Extracto Josué, David Jackman

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JOSUÉ


JOSUÉ Personas según el propósito de Dios

David Jackman


Coeditado por Publicaciones Andamio® y Libros Desafío® Publicaciones Andamio C/ Alts Forns nº 68, sót. 1º 08038 Barcelona Tel: 93 432 25 23 E-mail: editorial@publicacionesandamio.com www.publicacionesandamio.com Publicaciones Andamio es la sección editorial de los Grupos Bíblicos Unidos de España (G.B.U.). Libros Desafío 1700 28th Street SE Grand Rapids, Michigan 49508-1407 Estados Unidos 1-800-333-8300 ó 616-224-0728 www.librosdesafio.org Josué Joshua Copyright © 2014 por David Jackman Publicado por Crossway Books, un ministerio de Good News Publishers Wheaton, Illinois 60187, U.S.A. Esta edición es publicada con el permiso de Good News Publishers. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores. “Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS © Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation Usadas con permiso”. (www.LBLA.com) Traducción: Loida Viegas La imagen de portada es una obra de Joan Cots Diseño de cubierta e interior: Fernando Caballero Depósito Legal: DL. B. 612-2015 ISBN Andamio: 978-84-943225-4-9 ISBN Libros Desafío: 978-1-55883-197-1 Impreso en Ulzama Impreso en España © Publicaciones Andamio, 2015 1ª edición enero 2015

Este libro protege el entorno


Contenido

Prólogo . ...................................................................................................... 11 Obertura y preliminares (1:1, 2) .............................................................. 17 Un doble encargo (1:3-18) ......................................................................... 27 Dentro del territorio enemigo (2:1-24) ..................................................... 39 Maravillas entre vosotros (3:1-17) ............................................................ 49 Un memorial para siempre (4:1—5:1) ...................................................... 61 Preparativos básicos (5:2-15) ..................................................................... 71 La batalla que no fue (6:1-27) .................................................................... 81 La tragedia golpea (7:1-26) . ....................................................................... 95 Resumen de la conquista (8:1-29) ........................................................... 109 Se renueva el pacto (8:30-35) . ..................................................................119 Adulación para engañar (9:1-26) . ........................................................... 129 Ningún día como este (10:1-15) . ..............................................................141 La conquista del sur (10:16-43) ............................................................... 153 La conquista del norte (11:1-23) ...............................................................161 Recepción de la herencia (13:1—14:5) .................................................... 169 Seguir incondicionalmente (14:6-15; 15:13-19) ...................................... 179 El reparto del territorio (15:1—19:51) ..................................................... 191 Refugio y residencia (20:1—21:45) . ........................................................ 201 Se reafirma la unidad (22:1-34) ............................................................... 209 Prioridades para el futuro (23:1-16) . ...................................................... 217 La elección ineludible (24:1-33) ............................................................... 231 Epílogo . ..................................................................................................... 245


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Las transiciones nacionales, de un líder o de un gobierno a otro, suponen siempre épocas de incertidumbre y estrés. El sentido común dicta que el nuevo liderazgo se tome su tiempo para asentarse, familiarizarse con la situación y sopesar las opciones antes de lanzarse a ninguna acción decisiva. Este hecho se produce especialmente cuando el líder anterior ha sido muy venerado o cuando el futuro es agitado y problemático. Sin embargo, Josué no puede permitirse ese lujo. Como hemos visto, Dios no dice: “Mi siervo Moisés ha muerto. Tómate tu tiempo para asentarte. Gánate poco a poco la confianza del pueblo. ¡No te embarques en asuntos demasiado exigentes todavía!”. Todo lo contrario. Dios ordena de forma perentoria que se preparen para cruzar el Jordán y entrar en la tierra prometida “ahora” (1:2). Es como si se hubiese eliminado la barrera final de entrada y Dios no pudiese esperar para cumplir sus promesas. Propósito y estructura La estructura del capítulo 1 es significativa y formativa para nuestra comprensión del resto del libro, que es histórico. Algunos expertos sugieren que debería adjuntarse al Pentateuco,1 ya que la conquista de la tierra es el punto culminante natural de la secuencia de promesas de pacto que comenzaron con Abraham y que se extendieron a lo largo del 1  Véase, por ejemplo, David A. Dorsey, The Literary Structure of the Old Testament (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2004), p. 90ss.


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éxodo y de la travesía del desierto. No obstante, también resulta convincente considerarla como la primera de las narraciones históricas que abarcaron el período de la conquista, el de los jueces, la institución de la monarquía, la división del reino y la derrota final de Israel a manos de los asirios, así como el exilio de Judá en Babilonia. Esta unidad va desde Josué hasta 2 Reyes. Está claro que Josué no es el autor del libro del que es el “héroe” humano epónimo; quizá fue obra de Samuel o de un historiador desconocido. No obstante, tenemos aquí un registro veraz de acontecimientos que tuvieron lugar realmente. Al principio del libro, Israel sigue esperando para cruzar el Jordán, y, al final del mismo, gran parte de la tierra ha sido conquistada y toda ella asignada a las doce tribus. Realmente ocurrió así. La disposición de las Escrituras hebreas cataloga a Josué como el primero de los “antiguos profetas”. Resulta extraño para nosotros en la actualidad calificar un libro histórico de profético. Sin embargo, la profecía bíblica no es historia escrita de antemano. Más bien, es la narración de lo que Dios ha hecho y seguirá haciendo desde la perspectiva divina. La tarea del profeta consiste en declarar la mente de Dios al pueblo, “predecir” la palabra infalible del Señor en su situación, algo que se consigue aprendiendo las implicaciones teológicas de la historia. Aquí tenemos la interpretación de Dios de lo que ocurrió y por qué lo hizo. Este libro de Josué contribuye de forma exclusiva a la teología bíblica ya que vemos la obra de Dios iniciada bajo Moisés hacerse realidad con Josué, porque Dios es el Señor fiel que guarda el pacto y siempre cumple las promesas que hace. Por extensión, pues, también es un libro de enseñanza. Pablo recordó a los cristianos de Roma que “todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza” (Ro. 15:4). Por esta razón, el libro de Josué tiene un beneficio potencial tan grande para la iglesia del siglo XXI. El Dios de Josué también es el nuestro. No cambia sus propósitos ni incumple sus promesas. Por tanto, de este libro podemos aprender grandes principios de la vida y de la fe cristianas, para nuestra edificación. Por supuesto, debemos leerlo y estudiarlo como creyentes del Nuevo Testamento y predicarlo como


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seguidores de Cristo, y no como rabís judíos. En este libro no resulta difícil encontrar al Cristo que es el centro y el foco de todas las Escrituras (Lc. 24:44). Josué significa “salvador”, y Jesús es otra forma del mismo nombre. Josué nos señala hacia el Señor Jesucristo, el gran cumplimiento definitivo de todo lo que el libertador del Antiguo Testamento anunciaba. De forma parecida, no nos resultará difícil identificarnos con el pueblo de Israel en este libro, porque somos el nuevo Israel de Dios (Gá. 6:16), la comunidad universal del pueblo del propósito del Señor. Nosotros también estamos inmersos en una batalla para poseer por completo todo lo que Dios nos ha dado. Nosotros tampoco hemos alcanzado el descanso pleno en el reino celestial, pero somos liberados para luchar contra el mundo, la carne y el diablo, llegando así a obtener más y más bendiciones del evangelio eterno. Nosotros también tenemos lecciones que aprender acerca de las prioridades de la fe y la obediencia, lecciones que cambian vidas. El capítulo 1 habla de recibir y transmitir la palabra de Dios. En los versículos del 3 al 9, Dios está hablando directamente a Josué en una mezcla de promesa y mandato diseñada para hacer su fe más profunda e impulsar su obediencia. En los versículos 10 y 11, Josué transmite las instrucciones al pueblo por medio de sus oficiales. Después sigue una palabra especial para las dos tribus y media (Rubén, Gad y la mitad de Manasés), que les recuerda la orden de Moisés de cruzar el Jordán y luchar en la conquista junto a sus hermanos, aunque su heredad estará al este del río, donde sus familias ya pueden asentarse (vv. 12-15). Los líderes tribales responden garantizando a Josué su obediencia y lealtad, junto con la esperanza de que recibirán fuerza y valentía a través de la presencia de Dios (vv. 16-18). El único elemento condicional en estos diálogos es que Josué liderará al pueblo con su propio ejemplo de fe en las promesas y de obediencia a los mandatos. Dios comisiona a Josué (1:3-9) Con una promesa (vv. 3-5) Tras el mandato original del versículo 2, los tres versículos siguientes son promesas en su totalidad. Dios está declarando sus intenciones


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y las está relacionando con su carácter, mientras proclama la integridad de su fidelidad al pacto. Dios se compromete sin reservas a tres cosas: (1) darles la tierra en toda su extensión (vv. 3, 4), (2) vencer a sus enemigos (v. 5a), (3) estar con Josué como lo estuvo con Moisés (v. 5b). Cada una de estas promesas se garantiza como cumplimiento de la palabra ya hablada (“tal como dije a Moisés”, v. 3) y como continuación de la bendición ya experimentada (“como estuve con Moisés”, v. 5b). La tierra (vv. 3, 4) Nótese que, aunque ninguna parte de la tierra está aún en sus manos, Dios puede decir: “os he dado” (v. 3), empleando el pasado a fin de expresar la certeza absoluta de que ocurrirá en el futuro. No existen dudas acerca de quién recibirá la tierra ni sobre su asombrosa extensión. El área descrita en el versículo 4 es enorme, aunque muy en sintonía con la promesa original a Abraham, en Génesis 15:18-20. David Oginde comenta: “En términos de fronteras políticas actuales, ¡la tierra prometida abarcaría el Israel moderno, toda Jordania, una gran parte de Arabia Saudí, la mitad de Irak, todo el Líbano, parte de Siria y todo Kuwait!”.2 Sin embargo, como destaca, incluso en el auge de la monarquía en la época de David y Salomón, Israel no ocupó más que una pequeña parte de todo ese territorio. Este hecho suscita una importante pregunta para el comentarista. Si el avance de Josué dependía de creer al dedillo en las promesas de Dios, ¿cómo es que nunca se cumplió una parte tan grande de esta? Los predicadores tienen que lidiar con tales objeciones y preguntas o ellas socavarán sin duda la fe de sus oyentes. Se diría que se pueden sacar dos importantes conclusiones. La primera es que la materialización de lo prometido depende de la obediencia incondicional del pueblo de Dios. Lo triste del libro es que la conquista quedó lejos de completarse, que la transigencia y la comodidad se impusieron y que muchos de los habitantes de la tierra nunca fueron expulsados. La misma incredulidad y falta de fe que impidieron su entrada en la tierra cuarenta años antes, aparecieron en la siguiente generación en su reticencia a seguir luchando por la conquista total tras las primeras victorias. De la gene2  Africa Bible Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2006), p. 258.


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ración del éxodo se dice: “No pudieron entrar a causa de su incredulidad” (He. 3:19), pero, por extensión, exactamente la misma debilidad fue manifestada en sus descendientes. Sin embargo, existe otra razón más teológica, sobre la que Juan Calvino llama la atención al principio de su comentario sobre Josué.3 Atribuye su incapacidad de llevar la conquista hasta estas fronteras a la pereza, que era producto de su incredulidad. Se negaron a apropiarse de la liberalidad que Dios les estaba ofreciendo. De hecho, la materialización total de lo prometido por Dios tuvo que esperar a la venida del Mesías para completarse. Del mismo modo que Cristo ofrece un reposo superior al conseguido por Josué, también ofrece un reino más glorioso en su dimensión de lo que ningún imperio ha sido o podría ser. Esa gran extensión de tierra habría pertenecido a Israel si la nación hubiese aceptado el desafío con fe y obediencia, pero sabemos como ellos lo que es conformarse con lo asequible y, sin duda, perder la inmensa amplitud de la gracia potencial de Dios. Él nunca disminuye su poder ni agota sus propósitos. Por tanto, la verdad es que ninguno de nosotros consigue menos de él y de sus bendiciones prometidas de lo que desea realmente. La conquista (v. 5a) La promesa del versículo 5a es particularmente personal para Josué. Es un compromiso de que el ilimitado poder divino vencerá a toda oposición meramente humana, y, por tanto, transitoria y mortal. Ningún hombre puede enfrentarse a Dios. Sin embargo, considerando la perspectiva que Josué tenía por delante, los innumerables grupos tribales y ciudades-Estado que ocupaban la tierra, su seguridad y riqueza, su innovadora tecnología y sus poderosas máquinas de guerra, se le podía perdonar por pensar que era una “misión imposible”. No obstante, con las promesas de Dios, estaba más que plenamente preparado para cumplir los propósitos del Señor. Las analogías con nuestros retos actuales son asombrosas. Las ciudadelas del materialismo ateo y la psicología 3  Véase “Argument of the Book of Joshua” en Comentarios de Calvino, vol. 2, Joshua and the Psalms, trad. H. Beveridge (Grand Rapids, MI: A P & A, s.d.), pp. 8-10.


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reduccionista parecen inexpugnables. De hecho, lo son para los seres humanos, pero “si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Ro. 8:31). La respuesta es que existen muchos enemigos, tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro y espada, por nombrar unos pocos (Ro. 8:35). Sin embargo, “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro. 8:37). Nada puede separar a su pueblo del amor de Jesús. Y nada puede interponerse en el camino del cumplimiento de sus propósitos. En palabras de Horatius Bonar (1808-1889) en su himno “Bendito nuestro Dios”: ¡Bendito sea Dios, el Dios nuestro, que por nosotros entregó a su Hijo amado, regalo de regalos, todos los demás dones en uno! ¡Bendito sea Dios, el Dios nuestro! ¿Quién nos condenará ahora? Si Cristo murió, resucitó y ascendió a lo alto, a rogar por nosotros a la diestra de amor, ¿quién nos condenará ahora? ¡Nuestra es la victoria! En poder salió a defendernos el poderoso; por nosotros peleó y el triunfo logró: ¡Nuestra es la victoria!4 (Traducción libre) La presencia (v. 5b) Esta es la mayor promesa de todas, que afianza lo que el Señor ha dicho. Cuando Dios amenazó con retirar su presencia de su pueblo, tras el incidente del becerro de oro, Moisés suplicó de forma elocuente y persuasiva diciendo que si Dios abandonaba a su pueblo este perdería todo aquello que lo hacía diferente (Éx. 33.12-16). Eso es lo que conver4  Horatius Bonar (1808—1889), “Blessed Be God, Our God” [Bendito sea Dios, nuestro Dios].


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tía en único a Israel. Y ahora Dios garantiza a Josué que esta bendición también será suya. Nunca lo dejará ni lo abandonará, una seguridad que también es válida para nosotros, sellada con la sangre de la cruz de Cristo. Saber que el Señor está más comprometido con su pueblo de lo que este pueda estarlo nunca con él nos da una fuerza maravillosa. “He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20) sigue siendo la promesa de Cristo a su iglesia misionera. Con mandatos (vv. 6-9) Valentía personal Solo demostramos que realmente creemos las promesas de Dios cuando empezamos a obedecer sus mandatos. Dios exhorta, pues, a su agente en tres ocasiones más a ser “fuerte y (muy) valiente” (vv. 6, 7, 9). Al final del capítulo (v. 18), incluso el pueblo le está dedicando estas mismas palabras. Sin duda, Josué no es un héroe omnipotente. El mismo mandato ya se había emitido tres veces en Deuteronomio. Y ahora, a orillas del Jordán, no sería de extrañar que sus rodillas estuviesen temblando y que el pueblo fuese consciente de ello. Ya no está Moisés para sostenerlo cuando caiga. El premio que tiene por delante es bueno y glorioso, una tierra que fluye leche y miel, pero la perspectiva de luchar realmente con un ejército casi sin preparación, contra los cananeos, era aterradora. Además, Josué conocía muy bien las debilidades y la inconstancia de su pueblo. ¡Incluso Dios había hablado de rendirse! Por tanto, no podemos reivindicar superioridad alguna de Josué en estos versículos, como si no hubiese necesitado las repetidas exhortaciones. Lo que tendemos a ver con frecuencia como una valentía natural es, quizá, en el análisis definitivo, una disciplina personal que decide vencer nuestro miedo natural a fin de obtener un bien mayor. “Tú darás a este pueblo posesión de la tierra” (v. 6) es la promesa, que genera la valentía para obedecer. Fe personal Sin embargo, aunque sin duda la voluntad está involucrada, la valentía que Dios pide a Josué es de origen divino, generada por la pala-


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bra del Señor. En la economía de Dios no existen imperativos sin indicativos, mandatos sin enseñanza sobre cómo pueden obedecerse estos y lo que significa confiar activamente en las promesas de Dios. Aquí no hay excepciones. El versículo 7 nos dice que la fuerza y la valentía dependen directamente de la esmerada y detallada obediencia de la palabra escrita de Yahvé, en la ley dada a Moisés. Josué debe ponerse bajo la autoridad de Dios, mediada por su palabra escrita, tal como lo está cada creyente que ha pasado a ser destinatario de la revelación directa por medio de los escritores bíblicos. En este sentido, Josué lucha con nosotros y por nosotros cuando afrontamos las batallas espirituales y desafíos de nuestro momento en la historia. Nótese cómo es esta fe personal: una entrega inquebrantable a practicar detalladamente todo lo que Dios ha mandado. Ese tipo de obediencia mantiene abiertos los canales de la gracia, de forma que los objetivos se logran, los ministerios son efectivos y los propósitos de Dios se cumplen. A su vez, ello implica una relación profunda y pormenorizada con el contenido de la revelación del Señor. Esta debe ser objeto de la meditación de Josué día y noche (v. 8). No significa que no hiciese otra cosa que estudiar la ley de Dios; era un hombre de acción y energía inmensas. Nada se excluye del amplio hebraísmo “día y noche”; significa que no hay un solo momento, una sola decisión que se deba tomar, en que el libro de Dios no lleve las riendas. Se debe leer constantemente en voz alta a Josué y a los demás, practicarse y recordarlo de continuo, obedeciéndolo en una acción meticulosa y entusiasta (v. 8). La obediencia inquebrantable e incondicional de la voluntad del Señor garantiza prosperidad y éxito, algo que nada tiene que ver con el tamaño de la cuenta bancaria de Josué y sí con que se cumplan los propósitos del Dios vivo. La misión imposible pasará entonces a ser una misión cumplida. Si ese era el caso cuando sólo se habían escrito cinco de los sesenta y seis libros de la Biblia, ¿cuánto más debe serlo para los creyentes cristianos que han recibido la revelación plena y completa? Sin embargo, en medio de toda la confusión y el debate sobre cómo debe afrontar la iglesia contemporánea los desafíos de esta generación, ¡cuán poco oímos acerca de lo importante que es obedecer diaria, disciplinada y minuciosamente todo lo que el Señor ha hablado en su palabra de verdad! La


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búsqueda de lo temerario y lo inusual, por medio de visiones, sueños y “profecías”, ha ocupado el lugar principal en muchas congregaciones de hoy. Se nos dice que la enseñanza bíblica está anticuada, desfasada, que es aburrida y poco efectiva. Sin embargo, “la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Ro. 10:17). Sin esa palabra, no existirá fe duradera. Sin fe, no habrá obediencia. Sin obediencia, no se producirá un cambio fundamental ni un avance del evangelio. Aceptar alternativas a la centralidad de las Escrituras, en la iglesia y en el cristiano, provocando miedo y desánimo, es algo que Dios le prohíbe a Josué en el versículo 9. Tales opciones no son difíciles de encontrar en la iglesia occidental, ya que las principales denominaciones siguen volviendo la espalda a la Palabra revelada de Dios y formalizando un acuerdo de transigencia con el mundo pecador. Acción personal Si Dios ha mostrado bondadosamente a su pueblo cómo debe vivir en relación a él, entonces la obediencia activa, y no el mero consentimiento intelectual, constituye la única forma de recibir su bien. Si queremos conocer las promesas divinas en la práctica y experimentar su creciente potencial en nuestra vida, debemos obedecer los mandatos del Señor. De eso mismo trata la vida de fe. Las promesas de Dios son términos incondicionales de su propio compromiso, pero su disfrute depende de nuestra minuciosa obediencia, y eso significa tener fe, la cual se manifiesta en obras (Stg. 2:21-26). Supón que te dan un cheque de 1000 euros. Es incondicional. Lleva la firma de la persona que lo ha extendido. Tiene el dinero que lo cubre en su cuenta. Todo está ahí, sin condición vinculada alguna, excepto que actúes con fe y vayas al banco a hacerlo efectivo. Cuando crees que todo es legítimo y auténtico, entras en la promesa cobrando el cheque, con lo que el dinero pasa a ser tuyo. Sin embargo, no obtienes el beneficio de los 1000 euros si enmarcas el cheque, lo cuelgas en la pared y lo miras de vez en cuando. De forma parecida, no debemos relajarnos en nuestro discipulado cristiano escuchando la Palabra de Dios sin actuar de acuerdo a ella. Todo lo que ocurrirá es que nuestros corazones se endurecerán (Sal. 95:7ss.). Conocer a Dios y caminar con él exige fe y una disposición a


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obrar dentro de los términos del contrato o acuerdo. Y hemos visto que estos son la confianza y la obediencia. Martín Lutero solía definir la fe como si se dijese: “Sí, esto es para mí”. Esta es la lección que se nos enseña aquí, como a Josué. Dios nos llama a decir sí a sus recursos, su gracia y su poder, su presencia continua, a apropiarnos de ellos hasta el punto exacto de nuestra necesidad consciente. Esa es la fuente de la fuerza y la valentía. “Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10). “Fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús” (2 Ti. 2:1). “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). La fe responde a la promesa con acción. Puedo seguir adelante por medio de Cristo. Él es la dinámica, la energía, y me llevará donde él quiera que yo esté, si confío en él. La fe no tiene miedo ni se rinde. No subestima al enemigo ni se relaja, sino que vigila y ora: “Señor, ayúdame ahora. Dame tu valentía, tu fuerza para ayudarme en este tiempo de necesidad”. ¡Es fe en Cristo tal como se revela en su Palabra, no fe en la fe! Incluso las congregaciones que siguen la buena enseñanza deben tener cuidado con un intelectualismo teológicamente preciso y exacto, pero que no se traduce nunca en una obediencia activa, costosa y totalmente dependiente de Dios. Josué comisiona a Israel (1:10-18) La primera señal de la fe y de la obediencia activas de Josué aparece en su confianza incuestionable en la palabra de Dios al pueblo, a través de sus líderes tribales en los versículos 10 y 11. Las instrucciones son muy prácticas y todos deben involucrarse. Tienen que preparar comida para cruzar, porque dentro de tres días entrarán en la tierra para tomar posesión de ella. Probablemente, en ese momento Josué no conoce con detalle cómo conseguirán pasar al otro lado. Sin duda sabía lo que nosotros, los lectores, no conocemos hasta 3:15: que el río “se desborda por todas sus riberas todos los días de la cosecha”. Otro ingrediente imposible en una comisión cada vez más aterradora. Pero la promesa lleva las riendas. Es “la tierra que el Señor vuestro Dios os da en posesión” (1:11). Si Yahvé dice que ahora es el momento de ir adelante y cruzar el río, ¡lo es!


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La parte final del capítulo habla de las instrucciones especiales de Josué a las dos tribus y media que se asentarán al este del Jordán, en las tierras arrebatadas a Sehón y a Og, reyes de los moabitas (véase Nm. 21:21-35). Moisés les había dado permiso para ocupar esa región de buenos pastos, ya que aceptaron sumar sus fuerzas a las de las demás tribus cuando invadiesen Canaán (Nm. 32). Ese acuerdo registrado, del que Josué y Eleazar fueron testigos, es el que el líder les recuerda ahora. Sus familias podían quedar atrás, en la tierra que acabaría llamándose Galaad, pero sus guerreros deben comprometerse con la conquista (Jos. 1:14). Los tres últimos versículos del capítulo subrayan para nosotros que Dios ya está cumpliendo sus promesas a Josué. No hay oposición a su liderazgo, tal como se promete en el versículo 5a, ni rastro alguno de resentimiento en el traspaso del mismo. De hecho, no solo confirman su lealtad incuestionable a Josué como nuevo líder, sino que incluso están de acuerdo en que cualquiera que se rebele contra sus órdenes sea ejecutado (v. 18). Sin embargo, existen dos condiciones, introducidas por las palabras “con tal que” y “solamente”. En el versículo 17 leemos: “con tal que el Señor tu Dios esté contigo”. En el 18: “solamente sé fuerte y valiente”. La primera se cubre con fe en las promesas de Dios ya expresadas, y la segunda con el compromiso de Josué de hacerlo todo según la palabra de Dios. Las mismas concluyen un comienzo muy propicio del ministerio de Josué. El Señor está con él. El pueblo está con él. Los planes para cruzar el río ya están en marcha y pronto llegarán a Jericó, la ciudad fortificada que protege la entrada a la tierra de la promesa. Dios mismo guía y orquesta todos los movimientos. Él es el personaje principal de este capítulo, así como de toda la empresa que el libro continuará describiendo. Por supuesto, no somos Josué y no podemos ponernos exactamente en su lugar. Sin embargo, cuando Jesús actúa como mediador para nosotros —su pueblo rescatado—, la mente y la voluntad del Padre invisible, nos vemos en una posición parecida por medio de su enseñanza, dependiendo de la palabra de Dios para guiarnos y llamados a una vida de fe y obediencia. Todos sabemos lo que es necesitar valentía para afrontar un futuro desconocido y fe en las promesas del Señor para generar obediencia a sus mandatos. Lo que me impacta en este capítulo


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es la urgencia divina por todo ello. Este día ha tardado mucho en llegar, pero cuando amanece no hay tiempo que perder. Nuestro problema es que, con frecuencia, somos incapaces de actuar como sabemos que deberíamos hacerlo, porque no creemos lo suficientemente como para lanzarnos por la simple palabra de nuestro Dios prometedor. No obstante, nada puede ser más cierto o seguro. No estoy hablando de ideas brillantes que se nos hayan ocurrido o nociones que nos guste contemplar, sino de una clara palabra de Dios de las Escrituras. Cuando él aplica su palabra a nuestra vida con respecto a algo que nos está llamando a llevar a cabo, debemos empezar a hacerlo tan pronto como podamos, en la fuerza que él nos suministra. Nuestra tentación es esperar y pedir más luz, sin actuar en la que él ya nos ha dado. Todo lo que tengo que hacer para que mi corazón se endurezca, después de que Dios haya hablado su palabra es... ¡nada! Cualquier progreso en nuestro discipulado comienza con el Señor hablando con claridad (y a menudo persistencia) a través de las Escrituras, mandando y prometiendo. Seguidamente, su Espíritu aplica esa palabra de verdad de forma tan relevante y potente que no podemos escapar a su exigencia. Este es el propósito de la comisión de Dios: una vida que confíe y obedezca, es decir, una vida que él pueda utilizar.


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