Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición por Radio Uruguay, correspondiente al 27 de agosto de 2013. Un gusto, amigos, entregar un saludo a la distancia por este instrumento maravilloso que significa la comunicación radial. Hoy, a pesar de los ruidos, y aunque seguramente mucha gente apurada no pueda entendernos, comenzamos a tocar un tema muy hondo que nos va a llevar tal vez varias audiciones para intentar bosquejarlo. Al comenzar me hago esta pregunta: ¿Qué nos está pasando en esta, nuestra época? Y lo digo en el sentido más amplio. Va más allá de nuestro país. ¿Qué nos está pasando en este tiempo? Porque tenemos mucho más de todo, basta usar la memoria. Y tenemos mucho más de todo por todas partes. Tenemos incluso algunos medios que ni los podíamos soñar hace pocos años. Se han multiplicado los ingresos, se han multiplicado los gastos, se ha multiplicado al infinito el consumo. La variedad de cosas de nuestra vida. Sin embargo cabe hacernos esta pregunta: ¿acaso somos más felices? ¿Acaso lo que más importa… todo este pilar material nos hace más felices? Es difícil empezar por intentar dar una respuesta con verdadera honradez intelectual. Hace poco tiempo en la administración de Lula en Brasil, ese gigantesco país lleno de injusticia, como pocos en el mundo, cumplió la enorme proeza de sacar a más de 40 millones de personas de la pobreza, y arrancar a la gente, a muchísima gente de la miseria. Sin embargo la televisión nos trajo las imágenes de protestas increíbles, violentas. Nosotros, en nuestro pequeño país, nunca tuvimos tanto trabajo, según la tasa de desocupación. Nunca en nuestra historia tuvimos tanto salario. Por más vuelta que le demos, nunca tuvimos tantos derechos, tantos servicios, tantos miles de personas que tienen más que bien una mutualista, tantas y tantas y tantas motos, tantos y tantos y tantos autos, y tantos teléfonos y tantos de tanto. No importa señalarlo. Sin embargo, ¿qué nos pasa? Empecemos por señalar, para intentar darnos respuesta que este no es un problema del Uruguay, y no lo digo por aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”, no. Hay que empezar por aceptar que esto es una característica de nuestra época y que esto está cubriendo toda la tierra, a pesar de las distancias y de las diferencias. Tiende a pasar por todas partes. ¿Por qué? Más adelante, con más tiempo vamos a ir desarrollando esta idea que empezamos por afirmar. Esto es una honda consecuencia cultural de la globalización que envuelve al mundo entero en una formidable cultura de masas que, aunque seamos totalmente inconscientes, nos envuelve a todos, nos rodea a todos. Es como una atmósfera dentro de la cual nos movemos, pero que de una forma u otra está por todas partes. Esa cultura es consecuencia, está causada, pero a la vez es funcional a la acumulación de más y más y más riqueza. Esta cultura de esta etapa del capitalismo mundial que, más allá de su etapa imperial, va logrando por todas partes, en esa carrera infinita de lucha por la acumulación, que todo se transforme en mercado, que todo se transforme en negocio, terminan siendo
negocio los nacimientos y es negocio la muerte. Es negocio la Noche de la Nostalgia, el Día del Niño, el Día del Abuelo, el Día de la Secretaria, el día de cualquier cosa. Todo lo que nos rodea termina siendo mercado, termina siendo negocio. Hasta la rebeldía termina siendo negocio periodístico. Así, todo lo que nos rodea en el mundo entero —y este es un problema, y lo vuelvo a señalar, de carácter mundial, que tiende a cubrir toda la tierra— todo termina transformado en objeto de consumo, claro. Empecemos por desglosar el camino. La lucha por la vida misma… la vida biológica, la existencia, la existencia de la familia, desde siempre ha estado rodeada de la necesidad de ciertos consumos útiles, imprescindibles para la vida. Son los consumos determinantes para luchar por nuestra existencia, que nosotros los conocemos: comida, vestimenta, techo, atención de la salud, formarnos, educarnos. Todos tenemos una idea bastante clara de las cosas, si nos ponemos a pensar, que son francamente fundamentales. Pero a continuación de ellas, nuestro tiempo, la cultura que derraman los medios masivos de comunicación, las políticas de marketing, de propaganda, los valores que están rodeando toda nuestra vida, tienden a transformar una multitud de cosas en consumos que nos parecen francamente imprescindibles. Y nuestra vida queda francamente encuadrada por la necesidad imperiosa de atender esos deseos de consumo y de compra, porque lo contrario parece ser, en lo interior, un fracaso. Ese consumo inducido, presionado por todo el mundo que nos rodea, tiende a crear una escala de valores tácita: que quien no pueda consumir en gran escala tiene una vida de fracaso. Más claro: intentar el éxito en nuestra vida parece ser que está rodeado por estos tres fantásticos derroteros: por un lado tener éxito profesional, tener francamente la posibilidad de un empeño, de un trabajo profesional que a su vez nos prestigie; tener relaciones sociales que nos den reconocimiento y que nos realcen desde el punto de vista social; pero para todo ello, concomitante, coherente con todo ello, tener ingresos económicos que nos aseguren permanentemente un consumo creciente de diversidad, de cuestiones que pueden ser más o menos útiles o, francamente, despilfarro. Pero es importante estar en esa onda. Cuando no se logran estos ideales evidentes, y estas no son cosas porque nos eduquen y nos lo digan en la escuela o en el liceo, o nos estén formando los profesores para esto, no. Hay una tácita educación en el ambiente social, en las consecuencias de lo que se siembra por todo el espacio audiovisual, por los valores que tiendan a emanar en la mecánica de los hechos, la sociedad en la que vivimos. Quien no logra esto, cae en el auto desprecio y el escalón último es la exclusión. Quiere decir que los valores de esta sociedad consumista, y hay que utilizar palabras para diferenciar ese consumo imprescindible para vivir, para mantener la vida, para asegurar la vida de nuestras familias, de nuestra descendencia, para asegurar la existencia de la lucha por la salud, ese consumo, diríamos francamente imprescindible y básico, frecuentemente está jaqueado por el consumismo que es esta cultura que termina haciendo cometer francos disparates.
Usted lo habrá visto, querido oyente, gurises pobres, que les toca vivir en condiciones muy difíciles, de pronto se las ingenian para comprar un par de championes de altísima calidad, o a veces tener un equipo estereofónico de calidad en una vivienda desastrosa. Pero no es por maldad. Es la ilusión del minuto, de aspirar, de estar embebido de una aspiración, desde el seno de la pobreza, de la indigencia, a veces, y mordidos por la desigualdad que los seres humanos inconcientemente tienden a remendar la tragedia de su situación y tienden a caer en estas equivocaciones. Pero sin llegar a tanto, en nuestra vida práctica, cuántas veces, si nos analizamos, posponemos lo fundamental y terminamos gastando, y gastando mucho, en lo accesorio. Son estas enfermedades de nuestra época, de nuestro tiempo, pero son enfermedades en definitiva tremendamente funcionales a la etapa de desarrollo de la economía de nuestro tiempo. El mundo se ha globalizado, y entiéndase por la globalización que el intercambio entre las grandes empresas, interior entre las grandes empresas, es la forma más explosiva de aumento del comercio mundial. Más claro: la General Motors de Brasil le compra mucho a la General Motors de Alemania o de la India, o qué se yo. General Motors se compra y va de un lado al otro y esto se repite a escala mundial en forma creciente y creciente. Más que globalizada la economía de los países, lo que se globaliza es la economía del conjunto de fuerzas productivas trasnacionales más importantes. Y esta cultura, que todo tiende a hacerlo mercadería y que todo tiene un valor y se compra y se vende, desde luego encierra una gigantesca mentira. Es una fantasía porque encierra una mentira, porque no hay medios para que toda la humanidad pueda vivir con el nivel que se pretende presentar. Algunos pueden pensar que es una cuestión de retraso en el crecimiento, y esto lo tendemos a disimular permanentemente. Y los gobiernos estamos entre la espada y la pared de la enorme presión de consumo y de necesidad de las masas. Pero hay momentos en que, por lo menos intelectualmente, hay que empezar por reconocer la falta de equidad de nuestro tiempo, que también está en la base de este fenómeno y de esta cultura. ¿Por qué? Tengo que resumir porque no me sobra el tiempo. Quienes han estudiado estas cosas, y por eso dije que es mentira esta interrogante de nuestra civilización, no es solo un problema de crecimiento. Si el mundo actual, si la humanidad entera actual fuera a consumir, pudiera consumir, como un norteamericano medio, promedio, los hombres de ciencia que han estudiado estas cosas dirían que cada ser humano necesita cuatro hectáreas y media aproximadamente para producir todo lo que necesita consumir y para absorber los desechos que hace cada individuo. Ello nos llevaría a que la tierra tendría que tener tal vez 26 millones y pico de hectáreas, y la tierra tiene solo 13 o 14 millones de hectáreas de las cuales tiene útiles 8 millones y medio de hectáreas. Quiere decir que necesitaríamos, en términos esquemáticos, alrededor de tres planetas. Más sencillo. Si cada africano tuviera un auto, como es tendencia de cada norteamericano, es probable que no nos quede oxígeno para respirar. Entonces, esta civilización miente. No existen medios materiales para hacer frente a eso. Sobran medios materiales para asegurar las necesidades básicas, y sobran medios materiales para que todos podamos tener una vida decente.
Pero por este camino va a ser muy difĂcil. En todo caso seguiremos intentando bosquejar lo que pensamos.