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Una labor, un personaje...

pues! Lo demandé y todo, no me quedé sin hacer nada. Ahora, viendo mi vida, me siento orgullosa de lo realizado, pues tengo a siete maravillosos hijos, de los cuales seis con profesionales, y son todas maravillosas personas”, señala doña Mirna.

Pronta a cumplir 80 años, y pese a problemas de salud, Mirna Ríos demuestra una energía y ganas de vivir envidiables, a la vez que, gracias a sus habilidades manuales, emprendió con su negocio de tejidos.

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FACETA EMPRENDEDORA

Desde hace 23 años, que ya con la “tarea cumplida”, la mujer comenzó un emprendimiento de tejidos artesanales, que lleva su nombre, en el que afirma “le va muy bien”, actividad que hoy hace por gusto y no ya por obligación, siendo a la vez una terapia y su fuente de ingresos.

“La verdad es que aprendí a tejer solita viendo a mi madre y demás personas, fui bien autodidacta. Hago desde gorritos, bufandas, chalecos, ponchos, polainas, faldas, etc., usando lana, algodón e hilo, en técnicas de palillo y crochet. Ya tengo una clientela que me encarga cositas, y cada cierto tiempo me invitan a exponer tanto desde la Municipalidad como de la Delegación, lo que agradezco mucho”, sostiene,

Doña Mirna a sus años se ve muy bien, y asombra que recuerda las fechas con exactitud, pero dice que lamentablemente padece de varias enfermedades y que hasta la atropelló una vez un automóvil a la salida del Pueblito de Artesanos de Pirque. Así y todo, asegura nunca se ha dado por vencida, y que hasta puede tejer sin la necesidad de ocupar lentes. “Mi consejo a la gente es que no se echen a morir. Uno puede tener 90, 100 años, pero siempre va a ser útil y tendrá algo que aportar. ¿Sabe? cuando cumpla 80, ¡voy a tirar la casa por la ventana!”, cierra, entre risas.

TALLER LITERARIO «LA ROCA»

Dirección: Magdalena Medina Arenas

NO LO DIGAS . . .

En San José de Maipo, hace ya 78 años, nace Mirna Ríos Gaete. Su padre trabajaba en la Compañía Eléctrica de Chile (la única empresa que abastecía a todo Santiago por esa época), mientras que su madre, profesora, no ejerció, pues se dedicó a la crianza de sus 13 hijos, siendo doña Mirna la tercera entre sus hermanos.

Luego la familia se mudaría a Curicó, al fundo de una abuela, en búsqueda de mejores oportunidades de vida. Allá, en la Viña Lo Hermita, trabajaron todos, pero lamentablemente la actividad en el campo no era lo que se les había prometido, unido a que todo quedaba demasiado lejos, muy a trasmano, dificultando además la educación de los niños.

Es así como ya de vuelta en la capital, en 1952, se establecen en Puente Alto, comuna de donde doña Mirna no se movió más, cursando sus estudios, y se casó a los 22 años, teniendo 7 hijos, los que prácticamente crió sola, por lo que siempre tuvo que trabajar para así poder sacarlos adelante.

“Me desempeñé en el comercio, en dactilografía, como secretaria ejecutiva, y más adelante pude tomar cursos de asistencia a enfermos, etc. Tuve que saber compatibilizarlos con las labores diarias de ser madre. ¡Fíjese que mi marido se casó de nuevo yo sin saberlo

Verano, calores abrumadores y deseos inmensos de llegar pronto a destino. Aunque, pequeños, sus sentidos captaban en el aire, la agitación e inquietud de la masa viajante en el destartalado “micro”, atochado de humanos con paquetes, aves, maletas y mascotas, quienes habían recién descendido del “trocha angosta” en la estación de Licantén. Iban por una ruta polvorienta, propia de los campos chilenos en los años 50 -60 rumbo a las pacíficas caletas de Iloca y Duao. Mar tibio, playa, sol y arena les esperaban. Los disfrutaron.También hubo noches estrelladas y camitas blanditas en la casita de adobes que les cobijó por esa semana de paseos y alegría. Pero, como sabemos, todo tiene un final. Llegó la hora del regreso en el vetusto y lento transporte, luego el trencito y más tarde el tren grande, espacioso y rápido. Sentados junto a la ventana los tres pequeños conversaban animadamente, cuando de repente, mirándose con curiosidad hubieron de recibir una extraña orden de su madre: “no contéis donde estuvimos ni con quién viajamos! ¿ya?”. Mas, rápidamente la orden se esfumó en las mentes infantiles y siguieron con sus pláticas de colores, formas y dimensiones incomprensibles para un adulto. Al cabo de 15 días ya en casa, recibían la visita de su padre y entre embelecos, cuentos y risas, la pequeña comenzaba a relatar la entretenida aventura vivida en la costa. Enojado, rápidamente el mayor le reprochó:” que te dijo mi mamá?...no lo digas… Tatkoeam Terapeuta

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