación por las personas son expresiones de una misma sensibilidad. «El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social» (LS 48). «Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (LS 49). «No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos» (LS 91). - El nivel personal está relacionado con el nivel social. «Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: “Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”. En ese sentido, la ecología social es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacional» (LS 142). - Están relacionados el cuidado de uno mismo, de los demás y de la naturaleza. «En estos relatos tan antiguos [de la Biblia], cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (LS 70). 40

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«Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados» (LS 92). «Si la crisis ecológica es una eclosión o una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano» (LS 119). Finalmente, como broche precioso que Francisco se reserva para el final de la encíclica, nos recuerda que «las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones» (LS 240). ¡Preciosa constatación! El mundo es una trama de relaciones porque el mismo Creador es una trama de relaciones. A los cristianos se nos abre aquí una maravillosa puerta de comprensión del misterio de la Trinidad: «Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad» (LS 240). Los cristianos estamos en disposición de comprender más fácilmente que el mundo, la naturaleza, el cosmos, son en esencia relaciones entrelazadas, porque creemos en un Dios que es, en esencia, relación amorosa, dinámica, fecunda: Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no solo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación (LS 240).

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En esto radica lo más esencial del Dios en el que creemos los cristianos: no es un Dios inmóvil y estático, sino un Dios amor que pone en juego su ser amor, que ha imprimido en la creación su dinamismo de amor y que invita a todas las criaturas a formar parte de ese dinamismo amoroso. Solo por ahondar un poquito más en este misterio ya merece la pena leer Laudato si’.

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Ejercicio práctico: un bienestar sostenido por sufrimiento Hemos hecho un recorrido por lo que hay detrás de algunos de los objetos cotidianos de consumo que son parte de nuestro estilo de vida. Como bien advierte el papa Francisco, «el objetivo no es recoger información o saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar» (LS 19). Preciosa advertencia. Como escribía san Pablo, «el conocimiento engríe; el amor edifica» (1 Cor 8,1). Lo importante no es tanto alimentar nuestro conocimiento como cultivar nuestra sensibilidad hacia el dolor ajeno. Por eso terminamos este capítulo con una nueva propuesta de ejercicio de conciencia corporal. Se trata de pasar por el corazón todo esto que hemos visto, convirtiendo en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, como paso necesario para la conversión ecológica.

Busco un lugar tranquilo. Desconecto mi celular y otros dispositivos que puedan interrumpir este ejercicio. Me siento en una postura cómoda, con la espalda y las piernas rectas... Centro mi atención en la respiración. Sin forzarla; solo percibiéndola, aunque seguramente sienta cómo poco a poco mi respiración se va haciendo más pausada y profunda... Percibo mi cuerpo en su totalidad y en cada una de sus partes... Me siento bien, me siento vivo... Me siento en conexión con todos los seres vivos... Me siento parte de una creación que está viva...

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Me encuentro bien... Y, casi sin darme cuenta, una sonrisa ha apuntado en mis labios... Siento mi cuerpo a gusto y en equilibrio... Me hago consciente de la maravilla y del milagro que es estar vivo... ... Dirijo mi atención a la percepción de mi piel en contacto con el aire... Siento su temperatura, tal vez un ligero movimiento de aire en torno a mi piel... Y también el contacto de mi piel con la ropa que llevo puesta... Siento la textura y la presión... Siento cómo la ropa protege y abriga mi cuerpo, y lo agradezco... Intento imaginarme de dónde ha venido esta ropa antes de estar aquí, sobre mi cuerpo... Visualizo a otras personas cortando las piezas de tela... Cosiéndolas... Veo sus manos trabajar la tela, sus caras fijas en la labor... Son personas como yo, con sus dificultades, sus alegrías, sus seres queridos... Veo el sufrimiento en sus caras, el cansancio, la dureza de sus vidas... Sigo «tirando del hilo» y visualizo a otras personas cargando los tejidos, sumergiéndolos a mano en contenedores de colores... Intento percibir el olor a los productos químicos con los que se tiñen los tejidos... Siento el sufrimiento de estas personas, su poca salud, y también el sufrimiento de la Madre Tierra que sufre tanta contaminación química... Me imagino entre campos de cultivo... junto a personas de todas las edades cosechando el algodón... Siento el sufrimiento de la tierra degradada, agotándose... Vuelvo a sentir la ropa en contacto con mi piel... Una ropa cargada de dolor... ... Probablemente, la ropa que llevo ahora puesta está limpia, como mi piel... Tomo conciencia de la última vez que me he lavado, seguramente hoy mismo... Reconozco que parte de mi bienestar se debe al hecho de sentirme limpio...

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Intento recordar los productos que han contribuido a que mi piel y mi ropa estén limpios... Jabones, geles, shampoos... Y me imagino a las personas que los han fabricado, personas como yo... Me introduzco con la imaginación en el interior de estos productos de limpieza... Buceo entre sus componentes... Tal vez encuentre muchos elementos químicos que no conozco... Viajo con ellos primero a través de mi piel y después por las cañerías y alcantarillas... Noto cómo se van añadiendo otros muchos productos químicos que van alterando la composición del agua... Siento cómo soy arrojado a un río junto con todos esos productos... Y experimento el sufrimiento de la Madre Tierra, que se queja ante tanta contaminación en sus aguas... Me voy ahora con mi imaginación a una isla del Pacífico... Visualizo las extensiones infinitas de palma aceitera... Intento recordar cómo eran estos paisajes hace cinco, diez, veinte años... Me siento en comunión con los seres vivos que los habitaban... Y siento como propio el dolor de la creación, que gime... La limpieza de mi cuerpo y de mi ropa se sostienen sobre ese dolor... ... Vuelvo a sentir mi cuerpo, en maravilloso equilibrio y bienestar... Me encuentro bien, de temperatura y humedad, de ritmo cardíaco, de otros indicadores corporales... Me hago consciente de que me encuentro bien, entre otros motivos, porque mi cuerpo está bien alimentado... Intento recordar lo último que he comido, quizá hace tan solo un rato... Y me siento afortunado de haber podido hacerlo... Me pregunto de dónde vienen los alimentos que he tomado y viajo con mi imaginación... Veo los campos de cereal rociados tal vez con venenos... Los inmensos campos de soya que alimentarán a los animales encerrados en granjas intensivas... Y me sumerjo en la tierra: una tierra cada vez más empobrecida de nutrientes, cargada de fertilizantes y pesticidas, regada con la energía del petróleo...

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Me hago consciente del sufrimiento que hay en los alimentos que tomo... Mi salud corporal descansa sobre el dolor de otras criaturas y de la creación... ...Vuelvo a sentir mi cuerpo, mi respiración... Me encuentro bien... Y me hago consciente de que este bienestar mío se apoya en el sufrimiento de otras criaturas... Hago mío este dolor... ... Reconozco en lo profundo de mí una voluntad de no querer contribuir a más dolor y sufrimiento... ¡No mientras yo sea consciente! ¡No mientras pueda evitarlo!... Y descubro, en lo profundo de mí, una voluntad de conversión... Voluntad de no querer contribuir a más sufrimiento, de hacer lo que dependa de mí para evitarlo y aliviarlo... Acojo esta voluntad de conversión, la acaricio, valoro, agradezco... Y hago de ella una oración, en la forma como yo suela hacerlo... ...

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II CONVERTIRSE Y CREER EN LA BUENA NOTICIA El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en esta buena noticia (Mc 1,15) Dios pasa por alto aquellos tiempos de ignorancia, pero ahora anuncia en todas partes y a todos los hombres que se conviertan (Hch 17,30)

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Después de un primer recorrido por lo que le está pasando a nuestra casa común y la relación que eso tiene con nuestra vida, abordamos la necesidad de una conversión ecológica. Así se titula uno de los epígrafes del último capítulo de la encíclica (LS 216-221), aunque Francisco recuerda al principio de Laudato si’ (n. 5) que la expresión ya fue propuesta por Juan Pablo II en 1979. La palabra «conversión» (y el verbo «convertir/convertirse») –que significa «transformación» («transformar/transformarse»)– tiene una amplia riqueza de sentidos: transformaciones naturales o físicas, sociales, personales, morales o religiosas. La palabra «conversión» nos habla, por tanto, no solo de un cambio externo, sino también interno. Sabemos que las transformaciones exteriores sirven de poco si no hay un cambio de actitud, de comportamiento, de mentalidad, valores y prioridades, en definitiva, del corazón: Recordemos el modelo de san Francisco de Asís para proponer una sana relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar desde dentro (LS 218).

Por otra parte, el verbo «convertirse» puede significar tanto «transformarse» como «ser transformado». No todo depende de la voluntad propia. Por eso son importantes las condiciones adecuadas que posibiliten las transformaciones. Como creyentes sabemos que es el Espíritu quien nos transforma y nos configura al modo de Jesús, con tal de que pongamos esas condiciones adecuadas. Y, además de la acción del Espíritu, los demás también nos ayudan a transformarnos, nos estimulan 49

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y nos confrontan, con tal de que estemos dispuestos a dejarnos transformar. Convertirse significa, por tanto, cambiar. Al principio del capítulo VI de la encíclica, Francisco nos recuerda: Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración (LS 202).

El texto menciona tres ámbitos de conversión: convicciones, actitudes y formas de vida. En este bloque abordamos los dos primeros –cambiar la manera de pensar y las actitudes–; en el siguiente abordaremos las líneas de orientación y acción para ayudarnos a cambiar nuestras formas de vida. El itinerario tiene su razón de ser. No podemos ponernos manos a la obra sin cambiar la mentalidad y el corazón. Estas son, por tanto, las dos partes de este capítulo: - convertir la mirada y la manera de pensar: objeciones razonables; - convertir las actitudes: algunas claves de comportamiento.

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2 CONVERTIR LA MIRADA Y LA MANERA DE PENSAR: OBJECIONES RAZONABLES Empezar por cambiar nuestra manera de pensar es más importante de lo que parece, pues, «si se quieren conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos» (LS 215). Aunque no nos demos cuenta, nuestra mentalidad, inserta en el marco de la cultura en que vivimos, nos configura e influye decisivamente en la manera en que miramos la realidad y actuamos. «Una estrategia de cambio real exige repensar la totalidad de los procesos, ya que no basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual» (LS 197). Por eso es imprescindible abordar este ámbito de conversión. A la hora de plantearnos los cambios personales y estructurales que supone la conversión ecológica no son pocas las «objeciones razonables» que surgen. Ofrecemos aquí, en forma de diálogo, algunas de las más frecuentes, junto con respuestas que quieren ser tan razonables como las propias objeciones. Las cuestiones planteadas suelen ser complejas y su respuesta merecería más extensión de la que aquí se ofrece. Al menos pueden servir como punto de partida para una reflexión y diálogo más profundos 1.

Todas estas «objeciones razonables» son reales, planteadas en diversos talleres sobre estilos de vida en conversión junto con la búsqueda de esas «respuestas razonadas». El texto que se presenta aquí está elaborado a partir del publicado en www.biotropia.net. 1

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Dificultades económicas Los productos de comercio justo y ecológicos son más caros He aquí uno de los argumentos más repetidos y aparentemente contundentes a la hora de plantear opciones de vida y consumo. Parece que el criterio del precio es el único o al menos el más importante a la hora de tomar decisiones de consumo. El principio de la maximización del beneficio económico no solo está presente en las empresas, sino también en la mentalidad de los consumidores: el gran criterio, si no el único, a la hora de comprar es lo que resulte más barato. En el primer capítulo ya hemos visto cómo el sistema económico en el que vivimos pone en el centro el beneficio económico –para las empresas y para los consumidores–, por encima del respeto a la vida –de los trabajadores y del medio ambiente–. Y ya sabemos las consecuencias tan desastrosas que esto trae consigo. Sin duda, el precio es un argumento importante, pero ¿es el primordial? ¿No habría que tenerlo en cuenta a la vez que otros criterios? Es verdad que los productos de comercio justo y de producción ecológica son más caros –no siempre mucho más– que otros «equivalentes» que no lo son. Pero esa «equivalencia» ha de ponerse entre comillas, porque, en realidad, a la hora de comparar unos con otros hay que tener en cuenta que no son iguales. ¿Por qué el café o el chocolate de comercio justo son más caros que los que no son de comercio justo? Conocemos la respuesta: porque en su producción se han respetado los derechos humanos, se ha preservado el medio ambiente y se ha pagado un precio justo por ello. En realidad habría que preguntarse por qué los productos que no respetan el medio ambiente ni los derechos de los trabajadores son tan baratos. Y es que hay una parte del coste que no está incluido en el precio y que están 52

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pagando otras personas. «Lo barato sale caro»; lo barato para nosotros está costando caro a otros. Francisco lo expone con mucha claridad: El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque, cuando solo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener. En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos hablando de valores que exceden todo cálculo. Por eso podemos ser testigos mudos de gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la degradación ambiental (LS 36). El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Solo podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones» (LS 195).

Por otra parte, hay una cuestión de calidad. Precisamente por la manera como se han producido, los productos de comercio justo y de producción ecológica son de una calidad superior 53

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a los de producción industrial. Un arroz integral libre de pesticidas es de más calidad nutricional que un arroz refinado con restos de productos químicos. Es evidente que el primero ha de costar más que el segundo, y es que, aunque ambos sean «arroz», su calidad es muy diferente. Hay que tener en cuenta también que el mayor gasto en productos saludables suele corresponderse con un menor gasto en remedios sanitarios, tanto por parte de las personas como de los sistemas públicos de salud. Aquí también podríamos decir que «lo barato al final sale caro».

Todo eso está muy bien, pero es para quien se lo pueda permitir; en mi caso, yo no puedo De acuerdo. Nadie nos está pidiendo que vivamos más allá de nuestras posibilidades. Pero ya es positivo que reconozcamos que «todo eso está muy bien», que el café de comercio justo es mejor (para nosotros, para otras personas y para el medio ambiente) que el que no lo es; que los alimentos ecológicos son mejores (para nosotros, para otras personas y para el medio ambiente) que los que no lo son. A partir de aquí, cada cual que vea hasta qué punto puede permitirse consumir algo de esto, sabiendo que no hace falta llegar al cien por cien, y menos de la noche a la mañana. ¿Seguro que no podemos empezar por un poquito? Cada cual desde donde está y hasta donde pueda. El que no podamos llegar al cien por cien no es excusa para no intentar llegar hasta donde podamos. Es cuestión de prioridades, de descubrir a qué le damos importancia. Tal vez dedicar más gasto a lo que creemos importante nos haga reducir gasto en lo menos importante.

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Los pobres no se pueden permitir comprar esos productos Es cierto. Los pobres no pueden permitirse esto y otras muchas cosas. Los pobres, los auténticamente pobres, no pueden permitirse comer tres veces al día, ni disponer en casa de agua corriente, ni ir a la escuela, ni acudir al médico cuando están enfermos... ¡Y eso no está nada bien! Eso es una desgracia que hay que empeñarse en evitar con todas nuestras fuerzas. Aquellas personas que han hecho la opción de compartir la vida de los pobres y vivir como ellos hacen bien en tenerlo en cuenta. Es una opción muy válida y respetable, una preciosa muestra de compasión hacia el sufrimiento ajeno y un valiente testimonio de vida. ¡Cuánta necesidad tenemos de personas que hayan decidido vivir así! Es mejor alimentarse bien que alimentarse mal, es mejor cuidar la propia salud que no poder cuidarla, es mejor acceder a la educación que no poder hacerlo... Y el que haya muchos, muchísimos –«ellos [los excluidos] son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas» (LS 49)–, que no puedan hacerlo no resta valor a esta verdad. Por eso, el que pueda permitirse alimentarse bien, cuidar su salud, cultivar su formación... tiene el deber moral de hacerlo. El que haya otros que no se lo puedan permitir no es excusa para que los que sí nos lo podemos permitir no lo hagamos. Además, consumiendo así estamos favoreciendo el que otros también se lo puedan permitir, pues estamos favoreciendo un comercio justo que va directamente a combatir las causas de la pobreza en el mundo. Un plato de arroz blanco refinado de producción industrial contiene mucho menos alimento que un plato de paella de verduras elaborado con arroz integral. El primero es comprensiblemente más barato que el segundo. Quien no pueda permitirse comer paella porque no puede pagarla y tenga que comer arroz blanco refinado, bastante desgracia tiene (y lo que hay que hacer es ayudarle a salir de esa situación de penuria). Pero 55

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quien pueda permitirse alimentarse bien tiene la obligación moral de hacerlo. Otra cosa es quien pudiendo permitirse comer paella decide alimentarse con arroz blanco refinado «porque es más barato». En ese caso ya no estamos hablando de una cuestión económica, sino cultural, de mentalidad.

Vivir de esa manera es más caro. Esto es algo para ricos Esto es verdad... en parte. Es cierto que los tomates ecológicos son más caros que los de producción industrial (ya hemos visto por qué y que no son comparables). Pero aquí conviene ir más lejos y abordar la cuestión con más amplitud. No estamos hablando de mantener el mismo estilo de vida sustituyendo los tomates industriales por los ecológicos (eso sí que sería más caro), sino de ir dando pasos para convertir nuestro estilo de vida en todos sus ámbitos. Hablamos entonces de un consumo justo –en justeza y en justicia–, de prescindir de lo que no es necesario: «La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco» (LS 222). Adelantando algunas líneas de orientación y acción del siguiente bloque podemos apuntar que reducir el consumo de carne y de pescado (una o dos veces a la semana es suficiente), evitar los refrescos gaseosos (que ni alimentan ni son buenos para la salud), renunciar al coche (y a todo el tiempo que le dedicamos), prescindir de la televisión (¡cuántos anuncios que dejamos de ver!), comprar productos de segunda mano (más sensato desde el punto de vista de la sostenibilidad), no hacer viajes innecesarios, compartir gastos en un grupo de consumo, llevar una vida sana y sencilla... ¡todo esto es más barato! Vivir de esta manera es, globalmente, más barato, aunque en algunas cosas –alimentación ecológica y de comercio justo– nos gastemos más dinero. Vivir así no es más caro. Quien lo prueba lo comprueba. 56

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Algunas objeciones teóricas No es posible alimentar a toda la población mundial con agricultura ecológica. La producción industrial de alimentos es la única manera de alimentar a 7,000 millones de personas Habría que empezar recordando el hecho de que la mayoría de la población del mundo se sigue alimentando con agricultura y ganadería «tradicionales»: «Hay una gran variedad de sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la mayor parte de la población mundial, utilizando una baja proporción del territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal» (LS 129). Hay que tener en cuenta que la producción industrial de alimentos sirve para alimentar actualmente a menos del 25 % de la población mundial. ¡Y es precisamente ese modo de producir alimentos el que conlleva multitud de problemas! Pérdida de biodiversidad debido a los monocultivos, aumento de la contaminación por la alta dependencia del petróleo, problemas sociales con las poblaciones locales... Normalmente damos por supuesto que la manera industrializada de producir alimentos es más productiva (más kilos de cosecha por hectárea) que la ecológica. Y esto es cierto, con matices: los fertilizantes y pesticidas sintéticos han multiplicado la producción, sí, pero a la vez están empobreciendo y esquilmando los suelos, retirando de ellos más nutrientes de lo que la tierra es capaz de reponer. Por eso los rendimientos de esta forma de agricultura están progresivamente disminuyendo. De alguna manera estamos haciendo que la tierra produzca más hoy... a costa de comprometer las cosechas del futuro. ¿Es esto justo de cara a las generaciones venideras? ¿Podríamos alimentarnos todos de forma ecológica? Algunos expertos, como Olivier De Schutter, relator especial de las 57

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Naciones Unidas para la Alimentación, no tienen duda: «En lo que a la seguridad alimentaria mundial se refiere, el rendimiento de la agroecología supera ya al de la agricultura industrial de gran escala» 2.

Es inviable que toda la población mundial viva de forma ecológica ¡Lo que es inviable es que sigamos viviendo de forma no ecológica! Lo que es inviable es que sigamos manteniendo (y nuestros políticos promoviendo) un estilo de vida que está dañando nuestro medio vital de manera alarmante y que está dejando tras de sí «un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta» (LS 90). Recordemos que «un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir» (LS 95). No se trata solo de la supervivencia de una parte de la humanidad; el medio ambiente afecta a todos. Por eso, «si alguien observara desde fuera la sociedad planetaria se asombraría ante semejante comportamiento, que a veces parece suicida» (LS 55). Es evidente que debemos «salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo» (LS 163). Por lo que respecta a la alimentación, lo que es inviable es que los 7,000 millones de personas que compartimos el planeta nos alimentemos con una dieta como la que tenemos en los países industrializados (y que están copiando los países llamados emergentes). «En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos», decía Gandhi. La tierra tiene capacidad para alimentar a 7,000 millones de personas, pero no de cualquier

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forma. Y, particularmente, la manera industrializada de comer carne es uno de los motivos más graves que impide que los recursos alimentarios lleguen a todos. Esto supone que, si queremos que haya alimentos para todos, debemos cambiar nuestra manera de comer, empezando por reducir el consumo de carne.

Pero si todos nos hiciéramos vegetarianos harían falta más tierras de cultivo... No estamos hablando en este momento de hacernos todos vegetarianos, sino de reducir considerablemente nuestro consumo de carne (en personas adultas). Si así lo hiciéramos se liberarían enormes extensiones de tierra que actualmente se dedican a cultivar legumbres y cereales para alimentación animal. No hace falta buscar nuevas tierras de cultivo; basta con utilizar las que ahora se están dedicando a cultivar forraje para el ganado. Y ni siquiera todas, pues haciéndolo así nos daríamos cuenta de que sobrarán tierras. Recordemos el llamado «índice de conversión» (son necesarios diez kilos de forraje para producir un kilo de ternera). ¡Hay mucho más alimento en diez kilos de soya que en uno de ternera! Alimentándonos con cereales, legumbres y verduras necesitamos menos tierra que si lo hacemos con carne de animales alimentados a base de forraje.

Es inviable que toda la energía que consumimos proceda de fuentes sostenibles. Necesitamos otras fuentes de energía, aunque sean no renovables Es cierto. Hoy por hoy, y con el estilo de vida que tenemos, las fuentes de energía renovables (hidroeléctrica, eólica, solar, biomasa) son insuficientes para satisfacer nuestra demanda ener59

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gética. «Mientras no haya un amplio desarrollo de energías renovables, que debería estar ya en marcha, es legítimo optar por lo menos malo o acudir a soluciones transitorias» (LS 165). Por tanto, hoy por hoy necesitamos los combustibles fósiles (petróleo, carbón, gas). Este «por tanto» parece irrefutable. Sin embargo, podría haber otras conclusiones, como: «Por tanto, hoy por hoy debemos reducir nuestra demanda energética». ¿No lo dice el sentido común? Por otra parte, «sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora» (LS 165). «Por tanto», debemos renunciar decididamente a los combustibles fósiles, haciendo la transición a una civilización no dependiente de ellos. Y, mientras se desarrollan otras fuentes de energía, debemos reducir nuestra demanda energética. Parece lógico que ese sea el camino. ¿No? De todas maneras, cada vez son más frecuentes las noticias de que una región o un país ha llegado en momentos concretos a abastecer su demanda de electricidad solo con energías renovables. De momento son solo algunos días en que las condiciones meteorológicas así lo permiten, pero son señales de que se puede ir avanzando en esta dirección.

La producción industrial ha sacado de la pobreza a miles de millones de personas; ¿qué tiene eso de malo? Los pobres también se merecen que la industrialización llegue a ellos Completamente cierto. Los países industrializados no tienen autoridad moral alguna para negar a otros países la industrialización. Pero una cosa es utilizar la capacidad industrial para sacar de la pobreza a millones de personas y otra es utilizarla para multiplicar objetos de consumo superfluos e innecesarios, 60

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creando falsas necesidades en las mayorías para enriquecimiento de unas minorías. Algunos ideólogos del capitalismo predijeron una transición natural de una fase de crecimiento económico a otra estacionaria: una vez satisfechas las necesidades básicas de las personas, la producción de bienes y servicios se frenaría. Por desgracia no ha sido así, pues hay intereses que continuamente nos están invitando a consumir mucho más allá de lo razonable. Porque, en efecto, si el sistema hubiera seguido una senda razonable debería haber dejado de crecer hace tiempo. Y ahora nos damos cuenta de las consecuencias negativas de este crecimiento irracional. Por eso «es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano» (LS 114). Por otra parte, la experiencia de los países industrializados puede y debe servir para que los que están en vías de industrialización no cometan los mismos errores y torpezas. Una de las consecuencias negativas de la industrialización occidental es la que tiene que ver con las fuentes de energía utilizadas, contaminantes y no renovables. Y una de las conclusiones más repetidas en las diversas cumbres del clima es precisamente la necesidad de una transferencia tecnológica de los países industrializados a los que están «en vías de desarrollo».

No está claro que el cambio climático se deba a la acción humana. Hay muchos intereses detrás de esa afirmación. La historia de la Tierra muestra que los cambios climáticos son cíclicos Esta es una afirmación compartida por muchas personas. Según el informe del PNUD de 2011, ante la pregunta de si el calentamiento global está causado por el hombre, apenas responde afirmativamente el 54.4 % de la población de los países 61

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de IDH muy alto, encontrando grandes disparidades entre países (Japón: 83.7 %; España: 63.2 %; Suecia: 50.1 %; Estados Unidos: 35.9 %; Emiratos Árabes: 29.2 %). Sin embargo, la postura de la comunidad científica es bastante unánime. El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), de Naciones Unidas, está formado por más de un millar de científicos y expertos de todo el mundo –la mayoría de los cuales no cobran por su trabajo– que no concluyen nada que no haya sido consensuado entre todos. Sus informes son contundentes en la línea de que existe un cambio climático mucho más acelerado que los ritmos naturales de la Tierra, y que este cambio está producido por la actividad humana. Francisco, en la encíclica, no hace sino constatarlo: Hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este calentamiento ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar, y además es difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos, más allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente determinable a cada fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan. Es verdad que hay otros factores (como el vulcanismo, las variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el ciclo solar), pero numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de nitrógeno y otros) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana (LS 23).

En este tema, como en otros muchos, siempre hay intereses contrapuestos –generalmente económicos y de poder– e infor62

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maciones confusas y contradictorias por parte de los medios de comunicación. Por eso conviene ser críticos con todas las posturas y fuentes de información y pensar razonadamente. ¿Qué nos dice el sentido común? Por ejemplo, ¿qué intereses económicos puede haber detrás de una afirmación que nos lleva a la conclusión de que debemos dejar de producir y consumir de la forma en que lo hacemos?

Problemas estructurales Todo esto es muy complejo, no hay soluciones sencillas, es muy difícil Sí, es así. El mundo –y el universo– es un entramado muy complejo de relaciones. ¡Las propias personas somos complejas y contradictorias! Por mucho que intentemos simplificar nuestra vida (y todo lo que hagamos en este sentido vendrá muy bien), esta siempre será complicada. Nadie nos prometió que la vida iba a ser fácil, pero, ¿vamos a dejar de vivirla porque sea compleja? Es difícil, es verdad. Pero la humanidad y las sociedades se han enfrentado a otros retos difíciles y los han superado. La capacidad del ser humano para afrontar retos cada vez más ambiciosos es impresionante. En algunos países hay ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la purificación de algunos ríos que han estado contaminados durante muchas décadas, o la recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de paisajes con obras de saneamiento ambiental, o proyectos edilicios de gran valor estético, o avances en la producción de energía no contaminante en la mejora del transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas globales, pero confirman que el ser humano todavía es capaz de

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intervenir positivamente. Como ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado (ls 58).

Francisco está convencido de que «es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral» (ls 112). Si hemos sido capaces, por ejemplo, de abolir formalmente la esclavitud, de reconstruir el mundo tras dos guerras mundiales, de constituir las Naciones Unidas y promulgar los derechos humanos, de preservar parques naturales, de prohibir las minas antipersona, de construir la Unión Europea, de inventar tecnologías asombrosas –con todas las ambigüedades que todo esto tiene–... ¿no vamos a ser capaces de resolver otros problemas? Es difícil, pero no imposible. Todo largo viaje comienza con un primer paso. Desde luego, si dejamos de darlo porque pensamos que no merece la pena, no llegaremos muy lejos (y seguramente a donde no queremos ir).

Hagas lo que hagas, al final siempre hay alguien que sale perjudicado. Por ejemplo, si dejamos de comprar ropa hecha en Bangladesh, los trabajadores de esas factorías se quedarán sin trabajo. Hagamos lo que hagamos, nuestras acciones tienen repercusiones sobre otras personas y otros seres vivos e inanimados. Una vez más, todo contribuye. «Todo está íntimamente relacionado» (LS 137). Somos parte de una red de interacciones y no podemos pretender pasar por este mundo sin afectar a nadie. Como tampoco podemos pretender que todas nuestras acciones beneficien a absolutamente todos los seres del planeta. 64

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De lo que se trata es de preguntarnos a quién queremos beneficiar y a quién no queremos beneficiar con nuestro comportamiento. Podemos elegir comprar café de esta marca o de esta otra; y al hacerlo estamos beneficiando a unos y dejando de beneficiar a otros. Podemos comprar productos fabricados en nuestro país, contribuyendo a la economía nacional, y podemos comprar productos similares elaborados en otros países, apoyando la economía de esos países. ¡No podemos hacer el bien a todos! Por eso hemos de preguntarnos qué opciones contribuyen más a la justicia, la paz y el cuidado medioambiental, sabiendo que ese «contribuir más» siempre será relativo, a veces ambivalente y muchas veces cambiante. En cualquier caso, hacernos la pregunta de a quién queremos beneficiar y a quién no ya es un paso importante, pues nos hace más conscientes de las repercusiones de nuestros actos. Y todo lo que sea crecer en consciencia no puede sino ser bueno para nosotros y, de rebote, para el mundo.

Pero es imposible acertar en todo. ¿Qué es mejor, un producto ecológico de comercio justo de un país lejano o uno equivalente no ecológico de producción local? Dilemas como este los afrontamos todos los días. Con mucha frecuencia tenemos que optar entre varias posibilidades en las que todas tienen su parte de verdad y bondad, junto con su parte de inconvenientes (pensemos, por ejemplo, en la decisión de a qué partido político votar). ¡La vida es así! La vida es compleja y contradictoria, y no podemos pretender acertar al cien por cien en nuestras decisiones. Es imposible acertar en todo, pero es posible mantener una actitud de alerta, preguntándonos qué es mejor e intentando en lo posible hacer el bien.

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¿De qué sirve que yo cambie si los demás no lo hacen? Porque yo cambie, el mundo no va a cambiar. Por mucho que yo deje de comprar esto o lo otro se va a seguir produciendo. ¿De qué sirve que yo cambie? En primer lugar ¡me sirve a mí, que no es poco! Como veremos más adelante, «lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra» (LS 160). ¿De qué nos sirve? Nos sirve para ser más conscientes, para crecer en compasión y bondad, para ser más coherentes y desplegar más íntegramente nuestras potencialidades, para sentir más armonía... Y, si eso es así, estaremos contribuyendo a que en el mundo haya un poco más de consciencia, compasión, bondad, coherencia, integración y armonía. ¿Nos parece poco? Y en segundo lugar sirve para contribuir objetivamente, aunque sea en una proporción minúscula, a que el mundo sea distinto. Mi acción, mi voto, mi protesta, mi compra, mi trabajo... aislado del resto no vale casi nada, pero junto a otras acciones, votos, protestas, compras y trabajos puede cambiar mucho. ¡Todo contribuye! La historia lo ha demostrado una y otra vez. «Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo» (Eduardo Galeano). ¿Nos lo creemos?

Si no cambian las leyes y no cambian los políticos es inútil. El sistema siempre será más fuerte. La ley del más fuerte existirá siempre «El mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo» es uno de los lemas de Amnistía Internacional. Sin cambio político no habrá cambio en el mundo. ¡Pero los políticos no van a cambiar 66

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por sí solos! Conversión personal y transformación sociopolítica van de la mano. «El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político» (LS 231). Algunos se sienten más motivados a la acción política, a la denuncia de las injusticias y la participación social; otros al comportamiento personal responsable. Las dos posturas son necesarias y complementarias, y todos debemos poner en práctica ambas posturas, aunque nos sintamos más inclinados a una u otra. Cada uno contribuye desde donde está y hasta donde puede con su particular «fueguito» interior. ¿Siempre será más fuerte el sistema? La historia muestra que no siempre es así (recordemos, por ejemplo, cómo se derrumbó el sistema comunista en 1989).

Si cambiamos nuestros hábitos de consumo se destruirán puestos de trabajo Indudablemente. Si consumimos de otra manera se destruirán puestos de trabajo... ¡y se crearán otros! Las energías renovables, el reciclado de residuos, la agricultura ecológica, las empresas de inserción social... todo eso está creando empleo. Con todo, debemos preguntarnos: ¿para qué consumimos, para satisfacer moderadamente nuestras necesidades humanas o para crear puestos de trabajo? Incluso si queremos que nuestro consumo contribuya a crear y mantener puestos de trabajo decentes deberíamos comprar deliberadamente aquellos productos y servicios en cuya elaboración hayan participado más personas de forma digna. Por ejemplo, la producción ecológica de alimentos supone más trabajo humano por unidad obtenida que la producción industrial (y normalmente un trabajo en mejores condiciones laborales). Por otra parte, si, por ejemplo, todos nos alimentáramos con alimentos sanos, los que producen comida basura tendrían que 67

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cerrar sus negocios y mucha gente se quedaría sin empleo. Si desaparece el terrorismo y la inseguridad ciudadana, las empresas de seguridad y de guardaespaldas tendrán que cerrar... Son argumentos que ya hemos visto, aplicados ahora a algunas actividades que son objetivamente perjudiciales para la sociedad: la «comida basura», la producción de armas, los estupefacientes, la telebasura, la pornografía... Es mejor para todos que todo eso deje de producirse. ¡Pero entonces los que trabajan en esos sectores irán al paro! Sí, pero, ¿acaso no es preferible ese problema a los problemas que esa producción nociva está provocando? ¡Ojalá nuestro problema sea que hay que buscar trabajo para los fabricantes de armas porque han tenido que cerrar sus fábricas! ¡Ese problema es sin duda preferible!

Si gastamos menos, la economía se contraerá y aún más gente irá al paro. Si todos nos cortamos el pelo unos a otros, los peluqueros se quedarán sin trabajo. Si todos compramos productos de segunda mano, los que fabrican y venden productos nuevos perderán sus empleos... He aquí una cuestión compleja. Razonamientos así son frecuentes y no están exentos de razón. Si consumimos menos, la economía se contraerá. Menos consumo significa menos producción y, por tanto, menos puestos de trabajo. Y todo eso se percibe como una amenaza. El argumento es cierto, pero en algún lugar del planteamiento puede percibirse una cierta trampa. Porque si analizamos la crisis que vivimos y las causas que nos han llevado a ella, descubrimos que es precisamente el exceso insensato de consumo y el afán de crecimiento material ilimitado lo que nos ha traído hasta aquí. El sentido común nos dice que la solución no está en seguir produciendo y consumiendo cada vez más, agotando cada vez más las materias primas y los recursos ener68

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géticos y contaminando cada vez más la tierra, las aguas y el aire. ¡Esa no puede ser la solución! Sabemos que «el ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, solo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones» (LS 161). Por tanto, si el argumento nos lleva a una falsa solución, tal vez es que hay algún error en él. ¿Podemos plantearlo de alguna otra manera? Por ejemplo: menor consumo significa menor producción, por tanto menor necesidad de trabajo, que habrá que repartir solidariamente. Parece evidente que es imposible que el cien por cien de la población activa trabaje remuneradamente cuarenta horas a la semana. No solo imposible, sino además innecesario. Si no necesitamos consumir tanto, no necesitamos producir tanto y no necesitamos trabajar tanto, pudiendo dedicar más tiempo a las relaciones humanas y al ocio creativo no consumista. Entonces, eso sí, habrá que repartir el trabajo para que todo el que quiera pueda trabajar. ¿Por qué los políticos y los sindicatos no quieren hablar de esto?

Si todos cambiamos de manera de consumir, este sistema, nuestra sociedad de consumo, se hundiría ¿Qué resonancias tiene en nosotros la palabra «antisistema»? ¿Nos suena bien o mal? ¿Y la palabra «anti-injusticia»? ¿Nos suena mejor? Muchos están en contra de las injusticias, pero no en contra de un sistema que se está manifestando tremendamente injusto. La expresión «esta economía mata» es seguramente la frase más publicada de la exhortación Evangelii gaudium. Francisco denuncia así cómo este sistema económico está produciendo 69

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insatisfacción, exclusión, sufrimiento y muerte. Ante un sistema así no podemos sino desear que se hunda; es más, contribuir en la medida en que podamos a que se termine pronto y de la manera que provoque menos sufrimiento. Es verdad que no conocemos otro sistema económico que el capitalista (que no ha sido el único que ha conocido la humanidad, ni mucho menos) y puede darnos miedo aventurarnos en algo que no conocemos. Francisco nos invita a dar ese paso con creatividad, a buscar otro modo de progreso y desarrollo no basado en el crecimiento material: Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de pretender detener irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. [...] Se trata de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos (LS 191).

Estamos ante un reto histórico. ¡No tengamos miedo a lo nuevo! El miedo siempre será mal compañero de camino.

Cuestiones legales La economía alternativa es insolidaria porque funciona al margen del sistema, y por eso elude pagar impuestos Es cierto que en muchas actividades de la llamada «economía alternativa» no se pagan impuestos. Pero esta es una cuestión compleja en la que hay que tener en cuenta algunas cosas. En ocasiones no se pagan impuestos no porque se quiera eludirlos, sino porque son actividades muy recientes aún no 70

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reguladas. Por ejemplo, el crowdfunding (financiamiento colectivo), sistema por el cual una persona o entidad recibe muchos microdonativos de donantes diferentes para dedicarlos a un proyecto. Es algo que ya se está empezando a regular fiscalmente. En otros casos resultaría inviable cobrar impuestos. Por ejemplo, las pequeñas ventas de productos de segunda mano entre particulares. Regular y controlar todas esas ventas resultaría además ineficiente, pues el coste que supondría ese control superaría seguramente al dinero recaudado. Además, en esos casos, normalmente no hay beneficio económico para el vendedor (pues vende a un precio inferior al que le costó ese producto nuevo), y si no hay ganancia económica, ¿puede haber carga tributaria? No solo es una cuestión de viabilidad operativa, vemos que también hay una cuestión de fondo. Por ejemplo, los intercambios de servicios. Si en casa llamamos a un operario para una reparación doméstica, a quien pagamos con dinero y quien nos emite una factura, ahí hay una transacción económica que genera beneficios para el profesional sujeta a tributación. Pero si quien nos hace la reparación es un vecino o un amigo que no nos pide nada a cambio o, en todo caso, un servicio equivalente por nuestra parte (como en los bancos de tiempo), ¿debemos pagar impuestos por ello? ¿Es insolidaria esta economía? Precisamente la «economía solidaria» se basa, entre otros principios, en el de «sin ánimo de lucro» (que es distinto a «sin ánimo de beneficio»). Es decir, los beneficios monetarios no se reparten entre unos supuestos accionistas, sino que se reinvierten en la propia actividad. Hay una voluntad inequívoca de solidaridad, pero esta se manifiesta en formas diferentes a las establecidas por el sistema tributario. ¿Para qué recauda impuestos el Estado? Para dedicar ese dinero al bien común. Por eso, cuando una entidad ya está contribuyendo al bien común, el propio Estado alivia esa carga fiscal. 71

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Es el principio por el cual las fundaciones en España no pagan Impuesto de Sociedades (pues están obligadas a destinar sus beneficios a fines que se han reconocido como de interés común). Y es el principio que subyace a la propuesta llamada «Economía del Bien Común»: reducir impuestos a quienes contribuyen más al bien común y aumentarlos a quienes contribuyen menos. Una propuesta económica que habría que llamar «del sentido común».

En esa economía se venden productos y servicios sin las debidas garantías para los consumidores Si nuestros vecinos tienen gallinas y nos regalan huevos, el Estado no interviene. Y tampoco si, a cambio, nosotros, que hacemos mermelada casera, les regalamos un bote. ¿Qué garantías tienen esos huevos y esa mermelada? Las que da la confianza mutua. La donación y el intercambio de productos y servicios entre particulares es algo que no necesita más garantías que la mutua confianza entre ellos. Y el Estado no puede intervenir en esos intercambios entre ciudadanos; ni tiene capacidad ni es su función. Pero si hay dinero de por medio, por poco que sea, ya la cosa es distinta. Toda compraventa supone una relación «mercantil» entre quien paga, que tiene derecho a una garantía sobre lo que está comprando, y quien cobra, que tiene el deber de ofrecerla. Y esto es algo que regulan las leyes. Por ejemplo, para poder vender productos alimentarios es preciso tener la correspondiente licencia de las autoridades sanitarias. Un pequeño productor de galletas artesanales, por poco que venda, debe cumplir los requisitos sanitarios, lo mismo que los grandes productores. Y normalmente es así.

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Hay una competencia desleal respecto a los negocios que están dentro de la ley y que tienen que atender a un montón de requisitos legales. En realidad, la economía alternativa tiene mucho de piratería Conviene ser cuidadosos con el vocabulario. «Competencia desleal» y «piratería» son expresiones que sugieren actividades ilícitas y delictivas. En realidad, más que de actividades ilegales (contrarias a la ley) serían alegales, no porque se busque deliberadamente un vacío legal, sino porque, de momento, no hay ley que las regule. Hay compañías de autobuses que se quejan de la «competencia desleal» de las plataformas de coches compartidos. Cada vez más personas prefieren viajar de esta manera, pagando menos y conversando más, antes que en autobús. Los hoteles acusan la cada vez mayor preferencia de viajeros a alojarse en casas particulares que han conocido gracias a páginas web y que les supone, además de un menor coste, una experiencia social añadida. ¿Es esto ilegal? ¿Es inmoral? Se argumenta con razón que esas compañías de autobuses y esos hoteles deben cumplir rigurosos requisitos legales que hacen que sus servicios no puedan competir en precio con los «alternativos». De alguna manera esto responde a la proporcionalidad calidad/precio. Se dice también que los usuarios de estos servicios no reciben las mismas garantías, y es verdad, pero no hay fraude en ello, pues los mismos usuarios son conscientes. ¿Es «competencia desleal»? Las organizaciones de comercio justo podrían argumentar con razón que las compañías que no respetan los derechos de los trabajadores ni el medio ambiente –y que, por eso mismo, pueden vender esos productos más baratos– les están haciendo «competencia desleal»...

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Objeciones culturales Todos estos planteamientos son muy utópicos. En la sociedad en que vivimos es sencillamente imposible. Hay que ser realistas, vivir en el mundo. Lo profético es poco realista «Seamos realistas, ¡pidamos lo imposible!», repetían los jóvenes europeos en mayo de 1968. Y en un sentido parecido se decía también: «Lo conseguimos porque no sabíamos que era imposible». ¿Era utópico plantear el voto para las mujeres, la independencia pacífica de la India, la abolición de las leyes discriminatorias raciales en Estados Unidos o el desmantelamiento del régimen de apartheid en Sudáfrica? ¿Es utópico pedir la prohibición universal de las minas antipersona, de la pena de muerte o de la ablación genital femenina? La historia demuestra que muchos cambios sociales –y cambios a mejor– han tenido su origen en el convencimiento de muchas personas de que ese cambio era posible y necesario. Vivir en el mundo, ser realistas, es compatible con soñar con otro mundo mejor posible y empeñarse en hacerlo realidad. En el fondo es participar del mismo sueño de Dios: «Estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud» (LS 53). Algunas personas sienten la llamada a vivir este sueño desde lo «profético», viviendo desmesuradamente (y a los ojos de muchos con poco «realismo») algún aspecto que llama la atención, denunciando alguna situación de injusticia y anunciando que es posible vivir desde otros valores. Son personas que, aunque incómodas para la sociedad, hacen mucho bien, pues ponen de manifiesto las incoherencias del sistema y visibilizan una forma de vida alternativa. Aunque no todos podemos vivir como ellos (ni ellos mismos lo pretenden), el hecho de que algunas perso74

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nas vivan así nos ayuda a los demás a tensionarnos –en el buen sentido– hacia esos valores. «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino otros dos pasos y se aleja otros dos pasos. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Sirve para eso, para avanzar» (Eduardo Galeano).

Es imposible no dejar ningún tipo de huella ecológica Es verdad. Es imposible pasar por este mundo sin dejar huella. Pero, puesto que nos damos cuenta del perjuicio que estamos provocando con nuestra manera de vivir, ¿no es sensato proponerse dejar la menor huella posible? El que no lleguemos a ser cien por cien inocuos no nos impide intentar serlo hasta donde podamos.

Quienes predicen un colapso medioambiental son unos alarmistas. Deberían ser más prudentes. No es seguro que nos estemos dirigiendo al abismo... No es seguro, pero es posible. Y lo que está en juego es lo suficientemente grave como para tomarlo en consideración. El papa Francisco, haciéndose eco del consenso científico, afirma que «el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (LS 25). Y también que «si la actual tendencia continúa, este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros» (LS 24). ¿Es alarmista el papa Francisco? Supongamos que el médico nos advierte de que si seguimos fumando podemos perjudicar seriamente nuestra salud o 75

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incluso contraer una enfermedad mortal. Y le preguntamos: «Eso que usted me dice, ¿es seguro?». El médico responderá que completamente seguro no lo es, pero que hay muchas posibilidades de que lo sea. Y contestamos: «¡Estupendo! Puesto que no es completamente seguro, voy a seguir fumando»... Si preferimos evitar riesgos cuando lo que está en juego es nuestra propia vida, ¿no vamos a tener la misma actitud cuando lo que está en riesgo es la posibilidad de que nuestros hijos puedan vivir sobre esta tierra en las mismas condiciones que nosotros? A este respecto, Francisco recuerda que «en la Declaración de Río de 1992 se sostiene que, “cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces” que impidan la degradación del medio ambiente» (LS 186). Y añade: «Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto debería detenerse o modificarse» (ibid.). Supongamos que hacemos caso a esos «alarmistas» y aprendemos a vivir sin contaminar el planeta. Si tenían razón hemos salvado la vida (y la de las generaciones venideras). Si no tenían razón, ¿habremos hecho un esfuerzo en balde?

Necesitamos proteínas animales. ¿Es posible una alimentación completa y sana renunciando a ellas? La mejor respuesta a esta pregunta no es un tratado de dietética –que también–, sino el ejemplo de tantas y tantas personas vegetarianas que están sanas y gozan de excelente salud (siete millones de vegetarianos en Alemania, cuatro en Gran Bretaña, por no hablar de países como la India...). Muchas de estas personas no renuncian a las proteínas animales, pues comen huevos y productos lácteos. Otros evitan todo tipo de productos de 76

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origen animal. Tanto unos como otros muestran que es perfectamente posible gozar de buena salud sin comer carne ni pescado. Por otra parte, en los países occidentales se consume más proteína animal de la necesaria, con los problemas de salud que eso conlleva. Ya sería un paso muy importante si redujéramos el consumo de proteína animal. En cualquier caso, la mejor respuesta es: ¡hagamos la prueba! No hay nada como la propia experiencia.

Pero el ser humano es omnívoro por naturaleza. Siempre que ha podido ha incluido en su alimentación la carne y el pescado. Es algo normal, natural y necesario El que siempre haya sido así no asegura que deba seguir siéndolo. Por ejemplo, durante milenios se ha dado por hecho que la mujer es «por naturaleza» inferior al varón, que el ser humano es «por naturaleza» superior a otros seres vivos, que unas razas humanas son superiores a otras, que la esclavitud es necesaria para el funcionamiento económico de la sociedad, que se debe quitar la vida a los criminales y suprimir a los enemigos, que los gobernantes, reyes y emperadores tienen poder absoluto, que los recursos de la naturaleza están ahí para beneficio del ser humano, que el beneficio económico es el gran valor que rige la vida social... Todo eso se ha visto como «normal, natural y necesario». Y, con el tiempo, los seres humanos hemos ido creciendo en conciencia y en «humanidad» y nos vamos dando cuenta de que es indigno del ser humano seguir pensando así. Durante milenios, el ser humano ha considerado normal, natural y necesario matar animales para alimentarse. Tal vez no haya nada malo en esto. Y tal vez algún día nuestra conciencia nos indique que es el momento de dejar de verlo así. 77

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«Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales» (Gandhi).

Por mucho que el papa hable de «conversión ecológica» esto de la ecología es tema de moda; ya se pasará Para ser una moda no es tan reciente: ¡la palabra «ecología» fue creada en 1869! Y el contenido que hay tras esta palabra es más remoto aún, pues significa, en pocas palabras, el estudio de los seres vivos en relación con sus ecosistemas. Los «ecologistas», las personas que hacen de la ecología una causa digna de valor, defensa y promoción, tampoco son tan recientes. Las primeras actividades del movimiento ecologista se fechan en la década de los años cincuenta del siglo pasado. ¿Ya se pasará? Al contrario: «Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta» (LS 19). No solo el papa Francisco, cualquiera puede constatar cómo la sensibilidad ecológica está creciendo y extendiéndose a ámbitos cada vez mayores de la sociedad.

No podemos ni queremos renunciar al progreso. ¡No estamos dispuestos a volver a las cavernas! Demos la palabra al papa Francisco para responder a esto mismo: Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la reali-

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dad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano (LS 114). Tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. [...] Se trata de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos (LS 191). Para que surjan nuevos modelos de progreso necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global», lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones». No basta conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema, los términos medios son solo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso (LS 194).

Escepticismo y desconfianza Detrás del mercado de productos ecológicos también hay mucho negocio y búsqueda del beneficio económico. Y a veces picaresca y fraude Bene-ficio significa literalmente «lo bien hecho». No hay nada malo en la búsqueda del beneficio económico como resultado de una actividad bien hecha, sobre todo cuando esa actividad en sí es útil y positiva para la sociedad (como es, en este caso, el hecho de producir y distribuir productos ecológicos). El beneficio económico es lo que permite que una entidad –empresa, asociación, cooperativa...– pueda sostenerse y mantener su actividad. Hasta aquí no hay objeciones. 79

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El problema viene cuando el beneficio económico, el afán de riquezas, se convierte en un objetivo «a cualquier precio». Cuando la búsqueda de ganancias económicas es el principal, si no el único, valor que mueve la actividad. Ya nos vamos dando cuenta de que, cuando eso ocurre, las consecuencias para el conjunto de la sociedad –y para el medio ambiente– son negativas. Y eso también puede ocurrir en el mercado de productos ecológicos, con lo que también aquí es preciso ser conscientes y conocer quién está detrás de lo que consumimos. Siendo esto cierto, también lo es el hecho de que, en este ámbito, lo normal es que los productores e intermediarios tengan un conjunto de motivaciones mucho más amplio que el mero beneficio económico. Y más conocimiento: si preguntamos en una tienda de productos ecológicos por la procedencia de lo que allí venden, seguramente nos sabrán dar más respuestas que si lo preguntamos en un supermercado o gran superficie (hagamos la prueba). ¿Picaresca y fraude? Sin duda también lo hay, pues detrás siempre hay personas. ¿Y quién puede decir que está libre de toda maldad? Las personas podemos ser deshonestas y burlar las leyes para obtener mayor beneficio. Detrás del mercado de productos ecológicos no hay un cien por cien de bondad inmaculada, pero seguramente hay mejores intenciones y prácticas que en otros sectores (por eso siguen siendo necesarias la lucidez y la crítica). Podemos decir que es un mercado que contribuye más a la justicia social y al cuidado medioambiental. Y a nuestra propia salud.

¿Cómo sé que lo que me están vendiendo como ecológico o de comercio justo en realidad lo es? ¿Cómo sabemos, por ejemplo, que lo que hay dentro de una botella de vino es realmente vino de uva y no un derivado químico? 80

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Más aún, ¿cómo sé que el vino que nos venden como rioja procede realmente de La Rioja y no de otras regiones? ¿Cómo lo sabemos? Porque nos fiamos. Nos fiamos de que los productores de alimentos son veraces en la información que ofrecen en las etiquetas. Nos fiamos de que los controles sanitarios confirman que eso es así. Y nos fiamos de las entidades que certifican alguna de sus propiedades –en este caso, el origen del vino de La Rioja–. ¿Podemos estar completamente seguros? Probablemente no, pero hay indicios suficientemente razonables como para fiarse. Del mismo modo, también nos fiamos de los productores de alimentación ecológica y de comercio justo. Confiamos en su transparencia, en los valores que dicen promover, en los controles sanitarios a los que también están sujetos y en las entidades –públicas en unos casos e independientes en otros– que los certifican. ¿Podemos estar en este otro caso completamente seguros? Probablemente tampoco, pero hay indicios más que razonables como para fiarse. Tanto en un caso como en otro, siempre hay un acto de confianza. Evidentemente, cuanta más información tengamos de la procedencia de los productos que compramos, más seguros estaremos de nuestra confianza. Y, como ya hemos apuntado, normalmente es más fácil conocer la procedencia de los productos ecológicos y de comercio justo que de los que no lo son. Con lo que en este tipo de productos la confianza suele estar más fundamentada. Cuando dudamos deberíamos empezar por preguntarnos: ¿de dónde viene nuestra desconfianza?

La comida no ecológica, con sus pesticidas y controles sanitarios, me da más garantía que la comida ecológica Es legítimo y razonable confiar en las autoridades sanitarias, que deben velar por nuestra salud, pero ¡la comida ecológica 81

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también tiene controles sanitarios! Y seguramente más que la que no lo es, pues periódicamente se analizan los suelos donde se cultiva, cosa que no hay obligación de hacer en la agricultura no ecológica. Los pesticidas que se utilizan en la agricultura son sustancias tóxicas elaboradas para eliminar determinadas plagas. En cantidades pequeñas no parecen ser nocivos para el ser humano (sí en grandes cantidades: es desgraciadamente frecuente que los campesinos que se suicidan por no poder hacer frente a sus deudas lo hacen ingiriendo pesticidas). Pero es razonable pensar que pequeñas cantidades de muchos y diversos pesticidas presentes en nuestra comida podrían ser perjudiciales para la salud. Algunos estudios así lo demuestran. De todas maneras, más que de razones científicas estamos ante una cuestión cultural. En realidad es una cuestión de confianza. Por eso, cuanto más próxima es la relación entre productores y consumidores, mayor confianza es posible. Si conocemos a quienes han producido y distribuido los alimentos que comemos y nos fiamos de ellos, no necesitamos más autoridades sanitarias.

Lo mismo pasa con la medicina «alternativa» y los métodos «naturales» de curación. Yo me fío más de las medicinas que me receta mi médico Es muy razonable confiar en la medicina occidental, con sus logros innegables. Para algunas cosas sus ventajas son inigualables, y somos muy afortunados de haber nacido en nuestra época y lugar, y poder disfrutar de esas ventajas. Pero, para otras cosas, sabemos que hay otras formas de afrontar la enfermedad con otras sabidurías –muchas veces milenarias– que pueden ser igual o más eficaces que la medi82

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cina occidental, aunque no hayan sido «científicamente» probadas. Nuestras abuelas preparaban remedios caseros que eran a menudo tan eficaces como los medicamentos actuales (de hecho se están recuperando aquellas recetas). La medicina tradicional china o las plantas medicinales usadas por tribus «no civilizadas» también han probado su capacidad sanadora. Lo mismo que la visión ayurvédica de la India, que entiende que la enfermedad debe ser comprendida en el contexto global de la vida de la persona y que es en ese contexto en el que se debe intervenir. De nuevo es una cuestión de confianza. Está bien confiar en los fármacos, pero tal vez no sea necesario querer remediar siempre todos nuestros males con medicamentos. Pensemos también en los efectos secundarios que pueden tener en nuestra salud. Por otra parte, hay que ser conscientes de los enormes intereses económicos que mueve la industria farmacéutica, interesada primordialmente en aumentar sus ventas al máximo. En este terreno de la salud, por desgracia, también se estimula la creación de falsas necesidades mediante un complejo marketing y también se producen, por parte de las grandes industrias farmacéuticas, maniobras de dudosa ética.

El hombre es un animal de costumbres; es muy difícil cambiar los hábitos de comportamiento ¿Es difícil cambiar los hábitos de comportamiento? Recordemos cómo vivíamos hace cinco años, hace diez, hace veinte... Probablemente mantenemos algunos hábitos y otros no (por ejemplo todo lo que tiene que ver con las tecnologías de comunicación). Más aún, comparemos nuestras costumbres con las de nuestros padres o nuestros abuelos. Algunas son las mismas y otras radicalmente distintas. 83

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Es indudable que las costumbres, los hábitos de comportamiento de las personas y sociedades, cambian. Tal vez la objeción se refiere a que es difícil cambiar consciente y deliberadamente nuestras pautas de conducta en una dirección determinada. Ahí hay más verdad. Es más difícil, pero no imposible. Recordemos, por ejemplo, cómo ha cambiado en los últimos años la actitud de la sociedad ante el tabaco, o la recogida selectiva de residuos, o el uso del cinturón de seguridad en los vehículos, o el ponernos espontáneamente en el lado derecho en las escaleras mecánicas... Son cambios lentos, pero posibles.

Si nos paramos a mirarlo y considerarlo todo ¡no podríamos hacer ni comer nada! ¿No es un tanto extrema esta postura? Evitemos los extremismos del «todo o nada» y del «blanco o negro». ¡El que algo no llegue a ser completamente blanco no significa que sea negro! Es imposible ser cien por cien coherente en todos los ámbitos de la vida. Vayamos caminando en la dirección adecuada, intentando ser conscientes de todo lo que podamos, sabiendo que eso poquito que hacemos –o dejamos de hacer– está contribuyendo a que seamos personas más completas y a que el mundo sea un poquito mejor. ¿Es desconfianza o es miedo? Miedo a que si empezamos a «mirarlo y considerarlo todo» nuestra vida pueda cambiar. ¡No tengamos miedo! El miedo es lo opuesto a la confianza, una actitud típica de las personas espirituales, que saben que la fe, más que una cuestión de creencias, es una cuestión de confianza. ¡Que no nos quiten la alegría de la confianza!

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Inconvenientes prácticos Nos falta información. ¡No podemos llegar a saber lo que hay detrás de todos nuestros comportamientos de consumo! ¡Evidente! Por mucho que queramos no podemos saberlo todo. La globalización hace difícil seguir el rastro a los productos de consumo. Pero sí podemos ir sabiendo algo, mucho o poco. Y lo que vamos sabiendo puede ser más que suficiente para ir configurando nuestros comportamientos de consumo. Por otra parte, no es cierto que nos falte información. ¡Al contrario, tenemos sobreabundancia de información! Quien esté interesado en saber, con los medios que hoy tenemos a nuestro alcance acaba encontrando. Lo que nos falta es tiempo y criterios para acceder a toda esa información: de qué y de quién queremos estar informados. Todas estas cosas suponen dedicar tiempo, y yo no tengo ese tiempo (ir a comprar más lejos, leer las etiquetas, buscar alternativas...) De acuerdo. «Todas estas cosas» son demasiadas; no tenemos tiempo de afrontarlas todas. En lugar de tirar la toalla por la dimensión del reto que tenemos delante comencemos por abordar los ámbitos que sí podemos. Un pasito nada más; luego, tal vez, vendrán otros. Todo pequeño paso contribuye: «Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas» (LS 211). ¿Por dónde empezar? Por lo que nos resulte más fácil. Fácil desde el punto de vista práctico, pero también desde el punto de vista de nuestra motivación: empecemos por aquello para lo que nos sintamos más motivados. De esta manera nos resultará más fácil. ¿Por dónde empezar también? Por incidir en nuestro ritmo de vida y por hacer silencio. No se trata de añadir más activi85

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dad a nuestra vida y más discurrir a nuestra cabeza. ¡Ya discurre bastante a lo largo del día como para que le añadamos más problemas! Al contrario, se trata de simplificar nuestra vida, de procurar un ritmo más humano y de hacer más silencio para poder ser más conscientes. ¿No tenemos tiempo, por ejemplo, de leer las etiquetas de las cosas que compramos y sí tenemos tiempo, por ejemplo, de ver la televisión? En realidad, para lo que nos importa, para lo que nos motiva, siempre acabamos encontrando tiempo.

No solo es cuestión de tiempo; es que es muy difícil estar siempre en guardia, tenerlo todo en cuenta en todo momento. En realidad, no es tanto una cuestión de falta de tiempo –práctico y mental– como de sensibilidad, de compasión. Cuando uno es sensible al sufrimiento que estamos provocando con nuestra forma de vida, sin que la vida nos regale más tiempo del que tenemos, de forma natural nos descubrimos atentos a todo esto. ¿De dónde viene este bote de shampoo, este paquete de azúcar, esta camiseta? ¿Quién lo ha producido y en qué condiciones? ¿A quién estoy beneficiando y a quién quiero beneficiar? Son preguntas que nos surgen no tanto por un esfuerzo mental, sino por un resorte afectivo. ¿Y si yo no tengo ese «resorte afectivo», esa compasión? Puede ocurrir. Algunas personas viven de forma natural y espontánea la compasión hacia el sufrimiento ajeno. Son personas sensibles y empáticas por naturaleza (¡y qué bien que haya gente así!). Otras han ido centrando su afectividad en otros intereses. En cualquier caso, la compasión es algo que se puede y se debe cultivar con voluntad y dedicación: acercándose a los necesitados, contemplando la naturaleza, practicando una forma de silencio y meditación que nos vaya haciendo más compasivos... 86

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Es realmente difícil encontrar alternativas a esta forma de vida y de consumo ¡Juntos es más fácil! No se trata de que cada cual busque por su cuenta alternativas de vida y de consumo (¿quién nos ha enseñado a ser tan individualistas?). Muy probablemente, otros ya han encontrado esas alternativas que vamos buscando. Además, resolver juntos necesidades de consumo no solo es una facilidad práctica, sino normalmente también un ahorro de costes. ¡Más fácil y más barato si lo hacemos juntos! Por otra parte, aunque no encontremos alternativas, pues a veces es realmente difícil o sencillamente imposible, el mero hecho de querer buscarlas ya es algo positivo. «No tenemos todas las soluciones, pero al menos las estamos buscando» (Rob Hopkins). ¡Qué importante es empezar por hacerse preguntas! Eso nos lleva a buscar respuestas. Aunque no las encontremos, vamos por buen camino.

Está muy bien lo de no tener coche, pero es que hay veces que lo necesitas Bueno, en esta manera de plantear la objeción ya se está distinguiendo entre «necesitar coche» y «tener coche». Si está muy bien lo de no tener coche y hay veces que se necesita, ¿por qué la solución es tener uno en propiedad? Busquemos otras soluciones: alquilarlo cuando lo necesitamos (y eso nos hará darnos cuenta de cuándo realmente lo necesitamos) o pedirlo prestado (y a la vez ofrecernos a compartir lo que nosotros tenemos o sabemos hacer). El «consumo colaborativo» es un cambio cultural y económico –de mentalidad y de práctica– desde un consumo individualista a otro basado en nuevas formas de uso compartido, intercambio o alquiler. Haciéndolo así no solo gastamos menos dinero (vivir de esta manera 87

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no es más caro), sino que contribuimos a un consumo más sensato y sostenible. Estoy de acuerdo en todo esto, pero cuando tenemos a nuestro cargo niños pequeños, enfermos o ancianos, lo primero es su cuidado; después ya vendrán otras preocupaciones ¡Muy cierto! La contribución a otro mundo mejor posible no debe hacernos olvidar que somos seres vulnerables, necesitados de cuidados, ni alejarnos del deber cariñoso de cuidar de otros, sobre todo de las personas que tenemos a nuestro cargo. Más adelante veremos cómo el papa Francisco nos invita a «alentar una cultura del cuidado». El cuidado de los demás, especialmente de los más débiles, cuando lo hacemos con amor y generosidad, no solo es bueno para ellos, sino que nos hace a nosotros más humanos. Y sin duda todo eso es una magnífica contribución a un mundo más cariñoso y fraterno. Cuidar significa ocuparse de alguien que requiere atención o necesidades particulares. Cuando cuidamos de alguien, lo normal es intentar ofrecerle lo mejor, lo que más contribuya a su salud integral. Por eso es normal, por ejemplo, leer las etiquetas de los productos que les ofrecemos incluso con más atención que si fueran para nosotros mismos. Cuidar a alguien es así compatible con preocuparse por la procedencia de los productos de consumo. Dificultades sociales Vivir de forma alternativa supone desertar de la realidad, salirse de la sociedad y refugiarse en ámbitos fuera de ella He aquí una «objeción muy razonable». Quienes se retiran y viven al margen de la sociedad dejan de participar en ella y, por tanto, de poder incidir en ella. 88

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Pero, sinceramente, ¿en quién estamos pensando cuando planteamos esta objeción? - ¿En los que recuperan espacios baldíos en las ciudades para convertirlos en huertos urbanos donde todos los vecinos puedan participar, conocerse más y trabajar juntos por un barrio mejor? - ¿En los que denuncian el abuso de poder de los representantes políticos y proponen y ponen en práctica nuevas formas de participación ciudadana abiertas a todos? - ¿En los que organizan y se unen a formas pacíficas de manifestación ciudadana que piden el paso de una democracia representativa a una democracia participativa? - ¿En los que promueven grupos de consumo que ponen en contacto a consumidores entre sí y a estos con los productores? - ¿En los nuevos movimientos sociales que surgen de abajo arriba y se van enlazando en redes descentralizadas? - ¿En iniciativas como las de transición, decrecimiento, movimiento slow... que se organizan en comunidades abiertas a quien quiera incorporarse y ponen en práctica y proponen formas de vida transformadoras de las personas y de la sociedad? - ¿En los que idean y promueven cooperativas de crédito donde los socios deciden en asamblea a quién y cómo prestar el dinero puesto en común, con la intención de apoyar proyectos que redunden en beneficio de las personas y no de los capitales? - ¿En los que emprenden iniciativas económicas originales para resolver necesidades de las personas de forma más justa y solidaria? Si algo caracteriza a muchas de estas «formas alternativas de vida» es su voluntad inequívoca de participar en la vida ciudadana, económica y política de la sociedad. 89

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Es verdad que, para alimentar esa voluntad, es bueno y necesario cultivarla en determinados ámbitos. Pero cuando se conocen de cerca se constata que esos ámbitos, más que «refugio de desertores» son «comunidades de sentido y de sentimiento», hogares y talleres donde las personas sueñan y se empeñan en contribuir a otro mundo mejor posible.

Pero no se puede cambiar la sociedad desde fuera; hay que hacerlo desde dentro de sus estructuras. ¡Hay que estar en el mundo! Sin duda. Pero la experiencia nos indica que es posible «estar en el mundo sin ser del mundo» (cf Jn 19,11-16), vivir en esta sociedad, con sus estructuras maliciosas, y a la vez no identificarse con esas estructuras. Y esto puede y debe hacerse desde dentro de las formas de organización sociales, políticas, económicas, religiosas y administrativas. Y al mismo tiempo puede y debe hacerse proponiendo e intentando hacer realidad otras formas de organización. Ambas estrategias son necesarias y no merece la pena debatir sobre cuál lo es más. Cada uno, con el don que ha recibido y sus circunstancias personales, sabe de qué forma puede ponerse mejor al servicio de otra sociedad menos injusta. Los que se esfuerzan por buscar y poner en práctica formas alternativas de vida, aunque no todos puedan vivirlas con la misma intensidad, están haciendo una importante contribución a un mundo mejor posible.

Vivir de forma distinta supone separarse de los demás. Por ejemplo, si no tienes un celular de última generación te quedas fuera de los circuitos de comunicación con la gente de tu entorno Es verdad. Salirse de los modos de comportamiento socialmente aceptados siempre ha supuesto una dificultad real de 90

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integración con los demás. Por eso las personas que se aventuran y se mantienen en esas formas «distintas» de vida tienen un mérito no siempre reconocido. Si decidimos mantener nuestro teléfono celular mientras siga funcionando y no cambiar a otro modelo más moderno, no tendremos acceso a las últimas tecnologías de comunicación. En algunas situaciones puede suponer un inconveniente práctico. Cada cual ha de sopesar ventajas e inconvenientes. En cualquier caso, es importante hacer ver que si, por ejemplo, decidimos mantener nuestro teléfono celular no es porque no queramos comunicarnos con las personas de nuestro entorno, sino porque damos más importancia a los valores que encontramos en esa «forma distinta de vivir», porque para nosotros es importante y tiene mucho sentido no cambiar de teléfono celular si el que tenemos todavía funciona. Y porque damos valor a otras formas de comunicarnos igualmente válidas.

El que se sale del comportamiento normal en la sociedad se expone a que lo llamen rarito, extraño, friqui, cutre, loco, antisistema, radical, revolucionario, hereje... Con unas u otras palabras siempre ha sido así. Es un precio que hay que pagar. La sociedad siempre ha puesto etiquetas a quienes han cuestionado las costumbres imperantes. Para unos puede ser difícil de llevar; otros lo recibirán como un halago... «Si al señor de la casa le han llamado Belcebú, ¡cuánto más a sus discípulos!» (Mt 10,25). Desde luego, siempre será mucho más llevadero si nos juntamos con otros «raritos» con quienes compartimos inquietudes y valores: Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta el

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mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales (LS 219).

Los adultos todavía podríamos, pero cuando tenemos hijos es muy difícil evitar los condicionamientos del entorno y de los medios de comunicación Es así. Los niños son especialmente receptivos a los condicionamientos externos. Muchos padres tienen esta experiencia de lo difícil que es educar a los hijos en unos valores contrarios a los del entorno y de la sociedad. A lo largo de la historia ha habido muchas situaciones parecidas. Siempre ha sido difícil. Pero reconocer esto no debe hacernos tirar la toalla. Precisamente, esta dificultad ambiental debe hacernos especialmente vigilantes, por ejemplo en cuanto a la influencia de los medios de comunicación en los niños. Con frecuencia serán necesarias posturas intermedias (ya sabemos que es imposible llegar al cien por cien de coherencia en todos los ámbitos de la vida). Precisamente por esta dificultad reconocida se hacen más necesarios los apoyos de todo tipo, sobre todo los que vienen del contacto con otras familias inquietas por estas cuestiones. Solos no vamos muy lejos. Juntos es más fácil, con imaginación y decisión. También en cuanto a la educación de los hijos. ¿Cómo mantener la coherencia a la hora de convencionalismos sociales (bodas, cenas, regalos...)? Cuando alguien, por motivos de salud, no puede participar de convencionalismos sociales, parece fácil tanto argumentarlo 92

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como comprenderlo: Susana no puede venir a la fiesta porque el médico le ha mandado reposo; Tomás no puede comer trigo porque es celíaco... En estos casos, tanto unos como otros suelen aceptarlo sin hacerse problema. En otros casos hay razones de costumbres o gustos: Alberto no viene a la fiesta porque le coincide con un partido de su equipo favorito; Petra no come de esto porque no le gusta... No siempre se comprende, pero también suele respetarse. Sin embargo, parece que la objeción se plantea aquí no tanto por motivos de salud o de costumbre, sino éticos y de valores. ¿Cómo mantener los principios en estos casos? Algunas personas se mantienen fieles a sus principios éticos en todo momento: uso de los medios de comunicación, transporte, regalos, alimentación... Son actitudes «proféticas», en el sentido bíblico de anuncio y denuncia de otros valores, hechos realidad en la persona que así lo vive. Estos sienten una fuerza interna que les hace mantenerse firmes a pesar de las incomodidades y a veces confrontaciones. Es una postura vital loable y respetable. Otras personas son flexibles. En su vida personal son coherentes con sus valores y en la vida social se adaptan al grupo, entendiendo que la convivencia amable con otros también es un valor, a veces superior al de la propia coherencia. En cualquier caso, no dejan de expresar sus preferencias y los motivos que les llevan a ellas. Y también caben posturas intermedias. Por ejemplo, si nos vemos «obligados» a hacer un regalo porque forma parte del convencionalismo social o del grupo, siempre podremos regalar algo acorde con nuestros valores. ¿Qué es mejor? Todas las posturas tienen ventajas e inconvenientes. Seguramente, lo mejor sea lo que vaya más con la persona en concreto.

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¿Cómo hacer cuando vives con personas que no piensan como tú ni tienen los mismos hábitos de comportamiento? Es bastante normal convivir con personas que no piensan exactamente igual ni tienen los mismos hábitos de conducta. Es ley de vida y de convivencia saber hacer que confluyan las diferencias en un equilibrio dinámico: unos días o en unos aspectos ceden unos, otros días o en otros aspectos ceden otros. Y en todo, mucho respeto y amor. Aquí es difícil dar una respuesta válida para todos, pues estamos hablando de situaciones personales no generalizables.

Poner en evidencia un estilo de vida «desaforado» hace que los demás se sientan incómodos y me rechacen. A veces supone que ellos tienen que adaptarse a mis «rarezas» Ser uno mismo en sociedad nunca ha sido fácil, sobre todo cuando uno reconoce su propia singularidad, distinta de la de los demás. Ser coherente con lo que uno siente como la propia identidad implica dificultades de relación. Pero si uno es fiel a su propia conciencia y a sus valores, a pesar de los inconvenientes sociales, se experimenta una satisfacción impagable. ¿Acaso no lo hemos vivido alguna vez? Nos alegra ser fieles a nosotros mismos, a nuestros principios, a nuestra forma de ser. Y a la vez que respetamos a otros en su forma de ser también pedimos que los demás nos acepten como somos, con sencillez y humildad. Y todo esto sin entrar en dogmatismos e ideologías. Intentando ser radicales sin radicalismos. Y sin dejar de ser felices, mostrando que es posible ser feliz viviendo así. No hay nada como el (buen) ejemplo.

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Sí, claro, ¡a costa de los demás! Vivir de esta manera les complica la vida a las personas que viven contigo y tienen que aguantar tus rarezas Como decíamos más arriba, cuando una persona no puede comer determinados alimentos por motivos médicos, todos lo comprenden y respetan, aunque eso suponga cierta complicación para los demás. Incluso cuando los motivos son religiosos –la carne de cerdo para los musulmanes o la de ternera para los hindúes–, aunque no se comprenda, es algo que suele respetarse. Pero cuando una persona expone que no quiere tomar determinados alimentos por motivos éticos suelen aparecer problemas. ¿Por qué sucede esto? Incluso cuando quien manifiesta su conducta distinta por motivos éticos lo haga de forma respetuosa y sin juzgar las conductas de otros, es posible que estos se sientan algo molestos. ¿Tal vez porque se sienten juzgados en sus propias convicciones éticas?

¡Qué fácil (y qué sinvergüenza) es no tener coche y usar el de los demás! ¿De verdad pensamos que es más fácil tener que pedir un coche cada vez que se necesita que tenerlo propio y poder disponer de él sin depender de nadie? ¿No es más bien al revés? El consumo individualizado es más cómodo que el consumo compartido. Este supone tener que planificar, ponerse de acuerdo, cuidar con especial esmero los bienes compartidos –pues no son nuestros– y, evidentemente, estar dispuesto a compartir lo propio. Si apostamos por el consumo colaborativo no es por ser sinvergüenzas, sino para contribuir a una nueva cultura del compartir y la solidaridad, una cultura del uso sobrio y sensato de los bienes, empezando por ponerlo en práctica nosotros mismos, que estamos dispuestos a compartir lo que somos y tenemos. 95

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Aspectos psicológicos Comprar de segunda mano es para gente con pocos recursos y para friquis, no para mí. Y comprar productos ecológicos es para yuppies y para quien se lo pueda permitir; desde luego no para mí. Yo no soy así Aquí ya no estamos hablando solo de una cuestión de precio, sino también de identidad personal y cultural, de las señas de identidad social con las que nos identificamos. Con frecuencia actuamos en función de la imagen que nos hemos hecho de nosotros mismos y de la que no siempre somos conscientes. Y esa imagen, para bien y para mal, nos condiciona y nos «posiciona» ante otras personas que reconocemos «distintas». Es muy fácil poner etiquetas, juzgar a las personas antes de conocerlas y hacer generalizaciones a la ligera: «Esta gente son unos... (friquis, yuppies...); yo no soy como ellos». ¿Podríamos prescindir de etiquetas? ¿Seríamos capaces de reconocer que, por encima de generalizaciones fáciles, hay aspectos que tenemos en común? Hablemos de ventajas e inconvenientes, de valores y contravalores, de «objeciones razonables», pero dejemos de lado los prejuicios culturales y psicológicos.

En esto de vivir a contracorriente me siento frustrado, culpable, solo... ¡Qué revoltijo de sentimientos! No juzgamos los sentimientos, que pertenecen a cada persona. Sentimientos y emociones son algo estupendo que tenemos los seres humanos. Están ahí y es decisión nuestra saber qué hacemos con ellos. Hay sentimientos negativos que nos hacen daño y que no podemos evitar; seamos conscientes de ellos y aceptémoslos con humildad. Hay otros que nos duelen, pero en los que podemos encontrar una alerta hacia un cambio o una pista hacia otra 96

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forma de proceder. Estos sentimientos se convierten así en un empuje para actuar. Sentirnos solos en esta forma de vida, ¿no es una invitación a buscar otras personas en quien apoyarnos? En cualquier caso, ¡qué bueno es compartir los sentimientos (y tener con quién compartirlos)!

Si pienso en estas cosas me acabo obsesionando con que todo es malo o me hace daño Una cierta «obsesión» por determinadas cosas no es mala. «Obsesionarnos» hasta cierto punto con la justicia, la libertad, la defensa de la vida, los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente... no es malo. El problema es cuando se atraviesa determinado punto en que nos volvemos intolerantes, fanáticos o desequilibrados psíquicos. «Pensar en estas cosas», tener presente las repercusiones de nuestra forma de vida, no debe llevarnos a actitudes y comportamientos desequilibrados. Si de verdad tenemos esa tendencia a «obsesionarnos con que todo es malo o me hace daño», tal vez haya alguna patología psicológica que deba ser tratada con ayuda profesional. Pero, sinceramente, ¿de verdad es así? ¿Es una patología psicológica o no podría haber aquí un simple mecanismo de defensa para eludir el miedo a salir de nuestra «zona de confort»?

Nunca está uno satisfecho del todo. Cuanto más profundizo en esto, más aumenta mi sentimiento de incoherencia e hipocresía Nuevamente el confuso y complejo mundo de los sentimientos. Un cierto sentimiento de incoherencia, de «mala conciencia», es 97

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bueno, porque nos moviliza y nos predispone al cambio. Pero cuando esa mala conciencia nos agobia, nos hace sentirnos culpables, nos impide ser felices... entonces hay algo que debemos revisar. ¡Todo esto es sin dejar de ser felices! Es verdad que nunca estaremos satisfechos del todo. ¿Y qué? Ya sabemos que ni nosotros ni el mundo en que vivimos somos perfectos. No podemos estar satisfechos de todo, satisfacer todos nuestros deseos de cambiar el mundo a mejor. Lo que sí está en nuestra mano es hacer de esa insatisfacción un aliciente para movernos en la dirección en la que queremos. ¿Sentimiento de hipocresía? El hipócrita es el que sabe que está fingiendo. Si realmente intentamos ser sinceros con nosotros mismos, no deberíamos hablar de hipocresía, sino, al contrario, de honradez. Sin embargo no siempre es así. La conocida frase «si no vives como piensas acabarás pensando como vives» apunta a que no podemos vivir en la incoherencia de pensar de una manera y vivir de otra. Pero, lamentablemente, la experiencia muestra que es posible mantener, de forma más o menos consciente, esa incoherencia, esa «hipocresía». ¡Ante esto es ante lo que debemos estar en guardia!

No me digáis que no estoy contribuyendo a un mundo mejor solo porque no me alimento como vosotros ¡No estamos diciendo eso! Tu conducta es ciertamente ejemplar. Te duele el sufrimiento de los pobres, te preocupa la creciente desigualdad social y la degradación medioambiental... Te desvives por los demás, compartes tus bienes, rezas todos los días... Eres una buena persona sin lugar a dudas, un precioso testimonio de generosidad y entrega. Nadie pone en duda que tu vida y tu persona están contribuyendo a un mundo mejor. ¡Y qué bien que haya personas como tú! Todo es impor98

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tante, y tu contribución también; todo es necesario, porque todo está relacionado. Precisamente porque todo está relacionado, la invitación es a contribuir más... además de contribuir a un mundo mejor con lo que ya somos y hacemos, a ser más conscientes de que con nuestra forma de vida estamos causando mucho daño y que podemos evitarlo. ¡Claro que estás contribuyendo a un mundo mejor! Pero si fueras consciente del daño que está causando, por ejemplo, tu forma de consumir y de alimentarte y fueras capaz de introducir cambios en eso, tu contribución sería aún mayor.

Resistencias personales y miedo al cambio Esta forma de vida es más incómoda; requiere esfuerzos que no compensan ¿Qué es lo que no compensa? ¿No compensan estos esfuerzos para ir ganando en consciencia, en salud, en relaciones humanas, en hondura personal? ¿No compensa la satisfacción de saber que con nuestro comportamiento estamos contribuyendo a un mundo mejor? «El desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo» (LS 212). Muchas personas que han ido adentrándose en nuevas formas de vida constatan la ganancia en todo eso. Para ellos, los esfuerzos derivados del cambio les han retornado ventajas que superan esos esfuerzos. Para estas personas, este es un camino de crecimiento humano y felicidad. Otras personas reconocen esas ganancias, pero el esfuerzo y la incomodidad que suponen no les compensa... ¿Qué hacer entonces? Si de verdad estamos convencidos de la bondad de este 99

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camino, empecemos a recorrerlo por donde nos resulte más fácil, más llevadero. Y apoyémonos en aquellas motivaciones que nos resulten más atractivas. Para unos será la satisfacción de saber que estamos contribuyendo a un mundo más justo. Para otros, que estamos evitando la degradación medioambiental. Para otros, lo que ganamos en salud física, bienestar anímico y hondura espiritual.

Reconozco mi comodidad, mi resistencia a cambiar mi modo de vida Aunque no siempre lo explicitamos así, la comodidad es una de las principales motivaciones de nuestra conducta. Cuando, por ejemplo, nos paramos a analizar con qué criterios compramos los productos que consumimos, con frecuencia la respuesta es lo que nos resulta más cómodo, lo que nos supone menos tiempo y complicaciones. Somos una especie con tendencia a la comodidad. Pero una vida demasiado cómoda acaba «acomodándonos» y, peor aún, haciéndonos insensibles a quienes sufren vidas no tan cómodas. Por eso, si ese es nuestro caso, es bueno introducir voluntariamente en nuestras vidas elementos que nos «desacomoden», nos sacudan un poco y nos hagan salir de nuestra «zona de confort»: La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad (LS 208).

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Reconocer la propia comodidad no significa mucho; es algo bastante normal. Pero, ¿puede ser un motivo determinante para dejar de esforzarnos en convertir nuestros estilos de vida?

Me encantan las duchas largas con agua muy caliente en invierno y el aire acondicionado a tope en verano. Me gusta demasiado la carne; no puedo dejar de comerla. Disfruto comprándome ropa, aunque sé que ya tengo de sobra... Quien más quien menos nos identificamos con afirmaciones de este estilo. Todos tenemos nuestros gustos y «debilidades». No hay nada malo en ello, pero, ¿cómo nos sonarían afirmaciones como: «Me encanta destrozar las flores y los árboles del parque; disfruto haciendo sufrir a otros y aprovecharme de los débiles; me gusta demasiado la cocaína, no puedo dejar de tomarla...»? No hay nada malo en tener gustos personales... salvo cuando satisfacer esos gustos perjudica a otras personas, daña el medio ambiente (lo cual, al final, acaba perjudicando a otras personas) o afecta negativamente a nuestra salud física o anímica. ¿Y qué pasa cuando somos conscientes de que muchos de nuestros gustos y preferencias están perjudicando a otras personas, a la naturaleza o a nuestra propia salud? ¿Qué ocurre cuando tenemos el coraje de afrontar «la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo» (LS 208)? Una primera opción es ir abandonando esos hábitos. Y otra, compatible con la anterior, es adaptarlos a otras formas de consumo menos dañinas. Como veremos más adelante: sigamos calentando agua y enfriando el aire, pero ahora con electricidad generada de forma cien por cien renovable; sigamos tomando café, pero de comercio justo; sigamos comiendo carne, pero de producción ecológica; renovemos nuestro vestuario, pero con 101

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ropa reutilizada... Todo eso ya es posible y, aunque suponga un esfuerzo, es un esfuerzo que compensa.

Prefiero vivir en la ignorancia, no saber lo que hay detrás de todo eso... Muy bien; es tu opción. Al menos es una decisión consciente. Pero, con todo respeto, ¿de verdad es una opción por no saber o es una excusa para no vivir en coherencia con lo que sabes? «Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes» (Confucio).

En el fondo reconozco mi miedo al cambio Reconocer esto ya es algo valiente. Reconocer nuestros miedos es el primer paso para afrontarlos. Es muy normal tener miedo a lo desconocido, a lo que nos saca de nuestro mundo de seguridades. Y precisamente en estos tiempos de cambio, en este cambio de época, la humanidad afronta con temor una nueva y desconocida etapa histórica que seguramente será muy distinta de las que conocemos. ¡No tengamos miedo! La nueva época está llegando, lo queramos o no. De nosotros depende entrar en ella con miedo o hacerlo con confianza y determinación.

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Ejercicio práctico: repaso cordial Antes de seguir adelante, hagamos una nueva parada en nuestro itinerario. Puede parecer innecesario este paréntesis, pero es importante para, más allá de la cabeza, incorporar el nivel del corazón en nuestra conversión ecológica. ¡Qué necesario es pararse de vez en cuando! De nuevo busco un lugar donde estar en tranquilidad los próximos veinte minutos. Tomo papel y lápiz. Me siento en postura cómoda y recta y comienzo por practicar un ejercicio de silencio, respiración y conciencia corporal durante cinco minutos. Durante este rato procuro apartar los pensamientos y centrar la atención en mi cuerpo y en la respiración. Puede ayudar hacerlo con los ojos cerrados. ... Hago un repaso, no mental, sino cordial, al capítulo que he terminado de leer: «Convertir la mirada y la manera de pensar: objeciones razonables». Repaso cordial significa exactamente re-cordar, volver a pasar por el corazón. Y me pregunto: ¿qué ha pasado por mi corazón leyendo este capítulo? ¿Cómo me he sentido? - Me ha molestado tanto argumento intentando convencerme... - Me he ido sintiendo cada vez mejor, más alegre, a medida que iba leyendo... - Me ha abrumado tanta respuesta; me siento ignorante... - Me he sentido indefenso, en evidencia, avergonzado... - Me ha incomodado, pues todo esto me obliga a pensar... - Me ha gustado encontrar respuestas a preguntas que tenía... - ... ...

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Acojo estos sentimientos. Son míos, son los que son y no han de ser juzgados en clave moral de «buenos» o «malos». En todo caso puedo preguntarme: ¿qué me están revelando de mí estos sentimientos? Y todo esto, ¿cómo puede ayudarme en mi conversión ecológica? Y, si procede, es el momento de escribir algunas notas personales.

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3 CONVERTIR LAS ACTITUDES: ALGUNAS CLAVES DE COMPORTAMIENTO A lo largo de la encíclica encontramos muchas claves para abordar la conversión ecológica a la que nos invita el papa Francisco. No son consideraciones filosóficas o teológicas, sino claves de comportamiento, actitudes personales que nos sirven de ayuda en esta «guía práctica de conversión ecológica» (LS 216221). Francisco no las enumera en un capítulo aparte, sino que las va sugiriendo a lo largo de toda encíclica, en consonancia con ideas ya expuestas en textos anteriores, en particular la exhortación apostólica Evangelii gaudium. Aquí ofrecemos estas claves, ordenadas según un itinerario que va del nivel más personal al comunitario y social.

Transformación personal: cambiar desde dentro Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal. Solo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico (LS 211). Recordemos el modelo de san Francisco de Asís para proponer una sana relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro (LS 218).

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La primera de las claves que abordamos para una conversión ecológica (aunque en la encíclica no se presente en este orden) es la que se refiere al cambio personal. Más aún, al cambio personal desde dentro, desde profundas motivaciones. «Porque no será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin “unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria”» (LS 216), nos recuerda Francisco, precisamente citando Evangelii gaudium. Y en el párrafo siguiente: «Si “los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores”, la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior» (LS 217). Pero no podremos cambiar desde dentro sin pararnos, sin desacelerar nuestro ritmo de vida. Es algo primordial, sobre todo para quienes viven en ambientes urbanos y acelerados. Como veremos en el capítulo dedicado a las líneas de acción, seamos capaces de introducir cambios estructurales y hábitos regulares en el ritmo de vida que nos ayuden a pararnos para poder ser conscientes de nuestros móviles interiores y poder cultivar una mística que nos anime. Cambiar desde dentro a partir de móviles interiores puede suponer también empezar por lo que más motive a cada cual. Todo es importante y no podemos atender todos a todo. ¿Por dónde empezar entonces? Por aquello en donde nos sintamos más conectados con nuestros propios móviles interiores. Puede ser la alimentación, o la denuncia de las injusticias, o la acción compasiva, o la espiritualidad... Que cada cual sienta cuál es su ámbito de contribución, el suyo, aquel en el que nota que se vuelca con menor esfuerzo, porque le brota de dentro. Será seguramente también el ámbito donde cada cual tiene más que aportar y en el que su acción fluirá más naturalmente. Preguntemos a las propias entrañas y al corazón, no solo a la cabeza. Esto supone también empezar por soñar, por identificar los propios sueños, los «fueguitos» que arden en nuestro interior, 106

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cultivarlos y seguirlos. Y, en clave de fe, reconocer que en esos fuegos arde el Espíritu, que vive en nosotros.

Capacidad de admiración La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida (LS 225).

Desarrollar la capacidad de asombro y admiración no es más que recuperar una actitud propia de la infancia. Los niños, sobre todo a ciertas edades tempranas, se maravillan asombrados ante todo lo que van descubriendo. «Si no os volvéis como niños...», nos advierte Jesús en el Evangelio, si no cultivamos esa actitud de asombro inocente no entenderemos el misterio del Reino. El mismo Jesús «podía invitar a otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él mismo estaba en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de cariño y asombro» (LS 97). ¡Si todo lo que nos rodea es un misterio alucinante! Un misterio ante el que nos descubrimos asombrados. «Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida» (LS 207), exhorta Francisco citando la Carta de la Tierra. A la admiración le sigue de forma natural la reverencia agradecida. No se trata de un imperativo moral, sino de un movimiento del corazón. Cuando una persona experimenta que el mundo es un misterio habitado, que la vida es un milagro y que el mero hecho de estar vivos –y más si tenemos las necesidades básicas cubiertas y gozamos de salud suficiente– es algo alucinante, la actitud consecuente es una respuesta gratuita y agradecida: 107

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Esta conversión supone diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos (LS 220).

Si sentimos así que hemos recibido un enorme regalo, que es la vida, independientemente de nuestros méritos y circunstancias, entonces no podemos vivir sino de manera agradecida: «Den gratis lo que recibieron gratis» (Mt 10,8). La vida es generosa y no hacemos sino responder a la medida de esa generosidad. ¡Si es que todo es don! Todo es un regalo maravilloso. Francisco nos lo recuerda con bellas palabras: «El mundo es algo más que un problema que resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza» (LS 12). La capacidad de admiración da paso así de forma natural a la alabanza jubilosa, como sucedía espontáneamente en el Hermano de Asís: Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él [Francisco de Asís] miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores, «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón» (LS 11).

Conciencia de comunión universal Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permi-

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tiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración (LS 202). También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera, sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres (LS 220).

La conciencia de comunión con todas las criaturas no es un pensamiento piadoso o un sentimiento romántico e ingenuo. Hablando de Francisco de Asís dice el papa: Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas». Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento (LS 11).

Efectivamente, esta conciencia de comunión universal tiene claras consecuencias prácticas en nuestro comportamiento cotidiano. Cuando, como en el caso del Hermano Francisco, nos sentimos unidos a todas las criaturas y las descubrimos como hermanas, ya no podemos seguir dañándolas sin sentir en el alma que estamos haciendo daño a alguien de nuestra familia. Nuevamente, no se trata de un imperativo moral –«debemos cuidar la naturaleza porque es un don de Dios»– ni menos aún de un 109

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esfuerzo ascético para ser mejores personas, sino de un sentimiento espontáneo de profunda hermandad –«¡si es que con mi comportamiento estoy causando daño a mis hermanas criaturas!»– que nos impide seguir llevando conscientemente un estilo de vida insano y contaminante. El párrafo anterior continúa: Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio (LS 11).

Lo que está en juego es nuestra propia dignidad ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta pregunta no afecta solo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: ¿para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra? Por eso ya no basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia

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dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra (LS 160).

No puede decirse de mejor manera. Aquí el papa Francisco acierta a expresar de forma sublime una de las claves primordiales para nuestra conversión ecológica. Con frecuencia nos preguntamos para qué sirve que yo cambie si los demás no cambian, para qué sirve que nosotros cambiemos nuestro comportamiento si con eso no resolvemos nada, si el mundo va a seguir como está... ¿Para qué sirve? ¡Sirve, en primer lugar, para ser fieles a nosotros mismos! Para ser fieles a nuestra propia dignidad –a nuestra «hermosura y dignidad», como decía santa Teresa de Jesús–. «A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle» (LS 205). Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para los que vienen detrás, porque lo que está en juego es el sentido que damos a nuestro paso por esta tierra. Unos párrafos más adelante, Francisco continúa la cita con la que abríamos este libro: No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo (LS 212).

Para Francisco, este es un criterio fundamental a la hora de tomar decisiones, por ejemplo respecto a las innovaciones 111

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tecnológicas: «Porque es más digno usar la inteligencia, con audacia y responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de una noción más amplia de lo que es la calidad de vida. En cambio, es más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza solo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito inmediato» (LS 192). El mismo argumento presenta el papa Francisco respecto a los que tienen funciones de gobierno: «Que un político asuma estas responsabilidades con los costos que implican no responde a la lógica eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual, pero, si se atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa responsabilidad» (LS 181). Por otra parte, al hablar de la intervención humana sobre los vegetales y los animales, el papa alude al Catecismo de la Iglesia católica, el cual «recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que “es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas”» (LS 130). ¡De nuevo este mismo argumento! Maltratar a una criatura es, evidentemente, perjudicial para la propia criatura maltratada. Pero también es perjudicial para el mismo maltratador, porque, actuando así, el que hace daño está obrando de forma contraria a su propia dignidad humana. Es una sabiduría que encontramos repetidamente en la Biblia: «El hombre bueno se beneficia de su bondad, el hombre cruel se destroza a sí mismo» (Prov 11,17). El que procede con maldad o con violencia, él mismo se hace daño, se «condena», en lenguaje bíblico (cf. Ez 18,26), no porque Dios le castigue, sino porque esa persona se está perjudicando a sí misma con ese comportamiento contrario a su propia esencia, a su «razón de ser». Por el contrario, Francisco no se cansa de alentar los comportamientos positivos, incluso los más modestos: «Es muy 112

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noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas [...] Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano» (LS 211). Lo que está en juego es nuestra propia dignidad, nuestro propio despliegue como personas, ser capaces de mostrar lo mejor de nosotros mismos.

Alentar una cultura del cuidado El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción». En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica (LS 231).

El drama de nuestro tiempo es que hemos puesto en el centro de nuestra manera de organizarnos como sociedades el beneficio económico por delante del cuidado de la vida. No pensemos que esto es algo que se refiere únicamente a los que detentan el poder político o económico. ¡Cuántas veces en nuestros comportamientos prácticos nos movemos sobre todo por criterios económicos! Como veíamos en el capítulo primero, cuántas veces, como consumidores, actuamos con el criterio fundamental del precio de las cosas o de nuestra comodidad en lugar de poner en el centro aquello que más contribuye al cuidado de la vida. Cuando, pudiendo comprar un producto 113

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elaborado con criterios de justicia y sostenibilidad, preferimos otro más barato, ¿no estamos poniendo primero el criterio económico en lugar del cuidado de la vida? Cuando, pudiendo comprar alimentos saludables, preferimos comida barata por una cuestión de precio, ¿no estamos poniendo en primer lugar el criterio del beneficio económico en lugar del cuidado de nuestra propia vida y de la tierra? «Quienes no lo afirman con palabras lo sostienen con los hechos, cuando no parece preo­ cuparles una justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la riqueza, un cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras. Con sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es suficiente» (LS 109). Estamos ante «un gran desafío cultural, espiritual y educativo» (LS 202): alentar una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cambiar nuestra mentalidad es un reto enorme, pero posible. Así como hemos configurado nuestra manera de pensar podemos configurarla de otra manera, no importa la edad que tengamos. Lo primero es darnos cuenta, ser conscientes de con qué criterios estamos actuando. Y lo siguiente es procurar que todo lo que hacemos tenga como razón fundamental aquello que más contribuya al cuidado de la vida. Recordando que los textos bíblicos nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo, Francisco añade: «Mientras “labrar” significa cultivar, arar o trabajar, “cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar» (LS 67). Las palabras «cuidar», «cuidado» y «cuidadoso» se repiten más de cuarenta veces en la encíclica Laudato si’, empezando por el subtítulo: «Sobre el cuidado de nuestra casa común». Está clara esta insistencia del papa Francisco de poner en el centro el cuidado de la vida por encima del criterio económico y de nuestra comodidad. ¡Lo primero es el cuidado de la vida!

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Creatividad que busca nuevos caminos Por otra parte, si bien esta encíclica se abre a un diálogo con todos, para buscar juntos caminos de liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles (LS 64). El marco político e institucional no existe solo para evitar malas prácticas, sino también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas (LS 177). Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida, que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea (LS 245, último párrafo de la encíclica antes de las oraciones finales).

Buscar nuevos caminos supone lógicamente ponerse en actitud de búsqueda, ponerse en camino. Algo con profundas resonancias evangélicas: «Busquen y hallarán» (Mt 7,7); «¡Pónganse en camino!» (Lc 10,3); «¡Rema mar adentro!» (Lc 5,4); «¡Vayan por todo el mundo!» (Mc 16,5). Supone escuchar la voz que nos invita a salir de la zona de confort de nuestros hábitos y a dejar esquemas mentales que pudieron estar bien en el pasado, pero que hoy ya no sirven. Supone un esfuerzo siempre posible y siempre gratificante, el de salir de uno mismo: Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea (LS 208).

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Buscar nuevos caminos no significa que vayamos a encontrarlos, y menos a la primera. Pero está claro que quien no se pone en camino no llegará a ningún sitio. Como decía Pablo Picasso, «la inspiración artística me viene en raras ocasiones; lo que procuro es que cuando llegue me encuentre trabajando». De eso se trata. «La conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo para resolver los dramas del mundo» (LS 220). Pongámonos en camino en la confianza de que el Señor de la vida, que nos ama tanto, no nos abandona. Atrevámonos a hacer cambios en nuestra vida, aunque sea de manera temporal, y veamos qué ocurre. En la distribución del tiempo, en el uso de los medios de transporte y comunicación, en nuestra dieta, en las cosas que compramos y en los establecimientos en los que lo hacemos, en los productos de limpieza y aseo que utilizamos... ¡Hagamos la prueba! Y evaluemos después los resultados. Aunque no lleguemos a conclusiones definitivas, el mero hecho de ponernos en marcha en estas y otras cosas parecidas ya es un excelente medio de conversión personal. Sí, hagamos la prueba. No hay nada como la propia experiencia. Quien lo prueba lo comprueba. Y mejor aún si nos abrimos a un «diálogo con todos para buscar juntos caminos de liberación». Seamos capaces de relativizar nuestras convicciones para escuchar las de otros, buscando juntos las respuestas más adecuadas. Seamos capaces de flexibilizar nuestros hábitos de comportamiento para confluir con otros en nuevos hábitos más sostenibles, resultado de las aportaciones de todos.

Un sano realismo: la realidad es superior a la idea La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que

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requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea» [EG 231] (LS 201). La idea –las elaboraciones conceptuales– está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del nominalismo formal a la objetividad armoniosa. De otro modo se manipula la verdad, así como se suplanta la gimnasia por la cosmética [cita de Platón]. Hay políticos –e incluso dirigentes religiosos– que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera una racionalidad ajena a la gente (EG 232).

He aquí una de las ideas clave de Francisco retomada de Evangelii gaudium: el mundo real tiene primacía sobre el mundo de las ideas. Parte del drama de nuestro mundo hoy reside en el hecho de que los dirigentes políticos –e incluso religiosos, como señala Francisco– «se han instalado en el reino de la pura idea», refugiándose en la información que transmiten los datos estadísticos y dando la impresión de que quieren actuar más sobre esos datos que sobre la realidad que hay detrás de ellos. Así, no importan las personas, sino los resultados numéricos. Los datos son siempre un medio útil para conocer la realidad, pero el papa Francisco nos recuerda su carácter de medio y no de fin. «La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos, que termina saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental» (LS 47). La razón humana es un maravilloso regalo del Creador, pero la razón sola es estéril si no cumple su finalidad 117

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de iluminar la realidad. «Obras son amores y no buenas razones», decimos en un castellano popular. Cada vez más observamos cómo las ideologías no convocan. Y menos aún los discursos al estilo de «hay que», «deberíamos», «tendríamos que»... «Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento». Lo que atrae y convoca es la vida y el testimonio de quien vive en coherencia con sus ideas. Las cosas importantes se transmiten viviéndolas mejor que contándolas. La mejor manera de transmitir una idea es vivirla, y vivirla de forma auténtica y apasionada. Gandhi proponía: «Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo». Por eso hoy no se trata de «convertir» a otros, sino, en todo caso, de suscitar que esos otros «se conviertan». Ninguna conversión –incluida la conversión ecológica– se puede imponer desde fuera (y cuando se hace se constata lo contraproducente que resulta). No se trata de vencer, sino de convencer; más aún, de suscitar el convencimiento. Y esto no se consigue sino con mucho diálogo, una palabra que se repite 25 veces como una constante a lo largo de Laudato si’ desde sus primeros párrafos: «En esta encíclica intento especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común» (LS 3). Dar (buen) ejemplo no significa ser perfecto en todo. Cada cual partimos de nuestras condiciones y posibilidades. Reconociendo el valor de los testimonios heroicos, a nadie se nos pide dar más de lo que podemos (¡ni tampoco menos!). Además, sabemos que es imposible ser cien por cien coherente en todos los ámbitos de la vida. Dicho en un lenguaje religioso, nunca alcanzamos completamente la «conversión integral». «Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse de corazón» (LS 218). Y esto no debe ser vivido como un fatalismo desmoralizante, sino, al contrario, con la alegría de quien asume su propia realidad limitada. Por eso, este «criterio de realidad», este realismo, lleva a la humildad consciente. Una humildad que es «andar en verdad» 118

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(Teresa de Jesús). Cuando afrontamos nuestra propia verdad y realidad, con sus límites humanos, nos reconocemos en nuestra propia limitación. Y por eso la humildad suele ir acompañada por una manera sencilla y sobria de vivir, respetuosa con el entorno. Por el contrario, «la desaparición de la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad de dominarlo todo sin límite alguno, solo puede terminar dañando a la sociedad y al ambiente» (LS 224).

Mirada integral e integradora: el todo es superior a la parte Se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e integradora. Hoy, el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia social, y así se muestra una vez más que «el todo es superior a la parte» (LS 141).

La cita es del propio Francisco en Evangelii gaudium (nn. 234-236). ¿Qué quiere decir el papa con esto? Algo que tiene que ver con uno de los ejes que recorre toda la encíclica: «La convicción de que en el mundo todo está conectado» (LS 16). Y, por tanto, todas las posibles respuestas son importantes y necesarias: La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política,

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un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático (LS 111).

Una vez más, todo contribuye: la forma de mirar, la manera de pensar, el nivel estructural político y económico, la educación, el estilo de vida, la espiritualidad. Todo contribuye porque todo es necesario, aunque nadie pueda estar simultáneamente en todos esos terrenos y cada persona desarrolle más los dones que ha recibido en algún terreno particular y participe en lo que pueda en el resto de ámbitos. Pero eso no quita que reconozcamos los otros campos como importantes y nos alegremos de quienes se comprometen en ellos. «Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia» (EG 235). «Piensa globalmente, actúa localmente», se dice en los entornos que pregonan que otro mundo es posible. Por eso, en el cuidado de nuestra casa común, tan importantes y necesarios son los comportamientos personales como el nivel institucional: Si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: «Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales». En ese sentido, la ecología social es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacional (LS 142).

Francisco resalta repetidamente en la encíclica esta necesaria dimensión social: «El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor» (LS 231). Actúa localmente, piensa globalmente. El todo es superior a la parte. 120

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Conversión comunitaria Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta el mundo actual. [...] A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de realización». La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria (LS 219).

Entre el ámbito personal y el institucional media una distancia más que considerable. ¿Cómo llegar a incidir en el nivel estructural desde nuestro comportamiento individual? Está claro que la mera suma de actitudes individuales no es suficiente; se precisan redes comunitarias, ámbitos cercanos en los que apoyarnos mutuamente e impulsarnos para que nuestras voces lleguen más lejos. Juntos es más fácil. ¡Cuántas veces nos sentimos solos en nuestro camino de conversión y, particularmente, en nuestra conversión ecológica! Por eso es tan necesario juntarse con otras personas con las mismas inquietudes. Otros con quienes poder hablar sin sentirnos «bichos raros», poder compartir dificultades y frustraciones, pero también logros y estrategias de cambio, fuentes de información y recetas prácticas (incluso de cocina). Pero, sobre todo, un ámbito donde sentirse menos en soledad. Buscando un poco acaban apareciendo estos ámbitos. Y entonces nos damos cuenta de que no estamos tan solos, que hay otras personas igualmente inquietas en la transformación de su estilo de vida. ¡Cuánta buena gente hay a poco que busquemos! No se trata de hacer guetos aislados del resto de la sociedad, ni 121

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menos aún «comunidades de perfectos». Se trata de no dejar apagar los fueguitos que nos inquietan, y para ello buscar otros compañeros de camino. Y poco a poco uno se da cuenta de que también tiene algo que aportar, que lo que se va aprendiendo, los hábitos de comportamiento que se van adquiriendo, pueden ser también compartidos, explicados y transmitidos. ¡Maravilla del dar y recibir, también en este terreno de la conversión ecológica! Pero la comunidad no es solo un espacio de apoyo mutuo; es también un ámbito de trabajo compartido y de divulgación conjunta. Es esa «reunión de fuerzas y unidad de realización», según la cita de Romano Guardini. «Si quieres ir deprisa, camina solo; si quieres llegar lejos, camina en compañía», dice el proverbio africano. Ante unas exigencias tan enormes, juntos llegamos más lejos.

Generar procesos La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio», que siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de poder (LS 178).

He aquí otra de las claves recuperadas de Evangelii gaudium (nn. 222-225): «El tiempo es superior al espacio»: Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo. [...] Darle prioridad al tiempo

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es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios. El tiempo rige los espacios, los ilumina y los transforma en eslabones de una cadena en constante crecimiento, sin caminos de retorno. Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad (EG 223).

Cuando de lo que estamos hablando es de cambiar nuestra manera de pensar y de vivir hacia modelos más conscientes y respetuosos, nos damos cuenta de que la empresa lleva su tiempo. Sí, aprender a vivir lleva tiempo... y aprender a vivir de otra manera, más, por lo que supone de desaprendizaje del modo anterior. Es así. Nuestro cambio personal, la conversión de nuestro estilo de vida, lleva tiempo. Es verdad que nos gustaría ser capaces de introducir cambios en nuestra vida con más rapidez y determinación de lo que podemos. El dinamismo de la realidad nos impone con frecuencia situaciones adversas y cambios de planes. Se trata, en primer lugar, de la paciencia que hemos de tener con nosotros mismos. ¡Cómo nos gustaría limar este o aquel defecto personal, ser mejores, ser capaces de cambiar, de hacer más el bien que queremos y no el mal que no queremos! Y también de la paciencia debida a los procesos personales de los demás. Cada paso que damos, cada ámbito que conquistamos, nos gustaría que los demás también lo hicieran. ¿Cómo es posible que ellos todavía no lo hayan descubierto? Seamos pacientes y comprensivos con los demás, del mismo modo que nos gusta que los demás sean pacientes y comprensivos con nosotros. Y finalmente se trata de esa «paciencia histórica» con los procesos de cambio social. ¡El cambio social lleva mucho, mucho tiempo! ¡Claro que nos gustaría que fuera más rápido! Pero esta es una carrera de fondo. Lo cual no quita que hayamos de 123

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emprenderla. Todo largo viaje empieza con un primer paso. Siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos a largo plazo.

Caminemos cantando Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza (LS 244). Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera! (EG 109).

En el último párrafo antes de las oraciones finales de la encíclica, el papa Francisco nos regala su última clave de comportamiento: ¡caminemos cantando! Es verdad que los problemas son importantes, que está en juego nada menos que el futuro de los ecosistemas, que los pobres siguen esperando una respuesta sincera y generosa... Pero afrontemos estos retos sin perder la alegría, la creatividad y la esperanza. Lo importante no es tanto entonces mostrar que se puede vivir de otra manera, sino mostrar que se puede ser feliz viviendo de otra manera. Si el esfuerzo por vivir en actitud de conversión ecológica nos hace perder las alforjas de la alegría, el entusiasmo y la esperanza, entonces es que hay algo fundamental que nos hemos dejado por el camino, y lo mejor que podemos hacer es volver y recuperarlo. ¡Todo esto es sin dejar de ser felices! Seamos radicales, pero sin radicalismos. Lo que nos traemos entre manos es muy serio. Que nuestra manera de comportarnos esté causando sufrimiento a otras personas no es algo para banalizar. Pero dejemos los radicalismos, los fundamentalismos y, en general, las posturas extremas contraprodu124

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centes. Esta es una oferta para todos, no solo para héroes. Se trata de que todos vayamos cambiando, cada uno desde donde está y hasta donde puede, apoyándonos y estimulándonos unos a otros. Por eso evitemos dramatizar o culpabilizarnos estérilmente. Es verdad que somos corresponsables de muchas de las cosas que pasan en el mundo. Una cierta mala conciencia por todo eso es bueno para sacudirnos, movilizarnos y convertir nuestra conducta. Pero cuando la «mala conciencia» en lugar de movernos al cambio nos hunde, nos paraliza y nos deprime, entonces ni nos ayuda ni puede servir para nadie. Al contrario, pongamos en todo una cierta dosis de humor que nos ayude a reírnos incluso de nosotros mismos, a relativizar y a ser más tolerantes y comprensivos, a tomarnos la vida con espíritu alegre y a afrontar con optimismo las dificultades. ¡No nos dejemos robar la alegría! ¿Es posible atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo y a la vez ser feliz? ¿Es posible simplificar nuestra vida, decrecer en nuestras supuestas necesidades, llevar una vida voluntariamente sobria y seguir siendo felices? ¿Es posible hablar de la violencia social y el drama medioambiental manteniendo la sonrisa permanente y el entusiasmo en los ojos? ¡Las vidas de muchas personas –empezando por el propio papa Francisco– nos muestran que sí lo es! Por eso es bueno de vez en cuando aflojar las manos del volante y tomarse un respiro, relajarse un rato, disfrutar de un exceso, brindando con otros simplemente porque estamos juntos y estamos vivos. ¡Sí, celebremos! ¡Caminemos cantando! Dando gracias y alabando al Creador por el milagro de esta vida, y celebrando nuestras luchas, y, si llegamos a verlos, también nuestros logros.

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Todo contribuye: el valor de las pequeñas acciones cotidianas Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida (LS 211).

«Si llegamos a verlos [nuestros logros]», terminábamos el epígrafe anterior. Concluimos este capítulo recordando una vez más el eje temático de este libro: todo está relacionado, todo contribuye, toda pequeña buena acción, por pequeña que sea, repercute para bien del mundo. El párrafo anterior se enlaza con el siguiente en una cita ya conocida: No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo (LS 212).

Es así. Aunque no veamos en el mundo el resultado de nuestra conversión ecológica, tenemos la íntima certeza de saber que estamos haciendo lo que tenemos que hacer, que estamos siendo fieles a lo mejor de nosotros mismos, que estamos viviendo conforme a nuestra dignidad humana: Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas [...] Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano (LS 211).

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Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio». Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida. [...] Quizá el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos, pero sin pretender ver resultados llamativos (EG 279).

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Ejercicio práctico: repaso cordial Hagamos una nueva parada en nuestro itinerario. Si lo que vamos leyendo nos está removiendo, provocando o encendiendo, conviene pararse para ponerle nombre a todo eso y preguntarnos qué nos está diciendo. Como los discípulos de Emaús, hagamos una parada en la que tal vez nos demos cuenta de lo que ardía en nuestro corazón mientras andábamos por el camino.

Una vez más busco un lugar donde estar en tranquilidad los próximos veinte minutos. Tomo papel y lápiz. Me siento como otras veces en postura cómoda y recta y comienzo por practicar durante cinco minutos un ejercicio sencillo de silencio, respiración y conciencia corporal. Durante este rato procuro apartar los pensamientos y centrar la atención en mi cuerpo y en la respiración. Si me ayuda, cierro los ojos. ... Hago un repaso cordial al capítulo que he terminado de leer: «Convertir las actitudes: algunas claves de comportamiento». Vuelvo a pasar por el corazón todo esto que he leído. Y me pregunto: ¿qué ha pasado por mi interior leyendo este capítulo? ¿Cómo me he sentido? - Me ha molestado... - Me he ido alegrando... - Me ha abrumado... - Me ha incomodado... - Me ha encendido... - ... ...

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Acojo una vez más estos sentimientos sin juzgarlos. Son los que son y, en todo caso, son míos. Y me pregunto: ¿qué me están revelando estos sentimientos? Y todo esto, ¿cómo puede ayudarme en mi conversión ecológica? Y, si procede, es el momento de escribir algunas notas personales.

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III CAMBIAR Vivan como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinen qué es lo que agrada al Señor y no participen en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denúncienlas. Cierto que ya solo el mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: «Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo». Así pues, miren atentamente cómo viven; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos (Ef 5,8-16) El que sabe cómo hacer el bien y no lo hace, ese está en pecado (Sant 4,17)

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4 ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN Después del recorrido en torno al ver-oír-juzgar y convertirse, llega –ahora sí– el momento de poner manos a la obra. Francisco no presenta una lista de recomendaciones al estilo de «cincuenta cosas prácticas que puedes hacer para cuidar el planeta». De esos ya hay muchos y buenos libros publicados, además de información abundante en Internet. Quizá de esta manera el papa nos está previniendo ante la tentación de ir directamente a las recomendaciones prácticas sin haber pasado antes por la conversión del corazón. Es necesario, desde luego, cambiar el comportamiento. «La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos» (LS 209). Y, como veremos, no son pocas las líneas de orientación y acción que propone Francisco al respecto a lo largo de todo el texto de la encíclica. Pero, como hemos visto, se trata de cambiar desde dentro (cf. LS 218). Como diría san Pablo, ya puedo ser yo la persona más ecológica del mundo que, «si no tengo amor, de nada me sirve» (cf. 1 Cor 13,1-3). Ir directamente al «recetario» sin haber convertido el corazón, la sensibilidad, la compasión, sin «atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo» (LS 19), está bien, y el planeta nos lo agradecerá, pero nos estaremos privando de la experiencia personal que supone la conversión. ¿Y no es así como comienza el Evangelio, la Buena Nueva que anuncia Jesús? «El reino de Dios ya está entre ustedes. Conviértanse y crean en esta buena noticia...». El capítulo V de la encíclica lleva por título «Algunas líneas de orientación y acción», aunque, en realidad, el papa Francisco 133

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sugiere pautas de comportamiento a lo largo del resto de capítulos. Aquí agrupamos esas líneas de acción en un orden propio que presenta primero los ámbitos más personales, para ir alcanzando niveles más colectivos y sociales. Como iremos viendo, son muchas las posibilidades de poner en práctica la conversión integral que se nos pide. Son muchos los ámbitos de comportamiento posibles. ¡Y todos contribuyen! La manera de mirar y de juzgar, la espiritualidad, la educación, el estilo de vida, el nivel político y económico. Todo es importante porque todo está conectado. Recordemos una cita ya mencionada: La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático (LS 111).

¡Que no nos agobie tanta posibilidad! No se trata de abrumarse ante la enormidad del reto que tenemos por delante, sino de reconocer que todo está relacionado, todos los ámbitos son necesarios, apreciar lo que se está ya haciendo en cada uno de ellos y descubrir cada cual, desde donde está y hasta donde puede, ese poquito que puede aportar. Con todo, no se pretende ser exhaustivo; hay muchos y buenos manuales y páginas web con sugerencias prácticas que van más allá de lo que aquí se expone. En el siguiente capítulo se ofrece una «guía práctica de conversión ecológica» que resume lo expuesto en este.

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Vida sana Parece evidente que cuidar nuestra casa común, que es el planeta Tierra, empieza por cuidar nuestra casa individual, que es el propio cuerpo. Como experimentábamos en el ejercicio de conciencia corporal al principio del libro, somos aire, agua, tierra, energía... Somos parte de esta maravillosa creación, y cada uno de nosotros es una maravilla, un milagro de la naturaleza, un portento. Empezar por cuidarnos a nosotros mismos es fundamental para poder cuidar nuestra casa común. Esto es mucho más que una estrategia necesaria –para poder ver la mota en el ojo ajeno necesito primero limpiar mi propio ojo–. Está claro que si yo no estoy bien, si no me cuido, si mi salud se debilita por falta de atención, si caigo en el estrés y me dejo llevar por el agobio, no solo podré hacer poco por los demás, sino que yo mismo podría ser una carga para otros, con lo que, lógicamente, he de cuidarme para poder ser útil. Es eso, sí, pero hablamos también, y sobre todo, del argumento contrario: si yo estoy bien, en armonía y felicidad, en salud y plenitud, estoy contribuyendo a que el mundo esté un poquito mejor, que en el mundo haya un poquito más de armonía, felicidad, salud y plenitud. Aunque sea una gota en un océano –una gota de agua en un incendio–, una gota siempre es más que nada. Todo contribuye. ¿Por dónde comenzar a cuidarnos a nosotros mismos? Posiblemente, en los contextos urbanos y tecnificados en los que vivimos la mayoría de la población, lo primero es incidir en nuestro ritmo de vida. Francisco lo detecta muy bien en las primeras páginas de la encíclica: A la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el cambio es parte de la dinámica de los sistemas

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complejos, la velocidad que las acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica (LS 18).

Y más adelante vuelve sobre ello: La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al ambiente (LS 225).

Comencemos por un ritmo de vida equilibrado, en consonancia con los ritmos de la naturaleza, donde todos los ámbitos importantes de nuestra vida tengan suficiente holgura: el trabajo y la actividad, el sueño y el descanso, el ejercicio físico y el contacto con la naturaleza, las relaciones personales de calidad –empezando por la familia y comunidad próxima–, la formación, la contemplación y oración, el servicio y la solidaridad práctica, el cultivo de las aficiones y el desarrollo de la creatividad... Todo está conectado. Todas las dimensiones de nuestra vida son necesarias y complementarias, y todas ellas contribuyen a hacernos crecer como personas y a aportar a la construcción de un mundo mejor posible. Hay que reconocer que la intensificación de los ritmos de vida y de trabajo hacen realmente muy difícil conseguir un equilibrio satisfactorio entre todas esas dimensiones y vivir esa natural lentitud de los ritmos biológicos. Para muchas personas, esto supone vivir en una esquizofrenia insana. Pero el mero hecho de ser conscientes de ello e intentar, en lo posible, ir tomando decisiones para mantener el equilibrio en medio de tanto trajín es algo que nos conduce a la paz interior. Esta no es 136

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tanto resultado de las circunstancias externas como de la manera como las afrontamos. Y es que nuestro estilo de vida equilibrado está relacionado con el cuidado de la creación. «La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado» (LS 225). Por eso es fundamental no perder de vista este objetivo. El drama de nuestra forma de vida acelerada es que no nos deja margen de maniobra para introducir cambios en ella. Lo primero es posibilitar ese margen. Y eso supone cambios estructurales en nuestra agenda. Hemos mencionado que una de las dimensiones que debe tener suficiente holgura en nuestro ritmo de vida es el ejercicio físico. Hay un consenso muy grande en la comunidad médica en torno a las consecuencias negativas para la salud que conlleva la falta de ejercicio físico. Y lo cierto es que nuestro cuerpo está hecho para moverse, para la actividad física, para el esfuerzo. La vida sedentaria de buena parte de la población tiene mucho que ver con la deficiente salud social. En el extremo negativo encontramos casos de sobrepeso y obesidad, problemas cardíacos, diabetes, cánceres y otras enfermedades relacionadas con el estilo de vida y de alimentación occidental. Pero, nuevamente, pongámoslo en positivo: «Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados es esencial para una verdadera ecología humana» (LS 155). ¡Qué maravilla cuando escuchamos, comprendemos y respetamos lo que nuestro cuerpo nos dice! Un paso más: practiquemos en lo posible un ejercicio físico que ayude a integrar el cuerpo, la mente y el espíritu. Nuevamente, «el todo es superior a la parte». ¡Cuántas veces estamos haciendo una cosa y pensando en otra! Hacemos ejercicio con el cuerpo mientras la mente está en otro sitio (resulta hasta cómico mirar a través de los cristales de algunos gimnasios y ver a hombres y mujeres practicar ejercicio, cada uno delante de 137

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una pantalla de televisión...). Estar en el momento presente implica que en cada momento estoy a lo que estoy: cuando hago ejercicio, todo mi ser está en ello. Por eso, qué buenas son las técnicas orientales –al estilo del yoga, taichí, chikung...– que ayudan a integrar el cuerpo y la mente, a darnos cuenta en cada momento de cada músculo que ponemos en funcionamiento. No hace falta convertirse a otra religión para hacer esas prácticas de sabiduría milenaria, de las que podemos aprender mucho. Una vida sana conlleva también la cercanía a la naturaleza. Parte del drama de nuestra forma de vida tecnificada es que nos hemos instalado de espaldas a la tierra, nuestro medio natural: Cuando se habla de «medio ambiente» se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados (LS 139).

Por eso, ¡qué bueno es buscar ocasiones para estar en contacto con la naturaleza y sentirnos parte de ella! Algunas personas lo tienen más fácil, pues viven en entornos rurales o semirrurales. Otras han de buscar ocasiones y «escapadas» –a un parque urbano, al campo, a la montaña– que hacen mucho bien y donde redescubrir el lenguaje del Creador: Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien (LS 84).

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Hay quienes, viviendo en entornos urbanos, experimentan que «no es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza» (LS 44). No, no es propio de nuestra condición humana vivir privados del contacto con la naturaleza, pues somos parte de ella. Por eso no es de extrañar que en las ciudades estén surgiendo cada vez más huertos urbanos, espacios que antaño estaban baldíos y descuidados y que, gracias a la iniciativa de algunos vecinos, se están convirtiendo en auténticas huertas dentro de la ciudad. Lugares de contacto no solo con la tierra, sino también con otras personas, vecinos que estaban ahí y que hasta entonces habían sido unos desconocidos. Otros instalan cajoneras y jardineras en las terrazas de sus casas o en las azoteas comunitarias para «mancharse las manos de tierra»... Algo tan cotidiano para la gente del campo como labrar la tierra, plantar semillas y verlas germinar y crecer se convierte así en una experiencia inefable para los urbanitas. Cuidar y cultivar plantas, comestibles o decorativas, es una muy sana afición. Como tantas otras aficiones manuales que podemos desarrollar las personas. «Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma» (LS 128). ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, hacer pan en casa si podemos comprarlo ya hecho? Tiene todo el sentido de hacer algo con nuestras propias manos, «mancharnos las manos» de harina, sentir la textura y resistencia de la masa (y poner toda nuestra atención en ello), poner en juego nuestra capacidad creativa y creadora... ¡Y qué gozada cuando después toda la casa huele a pan recién horneado! Y más aún cuando compartimos el fruto de nuestro trabajo manual. ¿Quién no se siente bien cuando regala algo que han hecho sus manos? La tecnología está muy bien y nos resuelve muchas necesidades, pero no debe buscarse que el 139

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progreso tecnológico reemplace completamente lo que podemos hacer con nuestras manos. Practicar estas aficiones y regalar el fruto de nuestra labor es también parte integrante de una vida sana. El cuidado de nuestra casa corporal comienza por el ritmo de vida, conlleva ejercicio físico, incluye la cercanía a la tierra y a la naturaleza, e implica también una forma sana de alimentación. «Que tu medicina sea tu alimento y el alimento tu medicina», decía con sabiduría Hipócrates en la Grecia clásica. De momento baste con esta mención, pues más adelante habrá un epígrafe dedicado a ello.

Espiritualidad La encíclica Laudato si’ está traspasada de arriba abajo de espiritualidad. Para Francisco es inseparable el cuidado de la casa común del cultivo de nuestra dimensión espiritual y mística: No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria» (LS 216).

La cita entrecomillada es del propio papa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium (n. 261). La conversión a la que se nos invita no trata de quedarse en el nivel de las ideas, de las doctrinas, sino de tocar los «móviles interiores» del corazón. En el epígrafe anterior citábamos la necesidad de llevar un estilo de vida equilibrado. La frase continúa en una cita ya mencionada al hablar de la capacidad de admiración: 140

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La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida (LS 225).

Para el papa Francisco, la profundidad de la vida –cambiar desde dentro–, el estilo de vida equilibrado y la capacidad de admiración son tres actitudes que van unidas. Y las tres muestran su reflejo en una paz interior que tiene mucho que ver con el cuidado de nuestra casa común. Para poder gozar de esta capacidad de admiración no hace falta más que detenernos y abrir los ojos. Detener el raudal de pensamientos que constantemente bulle en nuestra mente y simplemente estar presentes con atención: La constante acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de realización personal (LS 222). Estamos hablando de una actitud del corazón que vive todo con serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido (LS 226).

Este estar plenamente presente en cada momento es lo que los místicos llaman «atención amorosa», algo que guarda relación con lo que en lenguaje laico recibe el nombre de mindfulness o «atención plena». Es lo que hacemos cuando nos entregamos a cada momento (cuando, por ejemplo, hacemos ejercicio físico y no estamos pensando en otra cosa). Es, por tanto, una actitud que cultivar en todo momento. Pero además podemos practicar el estado de, simplemente, ser –sentarnos y sentirnos 141

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sin más–, no tener más actividad que estar aquí y ahora, con total atención. Hablamos entonces de practicar el silencio un rato al día, a la semana, en momentos regulares. Un tiempo para intentar dejar de pensar y pasar de los pensamientos a los sentimientos y de estos a las sensaciones corporales. El primer paso para ser conscientes es serlo de nuestra propia realidad corporal. Si no empezamos por esto, ¿cómo vamos a ser conscientes de las repercusiones de nuestra forma de vida? Más aún: procuremos llevar una vida «silenciosa», evitando añadir más ruido al ruido ambiental, renunciando a la distracción y aturdimiento que supone la televisión y el uso abusivo e invasivo de Internet. No siempre es fácil, pero es fundamental para poder llevar una vida consciente en la doble dimensión de sensitivamente conscientes de nuestra propia realidad y sensiblemente conscientes de lo que está pasando más allá de ella. Los creyentes, además, encontramos a Dios en todo esto. «Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para [...] contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea» (LS 225). Para el creyente que vive con profundidad esta experiencia de admiración interior, todo es manifestación del Creador, en quien, de forma natural, depositamos nuestra respuesta agradecida y gratuita. El místico experimenta la íntima conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así «siente ser todas las cosas Dios». Si le admira la grandeza de una montaña no puede separar eso de Dios, y percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en el Señor (LS 234).

Compasión y cercanía a los excluidos La cercanía a la naturaleza y a formas de vida próximas a ella va de la mano de la cercanía a los necesitados, los excluidos, los 142

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que sufren por cualquier causa. Sería incomprensible cultivar la sensibilidad por la Madre Tierra y sentir como propio el daño que está sufriendo sin a la vez cultivar la sensibilidad por el sufrimiento de toda criatura, especialmente las humanas, y más especialmente aún las más débiles y desprotegidas: No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada (LS 91).

No es solo una cuestión de sensibilidad personal y de coherencia ética; es también el resultado de constatar que las causas que están detrás de la explotación de las personas son las mismas causas que están detrás de la explotación de la tierra. Y esas causas, ya lo hemos visto, responden a un sistema económico de producción y consumo que pone en el centro el beneficio económico a cualquier coste en lugar de la vida de todos, sobre todo de los más vulnerables. De esta manera, el análisis racional y el juicio moral se alinean con la sensibilidad del corazón. Cuanto más conscientes somos de que la vida es un milagro, que cada uno de nosotros somos un portento maravilloso y que el mundo es «un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza», más sensibles somos a las situaciones en que la vida –y especialmente la vida humana– no puede ser una maravilla, no está siendo un motivo de alabanza, sino más bien de compasión y de indignación. El grito de la tierra y el grito de los pobres son expresiones de un mismo grito. Si somos sensibles al sufrimiento de las criaturas, ¿no lo vamos a ser al de las personas? Si nos maravillamos ante el misterio del universo y el milagro de la vida, ¿no vamos 143

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a caer postrados, llenos de admiración y respeto, ante una criatura humana? La palabra «compasión» no está bien vista en el lenguaje público. Suena a vocabulario religioso, a sufrimiento voluntariamente asumido y a debilidad personal, tres aspectos que provocan rechazo en nuestra cultura actual. Pero hay que reivindicarla como sinónimo de sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, una sensibilidad que nos mueve interiormente y nos lleva a padecer-con quien está sufriendo, a preguntarnos cómo podemos responder y a movilizar nuestras fuerzas, inteligencia, creatividad y capacidad de consuelo para intentar aliviar ese sufrimiento y procurar evitarlo. Ya conocemos la cita: El objetivo no es recoger información o saciar nuestra curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar (LS 19).

Se trata así de una dolorosa conciencia que nos lleva a la compasión, y esta a la movilización. Pero la conciencia, si no quiere quedarse en abstracción, se alimenta de cercanía física: Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas

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urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados (LS 49).

El papa Francisco, desde el comienzo de su pontificado, no ha dejado de advertir que vivimos en una «cultura de la indiferencia». Lo expresó de forma inequívoca en su primer viaje fuera de Roma, en la isla de Lampedusa, y lo remarcó insistentemente en la exhortación Evangelii gaudium: Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera (EG 54).

Frente a la anestesia que supone la cultura del bienestar, el papa nos invita a salir de nuestro estado de distracción, a «tomar dolorosa conciencia y atrevernos a convertir en sufrimiento personal» lo que les pasa a nuestros hermanos. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitu-

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ción, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad (EG 211).

Poco más podemos añadir a las palabras de Francisco. Que cada uno pondere su cercanía a los necesitados y vea si le conviene dar algún paso en este sentido. Sencillez de vida Vida sana, cultivo de la espiritualidad y contacto con los excluidos son, como vamos viendo, tres componentes importantes de la conversión ecológica a la que nos invita el papa Francisco. Y las tres tienen que ver con una sencillez de vida que juega a favor de una vida saludable, favorece el desarrollo de la interioridad y la experiencia de Dios, y es expresión consecuente de la sensibilidad hacia los excluidos. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación de placeres (LS 222). La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja intensidad, sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede necesitar poco y vivir

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mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida (LS 223).

Cuando somos críticos ante la cultura consumista nos damos cuenta de cuántas necesidades artificiales nos crea. Y lo que es peor, nos hace sentirnos insatisfechos al no poder satisfacer esas supuestas necesidades. Y, cuando las logramos, siempre encontramos otras más allá que nos vuelven a llenar de insatisfacción. Pareciera que en nuestra cultura occidental siempre tuviéramos que estar echando de menos algo para poder ser felices. El deseo en sí es bueno, porque nos moviliza y nos hace ponernos en marcha hacia aquello que anhelamos. Pero el deseo de tener más, de consumir más, de experimentar más placeres, es equívoco, porque nos hace poner la felicidad allá donde no la vamos a encontrar. Francisco no hace sino recordarnos «una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que “menos es más”» (LS 222). Se trata de volver a la simplicidad, de simplificar nuestra vida, no solo respecto a las necesidades materiales, sino también en cuanto al ritmo de vida sobrecargado. Asumir una simplicidad voluntaria no es negativo; al contrario: la sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora. Pero la sencillez de vida no es solo un valor en sí mismo; es también una cuestión de justicia. En el contexto actual tiene mucho que ver con las desigualdades existentes en el mundo: Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad

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humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes (LS 193).

Sabemos que es imposible que toda la humanidad pueda llevar el mismo nivel de consumo (equiparado a «nivel de vida») que los que vivimos en los países llamados desarrollados. ¡Harían falta más de tres planetas para que todos los habitantes del mundo pudieran consumir y contaminar como lo hacemos en México! Y no tenemos tres planetas, sino solo uno, y bastante frágil. Por consiguiente, si queremos que otros puedan crecer sanamente hasta poder satisfacer sus necesidades más elementales, nosotros no podemos seguir consumiendo y destruyendo más y más. No se trata de dejar de producir, sino de orientar con sensatez la producción hacia las necesidades más básicas de los más necesitados. Ya conocemos la frase: tenemos que vivir sencillamente para que otros puedan, sencillamente, vivir. Puesto que es limitada la capacidad del planeta de producción de bienes y de absorción de residuos, ha llegado la hora de que nosotros aceptemos decrecer en nuestro consumo para que otros puedan acceder al consumo. Además de una cuestión de justicia, ¿no es esto de sentido común? Al argumento de la justicia hay que añadir el de la sostenibilidad. Sabemos que nuestra casa común tiene límites y que ya los estamos tocando. Recordando una cita ya repetida: Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, solo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo

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que hagamos ahora mismo, sobre todo si pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán los que deberán soportar las peores consecuencias (LS 161).

¿No es esto sensato? Y, sin embargo, ningún político quiere hablar de esto, sino, al contrario, de seguir incentivando el consumo para reactivar la economía... El dogma del crecimiento material ilimitado parece culturalmente incuestionable, aun cuando las evidencias nos estén diciendo lo contrario. Sin embargo, poco a poco se está abriendo camino una nueva corriente cultural. Desde hace décadas se viene hablando del decrecimiento como corriente de pensamiento que defiende la necesidad de decrecer en lo material como condición de una vida más sensata y feliz y como solidaridad efectiva para quienes no tienen lo suficiente. Cuando un río se desborda, argumentan, todos deseamos que cese la crecida y las aguas vuelvan a su cauce. Decrecer no es entonces algo negativo, sino algo necesario. Con estos planteamientos están surgiendo en multitud de lugares grupos decrecentistas que divulgan estas ideas y se apoyan mutuamente en la simplificación de sus estilos de vida. No es que exista una «oficina central del decrecimiento» que decida «fundar» un grupo en determinado sitio. Lo que se observa es un movimiento inverso: personas que se acercan por afinidad y se establecen como grupo decrecentista, uniéndose a las redes de otros grupos similares. El símbolo preferido de visibilización de estos grupos es el caracol, por un motivo que tiene que ver con la biología de estos animales. El crecimiento de los caracoles, como el de otros moluscos, se produce no porque su concha crezca, sino porque a esta se le añaden sucesivas capas de material calizo, de forma que cada capa guarda una proporción geométrica con la capa anterior. De esta manera llega un momento en que una sola capa más sería tan grande que estorbaría al animal, llegando 149

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incluso a matarlo. La naturaleza es sabia y sabe cuándo ha de dejar de crecer. ¿No es acaso esa la misma experiencia que tenemos las personas? Nacemos con un tamaño mínimo y a lo largo de nuestra infancia vamos creciendo «en estatura, sabiduría y gracia» (cf. Lc 2,52). Hasta que llega un momento en que dejamos de crecer en estatura, porque de seguir haciéndolo nuestro propio cuerpo nos estorbaría, llegando incluso a poner en peligro nuestra vida y, si no se detuviera el crecimiento, a matarnos. La naturaleza es sabia y sabe cuándo ha de dejar de crecer en lo material, en lo físico, para preservar la vida. En las demás dimensiones –en sabiduría y gracia, en profundidad, creatividad, capacidad de relación, cultura...– no hay límites al crecimiento. «La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico» (LS 81). Una vez satisfechas las necesidades básicas, físicas y biológicas, el crecimiento debe dirigirse a esas otras dimensiones. Una vez más –y perdón por la repetición–, ¿no es esto de sentido común? La simplicidad voluntaria puede tener muchas repercusiones prácticas. En Internet es fácil encontrar muchos consejos a partir de la entrada «simplifica tu vida». Veamos algunas posibles líneas de acción prácticas, sin ánimo de ser exhaustivos: - Desprendernos de lo que no usamos o usamos muy poco. ¿Qué sentido tiene volver a guardar esa prenda de invierno que no me he puesto en toda la temporada? Teniendo en cuenta que desprenderse de algo no significa tirarlo, sino procurar que siga sirviendo a otros. - Simplificar la casa, el vestuario, los productos de limpieza... En particular, simplificar la lista de la compra. Como señala Adela Cortina, ir «a comprar» en lugar de salir «de compras»... - Simplificar los medios de comunicación, los aparatos móviles... (algunas personas, después de probar los disposi150

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tivos móviles con conexión a Internet, se han dado cuenta de que no les compensa y han vuelto a los modelos anteriores de teléfonos celulares que «solo» sirven para hacer llamadas de voz y mensajes cortos de texto). Y especialmente prescindir de la televisión. Al menos hacer la prueba durante un tiempo. - Aprender a decir no, a ser libres ante convencionalismos sociales. Empezando por algo que nos resulte más fácil. La satisfacción que encontramos cuando somos capaces de ello compensa con creces. - Practicar privaciones voluntarias, como el ayuno periódico. Dejar de hacer un desayuno, comida o cena una vez a la semana o al mes. Dejar de comer voluntariamente algunas veces nos hace conscientes de las muchas veces que sí comemos y nos hace ser más agradecidos y menos caprichosos. Todo esto, además, tiene como consecuencia una vida con menos gastos. Como decíamos en el capítulo de las objeciones razonables a propósito de las cuestiones económicas, ¡vivir de esta manera es más barato! Está claro que esta relación entre nuestro decrecimiento en el consumo y el crecimiento en el consumo en otras partes del mundo no es automática. Depende mucho del nivel estructural, de la política, del sistema económico y de las leyes. Tan importante como intervenir en el comportamiento personal es hacerlo en el estructural. Más adelante llegaremos a esos ámbitos.

Consumo He aquí un ámbito clave en nuestra contribución al cuidado integral de nuestra casa común. «Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en “los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras conso151

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lidadas de poder que rigen hoy la sociedad”» (LS 5), advierte Francisco citando a Juan Pablo II. ¡Cambios profundos! Como veíamos en el primer capítulo, con nuestra manera de vivir, nuestro estilo de vida, hemos configurado el mundo tal como está hoy. La buena noticia es que, con nuestro estilo de vida, podemos configurarlo de otra manera. Es verdad que muchas cosas tienen que cambiar en los mecanismos con los que se producen los bienes que consumimos, pero es igualmente cierto que incidiendo en el consumo contribuimos a cambiar la producción. En tiempos en que la objeción de conciencia al servicio militar era un tema candente en la sociedad española surgió una frase ingeniosa: «¿Te imaginas que se convoca una guerra y no va nadie?». Más allá de la aparente ingenuidad hay mucha verdad en su fondo. Del mismo modo, hoy podríamos decir algo parecido: «¿Te imaginas que se organiza una sociedad consumista y no se apunta nadie?». El inmenso poder de las multinacionales se apoya en un consumo masivo alentado por una publicidad inteligentemente orientada no solo a suscitar falsas necesidades, sino a transmitir muy eficazmente determinados valores y creencias, como hemos visto en el epígrafe de las «objeciones culturales». La buena noticia es que esos enormes poderes tienen los pies de barro, pues dependen de la conciencia de los consumidores. Y, como consumidores, tenemos la capacidad de «apuntarnos» o «no apuntarnos» a esa cultura consumista que se nos ofrece. Nuevamente, no estamos hablando de no consumir, sino de rechazar la cultura consumista basada en un individualismo que busca el propio placer sin preocuparse por sus consecuencias. Por eso, lo primero por lo que hay que empezar es por hacernos preguntas: «Este producto, ¿de dónde viene? ¿Cómo se ha producido? ¿En qué condiciones se ha fabricado?». Aunque no tengamos las respuestas, el hecho de hacernos esas preguntas ya es un primer paso fundamental, porque nos despierta la sensibilidad y la conciencia. Y eso, de entrada, ya es bueno para 152

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nosotros. «El hombre consciente es un hombre salvado» (Montse Ibáñez, psicoterapeuta). Y además es bueno para otros. «Esto nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores. “Comprar es siempre un acto moral, y no solo económico”» (LS 206), corrobora Francisco citando a Benedicto XVI: Es bueno que las personas se den cuenta de que comprar es siempre un acto moral, y no solo económico. El consumidor tiene una responsabilidad social específica que se añade a la responsabilidad social de la empresa. Los consumidores deben ser constantemente educados para el papel que ejercen diariamente y que pueden desempeñar, respetando los principios morales, sin que disminuya la racionalidad económica intrínseca en el acto de comprar (Caritas in veritate 66).

Ciertamente, el acto de comprar, como todo acto económico, conlleva una racionalidad intrínseca: aunque sea de forma no siempre consciente, sopesamos el precio y la calidad del producto o servicio, la comodidad de la compra en sí, la adecuación a nuestra necesidad, los aspectos de imagen y marca... y al final tomamos una decisión. Pues bien, lo que nos están diciendo estos textos es que, junto con esa racionalidad económica, existe una dimensión moral: con nuestra compra podemos contribuir (más) al bien o contribuir (más) a la injusticia. ¡Todo contribuye! De cada uno depende preguntarnos a qué y a quién queremos apoyar con nuestro consumo. Y después, en la medida de lo posible, obrar en consecuencia. Aunque no tengamos toda la información, aunque no haya certeza absoluta, aunque no todo sea blanco o negro, aunque nuestra acción sea una gota minúscula en un océano, aunque encontremos muchas objeciones razonables... el hecho de ponernos en esta actitud es ya un paso importante. Comprar es siempre un acto moral, además de económico. 153

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Si lo hacemos así, el paso siguiente será buscar respuestas, cosa muchas veces nada faćil. Por eso es bueno juntarse con quienes se hacen las mismas preguntas que nosotros, apoyarse mutuamente, compartir lo que vamos encontrando, desde fuentes de información a estrategias prácticas. Además de algunas respuestas, seguro que encontramos apoyo y estímulo mutuo en un contexto normalmente contrario a todo esto. Como proponía san Juan Pablo II hace ya veinticinco años, «es necesaria y urgente una gran obra educativa y cultural que comprenda la educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad de elección» (Centesimus annus 36). Este apoyarse y formarse mutuamente puede hacerse en un primer nivel más cercano y también en asociaciones y entidades más grandes, lo cual aporta una nueva dimensión, la de poder contribuir a cambiar las reglas de juego sociales del consumo. «La interrelación mundial ha hecho surgir un nuevo poder político, el de los consumidores y sus asociaciones», afirma Benedicto XVI en la cita anterior. Entramos entonces en el terreno político y empresarial: Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que, cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores (LS 206).

No pensemos que nuestro comportamiento individual como consumidores no tiene repercusiones. ¡De hecho las tiene! 154

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De nuestra responsabilidad depende elegir la dirección que queremos que tengan esas repercusiones. Algunas líneas de acción prácticas podrían ser: - Antes de comprar un nuevo bien, preguntarnos si la necesidad que queremos satisfacer la podemos resolver de otra manera. ¿Podemos alquilarlo, pedirlo prestado, compartirlo? El consumo colaborativo es un cambio de mentalidad, además de efectivo. Cada vez más personas se dan cuenta, por ejemplo, de que no necesitan tener bienes en propiedad, sino poder disponer de ellos cuando lo necesitan. Por ejemplo, personas que en lugar de tener coche lo alquilan cuando lo necesitan , incluso por unas horas. Conductores que ofrecen las plazas libres que tienen en un viaje. Vecinos que comparten la conexión a Internet. Grupos de consumo y cooperativas de consumidores que se organizan para comprar juntos a proveedores conocidos. Cuando necesitamos algo, lo primero que se nos ocurre es comprarlo. Esta nueva manera colaborativa de abordar el consumo supone salir de nuestros esquemas mentales (primera dificultad) y dedicar tiempo a explorar nuevas posibilidades (segunda dificultad). Pero cuando nos embarcamos en esta dirección fácilmente encontramos retornos positivos. En primer lugar, la satisfacción íntima de intentar contribuir a otro mundo mejor posible. Y además una constatación real. Cuando nos incorporamos a iniciativas así, no solo tenemos acceso a productos de más calidad a un precio razonable, sino que entramos en relación con otras personas con quienes compartimos inquietudes y estilos de vida. Como nos dice Francisco en la cita ya conocida: «Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano» (LS 211). - A la hora de comprar, adquirir productos de comercio justo es otra de las acciones innegablemente positivas en esa dimensión moral del consumo. «La tierra de los pobres 155

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del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso» (LS 52). El comercio justo es una alternativa probadamente eficaz a ese sistema comercial perverso. Evidentemente, los productos de comercio justo son más caros que los que no lo son. Ya hemos visto por qué y que quien no se los pueda permitir no debe tener mala conciencia por ello. Pero, en la medida en que nos los podamos permitir, tenemos el deber moral de hacerlo. Hay muchos productos que todavía no podemos comprar con criterios de comercio justo. En esos casos no hay opción; sigamos esperando. Hay otros de consumo cotidiano que no ofrecen duda, como el café, el chocola­te, el azúcar o muchas infusiones; prefirámoslos siempre que podamos. Y otros que son de uso más esporádico, incluidos textiles, cosméticos y objetos de regalo. También existen entidades que certifican que la madera –de un mueble o incluso de un lápiz– procede de bosques explotados de forma sostenible. Y ya existe el Fairphone, un teléfono celular diseñado y fabricado con criterios de comercio justo y sostenible (lo cual no significa que nos compremos uno mientras el que tenemos siga funcionando). Vayamos viendo cuál es la medida que nos podemos permitir. - Los mercados de segunda mano también son una opción responsable. «El hecho de reutilizar algo en lugar de des­ echarlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad» (LS 211). ¡Preciosa advertencia del papa Francisco! Comprar de segunda mano no es de pobres. Comprar de segunda mano es de sabios, es de personas con profundas motivaciones amorosas, conscientes de su propia 156

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dignidad. Aquí entran las conocidas «erres»: reducir, reutilizar y reciclar. Las cosas, mientras sirvan, hay que hacer que sigan sirviendo. A la hora de desprenderme de algo, ¡lo último es tirarlo a la basura! Hagamos el esfuerzo de cambiar de mentalidad y de dedicar algo de tiempo a pensar quién y cómo puede seguir utilizándolo. Y lo mismo a la hora de adquirir algo que necesitamos: parémonos a pensar si podemos comprarlo de segunda mano. Cada vez hay más tiendas de compraventa, mercadillos locales y plataformas en Internet que facilitan todo esto. Alimentación El análisis que hacemos del consumo lo podemos hacer especialmente de la alimentación. En este sector de la actividad humana se aplica el mismo principio de la maximización de la ganancia «a cualquier precio», produciendo alimentos de manera que se obtenga el máximo beneficio económico para productores –y sobre todo distribuidores– y el mínimo precio para los consumidores. Pero ya sabemos que esto se consigue a base de explotar a los trabajadores, a los animales y el medio ambiente. Si es cierto que con nuestra manera de vivir hemos configurado el mundo tal como está hoy, especialmente podríamos decir que lo hemos configurado así con nuestra manera de alimentarnos. Un ejemplo claro lo constituyen los cultivos transgénicos, como los de soya que veíamos en el capítulo primero. Aquí el papa Francisco es crítico: Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían causar los cereales transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción de

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estos cultivos, se constata una concentración de tierras productivas en manos de pocos debido a «la progresiva desaparición de pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción directa». Los más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la diversidad productiva y afecta al presente y al futuro de las economías regionales. En varios países se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos necesarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos estériles que terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras (LS 134).

Ciertamente, la manera que tenemos de alimentarnos en los países «desarrollados» está siendo catastrófica para el medio ambiente, para otros seres humanos y para otras criaturas vivientes. La buena noticia, una vez más, es que con nuestra forma de alimentarnos podemos configurar el mundo de otra manera. No todas las personas tienen teléfono celular ni viajan en avión, pero sí todas las personas nos alimentamos. Y en esto podemos tomar decisiones personales, familiares y comunitarias. Que no decidan otros en nuestro lugar. ¡En nuestro plato decidimos nosotros! No solo es una contribución a otro mundo mejor posible; es algo que afecta a nuestra propia salud. Esta manera barata de alimentarnos es menos saludable, nos nutre menos e introduce en nuestros cuerpos muchas sustancias químicas que se han utilizado en los procesos productivos. No es extraño que, con frecuencia, esta forma de alimentación lleve consigo algunas enfermedades propias de nuestra sociedad: diabetes, colesterol, intolerancias, cánceres... 158

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«¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta, y su jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comerán bien, y disfrutarán con algo sustancioso», anunciaba metafóricamente en nombre de Dios el profeta Isaías (55,2) hace casi tres mil años. Como veíamos en la sección de objeciones razonables, quien no pueda alimentarse bien porque su situación económica no se lo permite, bastante desgracia tiene, y lo que hay que hacer es ayudarle a salir de esa situación de penuria. En este tema, el argumento de que «los pobres no se lo pueden permitir» no debe confundirnos: quien pueda permitirse alimentarse bien –y alimentar bien a otros– tiene el deber y la responsabilidad de hacerlo. Como contribución necesaria al cuidado de nuestra casa común y como cuidado elemental de la propia casa corporal (y ya sabemos que ambos cuidados están relacionados). Otra cosa es, pudiendo comer alimentos sanos, comprar los sucedáneos baratos por una mentalidad cultural de preferir siempre el precio más barato... «“Contra el hambre, cambia la vida” es el lema surgido en ambientes eclesiales, que indica a los pueblos ricos el camino para convertirse en hermanos de los pobres», recordaba Juan Pablo II en 1990 (Redemptoris missio 59). Hoy podemos afinar aún más: «Contra el hambre en el mundo, cambia tu manera de comer». Alimentarse bien no solo supone comer alimentos sanos que nos nutran, también implica procurar una alimentación equilibrada y evitar comer de más, lo cual es origen de muchos malestares y enfermedades. También en este terreno estamos ante una cuestión cultural. ¡Tener unos kilos de más no es sinónimo de estar sano ni estar delgado significa no estar sano! Así como es una desgracia no poder comer lo suficiente (y un deber urgente de solidaridad combatir el hambre y la desnutrición), es un despropósito comer de más (y un insulto a quienes no pueden comer lo suficiente). Por supuesto que hay que distinguir entre la alimentación diaria y ocasiones especiales de 159

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celebración. Una dieta normalmente justa y saludable es compatible con algún exceso ocasional compartido con motivo. ¿Para qué comemos, además de para saciar nuestro apetito? Para estar sanos y felices y poder así dar gloria al Creador con nuestra sana existencia y poder entregarnos con salud al servicio y a la alabanza, y contribuir así a otro mundo mejor para todos. Alimentarnos mal (pudiendo hacerlo bien) y comer de más es uno de los pecados que deberíamos considerar en nuestro particular examen de conciencia ante nuestra conversión ecológica. Algunas líneas de acción respecto a la alimentación podrían ser: - Comenzar por poner en práctica –si no lo hacemos ya– la recomendación del papa Francisco: detenernos a «dar gracias a Dios antes y después de las comidas. Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con profundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo proporcionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados» (LS 227). - Procurar un origen saludable de los alimentos. No hace falta que tengan el sello de agricultura ecológica; basta con que tengamos una mínima garantía de que se han producido y elaborado respetando el medio ambiente y a las personas. En las ciudades cada vez son más frecuentes los grupos de consumo en los que se establecen vínculos entre consumidores y productores, normalmente de explotaciones agrarias de reducida dimensión. Además de respetar la tierra, esta manera de producir alimentos apoya a los pequeños productores. Así «se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación» (LS 180). 160

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- Especialmente, procurar alimentos de origen local y de temporada. Ya hemos visto la altísima dependencia del petróleo en la alimentación convencional, debido entre otros motivos al transporte y refrigeración. Si lo pensamos bien, no es necesario comer fruta que se ha producido a decenas de miles de kilómetros. Tampoco necesitamos comer en invierno tomates y otras hortalizas propias de otras estaciones. Ni hace falta importar perca del lago Victoria, panga de Vietnam o atún de las costas de Somalia. Las generaciones anteriores a la nuestra se alimentaban básicamente de productos locales y de temporada, y no les iba tan mal, nutricionalmente hablando. - Comprar los alimentos en bruto y cocinar en casa. La cultura acelerada en la que nos movemos nos invita a comprar los alimentos medio preparados, aderezados con conservantes y envueltos en plástico. Tal como están las cosas hoy, comprar los alimentos en bruto, con el mínimo envasado, y cocinarlos en casa se ha convertido en un acto revolucionario y político. Un acto transformador de la sociedad. Y de paso descubriremos el gusto por la cocina, recuperando recetas perdidas y aprendiendo trucos nuevos; disfrutaremos ejercitando nuestra creatividad y regalando y compartiendo el fruto de nuestras manos. - No viene mal insistir en evitar los envases al máximo. A la hora de comprar, de ejercer esa racionalidad intrínseca propia que sopesa los diversos aspectos del hecho de la compra, cada vez más personas tienen en cuenta el criterio del envasado, prefiriendo normalmente los envases mínimos y de más fácil reciclaje. Un claro ejemplo lo tenemos en los tetrapacks, una forma de envasado muy práctica y versátil, compuesta por un cartón impreso, una fina capa de plástico externa y dos finas capas interiores de aluminio y plástico. Cuando echamos los tetrapacks al contenedor de basura, estos se llevan a una planta de re161

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ciclaje donde se humedecen y trituran, y por medios mecánicos se separa el cartón, que se reutiliza. Pero lo que queda una vez aprovechado el cartón es una mezcla de aluminio y plástico más difícil de seguir separando, con lo que muchas veces no compensa continuar el proceso y esa mezcla va directamente al vertedero. Los botes de plástico duro son mejor opción. Y aún mejor el vidrio que se recicla. Y todavía mejor el vidrio que se reutiliza (¿no es mucho más sensato lavar un bote o botella de vidrio que triturarlo y fundirlo de nuevo?). Y, por supuesto, el mejor envase es el que no genera residuos: nuestras propias bolsas y tarteras que llevamos vacías a la compra y nos traemos llenas. - Evitar el desperdicio de alimentos. Hay alimentos que se producen y no se comercializan porque tienen «defectos» de forma o tamaño. Otros se comercializan y no llegan a venderse, con lo que se acaban desechando. Y finalmente hay otros que se venden, pero por una mala gestión doméstica o empresarial no llegan a consumirse. Entre unos casos y otros, según estimaciones de la FAO, la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas, «sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y “el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre”» (LS 50). A este desperdicio en la parte final de la producción hay que añadir algo que también vamos sabiendo: que la manera que tenemos de producir alimentos derrocha enormes cantidades de agua, tierra fértil, agroquímicos, combustibles y envases. Ya hemos visto cómo la manera que tenemos de producir carne abundante –hacen falta diez kilos de forraje elaborado con soya y cereales para producir un kilo de carne de ternera– supone el «desperdicio» de nutrientes más elementales que podrían servir para alimentar a muchas 162

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personas. Evitar el desperdicio de alimentos supone también tener esto en cuenta 1. - Donde sea necesario, utilizar filtros de agua en lugar de agua embotellada. En algunas regiones, el agua de los grifos, siendo perfectamente potable, puede tener algunos inconvenientes para el consumo humano habitual (no pasa nada por beber esa agua ocasionalmente). En esos casos, siempre es preferible la instalación de filtros en lugar del agua embotellada, tanto en envases de plástico como de vidrio, que han recorrido cientos de kilómetros hasta llegar a nuestra mesa. Francisco nos invita expresamente a ello: «La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua...» (LS 211). Y no solo en casa: cuando comemos fuera podemos siempre pedir agua del grifo en lugar de embotellada. ¿Y qué decir de la carne? Veamos tres consejos: - Reducir el consumo. Las cifras oficiales confirman que en España hay un exceso de consumo de proteína animal. Cualquier médico o nutricionista nos dirá que en personas adultas no es necesario comer carne todos los días. Con comer carne dos o tres veces a la semana es más que suficiente para mantener un razonable nivel de salud. En algunos casos, el sobreconsumo de carne juega en contra y no a favor de la salud. - Comer carne de producción ecológica, es decir, de animales que se han alimentado con hierba del campo y, en todo 1   En Zaragoza, España, existe un grupo llamado Feeding ZGZ, cuya finalidad es llamar la atención sobre el desperdicio de alimentos mediante campañas de sensibilización y servicios de catering con alimentos desechados. En alguna ocasión han dado de comer a ochocientos comensales con alimentos que se habían descartado en los circuitos de comercialización.

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caso, en los últimos meses con una alimentación reforzada con forrajes ecológicos. Animales que han vivido al aire libre, en condiciones próximas a su estado natural y no en granjas intensivas. Como apunta Francisco, el Catecismo «recuerda con firmeza que el poder humano tiene límites y que “es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas”» (LS 130). La carne ecológica, como el café de comercio justo, tiene un precio superior a la producida de forma industrial. Pero si reducimos el consumo de carne, entonces podemos permitirnos que la que comemos sea de producción ecológica. Incluso es posible que gastemos menos dinero. - Evitar la carne de ternera, que, como hemos visto, es la más perjudicial para el medio ambiente, aunque sea ecológica. No solo es el alto nivel de insumos necesarios para producirla, sino que es también un hecho no suficientemente conocido que, a través de sus eructos y flatulencias, el ganado bovino emite metano, un gas de efecto invernadero veinte veces más destructivo que el CO2. Si en números globales el transporte es responsable de aproximadamente un 18 % de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), otro 18 % es resultado de la ganadería en su conjunto, y especialmente de la crianza de vacas. Reducir el consumo de carne de ternera es tan efectivo para el clima como reducir el transporte motorizado. Ya lo sabemos.

Hogar Acudimos una vez más a las palabras del papa Francisco: Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domi-

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ciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería (LS 21).

En otros tiempos, las encíclicas y otros documentos papales se escribían en latín y luego se traducían. En el caso de Laudato si’ no es descartable que Bergoglio la haya escrito originalmente en español. La expresión «un inmenso depósito de porquería» sería por tanto genuinamente suya. Lenguaje directo que nos pone frente a una realidad que no siempre queremos ver. Nuestra forma de vida y de consumo, además de deteriorar gravemente nuestra casa común en la extracción de recursos y producción de bienes materiales, genera enormes cantidades de residuos. Como nos recuerda Francisco, «a las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta» (LS 161). Muchos de esos residuos son domésticos y, por consiguiente, responsabilidad de quienes habitamos nuestras casas. ¿Cómo reducir nuestros residuos cuantitativa y cualitativamente? - Hay un primer criterio general de sentido común, y es utilizar objetos durables de preferencia a los de mala calidad, cuya vida útil es menor. De nuevo surge la objeción razonable del precio y la misma razonada respuesta: quien no pueda permitirse comprar objetos de calidad y deba adquirir los más baratos que no se haga mala conciencia. Pero quien pueda permitírselo es mejor que lo haga: disfrutará de útiles mejores y estará ahorrando residuos al medio ambiente. Del mismo modo hay que procurar arreglar las cosas siempre que se pueda, por ejemplo los electrodomésticos y materiales 165

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informáticos. En nuestra mentalidad tenemos instalado el pensamiento de que «si me cuesta lo mismo que uno nuevo no compensa arreglarlo». ¿Cómo que no compensa? El criterio, una vez más, no es nuestro bolsillo ni nuestra comodidad, sino lo mejor para la casa común y para el bien común. Y sabemos que en este tema lo mejor es evitar arrojar más basura, del tipo que sea, a los vertederos. Aunque a mí me cueste el mismo dinero, visto en conjunto, al medio ambiente le cuesta más. Y no solo hacer que las cosas sigan sirviendo es mejor para la naturaleza; también es más acorde con nuestra propia dignidad, con nuestros valores. Me compensa arreglarlo porque eso me hace ser más coherente, consciente, responsable, agradecido y buena persona. ¿No es bastante? Y, finalmente, por supuesto, evitar los objetos de usar y tirar, como los platos y cubiertos de plástico. ¿Quién nos ha dicho que el esfuerzo que hay que hacer para lavar un plato es más grande que el esfuerzo que hay que hacer para transportarlo hasta el vertedero? Tal vez sea más cómodo para nosotros, pero no para el conjunto de moradores de esta casa común nuestra. - Aunque ya se ha dicho en el epígrafe dedicado a la alimentación, es preciso insistir en evitar los envases al máximo. Hagamos un sencillo ejercicio: escribamos en una lista todos los productos líquidos que entran en nuestro hogar. Además de los alimentos, refrescos y bebidas (algunas prescindibles), añadamos los productos de limpieza y de aseo personal. Escribamos a continuación el tipo de envase –plástico, tetrapack, vidrio– y vayamos uno por uno preguntándonos si podríamos evitarlos o elegir productos alternativos con envases más respetuosos con el medio ambiente. Una opción menos mala es, siempre que se pueda, comprar productos a granel y rellenar en casa los envases de tamaño más pequeño. Y la 166

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mejor opción es preferir siempre las alternativas sólidas a las líquidas. Nos hemos acostumbrado a la comodidad de los productos líquidos, pero en realidad ¡no pasa nada por frotar el estropajo o la esponja, como se ha hecho siempre! Los jabones sólidos son tan eficaces como los líquidos y no generan envases. - Cualitativamente, ¿necesitamos jabones y productos de limpieza con decenas de componentes químicos? Sustancias que se van por los desagües y dejamos de ver, pero que en realidad no desaparecen. Por eso, procuremos productos de limpieza y aseo lo más simples y naturales posibles: jabones caseros y vinagre de limpieza, bicarbonato, limón... son productos que limpian suficientemente bien y que son mucho menos agresivos para el medio ambiente. ¡Para que nosotros, nuestra ropa y nuestras casas estén limpios no hace falta que el planeta –nuestra casa común– esté sucio! En particular, la elaboración de jabones caseros es algo fácil y efectivo, además de suponer un nuevo ejercicio de artesanía y creatividad manual. Aceite, agua, sosa y, si se quiere, algunas gotas de esencia. No hacen falta más ingredientes. Una vez que se aprende y que incorporamos este hábito en nuestra vida nos damos cuenta de todas sus ventajas. Al menos hagamos la prueba. Lo primero que constataremos es la diferencia de olores. Nos hemos acostumbrado a identificar el olor de los productos de limpieza y aseo con la percepción de limpieza e higiene. Pero que algo no huela «a limpio» no significa que esté sucio. Abandonando los detergentes industriales y utilizando estos otros más sencillos mantendremos un razonable nivel de limpieza y ganaremos en olores más naturales. Y, sobre todo, ganaremos una vez más en la satisfacción de estar contribuyendo al cuidado de nuestra casa común. 167

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- En relación con los residuos domésticos hay algo más que podemos hacer, y es separar los residuos orgánicos compostables de los que no lo son. No es difícil ir aprendiendo la diferencia: básicamente, todos los residuos vegetales sirven para hacer compost, un excelente abono orgánico. En algunas poblaciones ya existen contenedores de color marrón donde se recogen y se llevan a plantas compostadoras. Si no es nuestro caso, además de pedirlos a nuestro ayuntamiento, podemos dar nuestros residuos orgánicos compostables a alguien que tenga huerto (la mayoría de los huertos urbanos y cada vez más colegios los recogen) o instalar nuestra propia compostera doméstica en una terraza, azotea o jardín. No solo colaboraremos en la producción de abono orgánico, sino que estaremos evitando la recogida y tratamiento de muchas toneladas de basura. Basuras que se incineran –con la consecuente polución atmosférica– o se entierran en vertederos –con la consiguiente emisión de metano y otros elementos que se filtran en la tierra como resultado de la fermentación orgánica–. Todo lo que hagamos por evitar generar residuos es una buena aportación a una casa mejor para todos. Todo contribuye, ¡también nuestra basura, inteligentemente tratada!

Energía y agua Somos energía. Nuestro cuerpo funciona con energía. Necesitamos energía para sobrevivir y para desenvolvernos en una sociedad cada vez más devoradora de energía. Pero hoy tenemos un serio problema: «Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora» (LS 165). 168

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La encíclica Laudato si’ fue publicada en junio de 2015, unos meses antes de la Cumbre del Clima de París, en la que se reconoció la misma verdad: necesitamos ir prescindiendo de los combustibles fósiles, progresivamente y sin demora. No es que el papa tenga el don divino de conocer el futuro; en realidad, Francisco no hace sino recoger lo que muchos científicos llevan décadas advirtiendo. Lo sabemos, ¿verdad? ¡Pues manos a la obra! ¿Qué líneas de orientación y acción encontramos en este ámbito? - Avanzar en eficiencia energética. «Siempre hay mucho por hacer, como promover las formas de ahorro de energía y formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel de contaminación» (LS 180). Todo lo que hagamos para que no entre el frío no será un gasto, sino una inversión que acabaremos recuperando con el tiempo en forma de ahorro energético. Y, sobre todo, será un favor necesario que le haremos al planeta y a las generaciones futuras. Además de un aislamiento eficiente se trata de ir sustituyendo una tecnología menos eficiente por otra más eficiente. Mientras la que tengamos funciona, es mejor mantenerla hasta el final de su vida útil, aunque consuma más energía (pues hay que tener en cuenta la energía consumida en la fabricación de los nuevos aparatos y en la destrucción de los viejos). Solo cuando llegue el momento de sustituirla habrá que pensar en hacerlo con alternativas de mayor rendimiento energético, como los focos LED o los electrodomésticos de clase A. Pero no se trata solo de cambiar la tecnología y seguir viviendo igual. Se trata, como hemos visto, de cambiar desde dentro, de incidir en nuestra conciencia y hábitos de comportamiento. Sería un tremendo error dejar en manos de la tecnología nuestra conversión ecológica. Se trata, también en el ámbito de la energía, de ir cambiando convic169

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ciones, sentimientos y costumbres: «Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente» (LS 211). Y lo mismo en verano: hay estrategias pasivas de refrigeración que pueden evitarnos utilizar el aire acondicionado: ventilar por la noche y cerrar persianas de día, instalar ventiladores, usar abanicos, vestir ropa cómoda... Algo más que podemos hacer en eficiencia energética es revisar la potencia contratada y ajustarla a lo razonablemente necesario. No solo es una cuestión económica –pagaremos menos por nuestro recibo de electricidad–, sino también efectiva, pues de alguna manera estamos diciendo al sistema eléctrico que no necesitamos tanta potencia y, por tanto, que no es necesario generarla. - Apuntarnos a la energía limpia y renovable. Algo que ya es posible. «En algunos lugares se están desarrollando cooperativas para la explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de excedentes» (LS 179). Una vez más, Francisco nos sorprende mencionando en la encíclica realidades relativamente recientes, con una maravillosa pedagogía: en lugar de entonar el clásico género literario del «deberíamos... tendríamos que...», nos pone ante nuestros ojos iniciativas exitosas que ya están en marcha y que nos sirven de ejemplo y estímulo. El hecho de que muchas de estas iniciativas hayan surgido fuera del ámbito de la Iglesia no les resta ejemplaridad ni dejan en eso de ser modelos para los cristianos 2. 2   Por ejemplo, las empresas españolas Gesternova, Lucera y Holaluz generan y comercializan electricidad producida de forma cien por ciento renovable. También existen algunas de las cooperativas regionales que hacen lo mismo.

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En otros países existe la posibilidad de cambiarse de compañía eléctrica. Ello supone un trámite sencillo ya que en ningún momento se interrumpe el suministro, los precios son muy similares (pues las comercializadoras de electricidad tienen poco margen de beneficios) y a partir de la siguiente factura se puede tener la satisfacción de saber que la electricidad que estamos consumiendo se ha producido en algún lugar de forma limpia. Además de esta satisfacción personal, en algunos países se puede romper con un lobby energético vergonzoso que, en connivencia con los políticos, consigue que las leyes favorezcan descaradamente a las grandes compañías eléctricas. Lo medioambiental y lo social se entrelazan aquí de forma preciosa. Un nuevo modelo energético no contaminante supone también en este caso un nuevo modelo social. Sin duda estamos aquí ante uno de los terrenos donde la proporción entre esfuerzo invertido y resultado obtenido es máxima. ¿Qué esfuerzo supone el trámite de cambiarse de compañía eléctrica? Y, ante ello, la contribución a otro mundo mejor posible es muy significativa. Un pequeño esfuerzo con enormes resultados. Sabiendo esto, ¿por qué no lo hacemos? - Un paso más: hoy en día, «quien tiene un tejado tiene un tesoro», pues tiene la posibilidad de instalar celdas solares en él. Pueden ser placas solares térmicas, que calientan agua, o fotovoltaicas, que generan electricidad. ¿No es razonable y sensato que quien pueda generar su propia electricidad de forma renovable lo haga? Por eso, las leyes deberían favorecerlo al máximo, como ya hacen en algunos países europeos. Descentralizar la producción de electricidad, evitando tanto la generación contaminante como las pérdidas que se producen en su transporte 3, es mejor para el medio ambiente y, por tanto, para todos. 3   Debido a la propia resistencia de los cables se pierde en torno a un 3 % de energía eléctrica por cada 1.000 km recorridos.

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En el libro El cuidado de la creación. Una espiritualidad franciscana de la tierra. Vitoria, Arantzazu, 2015, p. 257, leemos: La Iglesia de Inglaterra ha puesto en marcha a nivel confesional la campaña «Reducir nuestra huella», planteando a toda su Iglesia el reto de conseguir ser «la Iglesia del cuarenta por ciento»: gestando una nueva Iglesia cuyo impacto ecológico se encuentre por debajo del cuarenta por ciento de sus niveles actuales. Sugiere a todas sus iglesias que lleven a cabo auditorías energéticas, y que a continuación inicien un plan de cambios en cinco pasos, que incluye el aumento de la eficiencia energética, pasándose a las energías renovables y, con el tiempo, llegando a producir su propia energía y a contrarrestar las emisiones de CO2.

La cita anterior continúa con una audaz declaración: La instalación de una turbina eólica en el cementerio o de células fotovoltaicas en el tejado de una iglesia pueden convertirse en los iconos de una declaración de intenciones y en el símbolo visible del compromiso de la Iglesia de adaptarse al cambio climático.

Cierto: una cruz en lo alto de un edificio religioso es un símbolo visible y elocuente. ¡Y una placa solar en lo alto de un edificio religioso también! Además de la dimensión doméstica, encontramos aquí la repercusión pública, de anuncio de un compromiso visible en el cuidado de nuestra casa común. Aunque sea apenas un gesto simbólico. Todo contribuye. - Y quien no tenga un tejado también puede incorporarse a alguna cooperativa o empresa que reúne dinero de socios para montar instalaciones solares fotovoltaicas. Además de la satisfacción de estar contribuyendo a la generación de electricidad renovable, normalmente hay un retorno económico no desdeñable. 172

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Unas palabras también sobre el ahorro de agua. En el recorrido sobre «lo que le está pasando a nuestra casa común», de las primeras páginas de la encíclica, Francisco menciona también la cuestión del agua: «Se advierte un derroche de agua no solo en países desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural» (LS 30). Hay un montón de estrategias de ahorro de agua, y no viene mal aprender siempre alguna más, pero en el fondo es una cuestión educativa y cultural. Quien es sensible al desperdicio de agua no necesita muchas recetas.

Transporte Tan responsable como la ganadería en la emisión de gases de efecto invernadero, el transporte motorizado supone hoy un auténtico problema social y medioambiental: La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa de grandes sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos automóviles utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado, el nivel de contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no renovable y se vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares de estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de priorizar el transporte público (LS 153).

¿No es de sentido común priorizar el transporte público? Y más aún el transporte de menor impacto ambiental. En este sentido, conviene ser consciente de las distintas emisiones de CO2 por pasajero y kilómetro (suponiendo siempre que la ocupación es plena). Hay diversas fuentes, pero más o menos todas 173

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coinciden en que lo que menos contamina –¡lógicamente!– es la bicicleta. Después viene el transporte marítimo, el tren convencional, el autobús, el tren de alta velocidad, el coche y, finalmente, el avión. Este es, con diferencia, el medio de transporte más contaminante, por lo que solo deberíamos utilizarlo cuando no haya más remedio que hacer ese viaje y no haya posibilidad de hacerlo por tierra o por mar. En el capítulo «Convertir la mirada y la manera de pensar: objeciones razonables» se comentó cómo la Economía del Bien Común propone hacer pagar más impuestos a las actividades más perjudiciales para el bien común –y un ejemplo evidente son las actividades contaminantes– y reducirlos a los que no perjudican el bien común o lo favorecen –en este caso, los que contaminan menos o no contaminan–, para, de esa manera, compensar el perjuicio ocasionado al bien común de todos. ¿No es una propuesta sensata? El papa recuerda cómo la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro, «retomando contenidos de la Declaración de Estocolmo (1972), consagró [...] la obligación por parte de quien contamina de hacerse cargo económicamente de ello» (LS 167). Pues bien, se da la circunstancia de que hoy el transporte aéreo goza de algunas exenciones fiscales, lo cual es un despropósito desde el punto de vista medioambiental. Será más barato para los usuarios y más lucrativo para las compañías aéreas, pero es desastroso para el clima, «un bien común de todos y para todos» (LS 23). No es banal que Laudato si’ dedique un epígrafe a presentar «El clima como bien común» (nn. 23-26). Algunas entidades y páginas web proponen un sencillo cálculo de emisiones para diversos aspectos de la vida doméstica, incluido el transporte. Con sencillos clics de ratón es posible conocer, por ejemplo, cuántos kilos de CO2 se han emitido por pasajero en un determinado viaje de avión y compararlo con otras actividades. ¡Un solo viaje en avión puede emitir tanto CO2 como el resto de emisiones de una persona a lo largo 174

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de un año! Algunas de esas páginas web ofrecen además la posibilidad de hacer un donativo para un proyecto medioambiental y compensar así esa contaminación. No es mala idea, siempre que no se convierta en una manera fácil de seguir viviendo igual, ahora con la conciencia tranquila por haber compensado el daño causado. En este punto podemos aplicar lo mismo que el papa Francisco argumenta sobre el comercio mundial de emisiones: La estrategia de compraventa de «bonos de carbono» puede dar lugar a una nueva forma de especulación y no servir para reducir la emisión global de gases contaminantes. Este sistema parece ser una solución rápida y fácil, con la apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias. Más bien puede convertirse en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo de algunos países y sectores (LS 171).

Hemos mencionado antes la comparativa de medios de transporte en función de sus emisiones, considerando una ocupación plena de los mismos. Por supuesto, si estos van a la mitad de su capacidad o incluso menos, la emisión de gases contaminantes resulta más desventajosa. Por eso, todas las ideas encaminadas a una plena ocupación de los vehículos son bien recibidas. Como las iniciativas de transporte compartido: La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como [...] utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas (LS 211).

En estos momentos hay varias iniciativas que favorecen compartir un mismo coche. Plataformas de Internet que ponen 175

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en contacto a propietarios que tienen coche y lo usan en determinados momentos con usuarios que lo necesitan en otros momentos. Empresas que alquilan coches por horas o por minutos y que se pueden dejar aparcados en cualquier sitio, disponibles para el siguiente usuario. Conductores que ofrecen plazas en su coche para hacer un viaje y pasajeros que buscan plazas libres en coches de quien hace el viaje. Para todo esto, Internet es un aliado fundamental, y bienvenida sea esta tecnología, así puesta al servicio de un uso más racional de los recursos. El coche, como el horno o la lavadora, hay que intentar usarlo al máximo de su capacidad. El párrafo anterior de la encíclica es largo, pues Francisco es prolijo en ejemplos, y termina recordando algo que ya sabemos: «Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad que muestra lo mejor del ser humano» (LS 211). ¡Preciosa actitud! Una vez más, comportándonos así no solo estamos cuidando mejor nuestra casa común, sino que estamos siendo fieles a lo mejor que hay en nosotros mismos.

Información, formación y conciencia crítica Está claro que para poder contribuir a otro mundo mejor posible con nuestra manera de vivir hemos de estar mínimamente formados e informados. Esa actitud cuestionadora ante el consumo –¿de dónde viene este producto, cómo se ha producido...?– conlleva buscar respuestas, preguntar, contrastar información, ir llegando a conclusiones siempre parciales. «Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento» (EG 232), nos recordaba Francisco en Evangelii gaudium. La finalidad de la razón es iluminar la realidad. Por una parte, «después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte una 176

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creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta» (LS 19). Pero, por otra, «no se termina de advertir cuáles son las raíces más profundas de los actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social del crecimiento tecnológico y económico» (LS 109). Podríamos decir que hay, sí, en una parte de la sociedad, una mayor conciencia, una sensibilidad creciente y una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta. Pero muchos no terminan de advertir cuáles son las raíces más profundas de los actuales desajustes. Hay, sí, preocupación y sensibilidad, pero «no basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual» (LS 197). Para Francisco, la ecología «exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo» (LS 138). Porque todavía muchos viven en una cultura consumista que no se pone en cuestión: El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y las formas de vida tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado». Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir (LS 203).

Con frecuencia argumentamos que nos falta información o no nos fiamos de la que disponemos, que la situación es muy compleja... ¡Y es cierto! El papa reconoce repetidas veces la complejidad de la situación actual. Pero eso no puede ser una excusa 177

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para dejar de poner interés en «considerar toda la información disponible y llamar a las cosas por su nombre» (LS 135), en una búsqueda de la verdad sincera y desapegada de los propios intereses e ideologías. Es necesario y urgente, pues, formar una conciencia crítica alimentada por una información veraz, independiente y completa. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación (LS 215).

Y esa información existe, la mayor parte de las veces fuera de los circuitos de los medios de comunicación habituales: - Publicaciones impresas: libros, revistas, folletos, cuadernos... Algunas librerías incluso se han especializado en materias que tienen que ver con una información crítica de lo que está sucediendo en el mundo. ¡Y cuántas publicaciones encontramos! Esto quiere decir que hay autores que escriben, editores que publican, distribuidores que venden y, sobre todo, lectores que leen. - Publicaciones electrónicas. Muchas de las publicaciones impresas tienen su correspondiente página web. Otras páginas son íntegramente digitales, sacando el máximo partido a las nuevas tecnologías: páginas interactivas, boletines electrónicos, presencia en redes sociales... - Vídeos y otros materiales audiovisuales. Algunos en formato DVD de venta en establecimientos comerciales, otros disponibles en Internet o circulando por las redes sociales. ¡Cuántos documentales buenos! Y películas de calidad. Y cortos interesantes... El problema no es la falta de información. Al contrario, el problema es el exceso de la misma. Estamos saturados de in178

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formación, de mensajes muchas veces contradictorios, de impresiones audiovisuales. Y «cuando un ambiente es desordenado, caótico o cargado de contaminación visual y acústica, el exceso de estímulos nos desafía a intentar configurar una identidad integrada y feliz» (LS 147). El reto entonces es saber seleccionar nuestras fuentes de información, saber hasta dónde y de qué queremos estar informados y de qué fuentes nos fiamos. E incluso, bebiendo de ellas, hacerlo siempre con espíritu crítico. Y por encima de la información, nuevamente el sentido común o, en palabras de Francisco, «volver a prestar atención a la realidad» (LS 116). Más allá de las ideologías y de la información, siempre incompleta, ¿qué nos dice el sentido común, qué nos dice la realidad? Las cosas de las que estamos hablando, ser conscientes de quiénes somos, cómo vivimos y de las repercusiones de nuestra vida, llevar una vida saludable y armónica en todas las dimensiones de la persona, adoptar un estilo de vida y de consumo que no haga daño a otras personas, llevarnos bien unos con otros en modelos de convivencia social que procuren el bien común, respetar a todos los seres vivos, dejar el planeta en las mismas condiciones de habitabilidad en que lo hemos recibido... ¿no es todo esto más sensato? Aunque no seamos expertos en ninguna materia, siempre podemos pensar por nosotros mismos. Cuando nos situamos en este nivel, el de la razón y la conciencia, nos damos cuenta de lo que tenemos en común. Esto es lo que nos une. La conversión ecológica no es una cuestión de ideologías, es una cuestión de sensatez.

Economía Vamos dando pasos en nuestro recorrido por unas líneas de orientación y acción que nos ayuden en la conversión ecológica 179

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–conversión integral–. Después de los niveles más personales entramos ya en otros más estructurales, empezando por la economía. Cuando vamos tirando del hilo de lo que está sucediendo hoy en el mundo, más pronto o más tarde acabamos encontrándonos con los bancos. Ellos son tremendamente responsables de que el mundo esté como está. Los bancos son los que financian las guerras, las industrias extractivas y contaminantes, las empresas que buscan el máximo beneficio recortando salarios y derechos de sus trabajadores, el desarrollo tecnológico irresponsable. Y es que «la economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano» (LS 109). Las entidades financieras prestan dinero a quien se lo vaya después a devolver –con los intereses–, sin mirar si van a dedicarlo a explotar a las personas o a destruir el medio ambiente. «En este contexto, siempre hay que recordar que “la protección ambiental no puede asegurarse solo basándose en el cálculo financiero de costos y beneficios” [...] ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones?» (LS 190). Por ejemplo en el caso de España, ¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si hace unos años los bancos hubieran decidido no conceder ningún préstamo en España para la construcción? ¿Se habría construido tanto? Seguramente no, pues solo habrían podido abordar obras los promotores con suficientes fondos propios. ¿Y si los bancos decidieran no conceder ningún préstamo a las industrias que fabrican armas, o a las que explotan a las personas, o a las que dañan el medio ambiente? Esta pregunta no es un ingenuo brindis al sol. Desde hace años existen bancos que solo conceden préstamos a entidades y particulares que vayan a utilizar ese dinero para emprendimientos que repercutan positivamente en el bien común. Se de180

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nominan genéricamente «banca ética» 4. Además de estudiar los aspectos meramente financieros del préstamo –solvencia, plazos, garantías de devolución–, se consideran los aspectos sociales y medioambientales, la contribución al bien común. Además, estas entidades son transparentes y publican a quién están concediendo préstamos –cosa que los bancos convencionales no suelen hacer–, con lo que los clientes saben qué está haciendo el banco con su dinero. La pregunta que nos hacíamos antes como consumidores –¿de dónde viene este producto, cómo y en qué condiciones se ha producido?– nos la hacemos ahora como ahorradores: ¿a quién está sirviendo mi dinero, qué tipo de actividades está fomentando? De esta manera, las personas podemos ser más fácilmente responsables de lo que apuntaba el Concilio Vaticano II al hablar del destino universal de los bienes: «El hombre, al usar los bienes, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás» (Gaudium et spes 69). Si más arriba, refiriéndonos a la energía, hablábamos de la alta proporción entre esfuerzo invertido y resultado obtenido al cambiarnos de compañía eléctrica, aquí tenemos un terreno donde esa proporción es aún mayor. Es verdad que cambiarse de banco supone un esfuerzo mayor que cambiarse de compañía eléctrica, entre otras cosas porque implica cambiar nuestra manera de hacer operaciones bancarias (al no haber apenas oficinas físicas, la mayoría de las operaciones se hacen por teléfono, correo postal o Internet), pero el resultado obtenido, en términos de contribución a otro mundo mejor posible, es todavía mucho mayor.

En España, Triodos Bank y Fiare Banca Ética son dos entidades de «banca ética» con todos los requisitos como bancos. Además, Coop p 57 y Oiko Credit son entidades de ahorro ético sin operativa bancaria. En México hay expectativas para que entre el banco Triodo. 4

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Y si, al hablar de la electricidad, constatábamos la doble satisfacción de saber que con nuestro consumo eléctrico no estamos contaminando y que además nos hemos salido de un lobby energético vergonzoso, lo mismo podemos decir aquí: ¿no es motivo de satisfacción saber que con nuestro dinero no estamos contribuyendo al desajuste social y medioambiental, sino, al contrario, a emprendimientos que favorecen el bien común? ¿Y no es también motivo de satisfacción saber que hemos sacado las manos de un lobby bancario pernicioso y contraproducente? Muchos se preguntan si estos «bancos éticos» son seguros y si realmente son lo que dicen. Objeciones razonables a las que, por honradez, debemos buscar respuestas sin que se conviertan en excusas para no hacer nada. ¿Son seguros estos bancos? En la Europa del euro, todos los bancos están cubiertos por un Fondo de Garantía de Depósitos, una especie de «caja común» constituida con aportaciones de todas las entidades bancarias para hacer frente a posibles quiebras. Cuando un banco quiebra (y no es «rescatado» con dinero público), ese Fondo –y, si hiciera falta, el propio Banco Central del país– responde de los depósitos de los clientes (no de todo tipo de productos financieros, pero sí al menos de las cuentas corrientes y las imposiciones a plazo) actualmente hasta un límite de 100.000 € por cliente y banco, una cantidad que se considera adecuada para unos ahorros familiares. Por tanto, en este punto podemos tener la misma tranquilidad que con cualquier otro banco. Pero además hay algunas garantías adicionales, y la primera es la propia transparencia: es más fácil confiar en bancos de los que sabemos qué hacen con el dinero que en los que no lo conocemos. Y sabemos que la banca ética solo invierte en economía «real», no en instrumentos especulativos. Muchos se sorprendieron cuando en 2008 cayó el banco de inversión Lehman Brothers, que aparentaba ser una entidad sólida. En realidad pocos sabían que detrás de esa espléndida fachada había enormes operaciones especulativas de alto riesgo y dudosa 182

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ética. ¿Y cuántos ahorradores sabían de la altísima exposición al «riesgo del ladrillo» de muchos bancos y Cajas de Ahorro españoles antes de la caída de la burbuja inmobiliaria? Otro dato incuestionable es que el índice de morosidad de la banca ética es menor que la media del sector bancario. Es decir, la banca ética recupera los préstamos con más garantía que la banca convencional. Para un ahorrador que busca seguridad es algo que podría ser motivo de confianza. Y estos bancos, ¿son lo que dicen que son? Es decir, ¿de verdad son siempre éticos? Ciertamente, en todas partes hay imperfecciones e incoherencias (y el que diga que no las tiene que tire la primera piedra). Pero al menos estos bancos tienen un espejo ético con el cual confrontarse y unos mecanismos para avanzar en esa dirección. Es significativo que algunas personas que nunca han puesto en duda a los bancos convencionales se hagan tantas preguntas respecto a la banca ética. ¡Y hay que hacerse esas preguntas! Pero entonces, por honradez, deberíamos someter al mismo cuestionario al resto de los bancos y comparar resultados. En el fondo, como veíamos en el capítulo anterior, es una cuestión de confianza. Es verdad que el Evangelio nos invita a ser prudentes como serpientes (Mt 10,16), pero son muchas más las ocasiones en que nos invita a confiar, a no tener miedo, a remar mar adentro, a venderlo todo, a ir ligeros de equipaje, a salir de nuestras comodidades y arriesgar, a no andar preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?... Cada cual, desde sus circunstancias y forma de ser, debe hacer su propia síntesis entre audacia y prudencia, sabiendo que en este terreno, como en todos, no hace falta cambiarlo todo de una vez. Vayamos dando pasos: primero confiémosles un poquito de dinero y veamos qué pasa. Después otro paso, y veamos... Tal vez el mejor argumento sea el testimonio de los que ya son clientes de banca ética. Busquémoslos y preguntémosles. 183

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En cualquier caso, da la impresión de que este es un terreno donde lo que prima no son los argumentos, sino las actitudes. En este sentido, es bonita la referencia que hace el papa Francisco al patriarca Bartolomé, invitándonos a liberarnos del miedo y a pasar de la avidez a la generosidad: Al mismo tiempo, Bartolomé llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no solo en la técnica, sino en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos solo los síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que «significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia» (LS 9).

Cambiarse de banco –o comenzar por cambiar de banco unos pocos ahorros– es un primer paso, muy efectivo, para contribuir a otro mundo mejor posible con nuestra manera de vivir. Pero el mundo de la economía es más amplio, y aquí también encontramos otros rasgos de esa «generosa y digna creatividad que muestra lo mejor del ser humano» (LS 211). Por ejemplo, en otros países existen las monedas complementarias que surgen en el seno de una comunidad local –a veces en una ciudad mediana– y que solo tienen valor en ese lugar. Monedas como la libra de Bristol (Reino Unido), el Sol-Violette de Toulouse (Francia) o el Banco Palmas de Fortaleza (Brasil) son modelos paradigmáticos, apoyados por las autoridades locales 5. Se cumple así lo que Francisco alaba en la encíclica: «El marco 5   En España existe casi un centenar de monedas locales. Algunas de ellas son: boniato (Madrid), puma (Sevilla), zoquito (Jerez de la Frontera), bellota (Guadalajara), ekhi (Vizcaya), turuta (Vilanova i la Geltrú).

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político e institucional no existe solo para evitar malas prácticas, sino también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas» (LS 177). Se ha calculado que la riqueza que genera una moneda local puede llegar a ser más del doble que la de las monedas oficiales, pues las primeras circulan mucho más que las segundas. ¿Y por qué? Porque solo sirven para intercambios monetarios reales y no para especular con ellas. No tiene sentido buscar ganancias mediante la acumulación de dinero en moneda local, pues esta no genera intereses. De todas maneras, hay que ser conscientes de que el dinero siempre es un instrumento, que puede utilizarse de manera recta o de manera torcida. No basta cambiar una moneda por otra si no hay un cambio de actitud frente al dinero. Como Francisco no deja de repetir en la encíclica, si no hay una conversión interior, un cambio de corazón, caeremos más pronto o más tarde en los mismos errores y desajustes. Lo importante y lo bonito es constatar cómo en estas economías «alternativas» lo normal es hacer un uso recto del dinero. Más allá del instrumento en sí, estas monedas complementarias nos están hablando de un cambio de mente y de corazón en las personas. Los propios impulsores de estas monedas alternativas reconocen su carácter de complementariedad con las oficiales. Tan bueno es que haya monedas globales como locales, contribuyendo así a una «econo-diversidad» buena para el sistema. En el fondo se trata de reproducir en este ámbito de la actividad humana la variedad de formas de vida que encontramos en la naturaleza. No es malo que haya monedas globales, siempre que se complementen con monedas locales, pues del mismo modo que un monocultivo es perjudicial para el medio ambiente, así los «monocultivos de monedas» son también perjudiciales para la economía, pues aumentan los riesgos de crisis sistémicas, como de hecho viene sucediendo. 185

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Además de saber estas cosas, ¿qué podemos hacer como ciudadanos y consumidores? En primer lugar, mirar estas iniciativas no con desconfianza y escepticismo, sino con benevolencia, aprecio, alegría y agradecimiento. Francisco alaba así estas iniciativas locales: A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia consumista. Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que se conserva y se transmite. De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias espirituales (LS 232).

¡Qué bien que haya personas que dedican su tiempo, creatividad y capacidades para poner en marcha cosas así! Y además de alegrarnos por ello, si está en nuestra mano, apoyemos y participemos en lo posible. Junto a las monedas locales, los bancos de tiempo son otras de las iniciativas que están surgiendo en torno a la economía. Son algo así como clubes donde los miembros se intercambian servicios unos a otros sin dinero de por medio: la unidad de medida es el tiempo –normalmente una hora–, independientemente del tipo de trabajo realizado. Es decir, que, por ejemplo, una hora cocinando se valora lo mismo que una hora dando clase de inglés. La contabilidad de los servicios prestados y servicios recibidos se realiza mediante unas libretas donde se hacen las anotaciones o, cada vez más frecuentemente, gracias a aplicaciones informáticas a las que se puede acceder a través de dispositivos móviles. Lo ideal es alcanzar una alta cota tanto en servicios prestados como en recibidos, pues, si hay desequilibrio en uno u otro sentido, hay algo que 186

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no va bien. Tan contraproducente es recibir sin dar como dar sin recibir. Para concluir este largo epígrafe sobre algunas líneas de orientación y acción en el terreno de la economía, alguna palabra sobre el mundo del trabajo. El papa Francisco, en continuidad con lo que han venido escribiendo los últimos papas, corrobora que el trabajo tiene una multiplicidad de dimensiones mucho más amplia que la mera actividad económica: Conviene recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual». El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos» (LS 127).

En el capítulo dedicado a las objeciones razonables ya decíamos que, si no necesitamos consumir tanto, no necesitamos producir tanto y no necesitamos trabajar tanto, pudiendo dedicar más tiempo a las relaciones humanas y al ocio creativo no consumista. Trabajar menos para vivir mejor y a la vez para permitir trabajar a otros. En un mundo en el que, gracias a la tecnología, la productividad no deja de crecer, el reparto del trabajo se convierte en algo imprescindible. Aunque este es un campo en el que fácilmente se ponen de manifiesto las contradicciones y complejidades de la condición humana, hay muchas y consolidadas experiencias que, nuevamente, miramos con gozosa benevolencia. Brevemente: 187

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- Empresas cooperativas: en las que la propiedad está en manos de los propios trabajadores. Por tanto, no existe una «junta de accionistas», poseedores del capital, que toma las decisiones, sino que la propia asamblea de trabajadores es la última instancia regidora de la empresa. La historia muestra que no siempre es fácil constituir y hacer viable una cooperativa, pues hace falta un espíritu generoso y colaborador por parte de todos, pero, cuando se logra, los resultados son beneficiosos para la propia empresa y el entorno. - Empresas sociales (también llamadas «sin fines de lucro»): en las que el acento no está puesto en el beneficio económico, aunque este sea necesario, sino en la propia actividad. Recordemos que «beneficio» significa lo «bien hecho». Es bueno que una actividad económica arroje beneficios, pues es señal de que se han hecho bien las cosas, además de condición necesaria para poder seguir haciéndolas. Pero en estas empresas lo que importa no es eso. Todos los esfuerzos, la creatividad, la inteligencia de las personas, están puestos en el fin de la empresa, que no es el beneficio económico, sino su campo de actividad. En lugar de buscar el máximo resultado económico a través de una determinada actividad se busca un máximo de utilidad social, procurando muchas veces un mínimo de resultado económico. ¡Es un cambio de óptica contracultural! Y la experiencia muestra que no solo es posible, sino que es bueno para todos. «Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad» (LS 128). - Empresas de inserción: que forman y contratan a personas en riesgo de exclusión social, preparándolas para el mercado laboral. Esto lleva consigo no solo la capacitación profesional, sino también el desarrollo de herramientas de crecimiento personal, autoestima, capacidad de organización, relaciones humanas y habilidades sociales. Cuando al cabo de un tiempo las personas pueden afrontar su vida por sí mismas, dejan su puesto a otras, que comienzan así su propio proceso. 188

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Y, de nuevo, la pregunta: además de ben-decir y bien-mirar estas iniciativas de economía social y solidaria, ¿qué podemos hacer para apoyarlas? En la medida en que tengamos capacidad, podemos –¡y debemos!– contratar de preferencia empresas de este tipo antes que las grandes corporaciones que buscan sobre todo el beneficio económico. Este puede y debe ser un criterio para tener en cuenta cuando contratamos una empresa de suministros, de telefonía, de limpieza, de seguros o de cualquier servicio: ¿cómo está organizada la propia empresa, a quién pertenece, cómo se reparten las decisiones y los beneficios, a quién está favoreciendo y a quién perjudicando? Una vez más, esto nos recuerda «la responsabilidad social de los consumidores. “Comprar es siempre un acto moral, y no solo económico”» (LS 206). También aquí, como en el ámbito del consumo, «el consumidor tiene una responsabilidad social específica, que se añade a la responsabilidad social de la empresa» (Caritas in veritate 66).

Política y sociedad Vamos recorriendo estos ámbitos de comportamiento, empezando por los más personales, pasando por los domésticos y llegando a los niveles sociales y estructurales. «El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político» (LS 231). Después de la economía llega el turno de la participación social y política. Está claro que no cambiaremos el mundo solo con nuestro comportamiento personal –aunque este sea condición necesaria–, si no llegamos al nivel estructural, donde se organiza la vida social. «La ecología social es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno de los niveles sociales 189

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y entre ellos se desarrollan las instituciones que regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos, como la pérdida de la libertad, la injusticia y la violencia» (LS 142). ¿Cómo llegar a actuar en estos niveles? Algunos sienten la llamada a trabajar desde ellos, en ese difícil «arte de lo posible» que es la vida política. Pero son niveles inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos de a pie. Sin embargo, todos podemos participar en la vida social, en los niveles local y vecinal. «No todos están llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local» (LS 232). Es bonito constatar una vez más cómo el papa habla de lo que ya existe, evitando aquí el lenguaje condicional del «deberíamos... tendríamos que...». ¡Ya hay innumerables asociaciones que están contribuyendo al bien común fortaleciendo el tejido social local! Siempre podemos acercarnos a alguna, conocerlas y, en la medida de nuestras posibilidades y talentos, colaborar con ellas. Y es bonito también ver cómo Francisco bendice –dice bien– y alaba a estas asociaciones. Lo mismo que de organizaciones más globales: «Es loable la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión» (LS 38). Aunque en la encíclica, lógicamente, no se mencionan, podemos pensar en organizaciones como Amnistía Internacional, Greenpeace, Oxfam Intermón o Cáritas, por citar solo las grandes, cuya labor de sensibilización y «cooperación crítica» es innegable. Más arriba, al hablar del consumo, leíamos en la encíclica cómo «un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer 190

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una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social» (LS 206). De nuevo nos encontramos con la alusión a utilizar «legítimos mecanismos de presión». Esto es algo que a los cristianos nos suena novedoso. Sin embargo, el papa Francisco es claro al respecto (los resaltados en cursiva son propios, no de la encíclica): Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente debido a la corrupción, se requiere una decisión política presionada por la población. La sociedad, a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales (LS 179).

Presionar, obligar, controlar. Si los ciudadanos, a través de asociaciones de la sociedad civil, no controlamos a nuestros representantes políticos, no es posible revertir la situación de deterioro social y medioambiental. Estas palabras son revolucionarias en el pensamiento social cristiano. Venimos de una larga tradición de respeto a las autoridades civiles. Una tradición que hunde sus raíces en el Nuevo Testamento: «Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que quien se opone a la autoridad se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación». Son palabras contundentes de san Pablo en la carta a los Romanos (13,12). Una doctrina practicada por los cristianos en muchos lugares y tiempos que ha venido muy bien, en primer lugar, a las propias autoridades civiles. Pero hay que recordar que en el Nuevo Testamento se reflejan, además de la sensibilidad de las comunidades paulinas, otras corrientes igualmente cristianas con acentos diferentes. 191

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En el capítulo 18 del Apocalipsis de san Juan leemos frases tan impresionantes como estas: «Salgan de ella [la Gran Babilonia], pueblo mío, no sea que se hagan cómplices de sus pecados y los alcancen sus plagas. Porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo y Dios se ha acordado de sus iniquidades. Denle como ella ha dado, dóblenle la medida conforme a sus obras, en la copa que ella preparó prepárenle el doble. En proporción a su jactancia y a su lujo, denle tormentos y llantos». Llorarán, harán duelo por ella los reyes de la tierra, los que con ella fornicaron y se dieron al lujo, cuando vean la humareda de sus llamas; se quedarán a distancia horrorizados ante su suplicio, y dirán: «¡Ay, ay, la Gran Ciudad! ¡Babilonia, ciudad poderosa, que en una hora ha llegado tu juicio!». Lloran y se lamentan por ella los mercaderes de la tierra, porque nadie compra ya sus cargamentos. Porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra, porque con tus hechicerías se extraviaron todas las naciones; y en ella fue hallada la sangre de los profetas y de los santos y de todos los degollados de la tierra.

Por supuesto que hay que respetar a las autoridades civiles (¡a toda persona!). Pero también hay que controlar sus manejos y denunciar sus abusos, cuando los hay. Porque la experiencia muestra que no es suficiente elegir a unos representantes para que gobiernen en nuestro nombre si no hay mecanismos de control ciudadano. Porque hasta la persona más honrada, al verse con influencia y poder, puede corromperse, como de hecho sucede. ¿Quién puede decir que si se viera en una situación semejante mantendría su integridad de comportamiento en todo momento? Vamos viendo que el reto al que nos enfrentamos es enorme y que son muchos los ámbitos de actuación. Cada cual, desde donde está y hasta donde pueda, que vaya viendo por dónde seguir dando pasos en su conversión integral. Pero hay algo que está claro y que en algún momento debe enfatizarse. Ya 192

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conocemos el proverbio: «Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado». ¡Y es lejos donde queremos llegar! Como veíamos en las Claves de comportamiento, se impone una conversión comunitaria: A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de realización». La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria (LS 219).

Los cristianos en esto tenemos una ventaja indudable basada en una extensa red de comunidades eclesiales de todo tipo. Estamos acostumbrados a compartir, discernir y celebrar comunitariamente. «¡No nos dejemos robar la comunidad!», nos exhortaba el papa Francisco en Evangelii gaudium (n. 92). ¡Que no nos quiten el gozo de la comunidad! Por eso, qué bien que fuera de los límites de la Iglesia surjan movimientos comunitarios transformadores, como el Movimiento de Ciudades en Transición, surgido en Totnes (Reino Unido) en 2005 y presente ya en más de treinta países. La intuición de su fundador, Rod Hopkings, es lúcida: tenemos que hacer la transición de una sociedad dependiente de los combustibles fósiles a otra no dependiente de ellos. No hay opción, es una transición necesaria. Y podemos hacerla de forma precipitada y violenta o bien de manera consciente y ordenada. Particularmente, la energía abundante y barata nos ha hecho ser individualistas. Cuando la energía sea escasa y cara, nos necesitaremos más unos a otros. Por consiguiente, una de las mejores cosas que podemos hacer para prepararnos para ese escenario es empezar a formar comunidades donde resolvamos juntos nues193

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tras necesidades. Con este espíritu están surgiendo innumerables «comunidades de transición» de forma descentralizada y espontánea, en un precioso ejemplo de esa «innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local» (LS 232). ¡Qué buena noticia!

Divulgación y educación Estamos llegando al final de nuestro recorrido por las líneas de orientación y acción. ¿Vamos tomando nota? El último de los ámbitos tiene que ver con todo lo que podemos hacer para divulgar todo esto. Efectivamente, está bien que cada uno viva conforme a sus posibilidades intentando cuidar nuestra casa común y a todas sus criaturas, pero eso se queda corto si no nos empeñamos en que otros también se muevan en esa dirección. Lo que está en juego es importante: Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración (LS 202).

Sí, estamos ante un gran desafío que llevará tiempo. Como veíamos más arriba, aprender a vivir lleva tiempo. Y aprender a vivir de otra manera, más, por lo que supone de desaprendizaje del modo anterior. Se trata, para empezar, de una nueva conciencia, de un cambio cultural. Y esto es algo que vamos contagiándonos unos a 194

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otros. Por ejemplo, comenzábamos este libro siguiendo la pista a lo que hay detrás de algunos objetos cotidianos de consumo, como los teléfonos celulares. Todavía hoy en la cultura reinante está bien visto cambiar de celular con frecuencia. El reto es llegar a una situación cultural contraria: que, conscientes de todo lo que hay detrás, esté mal visto cambiar de teléfono celular, que quien lo haga no pueda presumir por ello. Conseguir este cambio cultural depende de todos. Es tan solo un ejemplo. Algunas personas trabajan en medios de comunicación; tienen la posibilidad de ponerlos al servicio de esta nueva cultura, difundiendo estos valores y comunicando las buenas prácticas que en todas partes se están realizando. Otras trabajan en el mundo de la educación. He aquí un ámbito fundamental de transformación social. «Si enseñáramos a meditar a los niños terminaríamos con la violencia en el mundo en una generación», decía Gandhi con profunda sabiduría. Si enseñamos a los niños a asombrarse maravillados ante la naturaleza, a respetarla y cuidarla, a ser sensibles al sufrimiento ajeno, a hacer silencio y ser conscientes, a tener una mente abierta y apreciar la diversidad... En definitiva, si enseñamos a los niños la capacidad de admiración, la profundidad de la vida y el estilo de vida equilibrado, el mundo de mañana será distinto y mejor que el de hoy. Sin duda es un reto al que las instituciones de Iglesia están especialmente llamadas: Todas las comunidades cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente (LS 214).

¿Y no vamos a responder a este reto? ¿A qué esperamos?

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Ejercicio práctico: repaso cordial Antes de terminar la lectura del libro hagamos una nueva parada en nuestro itinerario. Este capítulo ha sido, con diferencia, el más largo, y es posible que no nos haya dejado indiferentes. ¿Ardía tal vez nuestro corazón mientras lo leíamos? Merece la pena detenerse, mirar hacia dentro y preguntarnos qué significa eso que encontramos en nuestro interior. Una vez más busco un lugar donde estar en tranquilidad los próximos veinte minutos. Tomo lápiz y papel. Me siento como otras veces en postura cómoda y recta y comienzo por practicar durante cinco minutos un ejercicio sencillo de silencio, respiración y conciencia corporal. Durante este rato procuro apartar los pensamientos y centrar la atención en mi cuerpo y en la respiración. Si me ayuda, cierro los ojos. ... Hago un repaso cordial al capítulo que he terminado de leer: «Cambiar: algunas líneas de orientación y acción». Vuelvo a pasar por el corazón todo esto que he leído. Y me pregunto: ¿qué ha pasado por mi interior leyendo este capítulo? ¿Cómo me he sentido? -Me ha abrumado... -Me he sentido ridículo... -Me he ido alegrando... -Me ha incomodado... -Me ha encendido... -... ... Acojo una vez más estos sentimientos, sin juzgarlos. Son los que son y, en todo caso, son míos. Y me pregunto: ¿qué me están revelando estos sentimientos? Y todo esto, ¿cómo puede ayudarme en mi conversión ecológica? Y, si procede, es el momento de escribir algunas notas personales.

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5 GUÍA PRÁCTICA DE CONVERSIÓN ECOLÓGICA Como complemento al capítulo anterior, he aquí 64 sugerencias concretas para poner en práctica la conversión ecológica a la que estamos invitados. En la encíclica Laudato si’ no encontramos un listado de recomendaciones como el que aquí se presenta, pues, como ya se ha dicho, parece que Francisco no quiere ofrecer principalmente soluciones prácticas, sino suscitar la conversión que lleve a ellas. Pero todas las que aquí se ofrecen tienen una relación, directa o sugerida, con el texto de la encíclica, como manifiestan las citas que acompañan, muchas de ellas ya mencionadas a lo largo del libro. Los ámbitos son los mismos que los del capítulo anterior. Todo es importante, todo contribuye, pero no podemos estar en todo. Cada cual sabe en qué ámbito necesita incidir más de cara a su conversión ecológica y, dentro de él, qué líneas de acción concretas puede proponerse. Puede ser el ritmo de vida, o la espiritualidad, o la alimentación, o la economía... Cada cual que vea en qué encuentra más motivación y por dónde le resulta más fácil empezar. ¡No empecemos por lo que más nos cuesta! Seguramente no lo conseguiremos y nos frustraremos. Comencemos por algo que esté a nuestro alcance; de esta manera, su logro nos motivará a seguir adelante. Junto a este criterio tengamos también en cuenta que, aunque todo contribuye, no todo lo hace de la misma manera. Por ejemplo, evitar un solo viaje en avión contribuye muchísimo más a paliar el cambio climático que apagar las luces en casa. 197

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Y una última recomendación: ¡no nos agobiemos ante tanta sugerencia! Empecemos por proponernos tan solo una o dos líneas de acción y, cuando se hayan integrado en nuestra vida, volvamos al listado y escojamos otra propuesta. «¡Es tanto lo que sí se puede hacer!» (LS 180). Poco a poco, sabiendo que la conversión es cosa de toda la vida y que aprender a vivir de otra manera lleva tiempo. Por si ayuda, ante cada una de estas sugerencias pueden caber cuatro posibles reacciones: a) Ya lo hago y está bien así. b) Ya lo hago, pero podría insistir más y me propongo hacerlo. c) No lo hago y me propongo incorporarlo en mi vida. d) No lo hago y está bien así (y no me culpabilizo por ello). Vida sana 1. Soy consciente de mi ritmo de vida. Si vivo atropelladamente, busco medios para recuperar una armonía serena. Si es preciso, pido ayuda para ello. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y ansiosa o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación (LS 225).

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2. Acepto, respeto y cuido mi cuerpo, proporcionándole, además de alimentación sana, ejercicio físico, descanso adecuado y una armoniosa relación con el ambiente y los demás seres vivientes. Cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana (LS 155).

3. Si vivo en ciudad, busco ocasiones regulares de cercanía a la naturaleza (excursiones por el campo, paseos por parques, participación en huertos urbanos, cultivo de plantas domésticas...), procurando vivir la experiencia de sentirme parte de ella. No es propio de habitantes de este planeta vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza (LS 44). Cuando se habla de «medio ambiente» se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados (LS 139).

4. Si puedo, vuelvo regularmente a esos lugares personalísimos de la naturaleza que me ayudan a revivir el «lenguaje de amor de Dios». Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el

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agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La historia de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien (LS 84).

5. Practico una afición manual, incluso haciendo con mis manos lo que se podría hacer con máquinas, por el puro placer de ejercer una habilidad manual. Disfruto y agradezco este don y regalo el fruto de ese trabajo. Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma (LS 128). San Benito de Nursia propuso que sus monjes vivieran en comunidad combinando la oración y la lectura con el trabajo manual (ora et labora). Esta introducción del trabajo manual impregnado de sentido espiritual fue revolucionaria. Se aprendió a buscar la maduración y la santificación en la compenetración entre el recogimiento y el trabajo. Esa manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación con el mundo (LS 126).

6. En la medida en que sea posible y tras el debido discernimiento, reduzco mis horas de trabajo remunerado, buscando equilibrar otras dimensiones de mi vida y compartir el trabajo con quienes no lo tienen. Cuando en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de respetar, se crean las condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure. Conviene recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su desarrollo espiritual». El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en

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juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos» (LS 127).

Espiritualidad 7. Establezco en mi calendario –mensual, trimestral, anual– momentos específicos para reencontrarme con mis propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz, y para detenerme a recuperar la profundidad de la vida y preguntarme por los fines y el sentido de todo. La humanidad se ha modificado profundamente, y la sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil detenernos para recuperar la profundidad de la vida. [...] No nos resignemos a ello y no renunciemos a preguntarnos por los fines y por el sentido de todo. De otro modo, solo legitimaremos la situación vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar el vacío (LS 113). En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz (LS 200).

8. Establezco en mi rutina –diaria, semanal, mensual– momentos específicos de silencio, soledad, meditación y oración. No se trata de hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la espiritualidad para alimentar

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una pasión por el cuidado del mundo. Porque no será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria» (LS 216).

9. En particular busco momentos específicos para dedicarme a la contemplación del mundo y la naturaleza, a practicar una nueva reverencia ante la vida y, si soy creyente, a la adoración y alabanza del Creador. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza (LS 12). Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida (LS 207). Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para [...] contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada, sino descubierta, desvelada» (LS 225). El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre. El ideal no es solo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas exteriores» (LS 233).

10. Adopto medios que me ayuden al hábito de hacerme presente serenamente ante cada realidad y estar plenamente consciente en cada momento presente. La constante acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y cada mo-

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mento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de realización personal (LS 222). Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después, que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido (LS 226).

11. Me uno a otras personas con las que comparto sensibilidad e ideales para apoyarnos mutuamente y celebrar alegremente la vida y nuestra labor de cuidadores de la casa común. Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por [...] la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz, y por la alegre celebración de la vida (LS 207). Tenemos que reconocer que no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea (LS 216).

12. Consciente de mi tendencia al individualismo, me propongo cauces concretos para salir de mí y cultivar «sólidas virtudes que hagan posible la donación de sí en un compromiso ecológico». La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar

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el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad (LS 208). Solo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico (LS 211).

13. Consciente de que el discurrir de la vida puede hacerme olvidar estos propósitos, establezco ocasiones periódicas para revisarlos. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para [...] reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales (LS 225).

Compasión y cercanía a los excluidos 14. Si vivo alejado de los excluidos, establezco ocasiones regulares para acercarme a ellos, buscando el encuentro personal y el contacto directo con sus problemas. Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. [...] muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados (LS 49).

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Sencillez de vida La espiritualidad cristiana propone un modo alterna­ tivo de entender la calidad de vida y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profunda­ mente sin obsesionarse por el consumo. Es importante in­ corporar una vieja enseñanza, presente en diversas tradicio­ nes religiosas, y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que «menos es más». [...] La espiritualidad cristiana pro­ pone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entris­ tecernos por lo que no poseemos. Esto supone evitar la di­ námica del dominio y de la mera acumulación de placeres (LS 222).

15. Antes de salir a comprar hago la lista de lo que necesito para evitar compras impulsivas no previstas. En todo caso, salgo «a comprar» y no «de compras». La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y eco­ lógica necesita traducirse en nuevos hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera sumatoria de objetos o pla­ ceres no bastan para darle sentido y gozo al corazón hu­ mano, pero no se sienten capaces de renunciar a lo que el mercado les ofrece (LS 209).

16. Hago una revisión consciente de mis propiedades y me desprendo de lo que no necesito. Quien se apropia algo es solo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el manda­ miento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la po­

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blación mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que nece­ sitan para sobrevivir» (LS 95).

17. Tomo conciencia del valor personal y divulgativo de las privaciones voluntarias y me propongo incluir algunas en mis hábitos de vida, aunque sea un gesto de carácter sim­ bólico. Por ejemplo, considero prescindir de una comida una vez a la semana o al mes. La sobriedad que se vive con libertad y conciencia es li­ beradora. No es menos vida, no es una baja intensidad, sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y vi­ ven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa, aprenden a to­ mar contacto y saben gozar con lo más simple. [...] La felici­ dad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples posibi­ lidades que ofrece la vida (LS 223).

18. Tomo contacto con grupos decrecentistas o con el movi­ miento de comunidades en transición, buscando apoyo mutuo y compromiso conjunto. Frente al crecimiento voraz e irresponsable que se pro­ dujo durante muchas décadas hay que pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites racio­ nales e incluso en volver atrás antes de que sea tarde. Sabe­ mos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algu­ nas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes (LS 193).

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Consumo Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de po­ der que rigen hoy la sociedad» (LS 5). Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gas­ tar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado cier­ tos límites máximos de explotación del planeta sin que ha­ yamos resuelto el problema de la pobreza (LS 27). Cuando se plantean estas cuestiones, algunos reaccio­ nan acusando a los demás de pretender detener irracional­ mente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. [...] Se trata de abrir camino a oportu­ nidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos (LS 191).

19. En un clima de serenidad me pregunto por las causas de mis necesidades de consumo, haciéndome consciente de lo que habita mi corazón. Cuando las personas se vuelven autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más nece­ sita objetos para comprar, poseer y consumir (LS 204).

20. Elijo algún producto de consumo habitual (café, chocolate, infusiones...) y decido comprarlo siempre de comercio justo. En la medida en que pueda, voy añadiendo a mi cesta de la compra otros productos de comercio justo. 207

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Es también la lógica interna de quien dice: «Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables». Si no hay verdades objetivas ni prin­ cipios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios proyec­ tos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? (LS 123).

21. Reutilizo la ropa con creatividad. Cuando me desprendo de ella procuro que siga sirviendo a otras personas o para otros usos. Evito comprar ropa nueva y acepto con agrade­ cimiento la que me regalan usada. Localizo y acudo a tien­ das de ropa y otros productos de segunda mano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápi­ damente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad (LS 211).

22. En todos los casos, si mi economía me lo permite, tiendo a comprar productos duraderos y de calidad suficiente que aseguren una vida útil larga. El principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión con­ ceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque aumenta la pro­ ducción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contaminación (LS 195).

23. Antes de comprar un objeto de consumo me detengo a pen­ sar en los lugares y empresas que lo han producido y comer­ 208

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cializado, buscando información y procurando, en la me­ dida de lo posible, tomar decisiones que favorezcan una producción justa y sostenible. Las empresas obtienen ganancias calculando y pagando una parte ínfima de los costos. Solo podría considerarse ético un comportamiento en el cual «los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean su­ fragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones» (LS 195).

24. Además de lo anterior, si puedo, ejerzo una presión res­ ponsable sobre aquellas empresas de comportamiento in­ moral o con dudas razonables sobre ello. Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, econó­ mico y social. [...] Es un hecho que, cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se ven pre­ sionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no solo económico» (LS 206).

25. Utilizo la tecnología con lucidez y responsabilidad, evi­ tando caer en una dependencia insana, manteniendo los mismos aparatos mientras perdure su vida útil y dándoles un nuevo uso o reciclándolos convenientemente a su tér­ mino. Por ejemplo, un camino de desarrollo productivo más creativo y mejor orientado podría corregir el hecho de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca para resolver problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas inteligentes y rentables de reutilización,

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refuncionalización y reciclado. [...] Esta sería una creativi­ dad capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser humano, porque es más digno usar la inteligencia, con au­ dacia y responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de una noción más am­ plia de lo que es la calidad de vida. En cambio, es más in­ digno, superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la naturaleza solo para ofrecer nuevas posibi­ lidades de consumo y de rédito inmediato (LS 192).

Alimentación 26. Procuro, en lo posible, una forma de alimentación que me nutra saludablemente: suficiente en cantidad –evitando co­ mer de más–, completa y equilibrada, natural y libre de productos químicos artificiales. La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hom­ bre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo» (LS 155).

27. Consciente de las repercusiones del consumo de carne, lo reduzco a dos o tres veces por semana. Sobre todo evito comer carne de animales alimentados con forrajes elabora­ dos con soya y cereales transgénicos procedentes de países sin las debidas garantías sociales y medioambientales. Ante la duda, consumo carne de producción ecológica. Si bien no hay comprobación contundente acerca del daño que podrían causar los cereales transgénicos a los se­ res humanos, y en algunas regiones su utilización ha provo­

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cado un crecimiento económico que ayudó a resolver pro­ blemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción de es­ tos cultivos, se constata una concentración de tierras pro­ ductivas en manos de pocos debido a «la progresiva des­ aparición de pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras explotadas, se han visto obliga­ dos a retirarse de la producción directa». Los más frágiles se convierten en trabajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a miserables asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos cultivos arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, dismi­ nuye la diversidad productiva y afecta al presente y al futuro de las economías regionales. En varios países se advierte una tendencia al desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos necesarios para su cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la producción de gra­ nos estériles que terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas productoras (LS 134).

28. Evito comer carne de producción intensiva, procedente de animales hacinados, y busco proveedores de carne de ani­ males que han pastado en libertad. [El Catecismo] recuerda con firmeza que el poder hu­ mano tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin nece­ sidad sus vidas» (LS 130).

29. Tanto como mi economía me lo permita, tiendo a consumir alimentos ecológicos respetuosos con la tierra y normalmente asociados a formas de producción socialmente valiosas. Sin embargo, es posible volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más

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humano, más social, más integral. La liberación del para­ digma tecnocrático reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos con­ taminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no consumista (LS 112).

30. Procuro consumir alimentos de temporada y producidos localmente. Por otra parte, la acción política local puede orientarse a la modificación del consumo, al desarrollo de una econo­ mía de residuos y de reciclaje, a la protección de especies y a la programación de una agricultura diversificada con rota­ ción de cultivos. Es posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante inversiones en infraestructu­ ras rurales, en la organización del mercado local o nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los ecosistemas locales de la depredación (LS 180).

31. Evito los alimentos precocinados, prefiriendo, en lo posi­ ble, elaborar la comida en casa. Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violen­ cia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas (LS 230).

32. Evito comprar agua embotellada, prefiriendo la instalación doméstica de filtros de agua. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una inciden­

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cia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el con­ sumo de agua... (LS 211).

33. Antes de comer me detengo en silencio a ser consciente de todo lo que ello supone y a expresar mi admiración y agra­ decimiento. Una expresión de esta actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas. Propongo a los cre­ yentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con pro­ fundidad. Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo propor­ cionan estos bienes y refuerza la solidaridad con los más ne­ cesitados (LS 227).

Hogar 34. Anoto la generación de envases de mi vivienda (por ejem­ plo, durante un mes peso cada vez la bolsa antes de echarla al contenedor de basura), investigo posibilidades de reduc­ ción de envases, evitando especialmente los tetrapaks y, en general, los productos líquidos innecesarios, renunciando a los plásticos de usar y tirar, llevando siempre mis propias bolsas y envases cuando voy a la compra... Vuelvo a medir al cabo de un mes mi generación de envases y tomo deci­ siones permanentes. La cultura del relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados o convir­ tiéndola en esclava a causa de una deuda. [...] Es la misma

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lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos solo por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita (LS 123). La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una inciden­ cia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel... (LS 211).

35. Aprendo a separar la basura orgánica compostable y hago en casa mi propio composta o la llevo a un lugar donde pueda hacerse. Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domi­ ciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clí­ nicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radiactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería (LS 21).

36. Evito encarecidamente el desperdicio de alimentos. Si puedo, entro en contacto con grupos especialistas para ase­ sorarme sobre ello o colaborar en sus actividades. Sabemos que se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que se des­ echa es como si se robara de la mesa del pobre» (LS 50).

37. Evito los productos comerciales de limpieza y aseo con alto contenido en componentes químicos y utilizo jabones natu­ rales y caseros. Si hago jabones en casa, reparto entre veci­ nos y amistades. Las aguas subterráneas, en muchos lugares están ame­ nazadas por la contaminación que producen algunas activi­ dades extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo en países donde no hay una reglamentación y controles sufi­

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cientes. No pensemos solamente en los vertidos de las fábri­ cas. Los detergentes y productos químicos que utiliza la po­ blación en muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares (LS 29).

Energía y agua 38. Realizo o encargo una auditoría energética de mi vivienda y, a la luz de sus resultados, tomo medidas de aislamiento eficiente. No se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites específicos de cada país o región. Tam­ bién es verdad que el realismo político puede exigir medi­ das y tecnologías de transición, siempre que estén acompa­ ñadas del diseño y la aceptación de compromisos graduales vinculantes. Pero en los ámbitos nacionales y locales siem­ pre hay mucho por hacer, como [...] formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan su consumo energético y su nivel de contaminación (LS 180).

39. Mido mi consumo de energía, me asesoro sobre estrategias domésticas de ahorro energético y tomo medidas para ello. En los ámbitos nacionales y locales siempre hay mucho por hacer, como promover las formas de ahorro de energía. Esto implica favorecer formas de producción industrial con máxima eficiencia energética y menos cantidad de materia prima, quitando del mercado los productos que son poco eficaces desde el punto de vista energético o que son más contaminantes (LS 180). Solo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender

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la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente (LS 211).

40. Evito en verano el aire acondicionado, adoptando métodos tradicionales y de reducido consumo energético: ventilar por la noche y cerrar persianas de día, instalación de venti­ ladores, uso de abanicos, ropa cómoda... Hay más sensibilidad ecológica en las poblaciones, aun­ que no alcanza para modificar los hábitos dañinos de con­ sumo, que no parecen ceder, sino que se amplían y desarro­ llan. Es lo que sucede, para dar solo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acon­ dicionadores de aire. Los mercados, procurando un benefi­ cio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si al­ guien observara desde fuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante comportamiento, que a veces pa­ rece suicida (LS 55).

41. Reviso la potencia contratada de mi vivienda y la ajusto a lo razonablemente necesario. Para afrontar los problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de países aislados, es indispensa­ ble un consenso mundial que lleve, por ejemplo [...] a desa­ rrollar formas renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética (LS 164).

42. Contrato el suministro eléctrico de mi casa con una compa­ ñía de electricidad cien por cien renovable. Sabemos que la tecnología basada en combustibles fósi­ les muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reempla­ zada progresivamente y sin demora (LS 165).

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43. Investigo posibilidades de producir electricidad para auto­ consumo o de incorporarme a algún grupo o cooperativa de producción energética. En algunos lugares se están desarrollando cooperativas para la explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de excedentes. Este sencillo ejemplo indica que, mientras el orden mundial existente se muestra impotente para asumir responsabilida­ des, la instancia local puede hacer una diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte sen­ tido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos (LS 179).

44. Mido el consumo de agua de mi vivienda, me asesoro so­ bre estrategias domésticas de ahorro de agua y tomo medi­ das para ello. Este mundo tiene una grave deuda social con los po­ bres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad in­ alienable. Esa deuda se salda en parte con más aportes eco­ nómicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no solo en países desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes reservas. Esto muestra que el problema del agua es en parte una cuestión educativa y cultural, porque no hay conciencia de la gra­ vedad de estas conductas en un contexto de gran inequi­ dad (LS 30).

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Transporte 45. Evito usar el coche siempre que puedo y, sobre todo, cuando solo lo ocupa una persona. En su lugar utilizo el transporte público. La calidad de vida en las ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa de grandes sufrimien­ tos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos au­ tomóviles utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado, el nivel de contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no reno­ vable y se vuelve necesaria la construcción de más autopis­ tas y lugares de estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden en la necesidad de priorizar el transporte público (LS 153).

46. Pruebo a hacer un viaje –o un trayecto urbano– en coche compartido. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una inciden­ cia directa e importante en el cuidado del ambiente, como [...] utilizar transporte público o compartir un mismo ve­ hículo entre varias personas [...]. Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano (LS 211).

47. Renuncio a viajar en avión, el medio de transporte más contaminante. Si no tengo más remedio que volar, al me­ nos compenso las emisiones de CO2 de mi viaje. La estrategia de compraventa de «bonos de carbono» puede dar lugar a una nueva forma de especulación y no servir para reducir la emisión global de gases contaminan­ tes. Este sistema parece ser una solución rápida y fácil, con

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la apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias. Más bien puede convertirse en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo de algunos países y sectores (LS 171).

Información, formación y conciencia crítica 48. Adopto una actitud crítica ante la publicidad y el para­ digma consumista, explicando mis motivos y, si es preciso, mostrándome contracultural en ambientes en los que se vi­ ven esos valores. Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo con­ sumista compulsivo para colocar sus productos, las perso­ nas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los obje­ tos y las formas de vida tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y, des­ pués de todo, actúa así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado». Tal paradigma hace creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta el poder econó­ mico y financiero (LS 203).

49. Hago la prueba de estar un tiempo establecido sin televi­ sión. Al terminar evalúo la experiencia y tomo decisiones permanentes. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la natu­

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raleza. De otro modo seguirá avanzando el paradigma con­ sumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado (LS 215).

50. Me pregunto por los intereses que existen tras las empresas de comunicación y selecciono críticamente mis fuentes de información habituales. No se termina de advertir cuáles son las raíces más pro­ fundas de los actuales desajustes, que tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social del cre­ cimiento tecnológico y económico (LS 109).

51. Si soy creyente, establezco ocasiones para formarme y be­ ber de las fuentes de mi religión para poder responder me­ jor a las necesidades actuales. Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han condicionado esa concien­ cia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones res­ ponder mejor a las necesidades actuales (LS 200).

Economía 52. Consciente del valor de mi dinero, me informo sobre el destino que mi banco da a los ahorros en él depositados. La Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propie­ dad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre

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toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado (LS 93).

53. Abandono en lo posible los bancos convencionales y depo­ sito mis ahorros y operativa en banca ética. En este contexto, siempre hay que recordar que «la protección ambiental no puede asegurarse solo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente» [...] ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en los efectos am­ bientales que dejará a las próximas generaciones? Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar en los rit­ mos de la naturaleza, en sus tiempos de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la intervención hu­ mana (LS 190).

54. Participo en algún grupo o iniciativa de intercambio de bie­ nes y servicios. Hoy, creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. [...] [san Juan Pablo II] afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan solo a unos pocos» (LS 93).

55. Si tengo capacidad de decisión, contrato de preferencia em­ presas locales, de gestión cooperativa o de inserción socio­ laboral y fomento otras iniciativas de economía solidaria. 221

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Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se da­ ñaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sen­ tido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de de­ sarrollo humano y de realización personal. [...] «los costes humanos son siempre también costes económicos y las dis­ funciones económicas comportan igualmente costes hu­ manos». Dejar de invertir en las personas para obtener un ma­ yor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad (LS 128).

56. Me informo de propuestas e iniciativas que buscan otras formas de economía que pongan en el centro a las personas y no el beneficio económico a cualquier precio. En la me­ dida en que sean dignas de ello las doy a conocer y muestro mi apoyo. El marco político e institucional no existe solo para evi­ tar malas prácticas, sino también para alentar las mejo­ res prácticas, para estimular la creatividad que busca nue­ vos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas (LS 177).

Política y sociedad Si todo está relacionado, también la salud de las institu­ ciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: «Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales». En ese sentido, la ecología social es necesariamente institucio­ nal y alcanza progresivamente las distintas dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la comunidad local y la nación, hasta la vida internacio­ nal (LS 142).

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57. Teniendo en cuenta la importancia de la política en los asuntos que afectan a todos, oriento mi voto teniendo en cuenta aquellas opciones políticas que más defienden el cuidado de nuestra casa común y los derechos básicos de los más desfavorecidos. El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad de pro­ ducir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras. La mio­ pía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida así que «el tiempo es superior al espacio», que siempre somos más fecundos cuando nos pre­ ocupamos por generar procesos más que por dominar espa­ cios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pen­ sando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación (LS 178).

58. Busco cauces de participación social y política apoyando o participando en asociaciones y ONG’s que promuevan el control del poder político nacional, regional y municipal. Dado que el derecho a veces se muestra insuficiente de­ bido a la corrupción, se requiere una decisión política presio­ nada por la población. La sociedad, a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obli­ gar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales (LS 179).

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59. Participo en alguna asociación que trabaje a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano. No todos están llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la sociedad germina una innu­ merable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se preocupan por un lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es de todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local (LS 232).

60. Apoyo a organizaciones de defensa del medio ambiente, la solidaridad y los derechos humanos, informándome sobre sus fines y actividades, apoyando sus campañas, contribu­ yendo económicamente, haciéndome socio, apreciándolas y dándolas a conocer. Es loable la tarea de organismos internacionales y de or­ ganizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las po­ blaciones y cooperan críticamente, también utilizando legí­ timos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales (LS 38). El movimiento ecológico mundial ha hecho ya un largo recorrido, enriquecido por el esfuerzo de muchas organiza­ ciones de la sociedad civil. No sería posible aquí mencionar­ las a todas ni recorrer la historia de sus aportes. Pero, gra­ cias a tanta entrega, las cuestiones ambientales han estado cada vez más presentes en la agenda pública y se han con­ vertido en una invitación constante a pensar a largo plazo (LS 166).

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61. Incluyo en mi testamento un legado que contribuya al cui­ dado futuro de nuestra casa común y al desarrollo sosteni­ ble de los más necesitados. La noción de bien común incorpora también a las gene­ raciones futuras. Las crisis económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae apare­ jado el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidari­ dad intergeneracional. Cuando pensamos en la situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comuni­ camos (LS 159).

Divulgación y educación Muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la concien­ cia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permi­ tiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración (LS 202).

62. Si soy madre o padre de familia con niños (o abuela, abuelo, tía, tío... que de alguna manera interviene en la educación de esos niños), integro estos valores, conciencia y estilo de vida en la educación familiar. En la familia se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. La familia es el

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lugar de la formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir per­ miso sin avasallar, a decir «gracias» como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hace­ mos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea (LS 213).

63. Si participo en la responsabilidad de un centro de forma­ ción, incorporo estos valores, conciencia y estilo de vida en los planes educativos y organización del centro. A la política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol im­ portante que cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad responsable, para la contem­ plación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragili­ dad de los pobres y del ambiente (LS 214).

64. En cualquier caso, adopto una actitud de divulgación de estos valores, conciencia y estilo de vida, contribuyendo a una nueva cultura socioambiental en la que nos educamos unos a otros. Dado que es mucho lo que está en juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los ataques al medio ambiente, también necesitamos controlar­ nos y educarnos unos a otros (LS 214).

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conclusión CAMINEMOS CANTANDO Al cerrar las páginas de este libro podemos tomarnos de nuevo un rato de sosiego para reposar y tomar conciencia de lo que ha ido pasando por nuestro interior a lo largo de la lectura. Una vez más, junto a la transmisión de conocimientos, queremos lle­ gar al nivel profundo, ahí donde se pone en juego la verdad de las personas. Recordamos brevemente el itinerario que nos ha traído hasta aquí. A la luz de la encíclica Laudato si’ comenzábamos viendo y juzgando lo que le está pasando a nuestra casa co­ mún. Concluíamos que todo está relacionado y que con nues­ tra forma de vida estamos contribuyendo, siquiera de forma inconsciente, a eso que está pasando en el mundo. Hacemos nuestro ese dolor y acogemos la voluntad de conversión que descubrimos en nuestro corazón. Una conversión que co­ mienza por la manera de pensar y por las actitudes, para lle­ gar al comportamiento práctico. Una conversión ecológica que abarca todos los ámbitos de nuestra vida personal y social y que no podemos vivir en solitario, sino, antes bien, junto con otras personas con quienes compartimos inquietudes y estra­ tegias. Es el momento de volver a las citas del papa Francisco con las que se abre este libro: «No se pierde ningún cansancio gene­ roso [...] Todos podemos colaborar [...] No hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo [...] Todo es importante, todo contribuye, toda buena acción, por pequeña que sea, de­ rrama un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar» (LS 212). 227

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Los últimos párrafos de la encíclica contienen una recomen­ dación que ya conocemos: «Caminemos cantando. Que nues­ tras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos qui­ ten el gozo de la esperanza» (LS 244). ¡Todo esto es sin dejar de ser felices! Y, justo a continuación, la encíclica concluye con un último párrafo que es en sí un aliento y una alabanza: Dios, que nos convoca a la entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la vida, que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nue­ vos caminos. Alabado sea (LS 245).

¡Alabado sea el Creador! Terminamos orando con todas las personas de buena voluntad, a quienes se dirige el papa Francisco.

Oración por nuestra tierra Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo y en la más pequeña de tus criaturas. Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe, derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que cuidemos la vida y la belleza. Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie. Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos. 228

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Sana nuestras vidas, para que seamos protectores del mundo y no depredadores, para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción. Toca los corazones de los que buscan solo beneficios a costa de los pobres y de la tierra. Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar admirados, a reconocer que estamos profundamente unidos con todas las criaturas en nuestro camino hacia tu luz infinita. Gracias porque estás con nosotros todos los días. Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz.

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José Eizaguirre nació en Madrid en 1964. En el grupo scout del colegio fue aprendiendo el amor a la naturaleza, la pasión por la justicia y otros valores humanos y cristianos. Estudió arqui­ tectura en Madrid y administración de empresas en Mondra­ gón. Ha trabajado en la editoriales SM y PPC, y como adminis­ trador provincial de la Compañía de María (marianistas). Es autor de artículos, conferencias y cursos sobre ecología, con­ sumo y estilos de vida alternativos, además de colaborador ha­ bitual del blog de Cristianismo y Justicia y de la revista Alandar. Ha publicado Una vida sobria, honrada y religiosa (Madrid, Nar­ cea, 2010), Al que tiene se le dará; al que no tiene se le quitará (colec­ ción virtual «Cristianismo y Justicia» n. 3) y Todo confluye. Espíritu y espiritualidad en los movimientos altermundistas (Bilbao, Desclée de Brouwer, 2015). Participa en la iniciativa «Biotropía. Estilos de vida en conversión» y en el colectivo «Cristianismo y Ecología» (Madrid).

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ÍNDICE Presentación ...........................................................................

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Laudato si’: ejercicio práctico de contemplación y alabanza ....................................................................

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I. Ver, oír y juzgar 1. Lo que le está pasando a nuestra casa común .......... La ropa que vestimos ................................................... La carne que comemos ................................................. Productos de aseo y limpieza ..................................... Aparatos tecnológicos .................................................. Hacia una conversión ecológica ................................. Todo está relacionado .................................................. Ejercicio práctico: un bienestar sostenido por  sufrimiento ..........................................................................

15 16 20 27 31 35 39 43

II. Convertirse y creer en la Buena Noticia 2. Convertir la mirada y la manera de pensar:   objeciones razonables ...................................................... Dificultades económicas .............................................. Algunas objeciones teóricas ........................................ Problemas estructurales ............................................... Cuestiones legales ......................................................... Objeciones culturales ................................................... Escepticismo y desconfianza ......................................

51 52 57 63 70 74 79 231

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Inconvenientes prácticos ............................................. 85 Dificultades sociales ..................................................... 88 Aspectos psicológicos .................................................. 96 Resistencias personales y miedo al cambio .............. 99 Ejercicio práctico: repaso cordial ................................... 103 3. Convertir las actitudes: algunas claves   de comportamiento ............................................................ Transformación personal: cambiar desde dentro .... Capacidad de admiración ............................................ Conciencia de comunión universal ............................ Lo que está en juego es nuestra propia dignidad .... Alentar una cultura del cuidado ................................ Creatividad que busca nuevos caminos .................... Un sano realismo: la realidad es superior a la idea .. Mirada integral e integradora: el todo es superior   a la parte ..................................................................... Conversión comunitaria .............................................. Generar procesos .......................................................... Caminemos cantando ................................................... Todo contribuye: el valor de las pequeñas acciones  cotidianas ................................................................... Ejercicio práctico: repaso cordial ...................................

105 105 107 108 110 113 115 116 119 121 122 124 126 128

III. Cambiar 4. Algunas líneas de orientación y acción .................... Vida sana ........................................................................ Espiritualidad ................................................................ Compasión y cercanía a los excluidos ....................... Sencillez de vida ........................................................... Consumo ........................................................................ Alimentación .................................................................

133 135 140 142 146 151 157

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Hogar .............................................................................. Energía y agua ............................................................... Transporte ...................................................................... Información, formación y conciencia crítica ............. Economía ........................................................................ Política y sociedad ........................................................ Divulgación y educación ............................................. Ejercicio práctico: repaso cordial ...................................

164 168 173 176 179 189 194 196

5. Guía práctica de conversión ecológica ...................... Vida sana ........................................................................ Espiritualidad ................................................................ Compasión y cercanía a los excluidos ....................... Sencillez de vida ........................................................... Consumo ........................................................................ Alimentación ................................................................. Hogar .............................................................................. Energía y agua ............................................................... Transporte ...................................................................... Información, formación y conciencia crítica ............. Economía ........................................................................ Política y sociedad ........................................................ Divulgación y educación .............................................

197 198 201 204 205 207 210 213 215 218 219 220 222 225

Conclusión. Caminemos cantando ................................... 227

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SIN FRONTERAS  1. Objetivos del Milenio. ¿Se puede acabar con la pobreza?, Pablo J. Martínez Osés (2ª ed.)  2. Inmigrante y ciudadano. Hacia una nueva cultura de la acogida, Emilio José Gómez Ciriano / Nicole Fuchs (3ª ed.)  3. Por una vida sobria. Del despilfarro de unos pocos a los derechos para todos, Francesco Gesualdi / Centro Nuovo Mode­ llo di Sviluppo  4. Tercer sector e intervención social. Trayectorias y perspectivas de las organizaciones no gubernamentales de acción social, Fer­ nando Fantova  5. Desarrollo humano y ética de la sostenibilidad, Antonio Eli­ zalde  6. Hacer bien el bien. Voluntarios junto al que sufre, Arnaldo Pangrazzi  7. Acércate al Sur, Fundación Entreculturas  8. Pilares para una cultura de la no-violencia, Alain J. Richard  9. Habilidades sociales para voluntarios, César García-Rincón de Castro 10. Aquí sí hay quien viva, Emilio José Gómez Ciriano 11. 40 años de Justicia y Paz 12. Salud y justicia, José Carlos Bermejo (ed.) 13. Mujeres. Gritos de sed, semillas de esperanza, Rosa María Belda Moreno 14. Travesía. Una experiencia de cooperación en Brasil, Lola Cam­ pos Rebollar 15. Los hombres leopardo se están extinguiendo, Chema Caba­ llero 16. Humanización y voluntariado, Luis A. Aranguren Gonzalo 235

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17. Espiritualidad para voluntarios, Joaquín García Roca 18. Voluntarios en prisión, Cristóbal Sánchez Blesa / Xavier Caño Tamayo 19. Por una cultura de paz, José Carlos Rodríguez Soto 20. Lo esencial del voluntariado, Luis A. Aranguren Gonzalo 21. Indignación. Caminos de transgresión y esperanza, Luis A. Aranguren Gonzalo / Joaquín García Roca / Fco. Ja­ vier Vitoria Cormenzana 22. La sociedad inclusiva: entre el realismo y la audacia, Joaquín Azagra Ros / Joaquín García Roca 23. Un columpio en el desierto, Mª Ángeles López Romero 24. Metáforas para entender la crisis (y no volver a repetirla), Kiko Lorenzo

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