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Celebrar 475 años de historia es valorar con el máximo respeto la identidad de todas las personas que claman un protagonismo asertivo y de ideales compartidos, a través de sus vidas y del invaluable anecdotario que emana de la tierra en sus comunidades. Hoy celebramos el trayecto y la herencia, acto seguido la incansable labor colectiva por alcanzar la sostenibilidad, por lucir permanentemente como una Sociedad Modelo de Acción en aras de preservar nuestra cultura, nuestro rasgo arquitectónico, nuestras raíces y el compromiso ecológico, nuestros oficios y festividades; escribiendo hoy mismo la historia entre lo local y lo global, entre la soberanía y la interdependencia, entre el presente y el ansiado futuro. Al final, todos estamos aquí pues deseamos ser parte esencial de esa personalidad que cubre a San Miguel, conformar una integración única con habitantes de todo el mundo. Sin importar de dónde somos o de dónde venimos, vivir aquí nos hace sanmiguelenses a todos; identidad que se construye a través de nuestras acciones cotidianas en sintonía con los valores heredados, con el intercambio de saberes y prácticas para actuar en favor de todos, con la correcta interpretación de lo que representa una relación democrática y con la experiencia articulada de saber compartirse en vida. El factor de pluralidad dio paso firme hacia la interculturalidad, que no es sino la interacción sostenible entre culturas, al establecimiento de una escena respetuosa y solidaria que podemos atestiguar en mercados, plazas públicas, bibliotecas y comercios diversos. Si bien ninguna sociedad está exenta de conflictos, aquí debe ponderar el respeto, la igualdad, el diálogo y el consenso; seamos hombre o mujer, niño o anciano, indígena o español, nacional o extranjero. San Miguel de Allende no debe permitir jamás la pérdida de una identidad ni la extinción de una tradición, y aquí… sanmiguelenses somos todos. RICARDO VILLARREAL GARCÍA PRESIDENTE DE SAN MIGUEL DE ALLENDE
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03 UN VIAJE AL CORAZÓN 03 ENGLISH VERSION 03 TIERRA ADENTRO 03 BARRIOS FUNDACIONALES 03 RASGOS ARTQUITECTÓNICOS 03 LOS OFICIOS Y EL ARTE POPULAR
ENTRE LO RELIGIOSO, 03 FESTIVIDADES, LO CÍVICO Y LO CULTURAL
03 UNA GALERÍA DE ARTE VIVA 03 LÍNEA DE TIEMPO
03 PARROQUIA DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL 03 IGNACIO ALLENDE Y UNZAGA
Y CASA DE EJERCICIOS 03 SANTUARIO DE JESÚS NAZARENO DE ATOTONILCO
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COMITÉ
H. AYUNTAMIENTO
475 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DE LA CIUDAD DE SAN MIGUEL DE ALLENDE
Ricardo Villarreal García Presidente Municipal
PATRICIA DEL CARMEN VILLA SÁNCHEZ Presidenta JOSÉ GUSTAVO VIDARGAS LARREA Secretario RUBÉN GONZÁLEZ VÁZQUEZ MARÍA DEL REFUGIO DOLORES ROSALES ALONSO TOMASINI OLVERA Óscar Hilario Mendoza Reyes Vocales
Jesús Gonzalo González Rodríguez Secretario del H. Ayuntamiento Pavel Alejandro Hernández Gómez Síndico Municipal Luz María Gutiérrez Tovar Regidora PAN Gerardo Javier Arteaga Regidor PAN
ERNESTO HERRERA Coordinación general Diseño editorial
Ma. Del Refugio Dolores Rosales Regidora PAN Rubén González Vázquez Regidor PAN
JOSÉ MIGUEL PAZZI Relatoría y coordinación editorial
Patricia del Carmen Villa Sánchez Regidora PAN
LUIS FELIPE RODRÍGUEZ GRACIELA CRUZ LÓPEZ Asesoría histórica
Agustina Morales Pérez Regidora PANAL
JAN ROTH Traducción al inglés
Alonso Tomasini Olvera Regidor HUM
JESÚS HERRERA SEAN REAGAN Fotografía
José Jaime Martínez Tapia Sánchez Regidor PRI
ERIC SUÁREZ OLIDEN Fotografía histórica San Miguel de Allende®
Luis Manuel Rosas Hernández Regidor PRI
Impreso en México Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización escrita de los editores.
Óscar Hilario Mendoza Reyes Regidor PES
Primera edición Octubre 2017 2,000 mil ejemplares Todos los derechos reservados©
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GABINETE Emilia Vega Cabrera Presidenta del Patronato DIF Municipal
Manuel Hernández Murillo Director de Fiscalización
Nicolás Hernández Ramírez Secretario Particular del Presidente Municipal
Sandra Gisela Camargo Zúñiga Directora de Transporte
Luis Ricardo Benavides Hernández Secretario de Seguridad Pública
Norberto Carbajo Rodríguez Director de Medio Ambiente y Ecología
Rodolfo Jurado Maycotte Oficial Mayor Administrativo
Osvaldo García Arteaga Director de Desarrollo Social y Humano
Alfonso Sautto Agundis Director de Servicios Públicos Municipales
Samuel Mercadillo Escobedo Director de Tránsito Municipal
Ángel Gastelum Cadena Director de Patrimonio Cultural y Planeación Sustentable
Theresa Guerrero Armendariz de Kavanagh Directora de Vinculación con ONG’s y Atención a Extranjeros
Cinthya Gpe Sifuentes González Directora del Instituto Municipal de Allende para las Mujeres
Verónica Rodríguez Arteaga Directora de Educación
Juan Ricardo Trujillo Zavala Titular del Instituto Municipal de Atención a la Juventud de San Miguel Allende
Zonia Elena Torres Saeb Directora de Desarrollo Económico y Turismo Mario Cecilio Morales Hernández Contralor Municipal
Felipe de Jesús Tapia Campos Director de Obras Públicas
José Alfredo Orduña Rodríguez Director de la Comisión Municipal del Deporte
José Gustavo Vidargas Larrea Director de Cultura y Tradiciones
Mariana Navarro TÁmez Directora DIF Municipal
Luis Enrique Vázquez Rodríguez Director de Mejora Regulatoria Juan Rosario Licea Perales Director de Atención Ciudadana
Juan José Olvera MojardIn Director General del Instituto Municipal de Vivienda
ANA Paola Enríquez González Directora de Comunicación Social
JUAN ANTONIO JARAMILLO VILLALOBOS Director de SAPASMA
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La ciudad de San Miguel de Allende guarda en su nombre la denominación de notables historias, una colección extraordinaria de sucesos, que junto al tiempo, han labrado un destino para todos anhelado. San Miguel guarda también en su osamenta urbana, el asombro de un número incalculable de personas que cohabitan día con día estos magníficos caminos, los cuales extienden bienvenida a todo aquel que sea capaz de adoptar el fulgor del suelo que pisa. Postrado en lo que actualmente es su Plaza Principal, frente a la Parroquia de San Miguel Arcángel, resta prestar la atención y reconocer las voces de centenas de protagonistas que clamaron aquí una tierra que nació multicultural; corresponder íntegramente a todos quienes la dotaron de cauce y trascendencia. Aquí lega el sonido de la concha, el repique de la campana, el canto y la danza del indígena, los murmullos de un río que guió a la vida, la ruta surcada en plata y la visión de una villa novohispana; perduran las proezas, el marco de un nuevo mundo, la hazaña de Independencia, el trayecto inspirado en el Gólgota, los oficios que se alzan como auténtico patrimonio y el arte como un modo dichoso de vida… aquí sobran los idiomas cuando somos una sola voz, las festividades cuando somos una sola creencia, el territorio cuando todos somos sanmiguelenses. La historia a través de 475 años ya está contada. Basta acercarse y navegar el insigne corpus de palabras que han entregado diversos autores de la estatura de Miguel Malo, Francisco de la Maza y Felipe Cossío del Pomar, quienes tras empuñar la pluma con divina gracia, heredaron una lectura que más allá de una obligación tutelar, debiera ser alimento para las nuevas generaciones. Basta también recorrer los museos, las capillas y aposentos de la ciudad, para calcular la valía inconmensurable de la materia que profesan, o tal vez solicitar cordialmente el compartir una tarde con historiadores, cronistas, investigadores o mayordomos de los barrios fundacionales, para adentrarnos en el piélago de anécdotas que escenifican a cada vocablo pronunciado. Honrar la historia radica en la bravía constante de nuestros actos, es encarnar la iniciativa y procurar el bien común para sumarnos a una sociedad proactiva y de asertividad ejemplar; es defender, con el ahínco y gallardía de quienes nos antecedieron, el rasgo arquitectónico y la tradición intangible que hoy sitúa a la ciudad como una de las más bellas del orbe. No menos importante es fortalecer el desarrollo de las comunidades neurales de San Miguel, tales como la Cieneguita, Atotonilco, Puerto de Nieto, Cruz del Palmar, Jalpa, Alcocer, los Rodríguez o San Miguel Viejo, entre tantas otras; asimismo es continuar abrazando a la comunidad internacional, a nuestros cohabitantes, quienes orquestan la hermandad universal bajo metáfora de un puente inquebrantable, capaz de propasar los límites de toda paradójica frontera. Se trata finalmente de poder pronunciar palabra en lengua ajena, no la del visitante, sí la del prójimo; es vestirnos del otro sin perder arraigo alguno, compenetrarnos sobremanera. Cómo no concebir esta idea, si al levantar uno la mirada sobre el horizonte encuentra ahí, sobre un claro a orillas del río de la Laja, la memoria ancestral, y desde ella, el encuentro de múltiples cosmovisiones; unas ataviadas en sangre, tierra y defensa del linaje, otras revestidas de armadura, lanza y furor. Nos encontramos desde entonces frente a la trama de una colisión de mundos que enarbolan el profundo significado de la interculturalidad. Actualmente la humanidad no se encuentra exenta de conquistas incesantes ni de ásperas transiciones. El valor de esta reflexión es el de exhortar a llevar la memoria hacia el frente en todo momento, a construir la anécdota personal en concordancia con nuestra cotidianeidad y con el entorno inmediato, ese que habitamos. La intención de celebrar 475 años es la de reconocernos como una sociedad modelo de acción, tomando como eje la tradición historiográfica para determinar las decisiones del presente, las cuales permitan robustecer una cohesión social, cultural y política siempre en favor del devenir de San Miguel de Allende. Sean estas líneas una crónica que evoque la herencia y la riqueza natural, arquitectónica y multicultural que ostenta la ciudad de San Miguel; sean palabras dignas que enmarquen y otorguen el primer plano al acervo fotográfico que presenta este libro, el cual ilustra los colores, la pasión y los días presentes de los sanmiguelenses… sea, en sentido pleno, un viaje al Corazón de México.
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Dejamos el Jardín Principal para retornar a los accesos de la ciudad, desde el principio, como todo buen epígrafe alienta. Son cuatro las principales vías que conectan a San Miguel de Allende con Querétaro, Celaya, Guanajuato y Dolores Hidalgo, entre un derredor inmerso en serranías y paisajes tornasol. Desde cada una de ellas es posible apreciar cómo antaño, durante la época virreinal, la antigua villa de San Miguel el Grande jugó un papel protagónico en el proceso de consolidación del norte novohispano; para esos ayeres los caminos que comunicaban con la villa eran tradicionalmente siete, ideados no solamente a manera de estrategia política, comercial y de poblamiento, sino como un frente espiritual y de evangelización. De esta forma, si uno decide tomar ruta hacia México o Querétaro, lo habría hecho en aquellos días ya sea por la senda de Alcocer o por la vereda que pasaba a un costado de la capillita de Loreto. Si nos dirigimos al sur rumbo a Celaya, se evoca el trayecto que salía por el obraje De la Canal hacia Chamacuero, ruta que delinea el arribo de los evangelizadores españoles. Si se va a Guanajuato, se puede tomar la ruta corta a través de la Cieneguita y el puente de San Rafael, sitios vecinales con gran arraigo a la ciudad. Si nos dirigimos a Dolores Hidalgo debe tomarse el camino que lleva a Atotonilco y hacer una escala obligada en el Santuario de Jesús Nazareno, un paraje agraciado al que toda línea escrita resulta insuficiente en su fisonomía textual para rendirle una prodigiosa descripción. A su vez, el camino antiguo del Tecolote nos lleva a Xichú y a San Luis de la Paz, así como a todas las provincias del Pánuco. Finalmente, el séptimo camino es el que conectaba al obraje de Baltasar de Sautto con el sitio de Agua de Espinosa. Surcando toda la órbita de San Miguel dábamos cuenta que pisamos tierras prominentes. Justo por aquí pasaba el Camino Real de Tierra Adentro, trayecto que abarca más de dos millares de kilómetros, cuyas vértebras culturales y geográficas son esenciales para comprender cómo de una villa española se fundó una población pluricultural, con identidad, sentido y símbolos propios. La historia habla de un importante hallazgo de yacimientos mineros en Zacatecas y Guanajuato, lo que propició la avanzada novohispana hacia el corazón del continente, gestando una serie de asentamientos y misiones que sirvieron de entidades de frontera para el poblamiento y anexión de estos territorios de la Corona española. Conocido también como Camino de la Plata, por aquí se transportó algo más que riquezas minerales. Esto fue una vía incalculable de intercambio de conocimientos, ideologías y creencias religiosas; un rosario de contextos que evidentemente prevalecen en el código sociocultural de nuestra época. El Camino Real de Tierra Adentro es una suma de herencias, es el fundamento o antecedente de las principales rutas de comunicación terrestre que transitamos en la actualidad. Si bien estas tierras se consideraban un puesto fronterizo elemental en la avanzada novohispana, eran también ferozmente defendidas por las naciones chichimecas, algunas de ellas referidas de naturaleza salvaje y despiadada en la reconstrucción historiográfica; así como pobladores otomíes, tarascos y nahuas. La fundación del pueblo de indios, pacificados y provenientes de distintas etnias, se le atribuye a fray Juan de San Miguel, fraile franciscano quien trasciende por fundar bajo el orden hispánico una serie de pueblos entre Michoacán y Guanajuato. De acuerdo a la tradición oral, en 1542, fray Juan de San Miguel, acompañado de guías purépechas, otomíes y nahuas, se asentó sobre lo que actualmente se conoce como San Miguel Viejo, denominación que si bien alude a su nombre, es en dedicación al primero de los arcángeles, hoy en día, patrono titular de la ciudad. Fray Juan de San Miguel, a quien han definido las crónicas franciscanas como un hombre ejemplar, virtuoso y de carácter bien cimentado, y al que “le era ajena toda emoción que implicara temor alguno”, fraternizó con los indómitos Chichimecas; indios que si bien son memorados por su fiereza y por su barbarie, veneramos también sus designios de arraigo y defensa de su tierra, nuestro suelo; de su cielo, nuestro firmamento; de su libertad, nuestro tiempo. Aquella naciente población encontraría en el elemento del agua el hilo conductor y un estandarte definitorio hacia su destino. Así, los primeros indios de paz, convertidos al cristianismo, se reubicaron un par de kilómetros al noreste bajo la guía de fray Bernardo de Cossin, a quien dejó a cargo del pueblo fray Juan de San Miguel. El seguimiento de las aguas y el resguardo de la guerra, propiciaron que el enclave se trasladara a un vergel privilegiado por campos fértiles y manantiales que brotaban en la ladera del monte de la “Moctezuma”, el ojo de agua del “Chorro”, dando asentamiento definitivo al pueblo de indios y a uno de los barrios fundacionales de la ciudad. Asimismo, el virrey Luis de Velasco I ordenó que se erigiera una villa de españoles, cuya traza urbana se extendió a partir de la antigua Plaza de la Soledad, con el fin de proteger el Camino Real de México a Zacatecas y consolidar otras fundaciones de la región. A partir de entonces, San Miguel el Grande se presenta como un sitio estratégico del proceso de poblamiento de la frontera norte y como una de las puertas de la llamada Tierra Adentro.
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El paso de los años trajo consigo la fundación de nuevos barrios. Al del Chorro le siguieron otros más como Guadiana (que integró a los antiguos barrios de Santa Catarina y la Santa Veracruz), Ojo de Agua, el Valle del Maíz, y un par de siglos más tarde, el Tecolote (conocido también como San José de la Montaña), el Obraje y San Juan de Dios, sitios que hoy hilvanan el sistema neural de la ciudad. La importancia de un barrio es la de urdir la sociedad con su territorio, sus tradiciones y el prolífico pasado que fluye aún por la sangre de sus moradores. Es poseer un espacio de la ciudad que nos pertenece y sentimos nuestro; es defenderlo, exaltarlo y pagar la visita de aquellos que se muestran hacia él atentos. En la construcción de esta relatoría tuvimos privilegio de conversar con notables personajes de estos barrios fundacionales, quienes a través de sus palabras dibujaron el apellido de todas sus memorias, la hora de todas sus conquistas y la dirección de los ideales comunes. Esta colección de anécdotas son un mapa habitual e inagotable del que hoy podemos seguir disfrutando en cualquier caminata. Se trata de llegar al parque Benito Juárez y sentarse a disfrutar de su dimensión arbolada, para después concebir que todo esto era una cañada de aguacates, aposento de hortelanos quienes cultivaban naranjas, albaricoques, chirimoyas y peras; un paraje rodeado de nogales, garambullos, moras y zapote, entre otros. Uno tiraba semilla al piso y germinaba la savia deseada. Subiendo de ahí al Chorro están los famosos lavaderos, sitio icónico que aún presenta la estela de personajes que llegaban hasta ahí para realizar labores diarias aprovechando los afluentes que brotaban de su manantial. Don Heleno Patlán y Alfonso Martínez, personas que defienden su barrio desde siempre, relataron que donde hoy se ubica la Casa de Cultura eran baños públicos donde la gente se aseaba, el número 5 era para mujeres y niños, el 7 para hombres. A espaldas de este recinto se encuentra el Templo de la Santa Cruz del Chorro, del cual el mismo Don Heleno es encargado. De aquí brotaba agua con caudal suficiente para proveer a las fuentes públicas y particulares de toda la villa. Caminar las calles de Barranca, Hospicio y Huertas es disfrutar de un recorrido donde no sabíamos si pondera el árbol, la pileta o el concreto; donde aún permanece el antojo vespertino de reboceros por degustar un buen taquito de piloncillo o una charamusca. Sobre la calle de Recreo se encuentra la escuela primaria Heroínas Insurgentes, próxima a cumplir su primer centenario; encontrarán también la decimonónica Plaza de Toros junto al recuerdo de sus corridas y de cuanto cartel prominente pasó por aquí. Avistar el Chorro desde el centro requiere levantar la mirada, una reverencia que se eleva en sintonía con la admiración de su entorno. El barrio de Guadiana se distingue por ser también uno de los más tradicionales de San Miguel. Efrén Sanabria, el joven mayordomo del Templo del Señor de las Agonías, compartió que de aquí surge la Danza del Torito en ofrenda a la buena cosecha, así como la Danza de Sonaja, donde hombres y mujeres visten con sombrero lleno de papeles de colores a manera de flor y listones colgando, mientras combinan movimiento a ritmo de su sonaja de guaje. Aquí se acostumbraban las peleas de Box, protagonizadas por vecinos del mismo barrio, que tras concluir la función convivían a cielo abierto e inconveniente resuelto. Las tradicionales yuntas se realizaban sobre la parte alta del Caracol, donde un par de reses era adornadas con ofrendas frutales llamadas cuelgas, las cuales pretendían robar los denominados “Bandoleros” en una típica coreografía que terminaba por ser una bella convivencia. La gente ofrecía el atole de cáscara o el aguatole, bebida de maíz con polvo de chile y una sema chorreada. Guadiana colinda con una de las calles principales de la ciudad que es la Ancha de San Antonio, rematando en su otro extremo con la subida hacia el Caracol. Se integran de forma perpendicular las calles de 5 de Mayo y la calle de Moras, a su vez limítrofe con Prolongación Aldama donde se ubica el famoso Golpe de Vista. Si se decide ascender por ésta última se llegará al barrio de Ojo de Agua, bajo el único riesgo de recibir cordial saludo de cuanta persona encuentre el camino. Una vez ahí, sentado en la explanada de la Capilla de la Santa Cruz, en compañía de su amable mayordomo Hilario Sanabria, la entrevista tomó un tinte de suspensión en el tiempo, de fraternidad natural. Fueron breves los minutos de plática y larga la percepción de dos antiguos fresnos y de un joven laurel de la India, que imponentes presumían la raíz profunda que alimenta su robusto cuerpo, como buscando explicar el significado de pertenecer a esta tierra. Al pie de la explanada, dos manantiales permanecen intactos frente la inclemencia climática que nos atañe, ojos de agua que escenifican el reflejo humilde de nuestras acciones, el de dar para ser recompensado, de proveer para ser exaltado, el de brindarse para ser bendecido.
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Decidimos tomar la calle del Camino Real de Xichú para conectar inmediatamente con el barrio del Valle del Maíz. A nuestro encuentro salió don Juan Córdova, personaje de férrea convicción por preservar el arraigo indígena que sostiene al barrio. No presentaba un tono de voz del que se considera normal; su perfecta dicción evoca la cadencia que implica ser un conchero. Don Juan explicó que si bien la distribución de las tradiciones y herencia cultural recae en los de mayor edad, son los jóvenes quienes deben asirse al enorme reto de preservarla. Quien mejor que él para personificar dicho ejemplo. Don Juan y toda su familia son concheros; palabra, tradición, alabanza y música que proviene desde los antepasados y que fue olvidada por un tiempo. Él la retomó y ahora sus hijos, su esposa, sus pequeños nietos y cerca de 50 personas en el Valle del Maíz han aprendido a tocar esta suerte de laúd montado sobre una concha de armadillo, guaje o duela. Los concheros tienen la facultad de elevar la alabanza a Dios, a los Cuatro Vientos y a sus ancestros; se hacen acompañar de danzantes que golpetean el suelo con sus huaraches y los huesos de fraile que portan en los pies para el zapateo. El instrumento guarda en su coraza la esencia del sentir. Aquí se trabaja la cucharilla y el espíritu indígena, se comprende el concepto de peregrinaje y de estadía; de aquí muchos salen y luego vuelven fortificados, divulgando las décimas aprendidas y transportando infinidad de enseñanza. Completan estos barrios históricos el Tecolote, el Obraje y San Juan de Dios. El primero se distingue sobre la cuesta de San José como un perfecto vigía de la ciudad, como un símbolo de paternidad implícito en su dogma. A este lugar se le conoce también como San José de la Montaña y abarcaba hasta el mercado Ignacio Ramírez y el callejón del Atascadero. Su calle más importante es “La Cuesta”, y ascenderla varias veces al día es una alegoría al esfuerzo y a la superación permanente. En la capilla de San José de la Montaña, también conocido como capilla de indios de la Santa Vera Cruz, un cuadro de San José luce una hermosa capa sobre sus hombros, como si todos cupieran ahí; esto es justamente la idea del barrio y de su mayordomo don José Centeno, un centinela incansable en su labor por mantener vivas las tradiciones. Siguiendo con los “Josefinos” llegamos al Obraje, lugar que también venera a este santo y que se ubica a espaldas de lo que es hoy la Fábrica La Aurora. Este es el más pequeño de los barrios de San Miguel, no obstante de carácter primordial. Fundado sobre la antigua cuadrilla de trabajadores del obraje de Severino de Jáuregui y Baltasar de Sautto, sus pobladores se dedicaban a las labores textiles, posteriormente a labrar la tierra y trabajar con cantera y loza. Su cañada inmediata conserva la presa del Obraje y el tubo de agua que bajaba de la presa de las Colonias, la cual alimentaba de energía a la famosa fábrica textil, significativa fuente de empleo de San Miguel desde el Porfiriato y hasta bien entrado el siglo XX. No es la pequeña extensión de la colonia lo que nos denotó los rasgos imponentes de su historia, sino la profunda memoria y mirada de la señora Cruz Granados, quien llegó al lugar siendo una niña y ahora, 80 años después, conserva en su rostro la grafía de toda tradición celebrada, de toda persona que por ahí pasa. Camino de regreso al centro, a tan sólo tres calles, se encuentra el barrio de San Juan de Dios, que lleva el nombre de su antiguo hospital real. Cuando llegamos el viento presentó de inmediato una nueva densidad, provocado tal vez por la música que proviene de la trompeta, el violín y los trombones de la familia de don Anselmo Aguascalientes, representantes de la música tradicional a nivel nacional e internacional. Su historia, como la de todas las personas que intervienen en este libro, es digna de completar un centenar de páginas. Su aprendizaje fueron largas caminatas cargando instrumentos, para llevar junto a sus hijos la música de Pasión y las serenatas dominicales a cuanto espacio le llamaran. Esto es el esfuerzo de la vocación, el descubrir a cada paso el ímpetu por lo que decidimos dedicarnos en la vida. La familia Aguascalientes reside en el Callejón de los Muertos, famoso por ser el que guiaba al único panteón de entonces. Juntos recordamos las gorditas de cazuela que se preparan cuando llega el Señor de la Columna durante la Semana Santa, deliciosos bocados de masa molida con chile ancho, anís y canela, dorados en cazuela de barro y rellenos con piloncillo. El barrio se pobló poco a poco. Ahora sus calles comprenden San Rafael, San Pedro y San Pablo, Beneficencia, Canal, Insurgentes, Órganos, callejones del Pilancón, Blanco y de los Muertos, San Antonio Abad e Indio Triste, entre otras. San Miguel de Allende es una comunidad interconectada, barrios que comparten el agua, la tradición, el talento y la tierra. El común denominador de los barrios fundacionales es el respeto y la integración. El andamiaje para construir estas líneas se dio tras tocar decenas de puertas, conversar con vecinos, asistir a festividades y observar el desarrollo de un día en lo cotidiano. Lo relatado son tan sólo pequeños destellos y pinceladas de la incontable vastedad de fábulas que, tras cerrar este libro, puedes encontrar en cada esquina, accediendo a cualquier local o atendiendo el caminar de quien va delante y dota de contenido a la vida.
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Habiendo transitado caudales, empedrados y casas, la ciudad se fue transformando. Instalados de nuevo en el centro nos dimos a la tarea de analizar la traza urbana y el rasgo arquitectónico que ostenta San Miguel de Allende. Su casco histórico mantiene la integridad de origen, edificado en conformidad a la composición y principios contenidos en las ordenanzas reales de Felipe II para las nuevas poblaciones americanas. En síntesis, esta orientación refería que a partir de la selección del sitio propicio, el trazado comenzaba por una plaza mayor y de ella se desprendían las calles hacia las entradas y caminos principales, previendo que todo crecimiento futuro se pudiera prolongar en la misma forma. Esta iniciativa política pretendía tanto el aprovechamiento de los recursos naturales, como extender la jurisdicción real en los territorios que formaban parte de los reinos españoles. San Miguel de Allende encarna también uno de los conjuntos históricos más notables, de una arquitectura seductora a la más severa expectativa. Sus caminos y principales calles ostentan una exquisita personalidad en materia urbanística y de comunicaciones. A este panorama se suman mesones, plazas públicas y mercados, además de una hermosa perspectiva en torno a la construcción de iglesias, bajo influencia que va desde el plateresco hasta el neogótico, lo que rememora las grandes epopeyas de la antigüedad. Así, entran a escena recintos religiosos de valor extraordinario tales como la iglesia de Santo Domingo y el Real Convento de la Purísima Concepción, distinguido por su enorme claustro; la congregación y templo del Oratorio de San Felipe Neri, que data de principios del siglo XVIII y luce una solemne portada barroca en cantera rosa. Cerca del Oratorio encontramos el templo de Nuestra Señora de la Salud y su portada coronada por una gran concha. Recorrimos las capillas de la Santa Cruz del Chorro, una de las más antiguas, la del Barrio del Ojo de Agua que resguarda al Cristo de la Capilla y al Cristo del Señor del Llanito; el Convento de San Antonio y el templo de San Francisco con su vistosa portada churrigueresca. Llegamos al templo de la Tercera Orden maravillados por su austeridad, de ahí a la capilla de la Santa Casa de Loreto y su Camarín, las cuales se deben a la devoción de Manuel Tomás de la Canal. Capítulos enteros se deben dedicar al majestuoso Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco y a la Parroquia de San Miguel Arcángel, símbolo de la ciudad que ha rebasado en el uso de su imagen las fronteras del fervor, la contemplación, el diseño, e incluso, la mercadotecnia. El garbo arquitectónico de la ciudad se debe también a las casonas señoriales de estilo barroco y neoclásico, exhibiendo el impulso estético alcanzado en el período virreinal, así como al diseño de vanguardia que se alza desde la creatividad de arquitectos contemporáneos quienes desarrollan proyectos de gran estampa artística. Entre las edificaciones clásicas más destacadas encontramos la casa donde nació Ignacio de Allende y Unzaga, portento de la arquitectura barroca y hoy Museo Histórico de la ciudad; La Casa del Mayorazgo de la Canal que hoy resguarda a la Casa de Cultura CitiBanamex y representa uno de los mejores ejemplos de la arquitectura civil novohispana en el llamado Bajío, con su majestuosa portada neoclásica y su edificación concluida a principios del siglo XIX por don Narciso María Loreto de la Canal y Landeta. Ubicamos también la Casa del Inquisidor que data de la década de 1780, la del Marqués de Jaral de Berrio, construida en la segunda mitad del siglo XVIII y las Antiguas Casas Reales, hoy Palacio Municipal, edificado entre 1730 y 1760. Hacia el final del día llegamos a la antigua Casa Solariega de don Manuel Tomás de la Canal, la cual aloja actualmente al Instituto Allende, recibiéndonos con su extraordinaria arquería, patios imponentes y una preciosa capilla. Vale completamente la pena recorrer las casas pertenecientes a los históricos linajes de los Lanzagorta, Landeta, Verver y Vargas, Sautto, Malo, Lambarri, Aldama, de la Fuente y Umarán, entre otros. La riqueza y el esplendor arquitectónico de San Miguel de Allende es único, lo que le ha valido nombramientos de Pueblo Histórico Protegido declarado por parte del gobierno mexicano en 1926; Población Típica declarado en 1939; Zona de Monumentos Históricos en 1982; Pueblo Mágico en 2002, y recientemente en los años 2008 y 2010, esta ciudad virreinal, en compañía del Santuario Jesús de Nazareno de Atotonilco, se encuentra inscrita en la lista como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), por lo que resulta un privilegio de quienes lo apreciamos el respetar su belleza reconocida desde siempre y proteger celosamente su autenticidad, carácter histórico, grado de conservación y valor universal excepcional.
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La trascendencia que envuelve a San Miguel de Allende se puede relatar perfectamente a través de personas que exhiben en su oficio el amor profundo a su dedicación y a la honra de compartirla. Los artesanos representan el sustento y la imaginación desbordada, la prosperidad y la madrugada en pie. Entrar a cada uno de los talleres donde laboran es ingresar a un universo paralelo, un territorio bañado en magia del que se desprenden cuerpos de distinta materia, no importa si es piedra, joya o tela, si es cartón, carrizo o madera. Cada pieza encuentra en su forja la historia de una vida, ya sea la del niño que llegó con menos de 10 años a interesarse en la labor, la del nieto al que le fue heredada o la del cliente que encuentra una afinidad inmediata con la pieza de su elección. Cada mínimo detalle incluso, si la metáfora nos lo permite, fluye junto a la sangre de los maestros que nos anteceden a través de los cortes que pueden provocar en todo momento la lámina, el cincel o la aguja. Los nombres a continuación articulados son sinónimo de éxito, y en su apellido se perciben los racimos de personas que a través de ellos encontraron un modo de vida, a la cual se entregan en toda pieza digna de calificarse de artesanía. De esta forma viajamos desde el arte de la metalistería y la orfebrería, prácticas igualmente sagradas que son representadas por dos bastiones del desarrollo de la ciudad, los señores Antonio Llamas y Francisco Mota; visitamos también La Alfonsina y los finos bordados que realiza la familia Arteaga, telares fantásticos que emulan la traza de cualquier ciudad que presume de esplendor. Degustamos junto a doña Humildad las tortillas ceremoniales bañadas en su exquisito mole mientras apreciábamos su infalible manejo de la cuchilla para hacer del carrizo una cesta. Impactados quedamos al apreciar tan finos rostros nacer de la cantera bajo el cincel de Gerardo Vázquez, y de ver restaurado el arte sacro de las manos de Ángeles Almanza. Al cartón nos dedicamos en diversos personajes, desde la alegría que comparte Belén Espinoza con la manufactura de los tradicionales monitos y globos de cantoya, hasta la perfecta memoria de don Emigdio Ledesma, la cual deslumbra más que sus propias estrellas que iluminan La Alborada. Cerramos con el doctor Polo Estrada, escuchándole recitar décimas mientras creaban una espectacular “tarasca” para la festividad del Valle del Maíz, y por último con Hermes Arroyo, señor de las mojigangas y a quien puede considerarse un personaje medular en la vanguardia artesanal de San Miguel de Allende. De Antonio Llamas aprendimos a compartirse, de su palabra escuchamos “si no nos unimos, no construimos”. Dedicamos a su memoria estas líneas, pues don Antonio fue una persona admirable no sólo en su labor, sino en su proyecto familiar y de vida. De cuna artesanal, heredó la maestría en la fabricación de piezas con hoja de lata, latón y de bronce. Su tienda, ubicada prácticamente frente al Instituto Allende, guarda incontables tesoros, todos de magnífica calidad. Uno encuentra candiles, faroles y árboles de la vida, entre la infinidad de otros artículos. A él todo le inspiraba, la naturaleza, la gente, la honestidad. Era gran observador, ávido de ilustrarse en todo momento, un diseñador innato. Sus hijos Germán, Marco Antonio, César y Marcela, y ahora sus nietos, se han integrado a la tradición y siguen desarrollando piezas y diseños originales. Sumado a ellos, su taller es un importante centro de formación de artesanos locales. Arte popular auténtico y galardones distinguen a don Antonio Llamas, quien a su vez cedió la antorcha del esfuerzo y éxito a todo quien le acompañó. En el barrio de Guadalupe se encuentra el taller orfebre de don Francisco Mota. Aquí se manufactura arte sacro sin igual, el cual habita en seminarios, monasterios, conventos y diversas instituciones religiosas. Próximo a cumplir 70 años de su primer taller, al señor Francisco le acompañan ahora su hermano Blas Mota, su esposa Guadalupe Cervantes y su hijo menor Francisco. Su trabajo, que destaca por la fina fabricación de cálices, sagrarios, custodias, incensarios, coronas, y relicarios, se encuentra por toda la República y más allá de nuestras latitudes, desde España, Polonia, Italia y Alemania, hasta ser llevados como obsequios por peregrinos a Tierra Santa. Toda pieza es de plata y sus acabados pueden ser en óxido y oro, además de algunas piedras como zafiros naturales, perlas, rubíes e incluso diamantes. Cada pieza de Francisco Mota encuentra un destino diferente y una finalidad común: enaltecer el oficio del orfebre. Fue en la esquina de Hidalgo e Insurgentes que la belleza implícita de La Alfonsina la encontramos también tras su mostrador. Ahí, la señora Maru Arteaga nos recibió hilo en mano y profunda amabilidad en sus palabras. Ella, junto a su hermana María de Jesús, aprendieron de su madre Carmen Calzada el arte del bordado y ahora diseñan magníficos vestidos para niña, que solamente pueden recordarnos la fantasía expresada en los cuentos de hadas. Sus vestidos son de algodón, textura generosa y amable al contacto con la piel.
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El detalle multicolor es insuperable, sus modelos irrepetibles. Aquí diseñan también manteles, servilletas, cojines y muñecas que se enclavan de inmediato en la memoria. Sus piezas han llegado a Australia, Indonesia o a casa del vecino, todas igualmente importantes, todas bajo un trabajo virtuoso que se inspira del amor. Visitamos la comunidad de La Huerta y a doña Humildad Damián Mendoza, un portento de mujer y ejemplo de superación permanente. Ella es diestra con el carrizo para la producción de cestería, y su mano es santa para la preparación de recetas de la cocina tradicional. Empezó desde niña a tejer canastas siguiendo el ejemplo de su padre y ella implementó posteriormente en sus productos los biombos, las mamparas, techos y arcos, lo que le trajo diversos premios de arte popular. No obstante, lo que atrapó de inmediato nuestra atención fue el sugestivo aroma del mole que danzaba a un costado del comal, fortuito motivo por el que doña Humildad nos presentó las tortillas ceremoniales. Hechas de maíz criollo, sembrado y cosechado por ellos, las tortillas se pintan con planta de muicle sobre un sello de mezquite, para dar forma al Señor de la Conquista, la Virgen de Guadalupe y a la Virgen de San Juan, entre otras devociones principales, presentando esta ofrenda en las fiestas patronales. También encontramos plasmadas imágenes de gallos, flores, aves, venados e incluso del escudo nacional para conmemorar con su delicioso sabor distintas ceremonias. Gerardo Vázquez domina la cantera. Su padre inició con el taller hace 70 años y ahora también sus hijos la trabajan. Resulta monumental tener oportunidad de apreciar los últimos detalles que imprime en la roca, esos que realzan el perfil, el rostro y la expresión que perdurará en el tiempo, decorando algún sitio del que aún no tenemos idea. Utiliza solamente martillo y cincel, por último la caricia áspera de la lija para darle apariencia final. Gerardo nació en el barrio de Guadiana, muy cerca del Golpe de Vista. Diseña en su mayoría columnas, chimeneas, escalones, marcos para puertas y ventanas; entre lo predilecto están las musas, los santos y las fuentes decorativas. Una de las figuras que más recuerda fue una serie de musas que representaban la primavera, el verano, el otoño y el invierno, las cuales se encuentran habitando una casa en el Chorro. Si pasan por la calle Nueva, todas las fuentes fueron talladas por él. Por su parte, Ángeles Almanza creció entre esculturas religiosas, pinceles y máscaras. Hija de don Genaro Almanza, influyente personaje de la cultura sanmiguelense y promotor incansable de sus fiestas y tradiciones, Ángeles continúa honrando el oficio de la restauración del arte sacro, el mismo que apuntaló su abuelo y robusteció su padre. Sus hermanos continuaron también con la misma tradición. Ahora restauran gran cantidad de santos e imágenes, pinturas y figuras diversas de cartón y madera de patol. Liberan la pintura superflua de cualquier intervención posterior y dejan solamente aquello que es original, primario, detallado a la perfección. Ángeles relata que perdurar el oficio es parte de nuestra identidad, es respetar a quienes iniciaron y continúan con ello. La calle de Tenerías, frente al Callejón de los Suspiros, guardará siempre la estela del señor de una familia de restauradores, que defiende contra toda intemperie el legado de la tradición intangible. En materia de cartonería reunimos a diversos personajes, todos de una potencia particular al momento de expresarse. Al ingresar al taller de Hermes Arroyo, en la calle de San Francisco, nos dimos cuenta que estábamos en tierra de gigantes. Hermes le da vida al cartón, a la pintura y a la tela, para crear sus majestuosas y alegres mojigangas. Su formación artística comenzó desde los siete años en el taller sacro del maestro Genaro Almanza, a quien se refiere devotamente como “padrino”. Ahí aprendió de santos, nacimientos, restauración y máscaras. La experiencia y sus estudios en artes visuales le volvieron un artista multifacético y visionario, siempre consciente del orden y de sus principios. Todo el conocimiento ahora lo aplica en sus coquetas mojigangas, las cuales lleva a las fiestas de comunidades y barrios, lo mismo que a las bodas; algunas de ellas habitando algún museo o el centro histórico de alguna ciudad por el mundo, otras listas para adquirirse directo en su taller. Si bien su éxito es notorio, llevándole incluso a exponer su arte en el Vaticano, Hermes Arroyo se proclama en favor de preservar y seguir compartiendo toda la enseñanza que agradece a su padrino. Nos trasladamos a la colonia Aurora para conversar con don Emigdio Ledesma, experto también en el manejo del cartón. Nació en 1938 y a sus 10 años ya era partícipe de las tradiciones de San Miguel. Su memoria es fotográfica, su porte incansable. Conoce cada detalle y cada rincón de su colonia; recuerda cada pieza de sus máquinas y cada personaje que cruzó por la fábrica textil La Aurora, sitio en el que laboró por muchos años. A la edad de 52 concluyó sus labores en la fábrica. “Uno no se puede quedar parado”, dice don Emigdio. Aprendió de rotulación y de cartonería. Ahora es referente en la elaboración de las estrellas que se presentan en La Alborada, parte de la fiesta en honor al Santo Patrón de la ciudad, San Miguel Arcángel. Don Emigdio recuerda que fue un 8 de diciembre de 1924 la primera vez que se vieron las estrellas, traídas por obreros de Villa Hidalgo que veneraban a la Virgen de la Purísima Concepción. Don Emigdio aprendió del oficio y ahora sus estrellas conforman un firmamento multicolor, destacándose el cometa, la luna, el sol y las siete cabrillas.
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Para todas las festividades solían usarse también globos de cantoya que inundaban el cielo, además de los tradicionales monitos que anegaban las calles de bengala. El maestro para elaborar este arte era don Romualdo Espinoza, de quien ahora su hija Belén continúa con la tradición y elabora con base en papel reciclado, periódico y engrudo, monitos utilizados principalmente durante las fiestas de la Santa Cruz. Estos caracterizan la cotidianeidad del mercado, la de las calles y los barrios. No obstante lo que más le piden son diablos y payasos. También ella se encarga de la Quema de Judas en Semana Santa y de los monitos que se truenan en la fiesta de San Miguel. Para Día de Muertos diseña Catrinas. Es una forma jocosa de constituir la identidad del personaje, para luego volarlo. Los globos son de papel de china. También hace piñatas, faroles y papel picado. Belén profesa su herencia cultural que para ella significa la continuidad de la vida a través de sus seres queridos. Cerramos la jornada con el doctor Polo Estrada, mojiganguero de profunda convicción. Entrar al taller y encontrar una docena de jóvenes voluntarios ayudándole a elaborar una serpiente gigante para la fiesta del Valle del Maíz fue una gratificación de saber que la herencia del oficio está a salvo. Polo tiene cerca de 30 años creando mojigangas. Él no habla, recita; él no trabaja solo, enseña. Nos comparte que sus figuras no pueden estar tristes, pues suficiente tristeza existe ya en el mundo. Los cuerpos de sus mojigangas son voluptuosos y pueden representar ya sea un diablo o a la muerte, o alguna comadre como él gusta llamarlas. El doctor reza que todas las tradiciones son seres vivos, cambian, a veces se refuerzan, en ocasiones duermen, todo depende de los actores que las defienden. Sus figuras son capaces de honrar al que construye y ridiculizar al que destruye. Junto a ellas y con la cercanía de Guillermo Velázquez, poeta decimal y artífice de los Leones de la Sierra de Xichú, ha cruzado fronteras para representar con danzas y música nuestras tradiciones en festivales de Estados Unidos y Alemania. Polo Estrada nos despide con un verso: “Basta una gota de amor para iluminar un sendero”. Resulta imposible satisfacer el apetito de extendernos en las diversas trayectorias de nuestros artesanos sin prestar atención al número final de páginas, motivo por el cual este párrafo alienta a rendir visita a los distintos establecimientos que se encuentran por toda la ciudad. Donde sea que uno voltee encontrará una pieza de ellos. La lista de oficios no acaba y encontramos también a distinguidos herreros, ceramistas, talabarteros, reboceros, maestros de la carpintería, escultores, joyeros y pintores, todos portentos de virtuosa creatividad e inagotable esfuerzo. El arte popular es cultura y un oficio de vocación de los sanmiguelenses que debe perdurar, del cual impera la importancia de ser entregado a las nuevas generaciones bajo una absoluta responsabilidad y apoyo extendido.
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Lo noble de toda práctica social se puede manifestar a través del profundo respeto y fidelidad que guardan los habitantes por sus tradiciones, así como al reconocimiento del invaluable patrimonio que se concibe en la transmisión y exaltación hacia alguna festividad, no importa si ésta es de índole religioso, cívico o cultural. Cada fiesta conlleva la voz implícita de quienes con fervor iniciaron su práctica, es por ello que todas sin excepción presentan un carácter vivo e incluyente, dinámico, vibrante y elocuente. Nuestras festividades permiten cohesionar la identidad local y extendernos más allá del lenguaje, todas bajo sentido de pertenencia, convocando la alegría del pueblo en una sola voz. Las próximas líneas son mínimas en comparación de la gran riqueza que representan las fiestas propias de San Miguel, una fortuna vasta e incluyente, solemne y atractiva. Las festividades religiosas conservan su naturaleza barrial y de enorme valor ritual. No hay día sin veneración en la ciudad, sin santo personaje a quien recordar. Cada barrio celebra a la Santa Cruz, al Señor de la Conquista, a San Isidro Labrador, San Antonio, a la Virgen de la Soledad, de Loreto y de Guadalupe, además de guardar la Cuaresma y venerar al Santo Entierro, entre tantas otras devociones. Están los carpinteros que elogian a San José y los reboceros a la Virgen de los Dolores. Por su parte los hortelanos veneran a San Pascual Bailón, de ahí las cuadrillas y danza de los hortelanos que se transformaron en el Convite de los Locos. Entre las de mayor esplendor encontramos las fiestas por las buenas cosechas en honor al Sr. Ecce Homo, cuya imagen ligera está labrada en madera de colorín y llegó a ser de las más veneradas en la población. Sus festejos en enero solían extenderse hasta 15 días seguidos entre diferentes ceremonias. El Señor de la Conquista se celebra el primer viernes de marzo por el buen temporal, y es denominado de esta forma por su carácter emblemático en la evangelización de los indígenas. De acuerdo a la tradición oral, los frailes Francisco Doncel y Pedro de Burgos fueron emboscados en 1575 por chichimecas rebelados en el portezuelo de Chamacuero, que hoy se conoce como Puente del Fraile. Desde aquellos acontecimientos, la veneración al Señor de la Conquista es rúbrica por excelencia del hondo arraigo y la defensa del culto enraizado a la identidad de la población. Por su parte, al Señor de la Columna se le traslada en sagrada procesión desde el histórico Santuario de Atotonilco hasta el templo de San Juan de Dios, cubierto en mascadas finas, cruzando hermosos arcos levantados con flores de papel y naturales, dejando a su paso una estela de aroma a mastranto, hinojo y manzanilla, así como la mirada atenta de miles de fieles que se congregan cada año. Esta festividad tiene lugar a temprana hora el fin de semana anterior al Domingo de Ramos y data de alrededor del año 1823. Punto y aparte merece el mes de mayo y sus fiestas en honor a la Santa Cruz, en la cual los vecinos de cada barrio extienden una labor sin comparación por no perder el arraigo de la tradición. Cabe destacar la comunicación y compromiso de todos los actores quienes juegan un papel significativo en la organización de estas fiestas; mayordomías, familias de todos los barrios y grupos tradicionales en suma con autoridades religiosas y civiles. Todo comienza con el permiso a los Cuatro Vientos para iniciar la festividad, en el Puerto de Calderón, en la Cruz del Palo Cuarto, en las Tres Cruces y en la Cruz del Pueblo, sitios icónicos que hoy se pueden contemplar alzándose sobre cerros. Citamos de manera especial al barrio del Valle del Maíz, quienes celebran sus rituales a la usanza intacta de sus antepasados. El viernes previo a la festividad se desarrolla el “Ensaye Real”, con danzas, concheros y las entradas de flor y de cera. También en Guadiana, Ojo de Agua y el Obraje se acostumbra la velación del crucero, donde los asistentes concurren con ramos de flores, cucharilla, cirios o veladoras, una olla de atole o pan para compartir. En la velación se ofrece la presencia y la luz, para después adornar con hojas de cucharilla un armazón de carrizo llamado súchil, el cual puede alcanzar los 10 metros de altura, mesura insuficiente para determinar la belleza única de los mismos. Se trabajan también los ramilletes y el bastón de mando al que se le ponen flores llamadas cuentas, los cuales se unirán en sagrada ornamenta al Santo Madero o cruz de cada barrio.
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En el Valle del Maíz presenciamos más de una decena de danzas entre apaches y rayados. El huapango de don Guillermo Velázquez y sus Leones de la Sierra de Xichú es imprescindible, repartiendo poesía decimal desde hace cerca de 30 años. Fuimos testigos de “las guerritas”, una apasionada representación de la Conquista entre indios y soldados invasores de distintas épocas históricas. Coordinado por los mayordomos, en el cierre de las fiestas del Valle del Maíz se escenifica el Coloquio, una compleja representación teatral de origen novohispano que dura cerca de 12 horas. Todo huele a copal y el cielo acentúa su color con las alabanzas elevadas por los concheros para que las ánimas encuentren su divino camino. Aquí se veneran los cuatro vientos: tierra, viento, fuego y agua. Son también los puntos cardinales y los cuatro evangelios. Al Santo Madero se le colocan cinco cruces que revelan nuestro paso por este mundo. Cruces de sal, tierra, cenizas, flores y de veladoras, representando al cuerpo físico, al seno de la madre, la reintegración a la tierra, a los merecimientos propios de la buena obra, así como a la luz y a la divinidad. Al alba el estruendo de la pirotecnia da voz al mismo cielo, acompañándole de una coreografía multicolor de estrellas de cartón. Se trata de La Alborada que se celebra en septiembre en honor de San Miguel Arcángel, patrono de la ciudad. Al día siguiente, las comunidades traen a cuestas la memoria y la fiesta ancestral, con sus ofrendas acompañadas de danzas y cruceros, tras el paseo de los monitos que parecen cobrar vida para sumarse a la celebración y de colofón la quema de la vistosa arquitectura de los castillos que tiñe el cielo de nuevos colores. El tiempo es la única dimensión capaz de atribuir trascendencia a nuestro paso por la tierra. A través de las fiestas tradicionales rescatamos simbolismos que nos permite honrar y venerar la propia conciencia, la creencia colectiva que conduce al concepto de sociedad, generando un vínculo inquebrantable entre espacio y persona, entre el orgullo y la tierra. Siguiendo nuestra ruta, prácticamente podíamos apreciar las huellas de los muchos héroes que hubo, y de los tantos que habrá, quienes supieron encontrar en el tiempo el factor por el que las personas consiguen sentir plenitud y nostalgia. La festividad cívica presenta también una destacada cofradía de eventos que se suscitan todo el año, los cuales se enfocan en afianzar los valores patrios y el derecho humano, lo que idealmente representa un compromiso indivisible entre sociedad y gobierno, entre uno y el prójimo. La principal festividad cívica de la ciudad es la que conmemora el natalicio del Primer Soldado de la Patria e Hijo Predilecto de Guanajuato, Ignacio de Allende y Unzaga. Caudillo Principalísimo y bastión de la insurrección que conduciría a la Independencia de México, Allende destacó por su patriotismo, liderazgo y profundo respeto hacia la población civil. Con motivo de celebrar su natalicio, acaecido el 21 de enero de 1769, se despliega cada año un fastuoso desfile militar en el primer cuadro de la ciudad, donde participan el Ejército y la Fuerza Aérea Mexicanos. De igual manera, la ciudad honra con el máximo respeto al Teniente Coronel Juan Aldama, al Lic. Ignacio Aldama y a Juan José de los Reyes Martínez Amaro, reconocido en la historiografía mexicana como “El Pípila”. San Miguel rememora a sus héroes con guardias de honor y ofrendas de flores en sus monumentos, evocando la virtud digna de ser exaltada, la responsabilidad diaria de construir la propia historia y el compromiso de transmitir en todo acto una educación de valores. Acto cívico de igual relevancia es el que se conmemora el 15 y 16 de septiembre, si bien un magno festejo nacional, es aquí el epicentro del movimiento insurgente. Asimismo se celebra el aniversario de la conformación de la Junta de Vecinos Notables del 17 de septiembre de 1810, lo que se ha reconocido como Primer Ayuntamiento del México Independiente. En este evento se realizan los debidos honores y el juramento a la bandera para después representar la ilustre toma de protesta llevada a cabo en 1810. Con motivo de este festejo se monta también una guardia de honor en el antiguo edificio administrativo, ubicado en la Plaza Principal. La trascendencia de la Junta de Vecinos Notables repercutió asertivamente en las decisiones que se tomaron en aquella primera reunión, donde se sembró el movimiento insurgente, planeándose a su vez el orden estratégico, el gobierno, la administración y el resguardo de los territorios inmediatos de San Miguel. El trabajo constante construye hitos de significado profundo, la continuidad histórica construye identidades. Personaje vertebral de San Miguel lo es también don Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, cuyo acto cívico con motivo de su natalicio se celebra el 22 de junio de cada año. Se realiza igualmente una marcha a su domicilio y al centro cultural hoy bautizado bajo su nombre, para montar una guardia de honor en el sitio donde se encuentra el busto de este ilustre personaje de principios íntegros y agraciado nivel intelectual, recordado por sus aportes a la educación, al periodismo, al derecho y a la política. Si la festividad religiosa es el espíritu exaltado del barrio y la cívica el valor que corre por venas y empedrados, la celebración cultural se alza como el intercambio de saberes y adagios. Partiendo de la cultura y el conocimiento se determina el carácter para pensar y actuar. Esto es motor de inspiración del que se gesta
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una brillante constelación de festivales entre música, literatura, gastronomía, cine o teatro, que toman los recintos de San Miguel de Allende como escenario para convertirse en vehículo de integración social y experiencia inolvidable. Incontables materias y disciplinas se despliegan en determinadas fechas del año, para dictar cátedra sobre lo más relevante de la dimensión a la que dedican su arte. En el universo de la música destacan los festivales internacionales de Ópera, de Jazz & Blues y el de Música de Cámara. Es aquí cuando los acordes comienzan a escucharse por la noche alrededor del Teatro Ángela Peralta, extendiendo sus armonías hacia diversos escenarios de la ciudad, revelando el ambiente bohemio que se respira en cada rincón de San Miguel. El Festival de Música de Cámara se fundó hace cerca de cuatro décadas, estableciéndose en la cúspide del éxito mediante el estudio, práctica y difusión de la música de cámara, así como una importante sede de la música internacional. Noviembre es el mes en que se celebra, desde 1994, el Festival Internacional de Jazz y Blues, el cual colecciona un inmenso repertorio de celebridades nacionales e internacionales que transitan virtuosamente sus foros para complacer al más selecto aficionado. Hoy en día el evento es considerado como uno de los más destacados en su género, tanto en México como a nivel Latinoamérica. El Festival Ópera de San Miguel es igualmente trascendente para el desarrollo de la cultura y de la sociedad actual. Cerca de cumplir su primer década de existir, sus frutos ya son evidentes gracias al descubrimiento e impulso de la trayectoria profesional de jóvenes cantantes de ópera en México. Para los amantes implacables de los libros, el Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende es protagonista indiscutible de la agenda, así como las diversas ferias de libro que se desarrollan durante el año, destacando la de FELISMA. Este es un llamado a autores de todo punto cardinal que encuentran comunión perfecta entre lenguajes, capaz de renombrar durante su tertulia literaria, las páginas históricas más famosos de la ciudad. En el ámbito teatral confluye también una honda complicidad de talentos y mentes radiantes. Anualmente, decenas de titiriteros de toda latitud se dan cita en la ciudad transportando encanto en compañía de sus pequeños escuderos; es el Festival de Títeres de San Miguel de Allende que fomenta un teatro lúdico y preserva una tradición que incita al juego y a la imaginación. Encontramos también el encuentro experimental de teatro bilingüe Fringe Festival, así como a Teatral San Miguel, un festival emergente que toma las calles y principales recintos en el mes de diciembre para presentar magníficas puestas en escena. El Festival Internacional de Cine Guanajuato, con 20 años cumplidos, es un pilar de la progresión de la industria fílmica nacional y un catalizador de talentos gracias a su significativa inclusión en la escena cinematográfica mundial. Su visión radica en la importancia de renovarse, de aplicar nuevas estrategias; en el compromiso de atender a nuevos públicos, de adoptar toda tecnología existente y, esencialmente, de visualizar toda esfera que envuelva al universo cinematográfico. Celebrado en San Miguel de Allende y Guanajuato capital, el GIFF se enfoca en la creación de nuevas experiencias y en generar acciones pertinentes que propicien el máximo potencial de la creación fílmica. En el exquisito ámbito de lo gastronómico, San Miguel de Allende acuna una enorme diversidad de platillos que navegan entre la tradición y la vanguardia, entre lo más selecto de la cocina mexicana y del arte culinario desde todos los rincones del mundo. En sus diversos restaurantes convergen toda una gama de suculentos sabores que posiciona a la ciudad entre una de las gastronomías más versátiles del país. Aquí se lleva a cabo el Tianguis Otomí y el Día Internacional de la Mujer Rural, eventos que exhiben manjares, herbolaria y venta de artesanías de diferentes comunidades de la ciudad. Encontramos los festivales San Miguel Gourmet y San Miguel Food Festival, entre otros, los cuales convocan a chefs mexicanos y extranjeros de mayor reconocimiento, así como a proveedores locales de vino, pan, queso, cerveza, mezcal, y productores orgánicos de la región, quienes comparten el ingrediente secreto y la amenidad memorable para adornar de manteles largos a la ciudad durante todo el año. El arte enaltece el espíritu humano y la riqueza de festivales culturales, cívicos y religiosos en San Miguel de Allende es tan vasto que resultan incuantificables. La defensa y la preservación del patrimonio inmaterial es cimiento de la estructura social que comprende la ciudad. Los festivales se suman, uno a uno, poblando una agenda llena de eventos y oferta cultural de gran calidad; todos en pro de la integración y de la diversidad, de propiciar la colaboración y de alentar el cambio con miras a la modernidad, cargando siempre el respeto a lo heredado, al esmero de quienes hacen realidad la visión de cohabitar armónicamente en una ciudad multicultural.
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Desde la fundación de San Miguel de Allende, su trama histórica presenta las filigranas de una comunidad pluricultural. Este fue territorio multiétnico, posteriormente una población de mestizaje acelerado. De igual forma, la llegada de presencias europeas, indígenas, africanas y asiáticas, desde la década de 1540 y a lo largo de toda la época virreinal, provenientes de más de 160 regiones geográficas y culturales, ostenta la diversidad que actualmente permea en la sociedad. No sería justo abordar el tema de pluralidad cultural sin atender estas presencias que nos anteceden. Es cierto, nuestra localidad presenta un número que ronda los 20 mil habitantes procedentes de más de 70 países; sanmiguelenses por adopción que encontraron en esta tierra las bondades de una ciudad cosmopolita y una vibrante cultura mexicana, enmarcada por la atenta hospitalidad de quien aquí nace. Pero esto no es cuestión de nacionalidades ni denominativos raciales; esto continúa siendo tema de intercambio de saberes, de construcción de relaciones equitativas y diálogo entre iguales, de inclusión y de diversidad presente. Memorando los últimos 100 años, encontramos lapsos que pueden calificarse justamente de coyunturas de aparición extranjera. La primera es la llegada de una proclive generación de artistas que confluyeron en San Miguel de Allende allá por los años 30. Nombres que cambiaron rumbo y dieron vida nueva a la ciudad, entre los que podemos pronunciar al licenciado Leobino Zavala, humorista involuntario, y al cantor tapatío José Mojica, quienes en compañía del intelectual peruano Felipe Cossío del Pomar y del escritor de Chicago Stirling Dickinson cimentaron lo que hoy es una meca de artistas. Gracias a ellos una gran cantidad de extranjeros, en su mayoría norteamericanos y canadienses, encontrarían la oportunidad de estudiar aquí las Bellas Artes. El siguiente lapso fue tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando un conjunto de expats (expatriados) alentados por el mismo Dickinson, quien sirvió también para su país durante el conflicto bélico, decidieron cambiar las armas por pinceles y óleos. Por último, ya con el nuevo milenio, la ciudad se ha posicionado como una especie de oasis inmobiliario tanto para nacionales como extranjeros, quienes optan por adquirir una casa de descanso o de vivienda permanente gracias a diversas facultades del mercado. San Miguel es por tanto un homólogo de fusión cultural, desde sus inicios. Aquí existe unión, no una desvinculación. De igual manera es notable reconocer los millares de sanmiguelenses que triunfan en el extranjero, en diversas áreas, profesiones y trascendencias. En su desarrollo, San Miguel de Allende ostenta Hermanamientos con otras ciudades mexicanas e internacionales que guardan características similares entre sí, mediante los cuales se realizan intercambios culturales, educativos, tecnológicos o turísticos. Entre ellas se encuentra Zacatecas, Tula, San Cristóbal de las Casas, Pátzcuaro, Oaxaca y Los Cabos, entre otras tantas. Por su parte, en los Estados Unidos se ubican ciudades hermanas dentro de los estados de California, Texas, Virginia, Nuevo Mexico, Colorado y en Florida. También están las ciudades de Ushuaia y Las Heras en Argentina, La Habana Vieja en Cuba, Carmone en España, Jongno-gu en Corea del Sur y Acquaviva delle Fonti en Italia. Gracias a este enriquecimiento a nivel internacional, y al magnífico crisol de talento originario de San Miguel, diversos artistas y artesanos han presentado su obra en otros países mediante intercambios culturales. San Miguel se consolida día con día como un destino turístico invaluable a nivel nacional e internacional. El pueblo guarda esa seductora mística, ineludible. Por ello, no existe rincón en la ciudad que no haga la función de galería, que no se arriesgue a expresar en preciosa sintonía cualquier insinuación del arte en los propios límites de su espacio. Los hay museos, escuelas, estudios, boutiques y también finas concepciones arquitectónicas, que exhiben en sus muros colecciones que reinan lo más selecto de las Bellas Artes. Pero no dejen de observar, no distraigan la mirada un sólo momento. La ciudad también guarda el secreto de personas que gustan del anonimato, de grandes ideas que pacientes están en la búsqueda de multiplicidad de estilos y de diálogos, es decir, resulta muy fácil convivir con alguien que trae entre manos la marca que deja la pintura o el barro, que trae calado en el pensamiento el párrafo o el tono en que el verso deberá ser expresado. En San Miguel nos es imposible enumerar los artistas que aquí residen, coadyuvando en la creación de su aventura estética e intelectual que posiblemente en un futuro sea firmada de prólogo en alguna famosa antología. Sí, todo San Miguel de Allende es la extensión de un virtuoso trazo. Basta perderse en los pasillos que solía ser la antigua fábrica textil La Aurora, o inmiscuirse bajo el extraño reflector que envuelve de luz tenue el refugio del sagaz artista; recorrer los callejones que exhiben muros que pasan del blanco a la
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portada de un libro de arte urbano o adentrarse por el repertorio de galerías que se distribuyen cual matemática precisa a lo largo del casco histórico, todo esto para constatar que la ciudad es meca de artistas o sitio ideal para prodigiosos aspirantes a serlo. Rendimos tributo a los grandes edificios que albergaron el arte y marcaron una época en San Miguel de Allende, de los cuales su esencia se encuentra gratamente dispersa más allá de sus paredes. Así encontramos el Centro Cultural Ignacio Ramírez “El Nigromante”, otrora la Escuela Universitaria de Bellas Artes que fuera imaginada como una especie de Bauhaus mexicana; espacio que cela un magnífico mural de David Alfaro Siqueiros con historia propia, y que además representa una importante incubadora de personas dedicadas al arte y a la cultura. De misma fortaleza se encuentra el Instituto Allende, de arquitectura señorial y patio solemne que remata en el mural de Ignacio Allende y la Historia de México, pintado por David Leonardo en 1999. El Teatro Ángela Peralta y su corte porfiriano, inaugurado por la reconocida soprano mexicana que le diera nombre; así como el Centro de Arte y Diseño La Aurora, aposentos antaño utilizados para la fabricación de mantas y telares de primera calidad que fueron reinventados para desplegar diseños de vanguardia y el arte contemporáneo en todas sus formas. San Miguel de Allende se desenvuelve en una atmósfera cultural palpitante. Es un aliciente para todo artista, es también escenario indescifrable para quien no sepa profesar capacidad de asombro. Aquí el arte es una forma de vida y la oferta es demasiado extensa como para poder conocerla entera en un sólo día. La ciudad es una galería viva, un lugar que cabría perfectamente dentro de la paleta de colores de algún pintor. Es una postal, un poema, una pintura, una fotografía; dominio de escritores, pintores, músicos, actores y poetas que vienen de todas partes del mundo. Esta percepción de adoptar el arte como un modo dichoso de vida, permea en todo personaje que atraviesa por vez primera las tonalidades de San Miguel, como si se tratara de materializar el cuadro vivo que es propio de la visión de quienes tienen por encomienda defender el arte; de memorar el legado de quienes construyeron los muros y cimientos que hoy refuerzan los tejidos que comprende el canvas social. Por su parte, dialogar en términos de riqueza natural equivale a extender un compromiso por la preservación del equilibrio ecológico, una correspondencia primaria que sustente el balance óptimo entre medio ambiente e intervención humana. Celebramos que San Miguel de Allende se encuentra inscrito como Patrimonio de la Humanidad, al ser un monumento de extraordinaria inserción al cuerpo de un paisaje. Si hablamos de fractales, la ciudad se inserta a su vez en el corazón de México, en la añoranza de los miles que segundo a segundo pasamos por aquí. Son precisamente esos segundos los que tanto importan, el tiempo exacto para reflexionar sobre la interacción con el entorno inmediato y el que se encuentra más allá de nuestros hábitos, esto con motivo de encarnar una relación indivisible entre persona y naturaleza, por preservar la huella que nos dio nombre. San Miguel goza de hermosos parajes y destinos naturales de gran presencia. Basta recorrer su capital orográfico estelarizado por los volcanes silentes de Támbula y Palo Huérfano, conocido también como Los Picachos, así como el cerro de La Margara y el macizo montañoso de Las Codornices, lugar que hospeda a la Cañada de la Virgen y sus vestigios arqueológicos; todas resultan serranías esenciales para la conservación de ciertos ecosistemas y la recarga del manto acuífero. Mención especial merece el jardín botánico del Charco del Ingenio, un santuario natural que revela en su fisiografía los valores culturales, comunitarios, artísticos y educativos a los que se adhiere desde hace 26 años. El Charco del Ingenio es primeramente un proyecto de conservación de ecosistemas locales, comprendiendo santuarios de aves, ruinas históricas y un conservatorio de cactáceas y suculentas, así como diversas áreas reforestadas con arbustos nativos de la región. Es de igual forma un centro de investigación científica y de educación ambiental, donde se realizan estudios de taxonomía, hidrología y geología, entre otros, contando además con miradores, jardín interactivo para niños y una biblioteca dispuesta para miles de jóvenes que llegan de visita de distintos colegios. El Charco del Ingenio es también un importante centro comunitario donde destaca la Plaza de los Cuatro Vientos, lugar en que los grupos indígenas de San Miguel han encontrado su espacio ritual y exponen ahí su soberanía espiritual. El hilo conductor en la historia de San Miguel de Allende es de complexión ambiental, es el agua. Resulta excitante exaltar la riqueza natural que ostenta la ciudad, favorecida tanto para el desarrollo industrial a través de los años como para el turismo. No obstante, resulta excitante también reconocernos como una sociedad proactiva, consciente de la vulnerabilidad que enfrentamos ante la amenaza del desequilibrio ecológico. Las obras monumentales de una ciudad portan el mensaje y la gallardía de nuestros antepasados, pero es la monumentalidad de nuestras obras la que rinde el testimonio que quedará impreso en la historia y en el devenir de generaciones futuras.
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Celebrar 475 años de historia es valorar con el máximo respeto la identidad de todas las personas que claman un protagonismo asertivo y de ideales compartidos, a través de sus vidas y del invaluable anecdotario que emana de la tierra en sus comunidades. Hoy celebramos el trayecto y la herencia, acto seguido la incansable labor colectiva por alcanzar la sostenibilidad, por lucir permanentemente como una Sociedad Modelo de Acción en aras de preservar nuestra cultura, nuestro rasgo arquitectónico, nuestras raíces y el compromiso ecológico, nuestros oficios y festividades; escribiendo hoy mismo la historia entre lo local y lo global, entre la soberanía y la interdependencia, entre el presente y el ansiado futuro. Al final, todos estamos aquí pues deseamos ser parte esencial de esa personalidad que cubre a San Miguel, conformar una integración única con habitantes de todo el mundo. Sin importar de dónde somos o de dónde venimos, vivir aquí nos hace sanmiguelenses a todos; identidad que se construye a través de nuestras acciones cotidianas en sintonía con los valores heredados, con el intercambio de saberes y prácticas para actuar en favor de todos, con la correcta interpretación de lo que representa una relación democrática y con la experiencia articulada de saber compartirse en vida. El factor de pluralidad dio paso firme hacia la interculturalidad, que no es sino la interacción sostenible entre culturas, al establecimiento de una escena respetuosa y solidaria que podemos atestiguar en mercados, plazas públicas, bibliotecas y comercios diversos. Si bien ninguna sociedad está exenta de conflictos, aquí debe ponderar el respeto, la igualdad, el diálogo y el consenso; seamos hombre o mujer, niño o anciano, indígena o español, nacional o extranjero. San Miguel de Allende no debe permitir jamás la pérdida de una identidad ni la extinción de una tradición, y aquí… sanmiguelenses somos todos.
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Por Luis Felipe Rodríguez Cronista de la ciudad de San Miguel de Allende
Allende, según la RAE, significa “de más allá” o “al otro lado de” y de allende los mares un día llegó a este cruce de caminos un grupo de vascos, entre ellos don Domingo Narciso de Allende y Ayerdi, del Valle de Gordejuela, en Vizcaya. Aquí unió su linaje al de doña María Ana Josefa de Unzaga y Menchaca. Ocho hijos continuaron su estirpe: María Josefa, Joaquín, Manuela, José María, María Ana, Domingo José, Ignacio y Francisca. Dos centurias antes otro español andariego y trabajador, Fray Juan de San Miguel, llegó a estas tierras apoyado en su báculo y con él señaló el lugar donde podría crecer un lugar para todos, sin diferencias. No se sabe de qué parte de España llegó, sólo que vino “de más allá” también. Pero el destino sabio los unió para siempre en el nombre de este lugar y ahora están, frente a frente, en el corazón de esta tierra y en el corazón de cada sanmiguelense. El trabajo siempre da frutos y la habilidad comercial de Don Domingo le dio a la familia el ingreso suficiente para vivir bien. Tuvieron dos haciendas, en una criaban caballos, bovinos y ganado lanar, “San José de la Trasquila” y su anexo “Manantiales”. Su posición social se consolida cuando es nombrado Alcalde Ordinario. Prueba de su buena fortuna es la casa paterna frente a la parroquia. Pero un mal día, niño aún, La vida en la alquería se tiñó para siempre de tristeza, murió su madre; y siendo aún joven falleció su padre. Debió tener la formación de un muchacho de su nivel social y, es probable que hubiese estudiado en el Colegio de San Francisco de Sales donde enseñaban tíos maternos. El Padre José María Unzaga fungió entonces como su segundo padre. Su juventud debió ser la de un joven medianamente rico y no siendo de los mayores no tenía las obligaciones y expectativas de un heredero. Los caballos, la charrería y su afición por las muchachas fueron su gusto. Su porte y posición social le ganaban la simpatía de las jóvenes de su edad. Tuvo varios hijos naturales a los que siempre reconoció, especialmente Indalecio cuya madre, Antonia Herrera, criolla de buena familia con quien no pudo casarse por la oposición de su tío don José María. Otro más fue: José María quien más adelante seguiría también el camino de las armas y Juana, quien tomó los hábitos. Su pasión fue lazar toros y las suertes a caballo. Pese a ser buen jinete, su fogosidad lo llevó a tener un accidente montando un potro sin domar. La gravedad fue tal que testó ante notario. No fue el único incidente pues en otro se desvió la nariz. Sus biógrafos lo tienen por valiente, leal. Como potro pura sangre se rebeló al destino, pero la vida lo templó sacándole el mejor provecho: su orgullo criollo y el amor a su tierra. Cuando se formó el Regimiento Provincial de Dragones de la Reina, se presentó como candidato siendo admitido como teniente de la tercera compañía. Sirvió a las órdenes del General Félix María Calleja en San Luis Potosí y en Jalapa bajo el mando de José Iturrigaray. Por su destacada actuación, al poco tiempo ascendió a capitán. En Atotonilco se casó con doña María de la Luz Agustina de las Fuentes, su matrimonio le trajo sosiego, caballerosidad y cortesía, aunque quedó viudo al cabo de un año. Las centenarias losas de los portales guardan celosas las huellas del impulsivo carácter de sus años mozos y las paredes de las fincas de la villa su voz metálica y temeraria. Si el ser criollo representaba un nivel social importante, éstos eran tratados con desdén por los peninsulares quienes se arrogaban los mejores puestos civiles y eclesiásticos. Ese trato desigual propició el surgimiento de una conciencia de clase en contra de los europeos a los que se les conocía como “gachupines”. A su paso por América, el Barón Alexander Von Humboldt percibió ese malestar avizorando en el futuro un estallido por las enormes riquezas que tenía y la mala administración de la corona. Las noticias sobre la independencia de las Trece Colonias norteamericanas y la Revolución Francesa, contribuyeron para acendrar más ese sentimiento que llegó a su clímax cuando Napoleón invadió España. Con motivo de las fiestas del Santuario de Guadalupe en 1800, el destino reunió en San Luis Potosí a los tres protagonistas de la guerra insurgente: Calleja, Hidalgo y Allende. En los ejercicios militares que se hicieron ahí, las suertes a caballo del capitán Ignacio Allende fueron especialmente atractivas por su habilidad y destreza como jinete.
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Reunidos en el Cantón de Jalapa, los criollos terminaron por darse cuenta de su potencial y la idea fue madurando en diversos sitios, aunque el temor de muchos le hizo explotar con aquella frase: “independencia, cobardes criollos”. Allende participó como miembro de la Conspiración de Valladolid y con ese propósito inicia la de su propia tierra que después habrá de extender a Querétaro, Celaya y Dolores, esparciendo en ellas sus ideas libertarias con argumentos convincentes y pasión persuasiva. Atendiendo a la sugerencia de Don Felipe González, de que fuera un eclesiástico de renombre quien encabezara el plan en ciernes, invita a don Miguel Hidalgo quien, aunque se resiste al principio, finalmente acepta y a él corresponderá dar el grito de independencia en el pueblo de Dolores. Allende cedió la cabeza de la insurrección por la influencia que el clero tiene en el ánimo del pueblo, pero confiaba en dirigir él mismo las acciones militares. Durante la planeación se manejaron particularmente dos sitios: la fiesta de San Miguel Arcángel y la fiesta de San Juan de los Lagos. Las denuncias en México, Guanajuato y Querétaro precipitaron todo y sobra decir que nada sucedió como se tenía planeado. La suerte jugó de su lado cuando al pasar por Atotonilco toman una pintura de la Guadalupana que habría de reunir los ánimos de todos los americanos, pero al llamar Hidalgo al pueblo llano se perdió el orden militar. Hidalgo confiaba en el número creciente de las masas y Allende proponía apoyarse en los criollos, especialmente los militares. Las diferencias apenas comenzaban y no habían de tener un buen final. El primer Ayuntamiento Insurgente estuvo en esta ciudad encabezado por el Lic. Ignacio Aldama. El avance del “ejército” americano siguió por Celaya, Irapuato y Silao, antes de llegar a Guanajuato donde se libró sangrienta lucha dominada por la sed de venganza que más que batalla fue una feroz carnicería, obteniendo una pírrica victoria. A todas las ciudades por donde pasaban los insurgentes se dieron saqueos que toleraba Hidalgo y reprobaba Allende, al grado que en Valladolid lanzó un cañonazo en contra de la turba desordenada. La batalla del Monte de las Cruces fue para los insurgentes, pero el cura decidió no entrar a la ciudad de México y regresar lo que propicio una gran deserción. En Aculco se encontraron con Calleja quien los destrozó completamente. Los líderes toman diversos destinos, Allende regresa a Guanajuato e Hidalgo a Guadalajara. Allende es derrotado por Calleja en Guanajuato por la falta de auxilio de parte del Cura quien más adelante, reunidos en Guadalajara insiste, confiado en el número, en presentar una batalla frontal pese a la opinión generalizada de los militares que secundan a Allende de que eso no es posible por la falta de experiencia de los nacionales. El final anunciado por Allende se cumple en el puente de Calderón, a pesar de la disparidad de elementos participantes. Camino al norte para buscar apoyos y pertrechos, en la Hacienda de Pabellón se le retira el mando a Hidalgo y se le otorga a Allende. Traicionados por Elizondo en las Norias de Acatita de Baján, Coahuila. Al resistirse al arresto en una actitud temeraria, muere su hijo Indalecio, aturdido por el dolor exclama: “Esta era la más preciosa victima que yo tenía que inmolar en aras de mi patria. Falta, por último, la de mi vida de la que ya no hago ningún caso; voy a morir y consumar de una vez el sacrificio”. Después de ser fusilados, las cabezas de los principales cabecillas fueron exhibidas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas durante una década. Aviso macabro de los realistas para evitar nuevos levantamientos. Sí, antes de un año, el grito de Dolores se apagó en el paredón de Chihuahua, pero el eco siguió cruzando la adolorida tierra mestiza donde poco a poco, como almácigo regado por la sangre de tantos nacionales, fueron germinando nuevos brotes: Morelos, los Bravo, Guerrero y muchos más. Continuarían ellos el sueño del sanmiguelense de lograr la independencia. El Primer Soldado de la Patria conspiró en su tiempo contra la injusticia y nos deja como herencia la responsabilidad de continuar su obra, porque la libertad se conquista día con día. Más allá de todo riesgo y de la gloria misma, está un Allende entero que vive y sirve. Su ejemplo limpio está presente: dio fruto en el “Pípila”, cuando la patria lo llamó; en Nicolás Cano, cuando luchó por mejores condiciones en el Constituyente del 17; es actualidad en el “Nigromante” que desafió al Estado mismo, y sigue vivo en la lealtad militar del Gral. Montes durante la revolución. Por el Camino Real no sólo circularon plata y oro, arte y mercaderías, circularon también la fe y la cultura que en su mestizaje subyace aún el espíritu de aquellos hábiles y feroces guerreros que defendieron su espacio y de aquel criollo que entregó su vida por la justicia y el progreso para todos. La villa sanmiguelense se consolidó como proveedora de los sitios mineros y como protección y descanso de quienes circularon por el Camino Real. Tu misión vive Fray Juan, aquí convivimos hoy, sin mezquindad, ya no mexicas y tlaxcaltecas, otomíes y purépechas sino miles de personas venidas “de más allá” o “del otro lado”, de decenas de nacionalidades que trabajamos por la paz y la concordia en tolerancia y armonía.
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Por Graciela Cruz LÓPEZ Historiadora
Algunos años después de haberse fundado la villa española de San Miguel el Grande (1555-1561), se erigió en el lugar, como una estrategia de la administración eclesiástica del territorio de frontera de la Tierra Adentro, uno de los primeros curatos seculares de la región, entre los años de 1563 y 1564, tiempo en que Francisco Gutiérrez, fue nombrado por el obispo de Michoacán para hacerse cargo de la fábrica espiritual y material de la parroquia de San Miguel. No se tienen noticias de algún proyecto constructivo anterior a la década de 1570, cuando el virrey Martín Enríquez de Almanza benefició la fábrica o construcción de la parroquia, con las penas de servicio personal o trabajo forzoso, impuestas a los indios que asaltaban las estancias de ganados de la jurisdicción. Varios documentos de los años de 1578, 1639, 1649, 1680, 1709, 1766, entre otros, nos traducen los esfuerzos realizados para construir los dos históricos edificios parroquiales que a la fecha conserva la ciudad (el templo de la Santa Escuela o de San Rafael y la Parroquia de San Miguel Arcángel), de su patrimonio arquitectónico y religioso heredado. A finales del siglo XVII, se había concluido el cuerpo principal de la iglesia que desde su época se conoce como “la parroquia nueva”, aunque sin el retablo principal y la torre, además tenía graves deterioros en la bóveda y muro sur, por lo cual, ante la necesidad de reparar el daño, se administraron por algún tiempo los sacramentos en la capilla del hospital de indios de la Limpia Concepción (situada en el paraje contiguo), lo que ocasionó un fuerte conflicto entre la población indígena y española. Puede decirse que hasta la primera década del siglo XVIII, se logró una estructura arquitectónica sólida, obra de estilo barroco dirigida por el arquitecto Marco Antonio Sobrarías. En 1707, en la visita pastoral de don Manuel Escalante Colombres y Mendoza, obispo de Valladolid, se concluyó que la parroquia de San Miguel, a pesar de ser el cerebro de uno de los curatos y beneficios de mayor opulencia (al tener a su cargo un gran territorio que se extendía desde Querétaro hasta San Felipe), padecía de cierta pobreza en su fábrica material o edificio, por lo que resultaba necesario emplear de manera ordinaria los bienes y alhajas pertenecientes a la cofradía del Ecce Homo y Nuestra Señora de la Soledad, a la que por este motivo se ocasionaban graves perjuicios. Tal apreciación se originó también de un estudio visual de la propia estructura arquitectónica, que carecía de suficiente luz por la falta de ventanales, particularmente de dos claraboyas en el crucero, así como de dos ventanas, una debajo de la bóveda del antecoro y otra en la Capilla del Sagrario. Esto representa la exigencia de un edificio parroquial digno, acorde a la autoridad, prestigio y particularmente a la extensión y opulencia del territorio que administraba en lo civil y eclesiástico la villa de San Miguel el Grande: “por el oriente hasta el Puerto de Nieto por el poniente hasta la hacienda de Santa Catarina por el norte hasta la de Trancas y por el sur hasta el Puerto de Chamacuero”. Para este tiempo el curato de San Miguel recaudaba diezmos en más de 70 estancias, labores y ranchos, dedicados a la crianza de ganado mayor y menor, al cultivo de maíz y trigo, así como en obrajes, molinos, tenerías y curtidurías. Tales unidades producían más de 850 fanegas de trigo, 1,800 fanegas de maíz y 88,000 cabezas de ganado mayor y menor. Siendo las más fructíferas La Cieneguilla de Nieto, Labor de Santa Lucía, Río Seco, La Erre, El Llanito, Xoconostle, Ciénega de Guerrero, San Damián, San Nicolás, Estancia de Abajo, Labor de San Gabriel, Labor de Peña Prieta, La Quemada, San Antón, Jalpa, Puerto de Nieto, Cañas, San Cristóbal, Trancas, Puerto de Abrego, Puerto de Sosa, La Carbonera, Agustín Rincón y la Ventilla de Andrés López, entre otras. Con la fundación del nuevo curato de Nuestra Señora de los Dolores entre los años de 1710 y 1711, cuya sede residiría en el pueblo vecino del mismo nombre, se restó del territorio originalmente encomendado al curato de San Miguel el Grande durante los siglos XVI, XVII y la primera década del XVIII: “[…] Comenzando por la parte del norte la hazienda nombrada San Bernardo de la Petaca desde donde corriendo asia el Sur a dar a la Lavor nombrada Tequisquiapa y pasando por encima del serro nombrado Rondanejo a la Lavor de el Ojo Sarco. Y de aquí por la Cañada de los Cojos pasando a la del Gato hasta la Lavor nombrada Simeon y prosiguiendo por el Rio de la Perea Cierra de Guanaxuato hasta la Lavor de San Anton de aquí pasa a las Lavores del Joconostle, Santa Catharina, San Juan, y San Xpristoval hasta serrar en el Rancho de la Perea […]”
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Con el paso de los años y el nacimiento de nuevos estilos artísticos, la arquitectura parroquial tuvo varias modificaciones interiores y exteriores. Por mencionar, entre 1740 y 1750, la construcción de una segunda torre de tres cuerpos y el camarín del Ecce Homo. De acuerdo a un informe otorgado por el cura Juan Manuel de Villegas en 1766, se describe a la parroquia con una planta arquitectónica en forma de cruz latina. Daban vida a este conjunto, las hermosas capillas del Señor de la Conquista, san José y Nuestra Señora de los Dolores; el camarín y sus cuatro capillas cortas dedicadas a san Juan Niño, el señor de la Misericordia, la santa Resurrección, san Pedro, Jesús Nazareno y san Dimas, además de la sacristía, el tránsito del aguamanil, la sala de conferencias, salas generales, patios, cuartos y cocina. El ajuar del templo parroquial se componía de quince retablos de magníficas tallas doradas. El colateral mayor estaba reservado al Ecce Homo y a lo largo del crucero los dedicados a los Siete Príncipes o arcángeles; Nuestra Señora del Rosario, Jesús de la Humildad, Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de la Luz, Santísima Trinidad, Nuestra Señora de la Soledad, santa María Magdalena, san Juan Nepomuceno, san Roque, la advocación de la Sangre de Cristo y san Nicolás Tolentino, entre otros. La fisonomía interior del templo parroquial nos muestra el paso de distintos estilos arquitectónicos, el neoclásico en la primera mitad del siglo XIX, y posteriormente, el ecléctico, resultado de las intervenciones de la primera mitad del siglo XX, en las décadas de 1920, 1930, 1940 y 1960. De los primeros tiempos se han atribuido al arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras, las obras de la cripta parroquial y un altar de la virgen de los Dolores. Un siglo más tarde, entre las décadas de 1920 y 1960, puede referirse la construcción de las capillas de Nuestra Señora del Carmen y San Juan Bosco, la edificación del ciprés que conserva en la actualidad el altar mayor, el nicho de cantería de San Miguel Arcángel, el altar de la capilla del Señor de la Conquista, el cancel, las pinturas y la colocación del piso de mosaico (obras conmemorativas del IV Centenario). En su fisonomía exterior, la parroquia ostenta una torre portada neogótica, proyectada entre 1880 y 1890, a iniciativa de José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos (primer obispo de León) y el cura José María Correa, quienes confiaron en el talento empírico del maestro Zeferino Gutiérrez, alarife y orgullo local, inspirado para esta singular obra en la majestuosidad de las catedrales góticas europeas. Desde este tiempo “La Parroquia” como la denomina la población local, es testigo mudo del devenir histórico, convirtiéndose en el símbolo de la ciudad y en el ícono de la identidad y el ser sanmiguelense.
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DE JESÚS NAZARENO DE ATOTONILCO Por Graciela Cruz LÓPEZ Historiadora
Atotonilco: lugar de aguas calientes Atotonilco proviene de la palabra náhuatl atotonilli, “aguacaliente” y co, partícula locativa, traducida entonces como “en las aguas calientes o termales”, de la cual hace referencia el Códice Mendoza o Mendocino, a través de un jeroglífico representado por una marmita de barro cocido, posada sobre un tenamaxtle o brasero rebosante de agua hirviendo. Con este nombre se alude a un sitio privilegiado por una gran cantidad de ojos de agua caliente, cuya fama llegará a la posteridad por los asentamientos ancestrales de sus alrededores, sus propiedades medicinales y el carácter ritual que les fue otorgado desde la época prehispánica1. Siglos más tarde, por ser el sitio elegido para la fundación del Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco. Durante el proceso de conquista y colonización de la frontera norte de la Nueva España, el sitio de Atotonilco fue mercedado en varias dotaciones de tierras, para dedicarse a las labores agrícolas y prioritariamente a la crianza de ganado menor. Las primeras mercedes que se concedieron en el sitio para su poblamiento y explotación de recursos naturales, datan de la década de 1550, época a la que se refieren los primeros documentos que fundamentan la historia del lugar. Tal es el caso de las mercedes de sitios de estancia de ganado menor2 concedidos a Domingo de Silva y Leonardo Cervantes en el año de 15583 y a Tomás de Espinosa en 1560, “en tierras comprendidas dentro de la demarcación de los vecinos españoles de la villa de San Miguel el Grande”, junto a una caballería de tierra, situada abajo de donde se conocía como Atotonilco, en la ribera del río San Miguel o de La Laja y en las cercanías del Camino Real de Tierra Adentro4. A partir de 1620 la familia Diañez fue propietaria de la labor de Atotonilco. Un siglo más tarde paso a manos de don Ignacio García y su familia, hasta que el sacerdote Luis Felipe Neri de Alfaro logró reunir de su patrimonio y de los donativos de los fieles de la villa de San Miguel el Grande, los 20,000 pesos de oro común que requirió para adquirir estas tierras en el año de 1740. Las que colindaban con la hacienda de Rancho Viejo y los sitios de matanza de ganado ubicados en los parajes de Montecillo de la Milpa y Montecillo de Nieto; guardando además una posición estratégica respecto al Camino Real de Tierra Adentro, que permitió en los años siguientes una importante afluencia de caminantes, ejercitantes y peregrinos5. Con el paso de los años, Alfaro formó una hacienda que comprendía 44 caballerías de tierra6, para cuyo beneficio se construyó una presa de 500 varas de longitud7, que tuvo por costo 12,000 pesos8. Posteriormente instaló un molino de harina, en el que invirtió cerca de 20,000 pesos8, además de una huerta en la que se
Hernández, Jorge F., La soledad del silencio. Microhistoria del Santuario de Atotonilco, Universidad de Guanajuato/Fondo de Cultura Económica, México, 1991, p. 29. 2 Un sitio de ganado menor comprendía 18.233 caballerías de tierra, lo que se traduce en aproximadamente 780 hectáreas. 3 Archivo de la Parroquia de San Miguel Arcángel (en adelante AHPSMA), Fondo Parroquial, Sección Disciplinar, Serie Correspondencia, Caja 19. 4 Archivo General de la Nación, México (en adelante AGN), Instituciones Coloniales, Real Audiencia, Mercedes, Vol. 5 y 6, Exp. 94. Cruz López, Graciela, San Miguel el Grande. El Espíritu de la Tierra Adentro, CONACULTA/Presidencia Municipal de San Miguel de Allende, Gto., en edición final. 5 Archivo de la Congregación del Oratorio de San Miguel de Allende (en adelante ACOSMA), Descripción histórica del Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, Manuscrito Anónimo, ca. 1860. Descripción de la villa de San Miguel el Grande, Camino y Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco. Óleo sobre tela. Atribuido a Miguel Antonio Martínez de Pocasangre. Siglo XVIII. Brading, David A., Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán, 1749–1810, FCE, México, 1994. 6 Aproximadamente 1,848 hectáreas. 7 Aproximadamente 419 metros. 8 Pesos de la época. 1
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cosechaban una gran variedad de flores y frutos, y a muy corta distancia una viña de generosas cepas9. El tamaño y producción de la hacienda permitió que Alfaro pudiese censarla o hipotecarla, para que de sus réditos se sustentaran una parte de las obras arquitectónicas y necesidades del Santuario y la Casa de Ejercicios de Atotonilco10. En 1747, a un año de la bendición de la iglesia primitiva de Atotonilco, según un padrón realizado por el curato de la villa de San Miguel, en los contornos del recinto religioso se encontraban avecindadas cuatro familias con 33 personas11. Entre las décadas de 1750 y 1770, según los registros que entregó el diezmatorio del curato de San Miguel el Grande al Obispado de Valladolid, las labores agrícolas y sitios de ganado que pertenecían a los españoles e indios asentados en las cercanías del Santuario de Atotonilco, diezmaban cantidades importantes de maíz, frijol, trigo, lana, becerros y borregos12. Finalmente el padrón militar realizado en la jurisdicción de la villa de San Miguel el Grande en 179213, reconoce a la hacienda de Atotonilco como propiedad del Santuario y Casa de Ejercicios, lo que indica, hasta este momento, que lo substancial del testamento que dictó Alfaro el 21 de febrero de 1753, con los sucesivos codicilos de 1757, 1759, 1760, 1770 y 1776, añadidos a su memoria testamentaria, fueron respetados en asegurar la propiedad del Santuario, Capillas, Casa de Ejercicios y posesiones anexas, a favor del culto de Jesús Nazareno. Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco: La Jerusalén Indiana El Santuario de Atotonilco es la obra excelsa, la más fina, acabada y compleja, la aureola del proyecto pietista y mesiánico de Luis Felipe Neri de Alfaro, el que inició en la villa de San Miguel el Grande y culminó en Atotonilco, trazando un puente entre ambas realidades históricas, que se volvieron afines, recíprocas y complementarias, para permanecer así, hasta la posteridad. En Atotonilco, Alfaro llegó a la plenitud de su vida, para desbordar su espiritualidad interior en dos magníficas exteriorizaciones: Jesús Nazareno, su modelo, puesto al vivo en un místico santuario, a cuya sombra impresionaba el propio Alfaro al pueblo con un ascetismo nunca visto en la región; y la Casa de Ejercicios, cuyas puertas abrió para todos los que quisieran seguir de cerca, verdaderamente y con voluntad a su Divino Maestro14. Desde 1735, por enmienda, orden y voluntad de la congregación filipense de San Miguel, Luis Felipe Neri de Alfaro acudía de manera regular a la labor de Atotonilco, distante de la villa de San Miguel dos leguas y media15, con el fin de realizar los compromisos de su ministerio sacerdotal, al que se dedicó en cuerpo y alma a pesar de su quebrantada salud que lo obligaba a quedarse en este sitio algunos días más16. Para llegar a este lugar, Alfaro tenía que dirigirse al noroeste de la villa de San Miguel, donde a la orilla de un arroyo, tomaba el camino real que conducía al pueblo de Nuestra Señora de los Dolores; desde este punto iniciaba una larga travesía en la que el paisaje estaba formado por arroyos, sendas solitarias y cerros ásperos. Las tierras pedregosas, cenizas y el paisaje desolado que caracterizaba al sitio de Atotonilco se presentaron entonces Recuerdos tiernos de las finezas de Jesús y de María, Manuel Antonio Valdez y Murguía, Año de 1768. Brading, David A., Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán, 1749–1810, FCE, México, 1994, Pp. 57-60. 10 Mercadillo y Miranda, José, El Venerado e Histórico Santuario de Atotonilco, Gto. San Miguel de Allende, Gto., S/F. Citado por Bravo Ugarte, José, Luis Felipe Neri de Alfaro. Vida, Escritos, Fundaciones, Favores Divinos, Editorial JUS, Col. México Heroico, México, 1966, p. 34. 11 Archivo Manuel Castañeda, Casa de Morelos (en adelante, AMC), Fondo Parroquial Disciplinar, Padrones, Asientos, Caja 1284, Exp. 149, San Miguel el Grande, Año de 1747. Cruz López, Graciela, San Miguel el Grande. El Espíritu de la Tierra Adentro, Presidencia Municipal de San Miguel de Allende, en prensa. 12 AMC, Fondo Cabildo, Serie Colecturía, Sección Administración Pecuniaria, Subserie Diezmos, Cajas 1784, 1785 y 1786. 13 AGN, Instituciones Coloniales, Gobierno Virreinal, Padrones, Vol. 36. Cruz López, Graciela, San Miguel el Grande. El Espíritu de la Tierra Adentro, Presidencia Municipal de San Miguel de Allende, en prensa. 14 Bravo Ugarte, José, Luis Felipe Neri de Alfaro. Vida, Escritos, Fundaciones, Favores Divinos, Editorial JUS, Col. México Heroico, México, 1966, p. 15. 15 Aproximadamente 12 kilómetros. 16 Tapia, Reynaldo, “El Ven. P. Luis Felipe Neri de Alfaro y el Oratorio de San Miguel de Allende, Gto.” en: Noticias y Documentos Históricos. Segundo Encuentro Nacional de Historia Oratoriana, Órgano de la Comisión de Historia de la Federación de los Oratorios de San Felipe Neri de la República Mexicana, México, 1986, p. 38. 9
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ante Alfaro con una similitud excepcional a los santos lugares de Jerusalén en que Cristo celebró la última cena y sufrió su Pasión, de aquí a que fuese el sitio ideal para fundar su centro de penitencia y meditación, donde un ejército de fieles reunidos entorno a las Santas Escuelas de Cristo pudiesen tener un ejercicio seguro. La primera piedra que se colocó el 3 de mayo de 1740, culminó en la bendición que se hizo el 19 de julio de 1748 de la iglesia principal del santuario, a instancias del obispo Martín de Elizacoechea, colocándose en el altar mayor a la venerable imagen de Jesús Nazareno17, a lo que siguieron varias etapas constructivas en las que el español queretano Miguel Antonio Martínez de Pocasangre, vecino de San Miguel el Grande desde 1752, intervino pictóricamente con un extraordinario estilo monumental ejecutado en temple con cola sobre aplanado. A la sacristía vieja, la sala del padre Alfaro, la torre y el edificio central del santuario, cuya nave se alargó tiempo después en dos tramos, se integraron entre 1748 y 1759 las capillas del Santo Sepulcro, Belén, el Santo Cenáculo, la Soledad y Loreto, así como la celda del padre Alfaro. En 1766, la capilla del Rosario, diez años más tarde la capilla del Calvario y en 1785, la sacristía nueva. El proyecto de Atotonilco dio por resultado un trabajo artístico en el que la arquitectura, la pintura, la escultura, la literatura poética, el rito y la devoción se conjugaron con extraordinaria intensidad. Sin embargo, ha sido en la historia algo más que un monumento excepcional por sus atributos artísticos, al constituir el eje de un fenómeno cultural de particular importancia que engloba y expresa la ideología, las cualidades sociales, los modos de vida y los sentimientos de la región en la que se encuentra enclavado desde hace más de dos siglos18. En consecuencia, por su proyección, puede considerarse como uno de los casos más excepcionales y mejor logrados del barroco latinoamericano al existir una clara coherencia entre su concepción espacial y formal, su discurso dogmático, el rito y la devoción popular. Entre las verdades religiosas que pregona, los actos que plantea como consecuencias necesarias de la fe y su lenguaje formal, que expresa una visión compleja de la existencia humana y el universo: “…el barroco de Atotonilco es sui generis; posee una espiritualidad inusitada y una enorme carga simbólico-trascendental. Su discurso dista mucho de las más o menos ingenuas obras regionales…19” La casa de ejercicios espirituales: El purgatorio en la tierra La santa casa de ejercicios espirituales, parte esencial y complementaria del proyecto del santuario, reconocida como una de las más grandes y antiguas del mundo20. Este lugar, con 250 años de historia, abrió sus puertas en julio de 1765 cuando se celebraba la novena de Jesús Nazareno; sin embargo, Luis Felipe Neri de Alfaro trabajó intensamente en su construcción desde la década de 1740, tiempo en que se trazaron sus cimientos, paralelamente a los de la iglesia principal del Santuario. Hasta los últimos años de su vida plenamente espiritual, Alfaro dirigió tandas semanarias integradas de 25 a 60 ejercitantes pobres, además de las personas de distinción. Una población de fieles que se sentía atraída, incrementando su número con el paso del tiempo, para organizarse en 6 tandas de ejercicios que se celebraban de acuerdo al año litúrgico (particularmente en marzo, julio y diciembre), dedicadas a los dogmas y devociones principales del santuario de Atotonilco21. Miles de ejercitantes han ofrecido penitencias después de dos siglos y medio, en un enigmático e histórico lugar que fue formado originalmente por una sala grande de 2 ½ varas; un directorio de 7 varas de largo y 4 ½ de ancho, así como un refectorio de 18 varas de largo y 7 de ancho, además de cocina, corredores, enfermería, letrinas, patios, jardines y cuartos para dormir21. Este primer edificio se integró al santuario de Atotonilco (la auténtica capilla de los ejercitantes y el corazón de los oficios religiosos). Espacios arquitectónicos estructuralmente unidos por el directorio, el refectorio, la celda del director espiritual y la primera sala de la casa de ejercicios, además del acceso principal y varios secundarios. AMC, Siglo XVIII, Caja 113, Exp. 66, Descripción del Santuario de Atotonilco, Luis Felipe Neri de Alfaro, Año de 1766. Silva, José de Santiago, Atotonilco. Alfaro y Pocasangre, Ediciones La Rana, Guanajuato, 2004, Pp. 491-492. 19 Silva, 2004: 16 y 498. 20 Hernández, 1991: 113-118. 21 Hernández, 1991: 113-118. 22 AMC, Siglo XVIII, Caja 113, Exp. 66, Descripción del Santuario de Atotonilco, Luis Felipe Neri de Alfaro, Año de 1766. Recuerdos tiernos de las finezas de Jesús y de María, Manuel Antonio Valdez y Murguía, Año de 1768. Plano del Templo y Casa de Ejercicios del Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, Jesús E. Aguirre, Año de 1883. 17 18
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Con el paso de los siglos, la casa de ejercicios ha tenido importantes obras y modificaciones arquitectónicas, lo que ha permitido que sus áreas construidas sean en la actualidad considerables. Concretamente en el siglo XIX, se anexaron varios corredores, salas de distintas dimensiones y para diversos usos, celdas, patios, además de un hospital, la casa del administrador, caballerizas, corrales y abrevaderos. En el siglo XX, cabe mencionar las obras de la capilla, un gran número de aposentos y el comedor que puede albergar cerca de 5,000 personas. A la muerte de Alfaro, en 1776, habían concurrido a esta casa cerca de 7,500 hombres y mujeres, que un siglo después incrementaron sus filas a 45,51723. Hasta la fecha el mundo católico sigue practicando los ejercicios ignacianos, pero en ningún lugar con la intensidad y el número de fieles que aparecen día con día en Atotonilco, lugar en el que se han venido realizando desde 1943 hasta el presente, 33 tandas con una concurrencia de aproximadamente 50,000 devotos al año, procedentes de distintas regiones de la República Mexicana, principalmente de la Ciudad de México, Estado de México, Querétaro, San Luis Potosí, Michoacán, Jalisco, Guanajuato y Nuevo León, entre otros puntos geográficos que aportan grupos menores; es importante mencionar que entre estos devotos generacionales, existe una importante presencia de comunidades indígenas purépechas, otomíes, mazahuas, huastecas y de habla náhuatl. El Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco pervive en la memoria histórica como uno de los más hermosos de todo el Nuevo Mundo. Como aquella fortaleza levantada sobre la tierra contra el poder de las huestes infernales. Por ser la concha de la mejor perla, María, y el terreno donde se muestra el tesoro divino de los cielos, Jesús. Por considerarse en su época como la octava maravilla del Obispado de Michoacán y ser por excelencia el binomio simbólico de los Santos Lugares. Por su importancia histórica, complejidad cultural, grado de conservación, excepcionalidad, integridad y autenticidad, el patrimonio tangible (monumento artístico e histórico) e intangible (las prácticas devocionales) de Atotonilco, ha sido reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad desde el año 2008. 23
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To celebrate 475 years of history is to respectfully recognize the value in the identity of all those who yearn for assertive protagonism and shared ideals, embodied throughout their lives and within the priceless collection of tales that springs forth from their communities. Today we celebrate their trajectory and legacy, their tireless collective labor in reaching sustainability, in always looking to become a Model Society for action in the struggle for preserving our identities, cultures, architectural characteristics; our roots and commitment with the environment; our trades and festivities; to write down today the history as we navigate between the local and global, between sovereignty and interdependence, between our present and the much awaited future. In the end, we are all here because we wish to be an essential part of this personality that has permeated in San Miguel, to be part of this unique integration with people from all over the world. No matter where we come from or where we have been, to live here makes us all sanmiguelenses. It is an identity built through our daily actions and reinforced by the values passed down to us; strengthened by the exchange of knowledge and abilities in the interest of the greater good, with a proper interpretation of what democratic relationships must represent, and with the necessary experience to be able to fully share oneself with life. The element of plurality has marched, unwavering, towards a full intercultural modality that is naught but the sustainable interaction between cultures and the establishment of a respectful and collaborative setting we can bear witness to in every marketplace, public plaza, library and place of business. While no society on earth is exempt from conflict, here we must work to make respect, equality, dialogue and consensus rule supreme. Whether we are men or women, children or elderly, of indigenous or Spanish descent, Mexican or Foreign. San Miguel de Allende must never allow itself to lose its identity or to permit the fading away of tradition. For here, we are all Sanmiguelenses.
RICARDO VILLARREAL GARCĂ?A MAYOR OF SAN MIGUEL DE ALLENDE
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The city of San Miguel de Allende bears within its name witness to notable histories, a collection of extraordinary events that, in time, have carved out a beloved destination. San Miguel contains also, within its urban frame, the wonder of the innumerable people that coexist day to day along the magnificent streets, welcoming all who are able to make the brilliant ground they stand on their own. Standing on what is now its Main Square, before the Parrish Church of San Miguel Arcángel, you can’t but recognize the voices of hundreds of protagonists, who came to lay claim to a land that was multicultural from birth; to fully appreciate all those who have guided this place into transcendence. Here, the legacy of the ‘concha’ rattles, the ringing of church bells, the song and dance of the native, the gargling brook that set the course for life, a route traversed by silver and the vision of a New Spain village. Here live on the great deeds, the framing of a New World, the success of Independence, the journey of the Golgotha, the works that rise as true heritage, and art as a joyful way of living… Here, there is no need for languages when we are of a single voice, no need for Holidays when we all share one belief, no need for territories when we are all sanmiguelenses. The History of these 475 years has been told already. One need only seek out and dive into the illustrious corpus of literature, delivered by such renowned authors as Miguel Malo, Francisco de la Maza or Felipe Cossío del Pomar, whose graceful mastery of the quill once bestowed upon us texts that, beyond a simple educational obligation, ought to be the fuel for future generations. It would suffice, as well, to visit the museums, chapels and homes throughout the city in order to guess at the immeasurable value of the knowledge they hold; or to cordially request to spend an afternoon with the historians, chroniclers, researchers and caretakers of our Historic neighborhoods in order to immerse ourselves in the constellation of anecdotes which accompanies every word. To honor History, one must show constancy and courage in our actions. That is, to embody our initiatives and strive for the Common Good, so as to do our part for an exemplary, pro-active and assertive society. It is to defend, with the vigor and gallantry of those who have come before, the architectural traits and intangible traditions that have placed this city among the most beautiful in the world. No less important, is the strengthening of San Miguel’s surrounding communities, such as La Cieneguita, Atotonilco, Puerto de Nieto, Cruz del Palmar, Jalpa, Alcocer, Los Rodríguez or San Miguel Viejo, among many others. It is also to continue the embrace of our international community, our fellow city dwellers, who embody Universal Fraternity with a metaphorical and indestructible bridge, able to surpass the limits set by any paradoxical border. In the end, it is about being able to pronounce a word in a foreign tongue – not from a visitor, but from your neighbor – it is to disguise ourselves as Other, without losing our roots and thereby to intertwine with one another. How could we escape this idea, when we need only look above the horizon to find, standing on a clearing by the shore of the Laja River, the memory of time immemorial and, out of it, the encounter with multiple conceptions of the cosmos. One is clad in blood, soil and a defense of their bloodlines, the other clad in armor, lance and fury. Ever since, we have been part of the plot in a Clash of the Worlds, all holding a profound significance for intercultural meaning. Humanity today is not exempt from the never-ending conquests and rough transitions. The value of this reflection is to urge us all to carry this memory along at all times, to construct our personal anecdotes in accordance with this daily reality and immediate surroundings we inhabit. The intention of celebrating these 475 years Is to recognize in ourselves a Model Active Society, tanking Hisorical tradition as a guideline to determine the decisions made in our own time, allowing for more robust social, cultural and political cohesion, always for the good of San Miguel de Allende. Let these lines be a chronicle, harking back to the heritage and the natural, architectural and multicultural wealth of the City of San Miguel. Let these words be a dignified frame, giving center-stage to the magnificent photographic collection that can be found in every page of this book and which illustrate the colors, the passion and the daily reality of sanmiguelenses. Let them guide you, in other words, in this journey into the Heart of Mexico.
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We leave the Main Square and return to the entrance of the city, to start from the beginning, as any good epigraphist should encourage. Four main avenues connect San Miguel de Allende to Querétaro, Celaya, Guanajuato and Dolores Hidalgo, its surrounding mountains and sun-drenched landscapes. Each of these bears witness to how, during the Viceroyalty, the ancient village then known as San Miguel el Grande already played a leading role in the process of consolidating New Spain’s northern frontier. In those days, it was seven roads that traditionally led in and out of town – not only obeying to strategic, political, commercial and colonization reasons, but also as a spiritual, evangelizing symbol. And so, if one should decide to take the route towards Mexico City or Querétaro, in those days it would take us down the Pathway of Alcocer, the old Tecolote road or down the lane that passes by the small chapel of Loreto. If we turn southwards to Celaya, we will re-trace the journey leading from the Obraje De la Canal towards Chamacuero, a pathway that marks the arrival of Spanish missionaries. Those heading to Guanajuato could take the shortcut through La Cieneguita and the San Rafael Bridge, a neighboring community with deep ties to the city. If heading towards Dolores Hidalgo one must take the road to Atotonilco, with a stop at the Sanctuary of Jesus of Nazareth, a graceful sight whose description can only be ill served by the textual limitations of the written word. For its part, the old Tecolote road takes us down to Xichú and to San Luis de la Paz, and to all the provinces that lie along the Pánuco River. Finally, The seventh, final road, served to connect the Obraje de Baltasar de Sautto to the small community at Agua de Espinosa. Glancing around the edge of San Miguel we notice we are standing on prominent grounds. This is where Camino Real de Tierra Adentro road once passed, part of a two-thousand kilometer route whose cultural and geographical vertebrae are essential to comprehend how a Spanish village could be forged into a multicultural population with its own sense of identity and symbolism. History speaks of the discovery of important mineral deposits around the towns of Zacatecas and Guanajuato, prompting a Spanish advance into the Heart of the continent and giving birth to a string of settlements and missions along the way, which would serve as frontier outposts for the colonization and annexation of these territories under the Spanish Crown. Known also as the Silver Road, the route would transport more than just mineral riches. The road was invaluable for the exchange of knowledge, ideology and religious creed it allowed – a long string of contexts, which now evidently dominate our socio-cultural code of conduct. This Royal Road is the sum of our inheritance, the foundation and background to our main transport and communications routes even to this day. While this land was thought to be a vital frontier outpost in New Spain’s advances, it was fiercely defended by a collection of Chichimeca nations, some of them once classified as savage and cruel by historians, as well as their Otomi, Tarasco and Nahua neighbors. The founding of the ‘Pacified Indian’ village composed of different ethnic groups is attributed to Fray Juan de San Miguel, a friar of the Franciscan order remembered due to his role in transforming a string of populations between Guanajuato and Michoacan into Spanish-style villages. According to oral traditions, on 1542 Fray Juan de San Miguel and his Purepecha, Otomi & Nahua guides first settled in what is today known as Old San Miguel, a name that, while making reference to the friar’s own name, is also dedicated to the First of the Archangels and, to this day, the city’s Patron Saint. Fray Juan de San Miguel, who the Franciscan Chronicles have defined as an exemplary and virtuous man of solid character, befitting to the streak of solid foundations that were his legacy, Fray Juan de San Miguel was “a stranger to any emotion resembling fear”, fraternizing with the indomitable chichimecas – a tribe that is well remembered for their ferocity and barbarity, and venerated for their pure love and vigorous defense of their land, our soil. Out of their sky we see the stars; from their freedom, comes our own time. This newborn community would find in the elemental water a guideline and defining standard, leading towards their destiny. Thus, the first Pacified Indians to be converted to Christianity, under the guidance of Fray Bernardo de Cossin, who had been left in charge by Fray Juan, were relocated a few kilometers to the northeast. Following the waters and seeking to avoid warfare, the small enclave soon was moved towards a paradise of fertile fields and spring water emanating from the sides of the “Moctezuma” mountain, the “Chorro” springhead, thus providing a definitive settlement to the Indian town and becoming one of the city’s Founding neighborhoods. Here, Viceroy Luis de Velasco I ordered that a new Spanish village be erected alongside the new town, with the city extending from the old Plaza de la Soledad, in order to protect the Royal Roads between Mexico and Zacatecas, and consolidating the other settlements in the region. Since then, San Miguel el Grande has represented a gigantic advance in the process of colonization in the Northern frontier and the doorway to the ‘Inland’ region.
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Passing years brought with them the construction of new neighborhoods. ‘El Chorro’ was followed by others, such as Guadiana (which absorbed the ancient neighborhoods of Santa Catarina and La Santa Veracruz), Ojo de Agua, the Valle del Maíz and, a few centuries later, El Tecolote (also known as San José de la Montaña), Obraje and San Juan de Dios – places that today make up the city’s neural network. Neighborhoods are important, as they weave together a society with its territory, traditions and the rich past, still flowing in the blood of its inhabitants. It takes possession of a space within the city, which belongs to us; we defend it, revere it, and generously welcome those who visit in good faith. While constructing this tale we had the privilege of conversing with notable characters from all of these Founding Neighborhoods, who through their words were able to paint the backdrop of their memories, relive their victories and conquests, and trace the direction of their common ideals. This collection of anecdotes provides a familiar and intricate commentary, providing enjoyment to any stroll down the city streets. Simply make your way to the Benito Juarez park and sit, enjoying this arboreal realm, and you may understand how this gorge once lay dotted with avocado trees, the abode of gardeners who grew oranges, Armenian plums, cherimoyas and pears. A landscape surrounded by walnut trees, bilberry, wild berries and zapote fruit, among others. One could just drop a seed to the ground, and out would sprout any plant one wished. Climbing up towards El Chorro, we find the famed Lavaderos, the public wash-house of old. An Iconic site, to this day frequented by a string of characters, come here to carry out their daily chores with aid from the streams originating from their mountain spring. Mr. Heleno Patlán and Alfonso Martínez, staunch defenders for their neighborhood, remind us that, on the site where today we find the Casa de Cultura, once stood the public lavatory, where the people came to bathe. Number 5 served women and children, number 7 served the men. Behind this structure we can find the Temple of Santa Cruz del Chorro, of which Mr. Heleno is the caretaker. Here, water once flowed with in such amount as to supply the entirety of the village’s public and private fountainheads. To walk along the streets of Barranca, Hospicio or Huertas is to enjoy a trail where we, at times, pondered whether trees, rock or concrete rise supreme. A place where the evening may call back a craving for a bite of piloncillo or charamusca. On Recreo street we see the Heroínas Insurgentes primary school, about to celebrate its Centenary. We find as well the looming 19th Century Bullring, along with countless memories of bullfights and the celebrated events held within. To gaze at the Chorro from the city center requires us to raise our heads, a reverence rising in tune with the admiration the sight awakens. The Guadiana neighborhood distinguishes itself as being one of San Miguel’s most traditional. Efren Sanabria, the young caretaker at the Templo del Señor de las Agonías confided to us that this is the birthplace of the celebrated Danza del Torito, as well as the Danza de la Sonaja, where men and women attire themselves in hats decorated in colorful strips of paper and ribbon, resembling flowers as they combine their movements to the rhythm of their guaje rattle. Boxing matches are a tradition here, starring the neighbors themselves and culminating with open-air gatherings, all bad-blood resolved. The traditional yuntas took place in the higher reaches of the Caracol, with a pair of oxen were adorned with garlands of fruit, which revelers marked as Bandoleros or Bandits would pretend to steal, in an intricate choreography conducive to a delightful gathering. People would share atole de cascara or aguatole, a drink of cornmeal with chili spice, and a sema chorreada. Guadiana borders on one of the city’s main streets, the Ancha de San Antonio boulevard. At its other end, the climb up towards El Caracol. Across it, we find the streets of 5 de Mayo and Moras, itself cut off by the Prolongación Aldama, where we find the famous Golpe de Vista. Continuing up this latter street we arrive at the Ojo de Agua neighborhood, running the risk of being stopped by friendly greetings from anyone you meet. Once in Ojo de Agua, sitting on the open square before the Capilla de la Santa Cruz and accompanied by its kind caretaker, Hilario Sanabria, our interview takes on a degree of timelessness, of natural fraternity. Only some brief minutes of conversation and a long contemplation of two ancient ash trees and a young Indian laurel, imposing in their flaunting of the deep roots that feed their robust bodies, as if wishing to express the meaning of Belonging to the land. By the edge of the square, two water springs remain intact, untouched by the climactic ordeal that bears upon us. Fountainheads that exemplify the humble reflection of our own actions, of giving expecting rewards, of providing expecting praise, of sacrifice awaiting blessing. We next decided to take the Camino Real de Xichú, which would bring us directly to the neighborhood of Valle del Maíz. To greet us came Mr. Juan Córdova, a man with a fierce conviction in his call to preserve the Native identity, which permeates the neighborhood. His tone of voice was not what one considers normal;
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perfect enunciation harking back to the cadence learnt from being a conchero dancer. Mr. Juan explained that, while the dissemination of tradition and the guardianship of cultural inheritance is a duty for the elders, the young must take upon themselves the challenge of preserving it. None better to illustrate this fact than him. Don Juan and his entire family are Concheros, bearers of a musical, literary and religious tradition reaching back to their ancestors, and which was forgotten for some time. He revived it, and now it’s his children, his wife, grandchildren and nearly 50 people from the Valle del Maíz who have learnt to play on the peculiar armadillo-shell lute, the guaje. The Concheros raise their praises upwards towards God, the Four Winds and their ancestors, accompanied by dancers that pound the ground with their leather huaraches and rattling starling bones as they mark the beat. The instrument keeps within its shell the essence of feeling. Here, the people work with agave flowers and their Indian spirit, a composition made of the tradition of pilgrimage and permanence. Many who leave here return once more, fortified as they spread the dances and verses they have learnt, transporting their infinite learning to new horizons. Rounding out the Founding Neighborhoods we find El Tecolote, Obraje and San Juan de Dios. The first of these we find perched above the hill towards San José, standing watch over the city, a symbol of paternalism implied by its dogmatism. The place was also known as San José de la Montaña, reaching down all the way to the Ignacio Ramírez marketplace and the Atascadero alleyway. It’s most important street is La Cuesta, a steep road that perfectly represents the effort of permanent improvement as one climbs upwards. The chapel at San José de la Montaña, also known as the Capilla de Indios de la Santa Vera Cruz, holds a painting of Saint Joseph, wearing a gorgeous golden cloak upon his shoulders, inviting all to take refuge beneath it. This is precisely the sentiment behind this neighborhood and its caretaker, Don José Centeno, a tireless sentinel, unwavering in his efforts to keep tradition alive. In the footsteps of the Josephine tradition, we arrive at Obraje. This neighborhood too celebrates St. Joseph, located behind what today is the Fábrica La Aurora. This is the smallest of San Miguel’s neighborhoods, but no less important. Built atop the worker’s quarters of Severino de Jáuregi and Baltasar de Sautto’s mill, its inhabitants were employed in textile work and, later, working the land or carving quarry rocks and stone. The gully next to it still keeps the mill’s old reservoir and the water pipes that once brought water down from the Presa de las Colonias, providing energy to the once famous textile factory that once employed a significant proportion of San Miguel’s people, from the times of Porfirio to the early 20th Century. It wasn’t the neighborhood’s tiny size that made its imposing historical record stand out, but rather the deep memory and gaze of Mrs. Cruz Granados, who came here as a young girl and, 80 years now gone, keeps etched on her face the history of every tradition, of every passing visitor. Making our way back downtown, only three blocks down, we find the neighborhood of San Juan de Dios, named after the Royal Hospital located there. As we arrived, the wind immediately blew with a different sense of density, a feeling caused perhaps by the trumpet, violin and trombone concert put forth by the family of Mr. Anselmo Aguascalientes, spokesmen for traditional music both locally and internationally. His tale, like that of all those who appear in this book, is worthy of a hundred pages. His learning came from long journeys with his sons, musical instruments on their back as they brought passionate music, as well as Sunday Serenades, to any venue that would take them. This is the power of vocation, discovering a new impulse every day that pushes us to do what we decide to do in life. The Aguascalientes family live down the Callejón de los Muertos, a narrow road known for once being the only path towards the old cemetery. Together, we sat and reminisced on the delicious gorditas de cazuela that are served when the effigy of the Señor de la Columna arrives at the start of Easter – a scrumptious mouthful of ground cornmeal with chilli, aniseed and cinnamon all fried in a ceramic pot and stuffed with brown sugar. The neighborhood slowly filled out. Now, its streets include main throughways such as San Rafael, San Pedro, San Pablo, Beneficencia, Canal, Insurgentes, Órganos, Callejones del Pilancón, Blanco and De los Muertos, San Antonio Abad, and Indio Triste, among others. San Miguel de Allende is an interconnected community, with neighborhoods that must share their water, their traditions, their talent and their land. The unifying factor for these neighborhoods are the traits of respect and integration. The framework for delivering these lines was constructed after knocking on dozens of doors, conversing with countless neighbors, partaking in their festivities and watching their day-to-day goings on. What we now re-tell can only offer brief glimpses, rough brushstrokes that suggest at the immeasurably vast selection of fables one can find, upon putting down this book, in every corner of the city, dipping into any store or simply paying attention to the way our fellow strollers walk before us, enriching the content of our life.
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Through spreading riverbeds, cobblestones and homes, the city was gradually transformed. Once again standing in the City center, we took on the task of analyzing the urban grid and architectural traits that San Miguel de Allende proudly bears. It’s historic shell maintains its original integrity, built according to the sensibilities and principles contained in Phillip II of Spain’s Royal Decrees pertaining to his new American holdings. Briefly, these guides provided that, once the appropriate site was selected, the city would be traced from a central Great Square, from which the streets would branch away towards the main entrance roads while anticipating for future growth along the same routes. This political mandate was intended to make full use of the land’s resources, as well as to fully expand the Crown’s jurisdiction over the territories that now fell under the Spanish kingdom. San Miguel de Allende embodies one of the most notable historical confluences, as shown by a seductive architecture that exceeds even the most severe of expectations. Its main streets and alleyways boast of exquisite personalities, both in terms of urban design and as means of communication. To this we might add the lively mesones, public plazas and market squares, as well as a beautiful approach to the construction of churches and chapels, influenced by styles ranging from Plateresque to Neo-Gothic, harking back to the grand tales of ancient times. And so, the stage is taken by a plethora of priceless Holy Shrines, such as the Iglesia de Santo Domingo, or the Real Convento de la Purísima Concepción and its outstanding, enormous cloister. Here to be the parish church at the Oratorio de San Felipe Neri, dating back to the early 18th Century, solemnly bearing a pink stone façade in Baroque style. A few steps ahead we find the temple to Nuestra Señora de la Salud and its doorway, crowned by a large seashell. We walked inside the chapels of Santa Cruz del Chorro, among the city’s oldest; and the chapel at the Ojo de Agua neighborhood, wherein lie the revered figures of the Cristo de la Capilla and the Cristo del Señor del Llanito; then onwards, to the old Convento de San Antonio and the temple of San Francisco, its Churrigueresque doorway beckoning. We finally arrive at the temple for the Tercera Orden, where we marvel at its austerity. Onward to the chapel at the Santa Casa de Loreto and its niche, all of which are owed to the devotion of Manuel Tomás de la Canal. Entire volumes should be written about the majestic Santuario de Jesús Nazareno in Atotonilco and the San Miguel Arcángel Parish church, a standing symbol of the city and an image that has transcended any fixed boundaries of faith, contemplation, design, or even marketing. The architectural chic comes in no lesser part from the Stately households, in exquisite baroque and neo-classic style, which showcase the aesthetic fervor attained during the times of the Viceroyalty alongside the ground-breaking designs of creative contemporary architects who develop projects with a distinct artistic flare. Among the more distinguished classical edifices we find the home that saw the birth of Ignacio de Allende y Unzaga, a hallmark of baroque architecture that today stands as a Historical Museum; The Casa del Mayorazgo de la Canal, today housing the CitiBanamex Center for Culture and which represents one of the finest examples of New Spain’s civilian architecture, certainly in the ‘Bajío’ region, due to its majestic neo-classical façade and a structure built towards the beginning of the 19th Century, under the direction of Don Narciso María Loreto De la Canal y Lambeta. Next we find the Casa del Inquisidor, constructed during the 1780s, along with the former abode of the Marquis of Jaral de Berrio, built during the second half of the 18th Century, along with the Ancient Royal Houses, which today hold the Municipal Palace, between 1730 and 1760. Rounding out our day we reach the Noble house of Don Manuel Tomás de la Canal, currently host to the ‘Allende Institute’, which welcomes us with its extraordinary arcades, imposing patio arrangements and precious private chapel. It’s well worth our time to take a tour of the homes that belonged to other historic lineages, the Lanzagorta, Landeta, Verver y Vargas, Sautto, Malo, Lambarri, Aldama De la Fuente and Umarán, among others. San Miguel de Allende’s architectural wealth and splendor is unparalleled, for which reason the city has been proudly granted the title of Historically Protected Town by the Mexican government in 1926; Traditional Population in 1939; a Historic Landmark Site in 1982; a Pueblo Mágico in 2002; and, most recently in 2008 and 2010, this historic city, along with the Santuario Jesús de Nazaret in Atotonilco, was inducted into the United Nations Education, Science and Culture Organization (UNESCO)’s catalogue of World Heritage locations. It is the privilege of those who love and appreciate it, that we respect its perennially recognized beauty and that we fight fiercely to protect its authenticity, historical character, conservation and exceptional universal value.
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The spirit of transcendence surrounding San Miguel de Allende can, in many ways, be perfectly expressed by glancing at the people, who through their trade demonstrate their profound love, devotion and honor in sharing their talent. Artisans represent sustenance for society, as well as the unbridled imagination, the prosperity of tomorrow and the sleepless nights it now demands. To walk into the workshops where these artisans ply their trade is to dive into a parallel universe, a territory bathed in the magic that is torn from the body as it works the various materials, whether stone, gem or fabric, whether cardboard, reed or wood. Every piece finds its shape in the forge of its maker’s life story, be it of a child who discovered their vocation before the age of 10, or the grandchild who bears the passed-down legacy, even the customer who finds an immediate affinity with the piece that drew their eye. Every last detail, if the metaphor will allow, flows along with the blood of past Masters, through every thread, chip and sliver produced by shear, chisel and needle. The names we shall learn in the following paragraphs are synonymous with success, their surnames collecting the clusters of people who have found, in their trade, a way of life. A life that is poured fully into every piece of what can be dignified by the term ‘Craft.’ They take us on a journey through the art of metal and gold work, sacred skills that continue to be represented by two bulwarks of the city’s development, Messrs. Antonio Llamas and Francisco Mota. We paid a visit to La Alfonsina and marveled at the fine embroidery crafted by the Arteaga family, their fantastic looms a reminder of the orderly sketch followed by any splendored city. We were treated by Doña Humildad to a ceremonial tortilla dish, smothered in exquisite mole, witnessing her unerring handling of a blade to transform a simple reed into a woven basket. We were astonished by the fine features on the faces of stone, brought to life by the chiseling of Gerardo Vázquez; at the restoration of Sacred Art by the tender hands of Ángeles Almanza. Among the cardboard-workers we must speak of several characters, from the joyful zest of Belén Espinoza as she crafts traditional dolls and sky lanterns, to the flawless memory of Don Emigdio Ledesma, outshines even the stars that glow over La Alborada. We end our tour with Dr. Polo Estrada, reciting poetry while he wrought a spectacular “Tarasca” for upcoming Valle del Maíz festivities; and lastly with Hermes Arroyo, the Lord of the Mojigangas and considered by many a central player in San Miguel de Allende’s artisanal vanguard. Antonio Llamas taught us to share ourselves. “If we don’t come together, we cannot build a thing.” We dedicate these words to his memory, for Don Antonio was admirable, not only for his labor but also for his approach to life and family. Born to a family of artisans, he inherited the masterful skill of creating pieces from thin sheets of silver, tin and bronze. His store, practically across the road from the Instituto Allende, holds innumerable treasures of impeccable quality. Here one may find candleholders, lanterns and the traditional ‘Trees of Life’, alongside countless other articles. He drew inspiration from it all: nature, people, honesty. A great observer, quick to learn at all times, and natural-born designer. His children, Germán, Marco Antonio, César and Marcela, along with his grandchildren, have now taken their place within their family tradition, continuing to create original pieces of their own design. Beyond this, their workshop is now an important center for training other local artisans. Authentic folk art, along with numerous awards for craftsmanship, distinguish the work of Don Antonio Llamas, who gladly passed the flame of effort and success with everyone who has stood alongside him. In the neighborhood of Guadalupe we come across the Don Francisco Mota’s silversmith workshop. Here, peerless Holy Art is manufactured and shipped to seminaries, monasteries, convents and all forms of religious institutions. Close to the 70th anniversary of his first workshop, Don Francisco now works alongside his brother, Blas Mota, his wife Guadalupe Cervantes and Francisco, his youngest son. His work stands out due to the fine craftsmanship of their chalices, tabernacles, custodies, incense holders, crowns and reliquaries, and can be found all across our country and beyond, as far as Spain, Poland, Italy or Germany, with some pilgrims even taking their gifts to the Holy Land. Every piece is made of silver, with finishing touches in rust or gold, alongside some gemstones, like local sapphire, pearls, rubies and diamonds. Each piece that comes from Francisco Mota finds a different destiny yet holds a common goal and single effect: to hold high the profession of the silversmith. It was on the corner of Hidalgo and Insurgentes, where the implicit beauty of La Alfonsina was manifested in flesh behind its very counter. There, Mrs. Maru Arteaga came to greet us, needle in hand and profound kindness in her demeanor. She, alongside her sister María de Jesús, were instructed by their mother, Carmen Calzada, in the art of embroidery. Today, they create magnificent dresses for girls, which can’t help but
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remind us of the fantasies of fairy tales. Their dresses are made from cotton, a generous texture, gentle to the skin. The incredible multi-color detailing cannot be matched, nor can their designs be repeated. They work also on tablecloths, serviettes, throw pillows and dolls that instantly become ensnared within our memories. Their pieces have traveled to Australia, Indonesia… and just next door. Each one is just as important; each one the results of masterful work with love as its inspiration. We visited the small community of La Huerta to see Doña Humildad Damián Mendoza. An imposing woman and living example of constant self-improvement, she is skilled in turning reeds into baskets and her hand is gifted in the making of traditional dishes and recipes. She began her basket-weaving as a child, following in her father’s footsteps. Later, she implemented into her repertoire products such as folding screens, arches and canopies, earning her several folk art awards. However, what first caught our attention was the aroma of home-made mole, dancing lazily over the comal – a coincidence that prompted Doña Humildad to introduce to us the ceremonial tortillas. Made of creole corn that they themselves have sown and reaped, the tortilla is then painted using the sap of the muicle plant, and stamped with a mesquite seal in the shape of the Señor de la Conquista, the Virgin of Guadalupe or the Virgin of San Juan, among other leading deities, to be offered to pilgrims attending their holy festivities. Alongside these we also find pictures of roosters, flowers, birds and deer – even the National Seal, as the tortillas delicious taste commemorates all manners of festivities. Gerardo Vázquez is Master over stone. His father started the workshop 70 years ago, and now his children also work here. The opportunity we were given, to appreciate the final details being printed into the rock, was monumental. The strokes detailing the profile, the face and the gesture that will remain for all time, decorating an as-yet unknown place. His tools are but hammer and chisel, followed by the coarse caress of rough sandpaper to lend the stone its final polish. Gerardo was born in the Guadiana neighborhood, very nearby to Golpe de Vista. For the most part, he designs columns, chimney mantles, staircases, door and window frames; among her favorite inspirations are the Muses, the Saints and all manner of decorative fountains. One of his most memorable pieces, he recalls, was a series of Muses, representing Spring, Summer, Fall and Winter, now gracing the home of a family in El Chorro. Don Gerardo carved every single fountain one can find when walking out along the Nueva road. Ángeles Almanza was born among sculptures of saints, paintbrushes and masks. The daughter of Don Genaro Almanza, an influential character for San Miguel’s culture and tireless promoter of its traditional celebrations, Ángeles continues to honor his trade, in restoring ancient Sacred Artworks – The same trade that her grandfather started and her own father solidified. Her brothers, too, have joined in this tradition. Today, they restore a large number of Saints and other images, paintings and various effigies made of cardboard and wood. They painstakingly remove all traces of previous restorations, leaving only that which is original, primordial and perfectly detailed. Ángeles considers keeping this trade alive as part of our collective identity. It’s a mark of respect to those who started this trade, and to those who have persevered in it. And so, Tenerías street (across from the Callejón de los Suspiros) will forever keep the traces of a man, whose family of restoration experts continues to fight against the ravages of time to preserve our material traditions, as well as their own intangible legacy. Turning to cardboard, we gathered various characters, all of them bearers of a peculiar power when expressing themselves. Walking into Hermes Arroyo’s workshop on San Francisco street, we found ourselves in the Land of Giants. Hermes brings cardboard to life, using paint and fabric to create his majestic, joyful mojigangas. His life as an artist began at age seven, attending the Sacred Art workshop of the old Master Genaro Almanza, who Hermes lovingly refers to as his “godfather”. There, he learned about the Saints, nativity scenes, restoration techniques and making masks. These experiences, along with his formal studies in Visual Media, have turned him into a multi-faceted and visionary artist, always conscientious of maintaining order and upholding his principles. Now, this wealth of knowledge is applied to his charming mojigangas, a staple in every event, be it a neighborhood feast or a lavish wedding. Some now inhabit museums and decorate the Main Square of dozens of cities across the world, while yet others wait to be purchased, patiently sitting in his workshop. While he has enjoyed great success, even having his work shown at the Vatican, Hermes Arroyo continues to fight for preserving this tradition, sharing all the teachings of his godfather. We travel now to the neighborhood of Aurora, to talk to Don Emigdio Ledesma, another master in working with cardboard and paper. He was born in 1938, and at 10 years old was well heeled in San Miguel’s traditions. His picture-perfect memory compliments his tireless demeanor. He knows every detail and every corner of his neighborhood; he recalls every part in his countless machines, and remembers every character that has crossed the doors of the La Aurora textile factory, where he worked for many years. At age 52, his
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work at the factory ended, but “You can’t just stand around”, says Don Emigdio. He learnt the skills of sign painting and, later on, cardboard work. Today he is the standard by which to measure the paper Stars that take center stage during the Alborada celebrations, part of the traditions honoring the city’s patron saint, San Miguel Arcángel. As Don Emigdio recalls, it was December 8th 1924 when the first stars were brought to town, carried by workers from Villa Hidalgo who wished to venerate the Virgen de la Purísima Concepción. Don Emigdio learnt the trade, and now every year his stars create a Technicolor sky-scape, with popular designs being comets, moons, suns and the Seven-point Pleiadies. For every festivity a common sight are Globos de Cantoya, sky lanterns that flood the air, along with traditional figures holding sparklers. The Master in this trade was Don Romualdo Espinoza, whose tradition is now kept alive by his daughter, Belén, as she works on recycled newspapers and gruel to create the small dolls used particularly during the Santa Cruz celebrations. These figures represent daily life, with scenes from the market, streets and neighborhoods. However, the most popular requests are Devils and clowns. Belén is also in charge of the ‘Burning of Judas’ during Easter week and making all the dolls that will soon explode during the Feast of San Miguel. On the Day of the Dead, designs turn towards Catrina skeletons. It’s a jovial way of creating the identity of a particular character, only to have them fly away. The sky lanterns are made of thin craft paper, known as papel de china. There are also other lanterns, piñatas and papel picado. Belén proudly boasts her cultural heritage, which she believes is symbol for the continuation of life through our loved ones. We finish our journey paying a visit to Dr. Polo Estrada, a profoundly passionate maker of mojigangas. It was a gratifying experience to walk into his workshop and finding a dozen young volunteers, helping in the creation of a gigantic serpent for the Valle del Maíz celebrations – the gratification of knowing this tradition will live on in good hands. Polo has been creating mojigangas for nearly 30 years. He doesn’t speak – he lectures. He doesn’t work alone, but only teaches. He shares his view, that the figures he makes cannot be sad, as there is already enough sadness in the world. The bodies on his mojigangas are voluptuous, representing either some Devil, Death… or one of his comadres, as he calls them. The doctor holds that traditions are living, changing, reinforcing, sleeping beings, depending on the players who defend them. His figures can honor the makers while ridiculing the destroyers. With them, and along with the celebrated poet and guiding force behind the Leones de la Sierra de Xichú, Guillermo Velázquez, the doctor has crossed borders to represent our traditions of dance and music in festivals across the USA and Germany. Polo Estrada sees us off with a final verse: “You only need a single drop of love to light up your path.” It’s impossible to satisfy our appetite for delving further into the rich trajectories of our artisans without dismissing our concern for the total page-run of this document. And so, this chapter seeks merely to encourage visitors to discover the various businesses and workshops dotted along the city. No matter where you turn, you will find a clue to them. The list of trades is never-ending, including distinguished blacksmiths, potters, leatherworkers, weavers, carpenters, sculptors, jewelers and painters, all co-inhabiting a virtuous ecosystem full of creativity and endless effort. Popular art is a part of the culture, the trade and the vocation of all sanmiguelenses, and its something that must be made to last. There lies the importance of delivering these skills and love to the new generation, with responsibility and full support.
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The noble aspects of any social practice can be manifested through the profound respect and loyalty that people have for their traditions, as well as the recognition of the priceless heritage embodied in the transmission and exaltation of every festivity and celebration, whether the occasion is religious, civic or cultural. Each feast brings with it the silent voices of the people who dedicate their efforts to their trade, and this is why each celebration maintains a living, inclusive, dynamic, vibrant and eloquent character. Our celebrations allow us to both solidify our local identity and to extend far beyond spoken language, each festivity adding to the sense of belonging and calling on the joy of the People to come together with one voice. The following paragraphs are but a snippet of the wealth of cultural riches on display in San Miguel’s feasts and celebrations, comprising a vast, inclusive and attractive cultural treasure trove. Religious festivities have kept their focus on the neighborhoods and their focus on the value of rituals. Not a day goes by in the City without cause for honoring or remembering some saint or notable character. Each neighborhood holds their own celebration for the Santa Cruz, the Señor de la Conquista, San Isidro Labrador, San Antonio, the Virgen de Loreto and the Virgen de Guadalupe, among others. They also observe Lent and venerate the Santo Entierro. We find the carpenters, who praise Saint Joseph, and the weavers who pray to the Virgen de los Dolores. The gardeners and orchard keepers, for their part, venerate San Pascual Bailón, from whose tradition stems the famous dance of the gardeners, now transformed into the Baile de los Locos or ‘Dance of the Madmen’. Among the most splendorous of festivities we find those celebrating the harvest in honor of Ecce Homo, whose lightweight image is constructed out of Naked Coral wood, and which has become one of the most popular festivities among locals. The festivities, held every January, once extended for over 15 days and many ceremonies. Next, the celebration of El Señor de la Conquista, or ‘Our Lord of the Conquest’, takes place on the first Friday in March in anticipation of good weather, and receives this moniker from its emblematic role in the conversion of native populations, commemorating the ambush suffered by Friars Francisco Doncel and Pedro de Burgos in the year 1575, as they were attacked by rebelling Chichimeca tribes in Portezuelo de Chamacuero, what today is know as Puente del Fraile. The continued veneration and remembrance of the events surrounding the Señor de la Conquista, serve as an excellent testimony to the deep connection and fierce defense of culture that grows within the city’s population. In his own celebration, the Señor de la Columna, ‘Our Lord of the Column’, is carried by a solemn procession from the historical sanctuary at Atotonilco down to the temple of San Juan de Dios. The figure is covered in delicate scarves, as it is walked under beautiful archways constructed of fresh and paper flowers and leaving in its wake the aroma of mint, fennel and chamomile, along with the astounded gaze of the thousands of believers that gather by the roadside year after year. The celebration begins on the early hours of the Saturday preceding Palm Sunday, its origins tracing back to around the year 1823. A special mention should be made regarding the month of May and the celebrations surrounding the Santa Cruz, during which neighbors from across the city expend considerable efforts to keep the roots of this tradition holding firm. We can but praise the effective communication and sincere commitment of all those who, year on year, play a large part in organizing these festivities; caretakers, families from every neighborhood and traditional groups, joined by both religious and civilian authorities. It all starts with permission, granted to Cuatro Vientos, to begin the festivities, whether it takes place at Tres Cruces, Puerto de Calderón, Cruz del Pueblo or at the great cross of Palo Cuarto, iconic sites that peer from high up on the hills. We must mention particularly the events in Valle del Maíz, where neighbors celebrate their rituals by keeping the customs of their ancestors intact. On the Friday before the celebration the participants take part in the Royal Rehearsal, with dancing, concheros and doorways decorated in flowers and figures of wax. The ritual of the Velación del Crucero also takes place in the neighborhoods of Guadiana, Ojo de Agua and Obraje, where the gathering brings flowers, cucharilla ornaments, candles and pots of rich atole or sweet pastries for sharing. During the Velación the participants offer their presence and their light before proceeding to decorate with agave leaves a reed construction, called a súchil, which can rise up to 30 feet tall – a measure that in no way conveys the unique beauty of these edifices. Bouquets and batons are decorated with small flowers called cuentas, which join the various sacred ornaments for the Holy Cross that adorns each neighborhood’s contribution.
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Back to Valle del Maíz, we bear witness to over a dozen dances performed by apache and rayado tribes. The rhythm of the huapango is tradition itself, as Don Guillermo Velázquez and his colleagues at Leones de la Sierra de Xichú have been spreading their poetry for nigh on 30 years. We witnessed too the Guerritas, a passionate representation of the struggles between native and invading forces of old. An event coordinated by the caretakers who have taken over their family tradition, the closing hours of the Valle del Maíz festivities are marked by a the Coloquio, a complex dramatic production of colonial origins which often runs for close to 12 hours. The whole world smells of burning copal incense and the sky turns a deeper blue as the concheros send their praises heavenwards, helping lost souls find their divine path to salvation. Here, the Four Winds are celebrated: Earth, Wind, Fire and Water. These too represent the four points of the compass, the four Gospels of Catholic lore. The Holy Cross is then completed with five crosses, revealing our journey through this worldly plane. Crosses of salt, earth, ashes, flowers and candles, representing our physical bodies, our mother’s breast, our return to the soil and to the rewards given to light, divinity, charity and good will. Dawn breaks to the roar of fireworks as they lend their voice to the sky itself, accompanied by the colorful choreography led by cardboard stars. This is the feast of La Alborada, celebrated each September in honor of San Miguel Arcángel, The Archangel Michael, the city’s Patron Saint. The following day, the communities each bring along their ancestral traditions and memories with their own ofrenda, allegorical altars that advance before a procession of dancers and revelers as they burn the quaint constructions of castillos dyeing the skies with hundreds of new colors. Time is the only dimension that can grant transcendence to our brief journey through the world. Through these traditional festivities we manage to claw back some of the symbolism that allows us to honor and revere our own consciousness and collective beliefs that lead towards the very concept of society, creating unbreakable bonds between Space and Person, between our feelings of pride and the land on which we live. As we continue our trek we can almost spot the footsteps of the numerous heroes that have come before, perhaps even of the many that are yet to come. Those who can find in the passing of time that factor that makes people feel both fulfillment and nostalgia. The civic festivities themselves represent a distinguished roster of events, returning every year, all intended to strengthen the patriotic values and respect for human rights, an unwavering commitment between society and government, between us and our neighbors. The main Civic Celebration in San Miguel de Allende is that which celebrates the birth of Ignacio de Allende y Unzaga, the First Soldier of our Homeland, Guanajuato’s prodigal son. The leading Caudillo and bulwark of the insurrection that would one day lead to Mexico’s independence, Allende stood out for his patriotism, leadership and profound respect for civilians. In celebration of his birth on January 21st 1769, a splendorous military parade is held in the Main Square, with participation from the Mexican Armed Forces and Air Force. Similar honors are given to Lieutenant Colonel Juan Aldama, and the legendary Juan José de los Reyes Martínez Amaro, forever known in Mexican history as “El Pípila”. San Miguel honors its heroes with Honor Guards and vast offerings of flowers, decorating their monuments and recalling the virtues worthy of praise, the daily responsibility of all to make our own history, and the commitment to transmit through our actions the very essence of these values. Just as important a civic act is the massive celebration of September 15th and 16th which, while being a National holiday, finds in our city the very epicenter of the celebrated insurgent movement. Likewise, we celebrate the formation of the first Junta de Vecinos Notables, on 17th September of 1810, recognized by many as the first local government to take power in now Independent Mexico. The corresponding honors and oaths of loyalty to the Flag are intoned, before a reading is made of the illustrious speech by which this independent polity took command in 1810. In honor of this celebration a Guard of Honor is posted at the old City Hall, located on the Main Square. The transcendence of this gathering of notable characters had deep repercussions for the decisions taken on that first insurgent meeting, where the revolutionary movement was first planted and where the strategies governing, administering, and defending the territories immediately outside San Miguel was first discussed. Constant labor constructs landmark moments with deep meaning, for historical continuity is the material on which Identity is built. One such vertebral character in San Miguel was Don Ignacio Ramírez “Nigromante”, and the civic celebration of his birth takes place every year on the 22nd of June. A parade is held, heading towards the influential statesman’s former home, and then on to the cultural center that now bears his name, there to hold a Guard of Honor mounted directly in front of the illustrious man’s bust. An impressive character of firm principle and considerable mental gifts, “El Nigromante” is remembered for his varied contributions to the fields of Education, Journalism, Law and Politics.
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If we take religious celebration as representing the neighborhoods excitable spirits, while civic festivities represent the values that run through people’s veins and the city’s streets, then cultural celebrations must rise as the exchange of knowledge and advice. Culture and knowledge are the launching pad for determining character, for thinking through and acting accordingly. It is the engine of inspiration, from which San Miguel has spawned a constellation of Festivals dedicated to music, literature, gastronomy, film and theater. Countless trades and disciplines gather here at different times every year, offering the wealth of their knowledge and experience on the most relevant developments pertaining to their particular art. In music we can enjoy the International Opera and Jazz & Blues festivals, as well as the Chamber Music Festival. At this time of year one can hear chords and harmonies as they drift out the doors of the Angela Peralta Theater, winding their way down towards other stages and venues and further revealing the bohemian groove that hides in every corner of San Miguel. The Chamber Music Festival was founded nearly four decades back, now well perched at the height of success through their study, practice and dissemination of the joys of chamber music, becoming an important location for the world’s music scene. November is when, since 1994, the city welcomes the International Jazz & Blues Festival, which brings together a vast repertoire of national and international celebrities to grace the ears of even the most discerning of music fanatics as they make their way through the city’s forums. Today, this event is considered among the best of its kind across Mexico and Latin America. Likewise, the San Miguel Opera Festival has had profound impacts on the development of culture and society. Now approaching its first decade, the festival has now started to reap the rewards of having facilitated great discoveries, giving a boost to the professional careers of young Mexican opera singers. For avid book lovers, the Belle of the Ball is surely the San Miguel de Allende International Writers and Literature Festival, FELISMA, along with numerous book-fairs and sales that take place throughout the year. The event is a beacon for authors from all corners of the world, who come to find the perfect communion of languages and to re-write during their literary gathering the most famous historical passages. In theater, the city brings together a profound clique of talents and brilliant minds. Each year, dozens of puppeteers from around the world come to the city, bearing with them all the magic and grace of their miniscule companions: This is the San Miguel de Allende Puppet Festival, a celebration that wishes to promote the role of fun, lighthearted theater in preserving traditions that stimulate our younger generations’ imagination. We can also find the experimental and bilingual ‘Fringe’ Theatre Festival, along with the newly emerging Festival Teatral San Miguel, which has recently taken over streets and venues throughout the month of December. The Guanajuato International Film Festival, now celebrating its 20th year, is a pillar in the development of the country’s film industry and a grand catalyst for new talent due to its important position in the World of Cinema. Its genius vision relies on the importance of constant renewal, the adoption of new strategies and the commitment to always aim to reach every new audience, embrace the latest technological quakes and, above all, to encompass the entire concept that surrounds the Film Universe. With dual venues in San Miguel de Allende and the State capital of Guanajuato, the GIFF is focused on creating novel experiences and promoting important actions that can help filmmakers reach their full creative potential. The exquisite offerings in gastronomy that are cradled by San Miguel de Allende deliver an enormous diversity in dishes, ranging from the traditional to the experimental vanguard and representing the best of Mexican cuisine and the culinary arts from every corner of the globe. The city’s wide selection of restaurants gathers a full spectrum of succulent flavors, placing the city firmly among the most gastronomically versatile destinations in Mexico. Annual events, such as the Tianguis Otomí market and the International Rural Women’s Day celebrations, where different communities from the city and its surroundings proudly offer their best dishes, herbs and crafts. We find as well the San Miguel Gourmet and San Miguel Food Festival which, along other similar events, consistently draw the most renowned chefs from Mexico and around the world to join local winemakers, bakers, cheese, beer and mescal producers, who may share together the secret ingredient to make a memorable event, making the entire year a Feast. Art may lift up the human spirit, and the rich offering of San Miguel de Allende’s cultural, religious and civic festivals is now so vast as to be unquantifiable. The defense and preservation of our immaterial heritage is the very foundation of the city’s social structure. The festivals all contribute, each in their own way, to filling an agenda packed with high-quality cultural offerings; all looking to promote integration and diversity, to boost collaboration and to encourage change as we hurtle towards modernity while always bearing with us a respect for our legacy and the efforts of those who help make this vision of a multicultural and harmonic city a reality we can all live in.
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Ever since the foundation of San Miguel de Allende, the city’s history has shown the telltale incrustations of multiculturalism. This was itself a multi-ethnic territory, later turning into a population of ever greater mixing of blood origins. Likewise, the arrival of European, Native, African and Asian influences beginning in the 1540s and throughout the Colonial period, coming from more than 160 regional and cultural traditions, can be seen represented in the diversity that to this day permeates through our community. It would hardly be fair to speak of cultural plurality without acknowledging these predecessors. In truth, our city currently finds itself with around 20 thousand foreign inhabitants, representing over 70 different nations. These are our adopted sanmiguelenses, people who have found in our land the benefits of a cosmopolitan town and vibrant Mexican culture, framed by the sincere hospitality of those who were born here. And yet, this is not a matter of nationality or racial denomination; rather, it continues to be a matter for the exchange of knowledge, the building of dignified relationships in equal footing and a dialogue among peers; a matter of inclusion and diversity in our present day. This being said, we may look back at the last 100 years of city history, where several periods can be found that may appropriately be called Landmark Moments for the presence of foreigners. The first such Landmark can be traced to the arrival of a peculiar generation of artists, who found their way down to San Miguel de Allende sometime during the 1930s. These were names that have changed the course of the city and brought it a new lease on life – among them Mr. Leobino Zavala, the natural humorist; the Jalisco-born singer José Mojica who, along with Peruvian intellectual Felipe Cossío del Pomar and the American writer Stirling Dickinson from Chicago, laid the foundation of what today is considered a global Mecca for artists. Thanks to these men a large number of immigrants, mostly from the United States and Canada, would come to San Miguel for the opportunity to study Fine Arts. The second major influx came following World War II, when a considerable group of veterans urged on by Dickinson, who had himself served his country during the War, decided to trade their rifles for paintbrushes. Finally, the new millennium has seen our city position itself as a kind of Real Estate Oasis for Mexican and Foreign buyers alike, tempted to buy vacation residences or even permanent homes by the many advantages of the local market. From its very foundation San Miguel is, therefore, synonymous with cultural integration. This is a place for unity rather than strife. Likewise, we should proudly celebrate the legions of sanmiguelenses who have themselves triumphed abroad in several disciplines, professions and developments. As it has grown, San Miguel de Allende has developed fraternal ties with other cities throughout Mexico, as well as international destinations with similar characteristics, allowing for cultural, educational, technological and tourist agreements and exchanges. Among these ‘Sister Cities’ are Zacatecas, Tula, San Cristóbal de las Casas, Pátzcuaro, Oaxaca and Los Cabos, among many others. In the United States, sister cities include small populations in the states of California, Texas, Virginia, New Mexico, Colorado and Florida. There’s the Argentine cities of Ushuaia and Las Heras; Old Havana in Cuba, Carmone in Spain, Jongno-gu in South Korea and Acquaviva delle Fonti in Italy. Thanks to this international recognition and enriching influence, along with the magnificent melting-pot of talent that is San Miguel de Allende and the cultural exchanges made possible by these agreements, various artists and artisans have been able to showcase their works around the world. San Miguel continues to solidify its position as a major tourist destination, priceless both to National coffers and International diversity. The city has kept its seductive, inescapable mysticism. There is no corner of the city that cannot be seen as an art gallery, no street too shy to express their every artistic impulse in perfect synchronicity with the limitations imposed by their own spatial expanse. There are museums and schools; workshops and boutiques that sit alongside magnificent architectural constructions, exhibiting within their walls the collections that hold highest court in the select world of fine art. But don’t look away! Don’t relax your gaze for even one moment, for the city also keeps the secrets of those who prefer anonymity, the holders of grand schemes that patiently await within the multiplicity of style and dialogue, in other words, it can be very easy to spend time with someone who is mulling over the marks left by a dash of paint or clay, whose brains are wrapped inside a paragraph, a note or a verse that keeps fighting to come free. It is impossible to count the artists that make San Miguel their home and who contribute to the making of this intellectual and aesthetic adventure that, in future, may serve as the prologue to famous anthologies.
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Indeed, San Miguel de Allende is an extension of a once virtuous stroke of the brush. One need only lose oneself along the hallways of what was once the Textile factory of La Aurora, or to huddle under the bizarre glow of the lights which bathe the insightful artists’ refuge in dim lights; to stroll down the alleys and sidestreets as their blank walls give way to what seems like the Cover of a masterful volume of Urban Art; or simply to dive into the deep repertoire of galleries that have been distributed with seemingly mathematical precision along the ancient factory shell, all standing testaments to the role of the city as a Holy destination for artists, and the ideal spot for those who aspire to become creators themselves. We offer tribute to the large edifices that have housed such works of art and that once marked an entire epoch for San Miguel de Allende, buildings whose essence gleefully seeps far beyond their walls. One such place is the Ignacio Ramírez “El Nigromante” Cultural Center, formerly the Escuela Universitaria de Bellas Artes, the Fine Arts academy once conceived as a sort of ‘Mexican Bauhaus’, a venue that boasts a magnificent mural by David Alfaro Siqueiros and its own storied history. Furthermore, it represents an important incubator for people who have dedicated themselves to culture and the arts. Of similar bend is the Instituto Allende, with its Stately architectural design and solemn central patio, a magnificent backdrop to the mural depicting “Ignacio Allende and the History of Mexico”, a piece created by the artist David Leonardo in 1999. The Angela Peralta Theater, cut from the mold of Porfirian sensibilities and inaugurated by the very Soprano that has lent the theater its name. And so with the Centro de Arte y Diseño La Aurora, where the rooms once used to manufacture fabrics and textiles of the finest quality have been reimagined to provide the perfect showcase for the latest in contemporary art and design. San Miguel de Allende has surrounded itself in an atmosphere of vibrant culture. It’s an encouragement to all artists, as well as an indescribable stage for those who may be at a loss to express their wonder. Here, art is a way of life and the offerings are fare too numerous to appreciate in one day. The city itself is a living gallery, a magical landscape that could easily have escaped from an artist’s palette. It is a Postcard, a poem, a painting, a picture; the haunt of writers, painters, musicians, actors and poets hailing from the four corners of the world. This decision, to accept art as a way to lead a joyful life, has permeated every being who first comes to appreciate the tonality and subtle beauty of San Miguel, as if they were witnessing the materialization of a living painting, which is the vision of those whose calling it is to defend the role of art, to remember the legacy of those who have built the walls and foundations that now hold together and strengthen the bonds of our social fabric. To begin a dialogue in terms of natural wealth is the equivalent to committing ourselves to the preservation and protection of ecological equilibrium, a primary correlation that upholds the optimal balance between the environment and human intervention. We celebrate San Miguel de Allende’s inclusion as a World Heritage site, for it is a monument of the extraordinary insertion of Man into the body of the land. If we may speak of fractals, the city itself is inserted into the Heart of Mexico and the nostalgic feeling of the many thousands that pass through its streets every second. These seconds, precisely, are the most important. This is the time needed to reflect on the interaction with our immediate surroundings, those which are so far removed from our daily habits. The objective is to embody the indivisible relationship between Human and Nature, to protect the tracks that have given us a name. San Miguel is blessed by gorgeous landscapes and imposing natural attractions. One need only take a journey across its mountainous terrain, dominated by the silent volcanoes of Támbula and Palo Huérfano, also known as Los Picachos, and move down to the hill known as La Margara or the rocky outcrop of Las Codornices, where we can find the Cañada de la Virgen river gorge dotted with archeological sites. All of these are essential mountain ranges for the conservation of certain ecosystems, not to mention the replenishment of groundwater. A special mention should be made of the botanical gardens at the Charco del Ingenio, a natural reserve that reveals the cultural, artistic and educational values to which its managers have adhered to for over 26 years. The Charco del Ingenio is primarily a project for conservation of local ecosystems, comprised of bird sanctuaries, historic ruins and a greenhouse for the conservation of cactus and succulent plants, as well as several areas where native bushes and trees are replanted. It is both a center for scientific research and for environmental education, conducting studies in taxonomy, hydrology and geology, among other subjects. It also has lookout points, interactive exhibits for children and a library for the enjoyment of the thousands of young children who visit with their schools. The Charco del Ingenio is an important Community Center thanks to its Plaza de los Cuatro Vientos, a place where San Miguel’s native indigenous groups have marked as the site of their rituals, tied inextricably to their spiritual sovereignty. The unifying thread in the history of San Miguel de Allende is environmental – it’s water. Its quite exciting to speak of the natural wealth in this city, favorable for both industrial development and for tourism. However, it is also exciting to recognize in ourselves a pro-active community, conscious of the vulnerabilities we face and the threat of ecological instability. A city’s monuments are the bearers of our ancestors’ gallantry and history, but it is our own monumental effort that will one day bear testimony and become pressed into the fabric of history, influencing the destiny of future generations.
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TITULO PENDINDIENTE To celebrate 475 years of history is to respectfully recognize the value in the identity of all those who yearn for assertive protagonism and shared ideals, embodied throughout their lives and within the priceless collection of tales that springs forth from their communities. Today we celebrate their trajectory and legacy, their tireless collective labor in reaching sustainability, in always looking to become a Model Society for action in the struggle for preserving our identities, cultures, architectural characteristics; our roots and commitment with the environment; our trades and festivities; to write down today the history as we navigate between the local and global, between sovereignty and interdependence, between our present and the much awaited future. In the end, we are all here because we wish to be an essential part of this personality that has permeated in San Miguel, to be part of this unique integration with people from all over the world. No matter where we come from or where we have been, to live here makes us all sanmiguelenses. It is an identity built through our daily actions and reinforced by the values passed down to us; strengthened by the exchange of knowledge and abilities in the interest of the greater good, with a proper interpretation of what democratic relationships must represent, and with the necessary experience to be able to fully share oneself with life. The element of plurality has marched, unwavering, towards a full intercultural modality that is naught but the sustainable interaction between cultures and the establishment of a respectful and collaborative setting we can bear witness to in every marketplace, public plaza, library and place of business. While no society on earth is exempt from conflict, here we must work to make respect, equality, dialogue and consensus rule supreme. Whether we are men or women, children or elderly, of indigenous or Spanish descent, Mexican or Foreign. San Miguel de Allende must never allow itself to lose its identity or to permit the fading away of tradition. For here, we are all Sanmiguelenses.
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By Luis Felipe Rodríguez Chronicler of San Miguel de Allende ‘Allende’, as defined by the Royal Spanish Academy (RAE), means “from beyond” or “the other side of”. And so, from beyond the ocean, a crew of Basque travellers one day arrived at these crossroads. Among them was Don Domingo Narciso de Allende y Ayerdi, from the Valley of Gordejuela, province of Biscay. He would here join Doña María Ana Josefa de Unzaga y Menchaca, producing eight children to carry on their lineage: María Josefa, Joaquín, Manuela, José María, María Ana, Domingo José, Ignacio, and Francisca. Two centuries earlier another laborious and wandering Spaniard, Fray Juan de San Miguel, had arrived to this land with his crozier as a walking stick, using it to indicate a spot where he believed a new place for everyone, with equality for all who lived there, could grow. No one knows where in Spain he came from, only that he too had come “from beyond”. However, destiny would wisely and forever join these characters, giving their names to this place and placing them, face to face, within the heart of this land and of every native of San Miguel. Hard work always reaps rewards, and Don Domingo’s knack for business provided the family with enough income to live comfortably. They owned two haciendas, one for raising horses, sheep and cattle called “San José de la Trasquila”; and its annex, “Manantiales”. Domingo’s social standing was cemented when he was named Ordinary Mayor. Evidence of his good fortune is the Family house located in front of the Parrish. One fateful day, while Ignacio was still a child, life in the hamlet was forever cast in sadness. His mother died, and his father followed when he was still a young man. His education was of the level expected for a boy of his social standing, and it’s likely that he studied at the college of San Francisco de Sales, where his maternal uncles often lectured. Priest José María Unzaga would become a second father to Ignacio. His youth was likely no different from that of any moderately wealthy young man and, being among the youngest of his siblings, did not carry the burdens and expectations of an heir. Horses, horsemanship and romantic pursuits were to his liking. His grace and social standing often gained him the attention of women his own age. He sired several offspring, whom he would always recognize – including Indalecio, whose mother, Antonia Herrera, a creole woman from a respectable family, he had been unable to marry due to the opposition of his uncle Don José María. Another son was named precisely José María, who would later take up arms; and Juana, who joined a convent. His passion was lassoing bulls and performing feats of horsemanship. Despite his riding skill, his recklessness lead to an accident while riding an unbroken colt, with the consequences grave enough for Ignacio to summon a notary to prepare his testament. This wouldn’t be his last accident, with a further fall crooking his nose. His biographers hail him as brave and loyal. Like a purebred colt, he would rebel against destiny, yet life would temper his steel and hone his sharpest traits: his pride as a creole and the love for his homeland. When the Provincial Regiment of the Queen’s Dragoons was formed, Allende volunteered, being admitted as a Lieutenant with the 3rd Company. He would serve under General Félix María Calleja in the cohort at San Luis Potosí, and in Jalapa under José Iturrigaray. His outstanding performance soon saw him promoted to the rank of Captain. He married Doña María de la Luz Agustina de las Fuentes in the town of Atotonilco. Marriage offered him comfort, gentleness and courtesy, although he would be a widower within the year. The age-old stone above the city doorways jealously guard the memories of his impulsive character in youth, while the walls of his farmhouse and villas echo with his metallic, fearless voice. While being a creole implied an important social standing, they still felt the disdain of the peninsulares, who would keep the top civilian and church positions for themselves. This unequal treatment would lead to the development of class-consciousness among creoles, directed against European-born “gachupines”. During his travels across the Americas, Baron Alexander von Humboldt witnessed this unrest, predicting future conflicts caused by the vast wealth of the land and the Crown’s poor management. News of independence for thirteen North American colonies, as well as a Revolution in France, would contribute to strengthening these feelings, which would finally reach their breaking point when Napoleon marched into Spain. Under the backdrop of the year 1800’s celebration at the Sanctuary of Guadalupe, destiny would bring the three main protagonists of the coming insurgent war together in San Luis Potosí: Calleja, Hidalgo and Allende. During the military exercises on display during the festivities, Captain Igancio Allende’s riding attracted particular attention due to his skill and dexterity on horseback.
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Reunited once again in the Cantón, in Jalapa, the creole leaders would finally come to see their own potential, with similar ideas fermenting in several places at once. However, the fear of many led Allende to exclaim his famous phrase: “Independence, cowardly creoles.” Allende would take part in the Conspiracy of Valladolid, and his purpose would lead him to extend this effort to his own lands and on to Querétaro, Celaya and Dolores, spreading with it libertarian ideals by expounding on the matter with convincing arguments and a persuasive passion. Acting on a suggestion by Don Felipe González, a renowned man of the church who then lead the brewing plans, he invited Don Miguel Hidalgo to join, who while at first resisting would eventually accept, going on to make the call for independence himself in the town of Dolores. Allende ceded his position as head of the insurrection, recognizing the influence of the clergy on the people’s will. However, he expected to command military actions himself. When planning the uprising, two possible events had been discussed as a starting point: the Feast of San Miguel Arcángel and the Feast of San Juan de los Lagos. The growing unrest in Mexico, Guanajuato and Queretaro would precipitate their actions and, needless to say, nothing would truly go as planned. Luck was on their side when, on passing through Atotonilco, they took a painting of the Virgin of Guadalupe, which would rally the American-born people to their cause. And yet, in calling on the mob, Hidalgo had lost all military order. Hidalgo trusted the strength of the growing masses, while Allende pushed for relying more on creoles, especially those with military experience. Disagreements had only just begun, and they would not come to a happy conclusion. The first Insurgent Mayoralty in this city was presided by Mr. Ignacio Aldama. The advance of the insurgent “army” swept over Celaya, Irapuato and Silao before reaching Guanajuato, where a bloody struggle fuelled by a thirst for vengeance took place, more butchery than battle, and leading to a Pyrrhic victory for the insurgents. Every city that lay on the insurgent’s path was subjected to looting, tolerated by Hidalgo and denounced by Allende, who even resorted to cannon fire to control the disorderly mob in Valladolid. The Battle of Monte de las Cruces favored the insurgents and yet, Hidalgo chose not to push into Mexico City and turn back, leading to mass desertion. Near Aculco the remaining force encountered Calleja, who completely destroyed them. The leaders took separate paths, with Allende returning to Guanajuato and Hidalgo heading to Guadalajara. Allende was defeated by Calleja in Guanajuato because of the lack of aid by the Priest, who would later – now reunited in Guadalajara – insist, trusting his greater numbers, that they should take their opponents head on, against the general advice of Allende and other military officers, who believed this was impossible due to their troop’s lack of experience. The tragic conclusion foreseen by Allende would come true at Calderón Bridge, despite the apparent imbalance in numbers. As they headed north in the search for supporters and supplies, while stopping at the Hacienda de Pabellón, Hidalgo was stripped of his command, with Allende replacing him. Then, betrayed by Elizondo at the Norias de Acatita de Baján in Coahuila. His son Indalecio, fearlessly resisting arrest, was killed, prompting Allende to exclaim through his stunning pain: “This was the most precious victim that I had to immolate in the name of my Fatherland. Finally, all that remains is my own life, which I no longer take any note of. I will die and consummate the sacrifice once and for all.” After they faced the firing squad, the heads of the leaders were displayed at each corner of the Alhóndiga de Granaditas fort for more than a decade, a macabre warning from the Royalists intended to prevent further uprisings. Yes, within a year the deafening Shout of Dolores had been silenced before a wall in Chihuahua. Its echo, however, would continue to resonate across the restless mestizo lands where, slowly but surely, like grass watered by the blood of countless countrymen, new shoots began to blossom: Morelos, the Bravo bros., Guerrero, and many more. They would carry on the dream, hatched in San Miguel, of gaining independence. The First Soldier of the Fatherland conspired against injustice in his own time, leaving to us a responsibility to continue his work and conquer liberty each and every day. Beyond the risk and the glory, we find Allende as a whole figure, who lives and who serves. His example still lives on: Its fruits reaped by the “Pipila” when called by the country; or by Nicolás Cano, when he fought for better conditions during the Constituent Assembly of 1917; And with our “Nigromante”, who defied the State itself. The Royal Roads were not only travelled by silver and gold, art and craft. Through it we also saw faith and culture spread, a mixture that still lies behind the spirit of those skillful and fierce warriors who defended their place, and in that of the creole who gave his life in the name of justice and progress for all. The village of San Miguel established itself as a supplier to mining operations, and as a place of protection and rest for those who travelled the Camino Real. Your mission lives on, Fray Juan. Today, we cordially share this place – not between mexicas and tlaxcaltecas, otomi or purepecha – but between thousands of people who come from “beyond”, from “the other side”.
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by Graciela Cruz LÓPEZ Historian Some years after the foundation of the Spanish village of San Miguel el Grande (1555-1561), the site was chosen to build, as part of a strategy by the church authorities overseeing the inland frontier territories, one of the first secular curates in the region, between 1563 and 1564. This was the time when Francisco Gutierrez was elevated to Bishop of Michoacan, taking charge of the spiritual and material fabric of the San Miguel parish. There are no records of any construction projects prior to the 1570s, when Viceroy Martin Enriquez de Almanza helped move the building of a parish church with the use of forced labor or personal service sentences, commonly imposed on the indigenous tribes that often robbed the demarcation’s cattle ranches. Several documents dating from 1578, 1639, 1649, 1680, 1709, 1766 and beyond tell of the efforts made in order to build the two historical parish edifices that the city keeps to this day (the Templo de la Santa Escuela or San Rafael, and the Parroquia de San Miguel Arcángel), part of the city’s architectural and religious inheritance. Towards the end of the 17th Century, the main body of the church had been mostly constructed – known ever since then as “the new parish”, although it yet lacked its main retables and towers, as well as presenting serious deteriorations in its vault and southern war. Hence, faced with the need to repair the damages, sacraments were held for some time at the chapel located in the Limpia Concepción native hospital (located next door). This would cause some conflict between the native and Spanish populations. You could say that, until the first decade of the 1800s, the church maintained a solid architectural structure in the Baroque style, directed by the architect Marco Antonio Sobrarías. In 1707, during the pastoral visit by Don Manuel Escalante Colombres y Mendoza, bishop of Valladolid, inspections concluded that the Parish of San Miguel Arcángel, despite the benefit of being at the heart of one of the most opulent curates (with a territory extending from the city of Queretaro up to San Felipe), suffered from deficient building materials or construction, making it often necessary to use the trappings and decorations belonging to the Ecce Homo and Nuestra Señora de la Soledad guilds, causing grave disturbances to these congregations. The determination was also reached through visual studies of the architecture itself, deemed to have insufficient lighting due to the lack of key windows, particularly, two skylights over the crossing, and two windows placed below the antechoir vault and in the Chapel holding the tabernacle. This represents the demands made of a worthy parochial building, one living up to the authority, prestige and, especially, the breadth and opulence of the territories administered, in all civilian and religious matters, by the village of San Miguel el Grande: “To the East out to Puerto de Nieto, to the West out to the hacienda of Santa Catarina, to the North out to the hacienda at Trancas, and to the south out to Puerto de Chamacuero”. At this time, the curate of San Miguel would collect tithes from more than 70 settlements, laborer camps and ranches dedicated to the raising of livestock, growing maize and wheat, as well as operating waterworks, mills and tanneries. These industries were capable of producing over 850 bushels of wheat, 1800 bushels of maize and 88,000 heads of cattle and livestock. The most productive of these settlements included: La Cieneguilla de Nieto, Labor de Santa Lucía, Río Seco, La Erre, El Llanito, Xoconostle, Ciénega de Guerrero, San Damián, San Nicolás, Estancia de Abajo, Labor de San Gabriel, Labor de Peña Prieta, La Quemada, San Antón, Jalpa, Puerto de Nieto, Cañas, San Cristóbal, Trancas, Puerto de Abrego, Puerto de Sosa, La Carbonera, Agustín Rincón and La Ventilla de Andrés López, among many others. With the founding of a new curate to Nuestra Señora de Dolores between 1710 and 1711, to be centered in the neighboring village that bore that name, part of the territory originally allocated to the curate of San Miguel el Grande during the 16th, 17th and early 18th Centuries was removed: “[…] Beginning on the northern edge of the hazienda (sic.) of the name San Bernardo de la Petaca, from where, running southwards towards the factories of Tequisquiapa, and passing over the hill named Rondanejo to the works at Ojo del Sarco. From there on down the Cañada de los Cojos, to the Cañada del Gato until reaching the factories of Simeon and then proceeding down the Perea Cierra de Guanaxuato river, to the factories of Joconostle, Santa Catharina, San Juan and San Xpristoval, finishing at the Perea ranch. […]
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As time passed, birthing new styles in art, the parish’s architecture underwent several interior and exterior modifications. Worth mentioning, between 1740 and 1750, are the construction of a second, three-stage tower and the chamber housing the Ecce Homo. In a report given by priest Juan Manuel Villegas in 1766, he describes the parish church as a having its architectural footprint in the form of a Latin cross. The complex was brought to life by the gorgeous chapels to the Señor de la Conquista, San José and Nuestra Señora de Dolores; the camarin and its four small chapels dedicated to San Juan Niño, El Señor de la Misericordia, the Santa Resurrección, San Pedro, Jesus Nazareno & San Dimas; the sacristy, the passing of the pitcher, the conference and general halls, patios, chambers and a kitchen. The parish temple’s trousseau was composed of fifteen altarpieces with magnificent golden engravings. The main collateral was reserved for Ecce Homo, with the Seven Princes or Archangels following along the crossing, with figures for Nuestra Señora del Rosario, Jesús de la Humildad, Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de la Luz, Santísima Trinidad, Nuestra Señora de la Soledad, santa María Magdalena, san Juan Nepomuceno, san Roque, la advocación de la Sangre de Cristo and san Nicolás Tolentino, among others. The interior physiognomy of the parish temple demonstrates its passage across various architectural styles, from the neo-classic of the first half of the 19th Century, and then becoming eclectic as a result of major interventions over the first half of the 20th Century, in the 1920s, 30s, 40s and 60s. Early works attributed to architect Francisco Eduardo Tresguerras include the parochial crypt and the altar to the Virgen de Dolores. A century later, between 1920 and 1960, we see the construction of the chapels to Nuestra Señora del Carmen and San Juan Bosco, the construction of the cypress that to this day remains at the main altar, the quarry stone niche for San Miguel Arcángel, the altar at the chapel to the Señor de la Conquista, the partition, the painting and the placement of the mosaic floor (in commemoration of its 400th anniversary). Its exterior physiognomy boasts a towering neo-gothic façade, a project completed between 1880 and 1890 under the initiative of Jose María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos (First Bishop of León) and priest José María Correa, who trusted in the talent of Master Builder and town pride Zeferino Gutiérrez, who was inspired by the majestic gothic cathedrals of Europe to create this distinctive edifice. For all this time, “La Parroquia” as is known to the local population, has been a silent witness to the workings of history, becoming a symbol of this city and an icon for San Miguel’s identity and essence.
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by Graciela Cruz LÓPEZ Historian
Atotonilco: The place of hot water The name Atotonilco comes from the nahuatl word atotonilli, meaning “hot water”, and the suffix co, denoting a location. Hence, it can be translated as “in the hot springs”, to which the Mendocine or Mendoza Codices make reference, using hieroglyphs representing a baked clay pot atop a tenamaxtle, a type of brazier overflowing with boiling water. The name speaks of a location blessed by a large number of thermal springs, whose fame would live in posterity thanks to the ancestral settlements surrounding it, the springs’ medicinal properties, and the ritual importance it was given since pre-hispanic times1. Centuries later, this fame would be revived as the site was chosen for the foundation of the sanctuary dedicated to Jesus of Nazareth, the Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco. During the conquest and colonization of New Spain’s northern frontier, the area around Atotonilco was divided into several landholdings, dedicated to agricultural work and primarily to raising small livestock. The first lands granted on this site, intended for settlement and the exploitation of natural resources, date back to the 1550s, when the first documents appear that give solid footing to this place’s history. This was the case of the lands granted to small livestock-raising operations2, given to Domingo de Silva and Leonardo Cervantes in the year 15583, and to Tomas de Espinosa in 1560, “on lands held within the demarcation of our Spanish neighbors of the village of San Miguel el Grande”, along with a cavallerie of land located below the area then called Atotonilco, on the river banks of the San Miguel or Laja river and near the Royal road heading inland4. Starting in 1620 the maintenance of Atotonilco was the responsibility of the Diañez family. One century later, this charge passed down to Don Ignacio García and his family until the priest Luis Felipe Neri de Alfaro was able to gather donations and contributions from his flock in San Miguel el Grande, pulling together 20,000 gold pesos, required to buy the sanctuary’s land in 1740. These territories bordered the hacienda of Rancho Viejo and the slaughterhouses located on the fields of Montecillo de la Milpa and Montecillo de Nieto, holding a strategic position close to the Royal Road inland, which would allow for an important number of travellers, officials and pilgrims to pass through in the coming years5. In time, Alfaro built up an hacienda that included 44 cavalleries of farmland6 and constructed a reservoir 500 varas7 in length, with a cost of 12,000 pesos8. He then had a flourmill installed, investing yet another 20,000 pesos, and an orchard dedicated to growing a variety of flowers and fruits located a short distance from a well-stocked vineyard9. The hacienda’s size and excellent production allowed Alfaro to carry out a Hernández, Jorge F., La soledad del silencio. Microhistoria del Santuario de Atotonilco, University of Guanajuato/Fondo de Cultura Económica, Mexico, 1991, p. 29. 2 A small livestock grant consisted of 18.233 cavalleries of land, or approximately 780 hectares today. 3 Archives of the San Miguel de Allende Parish Church (henceforth AHPSMA), Fondo Parroquial, Sección Disciplinar, Serie Correspondencia, Caja 19. 4 Archivo General de la Nación, Mexico (henceforth AGN), Instituciones Coloniales, Real Audiencia, Mercedes, Vol. 5 y 6, Exp. 94. Cruz López, Graciela, San Miguel el Grande. El Espíritu de la Tierra Adentro, CONACULTA/Presidencia Municipal de San Miguel de Allende, Gto., editing in process. 5 Archives from the Congregation for the Oratory of San Miguel de Allende (henceforth ACOSMA), Descripción histórica del Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, Anonymous manuscript, ca. 1860. Descripción de la villa de San Miguel el Grande, Camino y Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco. Oil on Canvas. Attributed to Miguel Antonio Martínez de Pocasangre. XVIII Century. Brading, David A., Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán, 1749–1810, FCE, Mexico, 1994. 6 Approximately 1,848 hectares. 7 Approximately 419 meters. 8 Pesos of the time. 9 Recuerdos tiernos de las finezas de Jesús y de María, Manuel Antonio Valdez y Murguía, 1768. Brading, David A., Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán, 1749–1810, FCE, Mexico, 1994, Pp. 57-60. 1
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census and to take mortgages on the property, having much of the profit directed towards sustaining the architectural work and maintenance needs for the Sanctuary and Exercise Hall at Atotonilco10. In 1747, one year after the still primitive church at Atotonilco received its blessing, a census carried out by the curate of the village of San Miguel found that the area surrounding this religious edifice was home to four families, consisting of 33 people in total11. Between 1750 and 1770, as shown by records delivered by the tithing offices of the curate at San Miguel el Grande to the Bishop of Valladolid, the agricultural and livestock activities of both Spaniards and indigenous settlers near Atotonilco were producing important quantities of maize, beans, wheat, wool, calves and lambs12. Finally, the military census carried out for the jurisdiction of San Miguel el Grande in 179213 recognized the hacienda of Atotonilco as part of the Sanctuary and Exercise Hall, indicating the magnitude of the inheritance dictated by Alfaro on February 21st 1753, with the appropriate amendments of 1757, 1759, 1760, 1770 and 1776, added to his testament and respected by future inspectors, ensuring that the Sanctuary, Chapels, Exercise Halls and annexes would remain dedicated to the praise of Jesus of Nazareth. Sanctuary of Jesus of Nazareth at Atotonilco: The Indian Jerusalem The Sanctuary of Atotonilco is the Masterpiece, the finest, most elaborate pinnacle and crowning glory of Luis Felipe Neri de Alfaro’s pious and messianic life project, centered in and around the villages of San Miguel el Grande and Atotonilco. It lays a bridge between two historical realities that became reciprocal and complimentary, allowing it to remain for posterity. Alfaro’s life reached maturity in Atotonilco, pouring his inner spirituality into two magnificent exterior manifestations: Jesus of Nazareth, his role model brought to light within a mystical sanctuary. In its shadow, Alfaro himself would astound the people by practicing an ascetic approach never before seen in this region; and the Exercise Hall, whose doors were open to all those who truly wished to follow in the path of their Divine Teacher14. Since 1735, following the orders and the will of his Congregation of San Miguel, Luis Felipe Neri de Alfaro would regularly attend to his work in Atotonilco, two and a half leagues15 away from the village, in order to perform his priestly duties, to which he would dedicate himself body and soul, notwithstanding his failing health, which often forced him to remain in Atotonilco a few days longer16. To get there, Alfaro would head northeast from San Miguel, following the banks of the stream and on to the Royal Road leading to the town of Nuestra Señora de los Dolores. From there he would undertake a long journey across a landscape of rivulets, lonely trials and steep hills. The rocky, ashen lands and desolate view that dominated the site of Atotonilco seemed, to Alfaro, to resemble the Holy Lands of Jerusalem where Christ had eaten his Last Supper and suffered his Passion. And so was chosen the ideal site for the foundation of a center dedicated to penance and meditation, where an army of believers gathered around the Holy Schools of Christ could find a place to practice their faith in safety. The foundation stone was laid on the 3rd of May, 1740, culminating with a blessing ceremony on the 19th of July 1748 held in the sanctuary’s main church building, conducted by Bishop Martín de Elizacoechea, who Mercadillo y Miranda, José, El Venerado e Histórico Santuario de Atotonilco, Gto. San Miguel de Allende, Gto., S/F. Quoted in Bravo Ugarte, José, Luis Felipe Neri de Alfaro. Vida, Escritos, Fundaciones, Favores Divinos, Editorial JUS, Col. México Heroico, Mexico, 1966, p. 34. 11 Manuel Castañeda Archive, Casa de Morelos (henceforth AMC), Fondo Parroquial Disciplinar, Padrones, Asientos, Box 1284, File. 149, San Miguel el Grande, 1747. Cruz López, Graciela, San Miguel el Grande. El Espíritu de la Tierra Adentro, Presidencia Municipal de San Miguel de Allende, print in progress. 12 AMC, Fondo Cabildo, Serie Colecturía, Sección Administración Pecuniaria, Subserie Diezmos, Boxes 1784, 1785 and 1786. 13 AGN, Instituciones Coloniales, Gobierno Virreinal, Padrones, Vol. 36. Cruz López, Graciela, San Miguel el Grande. El Espíritu de la Tierra Adentro, Presidencia Municipal de San Miguel de Allende, print in progress. 14 Bravo Ugarte, José, Luis Felipe Neri de Alfaro. Vida, Escritos, Fundaciones, Favores Divinos, Editorial JUS, Col. México Heroico, Mexico, 1966, p. 15. 15 Approximately 12 kilometers. 16 Tapia, Reynaldo, “El Ven. P. Luis Felipe Neri de Alfaro y el Oratorio de San Miguel de Allende, Gto.” Found in: Noticias y Documentos Históricos. Segundo Encuentro Nacional de Historia Oratoriana, Órgano de la Comisión de Historia de la Federación de los Oratorios de San Felipe Neri de la República Mexicana, Mexico, 1986, p. 38. 10
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placed a venerable effigy of Jesus of Nazareth17 on the main altarpiece. Several stages of construction would follow, with Queretaro-based Spaniard Miguel Antonio Martinez de Pocasangre, a resident of San Miguel el Grande since 1752, contributing an extraordinary pictorial decoration in monumental mural style. The old sacristy, Father Alfaro’s rooms, the main tower and central buildings of the sanctuary, which was extended after some time into two lengthy spans, were joined between 1748 and 1759 by the chapels to the Santo Sepulcro, Belén, Santo Cenáculo, Soledad & Loreto, along with Father Alfaro’s cell. In 1766 these were joined by the chapel of Rosario, ten years later the Calvario and, in 1785, a new sacristy. The project at Atotonilco resulted in a work of art where architecture, painting, sculpture, poetry, rite and devotion were fused with unusual intensity. And yet, it has had a greater impact on history than that belied by the monument’s esceptional artistic attributes. It has been the guiding axis for a particularly important cultural phenomenon, which encompasses and expresses a particular ideology, social quality, lifestyle and sentiment for the region it has found itself incrusted into for over 200 years18. Thus, due to its notoriety, this can rightly be considered one of the most exceptional and most stunning examples of the Latin American Baroque style, having a definite coherence between its spatial and formal design, its dogmatic discourse and the prevalent popular rites and devotion. Within the sacred truths it preaches, the acts presented as necessary consequences of faith and its formality, the complex portrayal of human existence and the Universe: “… the Baroque at Atotonilco is sui generis; it possesses an unexpected spirituality and an enormously transcendental symbolic load. The discourse on display is far beyond the more or less naïve regional constructions…”19 The House of Spiritual Exercises: Purgatory on Earth The hall of spiritual exercises, an essential complement to the sanctuary’s project, is recognized as one of the largest and most ancient such halls in the world20. The place, 250 years old, first opened its doors in July 1765 while celebrating the Novena prayers to Jesus of Nazareth. Luis Felipe Neri de Alfaro, however, had worked intensely in its construction since the 1740’s, when the hall’s foundations were laid out simultaneously with the Sanctuary’s main church. Alfaro, to the very end of his absolutely spiritual life, would personally lead exercise groups consisting of 25 to 60 poor believers to carry out their exercises, as well as hosting distinguished guests and visitors. The faithful were greatly attracted, increasing in numbers to organize up to 6 different exercise groups, held throughout the liturgical calendar (particularly during March, July and December), dedicated to the main dogmas and devotions of the Sanctuary of Atotonilco21. Thousands of believers have come to offer penance in the intervening two centuries, coming to the enigmatic and historically significant locale, originally consisting of a large hall of about 2 ½ varas; a Directory measuring 7 varas in length and 4 ½ in width, as well as a refectory 18 varas long and 7 wide, along with the kitchen, hallways, infirmary, latrines, patios, gardens and sleeping quarters22. This first edifice was joined to the Sanctuary of Atotonilco (the authentic chapel for practitioners and the heart of all religious activity). There were architectural spaces brought together by the Directory, refectory, the Spiritual Director’s cell and the first room of the exercise hall, along with the main entrance and several secondary chambers. As centuries passed, the hall underwent several architectural modifications and additions, making its current construction quite considerable. Specifically, during the 19th Century, several corridors were added along with rooms of different sizes intended for various uses, such as cells, patios, a hospital the administrator’s
AMC, XVIII Century, Box 113, File. 66, Descripción del Santuario de Atotonilco, Luis Felipe Neri de Alfaro, 1766. Silva, José de Santiago, Atotonilco. Alfaro y Pocasangre, Ediciones La Rana, Guanajuato, 2004, Pp. 491-492. 19 Silva, 2004: 16 y 498. 20 Hernández, 1991: 113-118. 21 Hernández, 1991: 113-118. 22 AMC, XVIII Century, Box 113, File 66, Descripción del Santuario de Atotonilco, Luis Felipe Neri de Alfaro, 1766. Recuerdos tiernos de las finezas de Jesús y de María, Manuel Antonio Valdez y Murguía, 1768. Plano del Templo y Casa de Ejercicios del Santuario de Jesús Nazareno de Atotonilco, Jesús E. Aguirre, 188323 Hernández, 1991: 113-118 17 18
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living quarters, stables, animal pens and drinking fountains. The 20th Century is also worth mentioning for the restoration done on the chapel, a number of chambers and the dining hall, capable of seating 5,000 people. By the time of Alfaro’s death in 1776 close 7,500 men and women had passed through this hall. One century later the number would increase to reach 45,517 in all23. Catholic believers around the world continue to this day to practice the Ignatian exercises, but nowhere with the same intensity and with the same number of practitioners as still attend Atotonilco. Here, starting in 1943 and to this day, 33 groups meet daily for a total of approximately 50,000 faithful each year coming from all across Mexico, particularly from Mexico City, Mexico State, Queretaro, San Luis Potosi, Michoacan, Jalisco, Guanajuato and Nuevo Leon, along with smaller cohorts from countless origins. It’s worth mentioning that, among these groups of pilgrims, we find an important participation from native communities such as the Purepecha, Otomi, Mazahua, Huasteca and Nahuatl-speaking ethnic groups. The Sanctuary to Jesus of Nazareth at Atotonilco remains in our historical memory as one of the most beautiful in the New World; a fortress rising above the land against the onslaught of Hell’s hordes. As the oyster concealing the most sacred pearl, Mary, and the land from which emerges the divine gift from Heaven, Jesus. Considered in its time as the Eighth Wonder of the Bishop of Michoacan, and the pinnacle of the symbolic approach to the Holy Lands. Owing to its historical significance, its cultural complexity, excellent state of conservation, exceptional nature, integrity and authenticity, this living and yet intangible, monumental artistic and historical heritage at Atotonilco, has been recognized by the UNESCO as a World Heritage Site since 2008. 23
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