Diario de Ibiza, Salvar una vida, Pilar Ruiz Costa

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DIARIO de IBIZA

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Pitiüses

DÍA MUNDIAL PARA LA PREVENCIÓN DEL SUICIDIO u PRIMERA EDICIÓN DE LOS PREMIOS #PERIODISMORESPONSABLE QUE ENTREGAN LAS ASOCIACIONES PAPAGENO Y DE FA

Premio. La escritora ibicenca Pilar Ruiz Costa ha ganado la primera edición del premio #PeriodismoResponsable sobre el suicidio en la categoría local, reconocimiento que recogió el viernes 10 de septiembre, Día mundial para la Prevención del suicidio, en un acto que se celebró en CaixaForum, en Palma. El artículo premiado, ‘Saltar al vacío’, se publicó el pasado 12 de junio en Diario de Ibiza y posteriormente en otros periódicos del grupo al que pertenece, Prensa Ibérica, como Diario de Mallorca, Información o Levante-EMV. El jurado valoró el testimonio en primera persona de la escritora, la originalidad y la calidad de la redacción «ofreciendo una salida positiva al problema del suicidio». «Con un enfoque auténtico, Ruiz Costa pone en palabras un

testimonio íntimo y reflexivo de su propia historia de superación sin tabúes ni anónimos», destacan los convocantes del premio, la Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención del Suicidio Papageno y la Asociación de Familiares y Amigos Supervivientes por Suicidio de las Islas Balears (Afasib), que señalan que el objetivo es «distinguir a los mejores trabajos periodísticos que visibilizan el problema del suicidio y ayudan a salvar vidas». Pilar Ruiz escribe en estas páginas una reflexión sobre esta realidad que sigue siendo un estigma y un tabú, y sobre la que los profesionales consideran indispensable la labor de visibilización de los medios de comunicación y la toma de conciencia de los informadores sobre la importancia de tratar el problema del suicidio con responsabilidad.

Pilar Ruiz Costa recoge el premio #PeriodismoResponsable en el CaixaForum de Palma.

D. I.

Salvar una vida «Héctor Abad Gómez decía que todo ser humano necesita las cinco aes: aire, agua, alimento, abrigo y afecto. Además, es igual de imprescindible para sostenernos vivos un motivo, un propósito»

u

Pilar Ruiz Costa PALMA

n La semana pasada vi la genial

película ‘El olvido que seremos’ de Fernando Trueba. Narra la vida de Héctor Abad Gómez, el médico, profesor y activista de los derechos humanos colombiano

asesinado por los paramilitares en 1987. La película, basada en la novela homónima de su propio hijo, el escritor Héctor Abad Faciolince, muestra en una de sus escenas al personaje de Abad diciéndole cuando era un niño una de las máximas que el profesor repetía a sus alumnos: «Todo ser humano necesita las cinco aes:

aire, agua, alimento, abrigo y afecto». La frase me conmovió aunque, prácticamente enseguida, algo dentro de mí se percató de que faltaba otra cosa. Quizá no empezara por ‘a’ y rompiera la rima, pero a mi modo de ver, era igual de imprescindible para sostenernos vivos: un motivo, un propósito. Este propósito en India

se conoce como Dharma. Algo menos extendido en tierras occidentales que el popular Karma. Ya saben: la vida nos devuelve aquello que hemos hecho a otros. Siembras y recoges. En cambio, el aquí desconocido Dharma en India es ¡tan importante! Que incluso, su símbolo, una rueda (también llamada Rueda de la Vida)

está presente en su bandera. Y esa rueda del Dharma significa el camino recto, justo, el don, el sentido por el que cada uno ha venido a la vida. Así, cada ser humano sobre la faz de la tierra seguirá por aquí rodando, vagando y sufriendo, reencarnándose, hasta que aprenda a hacerlo bien y limpie su Karma, pero también hasta que descubra qué narices ha venido a hacer a este mundo… y lo haga. u Que no nos engañen (más). Olviden todos los anuncios de vendedores de éxito en fascículos y autoayudadores. A veces, nuestro propósito en el mundo no se mide en acumular medallas, poderes, dineros y otros falsos triunfos…. A veces el éxito consiste en ser un buen médico, un buen profesor, un buen panadero. Consiste en coser las suelas de un zapato del mejor modo en que esas suelas pueden ser cosidas, poniendo en cada puntada la conciencia de que, algún día, han de sostener los pasos de alguien que merece nuestro mejor trabajo. Así de pequeño y así de grande es el Dharma. Tanto que, cuando uno lo pierde (llamémoslo en occidente no encontrar un propósito), es cuando se pregunta, ¡incluso! si merece la pena seguir viviendo... Para qué, para quién, por qué continuar vivo. Que levante la mano el que nunca jamás se ha sentido perdido. Y aunque el lector —ojalá— haya contado siempre con las fuerzas y las herramientas —que a menudo toman la hermosa forma de personas buenas a nuestro alrededor— para superar los momentos duros, uno puede intuir por dónde empiezan esos abismos que llevan a una persona a la terrible decisión de acabar con la propia vida. Todos conocemos, más que menos, las vidas arrancadas en esta nueva guerra de veinte años en Afganistán (que lejos de acabar, ahora ha cambiado de manos). Cientos de miles de afganos —en su mayoría civiles—, y miles de soldados en lo que los señores de la guerra denominan ‘daños colaterales’. Sin embargo, hay otras cifras que se callan en las ruedas de prensa y que revela el informe realizado por el Watson Institute, Costs of War (Costes de la guerra), que demuestra que las tasas de suicidio de miembros en activo y veteranos de las tropas americanas de guerras posteriores al 11 de septiembre es más de cuatro veces mayor que el número de muertos en operaciones de guerra. Hasta hoy, 7,057 miembros del servicio murieron en operaciones; 30.177, se suicidaron. De los soldados que abandonaron Afganistán con vida, hoy,


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Pitiüses

AMILIARES Y AMIGOS SUPERVIVIENTES DEL SUICIDIO (AFASIB)

SALTAR AL VACÍO Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

Artículo publicado el 12 de junio de 2021 en Diario de Ibiza

D

‘Performance’ sobre las jaulas que arrastramos.

17 se suicidan. Todos los días. Son apenas un ejemplo de las dimensiones de este drama tan grande como desapercibido. Pero también es un ejemplo de las veces en que podemos ver claramente que, aunque fue un suicidio, otro apretó el gatillo. Personas que enviaron a matar a otros, personas que han perdido la casa, el trabajo, las ayudas, la esperanza. Son las aes de Héctor Abad: el aire, agua, alimento, abrigo y afecto y también ese propósito que, en mi opinión, concentran los mínimos imprescindibles que nos sostienen y todos merecemos. Y hay personas ocupando cargos, con nombres y apellidos y el poder de garantizar esos imprescindibles que significan vivir dignamente. Como escribí hace tiempo en un artículo, ‘Saltar al vacío’: «Para que nunca confundamos la falta de sentido para vivir con la falta de medios para lograrlo». Que es lo mismo que decir que necesitamos de todos los gobiernos que pongan la rueda de la vida en su bandera. u Quienes sí la llevan son Papageno, la Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención del Suicidio y la Asociación de Familiares y Amigos Supervivientes por Suicidio de las Islas Baleares (Afasib). Ellos son los responsables del Premio Periodismo Responsable, creado para distinguir a los mejores trabajos que visibilizan la problemática del suicidio que este pasado viernes 10 de septiembre, Día Internacional de la Prevención del Suicidio, han cerrado su primera edición en un acto en el CaixaForum de Palma. Pero este premio apenas es la parte más visible de una ardua labor que también merece reconocimiento: la búsqueda de un cambio de actitud en las redacciones a la hora de afrontar el tratamiento del suicidio, con responsabilidad y sensibilidad frente al tabú amparado en el miedo a un falso efecto contagio. No soy nada im-

D. I.

«Hace mucho que creo con fe firme que lo que no se cuenta no existe, que las palabras te transportan a otros mundos» parcial en el asunto. Hace mucho que creo con fe firme que lo que no se cuenta no existe, que las palabras te transportan a otros mundos, son memoria, te acompañan, te instruyen, te hacen sentirte comprendido, comprometido. Y he tenido el inmenso privilegio de recibir el galardón local en esta primera edición de Periodismo Responsable por ‘Saltar al vacío’, un pequeño artículo publicado en Diario de Ibiza (y posteriormente también en Levante-EMV, Diario Información y Diario de Mallorca, entre otros medios de Prensa Ibérica). El reportaje ‘Suicidio: una decisión sin vuelta atrás’, emitido en Radio Nacional de España, se llevó el galardón correspondiente a medios nacionales. No soy nada imparcial en el asunto. Antes de la entrega de premios se celebraron dos mesas redondas en las que se compartieron reflexiones, experiencias y relatos conmovedores que me permitieron conocer en persona a sobrevivientes. Personas que estuvieron en el pico más alto del abismo, pero algo o alguien los salvó. También a otros que en el pedregoso camino de la vida han perdido a un ser querido, a un familiar, a un amigo. Y los unos y los otros —todos héroes—, ahora dedican su tiempo y un amor incuantificable por tratar de evitar que otros pierdan a sus hijos. No se me ocurre más maravilloso Dharma. Como pronunció uno de los participantes de las mesas, el compañero Javier Granda Revilla, en una de las frases del Talmud: «Quien salva una vida salva al mundo entero».

escubrieron a la madre de una amiga cuando intentaba saltar por la ventana. Una tragedia que podría haber sido irreversible. Con la salud cada vez más mermada, viuda y con los hijos y nietos mayores, les dijo que ya no les hacía falta. Automáticamente recordé a mi padre que, en sus últimos meses de agonía, alternaba los gritos de que le tiráramos por la ventana con los de miedo a morir. Y también, un poco, lo confieso, me tocó aquel resorte profundamente escondido en mis rincones de cuando yo misma traté de quitarme la vida. Como cualquier noche, bañé a mi hija de dos años, le di la cena, cantamos juntas su canción de dormir y después, me encerré en el baño. Mientras hacía lo imposible, no paraba de pedirle perdón porque sabía lo sola que iba a dejarla. Porque no estaría en su boda ni acompañándola cuando fuera madre. Porque no estaría para verla crecer ni para defenderla. Porque la abandonaba. Aquella pesadilla se fue diluyendo en el tiempo pero, sin embargo, dejó el poso de un miedo nuevo: el de si, quizá, alguna vez que tocara fondo, volvería a repetirlo. Si cuando ya no ‘les hiciera falta’ a mis hijos, si cuando ya no estuviera mi madre para sufrirlo y la vida me golpeara en exceso; si se juntaban deudas, decepciones y algún infortunio, volvería a encontrar en un baño el único interruptor que apague el dolor y la miseria. Me llevó entre uno y treinta años poder contestar un incierto «creo que no». Ha llovido mucho desde entonces. Estuve en la boda de mi hija y empujando con ella en un paritorio. Seguimos inventando canciones, ahora para tres y, por Dios, que la he defendido lo mismo que ella a mí y aun así ¡le he pedido perdón tantas veces…! Porque si sigo aquí, en este lado de la vida, es porque fracasé aquella noche desesperada. También dieron los años para pedirme perdón a mí también. Y me perdono con el mismo amor con el que me entiendo. Jamás osaría simplificar un drama así, pero sospecho que, detrás de muchos suicidios no está el querer morir, sino el querer dejar de sufrir y sufrimientos hay más que montañas. El mío tenía nombre y apellidos y mis iniciales grabadas en una alianza. Yo vivía, pero medio muerta, solo porque nunca llegaba a rematarme del todo. Eso sí que ahora puedo contestarlo con rotundidad: yo no quería morir, pero no tenía fuerzas para vivir aquella vida ni un minuto más. Perdonarme fue el único modo de dejar de sentirme la peor madre sobre la faz de la tierra. Entenderme fue reconocer que aquello, roto, desamparado, malherido, tocado y hundido, no era yo. ¡Todavía no lo era! Con una fuerza inimaginable, yo vine luego. No morir valió la pena. u Pero esta triste historia no es en absoluto solo mía y de mi hija. O de mi amiga y su madre. Según datos de la OMS, cada año cerca de un millón de personas se quitan la vida en el mundo. Solo en España el año pasado intentaron arrancarse la vida 8.000 personas. Más de 3.600 lo consiguieron. La mayoría de los hombres se ahorcan; las mujeres saltamos al vacío. Para la mitad de los

«Ha llovido mucho desde entonces. Estuve en la boda de mi hija y empujando con ella en un paritorio. Seguimos inventando canciones, ahora para tres»

que ya no están, ni siquiera era su primer intento, porque la tentativa de suicidio multiplica por cien las posibilidades de reincidir. Miren cuántas alarmas encendidas que no supimos ver. Miren cuánta angustia que no vemos. La Fundación Española para la Prevención del Suicidio alerta de que es ya la primera causa de muerte externa, duplicando a las víctimas de accidentes de tráfico y hasta trece veces mayor que las muertes por asesinato. Mis lectores más habituales saben que me gusta traer a estas páginas alguna reflexión. Lo siento, pero hoy no la tengo. Es más bien la necesidad de compartir que, a pesar de todo lo confesado —o quizá, precisamente, por lo que confieso —, tengo la certeza de que la mayor parte de los casos de suicidio se pueden prevenir y, por lo tanto, podemos evitarlos. Hacen falta políticas de salud pública que ayuden en la detección y a romper estigmas, pero también políticas sociales que cuiden que todos tengamos los recursos mínimos para vivir dignamente. Para que nunca confundamos la falta de sentido para vivir con la falta de medios para lograrlo. u Viktor Emil Frankl, el psiquiatra austríaco que sobrevivió a cuatro campos de concentración nazis en los que perdió a todos sus familiares, dedicó su carrera y su vida, precisamente a encontrarle sentido a eso que llamamos vivir: «Si podemos encontrar algo por lo que vivir, si podemos encontrar algún significado para poner en el centro de nuestras vidas, incluso el peor tipo de sufrimiento se vuelve soportable». También afirmaba que «el dolor solo es soportable si sabemos que terminará, no si negamos que exista». Por eso, creo que a nivel social, pero también en nuestros pequeños círculos, hemos de tejer una red de respeto, dignidad y amor; de manos que no te sueltan. Por si llega el momento en que no se es capaz de ver ese final, o que ese final no existe y entonces toca construirlo. Juntos. Que es lo mismo que saltar, pero para tomar impulso. @otropostdata

«Creo que a nivel social, pero también en nuestros pequeños círculos, hemos de tejer una red de respeto, dignidad y amor; de manos que no te sueltan»


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