Escenas eliminadas "Lágrimas de una esclava"

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APÉNDICES • LÁGRIMAS DE UNA ESCLAVA

JUAN MIGUEL TORRERO GUILARTE

EL SUEÑO DEL MUCHACHO

APÉNDICE 1 LÁGRIMAS DE UNA ESCLAVA Publicaciones Andamio Alts Forns nº 68, Sót. 1º 08038 Barcelona editorial@publicacionesandamio.com www.publicacionesandamio.com Lágrimas de una esclava © 2014 Juan Miguel Torrero Guilarte All rights reserved. No part of this book may be reproduced in any form without written permission from editor. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización por escrito del editor. © Publicaciones Andamio 2014 1ª Edición noviembre 2014

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Aquella noche Marcio dormitaba mecido por el sonido de las olas, abrumado por los mil y un acontecimientos acaecidos desde que llegó a Tarraco. Demasiadas aventuras, sobresaltos y angustia en un solo día, para alguien habituado a la tranquila vida campestre. Totalmente agotado por el esfuerzo realizado se sumió en un profundo sueño, aunque pronto se tornó en intranquilo, inquieto y lleno de angustiosas e irreales imágenes. Todas y cada una de las terribles peripecias y aventuras que había experimentado en ese viaje, ahora se mezclaban en su cabeza en forma de una disparatada sucesión de vívidas escenas. Se encontró, sin saber cómo, en una encrucijada de callejuelas de una ciudad desconocida. Pronto se dio cuenta de que algunos detalles le recordaban a Barcino, donde había pasado largas temporadas durante los veranos de su infancia. Al mirar hacia otra calle le pareció que su entorno había mutado, asemejándose a algunas de las callejas que había recorrido en su periplo por Tarraco. No conseguía recordar cómo había llegado a ese lugar. Todo a su alrededor se hallaba fantasmagóricamente desierto, como si se hubieran desvanecido de repente to© Publicaciones Andamio 2014


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dos los habitantes. Podía ver varias tabernae con las mercancías expuestas, pero sin los habituales artesanos y tenderos que normalmente vigilaban los establecimientos. La escena se veía privada del cotidiano bullicio de la gente, una algarabía que sazonaba y caracterizaba la vida de cualquier ciudad romana. Notó que tan siquiera se escuchaba el canto de los pájaros, el ladrido lejano de algún perro o el viento entre las tejas. El denso silencio sobrecogió al joven, llenándolo de una sensación angustiosa, cercana al temor o la incertidumbre.

todas y cada una de tentaciones que podían asediar el alma un hombre. Ella era una hermosa y sensual envoltura que contenía el germen de buena parte de los pecados que debería evitar cualquier cristiano. Por eso el muchacho sintió la imperiosa necesidad de huir de ella.

De pronto, escuchó un sonido bien conocido por él: la cadencia de unas sandalias entrechocando contra el pétreo enlosado de la calle. El joven constató que el golpeteo se iba acercando hacia él, aunque por más que miraba a su alrededor, no conseguía ver a nadie. Marcio se puso a la defensiva, pensando que quizá el intruso venía hacia él corriendo por los altos tejados. Súbitamente, un gran trueno hizo temblar todo el lugar y lo dejó como sordo y aturdido. A continuación se encontró, sin ser consciente, corriendo mecánicamente por desconocidos callejones, impulsado por unas piernas sobre las que no parecía tener ningún control. Sentía de nuevo el rumor de pasos tras él e instintivamente se giró para ver quién era el que le perseguía. Sorpresivamente vio a Evadne, la esclava que había conocido en la taberna, persiguiéndole totalmente desnuda, ataviada tan sólo con aquella grotesca peluca dorada y el rostro maquillado como una inquietante y burda máscara de teatro. Aquella joven y seductora figura que encarnaba © Publicaciones Andamio 2014

Apresuró su carrera sobre las enlosadas calles, mientras a su alrededor empezaban a caer escombros, aunque, extrañamente, al llegar al suelo se convertían en roja sangre que le salpicaba las piernas hasta las rodillas. Continuó corriendo por aquel laberinto de callejuelas y por fin, al girar en una esquina encontró una puerta abierta que atrajo su atención por la rara luminiscencia que emanaba de su interior. Decidió entrar, para así esconderse de su desvergonzada perseguidora y poder despistarla de una vez. Traspasó el extraño y entelarañado umbral y se encontró de pronto frente al florido viridarium de su propia casa, donde rodeada de un halo luminoso de blanca neblina, se hallaba su amada Licia. Su habitual atuendo se convirtió ante sus ojos en el pertrecho de un gladiador reciario. Un grueso balteus rodeaba ahora la esbelta cintura de la muchacha, cayendo en cascada sobre el largo subligaculum que le cubría parte de los muslos. Una minúscula fascia pectoralis apenas ocultaba sus pechos, mostrándole una sugerente y desconocida imagen de su prometida que le produjo una súbita y breve excitación. Ésta desapareció al instante, cuando advirtió la terrible expresión de enojo que deformaba el agraciadísimo rostro de Licia y, en ese mismo momento, sintió cómo se le helaba la sangre en las venas.

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Sin darle tiempo a reaccionar o articular palabra, su amada prometida le lanzó la red que llevaba en su mano izquierda, que se abrió en el aire estirada por los pesos de plomo de sus extremos. Marcio intentó, instintivamente, protegerse la cara con el brazo y dio un paso atrás, pisando accidentalmente uno de los muchos rollos de pergamino que, de pronto y sin saber de dónde salieron, cubrían todo el suelo. Sin poder evitarlo perdió el equilibrio y cayó de bruces contra el suelo, pero éste era blando como la arena de una playa.

Apoyado en su espalda, y aterrado por la irreal situación, Marcio se revolvía intentando infructuosamente escapar de la red que le inmovilizaba, pero los pesos parecían hundirse en la arena como raíces vivas, desbaratando sus desesperados intentos de librarse de su agobiante opresión. De pronto un tridente se clavó en el suelo a la altura de su cabeza, rozándole y atenazándole el cuello entre dos de sus puntiagudos brazos. Indefenso y angustiado, vio como se acercaba a su cara un reluciente yelmo de metal dorado con las facciones de Licia que le gritaba insistentemente con la misma voz de su amada:

Miró a su alrededor y el familiar viridarium se desvaneció, surgiendo en su lugar un pequeño anfiteatro lleno de figuras femeninas que le gritaban airadas desde las gradas. Todas ellas le eran extrañamente familiares. Dudó de lo que veían sus ojos y los cerró con fuerza para abrirlos de nuevo, esperando que la visión se hubiera desvanecido; pero no fue así. Las mujeres que se agolpaban en las gradas del recinto elíptico eran copias idénticas de Adelia, su madre. Más allá, en una preeminente tribuna, había un trono donde estaba sentado Fidelio ataviado con una toga imperial sobre una fulgurante armadura. Su padre adoptivo con la mano extendida, le señalaba con los dedos, apuntándole y con el pulgar extendido, como significación de condena y del castigo capital. Los ojos de Fidelio le miraban fijamente, como puñales afilados, mientras le gritaba en griego: ¡Hamartía... hamartía! (¡Pecado… pecado!) Todas las mujeres imitaron su gesto, gritando al unísono en latín: ¡Yugula, yugula! (¡Muerte, muerte!)

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—¿Qué haces en compañía de esa esclava? ¿Y por qué estáis desnudos? Marcio no entendía nada. Resistiendo la tenaza que sentía en su cuello, movió la cabeza como pudo y forzó los ojos intentando mirar hacia sus pies, viendo que ninguna prenda le cubría el cuerpo. Sintió una gran vergüenza al sentirse así expuesto a las miradas de sus seres más queridos e intentó ocultar con las manos al menos lo más íntimo, pero todos sus intentos por hacerlo fueron infructuosos. Sus manos estaban prisioneras de la vívida red que le constreñía, impidiéndole cualquier intento de cubrir sus partes. Se sentía impotente y profundamente humillado por la situación. Con gran angustia miró un lado y a otro, buscando una posible salida a la desesperante situación que vivía y pudo ver a Evadne, sin ropa alguna, danzando a su alrededor mientras cantaba una antigua cancioncilla que decía: © Publicaciones Andamio 2014


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—¡Tengo una deuda contigo, que cuando quieras, puedes cobrar... mírame y si tengo algo que codicies, como desees... te lo podrás apropiar...!

desnudo cuerpo de Evadne le producía escalofríos: una perturbación que no deseaba en ese momento.

El irreal rostro de Licia, dorado y metálico, seguía gritando junto a su oído: —¿Qué es lo que significa esa canción…? ¿Qué pretendes de esa desvergonzada...? ¿Por qué sigues en compañía esa esclava...? Cerró fuertemente los ojos... deseando acabar así con esa pesadilla y de pronto sintió dolor, como un vahído, un fuerte escalofrío y se despertó agitado y sudoroso. En la oscuridad reinante no podía saber dónde se hallaba, pero sintió que su cuerpo seguía atrapado por un peso que le impedía levantarse, lo que le indujo a pensar que continuaba en el sueño. Aún aturdido, intentó no moverse y enseguida reconoció el sonido de las olas amortiguado por la cubierta de madera de la barca que los cubría y el agradable calor de un cuerpo sobre él. Suspiró aliviado por haber despertado de su pesadilla. Recordó el encuentro de la noche anterior con Evadne, el improvisado refugió al que lo llevó y la frugal cena. Cuando finalmente sus ojos se acostumbraron a la penumbra, pudo vislumbrar levemente la silueta de la muchacha que, aferrada a él, dormía sobre su pecho.

Quiso en zafarse de su abrazo, impulsado por un primer arrebato defensivo, pero desistió de hacerlo por no despertarla y enfrentarse a la embarazosa situación. Tras pensar en la situación, llegó a la conclusión de que la muchacha solamente buscaba así seguridad, después de todos los sobresaltos que le habían acontecido el día anterior. —¿Qué pasa...? ¿Ya he de ir a la taberna? —musitó ella desorientada, como en sueños. —Nada, no te preocupes y sigue durmiendo —le susurró Marcio que, provechando que aflojó un momento su abrazo, se apartó cuanto pudo de ella. Para paliar su desazón, intentó recordar el rostro de su querida Licia y anheló sus caricias, pero esto le hizo sentirse aún más conturbado. ‹‹¿Podré mantener mi integridad durante mucho tiempo si sigo junto a esta descarada y sugerente muchacha?›› El muchacho cerró de nuevo los ojos con el firme propósito de librarse de la presencia de la esclava en cuanto le fuera posible.

Ese contacto aunque no le era desagradable, le causó una instintiva sensación de rechazo, sintiendo una gran desazón. Tal vez fuera por el reciente sueño o por las prevenciones sobre el sexo contrario que había recibido en su férrea educación familiar, pero el cálido contacto con el © Publicaciones Andamio 2014

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