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Armando González Torres Autobiografía de un género página 3 Adolfo Castañón Una cartografía sensual y sensitiva página 6 Iván Ríos Gascón Un triste, solitario y cómodo sentimiento página 7 Carlos Jordán Entrevista a Fernando Trueba página 8 Público

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Pascual Borzelli Iglesias

Enrique Krauze

“El PAN nunca ha entendido la cultura” José Luis Martínez S.

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El infierno vertical

Visor

De culto Marek Wojciech

Penélope Córdova aura.penelope@gmail.com

Jerzy Andrzejewski

El reverso del mundo

E

Corriente secreta Héctor de Mauleón demauleon@hotmail.com

E

n 1947 Mario Pani inventó los conjuntos habitacionales —el primero, el multifamiliar Miguel Alemán— y desde entonces la vida de los capitalinos consiste en un viaje a la muerte decorado por vecinos que se vociferan en los pasillos. Una oficina, la Procuraduría Social del GDF, acumula en sus archivos la radiografía del infierno: la pesadilla que es vivir en condominio. Quejas por escándalos, borracheras y golpizas. Aullidos de pasión o gemidos de ira. Acumulación de basura en áreas consideradas comunes. Convivencia con ciudadanos industriosos que vuelven los departamentos tiendas y papelerías —y convierten los pasillos en bodegas en donde se almacenan cajas de cerveza, de huevo, de refrescos. Música a todo volumen y actos en defensa de las especies animales, que consisten en reunir en 40 metros cuadrados cantidades inimaginables de perros y gatos. En los archivos de esa procuraduría ocupa un lugar estelar el caso inolvidable de un vecino de la Unidad Kennedy: un señor que poseía un burro y un carretón destinado a la compra de fierros viejos; como no había establos cercanos, el señor destinó una alcoba como dormitorio del burro: los vecinos se quejaron, no tanto por el olor que el animal despedía, sino porque éste acostumbraba ponerse a rebuznar durante el conticinio, a la hora más quieta de la madrugada. En un artículo de 1902, el cronista Ángel de Campo saludó la llegada de la casa de departamentos al Distrito Federal. De Campo definió esas habitaciones como “un pullman de cal y ladrillos huecos”. En la ciudad porfiriana que intentaba proveer a su círculo dorado de las tres “felicidades” básicas, luz, espacio y áreas verdes, De Campo observó con preocupación cómo en aquellos reducidos departamentos “los vecinos tienen que transar para que la mesa de la cocina del uno, ocupe parte de la sala del otro”.

Escribió: “Desde las ventanas del 12 un miope sin anteojos puede ver hasta mojar la retina lo que sucede en el parloir del 15”. Un siglo más tarde, el desarrollo vertical ha transformado los cielos en fosas comunes del hacinamiento. El multifamiliar de Pani poseía 13 pisos y mil departamentos. Tres lustros más tarde, López Mateos inauguró la Unidad Tlatelolco, que poseía once mil departamentos y albergaba, en una supermanzana, a más de 200 mil personas. Con la llegada de dos mil prófugos del campo cada día, López Portillo se lanzó a la conquista de los cielos por la vía del FOVISSTE. Desde 1997, los gobiernos perredistas impulsaron políticas que favorecieron el desarrollo de viviendas de interés social. Hoy, la Ciudad de México posee 7 mil 200 conjuntos habitacionales de ese tipo. Sólo en la CTMCulhuacán existen 23 mil 248 departamentos. Las unidades Vicente Guerrero, El Rosario y Villa Coapa concentran 21 mil 701. Según el gobierno de la ciudad, cada uno de esos departamentos es habitado por grupos de entre cinco y seis personas. El 30 por ciento de la población capitalina habita en un conjunto de interés social.

n el ensayo El pensamiento cautivo (1953), Czeslaw Milosz analiza la situación de ciertos intelectuales que permanecieron en Polonia durante el régimen soviético después de la Segunda Guerra Mundial. Milosz califica al primero de estos hombres, llamado simplemente Alpha, como el moralista: “un hombre con una sensibilidad barométrica a la opinión moral de su entorno”. Ese moralista no era otro que Jerzy Andrzejewski (1909-1983), una figura literaria de la talla de Gombrowicz y del propio Milosz. Andrzejewski, prolífico autor y amigo íntimo del nobel polaco, vivió dos grandes aventuras espirituales en su vida: la Iglesia católica en la juventud y el marxismo en la edad adulta. De la primera tenemos una espléndida reminiscencia en Las puertas del paraíso (1960), traducida por Sergio Pitol. Esta novela es una parábola que narra mediante múltiples interiorizaciones, escasa puntuación y sólo dos oraciones, la Cruzada de los Niños del siglo XIII. Más que de la institución eclesiástica, Andrzejewski da cuenta del hombre cuya existencia está sometida al deseo carnal y la fe en igual medida. La segunda está descrita en Cenizas y diamantes (1948, llevada al cine diez años después por Andrzej Wajda), que retrata los últimos tres días de la ocupación alemana en Polonia y las expectativas ante la próxima subida al poder del comunismo. En aquellos años, los polacos sólo tenían dos opciones, y

el nacionalsocialismo no era la más atractiva. Era comprensible que la introducción del comunismo estuviese ligada a la esperanza de un pueblo devastado por las luchas entre distintas facciones de poder. Esta obra es la toma abierta de postura de Andrzejewski a favor del nuevo régimen. Las cenizas son los escombros que dejó la guerra mundial; los diamantes, la fastuosidad de una aristocracia agonizante y corrupta. En cuanto a su acción política, el también autor de Armonía del corazón, fue un arquetipo de los intelectuales de Europa del Este que en un principio apoyaron el comunismo: casi todos terminaron convirtiéndose en disidentes. En 1957, Andrzejewski, miembro del parlamento y presidente de la Unión de Escritores de Polonia, presentó su renuncia a éste como protesta contra la censura y el totalitarismo. A pesar de su lucidez histórica y postura moral, su obra literaria es inclasificable y no está subordinada al orden histórico; Andrzejewski escribe desde las pasiones del alma de los hombres. Pero en Polonia estas pasiones están orientadas a objetivos que sobrepasan la dimensión individual. De ahí, dice Milosz, la propensión de los polacos al heroísmo. El mismo Andrzejewski se asumía como un producto típico de su país: “una persona generalmente más inmune a las grandes adversidades que a los mezquinos problemas de la vida cotidiana”. Un alemán, cuyo nombre no especifica Milosz, escribió que Polonia era el anus mundi, el culo del mundo. Pues bien, desde aquellas tierras, cuna de Bruno Schulz, Joseph Conrad, Adam Zagajewski, Frédéric Chopin, Arthur Rubinstein, nos llega la virtuosa pluma de Jerzy Andrzejewski. nl

Revelaciones

1983, Xalapa, Veracruz. Gustavo Pérez regresaba de la Academia de Breda, en Holanda, cuando lo visité en su nuevo taller. Ahí lo vi tornar sus piezas con la yema de los dedos y una navaja; con ellos, el ceramista reconstruye su mundo en universos inimaginables…

Vivir en condominio es meter en cuarenta o cincuenta metros cuadrados la vida Vivir en condominio es meter en cuarenta o cincuenta metros cuadrados la vida, la familia, las mascotas, los trajes del señor, los juguetes de los niños y el chal de la señora. Vivir en condominio es convivir con seis millones de sujetos que se encuentran en el mismo trance, y son capaces de matar en la disputa por un centímetro de más. La Procuraduría Social denomina el resultado de esa vida “conflictos por interacción”. En 1902, a Ángel de Campo le parecía molestísimo el olor a huevo y jamón frito que caracterizaba el hecho de vivir en una casa de departamentos. El buen cronista porfiriano habría caído de espaldas si se pudiera asomar, por un segundo, a las modernas vecindades de este siglo, los infiernos verticales donde lo natural es vivir gritando en un pasillo. nl

Rogelio Cuéllar

Bitácora psicotrópica

Xavier Velasco

La ingenuidad mayor del embustero consiste en creer que sabe la verdad.

PÚBLICO MILENIO francisco a. gonzález presidente · jaime barrera rodríguez director editorial · marina miranda directora general de negocios · fidencio gonzález director comercial · rubén martín jefe de información · ricardo salazar jefe de cierre editores: jorge valdivia g. ciudad y región · kaliope demerutis ocio · irene selser fronteras · horacio salazar tendencias · jairo calixto albarrán qrr y el ángel exterminador · susana moscatel hey! · humberto muñiz fotografía · edna madero diseño · fernando torres circulación · noé anaya producción ·

Milenio

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Dirección José Luis Martínez S. Edición Alicia Quiñones Asistente Erick Baena Arte y diseño Alejandra Saavedra


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Nueces

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Autobiografía de un género

Los recuerdos y el otoño con sus colores ocre son parte del tono con que el poeta juega en este cuadro de naturaleza muerta

Poesía

Escolios

Pedro Serrano

agonzale79@yahoo.com.mx

M

Tuscania I En mi ventana un pino crece y gira como aguja en el viento. Un rayo pasa contra el cielo gris, blanco, desaforado. La tarde es suave en el pajarerío. Perros muerden el aire y el humo escupe sus ladridos, frunce su hocico en cada ráfaga. El valle se acuesta, se escurre, se mece. Las golondrinas giran como buitres. Nada apacigua la discordia sorda del alma y la quijada.

El escriba Aquel hombre se sienta a la ventana. Al fondo brilla el campo de su infancia, una canción de cuna, alguna broma. La tarde es roja y lenta, su memoria no es más que literaria. Él se mira verse irse, sonreírse. Piensa en un niño puestos los ojos en un faro, mientras la madre lo hace y lo acicala intermitente, interminablemente (un cuadro de costumbre es una intimidad que se repite). Las cosas se unen en trabajosas junturas y dolorosos sesgos. Él reconoce allí sus trastos viejos, sus sombras, el avasallamiento de los hechos y su solidaridad, su quieta reciedumbre y su urdimbre, Y avanza a cada paso como si fuera previsto, como si tanta herrumbre convocara y nombrara, y hereda así canciones y plumas y galletas y calcetines, las usurpa y se hace de ese dolor que ya es ajeno, ajado, que ya es historia, una mercadería, un trasiego sin fin de opacidades y brillos, santos objetos de segunda mano, cuentas de vidrio, chucherías, polvo dorado su negocio de mercanchifle.

U

n poeta que mira la vida como un ente melancólico que se entre-

Especial

Armando González Torres

uspoetsinmexico.org

mezcla con la muerte, así se percibe a Pedro Serrano (Montreal, 1957) en Nueces (Trilce ediciones), su más reciente poemario. Jorge Aguilar Mora comenta sobre este libro: “Es un complejo cuadro (…) donde la corteza del fruto oculta la vida de las cosas. Corteza dura en apariencia, o mejor dicho, dura pero obediente al poder de las metáforas que todo lo penetran, que todo lo transforman, que ven la intrincada trama del mundo en toda su profundidad”. Pedro Serrano es doctor en Letras por la UNAM y obtuvo la Beca Guggenheim para poesía en 2007. Es editor del Periódico de Poesía de la UNAM y fue uno de los fundadores de la revista Cartapacios. Actualmente participa en las revistas Fractal y L’étrangère. Entre sus poemarios se encuentran: El miedo, Ignorancia, Tres poemas y Turba. Además de poeta, Serrano es traductor y escribió una ópera: Les marimbas de L’exil / El Norte en Veracruz, con música de Luc LeMasne, presentada en Besançon y París en enero del 2000.

ontaigne nació en Burdeos en una familia sobre la que pesaba un pasado de conversos, creció entre los rigores de la educación clásica y la vida del campo, fue un hombre ascético y mundano a la vez, conoció a Étienne de La Boétie, y sintió la fascinación y el pronto duelo por la amistad, se mandó hacer una biblioteca para su retiro del mundo, viajó por Europa batallando con sus cálculos renales, regresó a la vida pública para mediar en las guerras de religión, huyó de la ciudad cuando arribó la peste y dedicó gran parte de su vida a un raro género entre la confesión y la iluminación, que ahora se llama ensayo. Cierto, lo que se llama ensayo ya existe desde el mundo griego; sin embargo, su despliegue como género subjetivo y subversivo sólo se opera con Montaigne. Este hombre no sólo asombró a sus contemporáneos con algunas opiniones extravagantes, pues más allá de la sustancia de esos argumentos lo más importante es cómo los esgrimió y representó. Montaigne hace del ensayo un género original, experimental, que, como dice Liliana Weinberg, deslinda la búsqueda del conocimiento de los géneros con autoridad retórica (jurídico, teológico, científico) y propugna una búsqueda más libre, asociada tanto a la introspección como a la observación asistemática del mundo. Así, a diferencia de un género rígido del conocimiento establecido, el ensayo, tal como lo practica Montaigne, se caracteriza por la presencia de la primera persona, tiene una forma libre, más asociativamente musical que lógica (caracterizada a ratos por la yuxtaposición e intercalación de voces); admite la voluntad de estilo y el giro poético y busca mostrar más que demostrar. El ensayo no es sólo una

Michel de Montaigne

forma textual sino una actividad intelectual que se caracteriza por su grado de libertad y aventura (“No se atienda, pues, a las materias, sino a la manera cómo las expongo.”). ¿Hasta qué punto es más importante la exposición que los argumentos? Es un cuestionamiento que siempre ha acechado al género y que ha generado críticas y descalificaciones por parte de géneros más serios que pretenden asimilarlo y ayudarlo a redimirse. Lo cierto es que esta subjetividad y movilidad

El ensayo no es sólo una forma textual sino una actividad intelectual hacen al género del ensayo imprevisible, y lo dotan de una emoción particular, aledaña a la del poema o la narración, que es asistir al proceso de un pensamiento, al apareamiento de intuiciones inconexas, a la épica, tragedia y melodrama de la inteligencia. Pero ¿cómo se inventa este género portentoso? Un reduccionista podría decir que la creación de un género propio por Montaigne responde a circunstancias muy concretas de su vida: la pérdida de su amigo La Boétie, la experimentación en carne propia de la división religiosa y el hecho de vivir en provincias. Porque, de la manera más clara, en Montaigne, el ensayo nace como suplencia de la charla con un interlocutor dilecto, como mediación entre fanatismos y como pensamiento desde los márgenes. nl


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Enrique Krauze

“El PAN nunca ha ent “Creo en la crítica y me gusta la polémica”, asegura el director de Letras Libres en una conversación que va del Bicentenario a la necesidad de restablecer el diálogo en la familia cultural mexicana, roto después de las elecciones de 2006 José Luis Martínez S.

L

as palabras de Enrique Krauze son contundentes, animadas por esa pasión crítica de la que hablaba Octavio Paz. En las oficinas de la editorial Clío, el historiador comenta los errores del gobierno federal en las conmemoraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, también cuestiona los debates políticos e intelectuales en México –porque “son de escuelita”–, recuerda su amistad con Carlos Monsiváis y explica los motivos de su crítica implacable a Andrés Manuel López Obrador, quien “dividió al país en dos”. Durante el diálogo, cada pregunta recibe una respuesta amplia y categórica que es, al mismo tiempo, una oportunidad para la reflexión y la polémica.

¿Qué piensa de la manera como se han desarrollado los festejos del Bicentenario de la Independencia? El Bicentenario era, más allá de los festejos, una oportunidad de participación ciudadana y debate colectivo, una oportunidad para enriquecer la vida pública del país. Lo es todavía, aunque ya no creo que se aproveche. Hasta ahora hemos tenido chispazos positivos, como el caso de Discutamos México, un esfuerzo valioso aunque con programas desiguales y hechos de manera algo rápida e improvisada. También hemos tenido espectáculos lamentables, como el mórbido e inútil desfile de los huesos de los héroes. Entonces, hay algunas cosas que están bien, pero en términos generales ¡qué deslucido, qué triste, qué superficial se ve este festejo de la Independencia, incluso comparado con el de 1910! El énfasis del gobierno federal parece estar más en el Bicentenario que en la Revolución. El gobierno de Felipe Calderón ha sido incapaz de ver con claridad qué hacer con el Bicentenario. Hay que decirlo con todas sus letras: falló desde un principio. Desechó a personas que pudieron haber hecho un buen trabajo, como Rafael Tovar, y eligió a gente limitada, con una visión anacrónica de la historia, del género llamado “historia de bronce”. Ha faltado, por decirlo así, una filosofía del Bicentenario. Es obvio que había muchas propuestas que no se escucharon, o se escucharon a medias, o se escucharon tarde. Desde principios de 2007, por ejemplo, comenté que debían de separarse los festejos de la Independencia y la Revolución. Escribí ampliamente sobre esto y pronto publicaré un libro —Adiós a los héroes— donde recojo estas ideas. Una de ellas consistía en aprovechar la Conmemoración de la Independencia (que nos vincula claramente y está fuera de toda discusión) para hablar de la riqueza cultural de nuestra historia, todo aquello que Luis González llamó “La construcción de México”. Es verdad que se recogió la idea de llevar la obra sintética de Luis González a los hogares de México. Pero se necesitaba la contraparte: que los pueblos de México hablaran. No basta con poner un lema: “200 años de ser orgullosamente mexicanos”. Había que llenarlo de sustancia, llevarlo a cada municipio, a cada pueblo; contar (o más bien escuchar) las hazañas locales. Hubiera sido una gran ocasión de recoger la microhistoria de los muchísimos pueblos y ciudades del país, para formar con ellas el mosaico nacional. Propuse que la iniciativa partiera de las escuelas, pero no se hizo, o se está haciendo de manera tardía y muy limitada. En cuanto a la Revolución, lo que a mi juicio convenía era precisamente discutir su legado en los grandes

temas nacionales: agrario, obrero, educativo, democrático. Una reflexión crítica y autocrítica al mayor nivel. Se está haciendo sólo a medias. Usted habla de la necesidad de debatir los grandes problemas nacionales, pero cuando menos en los medios de comunicación parece que esto sí se está haciendo. Desde hace mucho tiempo he insistido en que necesitamos mayor calidad, sofisticación e inteligencia en el debate público. Sin duda, ahora el debate en México —en la prensa, en la radio, en todos los medios— es mejor de lo que era hace veinte años, en los tiempos hegemónicos del PRI. Esto hay que admitirlo. Sin embargo, es mucho menos rico de lo que podría ser, y en esto lo que importa es el formato. Los medios de comunicación masiva tendrían que estar inventando fórmulas de debate que sean mucho más que conversaciones de sobremesa. Un debate debe ser preparado a fondo. Los debates mexicanos por televisión son inocuos, académicos, de escuelita, hay que darles un grado más y hacer debates “a la inglesa”, en donde tanto el moderador como los participantes saben que al final de cuentas va a haber un triunfador y un perdedor: que va a “correr sangre”. (NosotrosenelportalLupaCiudadana estamos preparando debates con ese formato.) Son cosas que faltan. En suma, sí estamos mejor que antes, pero no estamos discutiendo con la profundidad, el compromiso y la pasión que deberíamos los grandes problemas nacionales. ¿Qué impide que existan en México debates de altura? En la vida intelectual y política de México hay varios vicios. Uno es el vicio académico. En el área de las humanidades hay una especie de casta que escribe para sí misma, sólo se lee a sí misma y tiene una opinión excesiva sobre sí misma, es inmune a la crítica y a la autocrítica; tiene la pretensión de estar haciendo ciencia, y algunos órganos de la prensa recogen sus opiniones sin cuestionarlas, como si fueran, en efecto, verdades científicas. Otro vicio muy arraigado en la vida intelectual mexicana es el dogmatismo y la intolerancia, que está presente en órganos de izquierda herederos del dogmatismo y la intolerancia de la Iglesia del siglo XIX, enemiga del pensamiento liberal. En estos órganos, guardianes del dogma, no se practican las reglas básicas de un debate intelectual de altura: la discusión respetuosa, la escucha

de opiniones ajenas, la fundamentación de ideas propias. Entonces, entre un academicismo endogámico y un dogmatismo intolerante, hay un espacio muy reducido para el pensamiento abierto, plural y liberal. Los académicos no tienen pasión y los dogmáticos tienen demasiada, ciega pasión. ¿Esto ha contribuido a que hayan desaparecido las polémicas intelectuales? La autenticidad, el compromiso que se vivió en los ochenta en México, cuando la polémica entre Vuelta y Nexos, entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis, no existe ahora. Tendríamos que retomar esa pasión intelectual y crítica, porque si no todo se va a extinguir, a disolver, en un páramo de mediocridad: dogmática, académica, mediática. Yo no objeto, por cierto, el surgimiento de los comentaristas políticos, es algo positivo, pero muchos de ellos hablan como oráculos y no tienen un libro publicado. Paz decía que en México debemos reconciliarnos con el pasado. ¿Lo estamos haciendo? No, no nos estamos reconciliando con el pasado, hacerlo significaría muchas cosas que, de nuevo, tienen que ver con el debate. Tendríamos que estar debatiendo seriamente los mitos nacionales, volver al tema de lo indígena y español, revisar las distintas vertientes de interpretación de la historia de México en el siglo XIX, ver qué tanta mitología arrastró consigo la Revolución Mexicana, incluido el muralismo. Vivimos en una selva de mitos: el mito del petróleo, el mito de la soberanía…. Tendríamos que estar avanzando mucho más en la desmitificación de nuestra historia para ver a los héroes como hombres de carne y hueso (con virtudes y defectos). Para ver a la Independencia y la Revolución en toda su complejidad, como un proceso en el que intervienen otras figuras además de los “héroes”. Sobre todo, deberíamos rescatar la vida de México en estos 200 años, una vida que fue forjada no por individuos únicos (aunque estos hayan sido centrales) sino por élites rectoras, centenares de figuras, generaciones enteras, del mundo eclesiástico, intelectual, cultural, militar, empresarial, etcétera. Por lo demás, deberíamos rescatar a la Reforma: fue el “momento eje” de México, mucho más decisivo que la Independencia y la Revolución. Pero la mitología de la violencia nos “jala” hacia la veneración de los insurgentes y los revolucionarios.

Para mí, por cierto, el mejor insurgente es el más reformista, Morelos, y el mejor revolucionario es Madero, el demócrata liberal. Todo lo anterior para que el mexicano saliera del 2010 con una idea más plural, más diversa, más compleja, más crítica de la historia de su país; no veo que se esté haciendo. Por eso vivimos el 2010 de manera sonámbula y superficial. ¿Cómo evaluaría las relaciones del PRI con la cultura? Históricamente el PRI, el sistema político mexicano, tuvo relaciones estrechas y positivas con el mundo de la cultura. Cómo olvidar a las generaciones de diplomáticos que, siendo intelectuales, siendo excelentes escritores, le dieron lustre a las relaciones exteriores de México. Lo mismo cabe decir de la Secretaría de Educación Pública, con secretarios muy reconocidos. La integración del intelectual mexicano al poder, hasta cierto momento, fue bastante generalizada y funcional. Pero esto se rompió en los sesenta, y qué bueno, porque si el intelectual no utiliza sus armas, que son las de la crítica, se ata de manos y se pone al servicio no del público sino del poder. De los sesenta en adelante, con Daniel Cosío Villegas a la vanguardia, luego con Octavio Paz y después con otros intelectuales, se comenzó a trabajar en la crítica del poder. Muchos participamos en esa labor, tomamos distancia del poder hegemónico del PRI y creo que hicimos una buena contribución a la transición democrática. En los últimos diez años, debido al efecto centrífugo de la democracia, el poder ha dejado de escribirse con mayúscula, ha dejado de ser hegemónico: está distribuido en diversos polos. El PAN tiene el poder Ejecutivo, pero el poder también está en el Legislativo (que controla sobre todo el PRI), en el Judicial, en los estados (con partidos diversos), en los medios electrónicos, en los grupos


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de portada 05

tendido la cultura” Pascual Borzelli Iglesias

Y así, sobre la base de que unos son traidores y otros son santos, no se puede dialogar. ¿Cuál sería la salida a todo esto? El diálogo, la buena fe —y no estoy hablando de una tregua, sino de una concordia esencial—. Quizá nunca voy a convencer a los que piensan de manera dogmática de mis razones, pero todos merecemos respeto. La vida cultural e intelectual mexicana, debido a las querellas del 2006, se ha degradado, ha perdido la altura y se ha vuelto insoportablemente militante, y sobre esa base nada se puede hacer. La prueba de lo que estoy diciendo está en internet, en los blogs, donde se dicen cosas increíbles. No hay ya respeto a las obras, a las formas, a las trayectorias, a las ideas. Es una cloaca. ¿Quieres una prueba adicional? Hace dos años caminaba distraídamente por la calle de Argentina, rumbo al Colegio Nacional, cuando de pronto alguien se me cruza rápidamente y me grita: “¡Qué muera Octavio Paz!” Esa es otra muestra de cómo estamos.

empresariales, en la Iglesia, en los sindicatos, incluso en el narcotráfico. Ha desaparecido esa pirámide de poder que conocimos durante ocho décadas. Uno de esos poderes, minúsculo si se quiere, es el de los intelectuales. Más que un poder, es un prestigio, una autoridad. Lo ideal es que el intelectual cuide ese pequeño poder independiente. ¿Y cómo se relaciona el PAN con la cultura? El PAN nunca ha entendido la cultura, a pesar de haber sido fundado por un intelectual. No entiende la cultura ni la entenderá, más allá de que tenga buenos o malos funcionarios. La labor de Consuelo Sáizar es buena, pero el gobierno no tiene un proyecto cultural, no sabe cuál es su legado y tiene una seria crisis de identidad. Naturalmente, su relación con los intelectuales es tenue, lejana o mala. No creo que haya ahora en México ningún intelectual (salvo Alonso Lujambio, que ha escrito libros sobre ese partido) que pueda considerarse ligado al PAN. Tampoco veo muchos intelectuales del PRI. Pero sí hay varios ligados al PRD. La izquierda, alrededor de López Obrador, sí pudo integrar a buena parte de la familia intelectual, cultural y académica de México en 2006, y sigue reteniéndola en gran medida.

¿Con quién se identifica usted? Con ningún partido. El pensamiento liberal no tiene partido que lo represente. Lamentablemente, entre la izquierda y los liberales existe una ruptura, cuando su convergencia fue un sustento muy importante en la transición democrática. La convergencia entre Heberto Castillo y Luis H. Álvarez fue absolutamente central, pero detrás de Heberto había la convicción de una izquierda que teníaquevolversemodernaydellado de Álvarez un pensamiento mucho más liberal que reaccionario. Entre estos personajes, o si se quiere entre Paz y Monsiváis, guardadas todas las diferencias, cabía el diálogo. Yo hablé mucho con Monsiváis sobre este tema. Pocos días antes de quelointernaran,meenvióunacarta que desde luego conservo, diciéndome que estaba horrorizado con los escritos “estalinistas” que publicaban algunos órganos periodísticos criticando a los disidentes cubanos. Nos acercamos por el viejo afecto que nos unía y porque sabíamos que el diálogo entre una revista cultural liberal, heredera de Paz y Cosío Villegas, y el pensamiento de izquierda es fundamental. En una entrevista para Milenio Televisión, usted comentó que la muerte de Monsiváis debería servir para buscar la concordia en la familia cultural mexicana. Históricamente, ¿ha existido esa concordia?

Por supuesto que las diferencias Director de intelectuales han estado siempre la editorial presentes; han existido rencillas Clío, autor de libros como entre personas y entre distintas Caudillos escuelas y revistas. Pero desde que culturales en Ignacio Manuel Altamirano la fun- la Revolución dó, en la cultura nacional hay una mexicana, continuidad: en el Porfiriato, en el Biografía del poder Ateneo, en los Contemporáneos, en y Travesía la generación de Octavio Paz. Liberal, Veamos el ejemplo de Paz y ReEnrique vueltas, dos personajes tan distintos Krauze afirma y a la vez tan parecidos: nacieron el que en mismo año, ambos fueron rebeldes, México no autocríticos y críticos del poder. nos estamos Convergen en el 68, pero nunca reconciliando con el se pelean, siempre se respetan. pasado Eso es lo que yo quisiera. Y luego las siguientes generaciones, la de Fuentes, la de García Ponce, la de Ibargüengoitia… tenían diferencias, pero eran una familia. Octavio Paz criticó a Monsiváis y éste a Paz; Héctor Aguilar Camín también criticó a Paz y yo, en un texto muy fuerte, a Carlos Fuentes. Estos actos tuvieron su importancia pero no invalidaban una especie de unidad fundamental en la familia cultural mexicana. Todo se rompió en 2006, porque ahí sí se saltaron las trancas. Nunca había ocurrido una integración tan grande no sólo con un proyecto, sino con una persona (sin olvidar el antecedente de Echeverría). La descalificación como “traidores”, de “derecha”, a los que no estaban con AMLO, fue y es escandalosa.

¿No pensó que podría ocurrir algo desagradable al presentarse a los funerales de Monsiváis en Bellas Artes? Nunca tuve la menor duda de ir a Bellas Artes. Conocí a Carlos desde 1969. Fue un amigo entrañable y siempre nos vimos con respeto y afecto, aunque a veces nos criticábamos. Ese día, muchas personas se me acercaron con simpatía. Un muchacho, muy respetuoso, me dijo: “Don Enrique, ¿qué le parece esta demostración del pueblo? Esto es lo que gana un intelectual que está con el pueblo y no con el poder”. Yo le dije que me parecía magnífica. Pero que la implicación (que yo estaba con el poder) era equivocada. ¿Cómo encara ese señalamiento? Yo no estoy en lo absoluto con el poder. Nunca he estado con el poder, ni con el político ni con ningún otro. Yo ejerzo mi trabajo como escritor y editor de una revista de literatura y de crítica independiente, y tengo un espacio en la televisión nacional (que no me subsidian ni pagan) que llega a un millón de personas por semana (hasta la fecha llevamos más de 350 programas de historia que se han transmitido en todo el país). Si esto, el que la empresa Clío tenga este espacio en Televisa, se interpreta como que yo estoy con “el poder”, pues es una consideración falsa. Porque también Carlos Monsiváis y Carlos Montemayor aparecían en Televisa y les pagaban. Lo mismo sucede con Elenita Poniatowska o Rolando Cordera, todos muy respetables. Un reportero de Proceso escribió que yo era asesor de Calderón y accionista de Televisa.

Envíe una carta a la revista, que publicaron en su edición en internet, donde les digo: “Si ver al Presidente de manera incidental, es ser su asesor, entonces Julio Scherer fue asesor de varios de ellos”, como se ve en su libro Los presidentes. Yo no soy accionista de Televisa, soy miembro de su consejo y tengo un programa ahí desde hace doce años. Y si todo trato con esa empresa (a la que he criticado públicamente) es infamante, que me expliquen por qué hay periodistas de Proceso que aparecen en Televisa, o por qué la revista entabló relaciones cordiales con ella planeando programas en el año 2000. Volviendo a mi presencia en Bellas Artes. Yo quise significar todo mi afecto y reconocimiento a mi amigo Carlos y mostrar, o tratar de hacerlo, que la demonización por parte de los dogmáticos no me atemoriza. ¿Cree posible la reconciliación que propone? ¿Qué le diría a la familia cultural mexicana? Mi mensaje al ámbito cultural, desaparecidos casi todos los patriarcas, es el siguiente: no se trata de querernos, se trata de respetarnos, y de hablar. De polemizar lealmente. No es posible que en el mundo intelectual mexicano hayamos descendido a las bajezas, insultos y descalificaciones que algunos órganos practican ahora. Todos los que hemos trabajado por la cultura en México tenemos que hacer el esfuerzo de recobrar un mínimo de esa concordia, de ese respeto que se perdió el día en que apareció el personaje que dividió al país en dos. ¿López Obrador? Asílocreo.Ynomehubieratomado el trabajo de escribir ese texto [“El mesías tropical”], de no pensar que López Obrador iba a dañar el país como en efecto lo dañó. Por ejemplo, desprestigiando a la institución electoral; un millón de observadores fueron puestos en entredicho por la voluntad de una persona. Entonces, que una buena parte de la cultura y del sector académico se haya enamorado del proyecto de López Obrador merecía una crítica. Todos los odios que me he concitado alrededor de eso, los asimilo con gusto. Pero es hora de tender una mano a la zona razonable de ese conglomerado y decir: “Señores, vamos a dialogar”. Yo he abierto siempre las páginas de Letras Libres. Pero ellos tienen cerradas (selladas) sus páginas para las voces liberales o disidentes. Además del texto que menciona, usted ha escrito otros bastante impopulares. A mí no me ha interesado nunca ser popular, creo en la crítica y me gusta la polémica. En lo que no creo y a lo que me opongo es a la descalificación. nl


06 en librerías

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Una cartografía sensual y sensitiva El nuevo poemario de León Félix Batista, dice Castañón, es indomable y admirable, escrito para saludar la noche nueva que se levanta luego del largo ocaso de las vanguardias

Ensayo Acorporal meditando todo al mismo tiempo, Erich Lassmann Klee, 2007.

Adolfo Castañón

C

onocí a León Félix Batista en la Noviyork o Nueva York a principios de los años 90, metrópoli donde él ha vivido al menos tantos años como una mayoría de edad —18. Fue gracias al poeta, maestro del monacato lírico José Kozer, quien no sé si fue su preceptor en Queens College pero sí en todo caso en el espacio de las imantaciones leídas y escritas. Por aquella época que ahora evoco como a una estación a la que llegan los trenes de esa época, las pasadas y las porvenir, José Kozer Katz, el jardinero de aquellas terrazas del verso y la prosa, preparaba en conjura con Jacobo Sefami, hebreo-mexicano y de Roberto Echavarren, insomne juglar rioplatense, una lección antológica, una analecta decisiva firmada, fraguada y cocinada por aquel tricéfalo de una sola sombra. La criatura o esperpento palabral sería una antología de la poesía neo-barroca o neo-barrosa de la letra hispanoamericana, no exenta desde luego de intenciones exclusivas y excluyentes que instauraban por sí mismas un radio o constelación de genealogías presentes, pretéritas y porvenir. En aquellas páginas del Medusario se iba trazando uno como árbol genealógico o si se quiere un rizoma multipolar que abría con el mascarón de proa llamado José Lezama Lima y continuaba con las figuras de otras cariátides verbales como las de Severo Sarduy hasta alcanzar a los poetas rioplatenses Héctor J. Temperly, Néstor Perlongher, a los mexicanos Coral Bracho y David Huerta e incluyendo desde luego a los mencionados Echavarren y Kozer. Era aquel Medusario un conjunto abiertamente cortante y se presentaba como una suerte de antología manifiesto inclinada a acentuar ciertas posiciones, a recalcar líneas de fuga lírica y formas de poetizar cuyo común denominador era un horizonte de ruptura y erosión de engarces consabidos, sobados vínculos y ataduras naturalizadas por la familiaridad que asocian en el idioma común y corriente, en la lengua servil y ancilar de todos los días sonido y sentido, forma y significado, asunto y técnica. Dicho con otra llaneza: aquel avatar de las Flores de varia poesía del siglo xvii actualizado a fines del siglo xx postulaba la idea de una poesía neo-barroca o neo-barrosa y con él una forma de enunciación y versificación, de prosodia y sintaxis como emancipada de anécdotas y tramas fáciles, ávida de desprenderse del realismo bobo y de la comodina convivencia de lo que podría llamarse naturalismo literario o realismo poético. Ese libro-muestrario —como un catálogo de nuevos colores posibles— me parece ser un síntoma que aparece en el mundo de la poesía hispanoamericana en un horizonte paralelo, si no es que en el mismo, que el audaz pero bien peinado proyecto literario de este León Félix Batista que ya cuenta numerosos libros, ediciones, inclusiones en antologías, amén y a más de traducciones y versiones a los idiomas de Wallace Stevens, Eugenio Montale, Gustav Ekeloff y Paul Celan, lenguas a las que su obra ha sido parcialmente traducida. Delirium semen, su nuevo libro, trae en su singular armadura o arquitectura un conjunto

de alrededor de 125 textos —de una extensión estándar medio a un folio, que están repartidos alfabéticamente de la letra A a la Z— incluida la Ñ pero excluidas la CH —de chingar— y la doble LL de lluvia —como la lluvia de oro— en voces que se presentan como parodias o simulaciones de un diccionario de la lengua en que están imantadas estas viñetas o estampas, regidas o imantadas por la obsesión del erotismo en la lengua, del sexo en el verbo, de la carne en la palabra, variaciones o irradiaciones del logos espartilos que los Padres de la Iglesia o del Desierto identificaban con el Viento paracleto o Paraclito y el Espíritu Santo. El lector, sin embargo, ha de ser cauteloso, pues si el libro tiene forma de diccionario no es obra de referencia en el sentido técnico y ancilar ni se presenta como un léxico o una enciclopedia de técnicas tántricas, lúbricas o programadas lujurias. Delirium semen es ante todo una construcción etérea y lúdica, transparente y juguetona o si se quiere, un juguete verbal o hasta una caja de golosinas mentales, como parece apuntar Hernán Bravo en su saludo liminar. También se puede visitar como un parque temático o práctica como un parque de diversiones neuronales cuya materia y sustancia es el lenguaje y, atrás, o en su entre línea —o en su entre pierna— o nada más en su en-

tre, está el recorrido sensitivo y sensual de la conciencia, la baraja asociativa del delirio que se da cuenta a sí mismo de sus ataduras, de sus ligas y lealtades. En él, entre seminal y juiciosamente delirante, aflora como reflejo y salpicadura la comedia de la conciencia que se auto fecunda en el momento —y entiéndase momento en el sentido científico y físico— en que la lengua consciente e inconsciente se va midiendo y restando, equiparando y contrastando con los oficios jaspeados y ejercicios tornasolados del cuerpo como arcadia y utopía inalcanzable, del cuerpo deseado y proyectado en la superficie deseante de la prosa —estrofa. Visto con una mirada hemeralope en el libro no hay en apariencia fábula, sino una suerte de cartografía sensual y sensitiva, mapas de la experiencia íntima y del experimento secreto, se reúnen una serie de apuntes escritos al borde de la experiencia o del experimento en la inteligencia de que el investigador y lo investigado, el pescador y la pesca, la presa y el cazador oculto son uno y el mismo. De ahí que haya una cierta pendiente, un plano oblicuo que auspicia la aparición de la primera persona, de la materia autobiográfica y de la sustancia confesional y aun confidencial. —No tengo otro designio que este dogma irracional, devenir de mi memoria—. Metamorfosis de la memoria podría funcionar como un sinónimo para titular este compendio del desarreglo metódico —delirio juicioso— de los espejismos de un cuerpo que aspira a estar presente en el momento mismo en que es muerto y despojado por su implícita y portátil otredad. Choque o fricción de constelaciones conocidas y de ignorados firmamentos, el libro de este León que podría llamarse Fénix para evocar las cenizas resurrectas por el delirio espiritual de este cuerpo ignorante de sus órganos. Los poemas son aquí como semillas fecundantes que estallan en el espacio del lenguaje. Y pasan abrazándose bajo los arcos del en-

León Félix Batista Delirium semen, vocabulario erótico, Aldus/ Ediciones Cultura, México, 2010, 141 pp.

trenos, es decir, entre el poeta y su poema, el leyente y lo leído, las sombras sorpresivamente enamoradas de Venus y de Cadmo —santo fundador del alfabeto—, de Onan y de Anubis. Es ciertamente un libro que recuerda ciertas tradiciones de la alquimia medieval, y podría también denominarse “Breve Tratado de las Moradas Filologales” pero curiosa o sintomáticamente las voces sol y luna no encabezan ningún apartado, aunque los sagaces editores de Aldus al imponerle una elegante portada negra supieron ser obedientes al influjo opaco de Astarté: Delirium semen: opus nigrum. Así, la red tendida por esta serie de jardines bonsai verbales, —cuya lectura, cuya contemplación allana una suerte de serenidad que sólo puede llamarse estética— remite también en la periferia asociativa a algunas obras que ayudan —me ayudan a mí, lector— a apresar mejor estos estuches o cajas negras como dice en su prólogo Bravo Varela, o cajuelas de sastre —como yo prefiero decir— el diccionario de lo obsceno de Camilo José Cela, el diccionario de lo que en francés se llama lengua verde que cifran el idioma de la germania medieval practicada por François Villon y estudiada por Marcel Schwob, el libro erudito y caótico de Alfonso Sastre Lumpen Marginación (1980) jerga y jerigonza y este estallido poético y volcánico que es el gran poema vanguardista en prosa surrealista y dadaista del guatemalteco mexicano La pequeña sinfonía del Nuevo Mundo de Luis Cardoza y Aragón que abre, como recordará el lector, su envolvente poema con una declinación exhaustiva y una conjugación en cascada de las voces delirio y delirar. Delirium es un yacimiento enunciado la mayoría de las veces en presente de indicativo y en primera y en tercera persona del singular. Su forma de enunciación oscila entre la bitácora personalísima y la ficha experimental del científico que va apuntando en su paleta la evolución o el movimiento de las especies observadas. Esta forma de enunciación expresa la unidad de estilo y aliento del poemario y es ciertamente reveladora de la intención unánime que templa y tensa esta suma de poemas que se presenta y es un todo indisoluble, es decir como obra: opus nigrum. nl


domingo 1 de Agosto de 2010

Visor

Novedades Amanda de la Rosa ¿Dónde está Paulette? Crónica de una testigo Editorial Océano México, 2010 200 pp.

Este libro busca responder la gran pregunta, en el caso del primer semestre de 2010 más sonado en México, la trágica muerte de Paulette, la niña de clase alta y capacidades diferentes que se encontró muerta al pie de su cama, luego de más de una semana de su desaparición, y que ha sido uno de los sucesos con mayor impacto mediático dentro y fuera de México. Amanda, en su condición de amiga de Lizette Farah, la madre de Paulette, relata su experiencia en el caso, las sospechas, las peleas entre la familia, los acercamientos con videntes, oraciones, súplicas, hipótesis, conjeturas. Su paso por el psicólogo, la policía y el polígrafo. Amanda de la Rosa es comunicóloga, carrera que estudió en la Universidad Iberoamericana. Ha escrito guiones para televisión y es articulistas de revistas como Chilango, Quo y Marie Claire. Ha publicado reportajes en el nacional Geographic, Traveler y Traveler & Leisure.

Un triste, solitario y cómodo sentimiento Iréne Némirovsky El caso Kurílov Salamandra México, 2010 160 pp.

En el rescate que editorial Salamandra hace de la obra de Iréne Némirsovsky, toca el turno a esta obra de espionaje, en la que el protagonista es León M. , educado por miembros del Partido Comunista en el exilio, encargado de cometer un atentado terrorista en contra del ministro de Instrucción Pública del zar Nicolás II, Valearían Alexándrovich. Con un acercamiento íntimo al asesino, la escritora rusa logra que el lector perdone al personaje central, o al menos lo justifique, en una apasionante historia ocurrida a principios del siglo pasado. De Némirovsky es de imprescindible lectura su Suite francesa, publicada a 50 años de su muerte. El caso Kurílov se publicó por vez primera en 1933. La autora nació en Kiev, en 1903, en cuna educada. Su familia tuvo que mudarse a París por la revolución bolchevique, ciudad en la que estudió Letras en la Sorbona. Sin embargo, el esplendor se su obra llegó tras su muerte.

Gerardo de la Torre

Carlos Martín Briceño

Nieve sobre Oaxaca Mondadori México, 2010 138 pp.

Caída libre Ficticia México, 2010 108 pp.

“Había comenzado a nevar a medianoche./ La nieve cubría las alturas del cerro del Fortín, revestía las gradas de cantera verde del estadio de la Guelaguetza, la cabeza venerable de Benito Juárez y el brazo de bronce, igualmente venerable, que apunta a la carretera que lleva a México”. Así comienza esta novela de Gerardo de la Torre, con un sueño. En una noche calurosa de verano, el profesor jubilado Alfonso Pacheco sueña con la ciudad nevada, y también con presencias, con imágenes inquietantes de un tiempo lejano. Los asesinatos de un sacristán y de un empresario lo llevarán a vivir aventuras insólitas, a recordar episodios olvidados de su propia vida, a renunciar, así sea momentáneamente, a su soledad para ayudar a la policía a resolver los crímenes. Con su reconocida maestría, De la Torre escribe una historia en la que, teniendo como escenario el paisaje oaxaqueño, es imposible el sosiego.

Para el crítico Ignacio Trejo Fuentes, Carlos Martín Briceño “cuida correctamente sus mecanismos narrativos, el lenguaje, arriesga con la peligrosa imbricación de los onírico y lo concreto; por eso sus textos capturan la atención y se sostienen”. Con una bibliografía en la que se encuentran títulos como Los mártires del freeway y otras historias, Silencio de polvo y Después del aguacero, en 2008 Martín Briceño obtuvo con Caída libre Mención de Honor en el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí. Son catorce historias las de este libro, duras, oscuras; en ellas aguardan el sexo, el desamor, el fracaso, la muerte, la risa amarga. Como diría uno de los personajes de su cuento “Round de sombra”, sorprende el poder de la prosa de este autor yucateco, la manera como va dibujando sus personajes, la forma como concluye sus historias, los abismos a que conduce a sus lectores.

Francisco Hernández

Vladimir Dimitrijevic´

Población de la máscara Almadía México, 2010 211 pp.

La vida es un balón redondo Sexto Piso México, 2010, 136 pp.

Sesenta y dos autorretratos pueblan este libro. Un viaje poético por las biografías y obras de artistas como Vincent van Gogh, Gilberto Aceves Navarro, Juan Rulfo, Otto Dix, Picasso, Bacon o Francisco Toledo. De ellos, el poeta mexicano Francisco Hernández toma sus autorretratos para reflexionar sobre sus vidas, muchas de ellas marcadas por el tormento. Los versos del poeta de Antojo de trampa tienen puntos en común: nos hablan de aquellos creadores que se ven abrumados por el delirio, la genialidad, la idea de muerte o la tristeza, pero sin perder el sentido del humor, como lo hace con “Diego Rivera”, en una copla: “Mi lunar, que ya es verruga, / mi cachete ha de adornar. / El corazón siempre en fuga / nunca se habrá de secar”.

en librerías 07

Vladimir Dimitrijevic´ es un hombre de imaginación, de letras: es un editor. Fundó, después de la Segunda Guerra Mundial, una de las editoriales de mayor prestigio en el mundo: L’Age d’homme. Él es un apasionado de la literatura y la creación, y con el ímpetu con el que vive su oficio, vive el deporte: sin futbol siente que no es nada, de ahí el título de este libro: La vida es un balón redondo. ¿Cómo explicar el deseo que se desata en un niño cuando ha tocado por primera vez un balón? ¿Por qué el fanatismo por “el rey de los deportes”? ´ en textos ensayísticos y autobiográficos, Dimitrijevic, nos habla de su descubrimiento, de los mitos que para él encierra este juego, y ofrece una mirada sobre la relación entre la literatura y el futbol: “Un buen futbolista es como Don Quijote”, advierte.

Los paisajes invisibles Mónica González

Iván Ríos Gascón thewhitesubway@yahoo.com

F

ade In. Gabriel Guía con su clic interno, el maldito ruido de La tumba. El peregrino sin identidad concreta de De perfil, ese Holden Caulfield mexicano que habla de sus padres, Humberto y Violeta, sin solemnidad, más bien con picardía, mientras reúne en su camino a una horda delirante donde brilla Queta Johnson con su dedo gordo flaco del pie que sabe moverse como una víbora en el pantano. Queta Johnson, una monería, un budín, un pastelito, un cake… ¿A cuántos hizo lectores compulsivos? ¿Cuántos adquirimos la adicción a la escritura luego de ciertas sobredosis de sus cuentos y novelas? Juan Villoro dio en el blanco al recordar la deuda permanente con el ídolo, el maestro. Lo dijo así, en el capítulo “¡Hombre en la inicial!” de Los once de la tribu: “De perfil o la fuerza iniciática, la insólita capacidad de patentar lectores. Si José Agustín recibiera las regalías de todos los libros que leímos gracias a él, estaría nadando en la alberca de Elvis Presley”, aunque a decir verdad, su inspiración cuenta con una piscina formidable en la que no deja de chapotear alegremente, porque de esas aguas surgen sus más intensos personajes. Digamos un rey camino de su templo; un hombre que de tan enamorado, recorre las ciudades desiertas para recuperar a una mujer confundida (e infatuada), una esposa a la que perdonan a punta de nalgadas; un amnésico que busca la luz de los recuerdos cerca del fuego o un fantasma que jala el hilo de la vida con su viuda. Lo asombroso de la obra de José Agustín no sólo es la energía de su lenguaje. Una prosa como clavecín bien temperado, que contagia el anhelo de contar, contar, contar. Que provoca sonrisas y carcajadas estruendosas, que reconcilia al ser con su verbalidad, ese código íntimo pero deliciosamente colectivo, por el que se filtra

José Agustín

lo mágico, lo excepcional y lo sublime: el oído de José Agustín es una suerte de magnetófono donde la vida se congela para subvertirse en la acústica ficción donde emergemos, un espacio en el que el tiempo sólo es una franja sin límites ni coordenadas porque, decíamos, lo sorprendente de sus libros consiste en que no tienen vigencia, son obras abiertas a la mirada y los registros de todas las generaciones. Sus novelas son piezas esenciales en mis estanterías. A ratos, consulto ciertos párrafos para aliviar la incomodidad de un personaje, o la mejor manera de resolver las encrucijadas de un relato. Confieso, maese José Agustín, que pienso lo mismo que Juan Villoro. El destino te debe regalías y no sólo por tus lecciones, sino porque a la hora de imaginar un epitafio, me vienen a la mente las razones de Gabriel Guía con su insistente clic que suena como el tableteo de la máquina al ensombrecer el espacio en blanco, o como las agujas de un reloj en inminente retirada o, sencillamente, como la sístole y la diástole quebrando a la alborada y su silencio: Porque mi cabeza es un lío / Porque no hago nada / Porque no voy a ningún lado / Porque odio la vida / Porque no la puedo soportar / Porque no tengo amor / Porque los ruidos están en mí / Porque soy un good ol’ estúpido / Sepan pues que moriré / Adiós adiós a todos / Y sigan mi ejemplo Al fin y al cabo, la experiencia terrenal es un triste, solitario y cómodo sentimiento. Fade out… nl


08 cine

domingo 1 de Agosto de 2010

Visor

Fernando Trueba

“El humor nos ayuda a no volvernos imbéciles”

Entre el destino y el accidente

El baile de la victoria presenta una historia de amor al término de la dictadura chilena; de ella y de sus aficiones cinematográficas habla el director español elbailedelavictoria.com

Entrevista

Hombre de celuloide

Carlos Jordán

Fernando Zamora

gonzalezjordan@gmail.com

Twitter: @fernandovzamora

A

Fernando Trueba le gusta la música —sobre todo el jazz— y por supuesto el cine. Puede presumir de una filmografía de la que se desprenden Ópera prima (su primera cinta), Belle époque, que le valió el Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa y Calle 54. Este cineasta que se autodefine como de sonrisa fácil, fue uno de los protagonistas del Hay Festival, celebrado en Zacatecas, donde exhibió su película más reciente El baile de la victoria. ¿Qué lo llevó a adaptar El baile de la victoria de Skármeta?

Cuando leí la novela de inmediato me la imaginé como una película. Es algo que no puedes explicar, una sensación similar a cuanto te enamoras. Me la imaginé como una historia similar a Disparen sobre el pianista, de Truffaut: un filme policiaco que, de repente, se convertía en una novela y, después, mostraba un romanticismo desatado.

M

Con nueve nominaciones a los premios Goya, el filme de Trueba presenta a Ángel Santiago (Abel Ayala), un joven que está decidido a vengarse por los abusos en la cárcel

¿Cuál es su juego de cámara favorito?

Mi cámara favorita es la que no se nota porque no quiero que distraiga al espectador. Trato de encontrar el estilo y la forma, pero no quiero que eso se imponga sobre el contenido de la película. Por eso me gusta Scorsese, aunque sus últimos trabajos son bastante malos. Al hacer una película, ¿cuál es la parte que más disfruta?

El montaje y la escritura del guión. Antes sufría con el rodaje, me producía demasiado estrés. La primerapelículaquegocérodando fue Belle époque, en las anteriores todavía era muy joven y la responsabilidad me jodía, pero con esta todo cambió por eso es tan importante en mi vida.

¿Cómo sabe cuándo ha hecho una buena película?

Ayudó contar con Penélope Cruz y Maribel Verdú…

No lo sabes. Hay películas que te hacen sentir satisfecho, pero uno no es juez de lo que hace. Debe ser autocrítico, pero al mismo tiempo tienes que salir, experimentar y arriesgarte.

Sí, pero también había gente como Fernando Fernán Gómez o Jorge Sanz, ellos facilitaron el trabajo. Las mujeres guapas a veces nos hacen disfrutar, pero también nos hacen sufrir. ¿A quién no le ha pasado? Es como cuando te pasan un plato de comida maravillosa y sólo te dejan olerlo.

Ha trabajado con músicos, tanto en Calle 54 como en El milagro de Candeal, ¿en qué punto coinciden el lenguaje musical con el cinematográfico?

Ambos tienen una cosa muy fuerte en común: son artes del tiempo. La gente olvida que el cine es tiempo, siempre se dice que es imagen como si fuera pintura o fotografía, pero es mentira, el cine es movimiento y tiempo, por encima de cualquier cosa. En la música los silencios son importantes…

En el arte lo que no se ve o no se dice, forma parte de la obra. Lubitsch fue un director grande porque no te decía “dos y dos son cuatro”, decía dos y dos, y pasaba a otra cosa, dejaba que el cuatro lo hicieras en la cabeza. Él nos enseñó que se podía contar una historia dejando que la cabeza del espectador funcionara. Eso lo han hecho algunos grandes, como Bresson.

Ahora recuerdo una película de Woody Allen, donde cuenta los avatares entre un director y una actriz guapa…

Woody Allen me gusta aunque siento que en sus últimas películas se ha relajado demasiado. Creo que su última obra maestra es Reconstruyendo a Harry, después ha hecho filmes más ligeros y divertidos. Él tuvo una época dorada con obras como Hanna y sus hermanas, Delitos y faldas, Maridos y esposas y Balas sobre Broadway Hace un momento comentó que los últimos trabajos de Scorsese ya no le gustaban, ¿por qué?

Se dejó institucionalizar. Es la decadencia habitual. Cuando nos va bien y ganamos dinero, ganamos unas y perdemos otras. Entre el Scorsese que era

un chico de barrio que quería hacer cine, y el actual que parece más amigo de Armani, me quedo con el antiguo. ¿Qué perdió cuando ganó el Oscar?

Seguro perdí algo, no sé muy bien qué. He intentado no perder la espontaneidad ni la frescura. Lo más importante en la vida es no tomarte en serio. Puedes tomar en serio tu trabajo, eso hay que hacerlo lo mejor posible, pero en realidad tú no eres nada, sólo eres el medio del que la película se sirve para existir. El humor es una constante en su trabajo…

Claro, ayuda a que no te vuelvas un imbécil. Te permite relativizar todo. Soy de risa fácil, me gusta reírme, lo que pasa es que el humor debe ser bueno. Groucho Marx es uno de mis ídolos, tan es así que le puse su nombre a mi hijo. ¿Cambió mucho su vida cuando ganó el Oscar?

No, pero sí te diré que cuando mi primera película fue un gran éxito perdí algunos amigos. Fue muy doloroso, tenía 24 o 25 años y no entendía qué estaba pasando. A partir de eso mi filosofía cambió: cuando te va bien, es cuando necesitas a los amigos. Si te va mal, todo mundo va a darte la palmada y a consolarte, pero los amigos demuestran que lo son cuando te va bien, al contrario de lo que se cree.

ás que consolidar como director a Guillermo Arriaga, The burning plain confirma el fracaso de la promoción cultural de México. Algo hay muy podrido en el reino del IMCINE que los principales directores mexicanos han tenido que exiliarse. Y los que se quedan, o viven del hueso burocrático, de la televisión o de la publicidad. No nos equivoquemos visualizando al emigrante con sombrero y guarache, se emigra a todo nivel y, como ha escrito Yépez, el cine mexicano se está haciendo en inglés. Más apoyan Argentina o España al cine mexicano que el gobierno nacional. Y sin embargo, ahí sigue el amor a la tierra. Ahí, en Burning plain, la escena en que el niño chicano señala al horizonte y suspira: “¡Allá está: México!” Guillermo Arriaga ha conseguido un interesante documento visual que, con la sencillez anecdótica y el barroquismo formal que lo caracterizan, atisba en las profundidades de este concepto: Frontera. También en Babel se hablaba de ello. Y es que frontera, no es sólo esa línea artificial que divide al primer mundo del quinto patio; hay una frontera que divide también al niño del adulto, al juego del asesinato; una frontera que divide idiosincrasias (gringomexicano), sexualidades (hombre-mujer) y cuerpos: “Se quemaron mientras hacían el amor”, explica un personaje, “se fundieron el uno en el otro. Para separarlos tuvieron

que cortarlos con bisturí”. El amor, pareciera estar diciendo Guillermo Arriaga, disuelve toda frontera: el otro existe. Es un yo-con-ella (o un yofundido-con-él). Un segundo tema me fascina en Burning plain: La cicatriz. Ella desabotona su blusa con vergüenza. Muestra a él, la cicatriz aparatosa que ha quedado donde antes estaba su seno. Y él amoroso desciende y besa la ausencia. Besa la cicatriz. “¿Por qué te gusta esa marca?” Pregunta ella en otra escena. Y él responde: “porque es la señal que ha dejado tu lucha”. Sí: toda lucha deja cicatrices. La cicatriz es producto de un trauma. El carácter está hecho de cicatrices (de traumas) y en inglés character y scar comparten la misma raíz. Otra cicatriz es la que se hacen a voluntad los amantes jóvenes en la película. Estos, muy en la dinámica de otras historias de Arriaga, se conocen gracias a un “accidente”. El misterio está claro, en los límites entre accidente y crimen. Serán los mismos, tal vez, que entre accidente y destino. Porque si todo fuese accidental el accidente se volvería destino. He aquí el gran tema de Arriaga. Al poner a dialogar accidente y destino, pone a dialogar realmente el mundo nuestro (en el que todo es casual) con ese mundo griego en el que todo era causal. Las obras de Arriaga aspiran a ser el reverso de la tragedia griega. Si en aquellas el héroe estaba sujeto a la causalidad del destino, en las del mexicano, los héroes están sujetos a la casualidad del accidente. Nadie escoge a quien amar. Y esta pareciera ser la consecuencia lógica de Guillermo Arriaga: el amor más que destino es un verdadero accidente. nl aceshowbiz

¿Sigue creyendo más en Billy Wilder que en Dios?

Por supuesto. En Dios nunca he creído. Es más, si un día me lo encontrara, le pediría unas cuantas explicaciones, no la va a tener fácil. En cambio a Billy Wilder me lo encontré algunas veces, cada vez que iba a Los Ángeles lo visitaba y nos íbamos a comer, ese es uno de los privilegios de mi vida, creo que he tenido bastante suerte y una de las cosas más maravillosas que me han sucedido es haber conocido a ese hombre. nl

Fuego (The burning plain). Dirección: Guillermo Arriaga. Guión: Guillermo Arriaga. Música: Omar Rodríguez López y Hans Zimmer. Fotografía: Robert Elswit y John Toll. Con: Charlize Theron, Kim Basinger, John Corbett y Jose María Yázpik. Estados Unidos, Argentina, 2008


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