01 La naturaleza y limitaciones de la libertad, "¿Predeterminados a creer?". John C. Lennox

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Índice Agradecimientos 13 Prólogo 15 De qué trata este libro

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Parte 1: El problema definido 01. La naturaleza y limitaciones de la libertad

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02. Diferentes tipos de determinismo

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03. Reacciones al determinismo: el problema moral

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04. Armas de distracción masiva

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Parte 2: La teología del determinismo 05. La soberanía de Dios y la responsabilidad humana

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06. El vocabulario bíblico

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Parte 3: El evangelio y el determinismo 07. La capacidad humana y sus límites

147

08. La condición humana: diagnóstico y remedio

169

09. Atraídos por el Padre y viniendo a Cristo

191

10. La irreversibilidad de la regeneración

209

11. El evangelio y la responsabilidad moral humana

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Parte 4: Israel y el determinismo 12. Israel y los gentiles

265

13. ¿Por qué no cree Israel?

273

14. El endurecimiento del corazón del faraón

289

15. ¿Es Israel responsable?

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16. ¿Israel tiene un futuro?

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Parte 5: Garantía y determinismo 17. La garantía cristiana

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18. ¿Perseverará la fe en Dios?

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19. Advertencia en Hebreos

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20. Garantía en Hebreos

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Epílogo

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Cuestiones para reflexionar o debatir

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Notas

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PARTE 1

EL PROBLEMA DEFINIDO

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La naturaleza y limitaciones de la libertad La gran mayoría de los seres humanos clasifican la libertad como uno de los ideales más elevados. La libertad, sentimos, es un derecho de nacimiento de todos los seres humanos: nadie tiene el derecho de despojarnos de ella en contra de nuestro deseo (excepto, obviamente, en casos de delito probado). Intentar arrebatarle la libertad a alguien se considera hasta un crimen en contra de la dignidad fundamental de lo que significa ser humano. A pesar de ello, una de las preguntas clave del ser humano es: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco? Hay gente que piensa que la libertad humana está severamente limitada o que incluso es ilusoria. Los ateos entre ellos se preguntan: ¿Cómo puedo ser libre, si el universo es enteramente responsable de mi existencia? Los que creen en Dios puede que se hagan exactamente la misma pregunta, pero partiendo de un punto de vista radicalmente distinto: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco, si Dios es enteramente responsable de mi existencia y comportamiento? Históricamente, el deseo de ser libre ha jugado un papel decisivo en el drama humano. Robert Green Ingersoll escribió: “La libertad es al alma del hombre lo que la luz es a los ojos, lo que el aire es a los pulmones, lo que el amor es al corazón”. En su discurso sobre el estado de la nación de 1941, el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt enunció las famosas Cuatro Libertades: 29

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Libertad de expresión Libertad religiosa Libertad o derecho a tener una vida digna Libertad o derecho a vivir en paz Dichas libertades se consideran, casi universalmente, centrales en lo que significa ser humano. En el preámbulo de la Carta de los Derechos Humanos de la ONU, se describen las cuatro libertades como la “mayor aspiración de las personas comunes”. Muchos de quienes las disfrutan hasta cierto nivel suelen darlas por hecho. Para una gran mayoría, estas libertades no son más que un sueño lejano e imposible, irrealizable a la vez que seductor. Si se nos preguntara qué damos a entender cuando decimos “libertad”, muchos de nosotros responderíamos que significa poder elegir lo que hacemos; poder ejercer nuestra voluntad, tomar nuestras propias decisiones y ser capaces de llevarlas a cabo, siempre y cuando no infrinjamos el espacio de los demás ni restrinjamos su libertad. Sin embargo, somos conscientes de que nuestra libertad, sea esto lo que sea, viene con algunas limitaciones de serie. No tenemos la libertad de correr a cincuenta kilómetros por hora, ni tampoco somos libres para vivir sin comida ni aire, etc. Aun así, tenemos la sensación de ser libres, siempre y cuando exista la disponibilidad y tengamos los recursos para elegir entre guisantes y alubias, la camiseta verde o la azul. Somos libres de apoyar a un determinado equipo de fútbol y no a otro, de decir la verdad o de mentir, de ser amables o maleducados. De hecho, cuando tenemos que decidir entre las incontables opciones de las estanterías del supermercado, a veces desearíamos no tener tanta libertad de elección. También somos conscientes de que, en ocasiones, limitamos voluntariamente nuestras libertades, a veces incluso por placer. Por ejemplo, si soy miembro de un equipo de fútbol, no puedo 30

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jugar como me dé la gana, inventándome las reglas conforme voy jugando. El sentido del juego es que me limite a mí mismo a jugar siguiendo las normas, sujeto al liderazgo del capitán. Eso es lo que hace que el fútbol sea un juego. Existen otros contextos más importantes en los que nos sometemos a limitaciones por el bien de nuestra propia seguridad y protección: Cada país elige por qué lado de la carretera pueden conducir sus ciudadanos. Es una elección arbitraria, pero, una vez hecha, resultaría estúpido y peligroso ignorarla y conducir por el lado que nosotros queramos. En términos más generales, y en tanto que ciudadanos de un Estado civilizado, nos sometemos voluntariamente a las leyes del país (al menos en teoría), renunciando a parte de nuestra libertad como individuos. Lo hacemos en aras del bien mayor que supone disfrutar de los beneficios de vivir juntos en una sociedad pacífica y civilizada. Cuando hablamos del derecho de los seres humanos a la libertad, todos nosotros, entendamos la vida como la entendamos, estaríamos de acuerdo en que ese derecho debería ser considerado inviolable. Desgraciadamente, en muchas partes del mundo se sigue fracasando tristemente a la hora de conseguir algo que se parezca, aunque sea de lejos, a las Cuatro Libertades. Por ello, nos indigna con toda razón que un ser humano sea esclavizado, tratado como si solo fuera parte del engranaje de una máquina, no más que un medio para conseguir el placer o beneficio de otra persona. Cada ser humano, hombre o mujer, niño o niña, de cualquier raza, color o credo, de cualquier parte del mundo, tiene el derecho de ser tratado como un fin en sí mismo, nunca como una mera estadística, o como medio de producción, sino como una persona con un nombre y una identidad única, nacido para ser libre. Pero, ¿qué es la libertad?, ¿hasta qué punto somos libres?

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Dos tipos de libertad Desde la época de los filósofos John Locke y David Hume se ha diferenciado entre dos tipos de libertad: la libertad de espontaneidad y la libertad de indiferencia. La “libertad de espontaneidad” es la libertad de seguir nuestros propios motivos, de hacer lo que nos plazca sin que nada ni nadie (el gobierno, por ejemplo) nos pueda forzar a hacer algo que no deseemos hacer, o nos pueda prohibir algo que queramos hacer. Dando por hecho que tengamos la salud, la habilidad, el dinero y las circunstancias necesarias, y que no estemos sujetos a ninguna limitación ni restricción externas, casi todos estaríamos de acuerdo en que tenemos esta libertad de espontaneidad. La “libertad de indiferencia” (liberalismo libertario)1 es la libertad de haber hecho algo distinto a lo en la práctica elegimos hacer en cualquier ocasión del pasado. Enfrentados a escoger entre dos cursos de acción en el futuro, la libertad de indiferencia implicaría que la elección está completamente abierta. Puedo optar por cualquiera de los dos cursos de acción indiferentemente; y una vez seleccionado un curso de acción, puedo, mirando atrás, saber que podría haber tomado libremente también el otro curso de acción. Puedo elegir, o podría haber elegido, hacer X o no X. En este libro, cuando utilice la expresión “libre albedrío” la entenderé en este sentido. Supongamos, por ejemplo, que Jim ha llegado a un punto en el que tiene que elegir casarse con Rose o con Rachel. Tiene la libertad de espontaneidad: nadie le va a obligar a casarse con una o con otra. Sin embargo, él también cree que tiene la libertad de indiferencia. Siente que podría casarse igual de fácil con una o con la otra “indiferentemente”. Agustín (el teólogo y filósofo del siglo IV y V), al igual que Hume y otros muchos, negaría que Jim tenga ese tipo de libertad. Sostenían que existen varios complejos procesos subconscientes 32

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físicos y psicológicos que restringen y determinan su elección. Jim es libre para casarse con la chica que él elija; sin embargo, la elección que acabará tomando ya está predeterminada por esos procesos que están profundamente arraigados en él. No es libre de elegir y actuar de manera distinta a como lo hace. Como consecuencia, algunos filósofos piensan que la libertad de espontaneidad es compatible con el determinismo (una idea llamada compatibilismo). Obviamente, el liberalismo libertario es el opuesto directo del determinismo. The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] dice así: … los debates sobre el libre albedrío en la era moderna desde el siglo XVII se han visto dominados por dos cuestiones, no una: La “Cuestión determinista”: “¿Es el determinismo verdad?”, y la “Cuestión de la compatibilidad”: “¿Es el libre albedrío compatible o incompatible con el determinismo?”. Las respuestas a estas preguntas han dado lugar a dos de las principales divisiones en los debates contemporáneos sobre el libre albedrío: los deterministas y los indeterministas, por una parte, y los compatibililistas y los incompatibilistas, por otra.2

Libertad y moralidad Queda fuera de toda discusión que el que la comida que nos guste, o el arte, o la música, o cómo elegimos a nuestro esposo o esposa, o cualquiera de nuestras elecciones y decisiones estén fuertemente influenciados por elementos de nuestro desarrollo físico o psicológico. Sin embargo, sean cuales sean los traumas psicológicos, deseos o impulsos que nos puedan empujar a transgredir la ley moral o incluso la ley civil (y nos pasa a todos), la mayoría creemos que, en tanto que seres humanos, seguimos siendo libres para controlar nuestros impulsos y respetar tanto la ley moral como la civil. Somos, por lo tanto, moralmente responsables de ello. La sociedad civilizada solo puede funcionar partiendo de esta 33

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base. Existe, por ello, una conexión muy cercana entre la libertad (libertaria) y la responsabilidad. La propia existencia de las leyes civiles y criminales demuestra, de hecho, que los miembros de las sociedades civilizadas tienen la convicción, profundamente asentada, de que son poseedores, no solo de la libertad de espontaneidad, sino también de la libertad de indiferencia. Una parte esencial de lo que significa ser un ser humano maduro (por lo que aquí no cuentan ni los niños ni los que tienen graves enfermedades mentales) es tener la libertad de elegir entre A y no A, de tal manera que somos moralmente responsables y, por lo tanto, debemos rendir cuentas de nuestras acciones. El Tribunal Supremo de Estados Unidos afirma que creer en el determinismo “es inconsistente con los preceptos subyacentes de nuestro sistema de justicia penal” (Estados Unidos contra Grayson, 1978). Para ser una criatura moral, uno necesita antes que nada tener conciencia moral. Por lo que sabemos, los seres humanos son las únicas criaturas de la tierra que poseen dicha conciencia. Se le puede enseñar a un perro, mediante una dura y rigurosa disciplina, que no debe robar el trozo de carne de la mesa, pero nunca le podrás enseñar por qué está moralmente mal que robe. El perro no tiene el concepto de moralidad y nunca lo tendrá. En segundo lugar, para comportarse moralmente, uno debe de ser consciente, no solamente de la diferencia entre el bien moral y el mal moral, sino que debe de tener la suficiente autonomía de voluntad para elegir libremente hacer el bien o hacer el mal. A este respecto, existe toda una diferencia de categoría hasta entre el ordenador más avanzado y un ser humano. Un ordenador podría ofrecerte las respuestas a preguntas morales que le hayan programado dar, pero ni va a entender la moralidad ni tener conciencia moral alguna. Por lo tanto, no se le puede considerar moralmente responsable de sus elecciones o comportamiento. Si un ordenador se viera envuelto en el diseño de minas antipersonas que, en última instancia, causaran la mutilación o muerte de miles de niños, no tendría ningún sentido acusarlo de comportamiento moralmente reprensible. No 34

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tiene ni libre albedrío ni elección. Hizo aquello para lo que estaba programado. No es un ser moral y, por lo tanto, no es responsable de sus acciones. Los seres humanos, como contraste, no están programados en ese sentido (a no ser que hayan sido sometidos a un profundo condicionamiento psicológico). Tienen la habilidad de elegir y, por lo tanto, de tomar decisiones morales. Y, lo que es más, suelen enorgullecerse de ello. Nadie preferiría ser un humanoide, un robot computarizado. Cuando un hombre elige, por ejemplo, enfrentarse al peligro para defender sus principios morales en lugar de escaparse cobardemente y renegar de ellos, le gustaría que se le considerara alguien que ha sido responsable de su elección moral y, en ocasiones, hasta que se le alabara por ello. Normalmente, cuando nos vemos tentados a negar nuestra responsabilidad moral y decir “No lo he podido evitar” es justo cuando hemos hecho algo muy mal. El neurocientífico de Cambridge Harvey McMahon escribe: El libre albedrío también apuntala la ética, en tanto en cuanto que las elecciones se toman a la luz de principios morales. De hecho, el libre albedrío apuntala todas las elecciones. Aún más, el libre albedrío apuntala el rol de lo inintencionado y la culpa en el sistema judicial… La propia idea de la existencia de las reglas o leyes implica que tenemos la elección o habilidad para obedecer. ¿Cómo puede la ley ordenarnos hacer determinadas cosas si no tenemos la habilidad de hacerlas? Por lo tanto, hasta el concepto de obediencia implica que tenemos elección.3 Lo cierto es que una persona civilizada considerará reprensible y deshumanizadora la tendencia de los Estados totalitarios a tratar a quienes se posicionen moralmente contra el Estado como “desviados” o “enfermos” en lugar tratarlos como quienes poseen la capacidad moral de elegir.

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C. S. Lewis trató el peligro de considerar la maldad como esencialmente patológica en un ensayo brillante titulado “La Teoría humanitaria del castigo”: La Teoría humanitaria elimina el concepto del Merecimiento del Castigo. Pero el concepto del Merecimiento es el único nexo de unión entre castigo y justicia. Una sentencia solo puede ser justa o injusta en tanto que merecida o inmerecida… Por eso, cuando cesamos de considerar lo que el criminal se merece y consideramos solo lo que lo curará o desalentará a otros, lo hemos apartado tácitamente de la esfera de la justicia por completo; en lugar de una persona, un sujeto de derecho, lo que tenemos ahora no es más que un mero objeto, un paciente, un “caso”… Ser “curado” en contra del deseo de uno mismo, y ser curado de condiciones que puede que no consideremos enfermedades es que lo pongan a uno al mismo nivel de quienes aún no han alcanzado la edad de razonar, o de quienes nunca la alcanzarán. Es ser clasificado junto con los niños, los imbéciles y los animales domésticos. Sin embargo, ser castigado, sea lo severamente que sea, porque lo merecemos, porque “deberíamos haberlo sabido”, es ser tratado como un ser humano creado a la imagen de Dios. Lewis continúa señalando algunas de las escalofriantes implicaciones de la llamada perspectiva humanitaria. Son todavía más relevantes hoy en día4 que cuando los escribió, puesto que, como veremos, el determinismo ha hecho grandes avances en las áreas de la psicología y la ciencia cognitiva. La idea de que la religión es una neurosis o un delirio, tal y como la presenta el título del éxito de ventas de Richard Dawkins El espejismo de Dios, ha ganado una fuerza considerable. Lewis continúa: Sabemos que una cierta escuela de filosofía ya considera la religión como una neurosis. Cuando esta neurosis en 36

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particular se convierta en algo incómodo para el gobierno, ¿qué impedirá al gobierno proceder a “curarla”?… Y, por lo tanto, cuando se dé la orden, todo cristiano prominente del país desaparecerá de un día para otro dentro de la Institución para el Tratamiento de los Ideológicamente Insanos, y quedará en manos de los expertos carceleros decidir cuándo (si es que alguna vez) pueden re-emerger. Pero no será una persecución. Aun cuando el tratamiento sea doloroso, aun y si dura toda la vida, aunque sea fatal, no será más que un lamentable accidente; la intención era puramente terapéutica. En la medicina común también hay operaciones dolorosas y operaciones fatales, igual que aquí. Pero puesto que son un “tratamiento”, no un castigo, solamente pueden ser criticados por homólogos expertos, y únicamente en términos técnicos, nunca por hombres normales y corrientes y en términos de justicia. Por eso, pienso que es fundamental oponerse de cabo a rabo a la Teoría humanitaria del castigo, donde quiera que nos topemos con ella. Da una impresión de misericordia que es complemente falsa. Así es como engaña a los hombres de buena voluntad.5 Quienes estén interesados en profundizar en este tema, pueden consultar el artículo de Stuart Barton Babbage titulado “C. S. Lewis and the Humanitarian Theory of Punishment”6 [C. S. Lewis y la teoría humanitaria del castigo].

Libre albedrío y amor Otra capacidad que sería imposible sin libre albedrío sería la capacidad de amar. El escritor existencialista Jean-Paul Sartre supo captar muy bien esta idea: El hombre que quiere ser amado no desea la esclavitud del ser amado. No tiene ningún interés en convertirse en 37

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el objeto de una pasión que fluya de manera mecánica. No desea poseer a un autómata y, si quisiéramos humillarlo, nos bastaría con intentar persuadirlo de que la pasión de su amada es el resultado de un determinismo psicológico. El amante sentirá entonces que tanto su amor con su propio ser están siendo desprestigiados… Si el ser amado se transforma en un autómata, el amante se hallará solo.7 El hecho de que hombres y mujeres estén dotados de libre albedrío implica inevitablemente la posibilidad de que lo utilicen para elegir el mal y rechazar el amor, incluso el amor de Dios. Por lo tanto, debemos tener en cuenta algunas de las implicaciones necesarias que el libre albedrío humano tiene sobre la estructura de la naturaleza. Para que el libre albedrío y la libertad de elección que Dios otorgó a los seres humanos puedan ser genuinos, se requiere que la naturaleza posea un cierto grado de autonomía. C. S. Lewis lo explica así: La gente suele hablar como si no hubiera nada más fácil que el que dos mentes desnudas se “encuentren” o se den cuenta de que la otra existe. Pero yo no veo cómo tal cosa podría ocurrir a no ser en un medio común que forme su “mundo externo” o entorno… Lo que se necesita para que la sociedad humana exista es exactamente lo que tenemos: un algo neutro, ni tú ni yo, que ambos podamos manipular para enviarnos señas uno a otro. Puedo hablarte porque ambos podemos producir ondas acústicas en el aire común que hay entre los dos.8 Lewis continúa señalando que este y otros campos neutrales (la materia, en otras palabras), deben de tener una cierta naturaleza fija, una cierta autonomía, como Lewis lo llama. Supón lo contrario. Imagina, por ejemplo, que el mundo estuviera estructurado de tal manera que una viga de madera permaneciera dura y fuerte cuando se usara para construir una casa, pero se convirtiera en suave como 38

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la hierba cuando le golpeara a mi vecino con ella. O si el aire rehusara transmitir mentiras e insultos. Como dice Lewis: Si el principio se llevara a su conclusión lógica, los pensamientos infames serían imposibles, puesto que la materia cerebral que utilizamos a la hora de pensar rehusaría llevar a cabo su tarea cuando intentáramos invocarlos. Toda la materia existente en torno a un hombre malvado estaría sujeta a sufrir alteraciones impredecibles.9 El resultado sería, por supuesto, que la verdadera libertad de voluntad y elección humana quedaría negada. Por lo tanto, la naturaleza debe poseer una cierta autonomía para que pueda existir una sociedad de seres con libre albedrío, capaces de tomar decisiones morales sobre el bien y el mal, y de ponerlas en práctica. El potencial que tienen los pensamientos y actos malignos de producir efectos perniciosos no se puede anular sin eliminar simultáneamente la condición necesaria para que funcione el libre albedrío. Este es un universo moral. Hasta aquí, todo correcto, pero ¿qué hay detrás de todo esto? ¿Cómo ha llegado a ser este universo un universo moral? Y si de verdad fuéramos libres en él, ¿cuáles serían las condiciones básicas para conseguir semejante libertad?

Reflexiones sobre la visión del mundo La siguiente es una pregunta clave: Según lo que sabemos y nos afecta, ¿son los seres humanos la única y más elevada autoridad racional en el mundo o, incluso, en el universo? Y en ese caso, ¿somos completamente libres para decidir cómo debemos comportarnos, o qué es correcto e incorrecto, o cuáles son nuestros principios fundamentales? ¿O, si es que lo tiene, cuál es el porqué de nuestra existencia y cuál debería ser nuestra meta final? En última instancia, ¿somos responsables solamente ante nosotros mismos? ¿O existe un Dios que, al haber creado el universo y a nosotros dentro de él, 39

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tiene el derecho de establecer, y de hecho ha establecido, no solo las leyes físicas de la naturaleza, las condiciones marco de la existencia humana, sino también las leyes morales y espirituales que tienen como objetivo controlar el comportamiento humano? ¿Considera Dios a los seres humanos responsables de su comportamiento y les pedirá que le rindan cuentas? Las respuestas reflejan dos maneras distintas de entender el mundo: ateísmo y teísmo. Son tan profundamente diferentes que muchos ateos piensan que el teísmo es el gran enemigo de la libertad humana, y siguen al fallecido Christopher Hitchens a la hora de considerar al Dios en quien no creen como el gran dictador del cielo, al estilo del de Corea del Norte, que está continuamente espiándonos y restringiendo nuestra libertad con sus amenazas. Consideran la religión como una fuente de opresión, esclavitud y guerra que se eleva en directa contradicción contra la dignidad y libertad humanas. De la misma manera, muchos teístas apuntan a la ideología atea como una raíz que causa una incalculable cantidad de opresión humana y que niega el derecho básico de los seres humanos a la libertad, especialmente en el siglo XX (con Stalin, Mao y Pol Pot). Este punto se merece un análisis detallado, puesto que en muchos países existe opresión, violencia y guerras que están directamente conectadas tanto con el ateísmo como con la religión. Sin embargo, no todos los sistemas, sean ateos o religiosos, son violentos, e intentar meterlos a todos en el mismo saco sería injusto y, de hecho, absurdo. Pensemos en las religiones del mundo hoy en día, por ejemplo: los pacíficos amish no tienen nada en común con los violentos terroristas islámicos. (Escribo como cristiano que soy, como un seguidor de Cristo, que repudió explícitamente la violencia y enseñó a sus discípulos a amar a sus enemigos).10 Comúnmente se suele responder que, aunque sea cierto que algunas religiones no se casan con la violencia, es el mismo postu40

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lado de la existencia de Dios lo que degrada a los seres humanos comprometiendo su autonomía. Karl Marx expresó está opinión de la siguiente manera: Un hombre no se considera independiente a no ser que sea su propio dueño, y no puede ser su propio dueño a no ser que se deba su propia existencia a sí mismo. Un hombre que viva gracias al favor de otro se considera a sí mismo un ser dependiente. Pero si yo le debo a otra persona no solo la continuación de mi vida sino también su creación, puesto que él es su fuente, vivo absolutamente gracias a su favor. … El hombre es el ser más elevado para el hombre.11 Este es el núcleo de la filosofía humanista contemporánea: El humanista se ha deshecho del antiguo yugo del supernaturalismo, con su carga de miedo y servidumbre, y camina por la tierra como un hombre libre, un hijo de la naturaleza, y no de ningún dios hecho por los hombres.12 Es una triste ironía que la propia filosofía atea de Marx sea seguramente la mayor arma de destrucción masiva ideológica contra la libertad humana que el mundo haya visto jamás. A pesar de ello, la observación de Marx se merece un comentario más matizado. Porque la idea de que dejar espacio para Dios en nuestra visión del mundo reduce efectivamente nuestra libertad y nos degrada como humanos es muy común. Los ateos no son los únicos que valoran el deseo instintivo del corazón humano de tener libertad. Según los teístas, ese deseo ha sido otorgado por Dios y es fundamental y central a la hora de experimentar a Dios. Los judíos religiosos, por ejemplo, señalarán la experiencia que supone el elemento original y formativo de su existencia e identidad como nación: Dios liberándolos de la esclavitud en los campos de trabajo egipcios en el segundo milenio antes de Cristo. El toque de clarín de Moisés, el profeta de Dios al faraón egipcio, Deja ir a mi pueblo para que me adore, ha resonado 41

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en los corazones judíos a lo largo de los siglos. Los judíos lo han celebrado desde entonces en su fiesta anual de Pascua (Pesaj). Una fe que se afirma en Dios como sustentador y liberador ha mantenido su esperanza viva a través de todas las opresiones que han sufrido a manos de gobiernos totalitarios y antisemitas. Los cristianos añadirán probablemente que la libertad es un constituyente fundamental del evangelio de Cristo. Citarán la declaración de la misión de Cristo: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor. Lucas 4:18-19 Bajo el deseo de los ateos de tirar por la borda cualquier idea de un Dios Creador está la crítica que hacen de la religión (que, tristemente, suele provenir de la propia experiencia personal) como una opresiva esclavitud del espíritu humano y causa de la alienación del hombre de su verdadero ser. Estoy seguro de que otras perspectivas religiosas tienen también algo que decir sobre este tema, pero, puesto que escribo como cristiano, puedo decir que entiendo bien esta objeción. Porque la mera religión, que es distinta de una fe viva y personal en Dios, degenera fácilmente en una forma de esclavitud. La propia Biblia es muy consciente de este peligro. Pablo exhorta así al resto de los cristianos: Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manteneos firmes y no os sometáis nuevamente al yugo de esclavitud. Gálatas 5:1 El yugo de la esclavitud al que él se refiere es una forma de religiosidad legalista. Anteriormente la describe así: 42

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Antes, cuando no conocíais a Dios, erais esclavos de los que en realidad no son dioses. Pero, ahora que conocéis a Dios —o más bien que Dios os conoce a vosotros—, ¿cómo es que queréis regresar a esos principios ineficaces y sin valor? ¿Queréis volver a ser esclavos de ellos? ¡Seguís guardando los días de fiesta, meses, estaciones y años! Temo por vosotros, que tal vez me haya estado esforzando en vano. Gálatas 4:8-11 A ojos de los cristianos, el error del ateo es que, al intentar escapar de la religión opresiva, legalista, supersticiosa y opiácea, rechaza también a Dios, quien en realidad denuncia ese tipo de religión. Rechazar a Dios, lejos de aumentar la libertad humana, en realidad la disminuye y conduce a una ideología antropocéntrica y pseudorreligiosa en la que cada individuo, hombre y mujer, se convierte en prisionero de fuerzas no racionales que acabarán destruyéndolo, despreciando completamente su humanidad. Sin embargo, no es nuestro objetivo tratar estos temas aquí, ni discutir en profundidad la tensión que existe entre el teísmo y el ateísmo sobre la libertad en general. En su lugar, nos centraremos en el énfasis creciente en distintos tipos de determinismo que existe tanto entre ateos y teístas (cristianos principalmente). Ciertos ateos creen que las leyes de la naturaleza son las que acaban determinando, mientras que ciertos teístas creen que es Dios quien determina.

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CO LO FÓ N

libros@andamioeditorial.com www.andamioeditorial.com

Andamio es la editorial de los Grupos Bíblicos Unidos en España, que a su vez es miembro del movimiento estudiantil evangélico a nivel internacional (IFES), cuya misión es hacer discípulos y promover el testimonio de Jesús en los institutos, universidades y centros de trabajo.

TRADUCCIÓN

¿Predeterminados a creer?

Alts Forns nº 68, sót. 1º 08038 Barcelona. España Tel. (+34) 93 432 25 23

Isabel Marín CORRECCIÓN

Miguel Llop y S. Stuart Park DIRECCIÓN DE ARTE Y CUBIERTA

Sr. y Sra. Wilson MAQUETACIÓN

Andressa Rosa de Oliveira

Determined To Believe? John C. Lennox, 2017 Copyright © 2017 John C. Lennox. Edición original publicada en inglés con el título Determined To Believe por Lion Hudson IP Ltd, Oxford, Inglaterra. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.

DEPÓSITO LEGAL

B. 26684-2019 ISBN

978-84-120694-8-8

IMPRESO EN ULZAMA IMPRESO EN ESPAÑA

© ANDAMIO EDITORIAL, 2019 1ª EDICIÓN NOVIEMBRE 2019

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