Cuadernos japoneses [Avance]

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El viaje

Mentiría si dijera que todo empezó inesperadamente. Antes de pisar Japón por primera vez, en la primavera de 1991, yo ya llevaba al menos diez años soñando con ese país. Desde que comencé a dibujarlo, de manera casi inconsciente, en las páginas del que sería mi primer cómic: "Goodbye Baobab.” ¿Qué buscaba? Una pregunta que me acompaña desde hace casi veinticinco años. Desde entonces, ese lugar misterioso se me ha ido metiendo poco a poco bajo la piel. Experimenté vacíos y nostalgias que en los noventa me llevaron incluso a vivir allí durante un breve período. Este libro narra la persecución de un sueño, y la rendición ante la evidencia de que éstos son inaprensibles.

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Año1994. Gardenia House, apartment 101, Sendagi Ni Chome, Bunkyo-Ku. Estoy en TΔkyΔ, dibujando mis tebeos, con un contrato en el bolsillo con el mayor editor del Sol Naciente.

Uy, un sobre a mi nombre.

El nuevo número de “Comic Morning”, tal vez. Vivía en un pisito de catorce metros cuadrados. De vez en cuando observaba el ciruelo en flor desde mi ventana en aquella primavera japonesa. Bunkyo-Ku era un barrio muy antiguo, compuesto de pequeños edificios y plagado de templos y santuarios.

Protegían el palacio imperial de los espíritus.

Que, como todos sabemos, circulan de noreste a suroeste.

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El templo Tannoji, sus jardines, se convertirían en mi hogar.

Cuando me agobiaba, salía con un cuaderno de dibujo y buscaba algo de paz a la sombra de sus árboles.

Y, sumido en el silencio, me perdía durante horas dibujando o tomando notas. Europa, mi vida de siempre, se antojaba muy lejana desde TΔkyΔ.

Leía con placer “Yojokun”, un volumen antiguo escrito por un médico samurái que gozó de una vida larga y murió en 1714. Era un libro de preceptos útiles, irónicos y poéticos.

Tofu, tengo que comprar tofu. 11

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“La fuente de vida del cuerpo humano es el qi. Cuando alcanzas un estado de paz interior, conservas la salud fundamental; cuando estás en movimiento, la haces circular. Conservación y circulación. Si no posees estas dos características, tendrás problemas para cultivar tu qi.”

¡Ahí está!

El tofu lo vendía un hombrecillo que atravesaba en bicicleta las calles secundarias de mi barrio. Anunciaba su llegada con una bocina. ¡Ya tenía mi adorado tofu fresco!

Arigato gozaimasu.

Hai domo.

“La mente debería estar siempre serena, en paz, mesurada. La mejor manera de preservar el qi es no hablar de cosas inútiles.”

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Normalmente me desplazaba en metro. Cuando, en 1994, decidí tomar mi primer autobús, directo a Kodansha, llevaba ya varias semanas viviendo en el piso de Sendagi. En el autobús, al contrario que en el metro, no se lee el nombre de la siguiente parada, y uno debe encomendarse al anuncio del altavoz. Fueron once largas paradas en las que me repetía: “Como te equivoques, estás perdido. No hablas japonés, no sabes leer ni un ideograma, te verás reducido al estado de hombre primitivo, no sabrás dónde estás y para volver será un desastre.” Recuerdo que sudaba de la tensión. Y aguzaba el oído para descifrar esos sonidos guturales pronunciados con mucha ceremonia. Cuando por fin oí que la voz enlatada decía “Otowa Ni Chome degozaimasu”, me temblaban las piernas. Me apeé del 58. Había llegado.

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Japón se había convertido para mí en el cofre de los deseos, en una maleta llena de cosas de diversa naturaleza, pero, sobre todo, en el paraíso de los dibujantes. Embriagado por las viejas estampas japonesas, me adentré en ese mundo de símbolos aparentemente sencillos que ocultaban una sabiduría misteriosa.

Un dibujo ejecutado con rápidas pinceladas que parecían recalcar formas invisibles para el común de los mortales. ¿Cómo lo hacían?

“Las estampas del mundo flotante”, como se llamaban entonces, proponían un modo de ver la naturaleza inalcanzable para su época, contribuyendo así a construir un halo de leyenda que ha llegado hasta nuestros días.

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Además de los maestros venerados en Occidente (Hiroshige, Hokusai, Utamaro), había otros menos conocidos que ejercían sobre mí un poder hipnótico. Entre ellos, Sharaku, cuyos retratos de actores kabuki me dejaban sin aliento.

Tuvo poco éxito debido a su postura artística radical. Mmm...

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Pero antes, diez años antes, cuando se manifestó el mal de Japón, mis visiones eran otras. Yo dibujaba Japón en tiempos de guerra.

La era ShΔwa. En japonés, ShΔwa Jidai, que significa literalmente “período de paz ilustrada”.

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only yesterday‌

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¿Diga? Ésta es mi madre, en el abrasador verano de 1980, que pasé trabajando intensamente en Cerdeña, en la casa familiar, siguiendo el flujo de las visiones que se manifestaban una tras otra.

Igor, es para ti. Andrea.

Ah, hola, Andrea.

Aquí, dibujando, como siempre.

Una historieta nueva, ambientada en Japón.

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Hiro San, ha llegado el cargamento de carne de Okinawa.

Estibad la carne en las cámaras y no me molestéis más. Estoy oficiando el rito.

Hiro Oolong, al frente de las carnicerías imperiales niponas de Parador.

Un pasado que le gustaría olvidar.

Un dolor que se renueva.

Noches de insomnio escuchando a Mahler.

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ContĂŠ la historia de un hombre de cristal, a merced de sus obsesiones y morbosamente enamorado de la carne.

ÂĄLa carne!

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