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EDGARDO BERMEJO MORA ULISES CASTELLANOS Y MAO

CARLOS VELÁZQUEZ

UN BAIÓN PARA EL OJO IDIOTA

ESGRIMA

FLAVIO GONZÁLEZ MELLO

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S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

2018 EL VERANO DEL ODIO

Arte digital > A partir de una foto en iStock.com > Staff > La Razón

NAIEF YEHYA

CRIMEN Y BOXEO

EN EL INFIERNO ISTMEÑO J. M. SERVÍN

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En este ensayo sobre el insólito verano del 2018 —todavía en curso— prevalece la sombra de un periodo ominoso, con manifestaciones de crueldad desconocida, implicaciones filosóficas y metafóricas. Los niños atrapados en la caverna de Tailandia. La determinación del gobierno de Trump de recluir a familiares de migrantes ilegales y, peor aún, enjaular a sus hijos menores de edad. Las paradojas de la Copa Mundial en Rusia. Los tres eventos ilustran la persecución que padecen millones de migrantes exiliados por el hambre, la violencia y las guerras del siglo XXI.

EL VER ANO DEL ODIO Y DEL FUTBOL Tres relatos cruzados de inmigrantes NAIEF YEHYA

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LA CAVERNA

l 23 de junio, doce integrantes del equipo infantil de futbol Jabalíes y su entrenador fueron a explorar las cuevas del sistema Tham Luang, en la provincia tailandesa de Chiang Rai. Los sorprendió una tormenta. El agua subió violentamente, obligándolos a ir cada vez más profundo, hasta llegar a una cámara remota donde quedaron atrapados: las aguas sólo permitían acceder a través de pasajes inundados y un largo recorrido en extremo peligroso, en total oscuridad. Esta situación capturó el interés del mundo y la presión internacional obligó al gobierno militar (que tomó el poder mediante un golpe de Estado, el 22 de mayo de 2014) a dedicar todos los recursos disponibles para evitar una catástrofe diplomática. Un día después de la desaparición de los niños se formaron brigadas de rescate; pasaron diez días tan sólo para localizarlos y siete más para lograr

su salvamento. Parecía imposible que niños que no sabían siquiera nadar pudieran sobrevivir el recorrido, sin embargo algunos de los buzos de cavernas y espeleólogos más experimentados del mundo diseñaron una estrategia para salvarlos, uno por uno. El trayecto bajo el agua y a través de pendientes y terrenos accidentados tomaría entre cuatro y seis horas con enormes riesgos, lo cual se anunciaba agónico para niños que llevaban más de dos semanas sin ver la luz. El dilema de los integrantes del equipo Jabalíes invitaba a una obligatoria metáfora platónica. La alegoría de la caverna es aquella en que los hombres están encadenados en la oscuridad y su realidad se limita a las sombras de objetos que alguien sostiene frente al fuego a sus espaldas. Las imágenes de los niños atrapados en Tham Luang podían ser imaginadas como la proyección de una realidad hostil, absurda y prácticamente inasible. Ese grupo podía ser visto como un

reflejo o una sombra de otros niños abandonados a su suerte en Siria, Yemen o Gaza, pero a diferencia de estos, el mundo se comprometía a salvarlos. Los Jabalíes se convirtieron en ejemplo de la simpatía y compasión selectiva que invariablemente resulta de casos que construyen los medios de comunicación. Sin duda, el rescate era una causa justa, digna de atención urgente, y una historia apasionante, con todos los elementos para cautivar a un público masivo. Pero aparte de una tensión formidable, del inmenso riesgo de una catástrofe y una serie de símbolos universales, esta historia tenía una vasta red de implicaciones que evocaban el estado de descomposición social, moral y ecológica del mundo (las lluvias que la provocaron son parte de un patrón reciente atribuido al calentamiento global). La imagen inicial, oscura y borrosa, de una docena de jóvenes hambrientos, agotados y asustados pero entusiastas, atrajo el foco

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de los medios. Cuando la imagen adquirió mayor definición descubrimos que Adul Sam-on, un joven de 14 años, se convirtió en el intérprete del grupo debido a que, además de su lengua materna —el wa—, también domina el birmano —idioma del país donde nació—, el tailandés —sus padres lo llevaron a Tailandia a los seis años, en busca de educación y mejores oportunidades— y el inglés, que usó para comunicarse con los buzos británicos que los encontraron. Los Jabalíes tienen su sede en el poblado fronterizo de Mae Sai, muy cerca del Triángulo de Oro, un nombre inventado por la CIA para referirse a la región donde se produce opio; además de que también se procesa y trafica anfetamina, hay que sumar varias milicias y movimientos guerrilleros activos entre Tailandia, Myanmar (antes Birmania) y Laos. La gente continuamente cruza las fronteras entre estos países, sin documentos, para huir de la violencia, trabajar, hacer compras y estudiar. Las comunidades en esa región no son reconocidas por los estados nacionales, por lo que viven al margen de la economía y sin protección ante los criminales, que a menudo secuestran niños para integrarlos a sus bandas y ejércitos. Los padres de Adul, como muchos otros, llevaron a su hijo de manera ilegal a través de la frontera, para protegerlo de los horrores y atrocidades en Myanmar; por tanto, es un apátrida indocumentado, como el entrenador, Ekkapol Chantawong (quien pertenece a la comunidad shan) y otros dos jugadores del equipo. La condición de exiliados de estos jóvenes cautivos en la caverna tuvo resonancia instantánea con la tragedia que se desarrollaba en ese mismo momento en la frontera norte de México.

EL MURO Desde el inicio de su estrambótica y grotesca campaña electoral, Trump empleó la paranoia antimexicana, la obsesión de construir un muro fronterizo, la animalización colectiva de los inmigrantes indocumentados, su estigma como criminales que infestan el país, representados obsesivamente como si todos fueran miembros de la Mara Salvatrucha (“algunos, supongo, son buenas personas”, dijo en el discurso de lanzamiento de campaña). La instigación del odio a los inmigrantes del sur del continente fue muy bien recibida entre la extrema derecha, la audiencia de Fox News, las poblaciones rurales (algunas de

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ellas explotan la mano de obra barata indocumentada), buena parte del sur del país, el cinturón de óxido y aquellos que se sentían frustrados tras ocho años de abandono del Partido Demócrata. El refrán por la construcción del muro (Build the wall, build the wall), que aún se repite en todos los mítines trumpianos, fue determinante en su campaña presidencial, a pesar de ser una de sus propuestas más imbéciles. El muro es un reflejo fiel de la xenofobia, el racismo, cinismo (en una tierra obtenida por despojo, donde toda la población es inmigrante o descendiente de inmigrantes) e ignorancia de la turba trumpiana (en términos ingenieriles, ecológicos, migratorios y económicos). Es además una señal inconfundible de la imposibilidad de conciliar con este oportunista. Como su despilfarro delirante sigue varado en el Congreso, Trump recurrió a otras estrategias antiinmigración para congraciarse con su base fanática. Obama se ganó el apodo de Deportador en jefe por expulsar a más de 2.5 millones de personas, un récord en la historia de este país. Durante su gobierno llegó una cantidad enorme de menores no acompañados que huían de la violencia en Centroamérica (que aumentó en Honduras por el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, apoyado por Hillary Clinton cuando era secretaria de Estado del gobierno de Obama). Su equipo consideró una variedad de políticas para enfrentar esa crisis, entre ellas detener masivamente a familias de inmigrantes. Incluso separar a las familias, pero no se atrevió a dar ese paso. En cambio Trump, asesorado por Stephen Miller y siguiendo su lógica racista, decidió una política de tolerancia cero: cualquiera que cruzara la frontera ilegalmente sería considerado un criminal, por lo tanto debía ser encarcelado, y en consecuencia, separado de sus familiares.

“LOS “ PADRES DE ADUL, COMO MUCHOS OTROS, LLEVARON A SU HIJO DE MANERA ILEGAL A TRAVÉS DE LA FRONTERA, PARA PROTEGERLO DE LOS HORRORES Y ATROCIDADES EN MYANMAR; POR TANTO, ES UN APÁTRIDA INDOCUMENTADO .

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El equipo infantil y su entrenador, en la cueva de Tailandia.

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Así añadió al desastre de los jóvenes no acompañados el de miles de niños separados por la fuerza. Esta medida se aplicó de manera sistemática entre el 7 de mayo y el 20 de junio, cuando Trump, debido a la inmensa presión, se vio obligado a retroceder y firmar la orden ejecutiva que dictaba que los hijos de migrantes no podían ser separados de sus parientes adultos. Demasiado tarde: el daño ya estaba hecho. Por otro lado, Trump quiso cambiar la ley para mantener indefinidamente a familias prisioneras en centros de detención que, de hecho, cumplen con la pauta de los campos de concentración: los reclusos que permanecen ahí por semanas o meses son de facto prisioneros políticos pertenecientes a minorías étnicas y nacionales, encerrados por presuntas razones de seguridad del Estado, sin cargos ni juicio. Más de 2 mil 300 menores fueron separados de sus padres, madres o tutores; así, diversas instituciones quedaron a cargo de bebés, niños y adolescentes. Algunos eran preverbales, no verbales, lactantes, autistas, otros con fobias, temores, problemas fisiológicos, enfermedades con y sin diagnóstico. La mayoría escapó de situaciones de violencia en sus países y ha sobrevivido a una travesía que ha puesto en riesgo su vida, al pasar por ese infierno de rapiña e injusticia que es México para los inmigrantes indocumentados centroamericanos. Una vez que las imágenes de familias y en especial de niños en jaulas comenzaron a difundirse, se desató una de las mayores crisis de la administración Trump. Salvo sus seguidores más irracionales (un sólido treinta y tantos por ciento del país), la condena fue unánime. Es muy difícil defender una política que, por la razón que sea, arrebata hijos a sus familiares para internarlos en campos de concentración dispersos en diecisiete estados. Sin embargo, el jefe de personal de la Casa Blanca, John Kelly, dijo que la medida era necesaria para disuadir a otros; la secretaria de seguridad interior, Kristjen Nielsen, negó sin el menor pudor que existiera dicha política; Stephen Miller y otros lacayos del régimen dijeron que era necesario para defender al país de una invasión; el fiscal general de la nación, Jeff Sessions, lo justificó leyendo el pasaje de la Biblia, Romanos 13, usado por los esclavistas. En general, Trump y los republicanos acusaron a los demócratas de haber creado esta situación. Medios de la derecha dijeron que los niños eran actores o que estaban alojados en algo comparable a un campamento de verano, donde comerían y se divertirían más que con sus padres o en sus países. Trump, por medio de Twitter, puso en claro que los niños eran rehenes para obligar la aceptación de los demócratas a construir su muro. En junio aparecieron testimonios y denuncias de que algunos niños mayores de trece años habían sido desnudados, amarrados a sillas, esposados, sus cabezas cubiertas con bolsas (igual a como hacen las fuerzas

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invasoras estadunidenses con presuntos terroristas) y docenas de reportes de abuso sexual. Asimismo, habían sido alimentados con comida descompuesta, golpeados y encerrados en solitario, por días, en el centro Shenandoah Valley, en el estado de Virginia. En un centro de Shiloh, Texas, se les castigaba negándoles el agua y llamadas telefónicas privadas. Muchos fueron sometidos sin autorización a drogas psicotrópicas en supuestos casos de emergencia, argumentando que eran vitaminas. Si algo caracteriza la inmigración ilegal de los últimos años es la disminución de hombres solos en busca de trabajo y el aumento de familias con hijos pequeños, en busca de asilo. Separar familias, en especial con negligencia, desprecio y sin un plan de reunificación, es un problema con repercusiones a corto y largo plazo. Para tratar de enmendar el desastre, un juez ordenó la reunificación de los menores de cinco años para el 12 de julio y los demás para el 26 del mismo mes. Después de retractarse, aunque jamás lo reconoció, Trump se vio obligado a aceptar la orden del tribunal, pero llevarla a cabo resultó muy complicado porque algunos padres ya habían sido deportados para entonces. Cientos de niños quedaron perdidos en redes caóticas de albergues privados, hogares de adopción provisional y dependencias gubernamentales. Debieron hacer pruebas de ADN, lanzar búsquedas por todo el país, y ocurrieron numerosas situaciones desafortunadas, como aquellas reuniones de madres e hijos, tras semanas o meses de separación, en que los niños no reconocían a sus familiares o los padres no podían creer lo mucho que sus hijos habían cambiado en cautiverio. Y por supuesto, varios medios reportaron sobre niños que no querían ir con sus madres y deseaban regresar con la Miss que los había cuidado durante la separación. Para el 9 de agosto, 559 niños seguían bajo la custodia del gobierno y enfrentaban la posibilidad de quedar huérfanos por un delirante capricho burocrático. Los agentes de Trump descubrieron que no era fácil pedirle a un bebé que localizara, describiera o identificara a su mamá. Esta política es tan sólo la extensión lógica del despojo territorial de los pueblos originarios de América, así como de la rutina de separar familias de esclavos y tratar a los seres humanos como ganado. El espectáculo aterrador de niños enjaulados recuerda inevitablemente, como señaló Ariel Dorfman, la triste historia de los zoológicos humanos que comenzaron a aparecer en los países coloniales a partir de 1848, donde exhibían a personas de culturas remotas como animales exóticos y pretendían educar al público al mostrar cómo eran y vivían las poblaciones primitivas de Asia, África y América del Sur. Hoy asistimos a un inquietante renacimiento del nacionalismo blanco y una variedad de movimientos de extrema derecha, además de la no tan velada complicidad de quienes aceptaron este trato a seres humanos que

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“EL “ ESPECTÁCULO ATERRADOR DE NIÑOS ENJAULADOS RECUERDA INEVITABLEMENTE, COMO SEÑALÓ ARIEL DORFMAN, LA TRISTE HISTORIA DE LOS ZOOLÓGICOS HUMANOS QUE COMENZARON A APARECER EN LOS PAÍSES COLONIALES A PARTIR DE 1848 . el presidente ha llamado alimañas y plagas, en la mejor tradición nazi. Las imágenes y grabaciones de niños llorando por sus familiares avergonzaron a muchos, sin embargo Trump y su gabinete no sufrieron consecuencias duraderas. Trump ha alcanzado casi el 90 por ciento de aprobación entre los republicanos, alrededor del 27 por ciento del electorado. Es una minoría, sin embargo el número de personas que apoya a un presidente xenofóbico y racista puede rondar el 40 por ciento, lo que pone en evidencia la apabullante realidad de la nación. Para sus bases fieles, este episodio será recordado como una muestra de la determinación de su líder para cumplir sus promesas y a la vez como entretenimiento digno de un reality show, con la diferencia de que no es voluntario, no hay premios ni celebridad, sino tan sólo una experiencia devastadora que destruye familias y deja traumas imborrables en muchos. Una característica de los regímenes autoritarios es plantear que todos los problemas de la nación se deben a amenazas provenientes del exterior. En el caso de Trump, son los inmigrantes ilegales, “violadores” que “traen drogas, crimen”, o bien son terroristas, o los socios y rivales comerciales que estafan y abusan de la buena voluntad estadunidense (Canadá, China, Alemania, México y otros). Lo curioso es que los demócratas comparten esta visión paranoica: creen a su vez que los problemas y amenazas llegan del exterior, mediante la injerencia rusa en las elecciones y el poder que supuestamente ejerce el Kremlin en Trump. Y con eso, son incapaces de reconocer que la llegada de Trump al poder es en gran medida su responsabilidad. Este episodio atroz coincidió con la aprobación de la Suprema Corte de justicia al veto de Trump contra los musulmanes, el 26 de junio de 2018, una promesa de campaña que logró cumplir tras un par de intentos

y evadir la ley, al incluir a dos países no musulmanes, Venezuela y Corea del Norte, en la prohibición. Para esto necesitó de la hipocresía y complicidad de jueces que ignoraron la cadena de declaraciones y tweets en los que Trump y sus aliados definían específicamente esta prohibición en contra de una minoría religiosa. La inmigración y el exilio son temas tan viejos como las sociedades organizadas, pero en los últimos años su impacto ha sido capitalizado y magnificado por una variedad de demagogos nacionalistas que los han convertido en obsesiones de campaña y temas jugosos para exaltar los ánimos patrióticos. El lanzamiento de ese megaproyecto geopolítico que es la guerra contra el terror (o guerra global contra el terrorismo) justificó el odio a los extranjeros bajo el argumento del terrorismo y la defensa de la nación. Esta campaña militar y económica, que el próximo mes de octubre cumple diecisiete años, ha sido un fracaso con inmensos costos sociales y políticos; ha destruido países en el Medio Oriente y Afganistán, ha desestabilizado a otros como Paquistán, Yibuti y Níger. Esa guerra de Bush-Obama-Trump no ha cumplido uno solo de sus muchos y cambiantes objetivos. La obsesión de George Bush, Jr. de “atacarlos allá para que no vengan acá” detonó un gigantesco flujo de inmigrantes desesperados hacia Europa y Estados Unidos. Una guerra multinacional con numerosos frentes de batalla que sigue destruyendo ciudades, devastando economías y engendrando más grupos radicales fundamentalistas de los que había antes del conflicto, provocó que millones se unieran a las caravanas de inmigrantes y se embarcaran en frágiles navíos en busca de seguridad y refugio en el exilio. Por desgracia esta catástrofe, en vez de estimular la empatía o una toma de conciencia de lo que ha provocado esa guerra sin fin, ha sido usada para promover la islamofobia. Así, hoy Fuente > vox.com

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Centro de detención en McAllen, Texas, 17 de junio de 2018.

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nos encontramos en el clímax de lo que Adam Shatz llamó el verano del odio. Es un tiempo en que el racismo es cada vez más aceptado en Occidente, en que los líderes autoritarios ganan terreno en diversos países, la tragedia del exilio es vista como una epidemia y las leyes internacionales que protegen los derechos de los refugiados son ignoradas o denunciadas como trampas que destruyen el tejido social de las naciones.

Foto > Especial

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EL ESTADIO Con el odio, la incertidumbre y las oleadas de calor con temperaturas récord, resultado del cambio climático que en poco tiempo será el desafío más grave para la supervivencia organizada de la humanidad, vino la Copa del Mundo de la FIFA, nada menos que en Rusia. Justo ocurre cuando el gobierno de Putin es acusado por el Partido Demócrata y las masas liberales que se denominan como #la_resistencia de intervenir en la elección de Trump, con campañas de propaganda y desinformación en redes sociales y hackeos. Putin quería la sede de este evento y ejerció la presión necesaria ante una organización al mando de una cúpula famosa por su corrupción. El Mundial es un pretexto para pregonar a lo largo de un mes, cada cuatro años, cuentos de unidad, tolerancia, solidaridad y diversidad internacional, promovidos por campañas publicitarias de marcas deportivas, refrescos y comida chatarra. Aunque no por eso deja de ser apasionante. Este Mundial fue notable por sus 169 goles, nueve de ellos marcados después del minuto noventa, que enfatizaron la emoción y tragedia que caracteriza los mejores momentos de este deporte. Hubo sorpresas y fracasos estrepitosos, como los de Alemania, España y Argentina. Resultó una coincidencia apropiada que Estados Unidos quedó fuera del Mundial en la era del aislacionismo de Trump, quien ha sacado a su país de los acuerdos ambientales de París, de las negociaciones antiproliferación nuclear con Irán y ha hecho lo posible por sabotear a la OTAN. El futbol, en especial a nivel de selecciones nacionales, ofrece interesantes reflejos de la economía, la cultura y la política; en este caso, del abismo entre las potencias europeas y los países que fueron colonias. Aunque todos los equipos anotaron por lo menos dos goles, ni un solo país africano o árabe pasó de la ronda de grupos y sólo un asiático, Japón, lo consiguió. El continente americano no quedó representado entre los

semifinalistas. Una vez más se habló del futbol bonito, valiente y alegre, derrotado por uno duro, defensivo, avaro y burocrático. Lo maquinal contra lo tropical. El hecho de que el grupo de protesta Pussy Riot invadiera el terreno de juego en la final redondeó el evento de manera notable, al ofrecer una visión de la Rusia rebelde que se opone a Putin. Mientras afuera de los estadios, en Europa y Estados Unidos, se debatía la inmigración como un problema que provocaría el colapso de Occidente, el equipo campeón, Francia, el tercer lugar, Bélgica, y el cuarto, Inglaterra, incluían en sus alineaciones a numerosos jugadores de origen africano y árabe (73, 41 y 39 por ciento, respectivamente). Esto ha dado lugar a interminables análisis, panegíricos y denuncias. Cierto que al margen de su color de piel, religión y apellido, estos jugadores son europeos, algunos de nacimiento; que ahí aprendieron a jugar, maduraron y eligieron representar a esas naciones. Presentar equipos de esa diversidad en una competencia planetaria como esta va más allá del simple pragmatismo de incluir a los jugadores más talentosos, ya que la selección es precisamente un símbolo nacional, una idea del país y un acto político, sobre todo cuando la demografía y la identidad son motivos de debate público y grandes sectores de la población rechazan a los compatriotas diferentes. El caso de Francia, con su selección black, blanc et beur (negra, blanca y árabe) es muy representativo, ya que el funcionamiento de un equipo depende del talento individual (que estos jugadores tienen por montones), pero más de la comunicación, complicidad y completitud a las que aspira cualquier sociedad y en particular una tan diversa como la francesa. Podemos tener mala fe y ver en Pogba, Mbappe, Umtiti y los demás descendientes de inmigrados la versión contemporánea de aquellos soldados coloniales que Francia

“PRESENTAR “ EQUIPOS DE ESA DIVERSIDAD EN UNA COMPETENCIA PLANETARIA COMO ESTA VA MÁS ALLÁ DEL SIMPLE PRAGMATISMO DE INCLUIR A LOS JUGADORES MÁS TALENTOSOS, YA QUE LA SELECCIÓN ES PRECISAMENTE UN SÍMBOLO NACIONAL .

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Integrante de Pussy Riot sobre la cancha en la final de Rusia 2018.

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desplegaba por el mundo para someter a otros pueblos en sus conquistas. Si bien comparar el futbol con la guerra es muy inadecuado, resulta claro que de una selección diversa a una sociedad igualitaria hay una diferencia inmensa, pero no es poca cosa que los niños y adolescentes hijos de la inmigración vean en esos héroes futbolísticos modelos para trascender sus limitaciones y su marginación. Lo cierto es que el futbol, con todas sus paradojas, injusticias y complejidades, es un ejemplo de integración exitosa. Y mientras el balón rodaba en el Mundial, los buzos, en otra evidente encarnación del mito, llegaban a la caverna donde estaban los niños y les contaban, por medio de su intérprete Adul, lo que sucedía en las canchas mundialistas de Moscú, San Petersburgo y Rostov del Don.

LA REALIDAD Como es obvio, la alegoría de la caverna que Platón incluyó en La República se ha tornado en imagen dominante de una cultura mediatizada como la nuestra, en que pasamos gran parte del día mirando pantallas y asimilando la realidad a través de dispositivos que ofrecen visiones de lo real. Al margen de proyecciones e ilusiones, los Jabalíes fueron rescatados en una operación impecable, los niños inmigrantes conmovieron al mundo y algunos fueron reunidos con sus padres. Estos destellos de optimismo ocurren en una era en que la percepción de lo real se ha convertido en un deporte extremo; hoy más que nunca es necesario enfatizar que lo real es lo auténtico y lo fáctico, mientras que la realidad es una percepción influenciada por el observador. La idea de realidad que poco a poco afecta y contamina nuestra percepción está seriamente influenciada por la sarta de mentiras lanzadas por Trump. El Washington Post estableció que durante un periodo de 558 días, Trump dijo 4 mil 229 mentiras, 7.6 al día en promedio. Pero aún esa descomunal cantidad de patrañas palidece ante lo que dijo a uno de sus públicos amigables, en un evento en la ciudad de Kansas, el 24 de julio pasado: “Sólo recuerden, lo que están viendo y lo que están leyendo no es lo que está sucediendo”. Esto alimenta las obsesiones paranoides y conspiratorias de su base, pero es también digno de la novela de George Orwell, 1984. Así, en un mundo donde los hechos no importan, Trump es la caverna y el mundo entero está atrapado en la oscuridad de sus falsificaciones, entre las retorcidas ficciones de su narcisismo ignorante y perverso. Harán falta varios inmigrantes como Adul para ayudarnos a escapar de este infame cautiverio.

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El próximo 7 de septiembre se cumple un año del terremoto que arrasó la ciudad de Juchitán, en Oaxaca, y parte del istmo. En ese entorno devastado, J. M. Servín hurga entre los escombros y con los recursos de la crónica muestra no sólo el abandono y la violencia de un “infierno delirante”, sino también el orgullo, la magia de sus sobrevivientes. En esa atmósfera encuentra un remanso a salvo de la incertidumbre, en un sitio “donde la noche es tierra de nadie”, pero campea la estrella de uno de sus gladiadores.

DE CRIMEN Y BOXEO EN EL INFIERNO ISTMEÑO J. M. SERVÍN

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ara quienes visiten Juchitán en estos tiempos, hay ciertos detalles que influirán en sus apreciaciones como una densa ensoñación deslumbrante: las fatigosas temperaturas de más de treinta grados a la sombra la mayor parte del año, a tono con el temperamento sandunguero de la población, briosa ante la adversidad; y las calles invadidas de cascajo y materiales de construcción. ¿Están demoliendo o reconstruyen su identidad arquitectónica, vernácula, de casitas de adobe con techos de dos aguas y edificaciones decimonónicas como el palacio municipal y su legendario mercado? Enormes grietas en los edificios históricos amenazan con derrumbar para siempre el pasado del orgulloso municipio. El temblor del 7 de septiembre de 2017 dejó un manto de destrucción en toda la zona del istmo. Las secuelas: miedo soterrado e incertidumbre trasminan la cotidianidad de los lugareños, que aprovechan cualquier oportunidad para hablar del desastre reciente que afectó a varios cientos de familias. De pronto, las oleadas de brisa caliente dan un atisbo de lo que apenas ocultan esas construcciones modestas, muchas de ellas viejas y de adobe. La sombra de los árboles cachimbos y guayacanes frondosos poco ayuda para mitigar los efectos del ardiente sol de mayo de 2018: 38 grados promedio a la intemperie. Graznan los zanates desde las alturas sin nubes, como agoreros de lo incierto. Estoy en el centro de Juchitán. Fui invitado a impartir un taller de testimonio escrito, tres horas diarias durante tres días, dirigido a estudiantes de la secundaria pública Rufino Tamayo, ubicada en la Novena Sección, que recién inauguró su biblioteca con un acervo de donaciones provenientes de organismos públicos y privados. Reviso los libreros aún sin clasificar, atiborrados de

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temas politécnicos y enciclopedias anacrónicas. De pronto me topo con tres ejemplares de una voluminosa biografía de los Rolling Stones. A mis espaldas, adolescentes bromean a gritos quizá como reacción a la descarga hormonal estimulada por el clima exuberante. Previo al inicio del taller, los estudiantes se alinean en unos escalones de pared a pared al extremo de la biblioteca, para cantar en cuatro ocasiones el himno nacional en zapoteco, bajo la dirección de un maestro mulato que se acompaña de un pianito eléctrico ya en las últimas. Si algo distingue a Oaxaca es su fuerte orgullo regional. Sudo como si estuviera entrenando para un interminable combate de campeonato contra la indiferencia general a la lectura. Las deficiencias educativas y la pobreza parecen confabulados con los desastres naturales que azotan al istmo cada dos por tres. Mis puntos débiles son la edad, los achaques y una sed crónica. Por no hablar de mi pesimismo. He tomado cerveza como para reclamar una tarjeta de descuento a Grupo Modelo. Mi recorrido por este infierno delirante guarda sorpresas y hallazgos en sus calles vapuleadas por un terremoto trepidatorio de 7.2 y sus interminables réplicas. Pasado el mediodía del jueves 25 de mayo, en la Fotos > Francisco Ramos

Para don Lucio Martínez Sandoval, el Alacrán, por esas noches de sábado de boxeo por televisión narradas por Toño Andere y Jorge Sonny Alarcón.

Juchitán, 2018.

cantina Pichoy’s, el fotógrafo Francisco Ramos me comenta que conoce a un exboxeador juchiteco. De inmediato le pido que me lleve con él y tome fotos, con la idea de publicarlas con esta crónica. Abordamos uno de los mototaxis que circulan por todas partes como dueños absolutos de las calles; parecen eritrocitos en la sangre derramada por la delincuencia, casi siempre cómplice del magma conocido por los mexicanos como crimen organizado. Por las noches, la ciudad vive un toque de queda informal y una atmósfera sórdida hace ver amarillentos a los pocos peatones debido al reflejo del disparejo alumbrado público: las calles lucen vacías, hay poca actividad y gran parte de los restaurantes y bares cierra temprano. Sobran las advertencias para tomar precauciones. Los taxis son un medio más o menos seguro para desplazarse y, desde mi asiento, Juchitán parece vivir los estragos de una guerra civil. En algún momento conoceré un terreno al final de un oscuro callejón a las orillas del centro, donde una anciana sirve caguamas y botana las veinticuatro horas. La piquera de doña Socorro es un remanso donde los parroquianos, iguanas esteparias de la madrugada juchiteca, se burlan de los temores y las convenciones de un municipio donde la noche es tierra de nadie.

SÓLO EN 2017 hubo cuarenta asesinatos en este municipio, el noveno más violento del país. Según el fiscal general de Justicia del estado de Oaxaca, Rubén Vasconcelos Méndez, los grupos criminales están muy organizados y tienen objetivos concretos. El sábado por la mañana, poco antes de entregar las llaves de mi habitación de hotel, escucho disparos en la calle y poco después, en una de las habitaciones en el extremo opuesto de la mía, golpes, gritos e insultos de una mujer. Cuando salgo a recorrer el pasillo de camino a la recepción, veo de reojo a un hombre gordo en camiseta, pantalón y descalzo, sentado cabizbajo en una silla, de espaldas a la ventana que da al edificio de enfrente.

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A las afueras del bar Jardín, sobre la calle Cinco de mayo, donde paré a comer los tres días de mi visita, la madrugada del sábado seis de junio acribillaron a Pamela Zamari Terán Pineda, de 28 años, regidora con licencia y candidata a concejal por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la alcaldía de Juchitán. La mataron con su chofer —identificado como Adelfo Guerra Jiménez— y la fotógrafa María del Sol Cruz Jarquín, jefa del área de comunicación social de la Secretaría de Asuntos Indígenas. Al parecer, María del Sol fue obligada por su titular, Francisco Javier Montero López, a cubrir las actividades de su hermano, Hegeo Montero, candidato a primer concejal de Juchitán por la coalición Todos por México. La fotógrafa cumplía con su trabajo prácticamente sin cobrar, según declaró su madre, la periodista Soledad Jarquín, al periódico Noticias el día de la ejecución: En este país donde no hay oportunidad para las y los jóvenes, si María del Sol no aceptaba que la comisionaran a Juchitán perdía el trabajo. Yo le insistí en varias ocasiones en denunciar esa situación, pero no quiso. No, mamá, aguantemos —decía. Según una crónica publicada por el medio digital Tres Grados Streaming, durante el funeral de María del Sol en la ciudad de Oaxaca, el domingo 3 de junio, Soledad Jarquín relató al reportero Rodrigo Islas Brito que el cuerpo de su hija olía a sangre y que retiró de su rostro un amasijo de plasma y tierra en el momento en que fue a reconocerla al Servicio Médico Forense de Juchitán. María de Sol murió acribillada por siete disparos de armas largas, al igual que Pamela Terán Pineda y su primo y chofer. Cuando los tres abordaban el vehículo de Pamela fueron atacados por un grupo de desconocidos. Un video difundido en redes sociales muestra cómo los cuerpos de Pamela y Adelfo fueron retirados del lugar de los hechos pocos minutos después de la ejecución para ser velados, por personas que se identificaron como sus familiares y amenazaron con tomar venganza. Pamela es hija de Juan Terán, supuesto cabecilla de una banda criminal en el Istmo de Tehuantepec, actualmente preso. Hasta el momento no hay detenidos. Muerte y destrucción marcan el presente juchiteco en un año de elecciones presidenciales empañadas por la presencia del narcotráfico en la vida nacional. Aún así, los juchitecos no tiran la toalla ni piden parar el combate contra la adversidad.

SUENA LA CAMPANA DEL PASADO Ramón el Ratón Castillo vive en la Quinta Sección, al poniente del centro. Su domicilio es modesto, de techos altos y habitaciones alrededor de un patio central con hamaca,

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La reconstrucción pendiente.

como el de muchos otros juchitecos. Nos recibe Elia de la Cruz, esbelta, de pelo cano y mirada curiosa. Amable, nos advierte que su marido está un poco mal de salud y le preguntará si puede atendernos. Lo vemos sentado, columpiándose en la hamaca más allá del quicio de la estancia por donde se accede al patio. Nos ha visto ya; estamos expectantes de su respuesta pues no sabía de nuestra visita. Apenas nos anuncia doña Elia, nuestro personaje sale a recibirnos con algunos problemas para incorporarse de su asiento pendular. Nos da la mano un tanto desconfiado. Siento la fuerza desmedida de su apretón. Entramos al modesto salón principal, amueblado con dos bancas de madera para tres ocupantes, una de ellas acojinada; una vitrina con algunas fotos de Ramón en su etapa como entrenador de boxeo y algunas figuras decorativas de cerámica. En un rincón junto a la ventana que da a la calle se apretujan contra la pared tres costales de boxeo. Ramón es bajito, compacto, de pelo cano abundante, peinado hacia atrás y rasgos duros pero amables. Expresan orgullo y su mirada mantiene esa habilidad para estudiar al contendiente y mantenerlo a prudente distancia. De inmediato y con ciertas dificultades para expresarse, nos conduce al patio donde conserva algunos recuerdos de su pasado como noqueador.

—COMENCÉ A PELEAR desde niño, jugando, aunque hacía llorar a mis rivales. Mi padre me vio aptitudes y me compró mis primeros guantes, pero fue hasta la secundaria, allá por 1962, cuando me inscribió en un gimnasio en la calle Doctor López Robles, frente al parque Revolución, que dirigía don Jeremías Mendoza Orozco, quien se convirtió en mi entrenador. Iba todos los días. Éramos unos doce chavales. Poco después el señor Mario

Bustillo abrió una arena en Juchitán, ahí se celebraban funciones de boxeo casi cada sábado. En ese lugar empecé, a los 13 o 14 años, como peleador de cuatro rounds y luego luego destaqué. Pum pum y al suelo, algo rápido porque siempre tuve una buena pegada. Nos conseguían peleas en otros lugares del estado y nos daban un dinerito como incentivo. No me acuerdo cuánto, pero salía pa' mis dulces y ayudaba a mi familia, aunque para entonces a mi papá ya no le agradaba mucho la idea. Primero me animaste a entrarle a los catorrazos y ahora quieres que lo deje, no te entiendo, rezongué; nomás se rio y me dejó seguir. Debuté profesionalmente en 1965. Primero fui peso mosca, luego gallo, después pluma, ya como profesional. Me favoreció mucho el apoyo de nuestra gente. En algunas ocasiones llegué a entrenar en la Ciudad de México, por el rumbo del Centro, no me acuerdo ya de los nombres de los gimnasios pero había muchachos con mucho futuro. Cuando entrenas, no hay distinciones entre unos y otros. Todos queremos lo mismo: destacar. Íbamos de paso a otras arenas del centro del país. También me iba con mi manager en su coche, un Chevy automático muy traqueteado, a las arenas de otras ciudades. Era cuando el dinero valía, ganaba hasta cinco mil pesos por pelea. En total sostuve 74 peleas, unas 38 como profesional. Mi mejor golpe era la derecha noqueadora con la guardia natural.

EL HABLAR PAUSADO y parco del Ratón, apodo ganado por su estilo y talla parecidos a los de Raúl el Ratón Macías, el ídolo nacional nacido en Tepito, pareciera dosificar sus recuerdos para llegar de pie a la recta final de su vida. No hay asomo de fanfarronería o resentimiento por no haber llegado más lejos.

“DEBUTÉ “ PROFESIONALMENTE EN 1965. PRIMERO FUI PESO MOSCA, LUEGO GALLO, DESPUÉS PLUMA, YA COMO PROFESIONAL. ME FAVORECIÓ MUCHO EL APOYO DE NUESTRA GENTE. EN ALGUNAS OCASIONES LLEGUÉ A ENTRENAR EN LA CIUDAD DE MÉXICO .

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Don Ramón se pone en guardia frente a mí. Me mira fijo a los ojos y marca un par de combinaciones derecha-izquierda a mi mentón y al cuerpo. Capto el riesgo que significaría recibir un golpe de alguien entrenado para sacar provecho de su furia contenida y disciplinada. Escucho el resoplido. ¡Fu! ¡Fu! Mi acompañante deja de tomar fotos, asombrado por la habilidad y rapidez del Ratón Castillo, que ha transformado momentáneamente la expresión impasible de su rostro por otra, fiera y decidida; parece que la demostración va en serio. Respiro aliviado cuando se relaja y sonríe divertido. No se lo digo pero sentí miedo de que se le fuera a pasar la mano. No puedo quitar la vista de una impresión colgada de uno de los muros del patio, a un lado de la ventana de la cocina. Reproduce en blanco y negro una foto del púgil con los brazos en alto, luego de noquear a un contrincante. Viste pantaloncillo blanco satinado y luce una expresión de euforia que no le quita la vista a su rival en la lona. Recordé la imagen de Muhammad Alí luego de noquear a Sonny Liston en 1964.

“UNO “ SABE CUÁNDO PUEDE GANAR, CUÁNDO PEGA UN GOLPE EFECTIVO Y CUÁNDO YA TIENE DOMINADO AL RIVAL. LO SABE TANTO EL QUE PEGA COMO EL QUE RECIBE EL GOLPE. CALCULAN HASTA DÓNDE PUEDEN LLEGAR. Y EL ENTUSIASMO DEL PÚBLICO TAMBIÉN INFLUYE . gancho izquierdo. Repite. Vas bien, ya ganaste. El Ratón me sorprende fintándome con el golpe con el que ganó la pelea y se ríe de mi reacción tardía, tratando de cubrirme.

D OÑA E LIA se ha recostado en la hamaca y pone como almohada un pedazo de polín para construcción. Cruzada de piernas, con la nuca reposando entre el viejo madero y su brazo derecho, escucha atenta y sonriente a su marido. Mira al cielo de donde se filtra un rayo de luz encandiladora. Le pregunto a él si tiene más fotos como boxeador y responde que todas se las han llevado sus dos hijos, que han formado sus respectivas familias y no se dedicaron al boxeo. ¿Llegó a sentir miedo? —Nunca, era muy entusiasta —responde—. Casi no perdí por nocaut, ahí es cuando se siente la quijada tambaleante, en ese momento uno sabe en qué está, pero lo superas con una actitud fuerte. Me caracterizaba por mi juego de piernas y el bending. En aquello años, las peleas de campeonato eran a quince rounds y las otras, a diez. Calculo que la mitad de mis combates llegué por piernas hasta el último round de diez. Nomás imagínate como acabas. Peleas rápidas, como ésa, en Tuxtla, tuve unas 19. Y de 15 rounds, ninguna. Sudamos. Cae la tarde bochornosa sin nubes y lamento no haber comprado unas cervezas, pero sin venir a cuento, o quizá porque delato mi antojo, doña Elia me dice que su marido dejó la bebida.

—N OCAUT

EFECTIVO en el tercer round. Era por un campeonato regional. Fue en la arena de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, yo tenía 17 años y era peso gallo. Había mucha algarabía en las gradas para apoyar al favorito, que era de allá. Empecé la pelea manejando jabs para medir la distancia. A partir del segundo round lo fui siguiendo, puse atención a su manera de moverse y en un descuido suyo, en el tercero, le pegué en la punta de la barba. Púmbale, que lo tiro. Te das cuenta cuando el contrincante se descubre y entonces conectas. Me fui a mi esquina y comencé a oír que me gritaban insultos por todas partes. Le provoqué conmoción cerebral en primer grado. Tardó en pararse pero nos dimos un abrazo. De todos modos se puso medio feo cuando anunciaron mi triunfo. ¡Te vamos a matar!, gritaban los fanáticos, pero no pasó a más. El réferi me aconsejó que bajara del ring cuanto antes y no respondiera a las mentadas. Pudimos llegar al vestidor y ahí mismo nos pagaron. No me bañé. No fuera a ser la de malas. Esa misma noche regresamos para acá en el Chevy. El réferi nos pidió un aventón hasta una gasolinera a las afueras de la ciudad. Traía un revólver 22 en el maletín. A veces los aficionados se ponen muy difíciles, nos dijo. Durante el trayecto me quedé dormido y soñé con el nocaut. Es algo muy bonito pero siempre se te queda la idea de que pudo ser al revés. Uno sabe cuándo puede ganar, cuándo pega un golpe efectivo y cuándo ya tiene dominado al rival. Lo sabe tanto el que pega como el que recibe el golpe. Calculan hasta dónde pueden llegar. Y el entusiasmo del público también influye incluso cuando no te apoyan, te creces. Uno llega a la esquina preguntándole al manager, ¿cómo voy? Y te contesta: cálmate, vas ganando, maneja tu derecha y combínala con

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Doña Elia.

—YO ERA MUY INOCENTE en aquel entonces —dice ella—. Una vez casados, la gente me decía que los boxeadores eran muy peligrosos y broncudos. Y sí, Ramón se ponía agresivo cuando estaba tomado, pero bendito sea Dios que dejó el vicio hace ya treinta años. Hasta eso, no le gustaban las fiestas y no era de muchos amigos. —Era muy feo —confirma él, y se ensimisma por un momento, quizá recordando la pelea más dura de su vida. Doña Elia aprovecha para aplicar una cuenta de protección al pasado de ambos: —Nos conocimos aquí en Juchitán —continúa—. Estudiábamos en la misma secundaria y él comenzó a ir a entrenar al gimnasio de mi papá, ahí nos hicimos novios. A principios de 1967 me fui a estudiar a la capital y Ramón me escribía seguido. Era muy romántico. Estudié enfermería y poco después comencé a trabajar en un centro de salud, pero mis papás estaban solos acá y me regresé. Soy hija única. Nos casamos cuando Ramón regresó, años después. Ya había dejado de boxear. Me hizo caso, a mí no me gustaba. E L R ATÓN retoma su historia para

evitar indiscreciones de su mujer, la mira impasible y habla dirigiéndose a ella. —Mi ídolo era el Ratón Macías, por eso me apodaron así. Hoy ya no sigo las peleas pero he visto pelear al Canelo y no me gusta su estilo, algo le falta para considerarlo igual o mejor que los grandes de aquellos tiempos. Yo escuchaba las peleas por radio. Recuerdo bien la de Howard Winstone contra Vicente Saldívar y la del Ratón frente a Antonio Halimi. La derrota del gallo mexicano más popular de todos los tiempos frente al franco argelino Antonio Halimi, el 6 de noviembre de 1957, en Los Ángeles, California, noqueó las esperanzas de millones de mexicanos. Macías es el primer ídolo nacional de la era de la televisión. Quienes tenían posibilidades de comprar el novedoso aparato con pantalla de bulbos cobraban un peso por dejar ver las peleas con una torta y refresco como pilón. La Catedral Metropolitana y las iglesias de todo el país se mantenían abiertas mientras duraban los combates del púgil nacido en Tepito. La multitudinaria fanaticada encendía veladoras y cirios para rezar por el Ratoncito. Sólo Pedro Infante le hacía sombra,

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Ramón el Ratón Castillo.

pero el 15 de abril de ese mismo año había muerto en un accidente aéreo. Sin duda, como el Torito, el inmortal personaje carpintero y boxeador tepiteño interpretado en el cine por el ídolo de Guamúchil, Sinaloa, el pueblo mexicano estaba condenado a vivir para siempre un melodrama. Antes del combate, el Ratón Macías tuvo severos problemas con el peso. Sometido a una rigurosa dieta casi toda de líquidos, una semana antes del combate le sobraban tres kilos. Para la ceremonia del peso había dejado de comer veinticuatro horas, que pasó mascando chicle y metido en un sauna durante una hora, forrado en un traje de buzo. Don Ramón se recuerda a sí mismo llorando al escuchar el desenlace entre su epónimo y Halimi; escuchaba el combate por radio en compañía de sus padres y algunas amistades. Para el sufrido populacho, a duras penas gobernado por Emilio Portes Gil, fue su segunda Noche Triste. Raúl Macías Guevara falleció de cáncer el 23 de marzo de 2009. Para entonces, don Ramón ya radicaba en Juchitán, sin ejercer la medicina, que estudió en la Ciudad de México, y viviendo de lo que saliera. El alcohol lo tenía contra las cuerdas.

—EN 1968 llegué a boxear en una ocasión en la Arena México y otra en la Coliseo, poco antes de retirarme. Era una promesa que le hice a Elia. Un año después me casé. Antes de eso me fui a la capital del país a estudiar medicina. Mi musa inspiradora se fue primero y tenía que seguirla, aunque luego se regresara a Juchitán. La extrañaba mucho y andaba un poco desanimado por mis estudios, pese a que era secretario general en la Escuela Superior de Medicina del Politécnico. Participamos en el movimiento estudiantil y estuve en

Tlatelolco el 2 de octubre. Fue muy difícil, recuerdo esa tarde en la explanada, olía a disparos, a sangre y muerte. Busqué la forma de escapar hacia edificios cercanos. Todo era muy confuso, era un caos y gritos. Me escondí varias horas en uno de los negocios en la parte baja de los edificios que estaban a espaldas de la plaza. Creo que era una tortería. El dueño bajó la cortina y ahí nos quedamos con su mujer y su hijo apenas más chico que yo; el muchacho no paraba de sudar. Casi no hablamos por temor a que nos oyeran los soldados. Ya entrada la noche, el señor me pidió que me fuera y ellos se quedaron dentro bajo llave. Logré llegar a la calle Manuel González. Agarré un taxi y me dejó en casa de unos compañeros en Azcapotzalco. Cuando todo se calmó un poco, ya no pude regresar a la escuela. Venían las Olimpiadas y se decía que el gobierno había pactado una tregua con algunos líderes del movimiento para guardar las apariencias. Pero había empezado la cacería de brujas y tuve que esconderme. A principios de 1969, la policía me detuvo en un operativo allá donde vivía, en el mismo rumbo de Azcapo. Estuve un tiempo en los separos de Tlaxcoaque pero me soltaron, no sé ni por qué. No me golpearon, hasta eso. Por último, viajé junto con otros compañeros a Sidney, Australia. El gobierno y algunos negociadores del movimiento buscaban grupitos para sacarlos del país, como exiliados, pero decían que íbamos como estudiantes de posgrado. Estuve un año y dos meses, haciendo deporte y no aprendí el idioma. Tampoco estudié nada, ¿pus cómo? Me sentía desanimado, aunque el gobierno de Australia se hizo cargo de nosotros y nos trataba muy bien. Pero vivíamos con miedo, sin saber lo que pasaría a nuestro regreso a México.

“ANDABA “ UN POCO DESANIMADO POR MIS ESTUDIOS, PESE A QUE ERA SECRETARIO GENERAL EN LA ESCUELA SUPERIOR DE MEDICINA DEL POLITÉCNICO. PARTICIPAMOS EN EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL Y ESTUVE EN TLATELOLCO EL 2 DE OCTUBRE .

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E N ESTE MOMENTO don Ramón se retrae, a la defensiva, y evita dar más detalles. Carga una innecesaria paranoia de contar algo que lo ponga en riesgo. Por más que insisto, guarda silencio y mira de reojo a su mujer. Ella parece distraída, meciéndose en la hamaca. El Ratón me encara y sin bajar la guardia cambia de tema: —Nos asustamos mucho con el terremoto, no habíamos vivido nada similar. Nuestra casa no se cayó como las de nuestros vecinos, mire, no hay cuarteaduras, pero se sintió horrible. A ver qué pasa, la situación está difícil en todas partes. Ya no tengo energía para seguir entrenando jóvenes. Mi salud es delicada. De todos modos les aconsejo que se cuiden mucho y busquen a alguien que los oriente, porque a veces quedan atrapados cuando tienen talento. No es fácil reconocerlo, para mí es algo intuitivo. Te puedes dar cuenta por cómo reacciona un prospecto cuando comienza a pelear. CON APOYO DEL MUNICIPIO, don Ramón estuvo al frente de un gimnasio de boxeo para jóvenes, que lleva su nombre. Cortó el listón inaugural en septiembre de 2012, pero en 2017 tuvo que retirarse por motivos de salud. El gimnasio ya no funciona. El Ratón forma parte de una estirpe de boxeadores juchitecos que le han dado lustre a la región en diferentes categorías, casi todas ligeras: Rolando Ventarrón Mendoza, Raciel Ray Mendoza, Zurdo Suárez, Johnny Rasgado, Kid Maracas, Lunarcito Mendoza, Kid Dinamita y David el Macetón Cabrera, quien llegó a ser tres veces campeón nacional semicompleto. Un año antes, en marzo, tuvo lugar una sencilla ceremonia de reconocimiento de parte de las autoridades municipales y de la Comisión de Box y Lucha regional. El Ratón Castillo no estuvo entre los homenajeados. —ESTA PROFESIÓN es muy dura, muchas de las personas del ambiente son unos bandidos, lo he visto aunque nunca me relacioné con los grandes personajes. No tuve interés aunque sí oportunidades, uno es como es. No tengo recuerdos tristes como boxeador. Cuando perdía me quedaba con ganas de desquitarme, de entrenar más, pero no perdía el ánimo y ganaba la revancha. El Ratón nos indica con la mirada el camino a la calle. Ya no quiere hablar. Insisto en lo de su experiencia como activista en 1968. Silencio. Ha terminado el combate contra sus recuerdos. Doña Elia nos despide con una sonrisa y una vigorosa seña de mano desde su hamaca indicándonos la salida. Regresamos al Juchitán atrapado entre escombros y materiales de reconstrucción. Abordamos, rumbo al Zócalo, uno de los cientos de mototaxis que se escurren entre el tráfico pesado como plaga de insectos rodantes. El boxeo de sombra se antoja como un espejismo adormecedor bajo el ardiente sol que no da tregua.

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Es imposible mirar sin que se nos cuelen por los ojos, así sea inconscientemente, variables como la historia personal, el contexto, las expectativas, la circunstancia. No miramos lo que hay, sino lo que somos. En un fotógrafo como Ulises Castellanos, esa confluencia se convierte en recurso deliberado para interpretar el mundo y ofrecer un nuevo sitio desde donde leerlo. Este breve ensayo expone las varias capas de sentido de una imagen del artista mexicano.

EL ARTE DE MIRAR ULISES CASTELLANOS Y MAO EDGARDO BERMEJO MORA

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Foto > Ulises Castellanos

E

scribió Octavio Paz en un ensayo sobre el fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo: “El lente es una poderosa prolongación del ojo, y sin embargo, lo que nos muestra la fotografía una vez revelada la película, es algo que no vio el ojo o que no pudo retener la memoria. La cámara es, todo junto, el ojo que mira, la memoria que preserva y la imaginación que compone. Imaginar, componer y crear son verbos colindantes. Por la composición, la fotografía es un arte”. Estas palabras me permiten abordar el trabajo fotográfico de Ulises Castellanos y detenerme en una imagen en particular, tomada en Pekín en 2004, cuando visitó la capital china invitado por la Embajada de México para inaugurar una exposición de su obra. Quiero destacar que esta imagen, junto con un acervo de más de noventa mil negativos que reúnen treinta años de trabajo, fueron entregados recientemente en donación a la Fototeca Nacional del INAH en Pachuca, Hidalgo. Se trata de algo más que un close up del espacio más emblemático de Pekín: la Puerta de la Paz Celestial en la Ciudad Prohibida. Desde aquí Mao, micrófono en mano como quien se dirige a los libros de texto, declaró la fundación de la República Popular China el primero de octubre de 1949. Hoy, un retrato suyo de seis metros por cuatro saluda este umbral que cada año cruzan millones de turistas. No es un retrato al óleo cualquiera. Lo ha realizado desde hace más de treinta y cinco años el mismo artista, el maestro Ge Xiaoguang, quien se precia de no haber pintado otra cosa en su vida que los retratos de marras. En la mejor tradición confuciana, se trata de una pieza que hace alarde del arte como una forma suprema de la repetición. Cada año, poco antes del primero de octubre, el retrato del camarada Mao es sustituido por uno nuevo, en el que se ha ocupado el maestro chino durante meses. La clave radica en que debe ser exactamente igual que el anterior y exactamente igual que el cuadro que habrá de pintar al año siguiente. En cambio, la foto de Ulises Castellanos es —en la mejor tradición occidental— un hallazgo de la creación, entendida como acto único e irrepetible, poderosamente original. No es sólo la captura de la realidad por medio de la lente, sino una lectura maliciosa y

polisémica de la misma. Más que una buena foto a secas, estamos ante un ensayo visual que tiene la pericia de desplegar sus argumentos en la brevedad de un instante revelado. Una serie de signos en movimiento. Observémosla. Posee un elemento geométrico evidente: dos planos horizontales habitados por el blanco y la luz, en su parte inferior, y por el negro y la oscuridad, en su porción superior, que ocupa apenas un cuarto de la composición entera. En la porción inferior, Mao nos mira de frente con los ojos cansados, la frente amplia, el pelo entrecano y las cejas despobladas, como corresponde a los chinos de la etnia Han. El encuadre elegido por el fotógrafo no es un capricho. Al recortar por la mitad el rostro del dirigente nos brinda un acercamiento perturbador. Cercenado, Mao nos observa estoico, casi nostálgico. Es una estatua de sal detenida en el tiempo, reinventada y puesta de nuevo en movimiento por el fotógrafo, que al hacerlo ha renunciado al color para constreñir la escena al ancestral blanco y negro. Millones de turistas habrán tomado la misma imagen antes que Ulises, pero él no es un visitante, sino un artista que pone el ojo al servicio de sus viajes, capaz de crear un itinerario visual y emocional por la cartografía de sus obsesiones. Si ahora observamos la parte superior, encontramos de nuevo un elemento geométrico: justo en el centro superior de la fotografía aparece un personaje de camisa blanca. Por su vestimenta puede tratarse de un chino. Le da la

espalda al camarada Mao y mira en sentido contrario. ¿Cuánto de alegórico y de simbólico puede caber en este instante? Borges se refirió a la alegoría como un despropósito estético, pero aquí lo alegórico está a flor de piel: Mao, vivo en el retrato, muerto y congelado en el tiempo, mira hacia la luz; el personaje por encima de él, vivo, mira hacia el lado opuesto, se abisma en la oscuridad. La lectura alegórica me hace pensar que el personaje de espaldas observa el fondo oscuro de su realidad presente, extraviada en los años de la modernización china y el desarrollo desbocado. En cambio, la mirada del prócer se agota en una luz más bien retórica y desolada que apunta al pasado, ese traspatio donde se acumulan los desencantos revolucionarios. La foto presume un juego de contrarios: el blanco y el negro, la luz y la oscuridad, el rostro expuesto del prócer en oposición al anonimato de la espalda y la cabellera negra. ¿Representan todas estas otras formas la dualidad del Ying y el Yang? Seguramente no lo pensó así Ulises al pulsar el obturador, pero sí hubo en cambio una elección autoral al editarla, es decir, una creación. Imagino entonces esta foto como una interpretación lúdica del viejo icono del equilibrio oriental. Es, a su manera y acaso sin proponérselo, una versión contemporánea de la imagen de todos conocida que simboliza la dualidad del universo. Si la historia es la hazaña por reinventar el tiempo transcurrido, la crónica del fotógrafo que se desgrana en imágenes aparece como la forma dilatada de un tiempo que no se entiende: se mira. Observar el tiempo es la tarea del fotógrafo: explica, desafía y deconstruye la realidad a través de la mirada, pero es también poeta porque ensaya, no con la palabra sino con la imagen, las múltiples formas en que el instante y la eternidad se conjugan, hasta alterar el tablero cartesiano de nuestra sensibilidad: miro, luego existo. La fotografía es, pues, una forma radical del lenguaje y de la razón, y es también un viaje: la travesía del ojo. El arte de mirar. EDGARDO BERMEJO MORA (Ciudad de México, 1967) es historiador, director de Artes del British Council en México, columnista semanal de La Crónica y autor de Marcos’ Fashion (Océano).

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HASTA HACE UNOS AÑOS, lee el escorpión en la pantalla de su celular, el número de líneas telefónicas terrestres por cada centenar de habitantes era uno de los índices del desarrollo de los países. En México, en 1985 había cinco líneas telefónicas alámbricas por cada cien habitantes; en 1990 había seis, en 2000 se duplicó a doce y en 2013 llegó a diecisiete. La prioridad era tender cables y levantar postes, aun en medio de la desigualdad entre zonas urbanas (desarrolladas y conectadas) y zonas rurales (aisladas y sin cableado para conexión). No obstante, a partir de la última década del siglo XX, la revolución tecnológica de la telefonía celular se expandió con las ventajas de ubicuidad y cobertura hoy de todos conocidas. Para 2013, en todo el mundo la telefonía celular desplazaba a la alámbrica, pero en México aún se buscaba ampliar el cableado telefónico, cuando lo urgente era desarrollar la otra tecnología, pues en ese año las líneas celulares comenzaron a multiplicarse exponencialmente. En 2015, la cifra probada mostró a siete de cada diez mexicanos con celular y se previó para 2035 la fecha feliz en la cual todos los mexicanos, excepto quienes no lo quieran, contarán con uno de estos dispositivos. El alacrán lee esta información en el ensayo sobre el futuro de las telecomunicaciones de Raúl Trejo Delarbre, publicado en el libro El futuro de México al 2035: Una visión prospectiva, coordinado por Manuel Perló Cohen y Silvia Inclán Oseguera (IIS-UNAM, 2018). El lector puede obtenerlo sin cargo aquí https://rtrejo.wordpress.com/ Hace unos días el venenoso también se enteró de la creación de la Agencia de Operación e Innovación Digital de la Ciudad de México, cuyos ambiciosos objetivos van desde transparentar todos los recursos públicos utilizados por el gobierno de la ciudad hasta digitalizar

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PATRICIO REY Y SUS REDONDITOS DE RICOTA NO SE DETENDRÍAN HASTA CONVERTIRSE EN LA BANDA MÁS

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

MASIVA DEL ROCK EN NUESTRO IDIOMA . jipiosos. Pero nada de flower power, el jipismo entendido sobre todo como bandera de independencia. La toma de distancia de Patricio Rey no sólo se daba con todas las cuestiones relacionadas con el estrellato, también a la hora de elaborar su discurso marcó una línea con el rock de corte contestatario. Sus denuncias estaban encriptadas. Un hermetismo permea las letras de Patricio Rey. Una poesía a mano que se presta a miles de interpretaciones. Tantas como las de sus seguidores. Lo que salvó a la banda no sólo de caer en el panfleto, sino que les otorgó un carácter atemporal que prevalece hasta el presente. Un baión para el ojo idiota es un paso al frente pero también un guiño al pasado inmediato. Sin “Ñam Fri Fruli Fali Fru” no existirían “Masacre en el puticlub” y “Aquella solitaria vaca cubana”. Y sobre todo “Mi perro dinamita” de La mosca y la sopa. Si bien el salto musical en Un baion para el ojo idiota es notable, también lo es el viraje en las letras. Que no es otra cosa que el énfasis en el humor que ya estaba presente en “Ñam Fri Fruli Fali Fru”. Ese carácter festivo convertiría a Patricio Rey en una banda inclasificable. Y lo sabemos, las bandas inclasificables son para un reducido grupo de personas. Pero Patricio Rey es la excepción a la regla. El potencial hímnico de Patricio Rey se había dado con “Ji ji ji”. Estaba claro que no se trataba de un hit. Era un tema que enmarcaba a toda una generación. Ese efecto volvería a conseguirse con “Todo un palo.” Además de grabarse en la mente y el corazón de los ricoteros, es el primer tema de los Redondos con una duración de siete minutos. Esta rola y “Canción para naufragios” comenzaron a introducir lo conceptual en la banda. Que se consolidaría en Lobo suelto, cordero atado. “El futuro llegó hace rato”, era el grito de guerra de Patricio. Un grito que todavía se escucha treinta años después.

Fuente > mydreamistechnology.blogspot.com

EN 1988 LLOVIERON BUENOS DISCOS. Daydream Nation de Sonic Youth, … And Justice For All de Metallica, It Takes a Nation of Millions to Hold us Back de Public Enemy, I’m Your Man de Leonard Cohen, Doble vida de Soda Stereo, no sólo fueron enormes, sino que terminarían por convertirse en clásicos del rock. Todos son álbums consolidatorios. Cuatro bandas y un solista que alcanzarían un nuevo nivel tanto musical como masivo. El under no se quedaría atrás, también arrojó un producto que se convertiría en un imponderable a la hora de hacer un corte de caja. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota levantarían la mano por Argentina con Un baión para el ojo idiota. Existen cosas en las que no es difícil ponerse de acuerdo cuando se habla del grupo, que La mosca y la sopa es su mejor disco pero Un baión para el ojo idiota tiene los temas más emblemáticos del repertorio ricotero. Nada anoréxico. Diez discos, uno de ellos doble. Hasta el momento de su publicación, los Redondos ya tenían dos obras, Gulp! y Oktubre. En ellos está incluido “Ji ji ji” y “La bestia pop”. Cualquiera de los dos temas es tan o más representativo de Patrico Rey que el resto de su discografía. Sin embargo, la oscuridad de Gulp! y Oktubre se atempera en el tercer disco. A ojos del mismo Patricio Rey, Un baión para el ojo idiota captura mejor la atmósfera y el sonido del grupo. Si bien esto tuvo cierta importancia en su momento, en el presente carece de peso. La historia demostraría que cada disco de Patricio Rey sería tan importante como su predecesor o su sucesor. La historia de los Redondos no la vivió ninguna otra banda de rock de la historia. Gringa, inglesa o de la nacionalidad que sea. Se conformaron en 1976 y no publicarían su primer disco hasta 1985. A partir de ahí no se detendrían hasta convertirse en la banda más masiva del rock en nuestro idioma. Ningún grupo no sajón podía competirle en nivel de convocatoria. Y todo ocurrió desde la autogestión. Y cuál es la fórmula que siguieron los Redondos. Una muy básica. No existe mejor manera de conseguir el éxito que buenas canciones. Y fue así, con grandes canciones, como se abrieron espacio a codazos en un medio que no los había siquiera considerado. Carlos Alberto Solari, el Indio, el máximo líder ideológico de los Redondos nació en 1949. Por lo cual Patricio Rey fue engendrado en la post-efervescencia hippie. Sin embargo, Patricio Rey sufrió un rápido desdoblamiento. Se decantó por el rock urbano con una marcada crítica social. Más cercano al barrio que a la comuna. Aunque sus hábitos fueran bastante

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SE PREVIÓ PARA 2035 LA FECHA FELIZ EN LA CUAL TODOS LOS MEXICANOS, EXCEPTO QUIENES NO

30 AÑOS DE U N BAIÓN PAR A E L O J O I D I OTA

EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

LO QUIERAN, CONTARÁN CON UNO DE ESTOS DISPOSITIVOS

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la realización de todo trámite vía celular, por ser ésta la única forma, y la de mayor frecuencia, en que se conectan a internet los segmentos de la población de menores ingresos. Para ello deberán ampliarse las redes de acceso público a internet y el celular deberá ser un mecanismo ligero, amigable y de una experiencia usuaria muy intuitiva; así podrá establecerse su uso como una puerta de acceso al gobierno, comentó el próximo titular de la agencia, José Merino. Oculto en su grieta en la pared, y como el escorpión del cuento de José Revueltas, el arácnido leyó en su pequeña pantalla las amorosas palabras de los usuarios de internet: derechairo, pejezombie, fanático, feminazi, chayotero, corrupto, clasista, racista, pobretón, pederasta, hostigador, el patrón ya dio la orden... Y confirmó lo inevitable: el futuro es un celular.

EL FUTURO ES UN CELUL AR

23/08/18 10:40 p.m.


SÁBADO 25.08.2018

ESGRIMA Por

ALICIA QUIÑONES

F L AV I O GONZÁLEZ MELLO T E AT R O D E LA MEMORIA

E

l trabajo de Flavio González Mello (Ciudad de México, 1967) ha ido a caballo entre el teatro, el cine y la televisión, además del ensayo y la investigación teatral. Entre sus obras se encuentran Cómo escribir una adolescencia, 1822: El año que fuimos imperio, Obra negra, Edip en Colofón, El padre pródigo y La negociación, con la que recibió el Premio Nacional de Dramaturgia Víctor Hugo Rascón Banda. Gran parte de sus piezas tienen un punto de encuentro: la mirada hacia el pasado y la reflexión sobre la relación del hombre con el poder, así como la memoria y desmemoria de historias algunas veces situadas en el México violento, como su más reciente montaje, Olimpia 68: Lecciones de español para los visitantes a la Olimpiada. Esta pieza, bajo la autoría y dirección González Mello, se reestrena este fin de semana en el Teatro Julio Castillo; presenta una serie de historias de deportistas que ignoran lo ocurrido diez días antes de la inauguración de las Olimpiadas de 1968. Estrenada en 2008, ahora se presenta en una nueva versión escénica. ¿Qué se verá en esta versión de Olimpia 68, a cincuenta años del 2 de octubre? Olimpia 68 es una obra que aborda el mes de octubre de 1968 desde las dos caras de la moneda. A través de los competidores que vienen a la Olimpiada nos asomamos un poco a esa otra realidad acallada, silenciada, de lo que había ocurrido diez días antes de la inauguración, en la plaza de Tlatelolco, de lo que estaba ocurriendo y lo que ocurriría durante los meses posteriores: la persecución, la represión. De algún modo nos asomamos a una cara de la realidad a través de la otra: la parte trágica, violenta y cruel y, por el otro lado, la fiesta olímpica que para los competidores es lo más importante, un evento para el que se han preparado durante años. Esos contrastes me parecían muy interesantes cuando escribí la obra, y ahora que dirijo este montaje, a cincuenta años de los hechos, me interesó explorar qué sucede cuando llevamos ciertas convenciones deportivas al escenario. La pieza no es propiamente una crónica, pero tampoco teatro de denuncia. ¿Cómo defines este trabajo? Es una obra muy libre. En efecto, no pretende ser una crónica ni una denuncia. Yo no creo en el teatro de denuncia sino en el teatro crítico. Denunciar nos coloca de entrada en un punto moralmente favorable, señalando a quienes están del otro lado. Yo veo una realidad muy compleja, muy paradójica y si algo hay que denunciar nos incluye a nosotros mismos. ¿Cómo es posible que el país entero o una enorme cantidad de mexicanos volteamos a disfrutar las Olimpiadas como si nada hubiera pasado unos días antes? No se trata de acusar a la gente: hay razones para que haya sido así. Me parece un problema complejo y por lo tanto interesante de hurgar en el escenario. Pero no me propuse hacer una obra documental, ya hay muchos libros que documentan el 68 de forma minuciosa.

“¿CÓMO “ ES POSIBLE QUE UNA ENORME CANTIDAD DE MEXICANOS VOLTEAMOS A DISFRUTAR LAS OLIMPIADAS COMO SI NADA HUBIERA PASADO? ”.

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Entonces cuál es la apuesta. Las historias están centradas en lo que significa tener veinte o treinta años y estar en esa encrucijada, entre la disciplina y búsqueda de la libertad. Los atletas que vinieron a los juegos olímpicos tenían la misma edad de quienes se rebelaban en las universidades. Para el atleta, la disciplina es imprescindible para conseguir sus objetivos. ¿En qué punto se parece a los estudiantes movilizados en las universidades? Hay escenas abiertamente oníricas, no es una obra realista. A mí me interesa romper con el realismo para buscar algo, digamos, más metafórico, más abstracto, menos apegado a la realidad. Esta obra se estrenó por primera vez en 2008 y ahora se presenta en el cincuenta aniversario del 2 de octubre de 1968. ¿Por qué montarla una vez más? La escribí en 2007, sin el motivo de algún aniversario. Creo que los aniversarios son una manera cómoda de

Foto > Mariana Yazbek

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El Cultural

acordarnos de algo, para luego olvidarlo hasta que pasen diez, veinte o cincuenta años, las famosas cifras redondas que nos obsesionan, como decía Borges. La verdad es que yo la tenía escrita y la manera de presentarla fue a través de un programa de actividades para conmemorar los cuarenta años del movimiento estudiantil. Ahora, de nuevo, la coyuntura del medio siglo de esos hechos genera la viabilidad de que haya un presupuesto donde puede insertarse esta obra, pero desde luego no tiene como objetivo rememorar. Uno de sus temas centrales es el silencio, y el otro es, justamente, ¿por qué recordamos y por qué olvidamos? Es muy fácil decir: “2 de octubre no se olvida”, pero a mí lo que me interesa es saber cuánto tiempo puede uno seguir recordando un evento de esta magnitud y violencia, y por qué empieza a ser olvidado. Entonces, ¿cuándo podemos decir que algo se volvió un hecho realmente olvidado? ¿Cómo funciona esta cosa rara que es la memoria colectiva, cuando el gobierno de Díaz Ordaz apostó por borrar lo que había pasado en Tlatelolco para que la imagen que se recordara de México fuera la de los juegos olímpicos? A cincuenta años de distancia, ha ocurrido lo contrario: de las Olimpiadas nos acordamos cada vez menos y de Tlatelolco, cada vez más. La obra reflexiona un poco en todo esto, como lo hacía hace diez años. Ha sido interesante trabajar con esta nueva generación de actores y ver qué implica para ellos: hoy tienen la misma edad que los protagonistas de aquel momento, y creo que comparten, por lo menos, el mismo espíritu crítico. La memoria y su pérdida, voluntaria, colectiva, ha sido una constante en otras piezas tuyas, como Edip en Colofón. ¿Qué le aporta esto al teatro? Si lo vemos desde el lado más optimista, uno no puede huir de sus obsesiones y una de ellas, desde luego, es la memoria. Edip en Colofón y Olimpia 68 surgieron y se consolidaron en mi imaginación más o menos al mismo tiempo, así que comparten ese tema desde dos perspectivas diferentes. En las dos hay un amnésico, ya que para mí la memoria es más interesante en ausencia que en presencia. En Olimpia 68, sólo uno de los personajes estuvo en Tlatelolco (es el único, de casi medio centenar de personajes, que estuvo en Tlatelolco) y no recuerda nada. Ahora lo veo como una especie de truco para no hablar de Tlatelolco —que es de lo que siempre se habla cuando se habla del 68—, porque en el fondo me parece que yo pertenezco a una generación que no vivió el 68 pero creció con él, con una sombra o cicatriz de los acontecimientos, una realidad de la que no sabíamos nada pero que poco a poco se reconstruyó.

23/08/18 10:40 p.m.


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