Primeros capítulos "La historia de Pingru y Meitang"

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Rao Pingru en 1945, a los veintitrĂŠs aĂąos



Mao Meitang en 1943, a los dieciocho aĂąos



Título original: Pingru Meitang: wolia de gushi Ilustración de la cubierta: © Rao Pingru, 2013 Copyright © Rao Pingru, 2013 Publicado por acuerdo con Rao Pingru c/o Guangxi Normal University Press Group Co. Ltd, a través de Bardon-Chinese Media Agency. Copyright del mapa, la cronología y las notas © Éditions du Seuil, enero de 2017 Copyright de la edición en castellano © Ediciones Salamandra, 2018 Publicaciones y Ediciones Salamandra, S.A. Almogàvers, 56, 7º 2ª - 08018 Barcelona - Tel. 93 215 11 99 www.salamandra.info Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. ISBN: 978-84-9838-836-7 Depósito legal: B-705-2018 1ª edición, febrero de 2018 Printed in Spain Impresión: Liberdúplex, S.L. Sant Llorenç d’Hortons


Traducción del francés de José Antonio Soriano


Meitang y Pingru en 1948, un mes despuĂŠs de haberse casado



我讲的话每句都是真的, 每个故事都是真的。 关于过去, 那些画面都在我脑海中。


Cada palabra que he escrito es cierta, cada historia es real. Todas estas imรกgenes del pasado nacieron en mi mente.



Índice 1. Nuestros años jóvenes 2. El ejército 3. Un toque de carmín en los labios 4. De viaje, cogidos de la mano 5. Cruce de caminos 6. ¿Cuándo podré regresar? 7. Un día te fuiste

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Al hilo de las estaciones

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Cartas de Meitang a Pingru (1973-1978)

Cronología 356 Mapa 363 Notas 364


Con el tiempo, esos encuentros se convirtieron en recuerdos preciosos para ambos, pero en aquella época los dos vivíamos con la dulce despreocupación propia de la edad de la inocencia y carecían de significado para nosotros.


1 Nuestros años jóvenes


Pingru

Mi recuerdo más antiguo se remonta a cuando tenía ocho años y mis padres me organizaron la ceremonia del «despertar». Para celebrar un rito tan importante eligieron una fecha pro­ picia, como era de rigor. Llegado el día, los criados me hicieron levantar de la cama sobre las tres de la madrugada. Después de arreglarme, entré en la sala de recepciones. Todo había sido dispuesto con cuidado. Frente a la entrada, en la que aguardaban mi padre, mi madre y mi preceptor, había un retrato de Confucio. En el silencio de la noche, el resplandor de las velas acentuaba la solemnidad del acto y llenaba mi corazón de niño de una excitación emocionante. Sin embargo, lo que más me impresionó fueron los «cuatro tesoros del letrado», completamente nuevos, que había colocados encima de la mesa: el pincel, el papel, la barra de tinta y la piedra de entintar. El preceptor, al que yo llamaba «tío Wang Yin», pues su hija mayor estaba casada con mi hermano mayor, era el magistrado de rango más alto de la corte de Hunan y un calígrafo excelente. Guiando mi mano con la suya, me ayudó a trazar unos cuantos caracteres sencillos sobre un modelo impreso con tinta roja: «Supremo Confucio, señor de tres mil discípulos y setenta letrados...»1 Me hacía daño al presionarme los dedos, pero, dadas las circunstancias, no me atreví a rechistar. Como mandaba la tradición, guardamos con mucho esmero tanto el pincel que utilicé como los caracteres que tracé con el preceptor. En un lado del salón habían dispuesto comida y bebida preparada en 16


La ceremonia del «despertar».

especial para la ocasión, y cuyo aroma parecía atenuar la solemnidad de la ceremonia recién concluida. Tras picar algo, el preceptor me llevó a la escuela por las callejas, en las que ya despuntaba el día. El aire matutino era de una pureza glacial. Ese año, toda nuestra familia se había mudado a Nanchang, capital de la provincia de Jiangxi, donde mi padre ejercía como abogado. La casa en la que vivíamos estaba en Chenjiaqiao, que significa «puente de la familia Chen», un barrio no demasiado agradable. 17


TracĂŠ los caracteres siguiendo el modelo.

El preceptor me llevĂł a la escuela.

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Hoja de caracteres para repasar con tinta.


El cuenco de mi padre El cuenco de mi madre Después de entrar en la escuela elemental, era yo quien tenía que servir el arroz a mis padres en cada comida. De la educación familiar he retenido especialmente dos cosas: el respeto por la escritura y el respeto por la comida. No había que dejarse un solo grano de arroz en el cuenco, y menos aún permitir que cayera al suelo. «Cada cuenco de arroz es fruto del trabajo, cada prenda de ropa se cose con dolor.»

Acabamos allí por una conjunción de circunstancias curiosa. Una de mis tías, la hermana pequeña de mi padre, se había casado con un joven de buena familia sin saber que el hombre al que se había unido de por vida era de constitución frágil. Al año de casados, la dejó viuda con una hija recién nacida. A partir de entonces, mi padre trató a su hermana con una consideración especial. Cuando mi primita tenía cinco años, el día del aniversario de la muerte de su padre, al caer la noche, celebramos el ritual para invocar el alma del difunto. De repente, su vieja gobernanta, cuyo rostro ya era lo bastante aterrador de por sí, empujó a la pequeña hacia el interior de la habitación. «¡Vamos, mira! —le gritó—. ¡Tu papá ha vuelto!» La niña nunca se repuso de aquel sobresalto: perdió la razón y, aunque con el tiempo se casó y tuvo hijos, jamás encontró la felicidad. 19


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pie de las ilustraciones de la página anterior

Mamá me enseñó a lavarme la cara: «detrás de las orejas y el cuello». Cuando tenía unos diez años aprendí a lavarme la cara yo solo. La primera vez reduje el aseo a su mínima expresión: después de restregarme el rostro, dejé la toalla en su sitio y me dispuse a salir. Pero mamá no permitió que me marchara hasta haberme lavado bien «detrás de las orejas y el cuello». También me enseñó a escurrir la toalla: los chicos tenían que retorcerla en el sentido de las agujas del reloj y las chicas en el inverso. Si un chico se equivocaba de dirección, se reían de él. Conservo pocos recuerdos nítidos de las cosas que me decía mi madre, pero esa advertencia me sigue resonando en la cabeza.

Chenjiaqiao en los años treinta.

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Nuestra familia, sentada a la mesa [En el sentido de las agujas del reloj, empezando por la esquina inferior izquierda.] Mi padre, su primo, mi hermano mayor, mi sobrina, mi sobrino peque単o, mi cu単ada, mi so足 brino, mi abuela paterna, mi segunda hermana mayor, mi hermano peque単o, mi madre y yo.

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Mi madre nos contaba historias después de cenar.

Después de enviudar, mi tía había prestado ocho mil piastras, en calidad de socia, a un pariente cercano que quería invertir en un negocio. No sé si la empresa fracasó, pero el hombre, que nunca pudo devolverle el dinero, le dejó su casa de Chenjiaqiao en prenda. Como mi tía no podía encargarse del mantenimiento, se la alquiló a mi padre. Y, durante ocho años, ése fue nuestro hogar en Nanchang.

Todas las noches, después de cenar, mi hermano pequeño y yo, que éramos los benjamines de la casa, íbamos a sentarnos con nuestra madre en su cama para escucharla contar historias. La mayoría eran fábulas antiguas, con moraleja, como la del abnegado Min Ziqian,2 o leyendas, como la del «callejón de ocho palmos».3 Todavía recuerdo la expresión conmovedora de su rostro cuando nos contaba cómo Min Ziqian había suplicado a su padre que no repudiara a su madrastra —«si nuestra madre se queda, sólo pasaré frío yo; si se 24


«El hijo piadoso con su abrigo forrado de juncos.»

va, tiritaremos los tres»—, y también cómo se reía al explicarnos el significado de los dos versos del poema que había dado origen al callejón de ocho palmos.

Mi ciudad natal es Nancheng, también en la provincia de Jiangxi. En la antigüedad, pertenecía a la comandancia de Yuzhang, creada en la época en que Liu Bang fundó la dinastía Han, en el 206 a. C. Las murallas del casco antiguo habían sido erigidas en la orilla oeste del río Xu, que la atraviesa de norte a sur, y provistas de puertas en los cuatro puntos cardinales, por lo que la ciudad dispone de cuatro grandes avenidas: la del Este, la del Sur, la del Oeste —la más larga— y la del Norte. Nosotros vivíamos en la del Norte. Pasado el puente de la Paz, al este del río, ya en las afueras de la ciudad, las edificaciones eran menos abundantes y la actividad, más escasa. Una red fluvial densa, ramificada como los nervios de una hoja, riega el territorio del distrito, y la ciudad está rodeada de montañas muy verdes, las 25


Una calle de Nancheng en los años cuarenta.

más famosas de las cuales son Magu y Conggu. Un poeta de la dinastía Song cantó esos paisajes: De los verdes trigales se elevan cantos, el sur del río languidece en primavera. Desde la orilla del Xu llamo a un caminante, mostrándole a lo lejos el valle de Mayuan. A juzgar por este poema escrito en la época de los Song, nuestra región apenas ha cambiado: generación tras generación, en las vastas extensiones de Jiangnan (el «sur del río»), por donde corren ríos y cadenas montañosas, los perros han ladrado al oír el cloqueo de las gallinas y los barqueros han cantado mientras manejaban el timón de espadilla. El «valle de Mayuan» al que se refiere el poeta es el más 26


Mapa de la región de Nancheng [Empezando por arriba y en el sentido de las agujas del reloj.] Provincias de Anhui (amarillo), Fujian (gris), Guangdong (violeta), Hunan (verde), Hubei (azul) y Jiangxi (naranja, en el centro).

grande del macizo de Magu. Y, según la leyenda, fue allí donde Magu se retiró para entrar en la Vía. Esta diosa legendaria tiene el aspecto de una muchacha de dieciocho o diecinueve años, pero afirma que a lo largo de su vida ha visto el océano convertirse en campos de moreras y los abismos transformarse en desierto tres veces. Debido a esta leyenda, el valle de Mayuan siempre estuvo impregnado para mí de cierto halo de misterio. Pero, además, ese lugar tenía otro significado especial. En el interior del valle había cientos de hectáreas de tierras buenas, en las que se cultivaba una variedad de arroz llamada «perla de plata» o «arroz de agua fría». En su día, mi madre había adquirido allí una parcela de terreno en mi nombre, a la que sin embargo nunca fui. 27


Según mi padre, ésta tenía una superficie de algo más de una hectárea. En Mayuan había sido enterrado mi abuelo. Y cuando mi madre murió, fue sepultada a su lado, en una tumba un poco más pequeña. En 1958, las autoridades locales inundaron el valle para hacer un pantano, así que los «campos de moreras» se convirtieron realmente en un océano, y éste se tragó las dos tumbas.

La vida cotidiana de los habitantes de Nancheng siempre ha reflejado la vitalidad y la alegría que caracterizan estas regiones fértiles de la cuenca del Yangtsé. Mi abuelo lo expresó en un poema breve: De Ningzhou mi yerno ha traído té recién cogido; con el cuévano lleno de calabazas, A Gu cruza el río; por la noche los chicos salen en bote a jugar pues a la luz de las antorchas el tridente les gusta manejar. En nuestra tierra, las estaciones son muy diferentes. «Flor de primavera, luna de otoño, brisa de verano, nieve de invierno. Cuando texto de la ilustración de la página siguiente

Algunas especialidades del Nancheng de los años treinta-cuarenta Zongzi al agua alcalina Se elaboran con arroz glutinoso de primera calidad y agua alcalina mezclada con ceniza de paja de arroz, según una receta que no conozco al detalle. Como son grandes, se atan con un cordel y se sirven muy cocidos. El arroz, que adquiere así un tono dorado y un aroma delicado, se funde en la boca. Mojados en jarabe de azúcar moreno están aún más ricos.

Sopa de fideos de arroz Estos fideos de arroz blanco, finos y tiernos, se servían como acompañamiento de un caldo de carne o bien de una sopa de miso. Tradicionalmente se tomaban en cuencos poco hondos, donde se vertía un cucharón de fideos muy calientes y uno de caldo, además de cebollino y jengibre picados. Cuando te acababas el cuenco, te servías otro: para un joven en la flor de la vida, lo habitual era tomarse cinco o seis seguidos. Al encargado de la sala («camarero», lo llamaríamos hoy) le bastaba con sumar los cuencos vacíos para hacer la cuenta. Los fideos servidos así tienen un sabor diferente de los que se toman en un cuenco grande. Por desgracia, esta costumbre se ha perdido, como pude comprobar al volver a Nancheng en 2010.

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