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ALEJANDRO DE LA GARZA

ESGRIMA

CIRCO, PASTEL Y ARTE

BERTA HIRIART

ANA V. CLAVEL

LA ILUSIÓN VIAJA EN METRO TODAVÍA

El Cultural N Ú M . 1 6 1

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

CULTURA MARGINAL ARTE SUBTERRÁNEO GUILLERMO FADANELLI UN ENSAYO DE CARLOS VELÁZQUEZ

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UNA ENTREVISTA CON WENCESLAO BRUCIAGA

GRAFITI UN DEPORTE DE EXHIBICIÓN Jaguar Balam > Mural de Farid Rueda, 2015.

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JORGE FLORES, BLUMPI

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La vitalidad de las letras mexicanas actuales debe parte de su impulso a Guillermo Fadanelli. Con el sentido crítico de un pensador y moralista —aun a su pesar—, a través de novelas, relatos, crónicas, ensayos, la voluntad radical de su libertad sin concesiones le ha permitido hacer y escribir —apunta Carlos Velázquez— “lo que se le antoja. Y ese es un lujo que no todo mundo puede darse”. Desde la marginalidad o estética underground, el espacio de goce y rebeldía que ha construido en cada título de su obra es, sin duda, una de las expresiones más corrosivas de la literatura mexicana reciente. Hay evidencia en estas páginas que lo comprueba.

Guillermo Fadanelli

CINISMO, LITERATURA Y PENSAMIENTO CARLOS VELÁZQUEZ

L

a literatura mexicana atraviesa por una fase peculiar. Por un lado se produce el efecto de que se encuentra en decadencia y al mismo tiempo se presume de una vitalidad sin cortapisas. Se cuestiona su calidad, pero contamos con escritores como Antonio Ortuño o Yuri Herrera que le garantizan una salud envidiable. Se publica demasiado y sin embargo pocos son los libros realmente significativos. Vivimos un momento editorial boyante y sin embargo las mesas de novedades siguen esclavizadas por las enésimas rediciones de clásicos latinoamericanos, Fuentes, Vargas Llosa, etcétera. Se establecen listados de autores como México 20 y se publican antologías como no ocurría en el pasado inmediato. Para arribar a este peculiar momento la literatura tuvo que experimentar un hueco. Un vacío que va de Cerca del fuego (1986) a Un asesino solitario (1998). Casi diez años en los que el desarrollo de las literaturas regionales y la literatura del Centro entró en periodo de incubación. La década perdida tuvo en el núcleo de sí misma a una figura: Guillermo Fadanelli. Quien no sólo sostuvo la narrativa del Centro, antes de la irrupción de Enrigue, sino que mantuvo vigente la literatura mexicana

en uno de sus momentos de mayor transición. Una proeza que cristalizaría con la publicación de Lodo (2002), uno de los clásicos modernos de nuestras letras.

¿CRISIS? ¿CUÁL CRISIS? La literatura mexicana ha vivido en constante crisis desde los sesenta. Una vez agotado el modelo pseudocosmopolita y posrevolucionario, la literatura mexicana se vio en la encrucijada de continuar narrando el paraíso exótico de Macondo o responder a la exigencia de contar la realidad de un continente que se caía en pedazos. Y a esa demanda respondieron varios productos literarios. Entre ellos Cerca del fuego, El asesino solitario y Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1998). La realidad de este país se mide en sexenios. El continente necesitaba voces radicales que describieran la realidad aplastante que se vivía en parte gracias al resquebrajamiento de las instituciones. De Cuba, Pedro Juan Gutiérrez, de Colombia, Fernando Vallejo, de Chile, Pedro Lemebel y de México, Guillermo Fadanelli, comenzaron a desenmascarar el embuste del bienestar promovido por la

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Guillermo Fadanelli.

América Latina del realismo mágico. Existe un punto de encuentro entre la narrativa de Fadanelli y Sam Shepard. En París, Texas, hay una escena en la que Harry Dean Stanton se cruza en un puente con un homeless que a grito pelado clama el final de los tiempos. Es el comienzo de Clarisa ya tiene un muerto (1999). Con la aparición del predicador, Fadanelli se desmarcaría del resto de sus contemporáneos. Daba reporte de una Ciudad de México ajena a la literatura. Y no era otra sino la misma de todos los días. Pero desprovista de romanticismo. Observada con los mismos ojos que la observaban día a día millones de personas. Reflejo a la vez de un país desolado. En la actualidad la literatura mexicana reflexiona demasiado sobre sí misma. Más que nunca en su historia. Es interesante que estas preocupaciones no se presentaran cuando fueron las corrientes marginales las que alimentaron la transformación del panorama. La inquietud presente por contar con una literatura salubre ha modificado la producción literaria en el país. La academia gana terreno y lo que se escribe ahora en México carece del arrojo que hubo en el pasado. Fadanelli es un producto proveniente de corrientes marginales. Su adhesión a la filosofía dejó constancia desde el principio. Fuera de unos pocos autores, como Fadanelli o García Ponce, en nuestro país la filosofía no arraigó en el pensamiento del literato. La República de las Letras optó por la metaliteratura. Aquella que no habla de la vida o las tribulaciones del hombre o la condición humana. La literatura que sólo tiene como tema la literatura misma. La literatura del Centro está en deuda con Fadanelli más de lo que cree. Alzó la mano por la narrativa capitalina mientras la literatura norteña clavaba la bandera de un estilo y una moda; dotó a las letras del

Centro de un lenguaje auténticamente loco, como correspondía; y mientras la ciudad perdía protagonismo en las letras nacionales, él continuó situándola en el centro de su ficción. Primero como cuentista, después como novelista y luego como pensador. Sin su presencia la narrativa del Centro habría demorado más tiempo en recobrarse de la deforestación ideológica y estilística inaugurada con La región más transparente. Antes que la clase media chilanga volviera a ocupar un espacio en la literatura mexicana, Fadanelli la mantuvo viva. Fadanelli tuvo que esperar a la clase media para que lo acompañara en el campo literario. Dicha clase está en deuda con él. Pero no se trata de un héroe. Se trata solamente de un escritor que se dedicó a hacer su trabajo. Ajeno por completo a cualquier generación.

LA CONSTRUCCIÓN DEL MITO En la edición de Debate de Lodo la foto de solapa muestra a un Fadanelli sentado, calvo y con unos lentes de sol casi de diadema. A sus 39 años ha escrito una novela que en 2003 sería finalista del Premio Rómulo Gallegos. Perdería con la obra de otro loco, Desbarrancadero de Fernando Vallejo. Pero bien pudieron haberse declarado ganadoras a ambas novelas, como ocurre con frecuencia en otros certámenes. En la lista de ganadores del prestigioso concurso aparecen cuatro mexicanos. Fuentes, Del Paso, Poniatowska y Mastretta. Guillermo Fadanelli nació en la Ciudad de México en 1963. En 1989 fundó junto a sus compinches la revista Moho, que encarnaría después en editorial. Y debutaría autores como Wenceslao Bruciaga. La vida de Fadanelli no es muy distinta de la de cualquier mexicano. Parte de su biografía se puede rastrear en sus libros. Como a los autores valiosos, la vocación lo pescó a él y no al revés, como sucede ahora con la gente que decide dedicarse a la escritura. Es difícil imaginarse a Fadanelli en un máster de literatura. Sea en la Pompeu Fabra o Cornell. En sus inicios como cuentista, Fadanelli describía su realidad circundante. Poco a poco fue incorporando a su obra fragmentos de su biografía, sin pisar de lleno la no-ficción. Y con

“FADANELLI “ HA CULTIVADO UN AISLAMIENTO A PRUEBA DE BALAS Y PREBENDAS. A DIFERENCIA DE MONSIVÁIS O PONIATOWSKA, JAMÁS HA APARECIDO EN FOTOS CON POLÍTICOS. ES UN ESPÉCIMEN EN EXTINCIÓN DENTRO DE LAS LETRAS NACIONALES .

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el paso de los años se ha convertido más en un pensador que en literato. Su producción novelística no se ha detenido, pero ha dejado bien claro que sus preocupaciones se centran en otro lugar. Un sitio que ha desgranado en sus textos ensayísticos. El idealista y el perro, Insolencia y Meditaciones desde el subsuelo es una suerte de trilogía que ha mantenido al autor ocupado poco más de un lustro. Fadanelli no es un hombre de escándalos. Pero es imposible no recordar aquel en el que fue metido involuntariamente una tarde cuando la conductora de espectáculos Paty Chapoy ocupó unos segundos del programa Ventaneando para despotricar en contra de La otra cara de Rock Hudson. Es la mejor clase de publicidad que alguien puede recibir. No sólo es una anécdota chistosa. El trabajo de Fadanelli logra su cometido, es decir, sus aspiraciones. Incomodar a través de una historia que reflejara la realidad nacional. No importa que fuera un malentendido. Que la conductora comprara el libro por equivocación. Por pensar que era una biografía del autor. Este episodio dice mucho del poder de Fadanelli. Que su libro cayera en manos de gente que en su vida ha leído es sobre todo un triunfo de su literatura. Pocos escritores tienen el don de la palabra como Guillermo Fadanelli. Su solvencia para expresar ideas sólo es comparable a la de Juan Villoro. Un hombre puede ser sabio en dos ocasiones. Cuando habla desde la cima de su experiencia. Y cuando habla desde la cima del lenguaje. Fadanelli es de los últimos. Su facilidad de palabra la ha puesto siempre al servicio de las ideas. Lo que lo ha convertido en un excelente conversador. Pese a estos atributos, es especialista en el arte de quedarse solo. Fadanelli ha cultivado un aislamiento a prueba de balas y prebendas. A diferencia de Monsiváis o Poniatowska, jamás ha aparecido en fotos con políticos. Es un espécimen en extinción dentro de las letras nacionales. Una literatura que lo llevó a ser fichado por la editorial Anagrama con una antología de relatos. En 2004, cuando apareció Compraré un rifle, era impensable que un autor ingresara a una editorial como esa con un libro de relatos. Y menos con una antología. Y aunque los relatos no eran inéditos, eran desconocidos para el público español. Lo que habla de la acuciosa imperiosidad con la que era requerida la presencia editorial de Fadanelli en España. Si bien la editorial catalana tenía entre sus publicaciones a unos cuantos outsiders, era necesario detentar una calidad muy alta para pertenecer a ese club hasta entonces selecto. La calidad de Fadanelli nunca fue moneda de cambio trasatlántico. No porque no la tuviera, al contrario. Sino por su cualidad trashy. Fadanelli hacía videos, apadrinaba grupos de rock, fanzines, etcétera, pero debajo de toda esa fascinación por el underground habitaba un autor con grandes ambiciones. Que se consolidarían con el paso del

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tiempo y de los libros. Y que hoy lo mantienen como una de las figuras más insobornables del panorama. Las solapas de sus libros presumen que desertó de la universidad, que es un boxeador fallido y que fue arriero, vendedor de árboles de navidad en Nueva York y dependiente de mostrador de una pastelería en Madrid. Cuesta menos imaginarlo así, con las manos embarradas de betún de chocolate que en un programa de escritura creativa. Es autodidacta. Y pese a que ha tenido muchos golpes de suerte continúa siendo un descreído. Su cinismo lo mantiene ajeno a las fruslerías del medio literario. Afirma que los premios que ha ganado son producto de un equívoco. Y de los apoyos gazmoños (becas) de parte del Estado tiene una opinión bastante relajada. Los considera limosnas. Y nunca va a estar en contra de formarse en la fila para recibir unas migajas. Ese es Fadanelli. Un autor que lo fagocita todo, incluso a sus colegas, con tal de mantenerse en el camino de la escritura.

LA DESTRUCCIÓN DEL HOMBRE Fadanelli considera que la autodestrucción es una herramienta útil para el conocimiento de uno mismo. Partidario de los excesos, es un dipsómano congraciado, a sus 55 años conserva un buen estado de salud. Resultado de su faceta de basquetbolista de ocasión. Deporte al cual

“ES “ AUTODIDACTA. Y PESE A QUE HA TENIDO MUCHOS GOLPES DE SUERTE CONTINÚA SIENDO UN DESCREÍDO. SU CINISMO LO MANTIENE AJENO A LAS FRUSLERÍAS DEL MEDIO LITERARIO. AFIRMA QUE LOS PREMIOS QUE HA GANADO SON PRODUCTO DE UN EQUÍVOCO . profesa cariño y ha tratado en su novela El hombre nacido en Danzing. Pero también, y sobre todo, de su afición por el trote. En El billar de los suizos. Memorias atendidas, declara que su salud es la enfermedad bien llevada. En ocasiones ha manifestado que trota tres veces a la semana. Cuesta imaginarlo, pero no porque esté reñido con el deporte. Porque sus cavilaciones parecen de otro orden. Y sin embargo es imposible que un pensador no sea un adicto a la caminata. En todo caso, Fadanelli ha sabido pregonar la destrucción y ha conseguido hacer lo necesario para mantenerse en forma. Y su condición escritural también se encuentra activa. Así lo demuestra su columna de los lunes en El Universal. Fadanelli ha llevado la destrucción hasta sus últimas consecuencias. Su obra, a menudo asociada con el realismo sucio, demostró ser algo más con la publicación de Lodo. Metafóricamente, Fadanelli se anuló a sí mismo para tomar una nueva dirección. Esto es imposible no relacionarlo con la vida de Dennis Rodman. Existe

una cinta casera que cuenta la vida del basquetbolista. Una noche, cansado de tantos problemas de armas y drogas, Rodman se encerró en su coche con una pistola. Y llevó a cabo una muerte simbólica. Salió de ahí convertido en otro para ser campeón de la NBA. Sin el dramatismo del defensivo del año en 1990 y 1991, Fadanelli le ha impreso a su trabajo giros radicales. Primero con Lodo y después con su obra ensayística. Lo que lo ha exonerado de ser un autor complaciente consigo mismo, con los lectores y con los editores. Y ha mancillado esa imagen indolora que tiene el mundo editorial de convertir al escritor en una máquina productora de novelas. Una al año si es posible. En resumen, Fadanelli ha hecho lo que se le antoja. Y ese es un lujo que no todo mundo puede darse.

UN ANIMAL MORAL La literatura mexicana reciente tiene muchas obras pero carece de

LODO

Un íncipit para recordar GUILLERMO FADANELLI

N

o es que las mujeres hubieran dejado de interesarme. El motivo de mis tribulaciones se relacionaba más bien con lo contrario: las mujeres continuaban seduciéndome, pero yo había dejado de interesarles. ¿Por qué? Las razones son las mismas a las que uno acude cuando se niega a comerse una manzana algo podrida. No tiene caso detenerse en explicaciones pues, en mi caso, aun siendo ésta una novela, saltan a la vista. Veinte años de frustraciones lo convierten a uno en un viejo prematuro. Prematuro no. A los cincuenta ya se es un viejo, un anciano sin adjetivos. Una mañana me paré frente al espejo y me di cuenta de que la noche anterior había sido elegida para cobrarme la cuenta. A todos nos llega la hora y la temida imagen del otro, del ser deforme, agazapado, escondido dentro de uno, aparece de golpe, sin preámbulos ni muletillas, sin tartamudeos que nos prevengan de lo dura que será la caída. En una sola

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noche la vida, cuya costumbre había sido olvidarse del agotado profesor universitario, lo visitó en su habitación para arrebatarle de un zarpazo su dignidad física. Cobró una deuda que durante tantos años yo le había escatimado. Llegó y amanecí nervioso, dotado de una ligera papada de sapo y sin cabello para cubrirme la frente. A los cuarenta y nueve era ya un sexagenario medio indecente y ninguna mujer ponía los ojos en mí a no ser para pedirme el asiento en el autobús. Es falso que uno se pudra lentamente, lo haces de cuatro o cinco golpes que además siempre te sorprenden. Durante meses tu rostro se conserva inmutable, estático, incluso más rejuvenecido. De pronto, a las siete de la mañana de un seis de mayo la cera se derrite, la piel se abulta, los dientes saltan de su lugar, la espalda se vence y tus muslos comienzan a arquearse como dos agrias sonrisas. Hablando con la verdad, cuando se es joven uno jamás piensa en la posibilidad de dejar de gustarle

a las mujeres. Uno cree que lo masculino se sobrepondrá a los años y que siempre existirá una mujer capaz de reconocer esa masculinidad oculta bajo tantas arrugas, opacada por el centelleante manto de una calva obscena. No es así. En cuanto te precipitas en los cincuenta comienzas también a presentir que el sexo tiene un fin, y lo que es peor, lo que en términos de humanidad resulta absolutamente incorrecto: te enteras de que serás testigo de tu propio derrumbe: ¡invitado a tu propia muerte! No creo, sin embargo, que sea necesario dramatizar. En lo que a mí concierne no tengo inconveniente en dejar esta vida, siempre que sea sin molestar a los vecinos. En el Fedón se lee que hacer filosofía es practicar el estar muerto. Si bien yo no soy un filósofo sino un profesor —no humilde, pero sí común—, algo de esta platónica frase debe incumbirme. Lo que no deja de causarme desazón, como ya dije antes, es ser testigo de cómo mis órganos van dejando

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personajes entrañables. Quizá el mejor personaje que haya producido en los últimos años sea Benito Torrentera. El protagonista de Lodo no es un alter ego de Fadanelli. Pero bien podría ser el autor de Meditaciones desde el subsuelo. Habría que preguntarle a Fadanelli si se siente más a gusto ahora en el ensayo que en cualquier otro género, arriesgándonos a suponer que se sienta a gusto con algo. Su trasbordo a lo ensayístico lo ha metamorfoseado de raro en más raro. Y no por otra cosa sino porque el moralista que habita en él siente más deseos de pronunciarse que nunca. Si en el futuro la humanidad toca fondo no quepa duda que Dostoievski se convertirá en el escritor más popular. Fadanelli lo sabe. Él es también un moralista. Y como tal ha decidido llevar hasta sus últimas aspiraciones las tribulaciones de Torrentera. Al momento de su publicación, Lodo trajo un respiro a lo que ofrecía la literatura mexicana. Lo que no sabíamos es si queríamos ese respiro.

De lo que no había duda era de que lo necesitábamos. Era una moneda al aire con todas las de la ley. Un profesor de filosofía decide visitar Tiripetío, Michoacán, porque fue ahí donde cinco siglos antes se impartió la primera cátedra de filosofía en México. Una chica, Eduarda, asalta un Oxxo y busca refugio en el departamento del catedrático y después él convierte su expedición en una huida. El argumento de la que por muchos ha sido nominada como la novela de la década, es la antítesis de lo que la narrativa de Fadanelli promovía hasta el momento. Decía Bukowski que el escritor tenía que arriesgar. Y Fadanelli atendió bien a sus palabras. Qué tremenda conversión moral tuvo que pasar para idear esta trama. No es complicado imaginar a Fadanelli arrastrarse de un lado a otro con el argumento metido en la cabeza. Si en su momento Rayuela funcionó como una guía jazzística, Lodo se ha convertido en un referente de lecturas filosóficas. Torrentera es un sibarita que se

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“LODO “ TRAJO UN RESPIRO A LO QUE OFRECÍA LA LITERATURA MEXICANA. LO QUE NO SABÍAMOS ES SI QUERÍAMOS ESE RESPIRO . regodea con añejas ediciones de libros y vino tinto. Y mientras conduce su coche desgrana su conocimiento. Pero es ante todo un mortal al servicio de sus debilidades. Las mujeres. Flor Eduarda para ser precisos. Y como si se tratara de una novela de forajidos en un giro inesperado, Lodo termina con un profesor de filosofía en la cárcel. Que no es otra cosa que la metáfora del pensamiento. La mente, de la cual no podemos escapar por más Cioran que consumamos en el desayuno. En estos momentos Fadanelli se encuentra más cercano del Bukowski de El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco que del autor de El día que la vea la voy a matar.

COMPRARÉ UN RIFLE Y LOS MATARÉ POR CABRONES

Si un día se instaura el Salón de la Fama de la Literatura Mexicana al primero que tendríamos que ingresar es a Fadanelli.

de oponer resistencia al tiempo. Los filósofos saben que entre más sabios sean menos temerán a la muerte, pero en realidad no son más que viejos cobardes buscando desesperados una puerta de emergencia. Sus argumentos son eufemismos propios de la vejez: aspirinas. En cambio, cuando uno es joven sabe que cualquier dolor será pasajero, o al menos habrá tiempo suficiente para hacerlo desaparecer. ¿Cuántas veces siendo un mozalbete no me rompí los huesos haciendo alguna pirueta innecesaria? Era temerario porque sabía que a más tardar en un par de meses recuperaría de nuevo el esqueleto. Por el contrario, a los cuarenta y nueve has aprendido la lección y sabes muy bien que cualquier dolor, por muy leve, tendrá la suficiente confianza para almacenarse en tu cuerpo por el resto de tus días; sí, como una verruga dolorosa e incómoda. Lo más ingrato, empero, no es el hecho de que a esta edad el cuerpo se convierta en una bodega de pequeños dolores,

sino que todavía se tiene un poco de fuerza para correr tras las mujeres. Sé muy bien que la romántica figura del conquistador ya no seduce a nadie. Mucho menos a mí. Si algo me jode el ánimo es la imagen de un conquistador arrebatándome a la mujer a quien me costó dos años convencer de que era yo un hombre de cierta valía. El conquistador destruye en segundos lo que un hombre sin gracia construye en años. Si estuviera en mis manos les daría el mismo castigo a los violadores que a los conquistadores. Ambos se parecen, ambos son ultrajadores de mujeres. La diferencia consiste en que uno se vale de la fuerza y el otro de sus atributos. Estas palabras, como es evidente, son más producto del odio que me despiertan los casanovas que de la inteligencia. Nunca he sido un hombre atractivo, ni siquiera un hombre interesante —figura que poseen los hombres de aspecto desagradable para infundirse ánimos. Durante un tiempo pensé que el hombre interesante podía

“EN “ MI CASO LA FEALDAD ME LLEVÓ A ESTUDIAR FILOSOFÍA Y A INSCRIBIRME EN VARIOS SEMINARIOS UNA VEZ CONCLUIDA LA LICENCIATURA. CUÁNTOS FEOS VAN POR EL MUNDO HACIÉNDOSE LOS INTELIGENTES .

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competir hombro con hombro con el hombre bien parecido, e incluso superarlo. El hombre interesante lo es toda su vida, en cambio el otro es potencialmente una flor marchita que inspira tristeza, compasión. No cabe duda de que en mi caso la fealdad me llevó a estudiar filosofía y a inscribirme en varios seminarios una vez concluida la licenciatura. Cuántos feos van por el mundo haciéndose los inteligentes. Todos conocemos a uno y lo odiamos, pues no se nos escapa que, de haber sido un hombre apuesto, tal vez habría sido dentista o diseñador de muebles. Todo lo contrario sucede en lo referente al dinero. Los filósofos no deben ser hombres pobres, sino acaudalados, como Wittgenstein, o cortesanos como Séneca, Hume o Descartes. Si no se tiene un peso en el bolsillo es más conveniente estudiar cualquier carrera técnica —como si hoy la filosofía no fuera también una carrera técnica— y comenzar a trepar a costa de los demás. A los pobres sólo les resta dedicarse a los negocios e intentar acumular jugosas cantidades para el disfrute de su descendencia. Para ello, los liberales cuentan con una engañosa regla de oro: comienza apretando tuercas y con tesón terminarás siendo el hombre más rico de tu pueblo. En Guillermo Fadanelli, Lodo, Anagrama, 2008.

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Guillermo Fadanelli se pronuncia —una vez más— contra la censura, el prejuicio, las expresiones múltiples del fascismo, la “imbecilidad política” de nuestro tiempo. Elige el mundo menos inhóspito del arte y la cultura como ruta alternativa, desde luego a contracorriente de las convenciones de la sociedad o la vida literaria. Eso, más los veinticinco años de la editorial y la revista Moho, son algunos temas de esta conversación bajo una certeza irrebatible: “Los libros publicados y mi cinismo honrado me respaldan”.

UN EPITAFIO POSIBLE "SE EQUIVOCÓ EN TODO”

C

A Alberto Litchi

uando Guillermo Fadanelli presentó Funerales de hombres raros, mi novela de homosexualidad pérfida, excesiva y soft porn editada por Jus hace algunos años, muchos homosexuales me acusaron de ser un escritor gay de homofobia internalizada que incitaba a la homofobia externa; un seudotraidor a la causa, cualquiera que sea ésta. Decían qué cómo pude haber invitado a un macho como Fadanelli: Me dan igual (las mujeres y los homosexuales); sin embargo —señala—, prefiero estar con mujeres (el mundo femenino es mi origen y mi sepultura), pero sobre todo aprecio al ser individual e independiente —en la medida de lo posible— de su definición sexual. Y mientras no jodan a los demás con su particularidad genérica, ni los molesten a ellos y puedan ejercer sus libertades civiles, son parte del paisaje en el que predomina esa carne parlante conocida como ser humano. Tiene toda la razón: como que la homosexualidad no nos sabe si no la andamos echando en cara a cada rato. Lo invité por una sencilla razón: gratitud. Cuando emigré de Torreón, con una camisa de empleado de gasolinería gringa, tal como lo dictaba la tiranía grunge, y un montón de cuentos que habían sido bateados de los talleres literarios de la Comarca Lagunera por mal escritos y gore, pero sobre todo por la música gringa imperante, Guillermo Fadanelli fue el único que se atrevió a publicarlos en Moho, la revista de literatura, ensayo y arte, disidente y extrema, que impuso un radical antes y después en la historia de los fanzines, las revistas y los libros con sus diseños alterados, probablemente la primera editorial independiente de México: ¿Independencia con respecto a qué? —reflexiona Fadanelli—. Conozco

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tantas publicaciones o artistas que se dicen independientes y que se encuentran atados a prejuicios, a ideas paralizadas. La creación requiere de libertad, de una honradez casi maniaca y de la fortuna. Recuerdo perfectamente la primera vez que me topé con un par de ejemplares de Moho, en el Tianguis del Chopo. Aquellas portadas de psicodelia casi críptica y los textos diseñados bajo un auténtico espíritu punk, sin respeto por los márgenes, me cautivaron como el tipo de la barba más maciza y cerrada de un club leather. De inmediato sentí la necesidad de ser parte de ello, más identificado con todo ese delirio perturbador que con los pasquines gays propensos a lamerse las heridas. También fue Fadanelli quien publicó mi primer libro de cuentos, Tu lagunero no vuelve más, y me ha aguantado tantísimos desplantes, berrinches y dramas inherentes a la homosexualidad, digan lo que digan. Ya pasaron más de veinte años de eso y Guillermo Fadanelli se ha convertido en un referente obligado de la literatura mexicana, desde el mainstream hasta el under rudo, el pensamiento filosófico, la crítica, la observación incisiva. Sí, soy bien pinche fan, como cualquier joto que, de manera inconsciente, busca iconos que son salvavidas para flotar en los mares de un mundo inevitablemente hetero. En mi caso, Fadanelli me ha aportado más fuerza,

“FADANELLI “ SE HA CONVERTIDO EN UN REFERENTE OBLIGADO DE LA LITERATURA MEXICANA, DESDE EL MAINSTREAM HASTA EL UNDER RUDO, EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO, LA CRÍTICA .

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anarquismo, rebeldía (sobre todo en estos días en que los derechos gays nos van dejando al nivel de mascotas de los bugas) y destierro e insolencia que cualquier Lady Gaga santa de la autoindulgencia gay. Como bien dice Fadanelli en El idealista y el perro: No intento comprender sus acciones ni tampoco saber por qué sufren o caen de la silla, sino ser digno de la simpatía que me causan (los amigos), ser agradecido como deben serlo las personas que tienen miedo y angustia a todas horas. En una columna reciente dejaste muy en claro que agrupar a las personas bajo el mote de una generación era un acto de mediocridad, pero por lo visto, a la gente le encanta; hace poco me acusaron de ser Generación Moho/ Fadanelli, ¿en verdad existirá esto? Quien lo dice tendrá sus razones. Pero no quiero escucharlas. Damos definiciones porque el miedo nos asalta y carcome. En Meditaciones desde el subsuelo señalas que el pasado es un mito de graves consecuencias. ¿Qué ya no hay de aquel Guillermo Fadanelli que fundó la revista Moho a principios de los años noventa? El impulso de la destrucción y la necesidad de un orden capaz de salvarme

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del caos continuo. Yo soy escritor, por desgracia para mí inclusive. La postura del escritor frente al teclado es la de un signo de interrogación. La revista, como lo he escrito en este suplemento, fue una franca rebelión y una toma de postura que consistía en carecer de postura. Una guerra contra el todo (diría Lyotard) y lastimados por el inconveniente de haber nacido entre tanto bulto inconsecuente. De la revista queda el mito y mis huesos; también la influencia en un buen número de artistas y lectores. Los compadezco. Recuerdo perfectamente una de las frases que de algún modo definía el espíritu de la Editorial Moho: “Salud para los enfermos, virus para la gente sana”, y en tu libro Meditaciones desde el subsuelo dices que, sin las enfermedades, los seres humanos estarían incompletos y decepcionados. ¿Qué ha significado la enfermedad para Guillermo Fadanelli? Un delirio romántico y un destino. La enfermedad no se encuentra separada de mí. Yo soy una variante de la enfermedad y por lo tanto del cambio constante; la salud es el silencio del cuerpo, de la mente dormida. No conozco a nadie saludable y sólo un arrogante cree que está sano cuando sabemos que en los próximos minutos comenzará a desmoronarse y hacer evidente su debilidad. En la Editorial Moho el sentido de la enfermedad, del sufrimiento, la comicidad y estupidez de la salud se relacionan con el relato breve y subjetivo. En cada escritor vive un náufrago y ojalá a todos se los trague el mar. ¿Te ves como padre de la contracultura mexicana? Eso se lo dejo a los payasos y a quienes reclaman para sí un pedazo de tierra en el aire. La contracultura es un concepto político, acomodaticio, que busca el progreso y la celebridad. A mí me alienta la idea de la cultura y el arte subterráneo en contra de lo perdurable. La oscuridad negra ilumina algunas de las acciones que se dan en las macilentas y a veces lúcidas grutas de la cultura subterránea. Cuántos fanzines, bares y revistas, artistas y perros callejeros, bandas crudas y sin refinamiento desaparecieron y dieron arcilla o fundamento para que los oportunistas, afortunados o “grandes señores” se hicieran famosos y acapararan los reflectores. Meditaciones desde el subsuelo es un tremendo libro de ensayos en el que planteas una especie de revalorización de la literatura como medio para tocar la libertad, la crítica y el cuestionamiento. ¿En qué se ha convertido la literatura desde los tiempos de la fundación de Moho? Yo no concibo el tiempo antes o después de Moho. No nos refirimos a una iglesia ni a un monacato, sino a un destello. El libro que mencionas está despierto a través de una pregunta: ¿Para qué sirve la literatura? Aún más: ¿La literatura posee alguna función importante en estos tiempos de barbarie y tecnología, de democracia

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“LA “ ENFERMEDAD NO SE ENCUENTRA SEPARADA DE MÍ. YO SOY UNA VARIANTE DE LA ENFERMEDAD Y POR LO TANTO DEL CAMBIO CONSTANTE; LA SALUD ES EL SILENCIO DEL CUERPO, DE LA MENTE DORMIDA. NO CONOZCO A NADIE SALUDABLE . fallida (democracia como concepto y estructura, no como simple mecanismo de votos) y cinismo político, de crimen y penuria civil? Transité, del malestar íntimo por la existencia, a la pregunta acerca de la imbecilidad política de mis contemporáneos. ¿La literatura es capaz de marcar un camino alternativo? Yo creo que sí. La literatura y el arte crean mundos menos inhóspitos que aquellos a los que nos condenan los poderosos en México y la mayor parte del mundo. Yo hubiera preferido haber nacido en un establo —como soñaba Cioran— en vez de hacerlo junto a hombres que se piensan civilizados y progresistas, pero que destruyen, humillan, acumulan bienes para atragantarse con ellos. No respondí a la pregunta que me propuse construir en el libro citado, pero ensayé hipótesis, juegos y digresiones. Cualquier libro que ofrezca respuestas puntuales merece mi desprecio (eso refiriéndome al campo literario, no al científico). En su libro Mis modelos de conducta, John Waters hace un repaso de todas las malas influencias que determinaron su pensamiento, estilo creativo y casi filosofía de vida. ¿Hubo en tu caso alguna mala influencia que definiera tu destino como escritor? John Waters es la prehistoria y fue una pésima influencia para mí. Inventé la literatura basura empujado por sus películas. Creo que fue una sabia ocurrencia. Waters me tenía sin mayor cuidado, pues fue una adicción pasajera o falsa. El cine no me influyó al punto en que lo hizo la literatura: Bukowski, Hubert Selby Jr., Jorge Ibargüengoitia, Jonathan Swift, Mark Twain, Ricardo Garibay. Yo soy un intelectual (¿cómo hemos llegado a despreciar esa palabra y lo que significa? Lo sé, pero no me interesa explicarlo: que alguien organice seminarios al respecto). Me declaro intelectual porque el placer que ocupa la mente es liberador, sexual y provocador. La música no es mi estandarte, como sabes, querido Wenceslao; pese a haber organizado tantas fiestas o tocadas en los antros más asquerosos de esta

ciudad y ser amigo de tantos músicos. El glamur me irrita. La música debe estar de fondo, pues una vez que toma el primer plano te convierte en su esclavo; ninguna adicción ni paraíso se encuentra a la altura de la música. Para extender esta afección basta releer las consideraciones de Nietzsche y Schopenhauer. También escribí y dirigí videos. Sin embargo yo no soy precisamente un freak, como Waters. Si lo fuera tendría el pasado y futuro solucionados. Por cierto, ¿cuál es tu película favorita de Waters y por qué? Todas me gustan, en especial Viviendo desesperadamente. Sobre todo por sus metáforas escatológicas y su alusión a la bella porquería. La música no es tu estandarte, pero, ¿tienes algún disco al que recurres para escribir? No. Escucho a Chopin, sus Nocturnos y cuando estoy ebrio escucho la Polonesa. Chopin la escribió para mí. ¿Cuáles son tus tres discos favoritos de todos los tiempos? No tengo favoritos. Ni siquiera recuerdo el nombre de los artistas o las canciones. Aunque puedo mencionar Bedtime for Democracy, de Dead Kennedys; Goo, de Sonic Youth, y algún álbum de Celia Cruz. Tus primeros libros eran de una brutalidad surrealista y directa al hígado que nos influenció a no pocos y que aterrorizaba al lector común, sobre todo por su grado de incorrección política. ¿Cómo serían recibidos esos cuentos en estos tiempos donde la corrección política ha desplazado a la imaginación despiadada o la crítica cínica? No tengo idea. Ha pasado más de una década. Sin embargo, el humor, el temperamento, la flema encuentra los pasillos para llegar a los sótanos del alma. A mí me han censurado periódicos y publicaciones de izquierda y derecha. Hoy ya no es lo mismo: a excepción de los conservadores más atarantados, se me permite escribir sobre lo que desee. Los libros publicados y mi cinismo honrado me respaldan. El que los censura a ellos soy yo. Me he vuelto un cascarrabias y me doy cuenta de que la edad no es garantía de nada. Lo repito por enésima ocasión: prefiero a los lectores que, aún jóvenes, siempre han sido viejos o a los viejos que nacieron muertos. ¿Cómo llegamos a estos tiempo actuales, en los que la corrección política está a punto de convertirse en la policía del pensamiento?

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“LA “ TRADUCTORA DE ROBERTO BOLAÑO EN ESTADOS UNIDOS SEÑALÓ LODO COMO UNA NOVELA MISÓGINA. Y SU VOZ FUE SEGUIDA POR LA CRÍTICA ACRÍTICA . El fascismo posee los rostros más diversos. Y hoy, en nombre del pluralismo y la igualdad, se cometen barbaridades feudales. La corrección política es una aberración sólo si esconde fascismos en cierne. Si alguien se dice feminista o ecologista y tras su mote esconde al dictador que desea que el mundo sea pensado, fabricado y administrado a semejanza de sus ideales, entonces puede considerarse mi enemigo. Su feminismo o machismo no es un humanismo. Yo valoro mucho la libertad y la cortesía; el político correcto que se aferra a una bandera sin reflexionar o poner en entredicho sus convicciones me despierta desconfianza. La traductora de Roberto Bolaño en Estados Unidos señaló Lodo como una novela misógina. Y su voz fue seguida por la crítica acrítica, por la bandada y la academia fútil. Por fortuna tengo relatos y dos novelas traducidos al inglés. Una de las pruebas de que no me importa la censura o el prejuicio es que han pasado muchos años de ello. Sin embargo, siempre habrá alguien que vaya a contracorriente: estos hacen el mundo en el que yo prefiero vivir. Me atreveré a decirte que mis libros favoritos son Educando a los topos y El idealista y el perro, con mención honorífica a La otra cara de Rock Hudson, pero me estoy desviando.

EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

CIRCO, PA S T EL Y ARTE

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¿Tienes un libro consentido o que más hayas disfrutado escribir? Educar a los topos y Al final del periférico, quizás porque mi infancia y adolescencia laten en esas novelas. Y ya sabes: uno nace, es niño y muere siendo niño. La madurez es un timo. Hotel DF tendrá también su momento y será revalorada, pero por fortuna estaré bien muerto. ¿Que es la elegancia para Guillermo Fadanelli? Intentar serlo, siendo pobre y careciendo de cultura. Las personas gentiles y que no discriminan a priori. Y también son elegantes quienes buscan desaparecer socialmente y pasar inadvertidos. ¿Y cómo ha logrado sobrevivir Moho en estos veinticinco años? ¿Sus puertas están abiertas para cualquier escritor? No. Cada vez que alguien desea escribir o publicar en Moho tiene en mí a un enemigo potencial. La editorial ha sobrevivido gracias a Yolanda Martínez y también al auxilio de René Velázquez de León (diseñador), y sobre todo a sus escritores (como Balmori, tú, Rafa Saavedra, Ari Volovich, Bonet, Blanc, Guadamur, Tizano, Kyzza, Pacheco, Alejandra Maldonado, Constanza Rojas) y sus lectores. No hay escritor de Moho por quien no sienta yo cierta admiración, aunque prefiero a unos más que otros. Me refiero a sus libros, no a su persona. Pero tenemos problemas económicos; no queremos ser una empresa grande y Yolanda terminará matando ese proyecto que comenzó hace veinticinco años. Ella tiene otras preocupaciones más cercanas a la videodanza, y yo estoy cansado y

REPTANDO ENTRE LOS ZAPATOS del armario, el alacrán lamenta el empobrecimiento de la crítica de arte sufrido por nuestro país en años recientes. En una década han fallecido varios de sus practicantes más lúcidos: Olivier Debroise (1952-2008), Raquel Tibol (1923-2015), Jorge Alberto Manrique (1936-2016), Teresa del Conde (19382017), Ida Rodríguez Prampolini (1925-2017). Todos son historiadores, académicos y críticos polémicos cuyas obras es deseable se encuentren salvaguardadas y en proceso de ordenamiento y reedición. El escorpión incluye aquí, por la fuerza crítica de su obra, a Felipe Ehrenberg (1943-2017), cuyo trabajo se opuso a “la visión individualista, los hábitos de trabajo solitario, el culto a la enajenación, las restricciones formales y la competencia despiadada”, para proponer la faena artística como resultado del esfuerzo conjunto. El arácnido ha escuchado otras voces destacadas de la crítica de arte: Cuauhtémoc Medina, Brett W. Schultz, Melanie Smith, Itala Schmelz; no obstante, la crítica se ha tornado huidiza, borrosa, inexistente, cuando la desorientación general la requiere más clara y lúcida. Prueba de ello fue el circo, pastel y arte en el cual derivó el diálogo entre los grafiteros de la capital y la curadora Avelina Lésper, quien sostiene posturas autoritarias, clasistas e intolerantes contra manifestaciones del arte contemporáneo (intervención, arte conceptual, performance, arte-objeto, videoarte, grafiti), a las cuales tacha de corruptoras, amenazas contra la pintura carentes de talento, gestuales, fraudulentas, vip, banales. El zipizape ocurrido en el Museo de la Ciudad fue en efecto un circo, insiste el venenoso, en el cual se reiteraron las incomprensiones e intolerancias mutuas. El performance

Fuente > www.wikimedia.org

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dedicado sólo a escribir mis libros y a pagar mi renta y mis vicios. Seguiremos en la sombra. Tus últimos libros son de un cargado pensamiento filosófico que me recuerda, un poco, a Milan Kundera. ¿Cómo llegaste a este punto? No soy filósofo, sino un ensayista literario que a veces publica sus disertaciones o preguntas. Pronto abandonaré esa vena y fundiré ambos géneros que, desde Montaigne y Rousseau, van unidos. Ya lo hice de alguna manera en El hombre nacido en Danzig. Allí ocurrió algo curioso. Dispuse que los filósofos charlaran en lenguaje coloquial, que fueran sencillos y en apariencia mortales o burdos —para ello leí casi todas sus obras desde hace veinte años—, pero a ciertos críticos les molesta la sencillez y prefieren la acrobacia barroca, la pedantería y el orden lineal de la historia. Para mí la novela representa el caos y el deseo pírrico de un orden, siempre inalcanzable. De allí mi gusto por la digresión. En fin, otra obra para el futuro. ¿Matas el tiempo pensando en cómo serás recordado? ¿Ser recordado? ¿Por quién? La gente que más he querido está muerta o se ha alejado de mí debido a mi carácter. Quedan dos o tres. Cuando muera el mundo se va a la tumba conmigo. ¿Quién escribirá tu epitafio? Alguien que pase por allí —si es que tengo tumba o puedo pagarla—, que pinte con un crayón lo que le salga de la conciencia. Otro epitafio, el último que se me ha ocurrido es: “No ames a nadie”, pero es cursi. En todo caso prefiero: “Se equivocó en todo”.

EL ZIPIZAPE OCURRIDO EN EL MUSEO DE LA CIUDAD FUE EN EFECTO UN CIRCO, INSISTE EL VENENOSO, EN EL CUAL SE REITERARON LAS INCOMPRENSIONES .

culminó de manera lamentable con una pastelazo en la faz de la hostilizada Lésper. Otra agresión contra una mujer que produjo la inmediata condena a un grupo anónimo, tachado de intolerante, refractario a la crítica y ahora machista y misógino. El artrópodo sintetiza el encuentro en dos opiniones. Una de Héctor Villarreal: “Los grafiteros no necesitan a Lésper en absoluto. Ella sí a ellos, para demostrar que ‘sabe’ de arte. Por eso los convocó a un ‘diálogo’. Cayeron y acabaron contribuyendo a la fama de un personaje mediático sin más mérito que señalar lo que ‘es’ o ‘no es’ arte”. Y la segunda, extrapolada, de la poeta María Rivera: “No la atacaron, sólo le jalaron el pelo, le aventaron en la cara un pastel; no la atacaron, sólo la manosearon; no la violaron, sólo le metieron los dedos; no es una agresión física, es una reacción; es una seducción; no es censura, es manifestación. Es que se lo merecen”.

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El origen ilegal y subversivo del grafiti ha hecho que por décadas se discuta su pertenencia (o no) al mundo del arte. El reciente desencuentro de la crítica Avelina Lésper con grafiteros, en el que ella terminó con un pastelazo en la cara, es el disparador de este texto, que analiza la historia y los desafíos estéticos de esta manifestación plástica nacida en las calles, para las calles, aunque muchos no quieran ver en ella más que vandalismo.

Grafiti

UN DEPORTE DE EXHIBICIÓN JORGE FLORES, BLUMPI

DROP THE BOMB Es probable —y, de cierta manera, entendible— que para el usuario del transporte público y el transeúnte de cualquier ciudad, el grafiti se reduzca a un mismo estilo: el de las mencionadas bombas y los tags que pululan en todo tipo de superficies, tallados en los cristales del metro, garabateados con marcadores indelebles de puntas anchas en camiones, escritos con aerosol sobre paredes o con escobas y pintura en fábricas abandonadas. Realizados casi siempre en un color negro que los hace parecer la misma cosa, en realidad son una parte, acaso la más elemental, del graffiti writing. Los tags se realizan con aerosol,

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Fotos > Jorge Flores, Blumpi

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ué clase de dictadura es el grafiti?”, exclama la crítica y curadora de arte mexicana Avelina Lésper, mientras narra en una entrevista la experiencia del pastelazo que recibió a la salida del Museo de la Ciudad de México, tras el debate al que ella misma convocó para el sábado 4 de agosto entre ella y los grafiteros Mufo y Neón, autores del ahora famoso grafiti con la frase “Avelina Lésper me la pelas”. El mensaje en la pinta, que originalmente no la había ofendido, ahora se volvió un arma para defenderse de la agresión: “¡Avelina Lésper no se la pela a nadie!”. Del debate a la entrevista concedida a Pável Gaona para Vice México pasaron sólo unos cuantos días, durante los cuales ambos bandos endurecieron sus posiciones: los grafiteros decidieron no asistir al debate por ciertas declaraciones apócrifas de Avelina y ella decidió enfocar sus argumentos en un solo aspecto del muy amplio universo del grafiti. Es decir, el de las bombas y los tags, la expresión mínima de esta forma de arte urbano cambiante, fluctuante y elástico. Hace tiempo que la discusión sobre la validez artística del grafiti no se reactivaba con tal fuerza.

marcadores, lija, ácido, desarmadores o cualquier herramienta que permita dejar constancia de la existencia de un escritor o writer. Cuando se cubre un área con múltiples tags se les denomina bombas. El tagging, por su urgencia, es una de las formas más vandálicas e ilegales del grafiti. El carácter ilegal de esta forma de expresión ha orillado, desde siempre, a una práctica veloz, urgente, para dejar constancia de la presencia del writer: el tagging o taggeo. Un tag es la firma de un grafitero. La palabra proviene del nombre de un grupo o crew neoyorquino cuyo acrónimo era TAG : Tuff Artists Group, y que se dedicaba, precisamente, a poner su firma en todos lados. El análisis —o disfrute, yo prefiero verlo como el disfrute de una expresión urbana y popular, más que un análisis, que significa una distancia pedante, vertical—, decía que el análisis del grafiti se trata de definiciones. Porque ahí está el quid del asunto: se sigue discutiendo si el grafiti es arte o no, si tiene un discurso válido, si ha evolucionado y si en efecto existe, todo a partir de observar sus formas más pedestres: los tags y las vomitadas o throw ups, estos últimos realizados de manera todavía más descuidada y veloz, para evitar a las autoridades. Quien así procede —como Avelina— ignora incluso que existe un término para designar la compulsión por

Un tag estilizado de BusterDuque en la colonia Roma de la Ciudad de México.

JORGE FLORES, BLUMPI, es periodista cultural especializado en grafiti, cómics y música. Colaboró de 2003 a 2008 en la revista Virus, especializada en arte callejero y urbano.

llenar con tags los espacios vacíos: el fiending, una práctica cuyo objetivo es, sin más, convertirse en una peste.

UN INVESTIGADOR ESTÉTICO Han pasado cuarenta y cuatro años ya desde la publicación del emblemático artículo de Norman Mailer acerca de aquella novedosa práctica de firmar las paredes con pintura de aerosol. En “The Faith of Graffiti”, aparecido originalmente en el número de mayo de 1974 de Esquire y posteriormente editado en forma de libro, acompañado por fotografías de Jon Naar, Mailer definía ya esto de lo que hablo arriba. En su reportaje, Mailer narra las travesías de los jóvenes writers en las calles neoyorquinas y los vagones del metro. Para ello, asume el papel de A-I, es decir, Aesthetic Investigador, es decir, Investigador Estético, “for this is about graffiti” (esto se trata del grafiti). Sus interlocutores, Cay y Junior, develan sus motivaciones, la motivación del grafiti, qué lo define, ni más ni menos. Porque detrás del tag de casi cinco metros que dice JUNIOR 161 subyace lo siguiente: “Quieres poner tu nombre en donde la gente no pueda saber cómo es que lo hiciste, cómo pudiste subir hasta allí. Quieres ponerlos a pensar”. El grafiti es un deporte de exhibición. Se trata de dejarse ver, de firmar donde se pueda, donde sea más visible y que se note desde la distancia. Los finales de la década de los setenta son días aciagos para la ciudad de Nueva York. Como lo narra Jeff Chang en Generación Hip-Hop, Los edificios de departamentos cayeron en las manos de arrendadores sin escrúpulos, que no tardaron en darse cuenta de que podían ganar más dinero si se negaban a brindarles calefacción y agua a los inquilinos, evitaban pagarle los impuestos al gobierno sobre

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la propiedad y finalmente los destruían para cobrar el seguro. La voracidad inmobiliaria provocó una severa crisis económica y racial. Los tiburones pusieron a pelear a judíos, irlandeses e italianos con negros, afrocaribeños y latinos, provocando el nacimiento de pandillas y las grescas que llegaron con ellas. Así que subirse a la azotea de un edificio y observar tu nombre estampado en un vagón del metro u otro edificio alto era una gran recompensa social. Siempre lo ha sido. Antes de discutir si se trata de una forma de arte o no, todo tenía que ver con hacerse de un nombre y tener presencia en la calle. De pintar letras con un fin utilitario, personal. Pero sucede que en una de esas travesías, Junior observa los grafitis en el nuevo estilo que comienza a aflorar en las paredes de la ciudad. “Eso es sólo adornar”, le comenta a A-I. “¿Cómo vas a lograr escribir tu nombre en todos lados poniendo todas esas cosas sofisticadas?”. Una regla no escrita del grafiti dictaba que los tags y throw ups debían realizarse en no más de dos minutos, así que la calidad está relacionada con el poco tiempo disponible y el golpe de adrenalina. Pero, como ya vimos, si los writers buscaban algún tipo de validez, ésta era la de sus pares y sus contrincantes, no de crítico de arte alguno. La evolución en el estilo tuvo que ver, nuevamente, con las ganas de destacar entre la manada. Si no, ¿cómo hacerse notar entre tantas y tantas firmas? Eso, sumado a las nuevas caps (válvulas para aerosol) de diferentes tamaños y que le permiten a los writers lograr distintos grosores, y el aumento en la paleta de colores a la venta, dieron como resultado lo que se conoció como Style Wars.

STYLE WARS Y WILD STYLE Con la experimentación nacieron las primeras obras maestras o masterpieces, Super Kool 223 fue el primero en realizar una. La gradual añadidura de nuevos elementos gráficos —flechas, puntos, etcétera— conforma los siguientes estilos del grafiti —el Broadway Style, el Bubble, el Mechanical, también conocido como Wild Style. Se trató de una lucha de estilos en búsqueda, siempre, de ser el mejor writer del mejor crew. Hablamos del inicio de una evolución estilística que continúa hasta nuestros días. De hecho, el Wild Style (que dio pie a la película de Charlie Ahearn del mismo nombre en 1982, que cuenta los inicios no sólo del

“EL “ GRAFITI ES UN ACTO VANDÁLICO QUE PUDO HACERSE UN LUGAR EN LAS GALERÍAS DE ARTE Y AHORA VIVE A MERCED DE LA ESPECULACIÓN DEL MERCADO .

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Un tag de Toos, writer de la zona de Mixcoac, Ciudad de México.

grafiti sino de la cultura misma del hip-hop) es la vieja guardia grafitera. Ése y otros estilos nacidos hacia 1984 forman parte de la vieja escuela pese a que, en su momento, representaron la vanguardia del grafiti. Los integrantes de ese segmento fueron reacios a los cambios estilísticos y técnicos: negaron la existencia del neo-grafiti o postgrafiti, esa ola que dio como resultado la explosión de arte callejero de la que salieron artistas como Shepard Fairey, Banksy, KAWS, Space Invader, Moose, entre otros. Antes de las Style Wars sólo se conocían tres vertientes del grafiti: el tag, el throw up y las masterpieces o pieces. En esa nueva etapa de la historia, el aerosol era sólo una herramienta más. La New School trajo consigo nuevos útiles escolares: esténciles, adhesivos, prints. La firma y el darse a conocer siguen siendo importantes pero no la razón de ser del writer, que ya no sólo es un writer sino algo más. ¿Son artistas los practicantes del grafiti? Y, más importante:

¿ES ARTE EL GRAFITI? Resulta fácil, acaso gratuito, considerar un performance el pastelazo que recibió Avelina Lésper tras el debate con grafiteros (porque ya todo es performance, porque ya todo funciona como un meme). Para obtener un punto de vista relevante, le lancé algunas preguntas a Carlos Ramírez, quien fue el editor de Virus, la revista especializada en grafiti, arte callejero y demás expresiones gráficas urbanas en la que colaboré hace años. Huelga decir que no ha existido una publicación que se asemeje a Virus —hoy desaparecida— y que la discusión sobre el grafiti parece detenida en el tiempo. Nuevamente estamos discutiendo lo que se discutía en los primeros años de los dosmiles. “Todo el asunto me pareció impostado”, me explica Carlos. “¿Qué sentido tenía un debate de ese tipo? ¿Por qué los grafiteros se sentaron con Avelina? ¿Por qué el grafiti necesitaría validarse ante una crítica de arte? Me parece hasta surrealista”. Y sí. Desgastarse en el intento de convencer a alguien de que el grafiti sí posee valor artístico resulta inútil, porque usualmente esa gente ya está convencida de que no es arte, ¿cómo lo va a ser? “Vayan a pintarse las nalgas”, esa frase que hemos oído por años, proveniente de vecinos furibundos porque su casa amaneció invadida por tags, también es usada por la crítica conservadora. Debería de colocarse en letras de oro en

la Secretaría de Seguridad en turno porque, no lo olvidemos, suelen ser esas autoridades las que, intermitentemente, solapan y castigan su práctica a conveniencia. Pero aparte de dirimirse en la calle, ésta es una discusión que se debe ganar con argumentos, sin olvidar que se trata de una práctica de origen indudablemente subversivo. “Nada que implique esta violencia se puede llamar a sí misma arte. Nada que implique este nivel de agravio, de estulticia y de falta de intercambio de ideas se puede llamar arte. Nada. Y si ellos representan esa violencia pues entonces que se atengan a las consecuencias. A las consecuencias de la opinión pública”, dice Avelina Lésper en la mencionada entrevista en Milenio Televisión. Desde luego que el pastelazo en su cara es, llanamente, una agresión. El tinte que se le quiera dar —artístico, performático, político— es una añadidura. Es curioso que dos atentados tuvieron lugar el pasado fin de semana: el pastelazo a Avelina —quien, a la postre, fue rebautizada como “Pastelina”— y la explosión de un dron durante un discurso de Nicolás Maduro en Venezuela. En ambos casos existe un consenso: las dos acciones, supuestamente pensadas para dañarlos, sólo les dieron fortaleza. Pero como dice Carlos Ramírez, Avelina Lésper “no es una reina o una presidenta, que no mamen”, espeta. Para él, se trata una forma de sobrevalorar a la crítica de arte. ¿Y qué sí es arte? “El grafiti writing”, explicaba en 1984 Martha Cooper en Subway Art, es un espectáculo público. La reputación de un writer está en juego y la obra de arte realizada en un túnel del metro durante la noche se pone en marcha inexorablemente al día siguiente, ante el ojo público, exponiendo cualquier goteo de pintura, personaje mal dibujado o diseño de letras realizado de manera inepta, para que toda la ciudad lo vea. No es nuevo que el grafiti, con su lenguaje propio, sus subdivisiones y una población aficionada, practicante o especializada, sea despreciado por amplios sectores de la sociedad, desde el ciudadano más conservador al crítico de arte más recalcitrante. El desprecio, a mi ver, proviene de uno de sus aspectos más interesantes: se trata de un acto vandálico que pudo hacerse un lugar en las galerías de arte y ahora vive a merced de la especulación del mercado. Probablemente el mismo escozor que le causan a Avelina los tags callejeros es el que me produce el muñeco de peluche de Dior x KAWS, ese artefacto completamente inútil, exagerado y excesivo, pero fascinante, de diez millones de dólares. Para poder apreciar ese tipo de expresiones —populares, artísticas, mercantilistas, según sea el caso— es necesario despojarse de los lentes academicistas, entrar de lleno al siglo XXI y estar dispuesto a sostener, por lo menos, una espada en una mano y un pastel en la otra.

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Para celebrar los cincuenta años del Metro capitalino, por cumplirse en 2019, presentamos el texto de Ana V. Clavel con el que arranca el ciclo Los escritores viajan en el metro. Concebido por ella y con sede en el Museo del Metro, constará de charlas con autores que contarán su relación con el transporte colectivo: cuentos gestados en un trayecto, libros devorados en los vagones, historias de amor cuyo acicate se encontró en los pasillos de una estación.

LA ILUSIÓN VIAJA EN METRO TODAVÍA

M

e acuerdo, sí me acuerdo. 1969. El Metro ya estaba ahí. Vivíamos en la calle de Miguel Schultz y la estación San Cosme estaba a unas cuadras de mi casa. Tendría siete años cuando hice mi primer y deslumbrante viaje en metro. Pero los recorridos más frecuentes los realicé al estudiar letras hispánicas en la UNAM a comienzos de los ochenta. No estaba terminado el tramo Zapata-Universidad de la línea 3 y tenía que trasladarme hasta Tasqueña. Eran trayectos largos así que muchas lecturas que hice en esa época, las realicé en el metro. Recuerdo con especial delectación el libro de Manuel Puig, Boquitas pintadas, y la novela mandala de Julio Cortázar, Rayuela, que leí de cabo a rabo. La presencia del metro en mi vida diaria fue tan fehaciente que no es extraño que en el primer libro de cuentos que publiqué a los 23 años (Fuera de escena, SEP-Crea, 1984) una historia ocurriera en el metro. Su título, “La dama gris”, da cuenta del recorrido de una muchacha mientras en el vagón aparecen un joven de labios suaves, con el que fantasea, y una mujer gris, cuya mirada le recuerda la grisura de una existencia reprimida. El viaje, al principio aparentemente real, va tomando tintes de una atmósfera onírica que se torna en la pesadilla de su vida cotidiana. Mi primera novela, Los deseos y su sombra (Alfaguara, 2000), habla de una parte de la ciudad subterránea que subyace, mitificada, por debajo de la urbe actual. Uno de los relatos que cuenta don Matías a la protagonista invisible de ese libro, se fraguó a partir de la gran maqueta de Tenochtitlán que es posible ver en el metro Zócalo. Titulada “La ciudad de los deseos imposibles”, aborda el asunto de la fundación de la Ciudad de México con un hálito transgresor: el lago es una hermosa ninfa que tribus nómadas intentan someter y apresar con sus redes. Sin conseguir atraparla, fundan ahí su ciudad. Por eso el relato de don Matías finaliza: “A fuerza de buscar poseerla, los pescadores y los viajeros, siempre sedientos, terminaron por beberla. Hoy los visitantes se detienen en alguna de las montañas áridas que rodean el desierto. Sólo aves rapaces, cactáceas y reptiles se asientan en sus arenas ardientes. Entonces los visitantes huyen: presienten el cuerpo de la mujer de agua que dormía en el lecho del valle y se descubren una sed rotunda y desesperanzada, capaz de secarles el alma”.

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Fuente > dificonsa.com

ANA V. CLAVEL

Años después participé en la antología erótica Nochebuena en tu cuerpo (Tusquets, 2011). No recuerdo cómo se me ocurrió el asunto de las Chicas Santa Clos que hacen las delicias del público que viaja en metro. Lo que sí recuerdo es que quería situar ahí esa historia fantástica de guapísimas chicas vestidas de rojo, con gorro de papa Noel y botas, que terminan por hacer estriptís frente a pasajeros atónitos pero embelesados. Lo decidí por dos razones: una, porque me parecía una historia sorprendente, una más de las increíbles que suceden en nuestro transporte subterráneo —y los tubos de los vagones podían funcionar para una rutina de estripers—; dos, porque en el cuento “La fiesta brava” de José Emilio Pacheco se plantea una historia inverosímil —pero que la maestría del escritor hace posible— cuando dos personajes descienden entre el metro Isabel La Católica y Pino Suárez, en la última corrida del día 13 de agosto, fecha de la caída de Tenochtitlán, para encontrar la muerte por sacrificio. Si recordamos que el Sistema de Transporte Colectivo se inauguró el 4 de septiembre de 1969, ese cuento de Pacheco, recogido en el volumen El principio del placer (Era, 1971), es acaso el primer relato publicado sobre el metro de nuestra capital. Por esa razón mi historia “En un vagón del metro Utopía” comienza diciendo: “Había escuchado historias en torno al metro desde que era yo un muchacho. Que si tomas el primer convoy del año nuevo y te sitúas en el vagón inicial, tras la cabina del operador, vislumbrarás en la penumbra subterránea los momentos cruciales de tu vida futura como si los estuvieras viendo suspendidos en una bola mágica. Que si tomas el último tren un día 13 de agosto, fecha de la caída de Tenochtitlán, en la estación Insurgentes rumbo a Pino Suárez, podrás descender a la ciudad subterránea y contemplar sus canales ocultos y sus pirámides invertidas —aunque el precio pueda ser muy alto: terminar con el corazón fuera del

cuerpo, arrojado por las escalinatas del gran templo. Pero ninguna como la historia de las Chicas Santa Clos del metro...”. No sólo lecturas e historias han tenido lugar en los andenes y convoyes, sino también auténticos momentos de epifanía, como cuando descubrí un olor penetrante a humedad y detritus que provenía de un pasajero que iba a mi lado. Como un fogonazo, vislumbré a ese hombre en una habitación en penumbras colocándose fragmentos de revistas porno sobre el cuerpo desnudo. De ahí surgió la historia “Un tatuaje”, donde una muchacha que lleva en el cuello uno en forma de rosa, tiene que cubrirlo con la mano ante la ensoñación de un hombre de olor penetrante que la asedia y la marca fatalmente como un “recuerdo de tinta indeleble”. Otro más personal: soy de labios gruesos. En mi casa veían con desaprobación ese rasgo de presuntos antecedentes africanos. Siempre rebelde, apenas pude de joven adulta, probé a “ensangrentarlos de rosa tiziano, rojo primordial, violeta de los vientos, granate ciruela”. Entonces un muchacho en un vagón del metro me hizo saber “esta boca es mía” en un episodio narrado en Las ninfas a veces sonríen (Alfaguara, 2013), en el que se explica cómo se puede morir en la punta de los deseos de un desconocido. Un caso más: el sonido de las puertas automáticas al cerrarse que dio pie a esta minificción del libro CorazoNadas (Hormiga Iracunda, 2014): Metropolitana Metro Insurgentes: el corazón tu-ru-rú del Sistema Arterial Colectivo de la Ciudad de México. Son tantas las historias publicadas e inéditas en las que el Metro es contenedor, paisaje urbano, incidente, tropiezo, protagonista, corazón de la Ciudad, que las he reunido en un volumen que se titulará La ilusión viaja en Metro todavía, de evidentes resonancias buñuelianas. Coincidencia o fidelidad, en todos esos relatos aparece el Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad como espacio vital recurrente. Espero publicarlo este próximo 2019 en que se cumplen cincuenta años de un transporte entrañable que ha formado parte de mi vida real e imaginaria. Me acuerdo, sí me acuerdo.

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ESGRIMA Por

ALICIA QUIÑONES

B E R TA H I R I A R T

D R A M AT U R G I A CONTEMPORÁNEA I N FA N T I L

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ejar de concebir el teatro infantil como una actividad escolar o educativa es uno de los prejuicios a los que se han enfrentado los creadores para públicos jóvenes. Aunque podemos recordar las piezas teatrales para niños de Rodolfo Usigli, Manuel Gutiérrez Nájera, Juan de Dios Peza, Salvador Novo, los esfuerzos en los dos siglos pasados han sido más expresiones aisladas que una constante de la escena mexicana. Hoy, la dramaturgia contemporánea infantil está cambiando y Berta Hiriart habla al respecto, a propósito del estreno de su más reciente pieza, Belisa, ¿dónde estás?, una historia sobre la desaparición de personas en nuestro país, que se presenta en el Centro Cultural Helénico. Hiriart es narradora, dramaturga y actriz. Realizó estudios de teatro y dramaturgia con José Luis Ibáñez, Luisa Josefina Hernández, María Inés Falconi y Suzanne Lebeau. Fundó la Compañía de Teatro Infantil de la Universidad Veracruzana y fue codirectora artística del Festival Internacional de Teatro para Niños y Jóvenes “Telón Abierto”. Entre los reconocimientos y honores que ha recibido se encuentran el Premio Nacional de Narrativa Colima para Obra Publicada por Feliz año nuevo; es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y autora de De otras realidades, Lejos de casa, En días de muertos y Salir al mundo, entre otros títulos. ¿Por qué presentar temas como la desaparición de personas a los niños? Pensamos que hablar con los niños de los temas que nos están afectando a todos (y a ellos también) no es correcto. Muchos niños conocen a alguien que ha sufrido violencia o está desaparecido, y si no es cercano, el tema está en el aire, en las advertencias de la familia, en frases como: “No vayas, es peligroso”. Cuando yo era chica podíamos salir a la calle y andar en bicicleta y no pasaba nada, pero estas prácticas de vida colectiva en los espacios de la ciudad se han acabado. Los niños saben que algo está pasando, como dice uno de los personajes, Cristina, en la obra: “Tengo siete años, pero no vivo en Júpiter, me doy cuenta de lo que está sucediendo, oigo lo que platica la gente en el mercado y lo que cuchichean mis papás cuando creen que estoy dormida”. Los niños saben que eso está en el aire, pero nadie acaba de hablarles de manera seria, para que ellos puedan ordenar su mundo en el mundo al que han llegado. Ésa es la razón de hacer una obra sobre este tema. ¿Cómo abordar el tema frontalmente, sin provocar miedo? La obra trata de las desapariciones pero tampoco queremos llenar a los niños de angustia, sino darles elementos para la reflexión y el ordenamiento de la realidad. La obra lo hace con delicadeza a través de tres comediantes que intervienen en esta historia: se ganan la vida entreteniendo a la gente, son un poco juglares ambulantes, y esto da pie a que haya música y canciones, títeres, teatro de sombras; entonces, de alguna manera, se cuenta esta trama pero sin rozar los niveles de angustia a los que se podría llegar en otro tono.

“HOY “ SE HACE MUY BUEN TEATRO INFANTIL, AUNQUE TODAVÍA FALTA APOYO SUFICIENTE O ENLACES PARA QUE PUEDA LLEGAR A MÁS NIÑOS, A TODOS LOS NIÑOS”.

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“Llevar un mensaje de paz y equidad”, se lee en la invitación a la obra. ¿Cómo se logra esto en la dramaturgia y la dirección? No es un trabajo que se haga desde la dramaturgia o la dirección en solitario. Se da a través del elenco, el equipo creativo. Mucha gente interviene para que una obra de teatro pueda llegar a la escena y al público, que tiene mucho que aportar. Sin público no hay obra. En las puestas en escena nos damos cuenta en qué momento responde el público, cuándo reaccionan los niños y de qué manera intervienen. Cada espectador se lleva lo suyo. Creo que estamos abriendo una comunicación con ellos que de ninguna manera es uniforme. No es que la obra Belisa, ¿dónde estás? plantee respuestas: no, es teatro, plantea la situación, abre preguntas y deja, al final, una esperanza

Foto > Iñaki Bonillas

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El Cultural

basada en la organización, en la búsqueda de la paz y en otra forma de la paz. ¿Qué lugar tiene el teatro infantil en la oferta en general? El teatro para niños en México es muy bueno en el momento actual. Se están haciendo obras estupendas, se escriben buenas piezas y hay directores entregados a este tipo de teatro. ¿Se ha logrado superar la barrera de ser un tipo de teatro que debe luchar por su lugar entre los creadores? Los trabajos escénicos para jóvenes espectadores se están tomando en serio por parte de los artistas. El teatro para niños se ha ganado un lugar en el teatro en general, es decir, ya no se concibe como si fuera algo menor. Antes se decía: “Como no puedo hacer teatro para adultos, me dedico a algo menor, cositas para niños”, lo que expresa un enorme desconocimiento sobre la importancia de los niños para el desarrollo de la sociedad. Hoy se hace muy buen teatro, aunque todavía falta apoyo suficiente o enlaces para que pueda llegar a más niños, a todos los niños. ¿Cuál es la función del teatro para públicos jóvenes? Cumple una función social, educativa, pedagógica, no en el sentido que lo hace la escuela, sino de una forma más amplia. El teatro permite a los niños ponerse en los zapatos de otras personas, plantearse preguntas, reflexionar. Es un ejercicio para la inteligencia emocional y ética que otras experiencias no permiten. El teatro está hecho para eso. ¿Qué falta en México? Reconocimiento y apoyos por parte de las autoridades culturales más allá de la Ciudad de México porque, como sabemos, la cultura está centralizada, pero hay buena oferta para niños en buena parte de la República. El teatro infantil aún enfrenta desigualdad, como se puede ver en los foros, en los festivales. Quizá hay una pequeña cuota pero no se compara con los recursos ni el presupuesto que hay en la cultura para adultos, aunque los niños y adolescentes son una población vital que está formando su juicio ético y su pensamiento. ¿En qué momento surge el interés por el teatro infantil? El concepto de teatro infantil nace a la par de ese concepto de la infancia separada de los adultos. Durante mucho tiempo los niños fueron apéndice de sus papás, de los maestros, de los aprendices. Los adultos en general podían hacer lo que quisieran. Junto con la evolución de los derechos humanos surgen la literatura, las expresiones artísticas y el teatro para niños. En México, desde los títeres de Rosete Aranda [entre 1835 y 1958] comienzan a existir expresiones aisladas aunque de gran calidad. El boom del nuevo teatro para niños ocurre a finales de siglo XX y en lo que va del milenio.

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