Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición por Radio Uruguay, correspondiente al 3 de setiembre de 2013 Amigos, un gusto saludarlos por este espacio. Habíamos tocado un tema de esos temas que, siendo profundos, que no son baladí, que no son frívolos, pero que están muy ligados a nuestra vida contemporánea y no tienen ranking, no tienen aparatos de propaganda, pasamos sobre ellos, y sin embargo adquieren una importancia cardinal para interpretar los cruces frecuentes que se dan en nuestro diario vivir. Decíamos en la audición pasada que, curiosamente, en este nuestro mundo, tenemos más de todo, por todas partes. Contamos con medios que ni soñábamos hace poco y decíamos que esto es una tendencia que se da por el mundo entero. Nos hacíamos la pregunta: ¿acaso somos más felices? Señalábamos que era difícil dar una respuesta con honradez. Anotábamos la contradicción que habíamos contemplado en Brasil vía los servicios de televisión. 40 millones habían salido de la pobreza en los últimos años y sin embargo había una protesta mayúscula en la calle. Señalábamos que nunca en el Uruguay tuvimos tanto trabajo, tanto salario, tantos derechos, tantos servicios. Obviamente que nos faltaba, pero ¿ese tanto y tanto nos había hecho más felices? (nos preguntábamos). Luego de señalar que esto era parte de nuestra civilización contemporánea y que tendía a darse por todas partes de la tierra, anotábamos que era una de las consecuencias de esta globalización que envolvía el mundo, generando una cultura de masas, masas que, totalmente inconscientes, padecemos esa cultura, nos rodea por todas partes, y esa cultura en el fondo es funcional a la necesidad de acumular más y más riqueza, propio de esta etapa del capitalismo. Que aquello que algunos autores clásicos llamaban que el imperialismo era la última etapa del capitalismo, parece no ser tan cierta, porque hoy entendemos que ese capitalismo que se extiende por una cultura de carácter mundial, necesita multiplicar permanentemente el consumo, innovar crecientemente en los productos que presenta, persiguiendo ese objetivo del capital que es la acumulación. Señalábamos que todo se ha hecho mercado, desde los nacimientos, la muerte, la nostalgia, el Día del Niño, el Día del Abuelo, el Día de la Secretaria, todo, todo, hemos visto; vimos hasta propaganda para los cementerios privados, ha aparecido el cementerio de las mascotas. En realidad todo tiende a transformarse en productos o en servicios de consumo. Claro, y señalábamos que resultaba muy difícil poder separar en la conciencia de la gente y del pueblo en general, aquellas categorías de consumos básicos, imprescindibles para la vida, que son auténticamente determinantes y deberían tener una altísima prioridad [de] los otros consumos inducidos por una enorme presión de carácter social y genérica, vía el marketing, vía las costumbres, que están por todas partes, y que producen una conciencia del triunfo personal para aquellos, o que tienen éxitos profesional y que pueden además generar relaciones sociales que los prestigian, que tienen reconocimiento, y tienen a su
vez, ingresos económicos que aseguren un alto consumo. Quienes no logran estos escalones quedan como mirando la fiambrera. Los sometidos a la pobreza, al no poder asistir a la feria de alto consumo, caen frecuentemente en un autodesprecio y en una conciencia de exclusión. Estas cosas, estas cosas que son muy hondas, que explican muchas conductas sociales, evidentemente no son sencillas. Por qué al grueso de la gente le cuesta mucho poder distinguir lo que son consumos verdaderos, centrales, de lo que son expectativas falsas, creadas por las enormes fuerzas sociales que operan sobre nosotros, y que nos hacen perpetuar la sensación de miseria e injusticia. No cabe duda, tal vez, de que los individuos pueden sentirse felices cuando satisfacen ese tipo de necesidades que nos surgen por contemplar a la sociedad. Y que están muy ligadas a la producción y muy anudadas a esa perversa cadena de esclavitud que va fraguando el afán de acumulación que está en la base de toda esta cultura. Porque en definitiva las personas no necesariamente son autónomas, no necesariamente son independientes cuando van a consumir o a comprar, sino que muchas veces esa función está ligada a la función de producir. Distinguir entre necesidades verdaderas y falsas sería una tarea urgente pero es difícil, es difícil para el grueso de la gente sometida a las enormes presiones sociales que lo están rodeando. Cómo distinguir entre necesidades vitales, biológicas, y necesidades vitales culturales. Cuando en definitiva estas, las culturales, tienen mucho que ver con la estima social. Y los individuos tienden a comer, alojarse y a vestir como lo hacen los sectores más privilegiados de la sociedad. Ese “siento” demostrativo está adelante de los ojos de la mayoría de la gente, que aunque no lo vea directamente se difunde a través de los medios y entonces ahí una tácita admiración en los hechos para muchísima gente. De los opíparos consumos de los sectores más privilegiados y naturalmente esto trabaja territorio adentro dentro de la conciencia de cada uno. Hay quienes opinan por el contrario, por el contrario, que este es el abecé de la democracia económica, que la gente tiene autonomía, que nadie lo obliga al consumidor que va, y cuando opta por cierto tipo de compra, hace una elección y eso es un dictado de la libertad y un premio a la lucha por la libertad y por la competencia. Naturalmente, hay una parte de verdad, porque no siempre el consumidor es un estúpido, ni cosa que se parezca, ni necesariamente todos se dejan manipular. Pero nos olvidamos de algunos aspectos que son esenciales, en primer término, es mentira, no hay para todos, no todos pueden consumir y por eso
ese consumo no es justo, porque muchísima gente queda y quedará siempre excluida. Pero por otro lado, la verdadera libertad exige tener capacidad de opción y ello significa que es muy difícil que el consumidor pueda tener esa información para poder optar. Frente a la luz de propaganda y de cosas que se dicen y de técnicas con que se presentan las cosas, creer que alguien tiene una libertad informada y objetiva para poder elegir es no ver la circunstancia por la que atraviesa, en realidad, la criatura humana. Hay quienes opinan que el mejor concepto es el de utilidad. Y que en definitiva, lo que genera mayor sensación de utilidad a la mayor cantidad de gente está indicando que es un buen consumo. En realidad, cuando nosotros analizamos nuestra conducta, frecuentemente veremos que consumimos o compramos un conjunto de cosas que al poco tiempo de comparadas quedan olvidadas en algún rincón. No estaban sujetas a ninguna necesidad. Más bien, sobre un consumo tapamos con el otro y así sucesivamente. Pero el concepto de que aún no todos pueden consumir es inapelable. Los consumidores necesitarían un cierto grado de asesoramiento ante de tomar sus decisiones. Pero eso no existe ni existirá. En todo caso el asesoramiento es a favor de vender. Por lo tanto de inducir a comprar. El hecho sustantivo y en el cual nos queremos detener, fuera de estas disquisiciones, que es, que anotamos por razones de tiempo muy fragmentadamente, es que quienes tenemos una definición vieja como el mundo, porque no se debe de tomar al pie de la letra la afirmación bíblica, pero cuánto contenido tiene aquella afirmación de que el hombre feliz no tenía camisa. Es decir, tenía poca cosa. Nos gusta mucho más la definición de pobreza de Séneca. Un pensador y un hombre muy rico en su época que terminó mirando la riqueza de soslayo, que definía que pobres son aquellos que precisan mucho. Porque quien precise mucho para vivir, demasiado, va a terminar esclavizando su vida. Y ninguna riqueza es más importante que la vida, y la vida significa libertad, y libertad significa antes que nada tiempo, tiempo disponible para gastarlo en aquellas cosas que a uno lo gratifican. Que a ti, querido oyente, puede ser pescar, para el otro puede ser jugar al fútbol, para el otro puede ser echarse abajo de un árbol o lo que fuere. Con ese tiempo libre, que no es una mercadería, tú haces lo que a ti moralmente te gratifica. Pero esto significa que quien vive excesivamente esclavizado por acumular bienes materiales frecuentemente no tiene otro camino que trabajar mucho, mucho y mucho y entonces vive la vida para trabajar y no la vida para vivirla.
No es que no haya que trabajar. Si uno no trabaja para mantener tu vida y la de tus seres queridos, es porque alguien trabaja u otros trabajaron para que tú puedas vivir sin trabajar. Y esto no es otra cosa que un burdo garronerismo, vivir de arriba. Pero el que todo el tiempo de la vida esté esclavizado para trabajar y trabajar, no ve ningún horizonte de vida. Porque la vida necesita libertades, es decir, tiempo para vivirla. Y esa elección de qué hacer con ese tiempo de vida que no es trabajo se llama libertad, y está muy pautado por las edades, por el tiempo, por la cronología de nuestra vida, en la edad juvenil perseguir el amor, la aventura y así sucesivamente. Pero los seres humanos que tenemos una vida corta para lo que quisiéramos, y digo esto por una afirmación muy evidente, la inmensa mayoría no quiere morirse y cuando algo jaquea nuestra vida luchamos desesperadamente por mantenerla. Y esta es la afirmación más rotunda de que la riqueza mayor es estar vivo. Y aunque esto pueda tener algunas patologías, es la conducta general de la gente. Pero estar vivo significa tener tiempo para la libertad, tiempo para gozar la magnitud de la vida que es una aventura y que se nos está yendo permanentemente. La esclavitud contemporánea se llama consumismo. Someter al individuo a que viva enteramente comprando y pagando cuotas y que salga de una aventura tras de la otra. ¿Para qué?, para que pueda existir la carrera de la acumulación. Es, pues, este, nuestro tiempo, que está jaqueado por esta gigantesca enfermedad de masa que termina siendo funcional a los intereses de la acumulación. Naturalmente, no son temas comunes ni corrientes, no tiene mercado, no van a tener mercado naturalmente, Y no va a faltar señores que planteen exactamente lo contrario. El alto consumo es la expresión de la libertad. Naturalmente esta es la enfermedad de la acumulación que también tiene sus álgidos defensores. Si en el otro dilema colocamos que el consumo desaforado de masas es imposible para el mundo entero, nuestra civilización, y es imposible por varias cosas, pero la más importante, que la naturaleza no resiste. No resiste indefinidamente la civilización del use y tire, porque naturalmente la naturaleza de la tierra tiene límites. Y no se puede agredir a la atmósfera permanentemente y no se puede sucumbir adentro de un basurero y no se puede despreciar al agua y no se puede despreciar el medio ambiente. Entonces nos damos cuenta de que la verdadera lucha ecológica es previamente política. Es de altísima lucha política, y que en definitiva lo que se llaman los honrados planteos de los mejores ecologistas, que hay que tenerlos muy en cuenta, en realidad apenas intentan mitigar las consecuencias de lo que significa esta, nuestra civilización consumista.
Aunque uno entienda algo y piense, vale la pena el esfuerzo de esta audici贸n.