LOS REMEDIOS DE LA ABUELA Jean Michel Pedrazzani
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PRIMERA EDICIÓN 1977
Prólogo Antaño, el ferrocarril parecía a la mayoría de los mortales una aventura costosa y ll ena de peligros, siendo preferida l a seguri dad de un buen caballo enganchado al cabri olé familiar. Y, como sea que la sabiduría popular quería que un viaj ero sagaz cui dara de su propia montura, se economi zaba el animal simplem ente desplazándose poco. Mi abuela nunca se quej ó de ello. Los dos k ilómetros que s eparaban su casa de la aldea bastaron siempre am pliam ente para llenar sus sueños de evasión. Incluso a veces le ocurría que encontraba el trayecto dem asiado largo, cuando, recorriendo el pedregoso cami no con su cesta de provisiones al brazo, no tenía l a fortuna de encontrarse con un vecino lo suficientemente atento como para reservarle un lugar en la parte de atrás de su carreta. La buena muj er llegó a centenaria, lo que m e valió la al egría de pasar junt o a ella numerosas vacaciones y le permitió enseñarm e un m ontón de cosas. Naturalm ente, j amás pude pedirle que me i niciara en l as com plejas l eyes de l a física, ni que me hiciera penetrar en l os sutiles arcanos de l a filosof ía; pero en cambio resultó una ma ravillosa profesora del «saber vivi r», en el sentido más literal del término. Y en el m ás noble también, ya que m e enseñó una auténtica ética, muy distinta de este sucedáneo, esta «calidad de vi da» de la que se habla hoy en día. Ecologista antes de tiem po, esa vieja dama que j amás abandonó su aldea, excepto para asistir a la boda de un prim o lejano, reglaba sin forzarse su existencia al ritm o de la naturaleza, levantándose con el sol y acostándose al mismo tiem po que sus gallinas. Supe después que un médico al emán, el doctor George-Alfred Ti enes, había el evado esta form a de reposo c otidiano a la altura de una terapéutica, bautizándol a con el nombre de «sueño natural». Lo cual, pese al éxito i nnegable, no dejó de provocar la ironía de sus colegas. En cuanto a las enfermedades, puedo decir que mi abuel a prácticamente las ignoró a todo lo largo de su existencia. Eso no quiere decir que fuera más robusta que cual quier otra mujer, sino que simplemente se negaba a «escucharse» o a conceder importancia a cual quier i ndispo sición. Sobre todo teniendo en cuenta que en aquella época era preciso que el caso f uera ext remadam ente grave para decidi rse a consultar al médico. Lo cual por otro l ado resultaba lógic o, ya que los facultati vos, que por aquel entonces conservaban aún un cierto buen sentido, no acudían m ás que m uy raramente al arsenal quimioterápic o, y se contentaban c on recetar rem edi os natural es que pudiera administrarse uno mismo. Y Dios sabe que mi abuela conocía un gran núm ero de estos «remedios caseros», tan in justamente desacreditados hoy en día. Tenía recet as para todo. Para l os dolores de barri ga, las migrañas, las verrugas, las pupas e incluso las heridas graves. Graci as a su ciencia, l as desoll aduras de mis rodillas se curaban sin dolor; las indisposiciones pasaj eras _consecuencia muy a menudo de una gula desenfrenada — se desvanec ían en un abrir y cerrar de ojos; incluso l os resfri ados desaparecían m edi ante sabrosas decocciones. Su farmacia consistía en vari os tarros de perfume sutil, y su Codex se hallaba r esumido en un vi ejo cuaderno donde se hallaban, m ezcladas, las recetas de cocina y las tisanas. ¿ De dónde le venían sus conocimient os? Habría sido incapaz de responder a esta pregunta. Como máxim o habría podi do indicar que tal o cual preparación hab ía sido puesta a punto por un lej ano antepasado, y que los secretos le habían sido transmitidos por su propia madre. Las demás correspondían a lo que siempre se había practicado en la regi ón y que ella hab ía ido anot ando de sus conversaciones con sus vecinos. He recuperado este maravill oso cuaderno. Forma l a base de este libro. Es pues a partir de esta documentación excepcional que he establecido mi plan y orient ado mis investigaciones, con la preciosa colaboración del escritor Franc ois Lancel. J. M. P.
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Comer para vivir El pequeño restaurante, al borde de la carretera nacional, tiene un aspecto atracti vo. La fachada está recorrida por la vi ña loca. Las c ontraventanas rojas y las ventanas bl ancas han sido repi ntadas recientement e. Un gran aparcamiento espera a l os vehículos de estos eternos nómadas que son l os camioneros. Todos se paran. Con plena confi anza. Sin em bargo, estos forzudos hombres con camiseta color azul que se sientan tranquilam ente ant e su plato se sentirían enormem ente sorprendidos si se les dijera que l a cocina que están devorando con el apetito de todos aquell os que efectúan trabajos duros, es la peor enemi ga de su sal ud. A quí, se sienten como en su casa. Com en com o en su casa y, por defi nición, esto quiere decir que comen algo bueno, sano. Pero las papas fritas que cogen con los dedos de la gran bandej a han sido cocidas en un aceite recalentado vei nte veces, y están tan mal escurridas que dej an s us labi os untados. La ensalada que l as acompaña, además de provenir de un hort elano que practica el cult i vo intensi vo, ha sido condimentada con un vi nagre de alcohol coloreado; el huevo duro que han tomado en los ent rem eses (entradas) estaba adornado con una mayonesa de tubo tan apagada e ins ípi da que ha sido necesari o salarla de nuevo y espol vorearla abundantement e con pimienta para darle algo de sabor; el flan que se van a tom ar dentro de un m omento, como postre, ha sido hecho en una fábrica y se conserva tan s ólo gracias a los aditi vos químicos. En cuanto al pan, que comen a enorm es bocados, no vale muc ho más que el resto. Es blanco, de acuerdo, pero esto no es una cualidad. Sobre todo teniendo en cuenta que se debe al ácido ascórbico y no ya a la levadura que realzaba el pan de antaño. El vi no con el que llenan sus vasos de pyrex no debe su grado alc ohólic o m ás que a sabi as mezclas, cuando no a una alquimia m ás o menos prohibi da que, añadi do tras añadido, lo ha convertido en un líqui do que no tiene m ás que un lejano parentesco con el producto de la vid. Cuando se marc hen, t ras el tradicional café al ron, t endrán la impresión de haber c omido bi en, de haber recuperado fuerzas. En reali dad, habrán sobrecargado i nútilmente su organismo de aceites y de gras as que deberán eliminar; deteriorado un poco más el estado de sus mucosas gástricas, ya bastante corroídas p or todos los productos de s íntesis que ent ran hoy en la composición de l os alimentos; comprom etido sus reflejos tanto por la di fícil digestión que se prepara, com o por los pequeños excesos de alcohol que se han permitido. Al final del camino, cuando llegue la edad del retiro, encontrarán aguardando el col esterol, la úlcera, las infiltraciones grasas del hígado. Como aguardarán tambi én a los hom bres de negocios que, entre comidas gastronómicas y cenas de negoci o, ven su silueta redondearse y subi r su tensió n arteri al. O al empleado de oficina con prisas que, al mediodía, no se concede más que un bocadillo en la barra del bar de la esquina para tener así tiem po de hacer sus cosas. Lo m ás grave es que ni el dueño del restaurante ni el del bar son res ponsables de ello. La culpa incumbe a nuestra form a de vi vi r, a nuestras prisas, a la s uperpoblaci ón del planeta que obliga a los cultivadores a utilizar todos los recurs os de la química para aumentar arti ficialmente el rendimi ento de su suelo, a los pesticidas, a los insecticidas, a los herbicidas, selecti vos o no. Se han efectuado análisis en focas del polo norte y en pingüinos de la Antártida. Han revelado la presencia, en cantidades rel ati vam ente i mportant es, de un producto inasimilabl e y trem endam ente peligroso, el D. D.T., cuan do estas regiones nunca han sido objeto de un tratamiento a bas e de este veneno. Ésta constituye la prueba de que todo nuestro uni verso está contami nado, que el productor m ás íntegro, que busca honestamente hacer crecer sus verduras «bioló gicas», avanza i nexorabl emente hacia un fracaso. Naturalm ente, siem pre es preferibl e consumi r alimentos en l os cuales se ha evitado en el m ayor grado posible los contactos con estas sustancias noci vas. Pero es preciso saber que ya es imposible no encontrar sus huellas, sean cual es sean las precauciones que hayan sido tomadas. Más que nunca, «el hombre cava su t umba con sus di entes». Dientes por otro lado deteriorados, con sus encías debilitadas de tanto masticar pollos de carne bl anda y bistecs (bifes) pas ados por el rebl andecedor. La sabi duría, en esta situación, consistiría en i ntentar minimiz ar las posibles consecuencias de este estado de hec ho. Pero podem os constatar que no se hace nada. Peor i ncluso, parece que todos nos las ingeniam os en agravar aún más sus efectos no t omando ninguna precaución de hi giene aliment aria; tragando no importa qué, no importa dónde, no importa cóm o, sin preocuparnos de las desastro sas consecuencias que esto puede tener en nuestro organis mo. Los desarreglos que result an de ell o se han vuelto tan comunes, tan corrientes, que se ha creado una nueva rama de la medicina. Recibe el nom bre de dietética, y se propone simpl ement e vol ver a enseñarnos a com er, no solam ente para ayudarnos a mantener «l a línea», sino sobre todo para proporcionarnos los medi os necesarios para luchar victoriosam ente contra las úlceras, cánceres y otras enferm edades llam adas «de la ci vilización». Num eros os investigadores, pues, se han abocado a ex aminar l o que consumimos. Han dosificado 3
las vitaminas y las sales minerales, analizado los menores componentes y estudiado todas las reacciones qu铆micas que pueden produ cirse, tanto al ni vel de l a cocci贸n com o al de l a digesti贸n; a resultas de l o cual, han establ ecido tablas, verdaderos vadem 茅cum de la higi ene alim entaria, donde se hallan rel acionadas l as
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calorías y las raciones alimenticias corres pondientes en función de la altura, del pes o y de la acti vi dad de los indi vi duos. A parti r de estos docum entos, cada cual puede, en pri ncipio, det erminar el régim en que m ejor le convi ene, el que le mant endrá en form a sin hacerle aumentar de peso. Se llegan a establecer así «m enús dietéticos», cuya primera singulari dad es parecerse sorprenden tement e a las comidas que confeccionaban nuestros abue los: equilibradas, diges ti vas, y sin embargo muy nutriti vas. A condición naturalmente de no seguir los preceptos de al gunos iluminados. Ya que la dietética, como cualqui er otra empresa hum ana, puede ser a la vez la mejor y la peor de las cosas. No nos dejem os deslum brar por los pretendidos benefi cios de la cura vegetariana integral. E vit emos caer en el error inverso que consiste en no practicar más que un régimen estrictamente cárnico. Tanto las verduras com o la carne contienen el ementos que son indispensables para nuestro equili bri o, ya se trate de vitaminas o de sales mineral es, de lípi dos o de prótidos. Com o siem pre, la verdad s e halla a m edi o cami no entre dos tesis antagónicas. Una sucinta revisión de los di versos argumentos lo dem uestra. Así, los vegetarianos integrales reprochan en primer lugar que la carne es extraída de «cadáveres». A lo cual los partidarios del régimen cárnico responden que una verdura cort ada tam bién está muerta. Pero los primeros se apresu ran a añadir que un consumo intensi vo de bistecs (bi fes) y c osti llas de c ordero engendra una excitación peligrosa, que es seguida de un estado depresi vo que no puede ser com bati do más que engullendo de nuevo un soberbio as ado. Así, según ell os, el consumo de la carne arrastra al hombre a una espi ral i nfernal que l o lleva a un punto de no ret orno. Esto es un error, replican los defensores del régimen cárnico: la carne aporta al organismo una acidez necesari a que no se enc uent ra en absoluto en los productos del campo. Pasarse sin ell a es pues rom per un compl ejo equili bri o y poner en peligro todo el delicado mec anismo de la digestión. ¿Pero por qué m atar para alimentarse, prosi guen los prim eros, cuando al gunos vegetales poseen cualidades nut riti vas, calóricas en particular, netam ente superiores a las de l a carne? Las calor ías no lo son todo, ponderan sus adversari os; las vitaminas también cuentan. Y no están en l as verduras. La B 12, por ejempl o, sólo se encuentra en el hígado, los riñones y algunos despoj os (achuras). Ciert o, admiten los consumidores de soja —que se l as ar reglan si n la B 12—; pero la carne, no dejando al organism o más que unos pocos residuos que eliminar, arrastra consigo una pereza i ntestinal altam ente perj udi cial. Menos perjudicial, en c ualquier caso, que l as hi ncha zones de vientre provocadas por una acumulación de celul osa y por las fermentaciones que arrastra la alcalosis provocada por l a falta de acidez, responden sus detractores. Tras lo cual, agotados todos los argumentos, cada cual se vuel ve a su régi men, persuadi do de tener razón pero sin haber consegui do convencer a nadie. Lo cual es perfecta mente l ógico en la m edida en que, tanto por una parte com o por la otra, se prescinde voluntari amente del hecho de que el hom bre es omnívoro: dicho de otro m odo, que come de t odo y que nec esita todo l o que co m e. Estudios llevados a cabo sobre su dentadura y sobre la organización de su sistema digesti vo lo han probado ampli amente. Ni enteramente vegetariano, ni exclusi vam ente cárnico, el régimen ideal debe ser equili brado si se quiere que c ontri buya a mantener el cuerpo en buena s alud. De todos m odos, hay que observar que no es necesari o consumi r carne todos los días y en todas las comidas, como tenemos tendencia a hacer. Nuestros antepasados — ¡si empre ell os!—, cuyas condi ciones de vi da eran infinitam ente m ás penosas que las nuestras, no la incluían en su menú m ás que dos o t res veces por semana, y m ás espaciadam ente si remontamos el curso de l a historia. ¿ No fue necesario aguardar al «buen rey E nri que» para que el c aldo de galli na se convi rtiera en el plato dominical por excelencia? Esto quiere decir, y de forma m uy evi dente, que inclus o para los campesinos era imposible sacri ficar m ás a menudo a una de sus gallináceas, lo cual no impedía en absolut o a esos vegetarianos por obli gación vi vir hasta edades avanz ada s y ser tan fuertes como los ricos y afort unados por cuyas mesas desfil aban pi ernas de ternera y de cordero, poll os y demás aves suntuosam ente preparadas. Se puede obj etar por otra parte que las aves en cuestión, criadas naturalm ente, no debían tener ningú n punto en común con nuestros tristes pollos de hoy en día, repletos de horm onas y protegi dos de las agresiones microbi anas a golpes de antibióticos. Su valor nutriti vo, evi dentemente, se resiente de ello. Al igual que su sabor. Pero la reciente reglam entación que regul a el em pleo de hormonas, tanto para el poll o como para la ternera, debería bastar para proteger la salud del consumidor. En c uanto al empl eo de los antibióticos, no tienen por qué hacer correr un peligro en particular, al m enos si creemos al profesor Trém oliere. En efecto, este eminente sabio había hecho notar que «las dosis em pleadas para curar a un pollo enfermo son del orden de l os 50 a 60 mili gramos por sujeto en una intervención; las administradas al hombre para curar una i nfección microbiana son del orden de l os 500 a 1.000 mili gramos diarios...» Lo 5
cual significa, si nos tomamos la mol estia de hacer unos cuantos cálcul os, que deberíam os consumi r una tonelada de carne de pollo para asimilar la dosis reservada a un paciente en tratami ento. Y ello además a condición de que nos comi éramos esos pollos crudos, ya que, y esto es algo que se ol vi da demasiado a menudo, la cocción destruye los antibi óticos. Pese a todo, la cocción no puede eliminar todos los elem entos noci vos que se hallan acum ulad os en la carne, pri ncipalmente aquellos que han sido ingeri dos por el animal al mismo tiempo que su alim ento. Esto es cierto para todos los i nsecticidas o herbicidas empl eados en el campo a fi n de proteger los culti vos y
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cuyos rastros quedan en los granos e incluso en el forraj e que se utiliza para alimentar al ganado. La carne, ya sea de poll o, de ternera, de buey o de no im porta cuál otro ani mal, se halla pues «cargada» de mat erias peligrosas, como l as foc as y los pingüinos de los que hablábamos un poco m ás arriba y que habían sido contami nados por el D.D. T. Hay ahí un peligro cierto, que sin embargo no conviene exagerar. Por supuesto, han sido detectados casos de intoxicaciones alimenticias graves, pri ncipalm ente tras el consumo de pescados o mariscos cuy a carne c ontenía cantidades elevadas de mercuri o o de cobalto. Los metal es pes ados com o éstos no pueden ser eliminados por un organismo vi vo. Por el contrario, se van acum ulando en los tejidos, donde perm anecen, y cuando se consume un pescado o un mol usco contami nado, lo que se i ngiere es la suma total de las cantidades i nfi nitesimales recogidas a l o largo de l os días. Es esta suma global la que, naturalmente, es peligrosa para el hom bre. Este mecanismo acum ulati vo es hoy en día bien conocido y, como cons ec uenci a de algunos dramas recientes —en particul ar en el Japón —, todos los países industrializados han dictado reglam entaciones, tanto en l o que se refiere a l a localización de l os lugares de pesca como al vertido en el m ar de residuos industrial es, para que tales accident es, muy raros después de todo, no puedan en principi o vol ver a producirse. Más insidiosa en cam bio es la contaminación microbia na consecuti va a una mala c onservaci ón de los alimentos. El pescado, como se sabe, está particularmente expuest o a ella, pero l a carne no está exenta. Así, es preferi ble desconfiar en principio de la carne picada y las hamburgue sas, en las cuales los gérm enes han tenido tiempo de desarrollarse, así c omo los bistecs (bifes) pasados por el ablanda dor. Este aparato, que desgarra las fi bras para quit arles su dureza, introduce evidentemente a través de sus dient es gérm enes peligrosos hasta el corazón mismo de la carne. Si ésta no es consumida inmediatam ente, estos microbi os pueden desarrollarse y provocar un principi o de putrefacción. En consecuencia es es encial exigir del carnicero que pique o ablande l a carne ante los oj os de su cliente, en el mismo momento de la venta. En cuanto al pescado, el probl ema es distinto y está en rel ación con los tiem pos de alm acenaj e. En efecto, ya no estamos en una época en la cual «l a marea» necesitaba vari os días para alcanzar las grandes ciudades. Hoy en día, los camiones refrigerados hacen de noche el trayecto en tre los lugares de pesca y los grandes centros urbanos. Se puede pues d ecir que todos los pescados presentados en los puestos de venta son en principio pescados frescos. Pero tan sól o en principio, ya que hay que t ener en cuenta el volum en de las ventas, que no siempre permite al comerciante agotar inmediatam ente su stock. Así, los pescados pueden efectuar durante vari os días consecuti vos el trayecto entre el expositor y l a heladera, lo cual perj udica considerabl ement e su frescor. En estas condiciones, parece preferibl e ori entarse hacia los pescados congelados di recta mente en los lugares de pesca. Éstos, al menos, presentan toda clase de garantías de salubridad. La desconfi anza que m ani fiestan aún dem asiadas am as de casa hacia los alimentos congelados no tiene absoluta mente ni nguna razón de ser en l o que se refiere al pescado. Apenas un poco más caro que la carne, y tan rico como ella en proteínas, presenta la ventaja de cont ener menos lípidos y, en consecuencia, ser más digesti vo, con la ventaja de que la congel ación no le pri va, evi dentemente, de ni nguna de sus cualidades. La misma desconfianza conduce a mirar mal a las carnes en conserva, de las que se i magi na han perdido todas sus propiedades es enciales. Nada es m ás falso, y l a may or parte de ellas presentan i ncluso garant ías bacteri ológicas superi o res a las que pueden hallarse en las vit rinas de las carnicerías. Otra form a de conserva: la charcutería (fiambrería), cuya utilización «intensi va» debería en cam bio estar prohibida. En prim er l ugar porque su conteni do en c olesterol es im port ante, pero sobre todo debido a su fabricación industrializada, que hace que se enc uent ren en ell a una im portante cantidad de c onservantes y de colorantes químic os. El mismo problem a de frescor se pl antea en l o que se refi ere a huevos y deri vados lácteos, todos los cuales son muy ricos en prote ínas. Ricas en proteínas son tambi én las legumi nosas, com o las l entej as, al igual que l os cereales. Hasta tal punto que habría que recom endar a l os sedentari os que evitaran l as pri meras, dej ándoselas a los deportistas y a los trabajado res manuales que eje rcen oficios duros. Los cereales, por su parte, raramente son consumi dos en su estado natural, sino m ás bien bajo l a forma de productos elaborados tales como las pastas alim enticias o el pan. Este pan que, durant e siglos, fue consi derado com o el alim ento p or excelencia. Con el aceite y el vi no, encontram os el fundamento mismo de la ci vilización m editerránea. En Roma, la plebe se sublevó para que se le distribuyera pan y se organizaran juegos. Las mayores conquistas del Imperio fueron em prendi das para abastecer de cereales la i nsaciabl e met rópo li. Más tarde, en la Edad Media, una m ala c osecha de trigo era anunci o seguro de ham bre y de t rastornos. La misma Revolución Franc esa fue en part e provocada por el hecho de que en París faltaba el pan, y es célebre la 7
fam osa réplica de María Antoniet a, ¡que para calmar a los insurrectos proponía una distribución de bri oches (panes de Viena)! En 1870, durante el sitio de París, mientras la población se veía reducida a comerse los caball os, cuando no las ratas, se fabric aba un pan en el cual se mezclaban el ementos tan heteróclitos como la bala de avena, el aserrín e incluso, algunas veces, un poco de hari na...
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De esta m ística del pan nos han quedado gran número de expresiones proverbial es del tipo «ganar el pan con el sudor de su frente», «ser bueno como el pan bl anco», «quitarle a uno el pan de la boca», etc. Así como una obs esión que hace que las m ujeres hermosas, preoc upadas por su l ínea, huyan i ncluso del m ás pequeño trozo. Pero, si bien ha adquirido blanc ura a lo l argo de l os siglos, el pan ha perdi do al mismo tiempo l a m ayor parte de sus cualidades nutriti vas. La barra «fantasía» que consumi mos hoy en día apenas tiene nada en común con el pan que se fabricaba, no hace aún m ucho tiem po, en los hornos campesinos. La industrialización de la panadería, por supuesto, ha permitido incrementar la producción, evitan do as í el racionamiento o el alza de los precios, pero no ha podi do hacerlo m ás que en detrim ento del propio pro - ducto. Existen pues, notables di ferencias ent re el pan ligera ment e moreno de antaño, cuya dorada corteza estaba sal picada de m anchas de sal vado, y nuestras páli das imitaciones de hoy en día. Al ni vel del mat erial básico en primer lugar, de la hari na, por supuesto. Actualmente, el trigo es molido en molinos que separan los distintos elem entos constituti vos del grano. Así, el sal vado y el germen son retirados, cuando en realidad constituyen los elem entos vitales del trigo. Una harina m uy blanca, una hari na flor, como se la llama, ha sido cernida en un 75%, es decir que un 25% de sus el ementos básicos han sido reti rados, mientras que si el cernido no se hubi era efectuado m ás que a un 90% — es decir si se hubi ese eliminado tan sólo un 10% de estos elem entos — se habría conservado una parte del sal vado y del ger men. Así pues, la hari na blanca no encierra m ás que almi dón, gluten y una pequeña proporción de sales minerales. «Uno puede preguntarse — escribe Marcel Rouet (La Santé dans votre assiette)— por qué no se utiliza la hari na c omplet a a un 100 %. Esto provi ene del gusto de los con sumidores, que exigen un pan blanc o, y de los i nconve nientes que presenta el pan com pleto que, demasiado cargado de celul osa, se vuel ve impenetrable a los jugos gástricos, hace pesada la di gestión, irrita el intestino y, según los úl timos trabaj os científicos, se opone parcialmen te a la asimilación de las proteínas.» Aceptemos pues el pan bl anco, ya que es imposible hacer otra cosa. Pero l o que resulta l amentabl e es que, como para todos los productos industri alizados o semi industri a lizados, sea necesari o añadi rle di versos productos químicos para que pueda ferm entar y conservarse. En el procedimiento tradicional, el germ en de la l evadura —que, com o su nombre i ndica, contiene t odos los principios nutriti vos de la levadura, es decir, aum ento de tamaño— tenía por finalidad des arrollar los fermentos que, destruyendo l a glucosa, desprendían anhídrido carbónico. Con la cocción, estas pequeñas burbuj as de gas se dilataban, dando as í a la miga su aspecto aéreo, al mismo tiempo que hacían estal lar los granos de al midón. Se obtenía así un alimento ligero y digesti vo, al tiempo que m uy nutriti vo. El pan de hoy en día, atiborrado de ácido ascórbico, que se seca apenas es cortado, pierde toda nobl eza, de tal m odo que parece norm al que en los países industrializ ados —y por l o tanto ricos— se tenga tendencia a dejarl o de lado en provecho de alimentos más sabrosos. Las pastas alimenticias, que continúan siendo uno de los constituyentes básicos de los m enús italianos, tienen un val or nutriti vo superior en aproximadam ente un tercio al de este pan blanc o desnaturalizado. Esto se refiere es encialm ente a la calidad de l as harinas que son empleadas para su fabricación, ya que, incluso cuando el envolt orio precisa que son «al huevo», estos últimos no entran más que en un muy pequeño porcentaje en su preparación. Finalmente, las papas, estos precios os tubérculos gracias a los cual es el mundo occidental ha podi do escapar a las grandes hambrunas de l os tiempos antiguos, contienen tam bién una fuert e proporción de almidón, pero tienen la ventaja de ser relati vamente ricas en vitami na C. Según el doctor Gui erre, la papa contiene «qui nce veces más vitamina C en 100 gramos que la carne, la mitad de la de un zumo (j ugo) de limón y tanta como la de un jugo de tomate». He a quí pues un producto precios o, aunque, para que conserve todas sus propi edades, debe ser cocido correctamente. Sumergida en el aceite de freír o en el agua hi rvi endo, la papa pi erde prácticamente todas sus vitaminas. La mej or manera —y tambi én la m ás sabrosa, además de no estropearl a— de prepararla es asarla sobre l as cenizas o en el horno rodeándola con papel de alumini o. Si, de todos modos, uno no s abe pasarse sin las papas fritas, hay que cuidar bien de escurri rlas antes de servirl as, incluso si es neces ario secar el excedente de ac eite con un papel de seda y, siempre, utilizar un aceite puro que no se recali ente más de cinco veces. La cocción, en efecto, debe venir en ayuda de la digestión y no contrariarla. Lo cual hace escribi r a Marcel Rouet (op. cit.): «... Es perjudicial cal entar a m ás de 90° los aliment os que contengan vitaminas y sales mineral es, a forti ori l as diastasas, que no resisten t emperat uras i nferi o res. Estos alimentos no se hallan tan sólo representados por las verduras y las frutas; los cereal es, la carne, la leche, etc., poseen también preciosas sustancias cuya destrucción hay que evitar. Por supuesto, la c occión en l as oll as a presión, que se produce a una vel ocidad récord, disloca l os principi os nutriti vos, destruye irrem edi ablem ente las vita minas; el ama de casa que l as utiliza prepara para su famili a y para sí misma, sin darse cuenta, el camino de la enfermedad consumiendo alimentos sin vida». 9
He aquĂ pues reglado el problema de las ollas -minut o que, para ser prĂĄcticos, no son mĂĄs que una especie de hornos crematorios en cuyo seno perec en l a mayor part e de los principi os nutriti vos de l os
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alimentos. Queda el hervido. Un cierto núm ero de vitaminas son hidrosol ubles, es decir que se disuel ven en el agua. Este es el caso de l a vitamina C, de l as vitami nas B 1, B 2, B 3, B 4, B 5, B 6, B 9, B 12, H 1 e I. Convi ene pues evitar meter en ell a las papas, la col (repoll o), el perejil, l a soja, l as acelgas, las berenjenas, los berros, el cardillo, la acedera, el api o, la lechuga y las lentejas, que l as contienen. De hecho, la m ejor m anera de cocer las verduras parece ser «estofadas», es decir en una oll a cerrada, sobre un fuego muy suave. Así los aliment os no se oxidan al contacto con el ai re; no teniendo ningún contacto con un agua hirviendo, no pierden sus jugos; puestos al fuego sin cuerpos grasos, no producen sustancias tóxicas; finalmente, siendo el calor siempre inferi or a 90°, las preciosas vitami nas no resultan destruidas. Para la carne, los dos mejores métodos de cocción son el asado y l a parrilla. En efecto, las grasas animal es cocidas son extremadamente i ndigestas y pueden i ncluso convertir se en tóxicas. Varios m édicos sostienen adem ás que el abuso de las frituras confeccionadas con estas grasas, que i rritan las vías digesti vas, podrían ser el ori gen de algunos cánceres. La cocción al asador o sobre la parrill a, al permitir que las grasas se viertan de la manera más natural posible, evita pues este riesgo. Y vol vem os así a los buenos viejos m étodos de nuestras abuel as, que dej aban cocer a fuego lento sus platos durante horas y más horas en un ri ncón de su cocina y em palaban sus pi ernas de cordero y sus pollos ent re los morill os de sus chimeneas. Lo que en cambi o no conocían es una l eguminosa milagro, nacida en Extrem o Oriente, pero cuyo cultivo intensi vo se efectúa hoy en día en los Estados Uni dos: la s oja. Su introducción, bajo m últiples formas, en l a alim enta ción humana podría constituir una especie de revolución comparable a l a que fue la vulgarización de la papa, y probabl emente al precio de las mismas dificultades. Por supuesto, no verem os a los productores de soj a hacer proteger sus campos por el ejército, como hizo Parm entier para picar la curi osidad de sus contemporáneos y hacerles compre nder que el tubércul o que estaba creci endo all í era de lo más precioso. Pero se puede apostar a que, siendo com o son nuestros hábitos alimentari os, costará hacerle admitir al consumidor que el «budín de soj a», el «paté de soja» o las «conchas de soja» tienen el mismo val or nutriti vo y, lo que es más, el mismo sabor que el cerdo, el conejo o el pescado. Habrá que acudir a ell a, sin embargo, debido a la multiplicación de los indi viduos a los que debe alimentar el planeta. Hoy en día, teniendo en cuenta el hec ho de que el aporte proteico en la alim entación proviene casi exclusi vamente de un origen animal, se ha calculado que el habitante de un país industrializado consume aproximada mente 70 gramos diarios, mientras que el de un país llamado subdesarrollado tiene que contentarse con 7 gram os. Gracias a la soja, de un precio claram ente mucho menos el evado que l a carne, esta desproporción podrá ser absorbida, para el mayor bien de la humanidad. De hecho, la soja no es la única leguminosa que contiene proteínas, p ero sí es la que las contiene en una mayor proporción fácilmente utilizabl e por el organismo. Se calcula que su grano contiene por término medio un 18% de aceite y un 82% de proteínas y de ácidos aminados. Debi do a ell o, se empezó a utilizar el orujo sobrante después de la producción de aceite de soja para la alimentación animal. Luego se ha pensado que este «intermediario» no era obligatori o, que de hecho era casi inútil, y que el hom bre podía consumir di rectamente con m ayor provec ho las proteínas de la so j a sin hacerl as digerir y trans formar previ ament e por los animal es. Los chinos, que conocen esta pl anta des de hace casi cuat ro mil años, habían pens ado ya en ello mucho tiempo ant es que nuestros químicos, puesto que desde ti empos i nmem ori ales saben fabrica r una leche gracias a la cual reem plazan a la leche mat erna cuando esta falla, quesos y galletas de soj a. Tres grandes laboratori os se han dedicado a la transfor mación de este verdadero concentrado de proteínas que constituye el orujo de l a soja. General Milis en los Estados Unidos, Courtaulds en Gran Bretaña, y Rhóne-P oulenc en Francia, han puesto a punto dos procedimientos que permit en fabricar prácticamente no im port a qué a partir de este oruj o. El primer método, el m ás extendi do, permite obtener un «ex trudado» que se presenta ya sea baj o la forma de una harina, ya sea bajo la de cubos esponjos os que se hi nchan en el agua. Estos productos son entregados tal cual a l a industria alim entaria, que los transform a a su gusto y los aromatiza. Se ha calculado que en l os Estados Uni dos l os niños comen aproximadamente vei nte mil toneladas de soja extrudada. En Francia, una reciente ley precisa que no se puede añadir más de un 30 % de soja extrudada a un producto y que, c uando se realiza esta aportación, el producto en cuestión debe llevar un nom bre nuevo, distinto del que ll evaba en su ori gen. Más interesante es el segundo m étodo, que permite obt ener un «hilado» de soja. S e construyen así cubos que, mientras el extrudado conservaba algunos rastros de impurezas, cont ienen un 95% de proteínas puras. Estos cubos, perfectamente neutros al gusto, son luego sazona dos y preparados de tal modo que constituyen un auténtico sucedáneo de producto animal, que pos ee su mismo sabor, su mismo color y su mismo valor nutriti vo. En una entrevista concedi da al semanari o Le P oint, Bernard Favre, un técnic o de Rhóne-Poulenc, 11
explica cómo se produce esto: «En toda esta cadena de transforma ción, no entra ningún producto de s íntesis, ninguna de estas "químicas" corrient es en la charcutería (fiam brería) tradicional. Para col orear l os cubos, se emplean productos naturales com o la remolacha. Para darl es arom a, se utilizan c oncent rados de i residuos
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consumibles de pescados o de carnes». Y añade: «La soja ofrece muchas ventaj as: se conserva, s e congela, se cuece sin probl emas, puesto que no contiene ningún producto extraño. Pero el hilado debe somet erse a todos los ensayos, todas las experi encias. Lo que se halla en juego es otro tipo de aliment ación calculado para todos los regímenes, mejor equili brada en ácidos ami nados, en materias grasas, en azúcares». Henos aquí pues, gracias a la soja, en vísperas de una auténtica revol ución alim entaria que debería permitir no tan sól o aportar una alim entación lo suficientemente rica a t odos l os habitantes d el planeta, sino también condicionar ésta de tal m odo que sea ri gurosam ente equilibrada para amoldarse lo m ás exactamente posible a nuestras necesida des. Y todo esto sin que l a gastronom ía deba sufri r por ello, lo cual no es lo menos importante. Mientras aguardamos, debemos de todos m odos con tentarnos con lo que poseemos y establ ecer nosotros mismos nuestro régimen, puesto que los sabios no lo condicionan aún en sus cubos de soja hilada. Puesto que, digám oslo inm ediatament e, no existe ningún régim en -milagro, que pueda convenir a todo el mundo, sin discriminaciones de medi o, de ocupación o de constitución. La forma de alim entarse es tanto funci ón de l os esfuerzos físicos que se deben soportar, como de la m orfol ogía y del país donde se vi ve, según sea más o menos cálido. Aquí tam bién, el m ejor m edi o de sentirs e en forma, si no se tiene la paciencia de examinar minuciosament e las tabl as dietéti cas ni el val or de at enerse a sus prescripciones, es siempre apel ar a la experiencia de los hom bres del pasado. Nuestros antepasados, como hem os dicho, se l evanta ban temprano; luego, tras una rápi da col ación destinada a llenar un poco el estómago durant e la hora que ocupaban en dedicarse a los primeros trabaj os de la granja, se sentaban a la m esa ante un sólido desayuno. En l a actualidad tenem os una tendencia excesiva a no dar importancia a esta prim era comida del día. La publicidad nos ha enseñado — ¡y por una vez no se equi voca!— que el famoso «desfallecimiento de las once» es debi do a la pobreza de nuestro desayuno. Lo cierto es que una taza de té o de café es insuficiente por la mañana, y que es necesario darle a nuestro organismo un combustible supl ementario para que pueda aguantar hasta la comi da del mediodía. No hay pues que vacilar en acompañar nuestra bebida matin al con un panecillo de pan compl eto, unt ado con mantequilla o m erm elada según los gustos, así como algunos frut os, frescos o secos. Si añadimos un vaso grande de jugo de frutas — de naranj a o de pomelo —, podem os estar seguros de que nos hallam os preparados para afrontar la mañana sin problem as. Llega la hora de l a comida, y em piezan l as disputas. En efecto, no todos los médicos dietéticos están de acuerdo sobre el lugar que debe ocupar la c omida pri ncipal en el transcurso de l a jornada. Para al gunos, es conveniente tom arl a al mediodía, c on riesgo de tener pes adez de estómago después; para otros, es preferibl e hacerl o por l a noche, i ncluso si esto puede perturbar li geramente l as prim eras horas de sueño. Ahí tam bién, la sabiduría no nos llega de l os result ados de l as investigaciones cient ífic as, por extensas que sean, sino de la experiencia. Para aquellos que nos han precedi do, lo que nosot ros llamamos alm uerz o, y que ell os simplemente denominaban comida, era un ágape copioso a pes ar de la c olación y a tomada, so bre todo en período de esfuerzos intensos. Lo que no impedía de ningún modo que la cena fuera tam bién rel ati vam ente considerabl e. Ni dem asiado al mediodía, pues, ni demasiado poco por la noche, parece ser la regl a que hay que seguir para asegurarse la pl en a posesión de sus medi os y un sueño apacibl e. Una vez dicho esto, ¿cómo elaborar m enús capaces de respet ar este equilibri o? La presencia de carne, como hemos visto, no es indispensabl e en todas las comi das. Sin embargo, nuestros hábitos de habitantes de un país rico hacen que la consum amos al menos una vez por día. En estas condiciones, parece que el moment o preferibl e de servirl a es al mediodía, y con la mayor frecuencia posibl e en form a de parrilladas o de trozos asados. Lo cual permite adem ás reservar para la noche platos más ligeros y más digesti vos. Si uno puede pasarse m uy bien varios días sin carne, no ocurre lo mismo con las verduras crudas, que deben estar presentes en todas las comi das. Al respecto es conveniente tomar partido en una controversia que opone a los defensores de l a ensal ada al inicio de la comi da, como se practica en al gunas provi ncias francesas como el Delfi nado, o al final, como lo exige la tradición de la región parisiens e. Son los habitantes de la capital los que tienen razón. Hem os visto más arriba que la cel ulosa contenida en las verduras frescas era di fícilmente digeri ble, y que constituía un lastre int estinal —indispensable, por supues to—que atraviesa sin esfuerzo alguno l as vías digesti vas. Si comenz amos pues con al gunas hojas verdes, que el estóm ago tendrá probl emas en asimilar y evacuar, bloquea mos la digestión del resto de la comi da, que deberá esperar, antes de proseguir su camino, a que esta mol esta ens alada haya despejado el cami no. De hecho, todo ocurre como un domingo por la tarde en la aut opista, donde algunos «tardones» provocan embotell amientos de varios kilómetros. Se concibe, en estas condiciones, que sea mucho mej or consumir la ensalada al fi nal de la comi da, a fin de que t enga tranquilam ente tiem po de efec tuar su trayecto, sin por ello bloquear el de los demás ali mentos. Este razonamient o es válido para todos los alim entos crudos que, siendo indispensables en razón de su contenido en vitaminas frescas, contienen i gual mente una fuerte proporción de celulosa. Des graciadamente, y siempre en rel ación con nuestros hábit os alimenticios, es muy difícil servi r unos pepinos 13
o unos r谩banos al final de una comida, y entonces se hace necesari o poner a la mala suerte... buen est贸mago.
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No hay que ol vi dar tampoco que las pl ant as arom áticas son un precioso catalizador de la digestión, al mismo tiempo que favorec en el trabaj o de al gunas gl ándulas, principalmente aquellas que condicionan la activi dad sexual. Sin sobrecargar los plat os de pimienta, tomillo, y otras hierbas, convi en e no ol vidarl as tampoco. Una vez pl anteado todo esto, he aquí ahora, sin entrar en el detalle de las distintas preparaci ones culinari as, algunos ejem plos de menús típicos que pueden valer para toda la familia. DOMINGO Comi da — Ensalada — Pierna de cordero al spiedo (al ast) — Judías verdes (CHAUCHAS ) cocidas al vapor — Fruta — — — —
Medio pomel o Gratinada del finesa de leche y huevos Queso Huevos con leche
Cena
LUNES Comi da
• Fiambres (servi r muy de tarde en tarde) • Bistec (bife) a la brasa con hi erbas • papas cocidas en las cenizas Ensalada Cena Potaje de verduras (sopa de verduras) Tortilla con tomate Queso Fruta MARTES Comi da —Paté — Pollo asado — Ensalada de berros — Queso Cena — Sopa de ceboll a — Endi vi as estofadas — Queso — Fruta MIÉRCOLES Comi da — Entremes es (entradas) de pescados (con aceite, en escabeche, ahumados) — Salteado de ternera — Jardinera de verduras — Ensalada — Queso Cena — Sopa de soja — Huevos al plato (con o sin tocino) — Ensalada — Queso JUEV ES Comi da — Ensalada mixta — Rustido de cerdo (cerdo al horno) — Judías blancas (POROTOS) estofadas — Crema helada Cena — Huevos al plato — Berenjenas salteadas — Ensalada — Queso 15
VIERNES Comi da — Mariscos — Filetes de pescado con acedera — Ensalada — Fruta Cena — — — —
Sopa de pescados, con pan frito al ajo y roya Tomates a la provenzal Queso Huevos a punto de ni eve SÁBADO Comi da
— — — —
Huevos duros con mayonesa Rosbi f con papas fritas Ensalada Sorbete (helado de agua)
Cena — Arroz a la española — Ensalada — Mousse de chocolate a la corteza de naranj a Estos menús, naturalm ente, no tienen más que un valor indicati vo. Corres ponde a cada ama de casa el inspirarse, satisfaciendo el gusto particular de su «m esa» al tiempo que la sacia, para elaborar comidas que respeten un cierto equilibri o y, sobre t odo, aporten cada día a cada organismo todos los el ementos —sal es minerales, lípi dos, próti dos, vitaminas — que necesita. Lo más important e es no servir comi das pantagruélicas, de las que se dej aría la mitad y cuyas excesivas grasas serán mal asimiladas. Lo esencial es proporcionarl e al cuerpo los «carburant es» que necesita para que se desarrolle armoniosam ente y permita al indi vi duo hacer frente a todas sus tareas cotidianas. «Hay que comer para vi vir y no vi vi r para comer.» Quien escribió esto fue Moliere y , aunque en boca de Harpagón esta sentencia tomó una entonación cómica, de tal modo revelaba la sórdida avaricia del personaj e, el precepto sigue siendo váli do. Los alim entos son indispensables para l a vida. Consu mám oslos razonablem ente y vi vi rem os bi en, en todos los sentidos de la expresi ón. UNA FARM ACI A EN LA COCINA Acodado a la barandill a, el hombre contempl a tristem ente las pequeñas olas que chapotean al pie del estrave. De tanto en tanto, levanta los ojos hacia las vel as que cuelgan fláccidas al extr emo de sus vergas. Hace ya días y días que la nave se halla en plena calma chicha, prisionera de una mar de aceite. Y el hombre sueña en su país, que tal vez no vuel va a ver. En Amsterdam la herm osa, en La Haya la industriosa donde l e aguardan su esposa y sus hij os. En esa Holanda donde el vi ento que viene del m ar hace girar l os molinos y ondular los campos de tulipanes. Es mejor esto, de todos modos, que pensar en su estómago que le tortura, en el ham bre que va corroyendo sus fuerzas, y sobre todo en el es corbut o que le acec ha como a todos sus camaradas. Dos marinos han sido alcanz ados ya, y uno no puede hacer más que compade cerse por ellos, ya que todavía no existe ningún re medi o contra esta terribl e enfermedad que ataca a los nave gantes. Dent ro de poco, como la vís pera, deberá contentarse con un trozo de galleta rancia, ya que el pañol está vacío y el capitán ha racionado los víveres. Entonces el hom bre se revuel ve. Aprovechándose de que nadie l o mira, se desliza en la bodega con la esperanza de tener l a suerte de capturar una rata. Sin hacer rui do, se desliza por entre l os fardos de tubércul os que la nave trae del Nuevo M undo para m ayor al egría de l os horticulto res de la F risia o del Brabante. Son l a debilidad de los roedores. Lo sabe, y se pone al ace c ho. Y, mientras aguarda, una idea se abre camino en su m ente. Puesto que a las ratas les gusta esta cosa extraña, que no se utiliza todavía más que para producir unas flores m uy decorati vas, esto quiere decir que es comestible. As í pues, ¿por qué no roer una para engañar un poco al hambre? Entonces el hom bre saca su gran cuchill o de marinero, revient a uno de los fardos, elige un t ubérculo bien firme y cort a con un gesto rápi do l a nacarada carne. Cuando va a llevarse a l os labi os el pedazo tiene un m omento de duda. ¿Y si aquello va a envenenarle, puesto que todo el m undo sabe muy bien que l a propia planta es venenosa? Pero se tranquiliza. Si esta raíz no fuera comestible, l as mismas ratas estarían todas muertas. Durante algunos minutos, mastica la j ugosa c arne, y finalmente se decide a engullirla. El primer trozo cuesta que pase, pero el resto desciende mej or. Cuando vuel ve al puente, se ha comido una papa
entera. Durante la noc he siguiente no puede dormi r. Crispado en su coy, aguarda l os primeros síntom as de l envenena miento. Cuando llega su t urno de trabaj o, todavía no se ha producido nada. Se tranquiliza. Durante los siguientes días, realiza frecuent es visitas a la bodega, en compañía de sus m ejores amigos, a
los cuales ha revelado su secreto. Cuando finalm ente llega el vi ento, sólo l os que han hecho como él se hallan en condiciones de maniobrar la nave. Todo el resto de la tripulación está abatida por el escorbut o. Al capitán, que quiere saber lo ocurrido, le explican su latroci nio. Tom a buena nota y, de re greso a su puerto de amarre, comunica el fruto de sus observaciones a las autoridades. Naturalmente, aún se i gnora que es la vitamina C contenida en la Sol anum tuberosum —m ás vul garmente conocida com o papa — lo que ha protegi do a esos hombres, pero en es os tiempos se confía m ás en el valor de la experi encia, de m odo que se aprovisiona am pliam ente con este tubércul o a todas las tripulaciones que efectúan trayectos largos. ¿A ventura romántica, relato puram ente im aginari o? E videntem ente. La histori a no ha reten ido el nom bre del primero que se dio cuenta de que la papa c ruda era un pot ente antiescorbútico, ni las circunstancias de su descu brimiento. Sin em bargo, fue preciso que un día un hom bre, un hol andés, lo descubri era, dando así a su país el medio de asegur arse l a supremac ía m arítima de los vi ajes largos. Como fue necesario tam bién, casi un sigl o más t arde, que un británico observara que l a lim a, una variedad de li nón de l as Indi as, poseía efectos aún más radicales, al tiempo que se cons ervaba de una forma muc ho más cómoda. Este descubrimiento fue considerado i ncluso tan im portante que fue clasificado i nmediatam ente como «secreto militar» por el Almirantazgo. Lo que le valió a la Navy destronar a l a flota holandesa. Los limones y las papas es al go que todas las am as de casa conservan hoy en día en s u heladera o en su despensa. Como alm acenan tam bién un ciert o núm ero de verduras de as que tan sólo conocen sus cualidades alim enticias, sin sospechar en lo más m ínim o que puedan pos eer, además, vi rtudes curati vas. Así es, sin embargo, y vam os a examinarlas met ódicam ente, por orden al fabético, antes de pasar a las propiedades de las plantas aromáticas, para terminar con las de las frutas. VERDURAS ACEDERA: Atención, esta verdura es peli grosa. En efecto, el ácido oxálico que contiene puede conducir, si se abusa de él, a l a formación de cálcul os de oxal ato de calcio, o dicho de otro modo a la form ación de arenilla. A evitar pues si uno padece de cólicos nefríticos e incluso de reuma tismos. Su consumo sin em bargo, e n infusión por ej empl o, favorece la elimi nación de residuos. ALCAUCIL (ALCACHOFA): Este descendient e del cardo es reputado c on toda j usticia como un m edio eficaz para com batir l as enfermedades del hígado. Lo que se sabe m enos es que era utilizada en el sig lo XV II para «calentar y excitar a Venus y para engendrar el maslo», una vez cocida en vino. Nuestros deplorables hábitos ali mentarios hacen que hoy en día no se consuman m ás que las cabezuel as y el fondo, mientras que sus principi os más acti vos se hall an en el leñoso tallo y en las hojas, que pueden ser utilizadas en decocción para combatir l as insuficiencias hepáticas y renal es, así como algunos reum atismos. Además, el agua de cocción de los alcauciles, aunque menos acti va, constituye un excelente estimulante del hígado. APIO: S u poderoso sabor no gusta a todos los paladares, y es una lástima, ya que, tomado com o entrante, constituye un excelente aperiti vo. Además, por sus cualidades diuréticas, puede constituir la base de un régim en adel gazant e. ARROZ: He aquí otro alimento com pleto c uyas propi edades bienhechoras para l a sangre, propi edades que nuestros modernos especialistas en dietética acaban de descubrir de huevo, eran ya conocidas en el siglo XV III. Actualmente, os m édicos lo recomiendan en los cas os de hipertensión y en algunas uremias, cuando la sangre se carga de nit rógeno y de urea. Desde siempre, el arroz —o mejor, el agua de arroz— l a sido considerado c omo uno de los rem edios más eficac es contra l a di arrea. Las personas de i ntestinos frágiles tie nen m es la vent aja de prepararse, tres o cuatro veces por semana, un plato de arroz, ya sea para acom pañar a una carne, ya sea azucarado en forma de postre. Preparaci ón del agua de arroz: hacer hervi r durante aproximadam ente una hora 30 gramos de arroz en un litro de agua. Col ar a través de un paño. Consumir natural o azucarada. BERENJENA: Su m ayor m érito es, sin ninguna duda, reforzar el lastre i ntestinal y, por lo tanto, favorec er la eliminación natural de los residuos. Además, al gunos autores le reconoce n también propiedades estimulantes del hígado y del páncreas. BERRO: Hi pócrates veía en él uno de l os mej ores estimulant es y expectorantes; Dioscóri des le prestaba virtudes afrodisíacas; Ambroise Paré lo recet aba para luchar contra a sarna de los niños; ho y en día, el profesor León Binet, tras experimentarl o con ratas, ve en él un medi o de retrasar la aparición de algunos cánceres. Una vez más, pues, nos encontram os frente a lo que podríamos llamar una «verdu ra
todo uso». Con plenos méritos. Conti ene cantidades excepcional es de vit aminas A, B 1, B 2, C, E y PP, y es además más rica en hierro que l as espinacas y posee m ás cantidad de carot eno. En estas condiciones, se comprende que sea preferibl e saborearlo crudo, en ensal ada o como guarnición de carnes. Añadamos a esto que s u jugo, obtenido por presión, deti ene la caída del cabello, y que se pretende incluso que, mezclado con miel, constituye una pom ada insuperable contra las pecas. Ti ene, si n em bargo, un defecto. Creciendo com o lo hac e en un medi o acuático, es m uy sensi ble a todo
tipo de contaminaciones y en particul ar a la duela, un temi ble parásito transmitido por los excrementos de los anim ales. Es pues —una vez no hace c ostumbre— mucho m ás prudente preferir el berro culti vado que el silvestre. CAL ABAZA (ZAPALL O): Esta buena y gruesa dama, así como su prim o el calabacín (z apall ín), form a una plácida familia que destila calma. Nada m ejor, pues, para as egurarse una buena noche, que degustar un plato de ellas para cenar, gratinadas por ej emplo. S obre todo ten iendo en cuenta que ambos tienen la reputación de atenuar sensiblement e los ardores amo rosos. Nos equi vocaríamos, sin embargo, con respecto a la calabaza, fiándonos demasiado ciegamente de esta aparien cia tranquila. También sabe mostrarse enérgica, sobre todo cuando se trata de expulsar a un huésped tan indeseable como la t enia. Pero se trata entonces de una pasta preparada a partir de sus semillas lo que conviene em plear, antes que tomar un purgante fuerte. En reali dad, numero sas especialidades farm acéuticas contra el parasitismo intestinal están preparadas a base de semillas de calabaza. CARDILLO: El nombre francés de esta planta, pissenlit, dice muc ho m ás que el español acerca de la principal de sus cuali dades. Pero no es tan sól o un diurético potente: los científicos han observado que el extracto de cardillo dobla, cuadruplica incluso, el volum en de la bilis excretada en media hora. Además, el cardillo atempera el exceso de col esterol. No hay pues ninguna razón para pri varse de esta deliciosa ensalada, que puede acompañarse de huevos duros o de tocino, pero a condición de no contentarse tan sól o con la porción bl anca de la planta, la que crece baj o el suel o. La m ayor part e de l os principi os acti vos se hall an por el contrario en la hoja verde, un poco má s dura quizás, un poco m ás amarga también, pero mucho m ás eficaz. CEBOLLA: P osee s us adoradores que se reúnen en el mayor secret o en algún bosque de los al rededores de París, pero, y esto es mucho más serio, fue di vinizada por los egipci os, que la hacían e nt rar en buen número de s us preparaciones m edicinales. Ya que, com o la col (repollo) o el berro, constituye ella s ola una auténtica farmacia. Di urética, estimulante, anties corbútica, afrodisíaca, tiene adem ás la reputación de secundar poderosam ente las curas de adelgazamiento al tiempo que favorece l a longevidad. La m ejor manera de com erla es, nat ural mente, c ruda. Algunas personas no consiguen sin embargo soportar su poderoso arom a. Pueden sin embargo sacar provecho de todas sus cualidades regal ándose con una sopa muy reconstituyente. CEREAL ES: Naturalmente, es bastante raro que uno tenga en su cocina un saco de trigo o de avena. Sin embargo, quizá no resultara inútil proveerse de ell os, debido a los num erosos efectos bienhec hores que puede esperarse de su utilización. A condición, por supuesto, de que las plant as hayan sido culti vadas en condiciones «biol ógicas», y que sus espigas no hayan sido m anchadas por los insecticidas. La avena, en primer lugar, cuya agua de maceración se revela como un poderoso di ur ético y depurati vo. El trigo a c ontinuación, que, cuando está germinado, es un reconstituyent e de prim er orden, al mismo tiempo que estimula las funciones sexual es. Triturados juntos en un moli nillo, el tri go y la avena permit en adem ás preparar un cal do in s uperable contra la gastroenteritis de los niños de pecho y que ayuda poderosa mente a l os convalecient es a recuperar sus fuerz as. COL (REP OLLO): El doctor Blanc l a llam aba el «médico de los pobres », y es exacto que la col, tanto la norm al com o l a l ombarda, es una especie de panacea. As í, Alain Rollat escribe de ella que «forti fica, corta el camino a l os microbios, elimi na los gusanos int estinales, puri fica el conjunto del organismo, regulariz a el trabaj o del estóm ago, del hígado, del intesti no, equili bra el sistema nervioso, calma los dol ores gástricos e intestinales, favorece la regeneración celul ar, etc.». Añadamos que es insuperabl e contra l os dolores, los reum atismos y la artrosis, al mism o tiempo que da cuenta de las ronqueras más rebel des. ¿Cóm o apro vec har t ales beneficios? Comi endo repollo, nat ural mente, y a ser posible cruda. Cortada en laminillas fi nas, se adapta muy bien a las sazones tipo vi nagreta. Cocida, esta preciosa verdura conserva aún una gran parte de sus cuali dades, y se puede recuperar una voz clara tomando algunas tazas grandes de su caldo. La «buena sopa de repollo» no es ni nguna leyenda. Si se trata de t ermi nar c on un reum atismo rebel de, se em pleará una catapl asma de la cual Vincent d'Auffray da la receta en su libro titulado Guide pratique des plantes medicinales (Productions de París): «Reti rar del repollo l as grandes hoj as exteri ores, escaldarlas y apl anarlas con una botella o un rodillo de pastelero. Col ocar varias hoj as una sobre otra para form ar una cataplasma, tras haberlas em pa pado de nuevo en agua m uy caliente».
ESPÁRRAGO: S us puntas son sabrosas, y su tallo leñoso constituye, en decocción, un excelente diurético. Es conveni ente sin embargo utilizarl o con moderación, sobre todo quien esté sujeto a cistitis o prostatitis. La preparación, en efecto, resulta muy irritante para el epiteli o, y abusar de ella podría provocar un accidente. ESPINACA: Debem os las espi nacas a los árabes, pero fue Popeye el Marino, el pequeño personaje norteamericano de historietas, el que las hizo cél ebres. Imaginar que puedan proporcionar una fuerza hercúl ea, sobre todo c uando son consumi das en l ata, es pura fantas ía. Lo que s í es exacto, en cam bio, es que son ricas en hierro y en ácido fólico, lo cual hace de ell as un excelente reconstituyente.
GIRAS OL: No se trata de una verdura propi amente dicha, sino de una flor que proporciona una semilla de la que se extrae un aceite li gero, particularment e rec omendado para todos aquell os que s ufren del colesterol o de arteriescle rosis. HINOJO: Egipci os, griegos y romanos lo i ncorporaban y a a sus preparaciones culinari as, tanto por el sabor que les proporciona como porque Purga el estómago, aum enta la vista, De la orina fácilmente provoca la salida. Y del fondo de los intestinos hace sali r los vientos, como dirán m ás tarde los doctos médicos de la escuela de Salerno. Sus tallos a la brasa pueden servi r para confeccionar sabrosos gratinados, aunque pueden t ambién pres en tarse simplement e como guarnición para un pescado, como la famos a lubina al hinojo del Medi odía fr ancés. Sus semillas tam bién son preciosas. Cocidas con l eche, permiten confeccionar una tisana que res uel ve todos los empac hos gástricos o intestinal es. En decocción, eliminan las migrañas. JUDÍA (POROT O): Verdes (chauchas), l as judías secundan la acción del hígado y del páncreas; secas, no sirven en pri ncipio m ás que para preparar excel entes fabadas. Sin embargo, en el cam po, se cuidan m ucho de tirar las vainas tras haberlas desgrana do. Secas y hervi das en agua, permiten obtener una bebida muy diurética que sol uciona todas las dolencias de los riñones. LECHUGA: Levin Lem nius escribía de ella que «comerla m ucho y a m enudo apaga el ardor de la luj uri a: aquellos que son propensos a la vi da fuera del m atrimonio y que quieren guardar su castidad deben us arla a fin de apagar el ardor del deseo carnal». Eso, por supuesto, puede no conveni r a todo el mundo. Es bueno sin embargo saber tam bién que esta ensal ada ayuda a c ombatir el insom nio pero que, para este uso, es infinitam ente m ucho más eficaz en decocción. MAÍ Z (CHOCL O): Dem asiado a menudo se tiene tendencia a creer que no sirve más que para la alimentación del ganado. En l os Estados Unidos, por ej emplo, es considerado como un dulce, y se sirve acaram elado, o frito para acompañar las famos as barbacoas (parrillas) . Sin embargo, no es el grano comestible del maíz lo que contiene l os pri ncipios m edicinal es más eficaces, sino l a barba que c orona l a espiga. Conviene pues conservarla cuando se tiene la oportuni dad de consegui r espigas enteras. Desecada, esta barba sirve para hacer una decocción que es capaz de multiplicar por cuatro el volumen de la ori na excretada en veinticuat ro horas. NABO: Víctima de una mal a reputación compl etamente injustificada, el nabo es un fortificante. En cuanto al jugo, que por su col or co nstituye el origen de su descrédito se obtiene ya sea vaci ando el t ubérculo y echando en el hueco un poc o de azúcar en pol vo, ya sea aplastando el nabo crudo con azúcar. Este j ugo, adem ás de constituir un jarabe de delicado sabor, calma l as irritacio nes pulmonares y las toses rebeldes. ORTIGA: Podría parecer paradójico incluir la ortiga entre l as verduras. Nada más lógico sin embargo, ya que, si bien no se halla corrient emente a la venta en l as verdul erías, las madres de familias campesinas la utilizan aún para preparar sabrosas sopas, que presentan al mismo tiempo la ventaja de ser diuréticas y de facilitar la di gestión. Además, no hay que tem er el pincharse al cogerlas, teniendo en cuenta que su jugo es hemostático y vasoconstrictor. Finalmente, si creemos a Petronio, las sacerdotisas del culto priápico flagel aban con ellas «por encima del ombli go, en los ríñones y en l as nalgas a los viejos, en los cuales esta parte del cuerpo es m ás fría que la nieve». Tratamiento utilizado tam bién por ot ro lado por ci erta dam a citada por M arcel Rouet, que iba a «recoger ortigas a fi n de ofrecérsel as a su amante, el cual, provisto de guantes, la fl agel aba con ellas...» Uno no sabe qué admirar m ás, si el valor de esta dama o la prudencia de su amigo, que to maba toda clase de precauciones para no pincharse él las manos. Sea como sea, el autor añade que este tratamiento es tambi én muy eficaz contra l a celulitis, lo que podría empujar a algunas damas meli ndrosas a veri ficar sus virt udes. PAPA (PAT AT A): M uy a m enudo asociada al puerro en los potaj es (sopas), hemos visto que contenía una importante cantidad de vitami na C. Su fécula es adem ás rica en potasio. Cocidas en agua, las papas reem plazan con ventajas al pan en los regímenes adel gazantes. Es conveniente, sin embargo, no conservar m ás de veinticuatro horas las papas hervi das, ya que entonces resultan atacadas por un bacilo que es exactam ente igual al que desencadena las putrefacciones animal es. PUERRO: Pierre Brasseur, tomando en ell o ejem plo de Nerón, parece ser que real izaba con él curas regulares a fi n de aclarar su voz. Pero lo cierto es que no es tan sólo éste el beneficio que debía obtener, ya que la sabiduría popul ar sostiene que «una cura de puerros vale lo que una c ura en Vichy», debi do a lo poderosas que son l as cualidades diuréticas de esta verdura.
De hecho, sus propiedades se acercan sensiblem ente a las de la ceboll a. Como ésta, es una «plant a para todo» que se puede consumi r de muchas formas, con la di ferencia de que t an sólo s e come cocido, pero sin ol vi dar beber el cal do. RÁBANO Y RÁBANO BL ANCO: El prim ero puede ser considerado com o una verdura usual, y el segundo como un condim ento espec ífico de las regiones del Este de F rancia. Sus propiedades son si n em bargo tan parecidas que es difícil estudiarlos separadam ente. Ambos, pues, son poderosos expectorantes y tónicos respiratori os. Así, Jean Palaiseul (Nos grand-
méres sa-vai ent, ediciones Robert Laffont) aconseja m asticarlos varias veces al día para combatir la tos ferina. Pero añade que, comidos poco a poco por l a mañana, al gunos rábanos rosas ali vian t ambién a aquellos que se ven afectados de ictericia o urticaria. REMOL ACHA: Rica en azúcar, es particularment e recom en dada para los adolescentes en pl eno crecimiento y para los deportistas. En cambio, y precisam ente debido a esta riqueza, es desaconsej ada para los diabéticos. SALSIFÍ: Potente diurético, el salsifí favorece la eliminación de los residuos y cont ribuye tambi én a combatir al gunos trastornos sanguíneos, así como los reumatismos y la gota. SOJA: No nos extenderem os sobre las cualidades de esta planta milagrosa, de la que hem os habl ado ya en el capítulo consagrado a la di etética. Recordem os simplemente que su riqueza en proteínas y en vitaminas hace de ella un alim ento m uy compl eto y muy energético, part icularment e recomendado para los adol escentes, los deportistas, las mujeres encintas, así com o a aquellos que efectúen trabajos pesados. TOPINAMBUR: Trae muchos malos rec uerdos a todos aque llos que, en F rancia, han conocido la Ocupación y l as cartillas de racionamient o. Así, por una injusta inversi ón de las cosas, este tubércul o, emparentado con el boniato, ha ido siendo abandonado cada vez más. Sin embargo, su valor nut riti vo es sensiblemente igual al de la papa y, como sea que favorece las secreciones lá cteas, se muestra com o un alimento precios o para las madres que dan el pec ho a sus hijos. ZANAHORIA: El profesor Binet ha escrito de ell a que «da sangre al organismo», y recientemente se ha descubierto que participaba en el aum ento de los gl óbul os roj os, al tiem po que fortificaba el hígado. Pero la acción benéfica de la zanahori a no se limita —si puede decirse— a esto. El vi ejo proverbio que sostenía que proporcionaba «unos herm osos ojos y vol vía rosados los muslos» es también perfectam ente justificado. El caroteno, ha sido constatado científicam ente, es en efecto precioso para la vista. Finalmente, las vi rtudes diuréticas de esta verdura, favore ciendo la eliminación, contribuyen a aclarar la tez. Entre todas las verduras que acabam os de ver, hay un ciert o número que poseen cuali dades muy parecidas. Lej os de nosotros el quejarnos por ello, al contrari o, hay que considerar que se trata de un regalo de la naturaleza, que nos permite as í, al tiempo que variam os nuestros menús, conti nuar de algún m odo nuestro «tratami ento» para consegui r el result ado buscado. Sobre todo teni endo en cuenta que los distintos condimentos y aromatizantes que se hall an a disposición de los cocineros, además de permitir dar a los pl atos sabores especiales, vi enen a reforzar, a menudo de modo muy poderoso, la acción de las verduras. CONDIM ENTOS Y AROM ATI ZANT ES AJEDREA: Los alemanes la llaman Bohnenk raut, es decir la «hierba de las judías (porotos -chauchas)», lo cual dice m ucho sobre s us cualidades di gesti vas. Pero l os antiguos le atri buían otras vi rtudes muy distintas, y el hecho de que su nombre cient ífico de Satureja halle su raíz en el latín satyrus indica bien cuáles eran. Hoy, sin embargo, la m ayor parte de los trat ados de fitoterapia —except o los de Maurice M ességué, el cual le d a el sobrenom bre de «hi erba de la felicidad»— des precian esta cualidad, esencial sin em bargo a los ojos de al gunos. Y es que la ajedrea, que estimula potent emente el estóm ago, apacigua los espasmos, regulariza las contracciones intesti nales, al tiempo que im pide l as ferm entaciones favorecien do la evacuación de los gases, tiene un papel considerabl e en el buen desarrollo de la digestión. El mejor modo de aprovechar sus efectos benéficos es cons umirla cruda, acompañando a al gunas ensaladas (j u días bl ancas - POROTOS - a l a vi nagreta, espol voreadas con aj edrea y perejil, acom pañadas de algunas rodajas de ceboll a, constituyen un auténtico regalo, digesti vo y toni ficante); o bebería en infusión para decuplicar sus efectos. AJO: Se dice que lo prim ero que hizo el abuelo de Enri que IV tras el nacimiento del futuro rey de Francia, fue frotarle los labios con un di ente de ajo antes de unt ársel os con algunas gotas de j urançon, un vino blanco de Béarn fuert e y ol oros o. El vi ejo cumpl ía así con una muy vieja costumbre destinada a proteger al recién nacido contra los m alos espíritus. Pero, al mism o tiempo, le hacía tomar su primer forti ficante y su primer vermífugo. Y a que éstas son dos de l as más im portantes propiedades de esta liliácea, que posee también m uchas otras. Si hay que creer a Robert Landry, es a los chi nos a qui enes corresponde el mérito de su descubri miento, puesto que el ajo sería ori ginario de Djungaria, en el Asia Central. Sea como sea, su uso intensi vo se ha extendido des de la más remota antigüedad por t oda la cuenca m editerránea, que conti núa, observémoslo de paso, consu miéndolo abundantem ente.
Los egi pcios lo habían elevado al rango de una di vi nidad. Trenzaban con él coll ares, que suspendían inmedi atamente al cuell o de sus hijos para protegerlos de las lom brices i ntestinales. Se dice que K eops hizo distribui r abundantes raciones de él entre los esclavos que construían su pirámide, tant o para darles fuerzas como para prot eger los de las epidemias. Más curi osa era su utilización, revelada por el papiro de Kahun, para com probar si una muj er era definiti vamente estéril o no. Tras haber pel ado y limpiado cuidadosamente un diente de aj o de buen tam año, el médico lo i ntroduc ía antes de la hora de acostarse por la parte más íntima de la anatomía de su paciente.
Le bastaba, a la mañana sigui ente, veri ficar si los potentes efl uvi os del condim ento habían aprovechado la noche para alcanzar la boca de la consultante. Si éste era el caso, podía es perar aún a ser madre; si no, debía renunciar para siempre a la descenden cia, y corría así el ri esgo de ser repudiada. Pese a todas sus virtudes, el aj o tiene un defecto capit al: impregna de tal modo l as muc osas que es difícil, tras haberlo c onsumi do, librarse de su olor. Los antiguos se las arregl aban bastant e bi en m asticando una rama de perejil o comiéndose a m ordiscos una m anzana. Hoy en día, una pastilla de chicle permite obtener el mismo resultado. Es este aroma poderoso lo que le valió, entre los griegos, el sobrenombre de «ros a hedi onda», lo que no impidi ó en abs oluto qu e los helenos, y en particular los atenienses, lo consumieran abundant emente, sobre todo en el transcurso de los Juegos Olím picos, a fin de darse fuerza y valor, de doparse en cierto modo. La misma actitud se hall a ent re los romanos, los cuales, adem ás, me zclaban ajo picado en la comida de sus gallos de pelea a fi n de aumentar su agresi vidad. Más cerca de nosotros, Carl omagno, en sus capitulares, recomi enda su culti vo. Los monjes se apresuraron a obedecer, y sus jardines estuvi eron abundantem ente pro vistos de él durante toda l a Edad Media, lo que redundaba en bi en de su salud y de la de sus visitantes. Sabiendo esto, y ant es de ver l os múltipl es beneficios que pueden esperarse de él, veamos primero sus contrain dicaciones. Hay que evit ar en efecto tomarlo s i uno está afectado por una enfermedad de la piel como el eccem a, cuyas mani festaciones podría agravar. Tam bién hay que evitar dárs elo a l as muj eres que alimentan a sus hijos, ya que altera su leche, con lo que podrían provocar cólicos a los bebés lactantes. Puestas aparte estas dos excepciones, el ajo c onviene a todos y tiene efectos benéficos sobre casi todo. Estimula el corazón, hace baj ar la tensión arterial y acti va la circul a ción de la sangre, facilita la digestión, se opone a l a proliferación de los microbios, hace caer la fiebre, ayuda a la elimi nación de l os parásitos y facilita incluso la expecto ración, lo cual le vale el ser considerado como un ant ídoto del tabaco. La m ejor form a de consumi rlo —la m ás sabrosa adem ás—, es por supuesto incorporánd olo, preferent emente crudo, a l as salsas. Se puede tam bién espol vorear con él las carnes, las piernas de cordero o l os rosbi fs. Para i ncorporarl o a los pl atos cocidos a fuego lento, Robert Landry aconseja «echar en la sartén l os dientes de ajo sin pel ar, simplem ente aplastados con un puñetazo sobre la mesa de la cocina». Si se buscan unos efectos más rápidos y profundos, hay otras preparaciones más específicas que resultan m ás recom endabl es. He aquí algunas de ellas, preconizadas por Jean Palaiseul (op. cit.): «Para hacer baj ar l a tensión: un diente aplastado y puesto en maceración por la noc he en un vaso de agua, a beber por la m añana en ayunas». «Para abortar un cat arro nasal: respirar varias veces al día un diente de ajo aplastado o cort ado a trozos...» «Para facilitar la digestión, suprimir l as ferment aciones y los gases intestinales: una i nfusión ligera (5 a 10 gram os por litro de agua), añadiendo un poco de m elisa o de angélica, una taza des pués de c ada comida.» «Contra l as lombrices intestinales y tam bién la hi drope sía: dos veces al día, una decocción de 25 gram os de aj o para un vaso de agua o de leche (dejar cocer a pequeños hervores durante 20 minutos.» «Contra la tos feri na, l a tos, el catarro bronqui al y, en general, las afecciones pulm onares: ec h ar 250 gram os de agua hirviendo sobre una cantidad variabl e de ajo picado (para los adultos, de 50 a 60 gramos; para los niños hasta un año, 15 gram os; hasta cinc o años, 25 gram os; hasta doce años, 40 gramos ). Dejar macerar durante doce horas; a tomar cada dos horas, con l as dosis siguient es: una cucharada de café hasta cinco años, una cucharada de postre hasta doce años, una cucharada sopera más allá de los doce años...» Y finalm ente, esta última receta, tambi én de Jean Palaiseul: «Contra la extinción de l a voz: comer un diente de ajo cuatro o cinco veces al día...» ALBAHACA: Es el segundo componente de la sopa al pistou (S opa típica provenzal, hecha a base de aj o y de tom ates asados ), pero su papel culi nario no se queda ahí. S e puede utilizar igualmente pa ra aromatizar los platos de ensalada. Adem ás del delicado sabor que confi ere a las distintas preparacio nes, permite también digeri rlas con toda quietud. Es quizá por esta razón que l os hindúes, que habían di vinizado esta planta, le consagraban ofrendas de arroz, el alimento por excelencia. ALCARAV EA: Robert Landry escribe que un «cordon-bleu, incluso principi ante, deberá saber distingui r siempre el comino de la alcaravea... El comino es un tono cálido de la cocinera... La alcaravea es más
bien un medio tono culinari o». De hecho, este estimul ante de las funciones di gesti vas se encuentra principalmente en nuestras prepa raciones europeas, tales como l a choucroute o el Irish Stew, mientras que el primero int erviene en platos mucho m ás exóticos tales como el cu rry, el couscous, etc. ANÍS: Los granos de esta pl anta de la familia de las umbel íferas son utilizados sobre todo en form a de esencia para arom atizar los productos de pastelería. De todos modos, no puede ol vi darse que jugaban un papel prepon derante en l a preparación del aj enjo, el terri ble «verde» que t anto daño hizo a final es del siglo pasado, y por lo tanto no utilizarlo más que con prec aución. Sin embargo, unas pocas gotas de esta esencia tomadas sobre un terrón de azúcar terminan rápi dam ente con las n áuseas y los vértigos.
APIO SILV ESTRE: Las amas de casa del M ediodía franc és utilizan esta plant a de l a famili a de l as umbel íferas, prim a del api o, para aromatizar su s opa al pistou. Las «com adres» italianas le dan el mismo uso en su minestrone. Obtienen, gracias a él, unos caldos altam ente di uréticos y, al parecer, afrodisíacos. Pero esto permanece en el secreto de las propi as familias, y es ahí donde hay que ir a buscar la clave de la fuerte natalidad que caracteriza a esa zona. CANEL A: Los chinos utilizaban ya la cort eza del canelero de Ceil án dos mil setecientos años antes del nacimient o de Cristo, ya que se halla citada en el más antiguo tratado de botánic a que existe en todo el mundo, la recopilación de Shen -nung. Lo que no precisa la obra es si era ut ilizada ent onces debido a sus virtudes sudoríficas o antitúsicas. A menos que el refi nami ento del Extremo Oriente la emplea ra ant e todo por sus vi rtudes afrodis íacas. Sea como s ea, todas estas propiedades hacen que, tom ada con una bebida hi rvi endo (un cal do de carne o un vi no muy caliente), la canela permita luchar contra todos los ataques del invierno. CLAV O: En el l enguaj e popular, el bot ón de la fl or del clavero es apodado el «cl avo del amor», lo que no deja ni nguna duda acerca de la principal de sus vi rtudes. Sin ol vi dar, natural ment e, su delicado sabor, que se comunica tanto a las salsas como a las carnes. Asociado con la canel a y la nuez moscada, en la preparación del vino cali ente, el clavo permit e obtener una bebi da a la vez tónica y bienhechora. ENEBRO: De él se extraen, o con él se arom atizan, algunos alcohol es, en particular en los países nórdicos. Gracias a l o cual a los bebedores de gi nebra, de aquavit o de schiedam se les supone que i gnoran la gota y los reum atismos. De todos modos, si se quieren evitar algunos otros pequeños fastidios, es preferi ble limitar la cura a l as bayas que condimentan algunos pl atos como la choucroute, algunos fiam bres y otras conservas. Se beneficiará uno tam bién, sin peligro, de sus virtudes diuréticas y antisépticas . EST RAGÓN: El profesor Binet estimaba que él solo podía reem plazar a la vez l a sal, la pimienta y el vinagre. Recomendaba a l os enfermos del estómago o aquellos que debían segui r un régim en sin sal que lo utilizaran para sazonar sus platos y verduras crud as. Esto no es todo. Esta planta, de origen mongol o tártaro, introducida en E uropa por los moros cuando conquistaron España, encierra igualm ente un aceite esen cial, el estragol, cuya acción aperiti va es incontestabl e. No es pues por azar si, muy a menudo, sirve de acompaña miento a los entremeses (entradas). GENCIANA: Las decocciones extraídas de su imponente rizom a han hecho la fortuna de al gunos fabricant es de aperiti vos y a que, aum entando las s ecreciones de l as gl ándulas sali val es y gástricas, abren naturalmente el apetito. Como además se disipan los espasmos y toni fican los nervios, son un buen preámbulo para una comi da. GUINDILL A: Es en cierto modo un revulsi vo interno que ayuda a luchar contra la somnol encia. JENGI BRE: «El hom bre sin jengi bre pierde a la vez sus Tuerzas y su mujer», pretende un vi ejo proverbio chino que debe ser com pletam ente cierto puesto que, pese al cam bio de régim en — ¡político!—, se conti núa consumiendo en grandes cantidades en las orill as del Yang-tse-kiang. Y es que los hijos del Celeste Imperio conceden una muy gran importancia al ejercicio de su virilidad, el cual es poderosa mente secundado por esta planta. Pero esto no es todo. Se sabe que China es un país inm enso donde las comunicacio nes no son siempre tan rápidas com o se querría, en particular para l os productos alim enticios. El jengibre tiene la propiedad de neutralizar los nefastos efectos de una carne o de un pescado cuyo frescor dej a que desear. LAUREL : Las pitonisas del templ o de Apol o, en Delfos, masticaban sus hojas frescas antes de pronunciar sus orácul os. Los rom anos, por su parte, coronaban a sus ge nerales vencedores con ellas, y el em perador Ti beri o se ha cía una toca para protegerse... del trueno. Algunos árabes del desiert o las utilizan todavía para arom atizar su té, y nuestros actual es bachill eres se sorprenderían si se les dij era que el nom bre de su diplom a proviene del hecho de que, durante l a Edad Media, se colocaba sobre l a cabeza de los recién graduados una corona trenzada de laurel con sus bayas... bacca laurea. Todas estas funciones prestigiosas no deben hacer ol vidar sin em bargo el sabroso arom a que confiere a las preparaciones culinari as, ni sus virt udes medicinal es, que son numerosas. En prim er lugar, es precioso com o ingredient e en preparaciones a vec es muy pesadas, las cuales ayuda a digerir. Luego, en infusión, ay uda a termi nar con las bronquitis crónicas. Finalmente, el aceite que se extrae de sus bayas constituye un bálsam o excelente contra l os reum atismos. MEJORANA: Esta flor tom a su nombre de l a des ventura ocurrida a un príncipe de Chi pre, gran experto en perfumes, que había conseguido elaborar uno tan suave que los dioses se sintieron celosos. Para
castigar al imprudente que había teni do la audacia de realizar una obra tan perfecta como la de ell os, golpearon a Amarcus con una borrachera mort al en el mismo mom ento en que respi raba l os efluvios de su creación. Atorment ados por los remordimi entos, hicieron luego que sobre su tumba crecie ra esta pl anta de suave arom a. Sea o no de ori gen di vi no, la mejorana pos ee muchos poderes, pri ncipalm ente cont ra las afecciones nerviosas. Así, t ermi na con los i nsomni os más rebeldes y con los dolores de estómago o las afecciones de hígado de origen nervioso.
Tomada en infusión, permite igualm ente calmar los tics, el asma, l os catarros agudos o crónicos, las bronquitis o los accesos de tos. MENTA: Si se cree en la mitología, la menta habría nacido de una cól era de Proserpina que, no apreciando en absolut o la rel ación que había uni do al rey de los Infi ernos, Plutón, s u esposo, con l a hermosa Mi nthes, transform ó a ésta, método habitual en aquella época, en fl or. Lo que sí es cierto en cambi o es que tanto los gri egos como los hebreos extraían de ell a un perfume tan embri agador que incluso los escribas llegaban a ol vi dar los deberes de su cargo en su afán de procurárselo, cosa que desató l as iras de Jesús. Los rom anos, por su parte, se contentaban con perfu mar con él su vi no; en cuanto a l as matronas, confecciona ban una especie de pasta — el chicle de la época—, que masticaban a fi n de disimular el olor del vi no que iban a beber a escondidas. En la actualidad, se la utiliza aún en Oriente para aromatizar el té, y los más potentes emires no salen jamás sin llevarse un ramillete, que respi ran tanto para luchar contra los ol ores nauseabundos como para mantener su ardor vi ril. En cocina, se la puede añadir a distintas salsas, entre ell as la bearnesa. Consumida as í, permite paliar las insuficiencias sexual es, la inapetencia, la fatiga intel ectual, etc. Pero hay que hac er notar que su acción resulta decuplicada cuando es tomada en infusión. Tampoco hay que echar de lado el alcohol de menta, del que al gunas got as tomadas sobre un terrón de azúcar permite sobreponers e a los des vanecimientos o las di ficul tades digesti vas. MOSTAZA: P arece que hace más de tres mil años que l os chinos l a conoc en, pero en F rancia se ha hecho fam osa la que se prepara en la región de Dijon. Mezclada con vi nagre y al gunos otros arom atizantes, acompaña en todas las mesas del país a todo tipo de carnes y ent ra en l a composición de un enorme número de salsas. Este empleo resulta perfectamente j ustificado en l a medida en que, preparada as í, facilita la digestión y estimula el funcionamiento del páncreas, así com o el de l as glándul as suprarrenales. Sin embargo, hay que ir con cuidado de no abusar de ell a, puesto que entonces «se sube a la nariz» y echa a perder el estómago. De todos modos, es tan sólo un daño rel ati vo si se utiliza una mostaza perfectamente natural. Las cosas empeoran cuando hay que enfrentarse c on un producto de origen químico. En este cas o los daños pueden ser considerables. Así, algunos países del M ercado Com ún, Alem ania en particul ar, obtienen un gran negocio con estos sucedáneos que de mostaza no tienen m ás que el nombre. Hay que desconfiar d e ell os. Utilizada en sinapismo, la harina de m ostaza es un remedio eficaz contra los enfri amientos y los dolores, pero a condición de añadirl e tres veces su pes o de harina de lino para evitar quemarse gravemente la piel. NUEZ M OSCADA: La nuez moscada, que hem os visto ya asociada con el clavo y con la canela en la preparación del vi no caliente, es un estimulante del estado general y de las funciones digesti vas. PAPRIKA: S e le llam a tambi én gui ndilla suave, y se l e presta la facultad de devol ver un poco de memoria a los amnésicos, al tiem po que ayuda poderosament e a aquell os que, por exceso de trabajo o de preocupaciones, llegan incluso a ol vi dar el nom bre de sus interl ocutores. PEREJIL: Antes de brotar de l a tierra, se dice, debe rendir siete vec es visita al di ablo, y no puede escapar a su influencia más que a condición de que quien lo haya pl antado sea un hom bre bueno y justo. Esto explica quizá las múltiples cuali dades de esta plant a de la famili a de l as umbel íferas que, en el transcurso de sus diferentes peripl os subterráneos, tiene ampli amente ocasión de cargarse de sal es minerales y vitaminas. Sea como sea, todo el m undo se pone de acuerdo en rec onocer que, rico en hierro, en calcio, en di versos oligoel ement os, así como en vitami na C, es, para utilizar las pal abras de Lucie Randouin, «uno de los alimentos de seguridad más preciosos» que la naturale za pone a nuestra disposición. Pero en cambio es muy frágil y se oxida muy rápi da mente a la luz. Es por esto por lo que se aconseja consumirlo en la hora siguiente a la recolección, o conservarlo envuelto en papel de alumi nio. Con lo cual se pueden aprovechar compl etamente sus propiedades diuré ticas, tónicas y afrodis íacas. PERIF OLLO: La cocción le hace perder todo su sabor; es por eso por lo que las am as de casa se cuidan bien de escal darlo antes de arom atizar sus salsas con él. Sin embargo, es en infusión o en decocción donde se muestra más acti vo. De trei nta a cuarenta gramos de esta planta echados en un litro de agua hirviendo dan como resultado una tisana excel ente contra los trastornos de la circulación, las afec ciones hepáticas, la ictericia, el catarro crónico, las obs trucciones linfáticas, los trastornos uri nari os, las obstruc ciones viscerales. En cuanto a la decocción, permite preparar com presas que ali vi an las oftalmias y la infl amación de los párpados.
PIMIENT A: La mejor y l a peor de todas las cosas, según el empl eo que se haga de ella. Abusar de ella amenaza no sólo con desgastar l as papil as gustati vas, sino también provocar lesiones estom acale s. Aunque es conveni ente observar que las cocinas tropical es, que hacen un uso casi inm oderado de l as especias, se corresponden perfectamen te con los climas bajo las cuales son consumi das. En nuestros países templados, no hay ni nguna necesi dad de i ntensificar las raciones de pimient a para empuj ar la digestión y l uchar cont ra algunos parásitos. Sin embargo no hay que despreciar tam poco sus efectos afrodisíacos, aunque sin ol vidar que el hábito es el peor de los antídotos. ROM ERO: P ara los cristianos, el ar busto ofreció un poco de sombra a la Virgen M aría cuando huía de
Egipto para evitar que su hijo sufriese la suerte reservada a todos los recién nacidos masculinos de Israel. Incluso ésta se t omó un poco de tiempo para lavar algo de ropa y colgó los pañales del niño Jesús a secar en sus ramas. Los romanos, m enos prosaicos, estimaban que l a plant a traía la felicidad a los vi vos y permitía a los muert os gozar de una apacible estancia en el más all á. Para nuestro sigl o XX, las virtudes de esta pl anta son esenci alm ente culinarias. Y es cierto que unas ramitas de rom ero realzan agradabl emente el arom a de cualquier salsa. En cam bio, lo que menos se s abe es que esta labiácea ayuda poderosament e a la di gestión, y que aromatizar con ella una carne pes ada —un asado de cerdo, por ejem plo—, evita dificult ades gástricas. Pero esta planta tiene tambi én muchas otras cualidades que hacen de ell a, al igual que el perejil o la cebolla, una especie de panacea. Antirreumática y vi gorizante, favorece tanto la elimina ción de los gases intestinal es como la de la orina. En las mujeres, ayuda a la regulación del ciclo menstrual. Paralel ament e, empuja la sudación, com bate la infección y, por el mismo moti vo, ayuda a la cicatrización de las heridas. Algunas investigaciones han demostrado que modifica tam bién el proceso de secreción de la bilis, aclarándola al tiem po que aum enta su volumen. Hay que convenir que todas estas ventajas no son de despreciar. Sobre todo teniendo en cuenta que, para aprovecharse de ellas, ni siquiera es necesari o dedicarse a realizar preparaciones especiales. Como hacían nuestros antepasados de l a alta Edad Media, podemos degustar al gunas hojas —las m ás tiernas— crudas, por la m añana en ayunas. Esto perfum a el ali ento y, al parecer, aumenta la agudeza visual. Per o sobre todo uno puede contentarse con adornar con él los plat os y las salsas, a menos que se prefi era preparar un vi no (200 gramos de hojas frescas, 60 gramos de hojas secas, mac eradas durante qui nce días en un lit ro de vi no) di urético y fort alecedor, o un elixir de bell eza procediendo del mism o m odo pero con alcohol. SALVIA: Puede parecer extraño situar la s al vi a en medio de los arom atizantes y los c ondim entos. Sin embargo, es uno de ellos, y excelente, aunque las cocineras lo ignoran la mayor part e de la s veces debi do a su difícil empleo. En primer lugar, tomando una frase de Robert Landry, porque, «en esa gran ópera que es la cocina, la sal via represent a una di va susceptible y caprichosa. Exige perma necer sol a, o casi, en escena...» Luego, porque su gra do de cocción tiene una extrema importancia. Sólo con rebasar el um bral, la sal via, en lugar de arom atizar delicadam ente el pl ato, le confi ere un excecrabl e sabor amargo. Esto no impide sin embargo que las am as de casa del Mediodía francés envuel van con sa l via s us asados de cerdo o de ternera para hacerl os más digeribl es, ni a algunos grandes chefs i ncluirla en sus preparaciones. Estos últimos, sin embargo, no la m ezclan a sus condimentos culinarios más que en el último mi nuto, evitándole «el contacto con u n fuego dem asiado intenso y un aceite hirviendo». Además, la sal vi a presenta ot ra ventaj a que no deja de hacer recordar las propiedades del jengibre. Com batiendo esta temi ble toxina que es la cadaveri na, ret rasa considera blement e la putrefacción de las carnes y de los pescados, lo cual la convi erte en algo precioso para quien no posee refrigerador. No es sin embargo por esta razón por la que los romanos la habían bautizado la «hi erba sagrada», sino porque la antigüedad le atri buía l a facultad de facilitar la concepción. Del mism o modo que los drui das gal os yendo a recoger el muérdago, los sacerdotes de la Rom a antigua iban a recogerl a vestidos de lino blanco, tras proc eder a una cerem onia especial, y no l a cortaban m ás que con instrument os de los cual es est aba ausente t odo rastro de hierro. No se sonrían. Recientes investigaciones han demostrado que l as sales de hierro son incompati bles con la sal vi a, ¡cuyas cualidades des naturalizan! Vol vam os a nuestros romanos. «Están persuadidos —escribe Jean P alaiseul (op. cit.)—, de que no solament e prot ege la vida, sino que tam bién ayuda a darla; retiene lo que es concebi do, dicen, por lo cual es aconsejada a las muj eres encintas y a aquell as que desean concebir. Éstas últimas deben permanecer cuatro días sin compartir el lecho conyugal, beber una buena ración de jugo de sal via, luego "habitar carnalm ente con el hom bre", e, infalibl e mente, concebi rán.» En apoyo de esta receta, el autor cita el c aso —sin duda legendario— de una ciudad de E gipto «donde las mujeres fueron obligadas "por aquellos que quedaron de una gran peste que sobrevi no" a engullir la misma poción y, gra cias a ello, dicha ciudad fue repoblada de niños». Actualmente, se le reconocen a la sal via una seri e de vi rtudes más prosaicas y menos espectaculares, como las de acti var la circ ulación s anguínea y sostener el corazón, lo cual l a hac e muy indicada para l as mujeres con probl emas menstruales y que están atravesando el delicado período de la menopausia. Pero su acción m ás sorprendente es sin duda la i nhibic ión de la transpiraci ón, que se manifi esta aproximadamente a las dos horas de s u absorción. Este efecto es de todos modos m uy efímero, lo cual impide aconsejarla como antitranspi rante o desodorante a las mujeres jóvenes. Explica sin embargo una prescripció n que relata Jean P alaiseul (op. cit.): «Cuando un bebé, desahu ciado
por el m édico, está perdido y nadie comprende l a enfermedad que se lo está llevando, prepare una decocción de sal via y hágasela tomar a cucharadit as cada cinco mi nutos: se asistirá a la resurrección del niño». Precisem os inmedi atamente que los m édicos de l os que se habla s on l os de la época de M oliere, que t endrían problem as en aplicar a los recién nacidos sus sanguijuelas y sus lavati vas habitual es. En algunos casos pues, la sal vi a, bloq ueando la sudoración, conseguía hacer disminuir la fi ebre —¿ no se sumerge, aún hoy, a un bebé con fi ebre en un baño frío para obtener una rápida m ejoría de su estado? — y sal var así al pequeño
paciente. Queda por descubrir el mejor medio de obtener prove cho de todas las vi rtudes de la sal via. Se puede por supuesto empl ear en la preparación de platos, con todas las precauciones que hemos enumerado. Pero se puede tambi én beber en infusión, ya que no hay que ol vidar que esta planta lleva tam bién el sobrenom bre de «té de Provenza». Algunos i ncluso consideran el aroma del brebaje así obtenido mucho m ás fi no que el del propi o té, y estiman sus propiedades digesti vas superiores a las del café. Adem ás, los chinos, unos auténticos expertos, llegaron incluso a dar dos fardos de su mej or té a cam bio de un solo saco de sal via. Otra manera de utilizar la sal vi a es fum ar sus hoj as secas a modo de tabaco para ali vi ar las crisis de asma. SERP OL: Si la sal via es el «té de P rovenza», el serpol es el «té campesino», com o el tom illo es el «antibi ótico del pobre». De hecho, las propi edades de estas dos pl antas aromáticas son sensiblem ente parecidas. TOMILLO: Nació, dice la leyenda, de las lágrimas derrama bas por la hermosa Helena tras la conquista de Troya. Lo que sí es cierto es que crece naturalm ente y de una forma abundante por t odo el contorno de la cuenca m editerránea, y que es utilizado desde la más lej ana anti güedad. Egipcios y etruscos lo utilizaban para preparar ac eites con los que embalsamar a sus muertos. Griegos y roma nos, además de aromatizar con él sus pl atos, inciensaban el altar de sus dioses con s u humo puri ficador. Una vez más, los antiguos habían descubierto em píricam ente propiedades que nues tros sabios modernos no han encont rado más que después de innumerables análisis. En efecto, ha quedado dem ostrado hoy en día que esta planta —y con ell a el serpol— encierra un aceite esencial, el timol, del cual Vincent d'A uffray (op. cit.) dice que es «un antiséptico veint e veces más activo que el fenol, sin ninguno de sus i nconvenient es». Además, hoy se ha demostrado que un bacilo no resiste más de treint a y cinco a cuarenta mi nutos la acción de la esencia de tomillo. Naturalm ente, no es la pequeña ram a del bouquet garni (Ramillete de hierbas aromáticas utilizado en Francia com o condim ento y compuesto por perejil, tomillo y laurel) lo que remedi a todas las afecciones sobre las que triunfa el tomillo. Sería ilusorio creerl o, pero también sería vano despreciar el hecho de que esta presencia ínfima, asociada a los otros com ponent es de este aromatizante, facilita la digestión de algunas salsas un poco pesadas. Es en infusión — una o dos ramas por cada t aza de agua hirviendo— donde el tomillo es más eficaz. Cons umido de este m odo, ali vi a, según Jean Palaiseul (op. cit.), «las digestiones penosas, las fermentaciones intestinal es, los gas es, las hinc hazones de vient re, la falta de apetito, las debilidades cardíacas, la anemi a, la fatiga física o intel ec tual, las angustias, la neurastenia, l os accesos convulsi vos de tos, las afecciones de los bronquios (asma, bronquitis), la gri pe, los enfri amientos, los insomni os, los trastornos hepáticos o de la menstruación, y las infecciones de l as vías urinari as». Hundir una m ano en un cesto de frutas es arriesgarse a desencadenar una grave pol émic a. Buen núm ero de pers onas, en efecto, no pueden comer una manzana, un mel ocotón (durazno) o una pera si n haberlo previam ente pelado. En cuanto a algunas otras, sostienen con tesón que las frutas crudas son perfectam ente indigestas, y que no deben ser cons umidas más que cocidas o en form a de com pota. «Uno se pregunta — escribíam os en una obra preceden te—, por qué un problem a tan s encillo levanta tales polémicas en las familias. Ya que es evidente que una fruta debe ser comi da cruda si se quieren aprovechar todas las vitaminas que la atiborran y que, sal vo casos excepcionales, no debe ser pelada por la misma razón. Hay, por supuesto, casos particul ares. El de los bananas, las naranjas o... los cocos, pero dejando aparte todos los productos cuya corteza no es comestible, se puede encontrar un comple mento apreciabl e en la piel de las manzanas, de las peras o de los meloc otones. A condición naturalmente de haber tom ado l a precaución de lim piarlas o lavarlas bien, ya que es necesario, como con la uva, elimi nar l o s productos químicos depositados durante las distintas fases de su culti vo.» Por supuesto, una cierta convenienci a heredada del siglo XV III qui ere que l a fruta sea pelada y, siempre, de una form a muy refinada que dista m ucho de ser cómoda. Pero, aunque es conveniente respetar tales costum bres en el restaurante o «en sociedad», se pueden de todos modos consentir al gunas libertades compl etamente compati bles con la simplicidad de una comida familiar. Una vez reglado este «affaire Dreyfus del frutero», veamos ahora lo que podem os esperar de las distintas frutas que se nos ofrecen en todas las estaciones.
FRUTAS AGUACAT E (P ALT A, AV OCADO): Contiene, él solo, casi tantas calorías como una comi da dietética. Es pues un alimento particularm ente nutriti vo y energétic o, recomendable para los aquej ados de exceso de trabaj o o las personas debilitadas. DAM AS CO (AL BARI COQUE): P ocos aut ores l o citan, y sin em bargo su carne am arilla y fi rme se revela como un excelente reconstituyen te. Se puede pues recom endar a los ni ños en pleno crecimiento y a l os convalecient es que tienen necesidad de remontar su salud. ALM ENDRA: Hay dos clases de alm endras, las dulces y l as am argas, pero ambas son c omestibles. Las últimas, sin embargo, contienen un producto peligroso, el ácido cianhí drico, que se halla c oncentrado a razón de aproximada mente un miligramo por fruto. Esto es lo que permitió a Schauenberg y Paris afirmar que: «Si un niño que pesa ra veinte kilos se comiera vei nte de una vez, se envene naría». Pero estos dos sabios reconocen por otro lado que la misma cantidad absorbida a l o largo de veinticuatro horas no haría ningún daño al pequeño glotón. La almendra dulce debe a su delicado aroma el ser utilizada en pastelería, as í com o tam bién, y esto es menos tri vial, en cosmet ología. Los vegetarianos integral es, a quienes no les falt an recetas precisamente, la utilizan incluso para mont ar may onesas sin huevo, utilizando así al m áximo su principal cualidad, que es ser laxante. ANGÉLICA: Es un dulce que ha conseguido su reputación en l a r egión de Niort y, si la asimilamos a l as frutas, es debi do a que entra, con muchas otras frutas confitadas, en la preparación de num erosos pasteles. Com o muchas otras plantas, la angélica tuvo su época gloriosa en el Renaci miento, donde los médic os la apodaron l a «raíz del Espíri tu Santo». Paracelso sostiene i ncluso que gracias a ell a se pudo detener la epidemia de peste que asol ó Milán el año 1510. No irem os tan lejos y nos contentarem os con reconocerl e virtudes digesti vas, ya sea bebida bajo forma de infusión o, mezclada con otras plantas, en un vas o de chartreuse. . CEREZA: En una obra precedent e (op. cit.), recordábamos el caso de aquel periodista «muy célebre en la inmedi ata postguerra, que fue apodado "rabo de cereza" por sus compañeros, que se bur laban así amistosamente de las infusiones que consum ía muy regul arm ente, con la finali dad de com batir los efectos de una gul a a toda prueba». Y es que, en efecto, la tisana de rabos de cerez a es un poderoso di urético que, ayudando a eliminar el agua de los tejidos, evita la celulitis y, arrojando l os excesos de ácido úrico y de urea, preserva de la gota, enferm edad que ataca esencialmente a los buenos vi vi dores. Pero l os pedúncul os del delicioso fruto importado de Asia M enor por el célebre gastrónom o roman o Lúculo no son l os únicos que pos een virtudes medicinal es. Las pequeñas bolitas rojas que cuel gan de ellos, jugosas y deliciosamente arom áticas, activan i gualm ente l as secrecio nes renales. Son pues recom endabl es para los pletóricos, los gotosos y los reumáticos. CIRUELA: F resco o seco, el fruto del ciruelo es renombrado por sus virtudes laxantes, rec onocidas incluso por M oliere, que hizo comer a su «E nferm o imagi nario» algunas «ciruelas pequeñas para soltar el vi entre». Servi da como guarnición con carnes un poco pesadas —asado de cerdo, pato, morcilla—, permite ofrecer platos que no amenazan con lastrar el estómago de los invitados. Preparadas con vino, constituyen un postre refi nado que halaga el gusto conservando el conjunto de las cualidades de la fruta. FRAMBUESA: Com o la fresa (frutilla), que sigue a continuación, no es en abs oluto contrai ndicada para l os diabéticos, a quienes aporta la levul osa y la vit amina C. FRESA (FRUTILL A): Esta pequeña fruta roja, de apariencia tan frágil, es en realidad m uy ric a en hi erro y en ácido salicílico, que tiene una acción bi enhechora sobre el hígado, los ríñones y las articulaciones. Una cura de fresas (frutillas) con azúcar — realzadas con un j ugo de naranja— es pues particularm ente recomendada a los convalecientes y, sin azúcar, a los reumáticos y a los gotosos. Linneo, el célebre botánico, afirm aba adem ás haberse li brado defi niti vamente de una gota tenaz sin usar ni ngún otro medicam ento que éste. En cuanto a Fontenell e, que, como todos saben, murió centenario, atribu ía su longevi dad a las fresas que consu mía en grandes cantidades. Hay que añadir que las pequeñas pepitas que adornan el fruto, no siendo digeri bles, irritan en cierto modo el intestino, que intensifica sus contracciones a fi n de expul sarlas. Cont ribuyen as í a regularizar l as funciones de eliminación. Si se añade a esto sus propiedades di uréticas — reforzadas cuando se tom a la precaución, tras haber comido los frut os, de prepararse una dec occión con las hojas — se puede decir que la fresa es un verdadero bocado de salud. GROS ELL A NEGRA: Un autor del siglo XV III escribía de ella que
es «un excel ente elixir de vida, que manti ene la s alud y que hace que l as personas de edad parezcan m ás jóvenes de l o que s on». Es cierto que en aquell a época l os vi ejos eran siem pre saludabl es por l a simple razón de que sólo los indi vi duos más vigorosos triunfaban de una considerable mortalidad infantil, lo cual les daba todas las posibilidades de terminar sus vi das en una saludable edad avanzada. Una constatación que, de todos mo dos, no quita nada a las cualidades de la grosella negra, las cuales quedaron por otro lado palpablement e demostradas de una form a incues tionable por el aspecto del canónigo Kir, el pi ntoresco diputado -alcalde de Dij on, que dejó su nombre al vino blanco c assis (El nombre francés de l a grosella negra
es precisamente cassis). Iniciem os pues nuestro estudio de esta maravillosa planta por el principi o, es decir por el fruto que t odo el mundo conoce. Esta pequeña baya está provista abundan tement e de vitami na C y vitamina P. Cons umida al natural, constituye pues un excelente reconstituyente. Macerada en un peso igual de aguardiente, permit e tambi én, tras añadi rle azúcar, obtener un licor que se puede m ezclar, como hacía nuestro canónigo, con el vino blanc o para obtener una bebida muy diurética. Las hoj as, tomadas en i nfusión, proporcionan una tisana excelente c ontra los reum atismos y la retención de orina. En cambio, si se las deja macerar durante una qui ncena de días en un vino blanco semiseco, permiten obtener un «vino de cassis» eminentem ente aperiti vo y diurético. HIGO: ¿Le debía Plat ón a esta fruta su excepcional seguridad de juicio? Es posibl e, puesto que él mismo apodó a los hi gos los «amigos del fil ósofo», atri buyéndoles la facultad de «reforzar la intelig encia». Un punto de vista que comparten por otro lado nuestros modernos médicos di etéticos que los recomiendan en caso de asteni a nervi osa. Sea como sea, algunos autores estiman que el prim er vestido hum ano no fue la hoja de parra com o se cree generalment e, sino la hoja de hi guera, gracias a la cual Adán y E va ocultaron su desnudez. Frescos o secos, los hi gos se revelan en cual quier caso com o un alim ento m uy rico (100 calorías por cada 100 gra mos, en el prim er caso; 250 cal orías por cada 100 gramos, en el segundo), y facilitan la eliminación de los desechos, luchando contra el estreñimi ento. LIMÓN: La costumbre de decorar l os platos de pescado con rodajas de lim ón, o echarle un chorro de limón a l as ostras y a l os mariscos, se remonta a una época en la que el frescor de l os productos del m ar no podía ser siempre garantizado. Su poder desinfectante —c onfirm ado por análisis que han establ ecido que mataba irrem ediablem en te, incluso en dosis mínimas, a los bacilos del cólera, de la di fteri a y de la fiebre tifoi dea, y que en un cuart o de hora eliminaba de las ostras el 92% de todas sus bacteri as — evitaba pues lam entables accidentes... y sigue evitándol os. Hem os visto igualment e que sus propiedades antiescor búticas, preservadas como un secret o militar por los ingleses, le valieron el reempl azar a la papa cruda en la alim entación de los marinos en viaj es largos. Resulta sin embargo que los brit ánicos, aunque hicieran alarde durante m ucho tiem po de este descubri miento, no hacían m ás que vol ver a utilizar la m uy anti gua receta de los cruzados que, partiendo a la reconquista de l a Tierra Santa, chupaban rodajas de limón, tanto para apagar su sed como para conservar todos sus dientes. Esta propi edad, sabemos, es debida a la fuert e concen tración de vitami na C que lo caracteriza. Es esta misma concentración l o que hace de él un excelente preventi vo contra la gri pe. E n l a estación fría, dos vasos grandes de limón exprimi do por día son mej ores que todas las vacunas. Cuando no se ha tomado esta precaución y se experim en tan los prim eros s íntom as del mal, una cura de j ugo de limón acompañado de agua hi rvi endo y azúcar cort a inmediatam ente la evol ución de la enferm edad. En cuanto a los elegantes que desean recuperar s u línea, pueden seguir una cura de limón de vei nte días di vidi da en dos tiempos. Durante la primera mitad de la cura, aum entando cada día un fruto (pri mer día: un limón; segundo día: dos limones; tercer día: tres limones, etc.). Al llegar al décimo día, se aplica un método i nverso y se disminuye un limón di ari o hast a el fi nal de la cura. MANZANA: Fue la causante, se dice, de la perdición de la hum ani dad, induciendo a la tentación a Adán y E va. Es quizá para rehabilitarse que contiene tantos pri ncipios benéficos, hasta tal punto que los ingleses no vacilan en afirm ar que una manzana al día permite prescindi r del m édico. Sin ir tan l ejos, anotemos que t ermina con l as infeccio nes intestinales, que ali via l os reumatismos y la gota, combat e el agotamiento físico e intelectual, la anemi a y la desmineralización, el colester ol y el infart o. El mejor medio de aprovechar al máximo sus vi rtudes consiste en consumirl a cruda, por l a mañana en ayunas, y con su piel, tras haberl a limpiado cui dadosam ente, y tomando la precaución de m asticarla bien para evit ar cual quier probl ema de digestión. MEL OCOTÓN (DURAZNO): El fruto en s í mismo, si es fi no y delicado, no posee ninguna propiedad que no posea cual qui er otra fruta fresca. Las flores del melocotonero, en cambi o, permiten fabricar una tisana que calma a los niños coléricos, y un jarab e sedante. MEM BRILL O: Su carne es excelente para combatir los vómitos y las diarreas, pero a condición de que el fruto haya sido recogido después de las prim eras hel adas, si no, existe el peligro de que se produzca el efecto inverso. En cuanto a sus pepitas, permiten preparar una emulsión que calma tanto las hem orroides como las grietas del seno y las afecciones de l a boca. MIRTILO: Según el doctor Debuigne, fue «Di oscórides quien lo prescribió por prim era vez para c ombati r la disentería y apretar el vi entr e. Arnaldo de Vilanova, célebre médico de la Edad Media, le concede vi rtudes antihem orrói deas y, por su parte, Artault de Vevey, en el siglo XI X aprovechaba las propiedades astringentes del mirtilo utilizándolo contra las estomatitis, las aftas, la estomat itis micósica de los niños». En cocina, esta sucul enta baya permite preparar tartas de una notable finura, que los canadi enses se empecinan en bautizar, no se sabe exactamente por qué, «tarta de acianos».
MORA: Originari amente, la morera negra fue introduc ida en Francia por Oli vi er de Serres para servir de alimento al gusano de seda. Si n embargo, pronto se observ贸 que su extracto fluido era excelente c ontra la diabetes. En cambi o, bi en nuestros son los frutos de la zarza sil vestre que crece a l o l argo de nu estros cami nos.
Devorados all í mismo o, mej or, preparados en confitura, suavizan l a garganta y l as muc osas, ali vi ando las ronqueras de todo tipo. Tanto l as moras com o los j arabes extraídos de ellas son excelentes cont ra l a di arrea o, peor, la disentería. NARANJA: He aquí l a manzana de oro del j ardín de las Hespéri des, que el valeroso Hércules fue obligado a ir a buscar m ás allá de las colum nas a las cuales di o su nombre. Sin embargo, no todos los autores están de acuerdo en la i nterpret ación que conviene da r a esta leyenda. Lo que s í es seguro es que el naranjo es originari o de China y que, si hoy saboreamos sus frutos, es gracias a los cruzados, puesto que fueron ell os quienes lo introdujeron en la cuenca m editerránea, al mismo tiempo que el limón. Sea como sea, su riqueza en vitaminas A y C 1 hacen de ell a un excelente preventi vo de la gripe, que refuerza al mismo tiempo las encías. Además, todo es utilizabl e en el naranj o. Las hojas en primer lugar, que proporcionan una tisana excelente contra las palpitac iones y el insom nio. Las flores a c ontinuación, doblemente preciosas, puesto que s on el sím bolo de la pureza y permiten fabricar, por destilación, una esencia que detiene l as palpitaciones cardíacas y elimina los m alestares de todo tipo. La corteza de las naranj as, finalmente, macerada en aguardiente dil uido con vino, proporciona un aperiti vo eficaz y sano. NUEZ: «Una nuez, ¿qué hay en el int erior de una nuez?», se preguntaba Charles Trenet hace algunos años. Para el fítoterapeuta, la respuesta es sencilla: hay elementos tónicos y reconstituyentes. Pero, más que los frutos, son las hojas del nogal las que son utilizadas en la medicina por las plantas. En decocción, combaten el estreñimi ento y la infección, así como la inflam ación de las mucosas, al mismo tiempo que hacen descender la concentración de azúcar en la sangre. OLIVA: Los latinos le daban el nom bre de olea, del que hem os extraído la palabra oleagi noso, que significa «capaz de dar aceite». Esto indica hasta qué punt o es la oli va un frut o precioso. Su aceite, sabroso, es al mismo tiempo un medicamento maravilloso con tal de que sea «vir gen», es decir, que haya sido obtenido por una primera presión en frío de los frutos y sea conservado sin aditi vos químicos. Una cucharada di ari a de este aceite permite en efecto pali ar las insuficiencias hepáticas, combatir el estreñimi en to, incluso retardar l os efectos del alcohol cuando se prevé que habrá abundantes libaciones. PIÑA (ANANÁ): F acilita también la di gestión, y sus fibras leñosas pueden, llegado el caso, ayudar a la evacuación de un pequeño cuerpo extraño tragado accidentalm ente. Es también diurética, y ay uda poderosamente al tratami ento de la arteriosclerosis, de la artritis y de la gota, a condición naturalmente de consumirla fresca, lo cual afortunadam ente es hoy en día posibl e gracias a la rapidez de los transportes. UVA: Blanca o negra, contiene un az úcar di rectam ente asimilable por el organismo, lo cual la hace preciosa para los diabéticos, que pueden as í comer una fruta que no presenta ningún peli g ro para ellos. Se trate de aromatizantes, de frutas o de verduras, cada ama de casa posee pues en su cocina todos los ingredientes necesari os para curar, al ti empo que prepara deliciosos platos a aquell os que acudan a sentarse a su mesa. El resultado es tan sólo asunto de dosi ficación, de sensibi lidad. Alimentarse únicam ente de pan o de papas, apartar sistemáticamente las carnes o los pescados del menú, hacerse el delicado ante alimentos de una simplicidad dem asiado evi dente, es pri varse de muchas cosas y en primer lugar de una alimentación equili brada, prueba esencial de una salud sin problem as, y adem ás de un buen número de placeres gastronómicos, ya que los mej ores platos no s on siem pre los m ás elaborados.
HERI DAS Y ERUPCIONES Atareada al rededor de sus cazos y ollas o inclinada sobre el huerto en un rincón de su jardín, esta abuela cuyo recuerdo evocaba un poco más arri ba tenía siempre una amplia sonrisa para recibirme al regreso de mis peligrosas expedi ciones, y sabía calmar con una pal abra tierna mis lágrim as de aventurero arañado por las zarzas o asaetado por los aguij ones de las avispas. Estas pequeñas heri das no me preocupaban, como tam poco m e preocupaban las enferm edades beni gnas de las que son víctimas a menudo los niños. Nunc a la vi mol estar al «s eñor doctor» para acudi r en mi ayuda. Poseía las recet as suficientes como para prescindir de él. Vamos a mirar el «libro», dec ía ell a, limpiándome los oj os con una esquina de su delant al. Y, tras hojear su precioso c uaderno, preparaba ensegui da una decoc ción o un empl asto, que me ali viaban casi instantánea mente. Aún es posibl e hacer como ella, y si las «recetas» que siguen no s on l as de mi abuela, podrían haberlo sido, tan sencillas y eficaces son. AMPOLL AS: S on el result ado de l as largas caminatas y el tributo que hay que pagar m uy a menudo por unos zapatos nuevos. —Tomar algunas hojas hermos as de repollo, limpi arl as con agua fría y cocerlas en medio litro de leche. Dejar enfriar y aplicar la pasta as í obtenida sobre la parte afectada. La am polla debe reabsorberse sin que la epidermis caiga, dejando en vi vo la dermis. ANGINAS: Se curan esenci alment e por medio de gargaris mos, y hay que hacer notar que l as preparaciones que indicam os son recom endabl es también en casos de pérdida de la voz. —Exprimir un limón entero en un vaso de agua tibia, azucarar ligeramente y utilizar como gargarismo. Jean Palaiseul (op. cit.) aconseja tambi én aplicar sobre la garganta com presas de jugo de lim ón salado. —Hacer hervir durante una decena de mi nutos tres o cuatro hi gos s ecos en medio litro de leche. Utilizar como gargarismo. —Hacer hervir un buen pellizco de hoj as de sal via secas en m edi o litro de agua. Filtrar y utilizar como gargarismo. ÁNT RAX, FURÚNCULOS Y PANADI ZOS : Estos grandes botones deben madurar a fin de que el absceso pueda vaciarse. Varias cataplasm as naturales pueden ayudar a ello. —Tomar algunas hojas de repoll o, lavarlas cuidadosamen te; quitar la nervadura central, luego aplastarl as con el rodill o de pastelero de m odo que puedan soltar su jugo. Hacer un em p laste, que se aplicará sobre el bot ón. —Es Jean P alaiseul (op. cit.) quien da este medio de apresurar la maduración de estas grandes erupciones extrem adamente dolorosas: «Hacer cocer bajo las cenizas, durante qui nce a veint e minutos, un blanco de puerro en vuelto en papel mojado o en una hoja de repollo; aplastarl o con manteca de cerdo no salada y aplicarlo como cataplasma, que deberá renovarse vari as veces al día». ASMA: Esta afección de las vías respi ratorias debe, evi den temente, ser objeto de un tratamie nto médico. Sin em bargo, puede obtenerse una sensible mej oría fum ando, como si fuera tabaco, hojas de sal via secas y ligeramente picadas. CAÍ DA DEL CABELLO: Es una de las preocupaciones principales de l os hombres una vez pasada la treintena. Algunos se lo tom an a risa... falsa l a mayor parte de las veces; otros se arrui nan comprando lociones de una eficaci a que lo es todo m enos efecti va. Las dos preparaciones que siguen tienen sobre todo la ventaj a de ser perfectamente naturales, de poder ser c onfeccionada s en cas a y, finalmente, de pos eer una acción que, si bi en no es espectacular, no dej a de ser real a condición de que el t ratami ento dure el tiempo suficiente. —Aplastar la carne de al gunas nueces hasta obtener una especie de pasta con la cual se untará el cuero cabelludo en el mom ento de acostarse, eliminándola por la mañana con un lavado del cabell o. (Si se desea no man char la almohada, o no molestar a la persona que duerm e con uno, es preferi ble envol verse la cabeza tras la aplicación.) —Hacer hervir un puñado de tomill o fresco en un litro de agua, filtrar, y utilizar como loción. CAL LOS: S on dolorosos y mol estos. Todos aquellos que los sufren no pi ensan más que en una c osa: librarse de ellos. Desgraciadamente, no siempre les resulta fácil acudi r al ped icuro. Sin embargo, no deben desesperarse por ello, ya que, una vez más, pueden hallar en la despensa algo c on lo que ali viarse e incluso curarse. —Cortar una rodaja de aj o lo suficientem ente gruesa pero del tamaño del callo. A plicarla por l a noche y sujetarla con un pequeño vendaje. Quitarl a en el m oment o de vol ver a colocarse l os zapatos. La operación debe repetirse hasta la caída del callo. —Hacer macerar durante veinticuatro horas varias hojas de puerro en vi nagre de vino, y aplicarlas sobre el callo, que se extirpará luego muy delicadament e con un i nstrumento no cortante y cuidadosam ente desinfectado.
COM EZร N: No hay nada mรกs crispante razรณn
que estas irritaciones cutรกneas que sobrevi enen sin
aparente y que impulsan i rresistiblement e a rascarse, a veces hasta ll egar a hac erse sangre. Pueden ser calmadas rápidament e median te la aplicación de compresas embebidas en una decocción de ac hicoria silvestre (10 gramos aproximadament e por cada litro de agua). CONTUSIONES: ¿Qué niño, incluso el más juicios o, no vuel ve al gún día a casa l uciendo un hermoso chichón o una moradura de buen tamaño? El mej or m edio de sec ar sus lágrim as sigue siendo el ali vi arle rápi dam ente. He aquí dos recetas tan sencillas como eficaces. —Triturar unas hojas de alm endro frescas y hacer con ellas una catapl asma. —Hacer un empl asto con hojas frescas de angélica. DOL OR DE M UEL AS: Una hi giene prec aria, una nutrición mal equilibrada, el resultado es que la gran mayoría de nuestros contem poráneos sufre de las muelas y, desgraciadam ente. muy p ocos de entre ell os se animan a acudi r al dentista. Por supuesto, es un error, ya que un di ente que duel e es obligatori amente un diente enfermo. Sea com o sea, mien tras se aguarda l a intervención del especi alista, algunos pequeños trucos pueden permitir calm ar el dol or sin tener que acudir a ciert os analgésicos químicos potentes que, para consegui r el mismo resultado, atacan al sistema nervioso, lesionan las m ucosas gástricas o perturban el ritmo cardíaco. —Tomar sin tragarlo un sorbo de aguardiente fuerte — 50° como m ínimo— y bañar con él el diente enfermo. El efecto es rápido, pero muy limitado en el tiempo. —Hacer hervir 5 ó 6 hi gos en medi o litro de leche durante algunos minutos. Utilizar como baño bucal. —Echar en m edio litro de agua hirviendo un pellizc o de hojas y de flores de morera secas. Utilizar c omo baño bucal para combati r la infección. —Empapar un al godón con j ugo de perejil y colocarlo en el oído c orrespondi ente al lado donde se encuentra el diente que nos hace sufri r. ESGUINCES: Este pequeño accidente, banal pero doloroso, no debe ser tom ado nunca a la ligera, y convi ene en cada ocasión hacerl o verificar por un m édico, a fin de compro bar que no haya una lesión m ás grave ocultándose bajo su aparente benigni dad. Cuando se haya constatado que no e xiste ningún traum atismo profundo, las cataplasm as de perejil son tan eficaces com o cualquier otro bálsam o, ungüento o pomada vendidos en farm acia. —Hacer cocer un manojo de perejil en medio litro de vi no. Dejar enfri ar, luego com poner una cataplasma con las hojas de la plant a. Renovar tres a cuatro veces al día. GRIP E: Lo esencial, desde las prim eras manifestaciones del mal, es transpirar abundantem ente a fin de eliminar las toxinas lo m ás rápidamente posible para expulsar la fiebre, que de hecho es una r eacción de defensa del organismo. Es conveniente pues beber en abundancia preparaciones muy calientes, generalment e a base de limón, que es rec onocido como un poderoso febrífugo. —Durante el día, limón exprimido cali ente m uy azuca rado, o ponc hes compuestos del sigui ente m odo: el jugo de un limón, una cucharada sopera de ron, agua hirviendo, azúcar o miel a vol untad. —Por l a noc he, antes de meterse en la cam a: un li món exprimi do rebajado con una taz a grande de café hirvi endo muy azucarado. HEMAT OM AS: Algunas personas tienen la pi el muy frágil, y el menor gol pe las señala con una m oradura no siempre de buen efecto. Otras no son sensibles m ás que a golpes más viol entos, pero, en am bos casos, el dolor es comparabl e y el resultado estético igual de desastroso. Una di vertida tradición pretende que un bistec (bife) de ternera aplicado inm edi atamente sobre el «punto de impacto» calma el dolor e impide la formación de un hem atoma. El rem edi o quizá sea eficaz, pero no deja de ser caro, por l o que nosotros preferimos d os cataplasmas preparadas a partir de una simple manzana. —Rall ar una manzana cruda con su piel; aplicar en el l ugar del golpe, ya sea envol vi éndola en una gasa ligera, ya sea directam ente sobre la epidermis. —Hacer cocer una manzana al horno, pelarla, y aplicar la pulpa sobre el punto del choque. HEMORRAGI AS NASALES : Se desencadenan sin el menor aviso y sin que se s epa exactamente por qué, a menos por supuesto que sean consecuencia de un golpe, en cuyo caso es important e acudir a un m édico para que veri fiq ue que no hay ni ngún hueso fracturado. Se pueden parar de una form a casi radical por varios procedimi entos: —Int roducir en l a fosa nasal correspondiente un peque ño t ampón de algodón em bebido en jugo de limón; —Proceder del mismo modo con jugo de ortiga; —Aplastar al gunas hoj as de tomillo o de serpol secos y aspirarl as como si fueran rapé. HERI DAS: No se trata de dar aquí los m edios de cicatrizar las heri das im port antes, que deben s er tratadas obligatori a mente por un m édico. Se trata de rozaduras o pequeños cortes, cuya curación puede apresurarse al tiempo que se im pide la infección sin tener que verse obligado por ello a abusar de algunos desinfectantes.
—Lavar la herida con una decocción obtenida haciendo hervi r 25 gramos de centaurea menor en un litro de agua. —Aplicar una cataplasma de hojas de repollo preparada del mism o modo que para l os ántrax. «Atención —escribe Alai n Rollat (Cui de des médecines par alíeles, Calm ann -Lévy, éditeur), recomendando este tratamiento—, la acción de las hojas de repoll o sobre una herida abiert a, rápi da, se manifi esta al principio
por una aparente agravación del m al; la herida "duele" más debi do a que la cataplasma atrae más toxinas». Última precaución: cambiar la hoj a de repollo des de el mom ento mismo en que em piece a ennegr ecerse. —Hacer hervir un puñado de cons uelda mayor en un litro de agua. Filtrar y aplicar en com presa sobre la heri da. —Machacar algunas hojas frescas de zarz a y frotar con ellas la rozadura para det ener la hemorragia. —Picar unas hojas grandes de salicaria fresca y hacer con ellas una cat aplasm a que facilitará la cicatrización. —Hacer hervi r una treintena de gramos de tomillo en un litro de agua. Aplicar en com presa sobre l as heri das. HERP ES: Las preparaciones capaces de resol ver esta desa gradabl e afección son num erosas. Hem os tenido pues que efectuar una selección, y las que indicamos, si bien no son las más fáciles de realizar —l os ingredientes necesarios obli gan a visitar al herbol ario —, sí se hallan entre las más eficaces. —Aplicar una catapl asma de hojas frescas de bardana. —Hacer hervir un puñado de hoj as o de fragm entos de corteza de abedul en un litro de agua. Filtrar y aplicar en compresa. —Hacer hervir una vei ntena de gram os de dulcam ara en un litro de agua. Colar y utilizar como una loción. —Hacer una decocción utilizando 100 gramos de plant aina para un litro de agua. Utilizar como una loción. —Preparar una i nfusión utilizando en cantidad igual l as flores y las hoj as frescas de l a sal vi a (50 gram os aproxima damente por litro de agua). Utilizar ya sea en loción, ya sea en compresa. —Echar en un litro de agua hi rvi endo 50 gram os de corteza de saúco. Aplicar como una loción o sobre compres as. HÍGADO (CRISIS DE): La mayor parte de las veces son provocadas por excesos en la mesa o libaciones inconside radas. De m odo que no deben ser confundidas con la ictericia y otras form as de hepatitis, verdaderas enfermeda des cuyo tratami ento es res ponsabilidad exclusi va del médico. Siendo frecuentes estas indisposiciones, cada familia pos ee su o sus «recet as» para solucionarlas. No vam os pues a enumerarlas todas aquí. Nos limitaremos en cons ecuencia a al gunas preparaciones sencillas cuyo efecto es innegabl e. —Echar sobre un limón sin pelar, cortado a rodaj as, un litro de agua hirviendo; dejar en i nfusión; azucarar si es posible con miel. Beber tibi o. Este tratamiento puede ser segui do durante varios días sin inconveni entes a condición de que se tome la precau ción de preparar la infusión diariam ente. —Hacer una decocción con el t allo l eñoso de un alcaucil y las prim e ras hojas que la protegen. Dejar enfriar y beber a razón de un buen litro diario. —Hacer mac erar durante unos quince días el tall o, las hoj as y las raíces de un alcaucil en medio litro de aguardiente. Colar y conservar el líqui do as í obtenido en un lugar fresco al abrigo de la l uz. A cada crisis, administrar a razón de seis a diez gotas, varias veces al día, en una taza de té o de infusión de menta. —Hacer una i nfusión c on un puñado de bol do (de venta en todas las herboristerías) en un litro de agua. Azucarar abundantem ente la infusión con mi el muy aromatizada o mezclarla con otras tisanas para combatir el amargor de la planta. Algunas tisanas a base de bol do, ya listas para usar, han sido lanzadas al comercio con gran aparato publicitari o. Podrían ser prácticas pero, desgraci adam ente, su prepara ción industrial, as í como su envas ado y almacenamiento, hacen perder s us pri ncipal es cualidades a l as pl antas que las com ponen. De todos modos, es ciert o que el c onsum o regul ar de tal es infusiones no puede hac er ni ng ún daño y es incluso preferibl e a la del café o del té. Sin embargo, no hay que esperar de ellas unos resultados espectacul ares. —Hacer una infusión con un pellizco de menta seca en una taza de agua hi rvi endo. Beber muy azucarada tras cada comida. —La infusión de flores de «pie de gato» (de venta en herboristerías) descongestiona la glándul a hepática y regu lariza las secreciones biliares. Es pues recom endabl e, a razón de aproxim adamente un litro diari o, en los casos de crisis agudas. —Hacer hervir 100 gramos de cardill o fresco, con las raíces, en un litro de agua, durante 5 minutos; dejar en infusión durante aproximadam ente un cuarto de hora; colar, beber a razón de dos o tres tazas entre las comidas. HIPO: No hay nada m ás desagradable que hipar sin poder detenerse. En la m ayor part e de l os casos, el vaso de agua bebi do sin respirar o el taparse l a nariz hasta casi la asfixia se muestran fastidiosam
ente inútiles. Se puede entonces comer una almendra, cuidando de masticarl a muy prol on gadamente. INFLAM ACIÓN DEL OÍDO: Ocurre a veces que nos duele el oído, sin que por ello se trate de una otitis o de una afección grave de este tipo. Se puede entonces calmar m uy fácilmente el dolor aplastando algunas hojas frescas de al bahaca para recoger el j ugo e i ntroducir ést e en el oído enferm o. Sin embargo, hay que evitar el no dar im portancia a esta advertencia de la naturaleza y, una vez pasada la sensación de dol or, es conveni ente verificar con un médico que no se trata del síntom a de una enfermedad más importante si no t an sólo de un simple accidente.
INSOMNIO: Como con l as crisis de hígado, las preparaciones que permit en combatir el insom nio son impresionantes en número. Ello es debi do a que la m ayor parte de l as pl antas m edicinales, así como un gran núm ero de verduras, poseen vi rtudes calmantes. Cada cual es pues libre de preferir tal o cual receta de las que indic amos, o cualqui er otra, en función de su gusto particular o de sus tradiciones familiares. Dicho esto, el m ejor medio de enfrentarse a este temibl e enemigo de nuestro reposo es, en prim er l ugar, no alimentarlo, pri vándolo de algunos auxiliares tales como la mayor parte de los «excitantes». Se evitará pues tomar café por la tarde, o t é, o abusar de al gunos alcohol es fuert es —en dosis masi vas «atont an», pero un vasito de coñac nunca ha ayudado a nadie a encontrar el sueño— o atiborrarse con platos picantes. En cambi o, hem os visto que una ensalada de lechuga ligera mente sazonada con limón relaj aba al tiempo que calm aba los ardores eróticos. Constituye pues un pl at o ideal para rematar una cena. Quedan, por supuesto, los insom nios rebeldes, que es preferi ble tratar por medio de plantas más que con todos l os calmantes, tranquilizantes y somníferos de l os que ti enen tendencia a abusar muchos de nuestros ciudadanos agobi ados. —Hacer una infusión, en las mismas proporciones que el té, con un pellizco de as pérula ol oros a (en herboristerías) en una taza grande de agua hirviendo; azucarar, con miel si es posible, y beber al acostarse. —Hacer hervir una l echuga a fuego suave en medio litro de agua durante una veintena de minutos. Tomar un gran bol de la decocción así obt enida en el m omento de ac ostarse. —Machacar una lechuga en un m ortero para extraer su jugo; beberlo puro o mezclado con alguna otra tisana antes de m eterse en la cama. —Echar de 40 a 50 gramos de flores de mejorana secas en medio litro de agua hi rvi endo; dej ar en infusión durante unos diez minutos. Beber una taza grande antes de irse a dormir. —Hacer macerar una cincuentena de gramos de m ejo rana fresca en un litro de buen vi no de Burdeos. Tras esperar unos quince días, filtrar el l íquido. Beber un vaso de jerez ant es de irse a la cam a. —Pul verizar unas flores de mej orana secas hasta obtener un pol vo fino. Mezclar con miel o confitura. Tomar una cucharada sopera antes de acostarse. —La pasionaria, según Leclerc, «presenta la gran ventaj a de provoc ar un sueño parecido al normal y no arrastrar consigo ni ngún efecto de depresión nervi osa, ninguna obnubilación de los sentidos ni de la mente». Se utiliza en una decocc ión ligera obtenida haciendo cal entar a fuego suave 50 gramos de hojas y de fl ores secas en medio litro de agua. Dejar hervi r la preparación, luego aguardar unos diez minutos antes de bebería, preferentem ente en el momento de acostarse. —Un pellizco de flores de tila, frescas o secas, echado en una taza de agua hirviendo, rel aja al tiem po que ayuda a encont rar el sueño. —Hacer macerar 10 gram os aproximadamente de raíz de valeri ana en una taza de agua fría durante medio día. Colar y beber, caliente o fría, una hora al menos antes de irs e a la cama. LUM BAGO: Lo dobla a uno en dos en el mom ento más ines perado, y hace sufri r horriblement e. He aquí dos rem edios sencillos para terminar de una m anera efecti va con él. —Hacer hervir dos hojas de repollo, previ amente lavadas, en leche, y dejar reducir hasta que la preparación tenga el aspecto de una compota. Utilizar la pasta as í obtenida mi entras aún quem a y hacer una cataplasma, que se aplicará a los ríñones. Meterse en la cam a y conservar el emplasto durante unas doce horas. —Hacer cocer al horno un manojo de puerros enteros. Machacarlos y mezclarlos con manteca de cerdo. Aplicar en cataplasma durante medio día. MAL ALI ENTO: El mal aliento no sólo es mol esto para aquellos que se nos acercan. Es también signo de un des arregl o más profundo que puede ser de ori gen gástrico, hepático o dental. No se puede pues, para hacerl o desaparecer, contentarse con masticar efluvios, sino que, por el cont ra rio, hay que buscar y curar, una vez disimulado, el mal que lo provoca. —Mal ali ento provocado por al gunos alim entos (ajo, cebolla, etc.): Maurice Mességué acons eja masticar una ramit a de perejil o algunos granos de café. Estos dos rem edi os pueden ser tam bién útiles cuando el olor desagra dable es provoc ado por el m al funcionamiento de un órgano o una cari es dental, pero su efecto es muy limitado en el tiem po. MAREOS EN L OS VIAJES: ¿ Qui én no se ha visto afectado por este famoso m al de los transportes, que se mani fiesta la mayor parte de las veces en coche, pero en algunas ocasiones t ambién en avi ón? Para evitarlos, la cantante Mick Micheyí, que es tam bién una notable m agnetizadora, rec omienda sujetarse en la piel del estóm ago, con ayuda de un trozo de tela adhesi va, un manoj o pequeño de hoj as de perejil. MIGRAÑAS: Éste era el recurso de las herm osas marquesas, que lo utilizaban y abusaban de
él para librarse de los cortejadores inoportunos. Actualmente y a no es una excusa, puesto que todo el mundo s abe que bastan algunos comprimidos para hacerlas des aparecer. Pero nuestro ritm o de vi da hace que las migrañas sean cada vez m ás frecuentes, y en consecuencia se necesitan más y más pastillas para calmarlas. Lo cual nos conduce a envenenar nos poco a poc o, mientras que algunas sencillas tisanas serían muchas veces tanto o más eficaces. —Preparar una infusi ón echando una cucharada de café de granos de anís en una taza de agua hirvi endo. Embeber con ello dos compresas. Tenderse de espal das y relajars e aplicándose las compresas sobre cada sien. —Hacer una infusión, en una taza de agua hirviendo, con 5 gramos de hoj as y flores de calami nta.
Beber tras las comidas. —Machacar al gunas cerezas herm osas y bien maduras. Hac er con ellas un empl asto, que se aplicará sobre la frente, mientras se permanece tendido. —Machacar una rodaj a de limón bastante gruesa, y mezclarla con una taza de café. Beber el resultado. —Preparar una com presa con el jugo de un limón ligeramente salado, y aplicarla sobre la frente. —Cortar dos buenas rodajas de limón. Aplicarlas sobre las sienes y mantenerlas durante un cuarto de hora. —Hacer una infusión con un litro de agua y 30 gramos de hoj as o de flores de m elisa. Beber fresca. Esta poción pres enta además la ventaja de ayudar a las di gestiones di fíciles, que a veces pueden ser causa de migrañas. —Hacer una infusión con 10 gram os de hojas de naranjo y fl ores de azahar en medi o litro de agua. Beber caliente o fría. —Tomar sobre un terrón de azúcar al gunas gotas de agua de azahar. —Cortar dos buenas rodaj as de papa y aplicarlas sobre las sienes del mismo modo que las rodajas de limón. —Hacer una infusión con un pellizco de romero en una taza de agua. Beber cali ente o tibia. —Hacer una infusión con 15 gram os de tomillo en un litro de agua. Beber aromatizándola con un alcohol ligero o, mejor, con algunas got as de agua de azahar. OBJET OS TRAGADOS: Es el terror de l as madres cuyos niños se lo llevan todo a la boca. Por supuesto, si el obj eto en cuestión es de un cierto tam año, es preferi ble prevenir inm edi atamente al m édico, como también si es particular mente cortante o acerado. Si no, no hay de qué alarmarse. Basta simplemente con proporcionarle al im prudente los medi os de envol ver el cuerpo extraño de m odo que pueda at ravesar todo el organismo sin crear ni nguna lesión y ser evacuado por las vías naturales. Éstos pueden ser: —tallos de espárragos, cuyas fibras leñosas se enrolla rán alrededor del intruso; —pequeños copos de algodón em bebi dos en aceite; —hoj as de puerro. PICADURAS DE INS ECTOS: ¿ Qué niño —o qué adulto—, recorriendo el campo durante un fi n de sem ana, no ha sido víctima de un pequeño anim al vol ador o rept ador que le ha dejado, a menudo durante vari as horas, el recuerdo de un agudo dolor? Si n embargo, estas pequeñas picaduras no deberían estropear nunca un día de descanso, puesto que es muy fácil calmar rápidamente el dol or que provocan. —Cortar un limón en dos y friccionar vigorosamente el enroj ecimiento que señala el lugar de la picadura. La sensación de ardor desaparece i nstantáneam ente. —Friccionar, como para las quem aduras, la región dolorida con una mezcla de clara de huev o y aceite de oli va. —Machacar algunas hojas de perejil y embadurnar con ellas la picadura. Se pueden em plear tambi én hojas machacadas como cataplasma. —Cortar una cabeza de puerro en dos y frotar con ell a el lugar donde ha penetrado el aguij ón. —Echar sob re el lugar dol orido algunas gotas de jugo de ajedrea. —Se da por descontado que todos estos pequeños trucos son válidos tan sólo en el caso en que el paciente ha sido víctima de una sola, o como máximo de unas pocas picaduras. No hay que ol vidar que los insectos son portadores de veneno, y que éste, inyectado en fuertes dosis, puede ser peli groso. En caso de ataque por un enjam bre, es absolutam ente necesario acudir a un médico. —Adem ás, si se trata de picaduras de abeja, estos di ferentes remedios no podrán aportar ali vi o más que a condición de que antes de aplicarlos se haya tom ado la precaución de retirar el aguijón, si es que se ha quedado clavado en la capas superficiales de l a piel. PICOR EN L OS OJOS : Este picor puede ser debido al cansanci o, al humo, i ncluso a l a falta de humedad en el ai re. Puede calm arse m uy rápi dam ente gracias a una l oción, obtenida a base de hacer una infusión de algunas hoj as de aciano en m edio vaso de agua; aplicar en compresas tibias. QUEM ADURAS : Son el tributo de todas las cocineras, y también de l os jóvenes im prudentes. Afort unadam ente, a excepción de la azucena, que no se encuent ra más que en las floristerías, cerca de la cocina está todo lo necesari o para calmar rápidamente el dol or. —Hacer macerar unos pétal os de az ucena en ac eite de oli va o alcohol. Empapar un algodón con esta preparación y untar con ell a la quemadura. —Partir en dos una papa y aplicarla sobre la parte dolorida. —Mezclar dos cucharadas de aceite de oli va con una clara de huevo y aplicar sobre la piel. REUM ATISMOS: Las crisis agudas deben, por supuesto, ser obj eto de un tratamiento m édico a m enudo de larga duración. Pero los ataques más benignos pueden ser m uy bien curados en casa, sin ayuda de nadie. —Hacer una decocción de cam omila. Empapar con ell a unas com presas y aplicarlas tibias sobre la parte dolorida.
—Tomar las hoj as grandes de una repoll o. Quitar el nervio central, luego m achacarlas ligeram ente con ayuda de un rodillo de pastelero. Calentarl as sobre una fuente de calor —un radiador, por ejempl o —, y aplicarl as, en varias capas, sobre la articulación afectada. Mant ener en su sitio medi ante un vendaje. —Picar cinco puñados grandes de sal via fresca. Mezclar la pasta obtenida con 500 gram os de
mantequilla. Hacer hervir durante unos qui nce minutos a fuego s uave. Col ar. Dejar enfriar la preparación, que puede conservarse luego en un tarro de cerámica. Apenas aparezcan los primeros dolores, masajear la regi ón afectada haciendo penetrar el ungüento. SABAÑONES Y GRIET AS: Son provocados por el frío. La mayor part e de las veces s on l os labi os los que resultan más afectados, en primer lugar porque su piel es muy frágil, en segundo porque están húm edos muy a menudo. Pero las gri etas pueden atacar igualmente a los dedos de las manos y de los pies, los cuales duelen e ntonc es terribl emente. —Tomar arcilla seca y reducida a pol vo. Mojarla con aceite de oli va hasta que recupere la consistencia de la pasta de modelar. Aplicar en cataplasma sobre l as extremi dades afectadas. —Hacer hervi r 20 gramos de brotes de ál amo en 100 gram os de manteca de cerdo durante una media hora. Dej ar enfriar. Aplicar la pom ada así obteni da sobre las partes enfermas. Este bálsamo, que es particularment e adecuado para los l abios y l as comisuras de l a boca, puede también ser empl eado com o preventi vo en lugar de otras preparaciones que se venden en farmaci as. Su eficacia, además, es claram ente superi or a la del lápiz labial. —Tomar un buen pellizco de flores de caléndul a se cas, echarlas en agua hi rvi endo y dejarl as allí durante un buen cuarto de hor a. Filtrar y hacer un m asaje con el l íquido. TOS (ACCESOS DE): Hay fum adores impenitentes que, mi en tras se ponen a toser encienden otro cigarrill o. El milagro reside en que generalmente, después de algunas chupadas, su tos cesa. Se trata sin duda de l o que se llama curar el mal por el mal, aunque t al ejem plo no sería recomendado por nadie. Es preferibl e recurri r a la recet a, adem ás deliciosa, que indica Jean Palais eul en Nos grand-m éres savai ent (op. cit.): «Cortar en rodajas dos o tres m anzanas grandes no pel adas en un litro de agua fría; añadi r algunos trozos de regaliz, y hacer hervir durante un cuarto de hora; filt rar, beber a discreción, sin azucarar». VERRUGAS: ¡Cuántos tratami entos costosos y más o menos dol oros os, cuando no se trata de aut énticas operaciones qui rúrgicas, para li brarse de estas pequeñas excrecencias carnosas indeseadas ! ¿Pero por qué ir a buscar tan l ejos lo que la natural eza nos pone al alcance de la mano? —La celidonia, por ejem plo, que crece al borde de los caminos y en las viejas paredes, y cuyo amarill ento jugo que rezuma cuando se corta su tallo quema l as verrugas en tan sólo unos días. —Los guisantes (arvejas) tam bién, cuyas vai nas contienen en su interi or un jugo que las ataca. —Las papas, finalmente, que una vez ralladas y apl icadas en cataplasma dan el mismo resultado. No hay ninguna erupción pequeña, ni nguna heridita, que no pueda ser ali viada y curada utilizando simplement e los remedios que la natural eza pone cotidianam ente al alcance de la mano del ama de casa. Ya se trate de verduras, de aromatizantes, i ncluso de especias, todas estas pl antas que hallam os cada día en nuestro pl ato nos ayudan a vi vi r mejor, evit ándonos el tener que atiborrarnos de medica mentos que, si bien tienen un efecto benéfico al primer momento, pueden ser peligrosos a largo pl azo. Éste es, por ejemplo, el caso de l a aspirina. Ciertamen te, todos los médicos están de acuerdo en reconocer que constituye un remedio precioso, sin duda uno de l os mejores. Pero todos admiten tam bién que, consumida a fuert es dosis, llega a provocar ulceraciones gástricas que pueden ser graves. No deja de ser tentador, cuando uno tiene dol or de c abeza o de muel as, cuando se siente veni r la gri pe, acudi r al t ubo de comprimidos. No se piens a en ese moment o en l as consecuencias ul teriores de este gesto repetido demasiado a m enudo, ya que tan sólo se espera de él un resultado rápi do y radical. Es sin embargo casi tan sencillo curarse con una de las preparaciones a base de lim ón que hemos indicado, o con cualqui er ot ro «rem edi o casero», aunque haya que esperar un poco más de tiempo l os resultados y soportar el dol or unos pocos minutos más. Sin embargo, ¡qué garant ías de futuro se hallan disimuladas bajo este pequeño cal vari o suplem entario! EL ET ERNO F EM ENINO Incontestablem ente, la s eñora de Bréz é, condes a de M aul évrier, era sin l a menor duda la muj er m ás herm osa de su tiem po. Pero, lo que es mejor, supo seguir siéndolo durante toda su vi da, en una época en la cual, las mujeres aún más que los hombres, envejec ían aprisa y mal. Puesto que aquell a mujer cuyo recuerdo ha guardado la histori a baj o el nom bre de Di ana de P oitiers no ol vidaba ni ngún cuidado para conservar intacta esta belleza que la suerte le había prodi gado des de su nacimiento ni para protegerla del deteri oro de los años. Sus recetas, desgraciadamente han permanecido secre tas, y se sabe tan sólo que, como Cl eopatra, tomaba baños de leche que conservaban su pi el tersa y aterciopel ada. P or lo dem ás, debem os contentarnos con conj eturas, puesto que sirvientes y doncellas no han des velado nunca l a misteriosa alquimi a que permitía a su dueña parecer gozar de una eterna juventud. Lo que sí es cierto, en cam bio, es que todas sus lociones, todos sus bálsamos, todos sus ungüentos eran a base de plantas. Y de pl antas muy com unes. Lo c ual no le fue nada m al, puesto que, tras haber llamado la atención de Francisco I — al cual se resistió victoriosam ente, pese a las calumnias de
Víctor Hugo en El rey se di vierte—, se convirti ó en l a amante de su hij o, el futuro Enri que II, en cuyo corazón re inó hasta su muerte. El flechazo se produj o un hermoso día de 1536. El joven príncipe acababa de cumpli r los diecisiete
años. ¡Diana t enía vei nte años más que él ! Durante trei nta años, iban a vi vi r un idili o fuera de lo común, en medio de torbellinos e intrigas, sin que su am or resultara jamás marc ado ni por la edad, que terminó finalment e señal ando a la herm osa duquesa, ni por l as tortuos as intrigas de los grandes señores, que veían con mal ojo el que aquella «viej a dam a» condicionara la pol ítica de su país. Cuando ella murió, a los sesenta y siete años, se hallaba aún en plena florescencia de su belleza. Se trata por supuesto de un caso excepcional, y muy pocas mujeres, incluso en nuestros días, podrían vanagl oriarse de una tal l ongevidad de su s educción, ni siquiera tras haber utilizado todos los recursos y todos los arti ficios de l a cirugía o de la cosmetol ogía m oderna. De todos modos, no hay que preocuparse; si una mujer de hoy en día no puede ofrecerse un «peeli ng», un «li fting» o un remodelaj e del sen o por m edio del poliestireno, no tiene t ampoc o por qué desesperarse. Sin llegar a ser una Diana de Poitiers, cualquier mujer puede descubri r en su cocina, a fin de cuentas su rei no particular, todos los ingredient es necesari os para realizar eficaces mascarillas de belleza o para confeccionarse pequeños rem edi os que terminarán con sus pequeños males. ACNÉ: Esta enfermedad de la juventud hace muy desgracia das a las mujercitas que se ven afectadas por ella. He aquí, para consol arl as, un tratamiento que, al menos, tiene el mérit o de no limpi ar m ucho sus bolsillos al tiempo que hace des aparecer sus estigmas. En primer lugar, no utilizar cualqui er tipo de jabón para lavarse. Se elegirá preferentem ente uno azufrado, y no se vacilará en frotar vigoros ament e. En segundo lugar, vi gilar el régimen alimenticio, aprovechando al máximo las propiedades di uréticas de algunas verduras de las que ya hemos hablado. Finalmente, en cada comida, es conveniente masticar un nabo crudo. Es excelente, sobre todo si se toma la precaución, cada día, de aplicar sobre las espinillas del acné un tomate fresco cort ado en dos. Se pueden aplicar también sobre el rostro cataplasm as de harina de maíz. ACNÉ ROS ÁCEO: Es provocado por una infl amación de las gl ándulas cutáneas del rostro. Su apar ición se produce por otro lado de una forma muy insidiosa, puesto que em pieza con pequeños puntos roj os prácticamente invisibles que se trans forman poco a poco en pústulas, las cuales se extienden, ganan terreno y, finalment e, se reúnen para form ar una red inextricable de manchas rojas. De acuerdo, el acné rosáceo es una enfermedad que afecta es encialm ente a l os alcohólicos. Pero las mujeres más sobri as pueden t ambién ser sus víctimas, principalmen te cuando superan la di fícil etapa de la menopausia. Es con veniente pues, desde l a aparición de los primeros enroj ecimient os, reaccionar sin tardanza. La decocción de hoj as de lechuga, aplicada por la m añana y por la noche, es un excel ente remedio, que presenta adem ás la ventaj a de atenuar las quem aduras de las insol aciones. Pero, si se puede preparar una decocción con las semillas de l echuga y no solam ente con sus hoj as, se obtendrá un agua aún más eficaz. ARRUGAS: El limón, como sabem os, posee un efecto astri ngente sobre la pi el. Es pues m uy útil para combatir las arrugas si se aplica en rodaj as sobre l as partes am enazadas, a menos que se utilice su jugo en compres a, alrededor de los ojos en particular, para evitar los desagradabl es picores. Una decocción de fl ores de romero (hac er hervi r 50 gramos de estas fl ores en medio litro de agua o de vino blanco; dejar en infusión un cuarto de hora, luego filtrar) tiene l as mismas propiedades, sin presentar los mismos inconvenientes. CABELLOS : La c al vicie es una afección típicamente m asculi na. Si n embargo, ocurre que al gun as muj eres pierden sus cabell os, y es comprensible que esto las desconsuel e. En la m ayor parte de los casos, es simplement e porque no saben cui darl os; ya sea que utilizan cham pús que no l es convie nen, ya sea que abusan de las «permanentes» o de los rizos, que hacen que l os cabellos se vuel van frágiles y quebra dizos. Para aquell as que pierden sus cabell os —o que qui eren evitar que su m ari do s e vuel va compl etamente cal vo...—, he aquí una receta m uy antigua y que al parec er es excelent e. Picar en un mortero un buen m anojo de berros para exprimi r su jugo. Colar y diluir el líquido obteni do con alcohol de 90 °. Arom atizar con una esencia de flores. Realizar, por la mañana y por la noche, fricciones con ayuda de esta loción. En el siglo XVI, se obtenía el mismo resultado aplicando sobre el cráneo cat aplasm as de nueces trituradas. No iremos tan lej os como eso, pero no por ello debemos ol vidar el nogal, cuyas hojas permiten obtener una decocción que da a los cabellos un hermoso refl ejo cobrizo. Para reforz ar los cabellos y devol verles su fl exibilidad, se puede también untarlos, antes de lavarlos, con una l oción compuesta por aceite de oli va, jugo de lim ón y al gunas gotas de alcohol... coñac, armagnac o ron. Los cabellos secos ganarán con ello en vol umen y flexibilid ad; en cuanto a los otros, obtendrán un nuevo vigor. Siempre para l uchar contra la cal vicie, pero tambi én para dar un nuevo brillo a l os cabellos, las decocciones de rom ero o l as fricciones con la fam osa «agua de l a reina de Hungría» son m uy recomendadas por los fitot erapeutas.
El tomillo, fi nalmente, que en decocci贸n tiene sensibl e mente las mismas propiedades, presenta adem谩s la ventaja de hacer brill ar los cabell os y facilitar su desenredado. CANSANCIO: Es el peor enemi go de l a belleza, todas l as mujeres l o saben bien. El mej or rem edio para apartar sus estigmas es, evi dentement e descansar. Desgraciadam ente, raras son las muj eres que pueden
decidir tom arse unas vac aciones en el momento en que lo desean, es decir cuando más necesi dad tienen de ellas. Para apartar el cansancio, es conveniente pues adaptar los tiem pos de descans o de que se dispone, de modo que una pueda sacar el máximo provecho de ellos. Sabemos ya que el mej or sueño, el m ás profundo, el más reparador, es aquel que se toma antes de l a m edianoc he. Aunque no sea siempre muy fácil, las mujeres de tez pálida consegui rán una buena ventaja ac ostándose lo m ás pronto posibl e, y levantándose temprano. No hay que ol vidar tam bién que el cansancio s e ve agravado por el desequilibrio en el régi men alimenticio. Se evitará pues abusar del alcohol, del tabaco, así com o de al gunas especi as que, fom entando un cierto nerviosismo, perjudican la calidad del reposo. Finalmente, se intentará equili brar los menús de la sem ana, aprovechando al máximo las propiedades energéticas de los distintos alimentos que hemos enum erado ya. Se podrá tambi én secundar útilmente esta acción de los alimentos con algunas preparaciones como éstas: — Exprimi r una naranja y un lim ón; m ezclar l os jugos; azucarar con miel; beber por la mañana en ayunas. — Extraer el j ugo de 500 gram os de espi nacas y 500 gramos de berros; conservar el l íquido obtenido en el refrigerador; beber un vaso de licor del mismo por la m añana, ant es del desayuno. CASP A: Da miedo a los hombres, y enriquece a los peluqueros, que recomi endan siem pre tratamientos complicados, caros y la mayor parte de l as veces compl etamen te inefic aces. Una receta m uy sencilla y perfectam ente ec onómica consiste en preparar, tras cada lavado del cabello, una loción con el jugo de un limón, que se complet ará con un enérgico m asaje del cuero cabelludo a fin de desprender de él todas las pieles muertas. CICATRI CES: Un grano rascado, un corte pequeño, un ara ñazo, dejan durante al gunos días unas huell as de un color rosado más o m enos oscuro y nunca muy agradables. Podrán ser atenuadas si se les dan aplicaciones diari as con una decocción obteni da a base de hacer hervir una mezcla a partes iguales de sal via, de gerani o y de lavanda. COSM ÉTICOS: En l a actualidad l as muj eres ya no preparan por s í m ismas s us cosméticos. La cosmetología moderna ha hecho progresos consi derabl es, y todos los maquillaj es que se encuentran hoy en día en las perfumerías se hallan acondicionados de tal modo que cual qui era puede encon trar el que mejor convenga a la textura de su piel. Para l as jovencitas que desean j ugar a maquillarse y no se atreven a hurgar en el armario de m amá, he aquí una receta que les permitirá colorear sus mejillas como los mayores: cortar en dos una remol acha cocida: frotar y dejar secar: reanudar l a operación tras haber c ortado una rodaja de la rem olacha en el lugar donde se ha parti do si el color rosa obtenido no es lo suficientem ente vi vo. CUL EBRILLA: Como el acné, la culebrilla es a menudo una enfermedad de j uventud, pero esto no significa en absoluto que l os adultos no puedan verse afectados. Generalm ente, su aparición es provoc ada por un régim en alim enticio desequilibrado, dem asiado rico en alcohol, en platos «pasados», como la caza, y en especias. Para c ombati rla, es pues nec esario vol ver en primer lugar a una alim entación más sana. Paral elamente, se procederá a aplicaciones de compresas em papadas en una infusión de tomill o o, simplement e, a fricciones con rodaj as de pepinos frescos. DIENT ES: Una s onrisa deslumbrante es una de l as primeras arm as de la seducción. Desgraciadamente, nuestros di en tes son frágil es. Se cubren de sarro, se vuel ven amarill en tos y, bajo los efectos del tabaco, a veces se rayan. Para que sigan siendo blancos, se puede natural ment e acudir con regulari dad al dentista, para que proceda a una lim pieza. Es además una excelente precaución, ya que el especialista aprovec hará la ocasión para veri ficar que no exista al guna pequeña caries en formación. Sin em bargo, no se debe abusar de estas limpiezas, que terminan por desgastar el esmalte. Entre dos visitas al dentista, se puede conservar toda la blancura de los dient es cepillándolos una vez por semana con bicarbonato sódico, o, mejor, frot án - dolos con un cuarto de limón. Este segundo m étodo, adem ás de eliminar el sarro y las manch as amarill as que deslustran el esmalte, desinfecta y refuerza las encías. EDAD: Di ana de Poitiers no fue la única en combatir victoriosam ente el desgaste de los años. Tuvo una antece sora en l a persona de la rei na de Hungría que, gracias a un elixir c uya r eceta l e fue comunicada por un ángel, vol vi ó a encontrar pasados los setenta años el vi gor y el resplandor de su juventud, se libró de sus reum atismos y estuvo a punto de conquistar fi nalmente un nuevo esposo. He aquí la receta de esta agua, tal como la relaciona Jean Pal aiseul (op. cit.), que la ha copiado a su vez de una obra extrem adamente antigua e inencontrabl e. «Yo, Doña Isabela, rei na de Hungría, de setenta y dos años de edad, inváli da de los miem bros
y gotosa, he utilizado durante todo un año l a presente receta, l a cual me fue entregada por un eremita al que jamás había visto, y al que no he vuelto a ver des pués, y que hizo tanto efecto sobre mí, que, al mismo tiempo curé y recuperé de mis fuerzas, y parec í de nuevo hermosa a todo el mundo, y el rey de Pol onia quiso casarse conmi go; l o cual rechacé por amor a Nuestro S eñor Jesucristo, creyendo que esta rec eta me había sido dada por un ángel: Tom ad de espírit u de vino destilado cuatro vec es (alcohol rectificado) 30 onzas (aproximadam ente 950 gram os), d e flores de rom ero, 20 onzas (aproximadamente 600 gram os);
colocadlo todo en una jarra bien tapada por espacio de cincuenta horas, luego destiladlo en un alambique al baño maría. Tom ad una vez por semana, por la mañana, una dracma (aproximadamen te 5 gramos) con algún otro licor o bebida, o bi en con carne, y lavaos con ella todas las mañanas, y frotad el mal de los miembros inválidos». El resultado, aunque «histórico», puede no ser tan espectacular. Es dudoso por otro l ado que l a actual «agua de la reina de Hungría», tal como la fabrica un perfumista inglés (Crabt ree and E velyn, 38, Saville Row, London Wl), sea el aborada según esta recet a. El propi o fabricant e acon seja además limitar al uso externo la utilización de su pro ducto. Alberto M agno, el célebre al quimista del siglo XIII da otra versión: «Metéis en un alambi que una libra y medi a de flores de romero bi en frescas, media libra de fl ores de poleo, media li bra de flores de mej orana, media libra de fl ores de lavanda, y sobre todo esto tres buenas pintas de aguardien te. Una vez bien tapado el alambique para impedi r la evaporación, lo colocáis durante veinticuatro horas en digestión en estiércol de caballo m uy caliente. Luego l o destiláis al baño maría. El uso de esta agua es tomar de una a dos veces a la semana, por la mañana en ayunas, la cantidad aproximada de una dracm a de ella, con algún otro licor o bebida, y lavarse el rostro y todos los miem bros allá donde se sienta algún dolor y debilidad. Este remedi o renueva las fuerzas, aclara el espíritu, disip a las fuliginosidades, confort a la vista y la conserva hasta la vejez dec répit a (sic.), haciendo parecer joven a la persona que l o usa. Es admirabl e para el estómago y el pecho, frotándola sobre ellos. Este remedi o no quiere ser calentado, ya se sirva de él para poci ones o para fricciones. Esta receta es la auténtica que fue entregada a Isabel, reina de Hungría. » ESPINILL AS: Estos parient es cercanos del acné pueden bastar para estropear una vel ada o el efecto de una cuidada toilette. Desgraciadamente casi no hay medi os que permi tan hacerlas desaparecer rápi dam ente. Lo m ás cómodo sigue siendo pues, disimularlas bajo el arti ficio de un maquillaje. Pero las espi nillas no son tan sólo i rritantes desde el punto de vista estético. En muchos casos son también dolo rosas, producen ardores o pic azón. Puede solucionarse fácilmente esta pequeña mol estia mojándol as con una com presa empapada en jugo de lim ón o en agua avina grada. HERP ES: Dem asiado a menudo se cree que no se trata más que de una «enferm edad psicosomática» , que desaparece cuando l os problem as psicológicos que han provocado su aparición hayan desaparecido a su vez. Es un error. En reali dad, el herpes es debi do a un vi rus que hay que destruir, y sólo el m édico está capacitado para prescribir l os medicamentos necesarios. Sabido esto, el virus del herpes pasa por períodos de acti vi dad y de som nol encia, reapareci endo ante un estado de debilitamiento físico o de trastornos psíquicos. La m ayor parte de las vec es, este despert ar es anunciado por un enrojecimiento, por una picazón y por un prurito generalizados. Las lesiones del herpes se producen siempre en los mismos lugares —en las mucosas y en el rostro —, de modo que estos signos anticipadores no pueden pasar inadvertidos, y puede detenerse la evolución de la enfe rmedad desinfectando con alcohol yodado las regi ones amena zadas. LABIOS : Hem os encontrado varias recetas para suavizar los l abios agrietados, pero tanto en bellez a como en medicina es preferi ble prevenir que curar. Para impedi r pues que la piel de los la bios se cuartee por la acción del frío, hay que evitar en primer lugar humedecerlos o mordisquearlos cuando nos hallam os en el exterior. Qui enes no em plean lápiz de labios pueden protegerlos con barras protectoras preparadas que se venden en l as farmacias y que pueden ser incol oras o ligeramente teñi das. Pero hay que saber tam bién que una simpl e fricción con un al godón embebido en aceit e de oli va posee ex actamente el mismo efecto. LÍNEA: M antener la l ínea o recuperarla es la constante preoc upación de gran n úm ero de mujeres. Para consegui rlo, es muy difícil evitar el régim en alimenticio, incluso aunque esto plantee a veces probl emas a los glotones. Hemos visto, al estudiar las di versas verduras, que un cierto núm ero de ell as permiten preparar c omidas energéticas sin sobrecargar el organismo en grasas superfl uas. Sabemos igualm ente que la sal, fijando el agua en l os tejidos, se m uestra nefasta para el contorno del talle. Para evitar engordar, pues, es necesario limitar su em pleo, as í como el de aliment os preparados como el pan, por ej empl o, que puede ser reempl azado con vent aja por una papa hervida. Para disimular l a ausencia de sal, se pueden utilizar verduras y condi ment os de aroma suficient emente poderoso, como el api o o el perejil. Un buen número de verdur as son t ambién m uy diuréticas. Facilitando l a elimi nación del agua y de los residuos, ayudan a adelgazar, al tiem po que puri fican l a tez. La mayor part e de las frutas —l a pi na fresca o en conserva y en particular las cerezas frescas — tienen las mismas pro piedades. Este régimen sin dolor podrá ser compl etado cada día con un vas o pequeño de vi no de ceboll as preparado del siguiente m odo: —Picar muy finas cuat ro o cinco c eboll as grandes; ponerl as a macerar en un litro de vino bl anco
— preferente mente tipo Aisacia—, en el cual se habrán dis uelto 100 gram os de miel; aguardar dos días agitando frec uent emen te la mezcla; filtrar y conservar al fresco en una botella bien tapada. MANCHAS ROJAS: No hay que confundi rlas con el ac né rosáceo, puesto que se elimi nan m ucho m ás fácilmente. Una mascarilla de hielo picado, contrayendo los vasos sanguíneos, ayuda a hacerl as desaparecer. Rodaj as finas de pepino, aplicadas directam ente sobre la piel, tienen el mismo efecto. MANOS: Cuando se trabaj a, cuando se cocina, se lavan l os platos, la ropa, es di fícil conservar unas manos herm osas. Se pueden por supuesto «limitar los daños» no em pleando más que detergentes reputados por
su «suavi dad». Algunas casas han centrado por otro lado toda su publicidad en el hecho de que sus productos eran tan suaves para las manos como para la ropa o l os platos. No hay que dejarse engañar por estos argum entos aparentes. Un detergente es un det ergente y, para terminar con la suciedad, debe llevar un ciert o núm ero de el ementos que atacan l a piel al mis mo tiem po que la mugre. Siendo el mal i nevitabl e, cada ama. de casa debe mentalizarse de que posee en su cocina —y por lo tanto al alcance de la mano— el ant ídot o a todos los detergentes que atacan sus manos. El limón en primer lugar, gracias al cual se puede preparar una loción que conservará toda su suavi dad pese a los trabajos más duros. Mezclar a canti dades igual es el jugo de limón, la glicerina y el agua de rosas. Masajearse abundantemente las manos cada noc he para hacerl a penetrar en la piel. El aceite de oli va, a continuación, con el cual se pueden bañar las m anos cada quince días aproximadamente. A notar que el efecto de este baño será aún más eficaz si se ha tomado la precaución de entibiar antes el aceite. MAQUILLAJE Y DESM AQUILLAJE: Los cosméticos, bases de color y otros productos de belleza fatigan la piel. En consecuen cia es necesari o quitarlos muy cuidadosamente por la noche antes de acostarse e hidratar l a piel antes de cubrirl a con l os distintos productos de belleza. E vi dent emente, se pueden encont rar en todas las perfumerías productos específicos para cada una de estas operaciones pero, como nada reem plazará nunca una preparación enteram ente natural, he aquí una receta de una leche m uy fácil de realizar y que puede servir tant o como desm aquil l adora que com o base de maquillaj e. —Pelar un pepi no grande m uy maduro y vaciarlo, pero conservando l as pepitas. Aplastar la pulpa mezclándola con m edia botella de agua, algunas gotas de agua de rosas o de azahar, un buen vaso de alcohol de 90° y dos claras de huevo batidas. Echar la preparación sobre las pe pitas del pepi no y dejar reposar durante todo un día. Filtrar con una tel a muy fina y conservar en un tarro bien tapado. OJERAS: No siem pre son el indici o de una velada dem asiado agitada, sino que pu eden s er provocadas también por un estado i ntenso de fatiga general. En este caso, por supuesto, sería vano esperar que una simple noc he de sueño devol viera al rostro su frescor y su respl andor. Por el contrario, se debe atac ar el mal en profundidad, «restablecerse» gracias a menús equilibrados y descanso. Mientras se aguardan l os resultados de este tratamiento a largo plazo, l as mujeres preocupadas por su belleza pueden atenuar estos feos síntomas aplicándoles compresas de té muy fuerte. Madam e du Barry, la favorita de Luis XV, utilizaba otro rem edi o. Tras haber cocido al gunas manz anas —con agua o al horno—, aplastaba su pul pa hasta obtener una catapl asma que aplicaba baj o sus párpados. Así conservó durante m ucho tiempo los ojos más hermos os de la corte, e vitando que l as agitadas noches que le imponía su real am ante marcasen su encantador rostro. PÁRP ADOS: Acabamos de ver cómo hacer desaparecer las oj eras. He aquí ahora algunos métodos para consegui r deshi nchar los párpados cansados. —Hacer una infusión con algunas ramas de rom ero en agua de rosas. Filtrar y aplicar como l oción. —Dilui r el jugo de un limón en un poco de agua tibia. Aplicar en loción. —Aplicar durante aproxim adament e un cuarto de hora una compresa de tomillo tibia. —Lavar cuidadosam ente los p árpados con una infusión de camomil a. PECAS: Desesperaban a Poil de Carotte, pero hicieron la fortuna de M arl ene Jobert, hasta tal punto que las mujeres que no ti enen se las di bujan hoy en día con un lápiz de m aquillaje. Pero, para que den este aire juvenil y travi eso que tan bi en va a la actriz, es necesari o que limiten s u terreno al contorno de los ojos y a las aletas de la nariz. En cualqui er otro lado, son consideradas como muy mol estas. Para eliminarl as nada mej or que l as lociones de j ugo de lim ón; o b ien lociones a base de decocción de cardillo o de perejil. PIEL: Tradicionalm ente, se distinguen dos tipos de piel es que, naturalment e, reclaman cuidados distintos. PIEL ES GRASAS: Los poros se hallan dilatados, y en general son propicias a la aparición de puntos negros. Se puede cerrar la textura de una piel grasa aplicándole compresas de té muy fuerte. En cuanto a los excesos de secreciones, que hacen que las m ejillas, la nariz y los pómulos aparezcan relucientes, pueden absorberse, como una mancha de gras a sobre un teji do, con un papel de seda. PIEL ES SECAS: Ti enen tambi én sus inconveni entes, sobre todo el principal de arrugarse mucho más aprisa que las otras. La leche de almendras dulces les devuel ve su fl exibilidad y evita que se formen arrugas, a condición de que se tom e la precaución de no agravar su desecamiento friccionándolas con colonias demasiado alcoholizadas. Num eros as hortalizas permiten preparar leches y lociones que sirven para todo tipo de pi eles, incluso aquellas que no tienen problem as, per o que de t odos m odos hay que cuidar si se qui ere evitar que
se deteri oren. La leche de alm endras es particularment e recom enda da, como hemos visto, para el trat amiento de las pieles secas. Se prepara machac ando medi o kilo de alm endras dulces, luego m ezclan do el aceite as铆 obteni do con medi o litro de leche. Esta preparaci贸n se conserva m uy bien en un frasco cerrado, sin ni nguna otra precauci 贸n. El jugo de alcaucil, obteni do m achacando las cabe zuelas de esta gran pl anta, es recomendable para las pieles grasas, cuyas secreciones regul ariza.
La pulpa de aguacate (PA LTA), muy rica en aceite, puede en cambio ser aplicada con mucho éxito como mascarilla sobre l as pieles secas, a las cuales devuel ve su fl exibilidad. Lo mismo cabe decir de la carne del pl átano, que se utiliza en los mismos casos y de una forma idéntica. La infusión de lavanda permite lim piar a fondo l os poros dilatados de las pieles grasas y eliminar, al mismo tiempo que el pol vo que se acumul a en ell os, los excesos de secreciones cutáneas. Con el aceite de oli va se puede confeccionar el m ejor y el más natural de los bronceadores. Basta para ello con mezclar unos 250 gramos de aceit e con el jugo de un limón y unas pocas gotas de tintura de yodo. Unciones regula res de esta preparación, ant es de cada exposición al sol, evitarán en pri mer lugar las quem aduras, y ayudarán luego a la piel a tomar este color dorado tan apreciado por todas aquellas muj eres que van de vacaciones a las playas. Los masajes con coral de erizo de mar dan resultados sorprendentes. Cargado de yodo y de principios minerales, esta «golosina» apreciada por todos los amant es de los m ariscos restablece el pH de la pi el y facilita l a renovación de las célul as. Gracias a la acción de este bálsamo vi viente. puede verse cómo l as arrugas se atenúan y el grano de la epi dermis se ablanda. Mezclando la pulpa de algunas ciruelas m achacadas con una cuc harada de almendras dulces, se obtiene una mascarilla de belleza que conviene perfectam ente a las piel es gras as. Una decocción de hoj as de laurel es una excelente loción que suaviza las pi eles secas. La pul pa del membrillo se utiliza como mascarilla para revitalizar las piel es grasas. El limón, el i ndispensable lim ón, está destinado evi den temente a las pi eles grasas. Aplicado en compres a, su acción astringente cierra los poros dilatados. Mezclado con claras de huevo batidas a punto de nieve, permite com poner una m ascarilla que posee el mismo efecto. Para todas las pieles, una m ascarilla a base de pulpa de uva, blanca o negra, eso no importa, será un tonificante excelent e. El tomate, finalmente, cuyo jugo, tan rico en vitami na C, constituye un excelente alim ento para las células de l a epidermis. A fin de aprovecharlo com pletam ente, basta con cortar en dos un fruto muy m aduro y muy rojo y friccionarse en érgicamente con él. PUNT OS NEGROS: Sabemos que encuentran asilo l a m ayor parte de las veces en las piel es grasas. Cont rari amente a l o que im agi nan algunas j óvenes que utilizan sus uñas com o pinzas quirúrgicas, por no decir como i nstrum entos de tortura, es muy peligroso extirpar los comedones — éste es su nom bre científico— de este modo. El resultado puede ser una infección, que no arreglará nada puesto que simplement e amenaza con reemplazar un feo punto negro con una cicatriz que no será menos fea. La pri mera precaución que hay que tomar es pues, cuando se tiene una piel grasa, trat arla del modo que acabam os de indicar. Si, pes e a l as mascarill as y las lociones, aparecen puntos negros, no se extirparán más que m edi ante una pinza especial —de venta en todas las farm acias— y tras haber tratado el rostro con una loción hecha a base de una infusión de tomill o o de té muy caliente. REGL AS: Num erosas m ujeres sufren un verdadero m artiri o una vez al mes, y se quej an de hi nchazones de vient re que afean su silueta. Tisa nas de sal via o de romero, regularizan do l a función menstrual, harán desaparecer al mismo tiem po los dol ores y las hinchazones. SENOS: Un seno, incluso joven, necesita ser tonificado. La crecient e moda actual entre l as mujeres de prescindi r del sujetador, hay que decirlo, ha teni do efectos desastrosos. Arrastrados por el peso de la glándula m amaria, los múscul os tienen tendencia a afloj arse y el seno cae. Esto no signi fica de ningún modo que haya que encorset arlo de una manera excesi vamente apretada, ya qu e entonces los mismos músculos, no teniendo ya ningún trabaj o que efectuar, tenderían a atrofi arse, y el resultado sería estrictamente el mismo. Para afirm ar un seno, pues, que empi eza a pres entar un ligero afloj amient o, se puede recurrir a una forma de ducha escocesa muy localizada, cuya acción se reforz ará m ediante compresas de jugo de limón. TRANSPIRACI ÓN: Es tan desagradabl e para una misma com o para los dem ás. Desgraciadamente, es muy difícil detenerl a en los días de mucho calor. Las farmacias están hoy en día repl etas de antitranspi rantes y antiperspirantes, pero uno no puede hacer más que desconfiar de estos productos que bloquean una secreción natural cuyo papel depurador es extremadamente importante. Para transpi rar menos, no hay pues más que una solución, y es beber m enos, incluso aunque esto parezca di fícil en verano. Una fricción de agua con adición de j ugo de limón, cierra los poros, limita igualm ente el exceso de sudor al mismo tiem po que da a la piel un perfum e acidulado que disimula el de la transpiración. UÑAS: Al igual que l a piel de l as manos, las uñas sufren con los pesados trabaj os del am a de casa. Se
mellan, se rom pen, se abren, y pueden incl uso vol verse tan frágiles que es imposibl e mant enerlas largas. Cuando se llega a este estadio, sin duda es a causa de una carencia alimentari a que las pri va de los elementos necesari os para su crecimiento. Conviene pues, antes que nada, revisar el régimen. Tras lo cual se puede buscar fortificarlas con los mismos productos que hemos encontra do un poco antes para el cuidado de las manos. —Meter durante una decena de minut os aproximada mente, mañana y noche, el extremo de los dedos en un jugo de limón. —Meter l as uñas cada noche en un bol pequeño de ac eite de oli va tibio para evitar que se abran.
La acetona pura, utilizada como disol vente para quitar el esmalte, seca las uñas y las vuel ve quebradizas. Para paliar este i nconvenient e, se puede m ezclar con un volum en i gual de aceite de oli va y la mitad de este volum en de éter. Se obtiene entonces un dis ol ven te graso particular mente efic az y que presenta la ventaj a de secarse muy rápidam ente. Así, gracias a unas recetas sencillas —todas las que hem os indicado no son tan complicadas de preparar como la famosa agua de l a rei na de Hungría—, y con productos que pueden encontrarse norm alment e en la cocina, cada m ujer puede realizar por s í misma verdaderas mascarillas de bell eza. Así que no es neces ario gastar fortunas en los i nstitutos de belleza para seguir siendo herm osa. Di ana de Poitiers, cuyo recuerdo evocamos al principi o de este capítulo, tal vez recorrería hoy en día los institutos de belleza y las clínicas especializadas en cirugía estética. Sin embargo, no es muy seguro que lo hiciera, puesto que esta dam a, que sabía «guardar siem pre razón», inclus o en pol ítica, lo cual no es decir poc o, probablem ente no confi ara más que en estos pequeños trucos, estas recetas que acabamos de dar y que sin duda eran las suyas propias. COCINA PARA UNA PAREJA FELI Z Las parej as felices, como los pueblos pacíficos, jamás deber ían tener historia. Este no es sin embargo el caso, ya que la búsqueda de la felicidad es menos fácil de lo que parece, y los hogares más unidos atraviesan todos períodos agitados, por no decir dramáticos. Así ocurri ó con aquel notario, cuya historia cuenta Paúl Vincent en L'Amour et les guérisseurs (La Pensée m oderne), que fue a consultar a León V allat, un magnetizador, a fin de que éste le ayudara a recuperar su potencia viril. Casado desde hacía veinticinco años, padre de t res hij os, el notari o constatab a amargamente que ya le era im posibl e proporcionar a su esposa esas pruebas de am or que otros se obstinan en llam ar el «deber conyugal ». Pero el hombre era fiel, y ni por un moment o pasó por su mente que una pequeña mancha en el contrato mat rimonial pudiera tal vez vol ver a poner las cosas en su sitio. «Sigo queriendo a mi muj er, le confió al curandero, pero ya no la des eo y, como no deseo engañarla, me he vuelto im potente. Tenem os tres hijos, añadió, el último de l os cual es tiene once años. Los dos prim ero s fueron deseados. El tercero fue, si puede decirse, "combinado". Tener ni ños es un pretexto para espaci ar el deber cony ugal. Ll ega quizá un mom ento en que uno le hace hijos a su esposa con tal de deshacerse de ella. Pero tan sól o tengo cuarent a y tres años; creo ser aún sólido, tener el cuerpo j oven, y sin em bargo hace más de tres años que dec epciono a Simone.» «El caso de este enferm o —explica León V allat—, es ps íquico. Desgraciadam ente, no es único. Tras un cuarto de siglo —o menos— de existencia conyugal, más de l a mitad de los hombres ya no sienten nada hacia sus esposas y, en consecuencia, se vuel ven incapaces de realizar lo que es peor que una carga: un acto extraño a ellos mismos. Les queda entonces el recurso de la infidelidad —si se consigue — o de la resignación —si les content a—...» De hecho, éste es el gran mi edo de l as parej as, el que vuel ve a los hom bres adúlteros y hace desgraciadas a las mujeres, que hace, como escri be Paúl Vincent, «que dos esposos que se adoraban se convi ertan poco a poco en hermano y herm ana y ya no se amen más». Para vencer este desencanto, rom per este hábito que arruina los años de felicidad, hombres y mujeres han dispuesto, desde los tiem pos más lejanos, de la ayuda de l os bruj os. En las misteriosas cabañas, los iniciados preparaban baj o encargo filtros y pociones que por aquel entonces se j uzgaban infalibl es. He aquí unas cuantas recetas extraídas de Alberto Magno. «No l e basta —escribe el fil ósofo—, al hom bre el hacerse amar pasaj erament e y por una vez tan sólo por l a mujer; es preciso que esto conti núe y que el amor sea i ndisol uble. Y, para ello, debe conocer algunos secretos para que la mujer no cam bie ni dismi nuya su amor. »Para ello tom aréis la médul a que hall aréis en el pie izquierdo de un l obo, haréis con ella una e specie de pomada, y la haréis oler de tanto en tanto a la m ujer, que os am ará cada vez más». Y añade: «Como sea que podría suceder que l a m ujer se cansara del hombre que no sea robusto en la acción de V enus, este tal hombre debe cuidarse no sólo con buenos alimentos, sino tambi én utilizando algunos secretos que los antiguos y m odernos buscadores de maravillas de la natural eza han experim entado. »Es preciso, dicen éstos, componer un bálsam o con la ceniza del estelión, aceite de hipérico y de algali a, y untarse con él el dedo gordo del pi e izqui erdo y l os riñones, una hora antes de entrar al combate, con lo que saldréis de él con honor y satisfacción». Todavía otra «receta», para «prot egerse de los cuer nos»: «Tomad la punta del mi embro genital de un lobo, el pelo de sus ojos y el que se halla en su garganta en form a de barba, reducidlo todo a pol vo por calcinación y hacédselo tragar a vuestra m ujer sin que ella lo sepa, y estaréis seguros de su fidelidad. La médul a de la espina dorsal del lobo pos ee el mismo e fecto». Hoy en día, y nadi e se lament a de ell o, los brujos casi han cerrado sus tiendas. ¡Además, cada vez se hace más difícil encontrar en libertad un lobo del que poder extraer todos los ingredi entes neces arios para tales preparaciones ! Pero no por ello ha disminuido la laxitud conyugal o la infideli dad, y frecuentem
ente se descubren anuncios publi citarios alabando las vi rtudes de tal o cual producto, generalment e ex贸tico, gracias al cual los maridos estar谩n protegidos contra los desfallecimient os y sus esposas, satisfechas de este modo, protegidas de la tentaci贸n.
Sin embargo, no es neces ario en absolut o ir tan lejos para buscar los medios de l a felicidad am orosa. Nuestros huertos están repl etos de verduras tan afrodisíac as como el gi nseng o el cuerno de rinoceronte molido; l os especieros están repletos de c ondim entos que tienen el mismo efecto y, a fin de cuentas, un plato preparado con ternura t endrá siempre m ás éxito con el hom bre al que se ama que no im porta cuál píl dora. Así pues, para evitar que l a vi da de l a parej a se sum erj a en la m onotonía, que s ufra l a esclerosis del tristemente famoso «m etro -trabajo-cam a», en medi o del cual no debe ol vi darse el intercalar l a tel evisión, basta con un pequeño es fuerzo. Un m antel blanc o, dos vel as, una botella de c hampán, hacen de la m ás sencilla cena una auténtica fiesta, aunque no sea Navi dad, aunque nada lo justifique. Mejor aún si nada lo justifica, excepto el simpl e pl acer de hacer feliz al otro. La sorpresa será aún mejor y los resultados m ás concluyentes, sobre todo si la espos a, como cocinera astuta, ha tomado cui dado en m ezclar a sus preparaciones culinarias al gunas de estas verduras o aromatizant es de los que hem os hablado antes indicando que aport aban un precios o estímul o al deseo amoroso. «Se puede i ntentar—escri be M arcel Rouet (op. cit.)—, operar una especie de segregación entre las plantas con propi edades estimulant es y aquellas que poseen una acción directam ente afrodisíaca, considerando que las primeras refuerzan los efectos de las segundas. Las prim er as son demasi ado numerosas para poder enunciarlas todas, pero citem os la al bahaca, el laurel, el perejil, el tomillo, el ro mero, la sal via, de las que al gunos pri ncipios, según el doctor Jean Val net, tendrían un poder dinamizante sobre las corticosuprarrenal es. Las segundas, de efectos más específicos, son entre ot ras: el aj o, el api o, la cebolleta, el cilantro, el jengibre, la menta, la aj edrea...» Todos estos alim entos deliciosamente perfum ados tie nen por segunda ventaja mantener el entendimiento conyug al. Pero atención: no hay que estropear su efecto benéfico regando demasi ado copiosam ente estas cenas suaves, bri ndando demasiado por la felicidad reenc ontra da. Tomado en pequeñas canti dades, el alcohol es también un estimulante de primer orden, pero m ás all á de una cierta dosis, trae consigo resultados estrictamente i nversos. Los buenos bebedores son raras veces unos grandes amantes, dem asiado oc upados, cuando finalmente se acuestan, en digeri r sus excesos. Dos c opas de champán, unos vasos de vi no o un pequeño cóctel hacen brill ar los oj os, enrojecer las mejillas, y traen consigo una cierta euforia. Pasado este límite, aparece el abatimi ento, la triste fatiga, por no decir el disgusto. Com o en las inundaciones, hay un umbral, un punto de alerta que debe evitarse franquear si se quieren evitar las decepciones. De todos m odos, desgraciadamente, no todas las cenas pueden ser cenas de fi esta. Ya que además habría que tem er, si éste fuera el caso, que estas cenas termi naran por tener consecuencias opuestas a las buscadas. Hem os visto, en el primer capítulo de esta obra, que una alimentación equili brada era el testimonio de una vi da sana y feliz. Pero hemos visto tam bién que el volumen de la ración alimenticia, así como su composición, debían variar en función de la edad o de la acti vidad del com ensal. De hecho, el régimen debe evolucionar a m edi da que pasan los años, de modo que siem pre tenga en cuenta la ineluctabl e reducción de l as acti vidades metabólicas. ¡Lo cual no facilita l a tarea de un am a de casa que encu entra regul arm ente alrededor de su mesa a un mari do y unos niños, a los que se añaden a veces un abuelo o una abuela! La solución, por supuesto, es componer menús equilibrados como los que citábamos en el prim er capítul o, y permitir que cada uno los complete en función de su organismo. Los niños, sobre todo, tienen necesidad de estos complem entos. El período del crecimient o es un moment o crucial en el cual l a m enor c arencia alimentari a puede tener consecuencias cat astrófic as y engendrar enferm edades, inclus o deformaciones, irreversibl es. Es pues indispensable secundar la comida famili ar con un desayuno copioso, rico en productos lácteos y en j ugos de frutas, así com o una merienda sustanciosa, que satisfaga tant o la gul a como el apetito. Muchos adol escentes, en cambio, s e ni egan a t omar esta merienda, cuando en reali dad la necesitan más que nunc a. De hecho se trata de una reacción norm al que se ñala s u voluntad de em ancipación, su deseo de mostrar que han salido de la infancia, de la cual es símbol o esa merien da. Por ello, más que forzarles a t omar esta meri enda de media tarde que no l es gusta, es preferi ble tom ar en cuenta sus aspiraciones proponi éndoles, al final de la comi da principal, los element os nutriti vos que les son necesari os. «Los glúcidos deben dominar am pliam ente la ración cal órica en el período de la pubertad, que se entiende de l os doce a los catorce años para l os niños, y de los di ez a los doce años para las ni ñas, así como durant e todo el crecimiento», precisa Marcel Rouet (op. cit.). «La asociación de frutos secos y ol eaginosas: ciruelas, ciruelas pasas, damasco, uvas, nueces, avellanas, almen dras, oli vas, puede constituir por s u ri queza en azúcares, lípidos, proteínas y vitaminas un completo forti ficante que reem place con ventaja al pastelito de m antequilla del glotón...» He aquí pues los alim entos que, presentados bajo l a form a de gol osinas, pueden constituir excelentes postres que aporten a l os organism os jóvenes todos los elem entos necesari os para un desarrollo armonioso. No vol veremos a insistir en la alimentación de los adultos, cuyos principios de base hemos dado ya
en nuestro primer capítul o. Baste con recordar que debe ser armonio samente equilibrada, ni exclusi vam ente vegetari ana ni exclusi vam ente carnívora, y que su vol umen está condic ionado por la acti vi dad física y el gasto energético más o menos import ante que trai ga consigo.
«Parece que l a frugali dad es una condición primordi al de la l ongevidad hum ana —escri be M arcel Rouet (op. cit.)—; no se ven centenari os gordos». Esto es totalment e exacto, pero la naturaleza es lo suficient emente sabi a com o para hacer que las personas de edad limiten inconscientemente, y sin que ello les propor cione una sensaci ón de pri vación, el volumen de s us comidas. Su apetito se hace menos vi vo. Las necesid ades energéticas de su organismo se ven limitadas por la falta de acti vidad, y debido a ello los alimentos demasiado ricos ya no les tientan, y acuden así a un régimen reducido que les convi ene perfectament e. Por supuesto, algunas contingencias económicas pueden agravar esta tendencia natural y, entonces, las conse cuencias de l a mal nutrición se vuel ven graves. Es tambi én M arcel Rouet quien anota que «la supresión de l a carne le quitaría al viej o este estímul o neces ario a su apetito, que a m enudo se vuel ve perezoso. La carne, por su aroma, su sabor y las preparaciones que permite, infl uye por acción reflej a en las mucosas del estómago y favorece la sec re ción de l os jugos digesti vos. Convirtiéndose cada vez m ás en un gourmet, el anciano ll egará muy pronto a buscar la calidad de los alimentos en detrimento de la cantidad». He aquí una sabia recomendación que permite a todas las m adres de famili a cuidar sin rem ordimi entos y sin temores acerca de su salud a los abuel os que vi ven bajo su mismo techo. Pero la cocina de la felicidad no es tan sólo una cuestión de abundancia, es también toda una atmósfera. Como dec íam os más arriba, una c ena sencilla a la luz de unas velas, una vez ac ostados l os niños, puede hacer ol vidar buen número de m alentendidos conyugales. Y lo que es cierto para estas cenas excepcional es lo es tambi én para todas las demás comi das que se toman dos veces al día. El nervi osismo, los reproches, los enfurruñamientos, perj udi can tanto la digestión como l a armonía familiar. Y un hombre — ¡o una mujer!— que digi ere mal se vuel ve fácilment e irascible. Hay que tom arse pues su tiempo para comer, al igual que el am a de casa se ha tomado su tiempo para preparar la comida. Además, sería ofenderla no saborear sus pl atos y em pujarla a l a vía de la facilidad que consiste, en l ugar de cocinar, en echar el contenido de una lat a de conservas en una cacerola con un poco de mantequilla derritiéndose al fondo. De hecho, ya no le concedemos la im portancia que se merecen a las comidas, o por el contrari o les concedemos dem asiada. Dem asiada importancia a estas comidas de negoci os, pretextos para desbordamientos casi bulímicos que no justifican en absol uto l as pretensiones gastronómicas de los chefs, que parecen ignorar que esta gastronom ía a la que dic en servir es un arte lleno de fi nura y de comedi miento. Dem asiada poca a l as comidas familiares y, en particu lar, a la t radicional c omida del domingo, que reunía antiguam ente a toda la famili a en torno a la misma m esa. Hoy, nos preocupam os de termi nar rápi dam ente con esta form alidad para no perdernos la pel ícula de televisión o los resultados de los partidos de fútbol. Y es una lástima. El hombre tiene la ventaja sobre el animal de haber sabido transform ar la necesidad de alim entarse en un pl acer. Actualmente está perdiendo es ta supremac ía en provecho de unas di versiones que no compens an, ni de lej os, con respecto a lo que uno se pri va volunt ariam ente. La cocina de la felicidad, la que condiciona la armonía de las parejas, no es tan sólo aquella que contiene los ali mentos que e num erábamos m ás arriba. Es también aquella que restabl ece las posibilidades de comunicación entre personas que las han perdido por culpa de su forma de vi da. Saborear un plat o es darl e las gracias a aquella que se ha tomado su tiem po en prepararlo; felicit arla por él es decirle que se ha comprendi do que adem ás de los ingredientes palpables, las verduras, las carnes, las espe cias, se ha sabido encontrar all í la ternura, l a vol untad de dar placer, el deseo de compl acerl e que se hallan subya - centes. Com er, com er bien, es un placer sensual. Muy a menudo es el preludio de otras «satisfacciones», y los grandes seductores no i gnoran la ayuda preciosa que aport a una buena comida, en un m arco agradable, a su empresa. La gastronom ía es casi inseparabl e de los prim eros encuentros, de los bal buceos amorosos. ¿Por qué, en estas condiciones, es inevitable que la mayor parte de los hombres —y también de las mujeres— imaginen que se vuel ve superflua una vez consumado el matrim onio? Como durante el noviazgo, constituye al contrari o un factor de entendimiento, un el emento de aproxim ación, en una pal abra una de l as condiciones de la felicidad.
SE LAS LL AM A MEDICI NAL ES Se llamaba Francois Dom enac h y, a princi pios del siglo XX, enseñaba l os rudimentos de la gram ática y del cálculo a los ni ños de Arles -du-Tech, en los Piri neos Orientales. Como todo m aestro de aquella época, Franç ois Dom enach era un hombre curioso hacia l as cosas de l a natural eza. Sus ratos de ocio, sus vacaciones, los pasaba recorriendo el cam po, recogiendo hi erbas, observando los animal es y los insectos, completando cada día sus conocimientos a través de l as lecciones de las cosas perm anentes. Sus alumnos, por supuesto, eran los primeros en beneficiarse de t odas estas observaciones, aunque no tomaran gran pl acer en ellas y pocos obtuvi eran un auténtico provecho. Pero el azar quiso tam bién que Franç ois Dom enac h cayera enfermo. Fue algo que comen zó con una serie de dol ores insidiosos en l os ríñones y luego, muy aprisa, el pobre m aestro empezó a sufrir un auténtico m artiri o. Cuando experim entó enormes di ficulta des en ori nar, supo que tenía cálcul os renales. En aquella époc a no se conoc ía más que l as curas en bal nearios o l a operación para acabar con una tal enfermedad. Ninguna de estas soluci ones c onvenía a nuestro hombre. La prim era debi do a que era demasiado cara y la segunda simpl emente porque at entaba a su i ntegridad física. Ante l a carencia de la medicina oficial, F ranç ois Dom enac h resol vió pues acudi r en busca de ayuda a sus buenas viej as amigas las plantas, q ue conoc ía tan bien desde hac ía tanto tiempo. Tras algunas investigaciones, descubrió que se consideraba a la albura del tilo com o un excelent e diurético, y pens ó que bajo la corteza de este árbol quizá se ocultara el remedio a sus sufrimientos. Se llama albura a la m adera tierna y blanquecina que se halla entre l a corteza y el coraz ón de un árbol, formando cada año un nuevo c írcul o en torno a este corazón. Tras varios años de investigaciones, durante los cuales experim entó sobre sí mism o las di ferentes pociones que i ba preparando, François Domenach consiguió finalmente determinar sobre qué árboles convenía retirar la preci osa mat eria, en qué m omento preciso del año había que hacerl o, cómo debía conservarla y la mejor forma de prepararla. Para resumir en al gunas pocas palabras sus trabajos, podemos precisar que l a mejor albura de tilo se recoge en el Rosell ón, en árboles que crecen entre los 900 y l os 1000 m etros de altura, cuando se produce la subi da de la savi a. Las placas de albura deben s er sec adas i nmedi atam ente al aire libre ant es de ser cortadas en bastoncitos fi nos, que pueden ser ent onces distribui dos a los herbolari os. Habi endo pues descubiert o em píricam ente este mét o do, y tras curar totalmente, nuestro maestro siguió experim entando sobre sus amigos , sus conocidos e incluso los padres de sus alumnos. Cada vez los resultados se m ostraron concluyentes, y pudo conseguir que una mayoría de enfermos pudi era aprovecharse de su descubri miento. E n 1916, pues, tras varios m eses de trabaj os, hac ía ll egar a la Academia de Ciencias de París una memoria donde resum ía sus observaciones y sus experiencias, proponiendo poner gratuitam ente su descubrimi ento a dis posición de los médicos. No se le respondió nunca. Muchos años más tarde, cuando sus herederos, como era su derecho, quisieron reclamar el document o, se les negó incluso su devolución, bajo los pretextos más fal aces. Pero, ante el silencio de las autoridades médicas François Dom enach había tomado sus precauciones, y explicado en detalle a su hermano todo lo que sabía sobre l a al bura del tilo del Rosellón. Este herm ano transmitió a su vez estas informaciones al nieto del maestro, y gracias a esta tradición familiar este último, Paúl Domenach, pue de hoy en día seguir recolectando estas lami nillas de ma dera para ali vio de l as personas que sufren cálculos de la vejiga. Las des venturas de François Dom enach frente a los detentadores de la ciencia oficial no son, desgraciadamen te, la excepción. En las altas es feras de l a m edicina, se ol vi da fácilmente que el arte de curar com enzó con el conocimiento de l as plantas, y que un producto químico, si bien puede parecer m ás eficaz a corto pl azo, no reemplaz a rá jamás a una cura a base de ingredientes natural es, los cuales no arrastran consigo efectos secundari os. Ya que n adie puede negar que l a medicina nació el día en el que uno de nuestros lejanos antepasados, habi endo descubi erto por casuali dad que una planta ali vi aba tal o cual m al, empezó a consumirla regularment e y a aconsejar la a aquellos que sufrían de la misma en fermedad que él. Hoy en día, se estima que el uso organizado de las hierbas con fi nes terapéuticos se remonta a los prehom íni dos, pitecantropos, sinantropos o africantropos. Estos seres, a medio cami no aún entre el hom bre y el animal, eran esenci alment e cazadores y rec olectores. No culti va ban, pero en cam bio sabían discernir perfectam ente en la naturaleza cuáles eran l as plantas com estibles y cuáles no lo eran. Gui ados por el mismo instinto que empuja hoy en día a nuestros perros y gatos a purgarse con alg unas hi erbas en particular, extraían de la naturaleza l os vegetal es que m ejor l es convenían. Poco a poco, aprendieron a discernir aquellos que no podían ser utilizados más que con fi nes alimenticios y aquellos que contenían virtudes medicinales. Pero lo más notable fue sin duda que comprendieron —¿tras cuántas infructuosas experi encias? —- que si bi en podían culti var los primeros para aum entar el rendi miento y suprimir l os azares de la recolección, los segundos perdían casi todo su poder desde el instante mi smo en que eran exilados de su habitat nat ural.
Es sin duda debido a esto que l os primeros m édicos, es decir los prim eros hombres que poseyeron un conocimien to profundo de las plantas y de sus propiedades, fueron l os brujos. En el s ecreto de las iniciaciones se transmitían no solam ente las fórmul as mágicas de encantamiento, sino tambi én los
«mapas» de l os lugares de recolección, as í como el calendario de las mismas. Haciendo que el medicamento sea i ndependiente de estas contingencias geográficas y estacion ales, la ciencia ha hecho ciertam ente m ucho en pro del bienestar del.... médico, que ya no tiene que preocuparse por las fechas —sal vo, por supuesto, para c omprobar que el producto no está caducado — ni por los l ugares de fabricación. Pero, dicho esto, ¿ qué s on pues nuestros m odernos terapeutas sino «i niciados» que han recopil ado, en el transcurso de l argos años de estudios, el fruto del saber de sus predece sores? Sea com o sea, es evi dente que hoy en día, en algunas regiones de Á frica o de las A ntillas, bru jos y «encantado res» siguen ej erciendo su oficio y, como herederos de esta ciencia milenari a, obtienen sin Codex ni qui mioterapi a complicada notabl es resultados. Esto es tan cierto que, desde hace algunos años, varios grandes laboratori os am ericanos y alem anes han enviado junt o a ell os equipos de especialistas que se esfuerzan, a duras penas, en penetrar sus secretos. ¿Qué ocurrirá con sus observaciones? ¿Servirán simpl e mente para poner a punto sus equi val entes químicos o, por el contrari o, representarán el gol pe de timón hacia un verdadero regreso a las m edicinas naturales? Nadie puede deci rlo, y lo único que se puede hacer es desear que l a segunda hipót esis sea la buena. Pero vol vam os a nuestros prehom íni dos que, de caza dores y nómadas, se han convertido en sedentarios y agricultores. Con su organización en comunidad aparecen los prim eros medios de una tradición escrita: signos cabal ísticos destinados tanto a apaciguar los espíritus como a transmitir a las futuras generaciones el fruto del saber. Y, muy lógicamente, tras las prescripciones cultural es son las indicaciones médicas de las plant as lo que se graba o pi nta sobre l a piedra, la madera o lo que hace l as veces de papel. Tanto en China como a orillas del Mediterráneo, hacen su aparición los prim eros tratados de m edicina. Es por ejem plo el fam oso papiro de Ebers, redactado bajo l a XV III dinastía faraónica, unos quince siglos antes del nacimiento de Cristo. Durante milenios, el arte médico permaneció profunda mente ligado a la religi ón. Así, entre los anti guos griegos, se consideraba a Chiron el centauro, hijo de Cronos, dios del Ti empo, y de una ni nfa, «el pri mer herbol ario y boticario famos o por sus conocimientos de las plantas medicinales». La cita es de Plinio el Viejo. El mérito de haber codi ficado estos descubri mientos dispersos y haber transform ado unos conocimient os empíricos en una verdadera ciencia corresponde a Hipóc rates y a Galeno, su sucesor. El primero, que siempre ha sido considerado, y sigue siéndolo, com o el «padre de l a medicina» — ¿acaso los fu turos doctores no pronuncian su j uramento antes de po der ej ercer?—, vi vi ó en Grecia, en el siglo IV ant es de Jesucristo. La leyenda, siempre ella, afirm a que era hijo de Esculapi o, dios de l os médicos, y de una mortal. De ori gen di vi no o no, dejó tras él una obra importante, entre la que hay que destacar en primer lugar el Corpus hippocratus, donde se hallan reunidas una cantidad enorm e de observaciones sobre el tratamiento de las enferm edades por los veget ales, así como sobre la ali mentaci ón de los convalecient es. Galeno, por s u parte, vi vi ó seis siglos m ás tarde —es decir, en el si glo II de nuestra era— en Roma, aunque tambi én era de origen griego. No siem pre estuvo de acuerdo con el gran maestro cuyos trabaj os emprendió la tarea de com pletar, y sus desacuerdos crearon incluso una ex presión proverbial que sirve para señal ar las incertidum bres de la medicina: «¡Hipócrates dice sí y Galeno dice no!» Una constante se mantiene sin embargo en las concep ciones de los dos hombres: el papel irreempl azable de las pl antas en el tratamiento de las enfermedades. Esto es tan cierto que se siguen llamando «preparaciones gal énicas» a los m edicam entos com puestos a bas e de plantas medicina les, por oposición a l os remedi os químicos, que la Edad Media bautizó c om o «espagíricos» o «herm éticos», debido a su origen misterioso y a su preparaci ón alquímica. Las compilaci ones de estos dos hom bres iban a ser, durante sigl os, la base de todos los tratami entos médicos, y se puede decir i ncluso que constituyen el origen de la farmaci a. Iban a beneficiarse sin em bargo (gracias a la conquista rom ana, lo cual prueba que a veces algunos males son buenos ) de l a inestimable aportación que representaban los conocimi entos de los druidas gal os, considerados también como maestros en el arte de utilizar las plantas. En efecto, contrari amente a una l eyenda difundi da dem asiado a menudo, nuestros l ejanos ant epas ados celtas eran excelentes médicos que habían sabido constituir una farm acopea muy completa y que practicaban inclus o algunas operaci ones tan complicadas como la trepanación y el inj erto. Una planta, en particular, oc upaba un lugar preeminente en su ars enal terapéutico. Era el m uérdago, l a baya s agrada que aún hoy en día entra en buen número de preparaci ones estrictamente farm acéuti cas. Estos hombres, que el i nvasor romano se apresuró a presentar como unos sal vajes impenetrables
a toda cultura, conoc ían tam bién perfectamente las propi edades de las fuentes term ales, y las utilizaban en abundancia. De hecho, fueron los legionari os veni dos del otro lado de l os Alpes los que se iniciaron e, imitándol es, aprendi eron a su vez a beneficiarse de las cualidades de las aguas minera lizadas. Luego, Europa va a sum ergi rse en lo que m ucha gente se empecina en llam ar «la noche de la E dad Media», ol vidando las catedrales y la organización pol ítico-administrati va que, en buena ley, puede ser considerada como una de las más perfectas... y en consecuencia de las más complicadas. La expansión de l a fit ofarm acia es entonces considerable. Los chinos y los egipcios nos enseñan l as propiedades del opi o, de la granada, del ruibarbo.
Los gri egos y los rom anos han defini do la utilización de las semillas del ricino, del eléboro, de l a raíz de tapsia, de la belladona y de la misteriosa mandrágora. Los galos han ap ortado el conocimiento del muérdago, de la verbena, que era para ellos la «hierba maravill osa», así com o la sal via, que era en su lengua l a «hierba sagrada». A ellos les corresponde tam bién el mérito de haber reconoci do las posibilidades de la centaura m enor, del corazoncillo y del beleño. Esta ciencia es conservada por l os cléri gos, así c omo por los al quimistas, lo cual no resulta siem pre incompati ble; com o lo prueba el ejem plo m ás célebre de todos ell os, cuya reputación sigue aún manchada por un relente de azufre. Alberto Magno, puesto que de él se trata, naci ó en 1193 en Laui ngen, a orillas del Danubi o. Su padre era un alto funcionario de la Corte Im perial. Ordenado sacerdote, se consagra tant o al estudio y a l a filosofía com o a su sac erdocio. Es él, por ej empl o, qui en forma a sant o Tom ás de A qui no, filósofo y prelado cuya piedad no puede ser negada. Pero Al berto encuentra tambi én tiempo para escribi r, pese a los num eros os despl azamientos que se ve obligado a efectuar para escapar a las cábal as desencadenadas por aquellos que le reprochan algunas amistades con el «Maligno». E vi dentemente, las dos rec opilaciones que han llegado hasta nosot ros —El Gran y el Pequeño Alberto — evidencian un ciert o ent usiasmo hacia los procedimi entos «herméticos» y, ¿por qué no decirl o? por l a brujería. Pero el segundo libro en particular demuestra un perfecto conocimiento de las pl antas. Para convencerse de ello basta con leer por ejem plo las prim eras l íneas del capítulo consagrado al heli otropo: «Los cal deos l a denominaban hi er ba i reos, los griegos m utichiol y los lati nos heliotropium. Esta interpretación proviene de helios, que signi fica «sol », y de tropos, que quiere decir «cam bio», porque esta hierba se gira hacia el sol...» O esta receta de «bol us purgante», que sigue siendo com pletam ente actual: «Tom ad casia nueva, regaliz selecto medi anam ente picado, y cuatro granos de canel a, y haced un bolus con azúc ar. Lo admi nistraréis por la m añana, tres horas antes de comer...» Un poco más tarde, en S alerno, cerca de Nápoles, una escuela de médicos —que publica en versos sus observacio nes— seguirá estudi ando y poniendo a punto remedios a base de plantas. Muy pronto fue imitada por la escuela de Montpelli er, uno de cuyos más célebres alum nos fue F rançois Rabel ais, que, antes de escribi r las aventuras de Gargantúa y Pantagruel, sostuvo ant e esta asamblea una tesis doctoral que tenía por tema las plantas medicinales. Luego vi no i nmediatam ente Pedro Aureliano Teofrastro Bom bastus von Hohenheim, m ás conocido con el nombre de Paracelso, que iba a revolucionar la medicina con su teoría de los «idénticos». El hombre nació en 1493, en Einsiedei n, en el cantón de Schwyz, en Suiza, naturalmente. Muy impresionado por el ocultismo, pensaba que el equili brio físico está condicio nado por una fuerza «magnal», en resonancia con todas las fuerzas magnal es de la creación. Es ésta una de las ideas -fuerza del ocultismo, según l a cual todas las cosas, vi vas o i nertes, emiten radi aciones, que se encuentran entre sí en un plano «astral» y se infl uencian mutuamente para bi en o para mal. Paracelso no vaciló en extraer de ello l a conclusión de que formas sem ejantes debían, s egún toda probabilidad, emitir radiaciones comparabl es y capaces pues de reforzar se en razón de su complem entariedad. De ahí su famosa teoría de los idénticos, fundada sobre el principi o de que toda pl anta parecida a un órgano era adecuada para tratar las enfermedades de este órgano. Para él, pues, la nuez, imagen de la caja craneana que alberga el cerebro, era excelente contra los dolores de cabeza, neuralgi as y migrañas; la judía (poroto -chaucha) indispensable para curar las afecciones de los riñones; ¡el cólquico soberbi o contra los callos de los pies! Algunos fitoterapeutas, y no de los m enos importantes —M aurice Mességué forma parte de ellos — siguen conce diendo todavía un cierto crédito a esta teoría. Sin em bargo, lo hacen de una forma m ás mesurada que su creador, y si bien l a admiten en al gunos casos particulares, no la convi erten en un dogma intransgredibl e. Deslizándonos así a l o largo de los siglos, llegam os ahora a l o que se ha c onveni do en denomi nar la época moderna; dicho de ot ro m odo aquell a que, dejando a un l ado las enseñanzas del pasado, no c ree más que en un progreso mal com prendi do, lo cual muy a menudo no es más que una abdicac ión de la razón frent e a las fórmul as de l os químicos. Desde principi os del sigl o XX, l a fitoterapia perdió su suprem acía en beneficio de su ri val, la quimi ote rapia. Por mucho que, en 1882, se instal ó en el núm ero 4 de la aveni da del Observatorio, en P arís, un museo medicinal que reagrupaba unas 22.000 muestras de plantas, el rei nado de los remedios nat ural es había pasado. En un primer tiempo, sin embargo, se cont entó con extraer el pri ncipio acti vo mayor de cada planta y concentrarlo. Una hierba, en efect o, encierra entre trei nta y ciento cinc uenta com ponentes, de l os cual es cada uno pos ee una acción y una potencia espec íficas. Por di ferentes procedimient os, se obtenían así medicam entos, todavía nat ural es, pero claram ente m ás potentes que las prepara ciones clásicas.
El método presentaba sin embargo inconvenientes, el primero de los cuales, y no el menor, era la necesidad, para la destilación de algunos gramos de esencia, de un volumen enorm e de plantas. Además, el medicam ento as í obtenido pres entaba la des ventaja, en relación con las decocciones antiguas, de no ofrecer al paciente más que el beneficio de una sola virtud de la plant a de la que había sido extraído, ya que todas las demás habían sido eliminadas en el transcurso de l a fase de concentración. En estas condiciones, era evi dentemente mucho más rentable ir en busca de productos de s íntesis de
naturaleza exclusi vamente química... lo cual no tardaron en hacer todos los grandes laboratorios. Lo único en l o que aún no se había pensado era en que estas preparaciones antinatu rales podían des encadenar en el organismo series de fenómenos de rechaz o, incluso envenenamientos. De hec ho, los accidentes fueron numerosos y, sin extendernos en el caso de la talidomida o del talco Morhange, se puede observar que buen núm ero de enfermos, curados por la química de una afección benigna, han debi do ser tratados inmedi atamente después por afecciones llamadas «secun dari as», pero sin embargo graves, ¡provocadas por los medicamentos que l es habían curado! En 1930, pues, se puede considerar que t odo estaba consum ado, y que l a quimioterapia había suplantado definiti vamente a la fitoterapi a. Pero el golpe de gracia contra esta última iba a ser dado el 11 de setiembre de 1941, cuando el gobi erno de Vichy prom ulgó en Francia una ley suprimi endo el dipl oma de herbol ario y estipulando que esta especiali dad paramédica des apareciera al mismo tiem po que el último titular del último di plom a expedido antes de esta fecha. Así, estos especialistas a los cuales miles de pacientes debían el haber recuperado su salud no eran mej or trat ados que... ¡l os cosecheros destiladores ! Los pocos herbolari os que subsisten hoy en día son aquell os que han pasado su examen antes de esta fecha fat ídica, es decir hace m ás de treinta y cinc o años. Son, si pued e decirse, l os últimos representantes de una «especie en vías de extinción». Otros hom bres, sin embargo, han tomado el relevo. Desafiando al Consejo de la orden de médicos, y los procesos que éste no dej a de intentar contra ell os, fitoterapeutas no diploma dos tales com o Maurice Mességué o Henri Errera siguen curando por m edi o de plant as. Algunos de ell os incluso comercializan sus cosechas. Y no son los médicos quienes se quejan de ell o. Una nueva corriente, una especie de regreso a la naturalez a, está efect i vament e apareciendo entre los médi cos jóvenes que, de modo perfectamente legal, prescriben cada vez más a menudo remedi os a base de plantas. Ya que, desde el instante mismo en que un estudiante ha sostenido con éxito su tesis y pronunciado el juramento d e Hi pócrates, adquiere el derecho de el egi r la terapéutica que mej or convenga al paciente que está trat ando. Puede así ordenar un medicamento o, por el contrario, prescribir una «preparación m agistral », es decir un remedi o que, en lugar de existir ya listo en una farmacia, s erá confeccionado sobre pedido; ya sea siguiendo las indicaciones del Codex, ya sea según una fórmula indicada por el propi o médico. Es en este momento que los conocimient os del herbola rio revisten una importancia capital. No se prepara una poción a base de plantas del mismo modo que se condiciona un medicamento químico. Ninguno de los métodos industriales em pleados en los grandes laboratorios podría dar un result ado satisfactorio. Hay que trabajar paso a paso y muy minuciosam ente. Uno d e los pocos herbol arios hoy aún en ejercicio explica el porqué: «Im aginemos, dice, que se quiere realizar una mezcla de 3 kilos de confeti de diferentes colores, y se meten des ordenadament e un kilo de papelillos amarillos, un kilo de papelillos azules y un kilo de papelill os rojos. Tras haber agitado el conjunto tanto tiem po como se crea necesari o, se di vide el total en m ontones de 30 gramos. ¿Creen que será posibl e encontrar en estas porciones tantos confeti roj os como azules y amarill os? Segurament e no, a menos que nos enc ontremos con una casuali dad extraordinari a». Así, en fitoterapi a, la cuestión de las dosi ficaciones es esencial. Cada planta, como hem os dicho, tiene una propiedad dominante m uy particular, y es la com binación de estas propiedades domi nan tes lo que da a una mezcla de plantas la eficaci a buscada. A esto hay que añadi r el que la mayor parte de l as pl antas c ensadas com o benéfic as a dosis normales pueden tener efectos desagradables, incluso vol verse peligrosas, cuando se abusa de ell as. Así, l a «gentil» camomila, si bien facilita l a di gestión cuando es bebida m oderadam ente, se convierte en un potente vomiti vo cuando es tomada con exceso. Las plant as, como muchas cosas, pueden ser l as mejores amigas del hom bre o sus peores enemigas. Es por eso por lo que es conveni ente, cuando uno se met e a herborizar, tomar al gunas precauciones. La poca cantidad de tiendas especializadas existentes empuj a en efecto a buen número de personas a recolectar y a c onservar por sí mismas las flores y las hi erbas necesa ri as para la confección de estas tisanas cuyo secreto c onoc ían nuestras abuelas y de l as que todos hemos guardado l a nostalgia. Pero esta recolección no debe ser efectuada no im porta cuándo ni importa de qué modo. En primer lugar, hay que recordar siempre que l a contami nación es un verdadero azote cuya i nsidiosa acción hace perder a las «simples» una gran parte de s us benéficas propiedades. Es pues necesari o, para que la recol ección sea buena, tanto en cantidad como en calidad, apartarse de los senderos bat idos, hui r de las zonas de culti vos intensi vos donde la tierra, regada con ins ecticidas y aliment ada con abonos químicos, ya no puede producir más que frut os semienvenenados. Es lejos de las carreteras y de los vapores de gasolina donde se encuentran las mejores plantas, aquell as que han guardado i ntactos todos sus jugos.
A veces hay que andar l argo tiem po antes de c onseguir ll egar a estos lugares pri vil egiados, pero ¿ qui én se lamenta de ello? Al encanto de l a recolección se une entonces el placer del paseo y los beneficiosos efectos de una generosa oxigenación, lo cual es el mejor modo de com enzar una cura natural. Los hombres ci vilizados que som os no deberíam os jam ás desprendernos de una cierta humil dad frente a esta natural eza. Hemos perdi do el i nstinto q ue gui aba a nuestros l ejanos antepasados y que les permitía discernir, ent re dos plantas, la c omestible de la venenosa. En los cam pos, la mortal cicuta se codea con el perejil sil vestre, y se nec esita un ojo ejercitado para diferenciarlas. Para toda ex pedi ción, pues, es prudente
proveerse de un catálogo botánico en el que se hallen descritas todas las plantas y cuyos grabados las muestren tal como son. Poco a poco, a medida que se vaya adquiri endo la experiencia, se hará m ás raro el tener que recurrir a este vadem écum, pero sería estúpi do creer que uno puede ser capaz, desde las primeras tent ati vas, de distingui r el gordol obo o la bistorta en medi o de todas las demás hi erbas de un prado. Además, com o toda «expedición», una c ampaña de recolección de medicinal es s e prepara con anticipación. Se puede ciertamente partir a l a aventura y recoger lo que se presente, al azar del paseo, pero éste no es el mejor método. Cada pl anta, en efecto, sufre variaciones estacio nales, y sus propiedades se resienten de ello. Tod as no deben ser pues recol ectadas al mismo mom ento si se quieren aprovechar al máximo sus posibili dades curati vas. En su obra Gui de pratique des plantes medicinales, Vincent d'Auffray traza un cuadro de l as distintas épocas en l as cuales convi ene rec olecta r l as medicinales más corrientes. He aquí lo que preconiza: En primavera: En planta entera, la fícari a; las raíc es de gariofíl ea, de bistorta, de levístico; flores de berenjena, de retam a, de prím ula, de endrino, de tusilago, de viol eta; brotes de álamo. En verano: En plantas enteras, la endrina, el hinoj o, el gal ega, el m arrubi o; en pl antas florecidas, la aném ona pulsatila, la mal va, el muguet e, el pensa miento sil vestre, la pimpi nel a, la pulm onaria, la santolina, la hierba cana, la verónica de l os Alpes; las hoj as de fresno, de granza, de z arza, de ajedrea, de tomillo, de tusilago; en hoj as y en tallos, el ajenjo, el api o sil vestre, el acónito, la balsami na, la bardana, la belladona, la gariofilea, la borraj a, la consuel da, el berro, la cinoglosa, el mal va visco, el hisopo, la hiedra terrestre, la melisa, el meninanto, l a pariet aria, l a vi ncapervinca, el cardillo; las flores de árnica, de borracha, de celidoni a, de madresel va, de ortiga m uerta, de pie de gato, de reina de los prados, de sal vi a, de escabi osa, de saúco y de tilo. En otoño: En plantas enteras la pequeña menor, l a fam uari a, la hierba de San Roberto, l a lec huga noci va, la saponari a; en fl ores, el gordol obo, la bugl osa, la lavanda, l a m atricari a, el hipérico, el orégano; las hoj as de albahaca, de gordolobo, de di gital, de hierba mora, de nogal, de rom ero, de t anacet o; los frutos de maj uel o, de escaramu jo, de agracej o, de enebro, de mi rtilo, de aladier na, de saúco; las semillas de cólquico. En invierno: Raíces, rizomas (se trata del tallo subterráneo de la planta que envía raíces hacia la tierra y tallos hacia el exterior) o bul bos de acónito, de énula cam pana, de bardana, de c onsuelda, de fresera, de retam a, de genciana, de m al vavisco, de brusco, de cardillo, de reonía, de rábano bl anco, de sapo nari a, de sello de Salomón, de valeriana; ho jas de muérdago; cort ezas de abedul, de arra clán, de robl e, de fresno, de torvisco, de sauc e, de saúco; brotes de pi no sil vestre. He aquí l o suficiente como para conseguir una am plia cos echa, pero conviene s abe r tam bién cómo recolectar y, sobre todo, saber conservar estas plantas, lo cual es menos sencillo de lo que parec e. En prim er lugar, hay que elegir su día y su hora. Fl ores, tallos y hoj as se recogen desde el mom ento en que el rocío que se ha depositado po r la mañana, y se ha evaporado baj o los efectos del sol. Las raíc es y los rizomas se recolectan al caer la noche. Además, se debe evitar absol utamente partir de rec olección en día de lluvia. Las razones son muy sencillas. En prim er lugar, porque l a lluvi a diluye en cierto m odo l a fuerza de las hi erbas, a continuación porque las hum edece y hace as í su secado y su conservación m ucho m ás delicados. Partir tem prano, un día de buen tiempo, y regresar tarde, son los dos prim eros pri ncipios del herbol ari o. Tomarse su tiempo es el tercero. En efecto, no sirve de nada apresurarse y recoger i ndiscriminadamente. Por el contrari o, hay que elegir las pl antas más verdes, las más vi vaces, no tomar más que las fl ores que acaban de abrirse y que los ins ectos aún no han tenid o tiem po de deteri orar, y m ani pular todo ello, ya que es muy frágil, con mucha delicadeza. Meterlas todas en una bolsa para poder llevarl as más cómodam ente es casi condenarl as al marchi tamiento y al m oho. Se deben por el c ontrario formar manoj os, que se colocarán, al regreso al coche, en el asiento de atrás o en el suelo del portam aletas. Pero, sobre todo, hay que cuidarse de actuar vandálicamente, de recoger por recoger, sin medi da y mucho más all á de las propi as necesidades, por el simpl e pl acer. Algunas plantas, como algunos anim ales, se hallan en vías de extinción, y no se debe ol vidar que cada tallo cort ado no vuel ve a reproducir se. Siempre con la misma preocupación de sal vaguardar el futuro, se debe evitar el arrancar la planta cuando la raíz no es d e ninguna utilidad en l as preparaciones que se efectuarán a continuaci ón. Éste sigue siendo el mej or método de asegurarse la recolección del año sigui ente. Una vez termi nada l a recogi da, vi ene la delicada operación del secado. De él dependerá en efecto la buena conservación y, por consigui ente, la eficacia de las medici nal es recogi das. Este secado puede ser perfectamente natural y progresi vo, o aprovechar la ayuda de radiadores o
de toda otra fuente de calor. Debe adem ás ser efectuado a la sombra, en un l ocal aireado sin rastros de humedad, a una tem peratura más o menos constante de 15°. Las fl ores deben ser suspendidas en guirnal das y las hojas en racimos. Las demás plantas deben ser
dispuestas sobre cañizos en capas lo suficientemente delgadas como para evitar que l a humedad que desprendan ocasione su putrefacción. Las raíces, más robustas, pueden ser colocadas a secar al sol. Una vez termi nado el secado, las plantas deberán ser almacenadas al abrigo de la luz, en un lugar seco. Los mej ores recipientes siguen siendo aún los buenos vi ejos tarros de loza, que presentan adem ás la ventaja de ser m uy decorati vos. Desgraciadamente, cada vez son más raros y, por ello, más caros. Se pueden encontrar sin embargo en el com ercio tarros opacos que, aunque sean menos b onitos, sirven también perfectamente para este cometido. Los boc ales de cristal pueden ser tam bién utilizados, a c ondición de mantenerl os encerrados en un armario, de modo que las pl antas que contienen perm anezcan en l a sombra. En cuanto a los botes de hojal ata, no son más que al go para sali r del paso, y no pueden ser recomendados. Todas estas operaciones pueden parecer muy complica das. No lo son en absoluto. Con un poco de costumbre, se llega muy rápidament e a reconocer las buenas plant as de las mal as, a distinguir las mej ores y a saber ex actamente por qué lugar convi ene cortar su tall o. Para aquellos que vi ven en el campo y que disponen de suficiente l ugar en su casa, el secado t ampoco presenta ningún probl ema. S ólo l os habitantes de las ciudades, que aprovec han su fi n de sem ana para ir a efectuar una recolección de plantas de salud, pueden experiment ar algunas dificultades. Pero los modernos apartam entos tienen casi todos un lugar previsto para tender l a ropa, cuya abert ura s e puede cubrir con tela de sac o por ej empl o, obt eniendo así un secadero de plantas perfecto. Así, eliminados todos los obstáculos, cada cual puede constituir este herbari o que nuestras abuel as utilizaban tan a menudo para mantener en buena sal ud a todos los habitantes de la casa. INFUSIONES Y TISANAS Estas plantas, recolectadas en el frescor matuti no, secadas con mil precauciones o, más simpl emente, compradas en el herbol ari o, se hallan ahora en sus frascos, listas para ser utilizadas en confeccionar bienhechores rem edi os. En verdad, no es necesari o ser un gran fítoterapeut a para curar, con su ay uda, l os pequeños males de todos los días. Servi rse bien de l as simples es, ante todo, una cosa muy «simple». Basta, para obtener buenos resultados, con respetar escrupul osamente las dosificaci ones y conocer perfectam ente l os diferentes modos de preparación en los cual es pueden entrar, y de los cual es enum eramos a continuación los principales. ACEIT ES: Pueden servi r tanto para confeccionar deliciosas ensal adas como para m asajes, fricciones, y a veces incluso es recom endabl e beberlos a cucharaditas. Generalmente, un aceite de plantas se prepara con el aceite de oli va vi rgen obteni do por prim era presión en frío, pero l a naturaleza del ol eagi noso empleado puede variar en función de las afecciones que debe tratar. Para preparar este aceite, convi ene emplear el mismo volumen de hi erbas, raíces o cortezas que de líquido. Se deja m acerar todo aproximadam ente un mes, luego se decanta, es deci r se hace vert er con precaución el l íquido, evitando que arrastre consigo las im purezas que se han depositado al fondo del recipiente. Esta preparación se conserva muy bien a condición de ser alm acenada al abrigo de l a luz en una habitación que no esté ni sobrecal entada ni demasiado fría. AGUARDIENT E DE PL ANTAS : Contrari amente a l os servi dos en los cafés y otros establecimientos de bebi das, este aguar diente no pos ee más que efectos benéficos para el cuerpo. A condición, naturalmente, de no abus ar de él, ya que como todas las preparaciones alcoholizadas puede embo rrachar y tener consecuencias desastrosas para el hígado. Este aguardiente, pues, se prepara haciendo hervir en aproximadam ente un litro de agua 250 gramos de plant as frescas. Tras haber dejado que el líqui do s e reduzca a l a ¿mit ad y esperado a que se enfríe, se completa l o que s e ha ¡evaporado c on m edi o litro de alcohol de 90° y se dej a m acerar algunos días. Luego se pas a la mezcla a través de una t ela que se apret ará fuertem ente a fi n de que todo el j ugo conteni do en las plantas sea recuperado. Como para la alcohol atura, se dej a reposar y se filtra de nuevo, tantas veces como sea necesario para que el líquido sea perfectamente claro y no contenga ya ningún fragmento de planta en suspensión. Luego se toma este delicioso alcohol como un aguardiente norm al, un Ch artreuse o un Bénédictine, que de he CHO llegan incluso a confundi rse con nuestra preparación. ALCOHOL ATURA: Es un m edicam ento que se toma a razón de unas pocas gotas mezcladas con un vaso de agua azucarada, preferentem ente con miel. Se prepara vertiendo s obre las plantas reduci das a fragm entos menudos un peso equi va lente de alcohol de 90°, que normalm ente se llam a alcohol puro. Se conserva el conj unto al abrigo de la luz, en una bot ella bien tapada, aproximadam ente una
quincena de días, removiendo di ari amente. Una vez transcurrido este plaz o, se filtra la preparación a través de un paño, presionando bien el «mosto» para exprimir la totalidad del jugo. Después se deja reposar el l íqui do, de form a que se decante. Se deposita entonces una especie de sedimento y basta con vol ver a pasarla una se gunda vez —utilizando un filtro de papel de los que se usa para el café — para obtener la alcohol atura.
Esta preparación puede conservars e mucho tiem po, a condición de que el recipiente que la contiene sea colocado al ab rigo de la luz y lo suficientemente l ejos de las fuentes de calor. BAÑO DE HIERBAS : Tónico, relajante, delicadament e perfu mado, el baño de hi erbas une a los beneficios de la cura el pl acer de la relaj ación. Se puede preparar de di ferentes maneras, ya sea echando en l a bañera extractos, esencias o decocciones de plant as, ya sea c omponiendo una mezcla en un saquito de gasa que se sum erge en el agua, del mismo modo en que se infusiona el té en una taza. CAL DO: Al gunas buenas cocineras van a creer que l as inj uri amos explicándoles cómo preparar un caldo, tant a es su costumbre de hac er cocer así sus verduras. De hecho, para que un caldo m erezca verdaderam ente este nombre, es obli gatorio que las pl antas hayan sido echadas en agua fría y que ésta haya sido colocada inmediatamente al fuego. Cuando llega al punto de ebullición, convi ene dejarl a hervir unos dos a tres minut os, si se trat a de un cal do de fl ores o de hojas, o un poco m ás si son l as raíc es o l as cortezas las que forman la base de la preparación. CAT APL ASMA: A menudo se la confunde con el sinapismo, cuando este último no es más que una cataplasma revulsi va com puesta esencialmente por hari na de mostaza. Una vez precisado esto, la cataplasma en general se com pone de una harina — de li no, de sal vado o de plantas trituradas— dil uida en agua fría hasta la obt ención de una pasta, luego encerrada en una m uselina. La preparación debe ser entonces ligerament e calentada antes de aplicarla sobre la piel. Una cucharadita de café de vinagre de sidra añadido a la pasta refuerza considerablem ente la acción de todas las cataplasmas. COMP RESA: Aquí tam bién tenemos una palabra cuyo sentido cree conocer todo el mundo. Sin embargo es bueno precisar que una compresa debe ser siem pre aplicada tibi a, y que debe ser cambi ada apenas se ha enfriado. DECOCCIÓN: Es, con la i nfusión, una de l as form as más corrientes de confeccionar las tisanas. Para prepararl a, se echa la cantidad requerida de la mezcla en agua fría, que se lleva en seguida progresi vam ente a la ebullición. Se de ja luego hervir m uy suavemente durante una decena de minutos, hasta que aproximadamente una quinta parte del líquido se hay a evaporado. Esta duración puede ser aumentada para las plantas duras o leñosas, las raíces y las cortezas. Es igualmente posible preparar la suficiente cantidad de decocción com o para poder utilizarl a vari os días s egui dos, ya que no plant ea ningún problem a de conservación. EMPL ASTO: Entre los niños es casi una injuria, y uno se pregunta el porqué. De hec ho, este sinónimo de cataplasma designa más especialm ente las aplicaciones hechas sin la ayuda de una tela para envol ver los ingredientes, tal como se hace por ejem plo con las aplicaciones de hoj as de repoll o. ES ENCIAS : Estos concentrados aromáticos, llamados tam bién «aceites esenciales », son obteni dos por destilación al vapor, incisión, etc., todos ellos procedimientos que no resulta dem asiado cómodo realizar uno mismo en casa. Es por eso por l o que creemos que es preferi ble dej ar a l os especialistas el c uidado de realizarlos y comprar estas esencias ya preparadas en l as tiendas especializadas. De todos modos hay que tener cui dado y comprobar que se trata real ment e de esencias naturales y no de productos de s íntesis realizados químicam ente. EXT RACTO: Como la esencia, es un concentrado, pero que es obt enido haciendo evaporar una solución acuosa. El extracto fluido se obtiene añadi éndole al extracto propiam ente dicho una cierta canti dad de agua o de alcohol, luego haciendo evaporar nuevamente el líquido hasta que la mezcla tenga el mismo peso que la s plantas que fueron incorporadas a ella al principio. El extracto blando, en cambi o, se obtiene deteniendo l a ebullición en el momento en que la preparación consigue una consistencia comparable a la de la confitura. El extracto total, finalmente, es el obtenido utilizando no tan sólo l as hojas o las flores, sino tambi én la planta entera. Com o las esencias, creem os que es preferibl e obtener estas preparaciones en las tiendas especializadas, veri ficando bien de todos modos que no contengan ningún aditi vo químico. GARGARISMOS : Consisten en bañar la garganta con ayuda de infusiones, maceraciones o decocciones, pero l o suficiente mente dilui das com o para que no ataquen l as frágiles m ucosas del fondo de la boca. HIDROL ATO: Se obtiene destilando las plantas en un al ambi que. Teniendo en cuenta el hecho de que es bastante raro que uno posea en su casa dicho aparato, creemos que, como las esencias, es preferible adquirir l os hidrolatos en las tiendas especi alizadas, tomando siem pre las mismas precauciones. INFUSIONES: Son verdaderas tisanas, y se puede decir que en fítoterapi a son las preparaciones más corrientes. Sólo que la pal abra tisana choca un poco; quizá porque recuerda dem asiado a medicamento, por lo que se prefiere habl ar de una i nfusión de m enta o de verbena. A menos que se di ga simpl emente un té o un café, los cuales, a decir verdad, no son otra cosa que tisanas de uso corriente, por no decir viciado. Una verdadera infusión no se prepara simplemente echando en una taza un pellizco de hierbas y vertiendo encim a agua a punto de hervor — nunca hirviendo—. Hay que cubrir adem ás la taza y aguardar una buena dec ena de minutos a que las plantas que se han colocado en ell a hayan entregado al agua todos sus jugos. Se puede, por supuesto, preparar una ración famili ar de i nfusión utilizando una tet era, pero si uno se
siente indi vi dualista basta con procurarse tazas especi ales para i nfusiones, provistas de tapadera, que pueden hallarse en el comercio.
INHALACIONES: La pal abra expresa lo suficientem ente claro lo que quiere decir. P ueden tomarse con ayuda de un aparato especial, que forma com o una especie de embudo por encima del recipiente que contiene el agua hi rvi endo, en la cual las plant as desprenden sus vapores. Este conducto lleva directamente a la nariz las em anaciones de l a preparación. Cuando no se posee este dispositi vo, puede contentarse con i nclinar la c abeza por encima de una cacerola que contiene la preparación hirviendo, aislándos e del exterior gracias a una t oalla colocada sobre la cabeza y que cuelgue a am bos lados de la cara. Las inhalaciones secas, por su parte, se obtienen haciendo quemar sobre las bras as de una chimenea o de una parrill a plant as arom áticas, cuyos efluvi os se respiran as í por toda la habitación. Añadamos para termi nar que el hecho de fum ar algunas plantas, sobre todo para combatir el asma, puede ser considerado como inhalaciones. INTRACTO: S e prepara de una form a com parabl e a la que hemos indicado y a para el extracto. La diferencia esencial entre los dos productos reside en la forma en que h an sido conservadas las plantas utilizadas. Una vez más, estimamos que, antes que l anzars e a complicadas operaciones, es mucho m ás razonabl e procurarse este producto en un especialista. JARABES: Básicamente, este nom bre designa una sol ución de azúcar —o mejor de miel— en agua destilada. S e le añaden luego maceraciones de pl antas, a fi n de proporcionarl e sus propiedades específicas. LAVATIV AS: Es con mucho la forma más desagradable de hacer una c ura, pero hay ocasiones en las que uno debe doblegarse. No nos extenderemos en la form a de tomarl as ni en el aparato utilizado para ell o. Precisarem os sim plemente que las l avati vas son generalm ente a bas e de i nfusiones o de decocciones y que, según los casos, de ben ser administradas calient es (aproximadam ente 35°) o frías. LINIMENTO: Todos los deportistas conocen bi en este aceite de masaje que les permite cal entar sus músculos antes de l a competición o calmar los dolores provocados por un esguince o una elongación. El linimento se prepara com o el aguardi ente de plantas, con l a única di ferencia de que, puesto que no está destinado a ser bebi do, no tiene ninguna utilidad el proporcionarle un buen sabor. LOCIONES: No son ni m ás ni menos que decocciones enfriadas y coladas para eliminar los fragmentos de plantas que han servido para realiz arlas. Las lociones son utilizadas para m asajear el cuero cabell udo, el rostro o el cuerpo, como productos de bell eza pri ncipalm ente. MACERACIONES: Com o indica su nom bre, implican una l arga perm anencia de las plantas en el líquido que se rá luego utilizado. De hecho, éstas pueden ser puestas a macerar entre un día y vari os meses, según el tipo de preparaci ón. General mente, esta mac eración se hace en un jarro de vidri o, al abrigo de la luz, en un armario o alac ena donde la tem peratura, ni dem asiado elevada ni demasiado baja, perm anezca constante. POLVOS: Todas las hi erbas, una vez secas, pueden ser reducidas a pol vo y ser utilizadas como condimento, tales como la pimi enta, el curry o la paprika. TINTURA ALCOHÓLICA: Es obteni da dej ando m acerar las plant as durante al m enos tres sem anas en aproximadamen te cinco vec es su peso de alcohol de 90°. UNGÜENTOS : Son parecidos al linim ento, aunque se presen tan casi siempre en forma sólida. Se obtienen mezclando las esencias o las decocciones de plantas a mantequill a o a mant eca no saladas. VINOS DE PL ANT AS: Pueden ser blancos o tintos, según se les exija tener virtudes diuréticas o astringentes, y es posible atenuar su grado alcohólico rebaj ándol os con agua en el mom ento en que son mezclados a las plantas que deben macerar. Pese al delicios o arom a que les proporcionan las hierbas, siem pre es preferi ble utilizar un buen vi no — pero no forzosam ente un «gran» vi no— para hacer esta prepara ción. Si se trata de vino blanco, se preferirá un tipo alsacia, cuyas propiedades diuréticas no hace falta dem ostrar. E n cambi o, si se utiliza un tinto, la elección deberá decantarse hacia un tipo burdeos, más tónico y más reconstituyent e que el tipo borgoña. Última recomendación a propósito de los vi nos de pl antas: al i gual que con los aguardi entes de pl antas, es importante no dej arse llevar por el placer del paladar y consumir más de lo conveniente, ya que entonces se corre el ri esgo de convertirse en alc ohólico creyendo estarse curando. JUGO DE HI ERBAS: Son en todo punto com parabl es a los jugos de frut as frescas, tanto a causa de sus propiedades como a causa de su form a de prepararl os. Tradicionalmen te, se obtenían machacando l as plantas en un mort ero antes de prensarlas en una tela para exprimir sus jugos. Hoy en día, los pequeños robots de cocina son de una gran ayuda, sobre todo teni endo en cuenta que, siendo l a operación lo suficientem ente rápi da, las plantas trituradas, al no perm a necer m ás que un tiempo m uy breve en cont acto con el metal, no pi erden ninguna de sus cualidades esenciales. Ahora que domi nam os mejor todos estos términos técni cos, es tiempo de pasar a los trabaj os prácticos propiam en te dichos, confeccionando algunas de estas aguas, estas tisanas o estas tinturas que siempre es bueno tener en la farm acia famili ar. Empezaremos pues con las aguas, puesto que s on l as prim eras dentro del orden alfabético:
AGUA DE BROCHI ERI: Los hombres que todavía utilizan navaj a para afeitarse, con la cual l es ocurre a veces que pueden llegar a cortarse, apreciarán enorm ement e este hemostático indoloro y con un delicado arom a a pino.
Hacer macerar durante tres o cuatro días un volum en de virutas de madera de pi no en dos volúm enes de agua, agit ando de tanto en tanto. Dej ar dec antar y filtrar. AGUA DE M ELIS A: Era un poco el remedi o milagroso de nuestras abuelas, que l o utilizaban tanto contra los vómitos como contra los espasm os cardíacos, cuando no era para desinfectar una herida. Su eficacia es tan reconocida que aún hoy en día, en la época de los antibióticos y de l as píldoras , se la encuentra ya preparada en las farmacias. Uno puede utilizar esta cóm oda solución, pero por supuesto es mucho m ás preferi ble preparars e uno mismo este alcoholato, que de hecho no pi de m ás que un poco de cuidado para resultar com pletam ente logrado. Reducir a trozos pequeños 100 gramos de fl ores de melisa, 50 gramos de cortezas de limón frescas, 80 gram os de canel a, 80 gramos de clavo, 80 gramos de nuez moscada, 50 gram os de cilantro y 50 gramos de raíz de angélica. Dejar macerar el conj unto durante una semana en 5 litros de alcohol de 90°. Filtrar y conservar en un lugar fresco. El agua de melisa se consume m ezclada con agua azucarada —siem pre con mi el, a ser posibl e—, o puede ser empleada para apres urar la cicatrización de las heri das. AGUA DE MENFIS: He aquí otro after-s have que presenta sobre el citado anteriormente l a ventaja de ser no sólo hemostático, es decir detener las pequeñas hemorragi as sanguíneas, sino de ser tam bién antiséptico, es decir, desinfectar. Es cierto que su preparación es un poc o m ás complicada, pero l os resultados compensan. Hacer una infusión, en dos litros de agua c omo m íni mo, de 50 gramos de hojas de nogal, 50 gramos de agrim oni a, la misma cantidad de centaurea, de eupatori o, de hojas de zarza, de coraz oncillo, de m enta, de albahaca, de rom ero, de tomillo, de sal vi a y de calam ento. Añadir 10 gramos de pét alos de rosa, de caléndula y de árnica. Incluir tambi én en la preparación 100 gramos de c orteza de roble, l o mismo de corteza de granada y el mismo peso de brotes de álam o. Te rminar esta mezcla de plant as incorporando 50 gram os de raíces de genciana. Filtrar y conservar en una bot ella bien tapada. AGUA DE ZARCILLOS: Recomendada para los enjuagues bucales, se prepara haciendo m acerar, en 700 gramos de alcohol de 90°, 120 gramos de hoj as frescas trituradas de codearía, 120 gramos de hoj as frescas trituradas de berros, 30 gram os de canela, 10 gram os de clavos triturados, 30 gramos de cort ezas de limón picadas, y 15 gram os de pétalos de rosa. Tras una semana, filtrar el líqui do para eliminar l os residuos de las plantas. AGUA V UL NERARI A ROJA: Debe su c olor —y por lo tanto su nom bre — a l as flores de corazoncillo que entran en s u com posición, bastant e com plicada a fin de cuentas aunque las dosi ficaciones sean l as mismas para todas las plant as que entran en ell a. Cicatriza las heridas. Hacer macerar 30 gram os de c ada una de las siguient es plantas en un litro de alcohol de 90°: fl ores de lavanda y de corazoncillo, hoj as de al bahaca, de calam ento, de hisopo, de mejorana, de melisa, de menta picante, de orégano, de rom ero, de ajedrea, de sal via, de tomillo, de serpol, de ajenjo, de tanaceto, de angélica, de ruda y de hi noj o. Filtrarlo todo al cabo de una sem ana. Es evidente que siendo la com posición de este remedio bastante com pleja, es int er esante prepararl o en gran canti dad; sobre todo teniendo en c uent a que se conserva perfectam ente bien. Es suficiente entonces, para hall ar las proporciones exactas, multiplicar el peso de las plantas por la misma cifra que l os litros de alcohol utilizados (para 2 litros, multiplicar por dos, 3 litros por tres, etc.). BÁLS AMO DEL S AMARITANO: El Buen Sam aritano, nos dice el E vangeli o, compartió su manto con un pobre. Sin duda no se t rata de l a misma pers ona que di o su nombre a esta preparación; más bi en el autor fue un hom bre de guerra, puesto que su principal propiedad es ayudar a la cicatriza ción de las heri das. Mezclar en una botell a el mismo volum en de aceite y de vi no. M ezclar el conjunto hasta obtener una precipitación homogénea. Aplicar inm edi atamente sobre la herida, que quedará desinfectada y protegi da. BÁLS AMO OPODEL DOCH: Com o el Bálsam o Tranquille, que sigue a continuación, es utilizado para calmar l os dol ores reumáticos, y también para reduci r los esguinces. He aquí l a receta, tal com o se la encuentra en Les Bienf aits des plantes (Dargaud editor): «Disol ver al baño m aría 300 gramos de jabón rallado en dos litros y medi o de alcohol de 90°, añadiéndol e 240 gramos de alcanfor, así com o 60 gram os de esenci a de romero, 20 gram os de esencia de tomillo y 1 00 gramos de am oníaco. M ezclar bien el líqui do, luego filtrar en ca liente y echar i nmediatam ente en un recipi ente de cue llo ancho para ser conservado. Se solidi fica parcialmen te. Aplicarlo en fricciones sobre los reum atismos, esguin ces, etc.» BÁLS AMO T RANQUILL E: Excelente contra los reumatismos, debe su nombre al buen abate que lo puso a punto. En un litro de aceite de oli va, cocer suavemente al gunas hoj as frescas de belladona, de bel eño, de hierba de mora, de tabaco, de dormidera y de estamoni o. Al cab o de aproxim adament e una
hora, se constata que el aceite ha tom ado una hermos a tonali dad verde, y ya es tiempo de detener la cocción. Se filtra ent onces el l íquido obteni do y se almacena, tras haberle añadido al gunas gotas de esencia de aj enj o, de hisopo, de mej orana, de menta, de ruda, de sal via y de tomillo. ELIXIR DE GARUS: P recioso para la digestión, se obtiene haciendo macerar durante dos a tres días 5
gram os de áloe, 5 gramos de clavo, 5 gram os de azafrán, 5 gramos de mi rra, 10 gramos de nuez m oscada y 50 gram os de canel a en 5 litros de alcohol de 90° a los cual es se habrá i ncorporado 200 gramos de agua de azahar. Tras filtrarlo, se añade al l íquido obteni do una vaina de vai nilla para darle m ejor sabor, y 500 gram os de jarabe de cul antrillo para suavi zarlo. JARABE DE ART EMISA: Todas las muj eres que tienen re glas di fíciles deberían tenerlo en su botiquín. En efecto, este jarabe regulariza la función menstrual, al mismo tiem po que at enúa los dol ores y devuel ve el vigor a aque llas que se sienten agotadas por estas indisposiciones peri ó dicas. Echar en un kilo de miel, al que se habrán m ezclado 2,5 kilos de azúcar, unos 200 gramos de flores de artemisa, la misma cantidad de m enta poleo, de nepetacataria; añadir 100 gram os de mejorana, de matricari a, de albahaca y de ruda; añadi r tam bién 20 gram os de raíces de énul a cam pana, de hi noj o, de anís y de canela. Hacerlo cal entar todo hasta obtener un líqui do ligeramente espeso. Filtrar y conservar al abri go de la luz. Una cucharada sopera de esta preparación por la mañana y otra por la noche ayudan a atravesar este período di fícil para muchas muj eres. JARABE DE RUIBARBO: Ha ayudado a generaciones de niños a no tener probl emas i ntestinal es, y podrá continuar aún durant e mucho tiem po cumpli endo con este papel. Hacer una infusión, en un litro de agua, con 200 gramos de ruibarbo y 20 gramos de canela. Filtrar y añadir 1,5 ki los de azúcar. Recuperar el ruibarbo y l a canela y añadi rles 20 gramos de raíces y 300 gramos de hojas de achicori a, 100 gramos de fum ari a, 100 gramos de hoj as de escolopendra y 50 gram os de bayas de alquequenje. Echarlo todo en 5 litros de agua hirviendo. Dejar macerar durante medio día, pasar, y añadi r 2 kilos de azúcar al l íqui do. Mezclar los dos jarabes y filtrar de nuevo. Una c ucharada sopera de este jarabe tomada por la noche t endrá unos efectos incontestabl es a la mañana sigui ente. JARABE DEP URATIVO: Se trat a, de hecho, de un jugo de hierbas obtenido m achacando, en cantidades igual es, hojas frescas de achicoria, de fum aria, de berro y de le chuga. Para m ejorar su sabor y para que la preparación merezca verdaderam ente s u nombre de jarabe, se l e puede añadi r tanta miel com o se desee. POCIÓN DE T ODD: Los aficionados a l as bebidas ex óticas podrían pensar que se trata de un ponc he. De hecho, es un precioso estimul ante para combatir l as depresiones conse cutivas a los estados gri pales. Echar 30 gramos de jarabe de azúcar en aproximada mente 50 gram os de ron. Arom atizar con 5 gramos de tintura de canela y diluir ampliament e con agua. POLVO IMPERIAL D E L ÉM ERY: Se halla perfectamente en su l ugar en todas las preparaciones que recomendábamos en el capít ulo dedicado a la c ocina de la felicidad, en la medi da en que ayuda a la digestión al tiem po que despierta l os ardores amorosos. Para fabricarl o, la c ocin era picará 40 gram os de canela, 30 gram os de jengi bre, la misma cantidad de cl avo, 10 gram os de nuez moscada y, si puede obtenerl o, 70 gram os de almizcle. Tras lo cual le bastará echar una pulgarada pequeña sobre el bistec (bi fe) del hom bre de su vi da para que éste recuerde de pronto que siempre la ha encontrado muy deseable. POLVO PARA F AVORECER LA EXPULSIÓN DE LOS GAS ES INT ESTINAL ES: Espol voreado a pequeñas dosis sobre las carnes, a las cuales proporciona un muy buen sabor, este pol vo puede evitar tanto las hi nchazones como l os dolores de vi entre. Se obtiene m achacando 50 gramos de granos de anís, la misma canti dad de cilantro y de hinojo, 10 gramos de canela, la misma cantidad de cortezas de limón secas y de cortezas de naranja, 50 gram os de clavo y la mi sma cantidad de rui barbo. TÉ DE S AINT -GERMAI N: ¿ Tenía el conde de Sai nt-Germai n la edad que pretendía? Algunos lo siguen creyendo, pero es dudoso que una longevidad t an excepcional com o la suya pudiera ser debi da a la tisana que aún lleva su nombre y que era apodada igualmente «pol vo de larga vi da». Hacer m acerar durante algunos días 10 gramos de hoj as de sena en alcohol de 90°. Luego hacer evaporar este alcohol y recoger el pol vo obtenido. Reducir igualmente a pol vo 5 gram os de fl ores de saúco secas, la misma cantidad de granos de anís, así como de hi noj o. Com poner con ell o una infusión y preparar como un auténtico té. TINTURA DE ÁRNI CA: Diluida en un vaso de agua, estimul a poderosam ente la ves ícula biliar, y facilita así la digestión y la asimilación de los aliment os. Hacer macerar durante un m es un puñado de flores de árnica, canel a, y granos de anís, en alcohol de 90°. Pa sar y conservar al abri go de la luz en una bot ella bien ta pada. TISANA REAL: Si, como se dic e, los reyes hicieron Francia, tam bién consiguieron l a reputación
de hacer buenas comidas, lo cual no dej ó de ocasionarl es algunos empa chos. Hasta tal punto que un herbol ario, cuyo nom bre se ha perdido desgraciadamente, compuso para ayudarles una tisana que, aún hoy en día, es llamada real. Hacer m acerar durant e veinticuatro horas 20 gramos de sena, 20 gram os de hojas de perejil y 20 gram os de sulfato sódico en un litro de agua. Añadir a la preparación 5 gram os de cilantro y 5 gram os de granos de anís, así como
un limón cortado a rodaj as. Filtrar y beber ant es de acostarse. VINAGRE DE LOS CUAT RO L ADRONES : Eran, dice l a leyenda, cuatro hombres sin escrúpul os que aprovecharon una epidemia de peste para entrar a saco en Toulous e y robar sin ninguna vergüenza las casas de los desgraciados enfermos. Lo más sorprendente es que nunca resultaron contami na dos, y que luego pudieron gozar apacibl emente del pro ducto de sus rapiñas. La histori a podría resultar inm oral hasta el final si nuestros cuat ro ladrones, para evitar la horca, no hubi eran dado a conocer el secreto que les había preservado, para m ayor provecho de la doli ente humanidad. Simplemente embadurnaban sus cuerpos, antes de cada expedición, con una preparación cuya receta es la sigui ente: Hacer macerar en 4 litros de vi no blanco, durante una sem ana, 50 gram os de flores de aj enjo mayor, 50 gram os de ajenj o póntico, 50 gram os de romero, 50 gramos de lavanda, 50 gramos de sal vi a, 50 gramos de ruda, 10 gram os de canela, l a mism a canti dad de clavo, así como de rizo ma de ácoro, de nuez m oscada y de aj o. Pasar luego todo ello y añadi rle al l íquido así obteni do m edio litro de vina gre de alcohol en el cual se habrán disuelto 20 gramos de alcanfor. De acuerdo, las epidemias de peste son cada vez m ás raras. El vinagre de l os cuatro l adrones, excelente desinfec tante, manti ene sin em bargo toda su utilidad, ya que ayuda tam bién a eliminar l as contusiones. Añadam os a ello que su poderoso olor l o hace a m enudo preferibl e a las clásicas sales para reanimar a una persona des vanecida. Vinagre de l os cuatro ladrones, tisana real, té de Sai nt-Germai n, bálsamo del S amaritano, he aquí nom bres poéticos para preparaciones m uy eficaces. Nom bres ade más mucho más atracti vos que los horribl es neol ogismos con que son etiquetadas nuestras modernas especi alidades farm acéuticas. Los médicos de Moli ère consideraban una cuestión de honor el utilizar un lat ín de cocina — ¡en s u caso la expresión adquiría todo su sentido!— que les servía tant o para im presionar a sus pacientes com o para disimular su i gnorancia. Sus sucesores, si bien son sin la m enor duda más competentes, no por ello emplean m enos un lenguaj e tan inc omprensibl e como el suyo para el profano, com o si fuera absolutam ente necesari o que el art e médico se disimul e tras una pantalla de fórmul as abstrusas para ser operaci onal. ¡Qué encanto podrían tener en cambi o sus recetas si prescribieran algunas de las preparaciones que acabam os de estudi ar! A CADA MAL S U REM EDIO El di vino Aquil es iba a m orir. Tendi do bajo su tienda, se m asajeaba sin descanso el tal ón donde se había clavado la flec ha disparada por París, o m ás bien por el propio A polo, el cual, para abatir al héroe, había tomado l a apariencia del troyano. Pues no era fácil alcanzar al guerrero griego. A su nacimiento, Tetis, su madre, lo había sumergi do en el Estix, el río d e los Infi ernos, a fi n de que ninguna herida pudiera serl e nunca infligi da. Pero, como había sido necesari o que lo sostuvi era, lo había sujetado por ese fam oso talón, el cual, no habi endo gozado de la protección de las aguas mal ditas, era su único lugar vulnerable. Era allí donde había disparado el di os del Sol, a fin de vengar a Héctor, cuyo cuerpo, sujeto det rás del carro de su vencedor, había sido arrastrado por tres veces al rededor de las murall as de la orgullosa Ilion. Ahora era el turno del gri ego sufrir, mi entras aguardaba a que el veneno en que había sido untado el dardo que lo había golpeado hiciera fi nalm ente su efecto. Fue entonces cuando el herido recordó una pl anta m aravill osa cuyas vi rtudes le había enseñado su maestro, el centauro Chiron. Envió a un esclavo, que hizo una gran recol ección. A su regreso, ordenó la confección de empl astos, que aplicó sobre l a herida. Muy pront o la hemorragia c esó, y los dolores desaparecieron. Desgraciadamente, la aquil ea — puesto que desde entonces esa hi erba arom ática lleva el nombre del val eroso sol dado— no podía servi r de antídoto al veneno que ya s e había extendi do por todo el c uerpo del m oribundo, y Aquil es fue a reuni rse con l os dioses. Lo cual prueba que, si bien se pueden pedi r muchas cosas a la fítot erapia, no se le puede pedi r lo imposibl e; es decir que, puesto que cada pl anta tiene virtudes m uy particulares, no se puede pedi r de ellas que constituyan un remedio uni versal. Así, tras haber analizado las propiedades de l as di ferent es verduras, vamos a estudiar del mismo modo l as de las plantas medicinales propi amente dichas, tanto de todas aquellas que puede recolectar uno mismo com o de aquellas otras que únicamente pueden encontrarse en una herboristería. ABEDUL: La Edad M edia l o había apodado el «árbol de la sabiduría», ya que eran sus flexibles ramas lo que utilizaban los maestros para corregi r a sus alumnos (tanto como sus
deberes). Pero las cualidades del abedul no se limitan ahí, sino que en l a prim avera proporciona una savia diurética y excelente contra las enferm edades de la piel. Las hojas, una vez secas, permiten preparar l íqui dos que tienen sensibl emente las mismas propiedades. Así, en dec occión, proporcionan baños excelentes cont ra las enferm edades de la pi el. En infusión (de 30 a 50 gram os p or lit ro de agua), combaten los cólicos nefríticos, la gota, los
reum atismos y la hidropesía. La corteza, final ment e, permit e preparar un vino febrífugo. Para obtenerl o, basta con dejar macerar de 50 a 60 gramos de esta cort eza en un litro de vino durant e ocho días, filtrarl o, y aromatizarl o al gusto. ACEBO: Este arbusto siempre verde es un excelente febrífugo y, en l as regi ones pantanosas, se inmuniza contra las fi ebres intermit entes con el sigui ente vi no: Hacer macerar 50 gramos de hojas de acebo frescas machac adas en m edio litro de aguardi ente; añadirle un litro de vi no blanco seco, dejar macerar de nuevo durante veinticuat ro horas; filtrar. ÁCORO: Fueron los tártaros qui enes, en el siglo XIII hicie ron descubri r a la Europa ori ental las propiedades de esta caña. Quizá fue él quien l es ayudaba a l anzar su potente grito de guerra, tan terrible para sus enemi gos, ya que su principal virtud es la de aclarar la voz. Se le encuentra en las zonas pantanosas, como todas las cañas, pero es su raíz la que hay que recolectar para confeccionar con ella las decocciones utilizadas en garga rismos. ACHICORI A SILVESTRE: No segui remos a los «creati vos» de las grandes agencias publicitarias cuando afi rman que la raíz de la achicoria torrefactada reempl aza ventaj osamente al café, además de eliminar sus propi edades perjudiciales. De hec ho no consi gue más que desnaturalizar su sabor sin aportar nada nuevo a la salud, si no es hacer amarillear la tez hasta tal punto que aquellos que abusan de ella llegan a dar la impresión de sufrir de ictericia. Las hojas, en cam bio, tienen notabl es virtudes tonifi cantes, depurati vas y diuréticas. Su amargor, lej os de ser desagradable, realza por el contrario las ensaladas un poco sosas com o la lechuga, y un buen medio de hac er una cura es mezc larlas con las comidas. AGRACEJO: Este arbusto proporciona unas bayas comestibles gracias a las cuales puede componerse una decocción, un jarabe, una jalea, una confitura y un vino. Todas estas preparaciones permiten hacer baj ar la fiebre y termi nar c on al gunas afecciones pulm onares. Las personas que sufren trastornos de la circul ación sanguínea, as í como aquellas cuyo hígado y ves ícula bili ar se hallan obstruidas, pueden también conseguir un ali vi o seguro con esta cura. El vino de agracejo s e prepara ponie ndo a mac erar durante varios días de 50 a 60 gram os de bayas trituradas en un litro de vi no. Tras haberl o filt rado, se aromatiza según el gusto y se toma un vas o ant es de cada comida. La corteza de las raíces permite realizar una decocción (una cucharada s opera por cada t aza de agua) sin duda m ás eficaz que el vi no cuya composición acabamos de indicar. AGRIMONI A: Ya mencionada en el fam oso papiro de Eberg, «publicado» en Egipto veintiséis siglos antes de Jesucristo, fue considerada por todos los autores clásicos, de Galeno a Matthiole, pasando por Dioscórides, como una especie de panacea. En todo caso es indudable que se revel a excel ente contra todas las afecciones de la boca y de la garganta, y que sus propiedades diuréticas la convi erten en un rem edi o apre ciado contra l os cólicos nefríticos y los trastornos del riñón. Muy corri ente en el s ur de E uropa, y ergue sus tallos rojizos y velludos a lo l argo de las laderas y en los bosques. Sus flores am arill as con cinco pétalos se presentan dispues tas en espiga en l o alto de es e tallo. Es utilizada en gargarismos haciendo hervi r aproxima damente 50 gram os de la planta entera en un litro de agua, o en infusión (de 15 a 20 gramos por litro de agua). AJENJO: En l a Bibli a, simboliza l as pruebas de la vi da, tan grande es su am argor. Esto no im pidió a nuestro sigl o XIX extraer de él una bebi da, aperiti va, evidentem ente, pero que causaba tales estragos —y no solam ente entre los poetas — que en 1915 tuvo que ser prom ulgada una ley prohi biendo su fabricación. Crec e al borde de los cami nos y en el m onte baj o, seco y guij arroso. S us hoj as son de un col or gris blanqueci no, recubiertas de un vello sedoso. Las flores am arillas, pequeñas y globul osas, se reúnen en racimos. Galeno la tenía ya por un tónico poderoso. Los médicos de la escuel a de Sal erno la recom endaban contra el mareo, añadiendo que tenía el poder de al ejar a l as serpi entes —l o cual es posible— y también el de atenuar los efectos del veneno, lo cual es menos cierto ya que no precisaban qué tipo de veneno. Aún hoy en día se l e atribuyen propi edades antifebril es, aperiti vas —esto lo sabem os—, digesti vas, hepáticas, vermífugas y emenagogas, es decir que facilitan las reglas. Puede prepararse de varias maneras, en infusión (5 gramos por litro de agua), en cerveza y fi nalm en te en vino. Preferim os este último método que, además de disimul ar el amargor de la planta, es tan conveni
ente para curar el hígado como para expulsar las lombrices intestinales o ayudar a las muj eres a tener fácilmente sus reglas. En un litro de vino blanco, hacer macerar durante una sem ana 120 gramos de flores secas de aj enj o, 30 gram os de rosas de Provi ns secas y 5 gramos de canel a. Filtrar a través de un paño apretando bien para exprimir todos los jugos y aromatizar con 400 gram os de miel. Tomar un vaso de licor antes de las comidas. ALQUEQUENJE: Sus frutos en form a de farolillo veneciano le han valido numerosos sobrenom bres y también el ser considerada por los sostenedores de la teoría de los idénticos como uno de los mej ores remedios contra las afecciones de la veji ga. Es perfectamente exacto que se trata de un pot ente di urético capaz de ali vi ar l a gota, l os dolores articulares, los reumatismos, y ayudar a evac uar l os cálculos del riñón o de la vejiga.
Se prepara en decocción (tomar vei nte bayas frescas o cincuenta bayas secas y echarlas en un litro de agua. Dej ar hervi r a fuego suave durante vei nte minutos. Esta ración es conveni ente para un trat amient o de veinticuatro horas). ALQUIMILLA: Se dice que debe su nombre a los alquimistas, que acudían con gra n secreto a recoger el roc ío que cubría sus hoj as. Pero la Antigüedad le at ribuía otras virt udes, entre l as cuales l a más preciosa era restituir su vi rgini dad a las jóvenes im prudentes que se habían dej ado galantear con demasi ado entusiasmo antes de su m atrimonio. Es cierto que su fuerte conteni do en tanino hace de ella un astringente de primer orden... Sea como sea, si se si gue utilizando aún en gi necol ogía no es precisam ente con esta finalidad. La alquimilla crece en los prados húmedos y los bosques. Se reconoce por sus hoj as en dientes de sierra y por sus flores verdosas. Una decocción realizada con 100 gram os de planta entera en un lit ro de agua permite realizar inyecciones ginecológicas desinfectantes. En infusión (20 gramos de planta seca por litro de agua), se revel a tónica, depurati va y febrífuga, al mismo tiempo que calma las inflam aciones del estómago y del intestino. AMAP OLA: Pertenece a la familia de la adormidera y no hay que sorprenderse si su principal cualidad es la de calmar, principalment e las toses rebel des. Son los pétalos de la am apola los que se utilizan para preparar tisanas sedantes que son perfectamente adecuadas para l os niños. Su recolección es delicada y, si se qui ere evitar que se ennegrezcan, es preferibl e ponerl os a secar cerca d e una fuent e de calor tras haberlos extendi do sobre un papel de seda. AQUILEA: No vol verem os al ali vi o que aportó a Aquiles, excepto para precisar que esta leyenda es invali dada por otros rel atos mitológicos según los cuales el héroe gri ego la habría utili zado no para curarse, sino para curar las heridas de sus compañeros. Sea como sea, la aquilea, a la que se llama tam bién milenram a, hierba de los carpinteros o hi erba de l os soldados, crece un poco por todas partes en F rancia, en los prados y en los bosque s. Se reconoce por su gran núm ero de hojas, así como por sus pequeñas fl ores blancas agrupadas en racimos al extrem o del tallo. Además de su acción hem ostática, es considerada como un remedi o es pecífico contra los trastornos de la circula ción sanguínea y de las mucosas. Para detener una hem orragia beni gna y acti var l a cicatrización, basta con aplicar sobre l a herida un emplasto de hojas trituradas. Com pres as em bebi das en infusión (20 gram os de aquil ea para medio litro de agua) ali vian igualment e los dolores producidos por las hem orroides. ÁRNICA: He aquí una planta que no hay que recom endar a las mujeres encintas, si es que des ean conservar su hijo. Ya que, contrari amente a la artemisa, la árnica, que tomada en dosis excesivas provoca náuseas, convulsiones e incluso form as atenuadas de parálisis, es un auténtico aborti vo. De todos modos, su tintura, dil uida en al menos tres veces su vol umen de agua, ali via l as contusiones y evita la formación de hematomas. ARO: Esta maravill osa fl or puede ser utilizada para preparar emplastos excelentes contra los abscesos y los forúncul os. Hacer cocer al horno un peso i gual de hoj as de aro y de acedera envol vi éndol as en hoj as de repollo. Machacarlo todo e incorporar el pol vo así obteni do a un bloque de m anteca de cerdo par a obtener una pasta maleable. Aplicar por la mañana y por la noche. ART EMIS A: F ue A rtemisa la cazadora, diosa de l a Luna para l os gri egos y también protectora de las mujeres, quien le dio su nombre. El hecho es que, com o su primo el ajenjo, ayuda a regular izar l as funciones fem eninas. Se sostenía i ncluso, en la Edad M edia, que tomada a fuertes dosis podía tener efectos aborti vos. Es cierto que tam bién se le at ribuía l a facult ad de traer la fortuna, de al ejar el rayo y de proteger a los viaj eros. Se la encue ntra en los barrancos, en las laderas y en el borde de los riachuel os, donde levanta su alto tallo (más de un metro de alto) de flores muy recortadas. Las mujeres que tienen al gunos pequeños probl emas menstruales notarán ali vio realizando una vez al mes, en el momento di fícil, una cura de su infusión (30 gram os de fl ores secas para un litro de agua). ARRACL ÁN: Es la corteza de este arbusto l o que se utiliza, pero únicamente después de haber sido secada, ya que, fresca, se muestra como un potente vomiti vo. D esde hace varios años, en cam bio, es utilizada com o purgant e en decocción ligera (aproximadamente 100 gramos del pro ducto para un litro de agua, que se llevará a ebullición durante una decena de mi nutos para dej ar reposar l ue go durante varias horas a fin de que los pri ncipios acti vos de la plant a se disuel van bien). ASPÉRULA OL OROSA: ¡Curios a florecilla, que debe su nom bre a un perfume que no desprende m ás
que después de estar muerta y seca! Crece y florece en prim avera en el inte rior de los bosques húme dos, donde form a, según pal a bras de un botánico un poco poeta, «vías lácteas en mi niatura». Muy buscada antiguamente en Alsacia y en Alemania, donde era utilizada para fabricar el Maitrank , o «vino de m ayo», hoy en día no es utilizada m ás que en infusión como diurético y en decocción para combatir las enferm edades de l a mujer. Para obtener este fam oso vi no de mayo, hacer macerar durante una semana un buen puñado de aspérulas frescas en un litro de vino li gero, luego filtrar. Esta bebida perfumada es parti cularm ente refrescante, siendo además muy tónica.
Para una infusión, echar algunas briznas de l a pl anta entera fresca, en el mom ento en que apenas acaba de fl orecer, en una taza de agua. No dej ar infusionar más de cinco minut os. En decocción, utilizar 50 gramos de pl anta s eca por un litro de agua. Administrar en i nyecciones vaginal es para combatir la metritis. AZUCENA: Todos los heráldicos están de acuerdo en que no es l a azucena l a que, estilizada, se halla representada en l os escudos de armas de l a famili a de F ranci a, sino el liri o amarillo. Esta usurpación de nombre fue hecha en favor de una contracción que, de «flor de Louis» —fue el rey Luis VII el Joven quien introdujo la pl anta en su blasón— di o «fl or de lis». El verdadero liri o bl anco o azuc ena no pierde nada con esta precisión histórica, ya que sus propi edades medicina les, en uso externo principalment e, han sido siem pre reconocidas. Para curar l os abscesos y l os furúncul os, hacer cocer al horno o bajo las cenizas un bul bo previamente envuelto en papel m ojado, luego en una hoj a de papel de al umini o. Machacar e introducir en una tela fina para confeccionar as í una cataplasma. Se puede tambi én cocer el bulbo en l eche. Los emplastos de pét alos de azucena macerados en aguardiente aceleran la cicatrización de las pequeñas heridas. BARDANA: Hace la delicia de los niños, que se bombardean con sus frutos, los cuales se enganchan tanto en s us ropas como en sus cabell os. Pero es tambi én un remedio muy apreciado desde que el rey Enrique III se vio libre, gracias a ella, de una sífilis que le corroía. Buen núm ero de autores han puesto en duda esta curación, estimando que las virtudes antibi óticas de la planta, por reales que sean, no eran lo suficientem ente pot entes com o para conseguir tal resultado. Parece sin emb argo que s e hallan en un error, ya que Jean Palaiseul (op. cit.) i ndica que el doctor Cazin consigui ó, únic ament e con la ayuda de una c ura de bardana, resol ver un caso de sífilis terciari a. De todos modos, si uno se ve afectado por esta temibl e enfermedad, es con mucho preferibl e acudir al médico antes que al herbol ario. En cambio, los empl astos de raíz fresca reducida a pulpa curan muy rápidamente los furúnculos. En decoc ción, hace desaparecer las enfermedades de la piel; en alcoholatura, calm a rápi dam ent e las crisis de gota. BOJ: En las regiones donde no crece el oli vo, son las ramas de este arbusto las que son utilizadas el día de Ramos, y se descubren frecuentem ente entre l as familias creyentes hoj as de boj bendito colgadas a la cabecera de l a cam a. Como planta m edicinal, es utilizada principalmente en decocción (de 20 a 30 gram os de hojas frescas o sec as para un litro de agua) a fin de reempl azar l a quini na para hacer bajar los accesos de fi ebre, pal údica o no. BOL DO: He aquí una planta que nadi e podrá descubrir en las praderas de nuestra vi eja Europa, ya que crece exclusi va mente en Chile, en l a zona cent ral del país. Pero todos los buenos herbolarios están abundantem ente provistos de él, con gran fort una de aquell os que sufren del hígado. En infusión (al gunas hoj as en medi o litro de agua), combate las insuficiencias hepáticas, al tiempo que el aparato genitourinario se beneficia de su poder antiséptico. A notar que el boldo, siendo rel ati vam ente amargo, conviene mezclarl o con otras plantas para obtener una infusi ón que sea bebibl e, o al menos endulzarl a abundante mente con una miel muy aromatizada. BORRAJA: F ueron l os cruzados quienes introduj eron su uso en Occidente y, adem ás, su nombre origi nal árabe signi fica «padre del sudor». Durante si glos ha sido utilizada como pl anta m edicinal y tam bién como verdura, y su sabor recuerda, al parecer, el del pepino. En infusión (una cuc haradita de café de fl ores secas por taza), com bate las inflam aciones de l as vías respiratori as, así como las nefritis. BREZO: Proporciona la madera con la que se fabrican las pi pas, y sus flores secas, tomadas en infusión (de 30 a 40 gramos para un lit ro de agua) son un poderoso diurético al mismo tiempo que un excelente desinfectante de las vías urinari as, a utilizar para eliminar l as secuel as de al gunas enferm edades venéreas tales como la blenorragia. CAL ÉNDUL A: Esta pl anta, llam ada tambi én m aravilla, «que mantiene sus flores hasta bien entrado el invierno», com o escribía Oli vier de Serres, es adecuada tanto para el t ratami ento i nter no com o para la aplicación externa. En infusión (de 30 a 40 gramos de flores por un litro de agua), cura las obstrucciones del hígado, las ictericias y los trastornos de la menstruación. Machacadas, sus flores frescas constituyen una excelen te cataplasm a cont ra l os sabañones o para ayudar a las pequeñas heridas a cicatrizar. CAM OMILA: Esta fl orecilla blanca o amarilla, según tenga derecho al cali ficati vo de rom ana o de alemana, es una verdadera panacea. Se puede, en efecto, contar con ella para ali viar los retortijones de estómago, facilitar las di gestiones penosas, atenuar l os espasmos gástricos, devol ver el apetito, recuperar las fuerzas en caso de fatiga general, facilitar la aparición y el desarroll o de l as regl as, calmar las neuralgi as y los accesos de fiebre periódicos. Cura t ambién las ulceraciones de l a pi el, los panadizos,
las cortaduras y las aftas. Reabsorbe finalment e los esguinces, las torceduras, y combate la infl amación de los párpados. El mejor m edi o de aprovechar todas estas vi rtudes sigue siendo aún tomarla en infusión a razón de diez flores secas aproximadamente por cada taza de agua. El aceite de camomila, utilizado en mas ajes en c aso de c ontusión, se obtiene haciendo m acerar en
caliente, al baño maría, 100 gramos aproximadam ente de flores en m edio litro de aceite de oli va. Pasar al cabo de dos horas. La decocción, fi nalm ente, que se aplica en com presa sobre los párpados irritados, se prepara con 20 a 30 gramos de flores secas para un litro de agua. CAST AÑO DE INDIAS : Fue un médico, el doctor Bachelier, quien lo aclimató en Francia, a pri ncipios del siglo XV II. El intracto que se obti ene de sus frutos entra en la composi ción de más de cincuenta especialidades farm acéuticas, todas ellas destinadas al sistema circulat orio. S u cort eza, tónica , amarga y astringente, posee, en un grado menor, las mismas propi edades que su fruto, del que es conveni en te sin embargo desconfiar, ya que se revela tóxico al morderlo. Para reforzar l a resistencia de los vasos sanguíneos y ali viar las hemorroi des, toma r una decocción compuesta con 10 gram os de castañas trituradas y 30 gram os de corteza para un litro de agua. CAP UCHINA: Cuando los conquistadores la trajeron de l os confínes de l a cordillera de l os Andes, se le dio el nombre de berro de Indias, tanto para recordar su ori gen ex ótico como para indic ar que era un alimento apreciado en ensal ada. Más tarde se observó que era un maravilloso antibiótico natural, presentando s obre sus com petidores químicos l a ventaja de no destruir l a flora i ntes tinal. En infusió n (doce flores frescas para un cuarto de litro de agua), cura rápidam ente las gripes y los enfriamientos. CARRASPIQUE: S u fruto t riangul ar y, sobre todo, m uy aplastado, evoc aba a nuestros antepasados l as bolsas que los campesi nos llevaban a la cintura y que, desgraciada mente para ell os, raram ente estaban repl etas. Pero este signo externo de pobreza no debe hac er dudar de las propiedades de esta pequeña crucífera, muy abundante en las paredes viej as y las ruinas. La prim era, la más notable, es sin duda ser uno de los hemostáticos naturales más potentes que se puedan encon trar. Su acción sobre la fibrina de la sangre, que favorece la coagulación, la hace pues recomendabl e como cura regular para los hemofílicos, al igual que en tratami entos puntual es para det ener las hemorragias anorm ales, tales como las hem orragi as nasales o las hemorroi des. El mejor modo de consumi rla sigue siendo aún hac er macerar un centenar de gramos de plant as frescas cortadas a trozos pequeños en un litro de vi no tinto durante ocho días , luego pasarlo y beber a razón de una cucharada sopera cada hora. CELIDONIA: Es preferible desconfiar de esta pl anta, cuyo jugo puede matar a un perro de buen tamaño. De m odo que tan sólo la señal amos por s u savi a amarillenta que rezuma al rom per el tall o y que corroe l as verrugas. CENT AUREA (M ENOR): Quirón el centauro, herido por Hera cles, la utilizó para cicatrizar sus heridas, lo cual le valió durant e siglos la reputación de ser una hi erba m ágica. Hoy en día se tienen más en cuent a sus propiedades antifebriles y tónicas. La infusión se prepara con 30 gramos de plant as enteras para un litro de agua. CENTI NODIA: No todos los autores están de acuerdo sobre la forma de utilizar esta pl anta trepadora. Algunos de ellos no consideran m ás que su rizom a, otros s us tallos, sus hojas y sus flores. Sin tomar partido en la disputa, anot emos simplem ente que, sea cual sea la solución elegida, las indic aciones son siem pre las mismas, es decir, la diarrea, las leucorreas, los esputos de sangre y las hem aturi as. Para comb atirlos, los sostenedores de la utilización de l a raíz preconizan l a m aceración del rizoma. Los de l a pl anta prefi eren una decocción obtenida con 30 gram os de tallos frescos o 50 gramos de tall os secos para medi o litro de agua. COL A DE CABALLO: Es un verdadero almacén de s ílice, puesto que sus cenizas lo contienen hasta en un 80% y, examinan do sus hojas con una l upa, pueden apreciarse pequeños fragm entos brillantes. Es pues un not able remineralizador, superior incluso al calcio. Para combatir el raquitismo o ayudar a la resol dadura de una fractura, beber, entre las comi das, una decocción de 100 gramos de colas de caballo que hayan hervi do durante una media hora en un litro de agua. Cont ra las incontinencias uri narias y las hem aturi as (orina sanguinol enta), tomar una decocción más concentra da (150 gramos de colas de caballo para un litro de agua). CONSUEL DA (MAYOR): La histori a ocurre en la Edad M edi a. Una sirvienta, un poco vol ubl e, acababa finalment e de encontrar m arido, y deseaba que él no se enterara de sus aventuras pasadas. Decidió pues, para recuperar una vi r ginidad perdida hacía ya mucho tiem po, bañarse en una preparación a base de consuelda. Perm aneció un cierto tiem po en el baño, luego se fue a hacer los preparati vos de su boda, ol vidando vaciar la tina. Su dueña, viendo aquella agua tibia, se sintió tentada a su vez por las alegrías del baño y se metió en ella. Se dice que su mari do, cuando se reuni ó con ella por la noche en la cama, creyó verdaderamente en un milagro al constatar que la madre de s us hijos se había vuelto de pronto «doncell a»... Ciert amente, el propi o nombre de consuelda deja entender bi en que se t rata de una planta capaz de «soldar», pero de ahí a creer que pueda poseer tales efectos hay un gran paso, que no pensam os franquear.
Lo que sí es cierto, en cambio, es que su raíz, seca y diluida en agua, permite preparar com presas que activan l a cicatrización de quem aduras y pequeñas heridas. Igual mente, las maceraciones de esta raíz (150 gram os para un litro de agua dejados en m aceración al menos durante tres horas), tomadas a razón de tres
o cuatro tazas al día, favorecen la regeneración de las mucos as gástricas atacadas por las úlceras. CORAZONCILLO: Su perfume de incienso le había valido, en la Edad M edi a, el sobrenombre de «arroj adia blos», pero su verdadero combate es contra la i nfección m ás que cont ra l os malos espíritus. El doctor Leclerc anota en efecto que «l a esenci a y la resina que albergan los remates floridos de la planta son un antiséptico m uy útil en el tratamiento de l as heri das, de las úlceras y de las quemaduras». Y el autor da la composición del aceite que es conveniente utilizar en estos distintos casos: «Hacer macerar durante tres días 500 gram os de remates fl oridos recién cogidos y cortados en una mezcla de 1.000 gramo s de aceite de oli va y de 500 gram os de vino bl anco; hacer hervir i nmediatam en te al baño m aría hasta cons umir el vino. Si no pueden disponer de pl antas frescas, añade, hagan macerar m ás tiempo —de 6 a 8 días— 200 gram os de plantas s ecas y remuevan l a mezc la dos veces al día. Filtren luego e introduzcan en varios frascos este aceite, que tom ará aún m ás rápi dam ente una herm osa tonali dad rojiza si entretan to lo han expuesto al sol ». DUL CAMARA: E n el cam po, l os niños mastican su tall o que, am argo al principi o, se vuel ve dulce c omo el regaliz. Es una imprudencia, ya que esta planta contiene alcaloides que pueden ser tóxicos. Nos limitarem os pues a recomendarla en aplicaciones externas para ali viar las hem orroides que no sangren. Preparar una decocción utilizand o 50 gram os de tallos secos para un litro de agua. Aplicar en com presa. EGL ANTINA: Esta hermosa flor sil vestre del escaramuj o, llamada tambi én gavanza, recibe el sobrenom bre de «rosa perruna» debido a que, en la Antigüedad, se creía que podía curar a las p ersonas mordi das por un perro rabi oso. Produce un fruto de nom bre bárbaro: el cinorrodón. Está compuesto por una cápsula roja que c ontiene com o un plum ón — utilizado como picapica por l os niños — que rodea el auténtico fruto o aquenio. Según Jean P alaiseul (op. cit.), este plumón «es un verm ífugo ideal contra los ascárides lombricoides, parásitos que vi ven en el i ntestino del gado del hom bre y del cerdo: admi nistrado en ayunas en dosis de 15 centigramos, envuelto en miel, actúa inm edi ata y mecánicamente sobre l as lom brices, a las que mata sin provocar la menor irritación de la muc osa intestinal y sin ningún peli gro para el sujeto». Más agradable es la confitura realizada con l a envoltura carnosa que rodea este plum ón, y que se revela como un excelente reconstit uyente. Recientes análisis han dem os trado en efecto que 100 gramos de esta envoltura contienen tanta vitamina C como un kilo de limones. Fabrice Bardeau, en La Pharm acie du Bon Di eu, da la rec eta de esta confitura, que ha descubi erto en una obra del siglo XV III «Tom ar los frutos bien maduros y cuidadosam ente desprovistos de su plum ón y corazón int erno. Se cortan en trozos pequeños, luego se roc ían con un poco de vino tinto. Se cubre el recipiente y se deja macerar durant e veinticua tro horas en un lugar fresco. Después se tritura todo en un m ortero para obtener la pulpa, que se pasa por el tamiz a fin de eliminar la corteza. »Para 500 gramos de esta pulpa, convendrá prever 750 gram os de azúcar ,que se hará cocer sólo hasta formar un j arabe. Se dil uye luego en él la pul pa, dejando cocer unos breves instantes. Se dej ará enfriar un poco antes de meter en tarros». ERYSIM UM: Es la provi dencia de los cant antes, de los actores, de los abogados y, en general, de todos aquellos que necesitan tener una voz clara. Para ali viar las cuerdas vocales, pues, o hacer desaparecer una ronquera, tom ar de 4 a 5 tazas di ari as de una tisana compuesta del sigui ente m odo: echar en un litro de agua tibia una cincuentena de gram os de hojas secas; dej ar m acerar toda una noche, filtrar, y beber tibia azucarando con miel. ESPINO BLANCO: El «hermoso espino blanco» tan caro al poet a, tiene una larga carrera tras de sí. ¿No se dice acaso que la zarza ardi ente j unto a la cual Moisés se entrevistó por primera vez con su di os era un espino blanco, y que la corona de espi nas de Cristo estaba hecha con sus ramas? Tanto en Grecia como en Roma, el arbusto era considerado com o un amulet o. Los caball eros de la Edad Media veían en él un testimonio de esperanza y, antes de tomar la ruta de las cruzadas, todos ellos ofrecían una ram a a l a dam a de sus pensamientos a fin de que ella recordara siempre a aquel que estaba guerreando lej os. Todo esto, por supuesto, no es más que anécdota y superstición. Lo que s í es cierto, en cam bio, es que los sabios norteam ericanos acaban de descubri r que esta plant a norm aliza l a tensión y combate la arritmia cardíaca, as í como la taquicardia. Hubi eran podi do ahorrarse largas investigaciones, ¡puesto que ya Dioscóri des dec ía lo mismo hace varios siglos, aunque form ulándol o de otro modo! De hecho, todo es bueno en el espi no blanco: las flores, por supuesto, los frutos, las hojas, e incluso la corteza de las ramillas. Cont ra las variaciones de la tensión y los trastornos cardíacos, se preferirá la infusión de flores (una cuchara dita de café por cada taza de agua hirviendo). Para hacer bajar la fi ebre, se recurrirá a una decocción preparada con la corteza de las ramillas. Finalmente, para parar una diarrea, algunas tazas de infusión de frutos secos serán excel entes.
EUCALIPTO: Importado de A ustralia, m erece dobl emente su sobrenombre de árbol de la fi ebre puesto que, siendo muy ávido de agua, contri buye a desecar las regiones en l as cuales es plantado, evitando así la proli feración de l os mosquitos responsables de la t ransmisión de algunas enfermedades febriles, y adem ás se revela en algunos casos como un febrífugo más potente que la quinina. Alivi a tam bién l os catarros nasales, las bronquitis, las afecciones gri pales, y destruye adem ás las
bacterias. Fum ado com o cigarrillo, calma las crisis de asma. La decocción de euc alipto se prepara haciendo hervir una veintena de gram os de hojas de este árbol durante un minut o en un litro de agua, luego dej ándolas durante un buen cuarto de hora. FRESNO: Este gran árbol era considerado anti guament e como el enemigo jurado de l as serpi entes, las cuales, fuera cual fues e la hora del día, huían de su sombra. Más serias son sus cualidades diuréticas, de las que cualqui era puede aprovecharse plenam ente gracias a una deliciosa bebi da, que no deja de recor dar a la sidra espumosa, y que se fabrica aún en algunas zonas rurales. Para obt ener 5 litros de este brebaj e, se necesitan 5 gramos de hojas de fresno secas, 5 gramos de achicoria sil vestre, 6 gramos de levadura de cervez a, 3 gramos de ácido tártrico (de venta en todas las farmacias) y 250 gramos de az úcar cristalizado. Echar las hoj as de fresno en un litro y medio de agua hi rvi endo y dejar en i nfusión durante tres horas. Disol ver también el azúcar en un litro y m edi o de agua, pero fría. Echar otro litro y medio de agua hirviendo sobre la achicori a y disol ver el ácido tártrico en el m edio litro de agua restante. Echar a continuación en un barrilito primero el jarabe de azúcar, luego la i nfusión de fresno pasada por el tamiz, el agua de achicoria, tam bién pasada, la solución del ácido t ártrico, y finalmente l a levadura de cerveza disuelta en un vaso de agua tibia. Durante once días, se deja ferm entar la mezcla, tomando buen cuidado de reti rar la espuma que aparecerá por el canillero del barrilito, com pletando el volum en con un poco de agua fresca cada vez que se proceda a esta operaci ón. Pasado este lapso se mete el l íquido en botellas que se cierran muy herméticamente, almac enándolas de pie en una bodega que sea fresca. Quince días más tarde, la bebida de fresno está lista para ser consumida. FUM ARI A: El origen de su nombre es discutido, pero importa poco el que sea debido al hecho de que los antiguos imaginaban que esta pl anta nacía de los hum os de la tierra o de que su jugo hacía brotar lágrim as de los oj os como el humo. Lo que sí cuenta son sus propiedades, que l e permiten curar la hepatitis al tiempo que estimulan el apetito y ayudan a enriquecer la composición de la sangre. Es conveniente sin embargo prestar m ucha atención a su utilización ya que, si la cu ra de fumaria dura más de una decena de días, sus consecuencias se invierten, y se convierte en calmante e hipnótica. La decocción se prepara echando 50 gramos de pl antas frescas —o el doble de pl antas sec as — en un litro de vino o de agua. En este último c aso, la tisana debe ser consumi da en las veinticuatro horas siguientes, mi entras que, en el primero, un vaso de vi no ant es de cada comi da es suficiente para que el remedio produzca todos sus efectos. GARIOFIL EA: Los soldados del ejército del Ri n, que debía n conquistar Europa al mando de Napoleón Bonapart e, le deben m ucho. En el año IV de la República, en efecto, la qui nina era rara, y los remedios para hacer bajar la fiebre eran por aquel entonces prácticamente todos a base de esta planta. Fue entonces cuando un m édico, rec ordando sin duda las tisanas de su pueblo natal, tuvo la idea de utilizar la raíz de esta pequeña ros ácea. Los res ultados fueron excelentes, y sus colegas le imitaron muy pront o, en beneficio de gran núm ero de soldados. Además de sus propiedades febrífugas, la gari ofíl ea es tam bién un potente andidi arreico si es tomada en infusión, y su decocción se revela excelente para el lavado de las úlceras varicosas. GERANIO: No nos equi voquemos, no s e trata en absoluto de l as hermosas fl ores que deco ran tantos balcones, tanto en la ciudad com o en el campo. Esas geraniáceas son de hecho pelargonios, parientes próximos del gerani o Robertianum que nos interesa aquí, pero que no tienen ninguna propi edad terapéutica. Este geranio, llamado tambi én hi erba de San Roberto, crece en estado sil vestre, en los vi ejos muros y en los setos. Sus flores mac hacadas desprenden un perfume que recuer da en cierto modo el nauseabundo olor que desprenden los chi vos a su alrededor. Pero, pese a este fétido pelente, un em plast o de hoj as reducidas a pasta basta para detener l as hem orragias pequeñas. Igualmente, las catapl asmas de hoj as frescas —esta vez no mac hacadas — ayudan a elimi nar la obstrucción de los senos en las m adres que dan el pecho a sus hijos. En decocción (50 gram os de planta entera seca para un litro de agua), el geranio Robertianum combate eficazmen te las úlceras gástricas, las hemorragias internas, la gastroenteritis y la diabetes. GORDOLOBO: Conocido des de Hipócrates, el gordol obo es una pl anta de flores amaril l as cuyas hojas están cubiertas por un ligero vell o bl anquecino, que aún hoy es utilizada para calm ar el cat arro bronqui al, contra el cual sus propi edades ligeram ente narcóticas hacen maravillas. En Irlanda se sostiene que, hervi do con lec he, es capaz de c urar la tubercul osis. La misma preparación sirve además para hacer cataplasmas que acti van l a m aduración de abscesos y de furúncul os. Resulta por otra parte aconsejable no contentarse con aplicar las hojas sobre el absceso, sino beber tambi én la leche en la cual se han cocido, cuya acción depurati va ayudará a la elimi nación de las toxinas y, por ello, acelerará el proceso de curación. GRAMA: Diurética, sedante y antiséptica a la vez, esta «mala» hierba es de hecho una de las mejores
amigas del hombre, que la ha utilizado durante mucho tiem po para combatir l as consecuencias de algunos encuentros amoro sos que por aquel ent onces se ll amaban púdicam ente «l a patada de V enus». Hoy en día se recurre a l os antibi óticos para cumplir este papel, que por otro lado rea lizan muy bien. La gram a ya no es pues utilizada más que com o un di urético desinfectant e. La decocción de grama, debi do al vigor de su raíz y al amargor que desprende, se prepara en dos tiempos. En prim er lugar, se rem ojan los rizomas durante algunas
horas, luego, una vez abl andados, se sacan del agua para aplastarl os ligeram ente. Esta primera agua de remoj o, muy am arga, es desechada, y se vuel ven a sum ergi r las raíces en un litro y m edio de agua, que se lleva a ebullición durant e una veintena de minutos. Ya no queda m ás que dej ar reposar l a decocción y pasarl a antes de bebería tibia. Es sin embargo ac onsejable arom atizarla, con mi el por ejem plo, para atenuar el amargor que persiste pese a estas prec au ciones. HEL ECHO MACHO: Luis XV I pagó 1.800 francos a doña Nouffer, una curandera suiza, por l a receta siguiente, que es excelente para ex pulsar l a solitaria: «Tomar 12 gramos de pol vo de raíz de helecho macho y disol verlos en 190 gramos de agua de tila. Hacer beber l a preparación al paciente, el cual, la víspe ra, no habrá comido más que una sopa de pan. Administrarle dos horas más tarde un purgante». Tras haber hecho veri ficar por vari os médicos la eficacia del rem edio, el rey encargó a su mi nistro Turgot hacerl o di vulgar por entre el puebl o. Fue una sabia deci sión, puesto que aún hoy en día se utiliza el extracto de helecho m acho, pero asociado con el éter en vez de c on l a tila, para expulsar a los huéspedes indeseados. HEL ENIO: Esta planta, según la l eyenda, nació de l as lágrimas derram adas por l a herm osa Hele na cuando fue raptada por Paris. Hipócrates, Dioscórides y Galeno, más médicos que poetas, la estimaban principalmente por su bi enhechora acción sobre el útero, l as vías uri nari as y el aparat o respiratori o. Hoy en día se sigue utilizando por las mismas raz ones. Es la raíz de esta gran flor amarilla la que se utiliza, una vez secada y triturada, y de 20 a 30 gramos de esta preparación en un litro de agua permit en preparar una infusión capaz de calm ar las toses y las bronquitis más rebeldes. El vino de hel enio, por su parte, estimula l a acción del hígado y de los riñones. Se prepara haciendo macerar, durant e ocho días, aproximadam ente, 80 gramos de raíces trituradas en un litro de buen vi no tinto. En cuanto a la decocción (10 gram os en 100 gramos de agua), ali vi a las pequeñas enfermedades estrictamente femeninas. HIEDRA: El profes or Binet estima que posee «sobre el organismo hum ano un temibl e poder de destrucción de los glóbul os rojos ». En estas condiciones, es, pues, preferibl e reservarla a un uso externo, aunque se puede servir de ella para hacer tisanas purgantes muy enérgicas. En cambi o, sus hoj as, que presentan l a inestimable ventaj a de perm anecer verdes todo el año, una vez trituradas, constituyen excelentes em plastos para fundir la celulitis y calmar los dolores reumáticos. Jean Palaiseul (op. cit.) las recomienda igualmente para hacer desaparecer los callos. «Tras un baño caliente prolongado, escribe, aplicar una hoj a previam ente remoj ada durant e dos o tres horas en jugo de lim ón o macerada de uno a dos d ías en vinagre; recubrir con un vendaje, esto cada día, hasta que el callo esté listo para des prenderse en un baño caliente.» HIEDRA T ERREST RE: Llam ada c omúnment e así debido a sus largos tallos rampantes, no tiene sin embargo ningún punto en común con la precedente, excepto una vaga semejanza. Excelente rem edio contra las afecciones pulm onares, durant e mucho tiempo ha sido el medicament o específico de la tisis. Se la sigue empl eando para calmar los catarros bronquíticos y las toses «abundantes», tanto en in fusi ón (5 gram os aproximadamente para una taza de agua) como en j arabe. Para obtener este último, picar en un mortero di ez buenos puñados de plantas frescas, rociándol as con la infusión precedente. Dejar luego macerar durante media j ornada en un recipient e cubi erto. Pasar por una tela fi na apretando muy fuerte para exprimi r todos los jugos, luego hacer hervir el l íquido así obtenido. Añadi r el azúcar y hac er cocer hasta obtener la consistencia des eada. Conser var en una botella bien tapada. HIERBA CANA: Esta pl anta es un notable regulador de la circul ación sanguínea, y es completam ente adecuada para las muj eres que sufren ausenci a de menstruaciones o reglas dolorosas. Tres o cuatro t azas diari as de una cocción realizada con 50 gram os de pl antas frescas o sec as por litro de agua pueden poner fin a todos estos males. Convi ene sin em bargo no abusar de ell a, ya que la hierba cana contiene un alcaloide, la senecionina, que puede ser peligroso. Aplicada en cataplasma tras haber sido cocida, ali vi a las hemorragi as, así como la obstrucción mam ari a de las madres lactantes. HISOPO: Tal como l o indica San Juan en su E vangelio, fue al extrem o de una rama de hisopo que el soldado tendi ó a Jesucristo la esponj a empapada en vi nagre. Hoy en día, esta planta, tomada en infusió n, es utilizada como expecto rant e para liberar los bronquios. El doctor H. Leclerc precisa sin em bargo «que hay que administrarla con una cierta prudencia, sobre todo a los sujetos cuyo sistema nervioso es particularmente impresionabl e». LAVANDA: Siempre ha sido utilizada como antiséptico. Los cazadores mediterráneos machacaban sus hojas para dar unos toques a sus perros mordidos por una s erpi ente; l os soldados romanos utilizaban su aceite para desinfectar sus heri das; las matronas frotaban con ella la cab eza de sus hijos para despioj arl os. «Una vez más, escribe Jean Palaiseul (op. cit.}, los análisis modernos han mostrado que el empi rismo
había visto certeramente que el aceit e esencial extraído de l a lavanda es un poderoso antiséptico (en dosis ínfimas —de 0,5 a 0, 2%— mata al bacilo de l a dift eria, al de la tifoi dea, al bacilo de Koch, así como al estreptococo y al neumoco co), al mismo tiempo que un notable neut ralizador del veneno...» Para eliminar l a mi graña, ayudar a las digestiones di fíciles, curar la gripe, el asm a o l a bronquitis, tomar tres o cuatro tazas di arias de una i nfusión obtenida con aproxima dam ente 5 gramos de flores secas para
una taza de agua. Para l as contusiones, los esguinces, las úlceras, al gunas derm atosis y las griet as, aplicar la m aceración siguiente: Hacer macerar durante quinc e días 100 gramos de fl ores secas en m edi o litro de alcohol de 30°, removiendo bastant e a menudo. Al cabo de este tiempo, filtrar a una bot ella bien tapada. LINO: Los hom bres del neol ítico lo utilizaban ya para tejer sus tel as. Los pintores, por s u parte, apreciaban su aceite, que daba a sus telas un agradable brillo. Es su semilla lo que i nteresa a los fitoterapeutas, que la recomi endan, en maceración (de 15 a 20 gram os en un litro de agua fría), contra todas las afecciones de las vías digesti vas y urinarias e incluso contra la blenorragia. Pero son las cataplasmas realizadas a partir de la hari na que se extrae de ella l as que son m ás conocidas. Por otro lado, lo mej or es que uno mismo m achaque l as semillas pa ra obtener esta hari na, y no hacerl o más que a medida de l as necesidades. Mal conservada, ferm enta y produce ácido cianhídric o, que provoca erupciones cutáneas. Las catapl asmas, que deben ser aplicadas rel ati vamente calientes, pero no quem ando, son indic ad as para curar las bronquitis y los dolores musculares. LÚPUL O: Antiguamente a l a cervez a no se le i ncorporaba l úpulo. Pero las cosas han ido cam biando, y hoy en día esta bebi da refrescante se ha convertido en un brebaje sal uda ble, diurético, depurati vo, y capaz de calmar los ardores amorosos excesi vos. A condición, por supuesto, de no abus ar de ella... El lúpulo puede ser preparado en infusión (20 gram os de pl anta sec a por un litro de agua) para devol ver el apetito a aquellos que lo han perdido, hacer baja r la fiebre y calmar el nerviosismo. En dosis m ás fuerte, ayuda igual mente a encontrar el sueño. A notar por otra parte que en algunos países nórdicos se tapan l as orej as con conos de lúpul o y que, dicen, ésta es la mejor form a de asegurarse una noche tra nquil a. MALVA (M AYOR Y M ENOR): Las hojas de esta planta bisanua recuerdan l as de la hiedra, pero, así como la mal va m ayor puede alcanzar hasta 50 cent ímetros de altura, la menor no crece m ás que tendida sobre el suelo. En infusión (15 gram os de fl ores secas por litro de agua) cura las bronquitis y calma las inflamaci ones de las vías urinarias. En decocción (30 gramos de hojas secas por litro de agua), proporciona un gargarismo excelente contra la ami gdalitis y una loción que hace desaparecer las pequeñas ir ritaciones de la piel. MALVAVIS CO: Muy curiosamente, no entra en absoluto en el famoso pastel de mi el que hac e las delicias de los ni ños al mism o tiempo que calm a su tos. En cam bio, era muy utilizada en la E dad Media por aquellos que debían sufri r el «juic io de Dios » y que, antes de prestarse a la prueba del fuego, se embadurnaban l as manos con un ungüento a base de ella a fin de no mostrar inmedi atamente más que quem aduras ligeras, insuficientes para establecer su culpa bilidad. Afort unadam ente, ya no nos hallam os en esas circuns tancias, y si hoy en día aún se utiliza es para suavizar males más corri entes. Cont ra los abscesos, furúnculos, irrit aciones de la piel y de las m ucosas, utilizar una m aceración obteni da echando en agua caliente la raíz triturada. Algunas flores en infusión en esta mac eración permiten obtener un calm ante pectoral muy eficaz que permite tam bién curar, en gargarismos o en baños bucal es, los males de la garganta y las aftas. MANDRÁGORA: Es la raíz de l os al quimistas, la que crec ía al pie de l as horcas, engendrada por el semen de los ajusticiados. Los bruj os acudían a recolectarl a en las noches sin luna, escoltados por un perro negro, para intentar inm ediat ament e insuflarle l a vida y hacer de ella un hom úncul o capaz de realizar todos sus deseos. En reali dad, y puesto que hay que separar la realidad de la imagi nación, la mandragora, si bien existe realm ente, no crece en nuestras l atitudes. Necesita un clima m ás cálido. Lo que sí es cierto, en cambi o, es que su vol uminosa raíz adopta vagam ente l a form a de un s er humano, y se comprende a raíz de ello todas las malinterpret aciones que su apari encia ha podido i nspirar. Desde el punto de vista estrictamente médico, apenas posee ni nguna cualidad, excepto una acción vagamente narcótica y anal gésic a. MARRUBIO BL ANCO: Esta planta, que sirve tanto para l os bronquíticos como para l os asmáticos, a los enferm os afectados por debilidad cardíaca que a l os que son víctimas de un acceso de paludismo, a las mujeres que sufren regl as dolorosas que a los hepáti cos, se halla en abundancia al borde de los caminos, en l os pedregales y en l os terrenos baldíos. Se puede preparar de di versas form as sin jam ás quitarl e ninguna de sus propiedades, por lo que la elección no es de hecho más que una cuestión de gusto. Jarabe: 3 gramos de extracto de marrubio para 200 gramos de azúcar. Vino: hacer macerar durant e una semana 50 gramos de pl antas secas en un litro de vino blanco o tinto. Azucarar ligeramente.
Infusión: 30 gramos de plantas enteras secas para un litro de agua. MELILOTO: S u nombre proviene del griego m eli, que si gni fica miel. Ello es debi do al aprecio que tienen las abejas hacia sus flores blancas o de color amarillo vi vo, que caen en racimos a lo largo de su alto tallo. Su infusión (50 gramos de flores secas para un litro de agua) cal ma l a excitación nervi osa y ay uda a encontrar el sueño, al mismo tiem po que acti va el trabajo de los riñones y desinfecta las vías uri narias. MELISA: Si el nom bre de l a planta anteri or tenía una raíz gri ega que signi ficaba miel, ésta ha tom ado el
suyo del gri ego m elissa, que se traduce por «abej a». Ambas se hallan pues muy próximas. De hecho, la m elisa es famosa s obre todo por el agua que lleva su nombre, y cuya composición hemos dado más arri ba. Pero se puede fabric ar tam bién un vi no de melisa haciendo hervir durante un cuarto de hora 200 gramos de hoj as en un litro de vino blanco suave. Tom ado a pequeñas dosis, atenúa los vértigos y los espasmos cardíacos. MUÉRDAGO: Contrariamente a l a leyenda, el m uérdago no crec e en los robles, a l os que haría reventar, sino sobre l os manzanos y los álam os. Desde la más remot a Antigüedad, esta pl anta ha sido considerada como una panacea. Lo cual no es sorprendente, puesto que muy recientes investigacio nes han demostrado que constituye un excelente rem edi o contra la hi pertensión y la arteriesclerosis. Un sabi o suizo, Rudol f Steiner, ha puesto i ncluso a punto una terapéutica contra el cáncer en l a que el muérdago es un elemento esencial. Para obt ener el m ayor provecho de todas sus propi eda des, hacer m acerar 50 gramos de hojas de muérdago fi nam ente cortadas en un litro de vi no bl anco seco. Filtrar y beber ant es de cada comi da. OLMO: Se em plea la segunda c orteza de l as ram as jóvenes para confeccionar una decocción (100 gram os de corteza seca por un litro de agua) que, aplicada en compresa sobre las herpes y las placas de eccema, las hace desaparecer. PARI ET ARI A: Se parece a la ortiga, crece com o ella en las viej as paredes, pero no pica. Su infusión (30 gram os de planta fresca para un litro de agua) favor ece la di uresis y permite pues curar la litiasis al tiempo que calm a los cólicos nefríticos que la acompañan. PASIONARI A: Es origi naria de l as regiones cálidas de Am éri ca y, si se la denomi na así, es debido a que su flor se parece —simbólicamente, se entiende— a todos los instrumentos de la Pasión de Cristo. Con un poco de imagi nación, en efecto, puede vers e en su corol a la corona de espinas, los clavos en su tripl e pistilo, el martillo en sus estambres, las lanzas romanas en sus puntiagudas hoj as y, final m ente, el láti go en los pequeños zarcillos que surgen de su tallo. Sus propiedades son esencialmente calmantes, y las personas ansiosas, nerviosas o simpl emente afectadas por el i nsomni o hallarán ali vio bebiendo, antes de acostarse, una taza grande de agua en l a cual se habrá hec ho infusionar durante un cuarto de hora 5 gramos de hoj as secas. PIE DE GAT O: Crec e en l os pastos alpi nos y fl orec e en m ayo. Una infusión de sus fl ores secas (una pulgarada para una taza de agua) descongestiona la vesíc ula biliar. PINO SILVEST RE: Es bien sabi do lo conveniente que es el aire de las pinedas y de los abet ales para los asmáticos, que encuentran allí la alegría de respirar librem ente. Las preparaciones a base de pi no son pues particularment e recom endadas a todos aquell os que sufren de los bronquios o de los pulmones. Cont ra l a gripe o la bronquitis, se utilizará una infusión de brotes (50 gramos aproximadamente para un litro de agua), cuya acción será reforzada por inhal aciones de la sigui ente mezcla: 1 gram o de esencia de lavanda, 2 gram os de esencia de pi no, 2 gramos de esencia de t omillo. 4 gramos de esencia de eucali pto, todo ello diluido en 150 gram os de alcohol de 90°. Se puede tambi én confeccionar un jarabe que tendrá el m érito de s uavizar l a gargant a al tiem po que c alma la tos: hacer m acerar durante m edi a hora 50 gram os de brotes de pino en el mismo peso de alcohol de 60°; echar esta preparación en un litro de agua hi rvi endo; dejar macerar de nuevo durante seis horas; filtrar y añadir un peso equi valente de azúcar en pol vo. Col ocarlo todo a reducir al baño maría hasta obtener la consistencia deseada. Para el baño, preparar una decocción haciendo hervir en 15 litros de agua y durante dos horas, 2 kilos de aguj as, de pinas y de ramitas de pino trituradas. Añadi r esta decocción al agua del baño, cuyos vapores liberarán l as vías res piratorias, mi entras que l os principios acti vos calm arán los dolores reum áticos y curarán las enferm edades de la piel. PLANT AINA: Alimenta a los pájaros y cura al hombre de más de veinte enferme dades, si hay que creer a Plinio. Si n ir tan l ejos, se puede retener el que sus hojas frescas machacadas ayudan a l as heridas pequeñas a cicatrizar muy rápida ment e. Una i nfusión concentrada de sus hoj as (100 gram os de hojas frescas o secas para un litro d e agua durante un cuarto de hora) detiene las diarreas. Aplicada en com pre sas, esta infusión calm a igualm ente la inflamación de los párpados. POTENTILL AS: Son tres hermanas, prim as de l a fres era. La prim era, bautizada anseri na, es trepadora. La segunda, qui nquefoli o, igualmente t repadora, posee como su nom bre indica cinco hojas. En cuanto a la tercera, tormentilla, levanta diríamos que penosamente sus 40 centím etros de altura en m edio de l os prados. Pero todas proporcionan un rizoma que se recol ecta al fi nal del verano y que sirve para fabricar una decocción (30 gram os de raíces trituradas en un litro de agua) excelent e contra la diarrea. PRIMAV ERA: Es la mensaj era de la prim avera, el cuclillo de color amarillo dorado que anuncia el
regreso de los buenos días. Santa Hil degarda l a juzgaba c apaz de curar l as parálisis benignas. Parece que fue demasiado optimista. Es exacto en cam bio que esta planta posee vi rtudes antiespasmódicas, diuréticas, laxantes y, sobre todo, expectorant es. Para facilitar la elimi nación de la orina, tomar una infusión de 20 gramos de flores para un litro de agua. La decocción de raíces secas y trituradas (15 gramos para un litro de agua) ayuda, por su parte, a despej ar las vías respiratori as. PULMONARIA: Este calificati vo le vi ene del as pecto de sus hojas, ovaladas y ligeramente puntiagudas,
llenas de agu jeros, como un pulmón enferm o. Los sostenedores de la teoría de los idénticos llegaron pues a la conclusión de que estaba destinada a tratar la tuberculosis y las afecciones similares. N o s e equi vocaron mucho, puesto que ha quedado evidenciado que hace maravillas contra los abscesos del pulmón cuando se la toma en infusión (50 gramos de hoj as frescas para un litro de agua) a razón de vari as tazas al día. QUINQUI NA: Originari a de Améric a latina, esta planta, que no ha podido ser aclimatada a E uropa, proporciona la preciosa quini na. Pero s u cortez a permite tambi én preparar un delicioso vino aperiti vo y reconstituyente aconsejable para las personas que sufren de falta de apetito, as í como de astenia intelectual o física. Hacer macerar 15 gram os de corteza a troz os en 80 gramos de aguardiente durante trei nta y seis horas. Añadi r un litro de vino de oporto o del rosell ón y dej ar m acerar de nuevo durante una quincena de días. Filtrar y beber un vaso de licor antes de cada comida. REGALI Z: Los escitas, estos temibles caballeros de l as estepas que at errorizaron a las poblaci ones establecidas a las orillas del Mediterráneo, l e debían, pretende l a leyenda, el poder perm anecer días enteros en sus sillas de montar sin beber ni comer. Sin duda es más exacto pensar que la utilizaban para puri ficar su aliento, em ponzoñado por la carne cruda, «ahumada» entre su silla y el lom o del caball o, de la que se alim entaban en el transcurso de sus incursiones. Sea como sea, esta raíz, que hace las delicias de los ni ños y que aromatiza agradablem ente otras preparaciones fítoterapéuticas m uy amargas, posee un efecto saludable sobre los bronqui os. Para aprovecharla plenam ente, pul ve rizar 300 gram os de raíz seca y hacer macerar en un litro de agua; filtrar y añadir 300 gram os de azúcar, removiendo. REINA DE L OS PRADOS: Si alguien les dice que esta gran flor que, desde l o alto de s u metro y medio de altura, domi na la pradera, contiene salicilato de metil o, esto les podrá pa recer que carece de importancia. Si les añade que la oxidación del aldehido salicílico —presente en esta fl or— da el ácido salic ílico, no habrán adelantado mucho. Y si les precisa adem ás que partiendo de este ácido el médico estrasburgués Charles-Frédéric Gerhardt descubri ó, en 1853, el ácido acetilsalicílico, estarán ustedes en s u derecho de pensar que, esta vez, estamos exagerando. Sin em bargo, este ácido acetílsalicílic o es algo que utilizan ustedes a menudo —y a veces incluso abusan de él— baj o el nombr e de... ¡aspi rina! A partir de ahí, las i ndicaciones medicinal es de l a reina de los prados se hacen evidentes. Con el ligero «detall e» de que, contrariamente a l a aspi rina, las preparaciones hechas a base de ella no atacan las mucosas gástricas. Cont ra la gripe, pues, contra los estados febriles, contra al gunas neuralgias, una infusión de sus fl ores (un pellizco por taza) será siem pre bienvenida. Sobre todo teniendo en cuent a que esta planta es también diurética, lo cual la hace preciosa en todas las afecci ones del riñón o de la vejiga, en cuyo provec ho puede realizar su dobl e acción. Para terminar con las retenciones de agua, la celulitis, los reumatismos, la uremia y la arteriosclerosis, Vincent d'Auffray (op. cit.) recomienda además el sigui ente jarabe: «Hac er hervir dos litros de agua. Tras enfri arlos a aproxim adament e 90°, echar encim a 250 gram os de remates flori dos y dejar en contacto durante doce horas en un recipi ente tapado; pasar exprimi endo, y hacer disol ver en la alcoholat ura el doble de su peso en azúcar. Este jarabe debe ser tomado a razón de 100 a 200 gram os diari os». RETAM A: Si es usted mordi do por una víbora —o por una c obra, aunque esto es m ucho m enos frecuent e en nuestras latitudes —, y ha sido atacado por l a serpi ente en las proximidades de una m ata de retam a, está usted sal vado. «B asta» entonces con hacer una incisión en la mordedura de modo que brote la sangre, y luego aplicar sobre la herida un emplasto de tallos machacados del arbusto, para que el efecto del veneno quede neutralizado. Cl aro que siempre es m ás prudente acudir a continuación a consultar al médico para hacerse administrar una buena dosis de suero... Esta curiosa propiedad de una plant a que pasaba por maldita fue descubi erta por los campesinos, que habían constatado que sus o vejas eran mucho m enos s ensibles al veneno de los reptiles cuando habían ramoneado retam a. Recientes investigaciones, que pusieron en evidencia l a presencia de esparteína en esta planta, vi nieron a confi rmar esta observación com pletam ente empírica. Pero l a retama no es tan sólo un anti veneno. Es también tónica para el corazón, y poderosamente diurética. Así, gracias a ella, la muy célebre Madame Fouquet consigui ó, en el siglo XV II, curar al mariscal de Saxe, rompec orazones de moda y accesoriam ente vencedor en Font enoy, de una hidropesía tan rebelde que ni ngún remedio de la época había conseguido terminar con ella. La receta que esta conocida curandera nos ha legado es la siguiente: «Tom ad un haz de ret ama verde y hacedla arder en un l ugar lim pio donde no hay a más que las propias cenizas de la ret ama; tomad estas cenizas y tamizadlas, metedlas en un paño, liadl o bien y remoj adlo
por espacio de vei nticuatro horas en dos pintas —aproximadamente dos litros — de buen vino blanco. Dádselo a beber al enferm o tan pronto com o lo pueda tom ar; hacedle meter en su cama y cubridl o bien para hac erle sudar; no lo habrá bebi do tres veces que ya estará curado». Hoy en día, Jean P alaiseul, que estima las dosis un poco fuert es, recomienda hacer una infusión en frío de 60 gramos de cenizas de retam a durante cuarenta y ocho horas en un litro de vi no blanco y admi nistrar tan sólo de 60 a 90 gramos por día ant es de las comidas.
Las flores de l a retam a pueden servir tam bién para preparar una tisana excelente cont ra la celulitis, la retención de agua, las nefritis, la artritis y los reum atismos crónicos. Sin em bargo hay que tom ar l a precaución, para que sean eficaces, de recol ectarlas antes de que se hayan abierto completament e. La infusión se hace a razón de 25 gramos de flores secas por cada litro de agua. ROBL E: Los druidas le deben su nom bre, que es un deri vado de la palabra celta deru, los rom anos trenzaban con él coronas para honrar a los generales vencedores, y San Luis se instala a su sombra para impartir justicia. En medicina, es su corteza la que se utiliza, debido a su fuerte contenido en tanino que lo convi erte en un notabl e astringente. ROM AZA: Se trat a de un fortificante. Su raíz tiene l a propiedad de asimilar el hi erro del suelo, fij arl o y transform arl o en hi erro orgánico. Resulta pues muy utilizada, sobre todo para l a preparación de un vino tónico y reconstituyente cuya receta es la siguiente: Tomar 200 gramos de raíces secas trituradas, un poco de regaliz y de enebro, y hacerl o macerar todo en 2 litros de vi no tinto azucar ado. Hacer hervi r al cabo de veinticuatro horas hasta la reducción de un tercio aproximadamente. Filtrar, luego conservar en un frasco bien tapado. RUDA: Las hermosas romanas la utilizaban —no siem pre con éxito— com o aborti vo. Luego se ha confi rmado que esta hi erba produc e una congestión sanguínea y una estimulación de las fibras m usculares del útero que pueden, a veces, provocar la expulsión del feto. Es pues desacon sejable para l as muj eres encintas. Una vez indicada esta precaución esencial, hagam os nota r que en infusión da excelentes resultados en l os casos de amenorrea, es decir cuando las regl as son raras o inexistentes, lo cual, naturalmente, puede darl e a una mujer la impresión de que está esperando un ni ño. RUI BARBO: Todo el m undo conoce l as delic iosas com potas que se hacen con sus venillas, puesto que las hojas en sí son tóxicas. Se cita menos a menudo, en cam bio, el vino de ruibarbo, del que Jean P alaiseul (op. cit.) da la recet a: «Hac er m acerar durante cuarenta y ocho horas en un litro de buen vi no tinto o bl anco, de 60 a 80 gram os de raíz de ruibarbo t riturada, de 10 a 15 gramos de raíz de genci ana, de 8 a 10 gram os de raíz de angélica; pasar exprimi endo a través de un paño». Tomada a pequeñas dosis, esta bebi da es tónica. Se vuel ve purgante cua ndo se aumenta la cantidad, y no conviene hac erlo m ás que con prudencia, si se desean evitar algunos desarregl os. SALICARI A: Son los sauces, a cuya som bra medra, quienes le han dado su nombre. Astringente y hemostática, sirve, en decocción, (50 gramos de plantas secas para un litro de agua), para tratar las inflamaciones de la muc osa gastroi n testinal y las diarreas. SAPONARIA: Esta «hi erba jabón» lo limpi a todo, desde la ropa hasta el organismo. Los médicos árabes la recom enda ban c ontra la lepra. Hoy en d ía se han encontrado otros rem edi os mejores, lo cual es de agradecer. Queda el hecho de que sus hojas, y más aún sus raíc es, poseen propiedades depurati vas y diuréticas innegabl es, que hacen de ell a un remedio contra los reumatismos y las enfermedades de l a piel tales como el acné. Se prepara en infusión utilizando 25 gram os de hoj as o de raíc es secas para un litro de agua. SAÚCO: He aquí otro arbusto del que todas sus partes, las hoj as, las flores, los frutos e i ncluso la corteza, pueden ser utilizados. Los frutos, en pri mer lugar, cuyas propi edades laxantes son conoci das desde la edad de las cavernas. Las hoj as a continuación, di uréticas y depurati vas, que permiten fabri car un «té» caro al abate Kneipp. «Tom ad de seis a ocho hoj as de saúco, escribía el si glo pasado, cortadlas a trozos pequeños, como se hace con el tabaco, y hacedl as hervir durante aproximadamente diez minutos. Todas las maña nas, una hora antes de vuestro desayuno, tomaréis una taza de este té durante toda la duración de vuestra cura primaveral. Este simple té depurati vo lim pia la máqui na del cuerpo humano de una forma excelente...» Las flores, des pués, que una vez secas proporcionan en i nfusión un remedio contra la gripe y las fiebres infantiles. La corteza, fi nalm ente, de l a que se extrae una decocción excelente en caso de hidropesía. TANACETO: De l a misma familia que el aj enj o, es utilizado pri ncipalm ente c omo verm ífugo. Beber por las mañanas en ayunas una i nfusión de flores (5 gramos aproximadamente para una t aza de agua), o administrar en lavati va (30 gramos de flores en infusión en un litro de agua hirvi endo salada). TILO: Conocem os ya l as propi edades de la albura del tilo, pero sus fl ores poseen cualidades que tampoco s on de despreciar. Frescas o secas, permit en preparar infusi ones cal mantes particularm ente recomendadas en casos de insom nios, de dol ores de cabeza, de pal pitaciones y de angustias. TUSÍLAGO: Es una planta extraña, cuyas flores se abren antes de que hay an aparecido las hojas, lo que no impide de ni ngún modo el que se puedan utilizar indi ferent emente las unas y las otras, puesto
que sus propi edades son idénticas. En infusi ón (de 30 a 40 gramos para un litro de agua), curan las bronquitis crónicas, los resfriados y la sinusitis. En decocción (las proporciones son idénticas), proporcio nan un gargarismo desinfectant e, not able contra las an ginas. VAL ERI ANA: Es un poderoso calm ante que es adecuado tanto en l os casos de histeria, de epilepsia, de depresión nervi osa, de convulsiones, como para curar las migrañas y los calambres. De hecho, es el rizoma lo que se utiliza, ya sea para preparar infusiones (100 gram os para un litro de
agua), ya sea para confeccionar decocciones que se añaden al agua del baño. VERBENA: Era la hierba mágica por excelencia, utilizada por los drui das para p erfumar el agua con la cual lavaban s us altares. Hoy en día, se consum e en infusión, y se revel a particularmente benéfica para l as mujeres encintas, a las que toni fica el útero, y para l as madres lactantes, a las que aum enta l as secreciones lácteas. Cont ra los lumbagos y las ciáticas, permite realizar catapl asmas que calman m uy rápi damente el dolor. VIOLET A: A los habitantes de l a ciudad les cuesta im aginar que esta hermosa florecilla, delicadamente perfumada, sea la base de unas tisanas expectorantes parti cularmente eficaces. 5 ó 6 gramos de viol etas secas en un litro de agua hacen m ás para curar los resfri ados y las bronquitis que m uchos otros rem edi os complicados. VULNERARIA: Una planta vulneraria, en el lenguaje de los fitoterapeutas, es una pl anta que a yuda a la cicatrización de las heridas, y ésta hace honor a s u nombre. Pero permit e tambi én preparar un vino recomendado para las mujeres que tienen probl emas menstrual es. Hacer mac erar 50 gramos de fl ores secas en un litro de vino blanco seco. Filtrar y c onservar en una botella bi en tapada. Tomar un vaso de vino ant es de cada comi da. ZARZAP ARRILL A: Los «Pitufos», estos encantadores personajillos de histori eta, la encuentran deliciosa. De hecho, durante muc ho tiem po se ha creído que esta plant a, ori ginaria de México y pari ente próxima de l a enredadera picante de Europa, curaba las enferm edades venéreas y, en particular, la blenorragi a y la sífilis. Eso no es en absol uto cierto, pero sus cualidades, al mismo ti empo diuréticas y desinfectantes, hacen de ell a un excel ente auxiliar de los tratamientos químicos de estas enfermedades. Y SIEM PRE LA BELLEZ A —Dime, prim o, si te lo pi diera con i nsistencia, ¿harías el amor con l a persona que hay aquí? — preguntó Erzsebeth, con un estallido de risa. — ¡Por supuesto que no! —respondió el agraciado caballero—. Ni que me fuera en ell o la cabez a. Es demasiado fea y vi eja. Respuesta que no podía ser más funesta, ya que l a vieja muj er l a oyó. Irguiendo penos ament e su arqueada espalda, miró fijamente a Erzsebeth Bathory a los oj os y le lanzó: —No te burles, condesa, porque un día tú tam bién serás como yo, y entonces notarás mucho más que yo la ausencia de los hom bres. La joven, sin embargo, estaba todavía en lo más esplendoroso de su belleza. Descendi ente de una de las más antiguas familias de Hungría, emparentada con los Habsburgo de Austria, se había casado hacía algunos años con Ferenc Nadasky, cinco años mayor que ell a y, adem ás, inmensam ente rico. Tras los primeros días, ella había empezado a engañarle, principalmente con Lad islas Bende, que cabal gaba cerca de ella. Todo aquello debería haberla tranquilizado. Sin embargo, la aterró. Regresó con l as bridas s ueltas a su castillo de Csejthe, una im presionan te y siniestra fort aleza erigida sobre un espolón rocoso de los Cárpatos. Con un gesto, rechazó a su atracti vo am ante y corrió a refugi arse en una habitaci ón extraña, cubierta de espejos, que había hecho instalar hac ía unos meses. Allí, completam ente desnuda, espi ó durante vari as horas las acechanzas de la edad sobre su magnífi co cuerpo. La herm osa condesa tenía pánico a envejecer. Desde hacía ya mucho tiempo utilizaba todos los elixires y todas las pomadas que l e preparaban con gran secreto médicos y alquimistas. Desde hacía tiempo, tenía el convencimien to de que la sangre fresca de al guna joven virgen sería sin duda mucho más eficaz. La réplica de l a vi eja m ujer l a hizo penetrar en la l ocura. Ayudada por Dorko, un enano m onstruoso, y de Jo liona, su nodriza, hizo, en una decena de años, matar en las más horribl es condiciones a más de novecient as jóvenes. Para recoger su sangre, inventó los más abomi nables instrum entos de tortura, entre los cuales, una jaula erizada de púas. Encerraba all í a sus víctimas, completam ente desnudas, y luego hacía izar la j aula hasta el techo. Tras lo cual Jo liona y Dorko, armados con un largo atizador calentado al rojo, obli gaban a las desgraciadas a debatirse para que se hiri eran con los hierros. Muy pronto, era una auténtica ducha de sangre lo que caía sobre su dueña. El segundo invento de la condesa maldit a era una especie de autóm ata que tenía l a apariencia de una mujer joven. Nada faltaba en él, ni los cabellos ni los ojos de porcelana. Pero esta virgen de hierro estaba hueca y, cuando se encerraba en ella a una mujer, largos puñal es entraban en movimiento, lacerando su carne hasta que la sangre em pezaba a fl uir y, siguiendo un canal practicado en el suel o, iba a ll enar l a bañera donde aguardaba Erzsebet h. Y esto duró diez años, hasta la llegada al castillo de liona Harczy, una joven cant ante vi e nesa de
dieciséis años. Erzsebeth l a había invitado a Csejthe a fi n de que pudi era reposar su voz en el aire puro de las montañas. La noche de su llegada, tras haberle cosido los labi os para im pedi rle gritar, trababa conocimient o con l a vi rgen de hi erro. A la m añana siguiente, su anfitri ona anunciaba que había muerto súbitamente durant e la noche, y ordenaba que se celebraran unos magníficos funerales. La desaparición de una j oven de la buena sociedad pasó m enos desapercibida que la de las pequeñas campesinas. El pastor Ponikenus, que al principi o se había negado a celebrar el servici o fúnebre, para terminar luego accedien do a condición de que se desarrollara de la manera más sencilla, no dej aba de
pensar que, el día de su llega da, la cantante no parec ía en abs oluto enferm a. Expu so sus temores a György Thurz o, gran pal adín de la alta Hungría. Este último tenía ya sus dudas. Decidió i ntervenir y ordenó la entrada de la policía en el castillo. El 2 de enero de 1611, descubría en él los instrumentos de tortura puestos a punto por E rzsebeth. Inm ediat amente, ordenó el arresto de Dorko y de Jo liona, as í como de una decena de otros servidores, que no tardaron en confesar las horri bles cosas de las que habían sido cómplices. Fueron condenados a muert e y, el mismo día de s u ej ecución, los al bañiles emparedaron todas las sali das de Csejthe, donde perm ane cía encerrada la condesa. Iba a s obrevi vi r todavía tres años, pese a la soledad, pese a l a falta de alimentos. ¿De qué modo consigui ó resistir? Nadi e lo sabe. Lo que Erzsebeth Bathory había pedido a la sangre humana hubi era hecho mucho m ejor buscándolo en la de las plantas, en su savi a, en sus jugos, que conti enen todos los principi os vitales capaces de preservar la belleza y de impedir, en l a medi da de lo posible, por supuesto, que l a piel envejezca. Éste es principalmente el caso de todas las aguas de Smith, de Colonia o de miel. AGUA DE BOTOT : Esta agua dentífrica se obtiene haciendo m acerar en alcohol de 60° caliente algunos gramos de canel a, de clavo y granos de an ís. Aromatizar tras el filtrado con algunas gotas de esencia de menta. AGUA DE COL ONI A: Es sin duda la m ás célebre de l as aguas de belleza. Se fabrica mezclando 10 gram os de esen cia de bergamota con 10 gram os de esencia de lim ón, 10 gram os de esencia de s idra, 5 gram os de esencia de rom ero, 5 gramos de esencia de az ahar, 5 gramos de esencia de lavanda, 2,5 gram os de canel a y 1 litro de al cohol de 90°. Añadir al conj unto 150 gramos de agua de melis a y 100 gram os de alcohólat e de romero. Dejar m acerar una s emana y filtrar. AGUA DE MI EL: Esta agua m uy suave —c omo l a miel— es particularmente conveniente para limpi ar las pieles sensibles y los párpados. Hacer una primera m ezcla de agua de rosas y agua de azahar. Añadi r en segui da a este l íquido miel (muy poca), algunos clavos, cilantro, cortezas de lim ón ralladas, nuez m oscada en pol vo y una vai na de vainill a. Las proporciones en las cuales conviene mezclar estos distintos ingredient es son variabl es y dependen del gusto de cada uno. Dejar macerar una sem ana y filtrar. AGUA DE RAMILL ET E: Esta agua de belleza delicadamente perfum ada limpia l a piel en profundidad, pero exige una preparación mi nuciosa, debido a lo compl ejo de l os ingredientes que la componen. Mezclar 65 gram os de agua de mi el {ver más arriba), 30 gramos de alcoholato de clavo, 125 gramos de agua sin par {ver m ás abajo), 35 gram os de alcohol ato de j azmín, 30 gramos de alcoholato de liri o y veinte gotas de esencia de azahar. AGUA SIN PAR: Tambi én limpi a la piel en profundidad, desinfectándol a al mismo tiempo. Puede ser fabricada fácilmente en casa m ezclando 5 gramos de esencia de limón, 4 gramos de es encia de cidra, 4 gram os de esencia de bergam ota y 100 gram os de alcoholato de romero en un litro de alcohol de 90°. AGUA DE SMITH: También desinfectante, al mismo tiempo que agradablement e perfum ada, se obtiene mezclando, en un litro de alcohol de 90°, 60 gram os de esencia de l avanda, 30 gram os de ti ntura de ám bar y 500 gramos de agua de Colonia. Y, puesto que estamos con las aguas, he aquí una, la m ás nat ural que se pueda encontrar tras la de los manantiales. Es, simplemente, la savi a de abedul. «En todo el nort e de Europa, escribía el doctor Percy, cirujano de los ejércitos de Napol eón, comenzando en nuestros departamentos del Rin y hasta los c onfines de Rusia, el agua de abedul es l a esperanza, l a felicidad y la panacea de l os habitant es, ricos y pobres, grandes y pequeños, señores y siervos. Las enferm edades de la pi el, las espinillas, los herpes, el acné rosác eo, etc., raramente le resisten...» Esta agu a se recolecciona en l a primavera, antes de que l as primeras hojas hayan tenido tiem po de agotar l a savia que s ube. De ac uerdo, no resulta m uy fácil, sobre todo hoy en día, conseguirla, pero se puede reem plazar por una decocción de hoj as de abedul secas (50 gramos para un litro de agua) que tiene, sensiblemente, las mismas propie dades. Más «fuerte» es esta preparación, excel ente para limitar la transpiración de los pies y, en todo caso, para eliminar su olor: hacer m acerar 500 gram os de col a de caballo en m edio litro de alcohol de 60° durante quince días, removiendo el frasco de tanto en tanto, luego filtrar. Tras la pi el, los cabell os. He aquí al gunas recet as de champús y lociones capilares que podrán realizar m uy económic ament e en su casa y de las que pue den estar seguros de que son ent erament e naturales. CHAMP ÚS:
—An tica spa: Hacer macerar un buen pellizco de saponaria en medio litro de infusión de capuchinas. —Cabellos seco s: Echar algunas got as de aceite de oli va sobre una yema de huevo y remover como para hacer una mayonesa, incorporando al mismo tiem po el cont enido de un vaso de licor de ron.
—Cabellos gra so s: Echar un buen pellizco de saponaria en medio litro de decocción de hojas de repollo. —Cabellos normales: Preparar medio litro de infusión de camomil a y añadirle una pulgarada de saponari a. Esta preparación es conveni ente para los cabellos rubios. Para los cabellos castaños o negros, reem plazar la infusión de camomil a por una decocción de hojas de nogal. LOCIONES: —Con tra la caída del cabello: Tom ar 100 gram os de hojas, de fl ores y de semillas frescas de capuchina, 100 gramos de hojas de ortiga i gualm ente frescas, 100 gramos de hojas de boj tam bién frescas. Picar todas estas plantas y hacerl as macerar en 500 gramos de alcohol de 90° durante una qui ncena de días. Filtrar y perfum ar con una es encia a el egir. —También contra la caída del cabello: Mezclar 25 gram os de alcohol de lavanda, 25 gram os de éter, y un vaso de agua destilada. —Con tra la caspa: Frotar el cuero cabell udo con el interi or de una corteza de limón a fin de arrancar las pieles muert as. —Con tra la seborrea: Hacer hervir juntos en medio litro de agua una lechuga y un puñado de perejil. Filtrar y utilizar tibio. El baño ahora, que es también un precioso auxiliar de la belleza... y no es Diana de Poitiers quien hubi era dicho l o cont rari o, ell a que, a sem ejanza de Cleopat ra, se bañaba en leche de burra. Hoy en día, por supuesto, resulta muy difícil hacer como ella, a m enos que se s ea mill onario. ¿Qui ere esto decir que l os baños de leche son prohibiti vos para las m ujeres? P or supuesto que no, puesto que existe... la leche en pol vo, que no es más cara que cualqui er ot ra sal o aceite de baño vendidos habitualmente en los comercios. Para todos los dem ás baños, se tomará en prim er l ugar l a precauc i ón de preparar una decocción m uy concentrada de la planta —o pl antas— el egi da, que se echará en la bañera al mismo tiem po que un puñadito de saponaria. Estas pocas recetas de bell eza, estos trucos, son tan viej os como l a femineidad. Desde el día en que E va, arrancando una hoja —¿ de parra? — para ocultar su desnudez, se dio cuenta de que la naturaleza podía proporcionarle t odas las armas de la seducción, las m ujeres no han dejado de aprovec hars e de esta enorme despensa, cada una a su manera y en función de l as nec esidades de su piel. Las plant as no han cambi ado, son las muj eres quienes ya no confían en ell as. Sin embargo, cocinan con ellas, beben tisanas de ellas, aunque l a simple i dea de confi ar su bell eza a estas hierbas que tan a m enudo consumen les hace estrem ecerse. Es como para dudar de la lógica fem enina... PEQUEÑO LÉXI CO BOT ÁNI CO BAYA: Pequeño fruto carnoso con pepitas que es, en realidad, la semilla de la planta. BROT E: Llamado tam bién yem a, aparece en primavera, pri ncipalm ente sobre los árboles y l os arbustos, y puede estar recubiert o de escam as o guarnecido por una pelusilla. En el i nteri or de su caparazón se hallan los embri ones de las hoj as y, algunas veces, de los tallos. BUL BO: Se le llama m ás comúnmente la «cebolla» y, de hecho, la propia cebo ll a es un bul bo. No hay que confundi rlo con el rizoma ni con las raíces que brotan del bulbo para hundirse en la tierra. CABEZUELA: El Larousse en dos volúm enes la define como un «tipo de inflorescencia de varias flores sin pedúncul o e insertadas las unas al lado de las otras sobre el receptácul o». CORT EZA: Es la piel, la envoltura de los árboles y de algunos frutos. FOLÍCULO: Fruto seco en form a de saquito que se abre en su m adurez por una hendidura única que pasa exactamente entre l as dos hileras de semillas que contiene. PÉT ALOS: Laminill as blancas o coloreadas que forman l a corol a de las fl ores. REMAT E: Parte de una planta, que comprende lo alto del tallo y la flor. RIZOM A: Es un tallo subterráneo de donde part en las raíces que se hunden en el suel o y el tallo que asciende hacia la luz. SEMILL A: Es ella la que asegura la reproducción de la especie. Es pues, la parte acti va del fruto — granos, pepitas o núcleo—, mientras que la pulpa no es más que la parte inerte, destinada ya sea a proteger, ya sea a alimentar la semill a. TALLO: Corresponde al tronco de los árboles. Tubércul o: No hay que confundirl o ni con el bul bo ni con el
rizoma. El tubérculo no des prende raíces, sino que se form a sobre las raíces o las partes aéreas de la planta. De hecho, contiene l as reservas nutriti vas de esta pl anta. Umbela: «Tipo de inflorescencia», para tomar las palabras del Larousse, en l a cual los pedúnculos de cada flor se hallan insert ados en un mismo punto. Vaina: Fruto seco com o el folícul o, pero que se abre por dos hendi duras opuestas.
LÉXICO FITOT ERAP ÉUTICO
La acción de las plantas se define por palabras muy particulares. He aquí, comunicadas por Henri Errera, los princi pales térmi nos de este lenguaje técnico. ABORTIVO: Que amenaza con provocar el aborto. AFRODISÍACO: Que favorece la acti vidad sexual. AMARGAS: Dícese de l as plantas como l a achic oria o l a genciana, cuya principal característica es el amargor. ANAF RODISÍACO: Que atenúa el deseo carnal. ANAL ÉPTICO: Que posee propiedades fortificant es, que estimula y da nuevas fuerzas. ANALGÉSI CO: Que at enúa el dol or. ANT ÁL GICO: Sinónimo de analgésico. ANTI AST ÉNI CO: Que com bate l a asteni a, que estimul a las fuerzas en caso de deficiencia nervios a o psíquica. ANTI BIÓTICO: Sustancia, producida por un ser vi vo, que com bate la infección. ANTI DIARREI CO: Que eli mina la diarrea. ANTÍ DOT O: Que combate los efectos del veneno. ANTI ES CORBÚTICO: (Es decir l a vitami na C). Que im pide o cura el escorbut o. ANTI ESPASM ÓDI CO: Que calma los espasmos y calambres. ANTIL ECHOSO: Que detiene la subi da de la leche. ANTIPIRÉTI CO: Que elimina l a fiebre. ANTIP ÚTRI DO: Que detiene la putrefacción. ANTIS ÉPTICO: Que destruye los microbi os o impide que se desarroll en. ANTIT ÉRMICO: Que baja la temperatura. ANTIT ÚSICO: Que calma la tos. APERITIVO: Que abre el apetito. AROMÁTICO: Que desprende un perfum e agradabl e gracias al cual se puede enmascarar el gusto amargo de algunas preparaciones. ASTRI NGENT E: Que contrae y afi rma los tejidos, ayuda a las heridas a cerrarse y detiene las hemorragias san guíneas. BACT ERICIDA: Que mat a las bacteri as. BACT ERIOSTÁTI CO: Que detiene la multiplicación de l as bacte rias. BALS ÁMICO: Que desprende un olor a resina y calma la tos o despeja las vías respiratori as. BÉQUICO: Que calma la tos, pero no huel e obligatori amente tan bi en como el prec edente. CARDIOTÓNICO: Que toni fica el corazón. CARMINATIVO: Que reabsorbe o facilita las fermentaciones intestinales. CÁUSTICO: Que tiene poder corrosi vo y quema la pi el. COL AGOGO: Que aum enta las secreciones biliares. COL ERÉTICO: Sinónimo del precedente. CORDI AL: Que forti fica o que estimula. CUT ÁNEO: Que tiene una acción sobre la pi el. DEPURATIVO: Que purific a la sangre.
DET ERSIVO: Que lim pia la epidermis o las heri das. DIAFORÉTI CO: Que hace transpirar abundantemente. DIGESTIVO: Que facilita la digestión. DIURÉTICO: Que estimula la di uresis, es decir la producción de ori na por los riñones. DRÁSTICO: Que purga enérgicamente. EDUL CORANT E: Que endulza un producto demasiado alcoho lizado o am argo. EM ENAGOGO: Que provoca y regulariza el volum en de las menstruaciones. EM ÉTICO: Que hace vomitar. EMOLIENT E: Que disminuye las infl amaciones local es. ESTIMULANT E: Que provoca una excitación general. ESTOM ACAL : Que estimula el estóm ago y facilita la digestión. ESTORNUT AT ORIO: Que hace estornudar. EST UPEFACIENT E: Que adormece l os centros nervi osos y provoca una sensación de eufori a que crea hábito. EST ROGÉNICO: Que estimula la función ovárica. EUPÉPTI CO: Sinónim o de digesti vo. EXCIT ANT E: Que tiene un efecto estimul ador sobre las glándul as y el sistema nervi oso. EXP ECT ORANT E: Que ayuda a evac uar las mucosi dades de los bronquios o de los pulm ones, es decir a expectorar. FEBRÍF UGO: Que hac e bajar la fi ebre. GAL ACTÓGENO: Que favorece e increm enta las secreciones lácteas. HEMOLÍTICO: Que destruye los glóbulos rojos. HEMOST ÁTICO: Que deti ene las hemorragias sanguíneas. HEPÁTI CO: Que cura el hígado. HIPERT ENS OR: Que aum enta la tensión arteri al. HIPNÓTI CO: Que favorece o produce el sueño. HIPOGLICÉMI CO: Que hace bajar el índice de azúcar en la sangre. HIPOT ENS OR: Que disminuye la tensión arteri al. LAXANT E: Que acti va la evacuación intestinal. LENITIVO: Que abl anda. MUCÍL AGO: Sustancia viscosa de origen vegetal que dismi nuye las irritaciones de los tejidos. NARCÓTICO: Que provoca el sueño. NECROS ANT E: Que provoca una nec rosis, es decir la muerte de los tejidos. NEFRÍTI CO: Relati vo a los ri ñones. PECTORAL : Que actúa sobre la funci ón respirat oria. PERIST ÁLTICO: Que favorece las contracciones del int estino. PURGANT E: Que libera el intestino. REFRES CANT E: Que posee efectos laxantes y depurati vos. RESOL UTIVO: Que disipa las infl amaciones y hace desapare cer las obstrucciones. REVULSIVO: Que provoc a una congestión local para curar otra. RUBEF ACI ENTE: Que hace enrojecer la piel y acti va la circul ación en los pequeños vasos sanguíneos. SEDATIVO: Que calma. SINÉRGICO: Que asocia l a acción de dos o más plantas. SOPORÍFICO: Que hacer dormi r. SUDORÍFICO: Que hace trans pirar. TENÍFUGO: Que expulsa la teni a. TÓNICO: Que hace des aparecer la fatiga y reconstituye las fuerzas. TÓPICO: Que atrae la sangre a flor de pi el. VASOCONST RICTOR: Que constriñe los vasos sanguíneos. VASODIL AT ADOR: Que dilata los vasos sanguíneos. VENENOS O: Que contiene veneno. VERMÍFUGO: Que expulsa las lombrices. VESICANT E: Que provoca hinchazones en la pi el. VULNERARIO: Que favorece l a cicatrización de las heridas. TABLA DE EQUIVAL ENCIAS Algunos de los productos indicados en el presente texto tienen di versa denominación en vari os países de habl a hispana. Para l os lec tores de dichos países, damos a continuación l as equi valenci as, así como l as de algunas expresiones. Aguacate: palta, avocado Albaricoque: damasco, chabacano Alcachofa: alcaucil Al ast: al spiedo
Aliñar: condi mentar, aderez ar Barbacoa: parrill a Bistec: bife Brioche: pan de Viena Calabaza: zapallo Calabac ín: zapallito, zapallito italiano Charcutería: fiam brería Col: repollo, berza Despojos: achuras, chunchul es Embutidos: fiambres Entremes es: entradas Fresa: frutilla Guisantes: arvej as, chicharros Judías blancas: porotos, frij oles Judías verdes: chauchas, ejotes, bajocas, porotos verdes, vainas Mahonesa: mayonesa Maíz: choclo, abatí Melocotón: durazno Nabo: cayocho Nevera: hel adera, refrigerador Patata: papa Plátano: banana Piña: ananá Potaje: sopa de verdura Rustido de cerdo: cerdo al horno Sorbete: helado de agua Tomate: jitomate Zumo: jugo
Este es el cuaderno secreto de la abuel a del autor, donde la buena mujer consignaba las recetas largamente experimentadas que le habían sido legadas por la tradición y que eran elaboradas con autenticidad. La abuel a conoc ía un gran número de rem edios naturales y caseros que precisam ente constituyen la base de este libro. Tenía recetas para todo: dolores de barriga, migrañas, verrugas, heridas, indisposiciones, resfriados, que con sus rec etas y tisanas se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos. ¿Desdeñar los rem edi os caseros? Gracias a este cuaderno y a otras investigaciones, todo el tesoro y las virtudes de las pl antas, de las verduras, de las frutas, de las pociones ya no tienen secretos para Jean Michel Pedrazzani ni, leyendo este libro, para ni nguno de nos otros.