Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición por Radio Uruguay, correspondiente al 6 de agosto de 2013. Es un gusto saludarlos, amigos. En un día triste porque, naturalmente, los sucesos de violencia de ayer, que le han costado la vida a un trabajador de la seguridad y otro está en estado peligroso, y ha caído uno de los hombres que ha delinquido, nos tiene que servir también, entre otras cosas, para pensar algunas de las razones de esa tendencia que en las sociedades contemporáneas, particularmente en las Américas —incluyo al norte y al sur y al centro — tiende a darse en este tiempo. Hace muchas décadas, un hombre al que se le consideró, en su época, el hombre más inteligente del siglo XX decía lo siguiente, y hablaba de la sociedad norteamericana: “El prestigio del gobierno ha recaído considerablemente, por las leyes de prohibición. Porque nada es más destructivo para el respeto al gobierno y las leyes del país, que las leyes que no pueden ser aplicadas. Es un secreto abierto, que el peligroso incremento del crimen está cercanamente conectado con la prohibición del cáñamo”. Esto lo decía, en su época, Einstein. Y se pueden anotar viejos testimonios al respecto. Más allá que se pueda concordar con Einstein o no, y no se puede trasplantar así como así afirmaciones genéricas; de todas maneras, cuando un hombre tan brillante hacía tales reproches al gobierno de su época, es bueno pensar que algún grado de razón podría tener. El hecho que es innegable… hemos recibido hace pocos días dos trabajos largos, decenas y decenas de páginas aportadas por la Secretaría General de la OEA, cumpliendo un pedido que hicieron los Presidentes en Cartagena sobre un análisis profundo, por un conjunto de técnicos sobre el problema de drogadicción y las múltiples consecuencias que se dan en múltiples frentes de nuestra sociedad. Dentro de esos trabajos hay afirmaciones como las que leo. “Estudios basados en tests biológicos en detenidos, han encontrado tasas muy elevadas de consumo y demuestran que la probabilidad de cometer un delito o de reincidir en la comisión de un delito es mayor en quienes consumen drogas. Sin embargo, el hecho que estas personas sean consumidoras regulares de droga no prueba que los delitos ocurran bajo la influencia de una droga o hayan sido motivados por la necesidad de consumir una droga. Pero no cabe duda que hay una relación entre delito, violencia y consumo de droga”. En otra parte de este trabajo afirma: “Mientras que la marihuana parece disminuir la agresividad, la cocaína puede llegar a estimularla
y el consumo de heroína está más vinculado a los delitos contra la propiedad que a la violencia de los usuarios”. Ninguna de estas afirmaciones puede tomarse como terminante, pero lo que es terminante es que estas adicciones cuando se transforman en patológicas están rodeadas de un ambiente que incrementa notablemente la agresividad y la violencia. En otra parte, y hablando de otras cuestiones, estos trabajos afirman cosas como esta: “El consumo de drogas podría considerarse tanto una consecuencia como una causa de la exclusión social. Este consumo puede provocar por un lado un deterioro considerable de las condiciones de vida. Por otra parte, los procesos de marginación social pueden constituir un elemento determinante para el consumo problemático de drogas. Al usuario —continúa diciendo este trabajo— problemático de drogas se le ve como una suerte de minusválido o de desviado social, generalmente asociado a la delincuencia, violencia, peligrosidad y amenaza para la sociedad, por eso el usuario problemático de drogas es excluido de los espacios cotidianos, de los espacios socio afectivos, de los espacios de integración social y, en múltiples ocasiones, incluso de los mismos programas de tratamiento para su propia dependencia. Esta exclusión dificulta la perspectiva de resiliencia y reintegración social. El estigma del drogadicto o de quien tienen antecedentes penales por consumo o tráfico de drogas opera negativamente sobre las opciones de acceso al mercado legal y de permanencia en el mismo y a diferentes servicios sociales y beneficios públicos. La sociedad reacciona de manera refractaria ante estas personas y tiende a discriminarlas y cerrarles las puertas de inclusión, a pesar de su voluntad a veces de rehabilitarse. El resultado final es un porcentaje importante de recaídas y reingresos, lo que limita en gran medida las posibilidades de superación de los problemas de adicciones y reduce sustancialmente la eficacia de la inversión, aún pequeña, que se realiza en ámbitos de tratamientos”. Amigos oyentes, estos problemas por desgracia están presentes en nuestras sociedades, porque atrás de ellos existe una tasa de ganancia impresionante, porque en el mercado de la drogadicción los adictos están, y ya he relatado por este espacio que el hombre, los seres humanos, solemos tener una conducta impropia, que va contra nuestra propia vida. Ahí está la historia del tacaco, ahí está la historia del alcohol. ¿Quién no sabe que efectivamente hacen mal a la salud? Y sin embargo los hombres reincidimos. Con estos fenómenos de drogadicción, pasándolos a la clandestinidad, tratando de no verlos y de esconderlos, lo único que aseguramos es un monopolio para los audaces que atrás de una tasa de ganancia inusitada, son capaces de jugársela, de violentar, porque en definitiva la conducta es de quien quiere ganar dinero
apresuradamente y está dispuesto a todo y, entonces, por ser un negocio clandestino, totalmente clandestino, no hay que cuidar ni la marca, ni los recursos ni nada y todo vale, pero esto va operando una degradación metodológica en el conjunto de la sociedad, donde la vida termina no valiendo nada. Es el extremo, llevado al extremo la filosofía “hacé la tuya y los demás que revienten”. Estos fenómenos que ya llevan un siglo de represión y que lamentablemente podemos resumir: el país debe estar gastando “entre pitos y flautas”, y en algún momento expondremos esto, más de 80 millones de dólares anuales, logrando una eliminación que en ningún caso ha pasado de dos o tres mil kilos de droga por año que se le prende fuego. Hace un esfuerzo económico enorme, arriesga vidas y en realidad los resultados positivos son enormemente —diríamos— ridículos con respecto al esfuerzo que se hace. Desde luego, no hay soluciones mágicas. Y también puede caber con mucho raciocinio, sí, pero si bajamos la guardia es peor. Y esa afirmación puede tener una parte de verdad. Por eso el Uruguay plantea: no vamos a hacer la política hipócrita que se está dando en algunas sociedades. Existen comercios por ahí, en California por ejemplo, donde hay pequeños talonarios con la firma de distintos médicos, que están colgados y entonces el usuario de marihuana viene y pide 50 gramos y anota en una de esas de boletas donde tiene la firma de un médico, y con la hipocresía de comercializarlo bajo receta medica, se trafica abiertamente. O en otro país, donde se sigue manteniendo la ley, pero se dio orden que no se cumpla. Creemos que todos esos mecanismos de mentiras legales son hipócritas. Y creemos que es útil llamar a las cosas como son. Hemos pensado que hay que ensayar un cierto margen de regulación para sacarle la clandestinidad a los miles, particularmente de muchachos que encuentran un escapismo hasta divertido. Nos contaban, el otro día, que en el partido del estadio se sentía la fumata por todas partes y al parecer no lo queremos ver, pero estamos regalando a nuestra gente a que tenga que concurrir a un mercado ilícito y no conocemos los que fuman alguna vez como un divertimento, y aquellos que definitivamente empiezan a caer en una adicción de carácter irrecuperable. No agarramos a tiempo a los enfermos porque estamos alejados de ellos, se los hemos entregamos a la clandestinidad. ¿Qué hacer entonces? Yo quisiera que todos estos pormenores intensamente se conocieran, se conociera que solo los presos que están ligados nos cuestan más de 30 millones por año para mantenerlos, pero lo peor es que la cifra tiende a crecer, y que es como dinero inútil que se está gastando. Pero quisiera además que se reflejara en que el año pasado contabilizamos cerca de 80 muertos
por ajuste de cuentas, homicidios, pero quisiera ademĂĄs que se viera que se desparrama la violencia como un uso y la crueldad en el seno de nuestra sociedad, como si la vida de los hombres no tuviera ningĂşn valor. Es muy duro este debate, pero como naciĂłn lo tenemos que dar.