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Santos Sanz Villanueva – Panorama de la actualidad productiva
Isaac Rosa
Tiza roja Seix Barral, Barcelona, 2020 413 páginas, 19.50 €
Panorama de la actualidad productiva
Por SANTOS SANZ VILLANUEVA
De la avalancha de narradores comprometidos que han surgido en los últimos años, en buena medida estimulados por las desastrosas consecuencias socioeconómicas de la crisis financiera de 2008, sigue siendo el sevillano Isaac Rosa el más valioso, y el más representativo de una nítida voluntad de denuncia. En buena medida –lo subrayé hace ya dos lustros largos en el comentario de su novela El país del miedo en el número 703 de estos Cuadernos Hispanoamericanos– por su alerta para reinventar el realismo social superando las fracasadas imposiciones doctrinarias de Zhdánov y de la estética soviética. En novelas admirables como El país del miedo (2008) o La mano invisible (2011) ha proporcionado una urdimbre metafórica al testimonio de actualidad. En otra línea bastante diferente, al menos en su expresión externa, se ha atenido a la intención de «pegarse al suelo», según él mismo explica el modo de su voluntad documental.
Lo noticieril de esta vertiente de la narrativa de Isaac Rosa tiene también una exigencia formal, la de responder desde una peculiar construcción del relato al empeño de mostrar las precariedades de la vida actual y, en buena medida, concienciar e incitar al lector a la acción. Hechos y situaciones cotidianos constituyen su materia prima y los sintetiza en piezas de corta extensión, en la medida que convencionalmente denominamos cuento. Su trabajo en este campo alcanza ya bastante amplitud y lo ha recogido, en parte, en varias compilaciones: Compro oro (2013), El puto jefe (2015) y Welcome (2016). Los tres delgados volúmenes, de muy modesta factura y presumible-
mente de limitada circulación, recopilan textos del periódico izquierdista La Marea, del que fue asimismo editor. Continuó esta labor mensual con piezas narrativas semanales de semejante planteamiento e intención en el digital de la misma tendencia Eldiario.es. Ahora reúne cincuenta textos de dicha procedencia en un volumen grueso, Tiza roja, en cuyo prólogo especifica su peculiaridad: no se trata de creación literaria pura –Rosa reniega del escritor romántico inspirado– sino imbricada en el tejido informativo del que forma parte. La ficción, explica, es una pieza más de la mirada crítica sobre la realidad que plantean esos periódicos y la amplía o la desvía por otros terrenos inhabituales.
No se trata, por tanto, de los complementos literarios con que la prensa, sobre todo en el siglo xix y a comienzos del xx, obsequiaba a los lectores, sino de algo muy distinto. Los cuentos de Rosa redundan en la lectura ideológica del medio y ello configura su ideación tanto en la temática, pues esta se halla vinculada a la actualidad en un sentido relativamente amplio, como en la forma, que buscar propiciar la concienciación del lector –si es que esta fuera necesaria en medios de sesgo bien preciso–, evidenciando por otro camino, el de la imaginación anecdótica, las circunstancias.
A partir de estos criterios, nada describe mejor Tiza roja que la forma utilizada por Rosa en dicho prólogo: «contar qué nos pasa», ceñido, de forma casi exclusiva, a lo que ocurre en el ámbito laboral, económico, de lo cotidiano y de las relaciones colectivas. Ese interés temático unilateral corre el riesgo de la monotonía y, al efecto de evitarla, procede el autor a agrupar los textos en bloques rotulados «Política», «Sociedad», «Sucesos», «Economía», «Ofertas de empleo», «Anuncios por palabras», «Ciencia y tecnología» y «Cultura y espectáculos», en paralelo con las habituales secciones de la prensa. Cierra un apartado de un solo relato: «Última hora (marzo de 2020)», que rinde tributo a la actualidad de estos días, la epidemia vírica. De todas maneras, los bloques periodísticos no establecen fronteras rígidas, los textos podrían figurar indistintamente en uno u otro, pues responden menos a grupos anecdóticos que a la intención de revelar la realidad de una manera otra.
El planteamiento general de Isaac Rosa consiste en un innovador tratamiento del costumbrismo crítico clásico. Su técnica radica en darle un sesgo inesperado a una situación común. Es como someterla al torcedor de un desarrollo imprevisto, amén de inventivo y, casi siempre, ingenioso. De modo ejemplar ocurre en la cena navideña de empresa que deriva de lo festivo a una asamblea reivindicativa. O en el entretenimiento amistoso y lúdico del amigo invisible, en esta ocasión entre compañeros de trabajo, que se manipula para que el regalo secreto dirigido a un directivo consista en un informe sindical contra los abusos de la empresa, lo cual hace que el progreso narrativo se dispare hacia un desenlace sorprendente, técnica clásica del cuento, muy ensalzada por sus más rigurosos cultivadores y que el autor practica con positivos resultados en la mayor parte de las piezas del libro.
Añadirle un apunte de extrañeza o excepcionalidad a lo habitual es recurso habitual en las historias de Isaac Rosa: sea en una escena común de estatuas vivientes, en una procesión de Semana Santa, en un postulante de ayuda en el metro, en un comercial harto de verse obligado a frecuentar hoteles, en la estampa de clientes de una lavandería pública, en la finalización de la jornada laboral, en el regreso al trabajo tras las
vacaciones, en las fatigas de un rider o en el empeño obligado de joyas. En todos los casos ocurre algo –no indico qué por no estropear al lector el fundamental efecto sorpresa– que trastorna la situación establecida y la manipula no por un prurito de ingenio del autor sino porque en esa ocurrente mudanza radica el mensaje. Y no empleo a la ligera el término mensaje, ya que el libro reposa en la transmisión de lecciones políticas.
La invención menos atenida a usos y costumbres y cercana al fantaseamiento y la pura inventiva también forma parte del repertorio narrativo de Isaac Rosa. De esta última cualidad participa el texto que da título al libro: unos enigmáticos números, que no se sabe ni quién los pone ni a qué se refieren, aparecen en el suelo de la madrileña Puerta del Sol y se expanden, como marea contestataria, por el resto del mundo. Vale bien «Tiza roja» para constatar el alcance político de las invenciones de Rosa: las cifras enigmáticas suponen una forma de protesta pública, imposible de reprimir y con tal éxito que «cada vez cuesta más encontrar tiza roja». El cierre de la historia, de un optimismo idealista, es invitación propagandística a la rebeldía. En la invención descansan otras historias: la que cuenta cómo las tiendas convierten las zonas de exposición en viviendas; la que relata el insólito caso de un empresario que paga mil euros de más a todos sus empleados cada mes; o la que explica que una empresa contrata a un payaso e impone la risa como requisito a sus trabajadores. También esta vertiente fantaseadora se encamina al objetivo señalado. Las habitaciones improvisadas en locales comerciales encierran la denuncia de la mansedumbre con que se acepta una situación inhumana y la imposibilidad de una mejora retributiva colea en el «veremos...» de los hijos del capitalista generoso, a quien quieren incapacitar por demencia senil.
Los cuentos aludidos indican el acotado campo de observación de Isaac Rosa, que tiene el valor de máximo signo distintivo suyo. La temática constituye una peculiaridad absoluta del narrador sevillano. Un recuento de personajes y asuntos concretos, reiterados u ocasionales, arroja el saldo siguiente: el trabajador (variedad de tipos de clases profesionales, no obreros industriales), la empleada de hogar, la limpiadora de hotel, el emigrante sin papeles, el miedo, la soledad familiar e individual (no metafísica sino condicionada por determinantes materiales), el trabajo precario, la alienación laboral, el despido, el paro, la explotación, el salario, el contrato leonino, la hipoteca inmobiliaria, el desahucio, el dinero, la regulación del empleo o la represión policial. Mención aparte merece, por su reincidencia, la atención que se presta a la empresa, a los criterios que la rigen, a su funcionamiento y al ambiente de temor que envuelve a los empleados.
El retrato colectivo pivota sobre una base de denuncia, según he señalado, y ello produce un testimonio generalizado y predominante duro, negativo, fiel a la realidad que representa. Lo recrea muy bien «Tengan ustedes un buen día», la aludida historia del trabajador que se desahoga en el metro refiriendo a los viajeros su triste vida. En él percibimos el grado alto de desesperanza que ha de llevarle a ese desnudamiento, el cual confiesa con menguado consuelo el propio protagonista y narrador: «Estamos todos cansados, y nos alivia compartir el cansancio. Es que hay algo que duele, y no nos lo guardamos ni un día más». Testimonio amargo se desprende de los monólogos en lenguaje de signos entre dos mujeres vecinas; o de la dureza de la aceptación como
un espacio propio del lugar que el narrador ha conseguido en la tienda reconvertida en vivienda; o en el rictus, más que risa, que manifiestan los empleados obligados a exteriorizar alegría; o en la impotencia de los trabajadores que no ven la hora de salir; o en el fracaso vital y emocional de saber que el oro y las joyas empeñadas serán convertidos en fríos lingotes, y otros casos más.
Esta selección realista tiene como consecuencia el efecto de un testimonio desolado, duro. Rosa constata una realidad socioeconómica muy amarga que podría implicar un mensaje pesimista y desesperanzado. Dar cuenta documental de la realidad tiene este precio y obliga a asumir el reto, lo cual entra en colisión con el espíritu revolucionario y la meta de alcanzar algún día la sociedad igualitaria, comunista. Ya se lo planteó la vieja literatura soviética y ofreció la alternativa idealista del héroe positivo. El narrador sevillano no puede volver a esa antigualla estética, pero tampoco quiere caer en el documento que revalida una situación negativa y sin alentadores horizontes de futuro. Su magnífica novela La mano invisible no presenta alternativa alguna a la alienación laboral, que recrea con tanto vigor como desolación.
De alguna manera, los cuentos –algunos pero suficientes– suponen una rectificación de ese sentido. Este incluye una doble perspectiva, en primer lugar en forma de solidaridad en el infortunio. Así lo dice de forma tenue el diálogo liberador entre las vecinas de «Patio de luces». Con mayor contundencia se aprecia en la ayuda económica que se prestan los clientes que acuden a la lavandería pública en «Ropa limpia» y terminan confraternizando. También en el boicot al consumo de «Mensaje en una lata». O, con tono desenfadado, en «La carrera de las empresas», donde, con algún eco en la peripecia de El malvado Carabel de Fernández Flórez, el empleado permite que al final de la competición le adelante un rival –«mi compañero», dice con apostilla innecesariamente explícita–. De propagandística solidaridad trata la historia del rider a quien le han robado su instrumento de trabajo, la bicicleta. Fraternidad de clase y propaganda van del brazo en «Cosas que hacer en Halloween si todavía no estás muerto». No ignora, sin embargo, Isaac Rosa la dificultad de estos empeños y uno de los textos, «Confianza», historia de sirvientas que realquilan el trabajo, ilustra cómo la esencia del capitalismo, la apropiación de las plusvalías, inficiona al jornalero.
La otra perspectiva complementaria supone la rebeldía que insinúa la posibilidad de acciones redentoras con la vista puesta en el futuro. Muy llamativa resulta, por la conocidísima marca comercial mencionada en el explícito título, en «Instrucciones para cerrar El Corte Inglés en día de huelga»: numerosa policía vigila el inicio de la jornada, sorprendentemente no aparecen piquetes sindicales y quienes no acuden a la tienda son los empleados. De nada sirve que el director regional ordene abrirla. En fin, apuesta por el futuro y victoria entraña la rebeldía del mencionado «Tiza roja», lo cual implica un mensaje general del libro al ocupar su título.
Tiza roja ofrece un amplio panorama de urgencia de la actualidad productiva y sus miserias y penalidades desde una conciencia crítica y política. Isaac Rosa mete en el relato la impronta de la actualidad al servicio de una opción ideológica bien visible. Hasta la fecha, sus piezas habían contado con la complicidad del lector afín de las tribunas periodísticas donde habían aparecido. Ahora se arriesga a llegar más allá de ese público cautivo. No creo que sus cuentos militantes se resientan en este nuevo careo porque, aun siendo literatura de intervención, no reniega de la condición literaria.