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ALMA DELIA MURILLO IMAGINARIOS

CARLOS VELÁZQUEZ BLACK MIRROR MADRID

VEKA DUNCAN

ENTREVISTA A SERGIO FREIDBERG

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

JULIO RAMÓN RIBEYRO: LA SOLEDAD Y EL FRACASO EDUARDO ANTONIO PARRA HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ

AGADEZ, ÁFRICA: LA RUTA DEL DESIERTO DIEGO GÓMEZ PICKERING

Arte digital > A partir de un retrato de Julio Ramón Ribeyro en limagris.com > Mónica Pérez > La Razón

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Si el boom latinoamericano propició la lectura internacional de escritores provenientes de una región que no había trascendido el público local, también es cierto que puso el foco sobre unos cuantos nombres, pero muchos otros fueron relegados. Es el caso del peruano Julio Ramón Ribeyro, creador de una narrativa deslumbrante, que pocos leen hoy. En este 2019 se cumplieron noventa años de su natalicio y están por celebrarse veinticinco de que recibiera el Premio FIL (entonces, Premio Juan Rulfo), distinción que le llegó muy poco antes de su fallecimiento, el 4 de diciembre de 1994. En ese marco lo recordamos con dos aproximaciones a su trabajo creativo.

LA TENACIDAD DEL FR ACASO Los cuentos de Julio Ramón Ribeyro EDUARDO ANTONIO PARRA

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caso por casualidad, quizás por destino, mi primer contacto con la producción del peruano Julio Ramón Ribeyro fue con “Sólo para fumadores”. Digo destino porque, fumador empedernido como soy, incursionar en este relato me provocó esa impresión tan conocida por lectores de cualquier época y latitud de estar ante un texto escrito sólo para mí. Al recorrer sus páginas y adentrarnos en esa experiencia humeante que se inicia en la adolescencia, Ribeyro nos conduce por un viaje a través de la memoria —suya y nuestra—, cuya ruta inicia con el entusiasmo ante el tabaco, pasa por la justificación del acto de fumar, cruza el largo trecho de la empatía, se despeña en el miedo a las consecuencias físicas y, al final, termina en la aceptación resignada. Pieza anfibia, a medio camino entre la crónica autobiográfica, el ensayo y la confesión, “Sólo para fumadores” tal vez sea, paradójicamente, el texto más célebre de un gran cuentista cuya obra, el resto, resulta poco conocida por lo menos en nuestro país.

En reuniones con colegas, en talleres literarios, al preguntar si alguien ha leído a Julio Ramón Ribeyro casi todos responden que “han escuchado su nombre” (no falta quien pregunte a su vez si me refiero a un escritor brasileño). Algunos dicen conocer “su texto sobre el tabaco”, pero casi nadie recuerda otros cuentos escritos por él. Entonces los más interesados apuntan su nombre y, cuando volvemos a encontrarnos, me dicen que lograron leer en internet tal o cual relato pero que no encontraron ningún libro suyo en librerías. No sé si esto se deba a que, como afirman los editores, “el cuento no vende” y por lo tanto no se publica, ni siquiera cuando se trata de un clásico del género. Lo cierto es que en mis primeras dos décadas como lector apenas tuve referencias de sus títulos, y después de leer en copias fotostáticas “Sólo para fumadores” y tres o cuatro relatos más, tras buscar sus volúmenes durante años logré ubicar en una librería un olvidado y solitario ejemplar de Prosas apátridas, que tampoco es un libro de cuentos, pero que me llevó a acercarme un poco más al estilo del autor.

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no importa dónde hayan sido escritos, son peruanos. Los protagonistas de Los gallinazos sin plumas son seres marginales que nunca pudieron integrarse a la sociedad limeña, o que sí lo hicieron pero están a punto de ser expulsados de ella, en plena caída. Hombres y mujeres atrapados en situaciones desesperantes, se debaten, sin éxito, por escapar; buscan rutas de salida que por momentos lucen francas, pero al tratar de tomarlas vuelven a cerrarse sin remedio. Así le sucede a Paulina en el cuento “Interior L”, quien tras haber sido violada por un albañil y tomar la decisión de abortar el producto de esa violación, ve que su miseria se vuelve peor cuando su padre bebe completo el dinero que le entregaron como “reparación del daño”:

“LO PRIMERO QUE SE ADVIERTE EN LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS ES UN ABSOLUTO DOMINIO DEL GÉNERO, RARO EN UN ESCRITOR TAN JOVEN. TODAS LAS PIEZAS SON CUENTOS REDONDOS, CONTUNDENTES. SU LECTURA RESULTA UNA EXPERIENCIA CABAL . P ENSAMIENTOS, REFLEXIONES, microensayos, aforismos, estampas callejeras, apuntes que se quedaron sin desarrollar ni alcanzar forma narrativa acabada, estas prosas pueden por momentos iluminar el camino de cualquier escritor, o de quien intente serlo, señalándole sin dogmas ni didactismos el camino espiritual de la pasión por la literatura, las maneras de contemplar lo cotidiano y definir sus significados ocultos, o incluso los amargos descubrimientos que se hacen del oficio por medio de la lectura: Literatura es afectación. Quien ha escogido para expresarse un medio derivado, la escritura, y no uno natural, la palabra, debe obedecer las reglas del juego. De ahí que toda tentativa para dar la impresión de no ser afectado —monólogo interior, escritura automática, lenguaje coloquial— constituye a la postre una afectación a la segunda potencia. Tanto más afectado que un Proust puede ser un Céline, o tanto más que un Borges un Rulfo. Lo que debe evitarse no es la afectación congénita a la escritura, sino la retórica que se añade a la afectación. Pero también, en ocasiones, revelan fragmentos de biografía del autor, sus reacciones ante los embates de la vida, o incluso lúcidas y pesimistas observaciones sobre el sentido de la existencia: Somos un instrumento dotado de muchas cuerdas, pero generalmente nos morimos sin que hayan sido pulsadas todas. Así, nunca sabremos qué música era la que guardábamos. Nos faltó el amor, la amistad,

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Julio Ramón Ribeyro (1929-1994).

el viaje, el libro, la ciudad capaz de hacer vibrar la polifonía en nosotros oculta. Dimos siempre la misma nota. Al expresar, de modo fragmentario, el ars poetica de Ribeyro, Prosas apátridas viene a ser reverso y complemento de su obra narrativa. En este libro destacan, además de las observaciones mencionadas, un modo particular de ver la realidad, de pensarla y de transformarla en palabra escrita, y una habilidad para detectar personajes vencidos por las circunstancias o atrapados en situaciones opresoras para las que no hay salida. Como lector, lo supe luego de unos años de haberlo leído, cuando al fin conseguí el primer volumen de cuentos del autor, publicado en 1955, cuando tenía veintiséis años de edad.

LO PRIMERO que se advierte en Los

gallinazos sin plumas es un absoluto dominio del género, raro en un escritor tan joven. Todas las piezas son cuentos redondos, contundentes, bien acabados. Y si a eso se añade el lenguaje transparente, ágil y directo, poético sin ser pretencioso, a veces reflexivo sin resultar moroso, su lectura resulta una experiencia literaria cabal y agradable, más allá de que los temas pongan frente a los lectores la crueldad desnuda de la vida contemporánea, sobre todo porque el conjunto del libro se centra en las tragedias de las clases marginales de Lima. A pesar de ser un trotamundos desde muy joven, y de haber vivido gran parte de su vida en ciudades europeas, en especial en París, Julio Ramón Ribeyro nunca dejó de explorar la realidad de su terruño por medio de la escritura. Sus relatos,

EDUARDO ANTONIO PARRA (León, Guanajuato, 1965) es autor de Sombras detrás de la ventana (Era, 2009), El rostro de piedra (Era, 2017) y Laberinto (Literatura Random House 2019), entre otros libros.

Hacía de esto ya algunos meses. Desde entonces iba haciendo su vida así, penosamente, en un mundo de polvo y de pelusas. Ese día había sido igual a muchos otros, pero singularmente distinto. Al regresar a su casa, mientras raspaba el pavimento con la varilla, le había parecido que las cosas perdían sentido y algo de excesivo, de deplorable y de injusto había en su condición, en el tamaño de las casas, en el color del poniente. Si pudiera por lo menos pasar un tiempo así, bebiendo sin apremios su té cotidiano, escogiendo del pasado sólo lo agradable y observando por el vidrio roto el paso de las estrellas y las horas. Ya sean los niños, a quienes el abuelo obliga a trabajar en los basureros pepenando desperdicios para engordar el puerco que va a vender (“Los gallinazos sin plumas”), o el hombre que sabe que será asesinado en el mar por el pescador que desea a su mujer (“Mar afuera”), o la mujer que ve la muerte de su marido como el único camino para salir de la miseria (“Mientras arde la vela”), o el recluso que debe darle una golpiza a otro para que lo dejen salir de prisión a ver a la mujer de la que está enamorado (“En la comisaría”), o la sirvienta que escapa de un patrón abusivo sólo para ser abusada por su salvador (“La tela de araña”), los protagonistas de Los gallinazos sin plumas esperan una oportunidad que no aparece, y si aparece es llena de obstáculos que se ciernen sobre ellos como una telaraña desgastándolos, doblando su voluntad, hasta que sus ansias de huida devienen rendición absoluta. La vida nos vence de manera irremediable, parece afirmar el autor a través de sus historias, no hay nada que hacer para defendernos de ella. Y la esperanza es un elemento que recrudece la tortura; quien se aferra a ella, encuentra aún más sufrimiento. A partir de su primer libro de cuentos, Julio Ramón Ribeyro planteó algunas de las directrices que siguió en su obra posterior. La mayoría de sus protagonistas son seres marginales, muchos pertenecientes a las clases proletarias, otros tan sólo inmersos en un universo circular del que se han resignado a no salir, es decir, doblegados, vencidos. Hombres y mujeres

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habituados a la espera de algo, lo que sea capaz de arrancarlos de esa existencia doliente, aunque muy en el fondo saben que ese algo nunca llegará, y si llega los someterá a mayores sufrimientos. Este tipo de personajes y situaciones se repetirán en sus siguientes libros, pero conforme el escritor domine aún más el género del cuento y gane en conocimiento vital aparecerán junto a otros, los que se desdoblan de la propia vida y experiencia de quien los escribe —los intelectuales—, y aquellos que atraviesan situaciones absurdas o fantásticas, como puede verse en su segundo volumen de cuentos, publicado tres años después.

EN CUENTOS DE CIRCUNSTANCIAS Ribeyro extiende sus intereses temáticos, así como sus técnicas y estrategias narrativas. Diversifica los puntos de vista (aunque da preferencia a la primera persona), el modo de construir las atmósferas y, sobre todo, cambia el tono de la narración dejando espacio para el humor y la ironía. El libro abre con un cuento que se ha convertido en clásico, “La insignia”, donde un hombre encuentra en un basural un objeto brillante y se agacha a recogerlo. Como el título lo indica, se trata de una insignia. Aunque no sabe de qué es, le gusta y decide usarla. De inmediato la gente a su paso comienza a tratarlo con deferencia, algunos se identifican con él y es invitado a la reunión de una cofradía, donde recibe encomiendas cada vez más importantes hasta llegar al puesto más alto, sin enterarse nunca de qué representa la insignia ni a qué se dedica la cofradía. Historia que roza lo fantástico pero que permanece en el ámbito del absurdo para desplegar una incisiva crítica de los comportamientos sociales, “La insignia” es tal vez el primer cuento del autor que le dio prestigio internacional. Otro comportamiento social absurdo en sí mismo se refleja en el relato “El banquete”, donde Ribeyro se burla del ridículo al que se exponen, debido a su ambición, los arribistas. Aquí un hombre adinerado arriesga sus propiedades y su capital con tal de ofrecer un festejo para el presidente de la república, con la esperanza de obtener

una canonjía para acumular mayor riqueza, pero no toma en cuenta los vaivenes de la política en países como los nuestros. En “La molicie”, el narrador y un amigo son derrotados por el clima veraniego de París, a pesar de que lucharon heroicamente por no sucumbir ante él. “La botella de chicha” y “Explicaciones a un cabo de servicio” son francas comedias de equivocaciones. “Páginas de un diario”, “Los eucaliptos”, “Scorpio” y “Los merengues” recurren a las memorias de infancia para establecer un tono nostálgico que se mezcla con la tragicomedia, y “El tonel de aceite” narra los intentos vanos de un joven asesino para huir de la justicia. Pero, además de “La insignia”, los dos relatos que más llaman la atención de Cuentos de circunstancias son “Doblaje” y “El libro en blanco”. Ahora sí instalado por completo en el género fantástico, el primero aborda un asunto clásico en la narrativa universal, el doble. Al tener como antecedentes en el tema a autores como Dostoyevski y Edgar Allan Poe, Julio Ramón Ribeyro toma distancia de ellos (y tal vez, de modo inconsciente, se inclina por un autor como Jorge Luis Borges), por lo que su narrador-protagonista parte de un supuesto libro hindú de ocultismo donde lee: “Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario”. Frases que actúan como detonantes y lo hacen localizar en un globo terráqueo el punto más alejado del planeta, antes de emprender el viaje en busca de su doble, en un periplo que lo llevará de ida y vuelta hasta un final por demás sorpresivo. Aún más cercano a Borges es “El libro en blanco” (pienso en “El libro de arena”) donde, siguiendo la línea del objeto mágico, el narrador recibe como regalo un libro sin páginas impresas para que escriba en él sus próximos textos. Al tenerlo en casa, las desgracias se abaten sobre él. Lo regala, y quien lo recibe también sufre sus reveses, hasta que a su vez también lo entrega como obsequio y la historia se repite... CON SUS DOS volúmenes iniciales, publicados antes de los treinta años de

“EN LOS CUENTOS DE RIBEYRO NOS TOPAREMOS CON SOLITARIOS QUE LUCHAN HASTA LA RENDICIÓN POR TRASCENDER LAS CIRCUNSTANCIAS QUE LOS MANTIENEN EN EL LADO GRIS DE LA EXISTENCIA Y SON VENCIDOS POR LA TENACIDAD DEL FRACASO .

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edad, Julio Ramón Ribeyro dejó claro su lugar preponderante en la tradición del cuento en lengua española, estableció los alcances temáticos de su escritura y planteó las obsesiones que se repetirían, siempre con formas e historias distintas, a lo largo de su obra. De la fantasía al absurdo, de la crítica social a las historias de familia, de los recuerdos de infancia donde la nostalgia se impone al registro de la evolución de una gran ciudad como Lima, de la exploración de los bajos fondos al retrato social de su país, Perú, en los cuentos de este autor siempre nos toparemos con solitarios que viven en los márgenes, luchan hasta la rendición por trascender las circunstancias que los mantienen en el lado gris de la existencia y son, casi siempre, vencidos por la tenacidad del fracaso. Pero si circunscribiéramos más el objeto narrativo del autor, éste tal vez sería Perú y los peruanos, como puede advertirse en su cuarto libro, Tres historias sublevantes, escrito en plena madurez creativa, cuyo epígrafe, extraído de un texto escolar, reza: “El Perú es un país grande y rico, situado en América del Sur, que se divide en tres zonas: costa, sierra y montaña”, lo que da pie a Ribeyro para entregar a los lectores sus primeros relatos largos y situarlos en esas zonas geográficas de su país. “Al pie del acantilado” es la conmovedora historia de un hombre que junto con sus hijos levanta su casa en una playa diminuta, literalmente “contra viento y marea”. A estos hombres siguen otras familias, hasta que se construye una verdadera ciudad perdida en las orillas de la capital peruana. Por unos años todos llevan una vida con carencias, pero libre, casi feliz, hasta que llega gente del gobierno y todo se desmorona. “El chaco” es un western en el que los hacendados de la región serrana persiguen por las montañas, con el fin de ejecutarlo, al único hombre rebelde que se ha atrevido a mostrar su independencia desobedeciendo a uno de ellos. Y “Fénix” es una tragicomedia donde el autor, además de adaptar las técnicas del monólogo interior al estilo de Faulkner en Mientras agonizo, mezcla con gran sentido irónico dos grupos humanos que no parecen tener nada en común, y sin embargo actúan de modos muy similares: los cirqueros y los militares. JULIO RAMÓN RIBEYRO escribió hasta el final de su vida seis libros de cuentos más, en los que siguió desarrollando sus obsesiones y ampliando sus horizontes técnicos. En ellos hay varias obras maestras a las que los lectores debería tener acceso. En esta época, de vez en cuando aparece en librerías el volumen La palabra del mudo, que reúne sus relatos completos. Si un lector consigue localizarlo, será para él una suerte, porque se trata de la obra de un cuentista formidable, inolvidable, que nunca decepciona. Un clásico. Referencias

Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2007. , La palabra del mudo, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2011.

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La dispersión y el tratamiento de la desesperanza más absoluta son elementos que signan la obra de Julio Ramón Ribeyro. Inquieto, visitó lo mismo el cuento que la novela, el teatro que los diarios íntimos; en cada uno de esos paisajes dio voz a protagonistas límite del contexto peruano. Tanto el agravio extremo como la podredumbre humana habitan su escritura, marcada por la sutileza, la hondura psicológica y el estilo personalísimo de un autor que encontró en la palabra exacta su último asidero.

Julio Ramón Ribeyro

EL APRENDIZAJE DE LA SOLEDAD HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ @HectorIvanGP A Federico Guzmán y Conrado Arranz

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l entrar a la Facultad de Filosofía, me encontré con los libros del boom latinoamericano, en especial las novelas de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, que me cautivaron. Los maestros decían que el boom era un asunto comercial, sin embargo, para mí sus obras valían por sus estructuras contundentes, los tratamientos del lenguaje y por esa extraña pátina que las recubría, una suerte de continuación de un mundo que siempre me había sido personal, la literatura francesa del XIX. Si para los comentadores el boom era una cuestión de marketing, para mí era la última rama de una literatura que había surgido con Cervantes, pasaba por Hugo, Balzac, Flaubert y Maupassant y recalaba en la Generación perdida de Estados Unidos. No necesitaba un teórico que me respaldara, la relación de Flaubert y Vargas Llosa o de García Márquez con Faulkner eran ostensibles. Lejano a la opinión de muchos colegas, siempre he tenido al boom como parte imprescindible de la literatura. Mi reclamo iba por otros linderos, pues mientras se mostraban estos seis o siete autores al mundo, había una serie de escritores latinoamericanos que vivía a la sombra de la promoción, los agentes, las traducciones y los premios. No puedo borrar de mi mente la frase de un editor francés: “En Francia el boom acaparó toda la atención y fue hasta que vine a vivir a México que leí a autores como Ibargüengoitia”. Evidentemente, había escritores que no se conocían por igual: Fernando del Paso, Sergio Pitol, la Generación de Medio Siglo, Roberto Arlt, Juan Filloy, Juan Carlos Onetti, Mario Levrero, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, João Guimarães Rosa, Jorge Amado, Juan José Saer, Antonio Di Benedetto, Andrés Caicedo, Julio Ramón Ribeyro y muchos más, que no habían llegado a la otra orilla. Es cierto, algunos franquearon las fronteras del idioma, pero fue con posterioridad. No trato de hacer una historia del boom ampliada o engordada, lo que me interesa es

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alumbrar un poco esa sombra anulada por la plétora de ese fenómeno. Por sus características, Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) pudo ser incluido en el boom, pero no lo fue. Hizo estudios de Letras y Derecho en la Universidad Católica de Lima, Perú. Después, gracias a una beca, fue a España y Francia. En estancias cortas, vivió en Múnich, Amberes, Berlín, Hamburgo y Fráncfort. Visitó su país en varias ocasiones, pero nunca regresó a radicar, lo cual siempre fue una tentación, ya que pensaba que podría ser catedrático de la Universidad de San Marcos, en la cual dos de sus antepasados fueron rectores. En Francia se ganó la vida siendo portero de edificio y llegó hasta a hacer ramassage de vieux journaux (recolección de periódicos viejos); después entró en la agencia France-Presse y finalmente obtuvo un cargo en la UNESCO. En algún momento escribió que frecuentaba el café Old River, adonde iba a escribir Julio Cortázar, y que Gabriel García Márquez conocía sin poder entrar debido a su precariedad económica. Ribeyro compartía el París de muchos latinoamericanos que sobrevivían exiliados debido a las dictaduras militares del continente.

SU

FAMILIA PERTENECÍA a la clase media ilustrada, pero cayó en desgracia debido a la muerte del padre. Sus hermanos estuvieron a cargo de la manutención de la casa y Julio Ramón carecía de respaldo familiar. Traductor de notas periodísticas, ensayista, aforista, dramaturgo, novelista y, sobre todo, excepcional cuentista y diarista, se adaptó siempre a los contratiempos, lo cual nutrió su narrativa. En pocos casos hay una relación tan estrecha entre vida y obra. Debido a la publicación de sus dos piezas maestras: La palabra del mudo (2010) y La tentación del fracaso (2003), la reunión de sus cuentos y su diario, respectivamente, podemos ver la penetración de su mirada, la capacidad delicuescente de su narrativa y la constante inquietud que le causaba la escritura. Su diario incluye la reflexión literaria, la reseña de las discusiones

con sus amigos, su precario estado de salud y sus autoflagelaciones. Reconoce “la humillación de la infecundidad, la ausencia de fuerza creadora. La causa de todo esto es la vacilación permanente en que vivo, la pulverización de mis energías entre diversas solicitaciones”. Nos muestra su estado anímico y su disputa interna. No escribe el diario para componer o mejorar su imagen: sólo retrata su vida como escritor, desbalagado, curioso, inconstante, pero aferrado a la palabra: En este momento, frente a mí, tengo por lo menos diez cuadernos comenzados. En uno está mi novela, en otro algunos cuentos, más allá un estudio sobre Thomas Mann, unos apuntes sobre los diarios íntimos, los “cuadernos de Juan Tontín”, las obras de teatro... Cada vez que me siento a trabajar no sé por dónde comenzar. Cojo un cuaderno, pongo unas líneas, lo cierro para coger otro y así, entre correcciones, añadiduras, me paso la jornada sin haber podido concluir nada. Lo que necesito es romper con todo este lastre, archivar todo lo comenzado y empezar desde el principio una sola cosa. Vivo prisionero, limitado por mis viejos proyectos. Hay una desazón tremenda cada vez que Ribeyro se percata de los progresos de su coetáneos y, en contraste, percibe el caos en el que vive, su lidia con el desgano y la soledad. Sin embargo, la escritura permanece como el único asidero.

EL DESASOSIEGO por la falta de recur-

sos es otra de sus obsesiones. En algunos cuentos magistrales la soledad y la pobreza están presentes, como en “Explicaciones a un cabo de servicio”, cuando la pareja de amigos piensa que podría iniciar un negocio con una inversión; el socio acude a sus parientes, hacendados y gente bien posicionada. Mientras, el protagonista sólo puede obtener algún capitalito de su vecino. Igualmente en “Mientras arde la vela” o “La tela de araña” los personajes no

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encuentran a nadie cuando necesitan ayuda económica, lo que será una constante en su diario. Gracias a La tentación del fracaso surgen las circunstancias que dan vida a su narrativa y sus reflexiones, que se caracterizan por la agudeza de ideas, el rigor y la exactitud en su perspectiva. Si por momentos La tentación del fracaso nos dibuja a un Ribeyro amilanado, desconcentrado y extraviado en el mundo práctico, también nos entrega a un sabueso de los conceptos más lúcidos. Siempre está a la caza de la lectura que trascienda en él y de la conversación que ensanche su mente. Por ejemplo, cuando lee a Charles Du Bos, llega a una conclusión esclarecedora: En efecto, pensaba hace poco que lo que determina el éxito o el fracaso de una persona es la forma como se concilian sus diversas cualidades. No por una ausencia de aptitudes muchos fracasan sino por una interferencia de aptitudes. Parece que el genio exige la armonía o la inarmonía, pero jamás la incompatibilidad de cualidades. La imaginación y el poder analítico suelen entorpecerse mutuamente, tanto como la inteligencia y la memoria o la fuerza creadora con la erudición. En muchos sentidos, el diario de Ribeyro demuestra que su fin primigenio es “tenerse a sí mismo como interlocutor”. Poner por escrito las ideas en su mente justifica todo el ejercicio. También es un espacio para que el “ámbito de la intimidad” aloje las frases, el vocabulario a usar, las tesituras y la vida psicológica, para gestar las inquietudes estéticas de un artista: Imágenes, sensaciones, recuerdos, ideas, proyectos coexisten... bajo el doble aspecto de la anarquía y de la tendencia a su formulación. Este ámbito, siendo el más confidencial, es al mismo tiempo el más fácilmente comunicable; a pesar de su complejidad, es discernible en sus componentes. Podría definírsele como la zona fronteriza de la vida interior donde se produce un tránsito constante entre la oscuridad y la claridad o el punto ideal donde la emoción se convierte en palabra. Vemos a un lúcido pensador en el diario íntimo, pero Julio Ramón Ribeyro es también, indefectiblemente, un amo del cuento. Coincido con lo que comenta Philippe Ollé-Laprune en su obra Los escritores vagabundos: [...] conocemos aquella idea de que no se puede ser un “verdadero” escritor si no se ha publicado una novela. De 1956 a 1966 escribirá tres, y

Fuente > pinterest.ph

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El escritor peruano.

las publicará lentamente según sus deseos o la necesidad. Aun si el estilo y el tono de Ribeyro están ahí, con su gusto por los marginales o los fracasados de cualquier calaña, estos libros están anclados en la realidad social de Perú y no alcanzan nunca las cimas de sus otros escritos. Lúcido y severo con su obra, él mismo lo dice en varias ocasiones: sus novelas son malas. Sin embargo, en esta falla Ribeyro también encuentra todo un tema de honestidad y discernimiento. A partir de un diálogo con su amigo Víctor Li, concluye que cada subjetividad encuentra su propio continente para crear su obra. Más que un pretexto o una justificación, Ribeyro llega a una hipótesis interesante: El hecho de que hasta ahora sólo haya escrito cuento es significativo. Vendría a confirmar la teoría de Víctor Li de que los géneros literarios tienen su más profunda raíz no en determinados esquemas formales, sino en ciertas disposiciones subjetivas. Yo veo y siento la realidad en forma de cuento y sólo puedo expresarme de esa manera. En otras palabras, mi inteligencia está dispuesta de tal manera que todos los datos que percibo se ordenan de acuerdo con cierto molde interior —¿categorías?— cuya estructura no puedo modificar. De allí que hasta el momento no pueda escribir novelas, poemas ni piezas dramáticas y cuando lo he intentado he conseguido sólo cuentos deformados.

T IENDO A NO CREER en determinis-

mos de toda laya, sin embargo, la idea de que exista una propensión a tener “cierto molde interior” o disposiciones subjetivas no me saca de quicio. Lo que es evidente es que de cualquier situación Ribeyro podía hacer un cuento, ya sea dentro de un pasaje de su diario, una carta o una conversación. Al considerar la totalidad de su obra

“EL DIARIO DE RIBEYRO DEMUESTRA QUE SU FIN PRIMIGENIO ES TENERSE A SÍ MISMO COMO INTERLOCUTOR. TAMBIÉN ES UN ESPACIO PARA QUE EL ÁMBITO DE LA INTIMIDAD ALOJE EL VOCABULARIO A USAR .

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cuentística, Sólo para fumadores, Relatos santacrucinos, Silvio en El Rosedal, El próximo mes me nivelo, Los cautivos, Cuentos de circunstancias, Las botellas y los hombres y, sobre todo, Los gallinazos sin plumas, uno puede percatarse del lugar que ocupa en la narrativa en español, un lugar de orden mayor. Con un tono parecido al de Roberto Arlt o de Juan Rulfo, donde aparecen personajes marginados, seres maltrechos por la calle o por los años, mujeres que no tienen otra opción que vivir con hombres asquerosos, Ribeyro nutre una literatura entrañable. Él mismo señaló que había tratado de animar todo ese ambiente, de infundirle vida y movimiento. “La visión resulta al final un poco miserable, pero exacta y verosímil”. Por otra parte, buscaba la exactitud psicológica y ponderaba “la presión de los hechos sobre las personas”. Señaló que su obra se podía definir como una “historia psicológica de una decisión humana”. Son cuentos colmados de sutilezas (“Nuevos niños vinieron y armaron sus juegos en la calle triste. Ellos eran felices porque lo ignoraban todo. No podía comprender por qué nosotros, a veces, en la puerta de la casa, encendíamos un cigarrillo y quedábamos mirando el aire, pensativos”); donde sondeos psicológicos tienen lugar (“Don Roberto, a la vista de todos aquellos papeles, sintió una sorda humillación. Tenía la impresión de que esos cuatro señores se habían puesto a desnudarlo en público para escarnecerlo o para descubrir en él algún horrible defecto”); donde la frustración es inexorable, incluso para el ganador (“Le pareció en ese momento difícil restituir el dinero sin ser descubierto y maquinalmente fue arrojando las monedas una a una, haciéndolas tintinear sobre las piedras”). A un personaje como Mercedes, de “Mientras arde la vela”, un acto definitorio la va a liberar del esposo que se bebe todas sus ganancias y se niega a darle el divorcio; con ese acto criminal su vida mejorará de manera profunda. O, en un caso totalmente contrario, María, de “La tela de araña”, quien ha intentado liberarse de los atavismos familiares y religiosos, irreductiblemente se rendirá a su lascivo protector.

E N SUMA, la obra narrativa de Julio

Ramón Ribeyro muestra el ambiente de un Perú, de una América Latina aún latentes, donde aparecen la pobreza, el cochambre en las paredes, la podredumbre humana, y se exhibe a los personajes que tienen una historia que contar, que tejen su vida día a día, sin repetir otra cosa —al parecer— que una secuencia mecanizada y profundamente absurda.

Referencias

Julio Ramón Ribeyro, La palabra del mudo, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2011. , La tentación del fracaso. Diario personal (1950-1978), prólogos de Ramón Chao y Santiago Gamboa, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2014. Philippe Ollé-Laprune, Los escritores vagabundos. Ensayos sobre la literatura nómada, traducción de Claudia Itzkowich y Héctor Iván González, Tusquets, México, 2017.

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Al tiempo que migrantes cameruneses mueren ahogados en el Pacífico chiapaneco, más de mil angoleños, ghaneses y congoleños esperan hacinados y con resignación un futuro que no llega a la Estación Migratoria Siglo XXI en Tapachula; cientos son perseguidos por la Guardia Nacional. Las puertas para África se cierran incluso en México. No así en la mítica ciudad nigerina de Agadez, a la entrada del infierno desértico del Sahara. Ahí debemos mirar para entender más a África y su migración; para entenderla mejor en el México de hoy.

AGADEZ, ÁFRICA LA RUTA DEL DESIERTO DIEGO GÓMEZ PICKERING @gomezpickering

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venida a África”, los letreros de cartón atados con cordeles y retazos de alambre se suceden en todos los postes de luz a lo largo de la Route Nationale 1, la carretera más importante del país que conecta a Niamey con su aeropuerto y, más allá, con la frontera chadiana, a unos 1,500 kilómetros de distancia. Intercalados en francés, portugués, árabe e inglés, los rótulos ostentan los logos de la Unión Africana, con los retratos oficiales de una cincuentena de presidentes y jefes de estado africanos. La 55 Cumbre de la Unión Africana, celebrada este verano en Niamey, atrajo al país del Sahel los reflectores del mundo por una semana, además del primer hotel de gran lujo del país, el Radisson Blu, que no pide nada a establecimientos similares en Europa o Asia. Pero también la oportunidad de desmarcarse oficialmente de un tema que resulta incómodo pero inescapable, tanto para Níger como para todo el continente: la migración. ¿Qué fue lo mejor de este país?, le pregunto a Lothar, uno de los delegados extracontinentales venidos desde allende el Mediterráneo, como en cada cumbre, para ofrecer, en la medida de lo posible, una mano amiga al África de las múltiples facetas. “Agadez, aunque nunca la llegamos a conocer”, me contestó sin el menor atisbo de duda.

LA PERLA DEL SAHEL ... explorar aquella parte del Níger que ha permanecido escondida del mundo. Heinrich Barth, Travels and Discoveries in North and Central Africa.1

Cuando Heinrich Barth vislumbró por vez primera los contornos de arcilla, barro y adobe de Agadez, hacia mediados del siglo XIX, sus ojos habían recorrido ya miles de kilómetros desde las costas libias del Mediterráneo hasta los confines del lago Chad y los alrededores de la capital del imperio maliense de Tombuctú. Su dominio del árabe y seis lenguas autóctonas del África Occidental y del Sahel, le abrió paso como

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Fuente > radissonhotels.com

IAMEY.– “Níger le da la bien-

Radisson Blu, Niamey.

no hubo de abrirse para prácticamente ningún otro europeo antes de él. Con la venia del sultán del Aïr,2 en el otoño de 1850 el discípulo de Alexander von Humboldt, nativo del puerto hanseático de Hamburgo, se estableció por espacio de un mes en una amplia casa de construcción tradicional, en el centro de esa ciudad del desierto. El explorador y lingüista prusiano fue el primer europeo que vivió en Agadez. Desde ahí, sus notas, bosquejos, dibujos y descripciones, recogidas en múltiples diarios posteriormente convertidos en libros, dieron testimonio de la grandeza y riqueza de la ciudad; ese lugar de caravanas e intersecciones, olvidado por el mundo. Fundada por tribus bereberes hacia finales del siglo XI, Agadez alcanzó su punto culminante en el siglo XVI, luego de desarrollarse y fortalecerse económicamente. Su posición estratégica a

“EL PUEBLO TUAREG HABITA EL SAHEL Y ENCUENTRA SU MAYOR CONCENTRACIÓN —CERCA DE 750 MIL PERSONAS, DE ACUERDO CON EL CENSO MÁS RECIENTE— EN NÍGER .

las puertas del Sahara, equidistante entre el Mediterráneo y el golfo de Guinea, le dio un lugar especial en las rutas de las caravanas, con lo que logró suplantar a Assodé como capital del sultanato del Aïr. Así, Agadez se convirtió en el centro del mundo de aquel entonces, referente de los comerciantes de sal y de los imperios en derredor, desde los Atlas magrebíes hasta el sultanato de Kano, desde Constantinopla hasta los fértiles campos de Nubia. Fue en esos años que León el Africano la visitó, describiéndola como una “ciudad rodeada de murallas, de casas sólidas y suntuosos palacios”. La ciudad de las ochenta mezquitas y los indomables camellos; la impenetrable y la inconquistable. Agadez, la eterna. La capital por derecho propio de la tierra de los tuaregs. El pueblo tuareg, cuya etimología en árabe deriva de la palabra camino, es la nación que habita el Sahel y que encuentra su mayor concentración —cerca de 750 mil personas, de acuerdo con el censo más reciente— en Níger. Con un lenguaje, una escritura y filosofía de vida propias, los tuareg son parte indisociable del Sahara; durante más de medio milenio han dominado los caminos que disectan esa difícil geografía que une, y a la vez divide, al África negra del Maghreb y del Mediterráneo. Han trascendido, y seguirán

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turísticos, en paquetes todo incluido y, también, en solitario y con mochila al hombro. La derrama económica de esa actividad turística alimentaba de sobra a una ciudad que siempre ha dependido, en cierta forma, de su relación con el resto del mundo. Hoteles, restaurantes, librerías, tiendas de recuerdos y antigüedades, manadas enteras de camellos dispuestas para largas excursiones en el desierto, estaban a la orden del día. Tras las revueltas tuareg de finales del siglo pasado y la cada vez más frágil situación de seguridad en la región por las revueltas de la primavera árabe —que llevaron al colapso del vecino régimen de Muamar Gaddafi en Libia—, van más de diez años que no se para turista alguno en Agadez. Aunque eso no quiere decir que la gente haya dejado de venir o de pasar por la ciudad. “Tan sólo en lo que va de 2019 hemos ya contabilizado cerca de 80 mil migrantes que transitan por Agadez.

“EL CUSTODIO DE LA MEZQUITA SE REFIERE A LA ÉPOCA DE ORO DEL TURISMO EN AGADEZ, CUANDO UN PAR DE VECES A LA SEMANA, FLAMANTES BOEINGS 747 CONECTABAN CON VUELOS DIRECTOS EL PEQUEÑO AEROPUERTO DEL DESIERTO CON LA CAPITAL FRANCESA .

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apuestan es su futuro y supervivencia. Porque para ellos es el único camino que queda. Están dispuestos a perderlo todo con tal de ganar algo, libertad y mañana.

TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A AGADEZ “Con mucho cuidado, por favor agache la cabeza durante las primeras tres series de escalones”, Abu Bakr, paciente pero firme, nos da la instrucción antes de traspasar la minúscula puerta de entrada a la Gran Mezquita, el corazón de la ciudad y su edificio más icónico. Su minarete, la construcción de adobe más alta del mundo, alcanza los 27 metros de altura y es visible desde cualquier punto de Agadez. Hasta su cumbre puede accederse a través de una cincuentena de reducidos escalones que a manera de serpiente abrazan el interior del minarete. “Sobre todo, eviten a toda costa despertar a los murciélagos”, sentencia el guardián del sacro lugar para la urbe musulmana, que difícilmente abre sus puertas estos días, fuera de la furtiva visita de algún funcionario de Niamey o del interés casi morboso de los militares extranjeros y de los cooperantes internacionales aquí basados. Los diminutos ratones calvos, como se les denomina en francés [chauves-souris], tienen el interior del minarete sitiado y empastado de guano; poco duró la advertencia de Abu Bakr cuando la primera camada de molestos murciélagos voló contra nuestras cabezas. Hoy, los mamíferos voladores —unos cuatrocientos, calcula a ojo de buen cubero Abu Bakr— son los reyes del lugar, donde pasan la mayor parte del día colgados de sus techos y paredes, con excepción de su salida masiva entre seis de la mañana y una de la tarde en busca de comida. “Antes, apenas se les veía por aquí. Yo subía y bajaba las escalinatas del minarete por lo menos unas veinte veces al día. Hoy apenas lo hago una vez al mes”, confiesa Abu Bakr con una voz entre cansada y nostálgica. “Aquellos sí que eran buenos tiempos”, agrega derrotado, casi al alcanzar la cúspide del minarete, desde donde las vistas de toda la ciudad y de sus oasis circunvecinos son espectaculares. El avejentado custodio de la mezquita se refiere a la época de oro del turismo en Agadez, cuando un par de veces a la semana, flamantes Boeings 747 conectaban con vuelos directos el pequeño aeropuerto del desierto con la capital francesa. Desde París llegaban cientos de turistas alemanes, galos, ingleses, italianos, escandinavos, españoles e, incluso, estadunidenses, agrupados en autobuses

AGADEZ POEMA ATRIBUIDO A JUAN PABLO CASTEL

Negra, roja y azul, en temeshik * o en francés, tu nombre evoca sedición, nunca rendirse y también pasión. De tus jardines bañados por aguas de mayo y tus huertos de cebolla, guayaba y piña, a tus noches de eclipses lunares y tormentas eléctricas; tu historia, que son muchas, sigue escribiéndose en esa arena que cubre tus calles, erige tus minaretes y pinta tus rostros de eternidad. Aunque aquél, el que dice conocerte, sin haberte jamás visto a los ojos, se empeñe en enterrarla para reescribirla. * Lengua del pueblo tuareg.

Fuente > en.wikivoyage.org

haciéndolo, los intentos de dominación de otomanos, franceses, nigerinos, malienses, chadianos o chinos. Son los amos y señores de su propio país, para el que no existen fronteras que valgan. A la llegada de Barth, en 1850, la ciudad había visto pasar sus mejores días, aunque, como lo demuestran los escritos del alemán, su poder de seducción seguía engatusando a quienes ponían pie en ella. Para la llegada de los franceses en 1900, Agadez distaba mucho de las glorias que recogió León el Africano, aunque su espíritu, tuareg, permanecía indómito. Las revueltas que culminaron en matanzas selectivas antes de iniciar los años veinte del siglo pasado y el levantamiento tuareg de los años noventa son un muy claro ejemplo de ello. El poco control e interés por parte del gobierno central de Niamey sobre estas tierras del norte, desde la declaratoria de independencia de Francia en 1960, también atestigua la autonomía irrestricta de este pedazo del Sahel. Porque Agadez, la tuareg, nunca se habrá de rendir, ante nadie. “Podrán pasar por aquí, con sus tropas, sus armas o sus drones, pero nunca podrán quedarse. Agadez y su desierto no les pertenecen, son sólo nuestros”, la voz de Omar, un tendero que vende telas teñidas con añil en el mercado central, suena tan seria y contundente como sus declaraciones sobre las cada vez más visibles unidades militares rumanas, rusas, australianas, indias y británicas. El hombre tuareg de semblante color purpúreo, como muchos de los de su estirpe, mide más de dos metros y lleva siempre un turbante de color pastel. Poco importa que el representante del gobierno central haya prohibido portarlos, para no confundir a las tropas americanas y francesas apostadas en la ciudad ni asustar a los escasos turistas que llegan hasta ahí, ante la decaída imagen que del país ha dado el terrorismo. Aquí la única palabra que cuenta es la del sultán y la única voluntad que se cumple es la del pueblo tuareg. Desde el paso de Barth por sus calles de arena, mucho ha cambiado en Agadez, aunque mucho también sigue igual. Las caravanas, los comerciantes, los mercenarios y los aventureros la mantienen como punto de partida y como parte de sus itinerarios. Hoy, desafortunadamente, el comercio no es de sal sino de uranio, de armas y de personas. Migrantes, todos ellos, en busca de una vida mejor, fuera de hambrunas, desempleo, insostenibles condiciones climáticas, terrorismo y extremismo religioso. Hombres, mujeres, ancianos, jóvenes e, incluso, niños, personas como tú o como yo: lo que aventuran es su vida y lo que

Gran Mezquita en Niamey.

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Eso sin tener en cuenta a todos aquellos que han escapado nuestro monitoreo y que podrían ser varios miles más”, confirma con un dulce acento portugués María, encargada de la oficina en Agadez de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). En la actualidad, la más importante organización del sistema de Naciones Unidas en materia de migración cuenta con tres centros de acogida en la ciudad, que en promedio albergan a unas 500 personas cada uno. En su mayoría adultos jóvenes, adolescentes, hombres y niños, pero también algunos ancianos y muchas mujeres. Todos subsaharianos, provenientes de Senegal, Gambia o Benín; son marfileños, nigerianos, togoleses, malienses, eritreos, chadianos, cameruneses, congoleños y burkineses. En su inmensa mayoría, víctimas de trata y de redes de tráfico humano con ramificaciones tétricas que van de las islas italianas del Mediterráneo a los mercados callejeros de Lagos. Todos esperando seguir su camino, nunca hacia atrás, siempre hacia adelante. La depresión económica generada por la ausencia del turismo y el abandono por décadas de parte del gobierno central; el irrefrenable trasiego de armas desde y hacia la frontera libia como consecuencia del caos generado tras el colapso de la Jamahiriya;3 los cada vez más evidentes estragos de la emergencia climática en el Sahel, que han alterado irremediablemente los ciclos de lluvias y con ello de pastoreo y cultivo; más el desplazamiento forzado de miles de personas por conflictos interétnicos y religiosos como resultado de ello, han hecho de Agadez, y de todo el país tuareg, una inmensa y lenta bomba de tiempo. Una bomba a punto de explotar y que no habrán de detener los cientos de millones de euros que Bruselas ha inyectado al gobierno comandado por Mahamadou Issoufou para detener el flujo de la migración a través de sus fronteras, ni los cientos de millones de dólares que Washington ha invertido en la construcción de sus bases aéreas y de drones en Agadez. Si acaso, todo ello vuelve la bomba más peligrosa y a sus primeras víctimas, los migrantes en espera de futuro, más vulnerables.

BONNE ARRIVÉE? No a todos los niños que nacen otorga Dios su bendición.4

Una de las frases que se escucha con más frecuencia en Agadez, a toda hora del día y de la noche, y que se queda grabada en la mente es bonne arrivée: buena llegada, bienvenido en la acepción más amplia y afectuosa de la frase. Quien se aventura hasta esta capital del desierto la escucha a la menor provocación, aunque no necesariamente pueda o deba sentirse bienvenido. Su paso por aquí, todos lo saben, es temporal, y de él buscan todos sacar provecho: el migrante que sólo anhela cruzar ese interminable desierto para, si tiene suerte, zarpar de Libia hacia Europa y el traficante que ve en ese migrante su forma de subsistir.

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Agadez, paso de migrantes.

“Las tarifas alcanzan el millón de francos”, revela Ahmed sobre el precio que cobran actualmente los guías, tuareg en su mayoría, que acompañan los destartalados camiones que salen prácticamente todos los días desde Agadez hacia la frontera con Libia, a través de las rutas más recónditas del desierto nigerino, en un intento por escapar de los omnipresentes drones americanos y de los cada vez más comunes y severos retenes del ejército del Níger. “Por persona, claro está”, aclara Ahmed sobre la cantidad, que equivale a dos mil dólares estadunidenses y que los migrantes se ven forzados a desembolsar —además de lo que pagan a los traficantes antes de llegar a Agadez y después de pasar la frontera libia— si no quieren terminar enterrados entre las interminables arenas del Sahara. Ahmed conoce bien el mercado, es parte del mismo. El endurecimiento de las políticas europeas, las presiones constantes de gobiernos occidentales sobre Niamey y las crecientes crisis sociopolíticas en todo el continente negro hacen de la ruta del desierto, que inicia en Agadez, la vía de escape de un infierno asegurado. Una vía cada vez más peligrosa y también, tristemente, cada vez más socorrida. “Yo estoy esperando el momento adecuado para volver a intentarlo”, me confía Rakieh, una fornida y risueña mujer de cuarenta y pocos años que trabaja como doméstica en el barrio residencial de Plateau, uno de los más acaudalados de Niamey. Originaria del norte de Togo, llegó a Níger hace cinco años, con la intención de atravesarlo hacia Agadez y desde ahí seguir la ruta que sus tíos, hermanos y varios primos emprendieron meses antes para alcanzar Italia, a través del desierto y del Mediterráneo. De su pueblo, en una de las zonas más empobrecidas de Togo y acechado desde hace algunos meses por células locales afiliadas a grupos extremistas islámicos del África Occidental, son muchos los que han seguido el mismo camino. Pocos, sin embargo, sobreviven para contarlo. “Dos hermanos murieron ahogados

“EL ENDURECIMIENTO DE LAS POLÍTICAS EUROPEAS Y LAS CRISIS SOCIOPOLÍTICAS EN TODO EL CONTINENTE NEGRO HACEN DE LA RUTA DEL DESIERTO LA VÍA DE ESCAPE DE UN INFIERNO ASEGURADO .

antes de que rescataran su balsa cerca de Lampedusa, y mi marido quedó varado en el desierto entre Níger y Libia, ya nunca más supimos de él”, reconoce la mujer de expresiva mirada. Cuando fue el turno de Rakieh, el camión que la transportaba junto con una treintena de migrantes se estropeó a mitad del Sahara nigerino. Pasaron tres días antes de que los sobrevivientes fueran rescatados por una misión de salvamento. Desde entonces se estableció en Niamey, trabajar y enviar dinero a sus padres y dos de sus hijos, que dependen de sus remesas en Togo. “Tengo derecho a hacerlo”, remata sobre su propósito de no claudicar y alcanzar un día Europa; y sí, Rakieh lo tiene, como también todos los demás. Porque migrar es un derecho, independientemente de que muy pocos en estos días lo quieran reconocer. A unos cientos de metros de la casa que limpia Rakieh en Niamey, la Cumbre de la Unión Africana está a punto de llegar a su fin. En la agenda temática, el fenómeno migratorio realmente nunca trascendió del papel. Aunque las voces silentes que lo personifican —como la de Rakieh— suenen cada vez más fuerte, el mundo no duda en seguirlas ahogando. Su eco, no obstante, siempre se escuchará, a la par del viento y del desierto, en Agadez. Porque ahí, esas voces son inmortales. Notas

1 Heinrich Barth, Travels and Discoveries in North and Central Africa: Being a Journal of an Expedition Undertaken Under the Auspices of H.B.M.'s Government, in the Years 18491855, Archivo del Museo Peabody, Universidad de Harvard. 2 La meseta del Aïr, que posee un microclima saheliano en medio del desértico Sahara, coincide con la división política de las provincias más septentrionales de Níger y con el área cultural controlada y habitada desde inicios de nuestra era por el pueblo tuareg. 3 Socialismo nacionalista de Muamar Gaddafi. 4 Frase inicial del canto épico del pueblo djerma del sur de Níger, conocido como Moolo de Gorba Dikko y publicado en español como El héroe que hizo un pacto mágico y fue al infierno y escuchó que cantaban allí su epopeya. Cantos épicos del pueblo djerma de Níger, traducción, edición y estudio de Safiatou Amadou y José Manuel Pedrosa, prólogo de Sandra Bornand, Calambur Narrativa, Madrid, 2014. El pueblo djerma es una de las etnias con mayor presencia en Níger, aproximadamente cuatro millones de personas, que además de poder económico tiene significativa presencia en las instituciones del estado y en el ejército. Su distribución geográfica, al suroeste del país, coincide con la trayectoria del río homónimo, desde la frontera con Mali hasta las fronteras con Benín y Nigeria.

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CRÓNICAS PLUTONIANAS Por

ALMA DELIA MURILLO @AlmaDeliaMC

IMAGINARIOS

Para Luz, siempre hermosa a su manera

NO NOS ASOMBRAMOS de que los niños tengan amigos imaginarios. ¿Por qué extrañarnos de que los tengan los adultos? Esa pregunta que ha resonado en mí desde que leí Niveles de vida de Julian Barnes hace algunos años, hoy se me presenta con un brillo intenso, como un rayo de lucidez. REPARO EN QUE todos mis objetos, todo lo que me rodea, desde mis libros o mis fotos y las flores en mi escritorio hasta el par de tenis que llevo puestos, mis aretes, los tatuajes en mi cuerpo, son todos y cada uno el relato de mis afectos. Todo el imaginario de mis amores representados en un símbolo. Y me entra de pronto una gratitud por todo lo que me rodea, que no son objetos ni muebles inanimados, sino la narrativa de una vida y un montón de querencias. ANOCHE ME EMBORRACHÉ con mi amiga Luz, nos emborrachamos porque su padre acaba de morir de un modo inesperado y recibió la noticia mientras ella estaba del otro lado del mundo. Una putada. Llegué al restaurante donde quedamos, atravesé el lugar y cuando llegué hasta ella se puso de pie, se abrazó a mí y lloró como una niña, sin pudor, dejando que el dolor la sacudiera hasta los huesos. Y lloré con ella porque es inevitable. Acompañar un duelo es llorar con quien llora. DOS MUJERES de cuarenta años, de pie en medio de un espacio público, abrazadas con más de veinte años de amistad acompasando llantos, mocos y corazones. Tuvo su momento de gracia, debo decir. El pobre mesero vino tres veces sin atreverse a interrumpir; cada vez que parecía que ya íbamos a tranquilizarnos, el hombre se acercaba a nosotras pero entonces le ofrecíamos un aluvión renovado de llanto y exhalaciones que volvía a ahuyentarlo. Por fin nos sentamos y hablamos y lloramos y hablamos y lloramos y bebimos vino tinto. Y luego lloramos y reímos y lloramos y reímos y bebimos vino tinto. Algo comimos, creo. Y AHÍ SENTADA, frente a ella, deliberando la fecha en que

“NOS HIZO LLORAR DE NUEVO MIENTRAS RELATABA CÓMO SALIÓ DE SU OFICINA PARA ESCUCHAR A UN HOMBRE MAYOR QUE CANTABA MY WAY COMO SI LO HICIERA SÓLO PARA ELLA .

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se tatuará una breve pero entrañable y poderosa frase en honor a su padre, caí en cuenta de que, en los últimos tres años, cuatro amigas cercanas hemos enfrentado la muerte del padre. La real, la de carne y hueso, la de cuando no lo puedes creer y te preguntas si sí pasó y por qué tan joven y por qué así y te sientes más adulta y a la vez más niña y comprendes lo que significa pasar los treinta y llegar a los cuarenta y masticar esa masa extraña que hace la mezcla de adultez y plenitud en una vida, y tragarla. Somos adultas. Rondamos los cuarenta años de edad, y nuestros padres han muerto.

EL DOLOR TRAJO una hermosura especial a Luz. El brillo del llanto que renueva los ojos, que paradójicamente enciende la mirada buscando alivio para esa zona oscura, para ese vacío donde hay un trozo informe que te falta. —Me duele aquí, como si me hubieran quitado un pedazo —me dijo poniendo la mano entre su cintura y su costado izquierdo. Y yo la vi más bonita que nunca, con su estar como si estuviera en otro lado, distraída, encantadora, suavizada toda por la infinita tristeza de la pérdida.

Hablamos mucho de las señales, esas señales que sólo quienes amamos lo perdido reconocemos, cuando el universo habla, cuando las sincronías se suceden una tras otra. —La canción favorita de mi papá era “My Way” —me dijo. Y luego me contó una escena que me cimbró toda y nos hizo llorar de nuevo mientras relataba cómo salió de su oficina para escuchar a un hombre mayor que cantaba “My Way” acompañado con su guitarra sobre la banqueta de enfrente, como si lo hiciera sólo para ella, como una serenata venida de otra dimensión a los pocos días de la muerte de su padre. —¿Verdad que no estoy loca?

Y AHÍ PENSÉ en aquella pregunta de Julian Barnes en Niveles de vida, ¿por qué habríamos de estar locos cuando conectamos la intuición de adultos para comunicarnos más allá de lo explicable? ¿Es que sólo está permitido sentir así cuando somos niños? MANTENER CON VIDA a quienes amamos, aunque ya no estén con nosotros, es uno de los impulsos más poderosos y conmovedores de nuestra especie, es quizá lo que perpetúa lo mejor de nosotros, sin afán de ofender descendencias. Dice Barnes en el mismo título, cuando habla de la muerte de su esposa luego de treinta años de estar juntos: Comprendí que, en la medida en que mi mujer estaba viva, lo estaba en mi memoria. Claro que también pervivía intensamente en la mente de otras personas; pero yo era quien más la rememoraba. Si ella estaba en algún sitio, era dentro de mí, interiorizada. Esto era normal. Y era igualmente normal —e irrefutable— que no podía matarme porque entonces también la mataría a ella. Moriría por segunda vez... Imagino redes, tejidos, membranas que se encogen y luego crecen. Pienso ahora en ese fragmento bellísimo del Libro del desasosiego donde Fernando Pessoa relata que el mozo de la oficina se fue y cómo por ese hecho él cae en cuenta de que cada pérdida de lo que forma su cotidianidad, lo disminuye. Cada cosa que ha sido nuestra, aunque sólo por los accidentes de la convivencia o la visión, porque fue cosa nuestra se vuelve nosotros. El que se ha ido hoy, pues, a una tierra gallega que ignoro, no ha sido, para mí, el mozo de la oficina: ha sido una parte vital, por visual y humana, de la substancia de mi vida. Hoy he sido disminuido. Ya no soy el mismo del todo. El mozo de la oficina se ha ido.

CADA PÉRDIDA, lo que se va, los que se van, nos mata de cierta manera. Lo que fuimos para ellos, estar ante su presencia, se muere. Así nos queda, en el intercambio, ser la parte muerta (en ellos que ya no están) pero viva que los mantiene aquí; para que ellos sean la parte viva (en nosotros) pero muerta de facto. El duelo es una enfermedad que no se cura con medicamentos ni con analgésicos, aunque ayuden a mitigar la lucidez de la pérdida; quizá lo único que equilibra el vacío es llenar con el impulso vital de los recuerdos, de los símbolos, de la comunicación real o imaginaria, un lugar en el mundo cuya dimensión no comprendemos, pero existe. Cuando hay amor, no hay mensaje sordo ni homenaje vano.

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EL DISCO de rock más interesante y alucinado que he escuchado este año es South of Reality de Les Claypool y Sean Lennon. Por eso, cuando supe que jalaban pa'l rancho con música y acompañamiento, armé los boletos para el lodazal del Hipnosis. A Primus, el otro grupo de Claypool, lo enfrentamos en enero y fue como torear un mamut que nos dejó sin aliento. El Delirium en aceite nos dejó sin cabeza. Lo dijo Claypool al micro: Man, you blew my mind. Subieron a tocar a las diez de la noche mientras nos caía una lluvia pertinaz. El dúo del bajista más innovador en los últimos años con el estupendo guitarrista de Ghost of a Saber Tooth Tiger viaja en vivo con el baterista de Cake, Paulo Baldi, y el tecladista de Stone Giant, João Nogueira. Nos bajaron las estrellas líquidas con “Astronomy Domine” de Pink Floyd, la que abre el disco de tributos Lime and Limpid Green, y con ella Huixquilucan recuperó su estatus de Pueblo E. T., donde la unión del hongo y el ovni es tradición. Fuimos abducidos por la psicodelia progresiva y espacial en la que prácticamente tocaron el bitlesco South of Reality: “Little Fishes”, “Blood and Rockets”, “The Moon”, “Boriska”, “Easily Charmed by Fools” y “Like Fleas”. El lodo bajo nuestros pies temblaba como una gelatina gigantesca en la que terminamos hundidos. Pero ellos tocaban “Cricket and The Genie” y “Breath of a Salesman” del no menos fantástico The Monolith of Phobos. Boquiabiertos como Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos, atestiguamos otros dos covers extraterrestres: “The Court of The Crimson King” y una reinvención de “Tomorrow Never Knows” que nos hizo temblar de energía lisérgica.

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ME DIJERON QUE QUIZÁ ME LA SACÓ UN CARTERISTA. PERO EL BAR AL QUE ME

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

METÍ ESTABA SOLO . Revolví el cuarto, salí al pasillo y nada. Había sido abducida. Tal como yo había sido abducido por los bares de Madrid. Al día siguiente esperé tres horas en la comisaría para levantar una denuncia. No tenía euros dentro. Pero sí mi visa gringa y mis tarjetas de débito. Y para volar de regreso requería la visa. Las chicas de la limpieza del hotel bucearon en la basura pero tampoco la encontraron. Al principio me masomenié. Luego me dije, vine a este mundo sin visa y sin tarjetas. Qué gran momento para no ser boliviano o venezolano, lo digo con respeto, porque si he sido de cualquiera de esas dos nacionalidades me hubiera quedado atrapado en Madrid por un tiempo indefinido. Llamé a la embajada mexicana y me hicieron el enorme favor de cambiarme el vuelo. Para regresar por Frankfurt. En la comisaría me dijeron que quizá me la sacó un carterista. Y que en esos momentos mi visa ya estaba siendo vendida en Senegal por dos mil euros. Pero no recuerdo chocar con nadie. Y el bar al que me metí estaba solo. Cuando volví de la comisaría vi una tarjeta del metro de Madrid inserta en el sitio donde debes poner la llave para que haya luz en la habitación. El mayor misterio es que esa tarjeta de metro estaba en mi cartera. Una de las incomprensibles manías de borracho que me cargo es esconder la cartera cuando ando pedo. Lo hago incluso en mi casa. Y estando solo. A veces me he tardado hasta día y medio en encontrarla. No di de baja una de mis tarjetas de débito. Y mi saldo sigue intacto. No me siento orgulloso de haber perdido mi cartera, pero fue una buena prueba. Si puedo sobrevivir en Madrid sin un euro entonces no estoy tan aburguesado como creo. Lo que sí lamento es el suéter que le iba a comprar a mi hija en el aeropuerto de Nueva Jersey de regreso. Que no compré para no ir cargando. Qué pasó. Creo que ni Mulder y Scully podría desentrañar el enigma.

biography.com

HE PERDIDO amistades, matrimonios, apuestas, la cordura, la razón, pero nunca había perdido la cartera. Me he subido al metro Balderas a las siete de la tarde, he visitado las vecindades de venta de droga en Tepito, he recorrido la zona roja de Tijuana a las cinco de la mañana, he caminado de madrugada en el centro de Ciudad Juárez, me he encontrado en medio de una multitud de travestis y nunca había perdido la cartera. Hasta que... Si una ciudad me despierta la sed es Madrid. Sin embargo, varias de mis pedas más memorables han ocurrido en la capital de Ex-pain. Y en Coyoacanistán. Y en Torreón. Y en Tijuana. Sí, cualquier pueblo puede desatar la bestia que llevo dentro. Sin embargo, en una ciudad con una alta población de bares las estadísticas se suelen incrementar. Aterricé un jueves a las 9:25 am con la firme intención de desmayarme sobre la cama del Hotel de Las Letras de la Gran Vía. Me precedía una conexión criminal en Nueva Jersey. Apenas me deshice del peso muerto de mi maleta, me lancé a pistear. A partir de ahí el alcohol no dejaría de ser lo que ha sido hasta ahora: mi única patria. El motivo de mi visita era que México era el país invitado al Festival Ñ. Sobra decir que no falté a ninguna de mis obligaciones. Soy un profesional. La noche del viernes me fui a la Casa de Alberto con Luis Jorge Boone, Fernanda Melchor y David Toscana. No sé si lo que me mató fue la cantidad de vino y cerveza, el jet lag o el puerco patrocinado por el secreto ibérico. Cabeceé en mi lugar como un almendrero cualquiera mientras el lugar hervía de gente. Conseguí caminar hasta mi hotel guiado en lo que podría calificarse como una representación de La parábola de los ciegos. El sábado tomé la mejor decisión del mundo. Gastarme todos mis euros. Comida, libros y vinyles. Cometí el craso error de acudir a La Central con Boone y decirle tómate tu tiempo. En la hora y media que estuvo escogiendo títulos me embriagué en la cafetería de La Central de Callao. Amanecí sólo con veinticinco euros. Mi propósito era descansar el domingo. Salí a comer a El Boquerón. Pero las cañas me calentaron la quijada y me fui a un gallego y luego a dos bares de Lavapiés. Entonces me convertí en protagonista de un capítulo de Black Mirror. A las dos de la madrugada me fui al hotel. Saqué de mi cartera la llave de la habitación y entré. Cuando me vacié las bolsas del pantalón para encuerarme, me percaté de que mi cartera había desaparecido.

elcorteingles.es

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EL QUE SE REVELÓ COMO UN GUITARRISTA DE ALTURA FUE SEAN LENNON. TIENE

BLACK MIRROR MADRID LA CANCIÓN #6 Por

ROGELIO GARZA

@rogeliogarzap

ASIMILADOS LOS GÉNEROS . Pese al clima, la atmósfera que brotaba de aquellos altavoces como río encantado de colores convirtió el bosque en un reventón de chaneques y marcianos atraídos de las pirámides mexiquenses. Claypool es un magazo absoluto con su bajo Pachyderm, prestidigitador de cuatro cuerdas y creador de la polka psicodélica, ese licuado alucinógeno de ritmos, estilos y técnicas que no deja de sorprender. El que se reveló como un guitarrista de altura fue Lennon, la Bilt Zaftig plateada es elástica entre sus manos al sacarle sonidos voladísimos. Tiene asimilados los géneros y prefiere crear el suyo saltando de uno a otro. Fue una lástima que tuvieran los minutos contados. Al final, en un solo de guitarra fuera de serie, el hijo de John y Yoko empezó a manipular los pedales de efectos con las manos. Puso la guitarra en el piso y se acostó acariciándola, tocando los efectos hasta alcanzar un feedback perfecto y abrumador, en armonía con el zumbido del bajo de Claypool que reposaba contra el amplificador.

CL AY P O O L LENNON DELIRIUM

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E N T R E V I S TA Por

VEKA DUNCAN

@VekaDuncan

SERGIO FREIDBERG FILOSOFÍA, FÍSICA Y URBANISMO

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unos pasos del bullicioso centro de Coyoacán me sumergí en un patio de silencio monástico para encontrarme con Sergio Freidberg, promotor del uso de la bicicleta, quien el 14 de octubre pasado viajó a Bilbao, España, para recibir el premio Architecture MasterPrize 2019 por la creación de Baumracks. De clara influencia minimalista, los Baumracks son rectángulos de acero que permiten amarrar dos bicicletas a un espacio seguro, asegurando las dos ruedas de cada una. Están basados en la proporción áurea; detrás de su sencillez esconden un complejo entramado de reflexiones en torno al hombre y su convivencia con la ciudad. Su diseño es un guiño a una trayectoria dedicada al pensamiento y, por supuesto, a las implicaciones de ese sistema de transporte en las ciudades contemporáneas. Entre los elevados muros de la casa del diseñador mexicano, que evocan los patios conventuales del siglo XVI o quizá la blanca arquitectura de Tetuán, al norte de Marruecos, y mientras la lluvia salpicaba en el espejo de agua, celebramos el premio con una breve charla sobre su trayectoria e influencias. Tú eres filósofo de formación, ¿cómo llegaste de la filosofía a la arquitectura? Originalmente soy físico. De niño decía que quería ser inventor y creo que por eso me metí a estudiar física como primera carrera. Creo que la arquitectura es para mí una combinación de la física y la filosofía, pero no creo que por haber estudiado ambas me haya vuelto un creador. La verdad es que cuando la gente me pregunta qué hago yo digo que soy un vago profesional; treinta años de experiencia me respaldan. Pero la física antes era considerada filosofía natural, así que van de la mano. Debería ser así. Hace siglos la física debió haber sido bastante filosófica, hoy en día más bien la academia la ha vuelto una aplicación de descripciones matemáticas a una realidad. Pero la formación como físico me permitió entender los materiales. Soy muy instintivo en cuanto a qué puede funcionar y qué no, qué esfuerzos se exponencian en un ángulo o en una situación de palanca, por ejemplo. Se me ha dado así: desde la intuición conozco cómo funcionan los materiales. En el diseño del rack premiado se ve ese interés por la materialidad, aunque también es muy minimalista. ¿Ahí aparece la filosofía? Claro, ahí está. Hay gente que diseña casas de acuerdo con una serie de necesidades o un canon, pero para mí se trata más bien de diseñar una forma de ser, una forma de vivir. La casa es el ethos, la manera de ser del hombre. Yo siento el rack más cercano a la filosofía, aunque no puede funcionar sin la mecánica de la física. Existe una coherencia con el material, es acero y si le pones ángulos rectos estás traicionando al material, pero el cruce más importante de este diseño y la filosofía viene del interés de responder por qué ha llegado el ser humano a donde está ahora. Ése es el fondo del asunto. Esto lo abordó ya el pensador austriaco Iván Illich: el individuo medio dedica más de la mitad de sus horas de vida consciente al automóvil, ya sea para transportarse en él o para pagarlo. Eso es grave. El ser humano está siendo un esclavo de la máquina.

“LO IMPORTANTE ES QUE CUANDO TÚ VAYAS A ALGÚN LUGAR PUEDAS AMARRAR TU BICI A UN ESPACIO SEGURO. DE AHÍ SURGIÓ EL BAUMRACK  ”.

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Fotos > Cortesía del artista

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El Cultural

Tú has viajado por el mundo en bicicleta, ¿cómo ha informado esa experiencia personal el trabajo que has desarrollado? Este diseño es el resultado, pero lo que hay detrás es toda una existencia. La bicicleta no es sólo un regalo de Día de Reyes, ha sido mi vida. Ofrece, por supuesto, un medio de transporte, pero además beneficia la ciudad. Diseñé este objeto porque soy muy creyente de que el espacio público no puede seguir ocupado por el quince por ciento de la población que tiene automóvil; en el área que ocupa un automóvil caben entre siete y diez ciclistas. El asunto de la contaminación es uno, sí, pero el grave problema del automóvil es también el espacio que ocupa. Entonces el uso de la bicicleta implica una reapropiación del espacio público y también es libertad; cuando eres un niño o un adolescente y te regalan una bici, te están regalando la posibilidad de ser libre. Encima es liberador porque ya no dependes de un corporativo que te provea el vehículo ni las refacciones y no te ata a pagar mensualidades. Finalmente, la bicicleta también es un igualador social, en la misma ciclovía andan el hijo del hombre más rico con la gente más sencilla. En ese sentido no es que la bicicleta vaya a acabar con la desigualdad, pero hay mucho más contacto social y nos pone a todos en el mismo nivel. Parece que hemos dado una vuelta de regreso a Iván Illich. Eres un gran lector de su trabajo, lo conociste personalmente, ¿cómo ha influido su pensamiento en lo que diseñas? En el libro La convivencialidad él habla sobre cómo se fueron extendiendo las ciudades y cómo hemos llegado a que el individuo medio viva para su coche, circunstancia que a Illich le parece trágica. Y bueno, tú conoces la orientación que tuvo: humanista, anarquista, fue un judío vuelto jesuita y luego abandonó la orden. Su perspectiva es obviamente crítica al sistema, sobre todo al sistema financiero, economicista, y en su pensamiento el dinero no es un criterio. Entonces cuando dice que el hombre dedica su tiempo de vida al automóvil eso es significativo; el dinero es conceptual, en cambio, si le estás dedicando la mitad de tu tiempo, ahí hay un elemento que sí es valioso, ¡se trata de tu vida! Cuando él habla de soluciones convivenciales, lo que plantea es que no lleguemos a ese callejón sin salida en el que lo que parece ser una ventaja y una solución, termina siendo un grillete. Él toma la convivencialidad como una cualidad de las soluciones propuestas, pero sin duda tiene que ver con una manera de hacer más humanas y sociales las ciudades. ¿Crees que el objeto que diseñaste puede tener un impacto en esto? Bueno, ésa es la idea. Yo fui promotor de ciclovías en los años noventa y luego me di cuenta que no eran tan necesarias, porque puede haber convivencia entre vehículos y bicicletas. Lo más importante es que cuando tú vayas a algún lugar puedas amarrar tu bici a un espacio seguro. De ahí surgió el Baumrack, por eso es una sola pieza de acero con un anclaje mecánico y químico, y con una forma que permite asegurar ambas ruedas. Además, buscaba una solución que fuera económica y de un diseño muy neutro, de modo que pueda dialogar igual con un patio colonial que con un edificio contemporáneo. Un rack seguro y eficiente es lo que realmente incentiva el uso de la bicicleta.

21/11/19 22:12


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