Puesto de Combate No.81

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Puesto de Combate Revista de la Imaginación Año XLIII - No. 81 - 2015 Licencia No. 001129 del Ministerio de Gobierno Oficina de Derechos de Autor ISSN-00120-6079 Director-Editor: Milcíades Arévalo milciadesarevalo@gmail.com Subdirector: Marco Iván Escobar Consejo Editorial: Fernando Hernández Vélez, Oscar E.

Bustos, Luz Eugenia Sierra, Marcos Fabián Herrera Muñoz. Tony Arévalo. Diseño portada: Nicolás Arévalo Foto: Poeta José Manuel Arango © Milcíades Arévalo Diseño y Diagramación: Luz Mery Avendaño

Dirección Correspondencia: Carrera 3 No. 10-89 La Candelaria-Centro Tel: 2849205 - Cel: 312-3768380 Email: milciadesarevalo@gmail.com Bogotá - Colombia Impresión: Gente Nueva Editorial Carrera 17 No. 30-16 PBX: (571) 3202188 Bogotá D.C.-Colombia Puesto de Combate es una publica­ ción sin ánimo de lucro, dedicada en su totalidad a la divulgación de la literatura de Colombia y del mundo. Las opiniones y los artículos publicados en cada entrega son responsabilidad de sus autores. Depósito legal Conforme a la ley

racias al entusiasmo del poeta Guillermo Martínez, del escritor Jaime Flórez y del librero Gustavo Zuluaga, me permito hacerle un homenaje sencillo y caluroso al poeta José Manuel Arango, quien para unos es un excelente poeta, para otros un maestro del Haiku, para los de más allá un genio del erotismo, un matemático, enamorado de la poesía y de las montañas aledañas a Copacabana, ese pueblo tan mágico y querido de Antioquia.

José Manuel Arango: un maestro del silencio Guillermo Martínez González

A José Manuel Arango, lo conocí personalmente en el paraninfo de la Universidad de Antioquia, en el año de 1997, justo cuando le hacíamos un homenaje a Raúl Gómez Jattin. No era hablador, sino más bien introvertido, callado y silencioso como son los filósofos y los matemáticos de este mundo; había que ponerle mucha atención porque cuando hablaba era como oír el susurro de la lluvia en un bosque de sauces.

por una desnudez que ante las tentaciones de la elocuencia prefería la precisión y el silencio. Se podría hablar de su deuda con algunos poetas norteamericanos como William Carlos Williams o Emily Dickinson, en la propiedad para transmitir imágenes concretas y visibles y lograr con elementos mínimos la resonancia de la creación; de la presencia de algo así como el pensamiento oriental en su íntima simpatía con todo lo que existe y está destinado a desaparecer, de su amor por la naturaleza y el alma de todo lo que fluye, de su don de abarcar en el instante la complejidad de la vida, de su manera de encontrar un tono reflexivo basado en la concentración de la experiencia para evitar el discurso o la idea que juzga; de la meditación de los estoicos, en su serena ironía ante la brevedad de la vida y el papel del sufrimiento en el gradual aprendizaje de la fragilidad de todo lo existente.

Como todos los buenos poetas, murió muy joven (2002) y lo que más le gustaba eran las montañas, la buena comida y el vino. Durante su vida compartí buena cantidad de libros de poesía y revistas como Acuarimántima y Deshora, porque era un revistero incansable. La poesía no tiene otra finalidad que ella misma, como decía Baudelaire. Un poema no es útil, como un cuadro no es unos zuecos. Aquí tal vez habría que distinguir utilidad de eficacia. La poesía es eficaz, nos cambia, nos enseña a ser –o, mejor, a no ser–. Pero todo eso cabe precisamente dentro de la poesía; no es una finalidad exterior a ella” (13 entrevistas a poemas colombianos (& una conversación Imaginaria). Quintero Ossa, Robinson Letra a Letra, Bogotá, 2014.

Por otra parte, si en esta entrega hay gran cantidad de poetas de distintas tendencias y regiones del país, no es porque se hayan unido para rendirle un homenaje a José Manuel Arango, sino porque no hay espacios dónde publicar poesía, ni medios que la difundan. Sé que muchas librerías han desaparecido y las que quedan se han vuelto selectivas y no reciben libros de autores desconocidos. Y sé también que muchas librerías han cerrado sus puertas para siempre porque Colombia es el país menos lector del mundo, así tengamos una gran industria editorial y miles de poetas. Por eso hay tantos poetas en esta entrega, pero ya vendrán otras dedicadas al cuento, a la poesía, al erotismo. Milcíades Arévalo Sociedad de la Imaginación

Poeta José Manuel Arango. © Milcíades Arévalo.

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ocos poetas colombianos como José Manuel Arango, han obtenido en los últimos tiempos la admiración unánime de sus lectores. Autor de cuatro libros de poemas y de tres tomos de traducciones desde la lengua inglesa, la obra de José Manuel Arango fue creciendo lenta y con prolongados intervalos a partir de su primer libro Este lugar de la noche, publicado a la edad de los 36 años1. Escritura pues sin precipitaciones o alardes de precocidad, que poseyó desde el mismo comienzo una inequívoca madurez, un lenguaje propio, un tono distinto y plenamente logrado. Una voz que en contraste con algunas tendencias en boga en el momento de su aparición, se inclinaba por la ausencia de ostentación,

Aunque todo aquello pueda ser verdad, no es suficiente para descifrar la condensación y la ambigüedad de los poemas de José Manuel Arango, la delicadeza de su silencio, de su percepción de lo invisible en la experiencia concreta, la perplejidad de su registro ante el espectáculo palpitante de lo que nos rodea. Nos parece que muchas de las claves de su exploración, parten de las primeras vivencias con el paisaje natal, de la pureza contundente con que se acercó a los primeros árboles y al primer río, al despliegue milagroso de la luz y la sombra. En alguna plegaria o maldición de su padre, debió aprender sobre el poder de las palabras para conjurar la realidad. En algún juego o caída, en algún lamento o algarabía, se ilustró desde muy temprano sobre la inocencia voraz del universo, sobre la lucha pavorosa de las criaturas para sobrevivir, de la extraña condición de los hombres para experimentar tanto el asombro como la indigencia. La meditación sobre el lenguaje es esencial en la poesía de José Manuel Arango. Basta mirar con un poco de detenimiento sus poemas, para sentir de inmediato


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la cautela con que se escogen las palabras, la precisa elección de cada partícula temporal, la limpidez que concentra la vibración de cada una de las imágenes, la exactitud de lo revelado, la gravitación del silencio sobre la atmósfera total de su visión. El mundo se asume como una caligrafía reluctante, como un texto secreto a descifrar, en el que de manera muy diestra se mide el peso de cada sonido, de cada pausa, de cada unidad y disyunción. Piezas maestras de precisión y despojo, los poemas dicen y callan; en el dibujo de una extrema transparencia, poseen un espacio intangible, se sustentan en el vacío, en una zona leve donde las cosas son y están a punto de extinguirse.

Lo sagrado como experiencia que arroja a lo mítico, que nos sobrepasa o nos excede, es constante en la poesía de José Manuel Arango, cubre con el asalto de lo súbito o imprevisible cada una de sus palabras. Sólo que esta dimensión se presenta dentro del mundo, carece de pretensiones teológicas, irrumpe en lo cotidiano, en lo que vemos, sin que sea posible establecer los senderos precisos de lo religioso y lo profano. A la manera oriental es un don que invade, algo que fluye desde lo ínfimo, desde lo que más denuncia su fragilidad. Basta la ruptura del instante, el desdoblamiento de la vigilia, la aparición del vocablo silenciado, para que surja como una antigua comunicación entre los hombres, entre todas las criaturas del universo.

La imagen del sordomudo que se debate en el bailoteo de sus manos para tratar de decir lo que bulle en su alma, es una de las obsesiones más constantes de José Manuel Arango y una de las figuras con la que intenta expresar no sólo el misterio y la fragilidad de la comunicación, sino la condición fulgurante y menesterosa del poema. Así, el sordomudo tantea en la sombra, en las fronteras de lo desconocido para que brote lo entrañable, lo que pertenece a las zonas más profundas de la vida y, no es casual, que uno de los textos más bellos sobre este tema se titule Asilo:

si en mitad de la noche nos despierta un olor de incendio y abrimos la ventana y entre los árboles hechos de dura sombra está sólo el aroma de las frutas en sazón

Ardua vigilia de los sordos en sus cráneos los silenciosos hundimientos de los valles del mar

qué más sino la dolorosa alegría de que nos hayan visitado una vez los rojos querubines del fuego4

los ojos dolorosamente abiertos 2

De la noche, de su condición ritual y onírica, de sus citas ignotas, de su peregrinación que diluye las certezas diurnas, de sus pasajes en los que por fin se revela un rostro perdido, se origina esta escritura secreta y ambivalente, esta escritura crepuscular, que transcurre hacia el vacío, hacia el súbito estupor, hacia la indeterminación de los límites. Una instancia decisiva, la constituye la experiencia erótica. En una inmersión que funde el sueño y la agonía, pone a prueba los cuerpos en lo desconocido, en la unidad de la vida y la muerte, el autor de Signos, ha escrito los más bellos y delicados textos sobre la vastedad del amor y los oleajes del deseo.

Lo que preocupa a José Manuel Arango es que el lenguaje revele una identidad, extraiga, como lo ha dicho varias veces, lo que somos. En su caso, la comunión con el paisaje, la presencia verdadera de las montañas y los pájaros; la experiencia esencial que permite el conocimiento de la vida; las criaturas palpables e invisibles que lo rodean y originan una visión en la que es inconfundible el tono de brevedad, la noción del tiempo que pasa, la sensación radical de que estamos de viaje y todo el aprendizaje tal vez consista en desprenderse, en no aferrarse a nada.

La complejidad de ese encuentro, su doble sentido de sacrificio y transfiguración, lo ha logrado transmitir, con la creación de una imagen emblemática y sutil,

En una conversación significativa con la poeta Piedad Bonnett, nos ha hablado de un elemento fundamenPuesto de Combate

más lúcido y compasivo; la imagen del viejo en brega con el tiempo, en la comprobación seca y distante de que todo se pudre.

tal de toda su obra: “No creo que los dioses no existan o que estén muertos. Los dioses son ciertas fuerzas, ésas que uno encuentra por todas partes. En un árbol, en un pájaro, en una muchacha, en cada cosa. En los niños, los nietos, por ejemplo, que son como duendes. Es decir, que este mundo está lleno de diosecitos…o de demonios”3.

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En realidad, detrás de su parquedad y timidez, de sus gestos de noctámbulo y fumador empedernido, José Manuel Arango tuvo siempre una aguda conciencia de la muerte, entendió, desde el mismo comienzo, que su hilo secreto confiere sentido a la vida, a todo lo que palpita sobre la tierra; de allí, su palabra tatuada de desnudez, la ironía, el demoledor interrogante, ante el espectáculo de los que no se percatan del abismo insondable y embebidos por la ceguera de la arrogancia se creen dueños de la tierra. Bogotá, D.C., agosto de 2015

Poeta José Manuel Arango. © Milcíades Arévalo.

la figura de la doncella que se inicia en la herida del amor, las ceremonias del cuerpo, el signo seminal y fulgurante del acto erótico qué solitario tu llanto silencioso de miedo, de alegría la noche que en tu lecho de niña y señalada con un trazo de sangre en una adolescente milagrosa despertaste transfigurada5 La montaña, una presencia que acompañó siempre a José Manuel Arango, en el lenguaje de los símbolos, puede significar ascenso y purificación, punto de encuentro entre el cielo y la tierra y, sobre todo, espacio de la iniciación y el conocimiento6. La insistencia de la vida, su terquedad no obstante todas las amenazas, es una tensión constante en la poesía del autor de Cantiga, da lugar a un registro sereno de la certeza de la muerte; a la contemplación de la vida con un ánimo de balance en el que de manera lenta e irónica se impone la noción de sobrevivencia, la condición del transeúnte bañado por el polvo. Originó un poema memorable como Cantiga de enamorados7: “que se seque la lengua y el corazón se enhuese, que se sequen y se enhuesen los ojos”, en el que la cópula se asimila más a una danza de la muerte, en el que los amantes entrelazados rememoran a los esqueletos de Brughel y Guadalupe Posada. Dio lugar también a los pensamientos del viejo, en la posibilidad de un monólogo

José Manuel Arango, nació en El Carmen de Viboral (Antioquia) en 1937 y murió en Medellín en 2002. Publicó en vida los libros de poesía: Este lugar de la noche (1973), Signos (1978), Cantiga (1987) Montañas (1995) y Poemas Escogidos (1997). Las traducciones publicadas: Tres poetas norteamericanos: Whitman, Dickinson, Williams (1991), En mi flor me he escondido de Emily Dickinson (1994) y El Solitario de la Montaña Fría de Han Shan (1994). Después de su muerte apareció La tierra de nadie del sueño (2002), que recoge poemas que se hallaban inéditos hasta ese momento. En 2009, se publicó en España, con edición y prólogo de Francisco José Cruz: José Manuel Arango poesía completa.

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Todas las citas de los poemas son tomadas del libro: poesía completa José Manuel Arango, edición y prólogo de Francisco José Cruz, Biblioteca Sibila-Fundación BBVA De Poesía en Español, Sevilla, España, 2009, p.334. Asilo, pertenece a Este Lugar de la noche, p.23.

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Piedad Bonnett, Entrevista con José Manuel Arango. La tierra de nadie del sueño, Poemas póstumos. Ediciones Deshora, primera edición, Medellín 2002, p.51.-

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Este lugar de la noche, Ob. Cit., p.27.

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Signos, Ob. Cit., p.85.

Ver el Diccionario de símbolos, de Juan Eduardo Cirlot. Ediciones Siruela, 3ª. Edición, Madrid, 1998, p.315-317.

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Cantiga, Ob. Cit. p.171. Puesto de Combate


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Hojas al Viento servaba la memoria de José Manuel, ese mismo recuerdo que alguna vez le contó a Piedad Bonnett:

El poeta y la flaca

“Un día estoy yo allí [en la finca de mi abuelo] y, de pronto, cuando salgo al corredor de atrás, como salido de los cuentos de aparecidos que contaba mi abuela, veo un fantasma. […] Era un ser muy extraño, que dio la vuelta y se perdió por el maizal. Yo sabía que era algo sobrenatural, que no era un ser de este mundo, y estuve aterrado por mucho tiempo”.

Por Jaime Flórez

Lejos de la imagen del poeta maldito, José Manuel Arango quiso ser un tipo común y corriente, pero no pudo. Doce años después de su muerte, su nombre aún provoca miradas que traslucen admiración y cariño.

contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte. En su último cumpleaños, algunos amigos invitaron a José Manuel a un restaurante santandereano en la vía a Las Palmas, en las afueras de Medellín. En medio del almuerzo les dijo a los reunidos: “Me están agasajando mucho, ¿será que me voy a morir?”, así, como en chiste, lo recuerda Luis Fernando Macías. En los últimos meses le hicieron entrevistas, homenajes en Bogotá y en Medellín. El Hamaquero lo llevó a grabar sus poemas, casi contra su voluntad, en la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia; a él le dijo algo parecido: “Hamaquero, vos sos medio brujo. Yo creo que sabés que me voy a morir y por eso me están haciendo tanta cosa rara”.

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las siete de la mañana del 4 de abril de 2002, José Manuel se tomó el primer aguardiente del día, el penúltimo de su vida. Clarita no protestó, tras 37 años de matrimonio sabía que una copa era el remedio para los dolores del cuerpo que achacaban a su esposo. Distintos eran los dolores del alma que también lo agobiaban por esos días, para los que José Manuel no tenía cura ni calmante. Estaba inquieto, pesimista, había vuelto a leer a Schopenhauer y se había convencido de que el mundo lo manejaba el diablo con la pezuña. Cuando pidió el segundo, el último trago, Clarita se alarmó, así no era el remedio. Antes de su esposa, un par de amigos habían presentido lo que pasaría al día siguiente. El más silencioso de los poetas los llamaba por teléfono y les hablaba largo rato. “José Manuel está raro, como si se fuera a morir”, comentaban proféticamente entre ellos.

La vida había comenzado para José Manuel Arango 64 años atrás, el 5 de octubre de 1937, una hora antes de la media noche en El Carmen de Viboral, un municipio del Oriente antioqueño que hoy es habitado por más de 40 mil personas. Pero en ese entonces el pueblo, en palabras de José Manuel, era una aldea: dos, tres calles recubiertas por polvo de loza triturada. “Uno salía y el campo estaba ahí mismo”.1

“La mirona” andaba rondando por ahí, como “augurio”, escondida “en los grifos del agua”, entre “los espantapájaros”. De ella se venía hablando con recurrencia en las tertulias literarias que José Manuel y Gustavo Zuluaga, El Hamaquero, uno de sus amigos más cercanos, coordinaban en el Jardín Botánico. En la última tertulia había leído con emoción las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, esas que empiezan diciendo:

Fue el hijo mayor de Clímaco Arango y Teresa de Jesús Pérez; el hermano de Celia, Sixto, Margarita, Hernán y Gloria; el esposo de Clara y el padre de Rodrigo, Teresa y Gustavo. Fue un profesor de filosofía, un aficionado al jazz y a las rancheras de José Alfredo Jiménez, un lector infatigable y, entre muchas otras cosas, un poeta, uno de los mejores poetas en la historia colombiana. La relación de José Manuel con la muerte fue cercana. “La Flaca” estuvo presente en cada uno de sus libros;

Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, Puesto de Combate

La Flaca tocó a la puerta del hogar de los Arango en la Semana Santa de 1964 para llevarse a don Clímaco. El padre nunca tuvo una ocupación fija, fue sacristán y también trabajó en Correos Nacionales, viajaba entre Puerto Berrío y Medellín mientras recogía y repartía el correo en cada uno de los pueblos por los que pasaba el tren. “Era supremamente religioso, laureanista, creo, godo en todos los sentidos, social y políticamente”, recuerda Gloria, la hija menor. “Mi papá tenía una clasificación moral de las películas. Si a Celia la invitaban a cine, la película tenía que estar en la clasificación ‘para todos’, y si no la encontraba en su clasificación moral se iba para donde el cura a preguntarle por esa película”.

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Samuel Jaramillo y el Poeta José Manuel Arango © Milcíades Arévalo.

a veces revestida de cierta solemnidad, a veces con ironía. “Una confiancita con la muerte se le ve, un juego”, dice Anabel Torres, quien tradujo al inglés Este lugar de la noche, el primer libro de José Manuel.

Fue don Clímaco, quizá, con quien José Manuel sostuvo una relación más tensa: “Tal vez porque el padre es la ley, porque la relación con él es más conflictiva. Toda la adolescencia fue una pelea con el padre”, decía el mismo poeta.

La muerte fue compañera del poeta, el complemento, la otra cara de la existencia que merodeaba todo el tiempo: “La muerte está ahí, delante de nosotros (o detrás de nosotros), todos los días. Y es tal vez la que nos hace abrir los ojos”, le dijo en una entrevista a la revista Babel.

Una larga conversación Cada noche converso con mi padre Después de su muerte nos hemos hecho muy amigos Tras la muerte del padre, José Manuel se hizo cargo de la familia. Tenía 26 años y enseñaba filosofía en la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja, el mismo claustro en donde se había graduado como Licenciado en Educación y Filosofía tres años atrás. Margarita, Sixto, Hernán, Gloria y Teresa, su madre, se mudaron a la capital boyacense. Los muchachos se fueron adelante con el trasteo, después llegaron las mujeres: “José Manuel terminó de criarnos a nosotros. Fue un excelente padre para mí y un excelente hijo; a mi mamá la quería, la consentía, duraban hasta altas horas de la noche conversando, él le contaba todas sus cosas”, recuerda Gloria.

Si estoy, está conmigo. Si me atareo en mis asuntos, me sigue. Ojea por sobre mi hombro si leo, atisba por sobre mi hombro si hago. La muerte era una presencia latente en su poesía y en cada acto de la vida, incluso en el amor: Pongo mi mano en tu cintura. Y ya, debajo de la mía, hay otra mano. Tantos muertos. Y qué hacen aquí, quién los ha invitado.

El poseído

En estos versos piensa Ángela Gómez, sobrina mayor de José Manuel, cuando dice: “A veces me pregunto si él tenía algún tipo de percepción extrasensorial y si sentía seres distintos a los que habitan aquí”. Piensa en esos versos y en el recuerdo más antiguo que con-

A veces siento en mis manos las manos de mi padre y mi voz es la suya 7

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Hojas al Viento gunos de sus poemas y le pidió su opinión. “Para mí fue una sorpresa y un deslumbramiento. Yo no sabía ni sospechaba que él escribiera. Nunca había dicho nada al respecto; hasta entonces su condición había sido la de un gran lector de cuanto libro circulaba”, cuenta su amigo en el relato titulado “Nunca extravió el camino”.

un oscuro terror me toca quizá en la noche sueño sus sueños y la fría furia y el recuerdo de lugares no vistos son él repitiéndose soy el que vuelve cara detenida de mi padre bajo la piel sobre los huesos de mi cara. Solo Celia se quedó en El Carmen porque estaba a punto de casarse, al igual que José Manuel. Ese mismo año, el 10 de octubre, en la iglesia de las Nieves, en Tunja, el poeta contrajo nupcias con Clara Aurora Leguizamón, la mujer que lo acompañaría hasta el último de sus días.

Una noche de abril de 1973, José Manuel se reunió con Alonso Aristizábal, filósofo y poeta, en un café de la calle Maracaibo. Le mostró sus poemas y le pidió que le ayudara a encontrar el título. Alonso se sorprendió, como todos los que por esos días se enteraban de que el profesor de filosofía también escribía. “Entonces yo estaba obsesionado con lo que llamaba la poética de la noche de Bachelard y Blanchot. Abrí el legajo de hojas y de una vez apareció ante mis ojos un verso que dice ‘…este lugar de la noche’”, del poema “XIX”:

En 1967, José Manuel regresó a Medellín, donde había estudiado el bachillerato, para vincularse como profesor en el área de Filosofía, en la Universidad de Antioquia; allí enseñó hasta 1989, cuando renunció con el fin de disfrutar de su pensión de jubilación. Apenas dos años después de haber asumido el cargo viajó a Estados Unidos, se graduó como Master of Arts, en la Universidad de Virginia Occidental, y se encontró con la efervescencia social causada por la guerra de Vietnam, con el auge del hipismo y con la fuerte influencia cultural que ejercía aún la generación beat. Aunque sus ojos, su sensibilidad, se concentraron en los poetas de Black Mountain: Denise Levertov, Robert Bly, vitales en el desarrollo de su obra, menos estridentes, más acordes con su visión de la poesía, con su carácter.

la calle nace de un son de guitarra agosto cuando el calor tuerce las puertas y en este lugar de la noche purificado por la lluvia la memoria, en las plantas de los pasos del día y un oscuro animal en mi sangre Ahora era Elkin Restrepo quien acompañaba a José Manuel a la editorial. En las oficinas de Oveja Negra, sobre la Avenida Primero de Mayo, le presentó a Fernando Granda quien, por cinco mil pesos que pagó José Manuel de su propio bolsillo, diseñó y publicó 300 ejemplares de Este lugar de la noche que se terminaron de imprimir el 7 de agosto de 1973.

De vuelta en su tierra se reveló el poeta que en silencio, oculto, había estado cultivando una voz desde las épocas del colegio, cuando escribió sus primeros versos. En la Universidad de Antioquia se hizo amigo de Elkin Restrepo, el primer escritor al que José Manuel conoció en persona. Una tarde, Elkin le pidió que lo acompañara a una editorial a retirar algunos ejemplares de un libro que recién había publicado. Fue ese el impulso final que necesitaba. José Manuel no estaba seguro de que su poesía valiera algo, pero la atmósfera del lugar, el olor de la tinta fresca y el sonido de los linotipos lo contagiaron.

Fueron 47 páginas encuadernadas en una carátula negra ilustrada con dibujos de la luna. Adentro, un epígrafe de Diógenes Laercio: “Tales dijo que la substancia de las cosas es el agua y que todo está lleno de dioses”; una dedicatoria: “A Clara”; y luego 38 poemas, la revelación de la poesía de José Manuel Arango. El epígrafe de Este lugar de la noche desapareció en ediciones siguientes de la obra, pero no su significado: “El poeta interpreta, o intenta interpretar la realidad más común, como si allí se agazapara, bajo clave, una verdad última que ya no es de este mundo”, dice David Jiménez en su ensayo “La poesía de José Manuel Arango”.

Revisó sus papeles y una mañana en la Universidad, mientras se tomaba un café con Elkin, le entregó alPuesto de Combate

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Poeta José Manuel Arango y Milcíades Arévalo.

helado, él leía el periódico mientras ellos correteaban y jugaban. Sobre ellos habla su poema “Viendo dormir al hijo”:

Después vinieron Signos (1978), Cantiga (1987), Montañas (1995), sus poemas póstumos y varias recopilaciones y reediciones de su obra, así como las traducciones: En Tres poetas norteamericanos (1991) tradujo a Emily Dickinson, Walt Whitman y William Carlos Williams; En mi flor me he escondido (1994) volvió sobre los poemas de Dickinson y en El solitario de la montaña fría (1994) tradujo a Han-Shan. Además participó en las revistas Acuarimántima, DesHora, Poesía e Imago, y recibió el Premio Nacional de Poesía por Reconocimiento de la Universidad de Antioquia (1988) y el Premio a la Artes y las Letras de la Gobernación de Antioquia (1997). Su nombre se instauró así, lento, silencioso, sin aspavientos pero contundente, como era él, entre las antologías que reúnen a los mejores poetas nacidos en el país de José Asunción Silva.

Qué bello cuando duerme: De costado, una rodilla recogida, indefenso. Y esa queja en el sueño, desconsolada: ¿en qué sueña? ¿de qué se duele? Yo, que soy su padre, no sé de qué se duele. Rodrigo tenía 20 años cuando al fin se graduó del colegio y quiso estudiar artes plásticas. El 30 de noviembre de 1985 se enteró de que había sido admitido en la Universidad Nacional; en la noche salió a celebrar y un bus lo atropelló. Rodrigo murió. “Fue algo muy triste, era ver que ya su hijo no iba a alcanzar eso que tanto lo llenaba que era pintar, y en esos días estuvo pintando muchísimo, dejó muchos cuadros hechos”, recuerda Ángela, su prima.

Al tiempo que su obra ganaba reconocimiento, José Manuel vivió el dolor más hondo en su vida; de nuevo vino la muerte. Con Rodrigo compartía muchas cosas: el gusto por el arte, ciertas lecturas. “Era muy alegre, muy libre, los hijos de José Manuel crecieron con mucha libertad, con respeto, confianza y muy unidos a sus papás”, recuerda Guillermo Baena, amigo de la familia. José Manuel, Clara y sus hijos fueron muy unidos, solían sentarse a conversar y hacer cosas juntos, ir a cine, caminar. Cada domingo, era casi un ritual, José Manuel llevaba a sus hijos al parque, comían un

José Manuel, naturalmente, quedó devastado; se sentía huérfano, eso le decía a su esposa. Su silencio habitual se volvió doloroso, pero soportó la partida de su 9

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hijo mayor con valor, con discreción. Ni siquiera con sus amigos más cercanos se hablaba del tema: “Él era muy enemigo de la publicidad, muy enemigo de dolores convencionales: el pésame, el lo siento mucho, el qué pesar, de socializar las cosas por protocolo”, recuerda Jairo Alarcón, su colega en la Universidad por esos días.

un tinto. Desde que Luis Germán lo vio llevaba un cigarrillo en la mano, lo movía entre sus dedos, le daba vueltas, se lo ponía en la oreja, lo olía pero no lo encendía. Se sentaron en una de las jardineras de la plazoleta Barrientos y José Manuel seguía con su juego.

Dice Guillermo Baena que esa “fue una pena que le duró toda la vida, pero especialmente los cinco años siguientes, los más críticos. Vio la vida en una forma muy distinta, podría decir que muchos de los poemas de Cantiga vienen de ahí, le interesó mucho la muerte, su significado”.

–Es que me prohibieron fumar –le contestó–. Esto es como un desahogo; le doy muchas vueltas, lo huelo y, finalmente, me lo fumo, pero estoy fumando menos.

–José Manuel, ¿usted por qué no se fuma ese cigarrillo?

José Manuel se fumaba una cajetilla de cigarrillos diaria y, acompañado por el aguardiente, su trago preferido, aumentaba la cantidad. Muchas veces intentó dejar el cigarrillo pero no pudo y fue este vicio el que le causó su muerte.

José Manuel, por tradición, era el encargado de convocar a las reuniones navideñas de los Arango; ese año, apenas un mes después de la muerte de Rodrigo, lo hizo de nuevo. No hubo fiesta; a la media noche, antes de que comenzara el Año Nuevo, el poeta, el padre, salió a mirar las estrellas y lloró. “Obviamente no estaba de la misma manera pero estaba, sabía que tenía que seguir y siguió. Si no hubiera sido por la relación tan fuerte y hermosa que tenía con Clarita hubiera sido más difícil para los dos sobrellevar esa pérdida”, dice Ángela.

En el último diciembre que pasó junto a su familia se reunieron en una finca en Santa Fe de Antioquia. Uno de esos días, todos se levantaron temprano y se alistaron para meterse a la piscina, todos menos José Manuel, quien estaba sentado solo, decaído, en la mesa del comedor. Su hermana Celia se le acercó y le preguntó si le pasaba algo. “No sé, nosotros ya estamos de cremación”, le contestó. “Él prácticamente programó su muerte. Me decía: ‘Celia, para qué más, yo ya hice lo que iba a hacer, ya no necesito más, ya me puedo morir’”, cuenta su hermana.

Aunque con un dolor profundo, José Manuel asumió la muerte de su hijo con cierto estoicismo, ese que era tan propio de su carácter parco y que las personas cercanas notaban hasta en su forma de andar por ahí. Caminaba parsimonioso, siempre por la sombra, cavilando, ensimismado, abstraído pero no tanto como para ser advertido. Era un transeúnte corriente de ropas sencillas: camisa de manga corta, pantalón de tela, nunca de jean; colores opacos, entre grises y azules claros; zapatos de cuero y un eterno saco de lana café terciado sobre sus hombros. Nada de lujos, ni en el reloj ni en el lapicero. Y un cigarrillo: Pielroja en una época, Royal en otra, siempre entre el índice y el corazón. A los pocos minutos de acabarse uno, sus dedos, ansiosos, buscaban el siguiente. En ocasiones, con la misma colilla del anterior lo encendía, luego lo sorbía con profundo placer, centímetro a centímetro. Al mismo tiempo hablaba pausado, dejando espacios de silencio, y el cigarrillo daba vueltas en el aire, atrapado en su mano, siguiendo el ritmo de sus palabras.

Ese jueves 4 de abril de 2002, a las ocho de la mañana, sufrió un infarto y fue trasladado a la Clínica Cardiovascular. La clínica exigía un depósito de cinco millones de pesos, por tanto estuvo cerca de tres horas sin recibir atención. A su hermana Gloria le dijo que nunca había sentido un dolor físico tan fuerte como ese del corazón.

a quien solía decirle que había que llevar la carreta liviana, esa tarde le declaró su amor por última vez: “Clarita, acuérdese de que yo siempre la quise, la quiero y la querré”. En la madrugada su estado empeoró, lo anestesiaron para intervenirlo de urgencia y perdió la conciencia. A las tres de la tarde de ese viernes 5 abril, el poeta murió en la unidad de cuidados intensivos, al lado de sus hijos, de su esposa y de algunos seres queridos. Al día siguiente su cuerpo fue cremado.

Con Guillermo Baena habló de las traducciones de Emily Dickinson en las que trabajaba junto a Anabel Torres y de la revista DesHora. También le pidió que no publicara los escritos sobre el lenguaje de los sordos en los que había trabajado por años pero que, estimaba, aún no estaban terminados. “Queme todas esas bobabas”, le había dicho a Clara refiriéndose a sus textos inéditos.

José Manuel recibió su muerte como había vivido la de su padre y la de su hijo, y como la había tratado en su poesía: con valor, con estoicismo, con naturalidad, como parte de la vida. El poeta se fue con “la Flaca”, no sin antes saludarla con esos versos suyos: Y decirle, cuando llegue, a la Flaca: Adelante, señora. Bien sea venida.

A El Hamaquero, con quien se iba a encontrar ese día para tomarse unos tragos, le dijo entre risas: “Hermano, se nos dañó la citica, será dejar eso para mañana”. Además, hablaron de la huelga que había en la Universidad y de la librería de El Hamaquero, la que José Manuel ayudaba a sostener. Le preguntaba: “¿Cómo va el chucito? ¿Sí será que usted sobrevive de eso?”.

28 abril, 2015

Las declaraciones atribuidas a José Manuel Arango fueron tomadas del documental La humildad del jardinero, dirigido por César Montoya; de la entrevista que le hizo la revista Babel en su edición N°. 4 (diciembre de 1996); de la entrevista que le hizo Piedad Bonnett, publicada en La tierra de nadie del sueño (2002); así como de los poemas póstumos de Arango.

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A sus familiares les insistía en que no se preocuparan, que volvieran tranquilos a sus asuntos. A Gloria, su hermana del alma, le dijo que ya tenía las maletas listas. A Clara, su mujer, su compañera de toda la vida,

Los más cercanos iban llegando a la clínica. El Hamaquero supo que los médicos tenían planeado operar a José Manuel el lunes siguiente, pero que era una intervención riesgosa. En su cabeza rondaba la promesa mutua que se habían hecho después de una de las tertulias en el Jardín Botánico, cuando Alirio Machado, un policía, les habló sobre métodos para morir. Habían apuntado el nombre de una pastilla que, según Machado, era muy efectiva para tal fin, y se habían prometido, con un apretón de manos, que si alguno de los dos quedaba en estado vegetal o inhabilitado de alguna manera, el otro tenía que ayudarlo a morir.

Pocos meses antes de su muerte, José Manuel llegó a la oficina de Luis Germán Sierra en la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, y lo invitó a Puesto de Combate

Hacia el final de la tarde, los médicos llamaron a los familiares y amigos presentes para que conversaran con el paciente, con la advertencia de que tenían que ser breves, a fin de no agotar sus energías menguadas. Junto a la puerta de la habitación se hizo una fila. Uno a uno entraban. José Manuel estaba conectado a tubos de oxígeno y demás aparatos médicos, se veía pálido, más delgado que nunca. Era consciente de la gravedad de su estado, pero estaba sereno.

José Manuel miraba con tranquilidad la muerte y con temor la agonía. El resto del día estuvo consciente. 10

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Puesto de Combate


Hojas al Viento

Hojas al Viento (Selecta) En esos días le dio por pedir un año sabático a la UdeA para escribir su libro Cantiga y para ir construyendo su casa, haciendo su ante jardín, su ante solar... Su finca. Además, andaba peleado con el papel de profesor, no quería dar clase y me decía: “esos muchachos no lo oyen a uno”. Sentía que no había comunicación entre alumnos y profesor. Así fue que terminó negociando su jubilación para quedarse en su casa.

El José Manuel Arango que conocí

Fue entrando en un periodo de misticismos, de amor por la naturaleza, quería conocer cada árbol, cada pájaro, cada flor de su jardín. Se enamoró de las montañas que se veían desde su finca, estaba volviendo a ser el campesino, el jardinero que llevaba adentro.

Por Gustavo Zuluaga

Poeta Gustavo Zuluaga “el hamaquero”.

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Unos meses después le hablé de un proyecto que tenía en Copacabana: Don Benjamín Correa, el compañero de Viaje A Pie de Fernando González, había muerto hace dos o tres años en ese municipio, donde había vivido toda su vida, y según me habían contado, en un baúl reposaban siete poemas inéditos de su obra. Empezamos a ir Copacabana dos veces por semana hasta que dimos con la casa de la sobrina de don Benjamín, le mostramos una carta de la Universidad de Antioquia que yo había conseguido y ella accedió. Durante dos meses nos dedicamos a leer esos cuadernos escritos con plumilla y tinta china. Yo saqué la mano rápidamente.

Cómo conocí a José Manuel Arango? Yo leía con mucha emoción sus poemas, era el poeta colombiano que más admiraba. Pertenecía a un grupo de profesores que hacía la revista Aquarimantima y entre mis amigos existía cierta bronca contra ellos y por la cual me sentía un poco intimidado. En ese entonces yo trabajaba en la biblioteca de la Universidad de Antioquia, haciendo los cuadernos de poesía y estaba empeñado en hacer uno dedicado a la obra de José Manuel Arango. Gloria Bermúdez me decía: “Venga, conozca al poeta que yo se lo presento, él es muy sencillo”. Me arriesgue y fui con ella al Departamento de Filosofía. Allí encontré un hombre de baja estatura, delgado, con gafas muy grandes, al igual que sus orejas. Cuando me acerqué vi a un hombre tímido y silencioso, un hombre noble. Su discreción y la forma en que vestía lo hacían pasar desapercibido, aunque desde siempre le vi el don de la ubicuidad.

En esas y el otro, José Manuel me decía: “Tan bueno conseguirme un terrenito por acá para tener mi casa en Copacabana”. Empezamos a buscar de vereda en vereda y al cabo de unos seis meses de idas y venidas se encontró un lote por un sitio que luego se llamó Villa Roca. Él encantando lo compró y empezó a ir, con sus hijos y su señora, a acampar donde iba ser su futura finca, en donde vivió por trece años, hasta que la mafia invadió sus alrededores y el ambiente se volvió asfixiante para la mente idílica de José Manuel.

Empezamos a hablar. Sus palabras eran precisas y su silencio perfecto. Era un hombre entregado a la reflexión y que prefería no ser notado, parecía un espíritu oriental o un monje del medioevo. Le mostré el cuadernito que estaba haciendo con sus poesías y él discretamente asintió con cierta deferencia que no se trataba de él. Después empezamos a hablar de otros asuntos: de un proyecto que yo tenía, un cuaderno sobre poesía Zen o haikú japonés, hablamos mucho de eso y hasta le pedí que me tradujera unos poemas. Puesto de Combate

Por esas épocas estaba empezando la casa de la cultura en Copacabana y ofrecieron la edición de la revista IMAGO. Yo le propuse a que me ayudara, que la hiciéramos codirigida, y él aceptó. También íbamos al cine club a ver ciclos de cine alemán: Fassbinder, Wim Wenders y Herzog. 12

Víctor Gaviria, Juan Gaviria, recuerdo que llevamos al jefe de la masonería Hugo Guarín, a los alquimistas comandados por Aníbal, invitamos grupos políticos diferentes, culebreros, trovadores, toda la jauría de Medellín y sus alrededores pasaba por la tertulia. El señor Álvaro Cogollo, gran conocedor de los árboles del jardín botánico, nos mostraba cada uno con su nombre vulgar y científico. Álvaro Gómez, amante de los pájaros y director del club que tenía sede en el jardín, nos llevaba a dar rondas por el lugar para darnos los nombres de los pájaros. Al documentalista y enamorado del cine César Montoya, que hacia parte de la tertulia, y a mí, se nos ocurrió hacer un documental sobre José Manuel. Robinson Quintero se encargó de hacer el guión y yo llamé a María Mercedes Carranza y conseguí el apoyo de la Casa Silva y fui al centro de televisión de la UdeA y Bertha Lucía Gutiérrez aprobó ayudarnos con dinero, equipos y producción. El documental se llamó La humildad del jardinero y su realización nos dio muchas alegrías. Recorrimos las montañas de Copacabana y Guarne y la entrevista entre José Manuel, Juan José Hoyos y yo, que hicimos en la finca de Guillermo Baena, fue muy rica en anécdotas e historias. Después de que hicimos la entrevista, José Manuel solo hizo borrar un pedacito –para no enemistarse con los profesores de filosofía–en el que decía “perdí 30 años de mi vida estudiando filosofía”.

Luego ocurrió el hecho más lamentable de la vida de José Manuel: su hijo, Rodrigo, había pasado a la Universidad Nacional para estudiar Artes y mientras celebraba fue atropellado por un bus y murió. José Manuel quedó en un limbo de tristeza tal que todos los que éramos sus amigos salimos desfavorecidos, no nos quería ver. Pasó los peores momentos de su vida en una soledad y un silencio abrumadores. Seis meses después nos reunimos Juan José Hoyos, Guillermo, José Manuel y yo para proponer la traducción de un libro de Emily Dickinson en el cual se sumergió por más de dos años. Fruto de ese esfuerzo salió el libro En mi flor me he escondido. En 1990 nos metimos en un proyecto raro. Hay un poeta chino, Han-Shan, del que habíamos conocido cuatro o cinco poemas. Viajé a Villa de Leiva, donde vivía un personaje del Zen que tenía una edición de poemas de Han-Shan en inglés. Le propuse a José Manuel que los tradujera y él me dijo: Pero cómo querés que haga un refrito con esas traducciones. El poquito prestigio que tengo como traductor los pierdo haciendo esa traducción. Yo le contesté: Regálale ese prestigio a Han-Shan y olvídate de tu Yo orgulloso. Nos pusimos en esas y sacamos El solitario de la montaña fría, poemas de Han-Shan.

Cuando lo invitaban a leer sus poemas al Carmen de Viboral, su pueblo de origen, él me decía: Tranquilo Gustavo, allá casi no va gente y Celia, mi hermana, hace unos sancochos que son mejores que el recital. Llegábamos a la casa de la cultura y no había sino tres o cuatro personas. José Manuel, imperturbable, estaba en su propio viaje, reviviendo su pasado, recordando su infancia, y ese recital era una excusa para pasear. Recuerdo que en el camino poníamos Razón de vivir, una canción de Víctor Heredia que cantábamos a dúo. También quiero recordar nuestros encuentros con Juan José Hoyos para tertuliar en las noches, mientras escuchábamos a Agustín Lara, uno de sus más adorados cantantes.

En 1992, entre Mario Sánchez, Robinson Quintero, Germán Sierra, Juan Rivas y yo, iniciamos una tertulia literaria con José Manuel. Inicialmente la hacíamos en el segundo piso de un bar, donde nos acompañaban Olga Acosta, Antonia Acosta, Luz Ángela Rendón y Clara Leguizamón. Al cabo de seis meses se le ocurrió pasarnos para el jardín botánico. Allí se inició la tertulia literaria del jardín botánico que duró alrededor de ocho años, hasta la muerte de José Manuel en el 2002. A esa tertulia invitamos a Rogelio Echevarría, Giovanny Quesseps, Piedad Bonnet, William Ospina, Guillermo Martínez, Milcíades Arévalo,

José Manuel amaba profundamente la naturaleza, quería saber el nombre de cada árbol, de cada flor, de cada pájaro. Alquiló una casita campesina en una vereda del Alto de la Virgen, donde estuvo por un año. En un cuaderno recogía las hojas, las flores y los frutos de los árboles y les ponía el nombre vulgar y el científico. Salíamos también a revisar nombres de pájaros y a mirar las montañas en silencio, con un recogimiento religioso.v

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Puesto de Combate


Hojas al Viento (Selecta)

Hojas al Viento (Selecta)

José Manuel Arango –Carmen de Viboral (Antioquia), 1937 - Medellín, 2002–

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Insomnio

ahora que las niñas se desvisten con un secreto temor y en el fuego bailan duendecillos azules

aguas sombrías donde un pez de plata con su fosforescencia alumbra ---para nadie--- los restos de ignotos naufragios

por calles que tienen nombres de batallas voy solitario y vano

toda la noche el viento ha golpeado en la ventana

y pienso en la dulce saliva de la doncella que en algún lecho madura y gime y visita otro duro laberinto

toda la noche pasada en vela tratando de recordar un rostro

como de una ahogada veo su frente a través del agua del sueño

Alegría de los sentidos: un viento áspero y seco que raje la piel sobre el muro dos naranjas polvosas cuelgan

Hay un lugar

Sigo el suave declive de la calle Dentro de pocos días será agosto

Hay un lugar –en la montaña, cerca del boquerón --desde donde el estrépito de la ciudad se oye con una nitidez alucinada

Esta luz que come, que duele en los ojos y gasta los muros Y la tierra es corva bajo la planta, corva como un seno

Posiblemente las paredes rocosas lo allegan por un efecto de caracola para devolverlo acrecido

Declive suave de la calle que lleva que arrastra declive no advertido de la vida

Suena como un trueno, como trote de muchas pezuñas, una recua de bestias en desbandada

Cantiga, Medellín, 1987

Sentados a diez pasos del pinar, entre hondos, lo oímos largamente Cantiga, Medellín, 1987

Este lugar de la noche; Medellín, 1973

de noche, en este parque donde tengo cuatro sombras bajo el antiguo insomnio de las estatuas

Figura de ciego con guitarra

Este lugar de la noche; Medellín, 1973

La Emboscada mientras el viajero se calza para el camino Ilustración: Rojas Herazo

la muerte se esconde en los espantapájaros Este lugar de la noche; Medellín, 1973

Puesto de Combate

Alegría de los sentidos

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Los que lo oyen cantar todos los días --distraídamente, de paso para sus asuntos – tal vez no adviertan el deterioro de la voz a medida que envejece, ni cómo el pulso es cada vez más inseguro en el encordado.

Pero al niño ciego le dicen ésta es la lluvia y él la acepta en el dorso de la mano

Pero yo, que sólo de cuando en cuando vengo a la plaza, y únicamente para averiguar si todavía sigue vivo, yo sí que lo advierto.

Y le dicen éste es el azulejo y él pasa suavemente las yemas por el cuello corvo

Es notoria sobre todo la furia con que la vieja mano, terminada la canción, se aferra al hombro del lazarillo.

Lluvia, azulejo: nombres para las perplejidades del niño ciego

Apalabrar

Cantiga, Medellín, 1987

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Puesto de Combate


Hojas al Viento (Selecta)

Hojas al Viento (Selecta)

Como para el amor Desnuda las piernas recogidas un tanto las rodillas aparte como para el amor

Cantiga de los enamorados

Cantiga de amigo

El inspector de turno dice ajusta los hechos a la jerga de oficio el secretario --con dos dedos –teclea

Y tras la incertidumbre de un instante frente al desconocido que luego por virtud del gesto recordado vuelve a ser el amigo que después de la lluvia llama a la puerta

Yo también me he anudado mi pañuelo en la nuca miro el pubis picoteado

lo ayudamos a desnudarse colgamos sus ropas a secar junto al fuego

O como dos que hablan después del amor todavía desnudos tendidos de espaldas fumando y hablan de silencio en silencio y la voz es sosegada después del amor y ya sin premura y ella se incorpora y pone el codo en la almohada y pone la mejilla en la palma

y oímos el relato de su viaje reconociéndonos en sus maneras de náufrago

Cantiga, Medellín, 1987

y él ve su risa rápida y tranquila su risa y el temblor de su pechos

Cantiga, Medellín, 1987

Montañas Montañas

Razones

y de trecho en trecho un relámpago débil que las muestra de golpe

1 No fue fácil soltar la lengua del que tocó el rayo la lengua entumecida tartamudeante

// como doncella que se adentra en el bosque en busca de miel silvestre y regresa trayendo en el pelo un extraño perfume de parásitas así fuiste aquel año en que tu carne entraba en sazón

el cielo retiembla lejos

Cantiga para un girasol

2 La moneda no cae según nuestro pedido quizá tejimos cuando había que hilar delgado

Sabe que una noche los ojos con que mira el girasol serán el girasol

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que la lengua que canta es también parte del todo

El perro agudo –sólo piel y huesos— que trota las aceras husmeando ¿qué olfatea en las calles de los hombres qué ventea en sus calcañares?

Cantiga, Medellín, 1987

es el mar decía el anciano hay tempestad en el mar no se oye trueno los picos de la cordillera se recortan un punto nítidos oscuros y otra vez el cielo se cierra

cuando en tu vieja ciudad levantada entre un río y una colina vi tu cabeza oscura contra el muro de cal cuando la inminencia del amor apuntaba en tu risa muchacha amarga

el anciano decía es el parpadeo del jaguar

y tus senos latían maduros casi para ser acariciados Cantiga, Medellín, 1987

Cantiga, Medellín, 1987 Puesto de Combate

Cantiga, Medellín, 1987

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Signos 1978

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Puesto de Combate


Hojas al Viento (Selecta)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

// este es un país de sol y viento de acres montañas

Leopoldo Pinzón Moncaleano

// borracho y taciturno me inclino sobre tu sueño

como en los frescos antiguos la piel cuarteada de las mujeres calladas y duras que paren de rodillas sus hijos

Signos 1978

y al fondo canta el mar, nacido de una calabaza Signos 1978

// una lluvia de tiza borra los techos // mientras bajo la tierra crecen las raíces del pino y los muertos tranquilos pastorean los astros

afuera por la calle desierta oímos las palabras pulidas como negros cuchillos de piedra

mientras un hombre canta para espantar su miedo por un camino solitario y sobre alguna ciudad desconocida cae la lluvia

de una lenta canción que dice lo que ahora callamos y en la que alguien otro sin conocerte te celebraba ya

tú y yo nos amamos

hago de ella un regalo imprevisto para tu corazón habituado a la lluvia

Signos 1978

Signos 1978

JOSÉ MANUEL ARANGO (Carmen de Viboral, 1937. Licenciado en filosofía y educación por la Universidad Pedagógica de Tunja, Magister en filosofía y literatura de la Universidad de West Virginia (USA) Profesor de Lógica Simbólica en la Universidad de Antioquia, cofundador, coeditor y redactor de la revista Acuarimántima y Poesía, en Medellín. Tradujo a Williams Carlos Williams, Walt Whitman, Emily Dickinson, Denise Levertov, entre otros; también ha sido traducido al inglés, alemán, italiano chino y portugués. En 1089 funda y dirige la revista de poesía Deshora con Elkim Restrepo, Juan José Hoyos, Mariluz Vallejo y Guillermo Baena. Su obra poética, fue galardonada con el premio Por Reconocimiento de la Universidad de Antioquia (1988). Sus libros Este lugar de la noche (1973); Signos (1978): Cantiga (1987): poemas escogidos (1988), Poemas (1990): Montañas (1995) y poemas reunidos (1997). Murió en Medellín el 5 de abril de 2002. “El significado central de Este lugar de la noche, Medellín 1973), con el cual se inicia la obra de José Manuel Arango está dado por la imagen del poeta como descifrador de enigmas. Hay quizá un sentido cifrado en cada cosa: en la roca del acantilado, en la silaba que repite el oleaje del mar, en el buche vibrante de la tórtola, en la lengua arcaica del indígena vendedor de pájaros”. David Jiménez Panesso: La poesía de José Manuel Arango, Ediciones Deshora-Intergraf, Medellín, 2002) Cantiga, es el tercer libro de José Manuel Arango. En los exactos ‘poemas que lo componen, el lector podrá disfrutar de nuevo los temas y motivos, siempre cercanos y reveladores, que dan contenido a su obra, una de las más rigurosas y personales de la última poesía colombiana. A través de una escritura rápida e intensa, se da lugar al erotismo y la perplejidad, a la celebración y el horror metafísico, a la confirmación del carácter sagrado de la vida, en un tono que excluye todo énfasis o exceso, con precisa sabiduría” (Prólogo a Cantiga. Universidad de Antioquia, 1987)

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Sé que no existe la puerta que se abra al tiempo en el que habitas, pero nada hay que pueda hacer sino buscarla, sin ilusión buscarla en las cuevas heladas del silencio, en la copiosa confusión de los relojes que derraman horas turbias, minutos enemigos, en cada hoja de los hoscos calendarios que crepúsculo a crepúsculo te niegan, en cada espesa noche en que el desvelo te convoca y acude tu impecable fantasma, repitiendo caricias que abrasan como lava, dulzuras que atraviesan como lanzas, besos de sal en la carne viva de la ausencia, suplicios del desamor, potros de la soledad, picanas de la desesperanza.

Marionetas

y largamente como un centinela solitario te guardo

por las rocas acechan pumas sin sombra

Puesto de Combate

La búsqueda insaciada

sobre el lecho en que yaces pura e inerme ahora abandonada a la sombra

Llegó como la sigilosa muerte, no como lo estábamos esperando, como lo habíamos prefigurado en tardes de llanto y niebla en la complicidad de los moteles, sino como un rayo o un tajo, de pronto tus palabras confusas, la fuga inaudita de los muslos, las caricias cercenadas, los gestos de naufragio, el estupor de los sexos despiadadamente separados, nuestra doble desnudez de repente insensata, los abismos opuestos por los que rodamos desde la cima ya irrecuperable, los últimos gestos de repudio o de abrazo, los mutuos gritos indescifrables como canciones de ba llenas, los dos cayendo hacia nunca, hacia corbatas y cocinas, hacia televisores y cocteles, salones de belleza, besos en las mejillas, saludos ceremoniosos, heladas camas, palabras de crucigrama minuciosamente devueltas a sus casillas fatales, fijas entre dos lutos.

Cementerio nocturno Un pequeño cementerio solitario a la luz de la luna. Cruces dispersas bajo el ojo sin párpado. Tercas losas que preservan para el olvido nombres indescifrables: perduración estéril de signos sin objeto, que nombran a la nada la nada subyacente. Dispersión del ayer, de los ayeres, en un solo polvo idéntico. Polvo de labios, polvo de pétalos, polvo de lágrimas. Inmóvil soledad, ni hostil ni triste: tan sólo indiferente. Ni viento que simule el aullar de la vida. Ni un perro que orine en el tronco nudoso del árbol seco. Ni un viajero que llegue en busca de su clave. Solo la luna alumbra este paisaje al que nadie vendrá. Amada, si pasaras por aquí llorarías. 19

LEOPOLDO PINZÓN MONCALEANO nace en Guasca (Cundinamarca) en 1939. Premio Marco Fidel Suárez en la especialidad de noticia económica en 1961, otorgado por el Colegio Nacional de Periodistas. La misma institución lo elegirá como representante al III Encuentro Mundial de Periodistas OIP, que se efectuará en el buque soviético Litva a través del Mar Mediterráneo. La OIP satisface su más grande sueño: estudiar dirección y fotografía de cine, a través de una beca de dos años, en la ciudad sede de la organización: Praga. Allí obtendrá en 1964 la Mención de Excelencia del Instituto de Artes Polytechna. Entre su corta pero sustanciosa filmografía sobresale el largometraje Pisingaña, elegido para representar a Colombia en la muestra itinerante de la Asociación de Cinematografías Latinoamericanas (Acla), junto con Oriana (Venezuela) y Darse cuenta (Argentina), entre otras; invitado a no menos de veinte festivales y muestras de cine en todo el mundo, y premiado en el IV Cine de Bogotá en 1986 (mejor dirección, mejor guion, mejor banda sonora y actriz revelación). Entre 2000 y 2003 se desempeña como director académico en la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de los Baños (EICTV), en Cuba. Poeta clandestino, publica contra su voluntad Del amor y otros lutos bajo el sello editorial del Instituto Caro y Cuervo. Actualmente prepara, por designación del director y gerente de Canal Capital Lisandro Duque, la serie Homenajes, dedicada a destacados cineastas del país (Andrea Pinzón).

Puesto de Combate


Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Beatriz Vanegas AthÍas

Los viajes del viento Llorar en el cine el hijo de la novia Soy el hijo de una novia que olvidó que había olvidado y ahora recorre el desierto con la certeza de recibir un sol que en lugar de fuego arroja peces. Soy el hijo de la novia que carga los recuerdos en un rostro siempre sonriente. Soy el hijo de la novia que se fuma los olvidos. Soy tu hijo, mami. Tuyo, de ti que sólo tienes ojos huérfanos de certezas. Ojos forrados con nata blanca que semeja al día sin amanecer. Soy tu hijo mami. Tuyo, de ti, que ahora llevas sobre la falda unas manos que ya no acaloran mi pecho y que cubren de olvido cada palabra que me sirvió de cuna.

Esta es la fiesta de la luz esta es la fiesta del verde que ilumina al resto de colores. Esta es la fiesta de la palabra que no tiene idioma. Esta es la fiesta en la que se encuentran todos los caminos. Esta es la fiesta de la palabra empeñada y cumplida con ardor.

Si estas paredes pudieran hablar Si estas paredes pudieran hablar Abby, gritarían la alegría de la tarde cuando el palomar se hizo ave. Gritarían cómo se levantó esta casa a punta de sonrisas y pellizcos en las nalgas. Gritarían la zozobra de la duermevela en la clínica. Si estas paredes pudieran hablar, tal vez sería posible no llorar hacia adentro.

Cinema paradiso

I Fundaron el amor los dioses. Y el amor fue una muchedumbre de recuerdos para sostener el día. II Después dijeron: Hágase la felicidad. Entonces la felicidad fue una antología de besos censurados. II Luego ordenaron: Hágase el placer y el placer emergió como humareda sonora de las fauces de un león.

Puesto de Combate

Nunca en domingo

Indiana Jones

cuéntame Illya Cómo es eso de encontrar la felicidad yéndonos juntos a la playa. Cuéntame sobre la bondad de Medea -la siempreviva, la pródiga en obsequios para los hijos de JasonCuéntame sobre el amargo empeño del coro por calumniar impasible a la buena Medea. Cuéntame de los besos en mil idiomas que saboreaste de lunes a sábado y del Puerto de Pires florecido en sus aguas de marineros bellos olorosos a pescado y a la perversión del ritmo. Marineros pintados de sol, marineros plateados de luna, Illya. Cuéntame de Taki que hizo del silencio un guardián para proteger la urgencia del baile. Cuéntame de Taki, Illya vulnerado por la pobre noche en que habitaba la decadencia de Homer. Cuéntame Illya, ahora que llegó el domingo.

Frente al desamparo del abismo, la mano de garra protectora. Ante la bala certera del enemigo, el sombrero como yelmo impecable y el salto imposible. Dentro de la cueva asfixiante, el hallazgo puntual de la ranura que abre todas las puertas. Ante los misterios insondables, la lógica simple y pura de un rostro preocupado. Frente a la superioridad del atacante, la complicidad del caballo y del amigo resucitado. Ante la traición del puente colgante, la voltereta mágica la caída en picada el río como colchón la balsa desprevenida pero cómplice. Cuando mi madre me enseñaba que para Dios no había nada imposible. Yo pensaba en ti, Indi.

BEATRIZ VANEGAS ATHÍAS: Escritora y maestra de Majagual, Sucre, Colombia, 1970. Magíster en Semiótica. Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia (1993). Premio Departamental de Poesía Fondo Mixto de Sucre, (2000); Premio Internacional de Poesía “Pilar Paz Pasamar” de Jerez de la Frontera, España (2010); Premio Nacional de Poesía Casa de Poesía Silva (2012). Poemas y crónicas suyas aparecen en portales digitales y antologías nacionales. Ha publicado: Galería de perdedores, poemas 2000: Los lugares comunes, poemas, 2006: Crónicas para apagar la oscuridad, crónicas y reportajes, Editorial UIS, 2011; Con tres heridas yo, poemas, Editorial Caza de Poesía, 2012; De la A a la Z Colombia, poemas infantiles, Editorial Everest, España, 2012; Ahora mi patria es tu cuerpo (antología poética personal) Divulgación Cultural UIS. Realizó la antología de poesía colombiana Silencio en el jardín de la poesia) Divulgación Cultural UIS. El canto de las moscas y la predicación sobre la violencia ocultada (Ensayo sobre María Mercedes Carranza); Todos se amaban a escondidas (Cuentos) Ediciones Corazón de Mango y Festejar la ausencia (antología poética) Colección Un Libro Por Centavo, Universidad Externado de Colombia. Coordina en compañía de la maestra Sandra Luz Páez Clavijo el Taller de lectoescritura Sara Malacara, para niños y jóvenes. En la actualidad es columnista de El Meridiano de Sucre; Directora de Ediciones Corazón de Mango; editora de Espiral, revista del Centro de Estudios en Educación de la Universidad Santo Tomás en Bucaramanga y hace parte de la Organización del Encuentro Internacional de Poesía de Mujeres Poetas de Cereté de Córdoba.

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Puesto de Combate


Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Fredy Yezzed

Umberto Senegal

El diario inédito del filósofo vienés ludwig wittgenstein (Fragmentos)

Iba a rogarte A Ana Jiménez, amiga.

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desnudo es la palabra más triste. Cuando no estoy buscándote, no danzo, no soy. Cierro los ojos & allí estás abriéndome los ojos. Mi país camina atravesando el desierto: sin guía, con un pan mojado de sangre, sin tu Palabra. 4.0161 Señor, te diré la verdad: te hemos creado a nuestra imagen y semejanza, [no a la tuya], como a la radio, la guerra y la escritura. 4.017 Señor, sal de mí, invade mi oscuridad. 4.018 Si hay una proposición que exprese con precisión lo que pienso, es esta: Bueno es lo que Dios ordena. 4.019 Ha llegado Dios en el tren de las 5:15.

6.5

Sólo vine a ver el jardín, leo en el famoso libro del diácono Charles Lutwidge Dodgson.

6.51

Los ancianos de Noruega sólo tienen dos sueños: desayunar en la cama con la muerte & no dejar morir las flores.

4.0153 4.0155 4.0157 4.016

6.512 Las flores de Alexander no saben de las estaciones, no han leído literatura de invierno & les parece de mal gusto la poesía que habla de rosas. Las flores de Alexander sólo saben de la pobreza, del milagro de vivir, de los ojos del gato sobre la mariposa. 6.513 El cisne negro de cola blanca, que hace equilibrio con una pata, está perturbado: no sabe si es cisne o flor, las miradas de la gente lo tienen confundido. 6.514 Le susurro al cactus que no esté lejos, que no le rasgue los vestidos al viento, que por dentro un largo manantial le corre.

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6.515 La sombra de un vikingo muerto hace mil años. El musgo abrazado a la roca.

5.17 Orfandad, diosa del mal. 5.171 Mi orfandad es rotunda: estoy yo. Pero lo que me duele es él, la imagen mía, lejos de mí. 5.174 Dios, dime que estabas con ella, porque conmigo no estabas. 5.1741 Sólo cuando mueren los padres, se inicia el verdadero diálogo con la muerte. 5.175 Soy un huérfano, pero ¿de qué alma? 5.1751 La limitada noche del hambre, no encuentro otras palabras para nombrarte. 5.176 Vengo de morir. Vengo de nacer. El punto medio es una criatura sentada en el quicio de su puerta con un perro. 5.177 & te recuerdo, madre, como cuando la única luz era tu sombra. 5.177 El cordón umbilical también es una cadena. 5.177 ¿Si diseccionamos la palabra vientre encontraremos siempre la palabra centro? 5.17 La orfandad es una noche indescifrable, donde un hombre enciende un fósforo.

Puesto de Combate

6.516 Viéndolo de escorzo: el seco árbol de cedro parece un desesperado brazo con sus dedos en actitud suplicante. Tal vez desea la frente de la estudiante, tal vez ruega la mirada del cielo. 6.517 Lo que el dibujante de flores no sabe, es que la azucena blanca también lo está retratando.

FREDY YEZZED nació en Bogotá, Colombia, en 1979. Como investigador literario escribió el estudio “Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano” (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010). Libros de poesía: “La sal de la locura”, (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010) y “El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein” (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2012). Después de un viaje de seis meses por Suramérica, se radicó en Buenos Aires, donde estudia el género del poema en prosa argentino.

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El perro que mi padre nunca olvidó

Iba a rogarte, Señor, que visitaras mi casa. Sin embargo, es suficiente si envías un pétalo con noticias de la más sencilla flor que crece en tu jardín. Sabré encontrarte en ella; discernir entre tu perfume y el aroma de la flor, y cuál la intención de quien me enviaste a traérmela. Déjame tu flor por ahora, mientras aprendo los secretos del buen jardinero.

Mahón, su perro de la infancia, murió antes de la adolescencia de mi padre. Habría sacrificado muchos de los cuentos que más tarde escribió, con tal de recobrar su breve Poema para escuchar ladrar todavía a Mahón, que su padre arrojó entre el fuego del brasero. Mi abuelo no quería un hijo poeta, pero mi padre siguió avanzando por su larga vida, con la presencia de Mahón siempre a su lado, más adelante o más atrás pero nunca distante de sus palabras. A mi padre le bastaba gritar Mahón, y en algún Lugar un perro ladraba. Por eso evitaba decirlo. Lo pensaba y nada más. Y caminó con su perro hasta caer. Cuando agonizaba mi padre, preguntó a Mahón por donde había regresado. Me sonrió y señaló el rincón donde su perro de la niñez lo esperaba para guiarlo por el nuevo sendero. Posiblemente se fueron hacia la montaña, para la finca de Nabarco donde transcurrió parte de su infancia. Se fueron juntos. Lo sé, porque cuando abrimos su puño reciamente apretado, tenía en su manos un cadejo de pelo de perro blanco.

La palabra impronunciable Entre el agua de coco que humedece mis labios y la arena que cosquillea bajo mis pies, no es mayor la diferencia. Entre la noche cada vez más silenciosa y la risa feliz de los niños al salir de la escuela, no es mayor la distancia, si en silencio pronuncio la palabra que no requiere de sonido para revelar sus contenidos. Esa palabra la sabe el corazón. La repiten todas las cosas del mundo cuando te silencias. Es una palabra breve. Arde y es hielo. No hay pasos entre los dedos que escriben en este momento y las maduras naranjas cogidas por tu mano en un camino de Pijao. Saboreadas desde tu boca por cualquier camino saturado de sol. En silencio pienso la palabra que no necesita imágenes para describir su contenido. Aunque parezca abrirse un abismo entre la caricia de ayer, desvanecida, olvidada, y el jugo de naranja que viene de los delgados y húmedos labios rojos de hoy, no es real la lejanía, no son reales las personas cuando vivimos la palabra que no requiere del tiempo para descubrir su contenido. 23

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Fernando Hernández Vélez Agradecimiento Gracias, hermanos pájaros, porque al volar tan lejos con solo dos alas, ustedes me enseñan que el día tiene millares de alas con las cuales vuela leve frente a mí. Y que la noche también tiene centenares de extrañas alas igualmente abiertas. Gracias luna, sol y estrellas., porque de ustedes aprendí a observar el milagro de la luz en las luciérnagas, o en las farolas de los autos, pero sobre todo la luz en los ojos de niños y ancianos.

Cadáver de Invierno Desapareció el que estaba estrenando ropa de cadáver, se perdió entre la bruma y el frio hueco que lo esperó por tanto tiempo. Lo acompañaron sus amigos, lo despidieron burlonamente sus enemigos, sus seres queridos inundaron de lágrimas su última morada. En la penumbra se vislumbra su rostro desencajado que con una leve sonrisa parece decirnos: “gracias, por fin se terminó ese afán de salir adelante.” Y en el extraño fluir de las cosas ya nada vale la pena porque se marchó sin un adiós, cómo iba a saber de la lista de los muertos de Febrero.

Cuerpo y alma Ella no era su alma. Era su cuerpo que se hacía sentir más que su alma. Este cuerpo y esta alma en el beso y la caricia eran ella. Solo ella sin pretender amar o que la amaran, mientras se entregaba o poseía. Era su cuerpo y esto le bastaba a su alma. Era su alma y esto le bastaba }a su cuerpo. A mí también, desde su cuerpo o su alma todo me sobraba.

Hombre de mucha fe Creo en tus palabras porque emergen de tu boca antes del beso, en el beso y luego del beso. Creo siempre en tu boca y tus palabras. En tu boca húmeda con ellas o sin ellas, creo. Me basta su humedad en cualquier rincón de mi cuerpo. Siempre entre el beso o bajo el beso, creo en tus silencios cuando estoy entre tu boca.

UMBERTO SENEGAL, nació en Calarcá, Quindío, Col. Educador, editor, poeta, cuentista, ensayista y fotógrafo. Licenciado en Español y Literatura en la Universidad del Quindío. Colaborador de múltiples periódicos y revistas del país y del exterior. Sus Haikus han sido traducidos a 12 idiomas. Coordinador del Centro de Investigación y Difusión del Minicuento, Lauro Zabala. Coordinador del Centro de Estudios Bizantinos y Neohelénicos, Miguel Castillo Didier. Cofundador y asesor literario de Cuadernos Negros Editorial. Ha recibido varios reconocimientos y medallas de oro al mérito literario del Quindío. En la Actualidad es columnista del diario La Crónica. Para mayor información ver su blog umbertosenegal.blogspot.com Puesto de Combate

Los fósiles modernos

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Algunas veces me es imposible decir lo que quiero decir. Ayer por ejemplo me detuve a ver caer la lluvia, y noté que la lluvia no toda está hecha de agua; tiene perfiles incongruentes con su estado líquido, atropella a las personas, las derriba, es como si estuviera hecha de palos y ladrillos, una verdad liquida y suspicaz de todas formas. ¿Que cuál es la verdad que más me incomoda? aquella que me confesó mi madre cuando niño. ¿Que cuál la que más me ha iluminado? aquella que hablaba que los cuatro puntos cardinales eran tres, el norte y el sur. El otro día saludé a dos perros en la esquina de mi casa. Uno de ellos me habló de la verdad que encontró en los huesos carcomidos por el odio de un NN; el otro asintió con su cabeza y se mostró condescendiente con el dueño de los huesos.

Las razones de un adiós Y qué tal si te dijera que me marcho que mi trabajo aquí ya ha terminado. El jardín ya está arreglado, las gardenias están a punto de florecer, los golpes de la vida se curaron, sólo quedan pequeñas cicatrices que manchan la piel trigueña de nuestros cuerpos. Gracias por la compañía, por las noches de tertulia y el robustecimiento del espíritu a punta de besos, por las donuts y el café y la dosis de calor en ese nuestro lecho. Me marcho a ver la llegada de las olas en otros mares, a escuchar la sonrisa de otros niños, a imaginar otros miedos, a cimentar la amistad de otras gentes, a practicar el amor en otros cuerpos, a caminar de nuevo por la cuerda floja de la soledad en el invierno. 25

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Carolina Cárdenas Jiménez Dejad que muera el moribundo… sin engendrar un hijo, sin conocer el sabor salado del mar, sin disfrutar el aroma de la rosa en pleno invierno, dejad que muera mientras doblan las campanas en el cementerio. Dejad que muera el moribundo sin camilla, sin primeros auxilios o respiración artificial. Más bien sepultadlo lejos del hogar, no sea que su perro descubra su cadáver nauseabundo y lo quiera desenterrar. No le quitéis sus zapatos cansados de tanto andar o su ropa raída por el viento que llega de altamar. Dejadlo morir sin transfusiones o curaciones alrededor de la región pectoral, que muera sin siquiera conocer la verdad. Dejad que muera el moribundo, con las mismas ganas de ser parte de la humanidad, con el mismo afán de llegar a ser alguien en la sociedad. Qué más da, que muera como muere el suspiro emitido por un hombre pequeño perseguido por una muchedumbre de cangrejos diminutos, llenos de maldad.

Introspección Ciudad A los falsos positivos La luz con el pendular de las horas se desvanecía. Cerrado el cielo, los ojos se nublaron y la palpitación de cada hombre se desbocó.

Sin embargo, a veces, no quiero ser agua que viaje por el caudal de la existencia, sino tumbarme en el césped, desprenderme de mí misma en la noche. Intentar ser invisible, navegar en mis oídos. Convertirme en ráfaga de tiempo que al final se hundirá en las profundidades de los sueños inventados por la muerte.

El arribo de la oscuridad daba paso a otro mundo: luces inmóviles, aferradas a cada esquina. Desde el mundo subterráneo se elevaban aullidos, pasos, silbidos y el chirriar de bisagras. Hilos de lluvia se resbalaban por los tejados, las paredes y las hendiduras de las alcantarillas.

La medición de las cosas

Yo no mido mi vida con cucharitas de café, no soy Eliot. Yo mido mi vida con partidos de fútbol en la tele, con madrugadas interminables analizándome ante el espejo, con el palpitar estremecedor de mi corazón antes de caer dormido.

Los disparos se escuchaban como graznidos de buitres. Hilos de sangre rodaban por el suelo y sobre las cabezas de algunos cuerpos que yacían encima de los escombros de las calles.

Ojos cerrados Sutil te sumerges como un pétalo en mi boca, levitan tus manos sobre mi piel, águilas hambrientas. Un cálido viento recorre mi cuerpo haciéndome olvidar que existe un tiempo. Somos uno cuando cerramos los ojos y el cielo con sus estrellas cae sobre nosotros.

En ese instante en que los sonidos y escenas mortuorias de la noche despertaron, todo se hizo indivisible con las sombras, se transformaron en eternidad, pórtico sin salida y escena repetitiva en la memoria, para los que observaban temblando tras las cortinas.

Yo mido mi vida con pócimas para espantar los sueños, con los besos tiernos de infancia que nunca me dieron.

FERNANDO HERNÁNDEZ VÉLEZ. Pereira 1955. Sociólogo, poeta, traductor y subdirector por varios años de la Revista de Literatura Puesto de Combate. Egresado de la Ciudad Universitaria de Nueva York, Brooklyn College, 1986. Premio de Poesía en el concurso de poesía Glascock, celebrado en el Mount Holyoke College, Amherst, Massachussets, 1984. Fue alumno en el Brooklyn College de los poetas Allen Gingsberg y John Ashbery. Ha publicado los libros de poesía Visitaciones, y como traductor La Poesía de T.S. Eliot y el libro de ensayos T.S. Eliot Ensayos Selectos. Sus poemas han aparecido en varias revistas a nivel nacional como Puesto de Combate, Casa de Poesía Silva, Universidad de Antioquia, Luna de Locos, Iris y Mefisto. Ha sido invitado a los Festivales de Poesía de Pereira, Manizales y Riosucio. Ganador del concurso de poesía “Carlos Héctor Trejos Reyes” año 2014 en la ciudad de Riosucio, Caldas.

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Soy agua que resbala por las grietas del mundo. Soy árbol, raíz anclada a la tierra, al tiempo. Soy sonido que vuela por los campos escuchándose, y silencio que aletarga atardeceres.

Yo no mido mi vida con citas de té crepusculares, no soy extranjero, la mido con relojes de arena traídos de Marruecos, con la vara con la que se mide la injusticia, con aquella furtiva sonrisa que me dio el amor hace ya tanto tiempo.

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CAROLINA CÁRDENAS JIMÉNEZ. Escritora y poeta Colombiana. Especialista de Creación Narrativa de la Universidad Central. Licenciada en Humanidades y Lengua Castellana de la Universidad Distrital. Egresada del Diplomado de Escritores de la Universidad Central (TEUC) (2006) gracias a una beca. Experiencia como directora y editora de la revista literaria Gavia de la Universidad Distrital, la cual fundó en el año 2005. Ha publicado su obra en revistas. Ganó el concurso de cuento (2006) de Estímulos a la Creación Artística (Kennedy) con el libro Parajes inesperados. Publicó el cuento Un desconocido en la antología de cuento Cenizas en el andén (2009). Ganó el segundo puesto en el II Concurso Nacional de cuento El Túnel (2011) con el texto A la deriva. El poema La danza de las moscas fue publicado en la antología del taller de poesía del Colegio Gimnasio Moderno (2012). Quedó entre los finalistas en el Concurso Nacional de Cuento La Cueva con el texto Mañana será otro día. Publicó Somos náufragos (2013). Sus cuentos y poemas han sido publicados por El espectador (Colombia) y el periódico Co latino (Salvador). Publicó poemas en la Revista Datura del Salvador (2014) y en la antología poética latinoamericana del Salvador (2015) y en la Antología Lo que mora cerca del origen, XXI Encuentro Internacional de poesía Cereté (2015). Pintora, entre sus técnicas más usadas se encuentra el acrílico, el pastel, el carboncillo y la tinta. Sus dibujos han servido para ilustrar algunos de sus cuentos. Ha participado en diversos Encuentros de Poesía, que se han dado en: Tabio, Facatativá, Venezuela, Bogotá, La Habana, Cereté, El Salvador.

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Gustavo adolfo GARCÉS Madrugada Otra vez En la esquina El hombre que habla solo No sabemos A dónde mira Su zozobra

Devoción

María Tabares Puerto casabe

Redes secpandose

El hallazgo Lo hizo lento

Olor a pescado

Fue casi amable Pasó por alto Muchas opiniones

Ni qué tanto Enfría el viento Su cuerpo sin abrigo

Nadie creería Que fue un ser Atormentado

No hay una barca Que lo saque del fragor

Cauteloso Con su devoción

Ni una silla En que su vida pierda peso

Muchachas Y los muertos Que bajan por el río

Texto Creí que ya etsaba Terminado

Está solo capeando El temporal

Nada de trazos Arbitrarios Todo cabía Las calles el río La lluvia Las lámparas Y una avenida Perdiéndose En el horizonte Me gustaba Vivir allí Nunca soñé Con abandonarlo

GUSTAVO ADOLFO GARCES, Medellín, 1957. Abogado de la Universidad de Antioquia. Autor de varios libros de poesía, entre ellos: Breves días (Premio nacional de Poesía, Colcultura, 1987), Espacio en blanco (Universidad de Antioquia, 2000), Libreta de apuntes (Universidad Externado de Colombia, 2006), Breves días (Trilce, Editores, 2010) Hasta el fin de los números, (Universidad Nacional, 2012) y Una palabra cada día (Poesía letra a Letra, 2015)

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Usurpando el aire de los condores

Y si te perdiera

pretendiendo su mismo vuelo Manizales expande sus alas de asfalto habita las cumbres se funde con el cielo.

como antes de tenerte y al amanecer tu cuerpo ido no volviera a navegar mis ojos y tus manos escondieran sus árboles y su bosque con su brisa y sus diez pájaros y margarita flor de madera me mirara de repente como extraña o no me mirara más.

Caminarla es seguir la inexistencia de la niebla recorrer su filo de cuchillo. Descubrir que el horizonte a pocos metros de vuelta a la esquina, asciende o se desploma.

Si la puerta nuestra (y es casa y no es cerca) se cerrara tú adentro yo afuera

Ayer llovió a cántaros. Hoy no llueve. Sin embargo, las nubes, su mirada rapaz, otra vez, aquí no más, acecha.

yo afuera yo afuera.

Baños de agua santa Vestida de nieve desnuda lo llamé en silencio. Al frente el Tungurahua su inaccesible ascenso callaba su voz de piedra y lava. Quise entonces apropiarme del lenguaje de las hojas del tintineo de los aguacates del salto mortal de las guayabas antes de explotar como soles del camino. El canto fue el de los pájaros escondido entre las ramas. Su nombre lo pronunció el viento clamoroso, intenso. 29

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Retorno Inerte

Cuando él se va doy vuelta a mi cuerpo recorro las huellas dejadas por mis pasos en tanto mis manos fueron oficio y danza y mi boca lanzó como puñados de arroz al aire la palabra.

Inerte, como la cabeza rota de un pájaro, ojos abiertos, corazón desangrado, me poso sobre la ventana. El paisaje es nieve incandescente y nada ni nadie existe. Adentro, afuera, sólo estás tú ángel impertérrito observándome llorar mientras sonríes.

Voy tras de mí, detrás de mí. Olfateo mis huellas, me sigo el rastro, y en el encierro mirando a través de la ventana soy otra vez todo el silencio y el palpitar del mundo al mismo tiempo. Dejo caer dentro del pozo mis manos. espero que pájaros, peces, árboles, hombres, quieran con ellas salir a la luz.

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Hellman Pardo El falso llanto del granizo I Me enamoré alguna vez de una mujer con los pechos recién ungidos. Era el tiempo de la guerra. Ella recogía esparto en estaciones violentas y yo veía crecer dos o tres caídos sobre la hondura del agua. La noche en que durmió el búho cetrero un estruendo levantó las tapias y la trepadora que ascendía hasta los tejados dejó su rastro a los pies de las bisagras. Nuestra casa una pluma en la memoria. ¿Con qué adobe está hecha su voz que aún se oye por el derruido cielo raso?

Reflejos

II Es la lágrima del ángel que se hunde entre las losas o son los muslos de la muerte trenzando su sudario.

Sé medir la soledad del espejo tinaja donde pastan todos los rostros. Su indolencia es el doble de mi abandono y su piel de inquisidor la mitad de vacío en cada ojo reflejado.

Hay un latido sordo un galope súbito en los azulejos del alma. ¿Bajo qué baldosa ofendida encontrar su eco de ceniza y espanto?

Por la curva que rebasa su encantamiento hila la araña del olvido.

III

MARIA TABARES. Bogotá, 1958. Poeta, narradora, cofundadora del colectivo internacional de Poetas del Megáfono (México) y de la Comunidad de Megáfonos (Colombia). Egresada de la escuela de escritores de México. Ha recibido reconocimientos como poeta y narradora en diferentes concursos. Su novela inédita Dibujo en los Párpados, fue seleccionada finalista en el concurso internacional de Novela Corta, Mario Vargas Llosa (Perú). “Este hermoso conjunto de poemas que nos entrega la colombiana María Tabares, tiene la sensibilidad equilibrada de una mujer que trabaja el verso desde todos los sentidos: los huele y de ellos extrae la pulpa del aroma y el ritmo; los prueba como si fueran una golosina eterna; los mira y de ellos salen sus fantasmas, la cura de su dolor; su alegría de vivir y su canto; los oye como sinfonía de lluvia en tardes bogotanas; los siente desde antes de que se encuentren listo para ser bocaditos del lector”. (Xavier Oquendo Troncoso, en el prólogo del reciente poemario de María Tabares ÁLULAS). Correo: tabares.maria@gmail.com Puesto de Combate

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Me enamoré alguna vez de una mujer con los pechos recién ungidos en tiempos de guerra. Su piel de araucaria se vino abajo con los muros que construimos mientras veía desatarse el indómito fuego y el falso llanto del granizo.

Igual es su catástrofe a la mía semejante su resignación. Sé medir la soledad del espejo basta su tiranía para reconocerme. A Jorge Valbuena.

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Henry Alexander Gómez

Sombra en los postigos A la orilla de mi desolación ciertas tardes una mujer de antaño de quien sólo recuerdo el tibio vaho de su cuerpo aparece en la ventana

George Trakl en el ocaso Retrato del olvidado

Se queda allí detenida aguardando por mis manos. Cuando estoy próximo cuando el temor deja de serlo retrocede difuminándose en los postigos.

Un rostro púrpura se ciñe al abrazo calcinado de la noche. El espíritu oscuro de los bosques, las sombras venenosas, el grito moribundo de los guerreros otoñales, cubren de opio el azulado cuerpo de espino. Aletean los murciélagos alrededor del joven que sueña. Se escucha un lamento crepuscular. El niño Elis le besa la frente sangrante y la hermana juega con alcoholes mortíferos, deambulando entre los catres del centro hospitalario. Qué luna más amarga, cuánto silencio sobrevive en el canto último del mirlo.

Si volviera el agua a martillar las aceras traería consigo los recuerdos de mi padre. Su mano a orillas de mi mano halándome con fuerza con cierto temor de que su hijo mojara su pasado.

Vuelvo a ser ese ropaje huérfano colgado en la estantería del olvido.

Sin embargo tanto esfuerzo una espléndida derrota.

Tierra negra amasa una música nocturna y se extingue un corazón huérfano de flores amarillas. La tumba aguarda a los ángeles caídos; un venado azul corre en delirio a la primavera.

Empapado todo yo entreveía a ese hombre huir de la lluvia el rostro lacerado goteando ese silencio imperturbable. Si volviera a caer a manera de prodigiosa lluvia el agua traería consigo un largo adiós aquí termina todo. Adiós al recuerdo que perdura a la orilla de su mano.

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Janis Joplin Teoria de la gravedad EL ALA cerrada del relámpago, el arco de la lluvia, y el corazón insiste en beber de la cicuta.

Inutil es viajar entre el olor de la ceniza, sepultar amapolas en las Mandíbulas del ángel ciego. Canción de la infancia: fumar opio de la piel y beber la última gota de un blues de la botella más oscura de un bar de Louisiana. El pulmón amordazado mientras el gramófono suena a Bessie Smith o a Billie Holiday.

Un cántaro derrama un bosque de niebla sobre hojas mutiladas.

La huella descalza la delata, la delata su sombra transparente.

Es la lluvia, la que poco a poco nos detiene los latidos.

Es bello vigilar desnuda al sol cuando anochece: la orgía de su voz baja cóncava al interior de la tierra.

Hurga una grieta en la penumbra. Descúbrete impedida para contar la multitud de las nubes de tus dedos.

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Jorge Valbuena

Robert Johnson Alguien dijo que fue un tañido grave, producido por el aleteo de una polilla moribunda, lo que incendió su amor por la música e impulsó su fuga de gato herrumbroso.

Arquitectura del viento

Acompañado solo por su guitarra de azogue, sobre los caminos dos veces nocturnos, le arrebató su suerte a todo aquello que se desprecia. Recorrió tabernas y pueblos, suburbios y ciudades. Los negros se aterraban con el combate de sus bajos y su guitarra mordida por una nube de sombra. Se tatuó en la piel su propia leyenda –el tiempo no podía malgastarse--. Había que quebrarse las botellas directo en la garganta, seducir escorpiones, copular con pañuelos blancos, para después desaparecer en el aire. A setenta y ocho revoluciones por minuto concibió todo lo que debía decirse: veintinueve canciones y dos ligeras fotografías donde vemos un bluesman tostado por los rudos soles del Delta. La leyenda agrega siempre que, a sus veintisiete años, mientras bebía la depresión de un vaso de whiskey en el fondo de un bar, lo irrumpió un hombre que portaba una máscara del color de la noche; vestía un extraño levitón y parecía llevar a cuestas un alud de árboles deformes. Johnson, con un ligero movimiento de manos, le dijo: “Hola, Satán. Sí, lo sé. Es de nuevo la hora de marcharnos”.

Hay soles que caen

Alborada

A la intemperie siempre a contraluz he convertido tus muros en ocasos los amaneceres son tus puertas las ventanas sordas de la brisa sólo el tiempo mantiene en el silencio la tempestad de su reloj de arena sólo la luz busca su orilla en el centro del fuego espero desde el fondo siempre a la intemperie en este desierto vacío donde habitas los espejismos de un recuerdo derrumbándose.

Te has asomado al vientre de la tierra dices que trepar hasta esa cumbre es tan sencillo como ver salir el sol en una roca. Dices que has podido ver el otro lado de la esfera mientras está recubre alguna soledad reciente. Has caminado en todas tus direcciones sólo el vacío fecundo que llevas a tu espalda te has negado ver y siempre amanece allí en tu sombra.

Un ángel juguetea en el ramaje del árbol. Es tan grande el abismo, y tan silencioso el techo del mundo, que nos abraza la pesadumbre, y bebemos aguardiente, y lloramos porque no entendemos cómo Dios juega con sus dedos de piedra entre las hojas del álamo.

Los colores de la sed Sabía Arturo Cova que el lugar donde guardaba el cuchillo era del mismo color de su piel. Esperaba que el dolor se durmiera en la sangre que pasara de sol de los venados a selva de réquiem, caucho calcinado, y ese vaho de mujer con la savia del llanto soportando el fango del camino, las palabras áridas de olvido y una caricia de fuego que nacía en el fondo de la tierra. Sabía Arturo Cova que esa espina era una semilla sembrada en un revólver en mitad de la senda un disparo eterno.

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Juan Carlos Acevedo Ramos

Soliloquio en el zaguan

Pasajera de agua

Romper el silencio de la tarde Una orden de vivir, es la sabiduría. Jaime Gil de Biedma

Escuchas tocar la puerta. Afuera no hay luz. Has estropeado en blanco tantos azules. Tu sonrisa es un febrero de viento y sol son tus lágrimas un puerto seguro para tu voz. Respiras temblores mientras bocanadas de palabras te hinchan los pulmones.

Una muchacha se pasea por la plaza central la he visto cruzar por la fuente preguntando a la gente que la rodea si es cierto que adentro hay peces… (no hay peces, es cierto, y no me cabe la menor duda) pero le quiero hablar así que antes de que alguien le diga la verdad atrapo uno y le digo que son transparentes.

Nunca me gustó mirar atrás, Conocí leyendas de Orfeo, Dante y Lot. Pero ahora, cuando dejo atrás el resplandor de los días y regreso a la aldea donde crecí, vuelvo la vista para ver las calles que discretas me reciben, la benigna sombra del árbol que protegió la plaza en la guerra y los bancos grises del parque donde Abuelo me enseñó a leer. En esta ciudad sus calles, sus árboles y sus bancos recuerdan al viajero. Atolondrado por el vuelo de los pájaros llegan a mí los olores de otros tiempos: el café en la casa de Tía, el aroma de la ropa recién lavada y por qué no el olor del sexo de María. En la sabiduría de las cosas simples se resuelven los años perdidos en que olvidé la plaza y mi perro y me fui en busca del metálico cielo de los sueños. Ahora nadie me recuerda solo están las discretas calles, el árbol dócil, los bancos grises de mi abuelo. Incapaz del regreso, rompo el silencio de la tarde con mi llanto.

De nuevo la puerta, tras ella oscuridad. Conoces la sed de un lunes arenoso igual el café frío de los martes. Te preguntas: ¿quién golpea? Repites cada sonido en la memoria, piensas en la oscuridad, y quieres suponer que si existiera luz alguna tocaría tu puerta. (Como si la luz tuviera la manía de llamar en cada casa).

La mujer que se pasea por la plaza central no ha vuelto a venir, hace falta verla rondar con sus lindas piernas de cuarzo estos callejones perdidos. Alguien habló un día del acuario donde guarda el pez que le he dado, no puede dejar de mirarlo de habitarlo, de beberlo, de murmurarle canciones de lluvia. Olvidé decirle que con el tiempo ellos aprenden a volar.

Regresas al silencio de la almohada Y aceptas los años acumulados bajo la cama …esos golpes los conoces: la soledad vuelve. Tú nunca partiste.

Trabajadores en serio, sin escandalizar frente a las novelerías por “encontrar” la vanguardia en medio del fuego de la ceniza, conocen que la poesía es una responsabilidad inamovible con la palabra: sus significados y significantes. Han venido madurándose en medio de una gran escuela de lecturas, premios, reconocimientos, gestorías culturales, aplausos y derroteros. Y claro, también conocen los oscuros avernos a donde conduce el milagro del poema. Hellman Pardo (1978), Henry Alexander Gómez (1982) y Jorge Valbuena (1986) han creado un diálogo a sus poéticas individuales y a su trabajo mancomunado en nombre de la poesía. En la Raíz Invertida han conseguido congregar sus sensibilidades. (Poemas tomados de La Quietud de la Ceniza. La Raíz Invertida, Quito (Ecuador) 2014)

JUAN CARLOS ACEVEDO RAMOS. Manizales, 1973. Poeta, ensayista y periodista cultural. Director de la revista literaria Juegos Florales del Centro de Escritores de Manizales. Estos poemas fueron tomados de su libro Los Huéspedes Secretos. Tiene varios libros publicados. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Descanse en paz la Guerra”, convocado por la casa de Poesía Silva de Bogotá. Me sorprende que un poeta nazca cuando nace una revista. Distintas revistas han dado a conocer a muchos poetas, especialmente. Sin embargo, lo que he querido es hacer una revista de Cuento y no de poesía. Y tengo que resignarme a publicar poetas. Revistas de poesía hay muchas, ciertamente, pero nunca publican nunca a los verdaderos poetas. En un futuro tendré tiempo de publicar más a Juan Carlos, y no como esta vez, dos poemas nada más recibidos casi al cierre del presente número.(Milcíades Arévalo).

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

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Sandra Uribe Pérez

Cena

Sobre las pérdidas

Debo irme. Apurar el último trago del poema. Pagar la cuenta lavando los platos que dejó sucios la última palabra.

Inútil el vuelo de la voz cuando su ancha desnudez se ofrece al tacto del silencio. Inútil el río de la escritura su pálpito desquiciado el aire de las palabras y su ilación con el vacío. Inútil permanecer en la orilla atado a la memoria de lo que no es. Inútil respirar lo que no existe.

El otro lado Me dispongo a palpar la niebla que se enreda en los dedos mientras la ceguera se hace dueña de los ojos. Intento caminar a tientas buscando la solidez de lo desconocido, una puerta que revele lo que existe al otro lado de lo que no se ve, una imagen que pronuncie lo inesperado, un espejo que anuncie que la verdad está adentro, que es vano buscar en las señales del camino, que todo está en el interior, que sólo basta con acariciar el silencio para dejar de andar en círculos y hallar la salida.

Daniela Tobón Agudelo (Daphne Poe)

Me comí mi musa Tirsen Te cojo las lúbricas azucenas te beso las exfoliaciones nocturnas te chupo los besos de humareda te orgasmo en imprecisos bocados te agarro las carnes flotantes te lamo los resquemores dulceros beso tus setos de amapolas despeino las lujurias vírgenes te toco los cepos orgásmicos y en lúgubres persianas de la aleluya gritas usufructos leños tanganos te penetran mis manos en lunfardos trenes de caricias las agopausas de tu boca me envenenan la linterna de mi ojo derecho ilumina los puzles de tus tetas tú entreverando tu sexo de comisuras abstractas de labios tersos. -te lo beso y haces pirañas muecas te cojo las lonjas persas y lujurias adversas me chupan estéreo musa cuando decidiste hacerme este poema Miradas intrépidas caen en tu pachamama letal y yo sin voz no puedo gritar entonces me coges y me violas excitada demasiado me quitas el cuaderno y no puedo dejar de cantar mi poema quedo inconcluso y la musa satisfecha.

Sanscrito Poemas soledades escritas en la nada trascendencias muertas que se reviven como si fueran anacrónicas ideas sueltas que amarramos a la tinta de la infamia sueños rotos que pegamos con sangre oscuridades pintadas con imágenes que se reconstruyen con onomatopeyas gritos sin alma que se chocan con paredes en blanco hojas de papel besos no escritos sobre su cuerpo noches de lágrimas de aguardiente solo eso anarquías del alma que se ordenan con sistemas de ideas puzles de recuerdos trenzados con pensamientos mentiras disfrazadas de verdades con un poco de parafernalias y después la nada otra vez la nada, la muerte lo escrito solo existe para el lector un segundo, y de mí podría decirse que en ese momento no existo existe un atisbo de lo que posiblemente llegue a pensar enmarañando nimiedades de mi mente loca.

SANDRA URIBE PÉREZ (Bogotá, 1972). Arquitecta, especialista en Entornos virtuales de aprendizaje y magíster en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana. Ha publicado los libros de poesía Uno & Dios (1996), Catálogo de fantasmas en orden crono-ilógico (1997), Sola sin tilde (2003) y su edición bilingüe Sola sin tilde – Orthography of solitude (2008), así como Círculo de silencio (2012), al cual pertenecen los poemas que se publican aquí. Sus textos –traducidos al inglés, italiano, francés y estonio– han sido incluidos en diversas antologías y publicaciones, y premiados en concursos literarios nacionales e internacionales, entre ellos el Concurso Nacional de Poesía “La poesía como una casa” organizado por la Casa de Poesía Silva (2011), y el III Concurso Nacional de Poesía de la Universidad Industrial de Santander (2012). Puesto de Combate

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DANIELA TOBÓN AGUDELO, El 15 de diciembre de 1992 nació Medellín, conocida por su seudónimo Daphne Poe y sus múltiples heterónimos, comenzó a escribir desde temprana edad, ha pertenecido a múltiples encuentros de poesía, y publicado con la revista Babel y Puesto de Combate. Es diseñadora gráfica, artista y gestora cultural.

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Michelle Rincón

Michael Benítez Ortíz

Juan Carlos Carvajal Sandoval

Cosecha de Pájaros Ausencia de melancolía

No recuerdo si debía dar frutos o sombra

Aquí permanece el cuerpo desnudo a la espera de una palabra.

sólo que los pájaros de mi pequeñez crecían en el centro del patio y la inocencia.

fantaseando con mirar el hundimiento de la tarde sin que la luz descienda hasta el alma

Que en la madera de algún árbol talle mi nombre ausente de un corazón flechado

Es de extrañeza la ausencia de melancolía por nadie como si nunca se hubiera estado

No recuerdo más.

como quien camina por el mundo sin habitarse en otro cuerpo.

Tanto escaseo otro nombre en el árbol que pude escaparme

¿a qué parte del abandono han partido?

en la primer cosecha que dio pájaros.

¿dónde extravió el arquitecto el cuarto de san alejo de esta casa? ¿cómo pudo llevárselo -con los rostros/ los gritos/ la desnudez/

El séptimo sello. (Ingmar bergman)

Indigencia

Se alejan del amanecer, en una danza solemne hacia el país oscuro mientras la lluvia baña sus rostros y limpia sus mejillas de lágrimas y sal.

Dicen Que se la pasa leyendo papeles que recupera de la basura de los manicomios Y escribiendo con tinta trasparente, Que se emborracha de noche —No por la noche— Y que le gusta bien fría.

El ajedrez es un confesionario donde cada rey implora silencio.

También dicen Que trabaja en un sueño O mejor En una pesadilla Y que dios, en persona, lo coronó con aureola de ateo.

Los peones, suplicantes agitan su carne en son de látigo clamando a un Dios más aterrador que la muerte.

Eso dicen De mi amigo Que escogió Como costal La poesía.

Dentro del tablero toda pieza es holocausto; sólo resta danzar con las sombras y reír con bufones antes que en la última jugada el ángel declare en su trompeta eterno silencio del sello al romperse.

la evocación de los cuerpos?

Lenguaje

No hay nada - nadie Nadie vino y el que vendrá

Voy a ocultarme en el lenguaje Escribiré un paraguas

ya partió junto con todos ellos.

para dejar de lloverme ahora que ha cesado afuera de agujerear la noche.

MICHELLE RINCÓN (1988) Estudió Contaduría Pública en la Universidad Central, Licenciatura en Literatura y lengua Castellana en Universidad Santo Tomas, Diplomada en Español como Lengua Extranjera (ELE) en Universidad de la Salle, participó en los talleres de poesía del fondo de Cultura Económica en 2014. Mención de honor en el III premio literario Eutiquio Leal en el mismo año. Le han publicado algunos de sus poemas en el Diario del Otún de Pereira y ha publicado un poemario: “Fabricante de abismos” con la Editorial Domingo Atrasado. Puesto de Combate

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MICHAEL BENÍTEZ ORTÍZ. Nació en Bogotá en 1991. Se cree de 17. Ha ganado varios premios literarios dentro y fuera del país pero nunca ha logrado tomarse una cerveza de un solo sorbo. Ha publicado dos libros. Tiene en fermentación otros. Le gusta la The King of fithers 99. Co-dirige la editorial Ediciones Con Tinta Ebria. Facebook: https://www.facebook. com/michael.benitez.3994 Twitter: https://twitter.com/MichaelBenitezO

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Zorba el griego. (Michael Cacoyanis)

Nadia Villareal

Cuando la danza es más fuerte que el hombre el rostro de la muerte cobra mueca de alegría.

Los hijos de los hombres. (Alfonso Cuarón)

Las cuerdas del santouri se quiebran al bailar sobre ellas dos cuerpos desolados.

“El último en morir que apague la luz”

Una viuda se hace esposa del silencio si los ángeles de Creta desatan sobre ella lluvia de piedras.

Tras la bomba el chillido en los oídos es canción de despedida.

Entonces brujas bailan sobre oropel y tan sólo resta la danza para hacer arder las ánimas y emprender la vuelta a casa.

El niño más joven, de 18, se ha ido tras la última cigüeña atraído por los cantos de las armas. Tras el disparo el segundo chillido es el alma huyendo por los oídos. Cuando todos los vientres de mujer son tan estériles como la tierra una sola semilla puede traer el futuro de la vuelta de la esquina.

Underground. (Emir Kusturica) Los que sobrevivan serán devorados por las bestias. ¿No lo ves?

Entonces pueden cantar de nuevo ángeles sobre columpios y jardines olvidados y detener la marcha de los fusiles al menos lo que dura un minuto de silencio.

Érase una vez un país y su capital: un círculo de amores, una comedia, un zoológico de hombres. Érase una vez un país que cabía en un sótano, en una isla sin tierra, en un tanque de guerra.

JUAN CARLOS CARVAJAL SANDOVAL. Ganador del primer concurso a las mejores producciones artesanales locales y Producción literaria de Usaquén en la categoría cuento. Ganador del primer concurso distrital organizado por Biblored en la categoría dramaturgia. Mención honorífica en el premio literario Eustaquio Leal de la universidad autónoma con su cuento: no siempre fue ciego. Publicado en diferentes antologías de relato en México y España como Leyendas de la santa muerte, Cuentos de personajes para personajes, y Blanco, rosado y tinta. Actualmente se encuentra terminando el pregrado en Creación literaria de la Universidad central y trabaja adelantando una edición crítica de La vorágine. También, es columnista de cine en el periódico Echando Lápiz y eventual colaborador en las Hojas universitarias de la universidad central. Correo electrónico: filantropus@gestores.com jcarvajals@ucentral. edu.co Dirección: Cra 68 bis n 10 03 sur. Bogotá, Colombia. Teléfonos: 4752884. 3015013271.

Érase una vez un país cuyo nombre borraron las trompetas de una orquesta. Érase una vez un país sin mayor líder que un mono. Érase una vez un país. Puesto de Combate

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Visitación

Cuando dormir se parece tanto a la muerte

Recorro mi sexo, la madurez de mis frutos, las hojas sonrosadas que se dilatan con mis delirios.

A mi ciudad, que me hizo extranjera. Las calles congestionadas de gente, en un tráfico absurdo de cuerpos caídos, el frío hiriente del desdén, la melancolía nocturna que los sumió en el olvido.

Imagino la rigidez de tu tallo, el grosor de tu corteza, el enraizado tramo de tus besos, la sombra frondosa que me acaricia las entrañas, tu perfume de polen que me llena de éxtasis y vitalidad.

Fantasmas en la urbe, señales de ruinas antiguas en el rostro desvalido, se asumen nuevas hostilidades en un mundo que ha olvidado la impureza de estar vivos.

Tus movimientos ondulantes y penetrantes, mi flor desnuda sobre el follaje; mis pétalos abiertos a la intemperie de tu lluvia.

La angustia citadina transgrede el alma humilde, hiela los huesos de podredumbre entre el que te mira desde abajo y el omnipotente que te ignora como la proliferación de un virus que se escapó de sus endebles manos.

Duerme conmigo

Apúrate antes de dar marcha atrás, antes de que se acallen tus miradas en el pavimento, en el fuego rojo que depura la sangre y te imprime su pavor desconocido, el miedo a ti, a tu dormitar lento en los rincones vacíos, a desapercibirte en ese lugar más muerto que dormido…

Quédate, para volverte a encontrar en las huellas que abandonas en mis tierras, en el surco donde descubres mis latidos… En mi quédate, te llevare por mis caminos, por las noches de mis bosques, por mis ramajes espesos.

NADIA MARITZA VILLARREAL CARVAJAL Pastusa de profesión desde 1986. Escribe primer libro: “Poemas de amor en tiempos de fuga” para obtener el título de Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de Nariño. Su obra ha sido premiada en: el Encuentro-concurso de Escritores Aurelio Arturo, categoría: cuento (2008); Festival Cultural Universitario, categoría: poesía (2009), Ganadora del Primer Concurso de Poesía ¨Qilqay¨ (2012) y, diversas publicaciones en compañía de otras ausencias: “Energía dislocante de la vida, Memorias del V Recital Internacional de Poesía desde el Sur” (2009), ¨Nubes Verdes (Antología de Poesía Viva: Nariñense-Carchense: Colombia-Ecuador. 2013), ¨32 labios, 16 poemas de pura carne¨ (Selección de poesía femenina 2013), Revistas: Awasca, Décima Comuna, Cimarrón y Boletín Literario ¨Mal de Ojo¨ (Chile, 2014). Actualmente se desempeña como docente. Correo: nadiacolombia2010@hotmail.com

Quédate, cuando la lluvia amanezca, cuando transites mis selvas vírgenes cuando respire bajo tus nubes. En mi quédate, para llenarme de ti, de tus reservas en época de sequia, de tu paisaje arraigado a mi horizonte. 43

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Johana Marcela Rozo Puedo Morir Todos Los Días Insisto en escribir para no morir de soledad veo como soy una unidad indivisible con la palabra la misma que me ahoga, que me incita a la tristeza que me alcahuetea el hastío. Tengo el infortunio de creer en cada letra que pronuncio y me ahogo en las noches con los silencios que dejo morir en mí. No apelo a nada, ni a la entereza de espíritu, ni a la justicia divina. Caigo sin tormentos en lo único que sé de memoria: todo es palabra o sed.

Cuando dios estaba enfermo Cuanto necesito para comprender el ser inmutable que soy. El espejo arroja imágenes pálidas que no responden nada los minutos previos a la muerte no son suficientes cuánto más necesito para creer que somos un suspiro extraviado de la hipocondría de Dios.

Estirpes

Dos Esa otra la voluble, la celosa, la inestable la que se divide en dos y no lo sabes te mira al otro lado del río. Esa te dice a los ojos de las muchas formas que aprendió a engañar se muestra frágil pero no lo es en su corazón hace mucho se instaló la ausencia. El calor que la recorre es una mentira aprendida de imitar las muecas de las enfermas de amor el vibrar de sus labios también es falsa y lo entenderás cuando la leche de sus senos te sepa agria.

Somos (lo he dicho muchas veces) un amasijo de pesadumbres traídas de nuestras estirpes puedo sentir a veces la inquietud de mi abuelo caminado lejos de la tierra labrada, la muerte en el lodo del tío mayor, huyendo de la caída que lo alcanzó la incertidumbre post-morten de la abuela por sus hijos ahora huérfanos. Me aqueja el frío y la vejez de mis manos empieza a notarse tengo marcas de guerra sin haber ido un día al reclutamiento siento el desarraigo y no he pasado una noche fuera de casa y entiendo entonces que la desesperación se hereda con la luz del nacimiento. Puesto de Combate

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Rodeado de muchachos

Jairo Bernal

Rodeado de muchachos escribiendo para y viviendo como los muchachos ¡cómo te envidiábamos muchacho!

Resumen gráfico

Pues a pesar de tu rostro de tipo serio y el acento de llano recio todos sabíamos que no eras más que… o ni más ni menos que… … un muchacho uno de esos que quieren lucir brutales y tiernos a la vez y que lo logran aunque nadie se lo crea y ninguno lo confiese.

Observas las fotos de tu infancia: Aquella en la que apareces Con sonrisa franca Un libro que jamás leíste Y el escudo de un colegio de barrio Que apenas recuerdas. En otra Exhibes atuendo de monja Y un lirio en la mano, Fue el que usaste el mismo día En que sorprendieron a tu hermano Fumando marihuana. ¿Qué debacle!

Pues siempre hace falta un muchacho como tú que llegue a la media mañana a nuestra casa sin aviso sin respeto a proponer ver un partido de una liga de futbol de tercera pero que termináramos vivando alborozados a cuenta del “llanero” que desde el frasco y la actitud aportabas en euforia y libaciones en estudiado y escatológico lenguaje oral escrito actuado de muchacho…

La de los quince, Te muestra De vestido largo y Brindando con tus padres Una primera copa de champaña, oficialmente la primera, Pues nunca supieron De las famosas borracheras del colegio. Lástima que las fotos de importancia Jamás fueron tomadas:

De esos que cierran la puerta con estrépito en medio de la fiesta o de la noche y nadie se preocupa pues se sabe que ya vendrá de nuevo mismo vigor igual desborde trayendo sin economía nuevas dosis de sueños, de sueños de muchachos.

Cuando empujabas un carro esferado En el reinado de la cuadra, Cuando pateaste a un tipo Que quiso aprovecharse de tu hermano La del momento en que te besaron Como si fuera la primera vez. (jamás nadie ha vuelto a hacerlo como aquella)

A Carlos Pachón, muchacho llanero q.e.p.d.

Observas las fotos de tu infancia y piensas: La verdad es que yo creía conocer a Jairo Bernal por el hecho de saludarnos diariamente en el ascensor, pero un día se me perdió de vista. Tal vez por tantos caminos que ha recorrido, y fue precisamente en uno de esos caminos donde, este año volví a encontrarlo. Grata sorpresa. Me regaló su libro ENTRESÁBANAS –de selvas y sábanas-, un libro de poemas que me hubiera gustado leer cuando joven. Son poemas distintos, extraños y sorprendentes. (Alejandro Pluma).

¿Qué buena niña! (no importa la opinión de los vecinos) ¿Qué habrá sido de ella? (Entresábanas) –de selvas y sabanas–

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Omar Garzón

Jesús Gómez

POEMAS CON CARTOGRAFÍA DEL PAÍS IMAGINARIO “Las montañas, los valles, los ríos y los mares se llaman Cementerio. ¿Cómo orientarnos?, ¿Cómo?” Flóbert Zapata

Recibiendo a cristo en La

Aquelarre en Macayepo

mejor esquina

Hoy cayeron piedras del cielo. Cayeron tantas veces que nuestros cuerpos tomaron forma de cantera: A su choque con el suelo daban gritos de agonía. Cayeron como truenos cortando hasta el aire en nuestras bocas. Hoy cayeron piedras del cielo y las ramas deshojadas de los árboles cobraron vida. A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro. Los montes se alzaron imponentes para ser testigos de la fiesta de los hombres: Ramas estacadas en los vientres, filos que salían de las venas, piedras en los ojos, llantos sin destino… Todo en la vitrina de la muerte, todo en el lienzo de la tierra /ya salada, ya de cal. Hoy cayeron piedras del cielo. De su paso por aquí solo queda el rastro de unas sombras y los campos removidos y las huellas de los niños y esta mano de algún anciano que partió sin ella.

Silencio adentro. Silencio afuera: Ni latido. Ni suspiro. Ni brisa. Ni lluvia. Ni voz. Ni ola. Ni palmada. Ni tiempo. Ni nadie. Ni nada. Nada se siente cuando se tiene un abismo entre las cejas. Silencio adentro. Silencio afuera. Cristo recién resucitado acaba de morir de nuevo.

Como una señal

Este barrio de calles como serpientes está lleno de cicatrices.

1 Los días afanados que dejan cicatrices en tu cuerpo las palabras que decías hoy se enredan en tus labios como una sombra el silencio te rodea en tu espalda y en tu memoria, padre los recuerdos son fosas de anzuelos enredados.

En sus paredes han esculpido el dolor. Sus habitantes llevan sombrillas blindadas para el granizo afilado que cae y perfora el pensamiento.

2 De color gris el cofre de mi padre gris como un día triste que se anuda en la garganta Al otro lado del vidrio su rostro duro es una piedra suspendida en el aire De color gris el cofre de mi padre gris metálico, acorazado suficiente para un viaje eterno.

Es la lengua en este barrio un gatillo que dispara palabras explosivas palabras con metralla pólvora para adobar la carne. Barrio de calles empinadas donde el viento raja la piel y la muerte conspira otras muertes con sabor ácido en sus labios.

Otoño en San José de Apartadó Algo había escuchado sobre el otoño, pero no sabía lo que era. Que las hojas caen como muertas de los árboles; Que caen secas, lentamente, dijo la profesora. Esta noche no es como las otras. Un viento fuerte se abre paso entre las ramas arrancando brazos, tumbando hombres. No sabía lo que era el otoño. Ahora lo comprendo, ahora que veo como caen los míos sobre el césped, ahora que yo mismo caigo como hoja muerta en el camino.

Puesto de Combate

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OMAR GARZÓN (Bogotá). Sus poemas han sido publicados antologías, periódicos y revistas especializadas de Argentina, Chile, Venezuela, Costa Rica, Cuba, Nicaragua, México, España, Guinea Ecuatorial y Colombia. Ha presentado su trabajo en diversos espacios culturales, académicos y literarios de su país. Entre los años 2011 y 2012 se desempeñó como tallerista de la Fundación Andrés Barbosa Vivas y ha trabajado como profesor de Geografía y Literatura en Bogotá. Autor del libro Flores para un ocaso, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2013). Dirige el blog farodesnudo.blogspot.com

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Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Hojas al Viento (Poetas colombianos)

Francisco HelÍ Ramírez Fonseca 1983

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1 Mi madre lavaba la ropa a orillas de una quebrada.

Muchos me preguntan que si tengo una casa Yo les digo que sí pero aclaro que no es precisamente como la que ellos imaginan de puertas y ventanas de paredes y techos.

Sobre una piedra quitaba la sangre de la ropa de mi padre sangre acumulada de días que teñía por un momento el agua. Cada vez que mi madre hacia esto entonaba un canto de despedida.

A mi casa la cruzan los ríos sus aguas llegan a lugares ocultos humedecen las grietas secas del tiempo engendran vida.

2 Por esos días mi padre desollaba reces en un cuarto frio.

Por aquí las aves entran y salen libremente con sus cantos amenizan el amanecer traen el sonido del mar en sus picos lo siento deslizarse por el caracol de mis oídos.

Tapaba sus oídos para no escuchar mugidos de dolor. El brillo del cuchillo se reflejaba en su rostro atravesaba el alma de las reces.

Esta casa no necesita muros porque los hace el arco iris No necesita plantas, porque tiene árboles, donde sus ramas se abrazan y un viento fresco renueva los días.

3 Nunca olvidaré los mugidos de dolor el brillo de la sangre la mirada perdida del animal el canto de despedida de mi madre.

Muchos me preguntan qué si tengo una casa Yo les digo que sí pero aclaro que mi casa es su casa y puede ser el agua, el aire, el fuego o la tierra. Mi casa es de luz y oscuridad.

JESÚS GÓMEZ nació en Santiago Putumayo en 1978. Licenciado en lengua castellana. Dibujante autodidacta. Sus poemas han sido publicados en la Revista de Poesía Prometeo número 84-85 2009. Revista virtual de poesía Cinosargo, Chile 2010. Muestra Poesía en Medellín 1950-2011. Antología Internacional de Poesía: El lenguaje de los pájaros Uzbekistan, 2011. Plegable de poesía, Musa Levis Manizales 2012. Su libro Del Aire (2010) Obtuvo una mención de honor en el XXIII Concurso Universitario Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia.

Está en los libros y sus interminables pasadizos

No te vistas

Mujer Con aroma de campo amasada en piedra y arcilla tu cuerpo de bambuco es tiple y guitarra tu pelo de viento que mece tu canto de cristal al brillo de tu voz –primorosa redcapturas sueños –palabra genialplena de magia en lámpara virtual, todo lo vuelves arte: sonríen contigo el dolor y el sufrimient0o, tempestades convertidas en caricias; la fuerza cósmica ilumina en serenas cadencias la noche pletórica de besos, y el mar con sus olas encrespadas sus playas cubiertas por océanos de amor;

Te lo repito: Amor mío, no te vistas esconde tu vestido. No necesitas un traje, supersticioso es tu cuerpo de armonía El traje oculta tus encantos a otros del odio sus heridas. El traje cambia al espíritu triste lo presenta de colores la envidia se decora con corbata la hipocresía se adorna con botones. El absurdo que mueve del alma la pobreza rodea al vulgo que sueña con alhajas; ved cómo el chisme al pigmeo lo agiganta y el demonio huye del fuego del infierno con una capa bordada de calumnias.

viajas mujer, al fondo del espacio y al confín del tiempo; llevas la tierra en tus manos, en tus laboriosas manos. En tus manos tiernas, mujer, Sólo en ellas, adorable mujer, Estaremos a salvo.

Te lo pido, amor mío, no te vistas. Adoro la desnudez del alma del amante de su trino la caricia añoro y la placidez embrujada del arte que encierra la palabra.

Sustracción Por un billete de cien vendimos hasta el gato: los muebles del abuelo Los pozos de petróleo las viejas cobijas que en la luna de miel la primera noche nos ahijaron las nuevas empresas del cerebro la vaca de los diez terneros la chiva mellicera la cuajada y el calostro tempranero el auto y las acciones de los coches el gallo, la gallina y el polluelo el banco la tienda y el acero sólo queda por vender el chino el chupo y el tetero.

FRANCISCO HELI RAMIREZ FONSECA Guateque, Boyaca, Col. Economista egresado de la UPTC. Actualmente investigador y docente de la Universidad Antonio Nariño. Ganador del concurso de Novela del Consejo Editorial de Autores Boyacenses, (2010. Autor de la novela histórica Maisanta. De El Mute de Francisco, dice su autor, es una obra original, con sabor a papa y nabos, de corporal idílico encuentro, de olor a tierra nativa, a mestizo liberado y tejo, es un canto a la sensualidad, un aliento vital, el optimismo hecho palabra, que universaliza lo coloquial y al ciego hace parpadear”.

de la Patria nada queda. Puesto de Combate

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Dos poetas cubanos

Dos poetas cubanos

Alberto Rodríguez Tosca

Roberto Fernández Retamar Un hombre y una mujer ¿Quién ha de ser? Un hombre y una mujer. Tirso.

ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA (La Habana, Cuba 1962 –La Habana, 2015).Poeta, ensayista, narrador, profesor universitario, tallerista y editor de varias publicaciones de periodismo cultura, entre ellas l (Suburbia Capital, Urbe, Horas, La Sangrada escritura).Varios libros publicados, entre ellos Todas las jauría del rey (Premio David de Poesía 1987), Otros poemas (Premio Nacional de la Crítica, 1992), Las Derrotas (Ediciones Unión, 2008). Lamentablemente este año, cuando su producción literaria estaba punto de alcanzar los máximos reconocimientos que todo poeta aspira, tuvo que partir hacia otros mundos. Buen viaje, poeta! Yo, empero, seguiré esperando que vuelvas como espero que vuelvan todos mis amigos muertos (Milcíades Arévalo).

Poema

Poeta Alberto Rodríguez Tosca. © Milcíades Arévalo

// Yo siempre quise ser un gran poeta. Incluso yo estaba llamado a ser un gran poeta. Tenía quince años cuando el gran poeta que iba a ser empujo la puerta de mi cuarto y me dijo: “Tú vas a ser un gran poeta… pero hay que trabajar”. Tenía quince años y era yo. No el trotavientos que ahora soy y se burla de todo y a toda hora le saca la lengua a aquel gran poeta que iba a ser. Tenía quince años y cada noche una palabra distinta se acostaba conmigo y en la mañana amanecíamos con hijos que crecían en la tarde y en la noche se acostaban con otras palabras que daban a luz palabras nuevas, hijas del siguiente amanecer. No era nada despreciable mi familia cuando tenía quince años y el mundo comenzaba a mis pies y terminaba en la lengua de Dios justo en el instante en que empezaba a decir “hágase esto y lo otro y aquello y lo de más allá”. Tenía quince años y era yo. Tenía quince años y era Dios. Sí, yo estaba llamado a ser un gran poeta. Por Dios lo juro. Y también por mi madre, que otro día entró a mi cuarto y me dijo: “Yo no sé si tú vas a ser un gran poeta, pero lo que sea que vaya a ser… hay que trabajar”.

Puesto de Combate

// Este hombre que va a morir. Este hombre que va a ejecutar el salto hacia la nada. Este hombre que cultivó una huerta de espinas bajo sus pies desnudos. Este hombre que miró por última vez a las estrellas y por última vez roció con lágrimas la claridad del firmamento para luego colorearla con su sangre. Este hombre que ayer habló y jugó y se rio con sus amigos. Este hombre que hoy se despidió de sus hermanos con un “ya vuelvo” que retumbó en la noche como un acorde de violín batallando con la voracidad del trueno. Este hombre que va a morir, termina de vomitar el “poema del hombre que va a morir”...y salta.

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Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve sino ellos, Calles populares que van a dar al atardecer, al aire, Con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido a una música que a un paisaje; Si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso, Y dejan encendidas las paredes, Y hacen volver las caras como atraídas por un toque de trompeta O por un desfile multicolor de saltimbanquis; Si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene la conversación del barrio, Se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros de las esquinas, Las respiraciones fatigadas se hacen suspiros; ¿Es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo De extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia, Como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha sabido Y del que apenas quedan en las bocas Murmullos y ruinas de murmullos?

Pero, después de todo, es morirse tan duro; Es tan agrio perderse de este encendido mundo De manzanas dulcísimas y dulcísimos labios. No ver más a las nubes, a la luz, a los pájaros. Saber que las gaviotas descenderán un día Con ese bello aire de flechas elegidas, Un día sin distancias en que no podré verlas Volver a alzar sus peces y repetir sus flechas; En que las mil banderas con que se zafa el viento Se apoyarán en rosas nacidas de mi cuerpo. Y mí enterrada voluntad y nuestro amor Estallarán en hierbas para enredar al sol. Y en vano habrá una estrella llamándome en espadas, Porque en mi roto oído se estará hundiendo el agua. Pienso en mi sangre ávida, que apartándose va; En estas mismas cosas que ya no diré más; En tus manos, volviéndose manos desconocidas, Caminando hacia el humo con angustiosa prisa, Y en ese irresistible caminar, esa sombra Que va enturbiando luces y destrozando rosas, Digo tu nombre claro, que suena en mi garganta Como en la espesa noche un rayo de campana; Sueño toda tu vida, que es mi vida más larga, Quiero existir mis ojos en tus propias miradas, Quiero tocar mi sueño, tu piel nueva y alegre, Para creer un poco que he matado la muerte.

Del libro Buena suerte viviendo (1962-1965)

Del libro Patrias (1949-1951)

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Dos poetas cubanos

Puro Cuento

El capitán

Y

Juana Porque va borrando el agua lo que va dictando el fuego. Sor Juana Inés de la Cruz

Alguien dice: --Yo conocí al capitán Cuando, muchacho aún, en una oscura Tienda de calle oscura, desgarbado y tímido Vendía zapatos. Se movía con servicial torpeza, Varios pares bajo el brazos, o los hacía saltar Como delfines: el amarillo suave, el blanco. El vendedor de zapatos es hoy el héroe. Yo lo conocí.

Nada ha borrado el agua Juana, de lo que fue dictando el fuego, Han pasado los años y los siglos, y por aquí están todavía tus ojos Ávidos, rigurosos y dulces como un puñado de estrellas, Contemplando la danza que hace el trompo en la arena, Y sobre todo la tristeza que humea en el corazón del hombre Cuya inteligencia es un bosque incendiado. Lo que querías saber, todavía queremos saberlo, Y ponemos el ramo de nuestro estupor Ante la pirámide solar y lunar de tu alma Como un homenaje a la niña que podía dialogar con los ancianos de ayer y de mañana Y cuyo trino de plata alza aún su espiral Entre besos escritos y oscuridades cegadoras.

Y sin embargo, no (debo decirle, yo que no lo conocí): El magnífico lo fue siempre, En la confusa juventud, guardado en el bolsillo Viajaba un raído libro De su magra y chispeadora biblioteca Ganaba el pan en cualquier oficio, y en espera de la tarea mayor que planeaba sobre él Tras de ascender como un ángel hacia celestiales zapatos, Se deslizaba en un rincón, y mordía Las palabras simples y decisivas del cuaderno Que apresurado hojeaba. El héroe distraía entre ropajes absurdos, Junto a esa triste cerveza de las seis de la tarde, Los años que preparaban su advenimiento Yo, que no lo conocí, Lo imagino de vuelta del combate, Jadeante, cansado, feliz acaso, Echarse bajo un solitario árbol, Memorioso de una niñez increíblemente atrás, En un barrio roto y alegre, Mientras sus dedos raramente sabios Acariciaban la correosa piel de sus botas.

En tu tierra sin mar, ¿qué podría el agua Contra tu devorante alfabeto de llamas? De noche, hasta mi cama de sueños, va a escribir en mi pecho Y sus letras, donde vienes desnuda, rehacen tu nombre, sin cesar. Nada ha borrado el agua, Juana: el fuego quema aún como entonces –hace años, hace siglos.

Del libro Sí a la revolución (1958-1962)

Del libro Juana y otros poemas personales (1980)

a Mr. Cunningham explicándole por qué salí de La Habana, aunque claro él ya sabrá todo, en Nueva York se interesan mucho por Cuba:

o estaba nada más

Cuba, como representante que soy, o era, de la Ferroquina Cunningham, y esa tarde en casa del senador junto al Almendares tornábamos el fresco después del almuerzo, me había firmado el pedido, él tiene la concesión de todas las boticas de La Habana, es amigo íntimo del presidente Gómez, socios en lo del ferrocarril de Júcaro y el periódico El Triunfo, cuando vinieron a avisarle, Dios mío: de paso en

en Oriente los negros de los ingenios azucareros se habían levantado en armas, iban a echar al agua a todos los blancos, a cortarles el cuello, a destriparlos, qué horror;

me estaba asfixiando en el camarote, subí a cubierta, sonaba la sirena levaban el ancla, brillaban La Cabaña y el Morro, todo parecía tan en calma, quién iba a decir que en el interior de la isla ya estaban los negros matando, saqueando, violando; pero las torres de la Catedral se alejaban, las casa del Malecón también, el Vedado era color de rosa con sus palmeras jardines balnearios que iban disminuyendo, haciéndose un dibujo chino en un grano de arroz hasta que la curva del A Salvador Barros mar nos tragaba;

Cuando salí de La Habana, válgame Dios

José Emilio Pacheco

y dije con un miedo terrible: ahora mismo me voy; el senador insultó a los negros, ya son libres y no se conforman con nada, además escogen para rebelarse precisamente hoy, décimo aniversario de la República; intentó tranquilizarme, me aseguró que el Tiburón, es decir el general Gómez, los pondría en paz en veinticuatro horas y si él fallaba, tropas norteamericanas desembarcarían para proteger vidas y haciendas;

Y en el Churruca la gente estaba triste, sólo Dios sabe lo que va a ocurrir tierra adentro, la orquesta tocaba esa canción tan melancólica, La Paloma, que según mi madre era la predilecta de Maximiliano y Carlota, pobrecitos, sobre todo ella, muerta en vida, esperando, sin darse cuenta de han pasado los años; como no conocía a nadie mejor volví al camarote hasta que fuera hora de cenar, mientras tanto fumaría un H, Upmann y terminaría de leer La isla de los Pingüinos, tan bonita novela, qué grande es Anatole France; me estaba acomodando en la litera, vinieron a cobrarme el pasaje;

pero no me convenció, no soy hombre de guerra, y en un taxi corrí al hotel y hablé por teléfono a la agencia naviera; el único que sale ahora va para México, pero si acabo de llegar de México, bueno no importa, doy lo que sea ¿zarpa a las seis, pago a bordo, me aceptan un cheque?

¿cuándo llegamos a Veracruz? En menos de tres días si hay buen tiempo y por la noche, mirando hacia abajo desde el ventanal del comedor, las olas se veían temibles al estrellarse en el costado del barco;

En el muelle otros negros cantaban, cargaban barriles sacos cajas de azúcar ¿lo sabrían, iban a rebelarse también? Hasta que al fin trajeron mi equipaje, subí a una lancha y luego por la escala colgante al gran barco; ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR (La Habana, Cuba, 1930). Ha publicado numerosos libros de poesía y ensayo. Estudió Letras en la Universidad de la Habana, de la que es Profesor Emérito. Fue profesor de la Universidad de Yale (Estados Unidos). Preside la Casa de las Américas. Estos poemas fueron tomados de su libro Poeta en La Habana (selección y Nota introductoria de José María Valverde. Barcelona, 1982).

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no me gustó porque si le tengo miedo a una sublevación cuánto más le tendré a los naufragios, grave inconveniente en mi oficio que consiste en ir de un lado a otro por Sudamérica y en qué lo voy a hacer si no en barco, aunque estos de la Trasatlántica Española son muy seguros y tienen muy buen servicio;

Ya se imaginarán el gusto que me dio entrar en mi cabina al Churruca no hay como estos vapores de la Compañía Trasatlántica Española, tan cómodos y dan tan buena comida; sentí mucho no haberme despedido de todas las personas que fueron muy amables conmigo; menos mal que organizado como soy terminé el día anterior mis asuntos; apenas lo abran iré al despacho telegráfico, pondré un mensaje inalámbrico

lo mismo opinaba el matrimonio que me tocó a la mesa, unos noruegos bastante agradables aunque no demasiado conversadores, tampoco yo tenía muchos temas y como no 53

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Puro Cuento

Puro Cuento

se francés y ellos hablaban poco inglés y casi nada de español apenas pude mencionar las obras de Ibsen y preguntarles cómo era Cristianía, si es un sitio tan gélido como San Petersburgo, del que algo sé porque Dav, mi vecino del piso de la calle 55, nació en Rusia;

aceite, y sin embargo vamos como pulga en alquitrán aunque el buque, claro está, no es de vela, qué extraño; lo bueno es que ya vi a la españolita, los viejos deben ser sus padres, lindísima, cómo hacerme el encontradizo, mejor esperar a que se rompa el hielo y se establezca la camaradería que hay siempre en los barcos, aunque luego al bajar a tierra, plaf, se acabó y haz de cuenta que no nos hemos visto: que extraño, o no tanto porque en un viaje nadie sabe nunca si llegará con vida, tal vez por eso, y entonces finge que nada le preocupa, se porta como si estuviera en un paseo;

hubiera preferido otra mesa con gente de mi idioma o norteamericanos, para mi es igual porque vivo en Manhattan desde niño, pero llegué el último y no debo quejarme: fue una suerte encontrar pasaje en estas condiciones; por los nervios cené mucho y no acepté jugar cartas con los noruegos; me fui a acostar, no pude dormirme, el barco daba unos sacudones terribles, crujía hasta el último milímetro, me asomé por la claraboya, no vi nada, solo se escuchaba el golpe de las olas, el chasquido como un sollozo, que extraño, qué ganas de hablar con alguien pero me da flojera vestirme y subir al salón en donde aún habrá gente bailando;

magnífico: el que está hablando con ellos es el encargado del Casino Español en México, lo conocí la ora vez, me acercó, qué gusto de verlo, encantado señor, besó su mano señora, a sus pies señorita; y por la tarde ya estamos en las sillas de extensión conversando, que encanto de niña, con los padres al lado eso sí, menos mal que tuve la precaución de quitarme el aniño, ay si Cathy me viera cuando no estoy con ella, debe suponer que en los viajes me doy mis escapadas, los yanquis también son iguales, aunque tengan cuatro hijos como yo y otro en camino;

tampoco puedo leer con este zangoloteo ¿por qué no inventarán barcos que no se muevan tanto como el Churruca? Y si nos pasara algo, con todo y telegrafía sin hilos ¿quién nos auxiliaría en medio del Golfo? qué cosas tiene el mar, está loco, una noche en el infierno y al amanecer como un plato, tranquilo, tranquilo, ni un ricito en la superficie, qué se hicieron los olones nocturnos, y el capitán echa las máquinas a todo vapor para seguir en este océano de

pobre Cathy, sola casi todo el año, cuando menos su madre está en Brooklyn, ya no vive en Buffalo, nunca me he llevado bien con mi suegra pero adora a los niños;

primera vez que Isabel viene a América y puedo hablarle de Manhattan y el Niágara y el camino de fierro de Veracruz a la capital; su padre dirigirá una fábrica de tejidos en Puebla, no tiene miedo a la revolución, cree que habrá paz en México pero está preocupada por Cuba;

nunca voy a olvidar este día, como Fausto decirle al instante: detente, detente; no quiero volver a la calle 55, los domingos en Brooklyn, el stew, el pay de manzana, los niños peleando con sus primos, la Ferroquina, las píldoras, el tricófero, el talco, los almanaques, las cuentas, los cobros, las muestras, los fletes, Mr. Cunningham; quiero pasar la eternidad contigo, Isabel;

qué delicia, Isabel nació en Túnez, qué extraño, pensé que sería madrileña o andaluza, no, sus padres son catalanes; el mar reverberante, qué calor, me sonríe, no estoy bien vestido, pasan hombres con bombines cachuchas pecheras albeantes, la orquesta toca Gaby Glides; cómo suena el catalán, le pregunto; su rostro es la juventud, la perfección y toda la belleza del mundo, fragancia de agua de colonia, el aire empuja el cabello hasta su boca, me enseña algunas palabras:

qué pronto, qué pronto ha llegado la noche, la última en el barco, y antes de que oscurezca le señalo una cumbre lejana, nevada; mira es el Citlaltépetl, el Pico de Orizaba, la montaña más alta de México, llegaremos a Veracruz en el alba; fiesta de despedida, el baile de nuevo, ya el último, ven, déjame sentirte en mis brazos, el vals Sobre las olas, no tiene mucho repertorio la orquesta, ahora toca otra vez La Paloma, mi madre la cantaba en mi cuna;

oratge tempestad, comiat despedida, mati mañana, nit noche ¿cómo se dice esta noche hay baile? Qué desesperación cenar con los noruegos, ella y yo nos lanzamos miradas, pero al fin Isabel en mis brazos, los viejos sólo nos dejan bailar valses, no tango;

la gente abandona el salón; Isabel, no te vayas, sus padres la llaman, quieren estar frescos para bajar a tierra; oficial ¿a qué horas fondeamos? a las seis si Dios quiere señor; don Baltasar me tiende la mano: fue un placer conocerlo don Luis; el gusto fue mío; no, Isabel, nos despediremos mañana en el muelle; no, sus ojos no se humedecieron, fue una alucinación, ahora siento la sal, qué vergüenza;

segunda noche, nit, de no dormir; pienso en ella que seguramente estará pensando en el novio que dejó en Barcelona, es idiota sentir celos, cómo exigirle fidelidad a quien nunca pensó en conocerme, cuidado, no me vaya a enamorar de esta niña, qué diablos, siempre me pasa lo mismo, en vez de disfrutar del presente ya me entristece la nostalgia que por este ahora que no volverá he de sentir mañana;

pero no dormiré, beberé, camarero, otro más; que esto pase a mi edad es el colmo, estoy ebrio ¿cuánto vino cuánto whisky he bebido? Hace calor, tengo sueño, ya se verán las luces de Veracruz, aún no, sólo el faro, los faros, las islas;

nos despedimos, ella se ira a Puebla, me quedaré en Veracruz esperando, no nos veremos nunca o al volvernos a ver seremos otra vez desconocidos, qué triste;

me cambiaré de ropa, dormiré, la delicia de hundirse en el cama; ven ven conmigo Isabel, no te vayas; dormiré, lentamente me duermo, estoy dormido, sueño algo que no podré recordar, ya no sueño, ahora despierto, bruscamente despierto, quién llama, voy, Isabel, no es posible, oigo gritos carreras lamentos ¿qué pasa, por qué viene sola Isabel?

pero estamos nuevamente en cubierta, el sol resplandece sobre el mar en perpetua calma, pasan a lo lejos otros vapores, llegamos a la popa, los padre vigilan sentados en el puente con el español del casino;

Mientras abro la puerta me dice: no sabes no sabes, es horrible ¿qué pasa? Y ahora ella pregunta ¿cuándo salimos de La Habana? respondo: el 20 de mayo de 1912 ¿y sabes qué día es hoy? 23, 24, no sé; no no es, me contesta llorando: es el 30 de junio de 1982, algo pasó, tardamos en llegar setenta años, no puedes imaginarte todo lo que ha ocurrido en el mundo, no lo podrás creer nunca, asómate por la claraboya, dime si reconoces algo, mira hacia el muelle, hasta la gente es por completo distinta, no nos dejan bajar, están enloquecidos, dicen que es un barco fantasma, el Churruca de la Compañía Trasatlántica Española desapareció al salir de la Habana en 1912, tú y yo y todos los de aquí sabemos que no es cierto; pero cuando bajemos ¿qué ocurrirá, Dios mío, como pudo pasar lo que nos pasó, cómo vamos a vivir en el mundo que ya es otro mundo?

y estás cerca de mí Isabel, tienes dieciocho años, mira, ya me arrugué, me salieron las canas, estoy perdiendo el pelo, siento que ya me pasó todo, en cambio tú apenas abres los ojos, tu vida aún por delante; quisiera tomarle la manos, estrecharla, besarla, no sé; le digo mira, y sonríe; arrojan el pan que le sobró de ayer, las gaviotas se precipitan a devorarlo, pelean por los trozos durísimos mojados en agua de mar ¿siempre van tras el barco? sí cuando hay tierra cerca y también tiburones lo siguen; pero si no tiran carne; cuando muere algún animal o se enferma, traen bueyes, cerdos, carneros, gallinas ¿ah sí? no sabía; los traen vivos, los matan allá abajo ¿de dónde crees que sale la carne que comes? ¿no quieres ver las calderas?

Jose Emilio Pacheco. México 30 de Junio de 1939-2014)

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Puro Cuento

Puro Cuento --Ni cuenta se dieron cuenta de mí –dije, resignado y seguí mirando el caño por donde se había ido la lancha con los uniformados.

Girasoles en el mar Milcíades Arévalo

V

Si despierto perderé mi patria. Luis Aguilera

enecia era otro de los tantos pueblos del litoral

que parecía de mentiras. Una iglesia pintada de blanco, unas cuantas chozas alrededor del muelle, una escuela a punto de caerse y un cercado de cardos donde los pescadores ponían a secar las redes. Abundaban los manglares podridos, la sed y el hambre. Un día no hubo tanta desolación en Venecia. Eran tiempos de pesca y abundancia. De todas partes del litoral buhoneros, misioneros, vendedores de abalorios, adventistas, compradores de pescado y músicos. Una banda de músicos completica. Se instalaban en parque y la soledad del atardecer desaparecía arrullada por la música. Eran tiempos de pesca y abundancia. Cuando este pueblo fue la cosa más bonita del litoral, comenzaron a advertirnos que las cosas se estaban poniendo bravas, que nos fuéramos de por aquí, pero por qué teníamos que irnos si éramos de aquí… --Aunque las autoridades estén muy ocupadas en sus asuntos, no creo que se hayan olvidado de los ancianos ciegos, de los niños que acarrean el agua y de los que ya no tienen de qué vivir –dije a Arsenia, tratando de aliviar su angustia.

Mientras Arsenia, hablaba con el viento y los fantasmas que la habitaban, comencé a desenrollar la madeja de una historia que me había inventado para que mi mujer me sintiera cerca a la hora de la desgracia; eso la calmaba un poco.

Me encaramé sobre los pilotes del embarcadero. Casi nunca se ven uniformados por aquí, a menos que estén buscando algún refugiado de la insurgencia, pero aquí todos nos conocemos desde pequeños, desde que esto no era más que un pueblo lacustre, el último lugar donde podía vivir un pescador.

--Hace más calor que ayer al medio día, pero ya viene la brisa del atardecer –dijo Arsenia para calmarme y bostezó.

--Casi nunca vemos una lancha por aquí, pero cuando la vi venir, pensé: “¿Quién quita que ahí venga el presidente?” En Venecia no había nada más que soñar para que todo siguiera igual.

--¡Esto es horrible! –se quejó Arsenia, como sí de pronto le doliera el alma.

--¿Ni cuenta se dieron de ti, verdad? --me preguntó Arsenia.

Los pescadores habían madrugado a poner un denuncio en el puerto, pero ya estaba mediando la tarde y ni siquiera por el radio daban noticias. El temor aumentaba desde el día que encontraron dos hombres acuchillados en los caños de la ciénaga; parecía que a las autoridades ni siquiera les importaba lo que pasara con nosotros.

--Eran como soles, pero más grandes –dijo y se quedó como tratando de recordar el rostro del hijo que estaba esperando y dibujó una flor en la arena.

--Seguramente pensaron que eras parte del paisaje. Solo hace falta que digan que Venecia no es sino un espejismo en mitad de la ciénaga –dijo Arsenia desilusionada.

giraba en la playa levantando tenues capas de arena, despertando el tedio de un pueblo oloroso a salitre. Las gaviotas revolotean a ras del mar. En el horizonte no se ve nada, salvo el faro de El Morro girando interminablemente y un pescador solitario tirando la red sobre el espejo del agua donde la luz hierve. Fastuosidad del sol sobre el violeta movible del agua que detiene a los lebranches debajo de los manglares.

--Pareces un garabato –dijo Arsenia al verme haciendo señales en el aire. Imaginé que recordaba un pasado feliz donde tenía la edad de la juventud y el cuerpo bañado por las fragancias del trópico. Nuestra vida había sido como la historia más bonita del litoral. Ahora todo era diferente; el miedo nos acongojaba el ánima.

--¿Girasoles? Nunca he visto nada que se le parezca ¿Cómo eran los girasoles de tu sueño?

Antes del amanecer me despertó el ruido de una lancha. A poco desembarcaron unos hombres en el muelle. A medida que se acercaban, pude darme cuenta que venían armados, con el rostro cubierto. Hicieron reunir a los pescadores frente a iglesia y los fueron matando a tiros. Cuando llegaron a mi casa, Arsenia salió a la puerta de la choza a defenderse con las manos y comenzó a gritar:

--Debe ser el miedo. El miedo nos hace ver dos veces más grande la misma vaina.

--¡Házte el muerto para que no te maten dos veces! Me tiré al lado de un anciano que ya había dejado de respirar y ahora miraba al cielo con amargura. Cuando ya no hubo a quien dispararle, los encapuchados, entre los que iba una mujer, se embarcaron y desaparecieron en los innumerables caños de la ciénaga. Al ver a Arsenia, retorciéndose de dolor en medio de un charco de sangre, me pregunté:

Poco después de las ocho de la noche llegaron los que se habían ido al puerto a quejarse ante las autoridades por los muertos en Venecia, de los atropellos que venían cometiendo gentes que no eran de por aquí. No contaron casi nada porque la autoridad no los había atendido de ninguna manera. Algunos se quejaron del trato que les habían dado y de los percances; a poco se fueron a dormir porque tenían que madrugar a pescar. Arsenia se quedó en la puerta de la choza hablando conmigo, me sirvió un café chirle, se recogió la falda y se sentó en el suelo.

--¿Por qué? ¿Por qué? No había respuesta. Sólo la voz del viento, una y otra vez, de un lugar a otro, de la inocencia a la furia, de la furia al cansancio, del cansancio al reposo. Todo lo demás era silencio.

--Anoche soñé que estaba sembrando girasoles en el mar –dijo con la misma calma del que sabe que no hay respuesta.

Una gaviota solitaria volaba sobre las tranquilas aguas de Tasajeras.

Mi mujer no conocía los girasoles, de eso estaba seguro. Ni siquiera yo sabía qué era un girasol. Los pescadores no teníamos un alma domestica como para estar detrás de los pollerines de la mujer regalándole flores. Nos gustaba el mar, las noches de luna, la música y beber ron en la playa…

A Gerardo Escorcia, en memoria.

MILCÍADES ARÉVALO. El Cruce de los Vientos, 1943. Director de esta publicación.

--Ojalá vuelvan antes del anochecer o de lo contrario se van a perder en los caños de la ciénaga. Cuando oí rugir un motor fuera de borda, salí a mirar si era que venía algún conocido o alguien que había perdido el rumbo. El sol desdibujaba el paisaje, transformando todo en una melcocha de lejanía y humo. Detrás de una canoa se asomaba la cabeza de un anciano, el rostro de un niño en la ventana, la silueta de una mujer embarazada. El viento Puesto de Combate

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Puro Cuento

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Los que vinieron de lejos Por: J. J. Junieles

(Este cuento hace parte del libro “Fotos de cosas que ya no están” (Collage Editores, 2015), antología de relatos del escritor y periodista, J. J. Junieles, que reúne cuentos seleccionados de sus tres libros anteriores, y algunas historias inéditas, como esta que compartimos).

C

una novela de ciencia ficción que describe una invasión marciana a la Tierra. Se trata de la primera descripción conocida de una invasión extraterrestre del planeta Tierra y ha tenido una indiscutible influencia sobre los trabajos subsiguientes en torno a esta idea.

uando llegaron los otros los vimos desde el cielo

cual estrellas. Siempre estuvieron ahí, entre las estrellas esperando, y como ladrones en la noche llegaron. Por un momento pensamos que la bóveda celeste caía sobre nuestras cabezas, corrimos a resguardarnos en nuestros edificios y casas, pero los otros no se movieron por mucho tiempo, duraron meses flotando ahí, entre el cielo y la tierra. La posible existencia de vida extraterrestre siempre nos había cautivado, desde mucho antes de que fuera posible viajar al espacio, artefactos, objetos y pinturas rupestres hallados en distintas partes del mundo daban cuenta de ellos.

naves, y se comenzaron a llevar los libros de la tierra, incumplieron los acuerdos con los jefes, sólo les interesaban los libros, una y otra vez pedían más, las editoriales comenzaron a quedarse sin nuevos libros que darles, las bibliotecas estaban vacías, sólo habían libros de ciencia, tecnología, leyes, la literatura desapareció de los estantes. Los otros impusieron leyes, todo aquel que tuviera un libro de literatura debía entregárselos a sus naves so pena de ser condenado al espacio (lo que para nuestra raza, por supuesto, era una pena de muerte) los jefes de las naciones estaban impotentes, los otros no tenían imaginación, pero tenían armas, cuando un país quiso defender su biblioteca nacional, fue arrasado completamente en dos minutos, solo quedaron los libros.

Los otros, los que vinieron de lejos, preguntaban por las guerras, y ellos contestaban con conceptos que los otros no entendían. Los otros también preguntaron por el arte, pero la idea se escapó nuevamente de su entendimiento. En la última reunión, uno de los jefes de este mundo les dio un regalo que lo cambiaría todo. Les dio un libro, se llamaba Las mil y una noches, y les dijo que era una edición especial con imágenes, y que era un regalo de su gente, teniendo en cuenta las promesas de ayuda de los extraterrestres.

Cuando los libros se acabaron, los otros preguntaron por los autores, y todos los escritores fueron apresados, se les ordenaba escribir sin pausa para cubrir la demanda de su planeta, que siempre quería más. La gente de la Tierra no entendía como habían sido esclavizados por algo que la mayoría no le daba ningún valor, y lo hubieran dado de buena gana si se lo hubieran pedido.

Los otros, vieron el libro con curiosidad, era la primera vez que tenían un libro en sus manos y se lo llevaron. Convocaron nuevamente a los jefes de Estado a la semana, el anunció causó extrañeza porque habían acordado reunirse ya en forma individual.

Ahora, tras su llegada, con el paso de los días llegamos a acostumbrarnos a su presencia, incluso en algunos lugares se pagaba dinero para usar telescopios y así, poder verlos mejor.

Muchos escritores murieron alejados de sus familias. Si hay poca producción son castigados en forma cruel, lo único que les interesa son los libros.

Los jefes asistieron, y las preguntas esta vez fueron: - ¿Dónde está Sherezade?

Yo, cuando termine este relato, temo encontrarme otra vez con la página en blanco.

- ¿Por qué no hemos visto ningún Ifrit?

Los intentos de las naciones por acercarse, fueron infructuosos, nada parecía penetrar el escudo invisible que los rodeaba. De vez en cuando unas luces rojas salían de las naves, parecían explorar todos los rincones de la tierra, pero así como comenzaban, se apagaban sin aviso alguno.

Planeta Tierra, 26 de noviembre del año 3045

- ¿Qué pasó con Aladino? Fueron pocos los jefes que contestaron, y el concepto de imaginación por primera vez fue explicado a los otros. Se les dijo que algunos hijos de este planeta se inventaban historias con seres que solo existían en su cabeza, solo con la intención de crear mundos invisibles para otros.

Muchas preguntas y miedos surgieron, que el idioma de los extraterrestres devino en una problemática a representar. Considerada una de las primeras formas de ciencia ficción, Historia Verdadera de Luciano de Samosata, aborda ya en el año 180 d.C. los viajes al espacio exterior, las formas de vida alienígena y las guerras interplanetarias. También se describen otros mundos en obras tan tempranas como la leyenda popular japonesa Kaguya Hime y en el relato árabe medieval Las aventuras de Bulukiya, incluido en Las mil y una noches.

J. J. JUNIELES. Caribe colombiano, 1970. Ha publicado los libros de cuentos: “Todos los locos hablan solos” (2011), “El amor también es una ciencia” (2009), y “Con la luz que me queda basta” (2007) También la novela “Hombres solos en la fila del cine” (2004) Obtuvo en 2002 el Premio Nacional de Literatura Ciudad de Bogotá, y en 2007 se le confirió la Beca de Residencia Artística Banff Centre for the Arts de Canadá. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, alemán, y portugués. Actualmente vive en Bogotá.

Los otros pidieron más libros, se les abrieron las bibliotecas de todas las Naciones, con el tiempo empezaron a llegar más

Casa Cultural Kussi Huayra

La aceptación de la vida extraterrestre resultó posible gracias al desarrollo del modelo heliocentrista del sistema solar durante el período Moderno temprano, y el tema adquirió cierta popularidad en la literatura de los siglos XVII y XVIII. Publicada por primera vez en 1898, La guerra de los mundos, de H. G. Wells, es Puesto de Combate

Siete meses después de la llegada de los otros, bajó la primera nave de contacto. Pareció dar unas vueltas, y luego hizo un anuncio, el primero de varios, en donde convocó una reunión con todos los jefes de Estado. Una semana más tarde se realizó la primera reunión, en donde ellos hacían preguntas de cosas que no entendían del planeta y a su vez los jefes de Estado preguntaban sus intenciones con la gente de la tierra. Esas reuniones duraron tres meses.

Calle 12 No. 1 - 59 / Barrio La Candelaria Tel. 321 3003542 - 310 3078272 58

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Tres textos del libro

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El hambre también viste de verde

Juanantonio

Wilson Barajas Prada

Nana Rodríguez 3 Esa mañana madrugamos y esperamos con emoción bajo el olor fresco de las frondas, el momento en el cual abrieran las puertas de la escuela. Decenas de niños - pájaros bulliciosos en medio de la calle- tallaban la vida. De pronto, cuando pasamos al lado de ellos, un chiflido aterrador de pájaros perversos, hiere mis oídos, todos señalan mis pies, se burlan, volteo a mirar los pies de ellos y encuentro que los chicos tienen botas de tela que amarran con cordones arriba del tobillo, miro mis zapatos y comprendo la razón de la rechifla, mis tenis no se amarran, su empeine sólo llega hasta el borde del tobillo, para ellos son zapatos de niñitas. Mi hermano gemelo no se inmuta, pero yo siento la jauría sobre mí.

48 En medio de los visitantes al museo, yo solo tenía ojos para David, empecé por su rostro magnífico, la nariz perfecta, la expresión varonil del hijo de algún dios. Luego seguí con su cuello macizo, esa fruta en medio de la garganta, tan natural, tan sensual, me conmovió hasta lo más hondo; seguí por su pecho y sus hombros . Los brazos como cascadas en reposo, el sexo espléndido, en el umbral de la erección, le dio un brillo especial a mi mirada, y de pronto, por la abertura de los muslos, mis ojos cambian de lente y enfoco frente de mí, unos ojos verdes mirándome, extasiados, un rostro iluminado por un cabello ondulado. Fue como si la estatua que antes contemplaba, se hubiera animado, como si Donatello conocedor de la belleza masculina me hubiera concedido el milagro de su proximidad.

Allí comenzó la ordalía. Ese fue el día de mi bautismo social. Tenía siete años. 12

Era un efebo, sólo unos años menor que yo en aquella época, natural de la tierra de los canguros, también deslumbrado conmigo, pues reconozco sin modestia que siempre me acompañó un ángel para atraer a hombres deseables. Sin una palabra que mediara, sino solamente la mirada y el encanto, nos fuimos aproximando, nos reconocimos, y el poco italiano que hablábamos, nos encendió con mayor fuerza el deseo. De inmediato, y con la venia del artista, nos fuimos para la cúpula de la iglesia mayor, nuestras pieles jóvenes brillaban bajo la luz del atardecer, David en mis brazos, yo en los suyos, nuestros labios húmedos, las manos conocedoras del oficio: nos esculpimos mutuamente. Languidecimos varias veces en medio de golondrinas, como dos bronces vivos soñados por Donatello.

Esa tarde después de la misa de cinco, acompañó al padre de la iglesia del Humilladero hacia la sacristía. Como en otras ocasiones, pasó allí la noche, dándole gusto al deseo, a la lubricidad de la especie, gozando un cuerpo igual al suyo, con los mismos sudores, las mismas concavidades e idénticos relieves. Disfrutando ese olor a hombre, como Tiresias, a veces un sol fulgurante de rayo erguido, luego, tras voltear la espalda, como la luna blanca y gimiente, generosa. Después del goce venía el dedo acusador de la infancia, los rayos, las centellas, la ira divina, las lágrimas del ángel de la guarda: Sodoma en llamas. Hacia el amanecer, ya vestido, en voz baja le decía a su amante furtivo:¿Padre y hoy qué va a hacer? ¡Celebrar la Santa Misa, hijo mío!

NANA RODRÍGUEZ ROMERO (Colombia). Es Poeta y narradora. Sus minificciones han sido publicadas en antologías de España: Alrededor de un tablero, Cuentos de ajedrez, Editorial Páginas de espuma; Argentina: Dos veces bueno, Cuentos brevísimos latinoamericanos, Nosotras, vosotras y ellas, Editorial Desde la gente; México: Ficticia y Colombia: La minificción en Colombia, UPN, Los comprimidos memorables del siglo XXI, UPN; Segunda antología del cuento corto colombiano UPN; Mariposas ciegas sin tiempo, Internacional minicuentista; Destellos de cristal, Internacional minicuentista. Becaria del ministerio de Cultura en el programa Residencias artísticas en el exterior (2002). Ganadora del Premio Nacional de poesía Ciro Mendía, 2008. Entre sus obras de poesía y minificción publicadas están: Elementos para una teoría del minicuento (1996) Permanencias (1998) Hojas en mutación, Premio de poesía CEAB(1997), Lucha con el ángel (2000) El sabor del tiempo (2000)La casa ciega y otras ficciones, Editorial Magisterio (2002), El bosque de los espejos (2002), Antología de poesía, Colección Viernes de poesía, Universidad Nacional N° 9 (2004), Efecto mariposa(2004), El oro de Dionisios (2005), Elementos para una teoría del minicuento, 2° edición, UPTC(2007), La piel de los teclados, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (2009), Vendimias del desierto, (2012), Juanantonio (2013). Profesora e investigadora de la escuela de Filosofía y Humanidades, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Puesto de Combate

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¡

Mañana tengo que ir a lavar donde la señora Emilia. Pero es tan poquito lo que gano… Apenas me alcanzará para la papa y el pan. Ah, y le debo dos pesos. Me hace falta lo que ganaba donde la señora Patricia Eugenia. ¿Cómo hará la máquina que compró la señora Patricia Eugenia para ver dónde está la mugre de la ropa? Debe de ser pura magia. Dicen que, ella sola, remoja, enjabona, restrega, despercude y exprime. Deben ser cosas del diablo para quitarnos el trabajo a los pobres. Pobres. El padre Gabriel no volvió. ¿Por qué lo tendrían que meter a la cárcel? Yo no creo. ¿Ayudar a los pobres será qué lo tendrían que meter a la cárcel? Yo no creo. ¿Ayudar a los pobres será qué lo tendrían que meter a la cárcel? Yo no creo. ¿Ayudar a los pobres será ser comunista? Cuando me preguntan, yo les digo a los niños que el padre Gabriel se fue a cuidar a otros niños más necesitados, lejos de aquí, pero que no tardará en volver. Comunista… ¿Qué será un comunista? Bueno, eso solo lo saben los que estudian mucho, y… los del gobierno.

Siete meses! ¿Sería cierto que lo ma­ ta­ron? Compadre Rufino me contó que había oído decir que lo habían matado. Dicen que por allá matan a mucha gente. ¡Pobre Calixto! Pero ¿nosotros? ¿Qué será de mis hijitos? Bueno, dormidos, por lo menos no lloran… Ya se vino la noche encima. Parece caminar como un gato. No se oye cuando llega. ¡Ah Calixto! Dizque quedarse dormido aquella noche… Y botarlo por eso… A cualquiera lo pueda pasar. Trasnochado, sin descanso y, con el día, cargue y descargue camiones. Era la única manera de que alcanzara el sueldo. Debía de tener ahorradas muchas toneladas de sueño. Dicen que ahora no dan trabajo a lo que ya han cumplido 40 años. José fue el que me contó. El todavía trabaja en la empresa. Pero no de celador como antes. ¿Cuántos años tendrá José? ¿Unos 25? Tan buen mozo, tan atento. Si él… ¡Virgen Santísima! Aleja de mí estos pensamientos Calixto… Pueda ser que esté vivo. Siete meses. Como si se lo hubiera tragado la tierra. Ni siquiera una palabra. En fin, hágase la voluntad de Dios. Dios. Cuántas preguntas raras me hace Carlitos. ¿Qué será de este niño? Tan inteligente. Gracias a Dios es varoncito. Pero, ¿Gertrudis y Susana y Angelita? ¡Pobres chiquitas! Bueno, Julito, por lo menos, ya busca la vida. Aunque sea para él solo. Pero me da miedo. Con diez años no más… ¿Será cierto que los gamines son malos? Son los amigos de Julito. Yo no conozco sino a Miguelito. El Palillo. ¿Cuántas hambres habrá pasado? ¡Tan flaquito! ¿Quién lo bautizaría así? Pero no parece ser malo. Quién sabe si Julito venga esta noche… ¿Cuántas lustradas haría hoy? Hay días

Si de pronto llegar Calixto y trajera muchas esmeraldas…Dicen que valen mucho. ¿Cómo serán las esmeraldas? Compadre Rufino dice que son hermosas. Que son verdes y transparentes. ¿De qué serán las esmeraldas? -Mamá, tengo hambre. tan malas… Se oscureció por completo. Hay unas noches más largas que otras. Otras más negras. No demoran en despertar los niños. El día también es bueno para que los niños duerman. Seguramente se despertarán con hambre. Dios socorra a la señora Marcela que me prestó media panelita. Menos mal que hoy tomaron sopita. 61

La voz del niño era débil y aún soñolienta. Con los pies pendientes de la cama, Carlitos, desgreñado y sucio, encogido y pálido, esperó que Carmela, su madre, le diera de comer. Aguadepanela. ¡Dios socorra a la señora Macela! Los ojos pardos y adormecidos del niño denotaban resignación y tristeza. Puesto de Combate


Puro Cuento Sin embargo, una recia voluntad de vivir brillaba en ellos. Carmela, después de encender la luz – luz robada de la red pública- se acercó al fogón de petróleo, de donde tomó una olleta tan arrugada como sus propias manos, y sirvió un poco de líquido en un pocillo plástico, cubierto de una mancha grasos, y cariñosamente lo pasó al niño. Este, sin pronunciar palabra, bebió el líquido a grandes sorbos tendió el pocillo a su madre. Sus ojos siguieron fijos en el rostro de la mujer como pidiendo más. Sin embargo, nada dijo. Siguió mirándola intensamente, con esos ojitos que tanta tristeza habían visto en sus escasos seis años. Los ojos de Carmela se perdían por los rincones de aquella covacha, esquivando la mirada del niño, con el temor que no podía disimular, de que el niño le pidiera más aguadepanela, que no había. Carlitos veía cómo los ojos de su madre se oscurecían más y más bajo la sombra de las pobladas pestañas aún lozanas. ¡Cómo pesaban en sus hombros esos 32 años? Aquel vestido que delataba cierta vistosidad y belleza de antaño, demostraba ahora, muy a las claras, que el cuerpo de Carmela estaba muy lejos de poder llenarlo. La mujer apretaba los labios delgados y pálidos: de vez en cuando miraba de reojo al niño; se alisaba los cabellos que denotaban un otoño prematuro; tomaba en sus manos uno y otro objeto, sin saber lo que hacía, y simulaba hacer que hacía algo. Un dolor horrible laceraba su espíritu ante aquellos ojitos tristes, fijos en ella. Por huir de sus pensamientos, tomó la escoba y se dispuso a barrer. ¿Barrer qué? Acaso se podía hacer algún orden en aquella desgracia casucha de latas? Barrer… Cinco, seis, diez veces al día. Era su recurso. Piedras, trapos sucios, cachorros, retratos de políticos, de santos, de ciclistas, de futbolistas, pedazos de herramientas, platos y pocillos de plástico, unas cajas de cartón donde se guardaban las modestas ropas, el fogón de petróleo y aquellas tablas y esos trozos de mantas que hacían las veces de Puesto de Combate

Puro Cuento cama. Ese era su hogar. Se lo sabía de memoria. A ciegas, habría podido encontrar la aguja clavada en el almanaque en que aparecía un bello niño jugando con su perro. Se lo había regalado José. Allí no había dónde barrer. No obstante, la escoba iba escudriñando lentamente los rincones de la humilde vivienda mientras el espíritu se perdía en los recodos más oscuros de la tristeza. -Mamita, ¿por qué no ha vuelto mi papá? -La montaña está muy lejos, mijito. Hay que rogar a Dios para que vuelva pronto. -Mamá, ¿Dios es muy rico? -Sí, mijito. Dios es dueño de todo lo que existe. -Y ¿para qué quiere Dios tantas cosas para El solo? -Esas cosas no se deben pensar, mi amor. ¿No quedaste con sueño? -No mamita- Guardó unos segundos de silencio. -Mamita, ¿mi papá nos traerá regalos? Seguramente. Él nos quiere mucho. -Mamita, ¿la montaña queda allá cerca de las estrellas. ¿Y nos traerá estrellas? ¿Muchas estrellas? -Tal vez pueda coger algunas estrellas. Estrellas verdes. Estrellas que se caen del cielo y se esconden en la montaña. Esas estrellas se llaman esmeraldas. -Y, ¿para qué sirven las esmeraldas, mamita? -Para… Tres vocecitas se dejaron oír de pronto, es un rumor que era al mismo tiempo bostezo, quejido y sollozo. Tres mechoncitos oscuros, tres nidos de copetón, tres cabecitas de muñecas flacas asomaban entre los harapos de la cama. Sus caritas amarillas y manchadas de tierra hacían muecas ante el brillo de la luz robada, tratando de despertar por completo. Sus ojitos apenas si veían. Angelita, la más pequeña, hizo un gesto como si fuera a llorar y dejó oír sus 62

pucheros que no necesitaban ensayo. Las otras dos permanecieran tranquilas, mientras sus manos se esforzaban por sacarse de los ojos, la luz que se había metido en ellos, ella le sirvió aguadepanela hasta agotar el contenido de la olleta. Carmela permaneció en silencio y pidió a Dios que el sueño volviera a los ojos de Carlitos. Viéndolos dormidos, sufría menos. Había oído decir que el sueño es más importante que el alimento. Para ayudar a sus deseos, apagó la luz y se acostó junto a sus hijos. Pronto se dio cuenta de que Carlitos otra vez dormía. Muy bien conocía su respiración. También ella trataría de dormir, a pesar del hambre. Lo que importaba era que los niños hubieran tomado algo. Entonces oyó la noche de la calleja. Muchas veces la había oído. La noche de la calleja del barrio, llena de odios, de llantos de niños enfermos y hambrientos –los suyos eran más o menos sanos- la noche del barrio con su suciedad, sus perros flacos, los largos y misteriosos silbidos, noche de bostezos interminables, de lluvias anestesiantes, de soledad, de maldiciones, de vientos preñados de blasfemias y suspiros. Era la calleja de todos. Su propia calleja. La noche de todos. Su noche. Tan distinta de las noches del otro barrio. Allí donde habían nacido sus cinco hijos. Aquella imborrable piecita del barrio tranquilo, que había alcanzado a amar un poquito. Varias sombras se perdieron como duendes por la calleja del barrio. Su mente débil no podía alejar tantos pensamientos que, en tropel, la acosaban y jugaban con ella. El sueño huía burlón cuando lo tenía más cerca. Julito, Calixto y Carlitos. El padre Gabriel. José. Esmeraldas. La señora Patricia Eugenia. Ropa sucia. Lavadora mágica. Esmeraldas. Perros. Hambre. Esmeraldas. Ladridos. Pasos. ¿Pasos? Sí, pasos. Pero ya no eran los pasos de la noche. Eran unos pasos demasiado conocidos para no ponerles atención. Sí. Era él. Golpes en la destartalada puerta. ¿Golpes? Su corazón era un terremoto. Sin darse cuenta, se había sentado de un

salto. No, no eran golpes. Era el volcán en su pecho. Trato de no respirar. -¡Carmela! Sí. Era Calixto. Habían pasado siete meses. Hambre. Sueños de esmeraldas. Dolor. Pero estaba vivo. Todo había sido una pesadilla. La película corrió veloz por su mente casi enfebrecida. Rápidamente encendió la luz. La luz robada de la red pública. Se acercó a la puerta. Había tomado, no sabía dónde, fuerzas de atleta triunfadora. -Espera un momento- dijo, corrió la rústica aldaba. Un temblor de cuerpos ahogados. Un abrazo angustioso. Apenas un sollozo y lágrimas. Las que creía ya secas, ahora brillaba a la luz de esa noche tan distinta. Las palabras no tenían lugar allí. Seguramente pasaron varios minutos. Entonces se separaron para contemplarse. Había más surcos en los dos rostros. Y los antiguos eran ahora más profundos. Pero eso no importaba. La felicidad irradiaba en esos ojos llenos de amor. Eran cuatro estrellas húmedas que parpadeaban. Se acercaron nuevamente y los labios de los dos palidecieron por completo al contacto casi doloroso por lo violento, en el más maravilloso éxtasis de amor. - ¡Carmela! - ¡Calixto! Creí que no te volvería a ver. Silencio. ¿Para qué hablar? Hablaban sus almas sencillas. La noche estaba muy lejos de ellos. Ahora sólo había luz. -Tenía que verte cuanto antes. Y ver a los niños. No podía soportar más esta ausencia. Tenía que venir aquí antes de ir a… -Pero, ¿es que piensas alejarte otra vez? Imposible. No importa que seamos pobres pero te necesitamos. No podemos con esta soledad. Aquí conseguirás trabajo en cualquier parte. Pero no puedes irte nuevamente. Era un ruego. Era una orden. Una decisión del amor. Era una súplica al cariño.

Era una queja. Era todo. Una pregunta pugnaba por salir de su garganta, pero se la tragó. Como si Calixto la hubiera adivinado, se retiró unos pasos, mientras ella lo miraba con ansiedad.

día cuando Calixto salió de la mísera vivienda a buscar un taxi que lo condujera al sitio donde se negociaban las esmeraldas. Era todo un tesoro lo que llevaba en el bolsillo.

-Espera, Carmela. Ten calma. Ten calma. No te exasperes. Espera y ya comprenderás.

Pasaron horas. Pasaron días. Transcurrieron muchas noches. Semanas eternas de la calleja inmunda. Semanas de noches. Meses de noches.

Al tiempo que hablaba, iba soltando tembloroso las trabas de una averiada maleta, a la que Carmela no había puesto la menor atención. Continuaba ansiosa al lado del hombre, sin saber de qué se trataba. Este, inclinado, soltó la última correa y la valija se abrió. Calixto miró a su esposa con una expresión de felicidad indefinible. Ella miró al interior de la valija y sus ojos estuvieron a punto de desgranarse en aquel fondo que la atraía. Luego se volvió hacia su esposo y en ese momento se dieron cuenta de que no estaban solos. Gertrudis, Carlitos, Susana y Angelita, estaban allí junto a ellos, boquiabiertos. Entonces se convirtieron todos en un apretado ha de infinito amor y doce inmensos ojos verdes, muy verdes de resplandor, brillaron en aquella casucha de latas, convertida ahora en fantástico palacio oriental. -¡Esmeraldas! -¡Esmeraldas! -¡Esmeraldas! -¡Esmeraldas! -¡Esmeraldas!

Entretanto, Carmela, Carlitos, Gertrudis, Susana, Angelita, diez inmensos ojos verdes, muy verdes aun por el resplandor de aquella madrugada de pesadilla, seguían mirando a lo largo de la calleja de asco. Pero Calixto no volvió. Se perdió con un bosque luminoso en su poder. Desapareció con un mar de esplendor en su bolillo. Se esfumó con un cielo verde entre manos. De aquellos diez inmensos ojos que todos los días y todas las noches contemplaban la calleja se desgranaron muchas esmeraldas de esperanza y luego de dolor. Pero Calixto no volvió. No pudo volver. En la ciudad sin límites había muchos hombres y muchas mujeres que soñaban con esmeraldas. Que serían capaces de hacer cualquier cosa por obtener siquiera una esmeralda. -Mamita, ¿por qué no ha vuelto mi papá? - ¡Oh Dios mío! No sé.

Esa madrugada Carmela y los niños supieron lo que eran las esmeraldas. -Sí, son siete hermosas esmeraldas que debo llevar temprano a vender. De hoy en adelante cambiará por completo nuestra vida de miseria. Quiero que mi familia tenga todo lo que necesita y que todos disfrutemos de la felicidad que tanto hemos deseado. Entre varias prendas de ropa sucia brillaban, en efecto siete piedras verdes, que eran el cielo, el mar y la tierra al mismo tiempo. Eran las dos y media de la madrugada de un sábado de junio de 196… No había aclarado aun el 63

-Mamita, ¿si mi papá vendió las esmeraldas y regresa, podremos comprar muchas cosas de comer? -Mijito, la ciudad es peor que la montaña: se traga a hombres y esmeraldas por parejo. -Mamita, tengo hambre...

WILSON BARAJAS PRADA. Nació en Socorro Santander el 9 de noviembre de 1938. Escritor y soñador.

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En el parnaso

A

Newton desterrado Óscar Godoy Barbosa

Rusvelt Julián Nivia Castellanos hora me decido;

abro las puertas de cristal. Entro con vida al paraíso. La perfección descubierta, me maravilla. Atisbo un firmamento estrellado. Está tan inmaculado como los diamantes. Giran por arriba las constelaciones en la lejanía. Hay una simetría entre estas creaciones. Veo sus luces y cambian de colores. Más aquí percibo la pureza del paisaje; me embadurna entre la inspiración. Se forma lo impoluto. Respiro la frescura que aquí rebosa. Todo es originario a lo artístico. En este infinito, vivo lo agradable. Me sé poderoso, superior. Por cierto, voy por un sendero, rodeado de tulipanes y varios canarios vuelan sobre las flores. Ando por entre ellos y los pétalos encendidos. Esto es mucha grandiosidad. Los aromas son refrescantes. Siento ternura en mi corazón. Más entusiasmado, prosigo a pie limpio. Y actúo sin prisas, hasta llegar a una planicie y a lo lejos avisto la pirámide de los dioses. La estructura está hecha por medio de meteoritos. Creo que es compleja como indestructible. De a poco, me dirijo a su parte frontal mientras silbo una sonata de albores. La rumoreo con pasión a la vez que descubro los unicornios de este olimpo, que pastan por ahí junto a sus crías. Ellos poseen un pelaje gris. Sus cuerpos son elegantes, se mueven a paso fino, relinchan con gracia. Esto

en efecto me sensibiliza. Así que marcho hasta donde ellos, les acaricio la cabeza con mis manos y a lo seguido, decido montar al más guapo. Eso a lo raudo, comienzo a cabalgar por la llanura, pasando por unos trigales, dejando atrás unos molinos. Sólo pienso en ir hasta donde lo deseo. Lo procuro con osadía. Ya volteo por el viñedo de las hespérides. Hay allí un lago de uvas y en estas aguas juegan las bañistas, ellas son hermosas. Yo bien, las ojeo con donosura a medida que avanzo por un costado del oasis. Recorro el sembradío morado. Me voy separando lentamente de estas delicias. Continúo por una enramada de perlas toda larga. Al cabo de algunos minutos, llego a la pirámide. Con sorpresa, advierto que hay un pasadizo entre las murallas. Dispara chispazos estelares. Esto me deja estupefacto. Al tanto, decido bajarme de la bestia. Lo hago con prestancia. Sobre lo inmediato, doy unos cuantos pasos hacia lo interno de esta edificación. A lo fugaz, oigo la música del arpa, que es tocada por Atenea, la videncio a ella volátil, entre tanto, unas esferas flotan en la transparencia. Evolucionan sobre la energía armónica. Más aquí, quedo con los ojos exagerados. De pleno, Zeus hace su aparición, lo reconozco por su mansedumbre y yo lo lloro, por ser un genio, porque ha eternizado esta excelsitud.

RUSVELT JULIÁN NIVIA CASTELLANOS 24 de septiembre de 1986 Comunicador social y periodista. Cuentista y poeta de la ciudad musical de Colombia. Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Tiene cinco libros de relatos publicados. Ha participado en la Feria internacional del libro, Bogotá, durante los eventos del Tolima, para el reconocimiento de los escritores regionales. Es creador del grupo cultural, La literatura del arte. Asiste al taller de Relata, Escribarte, Ibagué. E-Mails: rusvelt1@hotmail.com / rusveltnivia@gmail.com/

C

en que las cosas livianas empezaron a flotar como globos sueltos. Hojas de papel, lápices, cabellos, granos de arroz, y hasta ropas ligeras, como las pijamas delgadas de mamá, de repente alzaron vuelo como si hubieran entrado en huelga contra la ley de gravedad. ómo olvidar el día

Los niños en los colegios se quedaron con la boca abierta cuando los papeles sobre los que escribían dejaron atrás las mesas y ascendieron despacio hasta posarse en los techos, y luego rieron a carcajadas al ver a los profesores dando saltos para tratar de alcanzar las tizas blancas que se les iban de las manos. En las oficinas el trabajo se interrumpió, y los jefes, siempre rápidos en reaccionar, entraron repartiendo cinta pegante y cuerdas delgadas para que los empleados sujetaran los elementos de trabajo y no bajara la productividad. Otro caos se armó en las cocinas, cuando los granos de arroz y de fríjol, la sal, el azúcar, los condimentos, y hasta los espaghetis, escaparon al control y viajaron hacia arriba como si hubieran perdido el sentido de orientación.

arena, y que tras esa limpieza natural la vida regresaría a una nueva normalidad. La tierra, dijeron, ya no puede atraer las cosas de menor peso. Las leyes de Newton acababan de sufrir un descalabro, y tendrían que reformularse. Los científicos pusieron una expresión de hielo al reconocer que, en adelante, la única alternativa sería acostumbrarse y tratar de ver lo bueno de las nuevas condiciones. Desde ese día las cosas han cambiado mucho. En casa se acabaron las discusiones porque alguna cosa se perdía, pues hoy basta mirar al techo y con seguridad allí estará el papel con la dirección, el lápiz verde, el colorete, la llave suelta del carro. Mamá dejó de renegar por el polvo y la suciedad, pues los muebles y pisos permanecen ahora perfectamente limpios, y basta pasar la escoba por el techo (ya los fabricantes diseñaron escobas para hacer esta operación con gran

destreza y sin mayor esfuerzo) y dirigir la basura hacia las ventanas para que esta salga, literalmente, de nuestras vidas. Los objetos de uso diario se consiguen hoy en los almacenes con su respectiva ancla, que es el nombre dado por los comerciantes a las cuerdas, imanes, superficies pegantes y demás adminículos inventados para mantenerlos unidos a la tierra. Nos tocó aprender a no soltar las cosas importantes en la calle, pues esas definitivamente están perdidas. En la cocina también hay grandes innovaciones. Se usan conductos sellados para manejar los granos y condimentos, y las ollas solo se destapan cuando los alimentos ya están cocinados, bien unidos por una salsa densa. Los tiempos que corren no son fáciles. En los campos la tierra suelta es recuerdo del pasado, y la producción está casi toda en manos de las grandes corporaciones, las únicas que cuentan con la

La noticia salió en periódicos y noticieros cuando el polvo, la arena y las basuras sueltas ascendieron durante horas hasta posarse como una capa mugrienta en la atmósfera, que atenuó la entrada de los rayos del sol sobre las ciudades. De los bosques y selvas flotaron millones de hojas secas, astillas y hasta insectos cuyo diseño original contaba con un mínimo de gravedad para mantenerse aferrados a la tierra. Los científicos salieron a afirmar que el fenómeno no representaba ningún riesgo para el planeta, una vez los vientos, las tempestades y las lluvias cumplieran su función de alejar aquellos nubarrones de basura, hojas sueltas y Puesto de Combate

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tecnología y el dinero para producir en las nuevas condiciones. Los grandes desiertos del mundo ya no tienen arena; lo que allí queda son enormes roquedales, donde la vida se ha extinguido. En las playas, la fina arena de otros tiempos ha sido reemplazada por piedras, y muchos turistas dejaron de ir ante la necesidad de usar zapatos de suela gruesa para meterse al mar. Los nubarrones de arena y basura viajan por el mundo y oscurecen países enteros durante largas temporadas, hasta el punto de poner en peligro la vegetación, nuestra fuente de oxígeno, y la producción de alimentos. Pero todo puede empeorar. Lo supimos hoy, esta mañana, cuando notamos que en casa otras cosas amanecieron flotando. Nos despertó el frío, porque las cobijas, aún las más gruesas, reposaban sobre el techo. Nos tocó usar ganchos para rescatar la ropa interior, los zapatos y las medias. En la cocina tuvimos que tomar la leche directamente de la botella, pues resultaba imposible verterla sobre vasos y tazas flotantes, y antes de salir debimos pescar y amarrar los libros a la biblioteca. Pero lo peor vino después. Lo peor fue salir a la calle y observar una extraña y ruidosa nube que empezaba a formarse en el cielo: una nube de gatos, perros, ratones, conejos y miles de animales de tamaño mediano, y unos cuantos bebés descuidados por sus madres, que se elevaban sin remedio hacia el cielo azul, arriba de este planeta incapaz de retenerlos.

ÓSCAR GODOY BARBOSA. Ibagué, 1961. Comunicador Social Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con estudios de literatura en la Universidad Sorbona III (París) y una Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad de Texas en El Paso (EU). Profesor de creación literaria en la Universidad Central de Bogotá, donde coordina el Taller de Escritores y el Pregrado de Creación Literaria. Ganador de premios nacionales en cuento y novela, con dos novelas publicadas. Cuentos suyos han sido publicados en antologías y publicaciones de Colombia, Estados Unidos, México y Alemania. Puesto de Combate

El circo de los perdidos Jenny Juliana Pinzón Patiño

¿

Han ido al circo alguna vez? Yo sí, una sola vez de hecho, pero me arrepiento totalmente de ello. Se supone que en un circo te diviertes, te ríes, te impresionas y te sientes fascinado, pero en el Wood Circus esto no es en absoluto algo parecido a eso, yo lo aprendí de la forma difícil. En la ciudad donde vivía nunca pasaba nada nuevo. De vez en cuando se sabía de algo inusual pero solo en el periódico, solo informaban de algo que 66

nunca se podría ver, sin embargo, un día en ese periódico que solo anunciaba los mismos hechos con pequeñas variantes, fue publicado algo nuevo, algo que no había sucedido sino que iba a suceder, iba a llegar a la ciudad el famoso Wood Circus, todos comentaban esa buena noticia, pero así como se hablaba de ello, los rumores no tardaron en llegar. Muchos decían que al parecer por cada ciudad que pasaba el Wood Circus dejaban tan impresionados a todos que cuando se marchaban pasaban al menos 3 o 4 días para que algunas personas desaparecieran, desde niños hasta adultos mayores, todos desaparecían y no se volvía a saber nada de ellos; también había quienes decían que los del circo esperaban encontrar en cada ciudad a algún despistado para llevárselo con ellos, o bueno, eso decían los rumores, por eso se había ganado su nombre no oficial como “el circo de los perdidos”. Por mi parte, creí que los que se iban eran acogidos por el circo, que habían dejado sus hogares para vivir una vida más emocionante, una vida más satisfactoria con algo interesante que hacer todos los días. Por unos días la noticia del circo se divulgó, habían carteles por doquier, a cualquier lugar que miraras había algo acerca del Wood Circus y bueno, llamaba tanto mi atención que decidí ir. Compré mi boleto para ir el último día que el circo estaría en la ciudad, además como solo se presentaban en la noche pensé que sería más fácil marcharme con ellos ese día al terminar la función. Cuando llegó el día que mi boleto indicaba, esperé a que oscureciera y desde esa hora di las buenas noches a mis padres y me encerré en mi habitación con la excusa de estar demasiado cansado. Más tarde, no salí por la puerta, sino por una ventana y así me encamine al Wood Circus. Cuando la figura de la enorme tienda apareció ante mí, no dudé ni por un instante y entré. De verdad era un circo magnifico, con presentaciones que ni siquiera la imaginación podría lograr. El maestro de ceremonias era carismático y divertido, un parche con un as de picas cubría su ojo derecho y con su traje de colores llamativos se ganaba la atención de todo el público.

ya no me salía la voz y poco a poco fui perdiendo la conciencia mientras ese ojo negro me miraba fijamente.

Al principio solo me dejé llevar por lo que mis ojos alcanzaban a ver, dos personas que de hecho eran gemelos con personalidades totalmente diferentes actuando dentro de un traje enorme, una chica tan amante de los felinos que lucía como uno, un hombre de traje rojo que comía agujas, se frotaba el pecho y sacaba un cuchillo del chaleco de su traje; y muchas cosas más que había contemplado con asombro, pero lo que más llamó mi atención fue una joven con una máscara cubriendo su rostro, una misteriosa belleza con cabello largo y oscuro, usaba un vestido victoriano rojo y el sonido de su voz al cantar había dejado enamorados a todos, incluyéndome, ella era llamada “la princesa Miliana”

pecé a correr, la mujer felina me atrapó. Fue cuando vi que su apariencia no era efecto de maquillaje sino que así era en realidad. De nuevo intenté correr, sin embargo el hombre de rojo me clavó un cuchillo en la pierna, caí y la mujer felina se sentó encima de mí, vi al hombre de rojo, desde el comienzo había tenido ese cuchillo enterrado en su pecho, desde el suelo vi a la princesa Miliana recogiendo su cabello detrás de la oreja, entonces lo vi, esa máscara estaba cocida a su rostro, grité horrorizado pero solo vi a los gemelos mirarme con una sonrisa en sus rostros. El maestro de ceremonias se acercó a mí y se removió su parche, no le faltaba el ojo, pero la cuenca estaba completamente negra, en ese punto

Cuando la función acabó, todos se marcharon excepto yo. Al verme, el maestro de ceremonias se acercó y me dijo: “Oye, ¿quieres divertirte junto a nosotros?”. Acepté sin vacilar, creí que sería parte del espectáculo. Vaya, sí que fui un idiota. De haber sabido que eso destruiría mi vida, jamás habría aceptado.

JENNY JULIANA PINZÓN PATIÑO. Nací en Bogotá en 1997, participé en el cuarto encuentro del Escritor Allamanista en el año 2005, donde ocupé el primer puesto, en grado once participé en el III Concurso Nacional de Cuento para Bachilleres realizado por la Universidad Central, en el cual ocupé el primer puesto con el cuento El Circo de los Perdidos, me gradué en el Colegio Bilingüe José Allamano, actualmente estoy haciendo el pregrado de Creación Literaria en la Universidad Central y Licenciatura en Lengua Castellana, Inglés y Francés en La Universidad de la Salle. Jenny Juliana Pinzón Patiño Correo: j.p97@hotmail.com

Fui junto al maestro de ceremonias a la parte de atrás de la tienda de las presentaciones, allí había algunas tiendas más pequeñas. Entramos a una tienda morada. Allí estaban los gemelos, la mujer con apariencia felina, el hombre que tragaba agujas. Lo que más me gustó fue ver allí a la princesa Miliana, y además junto a ellos había una mujer vistiendo de blanco que no había estado en la función, le pregunté al maestro de ceremonias quién era ella. Él solo me dijo que cuando termináramos mi “iniciación” actuaríamos juntos. En ese momento me sentí increíblemente feliz, me habían recibido con ellos y además me presentaría con una linda mujer, pero la felicidad acabó rápido, gracias a mi curiosidad, pues noté que los gemelos seguían usando el mismo traje de la función, les pregunté por qué no se habían cambiado de ropas, ellos me miraron y se removieron la parte superior del traje, quedé estupefacto: no eran dos personas diferentes, compartían un cuerpo y una cicatriz enorme justo en medio de ellos indicaba que no siempre habían estado así. Intenté huir aunque en cuanto em-

Al despertar escuché risas y aplausos, intenté moverme pero mi cuerpo no respondía, tenía hilos, era una marioneta humana y quien me controlaba resultó ser la mujer de blanco del otro día, intenté con todas mis fuerzas moverme de nuevo, fue inútil, ella controlaba todas mis acciones, me quedé sin fuerzas para luchar, mi cuerpo había muerto totalmente, entonces lo entendí, no eran “el circo de los perdidos” por raptar gente o por ser un lugar al cual huir, sino porque los que aquí acabamos somos los perdidos, los que ya no tienen esperanza.

La Máquina de Cantar del poeta Robinson Quintero Ossa El Aguijón Editores presenta en la IX Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín el libro La máquina de cantar. Colección de juegos literarios del profesor Rubén Q u i r oga s , d e l poeta antioqueño Robinson Quintero Ossa. El acto tendrá lugar el sábado 12 de septiembre a las 5:00 de la tarde, en el Salón Infantil y Juvenil del Jardín Botánico de Medellín. La máquina de cantar reúne 21 juegos de meditación y esparcimiento con poemas, prosas breves, imágenes, acertijos y otros divertimentos. Las

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tramas de sus distracciones juegan con la informalidad, el absurdo, lo impensado y lo inexistente, y en nada parecen entretenimientos de cartillas comunes. El libro va dirigido a profesores y estudiantes de literatura, integrantes de clubes de lectura y talleres literarios, padres de familia y lectores curiosos de la poesía y el juego. En el evento, el poeta Robinson Quintero Ossa expondrá para el público asistente una selección de los juegos incluidos en La máquina de cantar. La presentación del libro está a cargo del editor, Óscar Pinto Siabatto. Fundación El Aguijón www.elaguijon.org oscar.pinto@elaguijon.org 3143694705 (Bogotá) 3105580980 (Medellín)

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Puro Cuento

Puro Cuento que sea ella quien cierre mis ojos. Quiero ver a Paula, déjenla venir.

El hombre en su jaula

—¿Has escuchado algo, Beatriz Marta?

Annabell Manjarrés Freyle A la memoria de Marcos Molina Vengohechea —¿Ya murió?

Orihueca para no dejarme ver a nadie, ni a mis amigos, ni a ella, solo les pido que suelten a los pájaros. Déjenlos volar.

—Parece que no —Míralo, ¿te estará viendo a ti o a mí?

¿Qué has hecho con los pájaros, Beatriz Marta?

—Me está viendo a mí —Te equivocas, es a mí a quien mira. Siempre le he parecido la más bonita.

—Los vendí a un coleccionista extranjero... ¿Por qué me miran así? Necesitábamos dinero para arreglar el funeral.

—Eres gorda y pancha de nalgas, amargada y solterona. Tampoco pasaste la escuela. No tienes razones para parecerle bonita a nadie. En cambio yo…

—!Qué yo no me he muerto, carajo! ¿Y cómo es eso que los vendieron? ¿Saben qué harán con ellos? Los enjaularán otra vez. Ese no era el trato. ¿Dejaron volar a mi toche? No lo escucho hace una semana.

—Gorda y pancha de nalgas también, con un estudio técnico que no terminaste, un matrimonio fracasado y un amante que te oculta. Eres una bonita sin suerte, ya nadie te mira, ni los muertos.

—Se lo comió el gato. — ¿Qué gato? Ustedes saben que no gusto de gatos. ¿Desde cuándo tenemos un gato? No pudo haberse comido a mi toche, es seguro que solo se haya divertido con él hasta dejarlo moribundo, expuesto al hambre de las hormigas…. Devorado diminutamente… seco como un cuero viejo.

—A las dos las estoy viendo, urracas. Ambas se ven igual de miserables. —Papá, no has comido nada. Beatriz Marta volvió a hacer puré de papa. Sabemos cuánto te gusta.

—Tampoco sabemos dónde está el gato, papá. Probablemente también murió. Los animales no ponen condiciones: solo se mueren y ya.

—Lo aborrezco. Llévense su mierda de comida. Déjenme morir tranquilo.

—¡Mi toche, Jesús de la Misericordia, mi pobre toche! Yo lo soñaba volando, lejos de ustedes y aunque me cueste admitirlo, muy feliz lejos de mí.

¿Cuándo morirás, papá? —Sí, ¿cuándo?

—Tuviste toda una vida para dejarlo ir papá. Pero ya no llores, recuerda que tu misa de difunto será en unos días en la Catedral de Santa Marta. Ya se te olvidarán tus pájaros y ese toche viejo y bobo. Tenemos que arreglarte para que luzcas muy elegante en tu funeral.

—Saben cuál es mi condición para morirme. —Hace unos días nos dijiste que morirías a más tardar hoy, pero aún no cumples tu palabra. —Yo digo lo que a mí me dé la gana y me muero cuando a mí me dé la gana.

—No me quiero morir sin verla a ella. —Mamá te estará esperando en la Catedral para tu misa. De ninguna manera permitiremos que mueras en este mugroso pueblo.

—No puedes estar diciendo que morirás en cierta fecha y seguir aquí como si nada. Tienes que tomar una decisión pronto.

—Me da lo mismo si tu madre me espera o no. No deseo

—Suelten a los pájaros. Ya que me trajeron a la finca de Puesto de Combate

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—Absolutamente nada, Aida Isabel. —Seguro se quedó dormido. Dejémoslo descansar. Le espera un largo viaje al cielo. —Tengo dos meses sin pegar un ojo. — ¿Alguien habló? —Díganle a Paula que venga o me levanto y les doy la paliza que tanto merecieron. --Descansa en paz, papá.

comprado, me hicieron recordar a esas telenovelas donde El Capo transa a las personas por dinero. La comparación no es buena, pero solo buscaba pensar en otra cosa para que no creyeras que no me gustaba la sorpresa. El caso es que no me aguanté y te dije: son muy bonitos, mi amor, pero deben estar muy tristes, muy aburridos, muy confundidos.

Esta madrugada soñé contigo, gordo. Te vi tan vivo, tan natural. Me traías a casa una ponchera llena de jureles, estaban frescos y las escamas brillaban como brilla el mar cuando la luz del sol baja. Yo te sentía todo el tiempo detrás de mí, escuchaba tu voz vibrando en las ventanas, me hablabas de las cosas de Pacho, de El Chichi, de los chismorreos en los pasillos de la empresa vendedora de seguros donde trabajabas. En el sueño eras el mismo de siempre. Bromeabas por todo y te burlabas de lo flaca que era cuando nos conocimos y lo grande que soy ahora. Encendiste en la sala la radio para escuchar el programa de La Sonora Matancera que tanto alegraba nuestros fines de semana y cantamos esa de Bienvenido Granda que dice:”angustiaaa de no tenerte a tiii, tormentooo de no tener tu amor, angustiaaa de no besarte máaas, nostalgia de no escuchar tu voooz”. Luego te sentaste en la sala y dejé de sentirte. ¿De ahora en adelante será así? Me compraré un diccionario de los sueños para comprender tus mensajes. Averiguaré qué significan esos pescados, qué significa la música cuando se escucha desde la radio y qué significado tiene soñar con los difuntos. Una vez, recuerdo, tus hijas no estaban y tú me llevaste a conocer esa jaula gigante ubicada en la terraza de tu casa en el barrio El Prado. Te gustaba presumir de las más bellas especies: canarios, cotorros, cacatúas, toches, calandrias, copetones, petirrojos… escucharte hablar de cómo las habías atrapado o cómo las habías

—No. Imposible. ¡Él no puede morir así! —Dioos, ¡por quéee!, ¡por quéee! ¿Por qué lo permitiste, Señor? ¡Este dolor, esta vergüenza! ¡Qué horror!, ¡Papá morir en Orihueca!.

Me miraste algo incrédulo. —Pertenecen al cielo —te insistí—. Déjalos ir. Me abrazaste y me dijiste que yo era muy susceptible y que dijera lo que dijera no te convencería de echar a volar esa gran inversión de dinero y tiempo. ******

******

ya... Regresa al cielo donde pertenecemos, amor.

— ¿Qué haces aquí, zorra? —Mi gordo, aquí está tu amor. No te imaginas por todo lo que he pasado para poder verte. No, no hables, no te esfuerces. Estarás mejor y volveremos a ser felices. Todos en casa te esperamos. —Él no está muriendo por ti. Está muriendo de pena porque a mi hermano, el abogado, le dieron 30 años de cárcel por defraudar al Estado.

El cuento de la escritora samaria ANNABELL MANJARRÉS FREYLE ganó la VI edición del Concurso Nacional de Cuento “Bueno y Breve” de El Túnel auspiciado por la Cámara de Comercio de Montería, relato con el que participó bajo el seudónimo de Morrison. El jurado, integrado por los escritores José Luís Garcés, León Sierra y Naudín Gracián, otorgaron de manera unánime el primer puesto a “El hombre en su jaula” por la calidad de su lenguaje, el manejo temático y el encanto de la técnica. El fallo fue leído el día 5 de septiembre, en las instalaciones de la Cámara de Comercio de Montería, durante el cierre del Festival de Literatura de Córdoba y del Caribe.

—Aida Isabel, no seas idiota. No le des explicaciones a esta intrusa. Y tú... ¿cómo llegaste aquí? —El tío Chichi la trajo. Está afuera con Anselmo, el capataz, tomando tinto. - ¡Desheredado! - ¡Entrometido! - ¡Idiota! - ¡De la herencia de papá no tendrá un peso! ¿Quién se cree? —¡Mira! ¡Mira! ¡Papá está muriendo! ¡Agoniza! —¡Se va!, ¡se va! —Llamen al doctor, a la enfermera… ¡Regresemos a Santa Marta! ¡Anselmo! !Anselmo! —No, mejor no llames a nadie. Dejemos que se cumpla la voluntad de Dios. —O la suya. —Su padre… ha muerto. Ha muerto 69

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Arrepentimiento Henry Posada Losada

In memoriam del padre, Tiberio Fernández Mafla.

T

odos me conocen aquí en Trujillo,

mi nombre es Daniel Arcila Cardona, he asesinado el sueño, condenado a la vigilia, vago sin sosiego por las calles de éste pueblo. Sus habitantes dicen haber oído un quejido espeluznante en las madrugadas de Sonora, Andinápolis, Venecia, soy yo que camino por éstos promontorios de montañas, por sus hondos abismos, agitando las ramas de sus cafetales; mi llanto lo arrastra el tumultuoso Cauca dejando en el aire un eco que estremece las copas de los árboles, inquieta el tranquilo sueño de los animales, convoca las sombras de los muertos. No hay paz en mi corazón. Regresé aquí con apenas 27 años, era reservista del ejército nacional, había entusiasmo en mi semblante, los ímpetus de un hombre que quiere forjarse un porvenir. Sobreviví a un oscuro atentado en Pereira. Un episodio propiciado por el azar o el destino me revelaría mi verdadera naturaleza: la delación. Recuerdo vagamente aquella tarde, fui a Sonora a cargar una mora. Íbamos en la camioneta

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cuando nos sorprendió a mi amigo y yo un comando guerrillero que quería emboscar al ejército, quienes ejecutaban su Plan Pesca. Nos retienen y piden que los transportemos. Vi cómo entraban y salían de las casas donde guardaban armas. Sugerí algunos nombres, omití otros. Así me convertí en guía del ejército y como una obscura maldición hice alianzas con el mismísimo demonio. Soy un alma en pena y debo expiar lo que hice. No tienen perdón, igual que yo, mi mayor Urueña, el tío y el alacrán, fueron ellos quienes a la peladora y a un cambuche que llamaban irónicamente el cielo, llevaban sus víctimas, entre súplicas y sollozos. ¡Juro que no soy colaborador de la guerrilla! No me mate, mire que tengo hijos como Uds.! Algunos de rodillas, abrían los brazos implorando al cielo les concedieran la vida. El horror para quien no lo haya vivido es sólo una palabra. Mis ojos no olvidan la brutalidad de aquellas escenas, la indefensión parecía excitarlos y ya no podían parar en su macabro ritual. Vi arrancarles las uñas con tenazas, empa70

larlos con varillas al rojo vivo, asfixiarlos con chorros de agua a presión o utilizar sopletes de gasolina para quemarles los ojos y la piel. El furioso bramar del río Cauca, ahogaba el estridente sonido de la motosierra y erizaba la piel los aullidos de dolor de quienes como animales iban mutilando para arrojarlos sin misericordia a las negras profundidades del Cauca. la soledad se hacía cómplice de la infamia. eran campesinos, jornaleros, tenderos, ebanistas, maestras, enfermeras, puedo ver sus rostros, reconocer los colores de su ropa, sus hábitos, sus más recónditos anhelos, el número de sus zapatos, las cicatrices de sus cuerpos, el fervor en sus oraciones, el tamaño de sus penas. Con la meticulosidad de un entomólogo tomaba nota de sus vidas. Cuando se llevaron a José Norbey Galeano, el hijo de Ana Rosa Cuartas, fuí quien le dijo al Alacrán que estaría esa mañana con el padre Tiberio. Vi a su madre asomarse angustiada por la ventana todas las mañanas atisbando el regreso de su hijo. Nunca volvería. Esther Cayapú, enfermera de La Sonora aparecía en mi libreta. 59 años. Cura guerrilleros. Líder comunitaria. Enfrentamiento con la policía en marcha campesina el 29 de Abril. Una tarde el tuso y chigüiro, a la salida de misa de 6 me abordaron. Necesitamos Danny, algunos cilantros y perros. Dijeron entre risas. Pa´pelar éste fin de semana. Señalé algunos nombres en mi lista. Amparados en las sombras de la noche fui con una cuadrilla de 30 hombres, a los corregimientos de La Sonora y el Tabor, quitamos la luz, era estratégico, y sacamos a empellones de sus casas los hermanos Arias Prado, Arnoldo Cardona, el tendero a quien le había cogido fiado unos víveres, Esther, la enfermera que ya mencioné y otros que no recuerdo. Hicimos el mismo recorrido buscando Las Violetas, era allí donde se repetía de nuevo el festín del diablo, su sólo recuerdo me horroriza… la insania con que realizaban la macabra tarea de descuartizamiento me asfixiaba y hubo ocasiones en que huí de ése aquelarre del infierno. El dolor se cebó en éste pueblo, se oscurecieron los espejos como una

maldición, el surco está abandonado, ya nadie quiere reemprender la faena que otros habían empezado. Algunos han muerto de pena moral, otros se suicidaron incapaces de respirar el aire envenado de Trujillo, algunos están postrados en sus camas mortalmente enfermos. No me quedan ilusiones aquí. Dicen otros con sus ojos secos y vacíos. He vuelto como testigo de la infamia, estoy arrepentido. Quizá si viviera el padre Tiberio, encontraría en su regazo alivio a mi tristeza, era como un gran Samán bajo el que todos encontraron cobijo, la iglesia sin él es un jacalón vacío donde un cristo roto en su altar es su vívida imagen. Vi cómo lo castraron, degollaron, cortaron sus manos. Fue con él con quien quisieron escarmentar al pueblo, profanaron ése templo de su cuerpo despedazándolo. Dicen que es un mártir, como Monseñor Arnulfo Romero en el Salvador. Ambos fueron la voz de los desheredados de la tierra, los sin pan, sin trigo ni zapatos, eso dice la gente en voz baja y oran en silencio para que les ayude; dicen también que los asesinos asesinaron el sueño. Condenados a la vigilia como yo. Aquel día de su muerte enmudecieron los animales, todo estaba pavorosamente en silencio, sólo se oía el sonido de la motosierra, las risas de los engendros que lo descuartizaron y los gritos de Ana Isabel su sobrina a quien violaron y mutilaron sus senos. Fueron arrojados en costales a las mansas corrientes del Cauca, que ése día también calló horrorizado…… noche a noche mi voz se confunde con el viento que es apenas un débil lamento en las madrugadas de Trujillo. Es el castigo que debo cumplir, soy una sombra entre las sombras que quiere el perdón y no lo encuentra. Dicen los habitantes de éste pueblo, oír en las madrugadas un grito estentóreo que viene de Las violetas, soy yo, Daniel Arcila Cardona, el informante del Alacrán. Al escritor Henry Posada Losada (nacido en La Ceja, Antioquia) le quedó el placer de cultivar el amor por los libros y el arte de la buena conversación luego de sus años bohemios, como estudiante en la facultad de filosofía y letras de la Universidad del Valle, en donde fundó la tertulia ‘Barcalebrio’ con su amigo y mentor Estanislao Zuleta.

Sacramento Arturo Naranjo

L

as pétreas columnas lucían devo-

con claveles, alcatraces blancos, brizna y pebeteros olorosos. Las bancas de tabla gruesa tenían en los bordes arreglos de margaritas con crisantemos blancos y algunos ramos de mejorana asidos con moños de cinta albar brillante. Una hilera larga de niños se miraba cara a cara mientras formaban un largo corredor central en la catedral, destacaban sus cabellos bien acicalados para la ceremonia. De pocos desentonaba primorosa vestimenta, otros celebrantes la llevaban remendada con los naturales hilos de la ruralidad de aquel pueblo. Cruzaban sus miradas, expectantes, ciertas presencias se descubrían primíparas. Se intercalaban personitas tímidas que parecían horfanados con otros que, mejor vestidos, constaban acuciosa compañía de sus padres. Sus miradas, se resistían a descubrir fortuna y desventaja, cruzadas en aquel solemne rito, porque sabían que durante la ceremonia estarían iguales ante el creador de tanta alegría en sus corazones, por él habrían de experimentar el señador suceso. Todos habían sido preparados y se sabían las oraciones de memoria. Todavía ninguno conocía discriminaciones en su vida. tas vestidas

el hombre fue creado. Para muchos de los presentes, hijos de campesinos, el cuerpo de Cristo era sagrado bocado que permitiría vivir un momento con un solo padre, e igualados a los hijos de pudientes del centro del poblado. Entre tantos consagrados, una confesa feliz estaba más cerca del atril y sobresalía por encima de las demás cabezas a pesar de calzar alpargatas con suela delgada. Hercilia, de ocho años, era una de las comulgantes que se encontraba sola en la principal ceremonia de su vida, sin testigos familiares doblaría su fe en dos aunque no se enterara todavía. Sin escuchar más que a su voz interna repetir todas las oraciones, se creía en el cielo. Aquella era la cima de las jornadas fervorosas, sacadas a las duras tereas

La inquietud bullía por dentro, pero la orden de la monja fue permanecer quietos y en silencio. La ceremoniosidad estaría por encima de sus ansias de curiosear, incluso de sus necesidades fisiológicas. Un solo deseo sobresalía a la mayoría, sentir el Cuerpo de Cristo por primera vez, ya que se concebía la mayor experiencia en sus escasas vivencias. Igualmente, la inclusión en una ceremonia colectiva aceleraba los corazoncitos. La incertidumbre de mezclarse con otros niños, sentirse sin blanco y negro por dentro , aunque fuera efímero gozo, probar un pedazo de torta fina que en su mundo algunos desconocían; cristalizaba en sus ojitos el más puro estado en que 71

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del campo, ya que durante su adoctrinamiento caminaba los siete quilómetros hasta el monasterio, donde vivían las monjas que preparan las ostias y quienes catequizaron a todo el grupo dentro de una estrecha capilla. Oficio que veía con buenos ojos.

solo en el campillo y sería difícil hablar con otros celebrantes, pues la mayoría estarían con padres y padrinos, a lo mejor, posando para retratos; lujo que tampoco esta vez tendría. Su timidez le provocaba tembladera y sintió no controlar su vejiga.

A Martín, su amigo y vecino veredal, quien fuera compañero de caminata y con quien hablaba de igual a igual, por ser de la misma edad y condición, no lo localizó ni al final de la hilera terminada en el portal, donde habían ubicado a la mayoría de los niños, porque las caritas allí se desvanecían entre la intensa luz proveniente del parque. Afuera, esperando permanecían decanos familiares de niños y niñas del centro de Duitama, habían llegado acartonados, de paño y corbatín los hombres y las damas emperifolladas con vestidos de seda y cofia a la moda; notabilidades de la gente del centro del poblado. Hercilia se preguntó si encontraría su amigo o si quedaría sin hablar a conocido durante la torta, ya que sus destrezas habladoras se destacaban

Con música de órgano y coros juveniles comenzó la celebración, perfeccionada con las almitas en fila caminando hacia su plena religiosidad. Más tarde comieron su porción de ponqué cubierto con crema de azúcar, acompañado con un vaso de masato de arroz. Después, cada uno de los cristianos, recibió un pequeño catecismo como regalo con imágenes de Cristo crucificado en la tapa y con la virgen del Carmen al extremo. En la mitad, el pequeño epítome portaba un desplegable del divino niño Jesús. Hercilia contemplaba el ejemplar como si las imágenes cobraran vida en su mano, al tiempo que sentía una comunicación directa con alguien más allá de su entendimiento y de quien su corazón anidaba voces de felicitación.

Cuando todo acabó, ensimismada fue caminando hacia la puerta sin levantar la cabeza, cuando estaba cerca a la salida de la catedral se acordó de su amigo Martín, a quien no ubicó durante el festejo, ni tampoco logro ver enfilado el breve momento de la ostia. Se preguntó si feliz habría encontrado un amigo y se habría olvidado de ella, pensó esperarlo, en su sabido punto de reunión para caminar hasta su vereda intercambiando la beata experiencia. Avanzó anonadada con las imágenes, caminó por la orilla del monumento de piedra sin encontrar obstáculo ni percatarse de que el tumulto había desaparecido. Sin darse cuenta que los escasos último modelo Ford y Chevrolet cincuenta y ocho, que permanecían en el cuadrante, lo hacían, como escenario de las familiares fotos en blanco y negro que imaginaba cosa de ricos, su permanente prohibición, pero que ya no importaba porque había sentido que el mundo encontró su balance y que finalmente todos los compañeritos fueron emparejados con la mano de Dios. Un lamento la sacó de su trance, al tiempo que tropezó con una pierna tirada en el suelo. Se agachó para socorrer al mendigo y para disculparse por haberlo pisado, pero horrorizada, descubrió que quien sollozaba era su amigo Martín, a quien no pudo hallar adentro. Un policía, al calificar sus Panam de caucho con roto en la punta, por donde se veían los dedos ruchos de sudor y tierra, y por considerar la vestimenta campesina, de uso diario como inapropiada para el acto, extralimitado le había impedido la entrada al recinto. ARTURO NARANJO (Seudónimo de Carlos Arturo Alvarez Naranjo) Duitama Boyacá (1963). Autor de la novela El Santa Rosa con la cual gana en el 2012 la convocatoria del programa PROMOVER LITERATURA del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Duitama CULTURAMA. En el mismo año recibe un diplomado como Gestor Cultural de la Universidad Nacional Abierta y Distancia UNAD. En la Corporación de Organizaciones Artísticas no Gubernamentales de Duitama CORPOARTE, fue nombrado coordinador del 5o Encuentro de Poesía “SOÑAR DESPIERTOS” 2013 realizado en Duitama en el mes de agosto. Actualmente se encuentra participando en encuentros nacionales de escritores y trabaja en la difusión de su obra literaria, cuento y poesía.

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¿Es cierto que las revistas nacen para morir? Nacer para morir es un proceso dialéctico. Lo fundamental es saber que quedan huellas, que se marca un camino y hay posibilidades de que otras manos, tiendan la suya en la proyección, tanto en el tiempo, como en la idea, de hacer perdurar esa ambición de generar un espacio, un momento, una sensación que abra las puertas para quienes puedan rescatar algo, de todo este proceso. Nacer para morir, es un hecho, como la familia, como los padres, los continuadores y la idea, nunca mueren. Y de ese algo, de esa posibilidad me aferro y me convenzo cada día que pasa, que no es inútil este proyecto, este proceso, esta ambición. ¿Qué puentes ha establecido entre los autores y los lectores? Las relaciones se van dando, no hay un concierto previo, hay de mi parte, un trabajo de lectura y de relecturas, y entre esos ejercicios, hay cosas buenas y algunas muy regulares, y sin tener en cuenta esa distinción o ese parámetro, considero que lo fundamental es abrir un espacio y generar un acercamiento, porque son los lectores los que tienen que terminar por establecer ese vínculo con el autor.

C u at r oTa b l a s ,

un proyecto de largo aliento Milcíades Arévalo

A

madeo González Triviño viene trabajando en la cultura del Huila y del país desde hace un tiempo bien largo. Creo que le gusta más divulgar la cultura de su Depto que trabajar en su profesión, la cual es más rentable. Yo mismo se lo he insinuado, pero es terco y los tercos somos así, creemos en lo imposible, a un a sabiendas que vamos a perder la cabeza. Ya es hora que el Huila reconozca en Amadeo González Triviño, a un ser íntegro, trabajador como ninguno, promotor de la lectura y los encuentros, como el de Mujeres poetas que anualmente se lleva a cabo en Garzón, a un difusor de la palabra a través de su revista CUATRO TABLAS, que ya va por la No. 17, y sus cuadernillos de poesía y narrativa.

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Es una interacción que se va dando en cada espacio, en cada encuentro, por cada publicación es eso, un espacio para el encuentro donde uno y otro, han de coincidir o rechazarse, no creo que nosotros los editores o los directores de las revistas tengamos otro propósito diferente, a dar a conocer y generar esos vínculos entre el lector y lo que está sucediendo, lo que está naciendo, para que haya identificación y en lo posible, reconocimiento de la palabra. ¿Cómo hace para mantener viva a CUATROTABLAS, una revista con altibajos en cuanto a contenido, diagramación, páginas, colores, portadas, etc.? La revista busca cumplir un objetivo cada año, y por eso, no hay una continuidad temática y de diagramación, porque incluso, los diseñadores siempre cambian y lo más práctico es buscar la forma de llegar a los lectores, que en gran parte no dejan de preguntar por la revista. No hay disgusto con lo que periódicamente Puesto de Combate


Periodismo Cultural

Periodismo Cultural de la actividad cultural, tiene que ser un proceso de gestión individual que vaya a las colectividades, de resto no funciona. Garzón es clerical y conservadora, pero los sacerdotes del ayer nos aplauden y nos reconocen; los de hoy, nos persiguen, porque no quieren la poesía, ni la cultura y saben que las religiones fueron inventadas para diseñar formas de agresión en vida, con la muerte, es la amenaza de un Dios vengador, en tanto que nosotros solamente pregonamos el amor, como forma de salvación de todo lo posible e imposible. En cuanto a la producción literaria, ¿cómo hace para combinar la abogacía con la poesía?

entregamos como Revista CUATROTABLAS, especialmente por la ausencia en ésta región Surcolombiana de otra publicación que llene ese vacío. ¿Cuál considera que ha sido el número más logrado y por qué? Me pone en un dilema, pero sin lugar a dudas, cada una, en cada fecha, en cada ocasión, es para mí, un buen número y no me arrepiento de lo que se ha publicado y no busco protagonismos en ellas. En medio de todo el escepticismo no soy conformista. ¿Cómo fueron esos comienzos de CUATROTABLAS? En los años de bachillerato recibimos la influencia del pensamiento estudiantil del 68 y de una gran confrontación con los procesos sociales que nos comprometieron a buscar la forma de dar a conocer lo que pensábamos, generando búsquedas, respuestas y compartiendo nuestra preocupación por las desigualdades sociales y el rechazo a las formas del pensamiento o de la intelectualidad, como ha sucedido en toda la vida republicana. Eso data de 1975, el 15 de abril, cuando salió el primer número, como periódico escolar en el Colegio Nacional Simón Bolívar. Los libros que edita, corresponden a actividades propias de la revista o cada autor paga la edición de su libro. Hoy en día hay muchos Puesto de Combate

mecenas pero pocos resultados. No y sí. Los libros y la colección Cuadernos Cuatrotablas, surgió como una posibilidad de sustituir la revista misma, pero en últimas ambas nos hicieron falta, y me puse a la tarea de sostener estas dos empresas como una sola. No sé de mecenazgos en nuestro medio, y quizá por eso no hay grandes resultados, pero lo que CUATROTABLAS y quienes la apoyan, hemos hecho ha sido bueno y ha permitido abrir un camino y dejar una huella. Es allí donde radica todo nuestro propósito. Quizá algún día, alguien recuerde nuestro nombre y no sea precisamente, como sucede hoy en día, para el vituperio, sino para el recuerdo, de algo que hicimos posible, trascender desde la provincia. ¿Por qué una revista en Garzón, clerical y conservadora, y no en ciudades como Neiva con mayor actividad cultural y económica? He ahí el reto. Desde la comarca se dan los elementos que dinamizan las ciudades. Yo no me atrevería a decir que la capital tenga una mayor actividad cultural, que la provincia, porque cuando no hay políticas públicas o privadas que direccionen un trabajo armónico de apoyo y de solidaridad con la Cultura, todo no deja de ser más que apariencia. Y si no hay apoyo institucional, mucho menos lo hay de la empresa privada, por el modelo económico que vivimos. Esto 74

Cuando descubrimos los fenómenos de corrupción que invade la justicia, el desprendimiento de los jueces de la realidad y la forma como flotan en el espacio, como ajenos al mundo que los rodea, siento rabia y quisiera romper con todos los códigos y lanzarlos al precipicio de la sinrazón, que es ese lugar al que en últimas han terminado por llegar muchas providencias que se salen del contexto para el cual, fueron diseñadas. La literatura se convierte entonces en una forma de darle fuerza y coherencia a ese mundo de los imposibles, ese mundo que tenía que darse y no termina sucediendo. Entonces hacemos una realidad ficticia con la palabra, y la transformamos en elementos externos y ajenos, pero coherentes con nuestro

Amadeo González en reunión de poetas en el Taller La Embarrada.

pensar, nuestro sentir, nuestros ideales.

puntadas iniciales para ese andar entre las nubes, para viajar entre las páginas y descansar entre las palabras y los sueños que aún perturban mis tardes y hacen revivir mis locuras. Ya después me dieron la confianza y como ratón de la biblioteca pública de Garzón, conocí el mundo de los libros, me entregué a ellos, y ha sido una de mis pasiones.

¿Qué tan cordial es su relación con los escritores de su región y a quienes considera como exponentes en el campo de la poesía y la narrativa? No hay nada extraordinario en dicha relación. Los respeto y admiro su trabajo. Como exponentes, sin lugar a dudas, se fue uno de los más grandes poetas, como Luis Ernesto Luna. Quedan otros como Esmir Garcés, Winston Morales, Yesid Morales, Armando Cerón Castillo. En la Narrativa recordamos a Humberto Tafur Charry, y hoy a Benhur Sánchez Suárez, Betuel Bonilla, Jesús Rodolfo Agudelo y Diego Calle Cadavid, estos dos últimos hijos de otras tierras, pero profetas de nuestra la literatura.

Finalmente, ¿quién es Amadeo González? Ni yo mismo sé quién soy. Pues a ratos pienso que soy hijo de la ficción y de los sueños y de ese errabundo misterio de la noche que no me deja descansar en paz y armonía con los seres humanos. Es decir soy un empedernido hijo del azar, ad portas de casarme con la idea de que si las cosas no cambian, si la vida no se transmuta en el misterio de lo impredecible, no vale la pena ninguna esperanza.

Nació en un hogar con libros o fue después que sentó cabeza? La lectura si ha sido una constante en la familia, por mis hermanos mayores y por mis padres. Ellos me dieron las

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Periodismo Cultural

Periodismo Cultural es la más más acertada: “Mery Yolanda Sánchez, no se anda con trinos ni manierismos, con formalidades decimonónicas ni artilugios. Asistir a su palabra es entrar a un mundo acre, como quien encuentra un jardín con pétalos de lija. No se trata de la agresión por la agresión, ni de un cúmulo de dolencias personales. Es, más bien, una pesquisa por lo que le ocurre en los demás, por esa instancia cuando los otros se convierten en nosotros.

C

onocí a Mery Yolanda Sánchez, como es natural, en un recital de poesía. Ella no estaba recitando ningún poema, sino escuchando a las poetas que había en la mesa. Para mí conocerla fue algo sorprendente, y todo porque en ese momento comenzaba a tomar forma el movimiento de mujeres poetas en todas las ciudades del país.

Poeta Mery Yolanda Sánchez. ©Milcíades Arévalo.

Mery Yolanda Sánchez

En Escena Milcíades Arévalo

MERY YOLANDA SÁNCHEZ Nació en el Guamo Tolima en 1956. Ha publicado los libros de poesía La ciudad que me habita (1989), Ritual para las noches (1997), Dios Sobra, estorba (2006), la antología Un día maíz (2010), Gradaciones (2011) y la selección de poemas Rostro de tierra. En 2012 su novela El Atajo recibió mención de Honor en el II concurso de Novela Breve de la Universidad Javeriana y fue publicada en 2014. Obtuvo mención de honor en el concurso El cuentista Inédito del Centro de Estudios Alejo Carpentier en 1987 y en 1994. Fue beneficiada con la Beca Nacional 1998 del Ministerio de Cultura por su proyecto Poesía en Escena. Ha orientado talleres de poesía para niños, jóvenes, población de internos en centros carcelarios y habitantes de la calle. Dictó cursos de apreciación y creación literaria en la Universidad Nacional. Diseñó y ejecutó para el Comité de Derechos Humanos de la Personería de Bogotá el proyecto Puente Experimento Piloto (el teatro, la danza y la literatura como liberadores de la violencia intrafamiliar). Cuenta con reflexiones sobre poesía y procesos de lectura. Ha sido jurado en concursos de literatura en instituciones oficiales, universidades y colegios. Condujo el programa Leer para conversar de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Fue asesora de Literatura en la Secretaría de Cultura, Recreación y Deportes de Bogotá y en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño. En 2010 fue asesora operativa de la Subdirección de Prácticas Artísticas y del Patrimonio de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deportes de Bogotá. En 2013 y 2014 trabajó como Asesora Misional de Jornada Única en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño y el Instituto Distrital de las Artes, IDARTES. Puesto de Combate

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En ese recital, Mery Yolanda me dio a conocer, su libro de poemas La ciudad que me habita. Yo, hasta entonces, ni siquiera sabía en qué país vivía. Donde quiera que miraba había violencia, así en la costa como en el interior del país. Fue así que comprendí lo que escribía Mery Yolanda, la propia realidad del país, con todos sus dolores y muertes, más de las veces, de gente inocente, cuyo único sueño era vivir en paz. Mery Yolanda Sánchez, nació en El Guamo, una de las poblaciones más ardientes del Tolima. Nadie sabe qué viene a hacer a este mundo, por eso yo no sé por qué se vino a vivir a esta tierra tan helada, tan fría y tan violenta como Bogotá. En todo caso se vino a hacer cultura, a divulgar la palabra y sus palabras. Para hacer cultura ha organizado los proyectos más locos y como por arte de magia los ha llevado a feliz término. Durante muchos años tuvimos un espacio en su proyecto POESIA EN ESCENA. Ahí fuimos conociendo lo que serían los poetas en el escenario, es decir, una puesta en escena para la poesía. Muchos críticos y lectores se han referido a la obra poética de Mery Yolanda, pero creo la de Juan Manuel Roca

Se trata de una poesía insumisa que trueca el sueño en pesadilla, que se niega a devolver el servilismo del espejo” Además de poeta, Mery Yolanda, cada día que pasa, nos sorprende todavía más cuando por ejemplo, una novela suya, EL ATAJO, participo en el Segundo Concurso de Novela de la Universidad Javeriana y le fue concedido en segundo premio. La obra narrativa de Mery Yolanda podría enmarcarse perfectamente en lo que yo llamaría suprarrealismo, o sea, contar los hechos desde un primerísimo primer plano, para que, de este modo, lo aparencial externo, nos toque las fibras del alma y entendamos de una vez en qué país nos tocó vivir. Martha Renza, en un esclarecedor ensayo señala: “En EL ATAJO, Mery Yolanda Sánchez relata con un laconismo sobrecogedor el viaje de una promotora de lectura enviada a hacer talleres inverosímiles en la oscuridad peligrosa de los que quizás sean los diez municipios más pobres y desolados de la geografía nacional. El recorrido de la protagonista por cada uno de esos nueve ‘pasos’, organizados en los 14 capítulos centrales de la novela (analogía diciente con los círculos del infierno dantesco y las estaciones del viacrucis), la lleva en un descenso angustioso hacia la profundidad de esta llaga que llamamos país”.

--¿Ha visitado El Guamo últimamente? ¿Cómo la tratan? Visito a mi madre que vive allá. Ella tiene 99 años y aún pide que le lean mi trabajo literario. El Guamo es un pueblo donde la rabia arde en las calles. Eso queda, esas son las consecuencias de la violencia, un profundo dolor que seca hasta el alma de los ríos. --¿Tiene la misma fe que tenía en 1989 cuando lanzó su primer libro de poesía? Creo en mi trabajo literario, por eso sigo en la búsqueda. Es mi proyecto de vida. Es un llamado del espíritu. Como ha sido una forma de vida no espero nada, lo que llegue es ganancia. --El Atajo, novela ganadora del segundo lugar en el premio de Novela Corta 2013 de la Universidad Javeriana, es un viaje por el país que no conocemos, ¿cómo es el país que Mery Yolanda conoce? Para mí, vivir el horror ha sido un privilegio, me sirve como insumo para mi obra. Conozco un país que algunos no quieren ver. Desde mi infancia solo he sabido de esos relatos duros, primero por mi padre y luego la realidad que atraviesa mi piel. El país que yo habito, el que me ha tocado está lleno de violencia, corrupción y lamento decirle que

en lo más cercano siento la irritación de los otros. Aquí si a uno le va bien, la gente se enoja. Creo que hay un poco de salvajismo. A veces se hace silencio por dignidad. --Muchos de sus poemas están sumergidos en el dolor humano y a veces pareciera que todo lo que dice sucede en otros país y no en el nuestro, ¿tan triste es la realidad de Colombia en este momento? Jamás he imaginado que lo que yo digo no ocurre en mi país. Solo sé hablar de lo que conozco. Les permito a las almas en pena que cuenten en mí casa. Siento que mi dolor no sea el mismo de otros o que tengan otro carácter para afrontar la realidad. Creo que cuando se padece y hacemos arte éste termina siendo una COSA ESTÉTICA. Los referentes reales no los busco, llegan, me tocan. Admiro a las personas que tienen otros motivos. No me siento capacitada para cambiar lo que pasa, aunque sé que desde mi postura algo se hace, por lo menos yo me transformo. --No es necesario recalcarlo ni hacer de esta entrevista una hoja de vida, pero Mery Yolanda ha participado en numerosas actividades culturales, dando lecturas de poesía, talleres de poesía para niños y jóvenes, para la población carcelaria y los habitantes de la calle y además de eso escribe cuentos, ensayos y novelas. ¿No creé que ya tiene una bien ganada realidad para dedicarse de lleno a la narrativa? Podría ser, hay mucho por escribir. Pero tengo que buscar dinero para hipervivir y a veces las labores remuneradas quitan toda la energía. Entonces ahorro y me doy momentos para mí creación. En principio la escritura de El atajo fue una manera de curarme, luego me di cuenta que era literatura y durante más de cinco años hice la depuración del texto. Falta tiempo para la creación, tal vez por eso no he logrado el punto alto que se quiere cuando lo que hacemos nos ayuda a vivir.

--¿Quién es Mery Yolanda Sánchez? Es difícil verse, soy como cualquier otro ser humano. Me afectan demasiado las cosas, soy perfeccionista y estas dos cosas fácilmente me llevan a la neurosis. No soporto la mediocridad ni la mentira. Celebro de manera profunda la amistad.

--Teniendo en cuenta que sus actividades culturales han estado centradas primordialmente, en su proyecto de Vida POESIA EN ESCENA, el cual le valió la Beca Nacional del Ministerio de Cultura en 1998, es razonable 77

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Periodismo Cultural poetas muy reconocidos que han dado luz a mi obra. Hay amigos y sobrinos, no son muchos pero con el peso de ellos logro el equilibrio para ver el norte en mi embarcación. --¿Cómo ve el panorama de la poesía colombiana actual? --Hay muchas personas que escriben, que muestran, otras que se muestran. Creo que lo importante es hacer. Se cuentan los nombres de siempre, pero hay personas a las que aún no se les reconoce lo que hacen. Donde quiera que uno vaya encuentra poetas, en especial jóvenes, con textos muy buenos. Aquí también creo que entran a su trabajo los especialistas. --¿Qué proyectos tiene para los próximos años? que nos cuente la historia de Poesía en Escena? ¿Cómo sigue ese proyecto? El proyecto nació ante la necesidad de hacer atractiva una lectura de poemas. Nos acercamos a las obras poéticas para hacer una propuesta dentro de un contexto teatral. Logramos hechos poéticos, lecturas que sorprenden a los autores que nos acompañan de viva voz y que además dialogan con el público asistente. El formato de Poesía en Escena es muy costoso, cada puesta en escena es única, por tanto muy pocas veces se puede reciclar la escenografía. Iniciamos en 1993 en la Sala Seki Sano de la Corporación Colombiana de Teatro, pasamos por el Teatro Popular de Bogotá, Los Sotános, el Teatro Colón, otros escenarios, casas culturales y colegios. Muy pocas veces tuvimos apoyo, no aprendimos a gestionar recursos. Nunca logramos un espacio propio y siempre tuvimos que aceptar las condiciones para poder ser. En 2013 el proyecto cumplió 20 años y con ayuda de

los cuatro amigos de siempre y un poco de recursos que nos dio el Ministerio de Cultura lo celebramos con el público. El dinero no nos alcanzó, una entidad artística cultural no cumplió con un aval que había certificado. Mejor dicho quedamos más pobres que antes. Y ya no tuve ganas de continuar. --En estos tiempos en que los filósofos saben más de fotografía que de poesía, ¿cómo clasificaría su poesía? --Creo que es prematuro siquiera pensar que mi obra va a quedar en las clasificaciones, no pienso en eso. Ya los especialistas de ser el caso, se encargaran de eso. Desde luego que también está la mirada de públicos diversos pero que no tienen a donde expresarse. --¿Quiénes han sido sus compañeros de viaje más fieles? --He sido afortunada con quienes acogen mi obra y respetan mis convicciones. Debo gratitud a escritores y

--Estoy y hago del presente algo que me permita el día siguiente. No tengo muchas expectativas. Seguiré con la creación literaria porque es algo que no cesa su impulso. --¿Alguna vez se sintió con ganas de tirarlo todo y olvidarse de lo demás? --Sí, en lo personal siempre he tenido caídas y se mira el abismo con miedo. También tuve momentos de dudas con Poesía en Escena. Pero con el escribir no, porque eso es algo más grande que yo misma. En mí es vital, esencial. --¡Alguna vez en la vida ha tenido la tentación de escribir todo lo que lleva por dentro y del mundo que le tocó vivir? Creo que uno deja de a poquitos su vida en la obra literaria. Siempre esperé dos o tres años solo para escribir. Hay temas que a veces quieren romper la cabeza. Bogotá, Junio 24 de 2015

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scar Bustos es un incansable tallador de palabras. Debido a su trabajo como periodista vive recorriendo el país de sur a norte para contarnos historias de dolor y amor o sencillamente historias de esta patria nuestra donde a diario sus habitantes son capaces de deslumbrarnos de las más diferentes maneras. Hace más de 30 años lo busqué para que me diera un cuento para Puesto de Combate, una revista colombiana de divulgación alternativa. Y naturalmente La Puñaleta de Claudio se publicó, porque el cuento era muy bueno. Me sorprendió por su destreza narrativa, los ambientes que tocaba, la atmosfera, los personajes, el verismo sin concesiones de toda clase de violencia. Así también son sus crónicas que escribe incansablemente, tanto que ha sido nominado varias veces. En 1997 obtuvo el premio de Periodismo “Simón Bolívar” en la modalidad de crónica. También es un cuentista que aparece en varias antologías porque se ha ganado o ha sido finalista en varios concursos, entre ellos el “Carlos Castro Saavedra” de Medellín, el Concurso de cuento de la Universidad Surcolombiana. Y por si fuera poco también escribe poesía. Sus primeros poemas rodaron de mano en mano en hojas sueltas o en las páginas de la revista El Tizón (1984-1990); en 2001, fue finalista en la convocatoria del IDCT en el género de Poesía, y en el 2003 pu-

blicó su primer poemario SurOriente. En ese libro, que es festivo, alegre, amoroso, nos dice de la manera más sencilla que el amor es posible aun en medio de la guerra, y es también un homenaje a las mujeres del mundo, a los abuelos como fuente de memoria, al paisaje urbano. Después de leer su libro de poemas, le pregunté cómo sería la poesía del presente siglo y me respondió como buen lector de Roque Dalton, de Pablo Neruda, de Rogelio Echavarría y de Julio Daniel Chaparro: “Pienso que será una poesía que ayude a descubrir la vida en las galaxias, pero que siempre tendrá un sentimiento de culpa por los que sufren, por los que nunca conocerán un árbol, por los desahuciados de un sistema criminal”. La historia de vida de Oscar Bustos es la más singular de todas las que he conocido. Fue locutor en varias emisoras, editor de su propia revista, pregonero de milagrerías, estudiante de periodismo en la Universidad Externado de Colombia, aprendiz de mago en varias academias, etc. Todo eso lo llevaba él por dentro y además porque es un observador nato tanto del paisaje urbano

como del mundo en que vive. Y es así que para acompañar de imágenes lo que el ojo ve, también ha sido reportero, director de Noticias del Canal Capital donde ahora dirige el programa de inmensa sintonía: Hagamos Memoria. Yo no sé cómo hace tantas cosas en tan poco tiempo si el día apenas tiene 24 horas. Su carrera periodística no ha sido vertiginosa, porque no hay medios donde publicar todo lo que tiene que decir, pero lo que ha publicado lo ha hecho de la mejor manera en Semana, Número, El Espectador y en varios libros de crónicas como la Antología de Grandes Crónicas de Daniel Samper Pizano. A todo lo anterior hay que agregarle el libro Crónicas de Guerras y Guerreros, publicado por Ediciones Sociedad de la Imaginación, donde está la Colombia de los últimos años con sus guerras, sus protagonistas, sus tragedias, la sorprendente vitalidad de aquellos seres marginados que sacando a relucir su espíritu festivo, hacen de la tragedia una fiesta. Creo firmemente que Colombia Crónica, además de su verismo sin concesiones, su hondura humana, no es más que un aporte con el que Oscar Bustos nos da a conocer otras facetas de su capacidad de convertir sucesos reales en palabras talladas con maestría, pues no solo ha sido un buen periodista, sino también un ser humano marcado por la vida. Milcíades Arévalo, Sociedad de la Imaginación

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onfieso que mi primer acercamiento a Álvaro Mutis, no fue el mas afortunado, tenía yo quince años, y cargaba acuestas con el peso de la arrogancia de quien, a esa edad, cree que el mundo esta rendido a sus pies. Martín Montenegro, un amigo de diecisiete años, de uno noventa centímetros de altura, con unas manos enormes, desproporcionadas; (he de confesar que en estos años que he vivido, mil manos he estrechado, de mil manos me he agarrado para no sentir los pasos agigantados de la soledad, y unas cuantas manos me han acariciado, pero nunca vi un par de manos como las de Martin Montenegro) me regalo, una semana antes de cumplir los dieciséis, “Los elementos del desastre”, publicado en 1953 por la editorial argentina Losada, por alguna extraña razón fui indiferente ante este primer libro de Mutis; hoy, tres décadas después, cuando el peso del mundo me oprime, cuando los primeros ataques de la vejez han llegado certeros y crueles, cuando el tiempo sin compasión alguna, comienza a hacer estragos en mi cuerpo, sigo preguntándome el por qué de aquella indiferencia, y hoy, tres décadas después de ese primer acercamiento a un libro de Álvaro Mutis, creo tener una respuesta ante aquella indiferencia: muy adentro de mi, estaba completamente seguro, que al terminar de leer “Los elementos del desastre”, mi mundo iba a sufrir un cataclismo de tales dimensiones que todo dentro de él habría de cambiar tajantemente, muy adentro de mi sabía que en el momento mismo de leer las primeras palabras de Puesto de Combate

“Los elementos del desastre”, mi adolescencia llegaría a su final. Hasta ese momento, mis compañeros cotidianos, con los que dormía y despertaba eran Melville, Twain, Carroll, Place, London, Lewis, Dickens, Andersen y Kipling, estaba cómodo con ellos, teníamos durante la noche horas y horas de conversaciones, me refugiaba en ellos cuando me sentía solo, cuando no encontraba un lugar en el mundo que para mi, en ese momento, comenzaba a hacerse extraño, lejano y ausente; por eso, cuando tuve entre mis manos “Los elementos del desastre” un presentimiento de agobio, de tristeza, de derrota me invadió, había llegado la hora de enfrentar el mundo, de crecer, de comenzar a convertir en recuerdos mis años de infancia y mis miedos de adolescente. Alargue aquel encuentro inevitable con Mutis, un año y tres meses, intente deshacerme de él, lo preste, lo regale, lo deje al alcance de Dolores, una perra criolla, que reinaba en mi casa, a la cual le faltaba un ojo producto de una pelea histórica con Marisela, (una perra vecina de color dorado, según mi madre, la pelea fue por lograr los amores de un perro Afgano, de una belleza impactante, que había sido traído por unos comerciantes de esmeral80

das... pero eso es otra historia que algún día me atreveré a escribir), que tenía por costumbre destrozar todo aquello que encontraba a su paso, pero Dolores también fue indiferente ante “Los elementos del desastre”, para ella “Los elementos del desastre” no existía, y al igual que Dolores, para todos aquellos a los que entregue aquel libro, les fue invisible, y finalmente, una y otra vez volvía a mis manos. Una madrugada, cuando el silencio era lo único que gobernaba el mundo, cuando había terminado de leer el Señor de los anillos de Tolkin, dejándome un mal sabor, y con la certeza que había perdido mi tiempo, jurando que nunca mas volvería a leer aquel adefesio, abrí el cajón de mi mesa de noche y allí estaba, dormido y perezoso “Los elementos del desastre”, sin pensarlo, sin medir consecuencias, lo tome entre mis manos, lo abrí y en ese momento mi vida fue otra, ahí comencé a vivir de verdad, ahí empecé a amar a don Álvaro Mutis, ahí mi adolescencia murió, ahí comenzó a crecer el adulto, porque Mutis no venía solo, venía con él, quien se convertiría en mi referente, mi guía, mi maestro, mi confidente, Juan Rulfo, don Juan Rulfo. Mutis y Rulfo no venían solos, los acompañaban, con un caminar lento, despreocupado, como fantasmas que han descubierto que ya no tienen cuerpo, que ya no pertenecen a este mundo, sino a un mundo donde se resiente el corazón: Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Oscar Wilde, Paul Borget, Joseph Conrad, Valery

Larbaud, Rene Char, Saint-John Perse, César Vallejo, Vicente Huidobro, Honoré de Balzac, André Malraux, Francois Mauriac, Antonio machado, Henry de Montherlant, George Eliot, cada uno de ellos venía con sus propios miedos, arrastrando sus muertos, con sus heridas abiertas, venían con el espanto del mundo, con el dolor de la vida, con el desaliento del tiempo, y cada uno de ellos traía sus propios amigos, que con los años se volvieron mis amigos personales, y fue en ese instante, cuando, Mutis y sus amigos aparecieron en mi vida, que me di cuenta, que yo no estaba ya solo en el mundo.

ha acompañado en momentos difíciles de la vida, porque él ha sido otro guía, otro maestro, lo hago porque desde que leí por primera vez un cuento suyo “Carteles” publicado en las Lecturas Dominicales de el periódico El Tiempo, supe que la vida solo tiene un sentido, una razón: la poesía. La obra de Celso Román, es la poesía de la vida, la sencillez, la ausencia de cualquier pretensión, mas allá de la de regalarnos su maravilloso y personal universo literario, porque el maestro Celso Román tiene la facilidad de convertir lo elemental y lo cotidiano en poesía, en algo tremendamente hermoso.

Así fue como comenzó mi viaje irremediable por la literatura, y en estas tres décadas y unos cuantos años mas, acompañado de tantos y tan buenos amigos, a mi puerta han golpeado otros cientos de amigos, uno de ellos, la razón por la cual escribo este texto es “Caravana de Almas” de Celso Román, y lo hago, porque Celso Román también me

“Caravana de Almas”, su nuevo libro, encierra toda esa belleza de la escritura de un gran escritor, que es la misma belleza de Juan Rulfo, cargado de un dolor que no es ajeno al mundo, a la vida, con un personaje llamado: Antonio Cunde Román, olvidado por el amor, por el mundo, y si uno quisiera ir mas lejos, olvidado por la misma vida.

Cuando termine de leer “Caravana de Almas” recordé a Mutis, de nuevo Mutis, y una frase suya “No espero nada de la vida, sólo la dejo pasar”, y así es “Caravana de Almas” un no esperar nada de la vida, aunque se espere todo, un dejarla pasar, aunque se quiera retener, abrazar, resguardar y esconder. No sé si “Caravana de Almas” se convierta en una de las grandes novelas de la literatura colombiana, eso no importa, porque de entrada no lo necesita, ya en si, “Caravana de Almas”, es un gran libro, una radiografía, un espejo de lo que somos en este país; es una novela sensible, con la simpleza del lenguaje que usan los grandes escritores, con la belleza única de un hombre que hace de lo pequeño un universo, que vuelve visible lo invisible, que le da luz a lo que tiene sombra. Mil gracias maestro Román por esta bella “Caravana de Almas”, tan suya, tan nuestra, tan del mundo. Mauricio Linares

Agradecemos el apoyo que nos brindaron las siguientes personas y entidades, para hacer posible esta entrega: Oswaldo León Gómez Castaño. Enrique González Villa. Marco Iván Escobar. Miguel Méndez Camacho. Adiela Trejos. Diana Carolina Rey. Lucía Estrada. Adriana Cediel Sterling. Clara Mercedes Arango. Tatik Carrión. Talía Carolina Osorio. Luz Eugenia Sierra. Iohanna Paola Arévalo. Luz Helena Cordero Villamizar. Flor Delia Pulido Castellanos. Yunsi Indhira Uribe Buitrago. Amadeo González Triviño. Jorge Consuegra. Leonardo Rosero. Edith Vargas Muñoz. Verano Brisas. Alberto Osorio. Alberto Motta. Beatriz Calvo. Cecilia Vargas Muñoz. Jorge Dussan. Julio Hernán Erazo Guerrero. Eduardo García Aguilar. Ulises Arévalo. Gloria Luz Ángel. Clara Inés Ariza. Confiar. Cámara Colombiana del Libro. Biblioteca Luis Ángel Arango.

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