Palabras del Presidente de la República, José Mujica correspondientes al 1.° de noviembre de 2013. Un gusto poderlos saludar, amigos, por este espacio. Seguramente que quienes transitan por nuestra ciudad, allí frente al puerto, en esa esquina donde llegaban antiguamente los ferrocarriles, deben tener memoria de ese hermoso y vetusto edificio que es la Estación Central, que hace muchos años está abandonada, que se está deteriorando, que es, por su calidad arquitectónica, un verdadero monumento nacional que como tal se lo considera parte de nuestro patrimonio. Lo cierto es que ese edificio y sus inmediaciones están en un perfecto estado de abandono por la sencilla razón de que se arrastra un penoso juicio desde el año 2003, por asuntos que vienen de antes. Y ese juicio, en contra del interés del Estado, ya fallado en parte por la Justicia, establece uno de los más dolorosos abandonos en el quehacer jurídico en cuanto a la defensa del interés público, pero que tiene uno de esos resultados en el estado en que se encuentra ese monumento público. De pasar y pasar las cosas, a veces dejan de ser rutinarias y nos lastiman. Le estamos pidiendo a la Justicia el poder colocar allí —como en estado de vigilia, para cuidarlo, para cuidar lo que queda, para tratar de que no se deteriore progresivamente más, no solo por la dejadez, sino además por el vandalismo— un destacamento militar que lo cuide, una guardia militar. ¿Y por qué lo hemos hecho? En alguna medida hemos tratado de negociar lo innegociable, y quienes jurídicamente tienen un pleito con el Estado, de una severidad y de una cuantía que creo que no tiene antecedentes en la jurisdisprudencia, nos han contestado con cosas como esta: que están dispuestos a negociar porque en definitiva la cifra que se le pide al Estado es imposible para el Uruguay, imposible para el sentido común, imposible por sus dimensiones. Se nos pide un casino, poder hacer un casino; una zona franca; transferir el predio de la Facultad de Veterinaria; transferir el predio de la Escuela Naval, en definitiva, arrimar en bonos 2 mil millones de dólares, y un tipo de exigencia que nos deja, francamente, sin aliento. Seguramente que esto inscribe uno de los episodios más penosos de la historia del Uruguay. No pretendemos agotarlo en esta audición, pero estamos pidiendo, por lo menos, poder cuidar —y esperamos que la Justicia nos lo permita— lo que queda de ese edificio, más allá del destino que no sé cuál en definitiva podrá ser, en un país de derecho que tiene que respetar las decisiones jurídicas. Pero acá, por la vía del reclamo del lucro cesante, se cae en una cifra de fantasía, imposible para el Uruguay contemporáneo. Va a quedar absolutamente claro que, mientras permanezca este Gobierno, este asunto no tiene salida, porque nos negamos abiertamente a pagar siquiera
parte de la semejante fortuna que se nos exige, porque sería cargarlo al pueblo uruguayo con algo imposible. Es un asunto a todas luces penoso, que se inscribe en un capítulo y el capítulo es el de un Estado siempre mal defendido; un Estado que no negocia, como puede negociar un particular, y un Estado que parece inerte, pero tenemos que ver que, atrás de los juicios que pierde el Estado, está, en el fondo, el pueblo uruguayo que paga impuestos. Entonces la cosa no es tan inerte. De ahí la importancia que tiene este asunto y todo, absolutamente todo lo que lo rodea. Por un asunto de ocasión tengo que tocar otro tema. Los oyentes deben recordar que siempre he dicho que la historia alguna cosa enseña, y una de las cosas que enseña la historia es que siempre, siempre, desde tiempos de la colonia —y hay una obra formidable escrita por el año 30 de Pablo Blanco Acevedo sobre la lucha de puertos—, desde esa época los intereses porteños, los intereses que se anudan económicamente y políticamente al manejo del puerto de Buenos Aires, tuvieron siempre una actitud durísima, de oposición por todos los medios al puerto de Montevideo. Más, como lograron por momentos preeminencia política en el conjunto de las decisiones desde distintos gobiernos argentinos, a la hora de la verdad, buena parte de esos intereses, los Sarratea, los Pueyrredón, etcétera, prefirieron, a la hora de la verdad, en esta parte de América perder definitivamente una provincia, parte del viejo virreinato, pero sacarse de encima la eventual competencia de un puerto que los amargaba. Más adelante nos aplicaron por muchísimos años tácitamente lo que se llamó la doctrina Zeballos, que los que sean aficionados a la historiografía les procuro que la lean, que recién vino a cambiar en el campo del derecho cuando Perón, viejo y portador de una lección histórica, volvió al Río de la Plata y ayudó a conformar un tratado donde se nos reconoció que realmente existíamos también en el río. Pero ojo, quiero separar algo que puedo llamar la responsabilidad porteña, del concepto de argentinidad, porque en definitiva quienes conozcan la historia de esta región tienen que tener claro que cosas similares y peores padecieron también las provincias argentinas, y por algo la enorme disputa de federales y unitarios en esta región, que tuvo repercusión en la génesis de nuestra historia. Resumiendo, es una eterna lucha que en el fondo en estos tiempos de globalización, y cuando el mundo está creando bloques por encima de los países tradicionales, es una historia que debiéramos con inteligencia poder remontar, porque si es muy válido defender nuestro trabajo, el trabajo de cada uno de los ciudadanos que componen nuestras patrias, en realidad lo que tenemos que llamar hoy nuestra gente es todo el Mercosur y no un país aislado, por grande que sea por la suya. Más claro, en todo caso deberíamos defendernos frente al mundo todos como un conjunto, por toda nuestra gente, y
nunca caer en defender unos contra otros, porque esa política insular lo único que termina haciendo es, precisamente, perjudicar a la integración, hacer añicos el Mercosur, porque la primera pregunta es para qué lo hicimos. No acompañamos la visión de que un país en la defensa de los legítimos derechos de su gente tenga que afectar a otro del Mercosur, sino que debemos buscar salidas, salidas conjuntas y salidas de integración, de lucha complementaria, de juntar nuestra infraestructura, de cooperar muchísimo más entre nosotros. Pero, indirectamente estas políticas tienden a colaborar con aquellos que quieren que esta región del mundo sea librecambista, que sea una gigantesca feria de venta de mercadería y que en definitiva no integremos nuestra economía, sino que hagamos negocio. Frente al problema concreto solo voy a decir que trabajamos y trabajamos duro desde el primer momento, pero esto no se arregla por la prensa, ni mucho menos con gestos que son pour la galerie, por la apariencia. No hay ninguna solución de carácter inmediato, pero tenemos claro que tenemos que ir por todo. En todo esto hay muchísimo para perder con políticas de confrontación, pero ojo, obviamente que tiene mucho para perder el Uruguay porque es pequeño, porque naturalmente puede parecer que todas las que hay para perder son solo para el Uruguay. No, en el fondo de la cuestión, la política de confrontación a quien más va a perjudicar siempre va a ser a la República Argentina, pero obviamente también al Uruguay, enormemente, y sobre todo va a herir a la región. Lo que más nos preocupa, por encima de todas las cosas, es precisamente el trabajo, el trabajo de nuestra gente, pero nuestra gente es todo. Este es el punto de vista y la ubicación. Probablemente tengamos que recorrer el camino más largo, y suele ser el camino más largo, paradojalmente, el único posible o hasta el más corto. Pero nos estamos moviendo y nos seguiremos moviendo en todos, absolutamente en todos los terrenos, sin andar “boconeando” y sin hacer pamento.