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FRANCIS STEEGMULLER UN AMOR DE APOLLINAIRE

CARLOS VELÁZQUEZ

30 AÑOS DE GENERACIÓN

ESGRIMA

EL CINE DE AMÉRICA LATINA

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S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

EL FANTASMA DE LA MEDICINA JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

DIÁLOGO CON LOS MUERTOS HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ

COCINAR A FUEGO LENTO MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ

FERNANDO DEL PASO

ESCRITOR TOTAL (1935-2018)

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Arte digital > A partir de una foto de Cuartoscuro > Staff > La Razón

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El pasado miércoles 14 de noviembre trascendió la penosa noticia de la muerte del escritor mexicano Fernando del Paso (1935-2018), novelista mayor de nuestro idioma. El duelo no se hizo esperar entre incontables lectores, admiradores, amigos, tal vez porque al amplísimo abanico de sus registros literarios y la riqueza insaciable de su lenguaje, Del Paso añadió la calidez y generosidad —que prodigó también para El Cultural, donde en tres ocasiones compartió textos inéditos y desconocidos (números 43, 111 y 125). Con su memoria y legado, celebramos una vez más su obra definitiva, destinada sin remedio a perdurar.

Palinuro de México

EL FANTASMA DE LA MEDICINA JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

A

nalizar la relación entre Palinuro de México y la medicina es un motivo de gozo, incluso en medio del duelo por la muerte de Fernando del Paso, porque significa el triunfo de la literatura sobre el desencanto y la apatía. El enorme volumen lucía imponente hace treinta años, en el librero de mi padre, donde ocupaba un lugar distinguido dentro del territorio dedicado a la narrativa hispanoamericana. Si los alcances literarios de José Trigo y Noticias del imperio eran indiscutibles, nuestra predilección personal siempre estuvo con Palinuro. Leí el libro en aquellos años como si lo hubiera escrito Cortázar: en una forma que no es orden, ni caos, sino todo lo contrario. Cuando leí esa primera frase de la novela, según la cual el fantasma de la medicina acompañó siempre a Palinuro, no sabía aún que dedicaría mi vida a la medicina. Curiosamente, fue mi padre quien me impulsó a estudiar la carrera. No era el poderoso mito contemporáneo de la ciencia médica lo que resultaba atractivo para su imaginación, sino más bien la simbología del estado oculto del cuerpo: el entendimiento de la materialidad humana como un territorio metafórico donde se consuma el drama arquetípico de la experiencia humana, desplegado, a su vez, en una narrativa histórica milenaria que se confunde con la mitología occidental y oriental, y alcanza momentos de tensión literaria en el Renacimiento de Paracelso. Aprendí a valorar esta versión mitológica de la medicina a través de mi padre, quien me recomendó leer algunas ficciones médicas contemporáneas. No me refiero a los casos reales de médicos escritores, como Mariano Azuela o Elías Nandino, sino precisamente a la medicina como un fantasma en la novela de Fernando del Paso, a la medicina como transgresión estética en Farabeuf o

la crónica de un instante, de Salvador Elizondo, y aún a la medicina como exploración de lo posible en El disparo de Argón, de Juan Villoro. Esas claves conspiraron con la mitología de mi padre para construir una medicina dispuesta a realizar una alianza secreta con la literatura. Fernando del Paso, un pesimista con sentido del humor, ateo, obsesionado por el lenguaje y la historia, aficionado a la astrofísica, la zoología, la arquitectura, declaró en forma repetida su amor por la medicina. Es bien sabido que antes de estudiar la carrera de economía, deseaba estudiar en la escuela militar de medicina, una de las más prestigiadas de su época, y en ése, como en muchos otros sentidos, Palinuro de México puede concebirse como un laboratorio experimental de la personalidad, un taller creativo dispuesto a generar transformaciones del ego, como lo es, en cierta forma, toda narrativa de ficción, y más aún, toda narrativa. Sabemos que Palinuro es un estudiante de medicina durante el movimiento estudiantil de 1968. Pero lejos de la dimensión política del libro, que ha sido motivo de lecturas lúcidas y vigentes, me parece también que el afecto personal del escritor hacia la historia cultural de la medicina, tan cercana a su talento barroco y erudito, es el origen de una investigación fecunda sobre la relación entre el cuerpo y las palabras. La anatomía, entendida como manipulación sistemática del tejido humano, requiere el recurso lingüístico, la infinita variedad de etiquetas lexicales para generar representaciones estables y formatos adecuados para la comunicación, la enseñanza, la investigación. El acto de nombrar, que emparenta a la literatura con tradiciones tan diversas como la cábala, la astronomía, la geografía y la química, encuentra en la anatomopatología un caso

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cómo se pelaban los huesos, y en vista de que ocurrió varias veces, el tío Esteban, resignado, le dijo que ya no volvería a hablar de medicina —ni de nada que se le pareciera delante de ella—. Y Estefanía lloró y le preguntó al tío Esteban por qué la castigaba, que ella quería ser doctora y que cuando fuera grande ya no sentiría asco.

Fernando del Paso (1935-2018).

especial: se forma, en el mundo clínico, una articulación epistemológica entre los conocimientos adquiridos mediante la visión y el tacto, y la capacidad del lenguaje para estabilizar y formar conceptos. Al abrir algunos cadáveres, como dijo Michel Foucault en El nacimiento de la clínica, los objetos y tejidos previamente ocultos deben nombrarse con el recurso de la analogía, que emparenta a la poesía con la medicina anatómica. El cíngulo, el tálamo, el hipocampo, la amígdala, son algunas palabras de la neuroanatomía. Muestran el sentido figurado que genera, paradójicamente, las convenciones materialistas de la medicina: cinturones, recámaras, animales marinos y alimentos fungen como modelos para la conceptualización, que no se limita a la descripción visual de estructuras, sino que ofrece peldaños indispensables para la ideación abstracta. En el punto de convergencia entre la descripción y la conceptualización anatómica mediante el recurso del lenguaje, es donde veo la proliferación desmesurada o descomunal de Fernando del Paso y el vértigo de sus listas (como diría tal vez Umberto Eco). Al inicio de la novela, en el capítulo titulado “La gran ilusión”, Palinuro revela claves pictóricas de su relación con la historia cultural de la medicina, a través del tío Esteban. Dice Palinuro: Fueron tantas... Las ilustraciones y las láminas que pasaron por sus manos, desde las danzas de la muerte de Holbein de Basilea que inspiraron a Saint-Saens y a Glazunof, hasta los Apestados de Jaffa del Barón Gros, pasando por todos los estropeados de El Bosco, los dentistas de Van Ostade, los poseídos de Van Noort, los barberos cirujanos de Teniers, los pestíferos de Poussin, los leprosos de Hans Burgkmair, los ciegos de Brueghel

y los tiñosos de Giovanni della Robbia, que el tío Esteban... llegó a pensar y a actuar como un médico de verdad.

LA METAMORFOSIS CREATIVA del ego

se pone de manifiesto en la figura del tío Esteban, quien es capaz de transformarse en médico mediante la asimilación de imágenes, lo cual revela el poder del recurso metafórico. El elemento autobiográfico, sublimado mediante la radicalidad de los recursos literarios, es mostrado por el autor en un acto de honestidad intelectual, como en aquella frase que hemos escuchado en alguna cinta de Almodóvar: uno es más auténtico mientras más se parece a lo que quiere ser.

El desdoblamiento de identidades, dado por Palinuro y el tío Esteban, permite la exploración de aficiones indecentes, obscenidades, formas interminables de degradación de las buenas costumbres, pero a diferencia de la atmósfera escalofriante conseguida por Elizondo en Farabeuf, del Paso fabrica una celebración gozosa en donde caben por igual las glorias y miserias del cuerpo, como diría Francisco González Crussí. Al hablar del amor por la medicina y del asco de Estefanía por las secreciones y los líquidos corporales, dice Palinuro: Y tampoco, comiendo o no, se le podía hablar de saliva, materias fecales o líquidos cefalorraquídeos, sin que le dieran náuseas. Esto comenzó a suceder desde que el tío Esteban contó la historia de

M ÁS ALLÁ de las emociones básicas descritas por Charles Darwin y reificadas una y otra vez por la neurobiología contemporánea, Del Paso explora dimensiones de la experiencia subjetiva donde el contraste entre la fascinación y la vergüenza revela paisajes emocionales inéditos, pero auténticos. Mediante la asimilación de un espíritu lúdico, tan celebrado en Rabelais, Del Paso logra construir una reinterpretación del cuerpo humano, marcada por la tensión dinámica entre el gozo de los sentidos y la descomposición de la materialidad humana. Los relatos sobre la flatulencia y otros pormenores del cuerpo se multiplican y combinan, sin transiciones artificiales o convenciones estéticas, con la enumeración de acontecimientos literarios en el terreno amoroso: Un día la besé en francés. Ella se limitó a bostezar en sueco. Yo la odié un poco en inglés y le hice un ademán obsceno en italiano. Ella fue al baño y dio un portazo en ruso. Cuando salió, yo le guiñé un ojo en chino y ella me sacó la lengua en sánscrito. Acabamos haciendo el amor en esperanto.

Yo no participé en el movimiento de 1968 —dijo Fernando del Paso—, pero para mí fue muy fuerte. Yo no era un estudiante, tenía ya más de treinta años, pero Palinuro sí podía estar ahí y así lo decidió: muere inmolado en el Zócalo. Lo que yo decidí fue el lugar de su muerte.

“MEDIANTE “ LA ASIMILACIÓN DE UN ESPÍRITU LÚDICO, DEL PASO LOGRA CONSTRUIR UNA REINTERPRETACIÓN DEL CUERPO HUMANO, MARCADA POR LA TENSIÓN DINÁMICA ENTRE EL GOZO DE LOS SENTIDOS Y LA DESCOMPOSICIÓN DE LA MATERIALIDAD HUMANA .

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JESÚS RAMÍREZBERMÚDEZ (Ciudad de México, 1973), especialista en neuropsiquiatría, es autor de Un diccionario sin palabras (Almadía, 2016), Breve diccionario clínico del alma (Debate, 2010) y la novela Paramnesia (Sudamericana, 2006), entre otros libros.

Gaston Bachelard afirma en su ensayo La poética del espacio que “la imagen poética nos sitúa en el origen del ser hablante”. La poesía, dice, “pone al lenguaje en estado de emergencia”. Me atrevo a decir que, mediante el juego desmesurado, Fernando del Paso ha construido una sorprendente poesía de la medicina (heredera tal vez de aquellos Sonetos del amor y de lo diario). Un juego capaz de poner al lenguaje médico en estado de emergencia y de crear pactos en clave secreta, o en franca declaración pública entre la materialidad recalcitrante del cuerpo humano (origen del dolor, la separación y la pérdida, la secreción fétida o el amor erótico) y la literatura, ese territorio cargado de ecos memoriosos, reflexiones, monólogos interiores, sensaciones estremecedoras. Un clima verbal que no puede traducirse a otro medio expresivo, para usar las palabras del propio Fernando del Paso; un espacio donde cada libro establece sus propias reglas del juego. En el caso de Palinuro de México, las reglas tienen el poder de penetración suficiente para ponernos en marcha, con otros agentes de la ficción, por el camino que conduce a la medicina: la vocación que Fernando del Paso realizó en clave narrativa, y que ahora puedo aceptar como propia gracias al juego literario que da sentido a la materialidad descompuesta.

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Este ensayo aborda las correspondencias entre Ulises, la obra capital de James Joyce, y su gravitación o influjo en la segunda gran novela de Fernando del Paso, Palinuro de México. Luego proyecta ese vínculo hacia rasgos biográficos evidentes, y el entorno familiar emerge desde el trasfondo mitológico para instalarse en la trama. Es una obra poliédrica, afín a la estética cubista, donde el orden afectivo, la realidad y la ficción conviven o se mezclan de una forma distinta, cuyas lecturas múltiples habrán de continuar.

PALINURO O EL DIÁLOGO CON LOS MUERTOS HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ A Paulina, a Adriana, a doña Socorro y a Alejandro del Paso

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alinuro de México (1977),1 de Fernando del Paso (Ciudad de México, 1935-Guadalajara, 2018), es una obra que reúne gran variedad de elementos intertextuales. Uno de estos es la elección del nombre del personaje, Palinuro, el piloto de la nave de Eneas que lleva a la tripulación en huida después de la caída de Troya, quien cae al mar para ser asesinado y condenado a morar hasta que se le dé sacra sepultura. Y al recibirla, finalmente, terminará perpetuando su nombre en el cabo epónimo de la Italia meridional. A partir de la imbricación de mitos griegos, la historia de la medicina, la vida cotidiana del protagonista, así como de Estefanía y su familia, la novela (¿?) permite distinguir la fuerte influencia de una obra canónica de la lengua inglesa, Ulises, de James Joyce. Es importante recordar que Ulises, publicada en 1922, se anticipa a una serie de obras que, durante el periodo posterior a las guerras mundiales, retoma los temas y mitos tratados por los clásicos grecolatinos. Es el caso de El Prometeo mal encadenado (1899), de André Gide, Las moscas (1943), de Jean-Paul Sartre, La muerte de Virgilio (1946), de Hermann Broch, y otras posteriores como Memorias de Adriano (1951), de Marguerite Yourcenar. Ello nos permite pensar en la necesidad que tuvieron estos autores de regresar a la raíz del humanismo ante la barbarie de las guerras, el genocidio industrializado y la persecución a la cultura en cualquiera de sus expresiones. De algún modo, en el momento en que la vida humana se devaluaba debido a las guerras, los escritores nos recordaron que cualquier ser humano tiene la importancia de un semidiós. Desconozco si Fernando del Paso tenía presentes todos estos elementos cuando decidió involucrar a Palinuro en una historia con rasgos biográficos de tan fuerte calado. Sin embargo, por esta razón, tanto Ulises como Palinuro de México

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presentan un ejercicio cuya intertextualidad enriquece las historias que abordan Joyce y Del Paso. En el caso de Joyce, los capítulos del Ulises son dimensionados por La Odisea de Homero, con sus temas y situaciones. Aparece un Telémaco, Stephen Dedalus, hay un cíclope y están presentes las sirenas a modo de mujeres en un burdel, con el tratamiento a un personaje de nuestro tiempo como si fuera un personaje mítico. Palinuro es un ser mitológico que recorre las urbes en plena modernidad del siglo XX; se relaciona con el mundo de la medicina, de las agencias de publicidad, con el ambiente tabernario y logra un trayecto temático-lingüístico-anecdótico variopinto y desmesurado en su lenguaje. A partir de la figura dual entre Odiseo y su hijo Telémaco, Joyce retoma a Stephen Dedalus, personaje de Retrato del artista adolescente (1916), y lo introduce en el periplo de Leopold Bloom, publicista judío con cuernos de su esposa Molly, oriundo de Dublín. Por su parte, en la obra de Del Paso esta dualidad es variable debido a que se establece de diferentes maneras: Palinuro-Estefanía, PalinuroMolkas, Palinuro-hermano no-nato y Palinuro-tío Esteban, que me parece una de las relaciones más atractivas. Con base en la conferencia que dio un joven Fernando del Paso en agosto de 1968, 2 hace cincuenta años exactamente, en el Palacio de Bellas Artes, me remitiré al primer capítulo de Palinuro de México, que narra el ambiente familiar y principia con el periplo del tío Esteban, quien nació a la orilla izquierda del Danubio, en un imperio que se extendía desde la Transilvania hasta los picachos helados del Tirol. Su padre, médico cirujano y músico de cámara los domingos y días festivos, lo levantó en sus brazos y lo consagró a todos los dioses de la medicina por él conocidos: Apolo, Danavandri, Esmuno el fenicio y Khors el eslavo. Gracias a la conferencia antes referida y al texto biográfico “Fernando del Paso, el imperio del idioma”, de

Ángel Ortuño, podemos colegir que el tío Esteban es el trasunto del tío político de Del Paso, Zoltan Mester, y que en la novela se llama Esteban por el santo patrono de la ciudad en que nació, Budapest, capital de Hungría. 3 El tío también da origen a la figura inspiradora de Palinuro, pues Estefanía sería la declinación patronímica femenina de Estefan. Esta figura será central para Palinuro, pues se contagiará de la pasión médica y enciclopédica casi en un carácter per se. Esteban —joven— ha vivido en Berlín, ha participado en la guerra del 14, donde “era capaz de silbar un concierto brandemburgués cuando incineraba las heces de las letrinas”. Asimismo, se enamoró de una enfermera polaca que conoció durante su convalecencia de un balazo alojado cerca del corazón. Sin embargo, después de vivir un amor digno del mayor de los poemas, Esteban es enviado al frente de batalla y la polaca muere “con el cuerpo erizado de shrapnel4 unos cuantos meses después”. Esto da pie a Del Paso para lograr una de las imágenes más conmovedoras del libro: [...] al tío Esteban le sobraron los días, las semanas y los años para llorar a la polaca. Para imaginarse cada primavera, al derretirse la nieve, cuando los muertos que habían quedado insepultos durante todo el invierno comenzaban a aparecer, asomando aquí y allá una mano, un pie, un codo, que ella iba a estar allí también bajo la nieve, pálida y congelada. Así lo imaginaba cada vez que en la blancura se formaba un hueco negro y líquido por el que asomaba un mechón de cabello rubio y quebradizo. Posteriormente, el tío Esteban llega a México en el mismo barco en que llega el abuelo de Palinuro, Francisco, sin conocerse entrambos. En la casa grande de los abuelos en la colonia Roma, donde viven numerosos extranjeros, Palinuro es testigo de las disquisiciones sobre la Segunda Guerra Mundial por parte del abuelo

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—Más, muchísimo más: de aquí al cielo, de ida y de regreso, yéndose por el camino más largo de todos y regresando por un camino todavía más largo. Y eso después de dar varios rodeos, de perderse a propósito, de tomar un café con leche en Plutón, de recorrer los anillos de Saturno en patín del diablo y de dormir veinte años como Rip Van Winkle, en uno de esos planetas donde las noches duran veintiún años: porque a mí me gusta levantarme temprano, cuando menos un año antes de que amanezca.

segunda novela y las personas de la vida real es una coincidencia, una inevitable coincidencia.7

y diferentes tíos políticos. Igual ocurrió con el niño Fernando del Paso mientras era curado de las múltiples enfermedades que padeció a su corta edad. Me atrevo a sugerir que la trascendencia de la medicina estriba en esta doble relación: sea como médico amateur a la manera del tío Esteban o en su calidad de niño de salud precaria que es expuesto a un sinfín de tratamientos y remedios. A decir de Del Paso en la conferencia citada de 1968: “Fui lo que se llama un niño enfermizo, primero porque tenía el hígado muy chico, luego porque tenía ronchas muy grandes, el caso es que pasé mi infancia entre medicinas y prohibiciones”. ¿Cómo se relaciona esta fantasía literaria con la biografía, y cómo logra plagar este mundo con un detalle preciso que lo enriquece y dota de dimensiones más allá de lo realista? Para responder a este cuestionamiento retomo una idea de Roland Barthes en La cámara lúcida: 5 una fotografía muestra que “la estructura profunda de este detalle es el Tiempo. Y la esencia de esta forma es la aleatoriedad, la extrañeza”, es decir: “cuando la Cosa misma es alcanzada por el Afecto; no imitación (realismo), sino coalescencia afectiva”.6 La verdadera oposición ocurre entre un efecto de realidad que sólo significa una categoría general de lo real, y otro en que el objeto esconde sus signos y el arte se convierte en una especie de magia. El modo mediante el que esto ocurre con las palabras es la composición, es decir, la creación no sólo de frases y detalles sino de series de frases: la distribución de verdades, nos dice Thirlwell. Y ¿qué son estas verdades? Sigo con Thirlwell: una narración puede ser la prueba de algo que nunca será demostrable de forma lógica. Para Barthes, la fotografía —y yo creo que esto se aplica a la literatura— contiene un studium (el interés cultural general, el detalle histórico), pero lo más relevante es que contenga un punctum: un “elemento que nace en la escena, sale disparado cual flecha y me penetra”, esto es “lo que me convence como lector, o espectador, de que un signo no sólo es preciso, sino verdadero”. A decir de Del Paso:

Sin embargo, ¿qué alimenta una obra tan vasta? ¿De qué se nutre su realidad? A mi modo de ver, en los años setenta Fernando del Paso abreva directamente del diálogo con los seres que ya no estaban presentes. Tal como James Joyce juega en Ulises con la asistencia del padre de Hamlet durante el servicio fúnebre de Paddy Dignam, Fernando del Paso crea esta distinta verdad donde existen y conviven eternamente Estefanía, el tío Esteban, el abuelo Francisco, la abuela Altagracia, sus padres, Molkas, pero también su hermano mayor que no nació y con el cual ha desarrollado un atractivo juego de espejos. Más allá de esto: no me sentiría demasiado osado si sugiero que todos los personajes de esta obra catedralicia gozan de ese efecto de realidad que les proporciona la disolución de los contornos con la familia del joven Fernando. Del Paso ha logrado en Palinuro de México un libro cubista, en tanto tengamos al cubismo como fragmentación, dispersión en diminutos planos que no encajan unos en otros, sino como una visión entrevista sobre el objeto contemplado.8 De suerte que Del Paso, como exigía Picasso a su pintura de aquel momento, persigue la inclusión de todos los puntos de vista en la obra artística. En su conferencia de 1968 menciona la pintura y alude a la relevancia que tuvieron en su sensibilidad obras como “las ventanas de André Derain sobre el puerto catalán de Collioure, en la costa roja del Mediterráneo; Clausell y el Antipapa de Max Ernst, al Cementerio árabe, de Kandinsky, y el Homenaje a Mozart de Raoul Dufy”, cinco pintores que me permiten afirmar que Palinuro de México es una obra difícil de encasillar debido a que está influida tanto por lo lingüístico como por el arte plástico y visual. Podemos advertir que Del Paso integra a sus personajes con efectos de realidad que les dan vitalidad, relieve, y los hacen respirar en la página; de algún modo, insufla vida a las figuras del pasado que continúan vivas en su memoria. Habla de cosas ciertas que parecen mentiras y mentiras que parecen ciertas, tal como lo expresaron las musas en la Teogonía de Hesíodo. Asimismo este efecto de realidad se complementa con una perspectiva poliédrica; la casa de los abuelos, con todas las fantasías de la voz narrativa, entre personajes, diálogos, sentencias, pasajes, erudición médica y demás detalles, está plasmada desde una visión totalizada y totalizante. En uno de los más bellos pasajes, Palinuro le pregunta al abuelo Francisco cuánto lo quiere y ocurre este diálogo:

La realidad y la ficción de lo que les he leído no comienza y no termina en ninguna parte, están integradas en una nueva y distinta verdad; cualquier semejanza que exista entre los personajes de esta

—Mucho, muchísimo, le contestaba el abuelo Francisco. —Pero ¿cuánto, cuánto, abuelo? ¿De aquí a la esquina? —Más, mucho más. —¿De aquí al Parque del Ajusco?

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Este pasaje involucra dos aspectos: por una parte, el carácter lúdico en Del Paso, que la maestra Carmen Villoro ha señalado: es un “Homo ludens [...] que ha integrado los dones del pensamiento, el afecto y la imaginación para crear una realidad interna rica que se despliega en la obra de arte”9 y, por otra, la posibilidad de contener en una sola frase un infinito particular. Del Paso señala que el primer muerto que vio en su vida fue el cadáver del abuelo Francisco y que, a partir de ese instante, todos los muertos —incluso los del anfiteatro de la escuela de medicina—serían también ese muerto primigenio. ¿Cómo, si no es de una forma total de tipo cubista, donde todos los aspectos se presentan de un solo golpe y nos regresan la presencia total de nuestros seres queridos? Quizá por esto, el propio James Joyce hablaba de que no hay presencia más bella que la ausencia. Este texto fue leído en el Coloquio “Palinuro de México a 50 años de 1968”, que realizó la Cátedra Extraordinaria Fernando del Paso de la Universidad de Guadalajara, a cargo de la maestra Carmen Villoro.

Notas Fernando del Paso, Palinuro de México, México, Punto de lectura, 2007. 2 Fernando del Paso, “Visión desde el Palacio de Bellas Artes 1968”, un avance en el suplemento El Cultural de La Razón, núm. 111, 12 de agosto, 2017, y posteriormente en Invndación castálida. Revista de la Universidad del Claustro, “Del Paso por la vida”, núm. 5, febrero, 2018. 3 Ángel Ortuño, “Fernando del Paso, el imperio del idioma” en De paso por la vida. Homenaje a Fernando del Paso, Premio Cervantes, Paulina del Paso y Jesús Cañete Ochoa (coords.), varios autores, Ministerio de Educación Cultura y Deporte-Universidad de Alcalá-Santander Universidades, Alcalá, 2016, pp. 51-52. 4 Esquirlas expedidas por una bomba de explosión fragmentaria. 5 Citada por Adam Thirlwell en La novela múltiple, Anagrama, Barcelona, p. 35. 6 Ibidem, p. 36. 7 Fernando del Paso, op. cit., p. 12. 8 Cfr. Alfonso Reyes, “París cubista”, en El suicida, tomo II, FCE, México, p. 103. 9 Carmen Villoro, “Fernando del Paso. Celebración por la vida”, en De paso por la vida. Homenaje a Fernando del Paso, Premio Cervantes, op. cit., p. 43. 1

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Entre la celebración del chocolate en la literatura de García Márquez y el comentario sobre el supuesto exotismo que implica disfrutar gusanos de maguey, así como la temeraria opinión de Del Paso sobre la comida rápida, la autora de esta entrevista con el escritor y su esposa tomó como pretexto el libro que hicieron en conjunto: La cocina mexicana. La charla revela el humor, la erudición y el cariño que subyacen al volumen y, sin duda, a la vida en común de la pareja.

SOCORRO Y FERNANDO, COCINAR A FUEGO LENTO MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ

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ernando del Paso y su esposa, Socorro Gordillo, vivieron catorce años en Inglaterra y diez en Francia. Durante esa etapa se dedicaron a la cocina como un pasatiempo que derivó en un libro publicado en francés por Editions de l’Aube: Douceur et passion de la cuisine mexicaine (1991). Mostraba la amplitud de la gastronomía mexicana y brindaba las bases a cualquier persona para preparar platillos de la cocina tradicional: entradas, ensaladas, sopas —frías y calientes—, huevos, pescados, mariscos, carnes, grandes platillos, postres y bebidas, con los ingredientes, las especies, las aportaciones que hizo México al mundo y viceversa. En 2003, la editorial Diana publicó por primera vez en español La cocina mexicana. En 2016, el Fondo de Cultura Económica editó una versión conmemorativa, con diseño de portada e interiores de Alejandro Magallanes que le añade atractivo a este recorrido culinario. Sería limitado clasificar este libro como un recetario. Es más un ensayo que exhibe la herencia literaria, filosófica e histórica de Fernando del Paso, convertido en investigador de la cuisine. Su herramienta es la palabra sazonada por los manteles que mejor conoce: los de México. Esta conversación con los Del Paso ocurre en una cocina de paredes blancas, en su casa de la colonia La Calma en Guadalajara. Antes de comenzar, a manera de aperitivo, Fernando del Paso enfatiza que la labor de su esposa fue más compleja, porque ella fue quien cocinó las recetas durante su estancia en París. Sigue con una defensa de la cocina mexicana que, desde su punto de vista, es esencial observar de esta manera: —No es necesariamente picante, agresiva y salvaje, como se cree en general. La cocina texmex o chicana tiene sus méritos propios, pero viaja con pasaporte falso: no es propiamente comida mexicana. Por otra parte, conviene hablar de la relatividad entre lo familiar y lo exótico. En Europa son totalmente eurocentristas: todo lo de afuera les resulta exótico. Pero si un francés desayuna en París una taza de café con un pan relleno de chocolate, no sabe que está desayunando de manera exótica: el café es de origen árabe, específicamente de Yemen, y el chocolate de México. Ese exotismo también es relativo cuando se refieren

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a lo civilizado y lo salvaje. Mientras que a los franceses puede parecerles extraño que los mexicanos coman chile o gusanos de maguey, para nosotros es raro que ellos incluyan en su dieta caracoles o quesos medio podridos. Del Paso coincide con Talleyrand, quien observó que Francia posee una sola religión y centenares de salsas, en tanto que “Inglaterra cuenta con centenares de religiones y una sola salsa”. Recuerda que amigos como Álvaro Mutis los invitaron a muy buenos restaurantes y que juntos descubrieron “el Drambuie y el pastel Alaska —o bien omelette noruego—, una especie de soufflé”. —En la Ciudad de México —añade— visitamos lugares espléndidos como el Trevi, adonde solía ir León Felipe, y el Napolitano, donde nos encontrábamos con don Artemio de Valle Arizpe. Ahí conocimos platillos que hoy nos parecen elementales pero que entonces fueron verdaderos hallazgos, como el espagueti a la carbonara y el melón con jamón serrano. A manera de plato fuerte, un guiso tradicional de la cocina mexicana: el mole. ¡Viva el mole de guajolote!, aunque suene a grito estridentista. Del Paso explica que es un fenómeno irrepetible, inimitable, un milagro: —El mole simboliza un gran mestizaje, no sólo por incluir ingredientes de América y Europa sino también de Asia. Pensemos en el comino de Libia, la pimienta negra, el clavo y el azúcar de la India; las almendras de Persia; el anís de Egipto; el ajo de Kirquistán; el sésamo —ajonjolí— de África del Norte; el cilantro de Babilonia y la canela de Ceilán. Los lectores de Fernando del Paso somos testigos de cómo cocinaba a fuego lento su narrativa para lograr una mejor cocción, a diferencia de los escritores que publican una novela cada uno o dos años. Al preguntarle sobre los autores como cocineros de fastfood, señala: —Sin mencionar nombres, no me gustan. Los productos son malos, aunque no siempre. Y no tengo nada contra la fastfood, me parece malo comerla, pero de vez en cuando una hamburguesa, un hot dog o un buen taco nos caen muy bien. Las escenas gastronómicas son escasas en la narrativa de Fernando del Paso. En Noticias del Imperio, Maximiliano, camino a Cuernavaca, le dicta a su secretario Blasio una serie de menús relacionados con los tres colores de la bandera

“HACE “ TIEMPO QUISE ESCRIBIR UNA NOVELA SOBRE LA COMIDA, PERO ME DI CUENTA DE QUE GÜNTER GRASS SE ME ADELANTÓ Y LO HIZO MUY BIEN EN EL RODABALLO. ENTONCES PREFERÍ YA NO HACERLA . mexicana. En la novela policiaca Linda 67 hay otra mención de tipo culinario y nada más. Al preguntarle sobre esta ausencia del tema, comenta: —Cuando escribí esos libros no me interesaba la gastronomía. Aunque siempre me ha gustado ser gourmet, mi aprendizaje ha sido lento. Hace tiempo quise escribir una novela sobre la comida, pero me di cuenta de que Günter Grass se me adelantó y lo hizo muy bien en El rodaballo. Entonces preferí ya no hacerla. Apunta Socorro que Del Paso se encargó de la preparación de las bebidas que figuran en el libro. Desde las famosas margaritas, el tequila sunrise, ponche de ciruela pasa y de granada, y tres maneras de preparar café: de olla, irlandés a la mexicana y con rompope. Sobre los postres, Del Paso menciona, en el capítulo “Elogio del chocolate”, que en Cien años de soledad un sacerdote levita cada vez que lo bebe. Y que en sus Cartas de relación Hernán Cortés le cuenta al emperador Carlos V que los soldados lo consumían para sentirse fuertes. Escribe: A falta de dioses sobre la tierra, han abundado los soberanos apasionados por el chocolate, empezando por el propio emperador Moctezuma, quien según fuentes dignas de crédito, bebía hasta cincuenta tazas diarias, perfumadas con otro producto que México le dio al mundo: la vainilla. Ante tal variedad de guisos y condimentos de la cocina mexicana, su esposa revela que de todos los platillos incluidos en el libro, el que prefiere Fernando del Paso es la pancita. Y el escritor añade: —Porque, dígame usted, ¿quién puede resistirse a saborear una rica pancita?

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Los avatares de la vida de un artista no siempre se transparentan en su obra, pero dejan un camino que puede iluminar zonas inadvertidas de su trabajo creativo. Tres especialistas en Apollinaire siguieron un hilo que los llevó a Annie, primer amor del poeta, a quien le escribió “La canción del mal amado”. Conversaron con la musa de ese poema célebre y ella reconoció haber sido “muy cruel” con el autor. Estas líneas relatan el encuentro.

Centenario luctuoso de Apollinaire

"HOMBRES DEL PORVENIR, ACUÉRDENSE DE MÍ" NOTA Y TRADUCCIÓN RAFAEL VARGAS

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l título de esta nota es en el verso inicial de “Vendimiario”, el extenso poema que concluye Alcoholes (1913), primer libro de poesía de Guillaume Apollinaire. Se cree que lo escribió en 1909, probablemente entre finales de septiembre y finales de octubre. Resulta interesante mencionar ese texto porque es el primero que Apollinaire publica (en 1912) prescindiendo por completo de signos de puntuación, lo que hoy no sorprende a nadie, pero es una de las muchas aportaciones de su obra por las que, aun sin saberlo, lo recordamos. Aunque ha pasado un siglo desde su muerte, Apollinaire está muy lejos del olvido. Tan sólo en Francia, en el curso de los últimos veinte años se han publicado más de veinte libros que enriquecen nuestra visión de su vida y de su obra y nos obligan (es un decir) a leer otra vez, bajo una nueva luz, poemas como “Zona”, “El puente Mirabeau”, “La canción del mal amado”, “El pequeño automóvil”, “Fotografía”, “La bella pelirroja”. De esa veintena de volúmenes —entre ellos una decena de epistolarios de Apollinaire con amantes y amigos— poco más de la mitad se debe a Laurence Campa, profesora universitaria nacida en 1967, fascinada desde su juventud por el genio literario y la compleja trayectoria vital del gran poeta. Quizás el más esforzado e imponente fruto de esa fascinación sea la magna biografía que Gallimard puso a circular en junio del 2013 bajo un sencillo título: Guillaume Apollinaire. Son casi novecientas páginas que reflejan —a través de múltiples citas, noticias,

comentarios, documentos inéditos, datos y detalles— más de doce años dedicados a la lectura e investigación en bibliotecas, pinacotecas (la relación de Apollinaire con los pintores de su época es inagotable), archivos públicos y privados de por lo menos cuatro países. No es la primera biografía sobre ese “gran vidente”, como lo llamara André Breton.1 Hace medio siglo se publicó la homónima Guillaume Apollinaire, su primera (y hasta el 2013, única) biografía, cuyo principal mérito fue recoger, a lo largo de los años cincuenta, los recuerdos y testimonios directos de todos los sobrevivientes del círculo de Apollinaire. 2 Su autor, Pierre-Marcel Adéma —otro de los nombres recurrentes cuando se revisan las bibliohemerografías relacionadas con el poeta—, prácticamente consagró su vida (1912-2000) al estudio de Apollinaire: su primera nota acerca de él data de 1946; la última apareció poco antes de su muerte. Además, en colaboración con Michel Décaudin (otro de los grandes conocedores del poeta que adoptó la lengua francesa como propia, muerto en 2004, a los 85 años) se encargó de establecer y anotar el texto de la obra poética de Apollinaire para la Bibliothèque de La Pléiade, y también conjuntaron y comentaron las 524 imágenes que constituyen el Album Apollinaire (1971), espléndida iconografía que forma parte de esa misma colección. Pero el trabajo de Laurence Campa no es menos importante ni menos impresionante que el de ese par de eruditos, a los cuales conoció y trató,

“ES “ COMÚN PENSAR EN APOLLINAIRE COMO UNA CÚSPIDE DE LA POESÍA FRANCESA Y OLVIDAR QUE NACIÓ EN EL TRASTEVERE, EN ROMA, HIJO DE UNA PAREJA ITALO-POLONESA MAL AVENIDA; QUE SU PRIMER IDIOMA FUE EL ITALIANO .

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por supuesto (con Michel Décaudin hizo un libro: Passion Apollinaire: La poésie à perte de vue,3 publicado en el 2004 bajo el sello de la casa editorial Textuel). Hoy es su aventajada sucesora, entre otras razones porque hoy se han abierto fuentes y colecciones antes inaccesibles (como el archivo de Picasso, por ejemplo) y con el andar del tiempo se han descubierto nuevas cosas, incluso en el archivo del propio Apollinaire. Es el caso de las 45 misivas (cartas, postales y telegramas) que Louise de ColignyChâtillon, amante de Apollinaire cuando acaba de enlistarse en el ejército, le envió al poeta entre diciembre de 1914 y septiembre de 1915. Gilbert Boudar, sobrino del escritor, las encontró y se las entregó a Pierre Caizergues, quien acaba de publicarlas en octubre con Gallimard.

EL DRAMA DE SER INMIGRANTE Es común pensar en Apollinaire como una cúspide de la poesía francesa y olvidar que nació en el Trastevere, en Roma, hijo de una pareja italopolonesa mal avenida; que su primer idioma fue el italiano (casi a la par del polaco), y comenzó a aprender francés sólo después de que cumplió siete años, porque su madre, Angélica de Kostrowitzky —una polaca altiva, audaz e interesada, según la califica Laurence Campa—, decidió dejar Italia y mudarse primero a la Costa Azul (donde viven hasta 1898) y después a París, en 1899. La identidad del padre, que dejó a su mujer y sus hijos antes de que partieran a Francia, se ignora hasta el día de hoy. El propio Apollinaire se encargó de propalar que era un oficial italiano. También se ha dicho que era Jules Weil, última pareja sentimental de su madre. Laurence Campa subraya la improbabilidad de tales versiones. Apollinaire fantasearía a lo largo de su vida con diversas hipótesis para afirmar la pretendida nobleza de sus ancestros.

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Lo cierto es que en París sufrió una suerte similar a la que corre la mayoría de los desplazados e inmigrantes. Padeció pobrezas y en diversos momentos llegó a temer que se le expulsara de Francia. No por nada afrancesó en 1902 su nombre original: Wilhelm Albert Apollinaris Wladimir Alexander Kostrowitsky. Es probable que durante mucho tiempo se haya sentido como un métèque (un meteco: el despectivo acuñado en la Atenas clásica para referirse a los extranjeros que residían en la ciudad). Es significativo que en 1918 haya escrito que “un poeta jamás puede ser extranjero en el país donde se habla la lengua en la que él escribe”, cuando ya se ha convertido en ciudadano francés (la nacionalidad le sería otorgada el 9 de marzo de 1916). Esto, merced al hecho de haberse enrolado voluntariamente en el ejército galo —una opción similar a la que han elegido tantos mexicanos para adquirir la ciudadanía estadunidense enrolándose en el ejército norteamericano. Ahora se sabe que Apollinaire se enlistó para acabar así, de tajo, con un factor de incertidumbre y zozobra. Fue adscrito al trigésimo octavo regimiento de artillería, lo que le permitirá decir: “Tanto he amado las artes que ahora soy artillero”.

INAGOTABLE APOLLINAIRE Felizmente, uno nunca deja de disfrutar de la poesía de Apollinaire ni deja de interrogarla. Entre más se lee, mejor se lee y más ganas dan de seguirla leyendo. Nunca deja de surgir alguna novedad. En junio de este año, una pesquisa en los archivos de The New York Times para revisar si acaso ese diario había publicado un obituario de Apollinaire

(su fama internacional no alcanzaba aún el grado que tiene hoy) encontró el reportaje traducido en las siguientes páginas. Fue publicado el 15 de septiembre de 1963 bajo la firma de Francis Steegmuller (1906-1994), uno de los más distinguidos especialistas norteamericanos en la obra de Apollinare (ese mismo año había aparecido su libro Apollinaire: Poet Among the Painters), además de una autoridad indiscutible en la obra de Flaubert y gran conocedor de la literatura francesa en general. En septiembre del año 1962, acompañado por LeRoy Breunig y Norbert Guterman, Steegmuller se dirigió a Katonah, una pequeña ciudad en el estado de Connecticut, setenta kilómetros al norte de Manhattan, para visitar a la señora Postings, nombre de casada de Annie Playden, quien fuera el primer gran amor de Apollinaire al iniciar el siglo XX. La nota se explica sola. Vale la pena añadir, para el lector no familiarizado con Apollinaire, que los acompañantes de Steegmuller no estaban allí por casualidad. Desde 1953, LeRoy Breunig (1915-1996) dirigía el departamento de Francés de la Universidad de Barnard. Era un erudito en poesía francesa y en particular en la obra de Apollinaire, sobre la que escribió mucho y muy bien; en 1988 publicó una selección de sus ensayos y notas con el título de Apollinaire on Art (DaCapo Press). El tercer visitante, Norbert Guterman (1900-1984), era un psicólogo polaco que durante los años treinta se asiló en Estados Unidos, donde se convirtió en un versátil traductor al inglés de obras escritas en latín, polaco y francés. Como una curiosa nota al pie hay que apuntar que el “escritor albanés” a quien Annie Playden alude en la nota de Steegmuller es el destacado

“ANNIE “ PLAYDEN NO SÓLO DIO PIE A QUE APOLLINAIRE COMPUSIERA LA CANCIÓN DEL MAL AMADO , SINO VARIOS OTROS POEMAS DE ALCOHOLES. SI NO LA PRINCIPAL, FUE SIN DUDA LA PRIMERA MUSA DEL GRAN INNOVADOR DE LA POESÍA MODERNA .

Fuente > Museo Berggruen

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Tarjeta de Picasso para Apollinaire, 6 de diciembre de 1905: “Ya no te he visto, ¿acaso has muerto?”.

autor Faik Konica (1875-1942), considerado como uno de los padres de la literatura albanesa, que cuenta hoy día con excelentes poetas. Acerca de Konica, quien vivió en Londres entre 1902 y 1909, Apollinaire escribió: “Ha convertido un áspero idioma de marineros en una lengua hermosa, rica y flexible”. Por último, hay que decir que Annie Playden no sólo dio pie a que Apollinaire compusiera “La canción del mal amado”, sino varios otros poemas de Alcoholes. Si no la principal, fue sin duda la primera musa del gran innovador de la poesía moderna, cuya breve obra ha sido una fuente inagotable que lo convierte, a cien años de su muerte, en nuestro estricto y vivísimo coetáneo. Notas 1 En el curso de una charla radiofónica con André Parinaud, recogida en André Breton, Conversaciones (1913-1952), Colección Popular, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 27. 2 Pierre-Marcel Adéma, Guillaume Apollinaire, La Table Ronde, París, 1968. 3 Título que podría traducirse como Pasión Apollinaire: poesía a vista perdida, o Pasión por Apollinaire: poesía hasta donde llegue la vista.

UN AMOR DE APOLLINAIRE FRANCIS STEEGMULLER

U

na brillante tarde otoñal de 1962 tomamos la autopista de Sawmill River con rumbo a un destino más bien excepcional. Nos habíamos enterado de que Annie Playden, la institutriz inglesa de ojos azules que los amantes del poeta Guillaume Apollinaire consideran su Beatriz, su Laura, su Dama Oscura de los Sonetos (en la época de sus comienzos poéticos en

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Renania) vivía entonces en Westchester1 con su hermana, la señora Vockins, administradora de un asilo canino. Annie y Apollinaire se conocieron en París en 1901, cuando él era aún el desconocido Guillaume de Kostrowitzky, un joven pobre que había postulado para el puesto de tutor de la hija de una condesa alemana, cuya institutriz era Annie. Los dos pasaron

un año en la villa de la condesa cerca de Bonn y viajaron con ella y la niña hasta Viena; entonces Kostrowitzky renunció a su cargo y regresó a París. Visitó a Annie dos veces en Londres y eso fue todo. Todo, excepto por los poemas: los primeros versos de amor de Apollinaire —las “Renanas”—, saturados de la presencia de Annie, en los que lamenta su aspereza y, especialmente, el gran poema “La canción del

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mal amado”, que acaso Apollinaire nunca logró igualar, escrito después de su separación final. Murió en 1918, convertido en el adalid del movimiento de la poesía moderna. Íbamos tres en el viaje: LeRoy Breunig quien, además de ser profesor de francés en Barnard es, junto con dos o tres personas en Francia, uno de los principales estudiosos de la obra y la vida de Apollinaire; Norbert Guterman, lector de Apollinaire desde que un amigo en Francia le envió a su nativa Varsovia un ejemplar de Alcoholes, el primer libro de poesía de Apollinaire, cuya lectura lo llevaría a París y a la Sorbona, donde encontró jóvenes como él que leían el segundo libro de Apollinaire: Caligramas.

“DE “ VERAS NO LOGRO ENTENDER QUÉ TIENEN QUE VER CONMIGO TODAS LAS COSAS QUE ME CUENTAN. SOBRE TODO —LA SEÑORA POSTINGS SE RUBORIZÓ OTRA VEZ— PORQUE YO ERA UNA INGLESITA SIMPLONA Y MUY IGNORANTE EN AQUEL MOMENTO . un poema sobre un hombre, una muchacha y una adivina. “Señor Breunig”, le dijo a Roy, “¡qué gusto volver a verlo!”. Enseguida nos presentamos y nos sentamos, y ella nos contó que pocos años antes se había retirado y que ahora vivía permanentemente allí, en Katonah, con su hermana menor, viuda reciente, cuyos hijos ya vivían en sus propias casas. —Ahora tengo 83 años —dijo—. Aquí sólo estamos dos ancianas, pero nunca nos sentimos solas gracias a que... En ese momento, detrás de los árboles de magnolia y del césped parcialmente visible entre ellos, estalló un frenético coro de ladridos de diferentes tonos y estridencias. Todos nos reímos. Los ladridos anunciaban la llegada de un nuevo huésped y, al cabo de un rato, la señora Vockins se reunió con nosotros. Traía una bandeja con vasos de jerez y un plato de galletas. Para entonces ya estábamos inmersos en las cosas que habían sucedido en 1901, 1902, 1903 y 1904, y la tarde transcurría con rapidez.

R OY YA HABÍA VISITADO una vez a

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M IENTRAS CONVERSÁBAMOS, Norbert Guterman intervenía ocasionalmente con un comentario destinado a recordar a la señora Postings cuánto había crecido la fama en torno de Apollinaire y de su propio nombre: parecía, aun después de diez años, necesitar ese recordatorio. “Hay una calle en París que lleva el nombre del poeta”, decía Norbert. O bien: “Una estatua erigida en homenaje a él se encuentra en una de las plazas públicas”. O bien: “En la Sorbona se dicta un curso sobre su obra”. Cuando le dijo: “Usted sin duda se da cuenta, señora Postings, de que Annie es inmortal”, la aludida suspendió sus Fuente > Colección de Pierre-Marcel Adéma

Annie Playden. Después de la última visita que Apollinaire le hizo en Londres en 1904, ella también dejó Inglaterra para ocupar un puesto como institutriz en California. Cincuenta años más tarde, un belga experto en Apollinaire descubrió su paradero y le escribió. Fue la primera vez que ella tuvo un indicio de que el tutor de habla francesa a quien ella siempre había llamado Kostro se había convertido en un poeta famoso y que ella misma era conocida por haber sido su musa. Roy la había visto hacía diez años, poco después de que ella se enterase de esto, y recordaba bien la turbación que ella experimentaba. Al final de la autopista dimos vuelta a la izquierda para cruzar el puente hacia Katonah. Pronto encontramos Bedford Road, y después de un par de kilómetros llegamos al número 221, una casa semioculta por árboles, con el nombre Vockins en el prado y, a cierta distancia, al fondo, las perreras. Nadie respondió a nuestro llamado en la puerta principal que conducía a un recibidor de enormes ventanales, pero unos instantes después una señora bronceada, sonriente y relajada, con anteojos y cabello gris, vestida con una blusa multicolor y un pantalón de lana verde, nos abrió la puerta trasera. “Soy la señora Vockins”, anunció; cuando Roy se identificó y nos presentó a Norbert y a mí, ella dijo: "Espero que no les importe pasar por mi cocina. Vayamos al recibidor, voy a llamar a mi hermana". Y gritó: “¡Tía! ¡Tía! ¡Unos caballeros han venido a verte!”. Al principio nos desconcertó que no la llamara “Annie”, pero de inmediato aclaró: “Llamo a mi hermana Annie ‘Tía’ porque estoy muy acostumbrada a oír que mis tres hijos la llaman así”. Nos llevó al recibidor, a cuya puerta habíamos llamado originalmente, y allí nos reunimos casi de inmediato con la persona de aspecto más encantador que se pueda imaginar: regordeta, de cabello blanco, mejillas rosadas. Sonreía no sólo con los labios sino también con los ojos, que eran de un alegre azul lavanda, mucho más brillantes que las flores azules estampadas en el vestido que llevaba puesto. Aquí estaba el “pájaro azul” cantado por Apollinaire en “La Gitana”,

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evocaciones y bajó la cabeza. Pudimos ver sus rosadas mejillas sonrojarse aún más. —Sin duda ustedes se dan cuenta de cuán extraña me hace sentir todo esto —dijo—. Sabía que Kostro [Apollinaire] escribía algo en su habitación en casa de la condesa, pero no tenía idea de lo que escribía. No volví a escuchar ni una palabra de él después de que ambos dejamos Londres en 1904. Me había perseguido tanto que le dije a mi madre que si me escribía no me enviara las cartas. Acepté un trabajo en California. Cuando tenía 27 años, me casé con el señor Postings, y estuve casada con él veinticinco años, hasta que murió. Después de eso trabajé con el señor y la señora Jackson en Santa Bárbara durante otros veinticinco años. El poco francés que aprendí de niña casi ha desaparecido. No he podido leer los poemas que me envió el señor Breunig. De veras no logro entender qué tienen que ver conmigo todas las cosas que me cuentan. Sobre todo —la señora Postings se ruborizó otra vez—porque yo era una inglesita simplona y muy ignorante en aquel momento, demasiado pueril, en realidad, para mis veinte años. ¡Era tan malvada con Kostro! No pudimos evitar sonreír. “Todos los lectores de poesía francesa lo saben”, dijo uno de nosotros. “En sus poemas él se queja de eso todo el tiempo”. —Quieren decir que, si acaso hubiese sido buena con él, ¿no existirían sus hermosos poemas? ¿Tal vez todo fue para bien? Nos sorprendió su repentina agudeza: la señora Postings no era una persona que hubiera leído mucho sobre el provecho que los poetas sacan de sus sufrimientos. —Lamento, por supuesto, si fui demasiado cruel —prosiguió la señora Postings—, pero, ¿qué podía hacer? Kostro no podía enamorarme debidamente con palabras, puesto que yo apenas sabía un poco de francés y su inglés era casi inexistente. Y yo no iba a permitirle hacer ninguna otra cosa. Me lo habían advertido antes de salir de casa. Mi hermana y yo éramos las chicas más tiesas de Clapham. Mi padre era tan puritano que se daba cuenta de ello y se llamaba a sí mismo el Arzobispo de Canterbury. Sólo porque el médico que la condesa tenía en Londres era amigo de mi padre me permitieron tomar el trabajo con ella e ir al continente: el médico dijo que se aseguraría de que yo estuviera con una familia respetable. No recuerdo que en ese momento nadie nos haya dicho que habría un hombre joven en casa de la

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Fuente > tanvien.net

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“SE “ COMPORTÓ DE UNA MANERA EXTRAORDINARIA EN LONDRES, LAS DOS VECES QUE ME VISITÓ —CONTINUÓ LA SEÑORA POSTINGS—. UN DÍA ME COMPRÓ UN SOMBRERO Y UNA BOA DE PLUMAS, INSISTIÓ EN ELLO. MI MADRE ESTABA FURIOSA .

El poeta y Annie.

condesa. ¡Kostro era tan intenso! Me aterrorizaba. Una vez me llevó por un peligroso sendero en la montaña y me dijo que si me negaba a casarme con él, sería bastante capaz de tirarme a un precipicio. Me dijo: “¡Todo hombre mata lo que ama!” También se comportó de una manera extraordinaria en Londres, las dos veces que me visitó —continuó la señora Postings—. Un día me compró un sombrero y una boa de plumas, insistió en ello. Mi madre estaba furiosa. Me dejó salir a cenar con él una vez, pero sólo porque prometí estar en casa a las nueve en punto. Él me llevó a visitar a un amigo suyo, un escritor albanés de no sé qué tipo. Su esposa, es decir, la chica con la que él autor vivía, esperaba un bebé. No estaban casados y ella lloraba por eso. Me dijo que otra mujer solía pararse en la esquina frente a su apartamento y que se quedaba allí, de pie, mirando hacia arriba. Temía que su marido se fuera con ella. Para mí, hija de un arzobispo, era una compañía totalmente impensada. Después de la cena, la mujer comenzó a preparar una cama en la sala de estar, me di cuenta de que la preparaba para Kostro y para mí, y que esperaban que pasara la noche con él allí. Les dije: “No, no, no. No puedo hacer eso. Debo irme a casa. Mi madre me espera”. Kostro me llevó a casa después de las nueve. ¡Mi madre estaba furiosa! Furiosa... furiosa — empezaba a sonar como un estribillo. —Fue debido a que Kostro insistió tanto en casarse con usted, en Londres, que le dijo que había aceptado un trabajo en Estados Unidos, ¿no es cierto? —le preguntó uno de nosotros a la señora Postings—. Y después se propuso conseguir uno, ¿verdad? —Supongo que en parte fue por eso —dijo la señora Postings—, pero por no sé qué me entró la idea de que quería ir a un país que comenzara con “A”: América, Australia. La oferta de Estados Unidos llegó primero.

PARECIÓ UN POCO VAGA cuando dijo eso. La tarde declinaba. Tal vez la estábamos reteniendo demasiado. Pero

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lo que dijo sin duda sonaba como una idea muy vaga, tal vez mucho más indicativa que cualquier otra cosa de la inmadurez de la niña inglesa cuando el joven poeta la conoció. —El gran aliciente que Kostro me ofrecía era que si me casaba con él, me convertiría en una condesa —dijo la señora Postings—. Ustedes saben que él siempre dijo que provenía de una noble familia rusa, llena de generales y sabrá dios qué más. Mencionaba a su madre de vez en cuando, pero nunca decía ni una palabra sobre su padre. De alguna manera tuve la idea de que... de hecho, creo que usted me dijo, señor Breunig, que... Roy asintió: —Tiene usted razón. Yo le dije que los padres de Kostro no estaban casados. Tal vez su padre era de una buena familia italo-suiza, y la familia de su madre era en parte polaca; su padre parece haber sido un coronel en el ejército del Zar antes de que dejara Polonia y se fuera a Italia, donde los padres de Kostro de alguna manera se encontraron. Pero no creo que hubiese podido convertirla en condesa. —Recuerdo que Kostro se despidió de mí en Waterloo Station —dijo la señora Postings—. ¿O era en Victoria? Tenía medio cuerpo dentro y medio fuera de la ventana. Esa fue la última vez que lo vi. Tengo una joya que me regaló. ¿Les gustaría verla? Subió las escaleras y al cabo de unos momentos bajó con una caja grande, plana y de forma complicada; el interior de la tapa con bisagras era de satín blanco estampado en oro con el nombre de un joyero parisino situado en la Chaussée d’Antin. Contenía un dije, un ejemplo del más puro estilo conocido como art nouveau o libertad, una joya cóncava a la vez que convexa con un complicado contorno, una especie de pieza barroca de 1900. Era hermosa, elaborada, imponente, probablemente más llamativa que valiosa, pero le daba a uno que pensar. Acaso era lo más novedoso en París cuando Kostro se la entregó a Annie. El dije pasó décadas enteras en las que un joyero lo habría clasificado como démodé e imposible; ahora hay un renacimiento del art nouveau entre quienes son más o menos refinados. La señora Vockins, que casi no había participado en la conversación, habló: —A mí Kostro me parecía encantador —dijo—. Entonces yo era Jennie, la hermana menor de Annie. Cuando ella tenía veinte años yo tenía doce. Después de la primera vez que Kostro vino a Londres a verla, me envió un anillo desde París. Me emocionó: me parecía lo más maravilloso del

mundo poseer un anillo, especialmente uno que un hombre me había enviado desde París. Mi madre sólo me dejaba ponérmelo de vez en cuando, en alguna ocasión especial, y luego tenía que volver a guardarlo en su caja. Todavía lo tengo. Lo bajaré, si quieren verlo. La caja de la señora Vockins era pequeña. El anillo de Kostro era una banda estrecha de metal con una pequeña perla rodeada de esquirlas de diamante; un anillo modesto, pero con un diseño encantador. Lo sostuvo entre el pulgar y el índice cuando se lo devolvimos y dijo con una risita: —En el momento en que Kostro nos dio el anillo y el colgante, mi hermana dijo que estaba segura de que se los había robado a su madre. La señora Postings se quedó atónita. —¡¿Yo dije eso?! ¡Oh, de veras era mala con él! Parecía un poco avergonzada y se ocupó en poner el colgante en su caja, colocando la cadena a lo largo de las ranuras que formaban un corazón. Ahora era evidente, o al menos así nos pareció a los tres —hablaríamos de ello más tarde, en el camino de regreso a Nueva York—, hasta qué punto la desconfianza había llegado más allá de la malevolencia. La inglesita simplona, “demasiado pueril para sus veinte años”, probablemente no “quiso decir” lo que le había dicho a su hermana sobre el joven y exótico tutor, que acaso habría sido capaz de robarle joyas a su propia madre, pero tal era la imagen que le había brotado de los labios, la imagen que ella tenía de la posible vida familiar de esos extraños extranjeros, los Kostrowitzky. Nunca podría sospechar un poeta la imagen que tiene de él su venerada musa. Nos despedimos de las hermanas, una con pantalones y la otra con un estampado vestido azul, extrañas residentes de Katonah, cada una sosteniendo en la mano la joya que les regalara Apollinaire —quien fue, por cierto, entre tantas otras cosas, el ingeniero que acuñó la palabra surrealismo— mientras los perros ladraban espasmódicamente a la distancia. Las últimas palabras que la señora Postings nos dirigió cuando nos marchábamos fueron: —Gracias por venir. Creo que tendré felices sueños esta noche. Me han hecho sentir que no he vivido en vano. ¿Podría la Beatriz de Dante haber deseado más? Notas 1 A 72 kilómetros al norte de Manhattan, en el estado de Nueva York. [N. del t.]

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EN 2006 fueron halladas en México dos fosas clandestinas; en 2010, el número ascendió a 105 y en 2015 se encontraron 253. Un año después, en 2016, fueron reportadas 354 sepulturas colectivas. El total en esos once años suma 1978 fosas clandestinas con 2884 cuerpos, de los cuales 1381 han sido identificados. La documentación de esta barbarie el escorpión la recupera del portal www. adondevanlosdesaparecidos.org, presentado la semana pasada en la Casa Refugio Citlaltépetl. Es resultado de una investigación iniciada hace año y medio por un equipo de periodistas independientes (Alejandra Guillén, Mago Torres, Marcela Turati, entre otras) y después respaldada por Quinto Elemento Lab. En el camino se han unido otros profesionales, además de grupos como el de Investigación en Antropología Social y Forense, GIASF. La información y los datos duros le revelan al alacrán una emergencia también en materia de servicios médicos forenses. En este país los cuerpos de personas desaparecidas yacen en el olvido de las fosas comunes, en los congeladores de los Semefos, en camiones refrigerados o, peor, en sepulcros clandestinos aún por ser descubiertos. Las inhumaciones ilegales se convirtieron en una marca de los dos últimos sexenios, pues en uno de cada siete municipios mexicanos los criminales cavaron hoyos en la tierra para ocultar los cadáveres de sus víctimas y, en algunos casos, también quemarlos. En 24 estados de la República se han realizado estos macabros hallazgos y hay cerca de 60 colectivos en busca de fosas clandestinas en el país. Nadie puede sustraerse a este horror y menos una autoridad incompetente: procuradurías y fiscalías engañosas, sin datos comprobados o en absoluta negación. Siete estados del país dicen no haber encontrado fosas en su territorio, a pesar de los señalamientos

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EL VERDADERO LOGRO DE ESTAS TRES DÉCADAS ES CONTRADECIR

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

EL DISCURSO OFICIAL DE MANERA PUNTUAL . y su afición a la fiesta. Pero detrás de su dipsomanía está un hombre comprometido con la contracultura. Y vaya que ha pagado el precio. Generación es una revista que ha contado con muy poco apoyo. Mientras otras publicaciones reciben publicidad gubernamental, Carlos ve pasar el dinero de largo. A cambio ha tenido la libertad de publicar lo que ha querido sin autocensurarse. Ha tocado los temas más espinosos para la agenda política. El verdadero logro de estas tres décadas no es imprimir una publicación, sino contradecir el discurso oficial de manera puntual. Todos los que conocemos a Carlos nos hacemos la misma pregunta. De qué vive. Cómo mantiene sus vicios. Cómo sostiene la revista. El misterio permanece intocado. Sólo algo saca uno en claro. Nadie podría hacerlo mejor. El formato de Generación sigue siendo mi favorito para acercarme a la lectura de una revista. En la salud, pero más en la enfermedad, de pie y en silla de ruedas, Carlos ha mantenido a flote Generación. Es un ejemplo perfecto de matrimonio exitoso. No recuerdo la primera vez que vi a Carlos en persona. Pero sí que me sorprendió su vitalidad. Esa misma vitalidad anima las páginas de Generación. No importa el estado en que se encuentre, su incansable labor es seguir fomentando el diálogo. El país se ha estado cayendo a pedazos desde que Carlos fundara la revista pero le vale madre. No va a tirar la toalla. Obvio que en algún momento el relevo generacional será necesario. Y ya se perfila como continuador su hijo Emiliano Escoto. No creo que vaya a pasarle lo mismo que a Chávez Jr. Se ve que sí va a dar el ancho. Y llevará la revista a una nueva época, igual de chingona que la que heredará. A Carlos me gustaría decirle que celebrara por todo lo alto estos treinta años, pero el cabrón lleva haciéndolo todos los días desde que salió el número uno. No ha parado de publicar ni de festejar.

Fuente > omnia.com.mx

SI CREEN QUE MUMM-RA es inmortal es porque no conocen a Carlos Martínez Rentería. Generación, la revista que encabeza, cumple tres décadas. No se me ocurre logro semejante con que comparar tal hazaña que los seis campeonatos de Jordan con los Toros de Chicago. Hace unos días, en una comida en compañía de otros escritores, los convocados reconocieron que todos (o casi) habíamos pasado por sus páginas. Pocas publicaciones pueden presumir de haber anidado a las mejores plumas de esos treinta años. A diferencia de otras revistas, reservarse el derecho de admisión no forma parte de su criterio editorial. Lo mismo ha albergado a Juan Villoro, José Agustín, Guillermo Fadanelli o Eusebio Ruvalcaba que a autores desconocidos. No es mi intención abrumarlos por millonésima ocasión con la historia de lo tedioso que fue crecer en provincia, pero alegaré en mi defensa que gracias a Generación la vida era menos aburrida. Recuerdo un ejemplar en especial. Incluía un relato de Jack Kerouac. “Escenas de Nueva York”, del libro Lonesome Traveler. Sin Amazon, sin librerías, sin visa, era un salvavidas para no ahogarse en la arena de tanta tolvanera. Era una época en que no tenía obligaciones. No pagaba pensión, clases de piano, renta, etcétera. Contaba con todo el tiempo del mundo. Y las revistas eran una parte importante de la cotidianidad. Recuerdo no sin melancolía cómo babeaba en los puestos de voceadores. No me alcanzaba el varo para comprarme todas las revas que quería. Paradójico, hoy me frustro porque tengo dinero pero no se me antoja casi ninguna publicación. Aquellos días podía consagrarme por entero a la lectura. Leí las revistas de principio a fin. Con el tiempo ese deleite se arruinaría para siempre. En parte porque uno crece y contrae compromisos y en parte por culpa de los malditos smartphones distractores. Cada cierto tiempo veo en Facebook que alguno de mis contactos pone a disposición de quien quiera su colección de revistas. Otros simplemente las tiran a la basura. Yo me resisto a deshacerme de ellas. Tengo un clóset atascado. Entre las cuales hay bastantes números de Generación. Si Carlos Martínez Rentería ha aguantado treinta años qué derecho tengo yo a botarlas. Forman parte de mi educación sentimental. No suelo ser acumulador, pero estas revistas son el recordatorio de una etapa feliz de mi vida. Y me cuesta decirles adiós. No importa que ya no sea más esa persona. Como le ocurre a muchos personajes, hoy Carlos Martínez Rentería es más célebre por sus entradas y salidas del hospital

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30 AÑOS DE GENERACIÓN EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

EL TOTAL EN ESOS ONCE AÑOS SUMA 1978 FOSAS CLANDESTINAS CON 2884 CUERPOS, DE LOS CUALES 1381 HAN SIDO IDENTIFICADOS . de la prensa y diversos colectivos. Sólo en Yucatán no ha habido reportes. Este grupo ha avanzado en la elaboración de un mapa de este tipo de excavaciones, auténtica cartografía de la catástrofe. ¿Qué revelan estas personas desaparecidas, asesinadas y enterradas en fosas clandestinas? La pérdida de la existencia misma, de sus derechos y hasta de su misma identidad. Apenas en noviembre pasado, y gracias al empuje de organizaciones civiles, el gobierno aprobó una Ley de Desapariciones y una Comisión Nacional de búsqueda mandatada a elaborar un registro nacional de personas desaparecidas. La construcción de la verdad, la reparación del dolor, la búsqueda encabezada siempre por mujeres habla de una política del afecto, del amor, de la solidaridad. ¿Dónde están? ¿Qué les hicieron? ¿Por qué se los hicieron? A estas preguntas, entre otras, contribuye a responder este comprometido esfuerzo civil, insiste el escorpión.

FOSAS CLANDESTINAS

16/11/18 18:20


SÁBADO 17.11.2018

ESGRIMA Por

ALICIA QUIÑONES

PA B L O D E V I TA EL CINE DE AMÉRICA L AT I N A

L

as nuevas voces del cine de América Latina no sólo muestran las diversas realidades que se viven en el continente. También revelan que la industria cinematográfica en español está tomando un nuevo auge en el mercado internacional. El Festival Internacional de Cine de Mar de Plata, que culmina hoy con la proyección de Roma, de Alfonso Cuarón, fue el punto de partida de la conversación con Pablo de Vita, uno de los analistas de cine más destacados de Argentina, jurado de la crítica de ese mismo festival. Además de académico y promotor cultural, De Vita ha sido jurado de festivales como el Internacional del Cine de Gijón, el Internacional de Cine de San Sebastián y el de Cine Independiente de Buenos Aires. ¿Cuál es el escenario del cine argentino y latinoamericano en este momento? Es como hablar de Argentina. ¿Existe una sola Argentina? No, hay varias. ¿Existe un cine argentino único? No, tampoco, podemos hablar de varios cines hechos en Argentina. Confluyen dentro de esa identidad aglutinante que es el cine argentino, que no escapa a la estructura de un gran sostén de producción que se ha realizado históricamente, desde la recuperación democrática, a través del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. El problema del cine argentino se encuentra en que sólo diez películas (de las doscientas que se podrían llegar a producir por año) consiguen la atención del público. El cine argentino vive con un público reducido. Claro, hemos tenido películas con éxitos mundiales y locales, como El secreto de tus ojos o Relatos salvajes. Es una realidad muy disímil la del cine argentino, aunque tiene una carga histórica que puede ser equiparable a la del cine mexicano. El cine argentino ha tenido ese sitial dentro de la comunidad hispanoamericana, luego lo tuvo México, con mucha relevancia, y hoy ambas cinematografías son punta de lanza en Latinoamérica. Sin embargo Brasil ha tenido una presencia mucho más importante, más potente y más sostenida en tiempo que el argentino. Por otro lado, México ha logrado insertar mejor a sus directores a nivel mundial. Estos no escapan ni del producto artístico ni de la industria, son directores que han logrado el equilibrio que parece la alquimia imposible de que una película sea artística y, a la vez, comercial. ¿Qué sí tiene el cine argentino? Que logra mantener líneas y corrientes estéticas muy marcadas, más allá de los vaivenes que se presentan en el país. Algunos de los directores que están creando una interesante trayectoria son Pablo Trapero, Carlos Sorín, Adolfo Aristarain, Lucrecia Martel (cuyas películas son esperadas por el público) o Lisandro Alonso (un director menos conocido en Argentina, pero de gran presencia en el circuito de festivales de internacionales).

“EL “ RETO QUE ENFRENTAN NUESTRAS INDUSTRIAS ES LA CREACIÓN DE NUEVOS PÚBLICOS. HOY, EL SISTEMA DE VIDEO ON DEMAND DOMINA MÁS LA IDEA DEL ESPECTADOR CINEMATOGRÁFICO”.

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Detrás de México y Argentina como industrias cinematográficas que siguen fortaleciéndose, ¿qué otras propuestas cinematográficas están destacando en la región? Chile, sin duda. El cine chileno es la niña mimada contemporánea, la nueva prima donna de la industria sudamericana. Buenos Aires fue un epicentro cultural muy fuerte en este sentido, todo el cine europeo pasaba por ahí, pero hoy ya no es igual; ahora ese lugar lo tomó Estados Unidos. Creo que después de Chile sigue Paraguay: su industria está muy lentamente creando películas de referencia a nivel mundial; además se está fortaleciendo una ley del cine que aprobaron meses atrás. Hasta ahora, hacer una película en Paraguay era voluntarismo, no existía estructura ni soporte del Estado en términos de financiación y distribución. Esos apoyos son absolutamente indispensables para cualquier cinematografía regional —pensar que el Estado puede no intervenir en la realización de cine está bien solamente para Hollywood. Esa ha sido la historia del cine de América Latina. Para

Foto > Valeria Martelli

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El Cultural

las cinematografías regionales no existe la posibilidad de producir si no es con la ayuda gubernamental, y también es un deber de cada gobierno, por más que pueda existir el apoyo privado. Es un error negar al Estado, porque el cine representa la cultura de cada país, no puede ser librado a su suerte. El trabajo de los jóvenes cineastas paraguayos, que han empujado la nueva ley, le va a dar un nuevo horizonte al cine de ese país dentro de unos años. El reto que enfrentan nuestras industrias es la creación de nuevos públicos. Hoy, el sistema de video on demand domina más la idea del espectador cinematográfico. La gente está más interesada en comentar la serie de una plataforma específica, que en ver la película exhibida en una sala. Esa es una realidad que hay que afrontar también. Ahí hay una génesis de desaparición del entendimiento de lo que es el cine hoy. Entonces el cine latinoamericano debe adecuarse a estas plataformas recientes o nuevas formas de exhibición. Totalmente. Además, falta una vertebración que permita que el cine latinoamericano circule de manera más integrada por los países de la región. En Argentina vemos poco cine mexicano, chileno y ni te digo del resto: no vemos nada, lo cual es muy loco porque desde Argentina hasta el norte de México hablamos todos más o menos parecido y podemos comprender los discursos. Incluso en términos de producción es más fácil estrenar una película, porque no tienes el lío de subtitularla. Un montón de distancias están, digamos, libradas entre los países latinoamericanos, ¿qué falta? Falta la plataforma global que permita que todos estos productos convivan en un mismo lugar. El Festival Internacional de Cine de Mar de Plata, que culmina este 17 de noviembre, ¿qué imagen ofrece de nuestras cinematografías? Se enfatizan, sobre todo, las contradicciones que vive el cine en términos económicos porque, por un lado, la gestión enfatiza los logros en términos generales del cine argentino, pero también hay muchas quejas por parte de la comunidad cinematográfica, misma que abucheó el discurso del ministro de Cultura en la ceremonia inaugural. Asimismo, es un festival que debió acortar sus días por la crisis económica, la cual también se evidencia en una reducción de títulos en relación con años anteriores. Con todo, el festival ha tenido la presencia de nombres fundamentales del cine como Jean-Pierre Léaud, Pierre Richard, Leos Carax y Lucrecia Martel. El gran filme será Roma, de Alfonso Cuarón. Tuve oportunidad de verlo en San Sebastián y es una absoluta maravilla que confirma a Cuarón como uno de los nombres relevantes del rico panorama de autores mexicanos alrededor del mundo. Con una paleta de grises y un manejo de cámara magistral retrata un periodo fundamental de la historia de México, a través de una mirada íntima y personal.

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