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CARLOS VELÁZQUEZ ROCKETMAN

ROGELIO GARZA

CHRISTONE KINGFISH INGRAM

ESGRIMA

CIRQUE DU SOLEIL

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S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

JUAN CARLOS ONETTI

FICCIÓN DE LA MELANCOLÍA

Arte digital > A partir de un retrato de Juan Carlos Onetti en pinterest.com > Ismael F. Mira > La Razón

FEDERICO GUZMÁN RUBIO

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CRÓNICAS PLUTONIANAS LA NUEVA COLUMNA DE ALMA DELIA MURILLO

ESCRITORES DE LOS 70 Y LECTURAS MEXICANAS II ALBERTO CHIMAL IRIS GARCÍA CUEVAS FRANCO FÉLIX JOSÉ MIGUEL TOMASENA CÉSAR TEJEDA RAMÓN CÓRDOBA

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La literatura es pródiga en construir espacios físicos que se entretejen con la geografía personal de los lectores. Resulta difícil, luego de habitar una novela por cierto tiempo, abandonar sus calles imaginarias, como si uno se volviera parte del paisaje narrado. Así sucede con la Santa María de Juan Carlos Onetti, una ciudad levantada a fuerza de maestría y estilo. El siguiente ensayo recorre la obra del autor desde el compás de esa geografía y de los magnéticos personajes que la frecuentan.

Juan Carlos Onetti

FICCIÓN DE LA MELANCOLÍA FEDERICO GUZMÁN RUBIO

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ara convertirse en leyenda, además de escribir obras memorables, Hemingway cazó leones en África, García Márquez se volvió amigo de Fidel Castro en Cuba y Bolaño peregrinó de México a Chile para apoyar al gobierno de Salvador Allende. Con la sabiduría de los perezosos, Juan Carlos Onetti (1909-1994) no tuvo que tomarse tantas molestias y se convirtió en mito desde la comodidad de una cama que, a efectos prácticos, también funcionaba como escritorio, biblioteca y barra de bar. Porque la obra de Onetti, estrictamente hablando, transcurre de una cama de Montevideo a otra de Madrid. En 1939, Onetti se incorpora como secretario de redacción al flamante semanario Marcha y, ante la carga de trabajo, decide trasladar su cama a la redacción. Carlos Quijano, el director del semanario, le pidió que, aparte de su trabajo editorial, escribiera una columna sobre literatura uruguaya; Onetti le respondió que no podía escribir sobre algo que no existía, pero aceptó. Cuarenta años más tarde, tras haber inventado la literatura uruguaya —con Felisberto Hernández y Armonía Somers, y a pesar de Galeano y Benedetti—,

exiliado en Madrid, decidió recluirse en su cama, donde pasaría su última década de vida. En las sábanas madrileñas, Onetti fuma de día para matarlo y de noche para justificar el insomnio, lee novelas policiacas en el que es el menos nocivo de sus vicios, toma whisky para mantener una suave borrachera permanente, escribe de vez en cuando, recibe alguna visita ocasional y comparte sus últimos días con la violinista Dolly, su cuarta esposa. Si en Montevideo Onetti había trasladado su cama a la redacción de Marcha, en Madrid realizó la operación contraria y mudó el mundo a su cama. Gestos opuestos y complementarios, un joven Onetti llevó su vida al periodismo y la literatura, al grado de dormir en el lugar donde uno y otra se fabricaban, y al final de sus días, en lo que bien puede verse como una victoria definitiva, confinó el periodismo y la literatura a su cama, donde escribió sus últimos artículos y Cuando ya no importe, su última novela. Se trata de un final congruente para el escritor que escribió sobre la épica íntima de la imaginación y cuyo primer libro, El pozo, publicado en ese 1939 de sábanas de tinta montevideanas, sucede precisamente

en una noche, en un cuarto en el que tan sólo hay dos camas (una de ellas, vacía). El pozo narra el soliloquio de “un pobre hombre que se vuelve por las noches hacia la sombra de la pared para pensar cosas disparatadas y fantásticas”, lo mismo, mal que bien, que cuentan todos sus libros. Entre las sábanas uruguayas y las españolas, además de mediar un océano y medio siglo, Onetti creó un mundo narrativo cuyo centro es la ciudad de Santa María que, en un milagro persistente, necia como el fluir pausado de su río, sigue como siempre al abrir al azar cualquiera de sus libros.

LA CIUDAD JUNTO AL RÍO La mayor parte de la obra de Onetti sucede en la imaginaria —que no es lo mismo que inexistente— Santa María, creada no por Onetti, sino por Brausen, uno de sus personajes. Aunque ya había aparecido en el cuento “La casa de arena”, la pequeña capital de provincia toma su forma exacta en La vida breve. Brausen, el protagonista, decepcionado de todo, intenta escribir un guión de cine para ganar unos pesos, proyecto que, como no puede ser de otra

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forma en las historias del uruguayo, naufraga más pronto que tarde. No obstante, el mundo que había perfilado filmar algún día, liberado del suspenso y los clímax obligatorios del cine, sigue tomando forma y, poco a poco, empieza a adquirir más realidad que el mundo real. Así, más como un involuntario pero intrigado testigo que como su creador, Brausen observa de qué modo se va delineando la ciudad hasta trazar un mapa detallado, poblado por habitantes que de pronto empezaron a seguir rutinas que al parecer habían respetado desde toda la vida. El doctor Díaz Grey, uno de los sanmarianos más ilustres, sigue inyectando morfina a Elena Sala, la misteriosa mujer que lo seduce para asegurar sus dosis de droga, sin saber que su destino original —ser un personaje de película— ha quedado clausurado y que ahora debe contentarse con el mayor de los misterios: existir. A Brausen le da igual que el encargo del guión se haya cancelado y, enclaustrado en su departamento, en compañía de Gertrudis, su mujer, a quien le acaban de extirpar un seno, se abandona primero a las fantasías de lo que sucede en el departamento de al lado, donde vive la Queca, una misteriosa mujer que repite “mundo loco” como mantra de vida. Pero la vida de la Queca tiene el irreparable defecto de que sigue siendo real, por lo que Brausen se evade esta vez a un mundo autónomo, reflejo de éste, pero con la inmensa ventaja de que, al menos en lo que a él concierne, no hay senos amputados ni proyectos interrumpidos como el de su carrera de guionista: A pesar del fracaso, no me era posible desinteresarme de Elena Sala y el médico; mil veces hubiera pagado cualquier precio para poder abandonarme, sin interrupciones, al hechizo, a la absorta atención con que seguía sus movimientos absurdos, sus mentiras, las situaciones que repetían y modificaban sin causa; para poder verlos ir y venir, girar sobre una tarde, un deseo, un desánimo, una y otra vez; para poder convertir sus andanzas en torbellino, apiadarme, dejar de quererlos, comprobar, mirando sus ojos y escuchándolos, que empezaban a saber que estaban afanándose por nada. Se dice que Santa María resume la imposible combinación de la frenética Buenos Aires y la sosegada Montevideo, las dos ciudades en las que Onetti vivió sus mejores años. Su existencia responde, a decir del mismo Onetti, a que cuando vivía en Buenos Aires, Perón prohibió viajar a Montevideo. Amputado de la mitad de su identidad, con la prohibición expresa de viajar a su país, creó una ciudad ribereña que le sirviera de sustituto. De ser verdad esta versión, si agregamos el hecho de que Borges abandonó el criollismo para no ser tachado de peronista, el teniente general Juan Domingo Perón tendría que aparecer en los manuales literarios

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Fuente > europapress.es

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Juan Carlos Onetti (1909-1994).

como la influencia decisiva de la mejor literatura rioplatense. En todo caso, lo importante es que Onetti creó a Brausen y Brausen, Santa María. Ficción dentro de la ficción, esta ciudad podrá no aparecer en Google Maps, pero es más real en la memoria de los lectores que decenas de capitales provinciales en las que se pelearon batallas decisivas y se ganan y se pierden elecciones municipales cada tres años, pero en las que nunca el doctor Díaz Grey se asomó a la ventana de su consultorio para observar el río: Díaz Grey estaría mirando, a través de los vidrios de la ventana y de sus anteojos, un mediodía de sol poderoso, disuelto en las calles sinuosas de Santa María. Miraba el río, ni ancho ni angosto, rara vez agitado; un río con enérgicas corrientes que no se mostraban en la superficie, atravesado por pequeños botes de remo, pequeños barcos de vela, pequeñas lanchas de motor y, según un horario invariable, por la lenta embarcación que llamaban balsa y que se desprendía por las mañanas de una costa con ombúes y sauces, para ir metiendo la proa en las aguas sin espuma y acercarse, balanceándose, al doctor Díaz Grey y a la ciudad donde vivía. Por supuesto, Santa María es un estado de ánimo, pero mucho más que eso: es, ante todo, el inconfundible estilo de Onetti. Ese río que tiene “enérgicas corrientes que no se mostraban en la superficie” y que discurre lento, casi sin olas, podría ser una descripción de la prosa del uruguayo. Ésta nunca busca el efecto fácil, la eficiencia ni la velocidad hecha

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a base de peripecias, sino que avanza con un ritmo pausado, se quiebra en misteriosos meandros, se pierde en ramificaciones siempre significativas, y, pese a la superficie dócil, en la que aparentemente no pasa nada, arrastra fortísimas corrientes subterráneas plenas de sentido. Los lectores estamos condenados a nunca navegar por entero ese río y a contentarnos con el aspecto que presenta desde Santa María o desde las ruinas del viejo astillero que Jeremías Petrus intentó levantar. No obstante, adivinamos su totalidad e incluso nos sentimos con derecho a conocer los tramos nunca narrados en texto alguno, pero que completan el paisaje construido en fragmentos de una obra que, como pocas otras, no exige pero sí merece leerse en conjunto porque es una sola. Los más osados incluso barruntan las páginas eliminadas del manuscrito original de La vida breve, acortada a menos de la mitad, pues el editor dictaminó que “la vida podrá ser breve, pero esta novela es demasiado larga”. A La vida breve siguieron El astillero y Juntacadáveres, novelas consideradas como las mejores por la mayoría de los críticos; en ellas, Brausen ya aparece como monumento, con la escueta leyenda de “Al fundador”. Ahora el protagonista es Larsen, cuyo rasgo más notable es comprometerse en empresas imposibles, por no decir que destinadas a un fracaso irreprochable. En El astillero, Larsen se propone rescatar un astillero arruinado y, en la segunda, fundar un burdel perfecto. En algún momento de la primera, el doctor Díaz Grey suelta la siguiente frase: “No hay sorpresas en la vida, usted sabe. Todo lo que nos sorprende es justamente aquello que confirma el sentido de la vida”. Quizás esta sentencia sea la clave para entender el ciclo de Santa María. Uno no lee a Onetti en busca de un final inesperado o de peripecias novelescas; tampoco para confirmar que sus narraciones reflejan como pocas el sentido de la vida: uno lo lee para constatar que es la vida la que se asemeja a sus libros. En el juego de cajas chinas que constituyen sus libros de ficciones dentro de ficciones dentro de ficciones, en las que los personajes e incluso el narrador saltan de unas a otras, el lector acaba también atrapado y convertido en un habitante más, anónimo pero imprescindible, de la insomne y somnolienta Santa María. Esto no significa que de pronto el lector se encuentre tomando un vermut en el bar Berna, o paseando por la rambla, o intercambiando chismes

“SANTA “ MARÍA ES, ANTE TODO, EL INCONFUNDIBLE ESTILO DE ONETTI. ESE RÍO QUE TIENE 'ENÉRGICAS CORRIENTES QUE NO SE MOSTRABAN EN LA SUPERFICIE' Y QUE DISCURRE LENTO, CASI SIN OLAS, PODRÍA SER UNA DESCRIPCIÓN DE SU PROSA .

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Fuente > cvc.cervantes.es

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Muerte de Larsen. Ilustración de Luis Pérez Ortiz para El astillero.

con los notables de la ciudad; antes bien, son el tiempo y la atmósfera de Santa María los que lo invaden al leerla. No es posible leer a Onetti sino con el ritmo que su prosa impone, que es el ritmo con el que viven los sanmarianos: pausado, denso, exigente, atento, en el que cada movimiento y cada frase develan un misterio al tiempo que esconden otro. Qué más da que no se pueda pasear por la plaza nueva de Santa María si, aunque sea por el tiempo feliz de la lectura, se vive en su atmósfera. Y después, el lector reconocerá en su realidad los episodios y los personajes onettianos, a veces de la peor manera —envilecidos, rencorosos, prematuramente viejos, sórdidos, resignados a la melancolía por un pasado feliz que nunca existió pero que presintieron—, o de la más generosa, si la redención y la piedad son posibles y, con ellas, la felicidad: “El hombre se quitó el saco y lo puso sobre la espalda de la muchacha, casi sin necesidad de movimientos, sin dejar de venerarla y decirle con la sonrisa que vivir es la única felicidad posible”.

LOS PELIGROS DE LA FICCIÓN En el planteamiento de Onetti, el problema de la ficción es que tarde o temprano acaba no siéndolo. Es verdad que las ensoñaciones de sus personajes tienen un componente evasivo, pero el hechizo rápidamente se rompe: si Díaz Grey lleva una vida mediocre es porque Brausen lleva una vida mediocre, y si Larsen fracasa es porque Brausen fracasa. Las ficciones, y en eso radica el profundo pesimismo de Onetti, pertenecen fatalmente a su creador. Se puede cambiar de mundo, pero no se puede cambiar el mundo ni cambiarse a

uno mismo. De ahí surge la mayor de las paradojas de los personajes onettianos: en sus divagaciones escapan por un momento de sí mismos y logran ser otros, mejores, pero en un instante vuelven a ser los de siempre, con la diferencia de que, como experimentaron una breve y feliz otredad, ahora se muestran, además, resentidos: “Lo malo no está en que la vida promete cosas que nunca nos dará; lo malo es que siempre las da y deja de darlas”, se dice en algún rincón de Santa María. Este tema es también el que articula casi todos sus cuentos. Son pocos los escritores de cualquier parte que escribieron cuentos y novelas magistrales, y Onetti, junto con García Márquez, Rulfo, Bioy Casares y algún otro, es de los pocos que lo consiguieron en español. Onetti es autor de un puñado de cuentos que bien pueden contarse, sin exagerar, entre las creaciones más perfectas y conmovedoras de la lengua, y todos ellos son variaciones del tema cervantino de la relación entre ficción y realidad. “Las palabras son más poderosas que los hechos”, afirma en uno de ellos, en lo que más que un consuelo, parece una condena, pues las creaciones de las palabras siempre terminan mal en los hechos. Como en sus novelas, los cuentos de Onetti se construyen a partir de una premonición o de una remembranza en que el tiempo pierde sus intransigentes sesenta segundos para detenerse y cobrar un nuevo sentido. Por algo se afirma en “La casa de arena”, la ficción inaugural de Santa María, que “aquí termina, en el recuerdo, la larga tarde lluviosa cuando Molly llegó a la casa en la arena; nuevamente el tiempo puede ser utilizado para medir”, y por algo, en Dejemos hablar al viento, una de sus últimas novelas, Díaz Grey, convertido en narrador, mide el tiempo no en

“ONETTI “ ES AUTOR DE CUENTOS QUE PUEDEN CONTARSE, SIN EXAGERAR, ENTRE LAS CREACIONES MÁS CONMOVEDORAS DE LA LENGUA, Y TODOS ELLOS SON VARIACIONES DEL TEMA CERVANTINO DE LA RELACIÓN ENTRE FICCIÓN Y REALIDAD .

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términos de días, semanas o meses, sino de “hace muchas páginas” o “varios libros atrás”. Cuando se regresa al tiempo de los relojes, calendarios y despertadores, la ficción vuelve a ser lo que por un momento negó: realidad, aunque transformada. Esto se observa claramente en “Esbjerg, en la costa”, uno de los cuentos más tristes que se hayan escrito en cualquier lengua y época. En él, la danesa Esbjerg, quien vive en Buenos Aires, empieza a extrañar salvajemente su tierra, no en abstracto, sino los árboles, por ejemplo, que eran “más grandes y más viejos que los de cualquier lugar del mundo, y que tenían olor, cada árbol un olor que no podía ser confundido, que se conservaba único aun mezclado con los otros olores de los bosques”. Su esposo, típico estafador onettiano de poca monta, intenta cometer un fraude para pagarle un viaje a Dinamarca, pero lo descubren y queda endeudado. La pareja, entonces, acude al puerto a ver zarpar los barcos y a imaginar que viaja y a inventar historias de esos viajes, y así, fantaseando, acaba haciendo insoportable la realidad que, hasta entonces, mal que bien se dejaba vivir. Lo mismo sucede, aunque más radicalmente, en “Un sueño realizado”. En este caso, una mujer, una de las muchas locas onettianas, acude con un director teatral arruinado y varado en Santa María y le paga por llevar a escena un sueño. No se trata de algo significativo para ella; de hecho, ni siquiera sabe qué simboliza el sueño, pero se conforma con saber que, por un breve momento, dentro de él, fue feliz. Tampoco pide que la escena se represente para nadie; ni siquiera para ella misma, pues ella también actuará en la extraña obra como un personaje más del sueño que por azar soñó. En un par de días, el director, junto con un actor borracho y una prostituta contratada como actriz, montan todo y la extraña obra se representa. Tienen tanto éxito en copiar el sueño, es decir, en traer la más absurda de las ficciones a la realidad, que la mujer, en su papel onírico, muere con elegancia en la realidad, y así consigue, al fin, habitar por siempre el escurridizo instante de la felicidad. Curiosamente, Onetti afirmaba que cuando escribía era feliz y que lo hacía de manera impune: no le importaba nada salvo ser fiel a su poética, lo que a veces implicaba distorsionar el universo de Santa María si la narración así se lo exigía, resucitando personajes o modificando el mapa a su conveniencia. Aunque nunca fue un autor de ventas masivas, siempre ha tenido lectores y así seguirá siendo, pues tanto su estilo como su universo, en caso de que no sean lo mismo, resultan magnéticos: quien entre un día por error, azar o destino a Santa María ya siempre deambulará por sus páginas y leerá sus calles. Después de todo, Onetti es el hombre implacable que, con una tierna crueldad, nos enseñó que somos iguales a nuestros sueños y que estos siempre acaban por vencernos.

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En esta segunda y última entrega del repaso iniciado en el número anterior, seis lectores y a su vez autores reconsideran tanto la relevancia de la serie Lecturas Mexicanas para su generación, como de los títulos específicos que en cada caso abordan. Así confirman el carácter imprescindible de este catálogo editorial para un panorama comprensivo de la literatura mexicana moderna —en particular del siglo XX—, aunque el alcance de la colección, desde luego, fue más lejos en el tiempo.

ESCRITORES DE LOS 70 Y LECTURAS MEXICANAS II COMPILACIÓN

JAIME MESA Y HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ

MUERTE EN EL BOSQUE: SIN PERDÓN NI PERMISO ALBERTO CHIMAL

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Fuente > noticias.canal22.org.mx

mundos narrados, un sua obra narrativa de Amparo Dávila está firplemento de la realidad memente situada en el canon mexicano. habitual que pueda entenLas generaciones más nuevas de lectores (y derse con la misma lógica. más aún, de lectoras) la consideran un perPero no lo hace siempre de igual forma. Mientras sonaje icónico de la literatura nacional y esperan “Fragmento de un diario” se concentra de manera que se le mencione en las discusiones sobre cuenrigurosa, racional, en una forma de la locura —la to, sobre narrativa de imaginación, sobre literatura realización de una tarea imposible—, “Tiempo escrita por mujeres y, con toda justicia, sobre literadestrozado” en efecto hace pedazos todo orden tura nacional a secas. Sus fans se amontonan en las en la percepción de la conciencia que narra para escasas presentaciones a las que llega ya frágil —narepresentar un presente perpetuo e infernal, que ció en 1928: tiene 91 años— pero lúcida y dispuesta jamás podrá aprehenderse del todo. Entre estos a ver gente y firmar ejemplares de sus libros. Una extremos están cuentos como “La señorita Julia”, antología de su obra narrativa ha sido traducida otra de las obras maestras de Dávila, en el que una al inglés y publicada con el título The Houseguest realidad abrumadora invade una vida soñada a por la prestigiosa editorial New Directions, donde medias, ilusoria. antes de Dávila sólo había una escritora mexicana: Amparo Dávila (1928). Una reseña de The Houseguest publicada en la poeta Coral Bracho. Próximamente se les unirá Estados Unidos afirmaba que Amparo Dávila era “la respuesta mexiFernanda Melchor con su novela Temporada de huracanes. Todo lo anterior es sorprendente porque todavía vive una genera- cana a Shirley Jackson”. Aunque la comparación es bienintencionada ción previa, la mía, para la cual Amparo Dávila era desconocida has- —quiere elevar a la autora del país tercermundista, congraciarla con ta que apareció Muerte en el bosque, la verdadera reunión crucial de sus lectores angloparlantes y monolingües—, ignora el contexto en el su obra, en la colección Lecturas Mexicanas. Miles que éramos ado- que se desarrolló la producción de Dávila, mucho más complicado y lescentes entonces —y que éramos, además, lectores de a pie, tal vez hostil que el que Jackson tuvo que enfrentar. Los lectores de Muerte en ingenuos aunque también apasionados, con pocos prejuicios— la el bosque lo entrevimos, por lo menos. Las dos fechas de los libros utilizados como fuente de aquella colección bastaban para conocimos en el momento preciso para fascinarnos con entrever una carrera escasa en títulos, aun sin tener más la superficie de sus cuentos. Después exploramos sus proALBERTO conocimiento de las dificultades personales que frenaron fundidades; luego hablamos de ella, muchas veces, ante muCHIMAL (Toluca, a la escritora. Y otras dificultades estaban a la vista. Éste chas personas. 1970). Es autor de era un libro no sólo de narraciones fantásticas, en las que Sin prólogo, sin indicación de quién realizó la selección la novela La torre diferentes personajes participan en la irrupción de lo in(¿habrá sido la propia Dávila?), el libro presenta cuentos y el jardín quietante o lo inexpresable en entornos y mentalidades de dos libros: Tiempo destrozado (1959) y Música concreta (Océano, 2012) aparentemente normales. Era, además, un libro de cuen(1964). “El huésped”, “Alta cocina” y “Moisés y Gaspar” serán tos fantásticos escritos por una mujer mexicana. Todavía probablemente los más conocidos: narraciones en las que y de la antología hoy la palabra fantástico es, para algunas personas, una entornos aparentemente normales son visitados, o invadipersonal Manda marca de clase, un signo de inferioridad, al igual que el dos, por presencias misteriosas, indefinidas y quizá indefinifuego (Fondo término literatura femenina. bles, con una capacidad perturbadora que resulta inagotable Editorial Estado de Amparo Dávila, aun si no todos lo comprendimos con porque los textos evitan precisarla. Sin embargo, estos cuenMéxico/Secretaría la misma rapidez, regresó de su exilio en 1985 para convertos quedan en una perspectiva diferente a la hora de leerse de Educación del tirse en la vanguardia de más de una forma de apertura y dentro del resto de su conjunto. Amparo Dávila practica el Estado de México, liberación. Era una mujer que empleaba su imaginación sin relato de imaginación fantástica y usa una técnica que podría pedir perdón ni permiso. Por fortuna, ella sigue con nosollamarse de oscurecimiento: retiene información y difumina 2013), entre tros —se dice que está escribiendo nuevamente— y muchas los contornos de los sucesos para que los hechos misteriosos otros libros. más han seguido sus pasos. o alarmantes no acaben de revelar un orden superior de sus

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EL COMPLOT MONGOL, DE RAFAEL BERNAL IRIS GARCÍA CUEVAS

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un personaje literario, sino frente a un hombre de carne y hueso, que me parecía tan posible como el Chante Luna o Simón Blanco, los matones de la costa guerrerense (a los que también contrataba el gobierno para deshacerse de sus indeseables sin que quedara registro), cuyos corridos me cantaba mi madre de niña para arrullarme. Me emocioné. Todavía me emociono. En cuanto a la historia, hasta ese momento había leído —que tampoco era mucho y lo simplifico al extremo—, relatos de grandes amores que tenían que sobreponerse a los conflictos existenciales de los protagonistas e, incluso, a las terribles condiciones sociales en las que estaban inmersos, lo mismo en medio de las sangrientas dictaduras latinoamericanas que en las cruentas luchas por las libertades en los países europeos. Pero ahí estaba, el amor como tema central, haciendo que nos preguntáramos si su consumación sería posible y de qué serían capaces los enamorados para estar juntos. En la novela de Rafael Bernal no. Por más que todos los que hemos leído El complot mongol recordemos a Martita como una parte entrañable de la historia, lo que está en juego ahí no es el amor, sino el abuso de poder. Marta Fong intenta escapar de la relación de sometimiento a la que la tiene sujeta su patrón, el chino

IRIS GARCÍA CUEVAS (Acapulco, 1977). Es autora del libro de cuentos Ojos que no ven, corazón desierto (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2009) y la novela 36 toneladas (Zeta Bolsillo, 2012).

Fuente > el mundo.es

o es la primera vez que escribo que mi encuentro con El complot mongol, de Rafael Bernal, allá a finales de los noventa, marcó un antes y un después en mi experiencia como lectora. Había estudiado comunicación, trabajaba al mismo tiempo en un semanario de izquierda y en la radio pública, y creía en la función social de los medios y del arte, sobre todo del teatro del que era diletante. Me gustaba leer y escribir, pero de literatura sabía muy poco. Las librerías en mi pueblo escaseaban y, en las que había, novelas, antologías de cuentos y poemarios se perdían entre una gran oferta de libros esotéricos, manuales de autoayuda y recetarios de cocina. Las opciones eran pocas y excedían mis precarios ingresos, así que las librerías no eran lugares que frecuentara. La mayor parte de lo que leí en esa época, lo confieso, lo leí en fotocopias. El complot mongol no lo encontré, pues, en una librería, sino en un puesto de revistas a la entrada de mi colonia (entonces era común que se editaran títulos en grandes tirajes y se distribuyeran a precios mínimos a través de esos expendios). Lo compré porque estaba barato, en aquel entonces mis adquisiciones respondían más a la necesidad fetichista de “tener un libro” que a un gusto literario definido, la única condición real era que pudiera pagarlo. Comencé a leerlo en el camión, mientras me trasladaba de mi casa a alguno de mis trabajos, y allí comenzó el resto de mi vida. Lo primero que me sorprendió fue el lenguaje. Acostumbrada por obra y gracia del boom latinoamericano a relacionar lo literario con la búsqueda de la belleza, el uso exquisito de las palabras, las metáforas y los símiles, esa otra manera de decir las cosas que sólo logran los grandes escritores (en la literatura no importa qué se dice, sino cómo se dice), que encontrarme con un autor que repartiera pinches a diestra y siniestra me resultó, primero, sumamente divertido. Pero los que verdaderamente me volaron la cabeza fueron el personaje y la historia: Filiberto García, un fabricante de muertos designado por el pinche gobierno para desarticular un pinche complot, presuntamente fraguado en la pinche Mongolia Exterior, para asesinar al presidente de Estados Unidos en territorio mexicano, con ayuda de los pinches chales que operan en el Barrio Chino de la Ciudad de México. Con Filiberto García (que además se llama como mi abuelo paterno), estaba por primera vez, no frente a

Rafael Bernal (1915-1972).

“ESA “ NOVELA DEFINIÓ MIS GUSTOS LITERARIOS; COMO LECTORA COMENCÉ A BUSCAR A ESTOS PERSONAJES QUE DECIDÍAN ARROJARSE COMO BARRAS DE HIERRO CONTRA LA MAQUINARIA .

Liu, por eso acude a Filiberto. Él se cuestiona todo el tiempo por qué no la viola de una vez, como sí hizo con otras mujeres durante la Revolución, por qué le hace a la telenovela Palmolive; es decir, Bernal nos muestra que Filiberto (lo mismo que el General en la milicia y que Rosendo del Valle en el terreno político) ha naturalizado el abuso del poder. ¿Por qué, entonces, nos encariñamos tanto con Filiberto García? Porque en el momento presente, el de la novela, a pesar de su historia, de sus propias creencias como hombre curtido en las luchas revolucionarias, como cínico matón a sueldo al servicio del gobierno, que se codea con agentes secretos de Rusia y Estados Unidos; en el momento presente, decía, pese a que está en posición de abusar de Marta Fong sin sentir por ello el más leve cargo de conciencia, pese a todo eso, decide no hacerlo y, por si fuera poco, decide después enfrentarse contra aquellos que abusan del poder. Puedo decir ahora que la lectura de El complot mongol definió mis gustos literarios, de Filiberto García pasé a Héctor Belascoarán, de Belascoarán a Philip Marlowe y a Sam Spade; como lectora comencé a buscar a estos personajes que a pesar de tener el fracaso asegurado decidían arrojarse como barras de hierro contra la maquinaria. En 2005, en Puebla, comencé a tomar talleres literarios. Filiberto García y El complot mongol han sido, desde entonces, mi faro; en 2007 inicié la maestría en literatura mexicana, hice del detective mi tema de tesis; en 2016, ya de regreso en Acapulco, comencé el Festival de Narrativa Policiaca y Criminal. Si creyera en el destino (todo lo que pasa ya estaba destinado a suceder), creería que el encuentro de un libro en un puesto de revistas fue el primer acto de la providencia para todo lo que sería mi vida; como no creo, me parece que soy el resultado de una política exitosa de socialización de la lectura. ¿Cuántos de nosotros, los que no crecimos en la Ciudad de México, los que no podíamos aspirar a una biblioteca pública bien surtida, le debemos nuestro encuentro decisivo con un libro a colecciones como Lecturas Mexicanas, impresas por millares en papel barato, que llegaron a nosotros a través de un puesto de revistas o, todavía más barato, de una mesa de libros de segunda mano? Ojalá sea cierto que las historias se repiten y eso, libros baratos por todos lados, al alcance de todos, esté destinado a volver a ocurrir.

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Fuente > culturacolima.gob.mx

¿QUIÉN NO RECUERDA? FARABEUF

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tan flaco como el hidaln 2002 se respiraba un oxígeno glorioso en todo el go don Quijote, que mundo. Habíamos sobrevivido a la horrible profeestaba pegando con cía del fin del mundo, por el famoso colapso del 2K. resistol una estrella de Las computadoras no estallaron. Es verdad que nos mar sobre la pregunta costó un año afianzar esa certidumbre, pero lo habíamos loSalvador Elizondo (1932-2006). que días antes le había grado y seguimos adelante. En Hermosillo, por el contrario, hecho. Nos sentimos ridículos, porque yo pensaba que diacuando la atmósfera de seguridad más o menos se replicaba, logaba con un asesino serial y él, pobre, con su exnovia; volvimos a caer en la paranoia. Por esos días aparecieron una al momento de responderme pensó (creyendo que le resserie de pintas que alimentaron la ansiedad. Las paredes de pondía a ella) que la recuperaría con el ritual elizondesco. la capital sonorense estaban marcadas por un símbolo misteEsa pequeña anécdota bien puede establecer mi relarioso. Una y otra vez, los mismos cuatro trazos sin explicación ción con el libro: extraña, alucinante y aparatosa. Pero (六 ). Casi nadie sabía el significado de un garabato pero se adutambién puedo decir que Farabeuf cimbró mi perspectiva cía su conexión con el mal y los Jinetes del Apocalipsis, como de la literatura mexicana y universal. Ese tratado-objeto si estos hubieran llegado dos años tarde y necesitaran un poco de publicidad para su lento advenimiento. Digo casi nadie, porque yo sí sobre la memoria provocó un cortocircuito en todo lo que había leíreconocí, de inmediato, el pictograma: Liù (seis, en chino). Es el mismo do hasta entonces sobre historias que contuvieran dos amantes. La que dibuja un personaje de Farabeuf de Salvador Elizondo en una ven- relación que dibuja es casi tan rara como la de mi amigo casi tan flaco tana con el vaho de su propio aliento sobre un cristal que lo resguarda como el hidalgo don Quijote tratando de recuperar al amor de su vide la lluvia. Eso, por otra parte, no redujo mi desasosiego sino todo lo da con un mensaje que bien se conecta con el hexagrama del I Ching, contrario, lo potencializó, porque en algún momento de mi vida esa como con un sujeto al que suplician con el castigo del Leng-Tch’e. Lo novela me obsesionó de la misma manera —lo intuyo— que a toda una que no previó mi amigo casi tan flaco como el hidalgo don Quijote generación de lectores. Esos signos preocupantes en la pequeña ciudad- es que su relación se había amputado, como hiciera el viejo doctor Farabeuf con los cuerpos sobre su mesa de operaciones, de una vez caldera en la que nací me llevaron de nuevo a la relectura del texto. Volví a mi ejemplar publicado por el Fondo de Cultura Económica por todas y para siempre. La imagen de una pareja corriendo en la playa, esa estampa tan emen la colección Lecturas Mexicanas que, por otro lado, tiene una de las portadas más desconcertantes que he visto en mi vida. Fondo negro, palagosa, está franqueada por las mutilaciones del doctor antes mencon una delgada línea roja, no uniforme, irregular, que representa, quizá cionado y la fotografía (popularizada por Bataille) de un hombre al no tan sutilmente, una incisión quirúrgica en la piel. Confirmé el ideo- que le aplican la muerte por los mil cortes. Y todo gira en torno a estos grama en sus páginas. Alguien, desde el anonimato, estaba rayando un tres escenarios, en tan sólo nueve capítulos, en los que se edificará la narración como si se tratara de una serie de tiradas en el mensaje críptico en las paredes de Hermosillo. ¿Un asesino Libro de las Mutaciones, el I Ching. Hacer la reseña de una serial influenciado por Elizondo? Esperé lo peor. Piernas o FRANCO FÉLIX novela que se resiste al tiempo es una necedad. La genialibrazos recortados, como en el libro. Ya imaginaba los encabe(Hermosillo, dad de Elizondo me voló la cabeza. Y lo sigue haciendo. La zados de los diarios locales: “El Asesino de Farabeuf, el Des1981). Es autor del arquitectura de la novela es atípica y sobresaliente para su membrador del Sol, ataca de nuevo”. Me sumergí de nuevo tiempo, a pesar de que el autor forma parte de la Generaen la angustia, caí aún más profundamente en el horror y libro de crónica ción de Medio Siglo, un grupo de escritores magnetizados decidí actuar. Kafka en traje de por la experimentación, el misterio y la libertad estética: Rastreé todas las marcas y abajo de ellas escribí con aebaño (Instituto Inés Arredondo, Amparo Dávila, Juan García Ponce, Rosarosol la pregunta esencial del libro: “¿Recuerdas?”. No sabía Sonorense de rio Castellanos, Sergio Pitol, Julieta Campos, nomás por muy bien qué podía significar mi propia pregunta, pero estala Cultura/Nitro mencionar algunos nombres publicados en esta misma coba claro que el sujeto-asesino-anónimo se enteraría de que Press, 2015) y de lección. ¿Quién no recuerda sus libros? alguien más había leído la crónica del instante y hablaba su la novela Maten a Tentado por la fascinación de la memoria, le escribo un mismo lenguaje melancólico. mensaje de Whatsapp a mi amigo casi tan flaco como el hiHice rondines durante días para ver si me había responDarwin (Caballo dalgo don Quijote. Le envío sólo el ideograma Liù. Espero dido y al final lo atrapé con las manos en la masa. No era, de Troya, 2018). su respuesta. ¿Recordará? afortunadamente, ningún asesino, sino un amigo mío casi

LAS MUERTAS, DE JORGE IBARGÜENGOITIA JOSÉ MIGUEL TOMASENA

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n la Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo, antes de que se construyera el moderno edificio nuevo donde ahora hay un Starbucks, había una estantería circular con ejemplares de Lecturas Mexicanas. Costaban diez pesos. Escogí dos: El garabato, de Vicente Leñero, y Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia. Otro día podría hablar del libro de Leñero; hoy sólo hablaré del de Ibargüengoitia. Sólo diré que cuando

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se publicó mi primera novela, La caída de Cobra (Tusquets, 2016) hubo gente que dijo que era una novela negra. Y como yo no sé muy bien qué es una novela negra y mucho menos si la mía lo era, pregunté: ¿Las muertas es una novela negra? ¿Los albañiles es una novela negra? Sí, me dijeron. Ah, entonces la mía también. De Ibargüengoitia yo había leído Los pasos de López, Maten al león y Dos crímenes en las famosas ediciones

de Joaquín Mortiz, con portadas de Joy Laville. Lo que encontré en Las muertas lo superaba. Ahí estaban el mismo humor, la voluntad desmitificadora, la ligereza en su mejor sentido, pero la historia a la que Ibargüengoitia había echado el ojo era mucho más extrema. ¿Cómo podía contarse algo tan sórdido desde ese punto de vista? ¿Cómo podía conciliarse algo así? Yo no lo sabía. (Aún no lo sé).

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para construir una realidad paralela. Como en toda la obra de Ibargüengoitia, aquello que llamamos realidad está ahí, en el fondo, pero desdoblado. Se parece, pero no es. La novela está construida sobre el lenguaje de un expediente judicial de un crimen —y cualquiera que haya leído un maJorge Ibargüengoitia (1928-1983). motreto de esos sabe que los expedientes judiciales no son un relato sobre unos Basada en uno de los más sonahechos, sino una puesta en escena dos casos de nota roja de los años verbal en la que confluyen el lenguaje sesenta —el de las Poquianchis, unas oral de los testigos, la presión invisimatronas que regenteaban un prosble del que hace hablar (por medios tíbulo en San Francisco del Rincón, legales o ilegales) y la jerga legaloide Guanajuato, en cuyo corral se ende jueces y ministerios públicos, todo contró una fosa con los cadáveres de contado por una especie de demiurgo ochenta mujeres, once hombres y vainvisible, que es el secretario del juzrios fetos—, la novela tiene la virtud gado, quien tiene el poder exclusivo de alejarse de la crónica periodística

JOSÉ MIGUEL TOMASENA (Ciudad de México, 1978). Es autor de la novela La caída de Cobra (Tusquets, 2016).

de convertir la oralidad en letra y, por lo tanto, de otorgarle el poder de ser verdad. Sólo Ibargüengoitia podía reconstruir esa amalgama y convertirla en un entramado sobre la violencia, el culto a la personalidad, la lambisconería, la ignorancia, la hipocresía, la doble moral, el cochupo, la politiquería, el machismo y la sensibilidad melodramática. Cada vez que termino de leer Las muertas me queda la sensación de que el mal no es producto de algún principio extraordinario, sino que está hecho de pequeñas cosas estúpidas, como el orgullo, la necedad o la ignorancia. A menudo fantaseo con lo que Ibargüengoitia habría podido hacer con nuestra historia reciente. ¿Se imaginan a Las muertas en los tiempos del huachicol, los feminicidios generalizados y las dos mil fosas clandestinas? Pero eso nos toca narrarlo a nosotros, me temo.

ULISES CRIOLLO: “MISTICISMO TITÁNICO” CÉSAR TEJEDA

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En otro libro de esta colección, Protagonistas de la literatuquel ejemplar de Ulises criollo se empolvaba en ra mexicana, Emmanuel Carballo reunió sus trabajos sobre una repisa a la que nunca llegaban el sol ni mi Vasconcelos e incluyó un par de entrevistas. En ellas debecuriosidad. Era un misterio qué hacía allí, entre mos imaginar al septuagenario lleno de animadversiones libros de teoría sociológica y polilla, y por qué y antipatías, tras su escritorio de director de la Biblioteca nadie lo había puesto en un lugar más adecuado, ya fuera México. Un día recibe al joven Carballo. Dice arrepentirse el anaquel de literatura mexicana, ya fuera otra biblioteca de haber dedicado una vida al servicio público donde —de donde provocara un raro interés. Lo ignoré incluso cuando acuerdo con sus propias expectativas— fracasó. Se queja fui estudiante de ciencia política, como si sus tapas blandas de no tener el dinero que tendría si se hubiera dedicado no contuvieran nada más que anacronismos. La portada, a la abogacía en el sector privado. Considera que la posen la que figuraba el perfil de Vasconcelos con un beso de teridad recibirá con entusiasmo sus tratados filosóficos y lápiz labial, me parecía el colmo de la extravagancia. Cómo no sus memorias. En ese contexto teoriza alrededor de la augurar que ese desangelado título de Lecturas Mexicanas autobiografía. Hoy parece inverosímil que una actividad iba a convertirse en una especie de libro de cabecera hasta tan inocente haya sido defendida de manera contestataria deshojarse en mi buró. Quién sabe qué pudor embozaba a la literatura mexicana en el siglo por el gran defensor de la educación pública y los libros gratuitos. El 8 de julio de 1936 fue publicada, en El Universal, la primera crítica XX, y quién sabe qué pudor siguió embozándola en la primera década del siglo XXI. La autobiografía se juzgaba como exhibicionismo en la de Ulises criollo, firmada por Jorge Cuesta, acaso la mejor de las apaprimera parte y como ejercicios de imaginación estéril en la segunda, recidas desde entonces. Éste, sin prejuicios autobiográficos, disertó cuando incluso hubo quien se agrupó en oposición a ella. Con excep- lúcidamente alrededor de los propósitos vasconcelistas. Tan acertado ción de algunos escritores que utilizaron los textos autorreferenciales es Cuesta que no discierne entre vida y libro. Escribe: para escribir sus columnas periodísticas, como Ibargüengoitia, CasteLa de Vasconcelos es la vida de un místico; pero de un místico que llanos o, más recientemente, Rafael Pérez Gay, pocos concluyeron que busca el contacto de la divinidad a través de las pasiones sensuasus vidas fueran interesantes o que sus intereses literarios estuvieran les. Su camino a Dios no es la abstinencia, no es la renunciación del relacionados con sus experiencias vitales. Pasaron, digamos —con ciermundo. Por el contrario, tal parece que en Dios no encuentra sino to arbitrio— setenta y cinco años entre la primera edición de Ulises una representación adecuada de sus emociones desorbitadas y socriollo y el caudal reciente de libros autobiográficos que le suceden, berbias, que no admiten que pertenecen a un ser hecho de carne como el que tiene hijos hasta la senectud y es incapaz de comprender, mortal. Su misticismo es titánico. por motivos generacionales, a su descendencia. Dejemos de lado las razones, el hecho es que por ahí de 2011 comencé a trabajar en un proyecto enciclopédico, en el equipo que escribi- En 1959, veintitrés años después y ante Carballo, Vasconcelos contesría los capítulos sobre José Vasconcelos. En las juntas de la cuadrilla tó quiénes fueron sus maestros: “Nadie tuvo el menor influjo sobre mí que no fuera una de esas cumbres que todos atacamos: San vasconcelista surgió mi interés por Ulises criollo cuando mi Agustín, por ejemplo”. Es como si Cuesta hubiera dado en colega, el ensayista Edgar Yépez, habló con entusiasmo de CÉSAR TEJEDA el clavo con aquello del místico o, como si en el clavo dado algunos pasajes de las memorias. Nunca olvidaré cuando (Ciudad de por Cuesta, Vasconcelos hubiera encontrado los argumentomó su ejemplar y leyó unas palabras para ejemplificar su México, 1984). tos para explicarse años después. entusiasmo, palabras de improbable conexión que a la posCon Ulises criollo pienso en la soledad de las obras sin tre llegarían a fascinarme, palabras que hoy considero las Es autor de Épica descendencia y en los ejemplares sin suerte que habitan remejores de la autobiografía mexicana, condensada en un de bolsillo para pisas empolvadas. Se trata de un libro accidental. Es un acbrevísimo párrafo: “Antes que la lujuria conocí la soberbia”. un joven de clase cidente que la más grande de nuestras soberbias pudiera Es la síntesis de un carácter, de una forma de ser y pensar, media (Planeta, disolverse en un manuscrito. Es un accidente que una fipero sobre todo de una manera de escribir sobre uno mis2012) y Mi abuelo gura pública se atreviera a explorar las fronteras del pudor mo, de acudir a las posibilidades de la escritura para revey el dictador en los años treinta. Es un accidente que alguien pudiera larse al mismo tiempo como escritor y como persona. Es la (Caballo de escribir esa difícil mezcla de bildungsroman (o novela de declaración de una autobiógrafo que al escribir no puede iniciación) y novela de la revolución mexicana y convertirla distanciarse de su personaje y que desde su personaje esTroya, 2017). en la cúspide de nuestras memorias. cribe de sí mismo.

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UN LIBRO QUE FUE PROTAGONISTA RAMÓN CÓRDOBA

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RAMÓN CÓRDOBA (Ciudad de México, 1958). Es autor de las novelas Ardores que matan (de ganas) (Plaza y Janés, 2009; Punto de lectura, 2014) y Cada perro tiene su día (Terracota, 2013).

Fuente > emmanuelcarballo.com

ompré Protagonistas de la literatura mexicana de Emmanuel Carballo algún día del inimaginable año de 1986. No recuerdo si fue el primero de Lecturas Mexicanas que fue a dar a mi librero, pero probablemente sí, y hasta la fecha acompaña a otros de la misma colección: El complot mongol, Libertad bajo palabra, La culta dama, La calavera, La giganta y otros poemas... Por aquel entonces ya me dedicaba a la edición, daba clases en la UAM y, sobre todo, había contraído la incurable curiosidad de saber más sobre literatura mexicana, que me ha mantenido en la trinchera desde la que ahora escribo. Lo compré, sorprendido de encontrarlo ahí, en un puesto de periódicos que aún está en el extremo norte de la placita central de Tlalpan, Chilangolandia, donde me detenía a veces para curiosear en revistas y encabezados de periódicos (aún no había internet: ya les dije que se trata de un año inimaginable), y al que por eso me aficioné a visitar con asiduidad para proveerme de más Lecturas Mexicanas. Así encontré a excelente precio libros que había buscado infructuosamente y otros cuya existencia ni siquiera sospechaba. No tardé en empezar a leerlo, aunque su gran volumen me arredraba un poco, y como cabría esperar, lo hice en desorden, salvo que sí me leí antes el prólogo. Allí me enteré, feliz primera coincidencia, de que Carballo comenzó a trabajar en este libro el venturoso 1958 (algunos próceres nacieron ese año, entre ellos yo). Pensaba entonces que una de las tareas previas a la realización de una historia de la literatura mexicana, proyecto con el que soñamos historiadores y críticos, consistía en conocer personalmente a los escritores, en dialogar con ellos acerca de su obra, su vida, sus compañeros de equipo y, en general, acerca de cualquier detalle que ilumine su carácter o su personalidad artística —declaraba Emmanuel. Fue publicando las entrevistas en suplementos culturales y luego las

Emmanuel Carballo (1929-2014).

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reunió en una primera edición de esta obra, que con el título de 19 protagonistas de la literatura mexicana, fue publicada en 1965 por Empresas Editoriales, en tapa dura, con una sobrecubierta y también abundantes fotografías. Como se trata de un conjunto de entrevistas, desde luego comencé por aquellas que me resultaron más atrayentes: las de Salvador Novo, Juan José Arreola, José Gorostiza, Martín Luis Guzmán y Carlos Fuentes. Confieso que un par, la de Ramón Rubín y la de Genaro Fernández McGregor, jamás me interesaron. Me resultó sorprendente advertir lo incisivo del método de Carballo. No sólo se había ocupado de ir corrigiendo errores y dislates de las entrevistas originales desde la primera edición: también había conversado bastante más de una vez con cada escritor, de modo que el libro se compone de diálogos fechados en distintos momentos a lo largo de los años, además de pequeños ensayos y “cartas sintomáticas”. Carballo había renovado consistentemente sus esfuerzos de revisión, investigación y ejercicio del criterio. En algunos casos, como el de Gorostiza, no le quedó de otra más que admitir que respondiera por escrito a sus preguntas, y con Elena Garro, quien vivía en España, hubo de confiar en cruzar correspondencia (insisto en eso de que 1986 es un año inimaginable). Desde ésta, la segunda edición, sabiamente le quitó al título el 19, dada la inclusión precisamente de Garro, “para mí la escritora más sobresaliente y modificante de las letras mexicanas de hoy día”, dijo. Esa entrevista la he releído unas seis o siete veces. Carballo fue un personaje central e ineludible de la crítica literaria, la edición y la literatura en México. A lo largo de mis años formativos y de mi ejercicio profesional me encontré continuamente con sus ensayos, sus notas críticas, las obras que publicó en Diógenes, la casa editorial que fundó (entre ellas hallé las primeras de Parménides García Saldaña) y con testimonios acerca de su trayectoria, como el de José Agustín (véase su libro El rock de la cárcel), quien reconoce a Carballo como un gran impulsor de su carrera. Protagonistas continuó imprimiéndose periódicamente, de modo que en sus páginas consta que: he corregido morosamente la ortografía, la sintaxis y el estilo. Los menos son errores míos y los más del “corrector de estilo” de la cuarta aparición que “revisó” este libro, quien pienso padece un

desconcertante entusiasmo por las comas mal empleadas. Hace apenas catorce años estas palabras me pusieron a pensar e incluso me preocuparon un poco, porque justamente en 2005 me tocó en suerte trabajar con Carballo en una nueva edición. Supe sin lugar a dudas que me tocaba aprender de un sabio implacable, que hacía gala de una dura franqueza y un alto nivel de exigencia. Encendí una candela en el altar laico de mi corazón y me apresté a conocerlo. Como buen editor, Emmanuel era minucioso. Recibí sus anotaciones y cambios prolijamente anotados con letra muy legible y comencé la tarea que no sólo no me impuso dificultades mayores, sino que me permitió conocerlo. Era atento y generoso. Sabía reírse, incluso de sus errores o sobre todo de ellos. Le agradezco todo esto, y también que me haya contado algunos episodios de los diálogos con sus entrevistados, demasiado personales para figurar en el libro. Tenía un humor ácido y punzante, que siempre disfruté. Consta en el prólogo a la edición de Alfaguara: He agregado un nuevo protagonista, Octavio Paz, cuya ausencia era uno de los defectos más de bulto de este libro: el collage mediante el cual lo presento amalgama la entrevista, la polémica y la crítica literaria. Podría titularse, si fuera necesario utilizar un título, encuentros y desencuentros con uno de mis dos maestros; el otro por conocido lo callo. Con Paz mis textos van de la admiración al rechazo. Es un típico caso de parricidio. [...] Creo que esta edición, hasta donde es posible usar esta palabra, es más o menos definitiva. Fecho de nuevo esta obra en El Contadero, ya no tan pequeño pueblecito, entre los años de 2002 y 2004. Un día llegó radiante a mi oficina porque su médico “le había revisado el azúcar” y dado chance de tomar unos tragos. Le dije que precisamente ese día yo planeaba comer en una cantina con cinco amigos, y de inmediato se autoinvitó. La pasamos tan bomba que todos nos excedimos un poco en los güisquis. Días después me llamó por teléfono; me dijo que tan grata sesión lo llevó a concluir que ya se había bebido todo el alcohol que le tocaba. “Cuéntale a quien quieras”, me dijo, “que la última borrachera de mi vida me la puse contigo”. Creo que fue Oscar Wilde quien dijo que la única embriaguez es la conversación. Eso tuve con Emmanuel desde el primer día.

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

ROCKETMAN LA CANCIÓN # 6 Por

ROGELIO GARZA @rogeliogarzap

CHRISTONE KINGFISH INGRAM

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EN OCASIONES LOS EXCESOS y las cagadas de las estrellas provocan que olvidemos su obra. Rocketman, la biopic sobre Elton John, ha servido más que nada para recordarnos el espléndido cancionero del londinense. En la actualidad el sir es una señora gorda y copetona adicta a las compras. Virgine Despentes afirma que “un buen consumidor es un consumidor inseguro”. Los artistas que triunfan tienden a olvidar el propósito por el cual se dedicaron a la creación. Y se entregan a actividades absurdas propias del capitalismo. Es el mensaje de Rocketman: cuando el artista renuncia a practicar el arte de la resistencia nos invita a ser los espectadores de su caída. La manera en que se aborda la historia es valiente. No escatima en honestidad a la hora de retratar los desatinos del protagonista. Algo que no ocurrió con Bohemian Rhapsody, la cinta sobre Queen. En estos tiempos en que la corrección política reina a ultranza podría suponer un suicidio en términos de taquilla contar todos los debrayes del personaje. Pero evadirlos, como en Bohemian Rhapsody con Freddie Mercury, sólo para satisfacer las demandas de la policía moral hubiera sido un desperdicio. No porque la música de Elton John no valga en sí misma, pero sería como ir a los toros y no ver una cornada o cortar un rabo y las dos orejas o ir al téibol y que no se desnudara la morra. En Rocketman, Elton John se desnuda hasta las últimas consecuencias. Se decide por el formato del musical para narrar su drama. El de un chico al que su padre no ama y su madre desprecia. Y es así, con todos los personajes cantando la trama, que se va cimentando una de las vidas más atormentadas del mundo del espectáculo. Una existencia triste y desdichada a la que la música rescata y a la que el show business vuelve a hundir. La película arranca con Elton John contándole su vida a un grupo de personas de una clínica de rehabilitación. Desde el apoyo que recibió de su abuela y su padrastro hasta el momento en el que ingresa a una clínica para desintoxicarse. Taron Egerton en el papel de Elton John es un fuera de serie, no como el Freddie Mercury de Rami Malek que se quedó corto. Canta las canciones de Elton de manera bastante decente. Sin embargo, creo que eso le resta algo de poder a la cinta. Que se incluyan versiones cantadas por el actor en lugar de usar las originales. Egerton lo hace de manera estupenda, pero se vuelve un desperdicio porque las versiones y la voz de Elton son inigualables. Es ahí donde radica su genio, en ser un intérprete a la altura A LOS VEINTE AÑOS, los rockeros de moda Greta Van Fleet calcan a Led Zeppelin, la mayoría de los negros aspiran a ser estrellas del hip-hop para morir de un tiro, mientras que el redondo Christone Kingfish Ingram deja su marca en el blues clásico del futuro, si es que nos queda alguno. Ingram nació en Mississippi y publicó su primer disco apadrinado por Buddy Guy, el esperado Kingfish, que patea como un toro por la mañana y pace con toda calma al atardecer. Lo bueno de la serie Luke Cage son los artistas que aparecen tocando. Ingram sale en la segunda temporada ejecutando “The Thrill Is Gone” y “I Put A Spell On You”. Ya era el niño prodigio del blues gracias a YouTube, puros covers en vivo que el respetable subía después de sus conciertos. Pero sus interpretaciones en la serie sobrecogieron al mundo musical. Es que nació a unos kilómetros del crucero donde el diablo le afinó la guitarra a Robert Johnson; creció cantando góspel en la iglesia de su papá, el pastor Ingram; y se graduó en la escuela del Delta Blues Museum: baterista a los seis años, bajista a los once y guitarrista a los trece. De Waters a King a Guy a Hendrix y a Prince, más allá de hacer suya “Purple Rain”, lo que ha logrado es incorporar el pop más fino al blues más rudo. Los doce temas de Kingfish se grabaron durante tres días en Nashville con un grupo de seis bluesmen; fueron coescritos y producidos por Ingram y Tom Hambridge, el productor estrella de Buddy Guy que redescubrió el hilo negro del blues. Desde el arranque con la potente “Outside Of This Town”, el mano a mano con Guy, “Fresh Out”, y el blues-rock machacón “It Ain’t Right”, se le aprecia cantar y tocar la guitarra como los grandes pero, al mismo

LA CINTA NUNCA PIERDE DE VISTA LA APESADUMBRADA NUBE NEGRA QUE ESTÁ ENCIMA DEL CANTANTE . de Frank Sinatra y un pianista de alma negra. Porque recordemos que las letras de las canciones son obra de Bernie Taupin, su letrista de cabecera. Rocketman es una delicia visual. Exuberante sin caer en lo fastuoso ni en lo pre-fabricado de Bohemian Rhapsody (disculpen tanta comparación, pero la proximidad de ambas cintas obliga a confrontarlas). Se toma algunas licencias bastante afortunadas, como Elton John ascendiendo hacia el cielo como si tuviera un cohete en los pies o levitando mientras toca las teclas. A pesar de estos permisos fantasiosos la cinta nunca despega los pies de la tierra, por el contrario, nunca pierde de vista la apesadumbrada nube negra que está encima del cantante durante su carrera, no importa cuánto triunfe, él siempre tiene una carencia que no se puede resarcir con nada: amor y aceptación. Y es en esto último que la película traiciona un poco su espíritu iconoclasta. Las últimas imágenes, con las que cierra la cinta, muestran a un Elton que presume que lleva 28 años sobrio y a sus dos hijos adoptivos en compañía de su esposo. Me parece bastante plausible que Elton John dejara las drogas, sobre todo después de que demostró hasta el cansancio que no sabía manejarlas, pero lo que parece fuera de lugar es el ansia por replicar el tan sobado happy end del cine hollywoodense. Qué desfasado parece que ahora que la familia tradicional ha comenzado a desaparecer son precisamente los gays quienes se empeñan en preservarla. No se me mal entienda, cada quien es libre de casarse y adoptar. Pero entonces dónde quedó la resistencia. El fuego primigenio que detonó todo. Por lo anterior, la película hace honor, no a la vida de Elton, sino a su música. Que es lo único que importa. Y es su arte lo que prevalece por encima de sus inseguridades. Tiene quince o dieciséis canciones sin las que la vida de muchos de nosotros no sería la misma. En Rocketman aparecen un puñado de ellas, pero no “Nikita”, chale.

QUIZÁ LOS INGREDIENTES QUE LE HACEN FALTA A INGRAM SON KILOMETRAJE Y COLMILLO . tiempo, como ningún otro. Hay algo único en su sonido e incipiente estilo, su pasión ciega: “No siento nada. Sólo me olvido de mis preocupaciones y toco”. Sorprende con canciones dulces y acústicas, como “Listen”, la enorme “Believe These Blues” y “Been Here Before”, en las que canta sobre ser un espíritu viejo que habita en un joven. Hay melodías arriesgadas, de esas alegres pero con letras cabronas, “If You Love Me” y “Trouble”. Y desbarranques azotados y estremecedores: se deja ir y se pierde en los requintos de “Love Ain’t My Favorite Word”, “Hard Times” y “That’s Fine By Me”. Quizá los ingredientes que le hacen falta a Ingram son kilometraje y colmillo. Si a los veinte años ya domina el instrumento y es considerado un visionario del género, con unos putazos existenciales y un par de volcaduras en la carretera de la vida será el indiscutible rey azul. Eso sí, para ser debut, Kingfish le cierra el hocico de una patada a quienes dan por muerto al blues. El futuro es azul, ojalá que nos quede un mañana para seguir escuchándolo.

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La pluma de Alma Delia Murillo frecuenta el humor y la honestidad kamikaze. Además esconde un bisturí: con él penetra las emociones humanas hasta lo blando del hueso, para regresarlas distintas aunque reconocibles. Declaramos nuestro entusiasmo al recibirla en las páginas de El Cultural con ésta, su columna catorcenal Crónicas Plutonianas.

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Fuente > pinterest

reo que veo el mundo entero en esta cara. Bella. Amorosa. Asesina.” Esa línea revela lo que piensa el recién nacido al ver a su madre. Y es que es verdad, ella mató al padre del niño. El neonato fue testigo de la traición desde que se gestaba en el vientre de la bella criminal que, además de matar a su marido, se lio con el hermano del muerto. Es decir con el tío del crío. Que vendría siendo al mismo tiempo el cuñado y amante de la mujer. Dioses, cuánto enredo: la familia. Hablo de la novela Cáscara de nuez, de Ian McEwan, que es un espléndido y letal homenaje al Hamlet de William Shakespeare. Todos de pie. El argumento es esencialmente el mismo. Un hijo atestigua cómo mamá traiciona a papá con el hermano de papá. La familia es el origen de toda guerra, también de toda literatura; es fascinante constatar que las pasiones más complejas y retorcidas de nuestra especie se acunan entre las cuatro paredes de una casa, o de un castillo. Esa verdad perturbadora hace respirar las páginas de Shakespeare y las de McEwan al punto de llevarla a su expresión más primigenia: el vientre de la madre es el origen de toda guerra, de toda traición... de toda literatura. Es como si la esencia humana cupiera en estas insuperables líneas de Hamlet: ¡Dios mío! Podría estar encerrado en una cáscara de nuez, y me tendría por rey del espacio infinito, si no fuera porque tengo malos sueños. Si no fuera porque tengo malos sueños. Hamlet, que vive deprimido y enfermo de nostalgia dirían en la época, es un hijo atrapado por la indecisión más dolorosa: ¿ser leal a un oscuro deseo de venganza del padre o ser leal con la traición de la madre que se ha casado con su cuñado, ahora rey ilegítimo? Es la sombra del padre quien se manifiesta ante el desesperado príncipe y le informa que su propio hermano lo asesinó derramando en la oreja una sustancia mortífera que “cuaja y corta como gotas ácidas vertidas en la leche, la sangre sana y fluida”. Y el hijo se consume en deseos de venganza. Pero Hamlet ama también a su madre. Qué horrible dilema. No hay familia sin traición. No hay camino a la individuación sin mandar a los padres lo más lejos posible, ahí donde la muerte psicológica. “Sentí un funeral en mi cerebro” dice Emily Dickinson en uno de sus intensos poemas. Ese funeral libera la psique, el Yo. Dura cosa es esto de ser humanos. La novela de McEwan es una de las muchas formas de acercarse a este prodigio de historia. Verla en escena

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CRÓNICAS PLUTONIANAS Por

ALMA DELIA MURILLO @AlmaDeliaMC

también, desde luego, yo he visto Hamlet al menos unas cinco o seis veces; lo cierto es que mi representación favorita es la que yo interpreto en el teatro de mi cabeza conectada a la corriente brutal y directa de las palabras de su autor. Me obsesiona comprender con precisión por qué Shakespeare es tan endemoniadamente bueno, por qué su obra sigue vigente más de cuatrocientos años después, por qué no dejan de ser emocionantes hasta la taquicardia sus historias. Y aunque sin regateos podemos decir que su escritura es impecable —la técnica narrativa precisa, la redondez total de los actos en cada una de sus obras y los altos vuelos que alcanzan los diálogos de los personajes— creo que la razón que lo ha hecho trascender es otra. No hay una sola de sus tramas que no siga viva porque están hechas de condición humana. Mientras escribo pienso en cuántos casos de traición entre hermanos conozco, cuántos hijos adolescentes devorados por sus padres —el suicidio de Romeo y Julieta se consuma cuando no pueden separar su identidad de la de sus familias—, cuántas Lady Macbeth ha visto desfilar la política mexicana que detrás de sus esposos y con las manos llenas de sangre cuentan fortunas en bancos europeos ¿Lady Duarte, Lady Moreira, Lady Yarrington?, cuántos hombres enfermos de celos han asesinado a sus mujeres. La mirada de Shakespeare era de una inteligencia sobrehumana. (Sé que algunos cada vez que digo Shakespeare proclaman a Marlowe como autor, pero en tanto esa teoría no se compruebe, yo sigo atribuyendo los milagros al genio del bardo). La mirada. El punto de vista. Otro de sus grandes aciertos, cada una de sus obras es contada desde el punto de vista que más asombra, que más enriquece. En Macbeth es Lady Macbeth, son las brujas, es la ambición femenina que no conoce compasión. En Otelo es Yago, el que inventa el triángulo amoroso y enciende los infiernos de los tres participantes. En Hamlet es el hijo, no la madre ni el padre, no el hermano traidor, es el hijo quien debe contarlo todo, quién si no. Vuelvo a Cáscara de nuez de McEwan. Con extraordinario talento narrativo, el autor logra darle voz al feto que va contando la tragedia desde el vientre de la madre. Esa cáscara de nuez que lo contiene todo. Un feto divertidísimo que vive medio ebrio porque Trudy, la madre, tiene debilidad por el vino. “Trudy y yo nos estamos emborrachando otra vez y nos encontramos mejor [...] Después de un blanco penetrante, un pinot noir es una balsámica mano materna. ¡Ah, vivir mientras existe una uva así! Una floración, un buqué de paz y razón”. Quién si no el feto podría contarlo. En mi locura —ahora mismo potenciada por una copa de pinot noir— me emociono pensando que todos somos un personaje de Shakespeare, o lo fuimos, o lo seremos. Todos somos Shakespeare. Hamlet termina de la única manera posible: con un coro de muertes. (Perdonen el spoiler pero hace cuatrocientos años que conocemos el final). El final en Cáscara de nuez de McEwan... mejor léanla. A mí sólo me queda brindar por nuestro Shakespeare interno. Citando a uno y otro autor, levanto mi copa. Lo demás es silencio. Lo demás es caos.

LO DEMÁ S ES CAOS

“NO “ HAY FAMILIA SIN TRAICIÓN. NO HAY CAMINO A LA INDIVIDUACIÓN SIN MANDAR A LOS PADRES LO MÁS LEJOS POSIBLE, AHÍ DONDE LA MUERTE PSICOLÓGICA”.

06/06/19 21:05


SÁBADO 08.06.2019

ESGRIMA Por

ALICIA QUIÑONES

CIRQUE DU SOLEIL

C R E AT I V I D A D SIN LÍMITES

L

as oficinas del Cirque du Soleil en Montreal, Canadá, son como sus espectáculos: un mundo creado por y para la imaginación. En este gran complejo, instalado en un barrio poco céntrico de la provincia quebequense, se encuentra un área de dormitorios para los más de mil bailarines que trabajan ahí. En este enorme edificio se crea y produce el circo más importante y llamativo del mundo, incluyendo cada uno de los detalles que integran cada espectáculo: telas, pieles de los trajes y zapatos, papeles, paneles llenos de estantes con modelos para cada uno de los shows, con tamaños que van desde actores muy pequeños hasta gigantes. Toda la creación se encuentra aquí. En una de las salas de ensayo se encuentra practicando uno de los nuevos bailarines rusos que se integran a la compañía. Muchos de los artistas que aparecen en escena son deportistas de alto rendimiento pero con una sensibilidad especial: así lo describe Diane Quinn, directora creativa del Cirque Du Soleil, quien se unió al mismo en 2004. Comenzó su viaje con el Cirque como directora de Servicios Públicos en el espectáculo Corteo, que se presentó en México. Desde entonces ha ocupado distintos cargos, hasta convertirse en la cabeza creativa de esta industria que pronto presentará en México un filme sobre uno de sus más recientes montajes. El proceso de creación es el tema central de esta entrevista con Quinn. ¿Cómo es su vida en su papel de directora del Cirque du Soleil? Siempre digo lo mismo, porque es verdad: tengo el mejor trabajo del mundo. Soy parte de una compañía que es extremadamente creativa y, de hecho, la creatividad está en el centro de todo lo que hacemos. Como has visto hoy al caminar por el edificio, todas estas personas están haciendo algo importante, están creando espectáculos excelentes. Ése es realmente el objetivo de la organización así que, sin duda, el mío es el mejor trabajo del mundo. ¿Cómo logra no perder el sentido de crear mientras ejerce la dirección del grupo? Bueno, honestamente lo que más me gusta, el tema en el que más me enfoco, es la creatividad de la compañía. Sí, claro que hay un tiempo para la administración y para la coordinación, absolutamente. Sin embargo, lo grandioso es que como la palabra creativa aparece en mi descripción de trabajo, en verdad tengo la oportunidad de pasar tiempo con nuestros equipos. La otra cosa que me ayuda a mantenerme muy apasionada por lo que hacemos es que también superviso la calidad de los espectáculos. Es decir, voy a ver cada uno de nuestros shows y eso me aporta una gran cantidad de energía increíble. Primero construimos el espectáculo, es nuestro pequeño bebé; luego lo presentamos y después se va, porque la mayor parte de los shows comienzan aquí y más tarde viajan a otro lado, cerca o lejos. Entonces puedo seguir al bebé por un poco de tiempo y tengo, junto con el equipo, la oportunidad de criarlo. Es una experiencia increíble. Cada uno de los espectáculos crece y cambia y eso es lo que buscamos, a lo que aspiramos.

“ÉSA “ ES UNA DE LAS RAZONES POR LAS CUALES LA GENTE QUIERE VENIR A TRABAJAR CON NOSOTROS: SOMOS UN IMÁN PARA EL TALENTO CREATIVO”.

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¿Cómo es el proceso de cada espectáculo? ¿Cómo comienza cada uno? ¿Quién tiene la primera idea? El concepto puede venir de lugares distintos, pero tienes razón, la idea es lo que llega primero. Nos inspira algo que esté sucediendo de manera externa, algo en el universo, en el Zeitgeist, algo que realmente nos esté hablando. Así que siempre arrancamos desde una posición de interés real, auténtico. Esa pasión comienza a dirigir y a desarrollar la noción original. En otras palabras: la idea llega primero y después de cierta manera florece y se convierte en una historia porque, a final de cuentas, con cada uno de nuestros espectáculos estamos contando una historia. En algunas puede ser muy obvia la forma de abordarla y en otras puede ser más sutil, pero usamos ese hilo, esa trama. De ese modo, al final de la velada la audiencia se

Foto > Patrice Lamoureux

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El Cultural

Sala de ensayos.

marcha habiendo sido transportada a otro lugar. Se trata de llevar al público cada noche a otro sitio, no importa en qué lugar del mundo nos encontremos. Así pues, desde la idea llegamos a la historia y después enganchamos a esa historia algo que llamamos el esqueleto acrobático. Tomamos un número de elementos, puede ser el baile, pueden ser piezas no necesariamente acrobáticas o tradicionales sino enérgicas, y comenzamos a tejerlas a lo que queremos contar. Además, como en toda buena historia hay un clímax y una resolución o desenlace. A partir de todo eso comenzamos a trabajar el diseño del set, de los vestuarios. Todo va en función de la historia. Creo que ésa es una de las razones por las cuales la gente quiere venir a trabajar con nosotros: somos como un imán para el talento creativo. ¿Cuál es el proceso para seleccionar a los artistas, a la gente que está en el espectáculo conectando con el público? Es un proceso que consta de dos partes. Primero contratamos al equipo creativo, ya que ese grupo de expertos influye en la decisión de quiénes van a ser los artistas elegidos. Por principio de cuentas buscamos a un director impresionante, que nos traiga un punto de vista poderoso. Eso es crucial. Después el director trabaja con una persona que tenemos aquí para cada espectáculo y a quien llamamos el director de creación. Ambos contratan a quienes diseñan el set, la iluminación, el vestuario, el video. Ellos seleccionan a todo el equipo. Una vez que estas personas han desarrollado la historia que mencioné antes, comenzamos a pensar qué clase de actos serían geniales para este espectáculo y es ahí, en ese punto, donde nuestro departamento de casting juega un gran papel. Yo creo que tenemos el mejor departamento de casting del mundo. ¿Cuál es la regla más importante aquí, lo no se puede perder en cada espectáculo y en el negocio en su conjunto? Es una pregunta interesante. Me gustaría responder de dos maneras: lo primero es que debemos continuar proveyendo a nuestros equipos creativos, y de hecho lo hacemos, de un ambiente para crear en el cual todo sea posible. Nuestro lema es, “todo es posible hasta que deja de serlo”. Ellos necesitan esos espacios de posibilidad creativa; es muy importante que no tengan límites. Quizá hayas visto los cuartos de creación que tenemos aquí. Creo que la segunda cosa que necesitamos conservar siempre es el mensaje a nuestra audiencia. Para mí, cada uno de nuestros espectáculos se trata de dar alegría. Me parece que es algo que todos nuestros shows ofrecen cada noche en cada lugar del mundo donde se presentan: ofrecen alegría y esperanza, todo desarrollado a partir de algo que la gente pensó que era imposible y después descubrieron que no lo era.

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