Una familia en el tejado de la catedral

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Domingo, 27 de septiembre del 2009

32 La Voz de Galicia

Sociedad

V

» LA FAMILIA QUE VIVÍA EN LA CATEDRAL

Un grupo de rock casero sobre los restos del Apóstol

A la izquierda, Fandiño en la Cruz dos Farrapos, en los años cincuenta; a la derecha, su hijo Jesús en el mismo lugar, el pasado jueves | XOÁN A. SOLER

Una familia en el tejado de la catedral Ricardo Fandiño fue el último campanero de la basílica compostelana y vivió durante veinte años a cuarenta metros de altura, con su mujer y sus hijos REPORTAJE Nacho Mirás

SANTIAGO | Ricardo Fandiño Lage

lo anotaba todo. Y por eso están bastante bien documentados los veinte años que vivió —de 1942 a 1962— con su mujer y sus tres hijos en una pequeña casa construida sobre el tejado de la catedral de Santiago, el hogar reservado a la familia del campanero. En sus legajos hay dibujos, croquis, anotaciones a mano e incluso un día resumido, a máquina, en el anverso de un sobre del Banco de Bilbao. Y gracias a esos documentos y a sus hijos podemos saber, once años después de la muerte de Fandiño, cómo era la vida de los últimos seres humanos que residieron, literalmente, en los tejados de la catedral de Santiago, a cuarenta metros del suelo. «16 de enero de 1942. Entro de campanero cobrando 180 pesetas al mes. Era fabriquero don Antonio Villasante; deán, mi padrino, don Salustiano Portela Pazos; y tesorero don Claudio Rodríguez. En esta fecha, todos los empleados teníamos el mismo sueldo, 180 pesetas al mes». Fandiño, un joven sastre oriundo de Sobrado dos Monxes, hace su primera anotación a la edad de 28 años, y la acompaña de un documento oficial del Ayuntamiento de Santiago que da fe de su empadronamiento en la ciudad en 1940. Quizás sabía que era el último de un oficio condenado a la extinción; puede que por eso decidiera dejar su memoria por escrito. «La humedad era lo peor», cuenta Jesús Fandiño, hijo de Ricardo que, hasta bien cumplidos los veinte años, compartió con sus padres y con sus hermanos Ricardo y Feli la pequeña casu-

Jesús, en la estancia donde se encontraba la sastrería de su padre | XOÁN A. SOLER

cha que se ubicaba en el tejado a remodelar los tejados, quide la catedral, junto a la torre de taron toda la teja, la porquería la derecha según se ve la facha- que había y nos trasladamos a Entrerríos». da desde el Obradoiro. El mundo era diferente allá No solo vivía gente allá arriarriba, con unas vistas sobre la ba. También había gallinas y un ciudad que hacían que uno fue- gallo que cantaba puntual cuanse una especie de guardián de do el sol comenzaba a asomarse una atalaya de la cristiandad. Los por detrás de San Paio de AnFandiño hacían su vida sobre las tealtares. El gallinero estaba inscabezas de los demás compos- talado en una nave lateral, flantelanos; eran los compostelanos queada por almenas, que se leque más cerca estaban del cielo. vanta muchos metros sobre el Y eso era extraordinario. claustro. «La vivienda a la que fuimos El quiquiriquí del gallo de Fantendría unos trescientos o cua- diño fue tan famoso en Compostrocientos años —cuenta Jesús— tela como su dueño. Y no había con una cocina amplia, un come- en todo el entorno unos huevos dor y dos habitaciones. Ahí es- más santificados que los de las tuvimos hasta que empezaron gallinas aéreas del campanero.

«1943. Año Santo. El fabriquero Villasante me dio cinco pesetas por cada repique en las peregrinaciones oficiales que entrasen en la Catedral», recoge el sastre en sus anotaciones. «Lo de que matábamos un cerdo allá arriba es una leyenda urbana, seguramente eso lo hacía la persona que vivió allí antes que nosotros, el anterior campanero; pero es una leyenda bonita, así que no me importa que lo digan», explica Jesús Fandiño Vidal que, no obstante, precisa: «Lo que sí teníamos eran muchas palomas a tiro para comer». Ricardo se incorporó, primero, como campanero, al jubilarse su antecesor en el cargo, José María González. Pero como había que comer, y las 180 pesetas del sueldo estaban muy justas para llenar cinco barrigas, empezó a coger encargos como sastre en casa, primero en una habitación de la torre de la campana, junto a la vivienda, y a partir de 1961 unos pisos más abajo. «Con la misma habilidad y destreza que maneja las campanas, volteándolas con agilidad pasmosa, corta un traje de caballero de impecable línea», decía un reportaje publicado por el Diario de Barcelona en 1968. Al morir el sastre oficial de la catedral, Emilio Quinteiro, Fandiño pasa a ocuparse de los arreglos del clero. Lo malo es que el personal eclesiástico acostumbraba a abonarle el trabajo de palabra, con un «que Dios te lo pague, Fandiño», que no servía para comprar patatas en las tiendas de Santiago. Y así no había manera. Por eso siguió cosiendo para los hombres, y no para Dios. A diferencia del Quasimodo de Víctor Hugo, Fandiño existió de verdad.

Ricardo Fandiño Vidal, el hijo pequeño del campanero, es el único de los tres que vino al mundo en la casita que había sobre el tejado. Era el año 1945 y Encarnación se puso de parto a cuarenta metros del suelo, y eso seguro que fue una señal para un niño que llegó a acompañar con la guitarra, cuando se hizo mayor, a estrellas de la talla de José Luis Perales y a Raphael. «Yo tenía cuatro años —cuenta su hermano Jesús— y recuerdo que subió la comadrona con una bolso negro. Cuando me enseñaron a Ricardo, que era rubito, mi madre, para no darme explicaciones sobre los misterios de la vida, me dijo que lo había subido la comadrona en su bolso. Y yo me lo creí, claro». La actividad de los Fandiño Vidal no se limitaba a la vida normal de una familia, a la sastrería o al tañido de las campanas. Los chavales, que eran revoltosos como correspondía a su edad, llegaron a formar un conjunto, al que bautizaron Rhytmen, en el que Jesús tocaba la armónica y Ricardito el bajo y la guitarra. ¿Y dónde ensayaban? En casa, sobre el tejado. Y sonaba divino, claro.

Cómo hacer sonar una campana sin levantarse de la cama Además de campanero y sastre, Ricardo Fandiño Lage también fue tiraboleiro, una de esas personas que se ocupan de dirigir el vuelo del botafumeiro. Y gracias a esa misión consiguió demostrar que es posible estar en misa y repicar: como, en los años de muchas peregrinaciones, el vuelo del botafumeiro coincidía muchas veces con las horas a las que había que tocar la campana, era Encarnación la que se ocupaba del sonido, convenientemente documentada con unas originales partituras que Ricardo le escribía a mano. La jornada del campanero arrancaba a las seis de la mañana y terminaba al anochecer, de sol a sol, día sí, día también. Pero el ingenio del de Sobrado dos Monxes no conocía límites. Harto de tener que levantarse para el primer toque, con un cable, poleas y mucha habilidad inventó un sistema que supuso un gran avance en la tranquilidad familiar de los Fandiño Vidal: Ricardo consiguió tocar la campana grande de la basílica desde su propia cama, sin levantarse; domótica de los años cincuenta.


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