- JosĂŠ Rafael Vera Vera-
El sueĂąo de Almus Cuando la nobleza del amor que se lleva en el alma traspasa las fronteras del olvido.
A short story
DEDICATORIA A veces la vida nos enseña a duros golpes el inmenso valor de las pequeñas pero verdaderas cosas, por las que vale la pena luchar sin descanso, amar sin esperar nada a cambio, y esperar aunque quizás nunca lleguen. Dios me regaló tu amor hija mía, y no tengo tanta vida para recompensarlo. Ya son 10 años de tus sonrisas, de tus ocurrencias, de tu forma de vivir y ver la vida mientras me enseñas a mí a recordar la magia de sentirnos vivos y felices detrás de cada sonrisa y a veces de cada lágrima. Llevo en mi alma grabado cada instante de amor que me has regalado, y esta pequeña historia, es un pequeñísimo regalo, que con amor te hago, para que nunca olvides que la fuerza más poderosa del mundo es el amor, el que puede sanar, el que puede darte paz. También quiero que siempre tengas presente, que mi amor de padre, siempre estará intacto para ti. FELIZ CUMPLEAÑOS Nº 10 mi princesa CRISTINA ELIZABETH VERA IBARRA.
Pdta: No se pongan celosas mamá y Carmen, tengo mucho amor para darles a ustedes también. Con amor infinito:
Papá. 24-03-2020
Hola. Mi nombre es Almus. Para muchos en el mundo soy solo un perro más, pero para Cris, soy su mejor amigo. Me he hecho la promesa de cuidarla hasta que mi cola y mis patas dejen de moverse. Cuando yo era pequeño, mamá solía decir que los perros tienen el alma más noble y leal entre muchas otras especies y el día que a mi vida llegó Cris, supe el significado de esas palabras. Quiero que por un momento me acompañes en un recorrido por mi vida. Quiero contarte como empezó todo.
Mucho antes de que mis ojos pudieran ver la luz del sol, oía extasiado el latir del corazón de mamá. Cuando nací, sentí su suave lengua peinando mi tierno pelaje como una lluvia de caricias que abrigaban la alegría de existir. Recuerdo con claridad que caí muchas veces en el áspero suelo cuando empecé a dar mis primeros pasos, fue ahí donde entendí por primera vez, quela vida es como una rosa, es tan hermosa pero a la vez sus espinas pueden lastimarte. Sin embargo, esa vida, ese mundo, era perfecto al lado de mi madre. Pasaron los días y mis débiles patitas se volvían muy fuertes. Podía saltar, correr y jugar con mis hermanos, y aprendí que lo más hermoso se vive sin saberlo, porque para mí, aquellos días eran los más felices de mi vida.
Nací en la alcoba de una pequeña y vieja casa de cemento, con aspecto sucio y un desagradable olor a humedad. Mamá decía que lo más bonito del mundo se vestía de vivos colores, las rosas, las aves, los árboles, las mariposas, y un montón de cosas más que no puedo recordar con claridad. Pero ella siempre tuvo la idea de que los humanos eran muy diferentes a nosotros porque olvidaban de ser felices y jugar cuando crecían, sus vidas parecían siempre agitadas como los cientos de mariposas que soliamos perseguir entre las flores de los arbustos. Recuerdo al gigante gruñón que siempre se enfadaba sin ninguna razón al vernos - entendí que mamá tenía razón, nunca lo veía jugar, así que es fácil pensar que no era muy feliz- pasaba todo el tiempo gritándonos y frunciendo el ceño, aunque nunca supe lo que decía en su lenguaje quizás fue lo mejor.
Una fría mañana de invierno, el adulto gruñón me agarró del cuello sin niguna razón y me arrojó en la parte trasera de su auto. No entendía lo que pasaba, pero veía en los ojos de mamá una tristeza que nunca antes había visto en ella mientras ladría y aullaba desesperadamente pidiendo auxilio, supuse entonces que algo iba mal. En mi lenguaje de perro, pude susurrarle a mamá que la amaba y que fuera lo que pasara, volvería por ella, que la buscaría sin descanso y que no pararía hasta encontrarla. Sentí que mi felicidad se quedaba junto a ella y que sin importar cómo, debía volver y buscarla. Intenté salir del auto, y al no lograrlo, ladré y ladré, tan fuerte como pude con la esperanza de que mamá oyera mis gritos de amor que entre el miedo de no entender lo que pasaba, luchaban por correr entre el sonido del viento para abrazarla por última vez antes de emprender mi desconocido rumbo; pero de pronto sentí un fuerte golpe en mi cabeza que me hizo perder en un instante la capacidad de sostener mi mirada sobre mi madre. Solo sentí que me dormí. Mamá me enseñó que las promesas deben cumplirse, y aunque muchas veces no supiéramos si seríamos capaz de lograrlo, debía intentarlo. Pero que mal se siente nacer con la libertad de vivir y sentir que te encuentras preso de la soledad. Al amanecer siguiente, caminé sin descanso por muchas horas bajo el frío hasta que al final de un camino ya no encontré el sol. Desperté bajo la lluvia y la soledad de una vieja carretera, estaba muy asustado, quería encontrar el camino a casa pero no supe hacia donde caminar, cada paso que daba me hacía sentir más lejos de mamá; lloré, lloré tanto que a ratos perdí la capacidad de distinguir entre mis lágrimas y la luvia que caía sobre mí, no podía distinguir más que un enorme conjunto de luces brillantes en mis ojos, como infinidades de estrellas resplandecientes, que al secarlos podía notar que mi ilusión solo eran las brillantes luces de la interminable calzada. Pero, la promesa de amor que le hice a mi madre, me dio fuerzas y decidí marchar hacia cualquier horizonte con el fin de encontrarla. Muy débil por caminar tantas horas sin comer, perdí el sentido de mi orientación y sin darme cuenta me senté en la mitad de la calzada - lo supe detrás del susto que me causó el fuerte sonido de la corneta de un auto que por poco me arrolla. En esos días descubrí que no existe cansancio más abrumador para el alma, que la tristeza, ni sed más intensa para el corazón que la añoranza de los buenos recuerdos, ni arma más desesperanzadora que el miedo. Pero los recuerdos de mi madre junto con la ilusión de volver a verla, me ayudaron a seguir caminando. Los día siguientes llevaban la consigna del desaliento entre los rayos del sol, como punzantes dardos que herían el corazón. La noches volvian a mi asecho como un despiadado enemigo que me hacía respirar una profunda e inexplicables angustia; me volvía a sorprender solo, ajeno a todo sueño de felicidad. LLoré con tanta nostalgia, de la que solo las estrellas fueron mis silenciosos testigos. El miedo me aplastaba con tanta firmeza que sentía mis últimas fuerzas agortarse. El hambre, el frío y la sed, eran los únicos retazos de compañía en mi indefenso caminar.
Aprendí a comer en la calle, a buscar sobras entre los botes de basura par poder sobrevivir y volver a ver a mi madre. Al pasar de los días, me puse más delgado y con una apariencia desaliñada y sucia, que en segundos me hacía ganar el desprecio de los humanos sin haberles hecho ningún daño. Nadie quería mirarme. Recogía al imprevisto patadas que no solo laceraban mi cuerpo sino también mis ganas de vivir.Fuera de los restaurantes miraba con nostalgia a humanos sonreir mientras recordaba a mi madre, eran dolorosas y largas esperas por un pedazo de pan. Entonces comprendí que nadie entiende el dolor, la angustia y la necesidad de otro ser, sin haberla vivido. ¡Yo solo quería un pedazo de pan para saciar mi hambre! Tantas batallas por sobrevivir y encontrar el camino de regreso a mi madre, me enseñaron a ser más fuerte, en un mundo paradójicamente con espacio para todos menos para mí. Las heridas me fueron haciendo sentir cada día más humano y menos perro, crecí y olvidé jugar, quería abandonar mi búsqueda y simplemente esperar el ocaso de mi desafortunada vida. Pero el recuerdo de las palabras de mi madre me hacían reflexionar y seguir avanzando sin encontrar mi más deseado rumbo. Aunque conocí a tantas personas malas como estrellas en el cielo, tengo que confesar también que encontré en mi camino, la caridad de humanos especialmente los niños. Para mí, eran como ángeles que sin importar mi apariencia, siempre me brindaban algo de su comida -a menudo contra la voluntad de sus padres-, supe entonces que los humanos al igual que nosotros nacen con un alma noble y limpia, llena de amor para dar, pero que cuando crecen, la mayoría de ellos dejan que el inmenso espacio en ella se llene de egoísmo al pensar que son lo más importante en el mundo y que merecen nuestra obediencia. ¡Quizás eso le hacen creer sus padres!
Entre noches y días de necia búsqueda que no tenían éxito, encontré un cálido refugio que se convertió en mi hogar en la búsqueda por mi madre. Un costado de un enorme puente de hierro y cemento que se extendía sobre un tramo del río principal de la ciudad, me brindó un angosto espacio en su trinchera. El lugar más cálido después de tantas noches de frío y desilusión, de dormir en oscuros callejones sobre cartones y periódicos tan abandonados a su suerte como yo. A partir de aquel día, sentí por primera vez la calma de saber a donde llegar antes de que me alacanzara la noche. Ese lugar al que el día que emprenda mi viaje sin retorno, añoraré con inmensa nostalgia. Los días iban y venían con tanta rapidez que perdí la noción de cuanto tiempo pasó entre ellos, de pronto, me miré frente al vitral de un lujoso almacén de la ciudad, y me descubrí como un perro adulto.
Inexplicablemente, el deseo de encontrar a mi madre era tan intenso como aquel día en que me arrebataron de su lado. Conocí la ciudad entera, cada calle, cada acera, cada parada de bus, pero no lograba encontrar la casa en la que nací. Pasaba horas largas, sentado a la sombra de un robusto almendro, mirando cada auto que pasaba, con la esperanza de ver aquel que solía estar estacionado en el patio de aquella casa. Pero mis enormes esperanzas morían junto al sonido de los neumáticos al pasar.
De pronto empecé a sentir que la calle definitivamente era mi hogar, aprendí a
sobrevivir con el desprecio de unas personas y la caridad de otras, que sin imaginarlo, me ayudaban a sobreponer ánimos cada día, ya no sentía miedo a la soledad ni a la oscuridad, solo se mantenía en mi corazón la firme promesa que le hice a mi madre, sin pensar que cada día estaba más cerca de lograrlo.
Un día, sentado en la acera esperando por un poco de comida, mi corazón empezó
a latir con tanta rapidez que sentí que me faltaba el oxígeno. Vi pasar frente a mí el auto por el que tanto había esperado. Corrí desesperadamente tras él, con tanta velocidad como podía, lo seguí por la inmensa selva de cemento, cada calle, cada puente, perdido entre la felicidad y la angustia de quien puede ganar o perderlo todo en un solo instante. Al salir del centro de la ciudad, empezó a correr con tanta rapidez, que al eximio de mis fuerzas, sentí el miedo que solo puedo comparar con el que sentí aquel día en que me alejaron de mi madre.
Corrí tan de prisa como me lo permitían mis patas, hasta sentir que me desmayaba, de pronto, al cruzar una calle, todo se oscureció. Mientras estaba tendido en el piso, sentí lágrimas salir de mis ojos, gritaba aunque mis alaridos eran tan débiles como mis ganas de continuar luchando, me quejaba más por el dolor que sentía en mi alma que por aquel que me había causado el accidente. No podía levantarme, sentí que mi vida se me iba justo en el momento en el que me sentí más cerca de mi madre. Quería que ella supiera que yo estaba ahí, tan cerca de ella para abrazarla y decirle que ahí estaba su hijo, que nunca dejé de buscarla, pero sobre todo que la amaba con la vida que me dió y que en ese momento se me estaba apagando, solo murmuré entre quejidos en mi lenguaje de perro: Perdóname mamá, no podré cumplir lo que te prometí. Pensé por un instante en mi hogar, mi cálida trinchera que había quedado muy lejos y que en esa misma soledad con la que lo encontré, me esperaba.
Cerré mis ojos, y hundido en mi triste agonía pensé que era mejor -
quizás- ya no seguir sufriendo más. En ese último instante, abrí mis ojos en señal de alivio, como un acto de despedida de ese mundo en el que no había encontrado un lugar para mí. En ese preciso instante, tan innolvidable para mi memoria, conocí al ángel más hermoso que jamás en mis vagos caminos había siquiera podido imaginar, sus hermosos ojos grandes, su nariz perfilada y perfecta como pintada con pinceles de mágicos artistas, sus labios finos al igual que su delgada barbilla, resaltaba sus rosadas mejillas ligeramente cubiertas por sus lacios cabellos castaños, su voz fue la más dulce que haya escuchado jamás. Mi dulce heroína, tan sutil su voz como las melodías de los cuentos encantados que mamá solía contarnos antes de dormir, nunca olvidaré aquel día en que salvaste mi vida, cuando al encontrarme derrotado, indefenso y moribundo me dijiste por primera vez, ¡Tranquilo, no sientas miedo, yo te cuidaré! No tengo ni la menor idea de lo que sucedió aquella tarde, solo sé que desperté en una clínica de perros, y que al abrir mis ojos, vi con sorpresa que ahí estaba ella, descubrí su nombre entre el saludo de sus clientes. Cris, así se llamaba, llevaba puesto un mandil blanco y estaba sentada junto a su escritorio, atendiendo el teléfono, su voz era tan dulce y suave, como el silvido del viento entre los árboles, tan armoniosa como la primera vez que la oí. Cerré mis ojos y rogué que no fuera solo un hermoso sueño. Volví a abrir mi ojos y ahora ella estaba parada junto a mí. ¿Cómo te sientes amigo mío? - dijo con su delicada voz mientras sonreía como si yo hubiera podido responderle. Quise corresponder a su gesto haciendo un pequeño ladrido, pero el dolor de mis costillas no me lo permitieron, como pude, moví ligeramente mi cola en señal de amistad. Después de todo, aún creía que existían humanos de corazón noble como los niños. Cris era veterinaria. Amaba los perros. Los días fueron pasando y mi recuperación aunque no fue tan rápida ni total, un extraño sentimiento me hacía creer que eran
los días más hermosos de mi vida, aún siento nostalgia al recordarlo. Fue la Desde aquel momento muy adentro de mi corazón, juré lealtad hacia ella y segunda vez en mi perruña existencia, que empecé a sentir en sus cuidados, el donde quiera que fuera, siempre lucharía por cuidarla aunque fuera con mi amor que había perdido cuando era apenas un cachorro. vida. Me convertí en su mejor amigo, en su compañero. Cris amaba el campo, la pesca. Solíamos salir cada domingo en su auto, paseábamos y jugábamos en el parque. También solíamos ir a pescar y nos sentábamos en silencio junto a la orilla del río. Puedo decir que existía una especial conexión entre nuestras almas, no necesitábamos hacer ruido para comunicarnos. Solo era tan importante para ella que yo estuviera ahí, como ella lo era para mí.
Pronto aprendí sus gustos, su amor por las papas fritas, así como su incómoda intolerancia hacia los perfumes y el aire acondicionado, por eso prefería estar al aire libre o viajar en su auto con las ventanillas abajo. Me gustaba oír su respiración mientras me sentaba a su lado, acompañándola en sus largas horas de lectura, o acompañarla a ver una película antes de que se fuera a la cama. Al fin sentí la paz de haber encontrado un verdadero hogar. Aquel en el que me quedaría hasta que la vida me lo permitiera. Hasta llegué a sentir el temor de envejecer y no poder estar mucho tiempo en la maravillosa vida de Cris, pero mi corazón sentía que mi vida solo tenía sentido por ella.
En las calladas madrugadas, solía pasar mis horas mirando a través de los cristales de las ventanas de nuestro pequeño apartamento. Aunque me sentía muy feliz al lado de Cris, no podía dejar de mirar el horizonte con nostalgia pensando en mi madre, en qué estaría haciendo, si me hechaba de menos tanto como yo a ella; mi mente acariciaba cada día el sueño de verla aunque fuera una sola vez en la vida y decirle que estoy bien, que encontré un hogar y a una estupenda persona que me quiere y me cuida tanto como yo a ella, que no se preocupe por mí, y que ella siempre será la luz de mi camino. ¡Que la amo! Los días pasaban y yo sin saber como decirle a Cris que necesitaba ver a mi madre aunque fuera por última vez. Era imposible explicarle eso en mi lenguaje. Al parecer, Cris empezó a notar algo raro en mi comportamiento y a menudo me preguntaba con una dulce pero angustiada voz: - ¿Qué tienes? ¿Qué te aflige tanto mi amiguito? - pero sabía que tratar de explicárselo sería en vano, y yo solo trataba de sobreponerme de esa tristeza que me hacía llorar día tras día. Quería ver a mi madre, pero a la vez no quería abandonar a Cris. Un sábado de rutina, nos encontrábamos en el mercado de la localidad, Cris había ido por unas frutas y mientras recorríamos los pasillos, nos encontramos con un amigo de ella, su nombre era Alex. Le comentó que había comprado una pequeña casa en alas afueras de la ciudad y que estaba haciendo los últimos arreglos antes de mudarse junto con su familia, pero que había algo que le apenaba mucho, que en aquella casa, los vendedores habían abandonado una perra en muy mal estado de salud y que probablemente ya no lo quedaban muchos días de vida. Cris se conmovió por la desgracia de aquella desafortunada perrita -tanto o más que yo-
y le pidió que la llevara en la brevedad posible a su consultorio El acordó
que la llevaría por la tarde. Sentí tristeza por aquella perrita, que quizás aún habiendo entregado todo sua amor a los humanos, había recibido por pago su abandono. Los recuerdos de aquella tarde en que me alejaron de mi madre, volvieron con tanta fuerza como mis ganas de llorar.
Cerca de las 6pm de aquel día, sonó el teléfono del consultorio, era Alex, anunciándo que en unos minutos llegaría con la desdichada paciente. Al colgar el teléfono, Cris me miró y me dijo, prepárate amigo que tendremos trabajo que hacer. Inmediatamente preparó los utensilios quirúrgicos y la camilla de observación. A los pocos minutos sonó la puerta.
Sentía curiosidad de saber como podía ayudar a otro ser de mi especie, así que puse toda mi atención al caso. En cuanto entraron a la paciente, sentí que mi corazón había saltado del pecho con extraña desesperación, mis patas no me respondían, y me dejé caer sobre el piso con mi barbilla recostada en el suelo mientras, ladridos de llantos me salían del alma como eco de entre las montañas, dolor de un amor inmenso mezclado con una felicidad que no podía contener. Era mi madre.
Por alguna extraña razón, Cris entendió lo que me estaba pasando, acarició mi cabeza y me llevó junto a mi madre. Entre quejidos de tristeza, dolor y alegría de habernos encontrado por última vez, acaricié el pelaje de mamá con mi lengua, mientras rogaba a la vida que sanara para que se quedara junto a nosotros.
Aquella noche, Cris me dejó junto a ella, quizás presintiendo que sería la ultima vez que estaríamos juntos. En esa triste noche, conocí la naturaleza fugaz de la felicidad y el implacable marchar del tiempo. Las horas pareciían segundos junto a ella. Le dije cuanto la amaba y cuanto había esperado ese momento para volver a estar juntos, para sentir ese calor que tuve a su lado en las primeras noches de mi existencia. Quería compartir junto a ella la alegría de haber encontrado un hogar aunque había sido duro, pero era perfecto para nosotros. Lloré con ella mientras descansaba su barbilla en mi cabeza y con debilidad golpeaba su cola en el piso como señal de paz. Casi exhausta entre el alivio de haberme encontrado y el dolor de tener que partir, me dijo:
"Amor mío. Tesoro de mi vida. No te preocupes por mí, estoy feliz de haber logrado mirar nuevamente tus ojitos, que se habían quedado guardados en mi corazón con la triste mirada de aquel día en que te alejaron de mí. Yo no puedo acompañarte en la vida que tienes ahora, pero saber que encontraste el mejor hogar del mundo, aquel que se construye no en el lugar perfecto, sino al lado de la persona correcta, me da la felicidad de creer, que todo ha valido la pena. Nunca dejes que la tristeza le gane al coraje que llevas en tu corazón, porque la nobleza del amor que guardas en tu alma, siempre traspasará las fronteras del olvido, y ahí estaré yo para ti, esperándote para correr sin detenernos por cada recuerdo bonito que pudimos construir juntos. Adiós Almus, hijo mío, vive y sé feliz".
Aquellas palabras me dieron paz, y aunque el tiempo es corto para los que verdaderamente aman, recosté mi cabeza sobre su cuello para acompañarla en sus ultimos suspiros. Guardo en la memoria de mi alma sus frases, como el legado de amor que me acompañará hasta mi último día.
Han pasado ya dos años desde aquel día y hoy me encuentro sentado en algún lugar junto a Cris. Sin duda en el hogar que me acompaña a todas partes, como lo dijo mi madre, no en un lugar perfecto, pero si al lado de la persona correcta. Y lo más importante, he aprendido que mi completa felicidad, radica en la felicidad de quienes amo, y siento que Cris es feliz a mi lado. He cerrado un capítulo de mi vida, pero he comenzado a escribir las páginas de mi felicidad, con mi huella en el corazón de Cris.
FIN.
Para ti:
Mi pequeña niña, mi dulce ángel de amor, mi princesa Cris, tu llegada a mi vida me enseñó la profesión más hermosa. FELIZ CUMPLEAÑOS Nº 10. Te ama con su vida entera: Papá. 24-03-2020