Atlas eclécticos | teoría y praxis del paisaje

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teoría y praxis del paisaje

TEORÍA Y PRAXIS DEL PAISAJE IDEAS Y PRÁCTICAS CONTEMPORÁNEAS

Atlas Eclécticos por STEFANO BOERI Atlas eclécticos Actualmente, una serie de síntomas revelan que estamos al centro de un período de transición en las disciplinas de arquitectura y urbanismo. Gran parte de éstos síntomas son lingüísticos, por ejemplo la debilidad de nuestro vocabulario arquitectónico frente a la complejidad de los espacios urbanos contemporáneos: aún usamos palabras genéricas y vagas para denominar condiciones espaciales; palabras que “resbalan” sobre las cosas, incapaces de aprehender el verdadero significado de los nuevos lugares que se generan a nuestro alrededor. Pero no sólo necesitamos un nuevo vocabulario. Los síntomas de un padecimiento aún más profundo se encuentran dentro de nuestra cultura visual, en las maneras que representamos y pensamos la dimensión urbana. Si tomamos en cuenta estos síntomas visuales, muchas veces dejados de lado, tal vez sintamos una llamada más radical: una llamada hacia un nuevo paradigma en la conceptualización del fenómeno urbano. La distancia y el Caos Los satélites han forjado una creencia profunda en la arquitectura y urbanismo: para poder entender más acerca del territorio uno debe necesariamente ver más de él. Gracias a la proliferación de lecturas de satélite hoy podemos ver vastas porciones de espacio reducidas en pequeñas y sintéticas imágenes. También podemos ver más tiempo: imágenes “en vivo”, secuencias, ciclos estacionales, visiones nocturnas. Gracias a la fotografía infrarroja podemos ver ciertos fenómenos vitales que la topografía no puede capturar: flujos de tráfico, densidad de multitudes, migraciones anuales. A través de estos desarrollos, nuestros ojos han obtenido acceso a un punto de vista que la fotografía etérea y la cartografía temática, salvo en simulaciones, no habían podido proporcionar. Así, pudimos finalmente ver el estado real de las grandes metrópolis europeas, congeladas en representaciones de micro segundos. De repente, estas ciudades se volvieron irreconocibles. Muchos de las grandes regiones urbanizadas -las áreas metropolitanas de Londres, Zurich, Madrid, Milán, Atenas, la conurbación de Amsterdam-La Haya-Rotterdam, etc. – aparecieron como extrañas y amorfas figuras, sin ninguna división clara del campo, faltas de cualquier centro evidente o distinción aguda entre sus partes. Ya no vimos las grandes, compactas y delimitadas ciudades que se mantenían vivas en nuestra imaginación, sino sólo entidades indistintas, faltas de bordes y dispersas a través un territorio. Enfrentados con la imagen transfigurada de las ciudades en que vivimos, la conquista técnica se convirtió en un trauma epistemológico. Cuando vimos la desaparición de los límites de los distritos periféricos, todos enredados en un esparcimiento de objetos construidos en lo que anteriormente era campo y coagulados sin armonía a lo largo de las rutas; cuando miramos abajo hacia los centros urbanos exteriores tragados por una expansión sin límites; hacia los espacios abiertos cruzados por un tejido irregular de franjas construidas, comprendimos inmediatamente que las imágenes con que continuábamos representando la geografía de nuestro territorio se habían tornado inútiles, junto con las rígidas distinciones binarias con que describíamos (centro/periferia; https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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ciudad/campo, adentro/afuera, etc.). La democratización de una tecnología poderosa en la observación del territorio ha tenido el efecto paradójico de extender un sentido de impotencia entre las disciplinas que estudian el espacio habitado, al punto que incluso los investigadores más atentos que buscan explicar los fenómenos urbanos contemporáneos se han sentido a menudo obligados a evocar la naturaleza “caótica” de territorio y la imposibilidad de construir cualquier tipo de representación global. La retórica del caos se ha producido por las innovaciones en tecnología visual que nos ha traído cara a cara con imágenes tanto entorpecedoras como inquietantes porque no se pueden descifrar con los conceptos de nuestras enciclopedias y las palabras en nuestro vocabulario. “Megalópolis”, “constelación urbana”, “ciudad difusa”, “ciudad de dispersión”, “hábitat de bajadensidad”: éstos son algunos de los neologismos con que buscamos nombrar la entidad caótica que finalmente habíamos tenido éxito en ver, pero no en explicar. El Cenit de la Arrogancia Y sin embargo un paseo a lo largo de cualquiera de las grandes carreteras que entran o salen de nuestras ciudades debería haber sido suficiente para hacernos comprender que el territorio europeo – y en particular los territorios de ciudades europeas Sur – ha cambiado durante los últimos quince años: cuantitativamente y por sobre todo cualitativamente. Las novedades encontradas no habrían sido grandes edificios, distritos, o infraestructuras (carreteras, viaductos, vías de tren, galerías), sino una multitud de solitarias y aglutinadas construcciones: casas aisladas, hangares, centros comerciales, pequeños apartamentos, garajes de estacionamientos, edificios de oficinas. Un rango reducido de objetos manufacturados con los que uno se encuentra por todas partes, a menudo tirados juntos incongruentemente, unos contra otros. Construcciones modestas que están, sin embargo, bastante ocupadas con distinguirse de sus alrededores. Esparcidas, las construcciones heterogéneas son fragmentos diminutos pero expresivos de nuestra sociedad (la familia, el negocio pequeño, la empresa, la tienda, el club, y así sucesivamente), deliberadamente “desarraigadas” del suelo y negligentes de cualquier regla de interrelación. En pocos años y en medio de la indiferencia general de políticos y de la arquitectura sofisticada, una precipitación de objetos aislados ha literalmente desarmado nuestros territorios; esparciéndose a lo largo de las calles y fronteras de la ciudad más compacta; unificando centros urbanos distantes; subiendo cerros y rodando hacia abajo para sobreponerse en las orillas de playas y riberas. El caos estético producido por esta ola impetuosa de descoordinados temblores individuales exigieron una explicación que intentamos responder describiendo unidades mínimas, orígenes, modelos evolutivos y las leyes ocultas de una nueva ciudad compuesta de una multitud de objetos solitarios. Pero también al acercarse al territorio, el esfuerzo descriptivo (que ha producido unos pocos libros de muestras del kitsch urbano contemporáneo) ha permanecido prisionero de un antiguo discurso: la morfología cenital, la vista desde arriba, qué sólo atribuye un significado a las figuras que pueden expresarse de forma completa, con contornos visibles, bidimensionales. Es un paradigma para la conceptualización de espacios “nobles” que pone sus esperanzas en una “distancia” crítica entre el observador y el territorio como si esta “toma de distancia” fuere una condición necesaria para el conocimiento de fenómenos territoriales, a pesar de la reducción de subjetividad al observar una entidad impersonal, externa al campo de observación. Este antiguo paradigma cenital que en el campo arquitectónico fue re-fundado durante los años sesenta (fuertemente condicionado por el coiné estructuralista), ha cancelado completamente la dimensión de evolución en tiempo real, reduciendo la evolución de espacios a una dimensión de “historia”, dónde el cambio sólo se piensa en una sucesión de “cortes” históricos representado en una sucesión de mapas sincrónicos. El hecho es que el código de esta visión totalitaria es paradigma duradero y dominante que tiende a desplazar hacia el lado a los otros y a interpretar la irreductibilidad de códigos locales al caos. Pero aún más allá, el paradigma cenital a la vez engañoso, porque induce al observador a distanciarse del territorio y le da la ilusión de tener el mismo punto de vista impersonal y poderoso de las tecnologías de representación que emplea. Y es hipócrita, porque escuda al observador de sus responsabilidades; nos muestra la superficie de la tierra lejos, mientras nos dice continuamente que las leyes y reglas de los fenómenos que aparecen ante nosotros están en otras partes, detrás o “bajo” del espacio visible, en la economía, en la sociedad, https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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en estructuras profundamente subyacentes. Sin embargo no es de ninguna manera cierto que podamos completar la vista cenital de la nueva “ciudad difusa” simplemente agregando descripciones de la sociedad, de relaciones económicas e institucionales del territorio, hasta finalmente escapar de la retórica del caos. Al amontonar representaciones del territorio como si fueran capas planas especializadas, nunca lograremos comprender la esencia del espacio habitado contemporáneo: sus energías verticales, móviles y los paisajes físicos y psicológicos que la atraviesan. Tendremos “mapas” temáticos embutidos con información inútil y extremadamente ordenada, pero serán incapaces de sostener la naturaleza multidimensional y dinámica de los fenómenos urbanos. Diligentemente buscando las estructuras invisibles, subyacentes, capaces de darle orden a los fenómenos visibles en la superficie de territorio, descuidamos cualquier reflexión del hecho que el territorio contemporáneo está formado por tensiones multidimensionales que toman forma entre el espacio y la sociedad, y no se molestan en aparecer en el código de configuraciones morfo-cenitales que a menudo no exigen algo diferente de la apariencia. En resumen, para explicar el caos, un paradigma poderoso en herramientas visuales pero pobre en códigos interpretativos no es suficiente. No se le puede pedir que resuelva el mismo problema que ha creado. El pensamiento lateral A pesar de la fuerza de este paradigma “cenital”, debemos considerar la reciente emergencia de una actitud minoritaria y escéptica que se mueve en las sombras de este gran poder visual. Convencidos que la ciudad no es sólo una estratificación de “niveles de realidad” sino también un modo colectivo de concebir el espacio; persuadidos que cada fase de la evolución de la ciudad implica y exige un nuevo “salto” en su representación, esta actitud busca infiltrar las líneas del paradigma enemigo con pequeños actos de sabotaje. De pie en los hombros de un gigante, lanza continuamente arena en los ojos del gigante. En algunas partes de Europa esta actitud está produciendo una serie de “Atlas eclécticos” que proponen nuevas maneras de examinar las correspondencias entre el espacio y sociedad. Los textos son heterogéneos (informes, estudios fotográficos, descripciones geográficas y literarias, clasificaciones, informes de investigación, investigaciones cualitativas, ensayos y artículos, antologías y monografías, colecciones de planes o proyectos…), pero similares en su aproximación visual. Tienden a asumir la forma de un “atlas” porque buscan nuevas correspondencias lógicas entre entidades espaciales, las palabras que usamos para nombrarlas, y las imágenes mentales que proyectamos en ellas. Y tienden a ser eclécticos porque los criterios en que estas correspondencias son basadas son a menudo multidimensionales, espurios y experimentales. Esta variada familia de estudios e investigaciones no cree que el caos sea el reflejo de fenómenos externos, sino que es el efecto de maneras desgastadas de concebir el territorio. Los atlas eclécticos normalmente intentan construir representaciones con “puntos de vista múltiples” y así neutralizar el paradigma dominante. Atacan lateralmente, acercándose tanto al espacio físico como al espacio mental, porque creen en la existencia de conexiones profundas entre las formas de observar y las formas de cosas vistas. Miran los territorios habitados en busca de los códigos individuales, locales y múltiples que unen cada vez al observador y a los fenómenos observaron: la ciudad física, sus habitantes, y la “ciudad interna” de la persona que observa. Perplejos por la progresión lineal de la historia, prefieren usar más “maneras” para representar el flujo del tiempo en un territorio. Producen mapas provisionales e inconsecuentes en los cuales el territorio no se representa como un substrato mineral continuo o como una serie de capas de “cosas en estado estable”, sino como un tejido de configuraciones sinuosas y múltiples, que son reversibles y qué nunca comparten el mismo marco de tiempo. En confrontación escéptica con una mirada impersonal y sinóptica, estos atlas usan simultáneamente varios ángulos de visión para mirar el territorio: de arriba, pero también a través de los ojos de aquéllos que viven dentro del espacio, o de nuevas perspectivas imparciales y experimentales. Están particularmente preocupados en mantener la distinción entre la subjetividad del observador (nosotros quienes miramos el paisaje u observamos sus representaciones) y los simulacros de subjetividad incorporados a las tecnologías de representación. Despliegan la convicción que nuestra identidad precede la visión, que está “fuera de” la escena de la mirada. Diestramente entretejiendo puntos de vista, los atlas eclécticos proponen un pensamiento visual múltiple que abandona la utopía https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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de una visión omnímoda de un ángulo óptimo de observación. La característica más interesante de estos atlas eclécticos es que ellos parecen estar en sintonía con su campo de observación: usan una mirada ecléctica para observar un territorio ecléctico. Los atlas eclécticos experimentan en forma no sistemática con maneras “laterales” de mirar y representar el territorio. Estas aproximaciones convergen para formar algunas de las reestructuraciones temáticas mayores en cuanto a como observamos el territorio. En particular, estos acercamientos convergen la sugestión de cuatro miradas laterales, cuatro nuevas maneras de observar el ambiente urbano. Dentro del Espacio, pestañeando. La Mirada de Detective. “La Desaparición” es una obra de la artista y fotógrafa italiana Paola Di Bello. Muestra el mapa de metro de París a través de un puzzle compuesto de 350 imágenes que la artista hizo de los mapas de las distintas estaciones del metro enfocando la ubicación de la estación, el punto del plano dónde los usuarios ponían el dedo pensando ” Aquí estoy…”. Esta obra paradójica, dónde la vida diaria cancela los lugares a través de los cuales fluye más frecuentemente, sugiere que es posible tener un conocimiento global de un ambiente aún negándose de usar sólo una vista topográfica. Esta obra muestra un primer vuelco visual que se basa en un aumento considerable de la proximidad física del observador a su campo de observación. Es una invitación a entrar con el cuerpo en el espacio habitado para buscar los rastros que han sido dejados atrás por nuevos estilos de vida; para ver más viendo en pequeño. Donde quiera que vayamos encontramos los mismos edificios nuevos: centros comerciales, restaurantes drive-in, pequeños edificios de apartamentos, casas mono-familiares, y así sucesivamente; pero oculto tras la estandarización de los distintos territorios, hay un sin número de pistas que nos muestran distintos modos de vida, que aferrados celosamente a su identidad local, tienden a privatizar el espacio anidándose en sus pliegues. De hecho, los nuevos comportamientos sociales dejan en el espacio los rastros aún no absorbidos completamente por su dimensión física. Son rastros móviles y débiles que adquieren fuerza a través de una reaparición continua y repetitiva en espacios distantes. Son rastros cambiantes y provisionales que sólo pueden ser comprendidos por una mirada sensible y “rizomática”: la mirada de un detective que produce mapas locales, muestras puntuales, biografías de lugares, que produce la narrativa de un itinerario individual a través del espacio y no usa la representación para “distanciarse” del territorio. Tomemos el ejemplo de un grupo de casas esparcidas en una zona suburbana, una situación típica en los territorios de Europa del sur. Su representación en un mapa topográfico (cualquiera sea la escala de la representación) revela sólo una serie de figuras geométricas irregulares, indescifrables. Pero si nosotros observamos desde adentro, buscando las pistas que relacionan a los habitantes con su lugar de residencia, nos dirá mucho más. La inclusión de objetos y espacios inusuales dentro los confines del terreno (la taberna, la oficina, el jardín, los juguetes) puede indicar, por ejemplo, que el espacio de vida de los abuelos, que es más complejo que otros, se vuelve a menudo un lugar “central” para otros núcleos de una familia extendida, acostumbrados a vivir “independientes, pero cercanos” en una “ciudad difusa”. Y explica el “agrupamiento” de casas mono-familiares alrededor -es decir, a una distancia “calculada”- de la casa de los abuelos. Usando el punto de vista de detective podemos explicar en un grado bastante certero, la distribución en “forma de racimo” de casas mono-familiares. Esto porque la tendencia de que las familias se localicen en un área limitada es una condición previa indispensable para la comprensión de cómo se organizan los nuevos paisajes de vida urbana. El ojo detallado y vagabundo de la mirada de detective puede ayudarnos a descubrir un fenómeno paradójico: una esfera potencialmente dirigida hacia la homologación, dónde las nuevas construcciones comienzan a sobreponerse y cubrir las antiguas diferencias de las distintas zonas de la ciudad, pero dónde entra en juego un nuevo principio de variación en las nuevas construcciones; ya no una articulación interna de unidades pertenecientes a un área geográfica homogénea (como en el pasado), sino la inflexión de las características distintivas de un tipo de construcción esparcido al azar por el territorio: un nuevo mecanismo de variación que funciona como una inflexión interna para cada tipología de edificación, que acentúa y articula las diferencias entre los miembros de una familia de edificios. A partir de esto emerge la imagen de un territorio en el cual encontramos los mismos edificios y espacios por todas https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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partes, aún cuando cada vez que los veamos los encontremos caracterizados por su localidad y hechos únicos por la topografía, la exposición a la luz del sol, el uso del espacio abierto y las tradiciones familiares. Es la imagen de una sociedad capaz de usar un vocabulario “reducido” de edificaciones para representar, de formas sorprendentemente abigarradas, su arraigo en un lugar específico a partir de los muchos microcosmos de los que está compuesto. Observando el Espacio mientras cambia. Una Mirada Oblicua Un segundo vuelco visual promovido por los Atlas Eclécticos está relacionado con el concepto de cambio. Sugiere que nos concentramos en el movimiento que se produce entre espacio y sociedad y que se encuentra normalmente oculto por nuestros mapas: los flujos del territorio físico. Esta familia de Atlas Eclécticos no colecciona objetos o espacios, sino eventos físicos, “hechos urbanos” (una noción usada por Aldo Rossi en “La arquitectura de la ciudad”, Marsilio, Padova 1966). Para ver el espacio mientras cambia, es necesario “deconstruir” el paradigma cenital, sin renunciar a su poder. En vez hay que hacer un esfuerzo por personalizarlo mirando el territorio de las ciudades Europeas desde arriba, pero oblicuamente, fusionando el ángulo codificado de una axonometría con una perspectiva poéticamente arbitraria. A principio de los años ochenta, un pequeño avión voló largo por encima de la periferia de Copenhague, aproximadamente a doscientos metros de altitud. Del asiento del piloto, el arquitecto dinamarqués C.J. Christiansen tomó secuencias de fotografías con el eje óptico de la cámara a un ángulo ligeramente oblicuo. En esta rara enciclopedia aérea (publicada en 1985 bajo el título “Monument & Niche”), el ángulo casi axonométrico del observador que escrutó la edad y la consistencia tridimensional de los objetos sólidos, hizo posible que los espacios asumieran una densidad que también era temporal. Así se convirtieron en “hechos urbanos”, eventos espacio-temporales que dejan una estela en el tiempo y proyectan una sombra en la sociedad: las señales y los rastros del modo de habitación, del uso de los edificios, de su transformación a través de elementos gregarios. Para entender los distintos ritmos de evolución de la nueva nebulosa urbana, podemos usar tres aproximaciones. Primero, podemos leer – como en las olas – los movimientos de fenómenos urbanos que se producen en la tierra a gran escala; una perspectiva que necesita una vista cenital y nos sugiere reconocer la estructura social de las sociedades locales como si estuvieran compuestas por grandes grupos homogéneos. Usando esta aproximación, directamente relacionada con el paradigma visual dominante, podemos representar estas olas como una tendencia general hacia la extensión contra el estrechamiento de los procesos del uso del territorio. Una segunda y opuesta aproximación nos permite observar la multitud de temblores nebulares e individuales que provocan el cambio dentro del territorio urbano; este punto de vista necesita una perspectiva antropológica, capaz para reconocer el sistema fragmentado de decisiones (familias, empresas locales, intereses públicos…) qué atraviesan los contextos locales. Sin embargo ninguna de estas dos aproximaciones extremas nos permite observar los “modelos” de transformación. El descubrimiento de los principales dispositivos que conciertan estos pequeños temblores en grandes olas evolutivas necesita obligatoriamente una tercera aproximación: un acercamiento visual que apunte a compilar una lista de los modos de transformación del contexto material; una mirada lateral y oblicua que no sólo pueda ayudar a que veamos cómo los temblores individuales transforman el territorio, sino también podamos entender la asonancia, extrañamente evolutiva, que liga estos temblores. De hecho, desde un ángulo oblicuo, el territorio construido muestra su edad y fragmentación. Finalmente, vemos también en acción – en una acción colectiva – el calidoscopio de grupos sociales minoritarios que componen nuestras sociedades post-industriales, los pequeños y desarticulados temblores individuales que la forman y se extienden en su “huella”. Los fenómenos urbanos ya no nos aparecen como pegatinas que se pueden despegar una capa a la vez, sino como procesos evolutivos “completos” que se desarrollan entre el espacio y la sociedad según principios que son indiferentes a la geometría bidimensional, y por consiguiente indescifrables por imágenes satelitales y mapas topológicos. En una investigación hecha en el área metropolitana de Milán (S.Boeri, A.Lanzani, E.Marini, “Il territorio che cambia”, Abitare/Segesta, Milano 1993), se descubrieron seis “principios de desarrollo” determinados por comportamientos humanos y procesos de toma de decisión, nombrados a través de metáforas. En breve, si intentamos ver “tiempo en el espacio”, podremos https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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quizás entender que el territorio contemporáneo urbano reúne un multitud de temblores individuales y discordantes, dentro de algunos movimientos regulares – distintos en ritmo, duración e intensidad – de materia. Cada uno de estos movimientos regulares se reproduce en espacios diferentes y distanciados, y revela organizaciones específicas de las relaciones sociales y procesos de toma de decisiones. Así, detrás del caos estético aparentemente producido por la yuxtaposición incongruente de monadas atentas solo a sus propias trayectorias individuales, podemos observar la apariencia de un fenómeno completamente diferente: el enorme poder de unos pocos principios de orden. Interceptando la ciudad. Una Mirada de Muestras. Una tercera familia de Atlas Eclécticos propone una actitud de toma de muestras. La pregunta puesta en evidencia por esta familia de Atlas Eclécticos es cómo identificar el nuevo fenómeno urbano. De hecho, hoy en día las dimensiones efectivas de la ciudad no son de ninguna manera ciertas; ya no son mensurables según presuposiciones geométricas. La gran movilidad de individuos, la emergencia de muchos nuevos centros fuera de la ciudad tradicional (sólo es necesario pensar en los enormes complejos de hotel-centros de esparcimiento-centro comercial) y la difusión de la ciudad hacia el campo, han exportado el código genético de la ciudad hacia las áreas de baja densidad arquitectónica: la urbanidad se ha convertido en una calidad potencial a todos los lugares, no sólo debida a una proximidad a objetos manufacturados o a una contigüidad geográfica. Para poder representar esta inversión de las relaciones entre el centro y periferia, no podemos ya usar los mapas topográficos que reconocen una ciudad en base a la densificación de volúmenes construidos dentro de un perímetro claro. En vez de crear mapas que se exponen a imponer límites aproximados al área de una ciudad basados en algún simulacro histórico o jurídico, es preferible discernir los varios grados de urbanidad en un territorio atravesándolo con una mirada precisa determinada por los parámetros de un campo óptico, construyendo secciones longitudinales de territorio habitado y operando entonces en las diferentes “franjas” de espacio. Porque sólo organizando chequeos rigurosos, comparables y puntuales, u operaciones “en profundidad”, podremos esperar interceptar lo que ya no podemos ver. Normalmente, los Atlas Eclécticos persiguen este esfuerzo de dos maneras; proponen un método para tomar muestras de la complejidad de un fenómeno urbano para después, en las zonas seleccionadas, trabajar como “sensores”, interceptando las características de cada zona e intentando compararlas. En esta dirección, lo que se necesita es una mirada que opere a través de secciones geológicas, en lugar de distinguir áreas de superficie; una mirada desde arriba, pero una mirada móvil e itinerante que le devuelve la responsabilidad subjetiva al observador. Es una mirada preparada a interceptar la presencia de relaciones urbanas en lugar de reconocer categoría existentes -y esto, incluso en zonas fuera del perímetro histórico de la ciudad, aún en áreas que no construidas densamente. En la galería introductoria del Pabellón Italiano de la Bienal de Venecia, el año 1996, se presentó una memoria fotográfica del estado del territorio Italiano (S.Boeri, G.Basilico, Italy, Cross Sección os a Country, Scalo, Zurich 1998). En la sala las fotografías de Gabriele Basilico mostraban lo que había cambiado en seis segmentos, de cincuenta kilómetros de largo por doce de ancho, recortados pasando por los centros de ciertas conurbaciones importantes (Milán, Venecia, Florencia, Rimini/Riccione, Nápoles, Gioia Tauro), hacia el exterior a lo largo de un eje mayor. Seis secuencias de 150 imágenes mostraban un territorio saturado por una ola de objetos manufacturados similares pero solitarios de los cuales emergía un ambiente urbano con formas completamente nuevas, invisibles a una mirada gregaria y sinóptica. Estas secciones de territorio habitado fueron construidas estableciendo precisamente las coordenadas del campo visual (marco, profundidad de campo, velocidad de exposición, etc.) y para después barrer a lo largo del substrato mineral, como un sensor. Gracias a este método de exploración, fue posible realizar una suerte de deconstrucción de la representación antigua y duradera de las principales áreas metropolitanas italianas de ciudades jerárquicas y mono céntricas y re-evaluar los grado de urbanización desde adentro; comparar distintas tipologías de espacios habitados y reconocer diferentes ambientes habitacionales. La mayoría de estos ambientes contienen muchos de los rasgos de urbanización, aún no siendo producidos por crecimientos alrededor de algún nuevo núcleo o por la extensión de un https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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área urbana en las franjas sucesivas, sino por la anexión, aparentemente aleatoria, de un multitud de hechos urbanos solitarios creados según un principio de sobre-representación individual, colocados en el espacio según ciertas reglas de “relación a distancia” y contenidos dentro de ciertos modos recurrentes de transformación. Son las nuevas y extrañas ciudades en forma de nube que se extienden por el terreno, invisibles a los mapas topográficos, ciudades circundantes y abiertas, gobernadas por miles de principios de orden y privadas de un lugar central dominante, dónde un rango limitado de construcciones, creadas por modos recurrentes, prueba toda posible combinación. Franjas de percepción. Una Mirada Móvil. Finalmente, un cuarto vuelco visual sugerido por los Atlas Eclécticos, está dirigido directamente a nuestra identidad como ciudadanos erráticos de una nueva dimensión urbana. Ciudadanos móviles que están involucrados en una dimensión de ciudad de “relaciones a distancia”: por ejemplo, residencias a decenas de kilómetros de distancia del lugar de trabajo o estudio, que están a su vez a decenas de kilómetros de distancia del centro comercial dónde los miembros de la familia van el sábado de compras y a encontrarse con los amigos. Un espacio urbano dónde la proximidad casi siempre demuestra ser (con ciertas excepciones significantes, como el de relaciones entre el miembros de la familia) menos importante que la accesibilidad, y donde las distancias espaciales son moderadas por el tiempo que demora viajarlas. Un territorio, que alguna vez se subdividió geográficamente en partes enteras, circunscritas, hoy se está rescribiendo – no borrándose o retrazándose – por estilos de vida sumamente móviles. Lo que encontramos hoy son grupos de individuos móviles que a menudo cruzan los territorios urbanos y suburbanos como habitantes temporales y selectivos, redefiniendo el significado de los lugares. Usan frecuentemente los centros históricos como discotecas, las afueras de la ciudad como áreas de un nuevo tipo “naturaleza”, los barrios suburbanos como los “nichos” de partida y llegada de sus movimientos diarios. Sin embargo, estos nuevos estilos de vida móviles coexisten con los hábitos más tradicionales de una populación que, en su ciclo espacio-temporal diario, continúa moviéndose en áreas limitadas; una convivencia que forma una esfera en la cual las zonas antiguas construcción se alternan y mezclan con áreas ocupadas o colonizadas por un multitud de nuevos edificios. Para reconocer y representar esta nueva dimensión, los Atlas Eclécticos no prueban simplemente representar el nuevo perímetro de las ciudades, sino que prefieren profundizar más en el análisis de nuestra identidad como ciudadanos; trabajan a un nivel simbólico, mientras usan dos aproximaciones fundamentales. La primera apela a la agilidad de nuestro punto de vista como habitantes de la ciudad: la costumbre de usar consecutivamente en el curso de un día, las múltiples identidades que se alojan dentro de nosotros. De hecho, con respecto a un espacio, podemos ser alternadamente caminantes distraídos, conocedores curiosos, turistas de paso u ocupantes regulares. Unimos a menudo espacios diferentes y distantes – por ejemplo un centro comercial con centro histórico orientado al turista – sólo porque proyectamos los mismos códigos significantes en ellos (el “umbral” de un parque de estacionamiento, el interior artificial, el “bullicio” de un corredor comercial); recíprocamente, espacios contiguos y similares (un grupo de casas aisladas y un conjunto de talleres de comerciantes) nos parecen a veces incomparables, sólo porque los alcanzamos a través de las secuencias preceptúales muy diferentes. Pero al mismo tiempo, (y este es la segunda aproximación) es necesario entender cómo nuestra percepción de esta nueva dimensión urbana ha también cambiado la identidad de muchos lugares urbanos. Hoy día, muchos lugares en la ciudad contemporánea son sólo descifrables si uno considera las secuencias de paisajes urbanos a lo largo de las cuales se encuentran, puestas en una secuencia de una misma “longitud de onda”: “televisión, automóvil, suburbio, parque de estacionamiento, centro comercial, parque de estacionamientos, suburbio, automóvil, televisión”. Reflexionemos sobre la manera en que frecuentamos los grandes centros comerciales/de entretención esparcidos en nuestras ciudades. Llegamos directamente de nuestras casas, de viaje en automóviles a lo largo de autopistas a través de territorios suburbanos. En el parque de estacionamiento al aire libre, un breve pasaje a pie representa el único segmento exterior de la jornada. Una vez hemos dejado atrás el tiempo meteorológico y cronológico, entramos en grandes ambientes artificiales, donde el clima es controlado, dónde nos movemos formas ligeramente https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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diferentes. Cuando el tiempo subjetivo de nuestra visita se ha acabado, la misma secuencia de experiencias comienza en la reversa: la salida controlada, el total-externo del parque de estacionamientos, el automóvil, el flujo de paisajes detrás del parabrisas, el umbral de la casa… La capacidad de estos grandes contenedores de dilatar el tiempo atribuido a disfrutarlos (como si durara más que el tiempo que realmente los habitamos) y de sintonizar lugares distintos en una longitud de onda de percepción distraída hacia cualquier cosa que pase junto a nosotros (sea fuera de la ventana del automóvil o a lo largo de los pasillos del centro de tiendas) es sólo un ejemplo del poder de ciertas franjas de percepción que se repiten constantemente en la vida urbana contemporánea. Los lugares adquieren significado más en base a su posición en el flujo temporal de experiencias de vida, que respecto a su posición en el espacio geográfico. Habitamos la ciudad poniendo sintonizando un número limitado de éstos secuencias de paisajes, como en el caso de la trayectoria simétrica de nuestra casa a un centro comercial, o la secuencia automática (una sucesión continua de movimientos de “parar y seguir”) que atravesamos tomamos un tren o un avión. Son unas pocas secuencias recurrentes las que ocupan porciones cada vez más grandes de nuestro tiempo y o status como ciudadanos se debe en gran medida a la frecuencia y la jerarquía con la cual estas franjas de percepción se repiten en nuestra vida diaria. Nuestra identidad está cada vez más marcada por el montaje de lugares que componen nuestra errática experiencia cotidiana del territorio, que por el emplazamiento geográfico de nuestra casa. Viéndonos ver lugares En resumen se puede decir que los mapas producidos entretejiendo estas cuatro miradas “laterales” son intenciones de observar el territorio mientras cambia. Usando un pensamiento visual múltiple, estos mapas eclécticos nos ayudan a que reconozcamos el cambio físico en su acción contemporánea. Surgen de una creencia que muchas de las tensiones complejas que unen espacio y sociedad, habitantes y lugares, sólo asume una forma y un “peso” dentro de un flujo vital. Por consiguiente los nuevos mapas miran a la superficie de espacio para encontrar los rastros e indicaciones de los modos de habitar que son a menudo invisibles, mutables, y provisionales. Observan las distintas maneras en que los territorios de nuestras extensas ciudades están cambiando para así poder encontrar reglas o una estructura, por cuan débil y escasamente visible pueda ser, en las relaciones entre espacio y sociedad. Intentan entender estas relaciones y considerar sus distintos modos y ritmos de cambio, sabiendo que el espacio no es un metáfora de la sociedad (no refleja la transformación de comportamientos sociales directamente), sino que a menudo muestra – muchas veces tardíamente – sólo señales, rastros y pistas de ese cambio. Estos mapas están programadamente incompletos y eclécticos porque buscan acomodar una interpretación múltiple de la ciudad contemporánea qué, según esta lectura, no es caótica, sino que refleja dos fenómenos que hacen tal interpretación difícil. El primer fenómeno es la invasión de una multitud de objetos construidos solitarios y aglutinados que están producidos por circunstancias sociales individuales que ocupan marcos de tiempo diferente, difundidos a lo largo de todo el espacio habitado y anidado en sus pliegues, construyendo nuevos paisajes y modificando el significado de aquellos existentes. Éstos “hechos urbanos” estandarizados a menudo derivan de un modelo difundido -como la casa mono familiar en el centro del solar, el centro comercial rodeado por parques de estacionamiento, el centro histórico peatonal – más que de una tradición de edificación dada o de prácticas comunicativas arraigadas en la historia local. Es por esta razón que se ha puesto cada vez más difícil subdividir el territorio en partes que puedan ser identificadas claramente por su forma, por modos prevalecientes de habitación, o por valores simbólicos. La “gramática” de la nueva ciudad se construye muchas veces de frases elementales, en lugar que de declaraciones articuladas de tipos claramente discernibles. El segundo fenómeno es que los mapas eclécticos nos permiten ver la repetición, dentro y fuera de la ciudad compacta, de un número limitado de esquemas compositivos para esta multitud de fragmentos solitarios: el distrito de casas suburbano, la zona industrial o zona artesanal, el centro turístico… Éstos reflejan las pocas y simples dinámicas de interacción entre los sujetos que participan en la construcción de nuestro territorio y la organización de nuestra sociedad en subsistemas, por “minorías” que operan como microcosmos de auto-poiesis (la familia extendida, clanes étnicos y profesionales, comunidades https://teoriaypraxisdelpaisaje.wordpress.com/teoria/atlas-eclecticos/

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Atlas Eclécticos | teoría y praxis del paisaje

culturales, asociaciones de tiempo libre o de consumidores). Aún cuando sobrepuestas, estas dinámicas raramente entran en ósmosis; más bien, se reproducen sin la contaminación mutua, añadiéndose simplemente a un territorio que ya está lleno de rastros y símbolos de antiguos modos de habitación que están desapareciendo. En resumen, la “sintaxis” de las nuevas ciudades consiste en unas pocas reglas de organización y una multitud de frases; es un idioma empobrecido que hace un uso incesante de pequeñas partes de su abundante vocabulario. Mientras los satélites envían continuamente imágenes bidimensionales del caos estético que reflejan las ciudades del vigésimo siglo, de algunos puntos del espacio habitado recibimos imágenes menos presuntuosas pero mucho más ricas en información. Registrando lo que pasa entre el espacio y la sociedad, nos revelan un territorio dónde unas pocas reglas repetitivas organizan una multitud de edificios voluminosos, y donde éstos casi nunca constituyen figuras visibles “desde arriba”. El calidoscopio se ha vuelto la mejor metáfora para representar un espacio formado por una sociedad organizada a través de microcosmos introvertidos e incomunicantes. Aunque puede ser verdad que el punto de vista arrogante del impersonal paradigma cenital ha fijado las coordenadas para la concepción del espacio urbano del siglo veinte, la ciudad contemporánea parece exigir que aprendamos a verla nuevamente y que empecemos por aprender a vernos en ella, como individuos y como grupos. * Una versión corta de este texto fue publicada en el n°3 de Documentos, la revista de documenta X, Kassel 1997.

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