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ALMA DELIA MURILLO OTRA LUZ DE AGOSTO

CARLOS VELÁZQUEZ

MALPASO: PISANDO FUERTE

NAIEF YEHYA

HABÍA UNA VEZ EN... HOLLYWOOD

El Cultural N Ú M . 2 1 5

S Á B A D O

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Joan Miró: Mujeres y pájaros a la luz de la luna, óleo sobre tela, 1949 > Fuente > tate.org.uk

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

ESCRITORAS Y LECTORAS ROSA BELTRÁN SOBRE MARGO GLANTZ • BRENDA RÍOS • BLANCA LUZ PULIDO SOBRE CARMEN VILLORO • KAREN VILLEDA • XOCHIQUETZAL SALAZAR GARCÍA SOBRE ETHEL KRAUZE • VEKA DUNCAN

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Dedicamos la mayor parte de esta edición de El Cultural a expresiones de escritoras nacidas en México y que publican hoy en día, en un momento muy difícil para las condiciones de seguridad de las mujeres en su conjunto, a lo largo del país. Reivindicamos así la mirada, el talento y la calidad intelectual que aquí se explaya por distintos géneros: desde la crítica de sus colegas en activo, hasta la crónica, la poesía, la entrevista, el relato personal. De la lectura a la escritura, no hace falta añadir que la palabra les pertenece: la historia lo señala y estas páginas lo confirman.

MARGO GLANTZ VER O NO VER ROSA BELTRÁN @RosaBeltranA

H

ace unos años, se decía que los males de la humanidad se debían a la falta de información. Luego los sociólogos añadieron la falta de comunicación. Más tarde, a que la gente no leía y como no leía, no escribía. No sabía escribir. Las redes sociales vinieron a cambiar o al menos a transformar en parte nuestra idea de comunicación, de lectura y de escritura. Los correos electrónicos primero y después los mensajes por whatsapp hicieron del género epistolar otra cosa. Nada que ver con las misivas que aparecen en las novelas rusas o inglesas, nada con las supuestas cartas a lo Choderlos de Laclos en Las relaciones peligrosas, que en 448 páginas construyen una historia de manipulación amorosa y destruyen una vida. Los mensajes se volvieron cada vez más sucintos, pero también más inmediatos. Ahora llegan a su destinatario en tiempo real. Apenas en los años ochenta, vivir en el extranjero (como se decía, hoy con las migraciones masivas ya no sabemos en realidad dónde queda el extranjero) era informar a los seres queridos sobre la propia existencia mediante una carta de al menos dos cuartillas, ponerla en el correo y esperar entre tres y cuatro semanas para obtener respuesta. Estar en un chat es formar parte de una conversación vertiginosa que puede durar menos de tres

minutos con un intercambio de varios mensajes en que se resume una vida.

EL VÉRTIGO TEXTUAL En tuiter la comunicación se radicaliza aún más en términos de tiempo, espacio y destinatario porque la información aforística de quien escribe está destinada a ser leída por un mundo de lectores en su mayoría desconocidos. El que tuitea escribe, como hubieran dicho en el XIX, “al acaso”. Y escribe mucho. Los tuiteros de corazón escriben todos los días. El problema agudamente captado por Margo Glantz en el libro Y por mirarlo todo, nada veía (Sexto Piso/UNAM, 2018) es que ese vértigo textual que circula segundo a segundo hace que no podamos ahondar en la información, contextualizarla, que no podemos siquiera comprobar su veracidad. Aquello que no sea cierto pasará a formar parte igualmente importante en nuestro universo como fake news y será ejemplo de la posverdad. Con un tuit se destruyen prestigios y quizá peor, se deciden destinos de individuos y pueblos completos, se elige a presidentes con las peores credeciales, se construyen o derrumban imaginarios económicos, políticos,

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culturales. Antes con 140 caracteres (hoy 280) se arma nuestra idea de mundo, una idea que tomó siglos conformar antes de la existencia digital, en la era Gutenberg. Y se mide con el mismo rasero lo novedoso y lo antiguo, la tradición y la moda, lo importante y lo superfluo. Al reunir Margo varios tuits en un torrente que no distingue lo ruin y lo encomiable, lo banal y lo profundo, lo urgente y lo mediato (lo alto y lo bajo) como ha hecho ya en otros de sus libros, lo que hace es ponernos una lente de aumento frente a aquello a lo que estamos sometidos todo el tiempo y que por creer que dosificamos (al fin y al cabo tenemos la libertad de entrar y salir de tuiter cuando querramos, o eso creemos), no nos golpea de modo tan contundente como lo hace este libro. Un puñetazo en pleno rostro. “Porque al leer las noticias”, dice Margo, “¿qué es lo más importante?”. Y abre el libro con un inicio que es casi poético: ¿Que el 31 de enero de 2018 apareciera en el cielo una norme Luna azul, ensangrentada; que al conocer a Felice, su futura prometida, Kafka escribiera en su Diario: Un rostro vacío que llevaba abiertamente su vacío; que el ajolote mexicano sea el único animal capaz de regenerar extremidades, órganos y tejido; que El Cabo, en Sudáfrica, sea la primera ciudad en el mundo que se quedará totalmente sin agua? Y la contabilidad de lo que transforma al mundo como no ha sido transformado en milenios se sucede con noticias que pudieron haber ocurrido cuando fuera, como que un tigre ande suelto por las calles de Acapulco; que haya habido tigres sueltos y no sólo tigres, sino rinocerontes, en calles de Bogotá cuando escaparon del zoológico faraónico de Pablo Escobar; o noticias que no imaginamos, como que el plástico, así como las redes sociales, haya sido benéfico y ahora contamine.

EL SINSENTIDO QUE IMPORTA Y por mirarlo todo, nada veía es un libro inclasificable. No sólo es atípico sino descolocador, incómodo. Es un libro difícil. Porque nos confronta con nuestra manera de leer, además de lo que de por sí nos confronta su contenido. Porque uno lee de modo distinto en texto que en el móvil o la computadora, porque los tuits no son mensajes para ser publicados de una sola vez, en texto impreso. O no eran.

Al ser puestos así, los tuits conforman prácticamente unos anales, un documento. Anales del absurdo, de un mundo bizarro si no fuera el nuestro. Anales como nunca los hubo en la humanidad porque muestran la peculiar manera en que leemos y escuchamos noticias que ponen al mismo nivel del sinsentido lo que nos importa. ¿Qué será más importante?, pregunta: que se suscitara una polémica entre Marruecos y México por una cola de dinosaurio subastada a favor de las víctimas del terremoto del 19 de septiembre del 2017; que haya quienes tienen la válvula aórtica atrofiada; que parezca una tragedia que se divorciaran Brad Pitt y Angelina Jolie [...] que Madonna le diga a Sean Penn, Todavía te amo [...] que haya ganado el Nobel Bob Dylan y no fuera a Estocolmo a recibirlo, pero que sin embargo lo haya aceptado, que Patti Smith cantara una de sus canciones en Estocolmo y se interrumpiera a la mitad porque se puso nerviosa [...] o que haya muerto Leonard Cohen y muchos piensen que era él quien debía haber ganado el Nobel. Quizá ninguna de estas noticias sea más importante que otra; quizá con el paso de los años se vayan volviendo menos y menos importantes, o quizá ya nada de esto importe. Pero ¿importa entonces que el estado de la Tierra hace trescientos millones de años fuera particularmente hermoso porque aún no había seres humanos y porque las flores aparecieron al mismo tiempo que los dinosaurios? ¿Importa la nostalgia de un mundo que siempre habrá sido mejor cuanto más atrás haya existido o importa que por estar en este mundo, aquí y ahora, nos sea de primerísimo nivel de importancia que desde hace tres años nieve en el Sahara o que el Fenómeno del Niño devaste grandes territorios con sequía o inunde otros donde antes no llovió una gota, como en Comala? Las noticias sobre violencia son las más abundantes, pese a toda la variedad de asuntos que aparecen en este libro y ello hace que la sensación que queda al final sea tan o más trágica que la que nos dejan los noticieros quizá porque en este bosque de mensajes son poquísimos los tuits que nos hacen amar al mundo o sentir que el mundo tiene sentido, no porque no haya profundidad en la pregunta hecha una y otra vez, qué será más importante, ni en lo que se elige poner “que haya marchas y marchas y que de eso dependa lo que la marcha signifique;

“Y“ POR MIRARLO TODO, NADA VEÍA ES UN LIBRO INCLASIFICABLE. NO SÓLO ES ATÍPICO SINO DESCOLOCADOR, INCÓMODO. ES UN LIBRO DIFÍCIL. PORQUE NOS CONFRONTA CON NUESTRA MANERA DE LEER, ADEMÁS DE LO QUE DE POR SÍ NOS CONFRONTA SU CONTENIDO .

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A partir de una foto en twitter.com

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Margo Glantz (1930).

o que Dolce y Gabanna diseñen oportunamente ropa para musulmanas”, sino porque ante un mundo catastrófico y espantoso, a final de cuentas lo único realmente sensato parezca ser la aparición eventual de un colibrí.

OJOS QUE MIRAN SIN VER

ROSA BELTRÁN (Ciudad de México, 1960) es novelista, cuentista, ensayista y editora. Ha escrito las novelas La corte de los ilusos (1995) y Efectos secundarios (2017); el libro de cuentos Amores que matan (2018) y el libro de ensayos Verdades virtuales (2019), entre otros.

Me pregunto si esta elección se debe a que así es el mundo captado por una de sus más asiduas y eruditas tuiteras o porque es Margo Glantz quien lo capta y compila. A fin de cuentas: la importancia de este libro donde Margo dice, parafraseando a Sor Juana, que “por mirarlo todo, nada vemos” es muy grande pues se trata de un libro-espejo en el que podemos leer quiénes somos. Yo invito a leerlo de a poco o indigestándose, según el grado de compulsión de cada quien, para tratar de entender esta época compleja, donde resulta menos grave mentir, extorsionar, desmembrar, ejecutar, desaparecer, levantar, asesinar mujeres que usar un lenguaje que sea aprobado por los criterios de lo políticamente correcto y donde es muy difícil entender por qué hay necesidad de informarlo todo, de informarnos de todo aquí y ahora. Los invito a leer para comprender por qué acudimos a esta extraña vía llamada redes sociales, llamada tuiter, y por qué estando en ella es tan difícil entender que algo haya sido posteado, etiquetado, compartido, publicado, gustado, felicitado a granel, personal, particular y especialmente a los que diaria, mensual y anualmente cumplen años, publican, desaparecen, reaparecen, mandan enlaces. Por qué resulta casi inverosímil que se haya buscado personas, lugares y cosas, editado a menudo el perfil, enviando mensajes y enlaces privados y públicos, que se creen a cada instante grupos, se bloquee a grupos, se haya opinado, guardado, recaudado, compartido, repartido, departido, reservada y libremente... que haya adictos a las redes sociales, que haya usuarios, imitadores de Banksy, que escriben o dibujan en los muros virtuales, que se manden fotos personales o que se añadan datos íntimos, se soliciten, avisen, inicien amistades, aunque a muchas personas no se les conozca, que la gente se divierta, procrastine y en el ínterin verifique que ha ocurrido un acontecimiento fundamental en sus vidas. Uff. Si todo esto existe es tan sólo porque resulta realmente difícil entender, hoy día, que la vida sea eso que ocurre mientras yo tuiteo.

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Los versos bien logrados iluminan parcelas de realidad que suelen quedar ocultas porque las vemos a diario y, de esa manera, desgastamos sus bordes. Es notable la capacidad de Carmen Villoro para mostrarnos con filo eso que no habíamos visto a pesar de tenerlo enfrente (¿ justo por tenerlo enfrente?). La también poeta Blanca Luz Pulido plantea en este ensayo que el más reciente libro de Villoro ofrece un paseo por la ciudad que es nuestra, de cada uno, cuajada de latidos y revelaciones.

LA RELOJERÍA POÉTICA DE CARMEN VILLORO BLANCA LUZ PULIDO

C

uatro secciones —“Exteriores”, “Fronteras”, “Emplazamientos” e “Interiores”— configuran El habitante, de Carmen Villoro. Publicado en 1997 en un pequeño volumen de Ediciones Cal y Arena, esta nueva edición de Editorial Paraíso Perdido es como su hermana grande por varias razones, entre ellas, el regalo de 16 estupendas fotografías de José Luis Sánchez que, al ilustrar fragmentos del libro, construyen un discurso gráfico que lo enriquece. Entre la poesía y la crónica subjetiva, la narración y el apunte filosófico, nadie podría definir con certeza a qué género pertenecen estas páginas: lo importante es lo que transmiten, lo que nos cuentan. Su hilo conductor, cercano a lo narrativo, es una mirada cargada de asombro, donde habita una poesía flexible, híbrida y jubilosa, nostálgica y lúdica. Si algo distingue El habitante de otros libros de Carmen Villoro, me parece, es el trabajo con la memoria, incluso el de las memorias atesoradas desde la infancia, y la recuperación del recuerdo, pero un recuerdo creado a través de los poemas, dentro de ellos o mediante ellos, diríamos.

SOMOS UNO Y TODOS En la solapa de En un lugar geométrico, también firmado por Villoro, se lee: “Carmen busca suscitar [...] pero al mismo tiempo crear en las palabras esa experiencia a la vez propia y de todos”. De ese modo, aquí las vivencias de la autora aparecen transformadas en poemas que parecen cuentos que parecen crónicas pero son profundamente poemas. Mezcla la ficción, la invención y la ironía; posee una imaginación tan viva que nos transporta a esa infancia y adolescencia de la que nacen muchos poemas de El habitante. Es el caso de “Alcantarillas”, donde la visión-adivinación de lo que yace en capas subterráneas de la ciudad se transforma casi en pesadilla:

A LCANTARILLAS. Puertas cifradas. Vestigios de armaduras medievales. [...] Párpados abiertos al sueño alterado de la urbe. Instantes que ceden a la visión de su propia oscuridad como los ojos de un ciego. [...] Largos y agudos vasos que nos nutren con el tiempo de los muertos.

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@Bluzpulido

¿Cuáles son los temas del libro? Claros y a la vez llenos de símbolos, los poemas de “Exteriores” hablan de sitios urbanos como calles y avenidas; los de “Fronteras” abordan transportes, lugares siempre en tránsito, como trenes y escaleras; los de “Emplazamientos” se refieren a espacios clave que cifran memorias (cines, teatros, museos) y, por último, a la sección “Interiores” corresponden poemas sobre nuestra vida secreta, la de puertas adentro. Muchos poemas del libro se construyen mediante imágenes, a través de las cuales Carmen habla de parajes vistos sin la presencia humana, pero a la vez dibujados con tintes íntimos, lo que construye una paradoja magnífica: esa intimidad que sentimos descrita en los poemas, creada en ellos, a la vez nos liga con los demás. Lo particular llevado a la luz se vuelve de todos, sin dejar por eso de hablar de una manera distinta a cada quien. Son ésas las magias propias de El habitante. He aquí algunas de esas imágenes: las plazas se divierten los domingos, los edificios en obra negra nos permiten “acceder a la intimidad de lo inorgánico”, los rascacielos dan “la impresión de ser insectos en las grietas de la piel de un enorme animal palpitante” —metáfora maravillosa de cualquier gran ciudad. Además, la autora hace que pensemos en esos sitios como si aparecieran ante nosotros por primera vez, ya que no se trata de descripciones sino de re-invenciones hechas por una mirada que nos descubre algo que no habíamos visto, ni pensado. Lo que nos rodea es casi invisible pues rara vez nos detenemos en ello: tomamos esas realidades como si siempre hubieran estado ahí y nos volvemos ciegos a su misterio, a su realidad profunda. En el poema “Departamentos” se lee: Entre cuatro paredes nos perdemos, somos el propio océano, buscamos el horizonte en la inmensidad de la memoria. El viaje al interior es infinito, y el infinito anhelo humea en las lejanas azoteas y se confunde luego con las nubes. Este fragmento ofrece una pequeña muestra de la relojería poética con la que opera la

autora: mezcla lo material con lo inmaterial, lo cercano con el infinito. Pausas y silencios son también parte del libro. En esta segunda edición pasó de un pequeño formato, donde los textos estaban unos junto a otros, en apretada concurrencia, a constituir un objeto hermoso, con bella tipografía y grandes blancos que nos permiten hacer las necesarias pausas entre poemas. Es como si el libro hubiera llegado a su más adecuada forma de existir. A su emplazamiento más propicio. El espacio entre los textos los ayuda a existir, y quien lee aprecia mejor las operaciones de ingeniería verbal que realizan los poemas, donde en apariencia todo es sencillo, con la difícil sencillez de la escritura que da en el blanco. Es un placer perderse en las calles de este libro, en sus laberintos, en el ladrido de sus perros, en sus recuerdos vivos en medio de calles, parques, cines, lámparas de buró, tan sólo en apariencia inanimados: son los verdaderos protagonistas.

LAMENTO DEL HABITANTE Y el libro es también un lamento y una elegía: una celebración de los ritos que nos mantienen unidos, los lugares que nos confieren identidad. Al final de “La ciudad”, primer texto del libro, figura esta premonición: Cuando una ciudad cambia, violenta nuestro recuerdo. [...] La demolición de ciertos edificios derriba no solamente muros sino partes de nuestra identidad. Tenemos la sensación, entonces, de que alguien atenta contra la intimidad. Algo muy personal y profundo se agrieta con la pérdida de los sitios que alguna vez habitamos. Entre el habitante y la desmemoria al acecho se alzan estos poemas. En ellos podemos sacar a pasear recuerdos a través de esquinas, aparadores y escaleras donde vive la poesía y el encuentro plural que nos regala. BLANCA LUZ PULIDO (Estado de México, 1956) es poeta, ensayista y traductora, entre otros, de los autores portugueses Nuno Júdice, Ruy Belo y Ana Luísa Amaral. Algunos de sus libros de poesía son Cerca, lejos. Antología personal 1986-2013, publicado en 2014, y Poderes del cuchillo (2016).

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La escritura implica una declaración de principios hacia las palabras: además de lo que significan, el autor valora la textura de cada una, lo que sugiere, qué evocaciones olfativas y de sonoridad conlleva. Al final elige una, y no otra, considerando todas sus aristas. Adicionalmente, quien escribe poesía sabe que también los silencios dicen, comunican. Esta aproximación al nuevo libro de la mexicana Ethel Krauze busca desentrañar la función de ambos actos: el que nombra y el que calla.

EL LABERINTO MÍSTICO DE ETHEL KR AUZE XOCHIQUETZAL SALAZAR GARCÍA @xochiquetzalxq

T

ras leer Un nombre con olor a almizcle y a gardenias, ebria de sensaciones brota mi texto y sé que emana desde el affidamento. Este vocablo, resignificado por las teóricas del feminismo de la diferencia, es una alianza ética entre mujeres, desde la cual reconozco la autoridad poética de Ethel Krauze y estoy cierta de que su escritura potencia la mía yla de otras mujeres. De esa fuente abrevan mis palabras. La poética de “un nombre con olor a almizcle y a gardenias” se inicia en un tiempo oracular: ... las horas ciegas las horas sordas las horas muertas. (18)1

Sitúa a quien lo lee en un laberinto místico construido de versos cíclicos, arquitectura especular en donde se multiplican los espejismos. Ethel nos guía descalza por territorios sagrados, bordeando el lenguaje y sus abismos, cruzando la liminalidad por las grietas de la existencia y sus misterios: produce la encarnación de la esfinge. Este poema de largo aliento es un salmo a la Unicidad. Una sola súplica: nombrarse. Reverbera en mí su salterio, pues la génesis de mi rapto poético también es bíblica. En particular de los 150 salmos pronunciados por la voz de mi madre en la infancia. La alabanza mistérica de la autora está escrita desde la carne femenina, desde la lengua materna y dialoga con la sacralidad. Su invocación no tiene género, es un ente no binario, en donde cada lector/a proyecta su deseo: sea divinidad, Ser, totalidad. Inquisitoriamente releí cada verso en búsqueda de algún atisbo de una advocación generizada y encontré: Porque abres un ojo en el huerto de los secretos, nómbrate, abre tus piernas de magma abre tu dulce valva de incendiada roca, ábrete y te miraremos. (4) Valva tiene dos acepciones que hacen sentido con el verso, una del ámbito de la botánica y otra, de la zoología; en la primera es una pieza que, junto con otra, forma la concha de los moluscos, los cirrópodos (percebes) y otros invertebrados, y en la segunda, dichas piezas forman la vaina de ciertos frutos que se abren al madurar, como las habas. Aunque ni en una ni otra acepción la valva es femenina, evidentemente evoca una vulva. Cavilo

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y entonces este ser al que la poeta le suplica nombrarse se me antoja uno de género fluido (como postula Sylvia Marcos que lo eran las deidades mesoamericanas).2 Lo que resulta innegable es que quien invoca es una mujer que escribe desde la experiencia femenina. Por ello pienso que es una escritura que genera una autoridad epistémica desde la cual podemos abrevar como escritoras. Trazando una genealogía de mujeres que escriben y gestan espacios desde el lenguaje para acercarse a lo sagrado, como sacerdotisas que inician a otras en los misterios. En donde el acto propiciatorio es el ritual lingüístico. La súplica es que la Unicidad se nombre a sí misma, que surja de ella la autopoiesis. Nómbrate ortiga o hijo o grieta en la pared... (27) Nómbrate y te cuidaremos... (53) No tendrá fin tu nombre [en nuestras manos. (56) La autora no trastoca la prohibición judaica de no pronunciar el nombre de su dios, en su poética no aparece Su nombre, sino la súplica de que se nombre. El nombre como la posibilidad de comunicación, como el tenue trazo de un rostro. El poema es un desciframiento. Nos muestra que su ontología poética desborda el lenguaje en su polisemia. Alicia Zendejas, escritora que acompañó la gestación de mi poemario a las diosas mesoamericanas, me tachó un verso que retaba al misterio a ser develado: “pronto descubriré tu rostro, ya estoy cerca”. Alicia me dijo que el misterio nunca se descubre. Después de su muerte entiendo que la poesía es rodear la nada, la danza alrededor del fuego. Así, la poeta nos lleva a la experiencia de lo inasible —“Tu nombre espuma en altamar / ¿cómo atraparlo entre los dedos trémulos del aire?” (20)—, de lo ininteligible —“Un horizonte de penumbras / escondido en tu nombre es la respuesta” (19).

La pulsación de este poemario oscila entre la experiencia de discontinuidad y continuidad a la que Bataille alude en El erotismo.3 La experiencia del erotismo sagrado en donde el yo se diluye en un arrebato místico. Así, Un nombre con olor a almizcle y a gardenias, en sus metáforas que nos conducen a la disolución, hace de la búsqueda la experiencia interior. Desde que leí los primeros versos de esta obra se me reveló su cariz mistérico. Emergieron comparaciones con los Misterios Eleusinos que me fueron dados a conocer por mi maestra Elsa Cross la cual, retomando a Kerényi, alude a los Mysteria como “La festividad de entrar en la oscuridad”, “Hundirse en la propia oscuridad para extraer la luz”,4 en tanto que el verbo del que deviene el misterio alude a esa experiencia de los adentros, la mirada interior a la que nos conduce Ethel Krauze. Los aspectos más importantes de los Misterios de Eleusis y de los demás son la creencia en el poder sagrado de la vida, conferido al aspirante a través de la iniciación; la creencia en que a toda muerte sigue un renacimiento, y en que después de morir, el iniciado no irá a un lugar de dolor o aniquilación, sino que alcanzará una forma de inmortalidad.5 Tras leer a Ethel puedo decir que me he convertido en epóptes, “la que ha visto”. Y con gratitud me uno al benevolente compromiso de la autora: Nómbrate y devolveremos la palabra resonando intacta. (30) Notas Ethel Krauze, Un nombre con olor a almizcle y a gardenias, Torremozas, Madrid, 2018. 2 Sylvia Marcos, Feminismos ayer y hoy, UNAM, México, 2010, http://conceptos.sociales.unam.mx/conceptos_final/429trabajo.pdf Consultado el 13 junio, 2019. 3 Georges Bataille, El erotismo, Taurus, Barcelona, 1985. 4 Elsa Cross, “Los cultos mistéricos del mundo griego”, Revista de la Universidad de México 38, pp. 40-47, UNAM, México, 2007. http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/ view/2814 Consultado el 13 junio, 2019. 5 Idem. 1

XOCHIQUETZAL SALAZAR GARCÍA (Cuernavaca, 1976), artista liminal, siempre en las fronteras entre géneros, y docente universitaria, está incluida en la Antología de Creadores Morelenses 2008/2009. Entreletras.

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Una autora viaja a Brasil para encerrarse durante sesenta días en lo más profundo de una isla remota, con gente desconocida. No, no participa en un reality show, sino en una residencia de escritura. Ahí conoce el sabor de la soledad-sin-endulzantes y se confronta con su yo que “no tiene andamios”. También aprende sobre el axé, suerte de conexión con la tierra, y los orishás, dioses que parecen pandilleros. La experiencia, narrada en esta crónica, la hace decir que aprendió a mirar a los ojos.

VIVIR EN UNA ISLA EN EL FIN DEL MUNDO

Q

uien llegue a Bahía conocerá Guinea. Algo así leí en uno de los ensayos breves de Antonio Risério, antropólogo bahiano, pero eso sería mucho después de haber llegado a Salvador, Bahía de todos los Santos, en Brasil. Lo primero fue recibir el olor de la ciudad. Lima, mi querido amigo, llevaba la maleta y yo lo seguía como podía en pleno centro de la ciudad, entre puestos de frutas, ropa colorida. Dos olores mezclados, fuertes: el de la gente y de las mercancías. Un regalo, un golpe en la cara, todo a la vez. Yo veía esas carretillas expuestas, entre paradas de autobús, estudiantes, amas de casa, gente con prisa. El calor mordía por el cuello, por las orejas. Alguien me respiraba en el rostro y su aliento era una máquina hirviente. Calculé mal las fechas y debía quedarme con mi amigo una semana, pero al final me quedé dos. Abusé de su hospitalidad, como decimos en México, tan conscientes de esa palabra; por nuestro pasado árabe-hispánico, por los ancestros nahuas, por lo que sea, somos demasiado conscientes de no molestar. Lima Trindade es escritor, en esos días lanzaba su quinto libro, una novela con tintes autobiográficos sobre la fundación de Brasilia. Él y su esposo, Marcelo Frazão, artista y poeta, fueron mi familia adorada. Lima posee una de las mejores bibliotecas que he visto jamás. Una selecta. Literatura francesa (los brasileños aman Francia aunque desde hace dos siglos ya no es la capital cultural de Occidente), además de rusa, norteamericana, latinoamericana... Para leer todo eso necesitaba por lo menos cinco años. Yo debía pasar por Salvador unos días antes de ir a Itaparica —isla a una hora en ferry de ahí—, para cumplir con una residencia artística. Dos meses en una casa colonial, en un lugar donde internet es casi inexistente. Mi proyecto fue seleccionado entre novecientos —quién diría que una isla en el culo del mundo sería tan cotizada— y seis artistas, mujeres todas (coincidencia, afirmaban los organizadores) debíamos ir a escribir, bailar, pintar, hacer una película o dormir y ver el mar todo

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el puto día si quisiéramos. Nos prepararían comida bahiana —patrimonio intangible de la humanidad según la UNESCO—, la habitación estaría limpia y no tendríamos nada de qué preocuparnos. Tres brasileñas, una mexicana y dos gringas. Una de origen indio radicada en Chicago, casada, dos hijos, rica. La otra, una negra, 24 años, que vivía en Berlín y llevaba dos años saltando de residencia en residencia —la mayoría de las becas cubren el pasaje de avión y van de los dos a los nueve meses; algunas además incluyen una especie de salario. Ésta, la mía, no incluía ni pago extra ni pasaje —la era Trump-Bolsonaro es una de las más oscuras respecto del arte.

SIN CAPARAZÓN No es para todos, debo decir, lo de una residencia. Para alguien como yo, que vive de dar talleres y hacer freelance, fue un mal negocio. Me fui con los ahorros y regresé semanas después para ver la ciudad que siempre me dio trabajo ahora convertida en una urbe opaca, desempleada y más carente que nunca. En la ecuación del dinero perdí. Pero, con todo, esos sesenta días en la isla me hicieron escribir, pensar y sentirme sola como nunca en la vida. Recordé uno de los episodios más traumáticos de mi vida adolescente: a mis padres, poco antes del divorcio más culero de la historia universal de los divorcios, se les ocurrió que yo debía hacer un retiro espiritual. Mi padre era ateo pero en esa época no quería pelear más, supongo, así que me dejó ir. Mi madre, beata de novela, fue la autora intelectual del suceso: un fin de semana con adolescentes de la iglesia lograrían hacer de su hija medio mula un ser de amor y gratitud. Lo que en verdad sucedió es que tomé una conciencia de mí misma como si hubiera estudiado por años a Kierkegaard. Aunque odié la iglesia para siempre, aprendí sobre lo que la gente hace para embonar, para hacer amigos, para que los quieran, así sea por dos días. Y aprendí a defenderme. Cuando esos guías aprendices de psicología

Fuente > en.wikipedia.org

BRENDA RÍOS

“PARA “ ALGUIEN COMO YO, QUE VIVE DE DAR TALLERES Y HACER FREELANCE, FUE UN MAL NEGOCIO... EN LA ECUACIÓN DEL DINERO PERDÍ. PERO, CON TODO, ESOS SESENTA DÍAS EN LA ISLA ME HICIERON ESCRIBIR, PENSAR  . cristiana me querían aplicar su metodología para romperme y aceptar a Cristo, resistí. Estoy en una foto masiva de ese retiro. Me hicieron escribirle una carta a mis padres pidiéndoles perdón. Ellos debían pedirme perdón a mí y a mi hermano por hacerse mierda por años. Lo hice, pedí perdón. Y mi madre fue feliz y yo veía mi cara en esa foto, mi cara de enojada con todo. Y saber qué significaba estar sola entre idiotas. Así me sentí en la isla. No porque los demás fueran idiotas (una de las gringas era una hija de su puta madre, pero idiota no), sino porque noté que estar fuera de mi círculo de amigos, de lo que yo conocía e incluso pensar en un idioma que no era mío y que me lo recordaba cuando estaba cansada y no conjugaba bien un verbo, todo me hizo tomar conciencia de que fuera de eso que me hacía ser quien era y estar alejada de mis queridos, yo estaba sola. Y yo era horrible. Cursi, necesitada, pordiosera de cariño, eso era a la mitad de la residencia. La primera sorprendida fui yo. Me quedé sin andamios. Me derrumbé como no lo hice a los 16 en ese campamento

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cristiano; ahí, en una isla a treinta grados y un sol que mata, me quedé sin caparazón.

ENCONTRAR Y PERDER Escribí un libro, leí con devoción, me concentré. Me rehice. A mitad de la residencia me quebré una mano, fui al hospital, me hicieron rayos X. Y luego me la pasé el resto del viaje con una tablilla en el brazo, lo que me impedía escribir. Podía leer a ratos. Los moscos no me dejaban estar mucho tiempo en la intemperie, tampoco. Así que debía aceptar el aprendizaje o enfurecerme. Primero, claro, hice lo segundo. Qué coño era eso. Ver el mar y no poder meterme. La residencia artística se volvió un tiempo de reposo y de pensar. Como en una clínica psiquiátrica. Sin las drogas. Lo irónico es que la hermosa casa colonial estaba a metros de un territorio en disputa por una de las bandas del narcotráfico. La isla es muy pobre, los chicos rara vez llegan a la universidad y si la población no muere es porque la isla misma alimenta. Hay frutos, marisco, pescado. Pero tiene una precariedad tremenda. Fue por mis idas al hospital que pude notar todo eso. Por salir de la burbuja de niña blanca que vive en una casa atendida por personal negro, porque vi y olí, porque aprendí a entender y porque pude hablar como se habla ahí. No estaba yo en el culo del mundo. Estaba en otra parte y esa parte era buena, era un punto de partida, un lugar donde crecían cosas. El sol mata pero hace crecer. El agua mata pero hace crecer. Hay selva, hay mangle, hay insectos, hay ranas, hay flores, hay pájaros que sólo existen ahí; por supuesto, no sé sus nombres. Hay una mística en todo lo que se dice. Los itaparicanos tocan mucho. Y tienen su lado oscuro. Tienen la belleza y una parte donde nadie más entra, una parte hecha de misterio. Fue algo que sentí. No algo racional. La isla es un ente que pide cosas. Y da a cambio de eso que le es entregado. Antes de llegar ahí yo tenía una vida sólida, podía ganar dinero con lo que escribía, tenía un libro a punto de ser publicado y una persona a la cual querer. Tenía amigos. Y proyectos, ideas en la cabeza. Al salir, como en un viaje iniciático, no sabía qué seguía, tenía una mano menos, las piernas llenas de piquetes de moscos, ninguna oferta de trabajo, los ahorros mermados y la persona que me quería había dejado de buscarme casi al mismo tiempo que el accidente de mi mano. Viento en contra, dirían los marineros. Dete, Lavínia y las chicas me acompañaron al taxi. Yo casi lloro al dejar ese lugar donde fui no sé qué y estuve de pésimo humor y encontré y perdí.

EL AXÉ, LOS ORISHÁS Aterricé de nuevo con mis amigos en Salvador antes de volver a México. Hubo una fiesta de despedida y yo hablaba a mitad de una pesadilla sobre la isla, un barrio donde estábamos

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Fuente > santeriachurch.org

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“ANTES “ DE LLEGAR AHÍ YO TENÍA UNA VIDA SÓLIDA, PODÍA GANAR DINERO CON LO QUE ESCRIBÍA, TENÍA UN LIBRO A PUNTO DE SER PUBLICADO Y UNA PERSONA A LA CUAL QUERER. TENÍA AMIGOS. Y PROYECTOS, IDEAS .

BRENDA RÍOS (Acapulco, 1975), escritora y correctora, imparte talleres de escritura creativa. Es autora de Raras, ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora (2019) y La sexta casa (2018), entre otros. Algunos de sus libros se pueden descargar en cuadronegroediciones.com

rodeadas de narcotraficantes (no sabíamos al respecto), del candomblé, de mi orishá, pero estaba en otra parte, más profunda, más intocable. Me rozaban la mano lastimada como si les diera suerte. Me deseaban lo mejor. Profesores, escritores, artistas. Mi vida ha estado siempre rodeada de personas así. Una vez que dejé de vivir con mamipapi, claro está. Salvador fue mi refugio. Pero no sabía de qué. La isla estaba enfrente. En la noche, en la casa, podía ver las luces de la ciudad de Salvador. Y ahora, ahí, me sentía lejísimos. Las islas tienen un movimiento, deben tenerlo. Y en la oscuridad de la noche ese movimiento no pasa en silencio. Salvador vibra. Y Bahía no tiene que ver con Brasil. Yo había estado ahí ocho años antes, conocí a Lima y a João Filho el mismo día. A João lo traduje para Calygramma. Pero nunca imaginé que volvería. Y que la sensación sería otra. Me escuché hacer planes: regresar y vivir seis meses, rentar una casa y escribir (como si yo viviera de mis rentas, ja). Debe ser el axé, pensé, eso que se tiene en la tradición del candomblé, mezcla de bendición y regalo. Tener axé es tener soul, estar bendecido, tener ese algo, lo espiritual, parte de una conexión con la lengua, con la tierra, con algo que une. Los que no pertenecemos al axé tenemos una existencia que flota sin sentido. El candomblé mismo, por ejemplo, da sentido a la vida pero exige mucho a cambio. Demanda sacrificios, alimentos, bebidas, comportamientos de tal tipo, de acuerdo con el orishá del que se es hijo. Cada orishá tiene su propio catálogo de premisas. Jorge Amado era devoto seguidor del candomblé, comprendía la magia. Y en esa isla en particular era casi normal ver a los dioses-humanos departir la fiesta, enamorarse, buscar pelea. Los orishás no son dioses al estilo cristiano: no son santos, no son ejemplos de lo que uno

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debe hacer. Parte de su belleza es su propia humanidad. Cometen errores, son pasionales, se enojan, se emborrachan, se pelean a muerte con otros orishás, son territoriales. Son más cercanos a líderes de pandillas que a una vida ejemplar. Pero el axé une. Jugaba con los habitantes de la isla a una pregunta: “¿a usted le gusta vivir en la isla?”. Y sabía la respuesta: una vez que usted llega no querrá irse. Eso, visto desde la distancia de tiempo y geografía podría ser una maldición. La isla llama. Dice. Nombra. Una residencia artística puede ser un sueño. Enciérrese a escribir. Viaje al fin del mundo. Conrad estaría orgulloso de mí: conocí la entraña del mangle y sobreviví, casi. Antonio Risério, el antropólogo, amigo de generación de Caetano Veloso y Gal Costa, exasesor de Lula, desencantado del PT, vive enfrente de la residencia, retirado a escribir, pero ama la polémica. Su esposa, Sara Victoria, es una compañera ideal, paciente; obsesiva con su propio trabajo, hace cerámica, óleo, pan, ama cocinar. Soñó un tiempo en unirse al EZLN. Le dije que hizo bien en seguir su vida. Conversamos. Bebimos Heineken. Risério ama ser quien es. Y escribe libros que no se pueden conseguir en su zona, uno debe ir a Río o a São Paulo para encontrarlos; ambas ciudades están a unas horas en avión de la isla. Escribe sobre la identidad bahiana, sobre la negritud, sobre cómo Bahía es otro país. Y estoy de acuerdo. Bahía no es Brasil. Por ahí llegaron los portugueses en 1500. La mayoría de la población es negra. Es un lugar con orgullo: María Filipa tomó una rama de ortigas y con ella atacó a los invasores. Bahía es de los pocos sitios en Brasil donde se presentó resistencia a la invasión portuguesa. Lo que tiene en la actualidad, además del centro histórico de Salvador y la casa de Jorge Amado, es ser el lugar donde João Ubaldo Ribeiro, autor de ese libro monumental, Viva o Povo Brasileiro, donde explica en detalle cómo algunas tribus de la isla (Itaparica) ponían a los portugueses en jaulas y luego se los comían. Comerse a alguien no por hambre sino también por apropiarse del otro, tener su conocimiento, su historia. Ahí surge un mito al respecto. El canibalismo es un gran tema, pienso. Una de mis amigas cineastas me puso la película Ex Isto, de Cao Guimarães, sobre qué haría Descartes en Brasil, basada en Catatu, un libro inconseguible de Paulo Leminski. Y es justo eso lo que imaginé: no hay manera de resistir Brasil, no tiene fórmula. Sólo los que viven ahí, los que saben de qué va pueden amansarla, vivirla. Bien, estuve en Bahía y en una isla caníbal. Aprendí a caminar, a mirar a los ojos, a reconocer el acento africano en la sílaba, a respetar, a ser mirada. Eso fue Bahía: un aprendizaje de lo bárbaro, lo limpio, lo sucio, lo hermoso, lo feo, lo oloroso, todo viviendo al mismo tiempo. Y ese tiempo es justo ahora, los orishás bajan y saben que la fiesta dura un instante: aman divertirse y pasar un tiempo entre nosotros.

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Merecedor del Premio Clemencia Isaura de Poesía 2017, Kús inventa —y busca recuperar— el lenguaje de un pueblo imaginario mesoamericano. La autora nació en Tlaxcala, publicó Agua de Lourdes. Ser mujer en México (2018) y Visegrado (2018), además de mantener el sitio www.poetronica.net, donde dialoga con poesía y multimedia. En este fragmento del libro premiado, Villeda desgrana los detalles de la lucha por una tierra, al tiempo que ahonda en los papeles que la historia confiere a ganadores y derrotados.

KÚS KAREN VILLEDA @KarenVilleda

“Las Montañas Rocosas buscaron a aquel niño en su décimo

Pilas de caballos muertos.

cumpleaños” Destino Mackenzie, el hombre, lloriqueaba cuando su padre le decía Su madre Winona lo vistió con un apretado taparrabos Mi querido

Saca el estiércol de los corrales y llévalo a las faldas de la Montaña de Agua

Coyote, es una ocasión especial repleto de estrellas De cuatro picos borda-

Limpio. Dile que eres el Niño del Excremento y que te tome como su hijo. Eres

das con terciopelo azul cielo Mi querido Coyote, divide tu melena en dos

mi ofrenda. Tú y yo no nos parecemos en nada, ni siquiera en los orificios.

Mi querido Coyote Le trenzó el cabello Era un vestigio Aquel niño tardó una madrugada entera en tener un nombre La Montaña de Agua Limpia

Destino Mackenzie, el hombre, ensordeció durante noventa y nueve

le veía cara de Ferocidad

segundos. Sacó al potrillo de las entrañas madres y lo montó desnudo. Tro-

Le veía cara de

taron débilmente. Por ti reanudaré la matanza, gritó Leotis Mackenzie. Pero

“Una de las estrellas tenía un poco de negro”

salieron ilesos.

Le veía cara de “Un polluelo con un penacho” 1

“Así llegó el oro”

Hasta que lo nombró Destino. Destino Mackenzie, el hombre, tuvo la misma visión que llenó los ojos Destino se llama también tu hermana decía enfurecido Leotis

del Jefe Joseph antes de caer rendido a solo 40 millas de la frontera de

Mackenzie. Nuestra princesa india. ¿Qué va a pasar con ella? Le coseré

Canadá.5

sus facciones a una muñeca de trapo vestida con un traje ceremonial en

Debe de haber diez mil cabezas de caballo en ese refulgente prado. Destino Mackenzie, el hombre,

miniatura. Leotis Mackenzie le cortó el fleco a Destino Mackenzie, la mujer

son más de las que tenía Leotis Mackenzie

y cuando lo supo

quiso beber agua

la Montaña de Agua Limpia,

ellos tienen los pies negros porque el oro les hizo perder la cabeza.

le envió un castigo a Leotis Mackenzie por su altivez. Destino Mackenzie, la mujer, se esfumó.2 A partir de entonces, mi

El Jefe Joseph, entrelazando sus manos, le decía a Destino Mackenzie,

Destino Mackenzie fue conocido como Destino Mackenzie, el hombre.

el hombre Hice mi mejor esfuerzo, lo maté El Jefe Joseph formó un ovalo con

Supieron que Destino Mackenzie, la mujer, fue renombrada “Vuelta de

sus manos y sopló sobre él Se convirtió en un turpial gorjeador Destino Mac-

un País Lejano” porque conoció al hombre blanco y salió de los Grandes 3

kenzie, el hombre, se vendaba los ojos con sus propias palmas

Lagos. “Curaba con la niebla”

“No aparecería la primavera”6

“Tuvo bastardos” Leotis Mackenzie mataba a sus noventa y nueve apalusas. Uno a uno. De un solo tiro. Destino Mackenzie, el hombre, confundía los disparos de su padre con los relámpagos.4 Una yegua (una de las tres que había) estaba preñada y, al caer muerta, alumbró a un potrillo. “Se le soltaron las partes” “Solamente salió la testuz y el resto murió dentro de la panza salida entre las ancas”

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“Se Fueron con el Espíritu Que Te Espera”. Notas Probablemente se refiera a un Pollo de las Praderas de Attwater. El segundo ciclo del agua continúa hasta la fecha. 3 Era 1877 cuando la raptó el coronel del 7° Regimiento de Caballería, quien desarmó a los Lakota en la Masacre de Rodilla Herida. 4 Desde entonces, el castigo viene disfrazado de relámpagos. Deben ser más de noventa. 5 En las Montañas Garras de Oso. 6 Lo evidenciaba un mechón suelto del cabello del Jefe Joseph. 1

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o artístico y lo técnico han quedado casi siempre desvinculados en nuestro imaginario. Solemos pensar en los artistas como seres sensibles y creemos que, por el contrario, quienes habitan el mundo de lo técnico son gente racional y metódica. Así, arte y técnica han sido comúnmente encasillados como ámbitos inconexos, incluso opuestos, cuando en realidad han estado siempre enlazados. Ya Martín Heidegger ahondó en el problema de la tekné y la doble vocación de esa palabra griega: la del hacer y saber hacer manualmente, pero también la de arte. Lo que ahora entendemos como artes plásticas era antes visto como un trabajo técnico, de ahí tekné; ese concepto derivaría en ars, origen de la palabra arte. El Seminario de Investigación en Música y Matemáticas (SEMIMUTICAS) es un espacio que busca reconectar el arte y la técnica. Va incluso un paso más allá: quiere vincular el arte y la ciencia. Uno de sus principales impulsores ha sido Jaime Lobato, quien se inserta en ambos lados de la definición heideggeriana, pues su trabajo oscila entre el coding, el bio-arte y la música. Siendo pragmáticos, Jaime es un creador cuyo quehacer es definido como arte multimedia o arte con nuevas tecnologías, categorías que no le resultan del todo cómodas. Comenzar como estudiante de Composición en la Facultad Nacional de Música y terminar como bio-artista parece una increíble vuelta del destino, pero en realidad no lo es tanto: ha recorrido caminos paralelos. Jaime y yo nos sentamos en un café de Coyoacán a hablar sobre su visión en torno al arte, la música y la tecnología, a propósito del décimo aniversario de SEMIMUTICAS, a celebrarse en 2020. Para festejar ya lanzaron una convocatoria pública a través de sus redes sociales y página web, invitando a la comunidad artística y científica a sumarse a su investigación y creación. En esta plática abordamos esos temas. Pensamos que las artes son irracionales y que la ciencia, en el polo opuesto, se basa siempre en la razón, pero en SEMIMUTICAS esos dos mundos se conectan. ¿Cómo empezó ese primer encuentro entre matemáticas y música? Primero trabajé en un laboratorio de visualización científica, porque desde los años ochenta empezaron a hacerse lenguajes de programación para hacer música. Los músicos de academia tenían más acceso a estos lenguajes y entonces comencé a aprender; como no tenía mucho éxito con los intérpretes de carne y hueso, entonces me puse a componer mi música con bocinas. Luego hice el servicio social y asistí a un diplomado de investigación interdisciplinaria y programación. Y fue así como nació este amor a primer código con el doctor Pablo Padilla, del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y Sistemas. Él tenía el proyecto de hacer un software que te escucha improvisar y se pone a improvisar contigo. Empezamos a juntar los códigos y así comenzó esta relación con el Instituto. Me parece muy chistoso que algunas personas digan: “A mí me gustaría ser tan libre como ustedes, los artistas”, cuando la verdad es que en el arte, los métodos de producción pueden ser igual de formales que en la ciencia. Yo creo que un punto de encuentro muy interesante entre ambas disciplinas, una suerte de puente conceptual, es la abstracción. Los artistas, los arquitectos, los pintores, poetas y músicos trabajan en niveles de abstracción muy cercanos a los de la ciencia. En este afán por crear nuevos mundos llegan a puntos en los que la realidad ya no les sirve o no se quieren basar en ella; se acercan entonces a mundos imaginarios. Los matemáticos hacen lo mismo, hay muchas matemáticas que no se pueden aplicar a esta realidad. ¿Piensas que son dos formas de narrar el mundo real? ¡Claro! De narrar una historia fantástica, digamos. Por ejemplo, para los matemáticos eso no es un problema,

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Fuente > Cortesía del artista

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a veces empiezan a hacer planos para explicar algo y resulta que el modelo no funcionó, pero es tan elegante, como dicen ellos, que lo siguen estudiando. En la música pasa mucho y ahí hay contactos muy importantes con las matemáticas. En general, ahora está muy de moda este tema de arte y ciencia, pero en México tiene una tradición larga. Sor Juana hizo un texto sobre geometría, armonía musical y poesía. Julián Carrillo creó música microtonal y su oído era tan fino que aportó una corrección a la ley física para la construcción de instrumentos de aliento. Los científicos piensan que el arte sólo puede servir para ilustrar ciertos conceptos, pero también los artistas se le han adelantado a la ciencia. Otro ejemplo es la perspectiva: cuando las matemáticas intentan formalizar la geometría proyectiva, el arte ya le llevaba a la ciencia años de ventaja en sus tratados.

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E N T R E V I S TA Por

VEKA DUNCAN @VekaDuncan

J A I M E L O B AT O

ARTE + TÉCNICA

Tú vas de la composición a las matemáticas y llegas después a otras ciencias, como la física y, recientemente, la genética. ¿Cómo das esos brincos? Gracias a la computadora, sobre todo. Mucho de lo que hacemos en SEMIMUTICAS tiene que ver con inteligencia artificial, algorítmica y análisis de señales. Yo me preguntaba cuál es la diferencia entre hacer arte con computadoras y hacer arte con otros métodos; si existe una diferencia estética. Entre un pincel y una fórmula matemática sí puedes llegar a caminos muy diferentes, pero si el artista está utilizando una computadora y el científico también, entonces se logran puntos de encuentro interesantes. Bueno, la computadora es en realidad una calculadora. Ahora pensamos computadora y nos imaginamos una laptop, pero realmente el ser humano ha tenido computadoras desde siempre. Hay un hueso de mamut del Paleolítico que está marcado y muestra que el hombre siempre ha necesitado herramientas para guardar información y hacer cálculos. Y también está el ábaco. El arte multimedia se problematiza mucho en torno a la desmaterialización del mundo a partir de lo digital y la idea de la nube, pero no hay tal nube: son discos duros, así que, como hacían con el hueso del mamut, seguimos marcando la materia para guardar nuestra información. Hablabas de arte multimedia. No te gusta eso de nuevos medios pero tu caso es el de un compositor que migra del estudio al laboratorio. ¿Cómo te definirías de manera puntual? Yo tengo un asunto con la definición de arte y nuevos medios, porque no son tan nuevos, hay cosas que se usan desde hace sesenta o setenta años y otras, como el mapping, que en realidad ya se hacía con las cámaras oscuras. No me gusta la fetichización de la tecnología, que sí cambia paradigmas, pero se trata más bien de la imaginación del ser humano que en estos tiempos toma una nueva herramienta. VEKA DUNCAN (Ciudad de México, 1988) es historiadora del arte; se dedica a la investigación y divulgación. Es coconductora del programa El Foco en ADN40, colaboradora de El mañanero con Brozo y creadora de un canal de YouTube, donde conduce Los básicos del arte y La historia de las cosas.

“EN “ EL ARTE, LOS MÉTODOS DE PRODUCCIÓN PUEDEN SER IGUAL DE FORMALES QUE EN LA CIENCIA. UN PUNTO DE ENCUENTRO INTERESANTE ENTRE AMBAS ES LA ABSTRACCIÓN”.

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Fuente > thecityreview.com

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CRÓNICAS PLUTONIANAS Por

ALMA DELIA MURILLO @AlmaDeliaMC

OTR A LUZ DE AGOSTO

“¿DE “ QUÉ ESTÁN HECHOS LOS LAZOS DE SANGRE? SE PREGUNTA INGRID SUCKAER, QUE HA ESCRITO LA BIOGRAFÍA MÁS COMPLETA DE TAMAYO... ¿LA HISTORIA DE QUIÉN RESUENA EN EL ALMA DE QUIÉN?”.

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RufinoTamayo, La familia, óleo sobre tela, 1987.

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Para Marcela, tejiendo juntas esta historia

s domingo, la luz se cuela por la ventana, abro los ojos: estaba soñando con un cielo azul. Hace rato que sueño con el azul Tamayo, no sé si exista tal cosa en la paleta de colores pero existe en mi universo onírico, azultamayo. Todo junto y muy azul, intenso, cercano al violeta. La semana pasada estuve en Oaxaca —ese cielo— y confirmé que la herida de la luz es tan poderosa como la herida de la oscuridad. Cuento noventa días desde que me obsesiona la vida de Rufino Tamayo. Su obra también, cómo no emocionarse frente a Mujeres alcanzando la luna o el Retrato del Diablo. Pero es él, ese niño de ojeras acunadas en la orfandad el que no me suelta. El 25 de agosto de 1899 nació Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, ese fue su nombre completo. Justo ahí, en el apellido oculto, empieza el relato del primer hombre y del último, el relato del niño huérfano que se convierte en el hombre que mira al infinito. Ahí empieza también la identificación de mi alma con la suya. Rufino fue abandonado por su padre cuando era muy pequeño y luego, con apenas once años, enfrentó la muerte de su madre; a partir de ese momento fue su propio creador y eligió reescribir su historia inventando que su padre también había muerto. ¿De qué están hechos los lazos de sangre? se pregunta Ingrid Suckaer, que ha escrito la biografía más completa del pintor. ¿Cómo se tejen los lazos? ¿La historia de quién resuena en el alma de quién? Yo acababa de cumplir cuarenta años cuando vi a mi padre por única vez en mi vida adulta. La herida de su abandono era tan grande y a la vez tan conocida que tardé más de treinta años en atreverme a cuestionar el mito familiar que lo mató; mis hermanos mayores solían escribir “Finado” en la ocupación del padre que solicitara cualquier documento y yo, que era muy pequeña y los imitaba en todo, escribía en esos documentos que mi padre era “Refinado”. El recuerdo me mata de risa y de ternura. Y me estremece. ¿Por qué es más fácil matar al padre en un relato que asumir el abandono? Para conocer a mi padre hice un viaje a zonas insospechadas de Michoacán, recorrí días de carretera junto a mis hermanos buscando a un tal Porfirio Murillo, era diciembre. Fue la luz de agosto la que nos arrojó hace una semana a la casa de Oaxaca donde Rufino nació un 25 de agosto; los colores eran un arrebato. Ahora escucho Bésame mucho buscando conocer cuántas versiones existen (reto imposible), Consuelo Velázquez tenía dieciséis años cuando la compuso; a Rufino le gustaba esa canción. Y es agosto, un día 21 de este mismo mes nació Consuelo. Nombramos el tiempo porque sin tiempo el relato de la humanidad no tendría sentido, contamos el tiempo porque sin tiempo estaríamos destinados al horrible abismo de lo eterno. Somos finitos, por suerte. Tenemos los días contados. Tamayo quería más tiempo y tenía una disciplina monacal para trabajar. “Saber pasar hambre”, respondió al periodista Víctor Alba cuando le preguntó qué habilidad debía tener un pintor. Con veintipocos años Rufino vivió en Nueva York sin más dinero que para comprar siete manzanas que comía una por día de la semana. La fortuna de tener

hambre, pienso. Hambre y no comodidad, hambre y no satisfacción. Hambre y una pasión. “Saber estar solo” fue la otra parte de la lección con la que Tamayo complementó la respuesta. Me pregunto si esas virtudes no son maneras de retar y honrar al padre. A pesar de suprimirlo de la firma —¿qué historia contaríamos si habláramos del pintor Rufino Arellanes?—, a pesar de sostener la mentira vital hasta el final, me pregunto si no se esfuerza tanto quien busca la mirada del padre. Aquel diciembre, con mis cuarenta recién cumplidos y antes de emprender el viaje, escribí una carta a mi padre que nunca le entregué. Papá: No sé nada de ti. Y sin embargo soy tú. Y sin embargo te respiro con cada célula. No te conozco y he pasado por tanto contigo. Quizá la vergüenza fue lo primero, esa jodida sentencia que el mundo intenta normalizar pero que hiere y sabe a vinagre en el paladar de una niña: no tengo papá. ¿Cómo fue tu experiencia conmigo? ¿Cómo fue ser mi padre y el de cada uno de mis hermanos? ¿Nos imaginas? ¿Nos extrañas? ¿Te duele? ¿Sientes amor? He pensado muchas veces que soy hija de mi padre. Lo he pensado en secreto, como algo informe pero real, intuyo que algo en mi identidad responde a la demanda imaginaria de un padre que espera mucho de mí: que sea trabajadora, fuerte, resolutiva. Como si buscara tu mirada, tu aprobación, un diploma otorgado por ti que me dijera que lo hice bien, que mi lado Padre está bien ejecutado. En Michoacán el frío de diciembre pelaba en la montaña luego de haber abrazado a Porfirio; en Oaxaca el sol abría los corazones como frutas maduras. Luego de conocer a mi padre reescribí la historia: no soy huérfana. Tatué un símbolo rojo que me identifica con él en mi brazo izquierdo, el pigmento me quemó la piel, ¿y qué amor no quema?; tres días después del tatuaje murió mi padre. Recuperada de la lesión cutánea volví a la clase de yoga; nadie reparó en el símbolo rojo, sólo Marcela. “¿Qué te pasó en el brazo?”. Ahí empezó este lazo entrañable, y luego Marcela me llevó a Rufino. Y luego Rufino nos llevó a perseguir su pintura, su historia, a hablar con él y sus muertos. Nos llevó a O axaca donde la luz era dulce como un venado. Y nos llevará a Nueva York y a París donde pasó tantos años buscando la luz y las sombras que son él y que están vivas en su obra. Rufino viene de Rufo, que significa rojo. ¿De qué están hechos los lazos de sangre? ¿Hemos conseguido la mirada del padre? Si el silencio de Tamayo es fascinante, su pintura es una alucinación. Como dice de él Fernando del Paso: “Colores pecaminosos en su agresividad, arrepentidos en su serenidad, arbitrarios hasta la locura y de una belleza sofocante. Con la música y los colores, sí, y con la muerte por dentro”. La herida de la luz es tan poderosa como la herida de la oscuridad, insisto. Y hay heridas que sólo puede redimir la belleza; fue creando belleza que Rufino Tamayo nos ha reparado.

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LA CUMBIA llegó del norte. La trajo de Monterrey Celso Piña, el compositor, acordeonista y cantante que tocaba vallenato y cumbia colombiana en los sonideros de la colonia Independencia, a las faldas del Cerro de La Campana. Al forjador de un estilo que encabezó un movimiento musical se le detuvo el corazón el 21 de agosto, a los 66 años, pero su acordeón y su alma llena de cumbia norteña siempre insuflarán el baile donde sea que suene. Aunque Piña tocaba con sus hermanos de la Ronda Bogotá desde los años ochenta en los márgenes de Nuevo León, Coahuila, Tamaulipas, Baja California y Sinaloa, en el resto del país y en el mundo supimos de él por el disco Barrio Bravo (2001), producido por Toy Selectah. Piña se coronó como un rey del sincretismo musical. Le metió a los ritmos tropicales en una región donde sonaban el corrido y la banda. Armado con el acordeón, común entre el vallenato y la norteña, creó su estilo de sonidero, el eco del nacimiento de la contracultura cholombiana y su baile de cumbia rebajada con hip-hop, corrido, reggae, ska y rock. Al principio sólo atrajo a chicanos, cholos y malandros, pero en los noventa y los dosmiles la cumbia urbana tomó por asalto las ciudades. Se puso de moda. Era el efecto de la “Cumbia Poder”, una música viva, en evolución, promiscua, callejera y autodidacta, que sedujo por igual a rockeros, raperos, amas de casa y niñas popof. La cumbia regia no sólo cruzó las fronteras de América y Europa, también atravesó las divisiones de clase social.

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CREO QUE MÉXICO SE VA A CONSOLIDAR COMO EL VERDADERO FOCO CREATIVO

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

DE LAS LETRAS HISPÁNICAS . español circulaba la de Tusquets. Y ahora ustedes presentan una versión de ese libro capital de las letras universales. ¿Cómo surgió el interés en despertar a este gigante dormido? Creemos que los clásicos deben ser traducidos de nuevo cada cierto tiempo. No una actualización sino una traducción nueva. En este caso concreto, Malpaso ya había publicado una novela inédita de Malcolm Lowry. Se llama Rumbo al Mar Blanco y era el Paraíso, mientras que Bajo el volcán era el Infierno. Los dos, claro, como parte de la idea de Lowry de reproducir a su manera el tríptico dantesco. ¿Abrir una editorial es una forma lenta de suicidio? ¡Es un suicidio inmediato! ¿Cómo ves el mercado editorial mexicano? Está en ebullición. En primer lugar porque hay mucho talento literario. Muchas voces de calidad con algo qué decir. Además de muy buenos editores. Creo que México se va a consolidar como el verdadero foco creativo de las letras hispánicas. ¿Cuáles son las novedades de Malpaso en 2019? Algunos de nuestros mejores libros. Las Cartas desde la prisión que escribió Nelson Mandela, sin duda el mejor texto para conocer el pensamiento y las circunstancias de una figura tan relevante del siglo XX. También El cielo de los mentirosos, de Juan Miñana, una de las mejores novelas que se han escrito sobre la ciudad de Barcelona. Mafia Life, de Federico Varese, el acercamiento más exhaustivo a las mafias mundiales, y La distancia, de Pablo Aranda, que es una novela espectacular. Aunque dos monopolios manejan casi en su totalidad el mercado editorial en habla hispana, ¿eres de los que creen que el futuro de la literatura está en las editoriales independientes? No entiendo esa dicotomía. Creo que el futuro está en los libros pertinentes y esos están en todas partes. Si Penguin Random House y Planeta, además de buscar talento en los autores, siguen apostando por incorporar musculatura y talento editorial, el mercado, pequeño o grande, será de todos. Creo que cada uno tendrá sus espacios y su idiosincrasia.

Foto > Cuartoscuro

PREGUNTAS A Malcolm Otero, fundador de Malpaso Ediciones: Vaya manera de revolucionar el aparato editorial: pagar 250 mil euros por los derechos de la obra de Bob Dylan. No fue exactamente esa cantidad pero sí fue una apuesta fuerte y arriesgada por toda la obra escrita del entonces flamante premio Nobel. Se trataba de varios libros que, además, editamos en castellano y catalán. La realidad es que Malpaso era ya un referente en la edición de libros de música y era el editor natural de esas obras. Malpaso se adelantó al fenómeno de los libros de música hoy en día. De dónde surgió esta clarividencia. Uno de los editores fundadores, Julián Viñuales, no sólo llegó a la edición desde el mundo de la música, sino que él mismo había tenido una editorial especializada en música. Es su fuerte, pero no es un género exclusivo. Tienen estupendos títulos de crónica, viene un libro sobre Henry Miller. ¿Con base en qué necesidades conformaron las colecciones? Malpaso apuesta por la literatura y por el ensayo con la intención de animar conversaciones en el discurso general. También poner clásicos en nuevas ediciones es fundamental. Tanto en el ensayo como en la literatura, Malpaso conjuga la tradición con la modernidad. Después de publicar las letras completas de Dylan pareció que Malpaso había llegado a su punto más alto. Pero hace unos meses editaron un libro llamado a ser un clásico entre las biografías: la de Paul McCartney por Philip Norman. Lo cual parece indicar que las apuestas de Malpaso no van a terminar pronto. La edición es un oficio posibilista. Desde el punto de vista editorial pero no meramente económico, depende también del lector al que se interpela. Para algunos, el libro de Norman es indispensable. Para otros lo es la correspondencia de Miller o el libro con las entrevistas a Federico García Lorca. Todos son necesarios para nosotros, todos son apuestas. Los libros de Malpaso son preciosos. Se antojan más que una edición en el idioma original. El color del canto, por ejemplo, es su sello distintivo. Este amor por el libro como objeto viene de la idea de que el trabajo artesanal es más valorado por los lectores que, digamos, las ediciones de las transanacionales. Desde el principio quisimos valorar el libro como objeto y, además, buscamos una manera estética de destacar en el complejo y disputado espacio de las librerías. No creo que, en general, el aspecto de los libros de las transnacionales sea peor que las editoriales independientes. Para el mercado mexicano existe una sola traducción de Bajo el volcán, que por cierto acaba de ser actualizada. Para el

Fuente > malpasoed.com

SÁBADO 31.08.2019

SE PUSO DE MODA. ERA EL EFECTO DE LA CUMBIA PODER , MÚSICA EN EVOLUCIÓN, PROMISCUA, CALLEJERA Y AUTODIDACTA . La discografía de Mr. Cumbia Man es larga y movida, entre el meneo y el perreo alcanzó casi la treintena de producciones, como las ponedoras Rebelde (2002), Mundo Colombia (2002), El canto de un rebelde (2004) y Cumbia de la paz (2006). Si no estaba de gira, andaba chingándole en el estudio; alternó con el Gran Silencio, Blanquito Man, Poncho Figueroa, Lupe Esparza, Julieta Venegas, el Flaco Jiménez y Alejandro Marcovich. En su último disco, Música es Música (2017), tocó con la Sinfónica de Baja California. El 27 de agosto se le organizó un tributo en la Explanada de los Héroes, donde más de ochenta músicos participaron en la fiesta patria, mientras que el alcalde Adrián de la Garza propuso bautizar con su nombre una calle de Monterrey. En una crónica del 28 de junio sobre Celso Piña en el Prospect Park Festival de Nueva York, Juan Alberto Vázquez describe que fue el único artista en poner a bailar a la diversidad racial con su acordeón y su “personalidad magnética, arrolladora, bohemia, delirante, irreverente y entrañable”. Así será recordado ahí donde dos o más se reúnan a bailar con su música.

M A L PA S O: PISANDO FUERTE LA CANCIÓN # 6 Por

ROGELIO GARZA

@rogeliogarzap

EL REBELDE DEL ACORDEÓN

30/08/19 16:02


SÁBADO 31.08.2019

FILO LUMINOSO Por

NAIEF YEHYA @nyehya

HABÍA UNA VEZ E N … H O L LY W O O D , DE QUENTIN TA R A N T I N O

“LA “ ESCENA EN QUE TATE-ROBBIE ENTRA SOLA AL CINE, A VERSE EN THE WRECKING CREW, Y SE EMOCIONA CON LA REACCIÓN DEL PÚBLICO ANTE LA VERDADERA TATE, ES UN CONJURO FÍLMICO FANTÁSTICO”.

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ick Dalton (Leonardo DiCaprio) se encuentra en lo que parece el ocaso de su carrera. Después de numerosas películas, de volverse vaquero de la televisión (estelarizando la serie Bounty Law) y de protagonizar spaghetti westerns, sabe que su momento ha pasado. Su amigo, el veterano de guerra Cliff Booth (Brad Pitt), que es su doble, chofer, confidente y ayudante, también vive su propia decadencia: nadie quiere darle trabajo porque se rumora que asesinó a su mujer. Los dos protagonistas del noveno largometraje de Quentin Tarantino, Había una vez en… Hollywood, son irónicamente dos reliquias, dos perdedores interpretados por dos de las estrellas más exitosas y carismáticas de nuestro tiempo. El peso de esta cinta monumental recae en esta relación de afecto y solidaridad (con ecos de Redford y Newman en Butch Cassidy and the Sundance Kid y El golpe), más cercana a la de un caballero y su escudero que a la de un jefe y un empleado: “Más que un hermano pero menos que una esposa”. El contraste entre un DiCaprio emocional y angustiado por el futuro, y un estoico y gracioso Pitt, es la tensión que mantiene la unidad y fluidez de la obra. La historia se desarrolla entre febrero y agosto de 1969, periodo en que los sueños hippies de paz y amor entran en colisión con el despertar a una era de crueldad espectacular y hedonismo frívolo. El fin de los años sesenta desembocó en buena medida en complacencia, consumismo, estado de vigilancia y paranoia que comienza a definirse en los setenta. Un tiempo que, como dijo Joan Didion, inicia con los asesinatos de Sharon Tate (con ocho meses de embarazo) y sus cuatro amigos, en el 10050 Cielo Drive, ejecutados por seguidores de Charles Manson. Esta matanza sanguinaria es sin duda uno de los motores del imaginario popular estadunidense, con su carga de sexo, drogas y rock, por lo que es fascinante reimaginar la historia si ese episodio pesadillesco nunca hubiera ocurrido. Es también un punto de inflexión en que el héroe convencional de la ficción fílmica comienza a evaporarse para dejar su lugar a personajes más complejos y ambiguos. Debemos a Tarantino el haber convertido la nostalgia en compulsión frenética. Su carrera se ha caracterizado por una prodigiosa destreza para la verborrea pirotécnica, la fascinación desinhibida por la hiperviolencia y su ingenioso empleo del humor físico. Desde su debut prometió que recorrería y reinventaría los géneros fílmicos, y se retiraría antes de caer en decadencia. Su noveno (y según él, penúltimo filme) es una celebración apasionada del Hollywood que ama, de ese mundo de artificio, de esa máquina creadora y trituradora de egos en la que se centra su creación. Por eso es particularmente apropiado que estelarice la cinta con dos personajes en el crepúsculo profesional, que como él ven que su tiempo se acerca a su fin. Contar la historia fílmica de Dalton es el pretexto para hacer desfilar una serie de fragmentos de películas que son falsas referencias y reflejos de la obra de Tarantino. Esto que podría haber sido un autohomenaje en realidad es un fascinante mosaico de estilos, métodos de actuación, influencias estéticas y recuerdos, que al recorrer la carrera de un ficticio actor segundón dibujan una historia de Hollywood. La resonancia de la historia con el presente está en el conflicto entre la tele y la pantalla grande en 1969, que se refleja hoy en la netflixización del cine, el impacto del streaming y en las masacres convertidas en entretenimiento planetario. La historia de Dalton, quien pasa de ser una estrella a interpretar villanos en los episodios piloto de las nuevas series (para que al ser derrotado, los nuevos talentos establezcan su reputación, como le explica el

Fuente > see007.info

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El Cultural

agente Marvin Schwarz, interpretado por Al Pacino), se entreteje con la de la Familia Manson. Sin embargo, como anticipa el título, estamos ante un cuento de hadas o una historia infantil de reinos remotos, princesas y caballeros, y no una tragedia grotesca con serias implicaciones culturales. Asimismo, Había una vez en… es una evocación al cine de Sergio Leone, otro admirador de Hollywood que pasó del plagio a la obra maestra, en cintas como las que dan oportunidad a Dalton de tener su canto del cisne. Hollywood es un universo jerárquico, un olimpo sexy, vulgar y espléndido, con su propia y cambiante mitología. Ahí los ciclos de la vida están determinados por los vínculos de amistad, amoríos, bienes raíces y trabajo fílmico, y la muerte es el olvido. Manson y sus seguidores llegan a ese planeta hermético cargados de resentimientos y deseos de venganza, como en un western clásico. Dalton es vecino de Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y Sharon Tate (Margot Robbie), la nueva realeza, a pesar de que Tate es presentada como una mujer sencilla y cordial. Aproximarse a ellos parece casi imposible. Por otra parte, las nuevas generaciones acechan y en una de las mejores escenas, Dalton le muestra a la pequeña actriz Julia Butters cómo redimir con enorme talento y experiencia una escena desechable. Mucho se ha hablado de la misoginia de Tarantino, un autor al que no parecen interesarle las escenas sexuales ni mucho menos románticas. Pero más que despreciar a sus personajes femeninos, describe mujeres solas: Dalton apenas toca a su nueva esposa italiana, Booth quizá asesina a la suya con un arpón, Polanski es un marido ausente y Manson dirige a sus fieles asesinas desde la distancia. Ni Tate ni las mujeres de la Familia aparecen sexualizadas, denigradas o reducidas a simple decorado: por el contrario, son los personajes que dan emotividad al filme. La escena en que Tate-Robbie entra sola al cine, a verse en The Wrecking Crew, y se emociona con la reacción del público ante la verdadera Tate, es un conjuro fílmico fantástico. Asimismo, una de las seguidoras de Manson expresa su justificación para el crimen que piensan cometer: “Si creciste viendo televisión, creciste viendo asesinatos; yo propongo matar a la gente que nos enseñó a matar”. Decir que ésta es la película más personal de Tarantino no revela nada, ya que todas sus películas son intensamente personales. Es el testamento de una era majestuosa y evanescente que contempla sus futuras ruinas con melancolía: las salas de cine, los letreros luminosos, la geografía, las carreteras y los iconos hollywoodenses. Es además una celebración de la creatividad y el trabajo. Es una obra ambiciosa, deslumbrante y maniática en su fidelidad histórica, pero también íntima y poderosamente sutil. Un manifiesto totalizador de la función épica del cine, desde la forma en que construye nuestro imaginario hasta el delirio alucinado de querer reinventar la realidad.

30/08/19 16:02


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