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El monasterio de San Pedro de Montes; Arte y arquitec tura en la Plena Edad Media
7. El valle del Oza: entre anacoretas, monjes y eremitas.
Gregoria Cavero Domínguez. Universidad de León............................................. 199
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8. La Aguiana y las Furnias, dos topónimos montesinos.
Adelino Álvarez Rodríguez. Universidad de Castilla La Mancha....................... 227
9. San Pedro de Montes: La consolidación de un monasterio.
Francisco Javier Pérez Rodríguez. Universidad de Orense.................................. 239
10.Estrategias de la memoria. El papel de la inscripción fundacional en el monasterio de San Pedro de Montes.
Encarnación Martín López. Universidad de León ................................................ 269
11.Turismo sostenible y desarrollo local en la Tebaida
berciana.................................................................................................................. 303 1. La cátedra de turismo sostenible y desarrollo local
José Luis Calvo González.
Director de la Cátedra de turismo sostenible y desarrollo Local.
José Luis Vázquez Burguete.
Director de la Cátedra de Turismo Sostenible y Desarrollo Local.
Jorge Vega Núñez.
Director CA. UNED Ponferrada............................................................................ 307 2. Puesta en valor del patrimonio cultural de la Tebaida berciana
Francisco M. Balado Insunza
Coordinador Extensión Universitaria UNED Ponferrada................................. 318 3. Patrimonio, desarrollo y futuro. Propuestas para el valle del Oza
Dr. Carlos Montes Pérez
Antropólogo social. Profesor-Tutor UNED Ponferrada..................................... 326
Presentación
Una efeméride es siempre un excelente reclamo para atender aniversarios de interés que el tiempo, en cierto modo, con la ayuda del hombre va alejando, olvidando y posponiendo en el día a día. El 24 de octubre del año 919 se consagraba la iglesia del monasterio de San Pedro de Montes, en el Valle del Oza, aunque el monasterio había sido inicialmente una fundación de san Fructuoso. Por ello, en este caso, el 1100 aniversario de la consagración de dicha iglesia nos ha puesto de relieve la importancia del monacato en el Valle del Oza, con el centro en San Pedro de Montes. Con tal conmemoración organizamos y celebramos un congreso internacional. Inicialmente considerado como un reto, nos reunió en los propios claustros monásticos a cuantos teníamos interés por la zona de Valdueza, por el monacato y por los monasterios, especialmente San Pedro de Montes, dispersos por el valle. Era un reto importante, entre otras razones, por la situación en que se halla la fábrica monástica, incluida la propia iglesia, y también porque el monasterio se encuentra en un espectacular paraje natural, cuya situación otoñal añadía encantos inenarrables. Fueron días intensos y extensos, en los que los muros del monasterio parecieron desembarazarse del olvido y la desolación, la decadencia y el deterioro. Y su iglesia volvió a recuperar la luz y el canto, sacudiendo las conciencias, cual aldabonazo, para una recuperación indispensable. Su sillería, sus retablos, sus muros reclaman una restauración rápida para evitar males mayores. Arquitectos y arqueólogos, economistas y filólogos, y especialmente historiadores nos presentaron excelentes estudios, sobre las diversas visiones del monacato y de la zona misma, con aportaciones sobresalientes tanto desde el punto de vista de la documentación como de las excavaciones, la toponimia y el ámbito artístico. Aquí recogemos las ponencias en este volumen de Actas, para que perviva el esfuerzo de los días 24, 25 y 26 de octubre del año 2019.
Este volumen de Actas es también el esfuerzo de nuestras universidades, la Universidad de León y el Centro de la UNED en Ponferrada; y también de la Basílica de Nª Sª de la Encina. Las tres instituciones llevaron a cabo la organización del congreso, y nosotros somos como sus representantes.
Ponferrada, 1 de junio de 2020 Antolín de Cela Jorge Vega Núñez Gregoria Cavero
Agradecimientos:
Al Excmo. Ayuntamiento de Ponferrada. Sin su ayuda no hubiera podido celebrarse el congreso. Muchas gracias a su alcalde, Olegario Ramón; a su concejal de cultura, Concepción de Vega, y al concejal de Medio Rural, Iván Alonso. A ellos debe sumarse el alcalde pedáneo de Montes de Valdueza, Manuel Gancedo Mateos. Igualmente añadimos el interés del Consejo Regulador. A la Junta de Castilla y León, que estuvo presente a través de la Consejería de Fomento y Medio Ambiente y su consejero, Juan Carlos RodríguezQuiñones, que facilitó el complicado transporte por el Valle del Oza; y de la Consejería de Cultura con su viceconsejero, Raúl Fernández Sobrino. Al Instituto de Estudios Bercianos, siempre presente en cuantas actividades se celebran en la comarca. A los vecinos de Montes de Valdueza y de otras localidades próximas, que nos agasajaron. Las Instituciones hicieron posible la celebración congresual, pero especialmente el compromiso de personas, cuyo interés y disponibilidad son capaces de mover lo que parece imposible. Un nombre es revelador de esto, Francisco Javier García Bueso, director de los Museos de Ponferrada, quien actuó y vigiló con objeto de que todo estuviera en perfecto orden para la realización de la parte científica y también de las infraestructuras del congreso. Gracias a todos aquellos que contribuyeron de muy distintas formas, para que se pudiese desarrollar todo con normalidad, para que se celebrase de forma satisfactoria. Quede constancia, igualmente, del agradecimiento a la Basílica de Nª Sª de la Encina de Ponferrada; al centro Asociado de la UNED de Ponferrada y a la Universidad de León, especialmente a través de la Cátedra de Turismo Sostenible y Desarrollo Local, que ambas universidades comparten.
De Compludo a Montes. La tradición fructuosiana.
From Compludo to San Pedro de Montes: the Fructuosian Tradition
Vicente García Lobo Catedrático emérito. Universidad de León
Resumen
Partiendo de la vida y obra monástica de san Fructuoso, se trata de analizar cuáles fueron las huellas que dejó en el evangelizador de El Bierzo en el monacato y en la Iglesia que resurge tras el avance de la Reconquista. A modo de prolegómenos y para situar el monacato fructuosiano se hace una exposición teórica sobre el monacato y su significado espiritual y temporal en la España altomedieval. Palabras clave: monacato, san Fructuoso, El Bierzo, repoblación
Abstract
Starting from St. Fructuosus’ life and monastic work, this paper intends to analyse the traces left by the evangelizer of El Bierzo in the monasticism and the Church that emerged with the progress of the Reconquista. As a sort of prolegomenon and in order to place the Fructuosian monasticism in context, there is a theoretical presentation of monasticism and its spiritual and temporal significance in Spain in the High Middle Ages. Key words: monasticism, St. Fructuosus, El Bierzo, repopulation.
Es para mí un honor –y una responsabilidad también- redactar este trabajo para abrir y ambientar los demás que le siguen en torno al mil cien aniversario de la consagración de la Iglesia de San Pedro de Montes. Pero no se puede escribir sobre el monasterio de San Pedro de Montes sin hacerlo también de su hermano mayor: el monasterio de Compludo. De ahí que no pueda menos de señalar y destacar el acierto y la sensibilidad históricos
del comité organizador de los actos conmemorativos al formular el título del trabajo en los términos en que lo han hecho: De Compludo a Montes. La tradición fructuosiana. Como decía, no se puede hablar de Montes sin partir de Compludo; y no se puede hablar de uno y otro sin contemplar de la figura del gran Fructuoso. Fructuoso de El Bierzo si nos atenemos a su probable origen; Fructuoso de Braga, si tenemos en cuenta el lugar donde culminó su carrera a la santidad hacia el año 665.
“León era un solo y gran cenobio”. Así se expresaba en 1926 don Claudio Sánchez Albornoz en su preciosas Estampas de la ciudad de León1. Yo creo que se puede añadir que “Todo El Bierzo era entonces un solo y gran cenobio”2 . Si todo nuestro pasado influye, de manera muy determinante, en nuestra personalidad individual o colectiva, esta realidad –la realidad monástica del pasado berciano- influyó, también de forma determinante, en la configuración social, religiosa y cultural de esta Comarca al final de la época antigua y primeros siglos de la medieval. Sin los monasterios de Compludo y de Montes –sin tantos y tantos monasterios como en estos montes y valles han sido- y sin las personalidades de san Fructuoso y de san Genadio ni esta Comarca sería lo que hoy es ni se entendería por qué es lo que hoy es. Ahora bien; antes de seguir, y para que comprendamos mejor la propia realidad de este monacato y la rica variedad de matices que encierra en sí, conviene que precisemos qué se entiende por monacato.
I. Sobre el Monacato
“El fenómeno histórico del monacato –escribe Linage Conde- supone un ideal religioso encarnado en unas instituciones externas”3 .
He querido partir de esta frase luminosa de uno de nuestros historiadores del monacato de mayor talla porque, en efecto, si no tenemos en cuenta esta doble faceta del monacato –ideal religioso e instituciones humanas externas- no se entenderá en toda su profundidad -grandeza y miseria- el desarrollo
1 C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Estampas de la vida en León durante el siglo X, Madrid 1926, Ed. Diputación Provincial de León, León 1985, p. 159. 2 Idea parecida expresaba en 1945 fray Justo pérez de Úrbel cuando escribía: “Todos, anacoretas, cenobitas y ermitaños podían vacar a la contemplación libres de los cuidados de la tierra, porque las cadenas de los montes, que hacían un inmenso claustro de todo el país, impedían las importunidades del mundo…” ( J. PÉREZ DE ÚRBEL, Los monjes españoles en la Edad Media, I, 2ª ed., Madrid, Ediciones Ancla, 1945, p. 384). 3 A. LINAGE CONDE, Los orígenes del monacato benedictino en la Penísula Ibérica, I: Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, 9, León, Centro de Estudios e Investigación “San Isidoro” (C.S.I.C.), 1973, p. 89.
de la vida de los innumerables asentamientos monásticos -la tebaida leonesa- que dejaron su impronta en la vida de esta comarca. La interacción de estas dos realidades provocará no pocas veces situaciones paradójicas que podrían inducirnos a cierta perplejidad Ideal religioso. Es tanto como decir “consagración al Omnipotentis Dei servitium”, al servicio del Todopoderos4. Desde sus orígenes, la vida monástica fue concebida como el desarrollo y culmen de los principios de la vida cristiana. La vida en una Orden, tal como de hecho se ha desarrollado en la Iglesia, está indisolublemente unida con la esencia de ésta y constituye por así decir el corazón de la vida religiosa en la Iglesia. A lo largo de la historia este ideal religioso fue concretándose según unos matices y peculiaridades que quedaron plasmados en las Regulae (Reglas) que, redactadas por los grandes padres del monacato, presidieron las diferentes observancias monásticas que, aunque diferentes, conservaron siempre un mismo denominador común, integrado por las siguientes notas: Soledad. La consagración al servicio de Dios requiere soledad5. El monje ha de apartarse efectiva y afectivamente del mundo; esto es, del pecado, de los bienes materiales, incluso de los familiares. Esta necesidad de soledad fue la que empujó a los primeros anacoretas y cenobitas hacia los desiertos de Egipto dando así origen a la vida monástica. De esta soledad recibirá nombre precisamente este modo de vida: μόνος, en griego, quiere decir “solo”, “único”. En fin, la soledad será la nota diferenciadora de otro modo de vida parecido, aunque posterior en el tiempo: la mendicante, la de las Ordenes religiosas6 . Silencio. Es el complemento de la soledad monástica. “El silencio –escribe Olegario María Porcel, comentando a san Gregorio- mantiene el espíritu del monje en su simplicidad y pureza”7 . Pobreza. No puede concebirse un monje sin la práctica de la pobreza, pobreza que se concreta en la vida en común sin retener propiedad individual. Cada individuo, en el momento de su ingreso en la familia monástica –constituida ésta por el abad y la comunidad de monjes- entregará y pondrá en común todos aquellos bienes de los que fuera propietario. Ahora bien; pobreza no quiere decir indigencia o miseria. Todo monasterio debe estar
4 Así lo concibe san Gregorio Magno. Cf. O. M. PORCEL, La doctrina monástica de San Gregorio Magno y la “Regula monachorum”, Madrid, Instituto Enrique Flórez (C.S.I.C.), 1950, p. 63. 5 Es la primera condición que exige san Gregorio Magno a todo aquel que quiera dedicarse a la vida monástica: “Desertum loci secessum petere” (II Diálogo, 1, cit. por O. M. PORCEL, O. c., p. 65, nota 1 6 Cf. O. M. PORCEL, O. c., pp. 65-71. 7 O.c. , p. 71
convenientemente dotado para atender a las necesidades de los monjes y de la comunidad. De tal forma, que la paz y sosiego que requiere la vida de oración queden garantizados al verse libre la comunidad de toda preocupación material8 .
Castidad. La virtud de la castidad es consustancial a la vida monástica. Todos los legisladores han concebido la castidad como uno de los mejores medios para conseguir la perfección cristiana. Para su práctica cuenta el monje con dos instrumentos: la clausura y la mortificación; ésta en su triple manifestación: la aceptación de los flagela Dei o tribulaciones que Dios permite asalten al monje; castigos de la justicia humana; y mortificación voluntaria a través del ayuno y de la abstinencia9 . Obediencia. Esta virtud tiene su fundamento en el ejemplo de Cristo que, como escribe san Pablo, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz10. Consiste en la renuncia a la propia voluntad, es la base del progreso en la virtud y dará al monje el triunfo definitivo sobre el mundo. El soporte disciplinar de la obediencia monástica es el abad. La propia etimología de abad –palabra de origen hebreo- alude a su misión en el monasterio: padre de los monjes y pastor de sus almas; él es el guía que ha de conducirlos a la cima de la virtud. El abad ha de ser espejo y ejemplo de santidad de vida; debe ser un perfecto conocedor de la Regula y de las Sagradas Escrituras. En otro orden de cosas, el abad es el nexo de unión del monasterio don el mundo exterior; mundo exterior que se reduce al obispo, a los huéspedes, los peregrinos y los pobres11 .
La obediencia, junto con la pobreza y la castidad –las tres famosas virtudes evangélicas- son como los tres pilares que sostienen el edificio de la vida del monasterio.
Oración. Si la soledad y el silencio son algo así como el solar sobre el que se asienta el edificio monástico y las tres virtudes evangélicas los pilares que lo sostienen, la oración vendría a ser la techumbre que lo cubre y lo protege. La oración en el monasterio tiene una doble versión: la oración comunitaria y la oración individual. El rezo del oficio divino es la obligación primordial de la comunidad. El oficio divino, en palabras de san Gregorio, ha de celebrarse sollemniter, solicite et devote12 . Por su parte, la oración individual, que ha de
8 O. M. PORCEL, O.c., pp. 75-81 9 O. M. PORCEL, O. c., pp. 81-86. 10 Phil. 2, 8 11 O. M. PORCEL, O. c., pp. 99-109. 12 Cf. Epistola IX, n. 18 (solemniter); Epistola VI, n. 12 (devote); y Epistola V, n. 47 (sollicite), citadas por O. M. PORCEL, O. c., pp. 132-133, notas 10, 12, y 14 respectivamente.
revestirse de unas determinadas cualidades (humildad, arrepentimiento, temor, etc.), alcanza su máxima expresión en la contemplación, y en la lectio divina. El monje ha de aplicarse a la lectura de la Sagrada Escritura como el mejor medio para llegar a conocer a Dios y conocerse a sí mismo13 . Trabajo. El trabajo como medio de supervivencia es otra de las facetas de la vida del monje que todos los legisladores han contemplado de una u otra forma. En general, en la vida del monje el trabajo se divide en trabajo lícito y trabajo ilícito. Los quehaceres mundanos siempre estuvieron proscritos para el monje. En cambio entre los trabajos lícitos los legisladores han distinguido entre aquellos que resultan indispensables para el normal desarrollo de la vida cotidiana del monasterio y aquellos de los que se puede prescindir. Se incluyen entre los primeros la cocina, la mayordomía de la caridad, la enfermería, el cultivo de la huerta, la copia de manuscritos, y la educación de los jóvenes aspirantes al claustro. Todos estos trabajos cubrían el espectro laboral de todo monasterio medianamente organizado y estaban distribuidos en oficios: el infirmarius, el bibliotecarius, el praepositus, el magíster, etc14. Otros quehaceres, como la construcción de edificios, el cultivo de los campos, la cura de almas, etc. tuvieron muy desigual consideración según las épocas y los legisladores15 . Me he extendido intencionadamente -asumiendo el riesgo de resultar prolijo y pesado- en la descripción de lo que es en esencia la vida monástica para mejor comprender lo que hubo, o debió haber, detrás de cada uno de los monasterios que en El Bierzo han sido, y especialmente de estos dos que nos ocupan: Compludo y San Pesdro de Montes. Volviendo al hilo conductor que tendíamos al principio, este ideal religioso que acabamos de describir, raras veces se encarnó en toda su pureza a lo largo de la Historia. Si acaso en los periodos fundacionales y en las épocas de reforma. Y es que este programa ha de ser vivido por seres humanos –hombres y mujeres- que no tienen más remedio que servirse de las “instituciones externas que les brinda su tiempo.
13 Sobre la oración en el monasterio, tanto la litúrgica como la privada, y la Lectio divina cf. O. M. PORCEL, O. c., pp. 129- 154. La lectio divina y la necesidad de disponer de ejemplares suficientes de la Biblia constituyen el primer fundamento de la biblioteca y del scriptorium o taller de producción de libros de los monasterios. 14 O. M. PORCEL, O. c. pp. 154-162. 15 Por ejemplo, san Isidoro dedica el capítulo V de la Regula al trabajo. Y comienza de forma rotunda afirmando que “el monje ha de estar ocupado continuamente en trabajos manuales de modo que aplique su actividad a los variados oficios de artesanía…” (cf. Regula monachorum, cap. V: PL, 83, 873-876)). Pero ya al final del Capítulo precisa algo interesante y peculiar: “El cultivo de las hortalizas y la preparación de los alimentos han de practicarlo los monjes con sus propias manos; pero la construcción de edificos y la labranza de los campos será tarea propia de los siervos” (Ibid.). Más adelante volveremos sobre esta cuestión del trabajo en san Isidoro.
En efecto, los monjes del Bierzo medieval han tenido que adaptar el tradicional concepto de soledad, que les había legado san Fructuoso, a las circunstancias sociopolíticas que les tocó vivir. Es más; sin el concepto de soledad, no se explicaría –como veremos más adelante- la cadena de fundaciones del propio Fructuoso que se veía forzado a huir de las multitudes que se aglomeraban en torno a sí y sus monasterios. En la primera fase de la restauración tras la invasión musulmana, nuestros monjes han tenido que convertirse en repobladores y defensores del territorio; han tenido que aceptar la cura de almas en muchos casos; el concepto de trabajo también hubieron de adaptarlo, no volviendo la espalda a la roturación de campos o a la construcción de edificios16. El monje hubo de aceptar tareas para las cuales sólo él estaba capacitado: a él, como único experto en el arte de escribir y conocedor de los rudimentos jurídicos que regían las transacciones económicas, van a acudir los fieles laicos para que les redacte los documentos en que aquellas quedaban plasmadas. Las circunstancias repobladoras convertirán al monasterio en una potencia económica, como titular de un extenso patrimonio territorial, al que pronto se sumarán inmunidades y privilegios. Así, el monasterio que inicialmente buscaba el aislamiento del mundo, se convertirá en dueño y señor de ese mundo viéndose implicado en toda clase de negocios temporales de los que muchas veces la codicia y la ambición no estaban ausentes. Esta es la otra cara de la moneda que, en contraste con el ideal religioso, constituye la gran paradoja de que hablábamos antes. Paradoja que se acentúa más si tenemos en cuenta que, en medio de ésta vorágine temporal, el monje sigue buscando, de una manera más o menos lúcida, el servicio de Dios y de los hermanos más necesitados. Cuando la paradoja se presenta como insostenible surgen, sea en el seno del propio monacato sea por iniciativa de los poderes eclesiásticos o civiles, los movimientos reformadores. Entonces el monacato vuelve a su pureza primigenia; pero, inmediatamente, se genera un nuevo proceso hacia la paradoja. Estoy pensando ahora en los movimientos reformadores de las canónicas regulares, de los cistercienses o, como algo específico nuestro al final de la Edad Media, las reformas de la Congregación de Valladolid para los benedictinos o la llamada Congregación de Castilla para los cistercienses.
16 Es ya famoso el texto de san Genadio en que describe los trabajos que hubo de afrontar en su labor restauradora en los últimos años del s. IX y primeros del X: ““construí edificios, planté viñas y pomares, tomé tierras de escálido, aderecé huertos y todo cuanto es necesario para el uso del monasterio” (cf. más adelante cuando hablamos del monacato de la Repoblación).
Con estos supuestos creo que ya podemos adentrarnos en el análisis del monacato tal y como de hecho se desarrolló en esta Comarca en los siglos VII al X De la múltiples modalidades que adoptó el monacato en el territorio leonés nos interesan tres: la de san Fructuoso, la del códex o de la repoblación, y la benedictina.
El Monacato de San Fructuoso (c. 600-665)
Suelo calificar el monacato de san Fructuoso como monacato de evangelización17. En efecto, Fructuoso fue el evangelizador de la comarca hacia los años centrales del siglo VII. A través de su red de monasterios, consiguió recristianizar -en ocasiones, cristianizar- la zona18. Como dice José Orlandis, “el impulso ascético que infundió San Fructuoso de Braga en la vida religiosa del Reino visigótico de la segunda mitad del siglo VII, puede estimarse como uno de los fenómenos que merecen incorporarse a la historia de la espiritualidad cristiana occidental”19. Por su parte, el gran experto en manacato que fue M. Mundó afirma que “el movimiento de San Frauctuoso constituye el más grande esfuerzo ibérico de vida monástica original y organizada que tuvo lugar en la antigüedad”20
De todos es conocido el origen noble de Fructuoso y las propiedades que al parecer su familia tenía en los montes bercianos. Precisamente en una de las visitas que hizo con su padre siendo aun niño a sus propiedades concibió la idea de construir en aquellos parajes un monasterio. Cosa que hizo, una vez muerto su padre, en las soledades de Compludo. Así nos lo cuenta la Vita:
17 “A Fructuoso cabe la gloria –escribe Pérez de Úrbel- de habérsela descubierto (la Región del Bierzo) a sus contemporáneos; él fue quien arrojó en ella la fuerte semilla del ascetismo, fecundada por el soplo divino del cielo” (cf.J.PÉREZ DE ÚRBEL, Los monjes españoles…, I, pp. 383-384). 18 Sobre el monacato fructuosiano y la figura del propio santo pueden verse los trabajos J. PÉREZ DE ÚRBEL, O.c., pp. 377-428; A. MARTINS, A vida cultural de Sao Fructuoso e seus monges: Broteria 45(1947)58-69; ID., A vida económica dos monges de Sao Fructuoso: Ibid. 44(1947)291-400; ID., O monacato de Sao Fructuoso de Braga, Coimbra 1950; A.M. MUNDÓ, Il monachesimo nella Peninsula Iberica fino al sec. VII: Il monachesimo nell alto medievo e la formazione dela civiltà occidentale, Spoleto, Centro italiano di studi sull’alto Medioevo, 1957, pp. 97-108; M. C. DÍAZ Y DÍAZ, Fructuoso de Braga y el Bierzo: Tierras de León 7(1967)41-51; ID., El monacato fructuosiano y su desarrollo: El monacato en la diócesis de Adtorga durante la Edad Media, Astorga 1995, pp. 31-43; J LÓPEZ QUIROGA, Actividad monástica y acción política de Fructruoso de Braga: Hispania Sacra 54(2004)7-22. 19 Cf. J. ORLANDIS, Estudios sobre instituciones monásticas medievales. Pamplona, EUNSA, 1971, p. 71. 20 A. MUNDÓ, O.c., p. 82 (cit. por J. Orlandis, Estudios…p. 71).
1. El monasterio de Compludo
“Después de todo esto, volvió a aquellos lugares solitarios de que hemos hablado anteriormente y en que su devoción infantil se había fijado, para llevar a cabo su propósito. En efecto, construyó el monasterio de Compludo y, siguiendo el consejo evangélico, vendió todos sus bienes y, sin quedarse con nada para sí, lo empleó todo en su espléndida dotación. Entre conversos de su familia y venidos sinceramente de diferentes partes de España se completó el monasterio con un ejército de monjes” 21 . Hasta tal punto que su envidioso cuñado lo denunció ante el rey alegando que estaba usurpando bienes de la familia que no le correspondían. Lo cierto es que el monasterio se organizó en forma de aldea a la que se acogia toda clase de personas –jóvenes, viejos, nobles, esclavos- e incluso familias enteras que cambiaban sus relaciones familiares por las monásticas. Comenta a este propósito Díaz y Díaz: “Acababa de fundar Compludo, en las montañas del Bierzo, y lograr con su desprendimiento y su devoción entusiasta reunir en este nuevo cenobio gentes de toda clase y condición, en elevado número, llegadas de las más diversas regiones peninsulares. Nos encontramos en los alrededores del año 640”22
Para dar forma monástica a esta multitud heterogénea redacta Fructuoso su Regula monachorum, un monumento de severidad extraordinaria, destinado a mantener el orden en medio de una muchedumbre heterogénea de hombres, recogidos atropelladamente entre todas las clases de la sociedad, como dice fray Justo. Regula que irá depositando en cada uno de los monasterios que iba fundando aunque, probablemente, “explicada y suavizada con nuevas declaraciones, fruto de la experiencia”, dice el sabio benedictino23 . Consta de 23 capítulos, ordenados aleatoriamente, que contemplan otros tantos aspectos de la vida del monasterio24. Junto a unos temas típicamente
21 “Post haec, revertens ad locum illum solitudinis supra memoratum, ut devotionem quam dudum parvulus elegerat, iam perfectus impleret. Nam construens coenobium Complutensem , iuxta divina praecepta nuhil sibi reservans, omnem a se facultatis suae supellectilem eiiciens et ibidem conferens, eum locupletissime ditavit; et tam ex familiae suae quam ex converis e diversis Hispanae partibus sedulo concurrentibus cum agmine monachorum affluentissime complevit” (Vita, cap. II, col. 460). 22 M. C. DÍAZ Y DÍAZ, El monacato fructuosiano…, p. 35. 23 O.c., p. 398. 24 Cf. PL, 87, cols. 1099-1109. Algunos manuscritos incluyen otros dos a continuación: “De senibus” y “De die dominica”. Fray Justo cree que estos dos capítulos pertenecen a la Regula communis (O.c., p. 43, nota 1).
monásticos –De orationibus, De hebdomadariis, De hospitibus, peregrinis vel infirmis, De officio abbatis, etc.- aparecen otros más curiosos y llamativos, como es el del cuidado de las herramientas y utensilios –De ferramentis et utensilibus- el de los charlatanes y lascivos –De clamosis et lascivis- o el dedicado a los mentirosos, ladrones y pendencieros: De mendace, fure et percussore monacho. Para custodiar las herermientas crea nada menos que un oficio monástico; para corregir a los charlatanes y lascivos prescribe castigos corporales y ayunos; y contra mentirosos, ladrones y pendencieros propone la evangelica corrección fraterna complemetada con otra serie de castigos coporales, reclusiones, etc. Estos temas contemplan, a mi juicio, un ambiente semipagano cristianizable a través de la vida y normas monásticas. Fray Justo, después de reducir al mínimo la influencia que la Regla de san Benito pudo ejercer sobre la de nuestro santo, muestra, sin embargo, los paralelismos que muchos de los preceptos fructuosianos mantienen con las Reglas de san Pacomio, san Jerónimo e, incluso, san Isidoro; en este caso endureciendo sus prescripciones25
Si bien lo más característico del monacato fructuosiano es el pactualismo por el que el monje se vincula al monasterio en la persona del abad y el federalismo de los monasterios –de los que hablaremos más adelante- creo que debemos destacar la hospitalidad, como medio de evangelización además de ejercicio de la caridad cristiana. El “hospedero del Bierzo” como llama don Antonio Viñayo a nuestro Fructuoso26. Lo mismo que Isidoro, Fructuoso sitúa los edificios hospitalarios -hospedería y enfermería- en lugar apartado del resto de los edificos monásticos. El abad el responsable último de la atención hospitalaria, aunque, como nos recuerda Viñayo, toda la comunidad estaba de una u otra manera implicada en el servicio y atención de los huéspedes. De hecho todos los conversos que esperaban el ingreso en la comunidad monástica debían pasar un año al servicio de la hospedería “haciendo las camas de los huéspedes y peregrinos, calentándoles el agua para los pies, acarreando sobre sus espaldas cada día las cargas de leña, y todo ello en actitud de servicio y de humildad”27. La hospitalidad fructuosiana llegaba a un amplísimo sector de la sociedad: peregrinos y viajeros, enfermos, familias acogidas al monasterio, niños, ancianos, y “otros huéspedes involuntarios y atípicos” como califica
25 Los monjes españoles…,I, pp. 431-434. 26 A. VIÑAYO, La hospitalidad monástica en las Reglas de San Isidoro de Sevilla y San Fructuoso del Bierzo: El camino de Santiago. La hospitalidad monástica y las peregrinaciones, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1992, pp. 39-52, concretamente, p. 43. 27 Dice la Regula monachorum, en su cap. XXI: “Hospitibus sive peregrinis stramina comportavit, aquam calefaciens pedibus, et omnia humiliter ministeria exercebit, fascemque lignorum suo quotidie dorso ferens hebdomadariis tribuens” (PL, 87, 1109).
Viñayo a criminales y desertores del ejército que acudían al monasterio en busca del refugio sagrado. Llegaba incluso a ciertos reos, que la justicia encomendaba a la custodia del abad28
2. San Pedro de Montes
Sin embargo, aquella multitud, aun organizada bajo la Regula, no cuadraba bien con los deseos de soledad de Fructuoso que abandona Compludo y se retira al monte Aquiano y termina fundando nuevo monasterio: el monasterio de San Pedro de Montes. El autor de la Vita da poca importancia a esta fundación, que menciona como de pasada: “Después de este episodio –se refiere al lance ocurrido con un cazador que casi le cuesta la vida- retirándose en estrecha, remota y alejada soledad, allá en la falda de unos elevados montes, construyó el monasterio Rupianense -nuestro San Pedro de Montes- detrás de cuyo altar se aderezó un estrecho y reducido habitàculo –una ergástula- y se recluyó en él”29 .
Éste será el más famoso, importante y duradero de los monasterios fructuosianos. Su vida continuará, sin solución, hasta la exclaustración de 1835 y sus ruinas hasta nuestros días30
Dos circunstancias se me antoja destacar de estos dos buques insignia del monacato fructuosiano: el frecuente, quizá continuo trasvase de personas entre uno y otro monasterio y los frutos de santidad cosechados a lo largo del tiempo, desde el propio Fructuoso, san Máximo, san Valdario y, el más célebre de todos ello, san Valerio. Frutos de santidad que formarán parte de la herencia y tradición fructuosianas de los siglos posteriores.
3. Otros monasterios
Poco le duró la paz y el retiro. Vienen por él los monjes de Compludo, y lo retienen allí hasta que puede escaparse a la sierra de Aguiar para fundar el monasterio de San Félix de Visonia, el monasterio Visonense.
28 Cf. A. VIÑAYO, O.c., pp. 46-50 29 “Post haec, denique in vastissima et arta atque procul a saeculo remota splitudine, in excelsorum montium finibus extruens monasterium Rufinianensem et erga sanctum altarium se in angosto et parvulo restrusit ergastulo” (Vita, cap. V: PL 87, col. 462). 30 Cf. G. M. COLOMBÁS, San Pedro de Montes: DHEE, III, Madrid C.S.I.C., 1973, pp. 16541655.
“Pero en Compludo –dice fray Justo- no podía encontrar la soledad. Salió muy pronto para alejarse más que antes, con propósito de esconderse donde nadie le conociese”31
Nuevamente acudimos a la Vita que nos lo explica con trazo lacónico pero enérgico: “Trancurrido algún tiempo en aquella quietud, salió del monasterio de Compludo la multitud de sus monjes y piadosa pero enérgicamente lo sacaron de su encierro y lo recondujeron al lugar de origen. De todas formas, se escapó finalmente y construyó el monasterio visonense en los límites del terrotorio bergidense y la provincia de Galecia”32 .
De localización no segura, probablemente se trate del actual San Juan de Visonia, entre Villafranca y Corullón, según apunta el erudito historiador de la iglesia asturicense don Augusto Quintana Prieto33; aún conserva su iglesia románica. Tras la fundación, no volvemos a tener noticas de él hasta el año 1125, fecha en que la reina doña Urraca lo dona al monasterio de Santa Marina de Valverde. Junto con éste pasa a formar parte del patrimonio del monasterio de Santa María de Carracedo quedando reducido a simple granja34 . No cabe duda de que nuestro santo monje tiene intención de alejarse de sus primitivos monasterios probablemente para evitar episodios como los anteriores en que sus monjes y sus gentes lo reclaman una y otra vez. Es así como llega “in alia parte Galleciae”, al otro extremo de la Galecia. Pero su alma monástica no puede prescindir del cenobio como modo de vida natural. Es así como funda el monasterio Peonense, que fray Justo Pérez de Úrbel y Maximiliano Arias identifican como San Juan de Poyo, en la provincia de Pontevedra35. Más lacónica no puede ser la Vita al narrarnos esta fundación:
31 O.c., p. 390. 32 “Cumque ibidem -continúa la Vita- aliquanto tempore quievisset, aegressaa est omnis congregatio Complutensis coenobii multitudo monachorum; pie violenti venientes eiecerunt eum de eadem clausura et ad pristinum reduxerunt locum. Demum itaque egrediens, inter bergidensis territorii et Galleciae provinciae confinibus aedificavit monasterium Visuniensem” (Vita, V: PL 87, col. 402). 33 Cf. A. QUINTANA PRIETO, Visonia, San Fiz o San Feliz: DHEE, III, Madrid, Instituto Enrique Flórez, 1973, p. 1713. 34 Ibid. 35 J. PÉREZ DE ÚRBEL, Peonense (monasterio): DHEE, III, Madrid 1973, p. 1620; M. ARIAS, Poyo, San Juan: Ibid., p. 1625.
“Y después, en la costa del otro extremo de Galecia, levantó el monasterio Peonense”36 .
A continuación, en una de las islas de Bayona, y tras la peripecia de la barquilla que arrastra el oleaje mar adentro, funda otro monasterio, sólidamente fortificado, no sin antes asegurarse de que contaban con agua dulce que extraerían del pozo previamente excavado37 . Conocido es el viaje emprendido y realizado desde Galicia hasta la gaditana isla de León, pasando por Emerita Augusta e Hispalis. De esta manera –dice fray Justo- aquel monje, inflamado de Dios, había recorrido la Península entera, de punta a punta. Su peregrinación había sido una gran obra apostólica. Sólo su presencia conmovía a los pueblos y la fama iba delante de él predicando sus milagros y sus virtudes”38 .
No sabemos cuántos monasterios fundó Fructuoso en la Bética. Tenemos noticas ciertas de tres de ellos. Uno se alzó en la propia isla de León. El segundo, estaba en tierra firme, a unas nueve millas del mar y, por lo mismo, fue llamado Nono39. El tercero, en fin, lo levantó el santo fundador para albergar a la noble Benedicta, prometida contra su voluntad de un gardingo del rey40 .
36 “Atque postmodum ex alia parte Galleciae in ora maris construxit monasterium Pheonensem” (Vita, VI, PL, 87, col. 462 37 Así se narra en la Vita: “Et dum multa ibi intentio esset navigandi in mare in longinquo ponti pelago, non grandem reperit insulam. Ubi, dum concupisset cum Dei iuvamine fundare monasterium…Et dum intente cum discipulis suis sub quadam rupe laboraret ut aqua dulce produceret… Ad idemque demum regrediens insulam…promissum cum Dei iuvamine construxit monasterium solitoque exercitio eum dedicans, strenue reliquit munitum (Vita, VI, cols. 462-463). En este resumen hemos prescindido del episodio del rescate milagroso de la barquichuela arrastrada mar adentro por las olas. 38 J. PÉREZ DE ÚRBEL, Los monjes españoles en la Edad Media, I, Madrid, Ediciones Ancla, 1945, p. 409. 39 Sobre este monasterio puede verse T. MORAL, Nono: DHEE, III, Madrid 1973, p. 1608, con selecta e interesante bibliografía. 40 Así leemos en la Vita la fundación del monasterio de la isla de León: “Cumque praefatam, suffragante Deo, gaditanam ingressu fuisset insulam, ex alia parte quasi sol oriens inluminaturus Spaniam, aedificasvit sanctum ope Domini monasterium solitoque coenobiali ritu regulare eum instruxit exercitii rudimento” (Vita, XIV, PL, 87, 466). Continúa después con la fundación del Nono, que resumimos: “Denique, in abdita vastaque et a mundana habitatione remota solitudine praecipuum et mirae magnitudinis egregium fundavit cum Dei iuvamine coenobium et, quod ob ora maris novem millibus distat, et nomen dedit Nono” (Vita, XV, PL 87, 466). En fin, la fundación del monasterio de Benedicta se cuenta, resumidamente, asi: “Quaedam virgo sanctissima, nomine Benedicta, claro genere exorta atque ex gardingo regis sponsa…fugiens parentibus, appropinquavit ad sanctam coenobii congregationem…suggessit…sanctissimo viero ut ovem errantem de liporum