Cultura y Biblia
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Ruth Valerio
Una vida justa y sencilla
La fe y la comunidad en una era de consumismo
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Índice
Prólogo a la serie
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Introducción
17 PR I M E R A PART E
El aire que respiramos: El contexto 1. El elefante y los ciegos:
47
¿Qué es exactamente la globalización?
2. Tejanos ajustados y una nariz rota:
79
El reto del consumismo
3. De monjes y hombres
111
El contexto eclesial
S E GUN DA PART E
Aspirar, espirar: La teología Introducción
155
4. ¿Vete a un convento?
161
La retirada enfermiza frente al narcisismo perjudicial
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5. En riqueza o en pobreza:
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Cómo pensar en la riqueza
6. La templanza, la justicia y el progreso humano:
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Un examen más profundo con Tomás de Aquino
T E R CE R A PART E
Una vida bien vivida: Juntando las piezas Introducción
257
Un interés social global
265
Un interés ecológico
273
Un enfoque cristiano al dinero y los bienes materiales
283
El consumismo ético
291
La comunidad local
305
El activismo
317
El tiempo
325
Unas últimas palabras
335
Notas
341
Bibliografía y recursos online
357
Iglesias y entidades colaboradoras en la publicación de esta serie
367
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Introducción
Estoy sentada sobre una roca, mirando el mar. El sol brilla con fuerza y me envuelve en su calidez, llenándome de su resplandor, calentando mi rostro y mi cuerpo. Al otro lado de las aguas mansas y relucientes puedo distinguir apenas los montes Wicklow, en Irlanda, brumosos en la distancia, mientras a mis pies el agua golpetea las piedras con su ritmo apaciguador, ajustando mi respiración a su cadencia. Cuando miro su transparencia observo las algas ondulantes y las colonias de anémonas que se mueven adelante y atrás, bailando al compás. Sobre mi cabeza se cierne alguna que otra ave marina, en busca de las caballas que nadan bajo la superficie, y un ladrido me hace mirar al frente y sonreír al ver una foca, cuya cabeza sube y baja entre las ondas, observándome con gran curiosidad con sus grandes ojos negros. A mis espaldas, más allá de las peñas por 17
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las que he trepado, las ovejas pastan en las verdes laderas, y sus balidos relajantes se asocian con los otros sonidos formando un coro agradable. Estoy sentada allí una hora, o puede que más. No hago nada, no digo nada, no oro. Simplemente observo, escucho, siento, y permito que la belleza de mi entorno arrebate mis pensamientos y haga con ellos lo que quiera, obrando su alquimia en mi ser. Paz. Estoy en la isla de Bardsey, un lugar que se ha convertido en el lugar predilecto donde pasar las vacaciones para mi familia y para mí. Es un sitio increíble. Tiene una longitud de solo 1600 metros, y una anchura de 800, y está situado a 3 km de la península de Llyn, al noroeste de Gales. La isla fue el emplazamiento de un monasterio desde el siglo VI (aún conserva las ruinas de un monasterio agustino del siglo XIII), y fue conocida como “la isla de los veinte mil santos”, porque en la época medieval se convirtió en un cementerio predilecto. Se decía que tres peregrinajes a Bardsey equivalían a uno a Roma. La isla está salpicada de diversas granjas, que reflejan el periodo en torno a mediados del siglo XIX, cuando se convirtió en una comunidad dedicada a la agricultura y a la piscicultura (la mayor parte de las casas sigue sin tener electricidad). Ahora solo hay una familia que trabaja en la granja durante todo el año, y las otras casas se alquilan para las vacaciones estivales. Es un lugar tremendamente hermoso, y ofrece vistas sobre Irlanda por un lado y sobre Gales y Snowdonia por el otro. Cuenta 18
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INTRODUCCIÓN
con una gran colonia de focas entre las que nadar, una miríada de polillas y de aves que admirar, un cielo estrellado nocturno que maravilla a todo el mundo y la posibilidad de participar en la aventura de la pardela pichonetaa, actividades que sin duda hacen de la isla un lugar incomparable. Este lugar me ha enseñado muchas cosas mientras he estado reflexionando sobre lo que significa seguir a Jesús en nuestra cultura moderna, que nos exige tantas cosas en términos de tiempo, economía y relaciones. Estas reflexiones me indujeron a centrar mi tesis doctoral en este tema; analicé cómo el concepto y la práctica de la vida sencilla podrían ofrecer algunas respuestas a la pregunta de cómo vivimos bien, como cristianos, en nuestra sociedad consumista. Recuerdo bien las tardes estivales de una semana en Bardsey, sentada a la mesa de la cocina de nuestra pequeña granja, teniendo a mano mi taza de té y mi chocolate favorito, leyendo a Aristóteles y Aquino, y perdiendo la mirada más allá de los campos, en el mar. Pero la mayor parte de las cosas que he aprendido en Bardsey no ha procedido de los libros que he leído, sino de la experiencia básica de estar allí y permitir que sus ritmos y sus formas de vida (tan diferentes a las que experimenta la mayoría de nosotros día tras día) fueran mis maestros. Sinceramente, cuando uno viene de una sociedad que se fundamenta en la expectativa del crecimiento constante, es toda una conmoción pasar tiempo en un lugar donde hay límites. De entrada, está el tema de la comida. Una vez en la isla, aparte de miel, a La pardela pichoneta es un ave marina propia del Atlántico, de dorso oscuro y vientre blanco y unos 40 cm de longitud, que vuela cerca de la costa y a baja altura, en busca de crustáceos y pequeños peces. (N. del T.) 19
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huevos y hortalizas de la granja, o caballa si uno es pescador, el visitante depende por completo de los alimentos que haya llevado consigo. Como soy la persona responsable de esta misión, me parece una tarea preocupante. ¿Qué pasa si no he hecho suficientes pasteles? ¿Y si mi provisión de alcohol es insuficiente? ¿Y si el tiempo nos impide salir de la isla durante unos días más de los previstos? ¿Habré traído suficiente comida para que no pasemos hambre? Como podrás imaginar, el resto de mi familia se ha acostumbrado bastante a escuchar la frase “¡Vale ya, que esto nos tiene que durar toda la semana!”. En segundo lugar, el agua. La isla es totalmente autosuficiente por lo que respecta al agua, que encontramos en el arroyo de montaña. Cada casa dispone de un grifo que está conectado con el arroyo (el chorro es más bien escaso), y de un enorme depósito para el agua en el exterior. El agua del depósito hay que usarla para todo (cocinar, limpiar, lavar, etc.) menos para beber. Si ha habido sequía, es posible que haya que racionar el agua del grifo. Los viajes reiterados a un costado de la casa, hasta el depósito de agua, para llenar un bol me hacen ser consciente de lo precioso que es en realidad este recurso. Y luego está el tema de la electricidad. Es curioso lo instintivo que resulta, cuando oscurece, entrar en un cuarto y tantear en busca del interruptor. Cuando llegamos me descubrí un par de veces haciendo esto, y tardé un tiempo en acostumbrarme a que no había electricidad, y a adquirir el hábito de hacer determinadas cosas (como quitarme las lentillas) mientras aún había luz del día. Aunque contamos con lámparas y velas, hay un límite para las cosas que puedes hacer con la luz que proporcionan. Está claro 20
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INTRODUCCIÓN
que no puedo leer, lo cual es un inconveniente claro (¡y ni se te pase por la cabeza llevarte un secador de pelo!). O sea, que en muchos sentidos la vida en la isla es incómoda (y ni siquiera he mencionado que el retrete está fuera de la casa y que tienes que llevarte de vuelta a casa toda la basura que generes…), y no cabe duda de que a mí me gusta vivir en ella cuando hace buen tiempo. No podría vivir aquí permanentemente. Pero esto me enseña algo sobre los límites y me recuerda que vivo en una inmensa isla que flota en el océano del universo. Para mí, los límites de Bardsey son como una metáfora sobre los límites de este mundo en el que habito, y me recuerdan que no debo dar por hecho los recursos de la Tierra ni usarlos como si fueran ilimitados. Este es un tema al que volveremos a lo largo de este libro. La isla también altera mi percepción del tiempo, algo con lo que muchos de nosotros tenemos problemas en medio de nuestra sociedad acelerada. Cuando, emocionada, le cuento a la gente adónde nos iremos a pasar las vacaciones, la pregunta que me hacen más a menudo es: “¿Y qué vais a hacer toda la semana?”. Y es una pregunta comprensible: ¿qué se puede hacer en una pequeña isla que no tiene electricidad? Está claro que al final de la primera tarde ya la has explorado entera, y entonces ¿qué queda por hacer, sin televisión ni ordenador? Lo curioso del caso es que el tiempo tiene la interesante costumbre de cambiar cuando bajas del barco a la pequeña playa que marca el principio de tu estancia en la isla. Y es estupendo que pase eso, porque tengo tan mala relación con el tiempo 21
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como la tiene la mayoría de las personas, y a menudo lucho con la sensación de que, simplemente, tengo demasiadas cosas que hacer. Es increíble la cantidad de cosas que hay que hacer en una isla donde no hay nada que hacer. Un año ni siquiera recorrí la isla hasta el extremo más alejado de nuestra casa; ¡no sé cómo, pero no tuve tiempo! Para empezar, tenemos las tareas cotidianas de la vida. Hace falta tiempo para calentar el agua para mi aseo matutino. Hay que hornear pan y freír el típico desayuno inglés. Luego tenemos la zambullida en el mar con las focas y el trayecto hasta la casa de labranza para saludar a Jo, la esposa del granjero, y ver si tiene algunos huevos para mí. Hay una montaña por escalar (bueno, en realidad es una colina bastante alta) y los senderos de los acantilados para pasear. Carol, la artista que veranea en la isla, hace talleres de manualidades, y Christine, cuyo marido nació y se crio en Bardsey, celebra una charla sobre historia y poesía en el viejo edificio de la escuela, una tarde a la semana. A veces necesitan ayuda en la granja, y contribuimos a trasladar las ovejas de un campo a otro, o a reunir a las vacas cuando un visitante descuidado ha olvidado cerrar el portillo. También podemos apuntarnos a las actividades del Observatorio de Aves, anillando polluelos de pardela pichoneta por la tarde, en el monte, y paíños en las playas, por la noche. Los niños de la isla se reúnen habitualmente para jugar al fútbol y organizar “los juegos de las cinco de la tarde”, donde juegan a Buscadores (vete a saber qué es eso…) en los campos. 22
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INTRODUCCIÓN
Cuando baja la marea, uno se puede sentar a contemplar las focas tomando el sol en las rocas, escuchándolas refunfuñar y viendo sus simpáticas travesuras, y a medianoche uno puede aposentarse en medio de la oscuridad del valle donde las pardelas vuelven a reunirse con sus polluelos en los nidos. Las fantasmagóricas formas blancas que se ciernen en lo alto y sus chillidos sobrecogedores ofrecen una experiencia inigualable. Contemplar las estrellas en Bardsey es increíble, dado que en muchos kilómetros a la redonda no hay contaminación lumínica. Un año nos vimos en medio de una lluvia de meteoritos, y a medianoche nos tumbamos boca arriba y contemplamos cómo las estrellas fugaces atravesaban el espacio sideral, y vimos satélites y la Estación Espacial Internacional que describían sus órbitas por el cielo nocturno. Y, claro está, hay tiempo que dedicar a los amigos que a veces nos acompañan, bebiendo vino, comiendo juntos y hablando de la vida. Un elemento esencial de todo esto es el ritmo regular de la oración que lleva siglos formando parte de la isla. A las nueve de la mañana y las cinco de la tarde se celebran los cultos matutino y vespertino en la pequeña capilla victoriana junto a nuestra casa, y al final de cada día unos cuantos nos reunimos para entonar completas, y los niños y los adolescentes se turnan para decir las frases. La reunión más memorable de todas fue la que celebramos un año, la penúltima tarde de las vacaciones, después de un partido de fútbol insular, en la playa arenosa sobre la que se acumulaban nubes de lluvia, y mientras veinte focas o más se mecían en las aguas observándonos a todos, reunidos en torno a una vela. Así que, como ves, en la isla de Bardsey no hay muchas cosas que hacer. 23
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Subyacente en todo esto está el impacto que produce vivir tan cerca del mundo natural y experimentar una conexión más profunda con la naturaleza. Está bien documentado que hoy día nuestras vidas cada vez se alejan más del mundo natural que nos rodea. Actualmente, menos de una cuarta parte de los niños usan regularmente su “porción de naturaleza”, comparados con la mitad de todos los adultos cuando eran niños,1 y un informe de la National Trust dijo que los niños desconocen algunos de nuestros animales salvajes más comunes porque pasan poco tiempo fuera de casa. Aunque a muchos les costó identificar a una urraca y señalar la diferencia entre una abeja y una avispa, ¡nueve de cada diez lograron reconocer a un Dalek!2b El impacto que tiene esta falta de vínculo con el aire libre lo ha resumido memorablemente Richard Louv con su frase “trastorno por déficit de naturaleza”.3 Nos empobrecemos cuando estamos separados del mundo natural, y esto nos influye en todos los niveles: psicológico, emocional, físico y espiritual.4 Tal como sostiene un informe de la Universidad de Essex, en un maravilloso comentario que se queda muy corto, “este estudio confirma que el entorno proporciona un servicio sanitario importante”.5 Yo ya disfruto de una vida bastante vinculada con la naturaleza, aunque un tanto domesticada, porque tengo una casa y un jardín lleno de animales (pollos, conejillos de Indias, conejos domésticos que campan a sus anchas, insectos palo, una pitón y un camaleón); paso tiempo regularmente en los huertos y, por mi participación en una cooperativa porcina, cerdos a quienes alimentar, rascar y con quienes conversar, pero una cosa que he b Personaje robótico de una serie británica muy popular, Doctor Who. (N. del T.) 24
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INTRODUCCIÓN
aprendido especialmente en Bardsey es el impacto que puede tener la relación con la naturaleza sobre el sufrimiento emocional. Hace algunos años me impactaron tremendamente las palabras de Steven Bouma-Prediger en For the Beauty of the Earth. El autor comenta sobre las palabras que Dios dirige a Job en los capítulos 38 y 39 de su libro, diciendo: “Las palabras de Dios desde el torbellino recuerdan forzosamente a Job no solo el poder divino, sino también la extensión y el misterio del mundo creado, un mundo que no han hecho los humanos”. Y sigue diciendo: “Un mundo así, que escapa al control o al conocimiento humanos, es capaz, de alguna manera, de absorber el peso de la tristeza humana. En los momentos de tristeza y de dolor los paisajes silvestres proporcionan un gran alivio. Cuando Dios está en el centro, y por consiguiente el ser humano queda desplazado, hay un mundo lo bastante ancho y salvaje como para absorber la angustia del sufrimiento humano”.6 Estoy segura de que no soy la única a la que le llegan las palabras que Bouma-Prediger escribe aquí, y en la isla de Bardsey, ya sea sentada en las rocas, caminando por la costa sinuosa o reposando en el monte, escuchando las chovas que vuelan por encima y por debajo de mí, he empezado a experimentar esa realidad por mí misma. Muchos de los que lean esto, sin duda, habrán conocido hasta cierto punto la hermosa capacidad que tiene la naturaleza para tratar los anhelos y los dolores de nuestro corazón, no para hacerlos desaparecer, pero al menos sí para aplicarles un bálsamo calmante, dándonos un respiro. El tiempo, los límites ecológicos y la vinculación con la naturaleza se encuentran entre los diversos temas que trataremos en 25
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UNA VIDA JUSTA Y SENCILLA
este libro. Sin embargo, mientras escribo esto no me encuentro en la isla Bardsey, sino sentada a la mesa de la cocina de nuestra casa adosada en un barrio de viviendas sociales de Chichester. Acabamos de almorzar, y nuestras hijas, una a punto de llegar a la adolescencia y la otra ya metida en ella, se han ido con un grupo de jóvenes. Pronto tendré que subirme al coche para ir a recogerlas, a ellas y a sus amigos. Es posible que pasar una o dos semanas en la isla de Bardsey me enseñe algunas cosas importantes, pero el reto consiste en cómo introducir en mi vida cotidiana lo que he aprendido. Por supuesto, la realidad es que la mayoría de nosotros vivimos en lugares bastante ordinarios, e intentamos vivir nuestras vidas lo mejor que podamos en ese entorno; hacemos lo máximo en el trabajo; pagamos nuestra hipoteca/alquiler y otras facturas, mientras ahorramos un poquito para el futuro; criamos hijos (si los tenemos) lo mejor que sabemos; mantenemos estables nuestras relaciones… e intentamos no cansarnos demasiado ni agotarnos durante el proceso. Mientras hacemos estas cosas, nos enfrentamos a la expectativa cultural de que periódicamente actualicemos y compremos cosas nuevas, mejorando gradualmente nuestro estilo de vida, y asegurándonos de tener (sobre todo las mujeres) el mejor aspecto posible durante todo ese proceso. Al mismo tiempo, para las personas que lean esto y sean cristianas (doy por hecho que la mayoría de mis lectores serán cristianos, pero por favor, siéntete más que invitado a continuar si no se te aplica esta etiqueta; espero que disfrutes del contenido del libro), sabemos que queremos que Cristo esté en el centro de todo lo que hacemos, y esto debe marcar una diferencia en 26
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INTRODUCCIÓN
nuestra manera de vivir y en nuestra elección de las prioridades de esta vida. Mi hija menor, Jemba, me dijo ayer mismo: “Mamá, si te arrestaran por ser cristiana, ¿crees que habría suficientes evidencias para condenarte?”. Es una buena pregunta, y no estuve totalmente segura de que me apeteciera responderla. Además de todo esto, sabemos muy bien que vivimos en un mundo aquejado de problemas increíblemente complejos: desigualdades, injusticia, el cambio climático, la subida del nivel de los océanos, crisis energéticas, hambrunas y falta de acceso al agua potable, extinción de especies, desaparición de caladeros, etc. La mayoría de nosotros sentimos intensamente que no podemos ignorar estos y otros problemas, y nos domina el intenso deseo de intentar hacer algo al respecto. Sentimos que lo mínimo que podemos hacer es dar parte de nuestro dinero a organizaciones benéficas (y a menudo esto se nos da bastante bien), pero sabemos que no es suficiente. Tenemos la sensación difusa de que existe un vínculo entre la manera en que vivimos nuestras vidas, la cultura en la que vivimos, nuestra fe cristiana y los problemas más amplios de este mundo, pero a veces nos resulta demasiado y, sinceramente, lo máximo que podemos hacer es ir tirando hasta el final de la jornada y luego derrumbarnos delante de la televisión con una copa de vino en la mano. Quiero sugerir que este vínculo se puede establecer, y que no siempre tiene que resultar oneroso ni agobiante, ni tampoco llevarnos a una vida de privaciones. Lo que he descubierto es que ir uniendo los puntos puede ser de lo más divertido, y llevarte a 27
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UNA VIDA JUSTA Y SENCILLA
una aventura que nunca imaginaste que podrías experimentar. Sí, puede conducirte a una vida en la que aprendas a decir que no a determinadas cosas de las que antes disfrutabas, pero también a una vida en la que digas sí a muchas más cosas. Este libro se centra en unir los puntos entre el estilo de vida, nuestro contexto cultural, la fe y los problemas de nuestro mundo; y es algo que he intentado hacer durante la mayor parte de mi vida adulta. Todo empezó debido a tres factores. Primero, mientras estudiaba en la universidad leí un libro, escrito por un amigo de mi iglesia, titulado Whose Earth?7 (“¿El mundo de quién?”). Fue la primera vez que leí una presentación bíblica del cuidado medioambiental, y solo puedo describirla diciendo que fue una segunda conversión. Ese fue el pistoletazo de salida que dio comienzo a mi viaje, en el cual fui reevaluando gradualmente mis conceptos teológicos (en aquella época estaba estudiando teología en la universidad) para introducir en ellos la Creación más amplia, quitándome mis lentes exclusivamente humanas y leyendo la Biblia con esas otras que permiten detectar dónde y cómo encajaba todo el orden creado en el relato de la salvación que cuenta la Biblia. En segundo lugar, después de acabar la universidad, mientras estudiaba a tiempo parcial para un MAc, pasé a ser la ayudante de investigación de quien en aquel entonces era el secretario general de la Alianza Evangélica, un señor llamado Clive Calver. Él estaba volcado en numerosos proyectos en los medios de comunicación y en su papel como conferenciante, y necesitaba ayuda para realizar la investigación de fondo de esos proyectos. c Un Master of Arts, estudios de posgrado en una materia que no es científica. (N. del T.) 28
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INTRODUCCIÓN
Una de las cosas que hizo fue una serie de debates para el Servicio Mundial de la BBC centrados en cuestiones éticas y, junto con los habituales sobre el aborto, la eutanasia, el matrimonio y demás, uno de los debates habló del tráfico de armas. Ni él ni yo sabíamos nada del tema, así que me puse manos a la obra, leyendo todo tipo de material sobre el funcionamiento del comercio de armas. Una parte lo leí cuando estaba en Addis Abeba, Etiopía, haciendo un viaje con mi esposo Greg, trabajando en los barrios marginales. Cuando se combinó el hecho de estar en uno de los países más pobres del mundo con la lectura sobre los horrores de esa industria que mueve miles de millones de dólares, y cuando entendí que todos estamos potencialmente involucrados en ella a través de nuestras cuentas bancarias y nuestros planes de pensiones, me quedé sobrecogida, y vislumbré los vínculos existentes entre nuestras vidas en este mundo y las vidas y los lugares donde viven otras personas por todo el mundo, y lo vi todo de una manera que no pude pasarlo por alto. El tercer factor que fue el catalizador de mi forma de pensar durante los últimos veinte años más o menos, fue una “auditoría del estilo de vida” que hicimos en nuestra iglesia, y que organizó el mismo amigo que había escrito Whose Earth? Fue como un cuestionario de esos que aparecen en Cosmopolitan (“cómo va su vida sexual”), donde al final de las preguntas sumabas la puntuación para averiguar hasta qué punto eras “un cristiano ecológico”. A estas alturas yo me había volcado bastante en exponer a todo el mundo mi teología medioambiental recién descubierta, diciendo a la gente que tenían que darse cuenta de los errores presentes en su teología. Pero hacer aquella encuesta me hizo ver que era una hipócrita: sí que hablaba del tema, pero 29
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no lo ponía en práctica en ningún sentido. Sabía que tenía que cambiar, y así fue como empezó la aventura de intentar encontrar maneras de vivir que fueran lo menos perjudiciales posible para este mundo y para sus habitantes, e incluso pudieran beneficiarlos de alguna manera. Sin embargo, pronto descubrí algo: ¡no era tarea fácil! ¿Por qué? Porque parecía ser que todo lo que me rodeaba me inducía a no tomar el tipo de decisiones que quería tomar. La cultura en la que vivía no quería que me hiciera preguntas que me llevaran a reflexionar sobre la procedencia de un producto; quería que consumiera a ciegas. No quería que me contentase con lo que ya tenía; quería que comprase más. No quería que viviera de otra manera, que tuviera mis propias opiniones alternativas sobre las cosas; quería que hiciera lo mismo que hacía todo el mundo, sin preocuparme por nada. Sinceramente, otra dificultad fue que muy pocas personas de las que conocía entendieron realmente el cambio profundo que se había producido en mi forma de entender la fe y el mundo y, por consiguiente, no entendían la importancia que tenían para mí los cambios que intentaba introducir. La mayoría de mis familiares, amigos y miembros de la iglesia se limitaron a pensar que era un poquito rara, ¡y además no se privaban de decírmelo! Aldo Leopold, uno de los fundadores del movimiento para la conservación de la naturaleza salvaje en Estados Unidos, dijo en cierta ocasión: “Uno de los perjuicios de la educación ecológica es que uno vive solo en un mundo de heridas”; y cuando leí esa cita me eché a llorar, porque era exactamente como me sentía. 30
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INTRODUCCIÓN
Me alegra poder decir (gracias sobre todo a haber conocido a la gente de A Rocha, la ONG cristiana ecologista con la que trabajo ahora) que ya no me siento así. Pero esto es un recordatorio de que los tipos de temas que veremos en este libro no se consideran “normales” en nuestra sociedad, y por lo tanto requieren un alto grado de energía y de compromiso. En una de las entrevistas que hice para mi doctorado (durante las cuales hablé con cristianos que intentaban vivir con mayor sencillez), una persona me dijo: “Soy diferente en dos sentidos: al ser cristiano soy distinto de los grupos ecologistas seculares… y soy diferente de muchos cristianos porque me centro en la vida sencilla y en la consciencia medioambiental”. Las cosas han cambiado mucho desde que empecé mi vida adulta. Ahora existe una consciencia medioambiental y social mucho más grande, tanto dentro como fuera de la Iglesia, y muchas de las cosas que hago ahora ya no se consideran tan raras como antes. A pesar de ello, si estás leyendo Una vida justa y sencilla, sé que es porque eres consciente de que nuestra sociedad de consumo y nuestro mundo globalizado están provocando innumerables perjuicios, tanto a nosotros mismos como a otros, pero que también puede ser difícil vivir de tal modo que empiece a paliar esos perjuicios. Aunque no voy a intentar en modo alguno ofrecer todas las respuestas, tengo la esperanza de que lo que leas en estas páginas te ayude a reflexionar más profundamente en lo que significa vivir de otra manera: los retos que plantea, las tensiones que debemos equilibrar y las maneras prácticas en las que podemos hacer eso. Pero, primero, algunas palabras sobre los orígenes de este libro. Hace algunos años me pidieron que fuera la coautora de un curso 31
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que salió del movimiento Alpha, titulado La sencillez, el amor y la justicia.8 Era la primera vez que me enfrentaba de verdad a la palabra “sencillez”, pero a medida que conocía a otras personas que también viajaban en la misma dirección (virtualmente, a través de los libros o en persona), me di cuenta de que era el término que usaban para describir el estilo de vida que intentaban llevar, y también descubrí que era lo que Greg y yo también intentábamos hacer. La sencillez, o la vida sencilla, se convirtió en algo de lo que empecé a hablar y sobre lo que escribí mientras viajaba por el país y por el extranjero para dar conferencias, y descubrí que despertaba un eco potente y diáfano en muchas personas. Sin embargo, soy consciente de que hablamos de un concepto difuso que carece de una definición aceptada, y además puede inducir al error, porque, como digo a menudo, intentar llevar este tipo de vida es todo menos sencillo; ¡resulta mucho más fácil hacer lo mismo que todo el mundo! De modo que cuando tuve la oportunidad de hacer mis cursos de doctorado, decidí centrarme en analizar este concepto de la sencillez; quise averiguar si se podía definir con mayor exactitud, ver cuáles eran sus características clave y (algo que era especialmente importante para mí dentro del contexto de mi fe cristiana) plantear en qué fundamento teológico se sustenta la vida sencilla, teniendo en cuenta que la sencillez no es un concepto exclusivamente cristiano y que se puede encontrar en muchas religiones y creencias de este mundo. Cuando empecé a estudiar la manera de hacer esto, tuve dos cosas claras. Primero, a medida que iba leyendo los libros más populares sobre la sencillez y organizaba, daba o asistía a conferencias, me quedó claro que nuestros conceptos contemporáneos de la 32
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INTRODUCCIÓN
sencillez se forjan dentro del contexto de la cultura del consumo y como respuesta a ella. La vida sencilla no se puede abordar como algo aislado: tiene que entenderse dentro del contexto en el que se desarrolla. Así, el intento de comprender nuestra cultura contemporánea se convirtió en una parte importante de esta misión. En segundo lugar, a medida que iba leyendo libros más académicos, cada vez me sentía más incómoda al ver la manera en la que buena parte de lo que leía parecía flotar en una especie de limbo, con escasas referencias a lo que estaba pasando en realidad en las vidas de las personas con los pies en el suelo, por así decirlo. Quería que mi pensamiento conceptual tuviera raíces más tangibles, de modo que decidí comenzar mi tesis doctoral con una muestra de investigación empírica sobre un grupo de personas que intentaba vivir con mayor sencillez; después, dejaría que lo que descubriera dirigiese e informase el resto de mi pensamiento.9 Este libro se basa en mi tesis doctoral y en lo que averigüé gracias a ella. Sin embargo, no es un mero proyecto “cortar y pegar”: he reescrito porciones considerables, he añadido otras nuevas y lo he vuelto más autobiográfico y práctico de lo que, inevitablemente, era la tesis. Tampoco he incluido las investigaciones empíricas en sí, por fascinantes que fueran, aunque en diversos momentos mencionaré algunos de mis descubrimientos. A pesar de todo, la esencia de mi pensamiento durante el desarrollo de mi doctorado es lo que constituye el fundamento de las siguientes páginas. El libro se encuentra dividido en tres partes, así que para que puedas desplazarte correctamente por él voy a hacer algunos comentarios sobre ellas. 33
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UNA VIDA JUSTA Y SENCILLA
La primera parte habla del contexto: ¿en qué contexto estamos viviendo? Reflexionaremos sobre la globalización (capítulo 1) y el consumismo (capítulo 2), intentando comprender mejor qué son, cómo los experimentamos y cuáles son sus impactos positivos y negativos, sobre nosotros y en términos más generales. Luego pensaremos en el contexto de la Iglesia (capítulo 3) en el que nos movemos muchos de nosotros. Creo que en estos momentos en la vida eclesial existen diversos caminos distintos que se están fusionando, y que conducen a este énfasis especial sobre el estilo de vida y otras cuestiones globales. Una parte de lo que analizaremos en estas páginas serán cosas como el redescubrimiento de las antiguas vías del monacato y la tradición de la disensión radical dentro del cristianismo. La segunda parte se centra en la teología: ¿cuáles son las ideas teológicas clave que subyacen en los intentos cristianos de vivir con mayor sencillez como respuesta al contexto que vimos en la primera parte? Lo que queda claro es que intentar vivir bien la vida como cristianos nos lleva a algunas tensiones considerables que debemos intentar gestionar. Existe una vía media, como diría Aristóteles, un sendero intermedio por el que transitar cuidadosamente, y que tiene extremos que hemos de eludir. En esta parte del libro examinaremos esas tensiones, y espero que sea un análisis fructífero, dado que pienso que identificar y comprender esas tensiones es el primer paso para afrontarlas con éxito. El capítulo 4 examinará dos peligros concretos a los que podemos enfrentarnos. Uno es el peligro del cristianismo que se aleja demasiado de la sociedad, y que nos lleva a crear un enclave oposicional en lugar de relacionarnos con lo que vemos a 34
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INTRODUCCIÓN
nuestro alrededor. El segundo es el peligro de un cristianismo que es inútil porque se centra en el “yo”, es narcisista, una trampa en la que pueden caer (¡ironías de la vida!) algunos intentos de vivir con mayor sencillez. El capítulo 5 se centrará en la cuestión crítica de cómo desarrollar un enfoque cristiano hacia el dinero y los bienes materiales; en él estudiaremos el peligro que supone aceptar la forma de cristianismo opuesto y terapéutico: la actitud de rechazo a los bienes materiales del mundo. La Iglesia primitiva, san Benedicto y san Francisco serán quienes nos acompañarán mientras examinamos este tema, y dedicaremos un tiempo a pensar en lo que tiene que decir la Biblia sobre el dinero y los bienes materiales. En el capítulo 6 llegaremos al auténtico meollo del libro, cuando hablemos de Aristóteles, Tomás de Aquino y el concepto de eudaimonia (bienestar o florecimiento), y veamos el concepto que tenía este último de la relación entre las virtudes de la templanza y la justicia. Aquí llego a la esencia del tema que expuse en mi tesis doctoral, y puede que a algunos lectores les resulte una lectura pesada. Si es así, cuentas con mi bendición para saltarte el capítulo y pasar al siguiente. La tercera parte habla de la práctica. Teniendo en cuenta todo lo que hemos visto hasta ese momento, ¿qué pinta tendría una vida cristiana, bien vivida, dentro de nuestra sociedad de consumo moderna y globalizada? ¿Cuáles serían algunas de sus características? En esta última parte del libro analizaremos siete rasgos de esa vida: el interés por cuestiones sociales universales; el interés por la ecología; el uso correcto del dinero y de los bienes materiales; el consumismo ético; la participación activa en la comunidad 35
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local; una fe que llegue a todas las áreas de nuestras vidas, especialmente en la defensa activa de estas prácticas; y un equilibrio saludable en nuestra distribución del tiempo. Pero antes de pasar al capítulo 1 quiero dedicar cierto tiempo a contarte lo que me hace levantarme de la cama por las mañanas para hacer las cosas que hago. Todo tiene que ver con la manera en que leo la Biblia y cómo entiendo la historia de Dios que contiene. Así que remontémonos al principio… En ese principio, como nos dicen las palabras introductorias de la Biblia, Dios creó los cielos y la tierra. Esto no es el principio de un debate sobre la evolución, tan solo la afirmación de que, sean cuales sean tus opiniones sobre el origen del universo, Dios fue la causa.10 Y el mundo que Dios creo fue muy bueno (Gn. 1:31). Esta breve afirmación es pura dinamita, porque hace saltar por los aires el dualismo no bíblico que ha adoptado la Iglesia a lo largo de los siglos de su existencia: un dualismo que ha enseñado que lo que es terrenal, físico, material, es en cierto sentido inferior a lo que es etéreo, no físico, inmaterial. En contraste al mito de la creación dominante en Babilonia (titulado Enuma Elish), que circulaba más o menos en la misma época en que posiblemente Génesis se estaba escribiendo en un papiro, y que presentaba el mundo como un lugar malo, creado a partir de un dios derrotado en una batalla cósmica, la narración del Génesis establece la idea fundamental de que el mundo creado es totalmente bueno (porque, claro está, procede de un Dios absolutamente bueno). Pronto este mundo rebulle de vida en los mares, en la tierra y en los cielos, y la última especie que Dios crea es terrenal, una 36
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criatura telúrica (conocida más habitualmente como Adán).11 Existen muchas similitudes entre esta criatura terrenal y los otros seres vivos. Todos son bendecidos para que se multipliquen y llenen la Tierra. Todos tienen dentro el aliento de Dios (Gn. 1:20: no es correcto entender que Dios sopla aliento en la nariz de Adán para conceder a la humanidad un alma o la espiritualidad, contrapuesta a otros seres vivos). Pero existe una diferencia: solo ‘adam es creado “a la imagen de Dios”, y en esta descripción descubrimos lo que nos hace únicos como humanos. Esta frase, “la imagen de Dios”, refleja el contexto babilónico en el que se supone que encontraron su forma definitiva los textos del Génesis. Los hallazgos arqueológicos han encontrado tumbas reales que llevan inscripciones donde se describe al rey concreto como alguien hecho “a la imagen del” dios que adorasen. Ser hechos a imagen de un dios particular significaba que el rey representaba a esa divinidad ante su pueblo, garantizando la armonía social y la fertilidad de los cultivos y del ganado. Hemos sido hechos a la imagen del Dios creador para representarle ante la Creación más amplia y para manifestar el gobierno monárquico de Dios. El especialista en Antiguo Testamento Chris Wright ha escrito convincentemente (hasta tal punto que la mayoría de las traducciones recientes de la NVI en inglés se han modificado para encajar con su punto de vista) que la traducción más fiel de Génesis 1:26 debería decir: “Hagamos a ‘adam a nuestra imagen, a nuestra semejanza, de manera que señoree sobre los peces del mar”, etc.12 En otras palabras, hemos sido creados a imagen de Dios para que cuidemos el resto de lo que ha hecho Dios (recordando que en el Antiguo Testamento la idea de “go37
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bernar” no connota opresión o dominación, sino el trabajo de un siervo; ver por ejemplo Pr. 31:1-9). Si tenemos que representar a Dios (si la imagen de Dios forma parte esencial de quiénes somos), entonces representamos la naturaleza fundamental de Dios, y esa naturaleza es relacional, tal como se expresa en la Trinidad. Ser humano supone estar en relación o, como lo ha expresado el teólogo John Zizioulas, ser “seres en comunión”.13 Aunque en definitiva estas cosas no se pueden separar, me resulta útil entender esas relaciones como tripartitas: nuestra relación con Dios, nuestra relación con otras personas y nuestra relación con la Creación. Ya hemos visto que fuimos creados para mantener una relación saludable con el orden natural más amplio. La criatura telúrica ‘adam fue puesta en un huerto para que lo cultivase y lo cuidase (Gn. 2:15), y se le dio la responsabilidad de poner nombre a todos los otros animales. Pero además de esto hemos sido creados para mantener una relación con el Dios que nos dio la vida (para caminar con él en el huerto [Gn. 3:8]) y unos con otros. No bastaba que ‘adam estuviera solo con los animales; deseaba una pareja, y Eva fue creada, naciendo así la comunidad humana. Cuando Adán y Eva tomaron del fruto prohibido, tanto si nos tomamos esta historia literal como metafóricamente, esas relaciones se rompieron. De repente la pareja humana sintió miedo de Dios y se escondieron de él. La relación mutua de la pareja se fractura cuando da comienzo el juego de la culpa, y Dios les dice que su relación será desordenada (Gn. 3:16). La comunión con el resto de la Creación también se rompe: ahora los seres humanos odiarán 38
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a la serpiente (lo sé, nosotros tenemos una, y nos resulta fascinante ver la aversión instintiva que tienen las personas hacia ella), y la tierra será difícil de trabajar, estando dominada por espinas y cardos (¡de nuevo puedo atestiguar que en mi huerto pasa eso!). La tierra (la ‘adamah) ahora está maldita por culpa del ‘adam. La historia del Antiguo Testamento es la historia de esas relaciones fragmentadas. Muchos de nosotros estamos acostumbrados a leer el Antiguo Testamento como la historia de la relación entre Israel y Dios, y los altibajos que esta conlleva, mientras los israelitas alternan entre caminar con Dios y seguirle y desertar de él para seguir a otros dioses. El mandamiento contra la idolatría, sobre todo en los Diez Mandamientos de Éxodo 20, es fundamental para esto y es, en realidad, una cuestión de confianza y de seguridad. ¿En quién confiarán para estar protegidos frente a los vecinos hostiles y para asegurarse una cosecha abundante? Las leyes y el sistema de sacrificios se dan como una vía de arrepentimiento y de restauración para cuando pecan y se apartan de Dios. Pero las Escrituras hebreas también documentan los trágicos resultados de la ruptura relacional humana que se produce en Génesis 3, y la verdad es que es una lectura bastante aterradora. Vemos fratricidio (Gn. 4), violaciones (Jue. 21), envidia (1 S. 18), adulterio y asesinato (2 S. 11). Asistimos a la opresión, el comercio deshonesto y la codicia (1 R. 9:20-21; Am. 8:6). Piensa en lo que quieras: sea lo que sea, aparece en las historias del Antiguo Testamento. Las leyes y el sistema de sacrificios van destinados a legislar para que no sucedan tales cosas y ofrecer una reparación cuando sucedan. 39
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Inserta entre las relaciones entre Dios y la humanidad hallamos la que mantiene esta última con el mundo natural que la rodea. Las leyes del pueblo israelitas son claras cuando dicen que el modo en que se trate a la Tierra y a sus habitantes tiene importancia. Por ejemplo, las leyes del día de reposo son aplicables a más criaturas que a los humanos (Lv. 25), y no hay que tomar a la hembra del ave que esté empollando (Dt. 22:6). Es interesante que el consumo de carne solo se permite tras la historia de Noé. ¿Será este, quizá, el síntoma definitivo de que algo va mal entre los seres humanos y la Creación? El estado de la Tierra funciona como barómetro espiritual para la salud de la relación que mantienen los israelitas con Dios y unos con otros. Amós 8 es una buena ilustración de esto: dado que la gente se ha apartado de Dios y no practica la justicia social, la Tierra responde en consecuencia, y se producen disturbios medioambientales (ver también Dt. 30:15-16; Jer. 5:23-5). Por el contrario, cuando el pueblo se aparte de “sus malos caminos” y escuche a Dios, los árboles, los montes y las colinas se regocijarán (Is. 55). Esto no es un mero lenguaje poético hermoso: aquí detectamos parte del impacto positivo que tiene sobre la Tierra la paz entre los humanos, entre estos y Dios y entre unos y otros, y por consiguiente los habitantes no humanos del territorio celebran que esto suceda.14 El Antiguo Testamento concluye con una nota ambigua. El pueblo de Israel ha regresado a su tierra, el templo se ha reconstruido. Y aun así… Aun así, no se puede decir que vivan el cumplimiento de esas palabras que pronunciaron los profetas en la época del exilio en Babilonia. Y es que, surgiendo de entre las 40
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ruinas de la deserción del pueblo contra Yahvé, y la consiguiente destrucción de Jerusalén y la captura de sus principales que son llevados al exilio, encontramos unas increíbles palabras de consuelo y de esperanza, que hablan de un tiempo en que sobre nosotros sea derramado el Espíritu de lo alto, y el desierto se convierta en campo fértil, y el campo fértil sea estimado por bosque. Y habitará el juicio en el desierto, y en el campo fértil morará la justicia. Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. (Is. 32:15-17)
Los profetas hebreos comienzan a mirar hacia un momento futuro de paz, de shalom, cuando las relaciones armoniosas establecidas originariamente volverían al lugar que les correspondía. Y, sobre todo, empiezan a imaginar que esa época se produciría gracias a una persona en concreto, elegida y ungida especialmente por Dios (Is. 9:6-7; 11:1-9). Unos cuatrocientos años después, una noche, cuando una gran compañía de ángeles prorrumpió en canticos delante de unos pastores muy sorprendidos, proclamaron: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”.15 Sus palabras sobre la paz no son solo una manera agradable de decir “hola”; son como un gran cartel de neón que destella y que dice a los pastores y al mundo que se están cumpliendo las esperanzas de los profetas del Antiguo Testamento, y lo hacen en un recién nacido muy particular. 41
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La buena noticia es que por medio de Jesús hay paz: su vida, muerte, resurrección y ascensión han hecho posible la reconciliación (ver las palabras de Pedro en Hechos 10:36). Y esta reconciliación se produce en las tres áreas que hemos estado considerando. Por supuesto, sabemos que Jesús vino a restaurar nuestra relación con Dios. Este es el fundamento sobre el que descansa nuestra vida con él. Juan 3:16, Romanos 5:1, 8-11, 2 Corintios 5:18-21 y Filipenses 4:7 hablan claramente sobre este tema. Pero Jesús también vino para restaurar la relación que mantenemos unos con otros. Romanos 12:18, 1 Corintios 7:15, Gálatas 5:22, Efesios 2:14-17, 1 Tesalonicenses 5:13, Hebreos 12:14 y Santiago 3:18 manifiestan alto y claro esta verdad. Y vino a restaurar la relación rota entre nosotros y la Creación. Este es el significado de Romanos 8:19-21: la Creación ha sido “sujetada a vanidad” (o a frustración) a causa de la caída de la humanidad, de modo que cuando entendamos otra vez verdaderamente lo que significa ser hijos de Dios seremos libres para cumplir nuestro llamamiento originario, de modo que toda la Creación también será libre. Como dijo el teólogo Colin Gunton: “Los seres humanos somos el centro de los problemas del mundo, y la Creación entera solo será libre cuando se nos reorienta”.16 Por lo tanto, tal como deja claro Colosenses 1:19-20, la sangre de Jesús se derramó en la cruz no solo en beneficio de los seres humanos, sino también de todo el orden creado. La paz con Dios, la paz con otros y la paz con la Creación. Esto fue lo que vino a conseguir Jesús, y la noticia asombrosa es que cuando avanzamos hacia tales cosas en nuestras propias 42
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vidas experimentamos la paz en nuestro interior (Ro. 15:13; Fil. 4:7; 2 Ts. 3:16). Desde mi punto de vista, esta comprensión tridimensional de las relaciones (junto a las cuales discurre la cuarta dimensión de la paz) es la que define quién soy y qué hago. Dicho en pocas palabras, quiero vivir mi vida de tal manera que mis relaciones con Dios, con otros y con el mundo natural en que vivimos se desarrollen en lugar de verse coartadas. Esto me lleva a dedicar tiempo y atención a mi vida interior con Dios; al modo en que trato a otras personas (tanto a las que conozco, como mis familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, como a las que no, personas que viven en mi comunidad local o a muchos kilómetros, que cultivan el té que tomo o confeccionan las prendas que me pongo), y a mi manera de vivir en este mundo. Dado que por naturaleza soy una persona entusiasta y evangelizadora, quiero ayudar a otros a hacer lo mismo, motivo por el cual paso buena parte de mi vida dando conferencias, escribiendo y comunicándome con otras personas. Espero que sea evidente que este marco nos proporciona un entendimiento completo de lo que supone ser seguidor de Jesús: adoración, evangelización, disciplinas espirituales, justicia social, campañas, consumismo ético, pasar tiempo al aire libre, ayudar de forma práctica a los que tienen menos dinero que yo, etc. Todas estas cosas, y algunas más, son consecuencias naturales de este esquema relacional. Y lo maravilloso es que no creo que ninguna de ellas tenga prioridad sobre las demás, que sea más importante hacer unas que otras: todas se combinan en un todo armónico, un todo que se ve debilitado si alguna de esas cosas está ausente de nuestra vida. 43
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No pretendo contraponer la evangelización y la participaciónen la comunidad, ni la pobreza y el interés medioambiental, ni la vida de oración y la vida de acción. Una vida entregada al evangelio de Jesucristo hace todas estas cosas y más, no por obligación sino de forma natural, por amor a nuestro Dios Creador y trinitario. Es decir, que mientras profundicemos en este libro y centremos nuestra atención en el contexto contemporáneo dentro del cual hacemos todo lo posible por ser seguidores de Jesús, este marco bíblico de las relaciones será el que establezca el fundamento para el resto de nuestras reflexiones.
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