Discurso del Presidente de la República, José Mujica, en la inauguración de la planta desulfurizadora de ANCAP
En primer término gracias, Presidenta de los pueblos argentinos; gracias a todos los trabajadores y técnicos que hicieron posible esta concreción material; gracias a los compatriotas argentinos de la patria grande que están acá y que trabajaron en esto. Gracias a alguien que se fue, don Hugo Chávez, que con un sistema de crédito benigno durante mucho tiempo en cuenta petrolera nos permitió acumular los recursos para hacer inversiones de este tipo. Gracias a la generosidad de Hugo en la distancia. ¿Qué decir? Es sencillo: si no se hacía esto ANCAP se transformaba en un montón
de
fierros
viejos,
inútiles.
¿Por
qué?
Porque
los
motores
contemporáneos que se están haciendo no bancan más el azufre. Sencillamente quedábamos fuera del circuito. Entonces, por el lado del basurero, de la chatarra nos quedábamos sin industria y podríamos hablar de patria y de símbolo y de todo lo que quieran, pero marchábamos al espiedo. En lenguaje sencillo para entenderlo. Había que hacerlo o hacerlo. Pero acá se hizo el homenaje a un hombre, Eduardo Avecedo, muy grande en nuestra historia, de casualidad era nacido en la Argentina e hizo su vida acá, hizo su vida comprometida acá y cuánto nos dejó. A las nuevas generaciones, que lean el discurso de Luis Batlle diputado, la noche del 33, desde el golpe de Estado, la época de Terra, y allí verán con cifras en la mano, que la recién fundada ANCAP ni siquiera gastó el crédito que le habían dado, solo con la ganancia de lo que amortizó en aquella lucha despiadada por el que para poder tener petróleo hubo que hacer un convenio de apuro con la naciente Unión Soviética y por eso en el Uruguay la nafta se llamó nafta, término ruso, y el querosén venía de Bakú. ¡Vaya con nuestra historia y la lucha contra los monopolios! Es viejo, viejo como el viento; cambia de nombre, pero siempre está allí.
Pero también hay que recordar —mi padre fue trabajador del Estado— el orgullo naciente de aquellos republicanos que trabajaban para el Estado, porque sentían que era un rango de compromiso histórico con la nación. Después pasaron muchísimas cosas. Se fueron concediendo derechos y prerrogativas, y fuimos haciendo un Estado gordo, para que el Estado no tuviera más aquella brutal agresividad de desarrollo y de conquista que demostró en los primeros 30 años. No nos alcanza, compatriotas, con defender la nomenclatura de la propiedad del Estado. Necesitamos revigorizar la capacidad creadora del Estado y el compromiso, porque en definitiva, para una pequeña nación, es fundamental como estrategia de desarrollo. Por eso, felicitamos (por) esta obra que han logrado. Para nosotros, no solo es una necesidad, es un compromiso, pero no alcanza. Las generaciones que vienen tienen que ir a más, tienen que aprender de nuestros defectos y de nuestros errores, porque el Estado fue la cosa más brillante en la historia del Uruguay. Ahí está el Banco República, que amortizó todo lo que costó el Palacio Legislativo. Se puede escribir una historia nacional a partir del papel creador y fundador que cumplió el Estado en el Uruguay. Pero no alcanza con decir que es la propiedad del pueblo, hay que sentir que es la propiedad del pueblo. El compromiso, que en definitiva tenemos que exprimir nuestra capacidad creadora y multiplicar la capacidad creadora de nuestros propios trabajadores. Allí está en germen del Uruguay del futuro. Va a ser un largo proceso, porque hicieron todo lo posible para que el Estado no avanzara, que fuera lo más decadente, lo más clientelista, lo más quieto, lo más cebón, lo más tranquilo, para tener la quinta esencia de que no se hiciera cargo de las ramas fundamentales del desarrollo de la economía del país. No somos estatistas, no podemos serlo si somos casi libertarios. Pero pensamos que el esfuerzo social, que un país subdesarrollado, si no tiene un Estado vigoroso, no va a ningún lado, es un juguete del mundo contemporáneo. Y el otro capítulo, compañeros, la integración, por favor, la integración no es una cuestión de izquierda, de derecha o de centro; la integración es una cosa
de ser o no ser en el mundo de hoy. Tal vez dentro de un rato empiecen a los bombazos en Siria. En el mundo que vivimos, los débiles deben juntarse con sus iguales para ser algo y ser alguien en la balanza mundial, o no somos nada. Esto hay que entenderlo. La globalización está allí, el desarrollo de la fuerza productiva contemporánea tiene una magnitud que una pequeña nación como el Uruguay casi no existe para el presupuesto de una gigantesca empresa, a esos seres que se han desarrollado en este mundo; cómo tener equidad y capacidad de negociación si no tenemos la inteligencia de juntarnos a pesar de todos los pesares. Componemos una gigantesca familia que ha construido un montón de países, porque fracasó en construir la nación. Esa es la meta que tenemos por delante. Pensamos más o menos con el mismo idioma, tenemos la misma tradición, los mismos ejes. No es fácil, no es sencillo, porque las patrias están creadas, son vigentes, y por eso nuestro Artigas es más moderno que nunca, porque levantó la idea de patria federal, que significa respetar la individualidad tremenda que tienen las naciones. Hubiera querido de todo corazón que el sistema político entero del Uruguay estuviera aquí y se diera cuenta de lo que significan estas cosas. Porque esta refinería no es para la izquierda ni para la derecha, es del pueblo uruguayo. No la hizo este gobierno, no la hizo el otro. Y no es tampoco el contrato que vamos a firmar esta semana por la regasificadora. No es una obra de este gobierno, ni del que fue, ni del que vendrá, es una obra del pueblo uruguayo y esto hay que entenderlo. Cualquiera sean nuestras diferencias, componemos una familia diminuta que no se puede dar los lujos de atomizarse por pequeñas cosas, cuando tenemos semejante tarea por delante. Finalmente… son malos tiempos, porque son pre-electorales, y se calientan naturalmente todos los motores de carácter electoral, y se dicen cosas, oportunistas, lamentables y dolorosas. Son cientos, son miles los compatriotas que más de una vez han recalado en la República Argentina y viceversa, siguiendo los avatares de nuestra historia.
Siempre hemos tenido conflictos, porque con quién vamos a tener conflictos, con los vecinos. Pero los países no se mudan, las naciones no se mudan. Lo que ha sembrado el pueblo argentino es inconmensurable. Solamente el pueblo argentino se puede comer, por tradición histórica, el lujo de acampar desde Nueva Palmira hasta el Chuy, porque el Uruguay tiene unas playas esplendorosas y todo lo demás. En febrero te morís de frío. Allí a la vuelta de la esquina está Brasil, pero vienen acá y vienen, nuestros queridos compatriotas argentinos. Y esto hay que reconocerlo. Por supuesto, cuando hay que ir a buscar el bagayo, siempre que podemos, rajamos para Buenos Aires y venimos con el bagayo. Y todos nuestros bolicheros lloran y chillan y patean. De esos conflictos va a ser inevitable. Los conflictos de puertos son inevitables, así nacimos. Pero los conflictos se negocian, se sigue para adelante. Las diferencias no pueden llevarnos al camino de la obturación ni de no entender que tenemos un patrimonio de intereses comunes de carácter gigantesco y que eso está por delante de todo lo demás. ¡Ah, si fuera fácil la integración! ¡Si fuera un juego de caballeros, de damiselas! No es. Hay luchas de intereses que se entrecruzan por todas partes. Allí están las empresas privadas, cada cual peleando su pitanza y corriendo la suya. No es sencillo, pero es absolutamente imprescindible y absolutamente necesario para ser algún día, en el concierto universal, alguien que pueda terciar. Ese es el futuro. El mundo se está organizando en gigantescos espacios. ¿O no nos damos cuenta lo que está construyendo la Comunidad Económica Europea, o no nos damos cuenta lo que significa el amanecer de China o de la India, o no nos damos cuenta lo que significa Estados Unidos con Canadá y todo lo demás que lo rodea? Ese es el mundo con el que hay que negociar, y no podemos negociar divididos, de a uno, de a dos, de a tres, y peleados entre nosotros, porque para lo único que servimos es para que nos trillen. Es muy lindo pensar en los nietos, en los hijos, decir: en el futuro… sí, pero al futuro hay que dejarle las herramientas para que se pueda defender, y esa herramienta significa tener la inteligencia a pesar de todas las dificultades, de tener trazos profundos que vayan construyendo la integración.
Gracias Argentina, gracias t茅cnicos, gracias pueblo uruguayo. Gracias trabajadores del Uruguay que nos han permitido esta realizaci贸n.