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El Granjero y la Mujer del Lago
by Helen McHenry
Érase una vez, hace miles de años, en un lugar místico llamado Ohio, había un granjero romántico que vivía en los campos interminables de maíz. Este hombre tenía todo lo que alguien podía querer, con la excepción de una cosa: una esposa. Vivía en el bosque una mujer increíblemente hermosa, pero era veleidosa e indiferente. Ella pasaba sus días cantando y mirándose en el lago.
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Un día, mientras el granjero trabajaba en sus campos, una de sus vacas vagó hacia el bosque. La siguió, y cuando entró en el bosque oyó la canción más encantadora del mundo. Como si en un sueño, caminara hacia la música. Llegó al lago y vio a la mujer. Inmediatamente, se enamoró.
A ese momento, partió en dos una ramita, asustando a la mujer. Ella lo vio, y sintió el granjero en su corazón una marejada de amor. Pero la mujer del lago solamente le dio una mirada de desinterés y empezó a peinar el pelo. Decepcionado, el granjero volvió a su campo con su vaca, pensando en un plan para ganar el corazón de la mujer.
Pero no había divulgado todo sobre este granjero. No era un hombre normal. Tenía el poder encima del tiempo. Todos los días antes, había mantenido el sol con unos días de lluvia, para que su maíz creciera y sus vacas florecieran. Decidió que, para la mujer del lago, exploraría su poder.
El día después, creó un iris de todos los colores que llenaba el cielo en total. Su mirada no dejó el espejo del lago. El próximo día trajo un viento fuerte que sacudió los árboles. Pero ella solamente se escondió en una cueva. El granjero probó nubes, nieve y sol, pero nunca lo miró con interés. No sabía qué hacer, así que se sentó y comenzó a llorar.
Por tres días y tres noches lloró, llenando el cielo con lágrimas también, hasta que el lago de la mujer parecía un mar. Finalmente, la mujer del lago prestó atención al granjero. Se dio cuenta de que tenía a un hombre que quería adorarle. Así que se sentó con él, cantando a él hasta que sus lágrimas pararon.
Con una pista de travesura en los ojos, le preguntó, “¿Qué más puede hacer Ud.?” Le mostró: hizo tormentas y huracanes para que se lo agarrara en miedo, creó brisas suaves para que bailara entre el maíz. Hacía todo para ella, aunque nunca le hacía nada de regreso.
Los años pasaron, y el granjero continuó satisfaciendo cada capricho de la mujer del lago. Sus deseos cambiaron cada día sin falta - un día quería nieve, el próximo, sol. El granjero olvidó sus campos y sus vacas; su vida pertenecía exclusivamente a ella.
Por eso, incluso hoy en Ohio, el tiempo fluctúa sin cesar. Podemos experimentar todas las estaciones en un solo día, todo por el amor de un hombre por una mujer.