AUDICIÓN RADIAL DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, JOSÉ MUJICA, POR M24, DEL 1.º DE MARZO DE 2013 Amigos, por encima de nuestras circunstancias, de nuestros escenarios, somos parte del mundo y cada vez es más fuerte la determinación que cae sobre nosotros como nación, como pequeño país de las coordenadas por las cuales se mueve nuestro mundo. La interrelación creciente, la interdependencia creciente, el peso formidable de las comunicaciones, la volatilidad financiera que se mueve por el mundo, la permeabilidad del comercio mundial van moderando a los tumbos un tipo de civilización que muy probablemente va a ser enormemente distinta a la que nos toca vivir hoy. Nuestras descendencias van a estar embebidas de inteligencia digital, de comunicación al instante a larga distancia, de métodos de consulta que hoy apenas imaginamos. Ese mundo de explosión tecnológica está allí. Y uno debe pensar que la evolución de la tecnología y del conjunto material que rodea nuestra formación como individuos, inevitablemente, va a ir influyendo para bien y para mal; las dos cosas, porque no existe lo perfecto. Va a ir influyendo crecientemente en la forma como viven y se organizan las sociedades en el futuro. ¿Por qué digo esto? —en todo caso no tendría mucho sentido práctico; es apenas una contemplación a distancia—. Digo esto porque hay algo que está pasando en estos momentos, en este mundo interdependiente, que es para ponernos en alerta, muy en guardia. ¿Por qué? Porque ya no cabe duda de que los acuerdos bilaterales entre países y a veces entre conjuntos de países van a sustituir —están sustituyendo a la carrera— los intentos de reglas comerciales de intercambio de carácter mundial. Es como un decir adiós a los sueños de la Organización Mundial de Comercio (OMC), adiós al sueño de un mundo sin mayores barreras de todo tipo en el intercambio comercial, y más bien, al parecer, el mundo camina hacia acuerdos de conjuntos de naciones que van a disputar condiciones preferenciales frente a otras. Por estos días, el Presidente norteamericano informó al mundo sobre la voluntad política de Estados Unidos de discutir rápidamente las posibilidades de hacer un gran espacio más o menos de libre comercio hasta donde puedan, pero “in crescendo”, con la Comunidad Económica Europea. Y todos sabemos que semejante acuerdo implicaría en el mundo de hoy dimensiones de carácter colosal y seguramente crecientes dificultades para penetrar en esos mercados para aquellos que estamos fuera de esos acuerdos. Como algo de esto pasa por otras partes, ahí está la Comunidad del Pacífico, y ya a partir de ese anuncio al parecer se mueven todos los tableros con rapidez. Al parecer hay terror a quedarse solo, y nos aparece algún ofrecimiento de Asia, de un país industrializado como Korea del Sur muy interesante, pero nos aparece para el Uruguay, y tenemos el dilema del MERCOSUR, y aparece una oferta para el MERCOSUR, de la Federación Rusa, y el conjunto de países que componen ya un acuerdo con esa región del mundo, todos descendientes de la antigua Unión Soviética. El empezar a discutir un acuerdo de libre comercio con el MERCOSUR es una cosa compleja, pero naturalmente hay que considerarlo. Pero no podemos ni debemos engañarnos, que en los últimos años el MERCOSUR ha quedado muy estancado, con crecientes dificultades
de comerciar entre sus socios, y más que hacer un mercado común apenas en los hechos se es una mala unión aduanera, y aunque existe voluntad bilateral manifiesta, que creemos que se irá concretando con Brasil, la verdad es que en el todo MERCOSUR tenemos dificultad de carácter paquidérmico para poder avanzar y en lugar de aumentar la fluidez de nuestro intercambio, lo que aumenta son los obstáculos. Hay una discusión inevitable dentro del MERCOSUR: cuál es nuestro destino, porque tenemos que mirar el mundo entero y naturalmente hay una discusión de destino y de rumbo acá en el Uruguay; porque tenemos que luchar por la integración, y tenemos que luchar porque es el gesto y el paso racional más conveniente: la integración con nuestros vecinos, pero como dice cierto dicho bastante vulgar: para bailar se precisan dos, y tiene que haber voluntad política en el marco de la región. Y es esto lo que está en cuestión. Por eso los rumbos que al parecer tiende a tomar el mundo después se van reflejando en la fluidez comercial y la fluidez comercial, que ha aumentado muchísimo a pesar de los obstáculos en estos años lo ha hecho a caballo en gran medida de nuestras ventajas naturales y del impacto que ha significado en el mundo el desarrollo asiático, particularmente de China. Ese comercio, que en muchos frentes se ha multiplicado en forma alucinante, que está haciendo que el Uruguay sea uno de los países de mejor ingreso per cápita de América del Sur, tiene también sus bemoles; porque buena parte de nuestro comercio típicamente industrial, aquel que no se asienta sobre los materiales generados en el Uruguay, aquel que transforma materia prima o insumos intermedios y que agrega valor tiene dificultades crecientes por un conjunto de diversas razones. Como nadie habla de resignarse a ser vendedores de materia prima, tampoco todo lo que vendemos son materias primas. Yo ya no considero que buena parte de las carnes uruguayas sean un commodity, por el contrario, son un producto de alto valor y calificación y lo serán cada vez más. Y esta es una herencia conceptual de no ver lo que está pasando en el mundo. De todas maneras, esas dificultades están presentes y determinan en gran medida el tipo de actividad económica que podemos desarrollar, el agregado de valor y también la calificación de nuestra gente, y con ello el futuro del valor del salario de buena parte de los uruguayos. No podemos permanecer de espaldas porque todo negocio de producir empieza por esta sencilla pregunta: ¿a quién le voy a vender?, y si le voy a vender a buen precio en el sentido que cubra todos los factores y deje un margen interesante. Esta preguntita última es decisiva para todo lo demás, y todo lo demás desemboca en esto, porque nadie puede hacer una inversión que no desemboca en trabajo que se vende, y ese lugar de ventas se llama el mercado mundial o algunos rincones del mercado mundial. Si el mundo empieza a hacer acuerdos regionales por aquí y por allá, naturalmente para aquellos que no estén dentro de esos acuerdos, se van a levantar y se van a multiplicar los obstáculos para poder comerciar. Y esos obstáculos después determinan lo que pasa internamente en el campo del trabajo. Este problema del rumbo del MERCOSUR, del podernos asegurar
mercados —y nadie regala nada en este mundo—, hay que convenir que cuando se dan ventajas, también hay que otorgarlas porque no hay cena gratis. Todo esto compone el escenario actual y es naturalmente de importancia decisiva. Por eso creemos que esta es una discusión que los uruguayos nos tenemos que dar sin alzar la voz, sin ofendernos, poniendo la mayor cantidad de razones y la menor pasión para evitar ofender; porque en última instancia, esto sí que es un problema de destino de la nación en el mediano y en el largo plazo. Como punto aparte de esto, quiero señalar otra tendencia del mundo de hoy que tiene naturalmente inevitables repercusiones en nuestro país. Ya no se puede dudar de que por todas partes el campo tiende a despoblarse y para bien o para mal al parecer la humanidad ha decidido concentrarse cada vez más en ciudades, ha habido cambios dramáticos. En los últimos 25 o 30 años, Brasil, que tenía el 70 y pico por ciento de su población en las áreas rurales, en apenas 30 años tiene ese 70 y pico por ciento de la población en las áreas urbanas, y esto ha sido una formidable ola migratoria. Nuestro país, con otras dimensiones, hace rato que todos sabemos que tenemos una superconcentración en el sur, que tenemos un campo muy despoblado y no podemos escapar a esta tendencia que es casi de carácter mundial. No entramos en el porqué y en las razones. Son múltiples, pero esto no se detiene con razonamiento. Hay que aprender de los pueblos que han evolucionado más y han enfrentado estos problemas y uno de ellos es que el campo, si se pretende retener alguna gente, crecientemente debe urbanizarse es decir, tener los servicios básicos que existen en la ciudad, cueste lo que cueste, porque nadie va a seguir viviendo en el campo si no puede tener una heladera, un televisor, las comodidades básicas y si no tiene forma de salir, de comunicarse con el resto. No va a vivir la gente como podían vivir tranquilamente nuestros abuelos, y esto hay que entenderlo. Los países que más han trabajado en este frente, como Alemania y, sobre todo, Francia, hace mucho rato que vienen subsidiando a la gente que habita con su familia en el campo; repito: que habita con su familia en el campo; con una urbanización, con caminos que llegan a todos lados, con buenas comunicaciones, con servicios que levantan en un ómnibus a los chicos y los llevan a estudiar a las escuelas, etc., etc. Yo creo que el Uruguay no puede escapar a esto, y tendrá que hacer esfuerzos en ese sentido. Tendrá que llevar una terminal a cada casa del interior, así como llevan la energía eléctrica, de alguna manera, aunque salga carísimo. Porque, sencillamente, durante mucho tiempo y muchas décadas hacia adelante vamos a seguir yendo a caballo de nuestros recursos naturales y de las exigencias del mundo. Un país agroexportador, tenemos que apostar a que cada vez sea más fino en su trabajo, más inteligente en su trabajo, más calificado en su trabajo, y que no reniegue, culturalmente, de lo que es, sino que lo haga con pasión, con entendimiento. Y esto implica, precisamente, que inevitablemente habrá que transitar por este camino, urbanizar el campo, urbanizar la vida rural, llevar las comodidades básicas que existen en la ciudad y en los distintos rincones del país, y esta es la honda modernidad que el país necesita. Claro está que, paralelamente, habrá que hacer un esfuerzo de calificación cultural, técnica y
hasta científica, con el interior del país. Todo esto viene de la mano. Hay una parte de las razones, no la única, una parte de las razones, de por qué muchísima gente de clase media rural se ha tenido que mudar a las ciudades, y es la educación de los hijos, que repercute de mil maneras, de mil maneras, en los costos de mantención familiar, en la cantidad de viviendas que hay que tener, en el ir y venir, en fin. Lo cierto es que este fenómeno, tan válido, termina alejando a veces a las familias del escenario principal donde está la batalla con la producción del campo y de la tierra. Decimos todo esto porque hemos estado discutiendo por un impuesto que tiene que ver con la caminería rural, pidiéndole, imponiéndole una colaboración, a 1200 empresas, de las más importantes en cuanto a la posesión de tierra. Pero en toda medida general seguramente que hay cosas que es muy distinto; no es lo mismo alguien que ha multiplicado su campo por el esfuerzo y ha acumulado hectáreas hijas de la rentabilidad y no necesariamente hijas de la renta. Hay acá una enorme diferencia de carácter conceptual: la renta de la tierra es un concepto económico que va unido a la historia y a la evolución de las sociedades; inequívocamente en el largo plazo tiende a aumentar, porque la tierra es un bien finito y las demandas de las sociedades y las poblaciones aumentan constantemente. Esa presión va determinando, junto al juego de otra serie de factores, ese factor imponderable llamado “renta de la tierra”, corazón de discusiones de las doctrinas económicas desde hace muchísimo tiempo, y característica única de los bienes inmobiliarios, particularmente la tierra. La rentabilidad es otra cosa, la rentabilidad es hija del trabajo humano y del riesgo, es la ganancia de la función de trabajar, de invertir y de arriesgar, y tiene, obviamente, sus márgenes, sus vaivenes, sus momentos florecientes y sus momentos de angustia, de desafío y de dolor. No queremos mezclar esto y sabemos que hay aún gente que tiene mucha tierra en este país, que en gran parte esa posesión es hija de la rentabilidad, del esfuerzo expresado con eficiencia a través de los años. Y pueden sentir que es un esquema injusto el pedirles o imponerles una colaboración. Otros, porque estamos en una época globalizada, porque sencillamente la gran potencia del norte está tirando unos 40 mil millones de dólares en papeles todos los meses, son los dueños de la maquinita, y los dólares se nos cuelan por todos lados y esa masa flotante busca lugares donde afincarse para no perder valor, para conservarlo, y de ahí la enorme influencia y la enorme diferencia que tienen, a veces, posesiones de tierra que hay en el Uruguay. No se puede hacer una ley para cada caso. Sería, si se pudiera, la forma más justa de elaborar estas cosas. Yo soy nada de fanatismo, nada de odio entre los uruguayos, nada de mezquindad. Aunque no se comprenda, el Uruguay, en su tierra, debe ser defendido por todos los uruguayos. Y tenemos que entender que algunos recursos tendremos que darnos, porque, en definitiva, a nuestra descendencia, a los futuros orientales, les podemos dejar un país que esté todo vendido, o un país que, en todo caso, se intercambia entre los que tienen el sello histórico de esta nacionalidad. Este es uno de los desafíos que nos está imponiendo el mundo contemporáneo. Pero quiero también, también, porque la tierra en el fondo es nuda propiedad de la nación y, como tal, debemos de procurarnos que sea. Con mucha razón, alguien fuerte y poderoso, con mucha tierra, y que la trabaja, ha dicho por ahí: “yo no vendo tierra, vendo trigo, vendo soya, vendo novillos”, y tiene razón, y ojalá que le siga yendo bien como hasta ahora, y si es posible que le vaya mejor, nada de mezquindades. Pero, lo cierto es que en el transcurso de la
vida, y la vida humana se va, se nos va todo, va a llegar un momento de la herencia, inapelablemente, y quienes van a heredar son los hijos de este señor que trabaja con tanta eficiencia, y ojalá que sigan su trillo, y ojalá que cuiden el morral, y ojalá todo eso. Nadie sabe con claridad cuál es el destino del futuro, de la conducta y del porvenir de nuestros hijos, pero ojalá que sea así. Ahora, ese plusvalor que significó el aumento de valor durante estos años del valor tierra lo va a heredar, precisamente, esa futura descendencia, y no la van a heredar los hijos de los peones que trabajaron en toda esa montaña de trabajo. Porque así son las leyes de la propiedad: las leyes de la propiedad determinan la propiedad de carácter individual. Entonces, convengamos por lo menos en una cosa, el valor está generado y está hecho aunque no se ejecute, aunque el buen hombre venda novillos, trigo y soya, y no venda tierra, como valor lo van a realizar la descendencia, y no la descendencia de aquellos que hoy no figuran como propietarios. Por lo tanto, está en el bolsillo, está en el bolso familiar ese valor hecho. Por eso le pedimos, en su momento, alguna colaboración para la urbanización del campo uruguayo, que es una necesidad. ¿A quién le íbamos a pedir? ¿Le íbamos a pedir a la clase media, a los pobres, le vamos a pedir a la ciudad? Nadie se tiene que ofender ni nos vamos a dividir, y nosotros respetamos toda decisión que tome el Poder Judicial en nuestro país. Eso no tiene vuelta, no se discute. Pero, moralmente, seguimos pensando lo mismo. Seguimos pensando lo mismo y seguimos pensando que la lucha por llevar enseñanza, carreteras, luz, comunicaciones al interior profundo es un deber de la época. Algunos nos han dicho “no se precisa tanta plata por año”, y nosotros decimos “es poca”. Hay una crisis de puentes en las profundidades del campo uruguayo, de pasos, de lugares. Cualquier puentecito sale 4 o 5 millones de dólares, y hay lugares en este país que hay que hacer 50 kilómetros más, un rodeo, porque falta un puente, o porque existe una calzada que deja pasar cuando hay sequía pero en cuanto llueva un poco se arma lío, y no s olo hay que sacar de las profundidades la producción; hay que tener las posibilidades de llevar una ambulancia de apuro, porque también la gente, la poca gente que vive en la profundidad del campo, se enferma, y tiene los derechos elementales de ser rápidamente atendido en su salud como la tienen otros en las ciudades. Tenemos que darnos cuenta. No solo es una cuestión de plata, es una cuestión de producción, es una cuestión de mínimo deber humano, si queremos que alguno se quede en el campo para avisar “¡mire!” —avisarle a la comisaría— “bajó un plato volador”, porque, hablando en serio, esto sí fuera de chiste, los medios tecnológicos, la productividad pueden sustituir, cada vez más, el esfuerzo humano, pero dentro de ciertos límites. Inevitablemente hay límites para ello. Siempre se va a necesitar la maquinita humana pensante que toma decisiones en un sentido o en el otro. El comando de la vida rural es el papel que tendrán que tener los hombres y mujeres que opten por vivir en el campo, y a esa gente tan esencial para el futuro del país —hay que entender que si los países industrializados y desarrollados fueron caminando hacia una verdadera política de subsidio directo e indirecto para que la gente se quede en el campo—, nosotros, que no podemos hacer subsidios, tendremos, sí, que resolverle los problemas mínimos de un urbanismo, comunicaciones, etc., que la gente reclama en la vida de hoy.