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DANIEL HERRERA

LA NOSTALGIA COMO MODA

CARLOS VELÁZQUEZ

NAIEF YEHYA

AMAR LA ANSIEDEATH

MIDSOMMAR

El Cultural N Ú M . 2 2 0

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

HOSPITALIZADOS EN METÁFORA F. GONZÁLEZ-CRUSSÍ

VENEZUELA: UNA LITERATURA DESPIADADA GISELA KOZAK ROVERO

EL PRÍNCIPE Y LOS HALLAZGOS DE LA INTUICIÓN ROBERTO DIEGO ORTEGA

NOVO, WELLES Y DOLORES DEL RÍO MIGUEL ÁNGEL MORALES

Arte digital > A partir de una imagen en artlimited.net > Mónica Pérez > La Razón

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En un poema, Pablo Neruda expresa esta metáfora: “la cadera clara de la costa”. Es decir, alude a un elemento sin relación obvia con el referente. Luego nos damos cuenta de que lo sabíamos: en efecto, las costas se parecen a las mujeres porque ambas comparten redondeces cálidas. Aquí, el médico y ensayista Francisco González-Crussí acude a otra metáfora con respecto a los hospitales. Y como en el verso de Neruda, al hacerlo ilumina algo que sabemos pero no habíamos visto.

HOSPITALIZADOS EN METAFÓR A F. GONZÁLEZ-CRUSSÍ

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ntre las numerosas formas de la adversidad que en esta vida nos caen inevitablemente encima, la menor de ellas no es la de volverse paciente de hospital. Hoy casi nadie está exento: la vida empieza y termina en ámbitos hospitalarios. Nacemos en alguna sala de obstetricia y morimos enmedio de los bips de los aparatos en terapia intensiva, del siseo de los tanques de oxígeno y del goteo de las soluciones intravenosas: estos son los últimos ritos tecnológicos de hoy. Y entre el inicio de la vida y su fin, está escrito que hemos de visitar una o más veces las instalaciones hospitalarias. A ellas llegamos con aprehensión sobre nuestro futuro, ignorando qué nos va a pasar. Escuchamos que a veces la negligencia o la incompetencia del personal perjudica a los pacientes; que les pueden dar la medicina equivocada, que se omitió la que era necesaria o que se la dieron en dosis dañinas, a veces fatales. Preferiríamos no ir. Sin embargo, me gustaría sostener que todos, sin excepción, estamos hospitalizados —en el sentido metafórico— sin darnos cuenta. No siempre fue así. En la antigüedad grecorromana no había hospitales. Las civilizaciones antiguas tenían lugares en los que los sacerdotes sometían al enfermo a rituales mágico-religiosos, pero ninguna de ellas contó con instituciones públicas dedicadas al cuidado del enfermo por periodos largos.2 Los académicos concuerdan en que el hospital público como el sitio en el que se recibía y cuidaba a los enfermos y los pobres surgió y se extendió en concierto con el ascenso del cristianismo.3

Sin embargo, la naturaleza del hospital ha cambiado de forma espectacular en el curso de la historia. Los hospitales que se fundaron bajo la égida de las órdenes monásticas o de las donaciones piadosas de los ricos durante la Edad Media y el Renacimiento, ofrecían un excelente cuidado espiritual, pero lo que les faltaba era atender al cuerpo. Las condiciones higiénicas eran funestas; los que ingresaban cohabitaban con indigentes y enfermos. Un grabado hecho a partir de una pintura del artista flamenco Maarten de Vos (1532-1603) muestra un pabellón repleto en el que los piadosos visitantes alimentan a los pacientes o suministran medicina sin ninguna supervisión. En el primer plano, una mujer en muletas parece meditar tristemente sobre su propio predicamento; a su derecha, un visitante le da una medicina a un enfermo con erupción cutánea. Al fondo hay un médico que parece examinar una muestra (Figura 1).

LA SUPERSTICIÓN y la irracionalidad informaban la teoría médica. Los eminentes intelectuales de la Edad Media, que abogaban por un conocimiento basado en la experimentación y la razón, creían no obstante en la patología producto de la exposición a la luz de la luna, las mujeres en su ciclo menstrual y el mal de ojo.4 Tan ridículas ideas persistieron más allá del Renacimiento. Peor aún, conforme fueron ganando prestigio los médicos profesionales, los enfermos y los pobres tuvieron que contender con la soberbia médica. Un dibujo de esos tiempos muestra a un médico que se niega a atender a un paciente rebelde

Fuente > elem.mx

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EN EL RELATO, un tal señor Corte ingresa al hospital con un malestar trivial. El hospital tiene siete plantas. Los pacientes con males menores acceden a la última; aquellos con padecimientos más severos van a las plantas de abajo, cada vez más abajo conforme más grave sea la enfermedad. Corte, cuyo mal

Figura 2. Lluis Lobera de Avila, Vanquete de Nobles Caualleros, ca. 1530.

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“LAS “ COMODIDADES HOY SE CONSIDERAN UN COMPONENTE ESENCIAL DE LA EXPERIENCIA DEL PACIENTE Y, SE SUPONE, DEL TRATAMIENTO CLÍNICO . parece leve, accede a la séptima planta. Los pacientes ahí alcanzan a ver el piso bajo, al que le temen: es un nivel oscuro, callado, siniestro, reservado a los que van a morir. La salud de Corte no cambia, pero una secuencia absurda, surrealista, de factores externos, determina su inexorable transferencia gradual a plantas cada vez más bajas. Una mujer y su hijo deben estar juntos, pero no hay camas suficientes. ¿Tendría inconveniente el señor Corte en dejar su lugar a la señora? Claro que esto sería temporal. Acepta y lo pasan a la planta de abajo. Surge una lesión cutánea que debe atender un especialista que trabaja en la planta de abajo. El señor Corte debe bajar de nuevo. Se le informa que las mejores máquinas para tratar su mal están en el siguiente nivel inferior; es necesario pasarlo para allá. En la tercera planta, un asunto meramente administrativo lo vuelve a desplazar: el personal está de vacaciones y se tiene que cerrar el pabellón. Como son pocas las camas para los pacientes, se han de completar con las de la planta siguiente. “¿Reúnen a los enfermos de la tercera y de la cuarta?”, pregunta Corte con ansiedad. No, los de la tercera planta van a la segunda. Corte, pálido como una sábana, está consternado. Pero le dicen que no hay de qué preocuparse: apenas vuelva el personal de sus vacaciones los pacientes regresarán a sus lugares normales. En cada nuevo desplazamiento crece su angustia, pero los doctores sólo tienen palabras de aliento y aseveran que todo saldrá bien; que ellos están de acuerdo en que el señor Corte está ubicado en una planta inferior a la que le corresponde a su salud, pero esta situación anómala es accidental, transitoria y cambiará en breve. El cambio ocurre cierto día en el que se aparecen unos asistentes con una orden debidamente firmada para llevar al señor Corte a la primera planta: ¡su última transferencia! El relato concluye al cerrarse las persianas y desaparecer la luz en el piso bajo: el mismo espectáculo que los pacientes Fuente > Biblioteca Nacional de España

(Figura 2). Durante mucho tiempo los hospitales propagaron enfermedades infecciosas, a saber: el infame ejemplo tan bien conocido de la mortal fiebre del parto, propagada por el doctor Ignác Semmelweiss de paciente en paciente al examinarlas con las sucias manos contaminadas. En síntesis, en el pasado la existencia misma de los hospitales se podía cuestionar con toda seriedad, pues hacían más mal que bien. De hecho, quienes terminaban en el hospital eran los desahuciados; los que lo podían sufragar preferían que los atendieran en casa. Los cirujanos del siglo XIX realizaban sanguinolentas intervenciones quirúrgicas en las salas o en los gabinetes privados de la gente acomodada. Por fortuna estas son cosas del pasado. Ir al hospital ya no se siente como cruzar el umbral hacia la muerte. Los centros de salud de hoy están a eones de distancia de las pavorosas instituciones medievales que albergaban sólo a los deplorables y marginados elementos de la sociedad: huérfanos, mendigos, vagabundos, prostitutas. Los hospitales modernos se han vuelto centros de medicina avanzada, “cuarteles y centros de poder de la élite médica”, 5 en los que se practica la medicina de punta. Más aún, las comodidades hoy se consideran un componente esencial de la experiencia del paciente y, se supone, del tratamiento clínico. Los expertos sostienen que la gente está dispuesta a “cambiar la calidad médica por una experiencia muy agradable”.6 De ahí que los hospitales ofrezcan habitaciones privadas, facilidades amables para la familia, muros en suaves colores pastel, hermosas vistas, masaje y otras comodidades dignas de un hotel de lujo —¡y no menos costosas!  Aun así, todo esto no hace del hospital un destino deseable. Preferiríamos no ir. Siempre que es posible, nos negamos a hacerlo. Sin embargo, la imaginación artística percibe la hospitalización como un destino humano inmutable, y esta idea literaria se expresa inmejorablemente en un cuento del escritor italiano Dino Buzzati (1906-1972) titulado “Siete plantas”.

03 Fuente > edition-originale.com

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Figura 1. Grabado del siglo XVII, Infirmus eram et visitastis me.

en las plantas superiores por lo general observaban con un estremecimiento.

FRANCISCO GONZÁLEZCRUSSÍ (Ciudad de México, 1936) es médico especialista en patología pediátrica. Como ensayista literario ha publicado Notas de un anatomista (1990), Sobre la naturaleza de las cosas eróticas (1999) y La fábrica del cuerpo (2006), entre otros libros.

EL SIMBOLISMO de este relato magistral es transparente. La vida es el hospital onírico, surrealista, horripilante de Buzzati. Venimos al mundo con un excedente de vitalidad, el cual garantiza nuestro ingreso a la planta superior, pero en adelante el único avance posible es hacia abajo. En el transcurso de nuestro descenso, a veces nos topamos con gente en peores condiciones que la nuestra. Ahí podemos discutir que no pertenecemos a la misma planta; que estamos en ella de manera fortuita, por mera casualidad. Pero nótese que, hagamos lo que hagamos, se nos ha de transferir a plantas cada vez más bajas. Podemos hacer ejercicio disciplinadamente, comer bien, evitar los malos hábitos y eliminar el estrés lo más posible. Aun así, nos las hemos de ver —ineluctablemente— cada vez más cerca del piso bajo con el paso de cada año. Nos transferirá una fuerza superior a la de cualquier voluntad humana, y no hay nada que podamos hacer para detenerla. Hasta que un día, como el señor Corte, nos sintamos invadidos por un raro letargo; acaso el sol brille afuera, pero las persianas, “obedientes a una misteriosa orden”, descenderán lentamente y bloquearán por completo la entrada de los rayos de luz a la habitación. Notas 1 R. Porter, “The Hospital”, capítulo 5 en Blood & Guts. A Short History of Medicine, W. W. Norton, Nueva York, 2005, p. 135. 2 M. A. Riva et al., “The Charity and the Care: the Origin an Evolution of Hospitals”, European Journal of Internal Medicine, 24: 1-4, 2013. 3 G. Parker, “The Early Development of Hospitals (Before 1348)”, British Journal of Surgery 16 (nl. 61), 39-50, julio, 1928. 4 S. R. Ell, “The Two Medicines: Some Ecclesiastical Concepts of Disease and the Physician in the Middle Ages”, Janus 68 (1-3), 15-25, 1981. 5 R. Porter, “The Hospital”, Op. cit. 6 P. W. Chen, “How Does Your Hospital Room Make You Feel?”, The New York Times, 10 de diciembre, 2010.

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Darle un tratamiento artístico al desastre o abordar la represión desde costados que sorprenden, no sólo porque evitan el lugar común sino también la queja estéril, es justo lo que hacen los autores venezolanos que analiza su coterránea Gisela Kozak. Dos novelas y un libro de poesía, una escritora y dos escritores condensan esta muestra contundente de letras contemporáneas que enfrentan sin tapujos la realidad compleja de la República Bolivariana, para ofrecer una lectura desde sus vértices.

Venezuela

UNA LITERATURA DESPIADADA GISELA KOZAK ROVERO

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acer catarsis y vivir otras vidas nos impele a perseguir nuestros propios miedos y deseos en diversos oficios narrativos como la literatura, el cine y las series televisivas. En un mundo igualmente caracterizado por extraordinarios avances y por las amenazas ecológicas y el autoritarismo, necesitamos el arte del coraje, la belleza, la profecía y la esperanza tanto como el de los desesperanzados. Necesitamos que estos conviertan en poema, relato, drama o novela su percepción de los males del mundo; son los hombres y mujeres de la literatura que no conocen el final del camino como no lo conocemos nosotros. Simplemente dan constancia de su conciencia del presente sin ningún afán de complacernos en cuanto a alcances y contradicciones de la condición humana en el mundo, sobre todo si ésta va ligada al poder político. Su rebeldía es volver el horror palabra viva, y con ello distanciarse de él como testimonio último de una moral posible, no complacer posibilitando el regodeo en supuestas o reales bondades humanas. Esta rebeldía es don mayor de la literatura, no sólo como el oficio de narrar para entretener sino como arte verbal que se sabe seguidor de una larga tradición basada en la impugnación de lo real, en la conciencia plena del lenguaje, de las tradiciones culturales y literarias contemporáneas y pasadas. Analizaré tres ejemplos de esta literatura despiadada y rebelde. Provienen de venezolanos y hablan de Venezuela, directa o indirectamente, pero con un sabor a apocalipsis que trasciende la situación del país y conecta con aires de la época; además, sus autores tienen en común haber nacido en los ochenta del siglo pasado y haber emigrado a causa de la revolución bolivariana. Me refiero al poemario de Adalber Salas Hernández, La ciencia de las despedidas (Pre-textos, Valencia, 2018); y las novelas de Karina Sainz Borgo y de Rodrigo Blanco Calderón, La hija de la española (Lumen, Madrid, 2019), y The Night (Alfaguara, Madrid, 2016). Salas Hernández (1987), poeta, ensayista y traductor, estudia el doctorado

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Fuente > agencia-tc.org

@Todaslaslunas

en Literatura en la Universidad de Nueva York. Tanto Sainz Borgo (1982) como Blanco Calderón (1981) viven en España, él en Málaga y ella en Madrid; la primera ha sido periodista especializada en el tema cultural; el segundo, profesor universitario y editor, actualmente culmina su tesis de doctorado en Literatura por la Universidad de Cergy-Pontoise (Francia). Publicados por editoriales de prestigio y cobertura internacional, cuentan con premios, traducciones, el favor de la crítica y, en distintos grados, con éxito de público. The Night ha hecho acreedor a Blanco Calderón del III Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, entregado por el Nobel peruano en Guadalajara, México, hace unos meses; igualmente, obtuvo el Premio Rive Gauche a la novela mejor traducida al francés, y además ha sido vertida al checo y al holandés. Salas Hernández ganó el Premio Arcipreste de Hita-Pretextos 2014 con un poemario, Salvoconducto, cuya línea continúa en La ciencia de las despedidas. En cuanto a Sainz Borgo, La hija de la española se ha convertido en un extraordinario éxito editorial en lengua española, vendido a decenas de países para ser traducido a múltiples idiomas. La literatura venezolana ha salido definitivamente de sus fronteras, proceso que desde luego se gesta de tiempo atrás con figuras como, por ejemplo, Rafael Cadenas, Yolanda Pantin y Alberto Barrera Tyszka.

Adalber Salas Hernández (1987).

¿P OR QUÉ PRECISAMENTE La hija de la española se ha convertido en el texto con el cual los lectores en ruso, alemán, inglés, portugués y español tendrá una imagen de la revolución bolivariana? Las razones del éxito literario suelen simplificarse y no seré yo quien supere esta inclinación, pero hay autores y autoras que comprenden los códigos literarios de tal modo que pueden convertirse en éxitos consagrados por lectores, críticos y editores de fuste, combinación poco frecuente. Tal comprensión es un talento que no abunda, el cual no ha de reducirse a la búsqueda de lucro de las grandes editoriales, que efectivamente dejan a un lado textos de indudable valor; tampoco a la suerte (estar en el lugar adecuado en el momento adecuado) o al fervor crítico, que desde luego ayuda pero no demasiado a los autores de una ópera prima. Sainz Borgo conjuga un personalísimo lenguaje literario que evidencia lecturas atentas de buena narrativa, el ojo testimonial de la periodista que facilita la comunicación y la contundencia en la creación de una novela corta pero efectiva en tiempos de lectores sumergidos en internet. Muy importante: su texto evidencia un manejo impecable del código de las distopías cinematográficas de corte apocalíptico, que ayuda a los potenciales lectores a entender que en Venezuela se vive uno de los posibles futuros de la humanidad. ¿Acaso las distopías no muestran miseria, escasez de agua y alimentos, vidas sometidas a la necesidad perentoria a cada minuto, desastres ecológicos, violencia desbordada por parte de los detentadores del poder? En Venezuela se vive la política para la muerte; el lente distópico hace más comunicable esta situación. La hija de la española apuesta por la crudeza del realismo consciente de quien ha leído a autores como el colombiano Fernando Vallejo y sabe cómo contar una historia en primera persona, cuyo indudable carácter ficcional es precisamente la razón por la cual se logra el efecto de volver carne y sangre frente a nuestros ojos a Adelaida Falcón, la protagonista de la novela. La voz de la ira contenida bajo la

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limpidez de la prosa despierta empatía y repulsión, cual personaje harapiento de una distopía cinematográfica. Adelaida odia a Venezuela con ganas y razones, lo cual puede despertar en lectores de origen venezolano la congoja de que no hay un resquicio para las complejidades de la belleza y la virtud en medio del horror, pero en mi opinión es un logro pues lo que menos necesitamos es complacencia. Una vez enterrada su madre —con la que comparte nombre y apellido puesto que su padre nunca estuvo presente—, Adelaida se sabe inerme ante el poder: el hombre es lobo del hombre. Todos contra todos y el miedo cerval hacia los demás, el más increíble logro de los regímenes totalitarios, tal como los definió Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo. Adelaida es la loba que enseña los dientes, que no se abstiene de descalificaciones racistas ni disimula una fobia a la gordura que se atempera cuando narra la delgadez generalizada de los hambrientos. Odia a la turba desdentada y aguardentosa, dirigida por la espantosa Mariscala, que canta reguetón mientras asesina y manipula el hambre ajena entregando selectivamente paquetes de comida. La conciencia de la discriminación, la desigualdad y la violencia, necesaria en un mundo como el que vivimos, no puede convertirse en ceguera. Los venezolanos sabemos perfectamente que gente como La Mariscala mantiene en el miedo a los sectores populares. Se puede ser mujer, pobre, negra, gorda y ser un monstruo, lo cual —con el perdón de la izquierda ciega— es una elección. Sobra dignidad en mujeres parecidas a La Mariscala que en la Venezuela de hoy jamás caerían en sus fechorías y denuncian los horrores que pasan con riesgo de su propia seguridad. Pero éstas, las valientes, no aparecen ni tienen que aparecer en esta novela. Adelaida es capaz de actos deleznables movidos por su voluntad férrea de sobrevivir. Cuando encuentra muerta por razones desconocidas a su vecina Aurora Peralta, llamada por sus vecinos “la hija de la española”, decide suplantar su identidad y marcharse a España con sus papeles y dinero. Arroja su cuerpo por la ventana y luego lo quema aprovechando el caos general en las calles. Siempre al borde de no conseguir su objetivo de irse, dada la trapacería general para conseguir documentos falsos o verdaderos en Venezuela, sortea obstáculos que los venezolanos conocemos de sobra. Cual heroína del siglo XIX, Adelaida es presa de todos los males posibles y casi al borde de la inverosimilitud los va sorteando hasta llegar a una luminosa Madrid: ¿la familia de Aurora Peralta se tragará el cuento de la suplantación de su familiar? No lo sabemos. El triunfo de Adelaida Falcón sabe a amargura en estado puro.

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ESCOMBRO puede ser señal del apocalipsis, así como los muertos que caminan una vez que el infierno se ha desbordado. Pero al igual que en La hija de la española, en el poemario La ciencia de las despedidas, de Adalber Salas Hernández, no es dios sino

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Fuente > venepress.com

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Karina Sainz Borgo (1982).

“ADELAIDA “ ES LA LOBA QUE ENSEÑA LOS DIENTES, QUE NO SE ABSTIENE DE DESCALIFICACIONES RACISTAS NI DISIMULA UNA FOBIA A LA GORDURA QUE SE ATEMPERA CUANDO NARRA LA DELGADEZ GENERALIZADA DE LOS HAMBRIENTOS. ODIA A LA TURBA DESDENTADA . la política en su dimensión monstruosa la creadora del horror. Seis poemas se titulan “Historia natural del escombro”, nombre que alude a esa cualidad de aficionado que recoge y atesora muestras de un pasado cruel visto como propio de la naturaleza humana. ¿Lo “natural” humano huele a maldad? Pareciera. Los poemas así llamados tienen subtítulos inquietantes: “Huesos”, “Cabezas”, “Riñones”, “Lázaro”, “Auschwitz-Birkenau”, “Pompeya”. Aluden a decapitados, muertos a golpes, asesinados con gas, enfermos, muertos vivos, cadáveres disecados por la lava, procedentes de distintas culturas y épocas unidas por la geografía de lo infame. Ante la solidez dolorosa de los escombros, valen los últimos versos de “Historia natural del escombro: Auschwitz-Birkenau”: Alguien observará todo esto sin [curiosidad o terror, pupilas cubiertas por la resina de la [distancia, como si el pasado no pudiera ser el futuro y el tiempo [apenas fuera del país de lo ya visto. Cuando [estemos masticando las entrañas de suelo y no tengamos la [tela de un nombre para cubrir nuestra desnudez, no [podremos advertirles que la historia es un largo toque de [queda donde realmente nada concilia el sueño [por completo.

Con la crudeza de una brutal nota de prensa o del informe de la exhumación de cadáver, la muerte y los adioses migratorios se unen en la palabra “despedidas”. Este poemario, cuya admirable coherencia interna está dada por la cualidad de observador implacable del sujeto lírico, capaz de exponer el horror con languidez irónica, juega con la crónica y el retrato, con la arqueología y la literatura. Tal juego se establece desde la historia, la poesía y el arte. La ciencia de las despedidas instituye la observación de la crueldad como método que define un hilo conductor entre Pompeya, un campo de concentración nazi, la cabeza decapitada de Juan el Bautista y el antiguo héroe griego Odiseo, convertido en un vulgar emigrante ilegal que muere, según parece, en una riña callejera. Este hilo se extiende a un ministro del gobierno revolucionario, quien cuida que su cabeza permanezca en su lugar porque como se dice en “A day in the life”: “La / última vez fue una catástrofe: hallaron / la cabeza borracha y despeinada fuera de / un burdel”. Ante el horror de los ministros, de los hombres gays asesinados por prostitutos a puñaladas (“Il miglior Fabbro”), de los muertos vivos que ya no caben en la morgue de Bello Monte en Caracas y se organizan con fines políticos (poema XX), cabe emigrar, como en el caso de Adelaida Falcón en La hija de la española. Pero ya no se trata sólo de emigrar, se trata de un exilio. Según “Curso de intensivo de Biopolítica 2”, se puede regresar a hacer turismo desde camionetas blindadas y defendidas con profesionales armados para observar la vida de un país exmoderno, pero la ida es inevitable para muchos que se identifican con la voz que dice en el poema “XXIII”: ¿Motivo del viaje? Desde hace años sueño con una barriga que [me traga, me alberga durante meses detrás

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[de sus dientes de yeso, en la noche blanda de [su estómago, para finalmente escupirme en [costas extrañas.

LILAH ES LA JOVEN amada perdida entre los árboles, la musa de la canción “The Night”, cantada y compuesta por Mark Sandman (1952-1999), líder de la banda Morphine. Ella es refugio y belleza, la mujer vista desde el esplendor del afecto y el deseo. La historia de Sandman es la del artista y héroe moderno, de espaldas a toda convención pero capaz de convertirse en voz del deseo de otros. La mujer es también la interrogante de James Ellroy (1948), narrador estadunidense, al igual que Sandman, cuya vida escandalosa y nihilista es la de los hombres únicos e iluminados que llevaron al límite la libertad individual. La madre de Ellroy fue, por cierto, asesinada en su presencia. Son hijos del siglo XX que coinciden en una pregunta: ¿por qué hay hombres que matan a las mujeres? La novela The Night, de Rodrigo Blanco Calderón, se basa también en esta pregunta; no por casualidad, Sandman y Ellroy aparecen como personajes de la novela, en un juego de correspondencias baudelerianas que recuerda también las aventuras de los personajes de Roberto Bolaño. La cultura literaria del autor es punto de partida para entender su proyecto estético, pero no una explicación que lo agota en lo absoluto. The Night es un policial gótico sin policías, una novela de perdedores y escritores sin destino que buscan en el lenguaje una clave del sentido de sus propias vidas. Un psiquiatra, Miguel Ardiles; un escritor que nunca termina sus proyectos, Matías Rye; y un publicista frustrado, perseguidor de los códigos que ordenan su existencia y el mundo, Pedro Álamo, se ven envueltos en una trama de crímenes contra jóvenes. Unido a los otros personajes por la pasión literaria, los talleres de narrativa y su vida solitaria, el psiquiatra Ardiles no guarda distancia con sus pacientes y se involucra en sus vidas, bebe alcohol con ellos e indaga él mismo sobre los asesinatos, sobre la saña de los hombres que matan a mujeres, los hombres que matan a las tantas Lilah, la musa de la canción de Mark Sandman. En el entramado de esta historia tres crímenes terribles, que en efecto ocurrieron en Caracas, tienen lugar en una Venezuela con frecuentes cortes de luz eléctrica, los cuales sumen a la capital en una oscuridad poblada por criaturas nocturnas entre la mendicidad, la locura, la violencia y la droga. El psiquiatra Edmond Montesinos

Fuente > americadigital.com

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Rodrigo Blanco Calderón (1981).

(inspirado en un exrector y candidato presidencial, que atendió como especialista a tres presidentes de Venezuela) mata a una paciente con la que había mantenido relaciones sexuales y que expresaba su depresión y desórdenes alimenticios en un blog. Por su parte, el hijo de un escritor y profesor universitario, Camejo Salas, conocido como el “Monstruo de los Palos Grandes”, mutila y tortura a una joven que, supuestamente, iba a fungir de modelo para sus cuadros. Por último, Margarita Lambert, vinculada al taller literario de Matías Rye, paciente de Miguel Ardiles y amante de Pedro Álamo, es arrojada al fuego junto a su madre, acción en la que está involucrado su exnovio violento y estafador. Matías Rye, en una conversación con Ardiles, afirma que Venezuela vive una dictadura, cuya ineptitud se evidencia en los problemas con el servicio eléctrico, pero también en la impunidad, la tolerancia hacia el mal, la complicidad con personajes como Montesinos o Camejo Salas, cercanos a la revolución bolivariana. Se trata de un gobierno de izquierda rapaz, creador de ese escenario pesadillesco que justifica lo de “policial gótico”. Esta izquierda tiene su lejano antecedente en aquella que vivió el héroe tutelar de The Night en su apretado tejido de analogías y correspondencias (en el que es fácil a veces perderse por el empeño autoral en los juegos lingüísticos y literarios). De nuevo, el artista moderno solitario emerge, esta vez desde el poeta venezolano Darío Lancini, autor del libro de palíndromos Oír a Darío (1975),

“SE “ TRATA DE LITERATURA QUE HACE ARTE CON EL DESASTRE ECOLÓGICO, EL CRIMEN ORGANIZADO, EL FANATISMO DE CUALQUIER SIGNO HISTÉRICO Y REPRESOR, LA RUINA ECONÓMICA, EL DESPRECIO AL CONOCIMIENTO, EL AUTORITARISMO POLÍTICO SIN CORTAPISAS .

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cuya historia hasta los años setenta es contada en The Night por Pedro Álamo, su admirador. Se incluye la militancia de izquierda contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y también contra la recién nacida democracia venezolana. Durante ésta, Lancini se asila en París, donde conoce una izquierda caviar enloquecida y rocambolesca; luego de su paso por Praga y Varsovia se despide del autoritarismo socialista como mentira de Estado. En la vida de Lancini (y del personaje de The Night), cuyo destino estuvo unido a quien fue también una militante de izquierda, la narradora Antonieta Madrid (personaje de esta novela), se imponen los caracteres desatados y libérrimos de los años sesenta y setenta. Entre ellos está una poeta genial y alcohólica, afecta a armar escándalos y seducir a lores y diplomáticos; o un guerrillero experto en escapársele a los gobiernos de Acción Democrática. Hablo de la izquierda que vivió la mejor época de Venezuela, con puente aéreo a París, y que décadas después vería la monstruosidad de su sueño encarnado en la revolución bolivariana, caldo de oscuridad y crimen. Una izquierda que puede contemplarse como un palíndromo, especialidad de Lancini, y que bajo la aparente diferencia de los significados, al leerlo de izquierda a derecha o de derecha izquierda, apunta a un solo sentido: autoritarismo. La modernidad artística desplegada en forma de personajes novelescos en The Night es retratada con la ironía y el anhelo de quien la vio arruinarse y desaparecer. Sólo la literatura es capaz de conectar así el presente con el pasado e intuir la belleza tremenda —y la ingenuidad— de perseguir el sentido en una inmensa superficie de palabras que sólo señalan un fin: la muerte.

EN LA CONDICIÓN HUMANA, Hannah

Arendt deja claro que tal condición no sólo es dignidad de nacimiento sino construcción guiada por objetivos hoy tan despreciados como la libertad. La hija de la española, La ciencia de las despedidas y The Night expresan una literatura testigo del desmoronamiento de la libertad en un mundo degradado, con olor a apocalipsis; no hablan de un futuro que no ha llegado sino de la experiencia de lo acontecido. Apocalipsis, destrucción y ruptura de la convivencia: es el mundo de los zombies, de los que sobrevivieron hecatombes, los que arrojaron a la basura los principios, los vencidos por el poder de los peores. Se trata de literatura que hace arte con el desastre ecológico, el crimen organizado, el fanatismo de cualquier signo histérico y represor, la ruina económica, el desprecio al conocimiento, el autoritarismo político sin cortapisas, la necropolítica. Las dos novelas y el poemario se diferencian de las distopías cinematográficas o de una literatura del pesimismo desde la comodidad de la contemplación. Este despiadado trío de libros nos advierte lo que ocurre cuando la razón, el humanismo, la verdad y la convivencia democrática se retiran del escenario, cuando nos hemos convertido en exmodernos, como en Venezuela.

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En un marco de incertidumbre, la ubicación de los restos mortales de José José y la expectativa por sus exequias ocuparon buena parte de la atención pública en días recientes. Un final con anticlímax ante el arrastre de una voz, un estilo que lejos de anclarse en su principio —a casi medio siglo de distancia— atrajo la identificación de generaciones sucesivas. Aquí, un repaso de los elementos, las claves que propiciaron el culto popular de esta figura destinada a permanecer.

EL PRÍNCIPE Y LOS HALLAZGOS DE LA INTUICIÓN ROBERTO DIEGO ORTEGA @sanquintin_plus

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Fuente > larepublica.pe

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a muerte de José José fue seguida por tres días de silencio y vacío informativo ante la virtual desaparición de su cuerpo, bajo los manejos de su hija menor, quien surgió y se consagró en esos días como villana insuperable. Fue vapuleada en hashtags como #SaritaBuitre y #SaritaCulera. Así los fans cobraron venganza por el escamoteo de los restos del cantante y la incertidumbre sobre sus exequias, en medio de una disputa familiar que habrá de continuar. La espera del público para despedirlo se acerca así a un final, con apoteosis por calles y recintos de su ciudad en los próximos días. Será el tributo a un ídolo popular destinado a permanecer, al margen de las rencillas y mezquindades que marcaron sus últimos años pero no sellaron su destino. En otro lance de la idiosincrasia mexicana, fue necesa ria la intervención de la Secretaría de Relaciones Exteriores, a través del consulado en Miami, para negociar entre sus hijos una paz al menos transitoria, a fin de superar el conflicto familiar que escaló hasta ser considerado un tema de interés nacional. José José gozó del éxito y la fama, sobre todo a lo largo de dos décadas —los setenta y ochenta— en que cantó para la eternidad no sólo “El triste”, cañonazo fenomenal que inicia su carrera. Además hizo suyo un vasto repertorio que perfiló en buena medida la sensibilidad y educación sentimental de aquellas generaciones de la segunda mitad del siglo XX, para extenderse por su cuenta hasta la actualidad, cuando sin distinción de edades la mayoría de los mexicanos conoce de memoria sus canciones. A la par de su fulgurante ascenso en México y el continente, su debacle fue larga, también expuesta al dominio público durante más de dos décadas. Antes, con el reinado absoluto de sus canciones en el radio y las ventas de acetatos —aún no llegaba el disco compacto—, José José consolidó en su voz un temperamento a flor de piel, sitiado por el clímax y anticlímax del corazón dichoso o desgarrado por los altibajos del amor. Fue al inicio de la década de los setenta cuando Raúl Velasco apadrinó su

"El triste", revelación de José José, 1970.

lanzamiento en Siempre en domingo, con motivo del Festival de la OTI donde José José concursó con la canción “El triste”. Pese a que no ganó, ese tema se convirtió en su primer gran hit (luego vendría todo un rosario) y es sin duda la canción que mejor ha sobrevivido de aquellos festivales muy pronto atiborrados de mensajes positivos, justo en la línea de lo que hoy se llama autoayuda y superación personal.

EL MUNDO A LA DISTANCIA En un registro por demás distinto de la escena internacional —contemporáneo de Led Zeppelin, por decir algo—, José José pudo construir su identidad al desplazar las pautas del bolero, con su remate y cierre de operaciones de la estética modernista. Lo proyectó hacia la balada, más urbana, moderna o novedosa que los cartabones y las rutinas previas. Desde el principio, su voz privilegió el temple melancólico de un ser arrebatado por las cumbres borrascosas del enamoramiento y sus tortuosos desengaños. Con el tiempo, la vida privada también alimentó esa percepción o esa leyenda: sus propias inmolaciones pasionales —casi un acto reflejo de su lírica—, aunadas a las disipaciones y los estragos del reventón, conformaron al personaje que en algún abismo señaló, con la inspiración de Pérez Botija, una certeza invariable: en las lides del amor se trata siempre de entregarse con todo y sin medida.

Su anhelo muestra los atributos de una adicción que lo vuelve incapaz de resistir el acicate de ese vicio, el amor, y lo somete a sus dictados, con la secuela inevitable de la desventura. Aunque sería un disparate identificar al pie de la letra cada una de sus canciones con la vida del intérprete, sin duda la elección de los temas y compositores, a la que no fue ajeno, fundó el espacio de un gusto delineado con toda nitidez. En sus estados de ánimo y sus devaneos puede permitirse cualquier contradicción, pero jamás abandona el ímpetu pasional de los amantes, en las buenas y en las malas. Experto en decepciones, camina “entre fracasos” y esquiva “los zarpazos” que le lanza “el dolor”. El tono autobiográfico le interesó de manera creciente, hasta ser casi un sello de la casa; suele insistir en el tono confesional y en la identificación o representación de un temperamento a través de sus temas y letristas. Desde este ángulo, resulta ejemplar la canción sobre pedido que Rafael Pérez Botija tituló “Seré” y que el cantante llamó su “biografía artística”, donde dibuja un posible autorretrato: Seré quien todo lo dio por triunfar dejando su vida al pasar hecha pedazos seré un sueño que sí se cumplió un hombre al que nadie domó sólo los años [...] un hombre que no pudo más un viejo gavilán cansado...

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DÍAS DE VINO Y ROSAS Así, desde los vuelos de su inspiración romántica, José José dominó con ventaja el panorama. Mientras tanto, se consolidó como El Príncipe y al mismo tiempo se lanzó, de lleno y sin red de protección, a la vorágine del éxito, el torbellino de la vida bohemia que distingue su peculiar ascenso y caída. En el paisaje histórico se halla el antecedente funesto de Díaz Ordaz, seguido por los sexenios y destrozos de Echeverría, López Portillo y De la Madrid como paisaje ineludible, para no ir más lejos. En las antípodas, su lírica opta por una salida al sentimiento, a la intimidad, la apuesta radical de los amantes que conmueve desde la superficie hasta lo más profundo de la piel y desde luego, el corazón. Más tarde será necesario afrontar los costos de cada renuncia y rendición sin condiciones, soportar el estigma de los amantes proscritos (años luz antes del free, libre de todo compromiso), ésos de los que ya casi no hay: los que dan rienda suelta a su capacidad de entrega incondicional, los elegidos por esta aptitud cada vez más escasa que ellos mismos reconocen, asumen o celebran como una aparición sagrada. En su arrebato, los amantes delimitan un territorio propio, se alejan del mundo colectivo o lo confrontan, pues “aquí sólo contamos tú y yo”. Es la certeza de un estado de excepción y gracia que transporta a sus oficiantes a una existencia alterna, prodigiosa, intransferible. Es la certeza de su canción “Almohada”: “Amor como el nuestro no hay dos en la vida”. Durante el apogeo de su principado, José José consagra su disposición a jugarse el resto en cada lance, capaz tanto de resistir como de reincidir o desmoronarse de cara a las afrentas, los altibajos, el desencanto. Pero el consuelo es que su viaje siempre tiene boleto de regreso: un nuevo amor puede salvar una vez más el mundo. Entre tanto, vivimos en el sube-y-baja, el carrusel, la rueda de la fortuna, el volantín o la ruleta rusa que de pronto deposita a los elegidos —ya en el extremo opuesto de la gracia— en un estado de postración, vulnerables, inermes, pero eso sí: genuinos hasta la ignominia y alguna vez tocados —de modo inolvidable— por la fortuna y el hechizo del amor. Víctimas y victimarios en rotación constante, en la rifa continua del tigre añorado. Con las letras perfectamente ad hoc de autores como Armando Manzanero, Rafael Pérez Botija y Manuel Alejandro, la voz de José José

logró un salto cualitativo. La balada le permitió un deslinde frente a los almidones del bolero, donde no se reconocían del todo las generaciones emergentes, sino las que entonces ya tocaban la puerta de la jubilación. Así, en la agonía romántica encarnada por José José despuntó esa brecha generacional, acompañada o propiciada por una sensibilidad incipiente. Pese a la distancia y el relativo aislamiento, aquella juventud compartía, por otra parte, el aliviane juvenil, cosmopolita, que prosperaba desde los años sesenta con rock, hippies y comunas, en busca de una expresión más libre: en el caso de José José, una sexualidad más natural y una elocuencia renovada (“ya no soy ningún muchacho / sabes bien que te deseo”).

NOTICIAS DEL PARAÍSO Con la fuerza de su sinceridad a quemarropa, más cómodo en la media luz, la intimidad y la alcoba, José José lanzó su gran apuesta por el sentimiento. No hacía falta sintonizarlo con el mundo ancho y ajeno pues se saciaba con su propia vehemencia, la voz de su pasión, acaso más genuina que las novedades del mundanal ruido. Su territorio fue esa recámara, ese lecho compartido sólo por quienes saben lo que es jugarse el todo por el todo, de espaldas (a veces) a la historia y la razón, porque nada es más poderoso para quien se confiesa “preso / de la cárcel de tus besos / de tu forma de hacer eso / a lo que llamas amor”. El requisito indispensable es la renuncia que desde otros ojos puede ser un motivo de condena, una forma de capitulación, como lo expresa con toda claridad una de sus frases emblemáticas: “el que ama no puede pensar / todo lo da, todo lo da”. Y como queda claro, todo es una palabra recurrente en José José. Sus canciones más personales contienen un erotismo que trasciende el pudor (“entrar muy despacito por tu piel”) y se demora en la profusión descriptiva, más atenta al cuerpo y sus placeres. Así dispuso la sensualidad de sus canciones como una auténtica renovación: cierta franqueza liberadora que se atreve a decir su nombre o develar sus aficiones (antes impronunciables), mediante lo que entonces pudo escucharse como un abanico de audacias, añoranzas, descubrimientos y complicidades al filo del abismo, ya desde la promesa de un paraíso realizado, o bien desde la cruda del desengaño, el desamor y sus variantes infinitas.

“DURANTE “ EL APOGEO DE SU PRINCIPADO, JOSÉ JOSÉ CONSAGRA SU DISPOSICIÓN A JUGARSE EL RESTO EN CADA LANCE, CAPAZ TANTO DE RESISTIR COMO DE REINCIDIR O DESMORONARSE DE CARA A LAS AFRENTAS, LOS ALTIBAJOS, EL DESENCANTO  .

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CUMBRES Y PRECIPICIOS En la consumación de su personaje, el drama de José José tiene lugar casi frente a su público. Por fatalidad, elección o destino, sus amores, caídas, redenciones, alimentaron a lo largo de los años los chismes de la farándula. Lejos de ocultarse, confesó sus problemas de salud y dinero, dio incontables declaraciones públicas y proyectó su interés autobiográfico más allá de las canciones, al actuar y cantar una historia de sus andanzas en la película Gavilán o paloma (que no tiene la obligación de ser una obra de arte); ese interés lo llevó también a publicar su libro, Ésta es mi vida. La lección fundamental postula ante todo que amar equivale a rendir la plaza, desbarrancarse, abrirse las venas y el pecho en los altares de ese paraíso que tiende a ser efímero y desembocar en los calabozos del abandono. Luego de alcanzar la fascinación más absoluta, los habitantes de ese paraíso deben reconocer tarde o temprano que “el amor acaba”, entre otras cosas porque “el sentimiento es humo / y ceniza la palabra”, según la letra de Manuel Alejandro como anillo al dedo. La situación se complica al constatar que en este pueblo sí hay ladrones y traidores, las apariencias no dejan de engañar y la fidelidad o la lealtad son monedas de cambio tan volátiles como las del bolsillo. Por eso, en algún momento José José es capaz de confesarse “tan infiel como un perfume de mujer”, echar alguna cana al aire y recurrir después a la “amnesia”. Para lograr todos estos y otros efectos, hacía falta esa voz francamente privilegiada, aunada a la sensibilidad que —con sus compositores, sus letristas— consumó un repertorio formidable. Tal vez con los hallazgos de la intuición, José José diseñó la fórmula perfecta de su voz, una esfera definida por la intensidad erótica y el corazón hipersensible, entre cumbres y precipicios borrascosos. Siempre está al acecho la caída que en algún momento lo atrapa como a un inocente en plena novatada: el “aprendiz de seductor”, el gavilán transfigurado en paloma, impermeable al sarcasmo y la parodia, pues las verdades del corazón merecen nuestro respeto. Incrédulos, desalmados, herejes, favor de abstenerse; para ellos, el mismo José José anticipó la respuesta, cantada con todas sus letras de modo insuperable: “casi todos sabemos querer, / pero pocos sabemos amar”.

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Al iniciar la década de los años cuarenta —en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, que convirtió a México en refugio y destino para perseguidos de todo signo—, el romance entre dos grandes estrellas de Hollywood, el cineasta Orson Welles y la diva mexicana Dolores del Río, prosperaba con vistas a un posible matrimonio. Por eso el director de El ciudadano Kane la visitó en la Ciudad de México y se corrieron una suerte de parranda de la que persisten algunos testimonios.

NOVO, WELLES Y DOLORES DEL RÍO MIGUEL ÁNGEL MORALES @MORAL3X

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Hacia las tres de la madrugada del miércoles 15, Dolores del Río y sus acompañantes ya habían pagado diez pesos de mordida, según Piñó Sandoval. Los primeros cinco fueron por circular el automóvil en sentido contrario y los restantes porque su chofer, Luis Iturbe, tocó el claxon, prohibido “después de las diez de la noche”, para no embestir a un borracho. Una segunda entrega de Hoy, bajo la dirección de Regino Hernández Llergo desde febrero de 1937 y ya sin la presencia de su primo José Pagés, documenta gráficamente la visita de Orson Welles. Lamentablemente no identifica al autor del texto ni al responsable de las fotografías. El anónimo redactor apunta que fueron a las luchas —los luchadores eran entonces una debilidad de Novo; después acudieron al Leda y remataron en el Maravillas. En una foto aparecen Novo, Welles y Dolores sentados en bancas de madera, divididos tan sólo por la numeración de los asientos. Una mujer abraza a Novo. Es Rose o Rosa, la esposa del caricaturista Miguel Covarrubias. Aunque en su biografía Covarrubias (FCE, 1999) Adriana Williams no menciona esta incursión solitaria, sí consigna —sin fecha— que Orson visitó la casa del matrimonio. Debió ser en octubre de 1941. En otra foto, Dolores agradece de pie los aplausos que le tributan los modestos asistentes al teatro salón. A su derecha está Orson Welles, sonriente, con lentes oscuros y bigotillo recortado. En otra está Goyo Dante, con elegante traje, moviendo sus brazos para darle fuerza a su declamación. No aparece el espontáneo que interpretó Rapsodia en Azul, ni Misrachi ni Adolfo Best Maugard, cabaretófilo de tiempo completo que quizá se quedó anclado en el Primavera, prometiendo estrellatos cinematográficos a las ficheras. Orson Welles y Lolita del Río volvieron a verse en la Navidad de 1941, en Hollywood. En febrero de 1942, después de editar The Magnificent Ambersons, el cineasta fue a Brasil en misión cultural. Casi un semestre duraron sus correrías sexuales sin comunicarse con su prometida, por lo que ella terminó la relación que había comenzado en marzo de 1940. En su casa de Coyoacán, en marzo de 1945, Novo recibió a Orson y a Rita Hayworth, su nueva novia y con quien se casaría. Evitó “toda referencia” a Dolores, su vecina contigua. Fuente > es.wikipedia.org

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rson Welles, Salvador Novo y Dolores del Río se reunieron dos veces. La primera fue en Hollywood cuando Welles, ya terminada su excepcional película El ciudadano Kane (1940), planeaba filmar una cinta donde él y la hermosa Dolores fueran los protagonistas. La otra fue en octubre del año siguiente en la Ciudad de México, cuando Dolores intentaba formalizar su matrimonio con el tormentoso cineasta. De la primera reunión, Rafael Vargas dejó su crónica titulada “Dos o tres episodios mexicanos de Orson Welles” en la revista Nexos (mayo de 2015), disponible en internet. Gracias a una sabrosa crónica del columnista político Jorge Piñó Sandoval —futuro director de la revista rabiosamente antialemanista Presente (19481949)— y a un anónimo fotógrafo, se puede saber qué hicieron Welles, su madura novia y Novo, de las 13:30 del martes 14 de octubre de 1941 a las cinco de la madrugada del día siguiente. Novo y Dolores del Río —con un vestido color negro— esperaron el avión que trajo a Orson Welles a la Ciudad de México. También estaban, a sugerencia de Novo, el hábil Piñó Sandoval y el fotógrafo. A las 13:30 Orson descendió por la escalerilla. Inmediatamente el actor y cineasta le dio a su novia un “sonoro y largo beso” en la boca, mientras Novo se aproximaba para darle un fuerte abrazo. Dolores del Río lo raptó enseguida, como apunta Piñó Sandoval en su columna “Este México!” de la revista Hoy, para cumplir la manda de ir a ver a la Virgen del Tepeyac. Después de observar algunos milagros y de comprar una gorditas azucaradas se trasladaron al restaurante Manolo, en la calle de López, para una cena íntima. Sin embargo “el ciudadano Welles” se dedicó a oler “los riquísimos platillos, pues llegó sujeto a una dieta estricta que no le permite más que engullir dos tazas de consomé y un filete del tamaño de toda la América Latina”, como escribió socarrón Piñó Sandoval. De ahí se trasladaron al teatro salón Maravillas, propiedad de Goyo Dante, quien recibió a sus visitas con declamaciones exageradas, que llamaron la atención de (¿Alberto?) Misrachi. Entre el público surgió un supuesto espontáneo que interpretó al piano la Rapsodia en Azul, de Georges Gershwin, en honor de Dolores del Río.

Orson Welles y Dolores del Río, 1941.

“DOLORES “ DEL RÍO LO RAPTÓ ENSEGUIDA, COMO APUNTA PIÑÓ SANDOVAL EN SU COLUMNA ESTE MÉXICO! , PARA CUMPLIR LA MANDA DE IR A VER A LA VIRGEN DEL TEPEYAC  . A fin de no toparse con el noctámbulo rey Carol II y con su amante madame Lupescu, Dolores y Novo fueron al cabaret Leda (en Vértiz, colonia Doctores), al Atzimba (en la Guerrero) y a otros “recientemente infestados por los intelectuales”. Como a Welles no le divirtieron estos sitios, el pintor, documentalista y aún no cineasta Adolfo Best Maugard les recomendó ir al cabaret Primavera (en la calle de Brasil) frente al teatro María Guerrero, más conocido como el María Tepache por las numerosas tepacherías que lo acompañaban. El siniestro cabaret estaba iluminado con luz fluorescente (que da “a la concurrencia aspecto de muerto fresco”) y los músicos interpretaban música americana y jitterbug. A propuesta de “la infatigable Rosa Covarrubias” remataron en el Tenampa, famoso lupanar cuyo lema era “Aquí es Jalisco”, visita obligada para turistas desde los años treinta. Supuestamente solía concurrir Antonin Artaud, en el primer semestre de 1936, pero más que ponche de granada o de arrayán prefiría adquirir droga en los meandros de la oscura Plaza Garibaldi.

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Regodearse en el tiempo pasado, en particular si se trata de los años de nuestra adolescencia, es una tendencia en boga. Parece que traer al presente la música, el léxico, la ropa y la forma de relacionarnos nos hiciera mejores personas o, al menos, más felices. Este mensaje subyace en incontables producciones que acicatean nuestra memoria: ahí están las series sobre Luis Miguel, José José, Colosio y el año de 1994, entre otras. El autor del siguiente ensayo se pregunta hasta dónde llegará la explotación mediática de los recuerdos.

LA NOSTALGIA COMO MODA DANIEL HERRERA @puratolvanera

EL NEGOCIO DE LA NOSTALGIA Cuando en 1988 surgió The Wonder Years (Los años maravillosos), y llegó a México un poco después, quedaba claro que el juego de la nostalgia era efectivo. Nosotros, adolescentes que en ese momento teníamos la edad de Kevin, Paul y Winnie, consumíamos con voracidad sus aventuras. Nuestros padres también podían sentirse identificados porque habían vivido el contexto, aunque lejanamente. Fueron hombres y mujeres que pasaron su juventud o niñez en los sesenta y encontraban, por lo menos durante media hora, una forma de conectar con el mundo de nosotros, sus hijos adolescentes. La fórmula funcionó tan bien que la serie se sostuvo durante seis temporadas, desde 1988 hasta 1993, justo cuando ya no tenía razón de existir, como lo demostraron los bajos ratings de la última temporada. Los niños ya no éramos tan ingenuos y el grunge había llegado a nuestras vidas con toda su rebeldía y odio. Treinta años después se repite la fórmula, pero la explotación del fenómeno de la nostalgia parece invadir todo. Tenía que suceder, somos la generación que ya no vivió el mejor momento del capitalismo: para nosotros no

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hubo estado de bienestar, pero sí hay consumo cultural a lo bestia. El mejor ejemplo es una de las series estrella de Netflix: Stranger Things. Ya no se trata de revisar el verano del amor y la libertad de las drogas. Ahora volteamos a ver los ochenta, cuando parecía que éramos felices, los niños y adolescentes salíamos a la calle con total libertad, el dólar valía tres pesos y nadie pensaba en el cambio climático. Por supuesto que la revisión nostálgica no está limitada a esa serie. La televisión y el cine nos han entregado un producto tras otro para revisar el pasado, nuestro pasado, cuando el dolor no existía. Las series de Luis Miguel, José José, Colosio, el Chapo y Pablo Escobar. Los documentales sobre Parchís, la princesa Diana y 1994. Las nuevas versiones de las películas de Disney. Las nuevas películas de Star Wars con los viejos personajes de siempre. Los múltiples remakes del cine de los ochenta y noventa. Es tan obvia la estrategia que hasta dan ganas de abandonar todo y dedicarse a leer. Pero es imposible, por lo menos para mí y, supongo, para millones como yo. Entonces, Stranger Things llega a su tercera temporada sin aflojar su exitoso paso. La serie, que es puro y efectivo entretenimiento, no intenta alcanzar las alturas de la mejor televisión de los últimos lustros, sino que nos enreda en una historia que ya conocemos, que sabemos hacia dónde correrá y que aun así consigue atraparnos. Sí, los hermanos Duffer, creadores de la serie, saben mantener la atención de un público ansioso por identificar todas las referencias del pasado, mientras encuentra una manera de conectar con los hijos adolescentes. Fuente > amazon.com

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a nostalgia es delicada pero potente, dice Don Draper en la serie melancólica por excelencia, Mad Men. Cuando explica eso, el protagonista de la serie no está hablando de este sentimiento desde una perspectiva filosófica, sino desde la visión de un publicista. En el decimotercer capítulo de la primera temporada, Kodak acababa de inventar un proyector de diapositivas que simplifica la forma en que se ven las fotografías. Es Draper quien nombra el objeto: carrusel. Y los guionistas hacen que el personaje explique el significado de nostalgia desde su etimología: “el dolor de una herida antigua”. Esto funciona en la serie para mostrar a un Don Draper que comienza a alejarse de su familia. No quiere volver al pasado con su familia porque resulta doloroso; mejor mirar hacia adelante, hacia la construcción de su propio personaje. A pesar de que los guionistas de Mad Men son extraordinarios, en realidad, la nostalgia es un objeto de consumo que va justo en sentido contrario al que explica Don. Siempre se ha utilizado para vender, pero los productos aparecían esporádicamente.

“LA “ TELEVISIÓN Y EL CINE NOS HAN ENTREGADO UN PRODUCTO TRAS OTRO PARA REVISAR EL PASADO, NUESTRO PASADO, CUANDO EL DOLOR NO EXISTÍA . ALARGAR LA JUVENTUD, ¿POR CUÁNTO TIEMPO? Stranger Things en realidad no inventa nada nuevo. Nos sumerge en la misma narrativa que conocimos en las películas de los ochenta, con la diferencia de que ahora nos mantiene en un lugar seguro. Cuando vimos Alien por primera vez, el extraterrestre nos aterrorizó. Cuando el payaso de It apareció, sólo requirió maquillaje para inquietarnos. Cuando los cuatro amigos de Castle Rock deciden emprender un viaje para encontrar el cadáver de un muchacho de su misma edad y conseguir fama, no teníamos idea de cómo resultaría ese viaje y si los adolescentes obtendrían lo que buscaban. Ahora, con estos adolescentes que deben enfrentar a un monstruo de una realidad alterna sabemos qué todo terminará bien, hasta cierto punto. Morirán algunos personajes, porque eso debe suceder y los jóvenes saldrán adelante uniéndose todavía más, gracias a las desgracias que les rodean. A pesar de que los actores adultos que podemos ver en ella son aquellos que conocimos hace décadas, la serie no puede sobrevivir sin los jóvenes. Ellos sostienen su éxito y su camino narrativo. Pero esta combinación de nostalgia con juventud no puede llegar demasiado lejos. Sin duda, en algún momento la serie fracasará: eso sucederá cuando los protagonistas ya no parezcan ni ingenuos ni adorables. Pero el verdadero asunto es cuánto más aguantaremos los cuarentones esta sucesión interminable de referencias a la cultura popular de nuestra niñez. Tal vez es momento de seguir adelante, entender que la nostalgia es, en realidad, una forma de sentir dolor y no una manera de abrazar la adolescencia. Jamás una generación había alargado tanto su juventud hasta estos límites ridículos.

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AL FONDO de su grieta en el muro, el alacrán escribe estas líneas horas antes de la marcha conmemorativa del 2 de octubre, y aunque la prospectiva no es lo suyo, apuesta porque los destrozos no hayan sido mayores y porque la violencia no haya aflorado. El tema de la violencia cobró relevancia en las últimas semanas tras el aserto de Pedro Salmerón de calificar como valientes a los integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre, quienes en 1973 asesinaron a Eugenio Garza Sada, emblemático prócer del poder económico del país. El affaire provocó la salida del historiador de la dirección de un instituto oficial de estudios históricos, despido forzado por las protestas de las organizaciones patronales y empresariales, de varios intelectuales y periodistas, y de algunos funcionarios del propio gobierno. Pero el alacrán insiste: el análisis y la indagación sobre la historia de la violencia institucional y revolucionaria, la guerrilla, la guerra sucia y la neoguerrilla, desde fines de los años cincuenta hasta los años noventa, está lejos de haberse agotado. El tema debía revisarse tras este encontronazo intelectual, no sólo quedarse en los ataques y las opiniones viscerales en redes sociales. En su columna “Valentía, provocación, desmemoria” (La Crónica, 30-09-19), el investigador Raúl Trejo recordó crónicas y datos de la época desde una perspectiva ética de repudio a los hechos y grupos guerrilleros. Mientras tanto, en su texto “La prensa y la bolsa” (La Jornada Semanal, 2909-19), el escritor Agustín Ramos caracterizó las poderosas

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PURA Y LÍMPIDA ANSIEDAD, CRISTALINA COMO LA MÁS HERMOSA DE LAS RAYAS DE LA COCAÍNA MÁS PURA . nuestras metas, concretamos los deseos más preciados de nuestro corazón, y nos sentimos engañados, vanos”. Soy un ferviente partidario de la terapia de choque. Creo que nunca he comido tanto picante como cuando he padecido reflujo. He utilizado el mismo método para combatir la ansiedad. La he maniobrado bajo los efectos del ácido, de la coca, por supuesto, del alcohol, de la natación, del sexo, de la mariguana, de los ansiolíticos y sobrio. Y como un surfista me he deslizado por la cresta de sus olas. Nunca he llegado al ataque de pánico, pero todo el tiempo me acompaña una sensación de inminente fatalidad. Doblé las manos, me rendí, me entregué, como un país conquistado, pero no caí. Ni hipertenso ni con fallas en el corazón. Pura y límpida ansiedad, cristalina como la más hermosa de las rayas de la cocaína más pura. Mientras escribo esto me sudan las manos. No he dejado de abonar mi hipocondría un solo minuto en los últimos catorce meses. Ante la duda de por qué antes todo me valía madre y hoy me preocupo, mi psiquiatra la atribuye a que estoy creciendo, no madurando, ojo. Siempre pensé que las crisis de los cuarentones consistían en ligar con chavitas de veinte, comprarse una Harley o un Corvette. Nunca creí que arañar paredes sería mi proyecto de vida. Mi psiquiatra dice que no acuso el más mínimo indicio de depresión. La cancelación del futuro, como postula Mark Fisher, no me incita al suicidio. Pero tampoco creo en la invención o en la construcción de ese futuro. El optimismo sería fallarle a Schopenhauer. Y no quiero. Le puedo fallar a todo el mundo. A mis parejas, a mis editores, a la casera. Pero no a Shopenhauer. Ni a mi hija. Y tampoco a la ansiedad. No hace falta que lo aclare, pero lo haré, tengo una personalidad adictiva. Todo se me hace vicio. Pues con la ansiedeath es lo mismo. Me he aficionado a ella. Le he tomado tanto cariño que cuando no está la extraño. No se trata de una actitud masoquista. La ansiedeath es culera. Pero la ansiedad es como la familia, uno no la elige, aunque termines encariñándote con ella.

Foto > Cuartoscuro

NO TODA la ansiedad lleva a la cocaína pero sí toda la cocaína conduce a la ansiedad. Desde que terminó el mundial pasado he comenzado a experimentar crisis de angustia. Después de discutirlo en terapia, mi psiquiatra y yo llegamos a la conclusión de que me aterra envejecer. Nunca pensé que llegaría a los cuarenta años. Toda mi vida me regí por las enseñanzas de gente que murió de manera prematura, por propia mano o por un simple giro del destino. Ian Curtis, John Belushi, Parménides García Saldaña, y en sí todo paladín de la autodestrucción fue mi modelo a seguir. Pero las cosas cambiaron desde el nacimiento de mi hija. No dejé de hacer pendejadas. Ni dejé de consumir sustancias. Sin embargo, a partir de entonces me afresé. Cómo llegué a estas alturas del partido lo desconozco. De lo que sí estoy completamente seguro es de que no quiero sufrir los estragos que provoca el tiempo. No sólo porque creo que no estoy diseñado para ser ya no digamos anciano, cincuentón, también porque no pretendo descubrir cómo será mi cuerpo. Deseo que el tiempo se detenga y que mi anatomía sea congelada junto a Walt Disney. Soy un paciente complicado. Paradójico, según el manual. Me quitaron el Escitalopram a los quince días porque no lo necesitaba. Pero en cuanto me lo quitaron comencé a necesitarlo. Me recetaron un ansiolítico. Pero si me lo tomo me cae pesado. Y si no me lo tomo se me agudiza el malestar. Así que me lo tomo a criterio. Entonces una caja de treinta comprimidos me dura cuatro meses o más. Amo las drogas, pero no si me las consensúan. Es cuando a mí se me antoja. Hasta ahora los mejores ansiolíticos han resultado ser la cerveza y la música de Nirvana. Continúo creyendo firmemente en el slogan punk No future. Entonces no debería asustarme el paso del tiempo. En resumen, estoy luchando contra un fantasma que no existe. Es la profecía autocumplida que vaticinó Mark Fisher. Pero a diferencia del pasado, lo que a mí me atosiga es lo que ocurrirá hacia adelante. Es un decir: porque está más que claro que no sucederá nada. Sólo la repetición. Fue leyendo Los fantasmas en mi vida que entendí mejor la raíz de mi angustia. Es un síntoma estructural del capitalismo actual. Con todo lo que eso conlleva. El estar cansado y sobreestimulado todo el tiempo. Y la sensación de que nada es suficiente, ni siquiera los triunfos. “Los momentos verdaderamente shopenhauerianos son aquellos en los que alcanzamos

Fuente > amadag.com

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EL ANÁLISIS SOBRE LA HISTORIA DE LA GUERRILLA, LA GUERRA SUCIA Y LA NEOGUERRILLA ESTÁ LEJOS DE HABERSE AGOTADO .

fuerzas económicas de entonces (representadas por Garza Sada) y también a las que hoy hicieron campaña contra Salmerón. Todo desde una perspectiva crítica ajena al ramplón ánimo condenatorio. Si la narrativa histórica del 68 se ha agotado, como atestigua el arácnido, hoy nos percatamos de la falta de una más completa narrativa histórica (¿armada?) de la guerrilla. Habrá de ahondarse, entonces, no sólo en las condiciones históricas, económicas, de pobreza y represión, sino también en el espíritu de la época, la historia de las mentalidades y el mundo perdido de estos personajes, “en la llanura inexplorada que constituye la mentalidad revolucionaria”, como escribe Robert Darnton en sus Reflexiones sobre la historia cultural (FCE, 2010). Sólo así tendremos conocimiento de nuestra historia guerrillera: de Rubén Jaramillo a Genaro Vázquez, de Lucio Cabañas a la Liga 23-S, del Partido de los Pobres al EPR, al EZLN y sus figuras. El alacrán recomienda el libro de Patricia Cabrera y Alba Teresa Estrada Con las armas de la ficción (UNAM, 2012) y el de Fritz Glockner Los años heridos, historia de la guerrilla en México (Planeta, 2019).

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

AMAR LA A N S I E D E AT H EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

L A N A R R AT I VA ARMADA

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FILO LUMINOSO Por

NAIEF YEHYA @nyehya

MIDSOMMAR, DE ARI ASTER

“AUNQUE “ CASI NO VEMOS NADA DE LA INTIMIDAD DE DANI Y CHRISTIAN, ESA AUSENCIA DIBUJA POR SÍ MISMA LA MUERTE DEL AFECTO Y LA SUPERVIVENCIA DE UN PESADO COMPROMISO”.

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hristian (Jack Reynor) pierde la paciencia con las insistentes y desesperadas llamadas telefónicas de su novia, Dani (Florence Pugh). Él y sus amigos, Mark (Will Poulter) y Josh (William Jackson Harper), estudiantes de posgrado de antropología, creen que Dani es una mujer histérica y manipuladora, a la que ni siquiera le gusta el sexo. Los planes de Christian para dejar a Dani se ven obstaculizados cuando ella vive una espantosa tragedia familiar que confirma que su desesperación y angustia estaban justificadas. Si bien Christian intenta mostrarse solidario y ella necesita su compañía desesperadamente, él no la ama y su inmadurez emocional la empuja a un predicamento de desoladora dependencia. La catástrofe que afecta a Dani no sólo hace que Christian se quede con ella por compasión sino que también lo lleva a traicionar a sus amigos, al invitarla al viaje que han planeado al pueblo de Suecia del cual es originario otro de sus compañeros, Pelle (Vilhelm Blomgren). Mark desea que este viaje sea una escapada erótica y Josh piensa escribir su tesis sobre las fiestas de mayo de esa y otras comunidades. Christian no le ha mencionado a Dani nada de ese viaje veraniego para presenciar un intrincado ritual pagano de nueve días que ocurre sólo cada noventa años en el pueblo de Hårga, que conserva sus tradiciones, entre ellas una vida comunal en la que la privacidad no tiene lugar y tanto el dolor como el placer se experimentan en grupo. Dani acepta, en su desesperación, a sabiendas de que no es bienvenida. Las escenas iniciales de Midsommar, el segundo largometraje de Ari Aster, tienen lugar en la penumbra y bajo una nevada. Parecería una continuación de los ambientes, temas y sensaciones de su debut, Hereditary (El legado del diablo, 2018). Sin embargo, de esa atmósfera enrarecida, agónica y claustrofóbica la cinta da un giro luminoso cuando Dani, Christian y sus amigos llegan a Hälsingland. Si bien Hereditary es una mezcla tensa y delirante de elementos del horror que van del virtuosismo al vértigo, Midsommar fluye pausadamente entre largas tomas deslumbrantes del fabuloso director de fotografía, Pawel Pogorzelski, que establecen contrapuntos entre comunidad e individualismo. Las referencias de Aster son numerosas pero la más evidente es la clásica The Wicker Man (Robin Hardy, 1973) y su remake de Neil LaBute (2006), así como se siente la influencia de Stanley Kubrick. La historia que cuenta Aster está centrada en una relación amorosa disfuncional, en el aislamiento de Dani, la torpeza de Christian y en la imposibilidad de restablecer el vínculo perdido. Aunque casi no vemos nada de la intimidad de Dani y Christian, esa ausencia dibuja por sí misma la muerte del afecto y la supervivencia de una mal entendida responsabilidad y un pesado compromiso. En sus dos largometrajes, Aster presenta la vida después de una tragedia familiar devastadora; en ambos el dolor coloca a las protagonistas en una situación de vulnerabilidad que las vuelve presas de un culto religioso y siniestro que se presenta como una familia alternativa. En ambos un protagonista, es decir, el hijo mayor de los Graham y Dani, culminan coronados como reyes de una cruel cofradía de devotos. Dani estudia psicología, probablemente porque sabe, como Annie Graham (Toni Colette), que sus genes cargan con una amenaza interna que ve reflejada en su hermana bipolar. En ambas cintas las enfermedades mentales juegan un papel fundamental y son la herencia que lleva a la desintegración de la familia en beneficio de otra estructura social con “conocimiento de lo que en realidad sucede”. Aster no emplea elementos sobrenaturales sino que pone en entredicho las percepciones de sus personajes. Podemos interpretar como alucinaciones que seres caminen por las paredes o que las flores palpiten animadas. En Hälsingland los alucinógenos

Fuente > empireonline.com

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El Cultural

son parte de la celebración. Quizá pocas cosas parecen menos recomendables que tomar hongos psicotrópicos en un lugar desconocido, con extraños, tras haber sufrido una pérdida familiar devastadora, pero Dani se siente obligada a participar por complacer a los demás. A partir de entonces la realidad comienza a distorsionarse. Pugh hace un trabajo formidable al mostrar apenas su temor, inseguridad y una intuición de que la experiencia aterradora que vivió es la introducción a un nuevo orden. El director juega con la idea de la corrección política al insinuar que los viajeros estadunidenses no pueden ver las ominosas señales de depravación social por su ceguera cultural. Asimismo, hay una crítica a la bancarrota de ciertas prácticas académicas que van de la incompetencia a la ilegalidad. Por otro lado, el paganismo de Hårga evoca deliberada e insistentemente el simbolismo de los grupos neonazis que buscan una identidad y justificaciones históricas a su racismo en cultos sajones y escandinavos. Las runas que decoran la aldea son comunes en los tatuajes y decoraciones en escudos, armas y parafernalia de los nacionalistas blancos. Aster parodia la ideología de la extrema derecha en una comunidad que en vez de luchar por deportar extranjeros o impedir la inmigración los invitan para reproducirse (si son blancos) y sacrificarlos. Entre los Hårga existe la creencia de que quienes nacen con deformidades tienen la mente diáfana y por tanto son artistas y videntes. Aunque “respetan el tabú del incesto”, producen seres especiales por endogamia. Pelle, quien es un buen dibujante y a pesar de no tener deformidades físicas, es el iluminado que recluta y seduce a Dani al mostrarle que su relación es un fracaso. Christian había creído encontrar en esa aldea un escape a Dani, por lo que sin pudor también decide hacer su tesis ahí, a pesar de que es una jugada sucia contra su colega. Josh y Christian querían estudiar y documentar los sacrificios y rituales de los cuales primero son testigos y más tarde, participantes. Sin embargo, se convierten en símbolos dentro del mito debido a sus propias debilidades, bajezas, traiciones e inseguridades. Los acontecimientos en las cintas de Aster operan como si todo estuviera programado, como si las piezas cayeran de forma inevitable para cumplir una profecía. Aquí ésta aparece plasmada en la pintura mural con la que inicia el filme y describe la historia desde la agónica noche inicial de Dani hasta el ritual de mayo. Aster hizo evidente su talento en su filme anterior, al construir una obra única, quizá fallida pero impactante, propositiva e influyente, donde las ambiciosas decisiones estéticas son la esencia de la propuesta narrativa. En Midsommar lleva al extremo ese estilo, tomando mayores riesgos y desafiando tanto las convenciones genéricas como el lenguaje fílmico, para ofrecer una obra que definitivamente es de lo más inquietante del cine del siglo XXI.

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