Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición radial por M24 correspondiente al 13 de setiembre de 2013. Es un gusto saludarlos, amigos, por este espacio con el cual procuramos mantener alguna conexión con una audiencia que hace mucho tiempo en parte nos acompaña. Amigos, para ganarse la vida, existen un conjunto de actividades que los seres humanos realizan que en realidad no pueden calificarse ni de buenas, ni de malas, son inocuas, por lo menos cumplen la función de ayudar a vivir y esto no es poca cosa. Tal vez podrían clasificarse algunas que no hacen mal a nadie, aunque se pueda discutir y se discute su utilidad en un sentido u otro. Pero, por lo menos para nosotros, existen otras actividades con las cuales honradamente la gente se gana la vida y son por lo tanto fuentes de trabajo legales, absolutamente legales y que pueden sin embargo considerarse francamente nocivas. Es decir nos generan una opinión francamente negativa, adversa. Pongamos ejemplos. Tiende a extenderse por ahí una actividad online que significa que con una computadora desde el domicilio se puede jugar tranquilamente al casino, y con una tarjeta que se saca con facilidad para esos fines se paga o se cobra en mecanismos corrientes del mercado. Es como si pudiéramos instalarnos cada uno, en nuestro vestíbulo, un casino. Esto podrá ser jurídicamente legal y se verá, y todo lo que se quiera. Y seguramente como en cualquier actividad hay gente que se está ganando la vida, pero nosotros consideramos que es francamente nocivo, porque es meter el juego en el hogar, exponer particularmente a la gente joven a los peligros que significa esa plaga: la ludopatía, la dependencia del juego. Y que en definitiva estas cuestiones deben estar lo más lejos posible y, en todo caso, tener un rato de expansión o de aventura o de distracción de vez en cuando es una historia, pero tener un casino metido en el hogar, francamente, no nos parece recomendable. Pero sin embargo, se puede decir que cada cual es dueño de hacer lo que le parece, es dueño de sus actos mientras no perjudique a otro y que en definitiva esta es una actividad como cualquier otra y que como tal, no necesita ni control, ni regulación, ni nada por el estilo. Y este argumento lo puede tener gente muy sensata naturalmente. Y podemos discutir 10 días y seguramente unos tendremos una opinión y otros tendrán otra y no hay que asustarse. En la misma forma, honradamente, la gente que por ganar una comisión intenta venderle un viaje, o comprometer un viaje a una rueda de niños o niñas que están a… seguramente ni piensa, ni tiene ninguna maldad, ni nada por el estilo. Pero uno considera, tiene el derecho a considerar que en todo caso eso es un intento que hay que hacer con los padres, no con los niños, porque la niña que no pueda ir a Miami o a Europa para sus próximos 15 años, porque la familia no puede, está expuesta a recibir una frustración, cuando el planteo se le hace colectivamente a una rueda de muchachos de la misma edad. Y creo que no debemos causar esas heridas.
Yo sé que la propaganda sobre los niños está de moda, yo sé que rompe los ojos por todas partes cómo se trata de influir sobre la cabeza de los niños, a veces para ganar a los padres o para que estos tengan a alguien de gran peso que, dentro del hogar, los está condicionando. Sí, el afán de vender no tiene límites. Bueno, se podrá pensar: “ah, la libertad es libre, cada cual sabe lo que hace”. Bueno, yo considero que es nocivo, que es nocivo el uso de esos recursos por más legales que fueren. Y cada cual tiene su criterio. Y bueno, para eso sostenemos que el Uruguay, con todos sus defectos, es un país donde cunde la libertad. En otro orden de cosas, queridos oyentes, todos sabemos cierta vocación que tenemos los uruguayos que nos viene… es inmemorial… si se hace una encuesta con la gente joven se va a ver que mucha gente quisiera ser empleado público. ¿Por qué? Por seguridad más que nada, por seguridad ante las incertidumbres de la vida. A veces, a los que logran ese empleo les pagan poco o les pagan un poco más o les pagan bastante bien, pero el problema es la seguridad. Este es un hecho innegable. ¿Por qué? Porque cuando ha habido crisis en el Uruguay —y hagamos un poco de memoria—, lo que pasaba en 2002, miles y miles de trabajadores perdieron su trabajo, otros fueron al seguro de paro. Y perdieron porque la crisis económica hizo desaparecer un montón de empresas, otras quebraron y otras tuvieron que reducirse. Sin embargo, en el medio de esa crisis, que fue colosal, si bien por un lado cientos de trabajadores se quedaban sin trabajo —y yo recuerdo que el principal pedido de la gente allá por el 2005 en campaña electoral era trabajo, trabajo y trabajo —, los funcionarios públicos permanecieron en sus puestos todos, cobraron su sueldo en fecha. Y todavía más, la Intendencia de Montevideo, a la que le bajó la recaudación, tenía dificultades para cumplir con lo que había acordado con los trabajadores y terminó perdiendo un pleito y tuvo que pagar en la vuelta del tiempo, porque los convenios —según laudó la Justicia— se hacían para cumplir. Lo de la crisis, de la baja recaudación, etcétera… Ah… andá a llorar al cuartito. Entonces, el pueblo uruguayo no es bobo, no es tonto, siempre ha perseguido el empleo público por tener esa ventaja, esa seguridad. Y no está mal y no es ningún defecto. Es una tendencia humana. Es humano que cada cual busque su pan y busque su seguridad y busque su refugio. Ahora bien, como la naturaleza cíclica de la economía la hace inestable, en las sociedades se han inventado mecanismos para amortiguar, no para eliminar estos ciclos, como los seguros de paro, como esas cuestiones que tratan de ayudar en el seno de la actividad privada. Pero todos los trabajadores privados están a leguas de tener la seguridad, no otras cosas, la seguridad que tienen los públicos. Y sería una bueno que lo reconociéramos. Y esto es una enorme ventaja que tienen los trabajadores públicos. Por lo demás, los trabajadores públicos son como cualquiera, como el resto de los trabajadores y de los humanos que vivimos en este país. Hay muy buenos y responsables trabajadores. Hay muchos otros que acompañan y que siguen a estos trabajadores que tácitamente tienen un sentido de pertenencia a la función pública, hay muchos que los acompañan, y existen algunos que no hay forma, es un milagro lograr que trabajen. Algunos hay. Pero eso pasa en todas partes.
Y obviamente no es responsabilidad de los trabajadores. Eso es una consecuencia, por un lado, de la demagogia del sistema político a lo largo de décadas, pero, por otro lado, del uso abusivo en materia de derechos que permiten las enormes seguridades que para bien de la gente tiene el Uruguay, esto es paradojal. Las seguridades que se le quiere dar a todo el mundo en este país sirven para que, bueno, a veces le mintamos al médico y tengamos un dolor que no es dolor, pero no queremos ir a trabajar, y por ahí fuimos. Y tantas agachadas que usamos comúnmente los uruguayos. ¿Que eso no existe? No existe para el que no lo quiere ver. Existe de todo en la viña del señor, notables trabajadores, otros que acompañan. Yo recuerdo a aquel Presidente que decía: “yo hago como que les pago y ellos hacen como que trabajan”. No, yo no soy tan así. Recuerdo bien cuando entré al Ministerio de Ganadería y Agricultura, que si no me da la mano un contador que estaba por irse, ya por retirarse con los años cumplidos, y que no era de mi partido, era de un pelo… y qué mano nos dio para formar el presupuesto que había que presentar. Y el hombre lo hacía por su devoción y su compromiso con el Estado. Los hay brillantes y notables por todos los rincones y las esquinas, son en general los que menos gritan y los que más trabajan, con una conciencia de servicio público. Y hay otra gente que, según venga la corriente sigue o… y hay algunos… recuerdo una señora… un ejemplo notable... en dos años y medio jamás la pude pescar trabajando. Pero es lo que tenemos, los uruguayos somos así, no tenemos que asustarnos por esto. Así como existen bienes públicos que hay que fomentarlos y multiplicarlos, también existen males públicos que son hijos de nuestra historia, de nuestra tolerancia, de nuestra parsimonia, y que tenemos que darnos cuenta que los tenemos que ubicar, que tienen responsabilidad difusa, porque a veces se arrastran culturalmente como aquello… cuando entra alguno medio nuevo: “m’hijo, mire que acá no se trabaja así”. Todo eso existe. Pero eso es parte del Uruguay, de nuestra cultura, de las cosas que lentamente tenemos que superar. Pero las debemos conocer, no debemos vendernos la píldora, ni debemos enojarnos tampoco; tampoco las vamos a superar así como así, con facilidad, porque estas cosas suponen superación cultural. Si el país globalmente funciona mejor, a la gente se la sirve mejor. Y si a la gente se la sirve mejor, a la larga esa gente va a producir más beneficios para todos. Una sociedad tiene una honda interdependencia, uno puede desarrollar el costo país, esto, el otro. Claro, para criticar es muy fácil, el problema es cuando se está. Pero no sería recomendable que nos engañáramos a nosotros mismos. Ahora, no se acostumbra a llamar a las cosas por su nombre, sobre todo desde la política. Se prefiere… y uso la palabra política en un sentido muy amplio, muy amplio, tiene que ver con las relaciones humanas. De todas maneras nunca superaremos lo que no tenemos la honradez intelectual de ver. Y el peor ciego que hay arriba de la tierra es el que no quiere ver.