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ROGELIO GARZA

CINCUENTA AÑOS DE TOMMY

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

CARLOS VELÁZQUEZ

YO ES OTRO

TOMMY ORCHESTRAL

El Cultural N Ú M . 2 0 6

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

RETRATO DE SILVINA OCAMPO CON BIOY CASARES Y BORGES AL FONDO DANUBIO TORRES FIERRO

FICCIÓN

ANA V. CLAVEL IVÁN MEDINA CASTRO

Arte digital > A partir de un retrato de Silvina Ocampo en theobjective.com y una foto en newsmov.biz > Mónica Pérez > La Razón

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Críticos y lectores han impulsado en años recientes una revaloración de la figura y la obra de Silvina Ocampo (ver El Cultural, número 180). La fama de sus compañeros Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (esposo de la autora) solía relegar su presencia discreta. Un testigo que disfrutó la confianza de ese grupo nos brinda aquí el retrato de una época y a su vez de los rasgos que modelaron el temperamento, la complejidad y el genio de Silvina Ocampo. De modo paradójico, como Borges y Bioy Casares, con su literatura ella plasmó el reflejo inquietante de un periodo opresivo en la historia de Argentina.

RETRATO DE SILVINA OCAMPO Con Bioy Casares y Borges al fondo DANUBIO TORRES FIERRO A false fin de siecle decorum snored over Buenos Aires lost in the pampas and run by the barracks.

Robert Lowell

C

onocí brevemente a Silvina Ocampo muy a comienzos de los setenta del pasado siglo. Era una época en la que cruzaba a menudo a Buenos Aires para escapar del clima venenoso de un Uruguay roto por el terrorismo tupamaro y la a menudo confusa postura defensiva de una clase política tradicional sorprendida por la escalada guerrillera. Era una época en la que podía asirse en el aire el proceso de degradación social y ciudadana que padecían las dos orillas del Río de la Plata. Era una época, para resumir, en la que la desventura aguardaba en las esquinas. Alma en pena, y alma ansiosa de novedad, iba yo a la capital porteña (gran metrópolis a pesar de todo, en la que uno podía refugiarse en el anonimato) para encontrarme con los muchachos de Tiempo Contemporáneo y de Pasado y Presente, y con Enrique Pezzoni, nerviosísimo y bienhumorado en las instalaciones como de factoría de la vieja editorial Sudamericana, allá en el barrio San Telmo. Sin

duda fue el propio Enrique quien me llevó a casa de Silvina, ese apartamento del cuarto piso de la calle Schiaffino al que años después, diez años después, dirigiría frecuentes miradas húmedas al pensar en ella, en Silvina, ya enferma, enclaustrada y disminuyéndose. Una única evocación de entonces sobrenada en mi memoria: la de Silvina como una mujer de despliegues seductores, dispuesta a la conquista empática, de miradas y tonos insinuantes y, si así lo resolvía, de confianza leal y expansiva. Una mujer que se imponía, invasora, al joven atribulado que era yo.

EN ABRIL DE 1975, ya viviendo en México, viajé

a Buenos Aires a juntar materiales para la revista Plural. Fueron fugaces días emocionados. Me reencontré con mi familia próxima (mi madre, mi hermana y mi novísimo sobrino) y contemplé —y este recuerdo es agridulce y trémulo pero sobre todo remoto ahora— las luces de mi país entonces prohibido para mí desde los balcones de la costanera del sur. Y llegó, dispuesto a ser feliz en una de sus patrias, acaso la que mejor le sentaba a su persona, mi querido Alejandro Rossi. Nuestras jornadas eran incansables. Visitamos, alentados por el entusiasmo común, el tesoro vivo de la literatura

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argentina. Hubo un encuentro, al que Alejandro consideró sagrado, y cuyos detalles yo renuncié a difundir durante años, con Borges y Pepe Bianco. Fuimos en tren, desde la estación de Retiro, hasta San Isidro, donde Victoria Ocampo nos aguardaba —en una tarde fiera de lluvia y de siluetas errantes— al mando de su máquina Renault. Estuvimos con Alberto Girri en su inevitable café Saint-James. Cenamos con Silvina y Bioy Casares en el comedor de su casa. Anduvimos con Pezzoni y Bianco por aquí y por allá para recalar, una y otra vez, en el Petit Paris, en uno de los recodos de la plaza San Martín y justo al lado del hotel en el que nos hospedábamos. Buenos Aires tenía, para Alejandro, unas resonancias interiores que le son caras, y en fechas muy próximas las tendría también para mí. Buenos Aires es, más allá de los permanentes castigos que ha soportado, una cartografía literaria, y en esa ocasión nosotros la compartimos con quienes habían ayudado a configurarla en el tramo final del siglo. Al cabo de poco tiempo, y conmigo como testigo próximo, ese puñado de gente comenzaría, desventuradamente, a desaparecer. Queda la obra que nos legaron, sí. Pero sus personas, y con ellas el ejemplo humano encarnado, tan gravitante al menos para mí, ingresan en una espectralidad que atiza, de manera reactiva, una rabiosa tristeza. Comprobar que todo está condenado es demasiado comprobar. Silvina y yo nos hicimos cómplices en ese viaje mío desde México. Ella demandaba, terca, cercanía y fidelidad, quizás ansiosa de hacerse con los susurros y los ecos de los secretos y las alianzas que merodeaban, y yo estaba allí para satisfacerla. Llegaba a su casa, a la hora del té, y salía a recibirme a las puertas del ascensor: “¡Qué bufanda colorada tan linda tenés! Es apasionada como vos”. Las palabras le salían arrastrándose, cascadas, aupadas por respiros rítmicos y con un retumbo de burguesía remolona. Tenía setenta años pero conservaba unas piernas espléndidas, que se adelantaban imprudentes al andar y le aseguraban —junto al mentón atrevido allá arriba— un rango de adolescente venida repentinamente a más. Discurría una forma peculiar de ser dueña de sí misma. Era mujer que, nacida para central, aparecía de presencia recoleta, en papel sesgado, como si trabajara una versión voluntaria, y premeditada por tanto, del poder detrás del trono. Era una mujer que, según el consejo de un sabio, no olvidaba que il faut toujours se réserver une arrière boutique. Esto de la trastienda propia se manifestaba, como no tardaría en averiguarlo, por lo menos en dos vertientes. Silvina, como escritora, era de hecho oblicua y, mejor aún, de efectos ambiguos, de digresiones que se desarrollan y que, luego de serpentear con destino propio, rematan con derechura, y en pleno corazón, los nudos de sus asuntos. Más que los puntos de partidas —siempre directos en su ataque— o de llegada —siempre equívocos en sus soluciones— importan, en su cuña

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Fuente > lanacion.com.ar

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Silvina Ocampo (1903-1993).

retórica, los tránsitos que se efectúan y los recorridos que se describen, unos y otros puestos a dibujar una cartografía que desemboca en un microcosmos cargado de elocuencia ambigua, peligrosa. Textos, los suyos, en los que la escritura prueba que tiene una maligna vida propia y en los que el esfuerzo por movilizar desde dentro las palabras enciende una errancia esquinada pero de intenciones dramáticas clarísimas; que allí, además y sobre todo, triunfe una magia copiosa, infinita, con la que se crea un mundo extravagante y de paradojas, un mundo en el que la rala realidad se codea con un aura intimidante por su rareza y su morbo es un recurso literario más con el que se atrae al lector. Recuerdo ahora —y lo recuerdo porque en este contexto es pertinente hacerlo— que Silvina, cuando me llamaba por teléfono temprano en las mañanas, me decía a cada rato si yo me había dado cuenta de que “la realidad es lo único fantástico que nos queda”. Ella sabía de qué hablaba.

Y SILVINA, como mujer de su medio social (y no, por cierto, como mujer a secas), un medio de clase alta ultramontana, un medio familiar de individualidades enérgicas —que, amalgamadas, sirvieron a Bianco de inspiración en la novela La pérdida del reino— y a la vez muy clanesco, y por fin un medio cultural dominado por el empaque empeñoso de su hermana Victoria y el tutelaje admonitorio de Borges y Bioy, prefería situarse aparte, dar un paso al costado, colocarse en un lugar entre ella misma y cuanto la rodeaba. Su figura, y la irradiación de esa figura, fue decididamente privada y sólo muy a medias se hizo pública; el verdadero reconocimiento le llegaría mucho más tarde, tan tarde como en la segunda

década del XXI —El dibujo del tiempo, libro póstumo, y misceláneo, editado por Lumen en 2014, lo confirma. Acaso de esa elección suya por ser una presencia más bien discreta de puertas afuera le venía la libertad que de ella dimanaba y que ejercía con tanta capacidad de plenitud. Parecía estar en desplazamiento permanente sin dejar de ser, permanentemente, ella misma. Espíritu travieso y burlón, en el que sobrevolaba la ironía, corrosivo hasta no dejar títere con cabeza, incluida la suya propia, era celosa de su persona y sus atributos, a los que mimaba sin exponerlos a una intemperie que debía conjeturar al acecho y quizás perniciosa para su integridad. Inteligente, orgullosa, astuta, provocadoramente femenina si se lo exigía la circunstancia, es probable que su aspiración más acusada fuera la de crear un centro singular de irisación en el que convergieran su simpatía espontánea hacia algunos pocos amigos y su sensibilidad ladeada, tan de gatos encerrados, esa que en sus escritos junta la emoción y la crueldad, el absurdo y el delirio. Ese centro de irisación al menos en su edad avanzada, lo articulaban su obra (o, con mayor latitud, su entrega a los asuntos que cultivan el alma) y por supuesto su persona; y, sin dudas, y con preeminencia enfática, ese otro dominio, territorio colonizado palmo a palmo por ella, en el que siempre la encontré: su casa.

SILVINA YA NO SALÍA. Si hablaba, por ejemplo, de los jacarandás en flor (una violencia carmesí en la pureza celeste del cielo de la ciudad), era porque su recuerdo los atesoraba y porque los divisaba desde sus ventanas privilegiadas, abiertas a un ángulo de la plaza San Martín de Tours en la Recoleta. El apartamento, con altos accesos de mármol blanco en

“PARECÍA “ ESTAR EN DESPLAZAMIENTO PERMANENTE SIN DEJAR DE SER, PERMANENTEMENTE, ELLA MISMA. ESPÍRITU TRAVIESO Y BURLÓN, EN EL QUE SOBREVOLABA LA IRONÍA, CORROSIVO HASTA NO DEJAR TÍTERE CON CABEZA, INCLUIDA LA SUYA PROPIA .

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los bajos, tenía espacios generosos y techos altos. Su solidez, marca de una época de opulencia porteña, se empañaba por los reveses de una negligencia comprensible en dos personas mayores y atareadas en cuestiones inconsútiles. En todo caso, en los tramos finales de los setenta, cuando Buenos Aires (y la Argentina toda) se encanalló, y se volvió represora, allí, entre sus paredes, uno podía respirar y explayarse en el refugio de una circular atmósfera de protecciones: la de unos apellidos famosos, la de la holgura económica, la de unas afinidades compartidas. Dominaba, en ese conjunto, un talante neutral que hacía del piso una zona franca alérgica al contexto enemigo que aguardaba al apenas traspasar la puerta de calle. No había lujo, exposición de fortuna, gesto altanero. Las cosas se daban llanamente, como correspondía en una sociedad como la argentina, de hábitos en buena medida igualitarios. Las cenas se servían en el comedor, en una mesa grande peligrosamente inestable; consistían, siempre, en verduras cocidas y un pollo asado al horno. Con Silvina y Adolfito se hablaba de política poco o nada y si se hacía era no tanto para alarmarse sino para comprobar, en la estúpida sucesión de los hechos del día a día, la muy mala opinión que sobre ella en general se tenía. Nunca comprometidos según el modelo sartreano, lo que los habría asqueado, los Bioy pensaban y actuaban sin desarrollar vínculos explícitos de (falsa) solidaridad social; sospecho que su negativa a así hacerlo se originaba en un individualismo egoísta de raíz liberal que cumplía sus misiones (morales) en la ejecución de una obra preñada de verdad artística y, quizás, en los resentimientos que provocara la experiencia peronista entre las clases medias y las acomodadas. Una circunstancia ayudaba a esa postura aséptica: los vergonzosos avatares que, de uno en uno, condujeron sucesivamente al colapso del ideal republicano en el país. Alguna vez, más tarde en el tiempo, Adolfito me confesaría, sin sombra de impudicia, que las cuestiones políticas eran, para él, “asuntos en los que se afanan los otros”; poco o nada recordaba ya de su activismo antiperonista en la época de lo que se conoció como la Revolución Libertadora —un intento de restauración institucional que a duras penas logró sobrevivir algún tiempo. La reticencia de su estilo narrativo y la modulación psicológica de sus personajes son ajenas a cualquier incursión en la denuncia plana del entorno: todo en su obra apuesta a la condición espectral. Borges tiene una sentencia que es muy útil como definición: “El presente era apenas un indefinido rumor”.

Y, SIN EMBARGO, gracias a una para-

doja que nos es de sobra conocida, en los incidentes dramáticos, y en sus sistemas de conexiones, de los libros de Silvina y Adolfito (como en los de Borges), aparece un dibujo social de la Argentina de colores vívidos y visión penetrante que se impone con

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“NUNCA “ COMPROMETIDOS SEGÚN EL MODELO SARTREANO, LOS BIOY ACTUABAN SIN DESARROLLAR VÍNCULOS EXPLÍCITOS DE (FALSA) SOLIDARIDAD SOCIAL; SOSPECHO QUE SU NEGATIVA SE ORIGINABA EN UN INDIVIDUALISMO EGOÍSTA DE RAÍZ LIBERAL . Fuente > theobjective.com

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Silvina y Adolfo.

DANUBIO TORRES FIERRO (Uruguay, 1947), ensayista, traductor y periodista cultural, ha publicado, entre otros libros, Estrategias sagradas (1992), Octavio Paz en España, 1936 (2012) y Contrapuntos (2016).

cierta energía perentoria. Deletrear y celebrar a la propia patria, hurgar en, y revelar los rasgos del carácter nacional, pasear por las páginas de la topografía ciudadana, y por fin levantar una arqueología moral de la gramática mental son allí otros tantos motivos recurrentes que forman parte de un propósito encaminado a mensurar una intrahistoria —y no, por cierto, una historia. Ajeno por igual a los convencionalismos de la psicología y del realismo, tal propósito se cumple por los caminos indirectos, y más fecundos, de un histrionismo literario hecho de desplazamientos que se entrecruzan y se comentan y de fragmentaciones del espacio y del tiempo que acaban por proponer —como si de una reacción química se tratara— una visión crítica cercana del entorno y sus paisajes. Esa visión es la que, acaso porque nada a contracorriente, gana una resonancia de ondas expansivas en los abismos del inconsciente del lector. En el caso de Silvina, por ejemplo, la conciencia narrativa cumple una suerte de mandato evocativo y funda un espacio de representaciones en el que la subversión de la fantasía parte de lo muy concreto (una plaza, unos árboles, unos campos, unas calles) para transformarlo con una nueva luz. Hay más: al menos sus primeros títulos tienen el declarado propósito de enumerar (Enumeración de la patria es de 1942) un país que —en ese entonces— se añora en la distancia pero que, de manera más decisiva, se desea ayudar a nombrar: Patria vacía y grande, indefinida Como un país lejano, interrumpida Por las llegadas lentas de los trenes La jubilosa espera en los andenes.1 Aquí la literatura ejerce como forja de un mito, como sucede consecuentemente

en el primer Borges e intermitentemente en la trayectoria última de Bioy. Silvina y Borges, por lo demás, al haberse criado en el francés y el inglés, se dedicarán a conquistar una lengua española que se les aparece como una nostalgia primordial de sus orígenes, y que en el autor de Ficciones alcanzara una pasmosa capacidad de generar riqueza expresiva. De ahí, entonces, que en un abundante tramo de la obra de los tres escritores se descubra un común aliento (en el doble sentido de la palabra: un soplo y una fuerza) que es y sólo puede ser argentino en un sentido en el que la crasa ortodoxia nacionalista no ocupa deliberadamente un lugar central. Por algo, en 1943, sienten la necesidad de publicar la Antología poética argentina. Por algo, en una encuesta realizada a mediados de los años cincuenta por la Sociedad Argentina de Escritores, El sueño de los héroes figuró entre las novelas más representativas del país. Así, que el humor, en cualquiera de sus modalidades, recorra y marque sus textos puede entenderse no sólo como un efecto retórico sino como instrumento capaz de poner tierra de por medio con el sentimentalismo con el que invariablemente se tropieza en estas cuestiones que tocan, digamos, el espíritu nacional. Matan el sentimentalismo pero sobrevive, pudoroso, el sentimiento. Existe, también en este sentido, un dato llamativo. El ejercicio de la literatura se vuelve, para ellos, un paso festivo (complicidad, regocijo, alegría, broma) que busca transfigurar en diversión lo que genera en el alma pesadumbre, gravedad, congoja. Este tono festivo, de visos risueños y mundanos, acordonado por la ironía, era el que permeaba la casa de los Bioy. Camaradería, sobreentendidos, revuelos de miradas y frases cargadas

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Foto > Héctor Atilio Carballo / oncubanews.com

modulación que, alternativamente, nos ofrece garantías de certidumbres y de desconciertos y que serpentea, grávida, por el filo de una navaja.

C ONOCEMOS DE SOBRA las vueltas

Bioy y Borges.

de intención creaban un clima de inteligencias alertas y alborotadas. Esa andadura se hacía aún más notable al repararse —con la sorpresa de un repentino relámpago— en la edad ya avanzada de las personas protagónicas. La vitalidad incansable de Silvina era un imán. No cejaba, al menos en su trato conmigo, en su papel de pertinaz distribuidora de felicidad. Y, en congruencia con esa vocación, la legislación que se entresaca de sus textos querría hacer del universo mundo un lugar que, sin perder su misteriosa índole extravagante, se redimiera más a sí mismo. Silvina, alma noble puesta a soñar con los ojos abiertos, se escandaliza ante los horrores y los humores diversos. Su reacción, ante esas desmesuras excéntricas, es instaurar un activo sistema de desnaturalizaciones que convierte —vara mágica— en ambiguo y espectral a cuanto toca. Quizás el desasosiego maligno que estremece al leerla es la contracara de su voluntad de denunciar, y de conciliar, los contrarios: el amor y el odio, lo bello y lo feo, la desgracia y la fortuna... ¿No abundan, en sus poemas y en sus cuentos, el juego de los dobles, las oposiciones, el oxímoron? “Infiel espejo” —reza un verso de su primer libro—. La imagen que devuelve el espejo es, como él mismo, un artificio: un movimiento especular en el que la realidad humana y geográfica se distorsiona y se multiplica en un rompecabezas de piezas infinitas...

D ESDE QUE, EN 1984, me instalé en

Buenos Aires, y hasta el momento de su reclusión, Silvina fue mi despertador matutino. Casi todos los días, a las ocho y media, más o menos, el teléfono repicaba en mi casa. Era ella: “¿Ya leíste lo que publicó la escritora esa en La Nación?” La frase era un tiro por elevación dirigido a Adolfito y a sus malandanzas femeninas. No había

resentimiento ni reproche en la voz: había un dejo de escarnio. Cuarenta años de matrimonio implicaban una victoria sobre adversidades y adversarias. Existía una complicidad inmune a todo revés y, por parte de ella, estoy seguro, una tenacidad que no quitaba el dedo del renglón —y, recuérdese, en muchas de sus páginas, Adolfito reconoce la voluntad inquebrantable que caracteriza a las mujeres. Las fotografías que se conocen de Silvina y Adolfito los muestran en Buenos Aires, en Nueva York, en París, en el campo, en Mar del Plata y trasmiten cercanía mutua y compromiso recíproco. El telón de fondo y las vestimentas colaboran a tal impresión: unas seguridades burguesas resistentes y aplomadas. Lo bueno es que lo burgués es, allí, mera escenografía protectora. Las normas y las reglas de la upper class argentina —tan estirada y santurrona— nunca fueron, para ellos, más que burbujas de champagne. Victoria, hermana rutilante, fue una ilustración notable de ello y quizás hasta ayudó a inaugurar una liberalidad de costumbres entre sus congéneres de clase que no tardaría en hacer escuela. No conozco detalles íntimos de Silvina. No dudo, sin embargo, de que debió servirse en abundancia de su radiante capacidad de seducción. Es más: creo que uno de los triunfos que de verdad le interesaba era el de provocar la rendición amorosa, en cualquiera de sus variantes, de cuantos la frecuentaban. Ella, insisto, se situaba en la vida —comedia de equívocos, comedia ambigua— en un lugar de acrobacias envolventes. Tenía ángel y sabía estar cerca de uno y ser, a la vez, lejana e íntegra. Su trastienda propia la preservaba. El narrador de sus cuentos discurre de ese mismo modo. Es una voz que, hecha de intermitencias, se acerca y se aleja, va y viene: una

“SILVINA “ DEBIÓ SERVIRSE EN ABUNDANCIA DE SU RADIANTE CAPACIDAD DE SEDUCCIÓN. ES MÁS, CREO QUE UNO DE LOS TRIUNFOS QUE DE VERDAD LE INTERESABA ERA EL DE PROVOCAR LA RENDICIÓN AMOROSA, EN CUALQUIERA DE SUS VARIANTES .

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de la historia. Hacia mediados de los ochenta la Argentina accedía, por fin, a su restauración democrática y daba alas a una esperanza postergada. Pero la desgracia nos cercó: murió Pepe Bianco, murió Enrique Pezzoni y, poco después, murió Alberto Girri. También llegó un día en que Silvina dejó de llamarme. Me enteré, por Adolfito, de que había entrado en un proceso irreversible de decadencia. Ya no la volvería a ver. Con Adolfito compartimos nuestros almuerzos, de ahí en más, en La Biela, a pocos metros de donde ella estaba recluida. Mi barrio era el de los Bioy y yo lo recorría diariamente. Y, en muchas ocasiones, desde la plaza San Martín de Tours, elevé la mirada y contemplé los ventanales del departamento de la calle Schiaffino. Pensaba en Silvina. La revivía en sus evoluciones veloces, con sus verdes lentes oscuros, el cabello que daba sobre los hombros, las piernas impecables adelantándose, el mentón de ademán atrevido. Hasta imaginé, en cierta ocasión, su muerte y sus funerales —y no logré encontrar allí mi lugar. Ahora caigo en la cuenta de que se trató, en buena medida, de la petición de un deseo: me resistía a ser testigo de tales fatalidades. Supe de su muerte en México. Desde ese momento, y hasta ahora, no he dejado de extrañarla. ¿Cómo no hacerlo si cada persona que se nos va se lleva consigo una parte de nosotros? ¿Quién acepta convertirse en un mutilado? Vuelvo a algo que dije al principio: nos quedan los libros de Silvina, de los que somos en silencio sus secretos dueños, pero su ejemplo humano, tan tocado por la gracia, es una pérdida a la que yo no me resigno. Consolémonos, ahora, con unos versos suyos que nos la devuelven intacta y misteriosa: ¿Por qué fui lo que fui? Fui lo que [soy, lo que no me acostumbro a ser ni [hoy, lo que el amor me llevó siempre a [amar o bien involuntariamente a odiar como si en mi conciencia hubiera [un león un santo agazapado en la ilusión. ¿Sólo la imagen sola será cierta y el resto una ilusión tras una [puerta cerrada que jamás llegará a abrirse aunque el cuerpo pudiera [redimirse? ¿Sólo la imagen permanece [y vuela como la llama que ilumina [y vela?2

Notas 1 Enumeración de la patria, Sur, Buenos Aires, 1942. 2 Lo amargo por dulce, Emecé, Buenos Aires, 1962.

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Los cuentos cabales suelen tener varias capas de lectura, lógicas que corren en paralelo y enriquecen o apuntalan la anécdota central. Chéjov habló de la “historia dos” (o en segundo plano) como elemento fundamental de un relato bien logrado. En los cuentos que presentan estas páginas, Ana Clavel e Iván Medina Castro ofrecen narraciones que además de mostrar lo evidente sugieren rutas adicionales. Ambos señalan el oprobio y la crueldad, pero también cierta posibilidad de redención para sus personajes.

PINA EN EL MUNDO ENCANTADO ANA V. CLAVEL Vente conmigo al País de los Juguetes… allí nos divertiremos de la mañana a la noche y estaremos siempre alegres.

M

is padres son los mejores del mundo. Me dijeron “vete por el lado luminoso del túnel y llegarás al país de los dulces”. Y fue verdad. Los lobos del Metro —incluidos los policías y las polecías— me franquearon el paso. Los pasajeros me hacían cosquillitas y me daban palmadas en la cabeza. Otros niños me compartieron de sus helados. Ahora estoy en una nube de algodón de caramelo, al lado de mi hada azul y del dulce niño-rata. Entre polvos multicolores de nieve: de limón, de fresa, de invierno como no tenemos en esta ciudad que la verdad, es lo único que le hace falta para que sea la más perfecta del mundo encantado. Al principio iba de la mano de mi madre hasta la línea amarilla del último andén de Pantitlán. Me despedía con las recomendaciones de siempre: sé buena niña, Pina; si hablas con extraños, sé amable y obediente. Y sobre todo nunca digas mentiras. Después aprendí a salir yo sola. Con mi impermeable y mis botitas rojas por si al bajarme del vagón tenía que saltar en los charcos. Es que el bosque mágico que se extiende más allá de la terminal subterránea a veces se inunda con las lluvias y de plano hay que usar canoas para llegar a los juegos y diversiones. Por suerte siempre hay señores dispuestos a llevarme en sus espaldas. Dicen que mi cuerpecito de charal es ligero de cargar. Claro, después tengo que pagar el viaje: quedarme quietecita mientras ellos me miman como mi papá. He ido tantas veces al bosque que sé todos los riesgos del camino: que si los lobos, que si las abuelitas, que si las brujas, que si las hadas azules, que si los príncipes, que si las ranas, que si los gatos, que si las zorras, que si las caperucitas, que si los muñecos de madera... Dicen por ahí que hay gente que entra al Metro y no regresa. Las cámaras

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de vigilancia los ven traspasar los torniquetes pero no salir. Lo que no saben es que en el bosque mágico todos ellos se han transformado y encontraron una vida nueva: hay burros que no aprendieron la lección de portarse como sus santos padres les pedían, chanchos que comieron a otros chanchos y hasta de más, ciervos metiches que vieron lo que no debían. También niños a quienes les salieron tremendos volcanes por aguantarse las ganas y cuando se quedan quietos hacen erupción. Yo sólo dejé de ser Pino y me volví chica en un de repente: es que me gustaba comer la tierra del bosque —tan fresquita, tan penetrante— y para ello tenía que apartar las lombrices que a veces se colaban. “No debiste comerla”, me dijo el vigilante del bosque, “y menos quitarle las lombrices”. Pero a mí me dieron pena los gusanitos: se veían tan felices jugueteando, retorciéndose, cogiendo entre ellos, que los hice a un lado. Los aparté y mordí la tierra mientras el hombre que me había comprado me hacía ver las estrellas, un palacio de plata, un caminito de flores enrojecidas y de perlas alunadas. Desde entonces he sido Pina para los mandados, para los recados, para las entregas, para los cobros. Pina y ya no Pino para servir a usted y a quien ordenen mis padres. Pina que nunca dice mentiras y sólo habla y habla y le crece una historia como cola larga que cepilla frente al espejo del tocador de mamá. Ahí donde aparece el fulgor del hada de cabellos azules de los cuentos para decirle que de tan buena niña muy pronto se convertirá en muñeca. Por eso salgo tranquila de mi casa y entro confiada al Metro. En realidad, cuando mis pobres padres necesitan dinerito para alimentar y mantener a mis hermanos. Son siete. A veces, cuando estoy sola con ellos en casa, me siento como

Fuente > in.pinterest.com

Blanca Nieves y sus siete cabritos, de tanto que me husmean y me brincan encima. La verdad es que a veces prefiero salir de la casa para no escuchar su llanto y sus ruegos. “Anda, Pinita, tráenos de comer y beber...”. Entonces, ya sin que los padres intervengan o me lo pidan, voy yo sola al Metro de las dos banderas que conduce al bosque subterráneo. Sé que hay peligros que sortear. Remolinos que de pronto se abren al dar un paso de más pero también grutas sésamo que se abren cuando les confías tus sueños. Mi madre es buena como el hada azul de los cuentos. Me ha dicho: “Una mujer sin un hombre es una mujer sin valor... Lo bueno, Pina, es que tú llevas el varón entre las piernas”. Y me ha colocado un listón violeta en el cuello con una medalla de San Benito para que no me entre la zonzera ni los demonios, y me ponga a gritar como si me estuvieran destripando cuando en realidad los patrones del bosque me prodigan bendiciones y regalos. Claro que todo es más fácil si los dejas hacer, si les tomas la mano y te subes con ellos al carrusel que hay en el claro del bosque encantado y aceptas la máscara y la manzana de caramelo brillante que eligen para ti. Así he sido bruja con verruga en vez de nariz; también he berreado como corderito cuando me pusieron la careta de uno tierno y mamón. También querubín con alas rosadas y boquita de corazón. Esa vez hasta me dieron un arco y un carcaj con flechas. “Carcaj”, me dijo el patrón que se llamaba el saco especial para la flechas, antes de ponerme sobre sus piernas. “Sólo acuérdate de carcajada y verás que no te lleva la chingada con tanta flecha...”, dijo y me encajó la suya en el centro. Fue tan súbito aquello, tan total, que el carrusel se volvió una ráfaga y el bosque circundante una pintura en vértigo. El patrón tuvo que hacerme reaccionar

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con un polvo de nieve de colores y entonces fui un ángel que ardía en pequeñas llamas que me lengüeteaban como alma en gozo. Sé que a espaldas de la catedral, por el Metro del Zócalo, hay una capilla de las ánimas del gozo porque ahí me lleva mi madre cuando me recupero de una enfermedad que me provoca que la saliva se me haga espuma y me retuerzo como si fuera una babosa con sal. Cuando eso pasa, no puedo trabajar ni llevar recados ni hacer entregas, ni quedarme siquiera un ratito con los patrones del bosque. Entonces viene a cuidarme una vecina que me dice cuentos de hadas que se sabe de memoria, mientras mamá lleva a mis hermanos para que vayan aprendiendo el camino del Metro. Con los cuidados de Rosita, su delicioso caldo con patas de pollo y los cuentos maravillosos que se sabe, vuelvo a ponerme buena. Luego mamá me lleva al altar de las ánimas para dar las gracias y yo veo cómo ellas me sonríen y me prometen un lucero que me guiará siempre, por ser tan buena niña, por ser tan obediente. A menudo, aun en los momentos más oscuros en el mundo subterráneo, cuando apagan las luces de la feria para que juguemos a las estatuas de marfil, siempre veo esa luz que me marca el camino con huellas

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“DEBE “ DE SER LA MISMA NIÑA AZUL QUE SE LES HA APARECIDO A VARIOS NIÑOS POBRES Y LOS INVITA A JUGAR A LA PELOTA, Y CUANDO ELLOS DICEN QUE NO TIENEN PELOTA, ELLA HACE UN PASE MÁGICO Y SE QUITA LA CABEZA PARA HACERLA RODAR .

"Pina en el mundo encantado" es un cuento que forma parte del volumen Padres autoritarios, compilado por Bibiana Camacho, que saldrá a la luz próximamente bajo el sello de Ediciones Cal y Arena.

del ángel de mi guarda. Como son pequeñitas, he llegado a creer que mi ángel es en realidad una ángela niña azul. La niña azul que salva al muñeco de madera de la historia y lo convierte en un niño de a de veras. Debe de ser la misma niña azul que se les ha aparecido a varios niños pobres en los andenes de un Metro del aeropuerto y que los invita a jugar a la pelota, y cuando ellos dicen que no tienen ninguna pelota, ella hace un pase mágico y se quita la cabeza para hacerla rodar y que comience el partido. Yo he visto mejor sus huellas cuando hay oscuridad total. No como ahora que he vuelto a enfermarme, pero esta vez mi cuerpecito de charal casi se transparenta y mamá y papá me han traído a esta bodega iluminada del Metro de la Merced, repleta de dulces y caramelos, para que juegue con el niño rata del Metro, cuyos

padres, verdaderos reyes ratones, son tan bondadosos que compartirán sus tesoros con los míos. Seguro que ahora sí me gano convertirme en muñeca de a deveras. Meto las manos en los sacos y tomo montones de dulces que me guardo en la gabardina y en la capucha roja. También en las botitas. Cuando ya no me caben más, me lleno la boca y como puños y puños. De repente se apaga la luz y se oye como si descorrieran la puerta de una jaula. Luego un chillido entrecortado. Y veo las huellas de mi ángela azul que caminan por delante de mí. Cuatro, cinco pasos e iluminan con un fulgor azulado esa oscuridad acariciante. De pronto se detienen ante un bulto peludito y de ojillos brillantes. Su boquita dientona y sus bigotes de catrín se curvan en una sonrisa golosa. ¿Qué juegos me invitará a jugar el dulce niño-rata?

LA PIEDR A CÁRDENA IVÁN MEDINA CASTRO

¡P

or el cielo con sus constelaciones! ¡Por el día con que se ha amenazado! ¡Por el testigo y lo atestiguado! De las doce tribus se optó por un varón, cada uno de ellos elegiría doce piedras solidísimas que apilaría frente a sí mismo a la vista del réprobo. Rashid colocó las piedras de arcilla seleccionadas de los alrededores de la mezquita; tras concluir, suspiró con aire resignado y esperó paciente. El imamah de blanco aureola por un instante tapó el sol junto con todo el calor que me quemaba. Sin embargo, nada asimiló el fuego llameante concebido en las entrañas cuando advertí que aquel en arrojar la piedra inaugural sería Rashid. Nuestra amistad había iniciado en la madraza y con el tiempo se solidificó como lo hacen los troncos de los olivos.

Los talibanes arrastraban el cuerpo profanado de la mujer que dejaba tras de sí una estela flotante de congoja. Había llegado el día para cumplir con el fallo. Era una mañana clara teñida de tonos violáceos; una luminosidad pacífica. Rashid se irguió y con lentitud se acercó a su amigo, que esperaba en el campo de los suplicios hundido en la soledad, y de quien recibió en las manos una piedra arenisca de un rojo profundo. Rashid tragó saliva e intentó rechazarla enredándose en su turbante, pero no pudo evitarlo. Una vez que tomó la piedra, Rashid retrocedió sin apartar su mirada de los ojos lánguidos del procesado y musitó con voz ahogada: “¡Ojalá hubiera enviado por delante mi vida por la tuya!”. El castigado tenía un ojo hinchado y un coágulo de sangre sobre el labio superior; a pesar de ello, en su rostro barbado había orgullo y un cierto aire provocativo.

Días antes de cumplir con la sentencia, deseé con fervor retroceder el tiempo para sellar mis labios y evitar haberle develado El condenado oía un murmullo apacible que se enredaba entre la el profundo amor que aún siento por él. Era inútil. Por lo tanto, voz cálida de su amigo y las plegarias de la población: “¡Glorifica el rogué a Alá, el Munífico, que me concediera un instante a solas nombre de tu Señor, el Altísimo!”, hasta que esa mezcla se volviese con Rashid para pedirle perdón. El momento se me concedió. Nos in crescendo un ronroneo capaz de cubrir la penumbra del alba. Al ponerse el sol, se le dio la orden de inicio a Rashid. Éste se encontramos afuera de la celda en la cual me confinaron. A la distancia se oía el cuchicheo de mis custodios que, por respuesta paró frente al protervo y sostuvo con fuerza la piedra otorgada, pero al volver a mirar el rostro compungido de su amidivina, fueron alejados de los prisioneros y justo mi go y recordar con detalle cuando juntos pastoreaban el amigo había sido asignado a mi vigilancia. La noche IVÁN MEDINA hato caprino en las faldas de la montaña, su corazón se sin luna y sin estrellas no permitía ningún tipo de cladesmayó y quedó sin aliento. De pronto, se alzó súbita ridad, a pesar de ello, los dos en un arrebato nos abraCASTRO (Ciudad una nube de polvo que nubló su vista regresándole el zamos un instante, aunque para mí fue una eternidad. de México, 1974), valor y pese a las circunstancias, la piedra arrojada cayó internacionalista, en la sien del acusado dejándolo como espiga desgraRashid se desprendió de él con violencia y volvió la eses autor de los nada. Una vez apaciguada la tolvanera, Rashid frotó palda con brusquedad, luego corrió a la zona de ejeculibros En cualquier sus ojos lacrimosos contra la manga, aguardó a que su ciones donde aún regadas por el piso yacían las piedras lugar fuera de este respiración se normalizara y después, con una marcha justicieras de la tarde y dirigió una proclama a Alá, el mundo (2012) dolorosa, se aproximó a su amigo para cerciorarse de Compasivo. Se agachó a recoger una de las piedras de su muerte; una ancha herida rayaba su cráneo afeitado. atrayentes contornos embadurnándose con sangre imy Más frío que De inmediato, se prosternó y clamó a Alá, el Indulgente, pura y se lamentó. Horas antes, una mujer llamada Fála muerte (2017). que permitiese entrar en su jardín el alma de su amigo. tima acababa de fallecer por haber cometido adulterio.

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El estallido musical de la primera ópera rock de la historia, un acontecimiento concebido por Pete Townshend y ejecutado por el legendario grupo británico The Who, festeja medio siglo con una gira y nueva grabación. Un largo camino de desencuentros, distanciamientos, pleitos e incluso la muerte de dos integrantes ocurrieron en ese lapso para desembocar al fin en la solución creativa que el tiempo impuso a los sobrevivientes, Townshend y Roger Daltrey: la aceptación de su hermandad musical.

Tommy

50 AÑOS DEL MAGO DEL PINBALL ROGELIO GARZA

T

LA RELIGIÓN POP Y LA ÓPERA ROCK Tommy es una obra autobiográfica de Pete Townshend. Fue inspirada por las enseñanzas de Meher Baba y escrita en el lenguaje musical de la contracultura sesentera. El rock se expandió hacia otros confines por el factor narrativo y la necesidad de encontrar un formato que diera la talla para contar una historia de semejantes dimensiones. Las ideas que rondaban a Townshend no cabían en sencillos ni en un disco de larga duración. Pero también lo rondaban los demonios de su infancia. Como lo ha contado en su autobiografía Who I Am, padeció torturas a manos de su abuela paterna Emma Dennis y el abuso de un par de scouts durante una excursión en barco. A los 22 años, su amigo Mike McInnerney le regaló el libro sobre Meher Baba The God Man, de Charles Purdom. El hombre santo de la India, “El Avatar, Dios hecho humano”, era un gurú que guardó silencio 44 años, escribía y usaba el lenguaje de los signos, y se oponía al uso recreacional de las drogas. Son los temas que aborda Tommy. Ese libro le cambió la vida a Townshend y lo llevó a crear su obra más trascendente.

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imposibles de interpretarse en vivo. Además de un gran disco, tenía que ser una obra para ejecutarse en concierto. La idea era crear una serie de canciones que contaran la historia y que funcionaran como sencillos por separado. Para eso necesitaban formatos musicales y técnicos más grandes. El primer álbum doble del rock fue el Blonde on Blonde de Bob Dylan en 1966, seguido por Freak Out! de Frank Zappa; sin embargo, ninguno de los dos contaba una historia. En esa carambola de fantasía musical, Townshend iba a golpear a todos: al público, a la prensa, a la industria pop, a la contracultura y a la sociedad. Deseaba que todos sanaran con el mensaje de Baba. En el estudiantil mayo del 68, el espigado guitarrista tenía el discurso de la ópera rock, el tema del niño y los abusos, y el título que oscilaba entre The Amazing Journey, Journey into Space, The Brain Opera, Omnibus y Deaf, Dumb and Blind Boy. Se llamó Tommy porque así llamaban a los ingleses en la guerra; además, Tom era un nombre muy británico que tenía la sílaba sagrada OM. Con eso empezó a dar adelantos a la prensa y la entrevista más importante fue la que Jann Wenner le hizo para Rolling Stone. Ahí Townshend se dio cuenta de que no tenía la historia, ni un guión para contar la trama a Wenner y a los lectores. Necesitó once páginas del tabloide para tratar de explicarla. Aseguraba que la música iba a contar lo que sucedía, “las letras van a estar bien, pero toda la historia recae en la música, en la forma que tocamos e interpretamos al niño, una criatura generada por la música”. La cosa era interpretar a un niño en un mundo de vibraciones. Y éste fue el eterno problema de Tommy, tenía que ser explicada y contada antes de tocarse y cantarse. Por esa razón incluyeron las letras en el álbum a manera de diálogos. Fuente > Anthony Norkus Photography / hiveminer.com

ommy Walker, el niño sordo, ciego y mudo en la ópera rock de 1969, cumplió medio siglo de convertir adeptos a su culto místico-ácido-musical. Una obra concebida por Pete Townshend, el productor Kit Lambert y los Who, quienes lograron conectar dos mundos, el del rock y el de la alta cultura, y crearon la fuente de la que siguen brotando óperas rockeras. Cincuenta años después, Roger Daltrey, el vocalista que le dio voz y lo personificó en los escenarios y en la película, lanzó el catorce de junio pasado The Who’s Tommy Orchestral y la gira Moving On! Daltrey y Townshend en la gira actual de Tommy.

La idea de escribir una ópera rock fue inseminada en Townshend por su productor Kit Lambert en 1966, cuando grababan A Quick One. El músico omite este pasaje en su autobiografía, pero necesitaban canciones para terminarlo y Lambert —hijo del compositor Constant Lambert y la actriz Florence Kaye— sugirió escribir una ópera rock para llenar el espacio. Era la idea que unía dos mundos. Así surgió “A Quick One, While He’s Away”. También en la programación de The Who Sell Out incluyeron otro miniensayo, “Rael”. En 1967 ya existían discos conceptuales con ideas narrativas: Excerpt from a Teenage Opera, de Keith West; S. F. Sorrow, de los Pretty Things; Ogden’s Nut Gone Flake, de los Small Faces; Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de los Beatles; y Pet Sounds, de los Beach Boys. Hair, de Galt MacDermot, era un musical norteamericano. Pero ningún rockero había emprendido un drama operístico. Townshend quería lograr una carambola de tres bandas: crear una historia sobre abuso y liberación, difundir las enseñanzas de Baba y reflejar el poder musical de los Who en el escenario. Ésta era la gran diferencia de Tommy frente a sus contemporáneos, el Sgt. Pepper y el Pet Sounds solamente eran posibles en el estudio,

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SORDO, CIEGO Y MUDO

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“I’m Free”, su encuentro con Dios. Y la enorme “Pinball Wizard”, un tiro acústico-eléctrico que sintetiza las aspiraciones de Townshend, un fanático del pinball. “Dios juega a las canicas con el Universo”, dijo Baba, tal y como lo cantaba Donovan en “Cosmic Wheels”. Cuando los agentes de Decca llegaron a supervisar el álbum, Townshend y Lambert sólo pusieron esta canción, una colisión acústica y eléctrica que sacaba chispas. El disco se aprobó ahí mismo y “Pinball Wizard” se lanzó como el sencillo antes del disco y la gira. En febrero de 69, cuando Townshend le daba los toques finales, recibió una llamada de la actriz Delia de Leon para informarle que Shri Meher Baba “abandonó su cuerpo”. El Avatar apareció en los créditos de Tommy, y en Who’s Next Townshend le dedicó “Baba O’Riley”. Para los Who todo cobró sentido cuando ensayaron Tommy antes de presentarla en vivo. Finalmente descifraron la historia, se dieron cuenta de que tenían una obra fantástica. La presentaron a la prensa el 22 de abril de 1969 en el Club de Jazz Ronnie Scott y los periodistas salieron más sordos que Tommy por el volumen devastador. En estricto sentido, no era una ópera de teatro musical tradicional, sino “una parodia rock de la ópera”. Se apropiaron del concepto y la tradición para rockear. Tommy se lanzó en mayo en Estados Unidos y en el Reino Unido. “Una obra maestra”. “El pop como un medio dramático”. “El mejor disco de 1969”. “El primer disco extendido que resulta”. “La primera obra maestra del rock”. “Una interpretación poderosa que supera todo lo grabado en un estudio”, dijo el director Leonard Bernstein, quien asistió a un concierto del Fillmore East y al terminar tomó a Townshend por los hombros: “¿Eres consciente de la importancia de lo que lograron?”. McInnerney, el diseñador amigo de Townshend que le había regalado el libro sobre Baba, recibió el encargo de hacer la portada y las ilustraciones. Fuente > caixaforum.es

Cuando Tommy nace, se cree que es huérfano pero en realidad no es así. El Capitán Walker regresa de la guerra y asesina al amante de su mamá. Ambos lo trauman. No vio, no oyó y no dirá nada. Crece con el tacto y la imaginación. Sus progenitores desesperan. Su primo Kevin lo tortura. Su tío Ernie abusa de él. Una gitana lo pone en ácido. Pero él es un magazo del Pinball que juega por pura intuición. El psiquiatra lo diagnostica psicosomático y le receta mirarse en el espejo. Tommy se encuentra en su reflejo. Pero su mamá rompe el espejo. Entonces Tommy se libera. Se cura. Se convierte en un mesías. Abre un retiro para su culto. Todos deben jugar Pinball. Prohíbe tomar y fumar yerba. Sus seguidores lo abandonan. Tommy recae. ¿Cómo se escribió la obra? Las canciones se escribieron en desorden, en el piano en el que Townshend aprendía a tocar. Las primeras fueron “Welcome”, “We’re Not Gonna Take It”, “Sensation” y la pieza clave del disco, “Amazing Journey”, el verdadero inicio de la obra. Empezaron a grabar en los estudios IBC con el ingeniero de sonido Damon Lyon-Shaw, el tiempo y la disquera encima. Pero seguían sin saber a dónde iban. Sólo sabían que se trataba del niño que padecía experiencias traumáticas. En palabras del bajista John Entwistle, “nadie entendía de qué se trataba ni cómo iba a terminar”. En este punto hay dos versiones. La del periodista David Marsh, autor del libro Before I Get Old, The Story of The Who: acelerado porque Townshend tenía la idea en la cabeza y no la bajaba, Lambert escribió el guión de Tommy, 19141984 y lo encuadernó para leerlo en grupo. Y la versión de Townshend: Lambert sólo transcribió a máquina lo que habían acordado. Se usaría para la película, pero al final Townshend y el director Ken Rusell escribieron otro guión, lo que causó una grieta entre el productor y el rockero. Grabaron todo cuando tuvieron las canciones terminadas y ordenadas. A veces la música fallaba o las letras se malinterpretaban. Tommy tenía varios niveles: musical, narrativo, letrístico, social, espiritual, técnico y visual. Cada canción se reescribió más de tres veces. Y lo grabaron otra vez. El lanzamiento se retrasó y encareció tanto que Decca sacó el Magic Bus: The Who on Tour, sin una sola canción en vivo. En la grabación de Tommy no participó ninguna orquesta sinfónica, Townshend quería un disco de rock, no de música orquestal; sólo utilizaron sus dos guitarras Gibson, su piano y el órgano, la voz de Daltrey, la batería de Moon, las armonías vocales, el bajo de Entwistle y su corno francés. Para la época, escribió Marsh, “fue un triunfo y una obra maestra en todos los aspectos”. Un disco de rock con una historia entre las cuatro caras del álbum que se construye con las notas de la “Obertura”. Cada canción contenía un suceso en la vida de Tommy, o los ligaba. Hay otras esenciales, como

“TODO “ COBRÓ SENTIDO CUANDO ENSAYARON TOMMY ANTES DE PRESENTARLA EN VIVO. FINALMENTE DESCIFRARON LA HISTORIA, SE DIERON CUENTA DE QUE TENÍAN UNA OBRA FANTÁSTICA .

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Tuvo el guión y unos casetes, e ilustró la imaginería de Tommy a partir del vacío negro que habitaba el personaje, los rostros de los Who y una red esférica de nubes después de la cual estaba la libertad. Con todo puesto, se lanzaron a una gira que partió en mayo en Detroit, la ciudad del rock, donde se les consideraba la evolución de Elvis y los Beatles. Los Who evitaban los festivales por la experiencia del Monterey Pop Fest en 67, cuando los organizadores desaparecieron con el dinero de la taquilla. Pero no lograron esquivar Woodstock, donde les ofrecieron doce mil quinientos verdes. A los organizadores les costó una noche y un cheque por adelantado convencer a Townshend. Woodstock fue un desastre logístico que se agravó por la interminable lluvia, pero los Who se cubrieron de gloria. Salieron a tocar doce horas tarde, a las cuatro de la mañana del último día, hasta la madre de lodo y ácido, y sin dormir por el jet lag. Ahí ocurrió el incidente con el yippie Abbie Hoffman, quien se trepó al escenario a la mitad de “Pinball Wizard” y apañó un micrófono para protestar por el encarcelamiento de John Sinclair. Townshend lo pateó y lo bateó con la guitarra. Además sucedió el mítico amanecer woodstockiano, luego de tres días de lluvia, el sol salió cuando entonaban “See Me, Feel Me”. Quisieron conservar esa imagen para la película, cuando Tommy escala la montaña. En seguida hicieron otra gira, ideada por Lambert, en salas de ópera. Todo salió sensacional, pero los Who y Lambert se enfrascaron en una crisis por el dilema del siguiente disco. Tanto éxito y reconocimiento representaban un peligro, Tommy amenazaba con esclavizarlos y condenarlos a ser sus eternos intérpretes. En diciembre de 1970 tocaron “el último Tommy” en el Metropolitan Opera House de Nueva York, antes de que Townshend quemara 38 grabaciones de la gira porque no le gustaba el sonido de los conciertos. Por eso, el siguiente disco fue una explosión sónica, Live at Leeds; “la revolución del heavy metal”, lo definió él mismo. Buscaban capturar su poder en el escenario, sin tocar canciones de Tommy, salvo un fragmento de “See Me, Feel Me” y el final de “Sparks”. Desde entonces incluyen un número de canciones en sus conciertos y se han hecho reediciones en todos los formatos, así como un par de grabaciones en vivo. Después del álbum doble, Tommy se editó en casete, compacto doble y sencillo, en super audio CD y en Blu-ray, además de un box set. En 2002, el álbum original había vendido veinte millones de copias. Los Who cambiaron el panorama del rock y, recíprocamente, Tommy los cambió a ellos. Fue una transformación mutua: el sonido, las letras, los conciertos, el estatus, la imagen y el dinero, mucho dinero. Daltrey era la nueva estrella sexual del rock, todo en él evolucionó: la voz, el aspecto y la presencia escénica. Dejaron de preocuparse por las frustraciones adolescentes y empezaron a ser un

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Foto > Amalie R. Rothschild / morrisonhotelgallery.com

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Tommy, en vivo, en el Fillmore East. 24 de octubre, 1969.

“A “ TOMMY SE LE CONSIDERA EL INICIO DE UN GÉNERO HÍBRIDO. LOS WHO VOLVIERON A REPETIR LA HAZAÑA CON LA ESTUPENDA QUADROPHENIA EN 1973. PARA ENTONCES APARECÍAN ÓPERAS ROCK O DISCOS AFINES SIN CESAR . grupo respetado en términos musicales, temáticos y hasta espirituales. Se convirtieron en el espectáculo en vivo más inspirado y potente del planeta. Uno de los faros contraculturales más visibles del rock.

LA ESTELA MUSICAL DE TOMMY Tras el éxito del álbum y las giras, Tommy empezó a ser adaptada desde 1970. El primero fue el bailarín y coreógrafo canadiense Fernand Nault con su versión de rock ballet. Un año después, el director de teatro Richard Pearlman hizo una adaptación operística en la Ópera de Seattle. En 1972, David Measham dirigió a la Orquesta Sinfónica de Londres en el Teatro Rainbow para interpretar, al fin, la primera versión orquestal. La película se realizó en 1975 y ha sido la más famosa de las adaptaciones porque se proyectó en salas de cine, ganó premios y nominaciones, y se popularizó en video. La rodaron el productor Robert Stigwood, el director Ken Russell y los Who con un elenco integrado por Elton John, Tina Turner, Eric Clapton, Jack Nicholson, Ann-Margret y Arthur Brown. Al soundtrack le agregaron “Prologue 1945”, “Champagne”, “Mother and Son” y “T.V. Studio”. La última adaptación se realizó en 1991, el director Des McAnuff presentó el espectáculo musical en Broadway con un tema adicional, “I Believe In My Eyes”. A Tommy se le considera el inicio de un género híbrido. Los Who volvieron a repetir la hazaña con la estupenda Quadrophenia en 1973. Para entonces aparecían óperas rock o discos afines sin cesar: Jesus Christ Superstar, de Andrew Lloyd Webber y

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Tim Rice; Arthur (Or the Decline and Fall of the British Empire), de los Kinks; The Lamb Lies Down On Broadway, de Genesis; The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de David Bowie; Berlin, de Lou Reed; Bat Out of Hell, de Jim Steinman y Meat Loaf; The Wall, de Pink Floyd; Joe’s Garage Acts 1-3, de Frank Zappa, entre muchas otras.

TOMMY EN MÉXICO En octubre de 2016, luego de una década de espera tras la cancelación del concierto que iban a dar en la Ciudad de México, los Who tocaron en el Palacio de los Deportes. A Townshend y Daltrey los acompañaba un grupazo, pero nadie podría reemplazar a los dos que movían montañas con sus ritmos, Keith Moon y John Entwistle. El baterista murió el 7 de septiembre de 1978 en su departamento, luego de comerse un bistec con huevos, una botella de champán y 32 pastillas del sedante Heminevrin. El bajista —The Ox, Thunderfingers— falleció por un pasón de cocaína el 27 de junio de 2002 en su cuarto de hotel en Las Vegas, la noche previa a la gira de los Who. Desde el centro de la pista el rumor flotaba en el aire, whowhowhowho... Y de pronto, esa espera de nueve largos años llegó a su fin con “I Can’t Explain”. Casi una década esperando este momento en el que toda esa tensión acumulada explotó en mil decibeles. Para los que estábamos ahí, las cuerdas vibrantes de esa Gibson SG nos redimieron. Nada más teníamos enfrente a un pionero de la distorsión, el volumen y el feedback; el papá de los punkitos, pero también de la ópera rock. Ese patrono de la corriente rockera más rabiosa hacía

el ventilador con el brazo y atizaba su guitarra con total maestría en “The Seeker” y “Who Are You”. 52 años de cantar en Los Quién dejaron estragos en la bocina de Daltrey y, sin embargo, mantuvo el tono mientras lanzaba el micrófono como rehilete al aire en “The Kids Are Alright”, “I Can See For Miles” y en la canción con la que iniciaron su desmadre, “My Generation”. Una paradoja del iconoclasta que deseaba morir antes de ser viejo. Pero la sacudida que nos propinaron con todo su kilometraje nadie nos la va a quitar. Las mismas notas de poder, ejecutadas con más sabiduría que fuerza, y un equipo técnico a prueba del Palacio de los Deportes. Se sucedieron las clásicas una tras otra, “Behind Blue Eyes”, “Bargain” y una de las canciones más poderosas de su repertorio, “Join Together”. En la hora estelar del drama mod nos arrojaron cuatro canciones abismales de Quadrophenia: “5:15”, “I’m One”, “The Rock” y “Love Reign O’er Me”. Me dejaron al borde del precipicio, sostenido por los brazos lisérgicos de Cosmic Shiva. Sin duda era el concierto más cabrón de mi vida, más que Ramones, porque en la conexión musical que mantengo con el autor de mis días —que en paz descansa—, Los Quién eran el único grupo de rock que lograba traspasar sus tímpanos. Tommy se convirtió en la isla eléctrica donde pudimos conectarnos una tarde que, al salir de la secundaria, llevé el disco a casa y lo puse. Ante mi asombro, con toda su exigencia jazzera y clásica, mi jefe se acercó y me tiró cátedra de rock sinfónico. A partir de entonces compartimos la música hasta hoy. Y justo en ese momento del concierto, los Who ejecutaron una quinteta de canciones salidas de Tommy que me despaché zumbando de ácido y hash: “Amazing Journey”, “Sparks”, “The Acid Queen”, “Pinball Wizard” y “See Me, Feel Me”. Creyente de que mi jefe estaba vibrando en el más allá con esos fragmentos a través de mí, Los Quién abrieron una puerta en el tiempo para conectarme y reencontrarme con él en medio del concierto. Cerraron el portón del tiempo con “You Better You Bet”, “Baba O’Riley”, la enorme “Won’t Get Fooled Again”, “Substitute” y “Eminence Front”.

TOMMY ORCHESTRAL 2019 La ópera rock se ganó el Grammy Hall of Fame cuando cumplió veinte años en 1989 y los Who se reunieron para salir de gira con una banda de antología. Ahora, para celebrar al cincuentón que nació el mismo año que yo, el 14 de junio se lanzó el disco The Who’s Tommy Orchestral, encabezado y producido por Roger Daltrey, el compositor David Campbell, el director Keith Levenson con la Orquesta de Budapest y el grupo que acompaña a los Who. También partió la gira Moving On! en el Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Pero en esta ocasión nos quedaremos con las ganas porque Tommy no pasará por México. Ni hablar, ni ver, ni oír.

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THE WHO tuvo dos grandes enemigos. La muerte y ellos mismos. Fueron la banda conflictiva por excelencia. Hacia el exterior, pero sobre todo hacia el interior. La ruptura significativa fue propiciada por el fallecimiento de Keith Moon. La ausencia de quien fuera el mejor baterista de rock de la historia sacó a relucir el hartazgo que experimentaba Pete Townshend por sus compañeros y disolvió la banda. Los años ochenta no fueron una buena época para el grupo. De hecho, creativamente marcaron su deceso. Amazing Journey, el documental sobre la banda, describe en detalle las constantes pugnas y la tensión que significaba pertenecer al cuarteto. Los noventa, más cercanos de los sesenta que los ochenta mismos, recuperarían el fervor por el rock clásico y los estira y afloja para una reunión de The Who comenzaron en 1997. Finalmente decidieron poner en pausa sus diferencias para salir de gira con el único objetivo de ayudar a The Ox, el bajista, quien se encontraba en bancarrota porque no había cambiado su estilo de vida en todos sus años alejado de los escenarios. En 2002 apareció muerto en un hotel de Las Vegas por sobredosis. La muerte volvía a sacudir a Los Quién y entonces Pete Townshend y Roger Daltrey, ante el reconocimiento de que se habían quedado solos, hicieron las paces y decidieron aceptar lo innegable, que eran hermanos. A partir de entonces comenzó una reestructuración total en The Who. La inclusión de Zak Richard Starkey, hijo de Ringo Star, en la batería, y el enorme trabajo de suplir a John Entwistle con Pino Palladino. Además de reformar al grupo, una formación sólida para salir a la carretera, comenzó a explotar el revival que la nostalgia puso en marcha desde los noventas. Pete Townshend se entregó en cuerpo y alma a su creación más visceral: Quadrophenia. Sacó un box set conmemorativo con el disco completo interpretado en vivo y el sensacional Pete Townshend’s Classic Quadrophenia: el álbum interpretado por una orquesta de música clásica en el Royal Albert Hall. Daltrey Can You Hear me? En Amazing Journey se manifiesta que la principal molestia de la banda hacia el vocalista es que lo consideraban inferior a los otros tres. Que su talento, cantar, pff, no se comparaba en nada al poder instrumental de aquel trío de virtuosos. Entonces apareció Tommy y las cosas se transformaron. Así como Townshend brilla en todo su esplendor en Quadrophenia, sin Daltrey Tommy no sería el clásico que hoy es. Este año la ópera rock por excelencia de la historia cumple cincuenta y para festejarlo, ya sin ningún duelo de ego de por medio, la banda lanza Roger Daltrey: The Who’s Tommy

AL FONDO DE SU GRIETA en el muro, el alacrán se pregunta adónde se fueron aquellos caballeros de la crítica literaria, desfacedores de entuertos y villanías de la narrativa oportunista y comercial. ¿Acaso también, como los periodistas, intelectuales, académicos, escritores y tantos más próceres, se encuentran de capa caída y a la baja? ¡Canta, oh, musa, la pena de las estatuas derruidas y los pedestales vacíos! Pero el venenoso sabe de las miserias, esplendores y triste muerte de la crítica literaria, porque hace cinco años, el 20 de abril de 2014, atestiguó su sepelio simbólico y metafórico en la persona de Emmanuel Carballo. En efecto, aquellas exequias fueron doblemente tristes por un azaroso accidente. Gabriel García Márquez había muerto un par de días antes y las sendas despedidas a estos hombres de letras devinieron contraste chocante. Sin relación con el sincero homenaje rendido al Nobel colombiano, el destino deparó al crítico y literato jalisciense un funeral “en el total abandono”, reportó la prensa. Su mujer Beatriz Espejo, su hijo Emmanuel Carballo Villaseñor, media docena de amigos y la visita de rigor de funcionarios culturales, tiñeron el adiós al escritor nacido en Guadalajara en 1929. “El crítico es el aguafiestas, el villano, el resentido, el amargado; en pocas palabras, el que exige a los demás que se arriesguen, mientras él mira los toros desde la barrera”, había escrito ya Carballo, sabiéndose casi un outcast. Acaso por ello, luego de estar durante veinte años entre los Protagonistas de la literatura mexicana (como tituló uno de sus libros más célebres), decidió distanciarse de la “mafia literaria”, según la caracterizó él mismo, y optó por aislarse en una vida “más franciscana que jesuítica”.

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DALTREY CANTA

EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

UN NIÑO QUE SE

CARLOS VELÁZQUEZ

PRECIPITA HACIA EL

@charfornication

AHORA SÍ COMO

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ENMUDECIMIENTO . Orchestral. Es decir lo mismo que Quadrophenia unos años antes. Y si bien esto no es nada nuevo, durante los noventa Daltrey salió de gira con una orquesta para tocar clásicos de la banda, aquí lo acompaña el compositor y mente maestra de esta pieza maestra: Pete. Quien también es el sonido detrás del último disco de Daltrey, el estupendo As Long As I Have You. Como muchos de sus seguidores sabemos, a Daltrey lo aqueja una laringitis crónica. Poco a poco se va quedando sin voz. Sin embargo, como el miembro que es de la banda más revoltosa, se sobrepone a las limitaciones que la enfermedad le impone y en Tommy Orchestral canta ahora sí como un niño que se precipita hacia el enmudecimiento las canciones que nadie como él supo meterse bajo la piel. En As Long As I Have You la voz de Daltrey suena un tanto cansada. Es una especie de testamento. De lanzar el resto en la última partida. Pero en Tommy Orchestral esta sensación desaparece. Daltrey está de vuelta. Y no mejor vocalmente pero sí en lo sentimental. Porque un disco como Tommy es antes que nada un viaje sentimental. Y la voz cascada de Daltrey por fin sufre el drama que pretende encarnar. Y aunque la orquesta crece el sonido, basta oír “Sparks” para darnos cuenta que la instrumentación rock de este álbum puede soportar lo que sea, es la voz de Daltrey, como lo es en su versión original, la principal protagonista. En Tommy está una de las pocas rolas que cantó Keith: “Tommy’s Holiday Camp”. Es quizá la diferencia más abismal que encontraremos entre las dos versiones del álbum. En la orquestal la voz de Daltrey suplanta a la de Moon. Éste es un disco que se te mete directo al corazón. No por nada presumen en Almost Famous que si lo escuchas a oscuras con una vela encendida podrás atisbar tu futuro. Esto es mitología pura: Listening to you, I get the music / Gazing at you, I get the heat / Following you, I climb the mountain / I get excitement at your feet!

EL CRÍTICO ES EL QUE EXIGE A LOS

TOM MY ORCHESTRAL EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ARRIESGUEN,

ALEJANDRO DE LA GARZA

MIENTRAS MIRA LOS

@Aladelagarza

DEMÁS QUE SE

TOROS DESDE LA BARRERA , HABÍA ESCRITO CARBALLO. Entre los dos o tres críticos literarios de su capillita, el escorpión celebró siempre los libros y la actitud de Carballo, sus estupendas memorias en dos tomos y la recopilación de sus notas críticas, e incluso se atrevió a trazar un retrato narrativo del crítico tras su fallecimiento a los 84 años. Como literario saludo, durante la Feria del Libro de Minería se acercó al venenoso el maestro Rogelio Reyes para entregarle con generosidad su libro Vocación incómoda. La crítica literaria de Emmanuel Carballo en México en la Cultura (UANL, 2012), volumen imprescindible para conocer no sólo a Carballo, sino también a sus detractores y admiradores. Como despedida, el alacrán vuelve a la voz de Carballo: “Hoy puedo dar menos de lo que di ayer y, supongo, un decaimiento progresivo se apoderará de mis facultades mentales. Lentamente la vida se va apagando, te va anulando hasta que en cierto momento ya no recuerdas siquiera tu nombre”.

MUERTE DE LA CRÍTICA LITERARIA

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SÁBADO 29.06.2019

REDES NEURALES Por

JESÚS RAMÍREZ-BERMÚDEZ

YO ES OTRO

“UNO “ DE LOS PROBLEMAS DE LA PSICOSIS ESQUIZOFRÉNICA ES QUE LOS PACIENTES JUZGAN COMO REALES Y AMENAZANTES LAS VOCES ALUCINATORIAS”.

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n vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el doctor Schneider renunció al Instituto Psiquiátrico de Munich, disgustado porque la filosofía eugenésica de los nazis dominaba el ambiente académico. Durante la guerra sirvió como médico militar, al margen de las prácticas genocidas. Por esa razón fue convocado en la posguerra para dirigir la escuela de medicina de la Universidad de Heidelberg, junto a otros académicos que rechazaron el movimiento nazi. Schneider se dedicó al estudio de la esquizofrenia, la cual conceptualizaba como resultado de una triple escisión psicológica: en el proceso del pensamiento, en el desarrollo de la actividad voluntaria y en los procesos afectivos.1 En un sujeto sin patología mental, estas tres dimensiones psicológicas serían unidades básicas acopladas en un sentido de mismidad. Por el contrario, las personas con diagnóstico de esquizofrenia sufrían la xenopatía descrita por los psiquiatras franceses del siglo XIX: vivir la actividad mental propia como si fuera ajena.2 Dice Schneider: “ciertas alteraciones de la vivencia del yo son de la máxima especificidad esquizofrénica. Aludimos aquí a aquellas alteraciones de la pertenencia al yo, que consisten en que los propios actos no son vividos como propios, sino como dirigidos por otros.”1 Schneider pensó que la formulación diagnóstica de la esquizofrenia era imprecisa: se basaba en constructos demasiado abiertos a la interpretación. Planteó que algunos síntomas podrían tener un valor especial para el diagnóstico. Uno de los síntomas era el fenómeno de las alucinaciones audioverbales: voces que hablan entre sí y comentan los actos del paciente.1 Los mensajes transmitidos por las voces alucinatorias suelen ser desagradables y perturbadores: un paciente, por ejemplo, escuchaba voces de hombres y mujeres que criticaban su técnica para orinar y se burlaban de sus órganos genitales. Cuando el paciente trataba de responderles, las voces desaparecían; algún tiempo después, reaparecían en forma de murmullos, pero hablaban de otros temas.3 La cualidad hostil, devaluadora, de esos mensajes alucinatorios ha suscitado interpretaciones psicoanalíticas, que atribuyen la génesis del fenómeno a relaciones problemáticas con los padres y a estilos de comunicación violentos. Sin descartar la participación de la crianza en la formación de un contenido específico en esos mensajes, la investigación científica ha mostrado que las alucinaciones audioverbales se relacionan con una activación inusual de algunas redes cerebrales, en particular las redes del lenguaje y la emoción.4 Esto nos lleva a una pregunta: ¿qué sucedería si la comunicación privada con uno mismo sufriera retrasos o distorsiones, por fenómenos de desconexión patológica de las redes neurales? Uno de los problemas de la psicosis esquizofrénica es que los pacientes con ese diagnóstico juzgan como reales y amenazantes las voces alucinatorias. Las voces parecen venir del exterior y los pacientes pueden sentir un auténtico terror hacia el mundo. En 2009, la revista inglesa Brain (fundada por el padre de la neurología de esa nación, Hughlings Jackson) publicó un estudio titulado Reality of Auditory Verbal Hallucinations. Un grupo de investigadores finlandeses reclutó a personas con diagnóstico de esquizofrenia y estudió su actividad cerebral mediante una tecnología conocida como resonancia magnética funcional.4 En el estudio se pidió a los pacientes que dieran un reporte de sus alucinaciones audioverbales: ¿qué tan reales parecían ser? Muchos médicos y neuropsicólogos esperarían encontrar una actividad anormal en la corteza auditiva, durante las alucinaciones audioverbales. Pero el estudio finlandés encontró algo distinto: la actividad anormal se presentó en el área de Broca, es decir, el territorio encargado de la expresión del lenguaje. El estudio propone que las alucinaciones audioverbales

Fuente > psicologia-online.com

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El Cultural

son secuencias de palabras generadas por el paciente, en el mismo lugar donde se generan los pensamientos verbales y nuestro discurso en voz alta.4 Pero el paciente no piensa que las palabras son suyas, sino de alguien más; siente que esos mensajes vienen del exterior y son generados por una fuerza ajena. Las personas con diagnóstico de esquizofrenia tienen anormalidades prominentes en una estructura cerebral de sustancia blanca, conocida como fascículo arcuato: es un tracto que lleva información a través de las áreas del lenguaje. La desconexión entre estas áreas provoca una pérdida de la capacidad para discriminar entre una fuente interna y una fuente externa de información; esto impide al paciente reconocer el pensamiento verbal como propio, y lo clasifica como un discurso ajeno.5 Yo es otro, dijo en su momento Rimbaud, pero su juego literario toma una significación desafortunada en el territorio clínico. Lo mismo sucede con el título de Paul Ricoeur, Sí mismo como otro. Ricoeur hablaba de la posibilidad de reconfigurar nuestra identidad personal de manera gozosa, mediante las variaciones experimentales del ego que ocurren en la lectura de narraciones ficticias.6 Esta experimentación psicológica inducida por la literatura enriquece el telar emocional y cognitivo del individuo, y la red cultural de las masas humanas. Por el contrario, en la esquizofrenia hay una disrupción en el sentido de mismidad, que ocasiona una distancia entre el paciente y su familia. Seguimos a la espera de una ciencia o una literatura capaces de reestablecer una conexión duradera entre el individuo enfermo y sus seres queridos, entre el sujeto y sí mismo. Notas 1 K. Schneider, Patopsicología clínica, traducción de A. Guera Miralles, Editorial Paz Montalvo, España, 1970. 2 E. J. Novella, R. Huertas, “El síndrome de Kraepelin-BleulerSchneider y la conciencia moderna. Una aproximación a la historia de la esquizofrenia”, Clínica y Salud 2010; 21(3): 205-219. Doi: 10.5093/cl2010v21n3a1. 3 J. Ramírez-Bermúdez, Breve diccionario clínico del alma, Random House Mondadori, Ciudad de México, 2006. 4 T. T. Raij, M. Valkonen-Korhonen, M. Holi, S. Therman, J. Lehtonen, R. Hari, “Reality of auditory verbal hallucinations”, Brain 2009; 132(11): 2994–3001. Doi: 10.1093/brain/awp186. 5 M. F. Abdul-Rahman, A. Qiu, P. S. Woon, C. Kuswanto, S. L. Collinson, K. Sim, “Arcuate fasciculus abnormalities and their relationship with psychotic symptoms in schizophrenia”, PLoS One 2012; 7(1). Doi: 10.1371/journal.pone.0029315. 6 P. Ricoeur, Sí mismo como otro, Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 1996.

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