22o Concurso de Cuentos Radio Santa MarĂa Ganadores 2015
Primera edición, septiembre de 2015 22º Concurso de Cuentos de Radio Santa María: Cuentos ganadores. ISBN: Diseño de edición: Fabriel Polanco Batista Diagramación, composición y diseño de portada: Fabriel Polanco Batista Corrección de pruebas: Luis Beiro Álvarez Ramón Frías Rubio Cuidado de edición: Equipo Editorial, Ediciones Radio Santa María Ilustraciones de interiores y portada: Marcial Báez Impreso en Impresora y Editora Teófilo, República Dominicana Es propiedad de Radio Santa María.
Índice
Pág Palabras de Salutación P. José Victoriano, SJ Director Radio Santa María .................................................7 Palabras de María Amalia León, Directora de la Fundación Eduardo León Jimenes ......................................................11 Resumen Valorativo ........................................................... 14 Cuentos Premiados Primer Premio: “Con los ojos de Laura” Seudónimo: Carpe diem Autor: Ramón Gil .............................................................. 19 Segundo Premio: “Cuerpo de Luz” Seudónimo: Pasajero a Sodoma Autores: Roberto Adames y Elías Rodríguez ....................29 Tercer Premio: “Canciones para el silencio” Seudónimo: Schrodinger Autor: Danilo Rodríguez ................................................... 37 Cuarto Premio: “Cuerpo” Seudónimo: Gabita Autora: Karen Elizabeth Santana ......................................45 5
Menciones de Honor Primera Mención: “Enigma” Seudónimo: Randall Autora: Sandra Tavárez ..................................................... 55 Segunda Mención: “Cerrado por derribo” Seudónimo: Gratias agimus Autor: Vladimir Tatis Pérez .............................................. 61 Tercera Mención: “Rómulo Alcazer (La Orilla)” Seudónimo: A mí me encanta Trix de Nestlé… Trix tiene forma de frutitas Autor: Isidro Jiménez Guillén .......................................... 69 Cuarta Mención: “Hombre honesto” Seudónimo: Davee Autor: Eric David Medina Lapaix ................................... 75 Quinta Mención: “Un mango” Seudónimo: Marchante Autor: Félix Juan Gerónimo Beltré ................................. 79 Veredicto del Jurado del XXII Concurso de Cuentos ---------------------------- 95 Palabras de agradecimiento de Ramón Gil, Primer Premio ------------------------------------------------ 97 6
Palabras de Salutación
P. José Victoriano, SJ Director General Radio Santa María
Buenas noches, Señores Miembros del Jurado, Lic. Carlos Fernández Rocha (Presidente del Jurado), Lic. Emelda Ramos (Miembro del Jurado), Lic. Luis Beiro (Miembro del Jurado) Buenas noches, Señora María Amalia León, (Directora de la Fundación Eduardo León Jimenes) Buenas noches, invitados todos y radioescuchas. La palabra es la expresión de la persona. Une o separa, pero no deja indiferente. La palabra es vínculo, es vida. No en balde dice el prólogo del Evangelio de San Juan: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”. Jesús es la Palabra de Dios para los que creen en Él. Y las palabras de los seres humanos también dan vida o hieren, curan, alegran o entristecen. 7
Cuando la palabra hablada se convierte en palabra escrita y permanece en el tiempo, significa que la tradición oral ha abierto la puerta hacia la literatura, hacia la civilización. La palabra entonces se convierte en milagrosa, liberadora: tiene el poder de sacar a las personas de las múltiples formas de exclusión, ya sean personales o sociales. La palabra “escribir” tiene muchos significados. Para nosotros, en Radio Santa María, transformar la palabra hablada en palabra escrita es sinónimo de crecimiento, como persona y como país. Ese crecimiento lo hemos visto reflejado a lo largo de más de medio siglo en miles de personas que fueron primero alfabetizadas y después se graduaron de Básica, de Intermedia, de bachillerato, en profesionales en diversas disciplinas. En un mundo con demasiadas exclusiones, Radio Santa María se enorgullece de su labor para incluir a quienes quieren estudiar. Por eso, “escribir” para Radio Santa María significa crecer como persona, lo cual se traduce en el crecimiento permanente y constante de la sociedad y de sus instituciones. Crecemos como sociedad cuando la sinergia entre instituciones es la fuente de recursos que crea oportunidades para que el talento se exprese sin exclusión.
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El concurso de cuentos es el encuentro de la palabra hablada y la palabra escrita en nuestra institución. Mujeres, hombres, jóvenes y adultos de la República Dominicana han tenido, durante más de dos décadas, un espacio para contar lo que sienten, lo que experimentan, lo que les toca vivir en una sociedad que lucha cada día por mejorar, a pesar de todas las adversidades. Decía Fernández Rocha, hace algunos meses, que el Concurso de Cuentos de Radio Santa María es como un milagro. Y es cierto, un milagro hecho posible por la voluntad de muchos: desde el auspicio entusiasta del Grupo León Jimenes, las horas calladas y anónimas de una buena parte del personal de la emisora, hasta la ilusión de los concursantes, que con sus palabras buscan expresar sus sentimientos y darle forma a su creatividad. En estos 22 años se ha generado un verdadero dinamismo que multiplica la esperanza en las posibilidades del ser humano. En su capacidad de vivir desde una identidad abierta a la diversidad y diálogo permanente con los demás, con la naturaleza y con la trascendencia. Desde aquí es posible siempre ensayar futuros nuevos y de mejores condiciones para el conjunto de la sociedad.
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Hace un par de días fallecieron dos grandes escritores: Günter Grass, alemán, premio nobel de Literatura, y el uruguayo Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina. Ambos controversiales, comprometidos con su tiempo, con sus sociedades y con sus respectivas ideologías. Esperamos que alguno de los participantes en nuestro concurso siga sus pasos y ocupen su lugar, para seguir transformando la palabra hablada en escritura, y la escritura en historias que acompañen el proceso de nuestro pueblo dominicano, el que vive en nuestro territorio y el que desde la diáspora, como el Oscar Wao de Junot Díaz, busca reencontrar sus raíces. Agradecemos el trabajo y la ilusión de todos los participantes, y les invitamos a continuar plasmando sus sueños. Agradecemos a todos los presentes por haber acogido nuestra invitación. Y agradecemos a esa comunidad grande y paciente que sigue esta transmisión a través de www.rsantamaria.net y de estudio 97.9 la fm de Radio Santa María. Muchas gracias y buenas noches.
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Palabras de
María Amalia León Directora de la Fundación Eduardo León Jimenes
Padre José Victoriano, SJ, Director General de Radio Santa María. Señores Miembros del Jurado, Lic. Carlos Fernández Rocha, Lic. Emelda Ramos y Lic. Luis Beiro Álvarez. Estimados Autores, miembros de la prensa, amigos todos, muy buenas noches. El cuento es una perpetua juventud. Así es, queridos amigos, la existencia de la especie literaria que hoy celebramos en este vigésimo segundo Concurso de Cuentos Radio Santa María, es relativamente joven. Pero su modernidad más trascendente no reside en su vida reciente, sino en la naturaleza de su dinámica y estructural juventud impetuosa: breve en su temporalidad material, sujeto a una economía de recursos que no deja amparo para distracciones ni figuras ociosas. Todo se construye en una misma acción, con un grado de intensidad que nunca mengua ni vacila. Sea un Chesterton o un Borges, un Cortázar o un Bosch, el 11
cuento va en tiempos jóvenes, siempre exuberante en su territorialidad espiritual limpia y lozana. Lo hemos dicho: este concurso es una obra social de importancia vital para la vida cultural de nuestro país. Es un hecho cívico que promueve la indagación estética, esa búsqueda incesante de nuestras mejores y más sublimes formas, esa procuración de nuestras más extraordinarias versiones de la vida colectiva o de la existencia personal como tal. Es para nosotros recuperar la utopía, y si son los jóvenes los protagonistas de esas historias, tendremos garantizado tiempos jóvenes, que son tiempos de innovación, de rebeldía y de inteligencias. Este concurso de Cuentos Radio Santa María se ha constituido en un verdadero paradigma de gesta cultural y educativa. En nombre de la Fundación Eduardo León Jimenes, cuya misión es promover y divulgar la cultura en sus diversas formas y manifestaciones, queremos una vez más y cada año más convencidos expresar nuestro compromiso con esta iniciativa de tanta importancia para las letras y para la imaginación literaria de nuestro país. Queremos, de manera especial, agradecer a Emelda Ramos, Carlos Fernández Rocha y Luis Beiro, jurado 12
de esta edición del Concurso, así como a Radio Santa María, ícono cultural de nuestra nación, en la persona de su director, el padre José Victoriano. Desde nuestro puesto preñado de admiración y respeto por este acto, les decimos con mucho orgullo: Continúen, ustedes jurados, estableciendo y promoviendo la calidad literaria de nuestros escritores y escritoras nóveles; continúen, ustedes, Radio Santa María, con esta preciosa iniciativa, cuya constancia ha marcado su mayor virtud; continúen, jóvenes de esta patria y del mundo, continúen con su ardor, con su imaginación y su esperanza en la creación literaria. Ahora que Eduardo Galeano nos ha dejado, es cuando más debe vibrar el fuego joven de nuestras memorias… Y así seguir caminando en busca de la utopía, aquella, la que está en el horizonte, donde camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar… Que este concurso siga siendo un fiel compañero de ese camino para nuestro país. Muchas gracias.
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Resumen Valorativo del jurado PREMIOS Primer Premio: “Con los ojos de Laura”. Es una pieza escrita con pulcritud, donde se evidencia la presencia de un autor con dominio de facultades narrativas, tanto en el manejo del lenguaje como en el desarrollo de la historia. El thriller se convierte en un espejismo simbólico donde la vehemencia y la obsesión por el amor es más fuerte que la realidad que se impone ante el cumplimiento del deber. Es una pieza elaborada en base a pequeños cuadros que funciona con la fuerza de un “fotofinish” ante la meta mayor: el sentimiento de plenitud que evoca el recuerdo de la mujer amada como un latigazo en el subconsciente. Segundo Premio: “Cuerpo de luz”. Los autores recrean un universo lírico a partir de la creación de una obra de arte donde el juego de colores, los contrastes, la fusión, la ternura y hasta los sinsentidos anuncian propuestas estéticas y metamensajes que rinden culto a la belleza literaria en su faceta más sublime. Tercer Premio: “Canciones para el silencio”. La historia del encuentro (o desencuentro) entre dos per14
sonas con sentimientos, desgarraduras y causalidades comunes se “dice” en la voz de una primera persona que entra y sale del monólogo interior con la belleza que otorgan los relatos bien escritos y mejor pensados como en este caso donde lo que no se dice es más importante que lo dicho y donde la inteligencia del lector se pone a prueba para descubrir en realidad la magnitud de los sentimientos de los protagonistas. Cuarto Premio: “Cuerpo”. El valor de los sentimientos íntimos frente a una determinada presencia se tratan con altura y suficiente credibilidad para que el lector asuma un papel de testigo de excepción y pueda entender lo difícil que resulta descubrir lo que corre por la mente femenina. MENCIONES Primera Mención: “Enigma”. Un hecho cotidiano donde la casualidad es protagonista se relata con naturalidad y plenitud, características que llevan al lector hacia un final sorpresivo e inesperado. Segunda Mención: “Cerrado por derribo”. Los traumas que provoca el desahucio se relatan con pulso firme, elegancia estilística y coherencia formal lo que hace suponer la presencia de un autor con domi15
nio del lenguaje literario y del cuadro cinematográfico, virtudes que lo hacen moverse a su antojo entre los límites de estas dos manifestaciones culturales. Tercera Mención: “La orilla”. La originalidad temática, el manejo adecuado de la intertextualidad y el ingenio literario convierten esta pieza en un buen ejercicio del decir que provocará momentos de grata lectura. Cuarta Mención: “Hombre honesto”. Sobriedad y economía de recursos se dan la mano en esta historia donde el cuento retoma sus principios como género literario: selección y síntesis. Una historia aparentemente insustancial se transforma en un evento profesional que sale a la luz cuando menos se espera, con un final (pequeño en apariencia) sorprendente, locuaz y decantado. Quinta Mención: “Un mango”. La originalidad de la historia y lo inesperado del final le otorgan validez a este relato que tal vez hubiera necesitado un mayor poder de síntesis para convertirse en una pieza total. Sin embargo se denota en él la presencia de un joven autor con mucho que decir, en plena búsqueda de su voz y estilo.
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Cuentos Premiados
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Primer Premio
Con los ojos de Laura Seudónimo: Carpe Diem Autor: Ramón Gil
Cuando el teléfono sonó en medio de la noche, y te pidieron que te presentaras en el destacamento, lo viste más como descanso que como ocupación, y tu mente, que tan buena es para analizar conductas criminales, esta vez no ha podido dar aún con el misterio que hizo que tu mujer decidiera, sin razón aparente, marcharse de tu casa y negarse a tomarte las llamadas que día a día has realizado infructuosamente. Si no fuese por su madre que te llamó apenada y te pidió que dejaras a tu mujer en paz, no sabrías qué creer. Lo más seguro es que ahora mismo pensarías que su desaparición se debía a un secuestro y no a un escape que no logras armar de modo coherente en tu cabeza. Pero la llamada de tu jefe y la vuelta a la acción, de algún modo te mantendrán ocupado, y el vacío de Laura, de su pelo corto hasta la nuca y su voz algo ronca y gutural que tanto te gusta, no te molestarán 19
la conciencia, al menos durante el tiempo que dure el trabajo. Es esta virtud lo que el jefe más admira de ti y ella más critica. Tus investigaciones te aíslan completamente del mundo exterior y las pocas escenas de celos de Laura, se debieron en su mayoría a que la descuidabas por tu trabajo. Pero ésa no podía ser la causa. Al menos, tú no creías que fuera. *** El capitán te informó del caso en menos de diez minutos. Llamó a un sargento de robo que te había acompañado hacía un año en una investigación de estafas con tarjetas de crédito clonadas. Habían resuelto ese caso en apenas horas y el sargento te había dejado muy buena impresión con su discreción y capacidad de trabajo. Resultó que era un grupo compuesto por hijos de empresarios y políticos, y por el de un influyente general, cuyos chicos, en su eterno aburrimiento, no habían encontrado nada más divertido que delinquir. El capitán te había pedido toda la información, que luego pasó al general, y este se había encargado de que su hijo y los de los demás se tomaran unas largas vacaciones a Europa, Canadá y Estados Unidos. 20
A ti, estas cosas no te importaban. No eras juez y menos político, para cambiar la realidad. Lo tuyo eran los resultados y por eso siempre te pagaban. De ahí a lo que el sistema hiciera con las pruebas de su propia podredumbre, había una gran distancia. Tu placer era descubrir la verdad y, en eso, eras el mejor. Nadie lo dudaba. Sin embargo, eras como esos médicos excelentes para curar los males ajenos, pero jamás para diagnosticarse y curarse sus propios males. Lo probaba que aún no supieras las motivaciones de Laura, su huida repentina de ti sin que lo vieras venir. ¿Adónde lo llevo, señor? Te dijo el sargento con una sonrisa después de haberte hecho el saludo. Le comunicaste las instrucciones tal y como te las había transmitido el capitán. El caso que debías investigar había sucedido en un residencial en las afueras hacía menos de dos horas y tenías que ser el primero en llegar para el levantamiento de pruebas. *** Cuando venías en el carro no, pero sí después, cuando entraste en el ascensor y comenzaste a subir hasta el sexto piso. Empezaste a ver todo con los ojos de Laura. Imaginaste que a ella le habría encantado este edificio y este ascensor tan estilizado. Ni siquiera entiendes por qué la piensas tan insistentemente. Antes 21
nunca lo hacías cuando estabas en un caso. Quizás su marcha inesperada y sin explicación sea lo que te hagan pensar tanto en ella. Pero no hay tiempo para tus problemas personales, te dices; el capitán no lo entendería si le dijeras que no deseas investigar más, que por primera vez estás comenzando a pensar si todo esto por lo que has vivido y vives, vale más que una mirada de Laura. Tienes ganas de llamarla y de contarle, como lo hacías siempre, sobre el caso en el que estás envuelto. Su voz asintiendo a lo que le decías y que te escuchara, era todo lo que necesitabas para concentrarte y resolver los casos más engorrosos en menos de 24 horas. Ese era tu nombre en el departamento: 24 horas. Así te llamaba el capitán y, sin embargo, en los seis días que habían pasado desde que, en plena lluvia, abandonó tu casa y desapareció de tu vida, ignorabas totalmente qué la había hecho huir de tu lado. *** El apartamento era bastante lujoso con reproducciones muy buenas de Picasso y Klimt. En él, aparecía un hombre aún joven de unos 38 a 40 años, bastante atlético y muy moreno, como si en su vida su único trabajo hubiese sido tomar el sol. Aparecía tira22
do boca arriba y con un tiro en el pecho. Mortal por obligación. Quien le había disparado, lo había hecho a quemarropa y no parecía haberle dado tiempo a nada. Alguien de confianza, pensaste para ti. Seguiste mirando y viste la puerta del balcón rota y los trozos de cristal regados por todo el piso. Parecía como si alguien hubiera chocado adrede con ella y después de destruirla con su cuerpo, hubiese seguido su viaje hacia el vacío. Si era así, debía haber un cuerpo tirado en el patio interior del edificio. Antes de bajar a investigar, revisaste al hombre y tomaste su cartera. Se llamaba David López González. El nombre no te dijo nada. No era más que otro ser anónimo con un nombre sonoro. Saliste del apartamento y descendiste hasta el patio interior, pero primero llamaste al sargento, que seguía sentado en el vehículo haciendo guardia, para que te acompañara. Después de mucho mirar, el sargento sacó una linternita roja, y muy potente, de su bolsillo. Apuntó con su luz hacia un árbol y allí estaba ella. Era una mujer ya madura, pero que en su juventud debió de ser muy hermosa. Colgaba sostenida por dos ramas. La muerte había desfigurado su bien cuidado rostro y la belleza que había podido tener en vida estaba transfigurada por un rictus de dolor. Mirando a la mujer, 23
pensaste en Laura y ese sólo pensamiento de que Laura sí estaba viva, aunque no estuviese contigo, bastó para dibujarte una sonrisa. —¿Qué le parece tan divertido, señor?— te preguntó el sargento olvidado por un momento de distancias y rangos. —No lo entendería, sargento— fue lo único que contestaste y volviste a pensar en Laura. *** Llamaste al capitán y le informaste qué habías encontrado. El capitán te devolvió veinte minutos después, bastante sobresaltado. Se trataba de la esposa de un empresario del ramo de la construcción con una hija y un hijo ya adultos. Cuando más tarde los llamaran para decirles de la muerte de la madre, el hijo estaría tan drogado que se imaginaría que lo había soñado. Mientras que la chica, a pesar de lo insustancial del mundo de la moda al que se había dedicado, había desarrollado verdaderos sentimientos humanistas. Sería quien luego acompañaría a su madre en el velatorio y escucharía todos los pésames que su padre, apesadumbrado y ofendido por el engaño, se negaría a recibir. *** 24
La mañana en la que se marchó Laura, había llovido con rabia. Ustedes habían hecho el amor de modo desaforado varias veces durante la noche y Laura había sido verdaderamente feliz. Tú, agotado, habías dormido hasta las doce y cuando despertaste y la llamaste, te extrañó el silencio que reinaba en la casa. “Está en el baño de seguro”, te dijiste sin saber aún que seis días más tarde todavía no tendrías ni la más remota idea de porqué ella se había ido. La buscaste por toda la casa y al no encontrarla, revisaste el armario casi de modo instintivo. Faltaba su maleta, algunos vestidos, y varios pares de zapatos; y observando mejor el tocador, gran parte de su maquillaje. “Qué broma será ésta”, recuerdas que dijiste, aunque estas palabras no te causaron la más leve risa. Ya por la tarde llamaste a casa de la madre y ella te contestó que tu mujer prefería que la dejaras en paz. Colgaste aún sin entender. La broma, cualquiera que fuese, estaba yendo demasiado lejos.
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Pensabas continuar con las indagaciones por la mañana por lo que le dijiste al sargento que se podían marchar. Entraste en la parte trasera del carro. Ibas camino de tu casa cuando recibiste una llamada del capitán para que abandonaras la investigación. No puedes negar que te habría gustado saber qué había detrás de este David López González y esa señora, pero en este negocio las cosas son así y no eres de los que discuten órdenes superiores. Te recostaste un momento y aprovechaste para cerrar los ojos. Llegaste a tu casa tan rápido que fuiste el primer sorprendido. Laura estaba allí, sentada como si nada hubiera sucedido. —¿Cómo te fue?— te preguntó en su acostumbrado tono de voz. —Todo bien— respondiste. — No me vas a preguntar por qué me fui — te lanzó ella a bocajarro. —No lo quiero saber — le dijiste, pensando en lo mucho que la habías extrañado todos estos días. —¿Te preparo algo de comer? —No tengo hambre — mentiste y te acercaste a Laura, a su perfume de Laura y a sus ojos de Laura. Trataste de abrazarla para saciarte de las cinco letras de su nombre, de su esencia y ella pareció desvanecerse en frente de ti. 26
—Teniente, teniente —escuchaste como entre sueños al sargento—, ya llegamos.
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Segundo Premio
Cuerpo de luz Seudónimo: Pasajero a Sodoma Autor: Roberto Adames y Elías Rodríguez
(Si la muerte no doliera, ¿cómo explicar entonces este intenso dolor, tan exacto como el amor, horadando el pecho? ¡Es que la muerte duele tanto! Hay muertes largas, muertes que duelen toda la vida.) Nunca antes me había impresionado tanto una obra de arte. Una especie de escalofrío recorría todo mi cuerpo cuando contemplaba, con los ojos entornados, el verde manto dilatarse desde la cintura a poco menos de las rodillas de la mujer. Pero no era un verde acartonado y simple que estaba ahí por estar. Podía jurar que este obedecía a un criterio artístico definido de amarillos verdosos, que se degradaban con otros verdes, más oscuros, para no tocar el mamey carne directamente, por el impacto visual que provoca la superposición de colores complementarios; y que no dejaba pensar siquiera en otra cosa, por la precisión hipnótica de su ejecución: un asombroso equilibrio entre el deseo y la posibilidad, que forzaba la inteligencia a deducir que no era la idea concebir una obra 29
impresionista —conocimientos imprescindibles para quienes habíamos dedicado algo de nuestras vidas al arte—. Aunque es muy posible que mis necesidades inconfesables provocaran tal efecto. Y que por ser un asunto de sensibilidad, puesto que no todo el mundo tiene la capacidad de apreciar la belleza con la misma intensidad, no me atrevía a decir que pudiera ocurrirle lo mismo a otro espectador, sobre todo, con una obra tan pequeña. Pese a que, siendo sincero conmigo mismo, admito que retaba todas mis posibilidades perceptivas el no poder delimitar sus matices; concreción que me llevó una y otra vez a preguntarme cómo aquella aguja tan diminuta tenía la facultad de imprimir el ingenio del artista, o cómo este lograba con ella, a través de los pliegues del manto, recrear las piernas de la mujer y armonizarlas con su cuerpo desnudo. Un cuerpo vivo, lleno de luz… de una luz aquiescente y silenciosa, que parecía iluminarlo todo desde adentro. ¿O el sobrio manejo de la luz hacía que pareciera vivo? No lo sé. Pero era hermoso ver su cabeza en escorzo, sus pechos al aire y erguidos, y sus manos descansadas encima de la elaborada tela que cubría sus entrepiernas, alcanzar ese equilibrio, esa vida. Yo, simplemente observaba cómo surgía la obra de las manos del artista desde que el Sol filtró sus primeros rayos por entre los barrotes de la pequeña ventana, en 30
la pared lateral de su celda, lo que permitía apreciarla intensamente. Me había tocado limpiar el corredor, y aprovecha, de vez en cuando, para acercarme lo suficiente y echar un vistazo, cosa que parecía no importarle. O quizás fingía no verme, concentrado en su trabajo. No había parado de trabajar en toda la mañana, recalcando los contornos de la figura, eliminando todo rastro de imperfección, como si alguna presencia invisible le poseyera y le empujara a expulsar, desde su interior, la imagen de la única mujer que había logrado penetrar en su esencia, puesto que, hasta donde yo sepa, jamás se había enamorado así de nadie, antes de perder la razón... Algo así como una especie de impulso misterioso que lo centraba en el afán de devolverle, entre tintas y agujas, el entrecortado aliento que se había consumido en sus manos, cuando, al perder el control, le apretó el cuello; un forzoso suspiro que sugería que pronto estarían juntos, o que volvería por él. Ella parecía contemplarle ahora desde su propia piel, con una mirada suave y sublime, que contrastaba con las maldiciones que proferían los reclusos de celdas contiguas. Voces rabiosas que se iban degradando, cuyas manchas yo distinguía a medida que caían a lo largo del pasillo, confundidas con el vaho del amonto31
namiento humano que aún no alcanzaba el escándalo (fenómeno que me pareció bastante raro y que, por consiguiente, atribuí a una distorsión óptica, por las descontroladas fiebres que me producían las anginas). De alguna manera, este artista había conseguido con algún guardia un aparato de tatuar la piel y un kit completo de tinta china, un admirador que al parecer intuyó en sus ojos que era el arte el único elemento íntegro en su desorganizado puzzle, y que lo anulaba momentáneamente del entorno. Seis meses habían pasado después del proceso de lavado. Y aún puedo recordar cuando, antes de esto, parecía pesarle la memoria y, luego de apretarse la cabeza con ambas manos, terminaba golpeándose el pecho descontroladamente, hasta arrojar un nombre: —Isabeeeeeeel… que parecía salirle de lo más profundo, con gritos de dolor. Y procedieron entonces, con la anuencia de sus padres y hermanos, resignados a no verle jamás en libertad, a borrar todo vestigio de recuerdo, para extirpar el sufrimiento y hacerle más soportable la existencia. Borraron todo, usando, incluso, tratamientos no convencionales y prohibidos... Imagino que hasta Dios mismo quedó deshecho en su interior. Pero hubo algo que, por más que lo buscaron enérgicamente en el fondo de su memoria, escapó intacto al proceso: la mujer.
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Sentado ahora en un rincón de su celda, se había abstraído desde las primeras horas del día, a materializar en su pierna desnuda, luego de haber arrancado de un tirón el pedazo de tela que la cubría, aquella figura, con el único método a su alcance: trabajó sin descanso, dejando el cabello para el final, matizándolo más tarde entre las demás partes, con negro de humo. Aunque de momento este pareciera cambiar a rojo, también el manto, en una especie de escala que se movía, y se codificaba de nuevo, luego de apretar con fuerza mis ojos, abrirlos y parpadear seguidamente. ¿O acaso era rojo? Bueno… Caía lacio y ondulaba con cadencia donde debía hacerlo, sujeto a la gravedad, como lo había aprendido en la escuela de arte; esfumando cada parte con sobriedad pasmosa, como supongo, también le habían enseñado que lo hacía Leonardo en el Renacimiento —y que me resisto a creer que en vez de un pincel, imaginara siquiera el enigmático maestro que alguien tuviere la destreza de realizar su técnica con una pequeña punta de metal—. Lo cierto era que esta vez la facultad de crear le permitía verla de nuevo: una muchacha bella, a juzgar por su juventud; mirada inocente, y porte clásico de academia. Fusión de elementos naturales que no dudo le indujese a enamorarse, pese a las marcadas diferencias entre ambos; un tanto así como las existentes entre la tapa y el frasco, pero de igual complemento, y que, probablemente, haya incubado su desorden de 33
personalidad al verla sociabilizar con jóvenes artistas entusiasmados por experimentar con ella nuevas tendencias (aunque jamás le oí hablar del tema cuando le visitaba en su estudio, donde trabajaba con óleos y acrílicos, antes de que mis visitas fueran espaciándose más y más, debido a su carácter). La rabia y los celos le nublaban la razón, hasta desconocer al hombre ante el espejo. Y ya, en medio de uno de sus arrebatos de ira, Isabel no aguantó más y se marchó, convirtiendo sus días, poco después, en un infierno, buscando la fórmula para hacerla regresar: presionándose la cabeza, arrojándose contra las paredes de la prisión, y golpeándose con furia el pecho… hasta que todo se borró. Sin embargo, esta vez lo había logrado, a pesar de su condición actual, la había traído de vuelta, luego de haber cruzado, con su talento, el umbral del hiperrealismo. Observándole ahora en su encantamiento, supuse, por la extraña sonrisa en su rostro, o más bien no una sonrisa, sino una indescifrable mueca de complicidad, de ternura y, al mismo tiempo, de secretos y de sinsentidos, que algo en él, semejante al instinto, parecía captar la presencia de la mujer entre las blancas partículas de luz que aparecían a su alrededor — muy parecidas a esas que uno ve alrededor de los ojos, cuando se da un golpe en la cabeza o tiene alguna debilidad—. Una luz que emanaba gradualmente de la 34
figura, hasta iluminar por completo la estancia donde estaba. Al llegar a este punto, no puedo describir con precisión qué me sucedió, pero sé que, de súbito, me embargó un sentimiento de identificación, al pensar en el lado oscuro de su dolor, que no era compasión ni nada que se le pareciera, aunque me esforzaba por comprenderlo, sino una especie de sentimiento desconocido para mí, que afloró desde alguna parte misteriosa, y que me hizo sentir más fuerte la intimidad de aquel dibujo. Y fue entonces cuando, en medio de la extraña conmoción que agitaba, esta vez de manera irregular, todo mi cuerpo (que tampoco alcanzo a discernir si fue una experiencia real o si aquello tuvo que ver con las altas fiebres que me provocaban las anginas), pude observar, fascinado, a la mujer cuando salía del pedazo de piel donde antes había estado, y configurarse en una imagen luminiscente. Y haciendo un esfuerzo, casi infinito, quizá por el agotamiento, lo vi levantarse con la intención de abrazar aquella especie de holograma, que ya frente a frente, le ofrecía sus brazos abiertos, en un gesto que interpreté como un guiño de absolución. Y fue justo antes de caer desarticulado, cuando bajó la mirada, para reparar en algún chispazo de luz. La aguja metálica del aparato había perforado en su muslo derecho una de sus venas mayores, dilatando por todo el lugar las últimas gotas de su vida. 35
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Tercer Premio
Canciones para el silencio Seudónimo: Schrödinger Autor: Danilo Rodríguez
No sé si te ocurre lo mismo que a mí, pero me da con pensar que de pronto todo esto —nuestros ojos buscándose en el retrovisor, tu sonrisa a media asta, mi actitud de héroe— está por encima de cualquier acto vulgar o cotidiano, por encima del miedo, en lo más profundo de una silenciosa complicidad que se arma entre los dos, sin que los demás sean partícipes, sino más bien piezas de ajedrez, excusas para no quedarnos solos en medio del mundo y gritar a todo pulmón lo que con ellos ahí delante, en medio de nosotros, no nos habríamos atrevido a gritar; o tal vez ocurra que solo es a mí a quien se le llena el vientre de tarántulas, de polillas gigantes que embrutecen todo intento de comunicación contigo, aquí, sola junto a mí, como una diosa del asfalto, esos espasmos que me muerden dentro sin que nada pueda decirte, nada que gritar, ahora que nos quedamos solos, porque Ana y Germán se han ido al colmado a comprar cigarrillos, chi37
cles, agua para ese maldito calor de afuera, mientras a nosotros, aquí dentro, nos suena esa canción cruel de Charly García, “calambres en el alma, cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo,” y esa última frase se me queda revoloteando en la cabeza, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo, y entonces creo que sí, que tal vez es solo a mí, tal vez soy yo solo haciendo el ridículo, creyendo que quizá, que tal vez, que esto nos puede estar sucediendo a los dos y es algo que está por encima de las cosas ordinarias, hacer la compra en el súper, ir a la peluquería, llegar a fin de mes, lavar el uniforme, etc. No sé si hace falta que lo diga pero siento que te has quedado esperando que yo diga algo por encima de toda esa vulgaridad, por encima de todo el miedo, de estas arañas. Yo no sé qué debo decir frente a tu hermosura, quizá, “¡Qué bueno que tenemos el aire, porque si no, nos íbamos a quemar con lo caliente que está afuera!” O tal vez, “Desde que te vi hace un rato…” Pero entonces no sabría cómo continuar, por dónde seguir porque no sé si quiero llegar a algún lado con esto, o si quieres tú, no sé si debo, si puedo decir algo, las palabras lo contaminan todo, crecerían como malas yerbas en nuestro contrato de silencio, de nada que decirnos, y dañarían esto que ahora está pasando dentro de los dos, o por lo menos dentro mío, maldita sea. 38
Entonces, como en un acto de salvación, vuelven Ana primero y después Germán, cargados de botellitas de agua y chicles y mis cigarrillos y una botella de ron, sus voces rompiendo lo que estaba a punto de decirte, y que cambié por mi silencio, no sé si lo entiendes o si al menos lo puedes asumir como lo que te quise decir cuando nos quedamos solos, cuando no estaban ni Ana ni Germán ni estas botellitas de agua Azul ni nada, sino nosotros dos y el silencio, este silencio que... “Bueno, sigamos, viejo, que este calor nos va a quemar.” “Vámonos de una vez…” La voz de Ana casi chillona, ahí detrás, junto a ti, que eres o invitas a un juego violento de sensualidad, un Modigliani caribeño. Sí, eso es, Modigliani, la sensualidad que acentúa el calor que viene de fuera, de las tres de la tarde, tu rostro a través del retrovisor, viendo hacia fuera, tan hermosamente, es Modigliani, lo acabo de decidir y nadie —tú no lo sabrás nunca— lo sabrá nunca; nadie, porque hace apenas media hora yo le había hecho esa seña a Ana, mientras tú conversabas con ella, recién terminado el Congreso. Tú acababas de llegar con Rafa que es nuestro amigo de viejo, porque querías conocer gente nueva, gente del país, gente que hiciera arte y Ana te dijo que sí, que vinieras y que nos conocieras a todos, pero sobre todo a Germán y a mí porque... Pero se le estaba haciendo tarde para presentarnos, tenías que irte casi enseguida, que Rafa 39
no sé qué, y entonces yo te vi la espalda, y eras un Modigliani, y le hice esa seña a Ana (la misma que le estoy haciendo ahora, aprovechando que tus ojos miran hacia fuera, mientras nos acercamos al Azul del mar) para que ella nos presentara y ella no disimuló en nada la alegría, no sé porqué, por cuál de los dos, y te dijo que este era yo y que él era Germán, y que ella eras tú, y tú volteaste, “Mucho gusto, mucho gusto,” y sé que justo ahí nació eso que no sé si te ocurre lo mismo, si sabes desde algún punto de tu epicentro que esto está por encima de algo, o por debajo de algo, en otra frecuencia, cada vez más lejos de tener que ir al banco, hacer la fila para votar, hablar de Zelaya, tome un número y siéntese. Cada vez más lejos de que sea lunes… Luego, bajamos las escaleras del salón donde fue el congreso. Hace media hora, pero parece que hubiera sido ahora mismo, mientras miro tu mirada que mira. Allá atrás, también ardía el sol en las calles del edificio del congreso y en el domingo; tus ojos se entrecerraron al salir del edificio, y Ana dijo “Mejor nos vamos con él —o sea, conmigo—, porque Rafa no tiene aire en su carro.” Y tú accediste, “Estoy aquí a tu merced,” dijiste falsamente. “En realidad tendría que irme, pero si vamos a la playa y hay qué beber…”, dijiste, no tan falsamente. Y entonces se montaron las dos en mi carro, y Germán que venía había ido conmigo; Germán delante, ustedes detrás, pero tú del 40
lado derecho, donde yo pudiera ver tu rostro de diosa Modigliani como lo estoy viendo ahora, mientras ves hacia fuera y yo recuerdo todo como si lo estuviera viviendo de nuevo y aquí vamos camino al mar, todos, “que está ahí cerquita, a unas cuantas millas, ¿no se animan?”, preguntaba Ana, con la mirada puesta en Germán, pero ansiosa de que yo contestara. “Ya Rafa lo sabe, nos esperará allá, así nos bañamos todos, nos compramos una botella de ron y después nos vamos.” Germán sabía que yo no iba decir que no, que estoy brilloso de alegría y de sudor de la tarde, que hay electricidad en mi cuerpo. “Yo no tengo problema — dijo—; lo que él diga.” Y yo no contesté sino que me fui directo a la carretera y conversamos chulo, hermosamente, refrescándonos con el aire que no tenía Rafa en su carro, con esa doble intención soterrada con que Ana te montó en mi vehículo y el retrovisor te sacaba los ojos de la cara y me los donaba con una súbita intención de plebeyo. Entonces, Germán dijo: “Párate aquí, en ese colmado, que voy a comprar agua y ron y unos cigarrillos, que se acabaron los míos, ¿quieres cigarrillos?” Y yo que sí, claro, Marlboro Light, y Ana le siguió, aprovechando la ocasión, la primera, la única que tuvo para dejarnos solos, para que nos dijéramos las cosas que ella sabe que teníamos que decirnos, pero las palabras lo habrían contaminado todo, lo habrían hecho pedazos, por más que esperaras que yo 41
dijera algo como “¿Cómo conociste a Ana, eres de Tegucigalpa o de qué otra parte de Honduras, mucho tiempo en el país, cuál es tu apellido, pintores favoritos…?” Pero nada, nada, todo lo que pensé se disolvió en un suspiro cuando intenté darle forma de palabra, las arañas mordieron cada vez más fuerte y no sé si te ocurrió lo mismo, pero ya están ellos aquí de nuevo, cansados los dos, Ana primero y después Germán, con los cigarrillos y el ron y el agua Azul, como calcinados por el sol de afuera, “bueno, sigamos, viejo, que este calor nos va a quemar.” “Vámonos de una vez.” La voz de Ana, ahí detrás, junto a ti, la voz de Ana sin temor a interrumpir, casi chillona, sin ningún miedo, sin saber que tanto ella como Germán están fuera de esto, que no tienen la suerte de sentir las arañas, que de ahora en adelante no son más que pretextos para nosotros dos, piezas del ajedrez con el que jugaremos; la playa está cerca, así nos bañamos todos y después seguiremos camino a nuestras casas, donde nos esperan la vulgaridad y lo mismo. Ojalá tú y yo tengamos suerte. Mucha suerte.
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Cuarto Premio
Cuerpo Seudónimo: Gabita Autor: Karen Elizabeth Santana García
Las calles estaban vacías, como después de una caravana de socios del manicomio: basura blanca por todos lados. Faroles entristecidos que a lo lejos alumbraban el galopar de un coche. Todo era sombrío aquella noche, incluso yo, que vagaba de un extremo a otro de la calle silbando Midnight in Paris, mis pies bailaban aquel vals y las aceras disfrutaban ser cómplices del hecho. Las casitas acopladas parecían ser devoradas por la hiedra, iluminadas por bombillas coloniales con pocas horas de vida. En ese estado solo quedaban algunas; solo aquellas que no fueron alcanzadas por los afanes del gobierno de recuperar la gloria colonial, sin saber que lo que en realidad hacían era robarle aquellos suspiros del tiempo: el verano enloquecedor que destiñe, el invierno que oxida, el otoño que añora la primavera eterna; todo eso se lo llevaban sin darse cuenta. 45
Me dirijía a las 27 por las tablas, allí donde me aguardaba una charla interminable con Charles. Solíamos charlar hasta medianoche entre colillas y licor. Los temas eran vanales y el humo del cigarrillo parecía esconder las palabras. Charles siempre me esperaba los sábados en la noche para agotar las horas de su fin de turno. Solía decirme: “Mujeres como tú son buenas para escucharlas y nada más”. No había momento o circunstancia en que olvidara decirme esto, era su forma de aplicar la ley de los 30 segundos de Maxwell, y yo, sin saber si aceptarlo como un halago o una burla, le correspondía con una mueca chistosa. —¿Qué te preparo esta noche?— preguntó. Yo siempre respondía con la misma sonrisa, entonces era el momento que tomaba la copa y me servía el licor de almendras. —Todos son iguales —dije todavía irritada. —¿Quiénes? —inquirió. —Ustedes los hombres. Se quedó en silencio durante varios minutos; el humo era claro ahora que no habían palabras. 46
Fue en ese momento cuando me fijé en su piel gris que más que dermis era una continuación de la colilla del mostrador; sus ojos me miraban como niña enamorada y sorprendida. —Pues yo no soy igual que todos. —refutó. —¿Por qué? —pregunté. —Porque hasta ahora he cumplido todas las promesas que te he hecho. No quise alterar su genio con una negativa; simplemente sonreí y asentí con la cabeza. Charles era descreído y terco. Muchas veces le daba la razón para que no entráramos en el ciclo infinito de nuestras justificaciones. El había tomado la férrea decisión de que yo sería la última mujer en su vida, a sabiendas de que pelearía una batalla en la que, de todos modos, sería perdedor. Pero decía que prefería estar con la esperanza que vivir eternamente asegurando su soledad. De pronto me percaté de que toda la ciudad estaba adormecida de manera prematura. 47
Eran charcos de diazepan lo que había en las calles. Las personas, los autos, los perros, todo parecía haber sido humedecido con té de valeriana; un grado más bajo, un decibel menor. Ni siquiera el viento parecía soplar. —Si dices que no eres igual Charles, es porque no eres hombre. —dije. Charles soltó una carcajada que asustó a los clientes. —Nunca dejarás de ser drástica. —dijo crispado. Drástica era la manera de llamar a mi lógica booleana, siempre había criticado mi forma de ver las cosas, de calificarlas, de reubicarlas en el universo. Éramos tan iguales que nos odiábamos exactamente con la misma intensidad; como si solo los defectos de uno se reflejaran en el otro, y viceversa. Éramos un espejo sombrío, lúgubre. Es por eso que nos conocíamos tan bien, porque siempre bailábamos al mismo ritmo, con las luces apagadas, siempre la misma canción. Pero aquella noche sentía mi alma unos centímetros más afuera de mí, como queriendo abandonarme. 48
Pobre de ella, tanto tiempo atrapada en un cuerpo tan pequeño, recorriendo distancias tan limitadas, obligada siempre a estar a merced de un saco de huesos engrasados que vivían dando tumbos, haciendo trastes de aquí para allá. Siempre quiso saber el sabor de la libertad, revolotear como mariposas entre las luces de la ciudad, mientras más tarde mejor, sin cargar con los afanes del cuerpo. Aquellos miedos que le impiden dormir bajo la luz de las estrellas, vagar un rato por caminos solitarios, esconderse de la vida en el rincón menos esperado. Porque las almas son del aire y el cuerpo es de la tierra, dos elementos distintos (pero no contrarios) que luchan por sus propios intereses, de ahí surgen todos nuestro problemas. Las almas siempre buscan expandirse, flotar, ser como el humo a veces. La mía no era la excepción; era como un niño que se escapa por el placer de sentirse buscado. Como el agua que se escurre entre las alcantarillas, o como aquella que reposa cuando se estanca. Siempre quiso ser gota de lluvia en el cristal. 49
Hoy era un buen día para silbar una canción diferente, tal vez Let it be, una buena noche para ser cómplice de sus deseos, yo que tantas veces la había escuchado y ella que había soportado mis negativas por tanto tiempo. Escuché la voz desesperada de Charles repitiendo agitadamente mi nombre una y otra vez. Vi cómo sostenía mi cuerpo, miraba mis manos, tomaba mi pulso, todos los clientes intentaron ayudarle. Pero yo tenía que marcharme, se me hacía tarde y no quería estar presente en el momento que fueran a recoger el desperdicio.
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Menciones de Honor
Primera Mención
Enigma Seudónimo: Randall Autor: Sandra Tavárez
No sabes qué hacer. Has estado hincada ante la imagen de la virgen por más de diez minutos, sin atreverte a pronunciar una palabra. En el fondo te avergüenza solicitarle ayuda, pedirle consejo. Te pones de pie, apagas la vela y te acuestas. La habitación se siente ligeramente iluminada. La luz artificial de la calle se filtra por los orificios en el techo, que brillan como luciérnagas volando hacia el infinito. No logras mantenerte sobre la cama, de nuevo te levantas, tomas el ticket que habías dejado encima de la cómoda. Comparas una y otra vez los números que habías anotado en una hoja del cuaderno de Carlitos. Tus manos tiemblan. Sientes una punzada en el estómago, una opresión en el pecho, un nudo en la garganta. Hace algunas horas, llegaste a la casa de tu vecina, quien se había ofrecido para cuidar a tu nieto, todavía tenía fiebre. Lo llevaste a tu casa, le preparaste una sopa boba que el niño rechazó. 55
De verdad estaba muy enfermo. Hacía rato que había caído la noche, le estabas poniendo compresas de agua fría sobre el vientre y la cabeza, la fiebre parecía ceder un poco. Encendiste el televisor, más por costumbre que por entretenimiento. Buscando algo que ver, te topaste con el sorteo del Loto. Mirabas con desinterés, hasta que salió el primer número. Te impresionaste. Buscaste el ticket en tu cartera, cuando lo encontraste ya habían salido cinco números. De un globo más pequeño emergió el sexto. De algún modo se escabulló entre sus compañeros, se filtró por el tubo transparente y miró hacia la cámara, hacía ti, que lo observabas: excitada e inmutable. Sonreíste. Emocionada anotaste los números, estabas invadida por una extraña felicidad, no obstante, este sentimiento duró apenas unos segundos, fue remplazado por otro más pesado, más duradero. El boleto que sostenías en tus manos, no te pertenecía. Quedaste a oscuras. No era una sensación metafísica, ni un sentimiento provocado por tu alma que se aprestaba a una enigmática prueba. Simplemente, falló la energía eléctrica. De inmediato, se escucharon las imprecaciones de tus vecinos; maldiciendo al gobierno, maldiciendo a Dios, pero sobre todo maldiciendo la vida que les tocó vivir, porque saben que no hay escapatoria. Nacieron en este cerro, al igual que sus padres, y los padres de sus padres y lo único que heredarán 56
sus descendientes será esta miseria. Miraste a Carlitos, quien se quejaba entre sueños, pensaste en sus hijos, y en los hijos de sus hijos. Nunca has vivido una noche más angustiosa que esta. Dices para ti: “el diablo no duerme”. Si el señor González tiene la costumbre de jugar el Loto todas las semanas, ¿por qué no lo hizo antes de irse para Santo Domingo? ¿Por qué decidió no regresar en automóvil, cuando se enteró, que el piloto de su helicóptero estaba indispuesto? ¿Por qué tenía que llamarte a ti para que jugaras su boleto, tú que apenas andas con lo del pasaje? Solo hay una explicación válida. La suerte es algo peligroso e impredecible. Las luciérnagas se han esfumado. El viento empieza a golpear con furia las ventanas, se escucha el rugir de los clavos, defendiendo tu techo, una lucha tenaz que tal vez han librado por décadas y solo hoy te percatas de ello. El niño se ha quedado dormido. Buscas una ponchera en la cocina, metes una toalla dentro de esta y la colocas sobre la cama, para que las gotas, al caer, no salpiquen tus pies. Te acuestas, aunque sabes que no dormirás. ¿Qué significa esto? Tal vez Dios escuchó tus plegarias. ¿Y no fue Él? 57
Crees en la suerte, sin embargo nunca apuestas, por lo tanto, la única forma en que tú y ese súper premio se encontraran, en un abrazo utópico, era esta. El señor González fue solo un medio. Él no eligió los números, lo hizo el azar. La suerte no era de él, ni del guardián que te prestó el dinero, ni del señor que te cedió el turno en la fila. La suerte era tuya. Es tuya. Tus manos tiemblan, tienes en tu poder un boleto válido por más de cien millones de pesos. Solo tú lo sabes. Carlitos sigue envuelto en los delirios provocados por la fiebre. Hace siete días de aquella noche tormentosa. Le das un beso en la frente a tu nieto y lo bendices para que duerma tranquilo. Dejas descansar tu cabeza sobre la almohada, quedas profundamente dormida. No notas que las luciérnagas han emigrado de nuevo, dando paso a lluvia que con ternura resbala sobre el techo, cayendo sin prisa sobre tu cama. No sientes tus pies húmedos, como tampoco sentirás los primeros rayos del sol que se filtrarán por la rendija en tu ventana. Mañana, cuando vayas a hacer la limpieza, debes recordar decirle al guardián que le pagarás a fin de mes, porque la semana pasada, cuando con voz entrecortada y manos temblorosas le entregaste el boleto ganador al señor González, este se puso tan contento que olvidó pagarte los cien pesos. 58
Segunda Mención
Cerrado por derribo Seudónimo: Gratias agimus Autor: Vladimir Tatis Pérez
Una noche sin dormir es casi media existencia perdida. Y en los últimos tiempos, en la casa de Emilio era imposible pegar ojo por más de media hora. Ni en la casa de Emilio y ni en ese edificio a punto de derribo. Los ronquidos de la vecina del piso de abajo, la crepitación de las paredes, las maldiciones y las bajadas de los baños, era el panorama, como si entre todos acordaran defecar y dar a la palanca al mismo tiempo, y ese mosquito necio de cada noche, que se enreda en el pelo, no para picar, sino para mantenerlo despierto con el zumbido. Así era imposible empezar un día. Más el miedo a que lo expulsaran del espacio donde estaban sembradas sus vidas. Todo eso dejaba insomne a cualquiera por mucho sueño que se tuviera. Fue lo primero que pensó al despertar. Sin deseos, aburrido y cansado. Pero había que saltar de la cama con honor y dispuesto a la lucha. No importaba si ha61
bía dormido bien o mal. Todos necesitaban su mejor versión. A nadie le importaba que tuviera una noche y casi toda una vida perdida. Incluso esa vecina, la de abajo. Que se creía la mujer perfecta, aunque estaba arrugada como una pasa; esa vecina que se creía la mujer perfecta, aunque roncaba como frigorífico antiguo; la mujer perfecta, aunque parecía un cadáver de flaca; la que nunca había soportado y que ahora era su compañera de lucha. Flor también se estiró en su cama. Vértebras, articulaciones, y huesos protestaron. Con el moho metido en el cuerpo, encendió una lámpara de luz casi agotada. Aun así, la habitación se quedó en penumbra. Arrastró sus pies hasta la cocina. Cuando el café la despertó por completo, sacudió la polvareda del derribo del día anterior. Se resistía aceptar que su casa se hiciera añicos. Cuando quieren hacerte polvo la vida, lo que menos importa es el insomnio. “Solo muerta me voy de aquí”. Rezó en una silla sentada delante de un televisor apagado. Miró puertas y ventanas clausuradas con ladrillos, puntales sosteniendo medio edifico, los sacos de obra y los tablones de madera cruzados. Miró también su ropa colgada en las cuerdas y le pareció como escultura polvorienta. Y comprobó que no le quedaban más lágrimas. 62
Emilio bostezó. Los huesos le hablaban de frío. Encendió un cigarrillo y le dio una calada de varios segundos. En su rostro tenía dibujada todas las arrugas de la sábana. Tosió otra vez. Buscó petróleo en su garganta mientras iba al baño como si fuera un condenado. Volvió a carraspear. Lo consiguió: una bola tan grande y negra como él se precipitó de su garganta, segura, decidida, hacia el lavabo sucio y agrietado. Opaca, entre negro y verde, con algunos puntos rojos que se mezclaban con los restos de pasta reseca. Erguida, desafiante. El hombre abrió el grifo. Cogió agua y se la echó por encima. Al escupitajo le pareció la primera ducha del día y, burlón, sonrió. Emilio usó la mano como caño, pero también hubo una resistencia. No quiso tocarla, le repugnaba su propio gargajo. Cogió papel, pero la bola negruzca se le escurría, saltando de un lado a otro. Cuando al final la atrapó, la frotó con toda su fuerza, pero no solo no se quitaba, sino que parecía más grande y más pegada al lavabo. Emilio abrió el grifo a lo máximo. El agua salía libre, pero iba a lo suyo, sin ninguna intención de ayudarlo. Ya se escuchaba el ajetreo de los obreros derribando paredes y clausurando puertas. Flor había cambiado sus ronquidos por insultos y Emilio casi se quedaba sin su cupo de vida. 63
El escupitajo ni se inmutaba. Emilio utilizó todos los productos de limpieza, pero solo con el amoníaco el escupitajo pareció toser. Mutó en tamaño, en color y en hedor. Cuando más acorralada se sintió la bola de flemas, sacó toda su mala leche y empezó a corroer el esmalte del lavabo. Emilio pestañeó con fuerza para comprobar que estaba despierto; al abrir los ojos pudo ver con toda claridad sus pies descalzos por los orificios que el escupitajo iba dejando. Reculó y sin pensarlo se metió en la bañera y tiró su toalla al suelo para detenerlo, pero el escupitajo multiplicado, como un ejército invasor, también empezó a corroer los mosaicos. Primero se fueron los jóvenes, luego los emigrantes. Y llegaron los acosos. Ahora peleaban para que los dejaran en su casa, en el lugar que habían elegido para vivir y morir en paz. Las paredes, parecían un mapa de un país con muchos ríos, montañas y carreteras. No había nada dentro del edificio que no oliera a humedad. Cada vez más oscuro, cada vez más en el límite de sus resistencias. Pero no los iban a sacar. “Este polvo me está matando”, se quejó ella desde la ventana, impregnada de un olor ruinoso.“Hoy y mañana polvo. Otro día tocará ruidos y amenazas”. 64
Le cortaron la luz, agujerearon los techos, todo era escombro en los espacios inacabados y ellos ahí, resistiendo. “¡De aquí no me voy!”, volvió a gritar. “¡Hijos de perra! ¡Nos merecemos dormir en paz!” Emilio se hincó y, detrás del escupitajo, estiró la mano para alcanzarlo. Imposible. La flema, al llegar abajo, lo envolvió todo; detrás caía mucha agua y, aunque Emilio intentaba cerrar los grifos, el agua caía como en una tormenta. Se atrevió a sonreír al ver a Flor mirándolo, boquiabierta y pasmada a través del hueco. Y sin saber cómo, la mujer le parecía más mujer. El agua humedecía su rostro, su cabello goteaba y al caer al suelo se expandía. En algunas ocasiones le pareció verla sonreír. Sus pechos brotaban entre la tela de la bata y su piel oscurecía hasta hacerse canela. De las grietas de las paredes empezaron a brotar hiedras, hiedras primavera, hiedras verano, hiedras otoño. Cuando se quedó sin suelo, el agua lo precipitó justo a los pies de ella. Miró su reflejo en el agua. Y era otro Emilio, Emilio montañas, Emilio ríos, Emilio verde, rojo y amarillo, Emilio vuelos, Emilio aires. Y ella era otra mujer. Mujer plumas, mujer pétalos, 65
mujer escamas. Ríos de peces plateados trenzaron sus pies, mares de gaviotas y mariposas nublaron sus cielos. Hojas de otoño pisoteadas. Todo fuera de ellos era insignificante. Abrazados apagaron al sol, ya decididos a no pensar en ningún tipo de ruinas. Ni en las propias, ni en la ajenas. Ya nada importaba, ni los amaneceres llenos de insomnios y ronquidos, ni los bloques cayendo en sus espaldas, ni la piadosa agonía, ni la polvareda nublando la vista. Emilio se levantó, Flor sonreía, pero no era la sonrisa amarga de todas las mañanas, era una sonrisa enferma de gozo y la abrazó entera. Un solo abrazo le sirvió para retroceder todas sus vidas. Retroceder a la nada, retroceder cuando no eran ni pensamientos. Listo para empezar de nuevo, sin flema, sin congestiones, para descubrirse aunque no haya vida.
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Tercera Mención
Rómulo Alcazer (La Orilla) Seudónimo: A mí me encanta Trix de Nestlé…Trix tiene forma de frutitas. Autor: Isidro Jiménez Guillén
El paso más importante de tu vida. Un libro tirado. No reparaste mucho en la portada: perfil de un hombre con barbas canosas y pelo enmarañado. Eso era para ti, Das Kapital, lo levantaste. No tenías prisa por inscribirte en la universidad. Un año de descanso será suficiente. Pasaron semestres y años enteros. Te acuerdas de doña Esperanza. Era la única cosa tuya, ahora tienes el sol de las 04:38, la indiferencia de los que se ven desde aquí arriba (como hormigas), una camiseta negra sin lavar, jeans que solían ser azules y una lágrima que dibuja y se gasta antes de perderse en ese bosque talado en donde hubo barba. Tienes eso, pero poco vale, mamá era más cosa tuya que la piel que te cubre. 69
Nadie te ha visto o eso presumes. Están en ese allá que es abajo. Te parece la alegoría de una situación intelectual. Ellos no sonreirán, son como perros observados por Pablov. Primero fueron las letras. No sé si recuerdas que te publicaron ese único cuento que escribiste, en uno de esos boletines de pandillas literarias. Querías mostrar a los aburguesados, la visión que tenías, sobre lo políticamente correcto, pieza de la gran máquina. “Llegamos”. Dice Ulises, antes de levantarse. No quiere. Mi techo agrietado no se ve tan agrietado como siempre que salía para repartir currículos. Lo soñó. “Llegó el día en que me convertiré en indigente”. (…) Abre la ducha y el agua deberá tocar su piel. Piensa en las gotas de lluvia que seguro le caen a los mendigos que encuentra siempre al tomar su autobús. Me pasará así. O sea… yo puedo cerrar la ducha porque ya terminé, o porque me molesta mientras me enjabono, pero cuando me pase a mí... (…) Se queda mirando fijo a Calimán. Quiere bajar, correr hacia la glorieta. Golpearlo tan fuerte para que sus 70
huesos se rompan entre sus nudillos y el piso. Que la sangre rocíe torpemente su rostro. Quiere muchas cosas. Inhala y exhala, una dos, tres veces más. Mira el reloj. Este autobús parece que nunca se moverá. Revisa el asiento de atrás y no ve nada. Comienza a tirar de la corbata y detiene la respiración. Se levanta estrellando su maletín. No quiere gritar, ni respirar, ni sentarse para escapar de la mirada de los pasajeros. Se desmaya. “Voy a llegar tarde, estoy despedido. No conseguiré otro trabajo y me quedaré en la calle. Lo sé, lo he visto tantas veces.” Cuando te hartaste de las reuniones patibularias, los acusaste de ofertar la solución de los problemas, sentados alrededor de la hoguera donde un destello de su ego producía sombras en las paredes de la caverna. La indigencia es la muerte, fin de todos los pasos. Luego fue la conciencia social, a la venta en las librerías ambulantes. Fuiste iluminado por Marx. Fue sencillo embotellarse un párrafo que te sonó como a trabalenguas. Hubo un tiempo en que te sirvió para atraer adeptos, incluso un número telefónico para salir con las estudiantes de economía y ciencias políticas, de las universidades privadas. Romanticismo es uno de los períodos en que se divide la juventud. Durante días llegaban uno, dos, tres manifiestos, cuyos autores eran casi impronunciables para los pocos 71
amigos que aún te visitaban. Conseguiste un trabajo cargando cajas en un supermercado. Pero estamos en doña Esperanza, Rómulo Alcazer, a estas alturas no debemos distraernos. Llegó a soportar tus cigarros y que le tomaras dinero de su cartera, para comprar boinas y libros sobre ocultismo y alquimia. Primero fue Saint Germain, pero cualquier burgués pseudo-intelectual ya lo tendrá en la repisa. Tenías que ir más lejos. Durante unos meses te hiciste llamar Cornelius Agrippa. Doña Esperanza lo asociaba constantemente con la gripe. Te dejaste crecer la barba que enmarcaba ese rostro pálido, esa máscara inconforme. No te considerabas “antisocial” (que es otra construcción social). Nadie entendía de lo que hablabas y terminaban llamándote así, finalmente. Pero esto deja de importar, con el rápido cojeo de los años. Leíste El Loco. Tu madre llegó a verte largos períodos en silencio. Trataba de alegrarte tarareando la música que creía de tu gusto. Tararear Los techos de cartón ya no era tan gracioso. Inútil sería tratar de convencerte, Rómulo Alcazer, de que no fue tu culpa. Las peleas solían terminar con su imagen apretándose el pecho. Su corazón no pudo más. 72
La sensación con la que te levantaste esa mañana: el vacío, mamá se fue. Echabas de la casa a los vecinos cuando trataban de realizarle un rezo a la difunta. Eras una de las formas que adopta la intransigencia, pero doña Esperanza era católica, la más católica de cuantas hayas visto. Rómulo Alcazer. Subiste cinco pisos, te paraste al borde de la azotea. Sobre los cables, Gibran te grita que si la parte de un todo está infectada, esa parte debe ser sacrificada en bien del resto. No irás al cielo, Rómulo Alcazer, tampoco caerás en el infierno. No existe más vida que la que finaliza con la muerte, final de ese juego idiota. No tienes suficiente equilibrio para secar esa lágrima con tu mano, evitando resbalar. Ahora estás aquí, a cada vez menos pisos de una esperanza.
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Cuarta Mención
Hombre honesto Seudónimo: Davee Autor: Eric David Medina Lapaix
Él la procuró en su casa, como de costumbre. Ese ritual nocturno de ser cómplices en sus encuentros ya se había vuelto parte de ambos. Él llegó, vestido de jornal y ella de oficina; le compartió que ella había hecho algunas diligencias para un estudio que debía realizar de Exploración Clínica. Él no entendía. Solo estaba acostumbrado a los números y a auditar ciertos estados financieros que le llegaban a su escritorio todos los 25 de cada mes. Como se puede apreciar, la relación, y todo lo que giraba en torno de ambos, solía ser muy burocrática a pesar de la complicidad. —Se escucha un hombre honesto. Ya estaba desesperado, quería su cena lo más pronto posible, mientras, sentados a la mesa, jugaban con sus deditos de los pies debajo del comedor. Para variar. Ella, de un momento a otro, se levantó y fue a la habitación. Gritó: —Perdí otra vez. Se dio cuenta que él 75
seguía perdido en la parafernalia del día laboral, por eso ni le fue al encuentro. Volvió al comedor. En un destello de lucidez, se dio cuenta que su amada no fue la ganadora del acumulado de Loto Real. Ni su voz lo conmovió. —Se escucha un hombre honesto. Los minutos se alargaban de manera directamente proporcional a la relación calor/tensión del ambiente, agregando un mal olor en la habitación. Divagaba mucho si la tomaba de la mano, no importando el cansancio; como si eso fuese un argumento válido. No lo hizo. No quería asustarla. Seguía acariciando sus pantorrillas con sus dedos de los pies. La cara de ella no estaba fija en su presencia. Esto hacía que, de alguna manera, todo pareciera una batalla de egos. —Se escucha un hombre honesto. —¿Puedo tomarte de la mano? —él preguntó, con sutileza. —Espera un momento, llegó la cena —se paró de su silla y fue hacia la puerta. —Se escucha un hombre honesto. —… 76
—¿Te enciendo el abanico? —Sí, hace mucho calor. Nos refrescará un poco. Aunque, total, en e’te país siempre hace calor —él replicaba. —¿No llegó el delivery? —preguntó. —Sí. —EL EJECUTIVO —sacó el dinero de la billetera y se lo pasó. —BUEN PROVECHO. Ella le dejó la devuelta al lado de un plato repleto de carne cruda que estaba en la cocina. Se miraron. Él articuló, nueva vez, su pregunta magistral y tan poco convencional: —¿Te puedo tomar de la mano? —Jejejejeje —se le esbozó esa sonrisa que él tanto extrañaba. —Se escucha un hombre honesto. Con la actitud de olvidar las escenas pasadas y comenzar de nuevo el guión, ella accedió. Sin caretas. 77
Sin otros obstáculos. A lo lejos, en la televisión, se volvía a oír: —Se escucha un hombre honesto.
Quinta Mención
Un mango Seudónimo: Marchante Autor: Félix Juan Gerónimo Beltré
Un mango. Un mango banilejo. Un hermoso mango banilejo. Redondo. De piel amarilla, suave, fresca, delicada; sin manchas ni imperfecciones. Y un aroma que invita al almíbar de la pulpa. Lo vuelvo a colocar en la cúspide de la caja del triciclo, en la cumbre de la montaña de piñas, naranjas, guineos maduros y mandarinas. Saboreándome, resisto la tentación de devorarlo. Detalles como ese hacen al verdadero vendedor: un gancho certero, un anzuelo para el cliente, con mucho cuidado de no caer en la propia trampa. La gente cree que ser un vendedor de frutas es algo sencillo, al alcance de cualquiera. Pero se equivoca. Exige un duro entrenamiento. De hecho, si alguien pretende hacerse frutero de la noche a la mañana sin conocer el oficio se encamina al fracaso. La primera condición que hay que tener es la de buen madrugador. Toma años terminar de coger esa costumbre cuando no se tiene desde niño. Súmele hoy en día el 79
valor necesario para sobreponerse a los peligros de la calle en la madrugada. Y ni qué decir del dominio que hay que tener de la lógica de un mercado, que es el único lugar donde se compra la fruta si se quiere revender. Para el poco conocedor, un mercado es un lugar caótico, ahogado en el griterío, poblado de especuladores y tirado al azar, a la inmediatez y a la improvisación. Pues no es así. Solamente con la práctica se va familiarizando uno con ese hábitat; con el tiempo se hace tan familiar que hasta se le coge cariño: el día más aburrido para un veterano de la venta de frutas es un domingo porque el mercado está cerrado. Además, el Mercado de la fruta es fluctuante: los precios suben y bajan y las variedades aparecen y desaparecen a lo largo del año, según las estaciones, o que sea temporada de lluvia o de sequía. El orden, se puede decir, lo dicta la madre Naturaleza. De las exigencias de los clientes ni hablar: todo recién cortado de la mata; que si la piña está un poco agria, que si el guineo se pasó de maduro, que si la piel del mango está arrugada... En fin, para mí sigue siendo un misterio que con frecuencia prefieran la fruta insípida y verdosa del supermercado por más limpia y más seguro, me dicen, antes que este mango recién cortado y casi regalado. Un mango bajito, como dicen. 80
Con todo, este triciclo me ha permitido criar a mis cuatro muchachos. Ya están grandes. La más vieja hasta entró en la universidad; como yo; pero a diferencia de mí, confío en que va a poder graduarse. —Buenos días, ¿un plato de frutas? —No. Me apetece un mango. —Mire esos, doñita, qué belleza. —Ummm. ¿Tienen mucha masa? —¡Que si tienen! Con decirle que casi ni semilla tienen. Son injertos, doña... —¡Ja! Como los transgénicos. No me gusta tanto invento. Todo se ha vuelto tan artificial hoy en día. —Perdone, pero los transgénicos se obtienen por ingeniería genética y el injerto es natural. —Usted no se pase de listo. Si no dígame: ¿qué diferencia hay entre una cosa y otra? Ninguna. Son la misma tontería. Ya por ahí anda hasta una tal chikungunya y es por culpa de tanto invento. Nos acabarán matando. —El mundo evoluciona. ¿Qué me dice de este mango? —Química. Todo química. —¿Cómo que química? ¿Cree usted que esta belleza pudo haber salido de un laboratorio? Huélala, hágame el favor. Sienta el aroma, mire qué color. Es un mango de postal, mi doña. — ¡Ahí está! ¡Ahí está precisamente el truco! —No se me recueste del triciclo, que se me cae de lado, mi doña. 81
- Los mangos auténticos no son tan perfectos. Lo sé porque cuando yo era niña teníamos matas de mango en el conuco, y mi papá —Dios lo tenga en su gloria— los cuidaba como si fueran hijos suyos. ¡Ah, qué mangos aquéllos! Parece como si aún los estuviera mirando... Así que nadie le va a explicar a esta vieja lo que es un mango de verdad. Hoy en día lo hacen crecer todo a base de hormonas y de no sé cuántas porquerías más. Por eso salen transgénicos, los pobrecitos. Ya no quedan mangos como los de antes, créame. Un frutero tiene que morderse la lengua a menudo, en aras de conservar la clientela. Porque ¿cómo van a quedar mangos de cuando ésta era joven? Secuoyas, quizá. Pero mangos, ni uno. —Sí, no, usted tiene razón. Pero ¿qué podemos hacer? Es el progreso, mi doña, con sus cosas buenas y sus cosas malas, como todo. Aquí está una funda, ¿cuántos mangos le echo? Están riquísimos, de todos modos. Ya sabe que nunca la engaño. —Pensándolo bien, le diré a mi hija que me los traiga del súper. Ella es joven y tiene carro. Yo ya estoy muy vieja para esos trotes. Deme este aguacatico para la comida. —Un aguacate. ¿Algo más? —Nada más. Dígame cuánto le debo y no me engañe. 82
Los tiempos van cambiando, efectivamente. Antes era rarísimo que un hombre con saco y corbata se parara en un puesto de frutas; y menos aún llevando a su hijo al colegio. Eso era cosa de mujeres. Ahora, en cambio, es hasta normal: éste que acaba de entrar, por ejemplo, no puede ser sino un funcionario o un ejecutivo, por la forma de hablar y de vestir. El muchacho, en cambio, viste estilo rockero: con camiseta y arrastrando los pantalones. El padre se acerca a los mangos y coge el mejor; lo sopesa; lo estudia con ojo experto, como un ama de casa profesional. Se vuelve hacia su hijo y le muestra el mango, que brilla en las puntas de sus dedos. —¿Qué es esto? Es bonito que los padres les enseñen a sus hijos los misterios de la naturaleza. Aunque quizá los de ahora se lo toman con demasiada calma, porque al chico le falta poco para afeitarse y debería saber hace tiempo lo que es un mango. —Un mango. —No estoy de humor para bromas. Hoy tienes examen de matemáticas y no te puedes dar el lujo de quemarte otra vez. Acuérdate de lo que repasamos anoche. ¡Ahora vuelvo a preguntar! ¿Qué-es-esto? El rockero, con cara de infinito aburrimiento, responde condescendiente: —Una esfera. 83
—Bien. ¿Superficie? —Cuatro pi erre dos. —¿Volumen? —Cuatro tercios de pi erre dos. —¡Al cubo! ¡Pi erre al cubo, animal! ¡Qué desastre! No sé qué hacer contigo, de verdad. Me agotas la paciencia. El ejecutivo vuelve a poner el mango en su sitio y mira a su alrededor, desalentado. —Escúchame bien, hijo mío: si no te tomas los estudios en serio acabarás como este señor, vendiendo frutas en un triciclo. “¿Y qué tiene de malo este oficio”, estoy a punto de protestar, pero me detiene la mirada de complicidad del padre, que parece implorar que le eche una mano. - Tampoco es tan mal oficio. Te levantas a las cuatro de la madrugada, te vas al mercado a meterte hasta las rodillas en el fango y la basura, cargas el triciclo, vienes y vendes a la intemperie, te acuestas a las ocho de la noche. Y al día siguiente vuelta a empezar... Mucho mejor que pasarse el día encerrado en una oficina con aire acondicionado, ¿no te parece? El rockero ha abierto los ojos como dos huevos, alarmado. —¿Te acuestas a las ocho? ¿Te levantas a las cuatro? ¡Te acuestas a las ocho! ¿Cada día? —Tú, qué crees? Acabas reventado. —El ejecutivo pide un melón para la dieta de su mu84
jer. Mientras se alejan, el chico lleva el cuaderno abierto y repite en voz baja: —Cuatro tercios de pi erre al cubo, mierda, mierda, mierda.. Tampoco es tan mal oficio, el mío. Exige mucha paciencia, eso sí. —Buenos días, señor. —Buenos días. —Precioso mango. —Y a un precio excelente. —Venimos a hablarle de Dios. No tienen ninguna culpa. Si uno nace en Utah, por ejemplo, rubito, pecoso y con los ojos azules, y cuando alcanza los siete pies de estatura lo mandan al extranjero en camisa blanca de mangas cortas, corbata y pantalón oscuro y una Biblia bajo el brazo, ¿qué otra cosa puede hacer? O juega baloncesto, o habla de Dios. —Comprendo. Verán: lo mío es la fruta. No entiendo mucho de religión. —No es cuestión de entender. Es cuestión de fe. ¿Usted tiene fe? —Tengo lechoza, buenísima. No hay nada que hacer. Desde pequeños los inyectan contra las indirectas y el desánimo hasta que quedan inmunizados. 85
—Mucha gente ha perdido la fe en Dios, hoy en día. ¿Es usted uno de esos? Muchas personas se preguntan: Si Dios existe, ¿por qué permite tanta injusticia? Y pierden la fe. Honestamente, señor, ¿es usted ateo? —No: frutero. Honestamente, tengo mi negocito, estoy casado y tengo cuatro hijos. No me queda tiempo ni para ser ateo, que Dios me perdone. —Casado y con cuatro hijos. Eso es maravillo a los ojos de Dios. “Dijo Yahvé: No es bueno que el hombre esté solo”, Génesis 2, 18. Por eso se le dio una compañera adecuada, carne de su carne y hueso de sus huesos. Adecuada. ¿Comprende el significado? Por cierto, ¿qué opina usted del celibato de los sacerdotes católicos? Se le exige demasiado al frutero moderno: competitividad, profesionalidad y, encima, conocimientos de ingeniería genética y teología comparada. —Se lo diré si me explica la diferencia entre un transgénico y un injerto. Pero han sido adiestrados en la táctica de las hormigas. Cuando detectan un obstáculo insalvable, lo rodean y continúan avanzando tenazmente. —¡Precioso mango! ¡Qué perfección, qué armonía! —Sí, y está en venta. —¿Qué le sugiere este prodigio de la naturaleza? ¿Qué puede ver en él? — Sin duda, un cliente satisfecho. 86
—Yo veo la obra de Dios. ¿Cómo cree que ha llegado hasta aquí? —Juraría que en mi triciclo. —Antes de eso. Una semillita cayó en tierra y de ella nació el árbol que nos brinda sus frutos naturales a todos nosotros, que somos hijos de Nuestro Señor. ¿Acaso no es una prueba evidente de la existencia de Dios? —Pues hay quien dice que son transgénicos todos. —También la ciencia es obra de Dios. —Usted podría ser un buen frutero, créame. —Todos los oficios son igualmente dignos a los ojos de Nuestro Señor. —No lo decía en serio, caramba. Entonces, ¿cuántos mangos quiere? —Ya tenemos que irnos... Pero volveremos... Volverán, eso seguro. Lo aprendieron de los marines. —Nuestros respetos a su familia. Ha sido grato platicar de Dios con usted, hermano. “Hermano”. Es grato observar cómo aumenta la familia sin que aumenten los gastos. —Muy buenos días. ¡Caramba, tiene usted una excelente variedad de frutas! ¡Y qué frescura! Y a muy buen precio, supongo, sí señor. —(Acérquese más a los mangos.) —Yo acostumbro a comprarle frutas a mi mujer, de manera que sé lo que le digo. Me conoce, ¿verdad? —Creo que lo vi en un cartel. 87
—Cándido Ato, aspirante a regidor por el Partido Nuevo. —Es un placer... —(Los mangos. Acérquese más a los mangos.) —El placer es mío. ¡Ah, qué aroma el de estos mangos! Dígame, usted que es... microempresario, ¿qué cosas cree que podemos mejorar desde el Ayuntamiento? Su opinión es muy importante. ¿Salud, seguridad ciudadana, educación? Puede decirme sin rodeos. —(Luz, más luz, enciende ese foco.) —Que bajen el precio de la comida. —La comida. ¡Bajaremos el precio de la comida! —(El micófono, acerca el micrófono. No alce tanto la voz, Cándido.) —Mi programa de gestión como regidor del ayuntamiento incluye una propuesta al respecto: acabando con la corrupción municipal, recortando gastos en el ornato público, se puede, incluso se debe, rebajar la canasta familiar en este municipio. —(Agarre un mango.) —Hermoso mango. —Y a buen precio para usted. —(Enfoca el mango. Atrás. Medio plano. Que no salga el frutero.) —¿Sabe lo que veo en este mango? —Ni idea. ¿Una esfera, quizás? —(Cállese, frutero, por favor.) —En este mango veo un municipio próspero, que sin olvidar sus raíces, saluda con entusiasmo la era de las 88
nuevas tecnologías: el desarrollo de las telecomunicaciones, la informática... —(¡Fuera! Corta, corta. Cándido, se ha traspapelado usted, hombre, ese es el discurso de Expo Feria.) —Mierda, sí. Es verdad. Con esta campaña tan agotadora no digo yo ponerme a desvariar, jijijí. —(Bien, vamos a repetir desde “hermoso mango”. El frutero que se aparte y que no hable, por favor. ¿Listo? Baja el micrófono. Luz. Acción.) —Hermoso mango. ¿Sabe lo que veo en este mango? En este mango veo un municipio próspero, que sin menospreciar esta era de las nuevas tecnologías, no se olvida de sus raíces, tradiciones y costumbres, ni del humilde trabajador del campo. Y también le veo a usted, industrioso microempresario, espejo del espíritu emprendedor que nuestro municipio necesita y al cual el Partido Nuevo servirá con lealtad a cambio de su voto. —(Primer plano. Mantenga la sonrisa. Un, dos, tres, listo: fuera. Aquí viene el fundido con la panorámica del centro comercial. Bien, ya podemos irnos.) —Vamos, vamos, tenemos que estar en la rueda de prensa antes del medio día. Pero deje ese mango, Cándido, venga, démelo, suéltelo ya, que no lo hemos pagado. Frutero, ¿sabe lo que es esto? —Creo... Parece un mango. —Pues no. Son tres minutos de publicidad gratis en televisión. Hoy ha hecho usted un gran negocio, se lo aseguro. Y recuerde: vote por el Partido Nuevo. 89
—Enséñame tu mano para leertela. De oferta, sólo por hoy. —Otro día. Hoy no estoy de humor para que me lean la mano. —Entonces dame algo para comer, ayúdame con lo que puedas. —Toma este mango. —Uy, no, mango no, dame comida, o algo de dinero, que tú tienes. —¿Y encima con exigencias? O coges el mango o nada. ¡No faltaba más! —¿Pero cómo quieres que le entre a ese mango, miserable, si hace dos días que no como nada con sal? ¿Quieres que me vaya en diarrea? —Pues tú decides. Eso es lo único que hay. —Pues quédate con tu mango, tiñoso, y que te atragantes con la semilla. O bótalo ahora mismo si quieres, porque ese no lo vendes tú. Al medio día, como siempre, mi mujer me trae la comida. A esta hora no se ha vendido un solo mango. Todo lo demás, sí: la lechosa, el melón, la sandía, el guineo maduro y hasta un aguacate que había comprado para desayunar... ¿Pero mangos? Ni uno. —Come ahora, antes que se acabe de enfriar. Pero estoy desconcertado. En la universidad aprendí que la duda es una excelente herramienta de trabajo para el filósofo y el científico, pero para un comer90
ciante es un atajo hacia el fracaso. ¿Acaso es un mango, esto? ¿O me estoy perdiendo de algo? Quizá la rutina, siempre de la casa al mercado y del mercado al negocio, me ha dejado fuera de juego. Ya no estoy actualizado, al parecer. ¿Qué futuro le espera a un comerciante que ya no entiende a sus clientes? Qué aterradora visión: el triciclo vacío, abandonado en el fondo del patio, veinte años de trabajo terminados en el olvido. Sin seguridad social. Mis hijos todavía estudiando. Una familia que mantener. Y otra vez la voz de mi esposa. — ... que no piensas comer, tú? Me mira con una cierta extrañeza antes de preguntar: —¿Pero a ti qué te pasa, papi? —Mami, ven acá. Dime qué es esto. Mi mujer se extraña todavía más y ladea la cabeza. — ¿Te sientes bien?
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Anexos
Acta Única Los miembros del jurado designado para ponderar las obras sometidas del Vigésimo Segundo Concurso de Cuentos de Radio Santa María, reunidos el sábado 21 de marzo del 2015, en las instalaciones de esa institución, en La Vega, hemos decidido otorgar los siguientes premios: Primer Premio: Título: “Con los ojos de Laura” Seudónimo: Carpe diem Autor: Ramón Gil Segundo Premio: Título: “Cuerpo de Luz” Seudónimo: Pasajero a Sodoma Autores: Roberto Adames y Elías Rodríguez Tercer Premio: Título: “Canciones para el silencio” Seudónimo: Schrodinger Autor: Danilo Rodríguez Cuarto Premio: Título: Seudónimo: Autor:
“Cuerpo” Gabita Karen Elizabeth Santana García 95
Por otra parte, el jurado también decidió otorgar las siguientes Menciones de Honor: Primera Mención: Título: Seudónimo: Autor:
“Enigma” Randall Sandra Tavárez
Segunda Mención: Título: Seudónimo: Autor:
“Cerrado por derribo” Gratias agimus Vladimir Tatis Pérez
Tercera Mención Título: Seudónimo: Autor:
“Rómulo Alcazer ( La Orilla )” A mí me encanta Trix de Nestlé… Trix tiene forma de frutitas Isidro Jiménez Guillén
Cuarta Mención Título: Seudónimo: Autor:
“Hombre honesto” Davee Eric David Medina Lapaix
Quinta Mención Título: Seudónimo: Autor:
“Un mango” Marchante Félix Juan Gerónimo Beltré
Redactado y firmado en La Vega por los jurados de este concurso, hoy 21 de marzo del 2015. Lic. Emelda Ramos • Lic. Luis Beiro Álvarez Lic. Carlos Fernández-Rocha • Testigo: P. José Victoriano 96
Palabras de Agradecimiento Ramón Gil Primer premio del XXII Concurso de Cuentos
Buenas noches, Miembros del jurado, autoridades de Radio Santa María, patrocinadores del Concurso, escritores ganadores, amigos que nos acompañan, público en general. Mentiría si dijera que alguna vez soñé en convertirme en escritor o en que mis historias llegasen a conmover o a interesar a alguien, en que algún día aquello que dijere o pensare fuese a ser tomado en cuenta y evaluado de modo positivo por los demás. Cuando eres el tercero de nueve hermanos y tus padres son dos humildes campesinos con apenas cuatro años de escolaridad entre ambos, lo último que puedes imaginar, entre tanta precariedad, es que tú o uno de tus hermanos desarrollará un hábito burgués del siglo XIX como leer o escribir libros.
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Por eso, estas breves palabras de agradecimiento serán, además, un homenaje a los libros, esos paraísos de papel donde encontré un refugio para escapar de la realidad del barrio, sepultado bajo un montón de páginas, confundiendo las peleas a cuchillo con aventuras de espadachines y perdido de tal modo entre la realidad y la ficción que por un tiempo lo que acontecía ante mis ojos era menos real que lo que sucedía en mi imaginación. Luego, cuando lograba estar lúcido y despierto, el niño que era entonces, observaba, aprendía en silencio y trataba de descifrar aquel caos, aquella violencia de hechos y de palabras y sin tener a su derredor persona alguna a quien interrogar sobre sus dudas. De aquella imposibilidad de comunicación, nació mi deseo de aprender a expresarme, de ser entendido y escuchado. Aunque suene paradójico, tuve la suerte de haber sido invisible en la niñez y de no tener voz, lo que se tradujo en un afán de adulto por aprender a bien decir, en un afán de usar la lengua con propiedad y sentido. De ese mar de silencio, antes expresado, nació el escritor. Pero esta historia estaría incompleta si dejara de mencionar a las personas que poco a poco me ayudaron a encontrar mi camino, a los que me escucharon y 98
me dieron la oportunidad de hablar, a los primeros que mis escritos parecieron interesantes y también para aquellos a quienes de buena fe sugirieron dedicarme a otro oficio. La primera persona que de modo real confió en mí fue el poeta Andrés Acevedo, quien aún sin conocerme, un día de 1989, me invitó a participar en una tertulia que celebraban los miembros de Líttera en el patio de la centenaria Alianza Cibaeña de Santiago. Fue en ese lugar que recibí mi primer baño de buena literatura, donde conocí del nobel alemán nacionalizado suizo Hermann Hesse y del cuentista y poeta norteamericano Edgar Allan Poe, para solo mencionar a dos grandes escritores. Fue mi inicio como lector de la gran literatura hasta que en 1992 me trasladé a Sosúa y allí conocí a Omar Messon, a Oscar Zazo, a Minelys Sánchez y a Moisés Muñiz; mis compañeros y amigos de Jueves Literarios en quienes descubrí un interés semejante al mío por la literatura, siempre críticos y sobre todo poco complacientes, y más que nada, con un gran respeto por las letras. Allí, a la orilla del Atlántico, terminé por encontrarme y aprendí que un escritor no es más que un maestro de metáforas y subjetividades. Todo lo que llevo dicho, se puede resumir como una serie de coincidencias afortunadas, de encuentros con 99
personas y textos, pero especialmente con uno en específico que a la temprana edad de 14 años, mientras cursaba el bachillerato en Santiago, me marcó. Se trata de Cuentos y Poesías de Hispanoamérica (antología de 1980) de la que el profesor Carlos Fernández-Rocha, fue coautor. Gracias a ese libro y a una serie de cuentos que leí entonces y sobre todo el titulado “Espumas y nada más” del escritor colombiano Fernando Téllez, descubrí mi pasión por las letras. Fueron historias que me despertaron y me mostraron una realidad que sobrepasaba mi limitado universo del barrio y, mientras leía, descubrí que un escritor tiene todo el derecho del mundo a la disidencia, pero ninguno a la ingenuidad. Concluyo estas breves palabras de agradecimiento respondiendo a dos preguntas que siempre me hacía mi padre sobre por qué leía tanto y hacia dónde me dirigía con mi afán por los libros. Hoy por fin, tengo respuesta para esas interrogantes: leía para apropiarme de una voz, un estilo que me convirtiera en individuo; y la respuesta de hacia dónde iba, está aquí esta noche; venía hacia acá, a validar mi voz ante ustedes. Buenas noches y muchas gracias.
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Este libro se termin贸 de imprimir en Santiago en los Talleres de Impresora y Editora Te贸filo, S.R.L. en Noviembre de 2015