UNA VIDA ALOCADA
Relato colectivo de 3ยบ A IESO La Paz de Cintru nigo
Curso 2 11-2 12 1
Autores 1.
Fernando Yanguas
2.
Alexander Stryuchkov
3.
Ana Rinc'n
4.
Paula Prado
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Hola, me llamo Gaspar y soy un hombre de 33 años. En esta narración os voy a contar yo mismo cómo te puede cambiar la vida en poco tiempo por unas variadas razones. De pequeño yo era un niño muy movido y siempre me gustaba estar haciendo cosas. Lo malo de que me gustara hacer muchas cosas era que lo que yo hacía era para molestar a alguien o con esa intención. En el colegio de primaria, en mi primer curso, sacaba muy malas notas pero a mí no me importaba y yo creo que a mis padres tampoco es que les importara mucho. Me pasaba el día en la calle, jugando con algún que otro amigo que tenía, gracias a que lo conocía del colegio, porque yo era muy poco sociable y me costaba hacer amigos. Cuando mis amigos tenían que irse a sus casas porque ya era demasiado tarde para un niño de cinco años, yo me quedaba todavía mas tiempo porque no me apetecía volver a casa y sabía que mis padres no me iban a decir nada. A partir del momento en que me quedaba sin los demás, me sentía muy solitario y como era un niño muy alocado, me subía a un árbol a tirar piedras a los coches que regresaban de sus trabajos. Así estuve mucho tiempo, hasta que un día, un conductor habitual de la zona, pasó muy despacio para localizar el sitio de donde provenían aquellas piedras que, en numerosas ocasiones, le habían causado unos pequeños destrozos. Entonces yo, sin saber la estrategia del conductor para pillar al bándalo, dispare la piedra que impactó contra la luna trasera de su automóvil. El conductor salió del coche riéndose, porque se había percatado del sito de donde provenían las piedras y eso a mi me extrañó muchísimo. En aquel instante el conductor se dirigió hacia aquel árbol y yo supe por mis adentros que me había localizado. Me quedé inmóvil, porque nunca creí que me hubieran pillado. Entonces, unos metros antes de su llegada di un gran brinco y corrí todo lo rápido que pude. Pero era muy difícil que un niño de cinco años huyera de un hombre tan desesperado. El conductor rabioso me agarró bien fuerte para intimidarme y me preguntó que dónde vivía, yo le dije que le llevaría hasta mi lugar de residencia. Él me dijo que no me moviera de allí, yo hice caso mientras observaba cómo iba corriendo hasta su automóvil, lo aparcaba en el lado que daba a la acera y lo cerraba con gran entusiasmo, ya que me había pillado y se sentía orgulloso por su logro. Con una sonrisa bien amplia se dirigía hacia mí. Al llegar me dijo que le llevara a mi casa, como anteriormente me había ordenado. Yo obedecí y lo llevé hasta la puerta de mi casa con remordimiento de qué es lo que me iban a decir mis padres, pero sin ningún tipo de miedo. Me pidió que le dijese a mi madre o a mi padre que bajaran para hablar con él de lo sucedido hacía unos instantes. Mi madre, llamada Antonia, salió para poder ver que pasaba, con cierta desconfianza por aquello que le acababan de contar de su hijo es este poco tiempo de camino hasta la puerta. Antonia abrió la puerta para escuchar lo que aquel hombre quería decirle, pero al hacerlo, el conductor del vehículo quedó impresionado por aquellas bonitas ondulaciones en su pelo rubio trigo y por su intenso color de labios rojo pasión. Antonia preguntó qué era lo que sucedía, pero el conductor quedó sin saber qué decir, hasta que por fin contó lo sucedido a Antonia. Entonces la madre preguntó que cuánto iban a costar los daños producidos por mí, en ese momento a este astuto conductor se le ocurrió una gran idea. Él contestó que mejor ella
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fuera a su casa a negociar sobre aquel asunto. Mi madre aceptó encantada y anotó la calle, el número de casa y su número de teléfono móvil para que acordaran la fecha en la que se produciría el encuentro. Al cabo de una semana el conductor llamó, quedaron esa misma noche en la dirección que le había dicho, en la puerta de su casa. Al caer la noche, mi madre, se montó en su coche y se dirigió a la casa de aquel astuto conductor. Al llegar a la dirección indicada, observó que era una gran casa con una gran piscina. Cuando bajó del coche, el conductor salió a recibirla con un elegante esmoquin y le propuso entrar a tomar una copa, ella aceptó. Mientras, bebían y charlaban de diversas cosas de su vida, hacía tiempo que habían dejado a un lado el tema que le había llevado allí. Lo que no sabía mi madre era que el conductor le había echado una droga que atontaba muchísimo a las personas. Al cabo de poco tiempo los efectos de aquella droga tan maligna empezaron a notarse en la forma de expresarse de mi madre. Cuando los efectos de la droga alcanzaron su nivel máximo, Antonia obedecía a todo lo que el conductor le decía. Entonces al cabo de un buen rato el malísimo conductor decidió acostarse con Antonia durante el resto de la noche. Al despertar, mi madre no recordaba nada de lo sucedido, pero al ver que estaba totalmente desnuda en una casa que no era la suya supuso lo sucedido. Se vistió lo más rápido que pudo y codujo hasta su hogar. Pero al llegar encontró a su marido, Pepe, en la puerta de casa muy preocupado por lo sucedido. Antonia bajó del coche y le dijo a mi padre que le iba a explicar la razón por la que esa noche no había acudido a dormir a casa. Mi madre contó su historia, pero mi padre no se la creyó y se enfadó muchísimo, y le pidió el divorcio. Ella lloraba desconsoladamente por el hecho de que decía la verdad y su marido no la creía. Mi padre se divorció y echó de casa a mi madre, y ella sin sitio al que ir, decidió ir a la casa de aquel conductor que tantos perjuicios le había causado a su familia. Al poco tiempo mi padre se enteró de que mi madre se había quedado a vivir con aquel conductor y ya no volvió a saber nada más de ella. Pasaron los años y yo ya estaba en segundo de la ESO. En este tiempo mi padre y yo habíamos estado muy unidos, pero en este año, cuando alcancé este curso, mi padre empezó a beber hasta ponerse borracho y cuando lo hacía se ponía violento. En varias ocasiones me pegó algún que otro puñetazo; yo, como sabía que si me resistía sería peor, no decía nada y me iba del cuarto donde sucedía la acción. Al cumplir los dieciocho años, me fui de casa de mi padre por los continuos maltratos que sufría, porque con el paso del tiempo se habían vuelto más frecuentes y brutales. Yo quería una gran ciudad para vivir, llena de oportunidades. Entonces recordé un libro que había leído hacía algún año, trataba de Las Vegas. En ese momento hice unas cuantas cuentas mentalmente y llamé a un taxi para me le llevara hasta el aeropuerto más cercano. Al llegar a aquel aeropuerto, fui a recepción y pregunté que cuánto costaría un viaje a Las vegas lo más pronto posible. La recepcionista me contestó que el avión salía en media hora y que me saldría por 50
€. Una cifra que me sorprendió por lo barato que
me suponía ir hasta aquel lugar. La recepcionista me comentó que necesitaban llenar el avión que volaba hasta Las Vegas y por eso costaba más barato. Me puse muy contento por este hecho y porque iba a estar en aquel maravilloso lugar en unas cuantas horas. Pagué el coste
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del billete y me dispuse a poner mi equipaje en una cinta transportadora que más tarde, con una serie de procesos acabaría, dentro del avión conmigo. Pasó media hora y yo ya estaba sentado un mi asiento, miré a mi alrededor, y pude deducir por los maletines que llevaba la mayoría de los pasajeros que entraban en ese momento al avión, que eran personas de negocios o gente muy importante. Cinco minutos después a mi derecha se sentó un hombre de cara amargada y con entrecejo fruncido y no volví a mirarle en todo el viaje. Un poco después a mi izquierda se sentó un hombre con un bonito traje blanco y una gran sonrisa. Aquel hombre me preguntó que cuál era el motivo de mi viaje a aquella ciudad. Yo contesté que me había fugado de casa y que quería empezar una nueva vida en aquella magnífica ciudad. Este hombre me dijo que allí un niño como yo me las vería mal para poder sobrevivir. Yo quise dejar aquel tema zanjado autopresentándome y preguntándole cuál era su nombre. Él me contestó que se llamaba Al Copone y que tenía una gran empresa de apuestas en Las Vegas. En ese momento él me ofreció trabajo en su empresa como limpiador de sus oficinas y un pequeño baño público que tenían en sus instalaciones y con posibilidad de ascenso. Yo me planteé aquella idea y pensé en todo pipo de planes para el futuro. Yo, encantado, acepté y pregunté en qué consistía el trabajo que él y sus hombre desempeñaban. Él me contestó, con una gran carcajada, que en cobrar de cualquier forma posible las apuestas que anteriormente habían realizado con algún cliente. Yo no tuve en cuenta aquello que había dicho de cobrar de cualquier forma posible y pensé solo en que un ascenso podría suponer mucho para mí. En aquel momento, yo pensé que no tenía donde alojarme y pregunté a Al Copone si conocía algún sitio donde pudiera residir en la cuidad. Él me dijo que no estaba puesto al día en el tema de los hoteles y los hostales, pero que conseguiría información del hotel más barato y mejor en poco tiempo. Yo me sentí bien. Pesaba que Al Copone era un buen hombre, que se ganaba humildemente la vida, pero lo que no sabía era qué ocurría realmente en su negocio. Al llegar a la famosa ciudad de Las Vegas me quedé impresionado por su belleza. Al Copone, me dijo que me llevaría a su oficina para que conociera al resto del grupo de empleados que trabajaban para él. Se montó en un Rolls Royce grande y robusto de color negro, condujo hasta un gran parking y dejó allí el coche. Al Copone me pidió que le siguiera, que ya faltaba poco. Yo le seguí hasta que paró en la puerta de un callejón muy sucio y antiguo donde se podía ver en las partes más oscuras ratas grandísimas y alguna prostituta. Abrió la puerta y se encontró con un recibidor y tres puertas. Me dijo que la de la derecha era la del baño, la de el centro la de mi despacho donde realizamos las reuniones y la de la izquierda la sala de oficinas donde estaban el resto de empleados. Fuimos a la puerta donde me había dicho que estaban las oficinas, y efectivamente allí estaban siete empleados haciendo variadas acciones. Al Copone fue presentándome uno por uno a los miembros del grupo. Me presentó a Jhonny, que era un tipo bajito con cara intrigante y un pequeño bigote que no podía dejar de moverse. El siguiente era Rosco, un tipo altísimo con unos brazos como columnas que me saludó amablemente mientras machacaba sus bíceps. El tercer miembro era Dani, un tipo con pintas como un ciudadano normal, que estaba pelando patatas con una gran navaja mientras
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observaba una pistola que había en el suelo. El cuarto era un tipo con gafas, patoso, que estaba manejando un ordenador, y por las pintas que tenía y lo rápido que tecleaba, deduje que era el hacker de la empresa. El quinto era Blackbourd, era un tipo con una gran cicatriz en la cara, que jugaba al póquer con el tipo que me presentarían a continuación. El sexto era Michel, un tipo con el pelo largo peinado hacia atrás con lo que parecía gomina, que se encontraba jugando al póquer con su compañero Blackbourd. Y por último, me presentaron a un viejo anciano llamado Rogelio, que llevaba puesto un esmoquin y fumaba una faria. Este se encontraba mirando a una enorme pizarra con cientos de fotos con la cara de personas: varias estaban tachadas y en ellas ponía “ELIMINADO”.
Al mirar las fotos me di cuenta de que eran personas populares que habían salido en la televisión y declaradas muertas por causas desconocidas. Después de mirar las fotos pregunté a Al Copone de qué eran las apuestas que hacían en esa empresa. Y me contestó que era como un casino pero sin fichas. Después de cinco minutos mirando a las siete personas que había en la sala, me fui al baño, nada más entrar se me pasó por la cabeza decirle a Al Copone que no quería ese trabajo. Al salir del baño me dirigí hacia él, pensando en lo que le iba a decir, al acercarme me dio un maletín negro, que parecía ser de dinero, pero no me fíe y esperé a que me dijese algo. Mientras él abría el maletín me dijo: -
Esta es tu paga adelantada por los dos primeros meses, espero que la aceptes.
Yo, al no saber qué hacer, me hice el sueco y le pregunté: -
¿Qué? ¿Pero qué es esto? ¿Cuánto hay aquí?
Al ver mi reacción me repitió diciendo lo mismo: -
¿Qué pasa chico, es mucho o es poco? Creo que hay unos 500.000 dólares –me dijo con entusiasmo y con una sonrisa.
Me quedé pensándolo un minuto, no sabía qué responder. Pero al final le dije: -
No, bueno creo que sí, es mucho.
Al oír eso Al Copone se alegró aún más de lo que estaba y dijo: -
Mira Rogelio… este chico no quiere tanto dinero que le estamos pagando, creo que tiene más oportunidades de estar aquí que estos holgazanes, que no hacen nada más que jugar al póquer.
Rogelio no pareció oír eso y siguió mirando la pizarra con fotos, como si nada hubiera pasado. Pero cuando Al Copone se lo iba a repetir dijo: -
Bien… pero dale dinero para un hotel.
Al oír, eso llamó a Dani, para que me acompañase. Este al imaginar para qué le llamaban se acercó al perchero, cogió su chaqueta de cuero y se dirigió hacia la puerta diciéndome: -
Te espero en el coche.
Al darme la vuelta, Al Copone me dio un fajo de billetes con una nota que decía: “Mañana te pasaré a buscar sobre las diez y media, estate despierto para cuando llegue.”
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Al coger el fajo de billetes con la nota y darme la vuelta para irme Rosco, se me acercó por detrás y me dio una pesa, para que según él me divirtiera. Al verla, había pensado que era una broma, pero no lo era, la cogí con las dos manos y me fui de ahí. Al salir por la puerta principal vi a Dani fumando un puro, pero lo tiró nada más verme. Nos sentamos en el coche y me llevó a un hotel, que parecía muy lujoso. Salimos del coche y me acompañó hasta que me registré en el hotel, y se fue al cabo de cinco minutos más o menos. Subí al decimoctavo piso y entré en la habitación 502. Era una habitación amplia y con una terraza estupenda, veía casi toda la ciudad de Las Vegas desde ahí.
Al día siguiente me desperté a las diez y veinte y me fui corriendo abajo a esperar a Al Copone. Llegó a la hora exacta a la que me dijo la noche anterior. Me saludó con una sonrisa y con un “¡Buenos días, muchacho!” Nos sentamos en su Rolls Royce, y el chófer nos llevó a un aparcamiento abandonado. Salimos del coche y nos dirigimos hacia una puerta. Entramos y nos encontramos con Blackbourd y con Michel que estaban hablando con un tipo bajo, llevaba un esmoquin negro y dos maletines. Parecían llenos de dinero. Al pasar unos minutos ahí hablando con aquel tipo nos fuimos. Volvimos a las oficinas donde habíamos estado el día anterior. Al entrar por la puerta Al Copone me dijo: “ya puedes empezar a limpiar el baño y las oficinas”. Durante las dos primeras semanas nadie me hablaba, pero con el tiempo se acostumbraron a mí y actuaban ya como si nada. Un día, llegué a mi puesto de trabajo y Al Copone me concedió un ascenso. Me alegré tanto que no pude reprimir una sonrisa. Entonces, él me miró a los ojos y me dijo con voz muy seria: -
Ahora serás el aprendiz de Michel, eso significa que adonde vaya él tú le acompañarás.
Al principio no le agradó nada la idea a Michel, pero con el paso de unos días se acostumbró. A las dos semanas de estar con él, un día me llevó al campo de tiro para enseñarme a disparar. Yo, al ser un novato, cuando disparé por primera vez me dio un retroceso que casi me rompo la nariz. Después de dos o tres semanas, volvimos. Pero esta vez disparé bien, aunque no di en el blanco ni una vez. Con el tiempo fui aprendiendo. Otro día, cuando volvimos del campo de tiro, Al Copone se acercó a mí para hablarme. Llevaba con él varias semanas y me trataba como a uno más. Casi siempre estaba serio, pero cuando se dirigía a mí tenía un brillo especial en los ojos. -
¿Has matado alguna vez a alguien?
-
No, nunca -le dije.
Al oír eso me contesto: -
Mañana será tu primera vez.
Yo no sabía bien si me estaba hablando en serio, pero al llegar al hotel reflexioné y entendí que sí. No pude dormir en toda la noche. Cuando llegué a las oficinas, Al Copone se acercó a mí con una foto y un maletín. Me dijo:
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-
Tienes que matar a esta persona, hoy a las doce en punto en el callejón que está a cuatro manzanas de aquí.
Al llegar al sitio, en el coche de Dani, abrí mi maletín, había una nota de Al Copone que ponía: “Mátalo y quítale el maletín que tiene, no dejes que se escape.” Al leer la nota pensé rápido y salí a toda prisa hacia el tipo que estaba allí. Al llegar a su lado pensé que no me había oído acercarme y cuando le iba a dar un golpe con mi maletín en la cabeza se agachó… y sacó una navaja. Al no saber qué hacer le tiré la maleta, pero volvió a agacharse y no le di por segunda vez consecutiva. Entonces, me atacó y me hizo una herida bastante profunda en mi pierna derecha. Me caí al suelo desangrándome y al alejarme de él vi una botella de cristal, la cogí y me levanté a duras penas. Me acerqué esquivando sus intentos de puñaladas. Con mucha suerte las esquivé todas y le di con la botella de cristal en toda la cara, al recibir el golpe se desmayó de inmediato. Yo, no sabía si se había desmayado o había muerto, pero cogí su maletín y el mío y me fui de allí en cuanto pude. Apenas tuve fuerza para llegar hasta el coche. En él estaba Michel esperándome y fumando un puro otra vez. Al verme se alegró y arrancó. Yo, al abrir la puerta le dije que tenía el maletín y que por favor me llevase a un hospital porque me estaba desangrando. Al oír eso pegó un acelerón y nos fuimos de ahí a toda prisa. En cinco minutos llegamos al hospital. Entramos, y me atendieron rápidamente. Al final pasé varios días en el hospital. Cuando me recuperé fui a ver a Al Copone y a decirle que tenía su maletín. Cuando llegué, no estaba en las oficinas, entonces me senté y le esperé unos diez o veinte minutos. Entonces llegó y me felicitó por mi primer trabajo terminado. Al acabar de felicitarme, entró Rogelio y por primera vez en todo lo que llevaba con aquella gente, me dirigió la palabra contento: -
Muy bien hecho Gaspar, creo que te llamas así ¿no?
-
Sí, me llamo Gaspar. ¡Gracias! No ha sido nada fácil hacer ese trabajito, pero espero hacer unos cuantos más dentro de poco.
Al escuchar lo que acababa de decir, Rogelio y Al Copone asintieron a la vez y me contestaron casi al unísono: -
Claro que los harás y muy pronto además.
Cuando acabaron de decir eso, entraron todos los demás, menos Jhonny, que según me contó Dani le había cogido la policía. Justo en ese momento, miré las manos de este y vi que tenía sangre y supe lo que había pasado de verdad. Le pregunté por qué le habían matado y me respondió, con una sonrisa de oreja a oreja: -
Era un topo, ya sabes, un policía de esos que meten la nariz donde no le llaman.
Al llegar por la tarde al hotel, me dediqué a hacer pesas con la que me había dado Rosco hacía un tiempo. Al poco tiempo de empezar, me aburrí y encendí la tele, ya que pensé que es muy poco entretenido hacer pesas sin hacer algo más. Me dediqué a pasar los canales, a ver lo que echaban y me detuve en uno: eran las noticias. Salía un informe policial en el que contaban que habían matado a un policía a sangre fría en un callejón, con una pistola, me acerqué a la televisión y reconocí a Jhonny en el suelo.
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En ese momento me quedé pensando: “¿qué había hecho?” Vinieron a mi memoria millones de imágenes que recordaban mi sombría infancia: recordaba a mi padre emborrachado, gritándome y pegándome simplemente por haber hecho un pequeño movimiento, todos esos momentos buscando un sitio para poder esconderme de mi padre, y todo eso me había pasado simplemente por una travesura que no tendría que haber hecho. También recordé aquella mañana cuando mi madre llegaba a casa después de haber sido atontada con una droga que le había metido el hombre al que le había gastado lo que para mí era una broma. Fue terrible… mi madre había sido violada.
Unos niños riendo de alegría entre sus juegos me devolvieron a la realidad. Entonces me di cuenta de que matar a aquel policía no me había hecho sentirme feliz. Decidí ir a dar una vuelta para pensar qué iba a hacer con mi vida y qué camino iba a tomar. Para despejarme, entré en el amplio cuarto de baño en el que había un gran espejo, tenía a sus pies un lavabo, seguido estaba el baño separado por una mampara de cristal, a la derecha estaba la bañera con dos puertas, también de cristal, que no dejaban salir el agua de la bañera. Abrí estas puertas y encendí la ducha a una alta temperatura. Después de diez minutos en la ducha, salí, me vestí con un pantalón vaquero y una camisa azul. Cuando ya estaba preparado para salir, cogí mi gabardina marrón, con botones grandes de color marrón oscuro que estaba colgada en el perchero de madera de nogal que tenía un espejo central, que reflejó la tristeza que había en mi rostro y mi pelo revuelto. Decidí coger el sombrero negro de ala ancha que me había comprado para venir a las Vegas. Tras llamar al ascensor y ver que estaba ocupado, decidí bajar los cinco pisos andando. Las escaleras eran anchas con forma de caracol, su suelo era de mármol brillante y estaban bordeadas por una barandilla de acero que les daba un carácter moderno pero señorial. Al llegar al vestíbulo me encontré con la recepcionista que ataviada con su uniforme, traje negro, camisa azul y zapatos negros con tacón de aguja, me dijo: -
Buenos días, señor.
-
Buenos días, señorita.
-
¿Ha descansado bien? Hoy hace un día espléndido, aunque se aproximan algunas nubes que amenazan lluvia, pero no se preocupe, por aquí no llueve demasiado.
-
Sí, la cama es muy confortable y la ducha me ha sentado muy bien. Gracias.
-
¿Va a salir a algún sitio?
-
Sí, voy a buscar un sitio tranquilo donde pueda pensar. ¿Conoce algún lugar recomendable?
-
Sí, a las afueras de la ciudad hay un parque en el que se puede estar tranquilo. Hay una zona de paseo muy agradable.
-
Muchas gracias. Voy a ver si encuentro este parque. Hasta luego, señorita
-
Hasta luego, señor. ¡Que tenga un buen día!
Salí del hotel y me encontré con una ciudad llena de gente ruidosa. Caminé por las calles cruzándome con todo tipo de personas, desde señoras muy elegantes hasta chicas que
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parecían de la buena vida por su forma de vestir, hombres que corrían frenéticamente de un lado a otro para llegar a sus respectivos trabajos y puertas de bares abiertas de donde salían jóvenes que habían estado allí durante toda la noche. Tras unas horas andando entre pitidos y gritos dejé atrás la ciudad y llegué a un gran parque verde, que estaba distribuido en zonas: en una de ellas estaban todos los niños jugando, en otra se encontraban los enamorados, en otra se encontraba un gran bosque con altos árboles y grandes matorrales, en la otra zona había un bar con muchas personas sentadas en las terrazas tomando un café y otras personas iban paseando por un camino. A la sombra de un árbol encontré a un niño con los ojos azules y pelo castaño. Estaba solo y llorando, yo me acerqué a él para saber qué le pasaba y para ver si le podía ayudar por algún casual, me senté a su lado y le dije:
-
Hola, ¿te ocurre algo?
El niño me miró con sus ojos azules hinchados de tanto llorar. -
No, no me pasa nada. Gracias.
-
Entonces, ¿por qué lloras?
-
No, es que me he portado mal y mi padre me ha pegado.
-
Seguro que no te has portado tan mal…
-
Sí, me he portado tan mal que hasta a mi mamá le ha gritado y le ha pegado.
-
¿Seguro? A ver… ¿qué has hecho?
-
Estaba jugando a la pelota y sin querer le he dado a mi papá y el se ha enfurecido conmigo y me he escapado para que no pudiera seguir pegándome.
-
¿Solo has hecho esto? Bueno esto se pasará pronto. ¿Cómo te llamas?
-
Me llamo George.
-
¿Cuántos años tienes?
-
Tengo cinco años –el chiquillo empezaba a tranquilizarse y parecía más relajado.
-
¿Tienes hermanitos?
-
Sí, tengo una hermanita de tres meses.
-
¿Y amigos?
-
Sí, tengo muchos…
-
¿A qué te gusta jugar con ellos?
-
Al fútbol.
-
¿De qué juegas?
-
De portero.
-
¡Uy!, eso requiere mucha responsabilidad.
A lo lejos oímos una voz que decía: “George, George, George…” y él dijo: -
Es mi mamá
Le dije: -
¿Quieres que vayamos a buscarla?
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George se levantó rápidamente, me cogió de la mano y fuimos a buscar a su madre. Después de buscarla durante un rato, vimos a lo lejos a la madre e George y a su hermanita, George empezó a correr hacia ella. Yo me acerqué. Ella me dio las gracias y le dije: -
No hace falta que me des las gracias, si necesitas ayuda podemos buscarla, no hace falta que aguantéis sus gritos y sus palizas.
-
La verdad es que no sabría a dónde dirigirme.
Me ofrecí a acompañarles hasta el centro de acogida a maltratados. Volví al hotel con una gran sonrisa y una sensación muy agradable de trabajo bien hecho.
Pasaron los años y mi vida en la ciudad de Las Vegas no había cambiado mucho, seguía siendo el chico de AL, el chico de los trabajos sucios. Las Vegas, la ciudad donde nunca se duerme, los grandes casinos, los fantásticos hoteles eran el mayor atractivo de la ciudad, una ciudad nacida para el vicio, en la mitad del desierto. Es una cuidad especial, puedes salir del casino y casarte en una de las cientos de capillas que salpican la ciudad. Te puede casar el mismísimo Elvis o Frank Sinatra, por cierto gran amigo de AL, pero todo bajo la atenta mirada de la policía del estado de Nevada, al que pertenecía Las Vegas. Las cosas no estaban muy bien en la ciudad que nunca duerme, con la llegada de la ley seca y la restricción al juego, Al había perdido mucho dinero, los dueños de los pequeños garitos y algunos otros habían dejado de pagarle a Al su cuota de “extorsión”, desde la muerte de Jhonny la policía le seguía de cerca. Para solucionar aquel problema Al decidió recurrir a los servicios de un matón famoso de la Costa Este, “El Lágrimas”. El Lágrimas llegó al día siguiente, era un tipo alto y fuerte con una intensa mirada azul, fría como el hielo. Esa mirada me resultaba familiar, pero no terminaba de recordar de qué, cuando se presentó y me dijo su nombre casi me caigo.
- Hola me llamo George, ¿tú eres Gaspar, verdad?
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Me quedé inmóvil unos momentos, sin poder responder, él era el niño que sorprendí llorando en el parque hacía años. Había perdido la dulzura y el cariño que tenía en sus ojos hacía años. - Hola George, le respondí, has cambiado mucho estos años. - Sí, la vida no se ha portado muy bien conmigo, pero no me quejo. George también me reconoció enseguida.
Continuamos hablando camino del
despacho de Al, me contó que su infancia, como la mía, había sido muy dura, y que se fue de casa, tenía unos conocidos en la Costa Este que le metieron en este mundo. También me contó el porqué de su apodo, aunque era muy visible, tenía tres lagrimas tatuadas en su ojo izquierdo, le recordaban que jamás volvería a llorar por nadie. Comenzó su nueva vida en Miami, pero siempre al margen de la ley. Después de hablar un rato con AL en su despacho y las obligadas presentaciones, nos fuimos al “Paradais-in”, uno de los más lujosos hoteles-casino de Las Vegas propiedad de AL, donde siempre había una suite preparada para los invitados. Todo había sido muy cordial, pero aquel hombre no dejaba de recordarme el niño que fue y que tanto se parecía a mí. Después de acomodarse, nos fuimos a cenar a un pequeño restaurante italiano, el ambiente era muy familiar y todos los amigos nos reuníamos allí. Cuando llegamos ya estaban todos, incluida mi novia Betty Lee, que era de Texas, y también había llegado a Las Vegas buscando su gran sueño, bailar. Trabajaba en el “Paradais-in”, era de una belleza extraordinaria, y por nuestra diferencia de edad, yo sabía que solamente le interesa mi posición y mi dinero. Aquella noche pasó algo especial, y todos se dieron cuenta. Cuando les presenté al nuevo hombre de Al, todos le saludaron y le recibieron como a uno más, pero cuando se lo presenté a Betty Lee sus ojos brillaron como nunca, y sus miradas se cruzaron sin decirse nada. Había nacido algo entre ellos. Aquello no me gustó, pero tampoco le di mayor importancia, era solo una noche y él un matón más. Al día siguiente comenzamos a trabajar. A primera hora recogí a El Lágrimas en el hotel y nos fuimos a desayunar, más tarde teníamos una reunión en el despacho de AL, le contamos a El Lágrimas nuestra situación y que tras la muerte de Jhonny era muy difícil trabajar, la poli no nos dejaba movernos, y tampoco era fácil sobornarlos como antes, pero siempre había algún agente que necesitaba dinero y allí estábamos nosotros para proporcionárselo, siempre a cambio de algo, o de hacer la vista gorda. Ya había corrido la voz por los bajos fondos de Las Vegas, El Lágrimas estaba aquí, la ciudad ya era nuestra.
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