Visor 12 de septiembre de 2010

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domingo 12 de Septiembre de 2010

Público

478 especial

1810

2010 Entrevista con Alonso Lujambio José Luis Martínez S. Página 4

Gabriel Torres Puga • Héctor de Mauleón • Alfonso Torúa Cienfuegos Pedro Salmerón • Heriberto Yépez • Avelina Lésper


Visor Tomada del libro Imágenes de la Patria, Munal, 2010

Independencia de México (Tríptico), ca. 1909, Leandro Izaguirre

“Conspiraciones”, miedos y rumores antes de la insurrección de 1810

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Las confabulaciones contra el gobierno virreinal proliferaron en la Nueva España desde finales del siglo XVIII, alentadas por el clima de desconfianza y resentimiento entre criollos y peninsulares, sin embargo en un principio fueron desdeñadas por las autoridades para “no dar una impresión de vulnerabilidad” Gabriel Torres Puga*

E

I l prolífico historiador Carlos María de Bustamante refiere una sorprendente historia como prueba de la excentricidad e ineptitud que atribuía —no sin exageración— al virrey Félix Berenguer de Marquina (1800-1803):

De noche salía de ronda, cual otro Sancho en su Ínsula, trayendo por detrás a cierta distancia una partida de la ronda de capa que lo escoltaba. Procuraba disfrazarse poniéndose un parche en el ojo; de este modo se entraba en los lugares más públicos a observar si había desórdenes. [...] En una noche de Todos Santos, un grupo de tunantes que ya lo conocían, hicieron bola, se le cargaron de recio y lo echaron patas arriba sobre unas mesas en que vendían alfeñiques; las vendedoras lo llenaron de improperios y además lo multaron en el importe de sus muñecos, que pagó de mal grado.

Tan difícil resulta imaginar la escena del desafor-

tunado virrey-policía atacado por un grupo de maleantes, que es forzoso desconfiar de su autenticidad. Sin embargo, más que un invento, esta historia parece un chisme distorsionado por el rumor, y es probable que encerrara alguna verdad. Gracias a varias cartas oficiales, sabemos que Marquina en persona realizó indagatorias directas sobre ciertos casos de “conspiración” que normalmente debía haber seguido la sala del crimen de la Real Audiencia de México. En 1800 revisó la evidencia de un aparente plan de criollos contra peninsulares —la llamada “conspiración de los machetes”— y concluyó que el asunto era tan insignificante que no requería escarmiento, pues era mejor que el público entendiera que “estos incidentes no imprimen desconfianza al gobierno”. Al año

siguiente, tras ser delatada una nueva “conspiración” con auxilio británico, Marquina mantuvo correspondencia directa con el denunciante mientras indagaba sus antecedentes y trataba de esclarecer sus miras. Al descubrir que se trataba de un mentiroso ávido de recompensa, ordenó su arresto. Juzgado por sembrar discordia y provocar gastos al gobierno, el denunciante (un piloto andaluz) fue sentenciado a 8 años de presidio en Ceuta. En este sentido, la anécdota referida por Bustamante puede haber tenido su origen en esa actitud personalista del virrey con la que intentaba subsanar la falta de un sistema efectivo de vigilancia o de “inteligencia” (lo más cercano era el tribunal de la Inquisición, pero estaba fuera de la jurisdicción del virrey), a fin de precisar qué había detrás de esas supuestas

“conspiraciones” que desde hacía varios años parecían proliferar en el reino. Unos años antes, el marqués de Branciforte (1794-1798) creyó descubrir una gran conspiración, inspirada en la Revolución Francesa, que pretendía asesinar a las autoridades y a las familias ricas del reino. El miedo a la revolución se transmitió a la sociedad a través de bandos de gobierno, artículos de gaceta y vehementes sermones, que convencieron a la población de que los franceses radicados en Nueva España eran tan peligrosos como los que habían llevado a Luis XVI a la guillotina. Las cárceles se llenaron de presos y los tribunales fueron incapaces de distinguir dónde estaba el verdadero peligro y dónde una paranoia colectiva que se había salido de control. Ello puede explicar por qué a comienzos del siglo XIX, el virrey Marquina no estaba dispuesto a asumir tan fácilmente la peligrosidad de las “conspiraciones”. Desde su perspectiva, el gobierno debía ser muy cuidadoso de no contribuir, con sus averiguaciones, procesos y sentencias, a dar una impresión de vulnerabilidad, ni a fortalecer los rumores y los odios entre los grupos de la sociedad, sobre todo cuando comenzaba a darse un fenómeno

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domingo 12 de Septiembre de 2010

que no se había percibido en la década de 1790: la desconfianza y las acusaciones mutuas entre criollos y gachupines.

II Los miedos y rumores sobre conspiraciones se dispararon durante la gran crisis de la monarquía española de 1808, provocada por la abdicación de Carlos IV (y de su hijo Fernando VII) en favor del emperador de Francia, Napoleón Bonaparte, cuyo ejército había ocupado casi toda la península ibérica. Las noticias de las abdicaciones fueron conocidas en Nueva España en el verano de ese mismo año. El virrey José de Iturrigaray convocó a funcionarios, eclesiásticos y ricos propietarios para decidir el futuro del reino. Todos estaban de acuerdo en reconocer como único rey a Fernando VII (preso en Francia), pero se dividían sobre la manera en que se debían arreglar los problemas inmediatos de gobierno y de justicia. El ayuntamiento de la Ciudad de México (integrado mayoritariamente por criollos) convenció al virrey de la necesidad de formar una Junta Soberana que gobernara en ausencia del monarca; pero los oidores y demás ministros de la Audiencia (casi todos peninsulares o “gachupines”) pensaron que esa idea era peligrosa y que podía devenir en un gobierno independiente. La diferencia de pareceres provocó acaloradas discusiones hasta que el virrey decidió cancelar las reuniones en Palacio. A partir de ese momento, creció el rumor de que Iturrigaray “conspiraba” para hacerse rey con apoyo de los criollos, y creció también el rumor de que los gachupines “conspiraban” para derrocarlo. El virrey movilizó tropas, temiendo una conspiración en su contra, pero no pudo impedir que un grupo de peninsulares encabezados por el comerciante Gabriel de Yermo lo tomara preso en la noche del 15 de septiembre de 1808. Los oidores se apresuraron a nombrar sucesor y ordenaron el arresto de otros criollos cercanos al virrey. Con ello, parecían aceptar la idea de que el golpe contra Iturrigaray había sido necesario para evitar un mal mayor. De esta manera, quedaba demostrado que el temor a una conspiración podía producir efectos tanto o más peligrosos que la conspiración misma. A raíz del golpe de 1808, creció la desconfianza recíproca entre peninsulares y criollos, y las medidas de vigilancia del gobierno contribuyeron a formar un círculo vicioso. Para hablar de política era necesario reunirse en secreto y asegurarse de que los concurrentes no fueran a denunciar las opiniones críticas contra el gobierno. Incluso, fue necesario inventar códigos para evitar a los espías. Podemos decir que comenzaba una etapa de conspiraciones; pero es importante advertir que éstas tenían distintos e incluso contradictorios propósitos, y que no se trató de simples movimientos precursores de

independencia. Durante el gobierno del virrey Garibay (septiembre 1808-julio 1809), varios sujetos fueron detenidos por opinar o distribuir papeles contra el gobierno; muchos bajo la sospecha de que formaban parte de una conjura para derrocarlo y devolver el poder a Iturrigaray. Pero tampoco faltaron los rumores de que miembros de la élite pretendían reconocer a Bonaparte o de que quienes habían derrocado a Iturrigaray podían intentar un golpe contra el nuevo virrey. Para lidiar con la inseguridad creciente, Garibay comenzó a formar un cuerpo de vigilancia, que lograría institucionalizarse en tiempos de su sucesor, el arzobispo virrey Francisco Xavier Lizana (julio 1809-febrero 1810).

III El arzobispo Lizana (nombrado virrey por la Regencia que durante unos meses logró constituirse en España) estableció la Junta de Seguridad y Buen Orden con la intención de investigar y juzgar los casos de “infidencia” o traición al monarca. Con ello, pretendía llenar la carencia añeja de un sistema de vigilancia secreta y entender, por fin, qué tan ciertos eran los rumores y qué tan peligrosas las reuniones que se celebraban en todo el reino. Con una actitud semejante a la de Marquina, el arzobispo virrey no quiso castigar con severidad las reuniones secretas de americanos. La “conspiración de Valladolid”, organizada por Mariano Michelena y José García Obeso, no le pareció que atentara contra la estabilidad del reino y prefirió reprender sin estrépito a quienes se reunían para “conspirar” (en un sentido laxo que podríamos entender también como “negociar”, “cabildear”, etc) contra el grupo del ex oidor Guillermo de Aguirre y del comerciante Yermo, los responsables más directos del golpe del año anterior. El clima de incertidumbre y miedos conspirativos propició las reuniones sostenidas en San Miguel, Celaya y Querétaro entre 1809 y 1810, que suelen ser consideradas como la antesala del movimiento insurgente de Hidalgo y Allende. Al parecer, en esas juntas (quizá más cercanas a la idea de “conspiraciones” como movimientos subversivos) se decía que los gachupines querían entregar el reino a Napoleón y se discutió la posibilidad de organizar un levantamiento armado. No obstante, la opinión predominante era que debían esperarse los resultados de otra asociación de criollos en la capital que, según se decía, intentaba negociar la celebración de una Junta soberana, similar a la que se había propuesto en 1808. A comienzos de 1810 el virrey Lizana hizo comparecer ante sí al oficial Ignacio Allende, y le preguntó si realmente creía que el gobierno deseaba entregar el reino a los franceses. Allende le respondió que no desconfiaba de él, sino del grupo que había derrocado a Iturrigaray y que, según se decía, planeaba asesinarlo. Esa declaración parece haber bastado para que el arzobispo virrey no abriera una causa de infidencia en su contra. Pero el complot contra Lizana podía ser también un rumor que nacía del miedo y de la suspicacia. Allende diría más tarde que la desconfianza hacia Aguirre y Yermo procedía de “las juntas que formaban en su casa”. Por su parte, los oidores considerarían que se trataba de una calumnia y que la idea de que los gachupines querían entregar el reino también era una patraña, invento de americanos que conspiraban para proclamar la independencia. La incomprensión y los resentimientos siguieron un camino ascendente, y las pocas vías de negociación se cerraron cuando el gobierno recayó en la Audiencia (febrero-septiembre de 1810). La persecución de los conspiradores de Querétaro y la reacción intempestiva que llevó a la revolución de Dolores completaron el cuadro. La represión y la insurrección violenta surgían de una escena política dominada ya por los rumores y los miedos conspirativos... nl

Carlos María de Bustamante

El periodista de la Independencia

Alfonso Torúa Cienfuegos*

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l periodismo mexicano en sus diferentes etapas y épocas cuenta en su haber con una pléyade de individuos que le dieron lustre a través de los siglos, entre ellos, sin duda, uno de los más importantes es Carlos María de Bustamante. Nacido en Oaxaca en 1774, desde muy joven se distinguió por participar en todos los momentos históricos de su tiempo. Después de haber sido obligado a firmar una sentencia de muerte, abandonó la carrera de abogado para dedicarse al periodismo, fundando en la capital de la Nueva España el Diario de México (1805-1817), desde cuyas páginas apoyó la lucha por la Independencia y difundió la cultura, pues allí aparecían los adelantos que se verificaban en la ciencia y en el arte. El Diario de México fue el primer esfuerzo por divulgar las ideas que la sociedad generaba y demandaba en la etapa previa a la revolución de Independencia y también fue pionero en el intento de conceptuar la libertad de prensa y el libre acceso a la información. En sus páginas se plantearon por primera vez los intereses de los americanos frente al imperio español. Otro periódico que fundó Bustamante fue El Juguetillo, que salió a la luz en 1812 después de haber sido promulgada la Constitución de Cádiz, hecho que le valió ser perseguido por las autoridades virreinales. Huyó a Oaxaca donde fue nombrado, por órdenes de Morelos, brigadier e inspector general de caballería y editor del órgano independentista El Correo del Sur. Este sólo hecho, el haber sido un pionero del periodismo nacional, le hubiera bastado a Carlos María de Bustamante para ser llevado en hombros por la historia de México. Sin embargo, fueron muchos

valiosos comentarios para mejorar este trabajo. *Doctor en Historia por el Colegio de México. Es autor, entre otros libros, de Los últimos años de la Inquisición

eclesiástico en la Inquisición y Opinión y censura en Nueva España. Treinta años de imposible silencio.

otros los méritos de este personaje, entre ellos baste mencionar que asistió al Congreso de Chilpancingo y redactó el discurso con que abrió las sesiones José María Morelos. Más adelante es enviado a los Estados Unidos por Ignacio López Rayón como representante de los insurgentes, pero no logró cruzar la frontera ya que fue tomado preso y trasladado a la ignominiosa prisión de San Juan de Ulúa, donde permaneció recluido más de un año. Al salir libre se incorporó de nuevo a los trabajos revolucionarios y fue el que aconsejó a Guerrero para que entrara en negociaciones con Agustín de Iturbide. En 1822, una vez que se decretó la independencia mexicana, forma parte del Congreso ocupando su presidencia. Allí formuló duros ataques a Iturbide, que fueron publicados en el periódico La Avispa de Chilpancingo. De nuevo es enviado a prisión acusado de planear un atentado en contra de Iturbide, saliendo libre en 1823. Desde ese año y hasta 1833 sufrió de persecución debido a sus declaraciones y a su actividad política. Uno de los acontecimientos más dolorosos que le tocó vivir, y no fueron pocos, fue la invasión norteamericana de 1848, pues dolido por la infamia cayó enfermo falleciendo ese mismo año. Periodista, editor (de la obra de Fray Bernardino de Sahagún, por ejemplo) y escritor prolífico (su bibliografía comprende más de una centena de títulos, entre ellos su autobiografía Hay tiempos de hablar y tiempos de callar), Carlos María de Bustamante es un patriota cuya principal arma fue la palabra escrita. nl *Maestro en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma de Yucatán, miembro de la Sociedad Sonorense de Historia, autor de libros como El magonismo en Sonora y Frontera

en llamas: los yaquis y la Revolución mexicana. especial

1 Agradezco a Roberto Breña y a Oscar Zárate sus

en Nueva España, Juan Antonio Montenegro. Un joven

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Carlos María de Bustamante, 1836, Anónimo


Visor

Alonso Lujambio

“Ningún país dividido enfrenta El Centenario de la Independencia organizado por el gobierno de Porfirio Díaz, obras inconclusas como la Estela de luz, la exhibición de los restos de los héroes independentistas en la Galería Nacional, la visión del PAN sobre la Revolución, el futuro del país… son algunos de los temas que se abordan en esta conversación con el titular de la SEP José Luis Martínez S.*

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l secretario de Educación Pública responde cuestionamientos en torno a los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución; dice que la actual convivencia democrática es quizá el mayor logro de los mexicanos en la historia misma de la nación y, contra lo que pregonan “los agoreros del desastre”, afirma que el país sí tiene futuro. En el despacho José Vasconcelos de una SEP en plena remodelación, Alonso Lujambio asegura que en la organización de los festejos no ha existido improvisación y sale al paso de quienes critican la trayectoria de José Manuel Villalpando como coordinador de los mismos. En estos días se ha mencionado y aun elogiado la celebración del Centenario de la Independencia durante el gobierno de Porfirio Díaz. ¿Se puede establecer una comparación con lo que se hace actualmente con el Bicentenario?

La distancia no puede ser mayor, porque las celebraciones del Centenario en 1910 tuvieron un objetivo esencial, que era subir al pedestal de la historia a Porfirio Díaz como héroe del progreso, como héroe de la paz, como el héroe mexicano por excelencia. Hoy, en un régimen democrático y plural, el presidente de la República cumple completamente otro papel; nosotros queremos celebrar nuestra historia, nuestra cultura, la riqueza, la diversidad de nuestros orígenes, no queremos erigir al Presidente como héroe, como lo quiso Díaz en su momento, porque éste es un régimen plural y democrático, no una dictadura; de manera que el contraste no podía ser más subrayado. En una conferencia usted comentó que quienes se oponen a la celebración del Bicentenario son mezquinos. ¿Esta actitud no niega el derecho a la crítica?

Son dos cosas diferentes. Yo acepto la crítica, que es parte de nuestra vida democrática. Si alguien buscó que hubiera libertad de expresión y posibilidad del ejercicio de la crítica en el siglo XX mexicano fuimos nosotros [los panistas]. Yo no critico a los críticos por ejercer la función de la inteligencia social, utilicé la expresión “mezquindad” para calificar a quienes dicen que México no tiene nada que festejar en sus 200 años de vida independiente; fui muy explícito y utilicé ese calificativo no para nuestros críticos, que son siempre bienvenidos, sino para esa minoría de mexicanos que dice que no tenemos nada que festejar; estoy totalmente en contra de esa visión, que es minoritaria. ¿Y qué vamos a festejar?

Doscientos años de vida independiente, 200 años de construcción de una nación, con sus vicisitudes, con sus giros históricos, con sus enormes complejidades. Tenemos mucho que celebrar: una gran literatura, una extraordinaria pintura, un cine mexicano único en Latinoamérica, una riqueza gastronómica, una hospi-

S

ecretario de Educación Pública desde el 6 de abril de 2009, Alonso Lujambio (Ciudad de México, 1962) fue consejero del Instituto Federal Electoral y comisionado presidente del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública. Licenciado en Ciencias Sociales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y maestro en Ciencia Política por la Universidad de Yale, es autor de libros como El poder compartido. Un ensayo sobre la democratización mexicana, Federalismo y Congreso en el cambio político de México y La democracia indispensable. Ensayos sobre la historia del Partido Acción Nacional. talidad, un modo específico de ser que nadie confunde porque lo mexicano tiene un carácter inequívoco en el mundo. Vamos a celebrar ser un gran país, una de las grandes culturas en la historia de la civilización humana, la existencia misma de la nación. Una crítica constante al gobierno federal es que se ha desaprovechado la ocasión para reflexionar sobre la historia y el presente de México, sobre su futuro.

Qué mejor ejercicio de debate, crítica y reflexión que Discutamos México. Hasta el momento se han transmitido casi cien programas en los canales 11 y 22 —y todos los viernes en la noche Lo mejor de Discutamos México en Televisa— con 500 expertos en distintas materias de nuestra historia, de nuestro

presente. Nadie podría minimizar la extraordinaria calidad de ese debate que ha sido muy rico y es observado en casi dos millones de hogares semanalmente. Estamos abiertos, por supuesto, a que otras instancias de la sociedad civil, del mundo universitario, de los profesionistas, de las ONG discutan y debatan, porque este no es un tema que se concentre en el Estado, sino que está en la sociedad. Obras inconclusas como la Estela de luz, por poner solo un ejemplo, y la participación del australiano Ric Birch en la organización de los festejos del Bicentenario en la Ciudad de México, han sido asuntos muy cuestionados.

Lamentamos, por supuesto, que la Estela de luz no haya estado lista para septiembre, pero hemos explicado con precisión

las razones técnicas —a partir de la enorme complejidad constructiva de esta pieza única en la arquitectura mundial— que nos han llevado a retrasar la conclusión del proyecto. Por otro lado, debo decir que me parece muy parroquial que México, a diferencia de otros países, no pueda acercarse a quienes en el mundo han tenido más experiencia en la organización de este tipo de eventos. Ric Birch ha contratado, y todos lo podrán ver el 15 de septiembre, a doce talentos mexicanos, quienes a partir de su experiencia y recomendaciones han creado, con la estética mexicana, con artistas mexicanos, con la coreografía mexicana, con la dirección teatral mexicana, un espectáculo inolvidable que expresa la grandeza de nuestra cultura.


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con éxito sus problemas” Pascual Borzelli Iglesias

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or decreto presidencial, desde el pasado 1 de julio el Instituto Nacional de Estudios Históricos

de las Revoluciones de México (INEHRM) dejó de pertenecer a la Secretaría de Gobernación para ser adscrito a la de Educación Pública, por lo que esta dependencia automáticamente asumió la responsabilidad de coordinar los Festejos del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución, cuya comisión organizadora es encabezada por José Manuel Villalpando, director del INEHRM.

que hemos realizado: la exposición México en tus sentidos, en el Zócalo de la Ciudad de México, recibiócincomillonesdevisitantes y fue todo un éxito; la exposición México, un paseo por la historia, en la Expo-Guanajuato Bicentenario, está recibiendo alrededor de cuatro mil visitas diarias; la exposición Moctezuma II (que incluyeelmonolitodeTlaltecuhtli), en el Templo Mayor, ha recibido 130 mil visitantes desde el 27 de agosto; el espectáculo 200 años deserorgullosamentemexicanos, según lo planeado, ha estado en 17 ciudades del país y ha sido visto por más de un millón 200 mil mexicanos… Y así, casi todas las labores que hemos desplegado —con excepción de la Estela de luz— están de acuerdo a la organización original. ¿Qué nos puede decir de la exhibición de los restos de los héroes de la Independencia, ¿no es un acto de necrofilia?

También han sido criticados los constantes cambios en la coordinación de los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución.

Sí ha habido cambios, pero el señor [José Manuel] Villalpando continúa al mando de las labores de coordinación y sigue siendo el director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, lo que sucede es que esta institución estaba sectorizada en Gobernación y [por decreto presidencial] ahora está en la Secretaría de Educación Pública. Pero la estabilidad en la conducción de Villalpando es inequívoca y mi papel no es otro que el de coordinar la difusión de las celebraciones, ser vocero de las mismas. El doctor Pedro Salmerón se refiere a Villalpando como un historiador aficionado…

Véase la obra historiográfica de Villalpando… Que es sobre todo de divulgación…

La historia de divulgación no puede ser despreciada, todo lo contrario: lo que necesitamos es divulgación del conocimiento histórico. Ser un historiador más orientado a la divulgación no va en demérito de nadie, también a Enrique Krauze lo critican de ser un historiador de la divulgación, y lejos de quitarle dignidad le da mayor relevancia social y cultural. No desdeño la historia académica, yo soy académico, y Salmerón es un buen historiador sin duda, basta ver su libro sobre Juárez1 para ver una obra de extraordinaria factura. Krauze habla de improvisación y lentitud en el desarrollo de los festejos.

No, no ha habido improvisación, ha habido planeación. Déjeme mencionarle varias de las labores

La necrofilia no tiene nada que ver con lo que estamos haciendo; en primer lugar el Presidente, sabedor de que los restos de los héroes patrios estaban sufriendo un deterioro creciente y muy notorio, ordenó el retiro de los restos de su nicho en la columna de la Independencia para ser llevados a los laboratorios del INAH, en el Castillo de Chapultepec, para su debida conservación. Esto requirió, según la ley, de un protocolo militar, y me parece muy atinado que con cuidado y con el respeto debido, los restos de los héroes patrios, colocados correctamente en sus urnas, sean exhibidos próximamente como parte de la Galería Nacional en Palacio Nacional. No veo necrofilia, bajo ninguna circunstancia y por ningún motivo, como expresión patológica de la sociedad ni de nadie en particular, en que a través de esa posibilidad de visitar sus restos se les rinda culto a quienes nos dieron patria. Usted ha dicho que estas fechas deben propiciar la unidad de los mexicanos, ¿se ha conseguido este objetivo?

Entre los mexicanos existe un concepto de identidad cultural, incluso las identidades locales y regionales nunca son superiores a la identidad nacional, y esto se ve de manera clarísima en las encuestas. Nosotros creemos que el Bicentenario es una oportunidad para fortalecer aquello que nos une, porque pese a que tenemos divisiones connaturales a una sociedad plural, la sociedad mexicana debe estar

cohesionada en lo básico, porque ningún país dividido enfrenta exitosamente los problemas que la historia le presenta, ninguno. ¿Y la Revolución? ¿Un gobierno de origen panista no se siente incómodo con este capítulo de la historia de México?

Basta leer la obra de Manuel Gómez Morín, fundador del PAN, para ver hasta qué punto el PAN no es un partido antirrevolucionario, todo lo contrario: el PAN ha defendido siempre la bandera democrática, sufragista, libertaria que impulsó Madero en el arranque de la Revolución; tuvimos visiones críticas de la Revolución a partir de lecturas antidemocráticas y estatistas del régimen revolucionario, pero nunca nos opusimos a los impulsos distributivos, de justicia social, de la Revolución. De modo que del PAN sólo hay que conocer su historia, especialmente la de su fundador, para ver hasta qué punto Gómez Morín era un hombre de la Revolución, un colaborador en los años veinte de los gobiernos revolucionarios, un fundador de instituciones revolucionarias y un hombre comprometido con la democracia y con el ejercicio pleno de las libertades de las personas. Fundado por un intelectual, ¿cómo es la relación del PAN con la cultura?

Nosotros somos un partido que cree en la libertad de las expresiones culturales y la fomenta. Buscamos —y esto lo hemos reflejado una y otra vez— la posibilidad de que todas las expresiones culturales tengan un espacio y puedan difundirse. A partir de una interpretación social de lo que es la nación, tenemos una aproximación liberal de la cultura y no una visión estatista ni mucho menos. ¿Cuál considera que es el mayor logro de México en su vida como nación?

Hemos dicho una y otra vez que acaso el logro más importante de los mexicanos en este último siglo, y si me apura en la historia misma de México, es que hoy hemos conseguido la convivencia democrática. Y esto es algo que no se le atribuye a ninguna fuerza política y social en particular, porque es un esfuerzo conjunto. Nunca habíamos tenido un régimen democrático estable, ni siquiera por periodos breves. La República Restaurada, dígase lo que se diga, no fue un régimen democrático; es una etapa liberal muy querida, pero no fue exactamente un momento democrático el que vivimos entre 1867 y 1877. El intermedio maderista fue realmente muy corto y no alcanzó a consolidar, ni mucho menos, una convivencia democrática entre los mexicanos, que es una conquista de la generación actual. De modo que sí hay mucho que celebrar en estas fechas, entre otras cosas la pluralidad que actualmente se expresa en las instituciones y la convivencia democrática, perfectible, por supuesto, porque nuestra democracia tiene todavía un espacio muy amplio para su consolidación, pero es algo que deberíamos aquilatar, valorar, para dejar de vernos al espejo con esa lectura tan pesimista que priva entre unos cuantos, para subrayar lo que hemos hecho y estar en aptitud de avanzar en lo que nos falta. ¿Es posible ser optimista en México bajo las circunstancias que vive el país actualmente?

Estoy perfectamente consciente de la difícil coyuntura histórica por la que pasamos, pero no veo un ánimo generalizado de pesimismo en el país. Hay una legítima expresión crítica del momento

que vivimos, especialmente en las cuestiones vinculadas al tema básico de la seguridad, pero creo que existe una visión del futuro —queengeneralnoescompartida por los agoreros del desastre— y con educación y un conocimiento más profundo, más cuidadoso de la historia y de nuestra situación actual, se puede documentar lo mucho que hemos conseguido los mexicanos en 200 años. Yo no comparto el facilismo derrotista con el que algunos se aproximan a la realidad, y lo reitero: tenemos mucho que celebrar, entre otras cosas nuestra riqueza cultural. ¿Realmente considera que este país tiene futuro?

¡Por supuesto que tiene futuro! México ha pasado por distintas etapas históricas en las que se ha puesto en duda la viabilidad misma de la nación; etapas mucho más difíciles que las que hoy enfrentamos, y tuvimos el talante y la fuerza para superarlas… No habían pasado ocho años de la Independencia,delaconsumación, cuandoyaEspañaintentabareconquistarnos con [Isidro] Barradas en 1829; en 1836 tuvimos la crisis texana;en1838unaconfrontación con Francia, y luego, entre 1846 y 1848, la guerra con Estados Unidos —cuando termina este conflicto la sensación de los mexicanos era de debacle, de desazón, y sin embargo pudimos salir adelante. Pasó muy poco tiempo para que iniciara la Guerra de Tres Años (1858-1860) y después la etapa dolorosísima de la invasión francesa y el Segundo Imperio, algún autor le llamó a este periodo el de la nación atribulada. Y,enbuenamedida,nopueden explicarse 30 años de paz porfiriana sino a partir del hartazgo de los mexicanos por esa larga inestabilidad, dolorosa para millones de familias. En 1910, México protagonizó la primera revolución social del siglo XX, en la que murieron muchos mexicanos y muchosotrosemigraronaEstados Unidos, y luego vino la Guerra Cristera, dejando heridas que se quedaron abiertas largo tiempo, aunque pienso que por fortuna ya han cerrado. De modo, pues, que México ha vivido largas etapas de extraordinaria complejidad y ha logrado salir adelante, y por supuesto que ahora lo haremos nuevamente, no tengo ninguna duda al respecto. nl *Editor y periodista. Autor de La

vieja guardia. Protagonistas del periodismo mexicano. 1 Juárez. La rebelión interminable, Planeta, 2007.


Visor

tomada del libro el éxodo mexicano. los héroes en la mira del arte, munal, 2010

Pedro Salmerón*

C

omo los resultados del presente régimen, los festejos oficiales del Bicentenario y el Centenario son un fracaso: han estado marcados por la improvisación, el despilfarro, el amiguismo y la confrontación, sobre todo durante la gestión del penúltimo de los comisionados del gobierno federal, el licenciado José Manuel Villalpando César. Cuentas dudosas, conflictos y mentiras aparte (destaca entre éstas la negativa reiterada de la contratación de Ric Birch, herencia de uno de los anteriores encargados), la intolerancia de Villalpando tiene un fondo que no puede llamarse historiográfico sino ideológico: ni a él, como historiador aficionado, ni al gobierno que representa, las gusta lo que significan los gigantescos procesos de movilización de masas iniciados en 1810 y 1910. Es evidente que Villalpando y el gobierno del que forma parte no se sienten cómodos con las celebraciones del Centenario. Ni siquiera han sido capaces de rescatar a Francisco I. Madero, a cuya memoria se acogieron algunos de los fundadores del PAN. Sobre los demás protagonistas de la Revolución, las opiniones de Villalpando son clarísimas (y digo personajes, porque Villalpando nunca —o casi nunca— habla de procesos). Así, Francisco Villa, el genial dirigente de un ejército popular y de un profundo proceso de revolución social, “quizá en el fondo no tenía bandera ideológica y por eso fue tan popular: sólo destruía” (Villalpando, Batallas por la historia, p. 327); y sobre Emiliano Zapata, el caudillo que articuló las aspiraciones agrarias, Villalpando afirma, luego de una lectura superficial y acrítica de la famosa frase inicial del Zapata de John Womack: La revolución encabezada por Zapata se hizo para que los campesinos permanecieran en la estática histórica, para que no evolucionaran, para que conservaran la forma ancestral de vida que tenían y siguen teniendo. Es decir, Zapata fue un revolucionario reaccionario, que luchó para que los hombres del campo permanecieran en el estado en que siempre habían vivido (…) Se trataba de volver al pasado y eso no es ser revolucionario ni ser abanderado de las causas de los pobres. Más bien, eran deseos de seguir siéndolo. (Batallas, pp. 331-332).

Si esa es su opinión de Villa y Zapata, los caudillos revolucionarios más cercanos al corazón del pueblo, y si entre líneas llega a sugerir que al país le habría ido mejor sin revolución (Batallas, p. 327), es comprensible que el Centenario esté notoriamente ausente de los festejos oficiales, pero ¿qué pasa con el Bicentenario? Como “experto en la Independencia”, Villalpando parte de una falsa premisa: el feroz combate contra la historia oficial y la urgencia de “desacralizar” a los “héroes que nos dieron patria”. Considera que la historia está conformada por una

Agustín I, ca. 1822, Anónimo

Reflexiones sobre el Bicentenario

¿Por qué les fascina Iturbide? A los historiadores favoritos de la nueva clase política, dice el autor de este ensayo, les resultan incómodos personajes como Hidalgo o Morelos, con sus utopías de igualdad y justicia, pero al mismo tiempo no ocultan su simpatía por las ideas de El Libertador serie de hechos dados, indiscutibles e incorruptibles, de lo que concluye que su visión de la historia es indiscutible e incorruptible (de ahí que confunda la crítica con “envidia”). Juzga la historia desde sus valores, ya descalificando con base en ellos, sin intención de comprender; ya trayendo al presente, totalmente fuera de contexto, aquellas frases o momentos que le convienen a su visión de la política mexicana actual (véase al respecto el excelente artículo de Roberto Breña, en

que demuestra que la noción de la historia de Villalpando “es no solamente presentista y maniquea, sino también simplista y simplificadora”, Nexos, septiembre de 2009). Villalpando, igual que el “historiador” favorito de la nueva clase política, Armando Fuentes Aguirre “Catón”, pertenece a una corriente de pensamiento empeñada en la “desacralización” y la “desmitificación” de la historia, el combate contra los molinos de viento llamados “historia oficial” e “historia de

bronce”, y el uso político inmediato de la historia. No hablan de comprender, de valorar, de rescatar las ideas y los afanes de hombres como Hidalgo y Morelos o Zapata y Villa; no se les ocurriría mostrarlos como ejemplos de compromiso y dignidad. No, de lo que se trata es de “desacralizar”. Pero de desacralizar sin comprender, como los historiadores revisionistas de los años sesenta y setenta. En fin, además de “desacralizar” a los Hidalgo y los Zapata, parte sustantiva de la labor autoasu-

mida por Villalpando consiste en establecer “de una vez la verdad de los hechos” para que la historia “haga justicia” a aquellos que la merecen, empezando, faltaba más, por don Agustín de Iturbide. En uno de los últimos destellos de su luminoso cerebro, Carlos Monsiváis se preguntaba por las razones por las que Villalpando, “aficionado a la divulgación volandera de la historia”, se obstinaba —como Felipe Calderón, su jefe de hoy y alumno de ayer— en “rescatar” a Iturbide, para concluir en la ausencia de razones sólidas (El Universal, 30 de noviembre de 2008). Yo creía lo mismo: hace cuatro años, cuando el gobierno federal y sus acólitos hicieron todo lo posible porque el bicentenario del natalicio de Benito Juárez pasara sin pena ni gloria. Sin embargo, no es un mero ejercicio de nostalgia conservadora: “rescatar” a Iturbide tiene mar de fondo. Pero antes de ir al “rescate” de Iturbide, detengámonos un momento en ese personaje representado tantas veces como su antípoda: Hidalgo. A Villalpando, Hidalgo parece costarle mucho trabajo. En su biografía del párroco de Dolores, el encargado de los festejos del Bicentenario se deshace en elogios del buen sacerdote, mostrándolo siempre como tal, como buen sacerdote. Villalpando se ha empeñado en “combatir” a quienes pretenden mostrar al dulce párroco como un hombre borracho, parrandero, jugador, enamorado y padre de varios hijos, todo lo cual, referido al padre Hidalgo, le parece sacrílego. Hidalgo es un buen sacerdote imbuido de una causa santa. ¡Ah!, pero de pronto el buen párroco es arrastrado por las circunstancias y poseído por un “frenesí libertario” que lo arroja a inenarrables excesos y terroríficas matanzas. No es Hidalgo el que les horroriza sino “la turba”, la “anárquica muchedumbre”, la “desordenada multitud que esa misma noche habría de convertirse en una horda sin control” (Catón, Hidalgo e Iturbide, p. 39). Odian en Hidalgo que haya caído bajo el terrible influjo de las masas: el 14 de abril de 2010, en una videoconferencia, Villalpando afirmó que “Hidalgo promovió el matar gente a diestra y siniestra, lo que explica las más de 22 mil muertes sufridas en el país desde 2006 a la fecha, como producto de la guerra contra el narcotráfico”. El Hidalgo sanguinario y criminal prefigura la criminalidad inherente al mexicano (Luis Hernández Navarro, La Jornada, 3 de agosto de 2010). Es esto: la “canalla”, la “plebe” que saquea y se baña en la sangre de los españoles lo que asquea a los Catón y los Villalpando. El grueso de sus textos sobre Hidalgo se detiene en “los ríos de sangre” de “inocentes” y omite su proyecto revolucionario, continuado por Morelos. A ese tema, a los decretos de Hidalgo en Guadalajara, a su proyecto social, a sus ideas como caudillo revolucionario, Villalpando le dedica apenas dos párrafos (Miguel Hidalgo, pp. 99 y 123). No llega a tanto, pero a veces, pareciera uno estar leyendo a Luis González de Alba, que afirma sobre


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Morelos, en una lectura de los Sentimientos de la Nación aún más presentista y descontextualizada que las de Villalpando: “¿A esa canalla intolerante y fanática estamos celebrando? Pues sí, porque seguimos padeciendo los mismos defectos, y por ellos seguimos hundidos en la pobreza” (Nexos, septiembre de 2009). Hidalgo, pues, le resulta al menos incómodo a Villalpando, pero ¡qué epifanía se produce cuando aparece El Libertador! Quisieron borrar su nombre de la historia y para ello decidieron acabar hasta con su recuerdo. No les bastó con extirparlo de los libros de texto, ni con arrancar las letras de oro que lo mencionaban en el Congreso de la Unión; tampoco fue suficiente ocultar la fecha de su mayor hazaña (Batallas, p. 72).

El Libertador. Dice Catón: A mí me sorprende mucho que hasta los más fervientes admiradores de Iturbide lo llamen “El consumador de nuestra Independencia” (…) Iturbide no es el consumador, sino su hacedor, su único, verdadero autor. A Iturbide le debemos la independencia, la libertad, el nombre de nuestra patria, su bandera (Catón, p. 573).

Villalpando asegura que Iturbide fue el autentico continuador de la obra de Hidalgo y el único que entendió la mejor parte, la espiritual de la lucha de aquel (Batallas, p. 67). Catón, más sagaz, dice en cambio, y por una vez acierta, que no hay nexos entre el movimiento de Hidalgo y el de Iturbide. En efecto, como Luis Villoro, quien ha comprendido mejor que nadie el fondo de la revolución de Independencia dice —y fundamenta, donde Catón o Villalpando sólo argumentan sin presentar pruebas: El Plan de Iguala logra reunir a las élites criollas (El Ejército) El alto clero y los propietarios sostienen el movimiento con toda su fuerza económica y moral. La rebelión no propugna ninguna transformación esencial en el antiguo régimen. Por el contrario, reivindica las antiguas ideas frente a las innovaciones del liberalismo (…) El Plan de Iguala abole la Constitución con todas sus reformas, declara a la Católica religión de Estado, y establece que “el clero secular y regular será conservado con todos sus fueros y preeminencias”; lo que ratifica el Tratado de Córdoba.

La intención principal de Iturbide parece ser el evitar la transformación del orden antiguo en el sentido de las nuevas ideas. Es lo que expresa él mismo en sus Memorias cuando atribuye la Independencia al deseo de detener “el nuevo orden de cosas” (…) Todo persiste, por tanto, sin más cambio que el traspaso de manos de la administración colonial y la sustitución de su nombre público (Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 1981, pp. 205-207).

de ahogar en sangre la revolución social iniciada por Hidalgo y estructurada por Morelos y sus compañeros, dio un cuartelazo más o menos incruento para mantener sus fueros y prerrogativas a los grupos de privilegio. A ese cuartelazo, que llamamos “consumación de la Independencia”, siguieron 34 años de estancamiento económico, político y social, durante los cuales la república perdió la mitad de su territorio. Durante esas tres décadas y media, el país tuvo 24 titulares del poder ejecutivo, de los cuales trece fueron militares realistas, de familias acomodadas que pudieron pagar sus plazas de caballeros-cadetes en un ejército de casta; hombres que combatieron a Hidalgo, Morelos y Guerrero en el campo de batalla. De esos trece hombres (Iturbide, Negrete, Bustamante, Gómez Pedraza, Santa Anna, Barragán, Canalizo, Herrera, Paredes y Arrillaga, Salas, Anaya, Arista y Lombardini), dos estuvieron al frente del poder ejecutivo un total de trece años (Bustamante y Santa Anna). Otros cuatro “presidentes” fueron abogados y altos funcionarios realistas que en 1821, como aquellos militares, se adhirieron al Plan de Iguala (Bocanegra, Vélez, Corro y Peña y Peña). La herencia de Iturbide son esos 34 años de estancamiento, de agonía (rotos por la generación de Juárez, a quien tanto odia Catón); la herencia de Iturbide la cobraron los ejércitos de Taylor y Scott en 1847; la herencia de Iturbide es un régimen reacio al cambio, en el que los actores políticos más importantes fueron la Iglesia, dueña de las conciencias y de la tierra productiva, y el Ejército, dueño del poder y del erario público. La herencia de Iturbide es el grito “¡Religión y fueros!” Quizá por eso les fascina Iturbide. Por supuesto que esos desastres no se deben únicamente a la herencia de Iturbide, su defensa de la religión y los fueros, de los privilegiosdelos“hombresdebien”. De algún tiempo a esta parte los historiadores habíamos tratado de comprenderlo a él, a sus herederos y a su época. Nunca pensé que tendría que escribir en este tono. Pero, en este tono, recordemos lo que hay que celebrar: la utopía igualitaria de Hidalgo y Morelos, su profunda sensibilidad frente al hambre y el sufrimiento del pueblo, su enorme creatividad política; en este tono, conmemoremos las hazañas de Zapata y Villa, los caudillos surgidos de las clases populares que fueron capaces de proponer un país más justo y más humano, que llevaron sus propuestas a la práctica y que, derrotados, dieron la vida por ellas. El México que queremos es el de Morelos, el de Zapata, no, como quieren Villalpando y Catón, el de Iturbide y Calderón. nl *Doctor en Historia y Filosofía por la UNAM. Profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es autor de libros como

La División del Norte. La tierra, los hombres y la historia de un ejército del pueblo, Juárez, la rebelión

Iturbide, uno de los encargados

interminable y Los Carrancistas.

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Un fracaso anunciado Héctor de Mauleón*

H

ace un siglo, el 9 de julio de 1910, a dos meses de la inauguración de la columna de la Independencia, una viga de madera se desplomó, y averió seriamente al Ángel forjado en el taller del escultor Enrique Alciati. Esa misma viga mató a un obrero e hirió a otros dos. Don Porfirio sufrió una de las contrariedades más grandes de su vida: representantes diplomáticos de más de veinte países estaban invitados a la inauguración, un acto que el gobierno de Díaz consideraba el plato fuerte de los festejos del Centenario. Todo iba mal en esos días: el Hemiciclo a Juárez también se hallaba inconcluso, porque las remisiones de mármol de Carrara se habían interrumpido de pronto. De hecho, el monumento dedicado al Benemérito tuvo que ser terminado en 45 días, con un ejército de obreros que trabajó día y noche, colocando mármoles en plena oscuridad con la ayuda de potentes y modernos reflectores. La columna de la Independencia parecía un proyecto destinado al fracaso. En 1902, don Porfirio había colocado la primera piedra en el sitio que entonces se llamaba La Gran Glorieta de la Calzada de la Reforma. En una caja del tiempo las autoridades colocaron una colección de monedas, los retratos del presidente y sus ministros, el título profesional del arquitecto Antonio Rivas Mercado y ejemplares de El Imparcial, El Tiempo, Mexican Herald y El Mundo Ilustrado. Faltaban ocho años para las fiestas del Centenario, pero el gobierno de Díaz no deseaba dormirse en sus laureles: el escultor Alciati viajó a Europa en 1903 para escoger los mármoles de la columna y dirigir la fundición de las estatuas de bronce. Las malas noticias aparecieron en diciembre 1906, cuando Rivas Mercado descubrió que el monumento, que tenía ya una altura de 20.5 metros, tenía también una inclinación de dos grados. Desesperado, Rivas Mercado decidió derribarlo: echar por tierra cuatro años de trabajo intenso. La demolición tomó varios meses. Fue terminada el 19 de julio de 1907. En uno de los rescates editoriales más signifi-

cativos de nuestros días, la reedición del álbum original titulado El Monumento a la Independencia, que la Secretaría de Gobernación editó como memoria oficial en 1910 y la Universidad Panamericana republica un siglo más tarde, con un texto espléndido del investigador José Alberto Saíd, se aprecia el relato fotográfico, prácticamente desconocido, y realizado por Guillermo Kahlo, de los días en los que la columna era sólo un montón de andamios colocados sobre un agujero de 411 metros cuadrados: un Paseo de la Reforma inconcebible, rodeado de soledades y de la punta de los árboles lejanos. A las diez de la mañana del 16 de septiembre de 1910, Porfirio Díaz llegó a la columna que iba a convertirse en el máximo emblema de la Ciudad de México, acompañado por su gabinete y los oficiales del estado mayor presidencial. “Fue recibido —relata Saíd— con aplausos, aclamaciones del público, los acordes del Himno Nacional y la marcha de honor”. Un coro de niñas cantó en el acto inaugural. Las fotos muestran a los lagartijos y a las familias distinguidas que asistieron a la ceremonia. Hubo bandas de música, discursos de Rivas Mercado y el subsecretario de Gobernación, Miguel Macedo, poemas de Salvador Díaz Mirón y las sonoras palabras con que Díaz declaró inaugurado el monumento. Un siglo más tarde, y 2 mil 971 millones 600 mil pesos después, el país entra de lleno en la fecha climática. En 1910, a pesar de los retrasos y los inconvenientes, el gobierno de Díaz había terminado los monumentos que conmemoraban el primer siglo de vida independiente (además de los mencionados, el Edificio de Correos, el Manicomio General de la Castañeda y las Obras del Desagüe). Cien años después llegamos al Bicentenario sin monumento que inaugurar, y con un largo historial de dispendios, ineptitudes e improvisaciones oficiales: narraciones de un fracaso anunciado que sin duda será recordado con escándalo cuando un Alberto Saíd del futuro emprenda, en 2110, los relatos del pasado. nl *Narrador, periodista y editor, subdirector de la revista

nexos. Entre otros libros, es autor de El tiempo repentino. Crónicas de la Cd. de México en el siglo XX, La perfecta espiral, Los lugares oscuros y El secreto de la Noche triste especial


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Lady Pandacat von Nopants

Visor

Nacionalismo kitsch Avelina Lésper*

E Psicoanálisis del Bicentenario Heriberto Yépez*

C

lave: el día de Independencia es conocido como la ceremonia de “El grito”. La expresión ha perseverado debido a su carga inconsciente. No es mera conmoración oficial —tiene fuerza popular— ni fiesta prosaica. El grito es un rito. El g/rito expulsa emociones negativas; es “Grito de Dolores”. Dolores, Hidalgo e inconscientemente, dolor y rabia mezclados. El g/rito tiene tres funciones: simular festejo; descargar sufrimiento y darnos seguridad elogiando un estado de no-cambio cultural. Hay un parto —lo que “independencia” señala— pero dificultad. Por eso la rabia. Cuando se grita “Viva México” se completa “Hijos de su pinche madre”. Una re-afirmación unida al coraje. G/rito ingrato, agrio. Lo que caracteriza este Bicentenario es insatisfacción e impotencia. Observado dentro de su ciclo mítico, el g/rito es una etapa de traba, en que la identidad histórica (cambiante) mexicana es un obstáculo para obtener libertad. El mexicano se ha identificado conlatraba.Paraaminorareldolor, la convierte en orgullo. “México” como escudo de fijeza. El g/rito: “Viva somos-los-mismos”. “200 años orgullosamente mexicanos”, lema oficial. Ser mexicano = estar petrificado. Por eso se reelegirá al PRI —cuyo impasse está en su nombre y es símbolo inconsciente de anti-fusión—; las fuerzas que constituyen al mexicano están paradas. Atrapados, nos identificamos con el agresor. (Síndrome de Esto-es-el-Colmo).

El Bicentenario es un rito sobre dos procesos que no han podido lograrse: la autonomía psíquica (la “independencia”) y el autosustento (la “revolución”). Esta circunstancia es compartida por millones debido a circunstancias éticas (valores familiares y religiosos que traban la autonomía psíquica) y sociales (injusticia, ignorancia, corrupción y pobreza). La mexicanidad como impedimento a la libertad. El Bicentenario consiste en un g/rito defensivo en torno a no poder volvernos Otros. Si la frustración crece, el g/rito devendrá atentado, llanto; si el g/rito se repite y nada nuevo ocurre, se pasará de la impotencia al total desánimo, a la apatía. El Bicentenario es denial. Negación a darnos cuenta que lo mexicano está caducando. Somos una cultura sin voluntad masiva de actualización. Por lo tanto, a pesar del disgusto que causa esta fijeza, la inercia identitaria alaba al ego. Para mantener esa identidad anacrónica fantaseamos que podemos permanecer los mismos. “En México nada va a cambiar”, queja y, a la vez, alivio, deseo. Lo que el Bicentenario quiere esconder es que los mexicanos ya estamos globalizándonos. Para negar la despedida, el Grito como rito de disfraces retro. El Bicentenario: Halloween Patriótico para simular que todavía somos los viejos mexicanos. Viejas máscaras mexicanas, despedazándose, llenas de telarañas. nl *Crítico literario, narrador, poeta y traductor. Es autor, entre otros títulos, de El órgano de la risa,

l nacionalismo es el reino de lo kitsch. Ahí florecen, sin ningún límite ni pudor, el despilfarro, el mal gusto, la evasión y el oportunismo. Después de la tradición histórica de burlarse de las fiestas de 15 años como el pináculo de la ridiculez, llegan estas fiestas del Bicentenario para ocupar tal lugar con su despropósito y dilapidación. Y al margen del uso político que están dando a este circo, de la manipulación de la historia y de la histérica rapiña con la que escritores e intelectuales han sacado tajada de estas celebraciones escribiendo libros de ficción o revisionistas sobre ellas, al margen de todo esto, es increíble que la fiesta aún no comienza y no deja de anunciarse su fracaso. Y es que no es para menos. Para empezar, el monumento conmemorativo es un arco que no es un arco, y para justificar que los organizadores del certamen desconocen la diferencia entre una línea recta y una curva, le cambian el nombre. Sin respeto por el equilibrio de peso y espacio, está ubicado en un sitio saturado visualmente y carece de aportaciones estéticas originales. El primer error fue dárselo a un bufete de arquitectos y no a un escultor. Pero como los artistas apadrinados por este sexenio creen que la escultura es una pila de basura y habrían colocado una torre de baños portátiles como monumento, es evidente que los organizadores no podían echar mano de los “talentos” consentidos de Conaculta. Los diseñadores de esta doble pared, en un acto de banal arribismo, lo planearon para ser construido con materiales importados: acero de Finlandia, cuarzo de Brasil que se lamina en Italia, etcétera, incrementado los costos. A esto se suma que, a última hora, los constructores triplicaron el presupuesto para además no tener el monumento listo a tiempo, dejando sin sentido su objetivo conmemorativo. En lo que era Palacio Nacional, hoy convertido en galería, organizan una exposición con valiosos préstamos y antigüedades compradas en la Zona Rosa con un gasto de 140 millones de pesos. Esta mega colección de memorabilia,

tiene como único fin ser el marco de la supersticiosa ceremonia de exhibir los restos de los héroes que se encontraban en la Columna de la Independencia. El ritual de atraerse el poder de los muertos sacando sus huesos de la tumba, sigue la moda impuesta en América Latina por Hugo Chávez, quien exhumó los restos de Simón Bolívar, y que siguen los santeros venezolanos que violan tumbas de personas relevantes o talentosas para hacer amuletos que cuidan a delincuentes y narcotraficantes. El asunto es que el nacionalismo y el fascismo no guardan distancia estética. Para la propaganda nada es demasiado porque se desarrolla en la inmediatez, busca un impacto momentáneo y se desenvuelve en la visceralidad de las emociones. Es por eso que los despojos que están dejando estas celebraciones son vergonzosos. Encargan el desfile y los festejos a empresas de eventos que hacen lanzamientos de coches y de productos de limpieza, el resultado: paseo de carros alegóricos con extras disfrazados de nopales que recitan Suave Patria, coreografías aéreas que no son más que rappel sobre un muro en donde el tema es la “unidad de los mexicanos” y otras intenciones de marketing que hacen abstracción del motivo que se celebra. Pareciera que la propaganda política que nos impusieron con el futbol no fue suficiente y, con voluntario ánimo depredador, se suman a título personal películas con escenografía de pueblito vaquero, obras de teatro con anacrónicas crinolinas, pelucas y bigotes postizos, estopines, rifles de plástico. ¿Qué va a quedar de estas celebraciones que podamos conservar? Nada. Miles de comerciales de televisión, series históricas y gente discutiendo un pasado que se diluye ante un presente fracasado. Estas celebraciones, además de su monumental mal gusto, son la demostración de que sus organizadores no fueron capaces ni de hacer una fiesta, y lo más grave, que sin conocer el lenguaje real de la propaganda no pueden comunicar, emocionar ni involucrar a la población. Su única ventaja es que las próximas serán en 100 años, y tal vez sobre las cenizas de este país. nl *Crítica de arte. especial

Maqueta del arquitecto César Pérez Becerril, ganador del concurso Arco del Bicentenario

Xavier Velasco*

La tragedia de nuestro Patriotismo es vivir atrapado entre Insurgentes y Revolución.

Made in Tijuana, Al otro lado y La increíble hazaña de ser mexicano.

*Escritor. Autor, entre otros libros, de la novela Diablo guardián.


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