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CARLOS VELÁZQUEZ BON SCOTT

ALMA DELIA MURILLO CIUDAD DE ABAJO

EMILIANO PÉREZ CRUZ

IN MEMORIAM ARMANDO RAMÍREZ

El Cultural N Ú M . 2 0 9

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

Los sueños de la serpiente

CUADERNOS DE RETOS Y PIRITAS

ALBERTO RUY SÁNCHEZ

“UN LABERINTO EN QUE EL LECTOR SE ENCUENTRA” ALBERTO MANGUEL

YUGOSLAVIA: EL CÁNCER DE LOS NACIONALISMOS DIEGO GÓMEZ PICKERING Piritas cúbicas naturales. Origen: La Rioja, España > Fuente > reddit.com

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A la manera de un collage donde concurren las luchas y utopías, los acontecimientos e ideales que marcaron el siglo XX, Los sueños de la serpiente (2017), de Alberto Ruy Sánchez, diluye las fronteras entre la historia, la poesía, el ensayo, la novela, y se suma al conjunto de su obra, traducida a una docena de idiomas, reconocida con más de veinte premios en diversos países. Esta vez Ruy Sánchez nos

comparte una especie de genealogía: dos “cuadernos de notas” que precisan el bagaje literario, estético y cultural que articula el proyecto de ese libro. Complementamos la entrega con las palabras del escritor argentino Alberto Manguel, al presentar el resultado: “una obra maestra” —afirma—, nueva estación de un trayecto inclasificable para los modelos de la crítica, el mercado y las etiquetas al uso.

Los sueños de la serpiente

CUADERNOS DE RETOS Y PIRITAS ALBERTO RUY SÁNCHEZ @AlbertoRuy

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n doce libretas pequeñas se fueron juntando las notas previas y paralelas a la escritura de esa novela. Transcribo dos de ellas. La primera y la última. Casi siete años las separan. Es curioso que, aunque hay cierta continuidad en los propósitos, las versiones del libro mismo fueron cambiando notablemente. Añado algunas de las ilustraciones que forman parte del libro o de sus esbozos. —ARS CUADERNO DE RETOS Enero 2011 El reto de volver a explorar el deseo, pero ahora en la dimensión donde se entreteje con el mal. Por lo tanto, al fondo tendrá que estar muy presente la política, llena de engaños, y la historia, llena de sus consecuencias. El reto de retomar, en otro tiempo histórico, la reflexión sobre las paradojas del bien y del mal que puse en acto al escribir Los demonios de la lengua. Sumarlo al reto de ir más a fondo en las paradojas del “compromiso” político y la relación conflictiva con la verdad que exploré al escribir el libro sobre Gide y su regreso de Rusia, Tristeza de la verdad.

El reto de contar al mal y al deseo arraigados en ciertos momentos históricos precisos pero que vayan más allá, que sean sustanciales. El mal y el deseo puestos en escena de tal manera que su naturaleza sea válida lo mismo para describir mecanismos sociales, reclutadores de entusiasmos creyentes lo mismo de Stalin como de Hitler. Incluso válidos para describir los trucos de políticos actuales de eso que llaman insuficientemente populismo, de izquierda o de derecha. Los tres impregnados de la idea de que algo, una utopía, o alguien, un líder carismático, justifican el sacrificio de sus creyentes o seguidores (sacrificio de vidas, de salud, de derechos humanos, de cultura, de ecología, de dignidad, de lucidez). El reto de exhibir, sutilmente, pero de forma definitiva, ese sustrato profundamente falocrático que hay en el ardor creyente por los líderes políticos carismáticos del signo que sean. Cómo la formación temprana de la sexualidad de las personas se relaciona con su necesidad de seguir órdenes de un partido o un líder. El reto de usar la pérdida de la memoria, forzada, y su paulatina y difícil recuperación, como una manera de ver con escepticismo sus anteriores

Foto > alchetron.com

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incluso lo trastorna. Es lector y admirador de Lawrence Weschler y de Oliver Sacks, convertidos en personajes lúcidos, guías, faros. El segundo narrador, el principal, será lector de Alejandra Pizarnik.

ilusiones y versiones históricas. Se van evaporando las razones o más bien la racionalización de su fe. El reto de encontrar la forma literaria, el registro narrativo preciso para decir eso que tengo que decir. Esa historia que tengo que contar. Una historia sobre el desconcierto de quien ha perdido la memoria, contada desde el desconcierto. Como antes conté al deseo desde el deseo en Los nombres del aire. Plan flexible. Una narración que se despliegue como las hojas de un biombo japonés cuyos elementos variados van tomando la forma de un collage. Primera parte: 1. El desconcierto del primer narrador que escucha algo que no entiende y trata de armar el rompecabezas cambiando de método a cada paso. 2. Como espuma, como una yerba que será un árbol, crece el segundo narrador desde el caos. La digresión reflexiva es abono para dejar surgir la verdad del segundo narrador. 3. Al ordenarse y tomar coherencia y consistencia el segundo narrador, el primero la pierde. Podría casi decirse que se convertirá patológicamente en él. 4. Su épica de la memoria lo hace irse cuestionando TODO : porque todo es nuevo. Pero lo mismo sucede en su vida y en las creencias del siglo. Su memoria surge nueva, limpia de mitos compartidos, mira todo desde un ángulo inusitado y así lo cuenta. Segunda parte: 5. La construcción de la memoria es construcción de un ámbito. Su historia toma la forma de la habitación que lo contiene. 6. Paradójicamente, por la fuerza del arte que crea, del encierro mismo surge su liberación y su reconstrucción. Del caos, una geometría perfecta. Del sinsentido una mirada y una perspectiva: una voz. Pero más que una trama, deseo e imagino una secuencia anímica. Pensarla en términos de composición musical. Mi partitura sería así: 1. Obertura, asombro. 2. Introducción: desconcierto. 3. Búsqueda, retos: esfuerzos de la memoria, digresiones, temas paralelos. 4. Un pasado posible. Crece la incertidumbre. 5. Umbral, penumbra. Se abre el espacio negro 6. Primera coherencia, primera luz en las sombras. 7. Segunda ráfaga de luz, otras voces, otras sombras. 8. Tercera ráfaga, a la sombra grave del amo se espesa el parpadeo de la sombra y de ella, la huida. 9. Coda: Fugacidad de las voces, se disuelven en las manos del tiempo, Se disuelve la sombra, la historia del siglo, las voces se vuelven murmullo. El reto de contar cada fragmento con brevedad, concentrando el placer de la dispersión. Cada vez tirar de nuevo los dados, no a nivel del suspenso de la historia sino de cómo es contada. Algo más cerca del collage que del lienzo o del fresco mural.

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El reto de documentarse históricamente a fondo pero de cada veinte libros históricos producir tan sólo una frase o dos. Obtener de ellos una comprensión del momento, una visión.

Ilustraciones de los cuadernos originales del autor.

El reto de oponer en acto, más que en teoría, la vieja idea sartreana del “compromiso”, a la idea más antigua pero más necesaria, del “deber de lucidez”. El compromiso ciega. El reto de crear o descubrir “islas de luz” en una situación histórica y personal terriblemente obscura. Afirmar esa luz necesaria sin negar las sombras. Como en mis otros libros, poner una atención especial a la voz femenina. El reto de reivindicar, escuchándola, a una mujer que ha sido juzgada ominosamente por decenas de narradores, periodistas e historiadores. Sylvia Ageloff, la mujer engañada por Mercader. El reto de no hablar por ella sino escucharla. El narrador ideal, tal vez, un enamorado de Sylvia, despechado, pero ya sin rencor porque han pasado muchos años, y está más con ánimo de disentir de quienes la juzgan. Desde el comienzo deja ver todas sus limitaciones para comprenderla cabalmente. El reto para mí como narrador será alimentar a ese personaje de un conocimiento de otras mujeres traicionadas, como ella, vivas ahora. Como las autoras de los collages de Santa Martha Acatitla. Aprender yo de esa experiencia para poder sentirla al tratar de comprenderla y contarla. Y a él contando desde su limitación. De nuevo, pero siempre transformado, el reto de escuchar el deseo femenino y masculino. El reto de cuestionar, de nuevo, la figura del narrador. Esta vez, al que cree poder ver la locura sin enloquecer y que descubre la relatividad radical de lo normal. El reto de hacer del primer narrador un lector que no teme contar lo que ha leído dejando claro dónde lo leyó pero sobre todo de qué manera lo hace reflexionar, lo transforma e

El reto de construir una historia más desde la neurología, llena de accidentes y extrañezas, que desde el sicoanálisis freudiano, donde todo es significativo de una culpa. Es decir, contar sin culpa pero con la atención puesta en una responsabilidad más profunda. Así, el reto de establecer un narrador que encuentre las palabras para señalar “la banalidad del mal” (Arendt) en sus propias ilusiones, que fueron las de su siglo. El reto de poner en escena narradores que no sean héroes: no son artistas contra el poder, ni siquiera son necesariamente buenas personas (no lo sabemos y él tampoco puesto que no recuerda), son cualquier persona. El reto de contar una vida dramática sin utilizar el chantaje del melodrama. Contar más cerca de la tragedia pero con la distancia del olvido. La distancia brechtiana sobre la tragedia humana abre el espacio para la reflexión del lector. Lo deja vivir y pensar entre los intersticios. El reto de construir un narrador que sea lo que cuenta, casi sin nombre, casi sin sicología. (Como el de Los jardines secretos de Mogador). Pero ahora tendré un doble reto por la construcción de los dos narradores, como esas escaleras que tienen el mismo eje pero son distintas espirales. El segundo narrador, el principal, irá surgiendo del desconcierto que describe el primero, como un árbol incipiente entre las ruinas de un desastre. Uno aparece y desaparece en el otro. Quisiera construir una historia que apenas comience se diluya, como en un grabado japonés que nos deja ver un instante de lo que sucede bajo la lluvia. Construir una trama que se niegue la tensión del suspenso tradicional renunciando al pellizco emocional, que avance sin avanzar y nos envuelva sin taparnos los ojos. El reto de contar una historia que avance por digresiones, acercándonos

“EL “ RETO DE ENCONTRAR LA FORMA LITERARIA, EL REGISTRO NARRATIVO PRECISO PARA DECIR ESO QUE TENGO QUE DECIR. UNA HISTORIA SOBRE EL DESCONCIERTO DE QUIEN HA PERDIDO LA MEMORIA, CONTADA DESDE EL DESCONCIERTO .

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a su centro más por el camino de la duda que por el de la certeza. Construir una trama que sea una composición en negativo, como un deshilado, donde de la renuncia surgen las figuras inesperadas.

“MI “ TENDENCIA A DEFINIR ESTA FORMA DE LOS SUEÑOS DE LA SERPIENTE ES LA APARIENCIA DE CAOS DE LAS PIRITAS DONDE UNOS CUBOS SE METEN Y SALEN DE OTROS: UN COLLAGE QUE SUMA AL AZAR LA NECESIDAD CODIFICADA DE DECIR ALGO .

La imagen de los fragmentos de un libro como una marabunta, en rutas paralelas, toda separada y a la vez toda junta. Apelan a otros fragmentos cuando lo necesitan. Exploran, se alejan y luego convergen.

decir su urgencia, su manera de existir y su sentido.

El reto de reinventarme escribiendo este libro, no como meta sino como consecuencia de la obra que se irá construyendo. Seguir sus designios, aprender de nuevo.

¿Cristalización? Pienso más bien en el proceso que hace a las piritas posibles. Esas rocas que forman cubos perfectos y que son productos naturales aunque parecen creadas por humanos.

EL CUADERNO DE LA PIRITA Mayo 2017

Recuerdo la necesidad de una lentitud formativa para que ese “accidente” de perfección sea posible.

¿Cómo llamar a ese momento único en el que la novela toma su forma decisiva? Cuando adquiere esa fuerza de composición irremplazable para

Pero mi tendencia a definir esta forma de Los sueños de la serpiente es la apariencia de caos de las piritas donde unos cubos se meten y salen de otros: un collage que suma al azar la necesidad codificada de decir algo. Me salta a la mente la cita recurrente de Borges en su Elogio de la sombra: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Descripción de mi novela, posible en labios de lectores fieles al realismo, a sus reglas artificiosas disfrazadas de hilo literario, a su ficción de coherencia que en la realidad no tienen las personas y, por lo tanto, en los personajes es simulación evidente.

A un lector realista mi libro le parecería eso: espejos rotos, pedacería. No es fácil darse cuenta de que en el caos aparente hay una lógica interna y que, si uno se ha pasado tantos años cosechando y cultivando la forma posible de la novela, este caos no lo es sino en apariencia. Que un sentido distinto exige una forma distinta, propia, única. La historia que cuento es la de una persona cuyo único heroísmo es buscar su yo perdido a través de una recuperación asistida de la memoria. Un hombre atrapado en las ilusiones del siglo: en la utopía socialista que lo llevó a emigrar de México a Estados Unidos, volverse obrero y sindicalista; emigrar a la Unión Soviética en los treintas con muchos obreros norteamericanos radicales, ser víctima, como tantos miles de miles, del estalinismo, salvarse por el azar convirtiéndose en lacayo de uno de los verdugos mayores, Beria; se vuelve maestro de inglés de su hijo y sombra de la sombra. Sólo se salva traicionando, seguramente asesinando, siendo fiel a “la banalidad del mal” con la que convive durante años, cada día. No es alguien

“UN L ABERINTO EN QUE EL LECTOR SE ENCUENTR A”

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ay un aspecto duramente severo de la lectura, la lectura profunda, la lectura honesta, y que debe hacer a un lado la amistad. Uno no puede leer por amistad. Uno crea amistad con los libros, pero cuando uno es amigo del autor no tiene que leer el libro como si fuese escrito por ese amigo sino por un escritor anónimo que a uno le puede gustar o no. Así, dejando de lado todo el sentimiento de afecto que tengo por Alberto Ruy Sánchez, quiero hablar de su nuevo libro. Yo empecé a leer a Alberto Ruy Sánchez hace bastantes años. En alguna feria me pidió el prólogo para un libro-disco que estaban haciendo (De fuego y aire, Voz Viva, UNAM). Leí la obra, me gustó mucho, y seguí leyendo sus libros hasta éste, el más reciente, Los sueños de la serpiente.

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Fuente > tinkuy.com.ar

ALBERTO MANGUEL

A mí siempre me ha parecido que Alberto es un gran escritor. Quiero decir gran escritor porque sabe usar las palabras de manera precisa, con música, con sentido, y sobre todo creando un paisaje para el lector, que el lector a su vez puede habitar. Voy a decir algo que no hubiese dicho antes de leer

esta novela; no debo decir “novela”, este libro. La escritura de Alberto, en el sentido más positivo de la palabra, me pareció hasta aquí una escritura de borrador. ¿Qué quiero decir con eso? Quiero decir una escritura que el lector siente hubiese podido ser algo más, que hubiese podido ser algo más profundo, esos profundos paisajes de Mogador (que son México y que son África a la vez) y esas profundas reflexiones sobre el erotismo y el amor. Como lector, yo sentía al leer a Alberto Ruy Sánchez que estas inteligentes y poéticas palabras ocultaban algo que estaba a punto de revelarse. Y yo llegaba a la última página, y la revelación no se había declarado. Esa exploración del deseo, del erotismo del cuerpo que el lector descubre en la literatura de Alberto Ruy Sánchez, me recordaba la de esos

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se muestra. Antes y de cerca, sólo se ven puntadas, la nada y sus orillas.

bueno luchando contra el mal. Es el mal en su forma más marginal y desechable. Victoria de nuevos giros del destino incierto que lo anima, termina siendo objeto de una experimentación neurológica del estalinismo dentro de la conocida fábrica de venenos bolcheviques de la policía secreta. Puesto en reserva dentro de una red norteamericana, lo mantienen casi vegetando hasta que varias décadas después un neurólogo emprende la lucha de hacerlo recuperar su memoria, sus espejos rotos. Usa el método de Ricci en El Palacio de la Memoria y lo hace pintar y escribir sobre los muros de la celda, lo obliga a elegir ancestros puesto que no puede recordar los suyos y elige a Wolfli, a Aloise, a Martín Ramírez. Locos, artistas que llenaron muros y más muros y kilómetros de papeles. Recuerda a trompicones su historia y las cuatro mutaciones de su recorrido: Mexicano del campo: Juan. Obrero gringo: Johny. Ruso voluntarioso: Ivan. Servidumbre georgiana: Ianni. Es muchos y es ninguno.

El hombre que intenta recordar es lector de Pizarnik. Las sombras de ella le dan un asidero, paradójicamente luminoso. Lo ayudan a comprender sus propias sombras, por lo menos a pensarlas y a nombrarlas. El relato de este hombre ofrece al principio sólo indicios entretejidos con el ensayo: con la búsqueda del primer narrador, del autor que irá perdiendo certeza a medida que el memorioso construye y adquiere, más o menos, la suya. Ya entrado, el relato del hombre que recuerda, su memoria, se organiza como un ámbito cerrado, su celda, su cuarto de hospital que al ser escrito de pared a pared se va convirtiendo, en lugar de encierro, en lugar de liberación, de vuelo, no libre pero sí menos atado a la sombra de la piedra del olvido que le ataron al cuello y que lo hunde. El muro de entrada es el más incierto. Está hecho de sombras que son como el reverso de las alas negras que cubren su espíritu, alas de cuervos. Los cuervos lo habitan, enormes lo ayudan a volar hacia afuera sin olvidar lo negro de la noche que lleva en el cuerpo. Después vienen los ancestros que ha elegido. El médico le dice que si no recuerda, algo de la verdad habrá en lo que elija o invente. Y recordar, de cualquier modo, es una manera de inventar, de recrearnos como quisiéramos. Luego la historia posible en México, igualmente poco comprobada. Viene un mundo con la esencia de la trampa que es la utopía que obliga a

Hay una historia de amor desventurado y más. Hay muchos asesinatos e intrigas criminales pero este libro huye de los recursos de la intriga policiaca. Hay mucha historia del siglo XX pero la novela huye de los recursos de la novela histórica. El texto se construye más sobre silencios pero sin suspenso. Si todo el tiempo pienso en la estructura de mis libros con formas y técnicas artesanales, esta vez mi recurso ha sido el de las blusas deshiladas, como se hacen en México, donde lo no dicho perfila, sugiere, delimita a lo que se dibuja, de manera que sólo con distancia y viendo el conjunto se puede percibir la forma que

“HAY “ MUCHOS ASESINATOS E INTRIGAS CRIMINALES PERO ESTE LIBRO HUYE DE LOS RECURSOS DE LA INTRIGA POLICIACA. HAY MUCHA HISTORIA DEL SIGLO XX PERO LA NOVELA HUYE DE LOS RECURSOS DE LA NOVELA HISTÓRICA .

grandes escritores que no se preocupan por hacer una obra completa, terminada, contundente, sino que lanzan al mar bosquejos, ideas, páginas hermosas sin necesariamente crear un conjunto definido. Yo creo que, a pesar del Quinteto de Mogador por ejemplo, yo no podría decir que la obra de Alberto comienza en la primera palabra de la primera novela y termina en la última del último volumen. Y eso está muy bien. Novalis escribía así, Macedonio Fernández en Argentina escribía así, la querida Alejandra Pizarnik, que tiene un rol tan fundamental en este libro, escribía así, sin preocuparse por redondear el libro y facilitarle el trabajo al lector. Otro aspecto que tiene la obra de Alberto hasta Los sueños de la serpiente es que no pertenece a ningún género. Si quisiéramos o tuviésemos que inventar una etiqueta para el beneficio de libreros, bibliotecarios y profesores universitarios que necesitan un título para el curso que van a enseñar, podríamos hablar de geografía poética. No diría ni ficción ni ensayo; estos rótulos no convienen a casi ningún escritor, pero sobre todo en el caso de Alberto no convienen

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porque mienten. Es una manía de los editores, no sólo de bibliotecarios, libreros y profesores, buscar esos rótulos. Por ejemplo, la obra de Borges no se puede leer en inglés porque la han descuartizado en tres volúmenes de poesía, ficción y no ficción, categorías retóricas contra las cuales Borges escribió toda su vida. En el caso de Alberto cuando traduzcan al inglés sus obras completas debemos hacer lo imposible para impedir que se haga tal masacre. Yo digo que así es como leí a Alberto Ruy Sánchez hasta ahora —y les confieso que no esperaba que Alberto escribiera un libro como éste. ¿Cómo definirlo? Cuando estaba pensando cómo contarles lo que es esta novela me di cuenta de que era imposible, como sería imposible desentrañar un caleidoscopio. Uno lo separa en fragmentos definibles y ya no es un caleidoscopio. Aquí la narración de Alberto, ese protagonista homónimo que nos habla, que nos cuenta su historia, empieza por un evento que parece policiaco, ciertamente algo salido del mundo de la ficción: un hombre recibe cartas de alguien que no conoce, de quien no sabe ni siquiera si es hombre o mujer, y que le va

ALBERTO MANGUEL (Buenos Aires, 1948) es autor de Guía de lugares imaginarios (1993), En el bosque del espejo (2001), El regreso (2005), La ciudad de las palabras (2010) y Una historia de la lectura (2011), entre otros libros.

contando sus sueños. Ese narrador se llama La Silueta. Pero esa facilidad narrativa está en las dos, tres primeras páginas: de ahí en adelante empieza a divagar, en el mejor sentido de la palabra, a irse por las ramas, en el mejor sentido de la palabra, construyendo un árbol que no es sólo tronco. Se va hacia la poesía de Alejandra Pizarnik, que da los epígrafes de la primera parte del libro, y sus versos se convierten en vocabulario para hablar de ciertos aspectos de lo que se desprende de esta extraña relación entre el narrador y el corresponsal anónimo. Está la referencia a un cierto Oliver que escribió ese libro tan famoso llamado Despertares. El lector avezado reconoce a Oliver Sacks, y recordará que el libro habla de niños que padecieron la enfermedad del sueño, y que Sacks encontró una droga para hacerlos despertar años después, cuando ya eran adultos, y sin conciencia de adultos entran a un mundo inmensamente cambiado. Uno de esos despertares corresponde a uno de los personajes, de quien va a empezar a hablar el narrador. Oliver Sacks existió, murió, fue un escritor extraordinario, pero este otro personaje no sé si existió y no importa.

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creer que existe una idea, un proyecto de humanidad y de sociedad que justifica matar a otros por él o morir por él. La ilusión del siglo, la enfermedad que sigue viva. La novela es una puesta en crisis desde un ángulo distinto, de la idea estalinista, o leninista más bien, que el mismo Trotsky compartía. Aquí no hay buenos en la historia. Todos son lo que son y no se trata de justificar o de lo contrario. Los crímenes se cuentan solos. No requieren ser enfatizados. El hecho es que hoy en día esos mitos, esas ilusiones siguen vivas y requieren una y otra vez mostrarse como lo que son, enfermedades del siglo, como tantas otras de distintas ideologías. Aquí lo que se construye no es una argumentación sino una circunstancia que no es común contar: la de una persona que cuenta su historia, que es la de muchos, pero que la cuenta desde el olvido forzado, en su caso. Con un poco de voluntad interpretativa se podría pensar que la búsqueda por recuperar su memoria es la misma batalla mínima, de antiheroísmo, que efectúa el siglo. Las nuevas ideologías, compromisos, justificaciones de la violencia tienen la misma raíz: encontrar una ilusión que todo lo justifique y que le dé sentido a la vida de las personas que se lanzan al sacrificio y a la violencia. El hombre que recuerda nos sorprende a cada escena y cada muro. Cada conjunto de recuerdos tiene una voz distinta porqué él es muchas personas. Además, dentro de cada paleta hay voces de otros que se entretejen con la suya.

Hay otro personaje real que aparece también como un fantasma maravilloso. Es un autor que les recomendamos los dos Albertos: se trata de Lawrence Weschler, y su libro se titula El gabinete de las maravillas de Mr. Wilson. El libro es una colección de divagaciones que, como un espejo volcado hacia el pasado, ilustra las divagaciones de Alberto Ruy Sánchez. Digo divagaciones, no son digresiones porque nunca se vuelve al supuesto tronco que tampoco existe. ¿Ven lo difícil que es tratar de explicarles lo que es este libro? Y es solamente la primera parte porque en la segunda empieza a aparecer ese personaje que es el verdadero protagonista: un mexicano que fue a trabajar a los Estados Unidos, a la fábrica Ford, y se enamoró de la mujer que estaba cerca de Trotsky, la que después fue seducida por Mercader. ¿Ven cuántas ramas hay de este sólido árbol? Pero no quiero darles la impresión de que éste es un libro en el que el lector se pierde; al contrario, es un laberinto en que el lector se encuentra. Y cada una de estas divagaciones, cada uno de los personajes que contribuyen a la formación de ese verdadero protagonista que entra

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“LA “ HISTORIA DEL ASESINO DE TROTSKY SUBORDINADA A LA HISTORIA DE LA MUJER QUE ÉL SEDUJO DOS AÑOS PARA ACERCARSE DIEZ MINUTOS A TROTSKY ES UNA HISTORIA TERRIBLE DEL DESEO Y EL MAL . Todas las voces son ecos retumbando en el silencio de su alma: creer es crear un silencio de la razón donde resuenen todas las voces. Si las escuchamos atentamente dejamos de creer o nos lanzamos, como los insectos, de cabeza al fuego que nos consume. El primer narrador se ofrece la libertad de encontrar imágenes del mundo natural que le ayudan a pensar lo que va descubriendo. Y esas hormigas zombis que son poseídas por una espora que anida en su cerebro y las obliga a trepar a lo más alto de un árbol desde donde

lanzará las nuevas esporas al aire para que otras hormigas las vuelvan suyas, es decir, para que las hormigas sean poseídas, es una imagen poderosa que incomoda con frecuencia a los nuevos estalinistas. No pueden pensarse como negadores de la razón y esa fe es inamovible e incuestionable como una espora poderosa: la ilusión del siglo XXI transformada en lucha ciega. La historia del asesino de Trotsky subordinada aquí a la historia de la mujer que él sedujo dos años para acercarse diez minutos a Trotsky es una historia terrible del deseo y el mal contada desde la voz de Sylvia Ageloff, tal y como la recuerda el memorioso. Su primera rebelión es creer que todos se equivocan y son violentos al llamarla fea, lo que hasta el más reciente novelista del caso repite acríticamente. La novela es un collage codificado. Pero también es como una de esas tarjetas de cosas dispersas e increíbles que se hacían para ayudar a memorizar los evangelios parte por parte, con frecuencia incluyendo santos y demonios. Mi esfuerzo por encontrar la forma adecuada me ha llevado a renunciar a muchos de los recursos de mis libros anteriores. Trato de llegar a la poesía de otra manera. ¿Cómo lograr que la poesía siga siendo el centro de una obra que acosa al tema desde la reflexión y con un relato que huye del melodrama político y de la narración realista? Como siempre, llevar a Beckett dentro, genéticamente.

en escena bastante tarde, hacen que el lector descubra mundos de una profundidad extraordinaria, y pueda aventurarse en ellos. Yo había sospechado en las obras anteriores de Alberto la intuición intelectual sobre ciertos problemas existenciales profundos, sobre la relación del erotismo con la filosofía, del deseo con la identidad de cada uno, la confluencia de geografías y de historias, pero aquí hay otra cosa. Es como si ese Alberto de pronto descubriera el lado de la sombra de aquellas problemáticas y se diera cuenta de que lo que estuvo describiendo, lo que estuvo explorando, tiene un lado hasta entonces invisible, como la luna. Y le da la vuelta a las cosas. Ese tema que le interesa, ese erotismo, por ejemplo, que es otra forma de sanctitas medieval (lo sancionado, lo puesto fuera del alcance de los humanos), lo invierte y ve su lado oscuro. Y esto es absolutamente apasionante. Yo creo que pocas veces me he perdido con tanto regocijo en un libro como cuando leí Los sueños de la serpiente. Borges decía que cada escritor crea a sus precursores, y el lector íntimamente reconoce esos precursores.

De pronto, leyendo Los sueños de la serpiente, pienso: Sí, yo sentí esto cuando leí la Anatomía de la melancolía de Robert Burton. Sí, yo sentí esto cuando leí La silva de varia lección de Pedro Mexía; sí, yo sentí esto cuando leí a escritores que se supone son menores pero que para mí son extraordinarios como Edith Sitwell o Logan Pearsal Smith, muy admirado por Borges y por Bioy. ¿Y qué tienen en común? Tienen en común una generosidad mental: no piensan que el lector necesita entretenerse con una bambalina, sino que le ofrecen toda la feria de luces y de sorpresas y resplandores, y confían en la inteligencia del lector, lo hacen sentir más inteligente. Con una cierta experiencia, yo diría que ésta es una obra maestra. Yo creo que este libro (y repito, no lo digo como amigo porque hay que dejar la amistad de lado en estas cosas, sino como lector) es uno de los libros más importantes que se han escrito en mucho tiempo en castellano. Le agradezco a Alberto que me haya permitido leerlo. FIL Guadalajara, 28 de noviembre, 2017

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Entre marzo y junio de 1999, la Organización del Tratado del Atlántico Norte realizó una campaña de bombardeos en territorio serbio que llevó a la declaración de independencia de Kosovo y a la total disolución de la otrora Yugoslavia. A veinte años de distancia, las cicatrices del conflicto no han cerrado. Dolor y rencores guardan la clave destructiva de una política nacionalista que amenaza el proyecto de Europa. En esta crónica, el autor registra la experiencia de habitantes kosovares sobre su pasado y su presente.

YUGOSLAVIA : EL CÁNCER DE LOS NACIONALISMOS DIEGO GÓMEZ PICKERING @gomezpickering

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Fuente > jetsettingfools.com

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RISTINA, Kosovo.– La lluvia que lleva cayendo un par de días sin cesar da una pequeña tregua y permite, a la distancia, observar las múltiples grúas que, a la par de flamantes edificios de departamentos y torres comerciales, dibujan el semblante de la capital kosovar. El muecín anuncia la hora de la oración matutina y el inicio del ayuno diario. Estamos en el mes sagrado de Ramadán y la costumbre, más que la religiosidad fervorosa, obliga. Sus melódicos cantos se confunden con el trino de los gorriones y con el repicar de las campanas de la novel catedral dedica a la Madre Teresa, albanesa universal, venerada como propia por católicos y musulmanes. “Por favor no olvides abrocharte el cinturón de seguridad; si la policía nos detiene, la multa o la mordida serían exorbitantes”, me advierte Iler enfático pero sonriente, mientras enfilamos en el Audi último modelo sobre la recién inaugurada autopista de cuatro carriles que conecta Pristina con Skopje, en Macedonia. Al mismo tiempo se prende un segundo cigarro sin abrir las ventanas y abona con el humo a la vista que dejan la neblina y los cúmulos de lluvia sobre los suburbios de la ciudad. “Siendo honesto, confieso que no me gusta nada”, denuncia el museógrafo de 37 años y ojos color miel sobre la boyante industria de la construcción en su país y sus vínculos de corrupción con el gobierno, conformado en gran parte por excombatientes del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK, por sus siglas en albanés). “Deberían dedicarse a otra cosa y dejar la política, dar paso a las nuevas generaciones y hacerle un bien al país”, concluye dando una última calada a su tercer cigarro. Tras el cese de las hostilidades entre el UÇK y las tropas del ejército yugoslavo, a mediados de 1999, aproximadamente 80 por ciento de las viviendas y construcciones del pequeño territorio kosovar se encontraban destruidas o en pésimas condiciones como consecuencia del conflicto armado. La considerable inyección de

El boom de la construcción en Pristina.

DIEGO GÓMEZ PICKERING (Ciudad de México, 1977), escritor, internacionalista y diplomático, ha publicado entre otros libros Los jueves en Nairobi (2010), La primavera de Damasco (2013), Un mundo de historias (2017) y Diario de Londres (2019).

recursos por parte de Estados Unidos y de un número importante de países e instituciones europeas ha permitido que en los últimos años la infraestructura de la nación balcánica se haya, literalmente, reconstruido; no puede decirse lo mismo de su economía ni de su sociedad. “Si no fuera por estos trabajos en paralelo, no tendríamos de qué vivir”, confiesa Iler sobre sus empleos eventuales como guía turístico o traductor. Con ellos compensa los menos de 200 euros mensuales que percibe como curador del Museo Etnográfico de Pristina y con los que ha de sostener a sus padres (jubilados), a su mujer, a sus dos hijos y a sus hermanos menores. Como en muchas otras casas kosovares, es el único generador de ingresos. Con más de 55 por ciento de desempleo entre los jóvenes de 18 a 35 años, según cifras de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), y el aún frágil equilibrio entre su mayoría albanesa y sus minorías serbia, romaní, croata y bosnia, Kosovo dista mucho de ser un caso de éxito. Es más bien víctima del cáncer nacionalista que debiese servir de advertencia a la Europa del siglo XXI. Un cáncer que comenzó años atrás, con la muerte de Tito y el inicio del fin de Yugoslavia.

JOSIP BROZ TITO El presidente de Yugoslavia, Lazar Mojsov, “expresó el agradecimiento

de los pueblos y nacionalidades de su país al pueblo de México y especialmente a los habitantes de su capital, por honrar la personalidad y la obra del presidente Tito, erigiendo un monumento que lo recuerda como revolucionario, estadista y protagonista de la política de la no-alineación. Esto representa un extraordinario gesto de amistad de los pueblos mexicano y yugoslavo”, puede leerse en el número 18 de la Revista Mexicana de Política Exterior, correspondiente a enero-marzo de 1988. Es un extracto del comunicado que en su momento dieron a conocer los gobiernos de México y de la República Socialista Federativa de Yugoslavia en octubre de 1987, en ocasión de la visita de Estado de Mojsov a nuestro país, por invitación expresa del entonces primer mandatario, Miguel de la Madrid Hurtado. En la misma visita ocurrió la inauguración de la estatua en bronce de tamaño natural que recuerda al otrora hombre fuerte de Yugoslavia. Colocada en el cruce de Paseo de la Reforma y la calzada Mahatma Gandhi, en el entonces Corredor de los Hombres Universales, a más de treinta años de distancia la efigie de Tito luce hoy descuidada e, incluso, fuera de lugar. Ese sitio del Bosque de Chapultepec tiene alrededor hierba crecida, pasto quemado y árboles enfermos. Varias losas que forman la base de la estatua están quebradas, mientras alguna letras del nombre del homenajeado y los años de su nacimiento y defunción resultan difíciles de leer, aun para el ojo más avizor. “¡Sepa, joven!”, me responde don Hilario a la pregunta sobre quién es el señor de la estatua, encogiendo los hombros y levantando sus manos con las palmas hacia arriba, eso sí, sin soltar la escoba. El sexagenario, nativo del Estado de México, lleva un par de décadas trabajando como barrendero para el gobierno de la ciudad, con más de la mitad de ese tiempo asignado a los confines de Chapultepec. Pareciera que a Tito le hubiesen olvidado el mundo y la historia y que sólo le recuerden, entrañablemente, en la otrora Yugoslavia.

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“Todo era mejor entonces”, me comparte, suspirando, Ana, mientras da otro sorbo a su café con leche en la terraza de la plaza Jelačić, en el corazón de Zagreb. La rubia mujer rasca los sesenta años pero aparenta muchos menos; maestra de formación, tiene presentes con enorme nostalgia los años previos a la guerra y al desmantelamiento del Estado federal. Pero Ana no es ni por mucho la única en experimentar esa especie de recuerdo agridulce por una época que ya no es. “Un auto Yugo en buen estado se cotiza, al menos, entre 4 mil y 5 mil euros”, afirma convencido Bruno, un delgado veinteañero que trabaja en uno de los muchos hoteles boutique de la capital croata. El icónico vehículo producido durante los años del socialismo de economía abierta promovida por Tito se ha convertido ahora en objeto de colección, al igual que revistas, fotografías, libros o material promocional (o propagandístico) de la época. “Yugoslavia está de moda”, me dice convencido el joven hípster, nacido en la Croacia independiente, “y Tito también”, añade, contundente. Y es que Yugoslavia no puede entenderse sin Tito. Son claro ejemplo de ello su mano dura en los años de la posguerra y su firme rechazo a las intentonas soviéticas de Stalin por cuadrar el modelo balcánico con el propio; su visionario impulso a la Constitución federalista de 1974, que daba autonomía a Kosovo y a Voivodina y mesuraba los intereses de dominio centralista serbio; las guerras fratricidas que dieron el tiro de gracia a su creación política en los años noventa. Tampoco puede entenderse a Tito sin Yugoslavia; hijo de padre croata y de madre eslovena, ferviente promotor del paneslavismo meridional y del movimiento de los no-alineados, el partisano y mariscal fue producto de esa mezcla de culturas, religiones y razas, afianzada desde Roma hasta Bizancio y desde Austro-Hungría hasta el imperio Otomano, que supo tan bien aprovechar. Sin Yugoslavia no habría Tito y sin Tito no hay Yugoslavia. Se le recuerda desde su pueblo natal, en la actual frontera entre Eslovenia y Croacia, hasta los confines de Kosovo con Macedonia, pasando por supuesto por el Belgrado que le sirve de reposo eterno. Pero a Tito se le tiene presente, sobre todo, en Sarajevo, porque lo que él y la antigua Yugoslavia representan no sólo es un pasado lejano y añorado en el que había relaciones familiares y políticas, económicas y sociales, entre todas las naciones y las religiones de los Balcanes, sino un pasado que no volverá a hacerse presente. Y eso es algo que todo bosnio sabe.

HASAN “Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Su mirada, el calor de su abrazo, su entereza en todo momento. Sus últimas palabras, ‘cuida de tu madre y de tus hermanos’, se repiten incesantemente en mi cabeza casi cada

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Fuente > javirc.com

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Tito con Winston Churchill y el ministro británico del Exterior, Anthony Eden, durante la Guerra Fría. Londres, 1953.

“TITO “ Y LA ANTIGUA YUGOSLAVIA REPRESENTAN NO SÓLO UN PASADO LEJANO EN EL QUE HABÍA RELACIONES FAMILIARES Y POLÍTICAS ENTRE TODAS LAS NACIONES DE LOS BALCANES, SINO UN PASADO QUE NO VOLVERÁ . noche. Me apena no haber podido cumplir con esa encomienda”, me comparte Hasan con la voz entrecortada. No es la primera vez que cuenta su historia ni habrá de ser la última en que lo haga. Su testimonio y el de todos los demás sobrevivientes del genocidio ocurrido en Srebrenica tiene que alcanzar los oídos del planeta entero. El riesgo de que lo ahí sucedido en julio de 1995 se repita es demasiado alto en un mundo plagado por nacionalismos irracionales, como el causante de las matanzas en la Bosnia de la guerra durante la última década del siglo pasado. A mediados de los años noventa, imágenes aterradoras plagaban los televisores y las primeras planas de medios de comunicación en todo el orbe, narrando el minuto a minuto del sitio de Sarajevo, la capital bosnia, el más largo y sangriento en la historia europea moderna. “¿Cómo puede estar pasando esto en el corazón del viejo continente?”, se preguntaban, respondiéndose al poco rato, analistas y comentadores. ¿Cómo era posible algo así en la misma ciudad que vio morir al archiduque austrohúngaro Francisco Fernando a manos del nacionalismo serbio, precipitando la Primera Guerra Mundial? ¿Cómo? Era la pregunta omnipresente, incesante, acuciosa y sin respuesta. Mientras Sarajevo se debatía entre la vida y la muerte, y los nacionalismos serbios y croatas hacían chocar sus egos derramando sangre por los fértiles campos de una Bosnia atrapada entre dos bandos, en el este del país, cerca de la ribera de las aguas color esmeralda del río Drina, una tragedia aún mayor e insospechada se estaba fraguando sin que nadie pudiese prevenirla. La muerte en Europa de nuevo, la muerte de Europa antes de tiempo.

Entre el 6 y el 13 de julio de 1995, cerca de nueve mil hombres bosnios de confesión mahometana, entre los 15 y los 65 años de edad, fueron masacrados de manera selectiva por fuerzas paramilitares serbo-bosnias en los alrededores de Srebrenica. Con la venia de Belgrado, el intento por erradicar su presencia del este del territorio bosnio constituye la mayor tragedia en el viejo continente desde el Holocausto y una mancha indeleble en la historia de la humanidad. Entre los muertos de ese desgraciado verano están el padre y los cuatro hermanos de Hasan. Los restos de tres de ellos siguen sin aparecer. Están perdidos en alguna de las fosas comunes que aún minan los campos bosnios en espera de sepultura y de tranquilidad, tanto para Hasan como para decenas de miles de familiares de otras víctimas. “No voy a poder olvidar, no debo olvidar”, reflexiona Hasan en voz alta y con la mirada vacía como las tumbas de esos casi dos mil muertos cuyos restos aún no han sido identificados, en el memorial abierto hace algunos años en Potočari para remembrar la masacre. Ahí el joven de cejas pobladas y ojos color de almendra, como otros sobrevivientes, funge de guardián. La República Srpska es una de las dos entidades políticas, junto a la Federación de Bosnia y Herzegovina, que componen al país balcánico y que fueron creadas tras los acuerdos de Dayton, los cuales dieron fin a la guerra bosnia y dividieron al país en zonas de influencia serbia y bosniocroata. El bucólico paisaje de Srpska destella bajo la suave luz de la primavera. Rebaños de ovejas y de vacas pastan entre campos de margaritas y amapolas. Establos y granjas con tejados a dos aguas aparecen a cada lado de las sinuosas carreteras que bordean las montañas. Es un paisaje engañoso que no puede, aunque lo pretenda, esconder un pasado que es tan presente. “No sólo quemaron nuestras casas, quemaron nuestras vidas también”, reconoce Arna con un dejo de resignación mientras señala a la derecha una pequeña casa reconstruida de dos plantas, y recién habitada de nueva cuenta. Sus dueños, una familia musulmana que perdió a la mitad de sus miembros en la guerra, han decidido volver y se preparan para la primera cosecha de tomates y pepinos después de casi dos décadas. Arna tiene 45 años, cabello corto y rubio, expresivos ojos azules y un rostro cansado, demacrado. “La gente se niega a aceptar lo sucedido (durante la guerra), continúa en la negación y esto contribuye a incentivar los sentimientos nacionalistas, lo que puede llevar a que la historia se repita”, argumenta la mujer bosnia, de fe musulmana. Luego de trabajar casi 17 años como facilitadora de diferentes programas de reconciliación interétnica e interreligiosa, financiados por la organización Catholic Relief Services en Bosnia, ahora dedica su tiempo a gestionar una agencia de ecoturismo. “Yo ya puse mi granito de arena, hice lo que pude, ahora les

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“ME “ INDICA UNA CONSTRUCCIÓN TORPEDEADA CON AGUJEROS DE BALA Y ESCONDIDA ENTRE LA MALEZA SIN CORTAR: AHÍ ES DONDE DIERON EL TIRO DE GRACIA A MÁS DE 300 HOMBRES AQUELLA SEMANA. NO PODEMOS PARARNOS, A LOS SERBIOS NACIONALISTAS NO LES GUSTA , ME ACLARA . toca a otros continuar con el trabajo pendiente”, agrega con un relativo desánimo. Mientras nos alejamos de Srebrenica, en dirección a Sarajevo, los campos, las granjas y el ganado dejan entrever una larga fila de autobuses y coches. Patrullas de policía y ambulancias vigilan ambos lados de la estrecha carretera, decenas de mujeres con pañuelos en la cabeza se acompañan unas a otras. Hombres jóvenes y muchos niños les siguen en procesión. “Hoy entierran a tres de los muertos en el genocidio, sus restos fueron identificados el mes pasado”, aclara Arna ante mi curiosa mirada. Más adelante, al lado del camino, me indica una construcción torpedeada con agujeros de bala y escondida entre la maleza sin cortar: “ahí es donde dieron el tiro de gracia a más de 300 hombres aquella semana. No podemos pararnos, a los serbios nacionalistas no les gusta”, me aclara casi en voz baja. A los nacionalistas, serbios o no, lo que no les gusta es reconocer al otro como propio, engrandecerse como país o como sociedad a través del valor de quien es diferente. Y desgraciadamente, en Serbia, en Bosnia y en toda Europa, esos nacionalistas abundan.

JOSEPHINE

Fuente > wikipedia.org

“Ahí, entre esas dos grúas y las chimeneas de la fábrica, está la columna. Con lo gris del cielo no es fácil identificarla”, apunta Josephine con la mirada y la voz hacia una indistinguible colina en lo que parece una zona industrial de las afueras de Pristina. La lluvia cesó su tregua y ha vuelto a cubrir con su primaveral espesor la capital kosovar y sus alrededores,

incluido el obelisco en forma de torre conocido como Gazimestán. Fue erigido en los años cincuenta del siglo pasado para conmemorar la batalla de Kosovo, que de acuerdo con la leyenda llevó al sometimiento de la Serbia medieval por parte del ejército otomano del sultán Murad en 1389. Es un hito que por más de medio milenio ha marcado los destinos de las naciones balcánicas. Un monumento al nacionalismo, una cicatriz que sangra cada 28 de junio, día en que se rememora dicha justa militar. En 1989, cuando se concretaban los preparativos para el 600 aniversario de la batalla de Kosovo, ya habían pasado casi diez años de la muerte del mariscal Tito y los efectos colaterales de una sentida crisis económica se hacían sentir desde la frontera con Austria hasta el lago Ohrid y la frontera con Grecia. Las discordancias entre las cúpulas de los partidos socialistas en cada una de las seis repúblicas que conformaban a la entonces República Socialista Federal de Yugoslavia no eran menores. Comandadas por las más septentrionales y, a la par, más ricas, Croacia y Eslovenia, las élites nacionales se resistían al empecinado programa de gobierno del entonces presidente serbio, Slobodan Milošević. Éste azuzaba a los socialistas de su país para virar la federación hacia un centralismo que reforzara el control serbio del aparato burocrático y del ejército, disminuyera la autonomía de las provincias de Voivodina y Kosovo, y echara atrás los avances alcanzados por la constitución de 1974. “Seiscientos años después nos vemos inmersos en una nueva batalla que no es armada, pero podría llegar a serlo... una batalla que sólo podrá ganarse con determinación,

Miloševič pronuncia el discurso de Gazimestán, 28 de junio de 1989.

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valentía y sacrificio”, pronunciaba un Miloševič engrandecido aquel 28 de junio de 1989, ante una copiosa masa de gente reunida en los alrededores del Gazimestán. Esas palabras produjeron escalofríos entre los albano-kosovares, víctimas de duras represiones por parte del gobierno serbio en los meses anteriores; también desdibujaron las esperanzas de los eslovenos y croatas que seguían apostando por una Yugoslavia con mayores autonomías, pero que se mantuviera siempre federal. El férreo nacionalismo expresado por Miloševič en aquel discurso le ganó numerosos adeptos en una Serbia que desde la muerte de Tito se sentía debilitada por el resto de las naciones yugoslavas; una Serbia sedienta de respuestas ante la indiscutible crisis económica que vio en las palabras de su presidente en turno y en el nebuloso recuerdo mitificado del campo de batalla de Kosovo, la respuesta a sus plegarias. Fue ese mismo nacionalismo serbio de Miloševič en Gazimestán el que abrió la caja de Pandora yugoslava, despertando los nacionalismos esloveno y croata, bosnio y kosovar, macedonio y montenegrino. Nacionalismos que en mayor o menor medida se convirtieron en el sangriento torbellino que habría de terminar con el legado de Tito y con el sueño yugoslavo. “Yo aquí espero, soy atea y prefiero no meterme en donde no me corresponde”, me advierte Josephine a las puertas del monasterio de Dečani. Se trata de un santuario serbio ortodoxo del siglo XIV que posee algunas de las pinturas medievales más importantes del arte religioso eslavo y que a la par del monasterio patriarcal de Peć, también situado al oeste de Kosovo, es sede ancestral y espiritual de la iglesia serbia. Al monasterio lo resguardan dos unidades militares de la fuerza de mantenimiento de la paz que la OTAN continúa desplegando en el territorio kosovar, conocida como KFOR, la cual se reducirá gradualmente “hasta que las fuerzas de seguridad del país sean autosuficientes”. Al día de hoy no hay una fecha determinada para su salida. Mientras descifro las inscripciones en cirílico de los cientos de pinturas que cubren los muros interiores de Dečani a fin de distinguir a San Juan Bautista entre otros miembros del santoral ortodoxo, escucho la ronca risa de Josephine desde el exterior. Es una risa áspera pero certera y profunda, producto de décadas de ser fumadora compulsiva y de años de sobrevivir a una Yugoslavia que no termina de desaparecer. Hija de croata y de eslovena, está casada con un bosnio de raíces rusas y vive en Kosovo desde hace 18 años, aunque trabaja en Macedonia y cada mes visita, sagradamente, su Belgrado natal. Josephine es el ejemplo mismo de lo que los nacionalismos de la exYugoslavia quisieron exterminar pero que la realidad se empeña en preservar. La sonora risa de Josephine me hace pensar que, quizá, en un futuro, la lluvia en Kosovo nos dará de nuevo una tregua.

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

BON SCOT T LA CANCIÓN # 6 Por

ROGELIO GARZA @rogeliogarzap

LOS 4 0 AÑOS D EL WALKMAN

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AMO A AC/DC. No es mi banda favorita pero cada vez que la escucho se me ensancha la borra que llevo dentro del cuerpo. Los discos de la etapa con Bon Scott le inyectan energía a esa borra que a veces se me pone inerte. En esos casos recurro a High Voltage para pasarle corriente. Si existe una figura que me signifique el rocanrol encarnado, con todo lo bueno y lo malo, ésa es Bon Scott. Sé que existen otros roqueros con mejores credenciales. Pero Bon es el mito que nace y se agota en sí mismo. Sólo así es posible alcanzar la categoría de clásico. Y eso es lo que es un disco como Highway to Hell. Bon Scott es una fuerza de la naturaleza, perdonen el lugar común. Me lo confirma la biografía Bon Scott (Global Rhythm, 2011) de Clinton Walker. Basta leer el prólogo de este libro para no sólo revalorar la figura del excantante de AC/DC sino para recordar que su dimensión no cabe en los cánones chabacanos del rock. Que era una subespecie. Aquí Clinton nos recuerda lo que cada uno de nosotros sabemos cuando escuchamos un álbum de la banda. Que en la aparente sencillez del sonido de AC/DC se esconde una profunda complejidad. Lo dijo Rick Rubin: pon a Metallica a tocar las sencillas notas de una canción de AC/DC y no podrán sonar nunca igual. La base de la banda es el blues, y como el mismo Clinton asevera, AC/DC no es heavy metal. Tampoco es una banda de hard rock. Es una banda de rock a secas. Y en esa construcción del sonido y de la actitud Bon Scott fue una piedra angular. Una banda de cretinos, así puede uno calificar a AC/DC. Su historia parece una telenovela. Injurias, traiciones, paranoia. Entre todos menos entre los tres clavos de esta cruz en la que fue crucificado su vocalista: Bon, Malcolm y Angus Young. Estos dos cretinos y este ángel del rock tocaron el rocanrol como nadie. Mi relación con AC/DC ha sido compleja. Cuando era un chamaco, como corresponde a la inocencia de un niño, la absorbí tal y como venía del cable. Y por supuesto que me electrizó. Más grande, como muchos, me aferré a Back in Black (la herencia de Bon) como un mariguano al toque. Pero a partir de los veintidós comencé una relación seria con los discos grabados junto a Bon. Highway to Hell se convirtió en un imponderable. La razón es obvia. Es un excelente álbum para manejar en carretera. Y lo más importante, es estupendo para prenderse fuego a uno mismo. Y un sitio para buscar refugio. Cuando crecí y me percaté de que era pobre busqué en el rock, dónde más,

LA PEQUEÑA CAJA de música con audífonos cumplió cuarenta años. Una y otra vez se malinforma que el reproductor de casetes fue el primer dispositivo musical portátil. Antes del Walkman existió el radio de transistores que te cabía en la mano. Tuve uno Panasonic, era verde y sólo sintonizaba en AM pero eso era suficiente. También se inventó el Airmate, un radio con grandes audífonos de diadema tipo Bubulín, para caminar o andar en bicicleta. No era estéreo, funcionaba con una pila de nueve voltios y se escuchaba en AM o FM. Aún conservo uno. En julio de 1979 apareció el Walkman TPS-L2 de Sony, que le dio al usuario el control total sobre la música que escuchaba. Su invención se la atribuyeron un par de listillos de Sony. Esto también es un error. Tras una serie de demandas el diseño se le reconoció al inventor alemán Andreas Pavel, en 2005. Pavel inventó el equipo estéreo personal portátil desde 1972. Sin duda cambió la forma de escuchar la música y otros hábitos. Luego se diseñaron los modelos deportivos. Sin embargo, el alma del Walkman siempre ha sido el casete y sus infinitas posibilidades para grabar. Las playlists actuales descienden de los mix tapes, la práctica que empezó con los diyeis y raperos de Nueva York que alcanzó nivel artístico en el audiolibro Mix Tape: The Art of Cassette Culture de Thurston Moore. Por primera vez pudimos grabar nuestras canciones favoritas, llevarlas y escucharlas en cualquier momento, lugar y actividad sin causar molestia. El Walkman nos permitió encapsularnos. Ponerse los audífonos y oprimir play es una forma de meditar, de aislarse en el universo personal.

Fuente > groovyhistory.com

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BON SCOTT ES UNA FUERZA DE LA NATURALEZA, PERDONEN EL LUGAR COMÚN . héroes de la clase obrera. Y con perdón de Lennon y del Jefe, el epíteto le corresponde sólo a Bon. La calle que lo hizo grande fue la que lo mató. Nunca alcanzó el refinamiento de Springsteen o del exBeatle. De verdad no me imagino a Bon vivo ahora y viviendo en una mansión. Como tampoco a Kurt Cobain. La música de AC/DC es un shot. Es una raya de coca. Es un trago de Four Loko. Y es una misión. Un trabajo que hacer. No me imagino qué habría sido de la juventud que ha pasado horas y horas interminables a solas en su habitación si el rock no hubiese existido. Por supuesto que se habría duplicado el número de asesinos seriales, de políticos y de guerras mundiales. Sí, es cierto. El rock ha puesto en el camino del infierno a muchos de sus protagonistas, pero ha salvado el alma de miles de millones de desamparados que en la música han logrado encontrar consuelo para sus almas. Para mí, Dylan es mi pastor, pero siempre tengo en mente a Bon Scott. Y la otra noche tuve un sueño que no deja de asombrarme. Que recordaré hasta mi muerte. Era de noche y yo venía tristísimo. Había tenido el peor día de mi vida, en el sueño. No sé por qué caminaba por el barrio donde nací. Hace más de veinte años que no vivo ahí. Estaba a punto de llorar. Entonces vino hacia mí una figura en chaqueta de cuero y jeans. Me preguntó si no me acordaba de él. Que solíamos meternos a las cantinas del Centro en una época en que no tenía un peso en la bolsa. Y él me invitaba las caguamas. La melancolía y la tristeza que me inundaba se disipó. Entonces desperté. Caí en cuenta de que quien me había hablado en el sueño era Bon Scott. Aquí, en Torreón. De ese sueño deduzco que no importa hacia dónde vaya mi vida, no estoy solo. Que Bon Scott me protege desde el más allá. Bendita música. Todo lo que hace por mí. Hasta en los sueños me rescata. El universo está de mi lado. Estoy preparado para lo que viene. Gracias, Bon, recibí el mensaje.

Fuente > redbubble.com

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El Cultural

EL ALMA DEL WALKMAN SIEMPRE HA SIDO EL CASETE Y SUS INFINITAS POSIBILIDADES PARA GRABAR .

El Walkman era un gran invento que nos invitó a grabar cientos de casetes y a escucharlos hasta quedarnos medio sordos. Hasta que Phillips introdujo el Compact Disc en los noventa. Entonces Sony diseñó el sucesor de su gran hit: el Discman D-50. Siempre me ha parecido una mala ejecución, una adaptación delicada con problemas de portabilidad aun en sus versiones “extremas”. Durante la siguiente década, con el nuevo formato de música MP3, aparecieron el reproductor MPMan F10 de SaeHan Info Systems y el teléfono celular de Samsung SPH-M100, que almacenaba y reproducía canciones. Todos estos inventos precedieron a la caja mágica del iPod que apareció en 2001 y en la que se podían portar miles de canciones. Pero fue destronado por los smartphones, las aplicaciones y plataformas musicales para escuchar y compartir. Ahora, en un rewind al pasado, NINM Lab lanzó el It’s OK, un reproductor de casetes idéntico al Walkman con audífonos inalámbricos. La idea se mantiene intacta: la música sigue siendo su razón de existir.

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El Cultural

Foto > Alberto Alcocer / @beco.mx

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ué tal si bajo la Ciudad de México, tal y como hoy la conocemos, se teje otra ciudad llena de seres extraños que esperan su momento de salir a la luz? Ya sé que les estoy planteando una locura, pero qué le voy a hacer si yo a eso me dedico. En el imaginario de la literatura mexicana sobrenatural y de terror fantástico late una premisa escalofriante: haber construido esta ciudad sobre una civilización previa es una transgresión de dimensiones incomprensibles que antes o después cobrará factura. En el libro de cuentos Demonia (Almadía, 2016), de Bernardo Esquinca, hay un relato llamado “El gran mal”, en el que el narrador padece ataques de epilepsia. Se trata de un joven que creció en las Torres de Mixcoac, donde antes se erigía el lúgubre y legendario hospital psiquiátrico La Castañeda; en sueños y durante el trance de los ataques epilépticos ve a una enfermera, nítidamente, siempre la misma. No les voy a contar el desenlace porque soy malvada pero tengo mis escrúpulos. Transcribo aquí un planteamiento que me voló la sesera: Las cosas que ocuparon un lugar y que luego fueron derribadas o borradas, no ceden tan fácil su territorio [...] Llegué a la conclusión de que en la Ciudad de México no se debía ser arquitecto, sino arqueólogo. Aquí no hay que construir más, sino desenterrar todo lo que está escondido. Muchos son los testimonios de quienes viven en esa unidad habitacional y los insólitos sucesos que se registran en ella, es que somos seres simbólicos y todos nuestros símbolos existen por algo. Creo. Aclaro que no pretendo convencerlos de nada, sólo asomo la nariz a esa identidad mítica y fantasmagórica que tiene nuestra ciudad, que tenemos como pueblo; conservamos la tradición del Día de Muertos con una fuerza implacable como ninguna otra, como un acto de fe que nada tiene que ver con el catolicismo cristiano que llegó con la conquista, eso tendría que decirnos algo; por lo menos, que somos un país con un misticismo más que propicio para las fabulaciones oscuras. Que el origen de nuestra narrativa y literatura no ha sido explorado con toda su potencia y profundidad. En La ciudad que nos inventa (Cal y Arena, 2015), Héctor de Mauleón hace un repaso minucioso desde el año 1500 hasta nuestro tiempo y va descubriendo cómo las calles del Centro son un entramado de arqueologías superpuestas, sitios puntuales que se convierten en esquinas malditas a lo largo de los siglos, cíclicamente condenados a la tragedia. Y ésa no es literatura, es historia. Y las coincidencias son, por lo menos, fascinantes. José Emilio Pacheco escribió un relato donde aventura un argumento genial: en el metro, en el pasillo subterráneo que conecta las estaciones Pino Suárez e Isabel la Católica, se abre una portal, un salto espacial que lleva a la Piedra de Ahuízotl, donde los dioses prehispánicos siguen exigiendo carne de sacrificio; se trata de “La fiesta brava” que pueden leer en El principio del placer (Era, 1972). El capitán Keller, extranjero curioso en nuestra ciudad, se topa con un vendedor de

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CRÓNICAS PLUTONIANAS Por

ALMA DELIA MURILLO @AlmaDeliaMC

helados que va empujando su carrito mientras le habla al desconcertado Keller de la experiencia que vivirá si acude el viernes 13 de agosto a tomar el último tren en la estación Insurgentes y sigue las instrucciones. Con la narración de José Emilio Pacheco se va sintiendo tal inquietud que hay que controlar las ganas de correr al pasaje de Isabel la Católica y Pino Suárez apenas terminar el relato. Una ciudad de abajo. Más allá de lúdicas fabulaciones sabemos que existe, que los hallazgos arqueológicos están en pañales, ¿no les arrebata pensar en todo aquello que está debajo de nosotros y que aún no conocemos? Tal vez los pueblos originarios no andan tan perdidos cuando piden permiso a la Tierra para actuar en más de un sentido. Ya pueden burlarse pero me parece tan válido o cuestionable creer en el mesías judeocristiano y sus milagros como en una mitología fundacional rayana en la fe. O en casos desesperados, como el mío, que nuestra religión sea la literatura. Ya que estamos. (Me río de mí misma a carcajadas, no crean que no). Volviendo al asunto del relato fantástico, me pongo de pie antes de nombrarlo: Francisco Tario. Si ustedes no lo han leído, se están perdiendo de mucho. Escritor reservado y magnético, casi inédito en vida, Tario tenía una de las plumas más creativas y talentosas que ha visto pasar este país. Creó un universo aparte: en él los objetos sienten y están erotizados, los guantes son asesinos, los féretros desean fervientemente un cuerpo femenino. Y las imágenes, el sentido del humor y el factor sorpresa de sus relatos son para morirse del gusto y del susto al mismo tiempo. O sea: orgasmo literario asegurado. Cerca de 1943 escribió La noche, un libro de cuentos que incluye “El Mico”. He aquí que un hombre joven que acostumbra tomar el baño en la tina, abre la llave y sale por una bebida para completar su ritual nocturno; cuando regresa, el cuarto de baño está a tope de vapor pero no ha salido agua. En su lugar hay un ser viscoso, raro, con rasgos de mico, entre humanoide y anfibio, diminuto. Ese algo está tratando de salir de la llave; asomando primero un pie y luego el otro, por fin logra su propio parto y cambia la vida de nuestro narrador pues esa criatura tierna y repugnante, se instala a vivir con él hasta llegar al día en que le llama “mamá”. La antología completa de Francisco Tario compilada por Alejandro Toledo la encuentran en editorial Cal y Arena (2017). Sugiero que lo lean por las noches y que dejen que sus universos se queden para siempre con ustedes. ¿Ese mico o lo que sea que sea vino también de abajo? ¿El agua encuentra su cauce irremediablemente y trae lo insospechado? ¿Tenemos idea de lo que ocurre bajo nuestros pies? Perdón por el mal gusto pero me atrevo a plantearlo porque sé que todos nos hemos hecho la misma pregunta, ¿cómo carajos vamos a explicar esos dos diecinueve de septiembre? Ya sé, la razón dice que son casualidades, que dos variables no hacen una tendencia, pero. Pero. Bendita ficción —esta vez maldita— que todo lo acomoda, que todo lo convierte en un mundo tan perfectamente posible como inexplicable.

CIUDAD DE ABAJO

“HABER “ CONSTRUIDO ESTA CIUDAD SOBRE UNA CIVILIZACIÓN PREVIA ES UNA TRANSGRESIÓN DE DIMENSIONES INCOMPRENSIBLES, QUE COBRARÁ FACTURA”.

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En días recientes falleció Armando Ramírez, conocido por el nombre de su personaje más célebre: Chin Chin, el teporocho. Nacido en 1952 y fundador del movimiento Tepito Arte Acá, siempre se interesó por el lenguaje del barrio y por mostrar la riqueza de la cultura popular. Aunque no obtuvo un reconocimiento franco del gremio intelectual, gozó en cambio la preferencia abrumadora de los lectores de a pie. A revisar su legado se dedica este breve ensayo.

In memoriam Armando Ramírez

"EL BARRIO SE VIVE PAR A ESCRIBIRLO” EMILIANO PÉREZ CRUZ @perecru

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No se permiten tomar en serio una lectura y analizar a profundidad lo que pasa con determinado fenómeno en el texto, sino [que prefieren] la güeva de decir: este pendejo no sabe escribir. Entonces digo: qué pereza intelectual, ¿no?

Fuente > inba.gob.mx

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o es frecuente que el deceso de un escritor trascienda al estrecho ámbito literario de la capital del país. Sin embargo, luego de que se esparció la noticia de la muerte de Armando Ramírez, sus lectores, admiradores, colegas y funcionarios de la cultura acudieron hasta Nuevo León 91, donde se ubica el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, en la colonia Condesa, para darle la despedida. Tarde lluviosa en la ciudad donde Armando se desplazaba, por lo general de buen humor, recibiendo muestras de afecto por donde transitara. El cronista del barrio de Tepito cosechaba lo que sembraba en la literatura, en los programas televisivos donde colaboraba con temáticas de la cultura popular de la Ciudad de México. Lo mismo recorría un mercado y descubría a su público los sitios donde degustar la comida tradicional de los chilangos, que se trasladaba al recóndito oriente capitalino, carente en servicios culturales, y daba la nota acerca de una biblioteca pública en El Salado, sitio que antes fuera enorme muladar y ahora Fábrica de Artes y Oficios, donde la población de escasos recursos asiste a obras de teatro, ciclos de cine, conferencias. La curiosidad reporteril de Armando Ramírez se orientó a cubrir aspectos de la vida urbana ignorados por la Cultura Culta. Tianguis, torterías, bailes callejeros, onomástico del Santo Patrono de la colonia; también le gustaba mostrar la ciudad que de tan enorme se nos vuelve desconocida en sus parques, avenidas, edificios que nadie sabe qué albergan, estatuas erigidas al famoso pero ilustre desconocido, ciudadanos que por mera iniciativa propia impulsan proyectos culturales comunitarios. A la labor reporteril agregaba actividades escriturales. En 1971 publicó su primera novela, Chin Chin el teporocho, que de inmediato arraigó entre el público lector y alentó a otros escritores de la periferia a tratar literariamente lo que en sus barrios acontecía.

En 1979, Armando publica El regreso de Chin Chin el teporocho en la venganza de los jinetes justicieros y Noche de califas, novela en la que muestra mayor habilidad en el manejo de los recursos narrativos, en la construcción de sus personajes, en la descripción de las zonas populares de la urbe: A Chin Chin, el teporocho pronto agregó nuevos títulos de su creación: Crónica de los chorrocientos mil días del barrio de Tepito, publicada por la extinta Editorial Novaro en 1973, y en 1980 Grijalbo lanzó Pu, también editada con el título de Violación en Polanco, novela donde la violencia sexual se transmuta en lucha de clases inmisericorde a bordo de un autobús urbano que recorre las calles de la capital. Pronto se instaló como novela de culto, pese a que Armando con frecuencia se refería al desdén de la élite cultural por su obra. En entrevista con Felipe Montoya Landaverde, de la Arizona State University, manifestó: EMILIANO PÉREZ CRUZ (Ciudad de México, 1955) es autor de Si camino voy como los ciegos (1987), Borracho no vale (1988), Pata de perro (1994), Ya somos muchos en este zoológico (2013) y Monstruopolitanos (2018), entre otros libros.

[En México] existe una soberbia intelectual, ya que no se esfuerzan por hacer un análisis crítico de la obra, un análisis desde la misma propuesta literaria que existe en la novela sino [que deciden] prejuzgarla. Pueden decir: ¡Ah!, él es de Tepito, es vulgar. Entonces, él no sabe escribir. Lleva varias novelas y sigue sin escribir. No se han tomado la molestia de decir: bueno, este güey por qué sigue tan aferrado. Digo, yo me imagino que si una persona escribe un libro es inteligente. O sea, yo no sé por qué le dan tanta importancia a si fonetizo el lenguaje o no. Porque por tales valores te pueden decir: está bien o está mal.

Y estabas inquieto porque ya se había tardado en su cuarto de hotel, ahí, en la Merced, en ese pinche hotel amarillento, luciferino, olorosamente horrible, y estás viendo el letrero de gas neón [...] y a ti de todos modos te gustaba mucho ese letrero del hotel Yucatán, ahí, en la plaza de San Sebastián. Te gustaba porque daba esas sensaciones de sexo o de erotismo arrabalero, y era bien mágico para las parejitas que fugazmente ocupaban esas camas de sábanas viejas, mil veces lavadas, mil veces tiesas. El novelista agrega más títulos a su producción: Quinceañera, Me llaman la Chata Aguayo, Sóstenes San Jasmeo, La casa de los ajolotes, ¡Pantaletas!: Confesiones sentimentales del estudiante Maciosare, el último de los Mohicanos!, El presidente entoloachado, La chachalaca, el pelele y el legítimo, La Tepiteada, Déjame... Se convirtió en el escritor del barrio por excelencia. No fue el Peladito Adecentado. Fiel a sus temas, supo que “el barrio no se inventa ni se adivina, se vive para escribirlo”, como señaló el escritor Arturo Palacios Juárez, uno de su lectores, en el feis. Trascendió la etiqueta de Cronista de Tepito para imponerse como novelista, jugando con el lenguaje popular, sus ritmos y cadencias. Y se ganó a pulso un lugar en la literatura mexicana contemporánea.

19/07/19 18:08


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