Visor 31 de octubre de 2010

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Escriben: Héctor de Mauleón • Adolfo Castañón • Rogelio Cuéllar • Xavier Velasco • Rosabetty Muñoz • David Toscana • Eliseo Alberto • Jennifer Clement • Víctor Manuel Mendiola • Carlos Jordán • Fernando Zamora PÚBLICO

domingo 31 de Octubre de 2010

385 ESPECIAL

El ardor Roberto Calasso Página 4


02 antesala

domingo 31 de Octubre de 2010

Visor

Alí

De culto especial

Adolfo Castañón

Antonio Alatorre (1922-2010)

El sabio de Autlán

A

Corriente secreta mónica González

Héctor de Mauleón demauleon@hotmail.com

C

ada miércoles, al terminar las sesiones de trabajo en el Centro Mexicano de Escritores, Alí Chumacero y Carlos Montemayor arrastraban a sus becarios hacia un viejo restaurante de la colonia Condesa, El Tío Luis. Los aspirantes a escritores de ese tiempo solíamos decir que el verdadero taller literario comenzaba en ese sitio. Entre platos de chistorra y ráfagas de vino, de tequila, de whisky, Alí Chumacero hacía desfilar la vida ante nuestros ojos. En la mesa iban apareciendo libros, autores, anécdotas, personajes. Uno no podía sino pensar en lo impresionante que era la emoción que este poeta sentía por el mundo. Sus palabras, sus recuerdos, sus chistes, sus carcajadas, estallaban como un espectáculo de fuegos artificiales. No había otra forma de salir de El Tío Luis más que sintiéndose reconciliado con el mundo. Una vez tuve miedo de que todo eso se perdiera para siempre, y comencé a grabarlo. Lo grabé todos los miércoles, durante tres o cuatro meses. Cuando la cosa se ponía picante, ordenaba: “Si quieres que te cuente, apaga esa chingadera”. La mayor parte de las veces, sin embargo, hablaba con libertad. Decía cosas como ésta: “Una noche fui a una reunión en la casa de Asúnsolo, el escultor. Por ahí andaba el viejito Enrique González Martínez y me dijo: ‘Acostumbro leer los poemas de los jóvenes, y me gustan más mientras menos se parecen a los míos’. Puedo decir que a lo largo de mi obra me empeñé en darle gusto”. O como ésta: “Los estridentistas carecían de talento. Rompieron con la línea, imitando a Marinetti, pero tenían gran pobreza. Germán Liszt vociferaba todo el día, pero era un mal poeta. Maples Arce tenía alguna calidad… pero no mucha. Años más tarde el Fondo de Cultura

Económica publicó una antología suya. Maples la hizo, la corrigió, la entregó. Pero no pudo verla en letras de molde porque se murió. Yo creo que la leyó y se murió”. O como ésta: “De los poetas mexicanos sólo me interesó Paz. Díaz Mirón, en un momento. Othón, en un poema. Urbina, Nervo, González Martínez y Alfonso Reyes, nada”. Los miércoles de El Tío Luis constituyeron un curso intensivo por el que pasaba entero el siglo XX. Alí nos entregaba su versión sobre la vida literaria, sobre el mundo cultural, sobre un largo instante de la vida de México. A cada charla nos entregaba un retrato inédito: Alfonso Reyes, Salvador Novo, Gilberto Owen, Carlos Pellicer, Jorge González Durán, José Luis Martínez, Jaime García Terrés, Joaquín Díez-Canedo, Octavio Paz, Juan Rulfo, Juan José Arreola… En una de las últimas reuniones, nos dijo: “Todos me hacen la vida imposible con el cuento de que he dejado de escribir. Lo natural, después de la palabra, es el silencio. Y además, yo sólo he dejado de publicar, no de escribir. Sigo escribiendo, escribo todas las mañanas, seguiré escribiendo hasta que me muera, aunque sospecho que la muerte no va a robarme ni uno sólo de los segundos que tengo de vida”. Hoy ya no existe El Tío Luis. El Centro Mexicano de Escritores dejó de sesionar. Montemayor y Alí se fueron el mismo año. Los poemas de este último se parecen a aquellas tardes: de pronto, en una línea, hacen estallar la emoción. nl

ntonio Alatorre es conocido por sus 1001 años de la lengua española, que escribió para “contarle a la gente una historia […] en general no conocida más que por los profesores y los estudiantes de la materia”, una historia contada con “la forma que le es propia o sea la de un cuento que se cuenta”. Esa biografía de la lengua española no sólo le abrió a Antonio Alatorre las puertas de El Colegio Nacional, si no las del la estimación pública que, desde ese momento, lo seguiría y reconocería como uno de los ensayistas, prosistas y traductores, hombres de letras mejor armados del orbe, y una de las inteligencias más simpáticas y zumbonas de nuestra lengua. Ese breve libro abismal tuvo, además, otros efectos como los de demostrar a los lectores que la idea y la práctica de hacer un tablero con veinte literaturas nacionales es peregrina y extraviada, y pierde de vista el vasto terreno que le confiere solidez y solvencia a las letras hispamericanas [ojo al neologismo: Hispanoamericano + hispánico = Hispamericano]. Gracias a Antonio Alatorre, contamos con un cuadro vivo de la lengua que hablamos, de la lengua que nos habla. El nombre de Antonio Alatorre está asociado al de dos instituciones hermanas: el Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México, aunque sólo trabajó unos cuantos años en la editorial aprendiendo “todos los procesos de la producción de un libro: desde preparar un original, comprobar los datos de un libro, enriquecerlo, cazar erratas, hasta corregir las pruebas de mis propias traducciones”, Alatorre dejó huella en aquella Casa gracias a sus traducciones acuciosas: desde la biografía de Guillermo de Orange, alias Guillermo, el taciturno, las Memorias póstumas de

Revelaciones

Blas de Cubas de J.M. Machado de Assis, Erasmo y España de Marcel Bataillon hasta las obras de los historiadores François Chevalier, Los grandes latifundios en México, la España ilustrada de Jean Sarraillh o los libros monumentales de Antonello Gerbi, pasando por los tomos de Gilbert Highet: La tradición clásica y los de E.R. Curtius, este último vertido al castellano en colaboración con su compañera y “maestra” —como él mismo dice— Margit Frenk. Su legado manifiesto lo ilustran los muchos volúmenes de la Nueva Revista de Filología Hispánica, que durante muchos años redactó y dirigió, sus libros como el ya mencionado 1001 años de la lengua española, El brujo de Autlán, el par de tomos sobre Sor Juana Inés de la Cruz a través de los siglos, para no mencionar ni otros títulos recientes ni sus numerosos artículos dispersos. Su herencia invisible no es menos fecunda: sus clases y seminarios en El Colegio de México y en la Facultad de Filosofía y Letras donde —como lo evoca uno de sus discípulos, Guillermo Sheridan— este “duende veterano, una pizca de pícaro de Velázquez y otra de cura de El Greco” ponía a sus alumnos a interrogar un autor o un poema. Fueron muchas las generaciones beneficiadas por las lecciones del filólogo autodidacta, a quien le gustaba recordar las amistades electivas y magistrales que sostuvo con Juan José Arreola —otro autodidacta— y Raymundo Lida. En la penumbra, entre la herencia visible y la invisible se alojan los legendarios “ficheros de Antonio” donde Alatorre iba alojando los gusanos de oro de su insaciable memoria y curiosidad que lo mismo abrevaba en Montaigne y Virgilio que en Góngora, Argensola y Sor Juana Inés de la Cruz. Esto es solamente una parte lo que hay alrededor y detrás de este gran señor de las letras a quien le gustaba seguir a Platón pero más a la música de la verdad, y para quien la polémica intelectual era una de las pocas cosas que, después de la contemplación de las formas y del goce estético, le daba sentido a la vida. nl

Rogelio Cuéllar

El Instituto Mexicano de la Radio me encargó, en 1991, retratar a varios rockeros mexicanos para un calendario que daría cuenta del movimiento musical de esos años. La Maldita Vecindad y El Tri fueron algunas de esas figuras. Otra fue Rita Guerrero y Santa Sabina, a la que fotografié una mañana en el Espacio Escultórico de la UNAM. Ella siempre ha estado comprometida con causas sociales y ahora vive su propia lucha contra el cáncer de mama…

Bitácora psicotrópica

Xavier Velasco

En sus peores momentos, la envidia cree que pasa por distraída

PÚBLICO MILENIO francisco a. gonzález presidente · jaime barrera rodríguez director editorial · marina miranda directora general de negocios · fidencio gonzález director comercial · rubén martín jefe de información · ricardo salazar jefe de cierre editores: jorge valdivia g. ciudad y región · kaliope demerutis ocio · irene selser fronteras · horacio salazar tendencias · jairo calixto albarrán qrr y el ángel exterminador · susana moscatel hey! · humberto muñiz fotografía · edna madero diseño · fernando torres circulación · noé anaya producción ·

Milenio

Visor

Dirección José Luis Martínez S. Edición Alicia Quiñones Asistente Erick Baena Arte y diseño Alejandra Saavedra


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Visor

La subversión y la nostalgia

antesala 03

Varado en la estación

La crítica a los valores establecidos y la soledad forman parte de la escritura de Muñoz, una de las voces más destacadas de la actual literatura chilena

Poesía

Toscanadas especial

Rosabetty Muñoz

David Toscana dtoscana@gmail.com

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Hay ovejas y ovejas Las que comen de cualquier pastizal y duermen con una sonrisa de satisfacción en los potreros. Las que caminan ciegamente por los caminos acostumbrados. Las que beben despreocupadas en los arroyos. Las que no trepan por pendientes peligrosas. Esas van a dar lana abundante en las esquilas y serán sabrosas invitadas en las fiestas de fin de año. Hay también las que tuercen las patas buscando campos de margaritas y se quedan horas y horas contemplando los barrancos. Esas balan toda la gran noche de su vida encogidas de miedo. Y hay, por fin, las malas ovejas descarriadas. Para ellas y por ellas son las escondidas raíces y los mejores y más deliciosos pastos.

De Canto de una oveja del rebaño (1981)

Miniatura Me veo de espaldas a los postes que sostienen el muelle. Como las doncellas de estampas infantiles que esperaban la embestida del toro rezando iluminadas.

Expuesta

Así me veo. No estoy de blanco. Ni arrebolada por el amor eterno: firmes las piernas sobre la arena mi palpitar se acompasa en el rugido de ese mar que habrá de descuajarme.

S

De Ratada (2005)

Prontos a herir se amontonan en las afueras de mí. Un ojo sobre otro. Me voy a ellos con los brazos abiertos no vaya a ser que no me alcancen. No vaya a ser que el dolor de sus colmillos me sea negado para siempre.

De En lugar de morir (1986)

e puede localizar la obra de Rosabetty Muñoz (Chiloé, 1960) en el dominio

especial

de la llamada Generación NN, bautizada así por el poeta Jorge Montealegre. La doble negación que evocan esas dos consonantes, el Non nomine, traen a cuento en la historia de la poesía chilena el escenario inhóspito en el que un grupo de jóvenes poetas comenzó a publicar sus primeros trabajos durante el comienzo de la dictadura pinochetista. Reconocida dentro y fuera de su país, la obra de Muñoz reconstruye con el acerado filo de la nostalgia, el mundo del sur profundo de la gran isla de Chiloé; a veces, con un acento subversivo y críptico —aconsejable en los tiempo aciagos de la represión—, sus poemas visten ropajes de fábulas o de poemas de amor y trascienden en su deliberada ambigüedad todo indicio ideológico. De las obra de Rosabetty Muñoz sus libros Canto a una oveja del rebaño (1981, 1994) y Sombras en El Resselot (2002) me resultan imprescindibles para comprender la nueva sensibilidad de la poesía de Chile. Ernesto Lumbreras

ada vez que viajo por Francia o Italia me topo con paros laborales. En mi primera visita a Milán traté de tomar el metro; entonces aprendí una palabra esencial para todo visitante: sciopero. En francés, la palabra clave es grève. Curioso que esos términos tan útiles no estén incluidos en los cursos de dichos idiomas. En México nos hemos olvidado de las posibilidades verbales de una huelga, pues ahora es sólo sustantivo. Los diarios antiguos decían: “Los trabajadores holgarán” o “El sindicato lleva tres días holgando”. Yo huelgo, tú huelgas, vosotros holgáis. Huelga viene de holgar, pero quien está en paro es un huelguista y no un holgazán. Si bien, salen sobrando las etimologías cuando se puede llegar a líder sindical con un vocabulario de siete palabras: compañeros, justicia, salarios, conquistas laborales, contrato colectivo. Pero ese es otro tema. Mi tren de Marsella a Lyon se canceló, y mientras espero otra conexión, me pregunto si será eso lo que nos hace falta en México. Un paro de todas las labores para que nuestro gobierno, que vive en eterna holganza, se ponga de una vez a trabajar. Como falsos Pedros Páramos, se cruzan de brazos para que Comala se muera de hambre. Ellos huelgan, holgaron, holgarán. Si bien, ellos cobran, cobraron, cobrarán. Pero la política es aburrida para entretener la mente, así es que me pongo a pensar en la forma como el ferrocarril transformó la novela del siglo XIX. Los encuentros furtivos o casuales en la ópera, ahora se daban en un vagón. Una mujer podía visitar a su amante a cincuenta kilómetros de distancia y volver esa misma tarde a casa para recibir con un beso a su marido. Una recién casada podía quedar abandonada si, tras una escala, su pareja abordaba el tren equivocado. Hombres y mujeres

Estación de tren en Marsella

desconocidos compartían un compartimiento durante horas y sentían la libertad de hablar en términos que hubiesen sonrojado a más de una beata. Otro recién casado le confesaba la verdad a su mujercita judía: el matrimonio había sido un engaño, y ahora se dirigían a Yama, donde la vendería a un burdel. Sobre todo, pienso en el más bello de los suicidios. El de Ana Karenina. Por suerte Tolstoi era un hombre de buen gusto, y cuando su heroína se lanza a la ferrovía, la escena se convierte en la luz de vela con que Ana leía el libro lleno de inquietudes, engaños, penas y maldades. Alumbra todo lo que antes estaba en tinieblas, luego va debilitándose y se apaga para siempre. Conozco algunos contemporáneos que hubieran convertido la escena en rechinido de ruedas, miembros trozados, cabeza rodante, crujir de huesos. Cinco litros de sangre. Las francesas no confían en los trenes; prefieren el arsénico. Dostoievski tiene un chico que se acuesta entre las vías justo cuando se aproxima la locomotora y no alza la cabeza hasta que pasa el cabús. Esto lo convierte en un héroe para los jóvenes, y un estúpido para los adultos. ¿Crecer nos vuelve cobardes? ¿Nos ofenden las agallas de los muchachos? Llega un tren que no es el mío. Una mujer se asoma. No lleva rebozo. No es soldadera. Si estuviera en México, abordaría ese tren precisamente porque no es el mío; y según Arreola, me llevaría justo adonde voy. nl


Visor

El ardor Presentamos un adelanto de la nueva novela del autor de El loco impuro, en donde aborda la historia de la civilización védica, de la cual casi no quedan vestigios materiales, pero en cambio sobreviven, imponentes, sus palabras, su literatura

Narrativa especial

Roberto Calasso

E

ran seres remotos, no solamente para los modernos sino incluso para sus antiguos contemporáneos. Distantes, ya no digamos como lo sería otra cultura, sino como si hubiesen sido otro cuerpo celeste. Tan distantes, que el punto desde el cual son observados casi resulta insustancial. Que esto suceda hoy o haya sucedido hace cien años, no cambia nada fundamental. Para quienes nacieron en la India, algunas palabras, algunas gesticulaciones, algunos objetos podrán parecerles familiares, como un invencible atavismo. Pero no son más que las puntas dispersas de un sueño al que se le ha ido borrando la vicisitud. Los lugares y el tiempo en los que vivieron son inciertos. El tiempo: hace más de tres mil años, pero los saltos bruscos en las fechas, entre un estudioso y otro, son notables. El área: el norte del subcontinente Indio, pero sin fronteras precisas. No dejaron objetos ni imágenes. Dejaron solamente palabras. Versos y fórmulas para escandir rituales. Meticulosos tratados que describían y explicaban esos rituales. Al centro de los cuales aparecía una planta embriagante, el soma, que todavía hoy no ha sido identificada con precisión. Ya en ese entonces se hablaba de ella como de una cosa

del pasado. Aparentemente les costaba trabajo encontrarla. La India védica no tuvo una Semiramis ni una Nefertiti. Ni siquiera un Hammurabi o un Ramsés II. Ningún De Mille pudo montarla en escena. Fue la civilización en la que lo invisible prevalecía sobre lo visible. Como pocas, se expuso a ser incomprendida. Para entenderla, resulta inútil recurrir a los acontecimientos, porque no dejaron vestigios. Sólo quedan los textos: el Veda, el Saber. Compuesto por himnos, invocaciones y conjuros en verso; por fórmulas y prescripciones rituales en prosa. Los versos van engarzados a complicadas prácticas rituales. Las cuales van de la doble libación, agnhotra, que el jefe de familia se ve obligado a realizar solo, todos los días, durante casi toda su vida, hasta el sacrificio más imponente —el “sacrificio del caballo”, ashvamehda—, que implica la participación de centenares de hombres y animales. Los Arya (“los nobles”, así se llamaban a

Examen sobre el Rig Veda, texto sagrado hindú

sí mismos los hombres védicos) ignoraron la historia con una insolencia que no tiene parangón en las vicisitudes de otras grandes civilizaciones. Conocemos los nombres de sus reyes sólo por las alusiones que de ello se hace en el Rig Veda y por anécdotas narradas en los Brahmana y en los Upanishad. No se preocuparon por dejar la memoria de sus conquistas. E incluso en los episodios de los que tenemos noticia no se trata tanto de empresas —bélicas o administrativas—, sino de conocimiento. Si hablaban de actos, pensaban sobre todo en actos rituales. No nos maravilla que no hayan fundado —ni que hayan intentado fundar jamás— un imperio. Prefirieron pensar en lo que era la esencia de la soberanía. La encontraron en su duplicidad, en su división entre brahmanes y kshatriya, entre sacerdotes y guerreros, auctoritas y potestas. Son las dos llaves, sin las cuales nada se abre; se reina sobre nada. Toda la historia puede ser considerada bajo el ángulo de sus relaciones, que incesantemente se transforman, se ajustan, se ocultan en las águilas bicéfalas, en las llaves de San Pedro. Siempre hay una tensión, que oscila entre la armonía y el conflicto mortal. Sobre esa diarquía y sobre sus inagotables consecuencias, la civilización védica se concentró con la más alta y sutil clarividencia. A los brahmanes les había sido concedido el culto. A los kshatriya el gobierno. Sobre este fundamento se erigía todo el resto. Pero, todo lo que sucedía

en la Tierra tenía su modelo en el Cielo. También allá arriba había un rey y un sacerdote: Indra era el rey, Brihaspati el brahmán de los Deva, el capellán de los dioses. Y únicamente la alianza entre Indra y Brihaspati podía garantizar la vida sobre la Tierra. Sin embargo, entre los dos se interpuso un tercer personaje: Soma, el objeto del deseo. Otro rey y un jugo embriagante, quién se comportaría de una manera irrespetuosa y evasiva con los dos representantes de la soberanía. Indra, que había luchado por conquistar el soma, al final sería excluido por los propios dioses a los cuales se los había ofrendado. ¿Y Brihaspati, el inaccesible brahmán de voz de trueno, nacido entre las nubes? El rey Soma, “insolente por la eminente soberanía que había alcanzado”, raptó a su esposa, Tara, y se une con ella; y de su semen engendró a Buda. Cuando el hijo nació, lo depositó en un lecho de hierba munja. Brahma, entonces, le preguntó a Tara (y fue el


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literatura 05

José Bedia triunfa en Beijing

especial

acmé de la vergüenza): “Hija mía, dime, ¿éste es hijo de Brihaspati o de Soma?” Entonces, Tara tuvo que reconocer que era hijo del rey Soma, de lo contrario, a ninguna mujer se le creería en el futuro (pero ciertas repercusiones de la vicisitud siguieron transmitiéndose, de eón en eón). Y hubo necesidad de una feroz guerra entre los Deva y los Asura, los antidioses, para que Soma se convenciese, al final, de devolverle la esposa a Brihaspati. Dice el Rig Veda: “Tremenda es la mujer del brahmán, si es raptada; esto provoca desorden en el Cielo supremo”. Esto debería ser suficiente para los impróvidos humanos, que a veces se preguntaban por qué y en torno a qué se batían a duelo los Deva con los Asura en el Cielo, en aquellas siempre renovadas batallas. Ahora lo sabrían: por una mujer. Por la mujer más peligrosa: por la esposa del primero de los brahmanes. No existían templos, ni santuarios, ni murallas. Había reyes, pero sin reinos de límites trazados y seguros. Periódicamente se movían en carros con ruedas provistas de rayos. Esas ruedas fueron la gran novedad que aportaron: antes que ellos, en los reinos de Harappa y Mohenjo-daro sólo se conocían las ruedas compactas, sólidas, lentas. Apenas se detenían, procuraban, sobre todo, preparar fuegos y encenderlos. Tres fuegos, de los cuales uno era circular, uno cuadrado y uno en forma de media luna. Sabían cocer tabiques, pero solamente los utilizaban para construir el altar situado en el centro de su rito. Tenía la forma de un pájaro —un halcón o un águila— con las alas desplegadas. Lo llamaban el altar del fuego. La mayor parte del tiempo la pasaban en un claro de la jungla, de suave pendiente, donde se atareaban alrededor de los fuegos, murmurando fórmulas y cantando fragmentos de himnos. Era un equilibrio de vida impenetrable si antes no se pasaba por un largo aprendizaje. Su mente pululaba de imágenes. Acaso también por esto no procuraron tallar o esculpir las figuras de los dioses. Como si, al sentirse rodeado por ellos, ya no hubiesen sentido la necesidad de agregar sus representaciones. Cuando los hombres del Veda descendieron a la Sapta Sindhu, a la Tierra de los Siete Ríos, y luego a la llanura del Ganges; el territorio, en gran parte, estaba cubierto por la jungla. Se abrieron camino con el fuego, que era un dios: Agni. Dejaron que dibujara una telaraña de cicatrices. Vivían en villorrios provisionales, en cabañas apoyadas en pilastras, de paredes elaboradas con juncos y techos de paja. Seguían a los rebaños, moviéndose siempre hacia el Este. A veces permanecían un tiempo frente a inmensas masas de agua. Aquella fue la época áurea de los ritualistas. Entonces, a cierta distancia de los villorrios y a cierta distancia de unos y otros, se podían observar grupos de hombres —una veintena cada vez— que se movían entre los páramos, alrededor de fuegos perennemente encendidos, cerca de algunas chozas. Desde lejos, se escuchaba un murmullo surcado por cantos. Cada detalle de la vida y de la muerte estaba en juego, en ese ir y venir de hombres absortos. Pero no se podía pretender que eso fuese evidente a los ojos de un extranjero. De la época védica queda muy poca evidencia tangible. No subsisten edificaciones, ni restos de edificaciones, ni representaciones. Cuando mucho, algunas deterioradas piezas arqueológicas en las urnas de museos. Edificaron un Partenón de palabras: la lengua sánscrita, ya que samskrita significa perfecto. Así dijo Daumal. ¿Realmente, por qué motivo no quisieron dejar rastros de ellos? El arrogante evemerismo occidental de siempre, de inmediato apelaría a la

Viento a favor

Juan Rodrigo Llaguno

Eliseo Alberto

L

a historia podría comenzar

así: hace más de tres mil años, en el norte de la India, existió una civilización muy evolucionada que no dejó más vestigios que una imponente cantidad de textos transmitidos oralmente. Era un mundo cerrado, proclive al aislamiento y autosuficiente. Gobernado por videntes y defendido por guerreros. Los videntes y los guerreros representaban el orden en las dos formas que posteriormente reencontraremos en la historia de la humanidad: auctoritas y potestas. Estamos hablando del reino védico. Era un mundo onírico, habitado por presencias impalpables. Pero no era una civilización material, sino una civilización de la mente. Éste es el mundo remoto que el nuevo libro de Roberto Calasso, El ardor, evoca y narra con sugestiva y vertiginosa precisión. El ardor se compone de veintiún capítulos y concluye con una confrontación muy explícita entre el mundo actual y el védico. Antonio Gnoli

Roberto Calasso L’ardore, Adelphi, Italia, 2010, 530 pp.

depauperación de los materiales en un clima tropical. Pero la razón era otra, y los ritualistas la señalaron. ¿Si el único acontecimiento imprescindible es el sacrificio, qué sucede con Agni, con el altar del fuego, una vez concluido el sacrificio? Respondieron: “Luego de completar el sacrificio, él asciende y entra en el resplandeciente (el Sol). Por eso, uno no se debe preocupar si Agni es destruido, porque él ya habita en el disco que se encuentra allá en lo alto”. Toda construcción es temporal, incluso el altar del fuego. No es algo detenido, sino un vehículo. Una vez consumado el viaje, el vehículo también puede ser destruido. Por eso, los ritualistas védicos no elaboraron la idea de templo. Si le dedicaron mucho cuidado a la construcción de un pájaro, esto fue para que él pudiese volar. Lo que quedaba en ese lugar, lo que se quedaba en la Tierra, era una envoltura inerte hecha de polvo, fango seco y tabique; a la cual se le podía dejar como si fuese un caparazón. La vegetación se encargaría de volverla a cubrir muy pronto. Mientras tanto, Agni vivía en el Sol. nl

L

a alegría, a veces, te hace dar saltos mortales. Una buena noticia me llegó el martes pasado, a la hora del desayuno, publicada en El Nuevo Herald: “José Bedia, artista cubano de talla internacional, radicado en Miami, ha sido galardonado con el Primer Premio de la IV Bienal Internacional de Beijing en la categoría de pintura por su díptico: Seguido por la tormenta y El intrépido”. Traté de imaginar al grande (de cuerpo y talento) José Bedia en el momento de saber el resultado y, por esos extraños recursos de la memoria, recordé estos versos de Fina García Marruz: No mira Dios al que tú sabes que eres/ —la luz es ilusión, también locura—/ sino la imagen tuya que prefieres.../ que lo que amas tornas valedera,/ y puesto que es así, sólo procura/ que tu máscara sea verdadera”. Bien leídos, esos dos tercetos guardan, al menos para mí, palabras claves para entender la obra del gran pintor cubano: verdad, imagen, ilusión, locura, luz y Dios y las máscaras. En México conocen bien a José Badia porque acá vivió dos años fecundos (1991-1993). Creo no equivocarme al decir que esa experiencia, muy cercana a las comunidades indígenas del sur del país, le permitió ampliar su mirada sin el rígido corsé que ata a los vaivenes del mercado occidental. José Bedia es un explorador, un buscador. Nace en La Habana trece días después del triunfo de la Revolución cubana —y esta coincidencia de calendarios, enero y 1959, de seguro marcó su vida. Estudio pintura en la escuela de San Alejandro, donde aprendió los rigores de la academia, y luego en el Instituto Superior de Arte (ISA), donde pudo sumarse a un movimiento de locos que, en la década de los ochentas, estremeció las galerías de la ciudad con un grito generacional. Y temblaron las paredes del oficialismo acartonado que reclamaba de los artistas jóvenes una propuesta más comprometida. Los creadores entonces tomaron las calles, las pocas revistas de circulación nacional, las salas de los

José Bedia

amigos. Pintaban a voz en cuello, amparados tras una espiritualidad sin antecedentes en un cuarto de siglo dedicado, casi por entero, a la alabanza política. Así lo recuerdan los de sus compañeros de aventuras: el poeta y crítico Osvaldo Sánchez y la excelente artista plástica Marta María Pérez Bravo. Osvaldo: “José Bedia es el artista más destacado de la llamada generación de los ochenta en Cuba. Una generación que aprovechó el carácter inclusivo y antihegemónico de la metodología postmodernista para activar una operación de síntesis cultural análoga a las operaciones de resistencia que conformaron nuestra nacionalidad sincrética”. Marta María: “Bedia es un profundo conocedor de las culturas indígenas y negras en general. Su obra forma parte de su propia vida, no sólo como artista que las crea sino que cada una de ellas tiene algo de autobiografía .Es un hombre con una profunda espiritualidad como practicante. Su gran preparación académica se une a un método de mucha intuición, compromiso moral y espiritual del que surgen ingeniosas y fuertes creaciones visuales”. José Bedia nos ha confesado: “Los materiales tienen que ser sencillos como las ideas, no me gustan las decoraciones innecesarias ni los barroquismos. La idea debe conservarse en su forma más elemental y básica. Utilizo la caligrafía Palmer como recuerdo de mis primeras y más traumáticas experiencias escolares. La otra me la han enseñado los pescadores en distintas partes del mundo cuando escriben el nombre a sus barcos”. ¡Qué alegría! nl


06 sociedad

domingo 31 de Octubre de 2010

Visor

El cuentista es el cuento

Lost Paradise en el DF

Reflexión

Reflexión blogdelnarco.com

Víctor Manuel Mendiola

L

Mensaje aparecido el 19 de septiembre de 2010 entre las calles Lucero y Yepómera en Ciudad Juárez

Jennifer Clement

B

uenas noches y gracias por acompañarnos. Aquí ustedes se han enterado del lado peligroso de periodismo en México y de los problemas que contribuyen al colapso total de la aplicación de la ley. Para los mexicanos de hoy es difícil interpretar las palabras que nos rodean. En estos tristes y disparatados tiempos leemos periódicos con textos de los traficantes de droga justo al lado de las noticias reales o en la sección de clasificados, donde las narconotas aparecen en el torpe y roto lenguaje de los mensajes de texto escritos con los pulgares. Leemos pintas sobre muros o sobre las enormes y blancas mantas de algodón cubiertas con los avisos que han aparecido colgando de puentes y árboles. En las noticias leemos las notas que han sido prendidas en los cuerpos sin vida. Tratamos incluso de descifrar palabras grabadas en la piel de las víctimas como si la carne fuera papel —a lo largo del ombligo, bajando por un brazo, leemos un graffiti de pellejo. Hace semanas, tras el asesinato del fotoperiodista Luis Carlos Santiago, apareció sobre una pared en Ciudad Juárez una revelación, firmada por La Línea, que declaraba: “Nosotros no matamos periodistas”. Era un comunicado inusual. Entré al Blogdelnarco para ver las reacciones ante este nuevo graffiti. Blogdelnarco es un sitio de internet que apareció hace aproximadamente seis meses e informa sobre las noticias que los medios tradicionales no dan por miedo o por amenazas. Es un lugar donde todos los bandos parecen comunicarse: los traficantes de droga, quienes aplican la ley y los ciudadanos comunes. Este sitio controversial contiene todo: desde violentos videos de tortura y decapitación hasta una sección sobre narcocorridos mexicanos e incluso chistes. Con respecto al graffiti que declaraba “Nosotros no matamos periodistas”, escrito sobre un muro blanco con pintura en aerosol de color rojo para simular sangre, encontré 392 entradas. No aludían al mensaje en sí mismo o a la

A

violencia contra los periodistas, sino que eran 392 comentarios mordaces y sarcásticos sobre la abominable ortografía y la pobre sintaxis de ese graffiti. Un blogger decía que era una vergüenza la falta de educación de los narcos, y continuaba: hasta nuestros narcos son de Tercer Mundo. Otro sentenciaba que no es el alfabeto el que mata: las balas matan. Una persona escribió enfáticamente que ella prefería leer los mensajes y las pintas del cartel rival porque al menos ellos sí sabían escribir. Después de leer más de cien enconados comentarios fue incluida una tímida y mortificada “apología de la escritura”, la cual puede haber sido puesta, quizá, por los propios traficantes. A esta expresión de remordimiento, un blogger respondió: “Ustedes, criminales, son tan buenos matando que han matado incluso a la lengua española”. Sí, estos son tiempos tristes y disparatados para México. Por eso, estar aquí en Copper Union, en compañía de ustedes, es profundamente conmovedor para nosotros los que vivimos esta locura. En este momento es muy importante para los mexicanos sentir que el resto del mundo se preocupa por esta tierra, víctima de la corrupción, la pobreza, el consumo de drogas de Estados Unidos y su inmoral venta de armas. Una tierra en la que el cuentista es el cuento. Pero no podemos pensar que esto, que parece tan específico, es México. No. Esto es el mundo en el que todos estamos viviendo. Quisiera agradecer al American PEN Center y, especialmente, a Larry Siems y Elizabeth Weinstein, al Committee to Protect Journalists y a la Knight Foundation por su apoyo y participación. Quisiera también dar las gracias a mis colegas del PEN México: Aline Davidoff y Brandel France de Bravo. Y gracias a ustedes, a todos ustedes, por compartir una velada en solidaridad con los periodistas, corresponsales mexicanos y extranjeros, que arriesgan sus vidas en México. nl Texto leído en el encuentro Estado de emergencia:

censura por bala Traducción de Juan Manuel Gómez

a Ciudad de México de mi niñez era todavía ese espacio transparente, templado y floral que había sido desde tiempos antiguos y que atrajo, desde los años treinta y hasta finales de los cincuenta, a tantos artistas y poetas, en particular a los surrealistas. En esa ciudad era común hallar —junto a los primeros rascacielos, los innumerables postes de luz, los tranvías y los automóviles— burros con cargas de leña o costales de maíz en los lomos, guajolotes arreados por hombres con sombreros de petate de alas anchas como sombrillas, parejas indígenas (los varones con calzón blanco, las mujeres con rebozo negro o azul oscuro), vendedores de flores, vendedores de camote con carritos de vapor cuyo silbato hacía un chiflido de tren, ropavejeros que empujaban amplias carretas llenas de trapos viejos y a veces, muy de vez en cuando, un domador con un oso acogotado y con una argolla atravesada en la nariz como si fuera un buey. Con frecuencia veíamos a lo lejos, en el oriente, los volcanes —el Popocatépetl y el Ixtlacíhuatl— y también podíamos admirar, en el sur, los verdes bosques negros —el Ajusco. En los primeros meses del año, en el cielo avanzaban enormes cúmulos de gigantescas nubes blancas —monstruosas fortalezas de aire— y en junio y julio caían las torrenciales lluvias que transformaban en un color azul plata toda la urbe y que habían provocado, quinientos años antes, el miedo y también la admiración de Hernán Cortés y sus soldados. Todo transcurría en un viaje inmóvil, como escribió Xavier Villaurrutia cuando dijo: “Vámonos inmóviles de viaje”. Nuestros padres nos advertían que no camináramos cerca de las cantinas y las pulquerías, donde hombres tambaleantes y con rostros feroces gritaban “No vale nada la vida/ la vida no vale nada/ comienza siempre llorando/ y así llorando se acaba/ por eso es que en este mundo/ la vida no vale nada”. Canción de José Alfredo Jiménez que expresa un nihilismo que a los mexicanos nos gusta pero que también es, de alguna manera, un recuerdo remoto de la época violenta de la Revolución. Asimismo, cuando caminábamos cerca de las zonas militares, nuestros padres nos decían que en los cuarteles los soldados rasos o los sargentos fumaban una yerba apestosa y maligna y que era peligroso encontrarse con ellos. Casi siempre en esas ocasiones alguien podía cantar: “La cucaracha/ la cucaracha/ ya no puede caminar/ porque le falta/ porque le falta/ marihuana que fumar.” Hoy ese mundo de música desdichada o socarrona, entre la tragedia y el cuento de niños, ya no existe o se ha transformado en una realidad tan inmisericorde y vulgar como magnética y asombrosa. El paraíso del Surrealismo, la ciudad que vieron con asombro Antonin Artaud, André Breton, Leonora Carrington y Sir Edward James ha

devenido una modernidad o una postmodernidad tan incomprensible y avasalladora que ninguna explicación es suficiente para describir lo que sucede, para tratar de comprender cómo una metrópoli que se destruye todo el tiempo logra sobrevivir con más de veinte millones de habitantes y cómo aquí, aunque hay violencia, no se ha desatado una brutalidad descontrolada y más bien, al contrario, los que vivimos en este lugar, donde hubo un gran lago, siempre estamos buscando puntos de coincidencia y de solidaridad. Esa búsqueda quedó demostrada plenamente en los terremotos de mediados de los ochenta y en las manifestaciones, todos vestidos de blanco, contra la inseguridad del 2003, que el presidente Vicente Fox no escuchó y que López Obrador, como jefe de Gobierno de la capital, embistió por considerarla un ataque a su persona. El malestar de la ciudad y el malestar de nuestro país viene, ciertamente, de la pobreza y viene, asimismo, de la índole depredadora de los políticos y de los empresarios mexicanos, que al igual que los políticos y los empresarios de todo el mundo sostienen, por encima de los discursos, una actitud destructora, tanto en términos económicos como ecológicos y culturales. Pero el problema fundamental, lo que hace que este malestar se vuelva algo desconocido, es el tráfico de drogas y la fuente fundamental de ese trasiego no es México sino el mercado y el consumo de substancias narcóticas de los Estados Unidos y lo que lo alimenta y lo hace crecer cada vez más no es, de manera principal, la corrupción mexicana sino la inmoralidad de la sociedad de los Estados Unidos que ha permitido y ha encontrado lógico y natural la venta de armas en la fronteraa los criminales, a los traficantes de personas y a los traficantes de drogas. México añora el paraíso en el que creyó vivir y que exaltó en la época de oro del cine, cuando actuaban María Félix y Dolores del Río. México sueña, muchas veces, con el rancho grande que un día fue y que despreciaron los empresarios y los políticos en nombre de un desarrollo mentiroso. Pero el sueño perdido, el paraíso perdido, el imaginario país naif no justifica que nos hallamos vuelto reos del narcotráfico y de los vendedores de armas. Como dijo el rector de la UNAM —el doctor José Narro Robles— nuestra nación no se merece este destino. Esta “danza de los vampiros” proviene muchísimo más del vicio y el machismo de los Estados Unidos que del machismo y de la picardía mexicana. No me cabe la menor duda de que la solución del problema implica la legalización de las drogas y el control de armas, pero también creo que se trata de valentía y de decisión moral: valentía del gobierno mexicano para apretarse los pantalones y decirle, una y otra vez, al gobierno de los Estados Unidos que ellos son culpables de esta situación; y decisión moral, por parte del pueblo norteamericano, para asumir que su aceptación de las armas ha ido creando con el paso del tiempo la afirmación del mal como principio de convivencia. nl Texto leído en el encuentro Estado de emergencia:

censura por bala

nte el creciente número de agresiones a la prensa mexicana: periodistas asesinados, desaparecidos o secuestrados, amenazas y

ataques a las instalaciones de algunos medios, sobre todo en el norte del país, la reunión de escritores y periodistas mexicanos y estadunidenses Estado de emergencia: censura por bala, que se llevo a cabo el 19 de octubre en el Cooper Union de Nueva York, fue un llamado de atención a los gobiernos de ambos países y una muestra de la que la comunidad cultural es indispensable en un debate sobre las políticas de combate al narcotráfico y la posible despenalización de algunas drogas. El encuentro, que contó con la participación de Luis Miguel Aguilar, Carmen Aristegui, Paul Auster, Calvin Baker, Jennifer Clement (presidenta del PEN Club México), Don DeLillo, Laura Esquivel, Rocío Gallegos, José Luis Martínez S., Víctor Manuel Mendiola, Julia Preston, Francine Prose, Larry Siems, Joel Simon y José Zamora, tuvo una significativa repercusión internacional y fue el punto de partida de otras actividades de reflexión y solidaridad con los periodistas mexicanos.


domingo 31 de Octubre de 2010

Visor

en librerías 07

Novedades Alejo Carpentier

Eliseo Alberto

Jorge F. Hernández

El reino de este mundo Lectorum México, 2010 124 pp.

La vida alcanza Cal y arena México, 2010 251 pp.

Seis cuentos seis y uno de regalo Ficticia México, 2010 93 pp.

La historia ocurre en la revolución haitiana en contra de rey negro Henri Christophe, antiguo cocinero para quien miles de esclavos construyeron el fastuoso palacio de Sans-Souci y la Ciudadela de La Ferrière. Escrita después de un viaje a Haití, en el prólogo a la primera edición Carpentier introdujo el término “real-maravilloso” al observar cómo en esa isla los hombres se jugaban “el alma sobre la temible carta de una fe”, cómo creían en los poderes sobrenaturales de Mackandal, el rebelde que comienza la rebelión contra la tiranía y amigo de Ti Noel, protagonista de la novela y amigo también de Bouckman, quien continúa la lucha de Mackandal a favor de la libertad.

Poeta, narrador, guionista de cine, tiene entre sus libros La eternidad por fin comienza un lunes, Caracol Beach y El retablo del Conde Eros, que le otorgan un sitio privilegiado en la literatura hispanoamericana. En la contraportada, Rafael Pérez Gay escribe: “La intensidad prosística, la claridad definitiva y el impulso poético de estas crónicas periodísticas convierten a La vida alcanza en una caja de sorpresas donde los tormentos terrenales comparten casa con los placeres del recuerdo. En su cuidada estructura, cada uno de estos relatos encierra una tempestad de la memoria, una revuelta lingüística, el universo escondido en la brevedad de una estampa”.

“Hace veinticinco años no importaba la muerte”, escribe el autor en el “Brindis” con que inicia esta colección de cuentos, “faenas en prosa” los llama y recuerda que uno de ellos, “Un farol en la noche”, recibió el entusiasta aplauso de su admirado Salvador Elizondo. “La faena soñada”, “La suerte contraria”, “Homilía inconclusa”, “De largo”, “Cornada al azar” y “De regalo” son las otras historias de este libro en el que Jorge F. Hernández se mueve con soltura entre la imaginación y la realidad, se muestra orgulloso de su oficio de escritor pero mira con melancolía la mañana distante cuando, vestido de luces, realizó el paseíllo al lado de Rodolfo Rodríguez el Pana”.

Victoria García Jolly (compiladora) Enrique Mercado Bailongo Edición de autor México, 2010 736 pp.

La primera novela de Enrique Mercado es tan extensa como divertida y aun delirante. Comienza con una escena trivial: la llegada de Lucía a un baile de graduación, invitada por su amigo Pablo. Ella desaparece poco después y él comienza a buscarla, dando lugar a una serie de episodios y personajes insospechados en los se tocan temas como el amor, la soledad, el desempleo, la traición, el sexo hetero y homosexual, manteniendo la tensión a lo largo del relato. La riqueza del lenguaje, aliteraciones, la utilización de diversos géneros, la apuesta por un erotismo sin concesiones hacen de éste un libro por demás interesante. (Informes en emercado315@prodigy.net.mx)

¡Cuidado! Café cargado Otras inquisiciones México, 2010 256 pp.

Publicado en la Colección Vicios, éste es un homenaje a uno de los estimulantes más preciados, del que se han escrito lo mismo tratados que poemas. El volumen reúne anécdotas, canciones, diálogos de películas, aforismos, memorabilia y muchas otras cosas sobre esta bebida legendaria. He aquí algunas de las frases que contiene: “Una mujer es como una buena taza de café: la primera vez que se toma, no deja dormir”, Alejandro Dumas. “No te haré más tibio el frío ni más dulce el café con leche, pero piensa en mí, muchacha, piensa en mí”, Joan Manuel Serrat. “Él era mi crema, yo era su café y cuando nos ponías juntos, era realmente bueno”, Josephine Baker. “El café: negro como la noche, caliente como el infierno, puro como un ángel y fuerte como el amor”, Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord.

Revista de la Universidad de México Número 80/ Nueva época Octubre 2010 UNAM 112 pp.

Esta entrega, entre otros materiales, presenta el discurso pronunciado por el rector José Narro Robles el 22 de septiembre con motivo de los cien años de la fundación de la Universidad Nacional. Un trabajo sobre el ideario del movimiento independentista escrito por Miguel León-Portilla, una serie de aforismos de Karl Kraus acompañada de un texto de Juan Villoro, un cuento de Rosa Beltrán, un homenaje a Germán Dehesa por Sealtiel Alatriste y Mauricio Molina y otro de Graciela de la Torre y Jorge Reynoso Pohlenz a Helen Escobedo, una semblanza de Sergio Magaña por Enrique Serna, además de textos de Jorge Volpi, Aline Petterson y Adolfo Castañón.


08 cine

domingo 31 de Octubre de 2010

Visor

Gonzalo Infante

En la cueva de los cristales

Sin bautismo y sin Dios

Durante cinco años, espeleólogos mexicanos y extranjeros se reunieron en la sierra de Chihuahua para filmar la galería de cuarzos más grande del mundo

Hombre de celuloide

Entrevista CORTESÍA PROYECTO NAICA

Fernando Zamora @fernandovzamora

C La belleza de la cueva de Naica se encuentra en peligro, pero las autoridades no hacen nada para preservarla

Carlos Jordán gonzalezjordan@gmail.com

L

a cueva de cuarzos másgrandedelmundo yace bajo el suelo de Naica, en la sierra chihuahuense. Cristales de más de diez metros de longitud habitan en lugar tan mágico como para conquistar a un grupo de espeleólogos de distintas nacionalidades que reunieron esfuerzos para la realización de Naica. Un viaje a la cueva de los cristales, filme dirigido por Gonzalo Infante y que recién llega a las salas nacionales. Cinco años para hacer un documental es mucho tiempo, ¿no?

Nunca me hubiera imaginado que me iba a echar cinco años para hacer un documental sobre una cueva.

Construyeron un robot con una cámara, ¿cómo construyeron los planos, sobre todo en la última parte?

Suelo decir que hay algo de falso documental. Para cuando hicimos las dos secuencias finales teníamos mucha experiencia en el lugar. La última exploración es real, ellos iban al confín, hasta donde se llegara con el fotógrafo. Por eso tiene algunos momentos discontinuos pero otros muy fuertes. La secuencia final es la exégesis de ver el sitio y decir ¡qué maravilla! ¿Ésa es la parte de falso documental?

En realidad el falso documental está en el viaje. Nunca fuimos en camión más que cuando filmamos, después me arrepentí de no haberlo hecho siempre pero son cosas que ya no se piensan. La cinematografía y los exploradores modernos llegan directo en avión. Actualmente es complicado imaginar un viaje en carretera en Chihuahua…

Sí, ahora más peligroso que el agua que inunda la cueva, es la violencia. En diciembre por primera vez nos tocó ver hechos violentos, antes no, los retenes eran como de chiste. ¿Existe conciencia de lo que es Naica?

Cuando encontraron la cueva no sabían qué iba a suceder, ¿qué ajustes hicieron sobre la marcha?

Hicimos el guión hasta que teníamos dos años filmando, hasta entonces sólo contábamos con un registro visual, de modo que incorporamos al guión lo filmado. Decidimos que la película debía tratar sobre un largo viaje. Con las imágenes de la cueva resolvieron mucho de la fotografía, pero ¿cómo cuidaron la curva dramática?

Llevó tiempo y muchas discusiones. Ángeles Necoechea realizó el guión y la edición, así que ella fue quien cuido ese asunto mientras nosotros estábamos obsesionados por tener una mejor calidad de imagen.

Las autoridades están muy distraídas con sus cosas y no se han interesado en Naica. No me explico por qué no hay un boom estatal por salvar ese lugar. En estos cinco años nos acercamos a funcionarios y nadie nos dijo nada sobre realizar un programa serio de conservación de este sitio. Si estuviera en Alemania ya sería un museo. Los mineros sacan minerales del fondo, gracias a ese trabajo se pudo conocer la cueva, pero que el hallazgo haya sido fortuito no quiere decir que tienen la autorización y el derecho de destruir un sitio extraordinario. Se necesita un planteamiento donde intervenga la gente que tiene que ver con turismo y ecología. No podemos dejar en manos de los mineros que un día se suba el switch y la cueva se inunde de nuevo. Si ellos apagan las bombas desaparece Naica. Cuando se acabe el mineral se acaba la cueva. No es una situación fácil porque es un sistema muy complejo, tan sólo de luz se pagan millones de pesos, pero

eso no quiere decir que no pienses en una fórmula para salvar la cueva. ¿Por qué se realizan pocos documentales de divulgación en México? ¿Es cuestión de tecnología?

No lo creo. En nuestro caso hicimos una mezcla de tecnologías viejas con las necesidades del lugar. Hubo mucho ingenio, era algo tan inusitado que cualquier locura se valía mientras filmaras. Te pongo un ejemplo, tuvimos que usar unos trajes congelados para entrar, el diseño lo aportó un físico italiano. Compramos un gran congelador pero tardaba eternidades. Una de las personas que nos ayudaba nos sugirió usar el proceso con que se hacen “las congeladas”. Fuimos con nuestros tubos a una paletería, los metimos en una solución salina y en media hora estaban congelados, era como magia. Quisimos regresar al otro día pero como era 20 de noviembre y empezaba el frío cerraban las fábricas de paletas. Imploramos para que nos abrieran. Lo conseguimos y después mandamos a hacer dos máquinas de paletas, con eso congelamos las cosas. El chico que construía los paleteros nos acompañó dos temporadas y fue fundamental.

uando Dogma 95 comenzó a ponerse de moda, Thomas Vinterberg y Lars von Trier, supieron que era tiempo de lanzarse por nuevas búsquedas. Hoy, renovados por fin, los autores nórdicos presentan en México, país de tribulaciones sin sentido, dos películas que hablan de sufrir, sí: pero siempre con un sentido. Submarino ha sido nominada recientemente a mejor película en el Festival de Cine de Berlín. Vinterberg declaró a la prensa que, lejos de las limitaciones auto-impuestas por Dogma se sentía renovado. “Virgen”, dijo, como un adolescente que toma por vez primera la cámara para contar una historia. Difícil olvidar, sin embargo, que ya la “virginidad” la había perdido con una de las mejores películas que yo haya visto: Festen. Si aquellos eran tiempos de gestación, en el decir de Vinterberg, con Submarino, ha nacido. Esta película y el nuevo filme de Lars von Trier (Anticristo) se complementan. No sólo en la belleza nórdica de sus planos, no sólo en la disquisición teológica que se atreve, como Nietzsche, a preguntar desconcertado “Si hemos matado a Dios, ¿qué será de nosotros?” Mas formalmente se parecen también: tanto en Anticristo como en Submarino resultan fundamentales los primeros minutos en la pantalla. Si el inicio del Anticristo hunde al espectador en el asiento, como Beethoven con los primeros acordes de su Tercera Sinfonía, Submarino lo hace con una delicadeza etérea que

recuerda a la Octava: dos niños de diez años juegan debajo de una sábana con un bebé. Los blancos, muy saturados, resaltan la piel de estos niños, sus ojos azules. Sabemos que el bebé aún no tiene nombre y que los hermanos mayores intuyen que hay que hacer algo. Abandonados en un apartamento siniestro, los hermanos grandes deciden actuar: es necesario un rito, un bautizo. Origen —y salvación— de toda tragedia. Vale la pena recordar, sin embargo, que tragedia no significa una resolución atroz. En el clasicismo, un héroe tiene que dar orden al mundo. Este héroe es el hermano mayor de la primera secuencia. Se llama Nick y cuando crezca, se volverá alcohólico. Tendrá uno o dos amores casuales y sobre todo, la aventura de perdonarse. En este perdón, Nick es un héroe que pone orden en el caos de sí mismo. Y lo hace por amor a otro niño que le recuerda a su hermano. Lejos de la modita insana de los filmes “cultos” que hoy vive México, el cine danés apuesta no tanto por la sordidez de los golpes como por la entereza de sus personajes para encarar al destino. Vinterberg trasciende así, el sin-sentido y demuestra que no es ni la belleza, ni la inteligencia la que nos hermana con todos los hombres. No es ni siquiera el amor: es el sufrimiento, pero un sufrimiento que implica transformación. Sin sufrimiento no hay cambio y sin cambio no hay compasión. Si no fuésemos capaces de padecer con un personaje en pantalla, el arte tampoco tendría sentido y estaríamos entonces sí, irremediablemente arrojados en un mundo: sin bautizos, ni Dios. nL PHOTOS-FILMS.COM

En un momento de la película dice que hay un vínculo más profundo de lo que creemos entre los cristales y la vida humana…

Antes de la vida la única forma de materia organizada son los cristales. Son como el vagón del ferrocarril anterior a la máquina, que es la vida. nL

Submarino. Dirección: Thomas Vinterberg. Guión: Thomas Vinterberg y Tobias Lindholm basados en la novela de Jonas T. Bengtsson. Fotografía: Charlotte Bruus Christensen. Música: Kristian Eidness Andersen. Con: Jakob Cedergren, Peter Plaugborg y Gustav Fischer Klaerulff. Dinamarca, Suecia, 2010.


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