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MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ HENRY CAUVAIN: MAXIMILIEN HELLER

CARLOS VELÁZQUEZ TARANTINO IS BACK

NAIEF YEHYA EL IRLANDÉS

El Cultural N Ú M . 2 2 8

S Á B A D O

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[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

DÍAS  DE LA  FIL  2019

MINOTAUROMAQUIA REGRESO DE TITA VALENCIA

"LAS JACARANDAS SON SERES VOLUBLES"

LA RUTA DE JAVIER CERCAS UNA ENTREVISTA

ALBERTO RUY SÁNCHEZ

CLAUDINA DOMINGO

ALEJANDRO GARCÍA ABREU

Arte digital > A partir de una imagen en larrysgarden.ning.com > La Razón

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Hoy comienza la edición número 33 de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el encuentro de escritores y editoriales más relevante del idioma, cuya convocatoria y público aumenta año con año. Entre la cantidad inabarcable de eventos que contiene, dedicamos El Cultural a cuatro títulos muy diversos que serán presentados durante el calendario de la FIL. Encontramos la coincidencia feliz de que nuestros primeros dos autores —Alberto Ruy Sánchez y Tita Valencia— celebran las jacarandas como un motivo de la belleza, el ritmo, la plasticidad y el color que la literatura no puede soslayar. Comenzamos.

"LAS JACARANDAS SON SERES VOLUBLES" ALBERTO RUY SÁNCHEZ @AlbertoRuy

Dobles, triples, inconstantes

La luna llena las malaconseja.

Como los centauros de la leyenda,

De noche se sienten ligeras: vuelan.

de doble naturaleza inestable,

Mientras van cayendo cuentan estrellas.

ímpetu equino y lento torso humano,

Saben leer en los cielos su destino.

las jacarandas son seres volubles.

Mitología amazónica Son mitad viento con mitad insecto,

Entre las llamas fugaces

más esa otra mitad indescriptible,

de su alerta escandalosa

que viene tal vez de ninguna parte

me salpican los destellos

y que con certeza llevan adentro.

de su origen hecho mito.

¿Cuántas mitades caben en una flor?

Jacarandá allá le dicen,

Tres o cuatro o cinco muy rebasadas

y ella ligera resuena.

más las que, bajo el sol, se inflaman lentas.

En guaraní, que es su lengua,

¿El peso de lo imposible las tumba?

quiere decir perfumada.

Foto > alchetron.com

DIRECTORIO

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Jacarandá huele a selva

sacuden certezas vanas

Vuelan flores al suelo de tus ojos,

y a corteza curativa,

con su belleza ligera:

de lo visible a lo invisible eleva.

a madera sonrojada

dan al sorprendido instante

y fértil desenvoltura.

el logro de ser eterno.

Su desplome es un acto de hipnotismo.

Sus semillas en estuche

Delirios volubles

Deseos

nunca se vuelven sonajas.

1.

Si aterrizo en la Ciudad de México cuando ano-

Oyen los ritmos del viento

Son delirios que crecen en espejos,

chece, la obscuridad parece desprenderse lenta

y después les brotan alas.

las jacarandas en los edificios,

desde los árboles y aferrarse a las jacarandas.

rotos rompecabezas divertidos,

Dentro de ellas la noche llega primero y en ella

un caleidoscopio que gira al viento.

mis deseos florecen.

Su rareza geométrica cautiva.

Desde Buenos Aires, Eugenia Noriega me dice

Si en su historia puso aliento,

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en su floración, exceso: ella extiende el Amazonas

que allá las jacarandas huelen más intensamen-

a la puerta de mi casa. 2.

te y además cada una “es un dios, un poema.

Una flota invencible de siete proas

Y tiene propiedades curativas: ayuda a la cicatri-

Un jardinero de oriente,

zarpa a todos los rumbos y a ninguno.

zación de los recuerdos abiertos, mitiga el des-

de la isla de los asombros,

No termina de ir cuando ya regresa

consuelo y endulza la añoranza”.

se propuso en las aceras

y a todas sus batallas ha faltado.

Mitología japonesa

Desde Madrid, Jorge F. Hernández la hace flore-

de esta ciudad de palacios crear un jardín callejero:

Contra viento y contra marea, seduce.

saje del planeta por obra y gracia de la memoria

una invasión de mil flores que se caen y resucitan.

cer en sus recuerdos, “trasterrada a cualquier pai-

3.

que se enreda con imaginación: recuerdo e in-

A la vuelta de la esquina nos aguarda

vento, anhelo y deseo o evocación y propuesta”.

Lo que vive en sus jardines

un gigante que aquí apenas asoma:

es otra noción del cielo.

la copa amoratada es su cabello,

Juan Villoro, a mi lado en un avión, llegando a la

Sí, el paraíso se siembra

su cuerpo una galaxia reflejante.

ciudad la mira entreverada de jacarandas y piensa en lencería.

y el edén se manicura. Si la miras mirarte, es posesiva.

Frank Lozano la vuelve flor antípoda del Narci-

Trajo del sur la semilla y la aclimató a su sueño:

4.

so: “Por más hermosas que son, las jacarandas

árboles que escupen flores

Sus brazos entretejen con las nubes

nunca pierden el piso”.

que en el aire se adelgazan.

escenarios fugaces, perspectivas. Paty Peñaloza asegura que las jacarandas en

Se inventó una especie rara

el suelo son la envidia del asfalto buscando

de árbol alto y muy sediento

florecer.

que si se arraiga obsesivo abraza al viento gozoso

Pero no es así todo el año. Pancho Hinojosa lo

y a los ojos nos regala

nota y dice de cierta persona que él conoce: “Él

cada marzo un terremoto

era como las jacarandas: cuando estaba en flor,

de flores que en filigrana

jacaranda, cuando no, un simple árbol”.

se meten entre nosotros, Julio Trujillo desea cantarles pero teme la sensiblería, los tecnicismos, las flores huecas dedicadas a la flor. Su elogio es cantar la dificultad del elogio. Jan Matson, Árbol de jacaranda.

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Fuente > fineartamerica.com

Alberto Ruy Sánchez, Dicen las jacarandas, Colección Alacena Bolsillo, Ediciones Era, México, 2019.

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Un reconocido escritor de “negra capa mosquetera” e iniciales J. J. se involucró a mediados del siglo XX con Tita Valencia, autora en ciernes. La relación se basó en cartas, que ella convirtió en la novela autobiográfica Minotauromaquia. El próximo lunes, la UNAM lanza en la FIL su colección Vindictas —un notable rescate de autoras relegadas— y reivindica este libro, marcado por una polémica extraliteraria que desdibujó sus virtudes intrínsecas. Claudina Domingo conversó con Valencia sobre su obra y cómo la afectó vulnerar el honor de un consagrado en el México de entonces.

TITA VALENCIA FUER A DEL LABERINTO CLAUDINA DOMINGO @ClaudinaDomingo

E

n 1976, cuando Minotauromaquia ganó el Premio Xavier Villaurrutia, Tita Valencia tenía 39 años y era una escritora apenas conocida en el ámbito literario. Su posterior residencia en Estados Unidos y el contexto en que fue publicada esta novela autobiográfica contribuyeron a eclipsar su trabajo como narradora. Casi medio siglo después, la Dirección General de Publicaciones de la UNAM, por iniciativa de su directora, Socorro Venegas, y de Ave Barrera, se propuso recuperar obras narrativas que —como ésta— debieron esperar generaciones de lectores menos paternalistas para ser valoradas en su justa dimensión. Es la nueva serie titulada Vindictas, cuyos primeros cinco títulos son Minotauromaquia, de Tita Valencia; El lugar donde crece la hierba, de Luisa Josefina Hernández; La cripta en el espejo, de Marcela del Río; En estado de memoria, de Tununa Mercado; y De ausencia, de María Luisa La China Mendoza. Los prólogos, por orden de aparición, corren a cargo de las jóvenes escritoras Claudina Domingo, Ave Barrera, Lola Horner, Nora de la Cruz y Jazmina Barrera. Enseguida la autora de Minotauromaquia toma la palabra en una entrevista con motivo de este rescate. Antes que escritora fuiste pianista. ¿Cómo llegaste a la literatura? Mi carrera, digamos formal, fue la pianística. Una imposición materna que, sin embargo, constituyó la columna dorsal de mi formación. Pero desde que tengo memoria siempre alterné el estudio del piano con la colocación

de una pequeña libreta en el extremo derecho del teclado, donde anotaba las ideas o imágenes que me venían a la cabeza. Escribí mi primer poema hacia los seis años y a los 17, gracias a un tío mío, refugiado español, José Moreno Villa —poeta excepcional, ensayista, pintor—, publiqué en el suplemento cultural de Novedades el cuento “Rutina”. Relata la jornada diaria de un músico atrilista, desde su asistencia al ensayo matutino de la Sinfónica Nacional a la impartición de clases en el Conservatorio o con particulares, las actividades como miembro de grupos de música de cámara hasta, ya por la noche, la ejecución de música fina de cabaret, como Los Violines de Villa Fontana. Mi tío, el escritor potosino Jorge Ferretis, que en tiempos de Ruiz Cortines fue director de Cinematografía se empeñó en invitar a escritores mexicanos a leer y dictaminar los guiones que recibía para obtener permisos de filmación en México, ya que el negativo, enlatado, era procesado en estudios extranjeros. La idea de Ferretis era enriquecer el cine mexicano con historias de mayor sustancia. Entre los escritores participantes se encontraban Juan Rulfo, Juan José Arreola, Guadalupe Dueñas, Ricardo Garibay. También fui invitada a participar. “Así se escribe”, me decía mostrándome los dictámenes de Arreola. Los dictámenes, pues, se convirtieron en un análisis literario formal. De estos ejercicios derivó mi alternancia casi obsesiva de letras y música. La novela explora el amor frustrado por la indiferencia de uno

“RESULTÓ NO SÓLO LÓGICO SINO CASI COMPULSIVO QUE LA INDIFERENCIA DEL PERSONAJE AMADO DERIVARA EN APUNTES CONSTANTES, CASI DIARIOS, AUNQUE MÍNIMOS. AL MISMO TIEMPO ME AVENTURÉ A ESCRIBIR ALGUNAS FANTASÍAS BREVES, COMO LOS PERROS .

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de los amantes. Es, también, una novela autobiográfica. ¿Cómo fue el proceso? No implicó únicamente lo creativo... Resultó no sólo lógico sino casi compulsivo que la indiferencia del personaje amado derivara en apuntes constantes, casi diarios, aunque mínimos. Al mismo tiempo me aventuré a escribir algunas fantasías breves, como “Los perros” o “El hombre negro”, que se publicaron en los Cuadernos de Unicornio; o “Frío”, que se publicó en la Revista de la Universidad Veracruzana; un par de poemas en la revista Zarza... pero la disciplina pianística no me dejaba tiempo ni espacio para una obra literaria formal. En la novela, mito y autobiografía se cruzan. ¿Pensaste en algún momento en escribirla de otra forma, por ejemplo, llevarla más hacia la ficción, detallar encuentros, motivos, enlaces y desenlaces con otros nombres, como si no hubiera sido tu historia? No pensé en novelarla porque, además de que siempre se mantuvo como secreto de confesión (ante mí misma), el tiempo que dedicaba al piano era muy absorbente y no me permitía hacer nada más. La carta no leída es un punto esencial para crear el laberinto; sobre todo las cartas que escribes desde París, mientras estudias piano, y que nadie contesta de este lado del Atlántico. ¿Recuperaste esas cartas al volver? Para escribir Minotauromaquia, ¿intentaste recobrarlas en tu memoria? Recabé la secuencia de Minotauromaquia, más o menos como se conoce, en los años setenta, entre las que el minotauro me devolvió y los borradores que yo conservaba. Las di a leer a Silvia Prado, pintora, y a Uwe Frisch, entrañable compañero del Conservatorio, violoncelista y posteriormente geofísico, poeta exquisito. Él intervino sugiriendo la forma; esto es, respetando la brevedad de los párrafos para reunirlos en secciones capitulares.

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Fuente > DGPyFE/UNAM

Por su parte, Silvia Prado influyó de manera decisiva en la audacia que me llevó a publicarla. Tal vez fue durante mi estancia en París, ya becada en la École Normale de Musique, cuando se intensificó la necesidad de escribir mi desasosiego. La espera de cartas era una tortura; sin duda, además de responder, escribía muchas más cartas de las que recibía. Hacia el final, las de él fueron menguando considerablemente. Pero el resquebrajamiento final ocurrió cuando, un año después, ya de regreso en México, el protagonista me anunció que había reestablecido una relación amorosa, capital para él, con una amante anterior, dando por concluida la nuestra. Muy decimonónicamente, me devolvió mis sobres. Sin duda en esta etapa, además de las cartas recuperadas, escribí los textos más dolorosos y autodestructivos. El agregado constituye la entretela y/o la trama misma del libro.

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Tita Valencia (1938).

“UN AÑO DESPUÉS, EL PROTAGONISTA ME ANUNCIÓ QUE HABÍA REESTABLECIDO UNA RELACIÓN AMOROSA CON UNA AMANTE ANTERIOR, DANDO POR CONCLUIDA LA NUESTRA .

En varios momentos de tu novela haces referencia a la identidad del escritor con quien viviste esta historia de amor trunco; guiños a sus obras, el nombre de pila, la capa de terciopelo negro... Se trataba ya en ese momento de un escritor querido y famoso. ¿No temiste echarte encima, con ese retrato descarnado, un mundo entero de amigos y adoradores suyos? No, no temí echarme encima ese mundo entero de amigos y adoradores suyos. ¡Ni siquiera se me ocurrió! En primer lugar, jamás aparece en mi texto su nombre completo. En segundo

lugar, y a pesar de mis cuentitos publicados, yo no era nadie en el mundo de las letras. Mi testimonio era escuetamente cabal en términos de legitimidad amorosa, y por demás discreto en términos de identidad. Fue cuando recibí el Premio Xavier Villaurrutia —la primera azorada fui yo— que estalló, casi al unísono, la crítica más acerba contra el libro. Nunca habría soñado provocar la ira de eminencias como Ernesto de la Peña, puertas cerradas como la de José Luis Martínez, director del FCE, la agresividad verbal y clásica malevolencia de Emmanuel Carballo. En fin, la cargada

MINOTAUROMAQUIA FRAGMENTOS DE UN IMÁN TITA VALENCIA

U

na lógica contradictoria explica la vocación verdadera: infinitas falacias constituyen la certeza.

Niño de los sortilegios: te amo porque tú, que desarrollaste siempre la más prolífica, escabrosa, detallada fantasía acusatoria sin motivo, supiste tener la inocencia de interpretar mi llamado como un nuevo principio. Y no te equivocaste. Pero yo lo ignoraba.

* * * Dime tú cómo se decapitan las palabras. O los silencios. O las miradas de reconocimiento. Cómo se abate o secciona el abrazo de dos seres que aún a distancia, en público, en plena exhibición teatral de foso a foro, se están entregando en el más jubiloso de los escenarios invisibles. Dime cómo se evita que ocurra en carne de tiempo lo que está teniendo lugar en el recinto ceremonial del espíritu. ¿Me explicarás, di, las sutiles diferencias entre el pecado de pensamiento, de palabra y obra? No nos alentaba más que el vino rosado que habíamos bebido a mediodía. Pero otro vino incisivo y solapado, apurado indiscriminadamente en la misma copa, se nos iba subiendo a la cabeza en esos jirones y giros concéntricos tan de La Valse de Ravel. Amargo dulzor del reencuentro que perdona y sonríe, sentimental y noble. La sesión había sido exhaustiva para amantes que manejan con certera duplicidad el diálogo exterior y el interno, y a ratos los equivocan en radiantes fugas a capella y contrapuntos inversos. Te habías quitado el saco, y con dos dedos lo sostenías colgado a la espalda con esa gracia trashumante con que dispones

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tus pertenencias. Desabrochado el botón superior de la camisa, dulce de agotamiento y alegría, te apoyabas en los paneles blancos de la sala de exposiciones de la Casa del Lago. De pie junto al ojo tornasolado de la cámara, yo improvisaba la entrevista y no supe en verdad en qué momento nos separamos de todo lo que nos rodeaba para quedarnos solos, frente a frente, en la áspera montaña del ayuno que propicia la visita de las tentaciones. Resbalando por la pendiente personal, sé que mis preguntas se fueron haciendo poco a poco más íntimas, y que con naturalidad drogada, dudas que habían dormido durante siete años ascendían ahora abiertas y confiadas en busca de tu sabiduría. Acorde, armonioso, adoptaste el mismo tono, ¿o quizá me lo dictaste tú? En vez de referirte al hombre y la mujer decías: tú y yo. Los espectadores que habíamos olvidado asistían al reencuentro paralizados de asombro, y nadie osó romper la atmósfera de encantamiento con un: “¡Corte!, ¡cambio de set!, ¡se acabó la cinta!”. Al volver a la realidad, un murmullo ruboroso recorrió a los asistentes. El de quien ha escuchado fraudulentamente una confesión in articulo mortis.

* * * Para conocerte nací. Nací para conocer esos días que rebasaron la más descabellada idea de felicidad, plenitud, comunión, entrega. Por primera vez supe que la maldad no te era inherente, sino que había actuado a través de ti como un minotauro a quien hubiste de sacrificar tus mejores ideas, la virginidad de tus emociones, el sabor adolescente

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en pleno defendiendo el honor literario masculino. Por eso a esta novela no la siguió ninguna otra. Pero seguiste escribiendo... Lo que siguió, y que en su índole constituye una tremenda zozobra en mi vida, fue que un gran señor, pluma excepcional aunque mayoritariamente en la vertiente del Derecho —las letras habrán perdido en él a una de sus promesas más finas—, el doctor Sergio García Ramírez, me invitó a escribir una biografía mínima de Ricardo Flores Magón, personaje de inclusión forzosa entre una serie de “presos notables” cuyas biografías dirigió el doctor García Ramírez. El texto resultante no tiene mayor crédito, pero descubrí en la figura de Flores Magón una fuente de investigación prerrevolucionaria de la que resultaron innumerables textos para radio, para toda una serie televisiva. Y que por su índole anarquista, subversiva, nadie quiso producir. En 1998, cuando al fin parecía que todo el material magonista que había recabado podía concretarse en la publicación de una biografía sólida en el FCE, gracias a la invitación del licenciado Miguel de la Madrid, mi amigo, el licenciado Fernando Zertuche obtuvo la prioridad del personaje. Alegó que yo tenía material de primera mano para escribir, para la misma serie, la biografía de mi abuelo, Rafael Nieto (La patria y más allá), con lo

“EN 1998, CUANDO PARECÍA QUE TODO EL MATERIAL MAGONISTA QUE HABÍA RECABADO PODÍA CONCRETARSE EN LA PUBLICACIÓN DE UNA BIOGRAFÍA SÓLIDA EN EL FCE, EL LICENCIADO FERNANDO ZERTUCHE OBTUVO LA PRIORIDAD DEL PERSONAJE . que volví a perder el tema de mi vida: el magonismo. Para concluir, en 2007 emprendí la elaboración de Urgente decir te amo gracias al apoyo de mi marido, Miguel González Gerth, poeta y ensayista, doctor docente en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Texas, en Austin. El título, texto telegráfico en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, se basa en la correspondencia que mi padre sostuvo con mi madre a lo largo de sus dos años de noviazgo y siete de matrimonio, al cabo de los cuales él murió.

A tu salida de México te dedicaste a la promoción cultural. En 1975 me fui a San Antonio, Texas, por un convenio firmado entre Relaciones Exteriores y la UNAM, a trabajar en el Instituto Cultural Mexicano. Al principio había rechazo y desconfianza de parte de la comunidad chicana, ya que por su historia familiar o personal muchos migrantes sentían un fuerte rechazo hacia lo proveniente de México. Entonces le pedí a mi amigo Fernando Solana que nos regalara unas vitrinas de vidrio que mandé colocar en los barrios mexicanos,

de tus anhelos y hasta el hilo de Ariadna. Por primera vez supe que la pareja era posible. Por primera vez creí que me amabas.

Fue así como Narciso, Señor de los Onanistas, condujo tu infamante mansedumbre a sus abrevaderos.

* * *

Ignoro si a tu sobresalto ante tan repugnante fraude, Narciso respondió diciendo que los tiempos cambian, que en la era de la contaminación del ciclo hidrológico las pozas de agua cristalina son mera referencia mitológica. Y no pecó de severo al reprochar tu impaciencia: porque poco a poco, desde el líquido turbio del fondo, la libertad anhelada te guiñó el ojo. Libertad infinita de dictar escenografía, vestuario de negra capa mosquetera, movimiento de cámaras, monólogo. Infinita libertad de ser en vida tu propio monumento funerario.

Y por primera vez hice trampa, robándole a la vida lo que ya no me pertenecía.

* * * De nada me sirvió recordar que, cuando entre el penúltimo y último aliento acepté que fueras mi asesino, susurré en tu boca mi único voto: que reencarnáramos hermanos. Pero justamente ante tu boca, incesto, adulterio, suicidio, crimen, eran vocablos en lengua muerta.

* * * Es sin duda Narciso, tan ubicuo como dúctil, quien encarna el superego de los impotentes. Para no suscitar sospechas, disimula su espléndida belleza con hábitos que no hacen al monje. Pero no hay presa potencial que escape a la rapiña azul de su mirada. ¿Artes plásticas? Te revelará la sección de oro. ¿Angustias fronterizas? No existe prestidigitador que escamotee con mayor regocijo el contrabando de las abominaciones. ¿Anhelos de clochard ? Entre San Francisco y buenas noches. ¿Juego de cartas? Todos son ases. ¿Ajedrez? Jaque mate. ¿Cante? Con peteneras. ¿Círculo vicioso? Por la tangente. ¿Mujeres? Esquinazo, aunque zigzagueando con elegancia de velero. ¿Metafísica, trascendencia, Dios? A eso vamos. Fue Narciso, sin duda, quien te enseñó a omitir encrucijadas en tierra, fuego, mar o cielo. Ladrón y chacharero profesional en el clandestino mercado del miedo, no tuvo que recurrir a alevosía y ventaja alguna para proponerte la consabida trácala de bisutería a cambio de una libertad incondicional. Deleite, calosfrío, hasta gozo fueron parte del malabarismo acariciante con que te despojó de sextante, brújula, ojos para mirar al prójimo, y mascarón de proa para afrontar la vida.

* * *

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Ella conservó esas cartas y telegramas religiosamente pero, pecado imperdonable de feminidad de la época, destruyó las propias. Propuse su publicación a un par de editoriales que se negaron, arguyendo la injerencia de pasajes en inglés. Pero para mi alegría y agradecimiento, el Colegio de San Luis Potosí finalmente aceptó publicar el libro.

* * * Y te entregaste a ese fluido magnético. Hoy haces cuerpo con el espejo —abrevadero, azogue, bestia, lámina de sombra, mujer, montaña— en que escrutas fascinado una fuga de existencia que, con ser tuya, te ha excluido. Hoy eres su cuerpo mismo: por miedo a las apariencias te volviste solo Apariencia. Un intento de huida hacia el Ser, y tu desorientación hipnótica te desplomaría de bruces en uno y otro y otro fantasma de aguas estancadas; en uno y otro y otro naufragio de simulación y mimetismo. Hoy tu mundo se reduce a la película unidimensional —¿cómo precisar si hecha de recuerdos o ficciones?— que día y noche exhibe en la función especial de tu locura secuencias en que tu caracterización de superestrella arrastra una cauda de fanáticos anónimos, troquelados —suponiendo que la nada sea divisible— a tu imagen y semejanza.

* * * Me pregunto si algún íntimo residuo de albedrío hombruno se rebela contra semejante pérdida de identidad: ¿quién ríe, quién llora, quién llama a quién? ¿Acaso el plagiario, el espectro, el sosias, el facsímil, la caricatura, el sueño dorado? Pero comprendo que ya no es hora de preguntar y menos aún de responder. Hoy eres el asesino impune de tu padre y de tu madre; de tus hijos. En ti se suspenden y anulan las generaciones. Hoy eres tu

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llenándolas de libros mexicanos. Después llegó el Fondo de Cultura Económica, que tuvo un gran éxito. En 1995 publicaste El trovar clus de las jacarandas, un poemario en el que los árboles (y en particular, los de la jacaranda), son una metáfora metafísica del ciclo de vida y muerte. Cuéntanos cómo hiciste este mapa de la Ciudad de las Jacarandas y por qué decidiste que este poema largo remitiera al verso críptico del trovar clus. En cuanto a El trovar clus de las jacarandas —imperfecta y personal forma del haikú—, constituyó una especie de letanía o, mejor dicho, una suerte de misal y su año de guardar, la vida anual de ese árbol prodigioso. De niña, mis descansos del teclado consistían en tirarme en el pasto del pequeño jardín de mi casa bajo una jacaranda gigantesca. Descansar la espalda era el pretexto para alucinar perdiendo la mirada en su fronda contra el cielo de aquellas primaveras en “la región más transparente”. Con el tiempo, mis

recorridos por la Ciudad de México, en camión o en coche, se convirtieron en un mapeo de las jacarandas existentes. Y llegó el día en que se encarnaron a mi chulel,* a la manera de los animalitos que dejan su impronta mágica en la tierra suelta, frente a los jacales pueblerinos. Los seres vivos que tienen la suerte de no pertenecer a nuestra especie guardan, en su savia o sangre, por más que queramos descifrarlos, un lenguaje cifrado, un trovar clus. Al principio, el mapa de la ciudad fue aleatorio. Poco a poco, y ya obsesionada por el ciclo vital de las jacarandas, las busqué, me encontraron, y me encontraron sola y con la tragedia de la muerte de mi entonces única y entrañable amiga, Elisa Bitar Letayff. Me disculpo por dar la impresión de que mi escasa obra literaria parezca responder siempre al malentendido y la tragedia. No fue así cuando escribí Esencia y presencia guadalupanas, a solicitud de un gran museo que exponía la más notable colección de obras desde el siglo XVI a la actualidad.

“AL PRINCIPIO, EL MAPA DE LA CIUDAD FUE ALEATORIO. YA OBSESIONADA POR EL CICLO VITAL DE LAS JACARANDAS, LAS BUSQUÉ Y ME ENCONTRARON SOLA Y CON LA TRAGEDIA DE LA MUERTE DE MI ÚNICA AMIGA: ELISA BITAR .

cómplice de doble cara —la una andrógina, abismalmente vacía la otra—; tu propia prolongación encadenada en irrevocable banda de Moebius.

* * * To belong or not to belong: that is the Question.

* * * Elisa queridísima: Siempre nos detenemos unas horas aquí, en que el mar del Golfo y los estuarios del Papaloapan corren líneas paralelas, a uno y otro lado de la carretera. El cielo debe tener tanta náusea como yo: está de un gris caliente y opresivo... Esta ranchería ocupa la ladera de una loma de arena, angina que la defiende de infecciones mortales. Apenas recubierta por esa maleza rastrera que los nortes achaparran y queman. Aquí paran los camiones de carga, de redilas, pipas, transportes de Ciudad Pémex y de Malpaso, que van y vienen de los pantanos pestilentes de Minatitlán a Veracruz. Aquí los camioneros consumen cervezas, caldos de camarón y canciones pellizcadas y en manteca de Pedro Infante, Pepe Silva, Lola Beltrán... vía sinfonola, claro. Fuera de la barraca conviven a picotazos y mordidas niños, pollos, puercos, patos bastardos y guajolotes... Los árboles son tendederos y basureros los matorrales. En los tulipanes florecen latas de Tecate. Cuatro tablones en que están pintadas sendas letras rojas W.C. trasminan, con admirable constancia, su hedor de siglos: residuos petroleros, caña de azúcar, tabaco fermentado y fermento de líderes campesinos callados a machetazos en cualquier zanja, torsos de palo mulato, lirios viciosos del río de mariposas... Miles de ánsares, pelícanos, gaviotas, saquean la entrañable revolución de un mar sombrío: extracción sin bisturí, sin alevosía ni remordimiento. Elisa linda, hermana, cómo darte una idea exacta de mi desolación. El error —creo— está en hacer una mística de las relaciones humanas. Se aterra al prójimo. Claro, al principio ese sentido sagrado del amor lo exalta como lo haría cualquier sustancia tóxica, pero no tardan en manifestarse el miedo y la repulsión. El marido, el amante, la hija, te piden ¡te exigen!, temperaturas normales, vivibles. Nada de esos altos hornos de los que hablaba Juan José, nada de esa entrega a temperaturas en que los metales hierven y se funden, y el deseo se tiempla y destiempla en la caldera solar. Si Dios no soporta un voto de celibato, ¿por

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Simplemente, y toda vez que la Iglesia Católica —el Azobispado, si bien recuerdo— autorizaba el préstamo no sólo de la mayor parte, sino de las obras cumbre del Virreinato hasta nuestros días, no pudo admitirse un texto que yo iniciaba comentando las ceremonias a las diosas prehispánicas. Finalmente, el libro fue editado por la UNAM y está por ahí, a la caza de algún lector o lectora que acepte ver la presencia de nuestras diosas prehispánicas en el que considero el culto mexicano máximo: el consagrado a la Virgen de Guadalupe. * Según la creencia chamula, se refiere a las almas de personas que pueden manifestarse también como animales.

qué tu marido o tu hija han de soportar un sacrificio sin fisuras? ¿Por qué no fallar, dándoles permiso de fallar? ¿Por qué no aligerarles la vida con los benditos, digeribles ejemplos de la transacción, del medio tono, del pacto con...? Sí, con el rostro pintado en el trasero del diablo, puerta abierta a la estupidez, a la promiscuidad, a la traición jocosa, al único espejo transitable... ¡y que nos aproveche! Te dije que estoy enferma. De asco. No creas que me abstengo de comer. Simplemente no tengo hambre. Es un rechazo al alimento, al solo hecho de ingerir que —Algo como un horario, un ciclo, un ritmo solar o lunar, suspendieron su estúpida ronda en mi cabeza— Algo cesó— No necesito nada ni a nadie ubicables en el espacio o en el tiempo. No sabes lo que daría por liberarme de Diana y que Diana se liberara de mí. Me cuesta trabajo mirar su boca griega, sus mejillas renacentistas, sus grandes ojos de oro quemado, oro de hoja, limpiamente estriado por esa pátina de antecesores bárbaros —tal vez franco-germánicos— que desconozco. Me da horror besarla. Hermana paloma, hermano cerdo— ¿Piedad franciscana y esas cosas? Ella no ha tenido piedad de mí. Yo estoy infinitamente más desprotegida que ella. El árbol del bien y del mal— Se está tan desarmado— Ya no sé sino que todo, todo, TODO, TODO duele— Conocer es rendir la plaza: la victoria no existe. Ella se siente superior porque todavía no afronta las consecuencias. No vengas con Nuni. Con Nuni no. Tú me enseñaste a ser franca. Porque no soporto un reclamo, un grito, un llanto infantil. La oscuridad está llena de llantos de recién nacidos que dentro de quince, dieciocho años nos van a maldecir por haberlos traído al mundo. Noches y noches. Y dentro de las noches en mil pesadillas me veo encerrada en el cuarto de esquizofrénico que ese adolescente adorado compartía con el jesuita, en el cuarto de paranoico en que Julián amenazaba aplastar al mundo con un moledor de carne, en sucesivos cuartuchos de aborto clandestino de Carmen, y en el mío propio, embarazada, dando de alaridos de continente a continente— ya no quiero, YA NO QUIERO, YA-NO-QUIE-RO, YANOQUIERO— No hay en la vida sino unos cuantos coitos malencontrados, unas cuantas evacuaciones a destiempo— Perdóname— Me alimento de— ¿DÓNDE ESTÁ JUAN JOSÉ?

P. D. Conocí esta carta, que nunca recordé haber escrito, tres meses después. Fuente: Tita Valencia, Minotauromaquia, prólogo de Claudina Domingo, Colección Vindictas, UNAM, México, 2019.

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Luego de tres décadas de escritura y varios títulos que le han dado reconocimiento internacional, el español Javier Cercas presenta en la FIL Guadalajara —este domingo primero de diciembre, en compañía de Ángeles Mastretta— su novela más reciente: Terra Alta, ganadora del Premio Planeta 2019. En la entrevista que publicamos, el autor emprende un recorrido por los libros que anticipan la estación actual de su narrativa y también por ciertos temas, autores, lecturas y puntos clave de su trayecto.

EL ESTRÉPITO DE LAS LLAMAS Entrevista con Javier Cercas ALEJANDRO GARCÍA ABREU Fuente > razon.com.mx

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scritor, periodista, traductor, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y Honorary Fellow de la Universidad de Oxford, Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ganó el Premio Planeta de Novela 2019 —dotado con 601 mil euros— por Terra Alta. Su concesión tuvo lugar el martes 15 de octubre en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en Barcelona, durante el transcurso de una cena literaria. En un comunicado de Planeta se lee: Un crimen terrible sacude la apacible comarca de la Terra Alta: los propietarios de su mayor empresa, Gráficas Adell, aparecen asesinados tras haber sido sometidos a atroces torturas. Se encarga del caso Melchor Marín, un joven policía y lector voraz llegado desde Barcelona cuatro años atrás, con un oscuro pasado a cuestas que le ha convertido en una leyenda del cuerpo y que cree haber enterrado bajo su vida feliz como marido de la bibliotecaria del pueblo y padre de una niña llamada Cosette, igual que la hija de Jean Valjean, el protagonista de su novela favorita: Los miserables. Partiendo de ese suceso, y a través de una narración trepidante y repleta de personajes memorables, esta novela se convierte en una lúcida reflexión sobre el valor de la ley, la posibilidad de la justicia y la legitimidad de la venganza, pero sobre todo en la epopeya de un hombre en busca de su lugar en el mundo. Esta novela, que será presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2019, “supone —según el comunicado de Planeta— una vuelta de Cercas a la ficción más pura, más en la línea de El móvil (1987) o de El inquilino (1989)”. Su primer libro —publicado en 1987, cuando obtuvo una plaza como lector de español en la Universidad de Illinois— es El móvil, que fue bien recibido

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Javier Cercas (1962).

“LA NOVELA MODERNA ES UN GÉNERO ÚNICO PORQUE TODAS SUS POSIBILIDADES ESTÁN CONTENIDAS EN UN ESPACIO LITERARIO. EN ELLA CABEN TODOS LOS GÉNEROS. SE ALIMENTA DE TODO. ES MI MANERA DE PROCEDER EN EL GÉNERO OMNÍVORO . por la crítica. Trata, en parte, de un autor que se inicia y decide tomarse muy en serio la literatura. Treinta años después de la publicación del volumen, en 2017, visitó la Ciudad de México para presentar El monarca de las sombras (Literatura Random House, 2017), el autor español donde indaga el rastro del joven combatiente Manuel Mena que en 1936, al estallar la Guerra Civil, se incorporó al ejército de Franco, y dos años después murió peleando en la batalla del Ebro. Era tío abuelo de Javier Cercas. El autor participó en un coloquio en la Fundación para las Letras Mexicanas. Se realizó una entrevista colectiva en la que intervinieron jóvenes escritores. Cuando concluyó la sesión, conversé con Cercas tête à tête sobre algunos aspectos fundamentales de su trayecto literario.

Anatomía de un instante participa de la historia, del ensayo, de la crónica, del reportaje periodístico y de “un torbellino de biografías paralelas y contrapuestas”. Es un libro peculiar, pero no deja de ser una novela, a pesar de la opinión de algunos lectores y críticos, y a pesar de resultar ganador de un premio de ensayo. Por supuesto. Anatomía de un instante es una novela, aunque el libro no fue percibido así por múltiples lectores y críticos cuando lo publiqué en 2009. La novela moderna es un género único porque todas sus posibilidades están contenidas en un espacio literario. En ella caben todos los géneros. Se alimenta de todo. Lo devora. Es mi manera de proceder en el género omnívoro. Escribo libros peculiares porque participan de todo.

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Existe un vaivén metaliterario en Anatomía de un instante. Ocurre también en otras novelas tuyas. Claro. Mis libros nunca han dejado de ser metaliterarios. También son formalistas, lúdicos e irónicos. ¿Qué recuerdos guardas de Borges, aparte de la lectura de su obra? Perseguí a Borges por toda España durante el verano de 1982 como si él hubiese sido un rockstar. Era mi escritor favorito. Nunca he vuelto a escuchar a un orador tan brillante. Afirmas que las “novelas del punto ciego” —Moby-Dick, el Quijote y El proceso son grandes ejemplos— están inscritas en una tradición moderna, cuyo centro contiene siempre un punto “a través del cual no es posible ver nada”, pero en realidad desde ese punto sí es posible ver. A través de ese punto ciego estas novelas ven. La sutil paradoja reside en que estos textos se iluminan a través de la oscuridad. Son elocuentes a través del silencio. En los núcleos de las novelas del punto ciego hay preguntas. Significan siempre una búsqueda. Exacto. Siempre hay preguntas. Se trata de ahondar en el misterio. La respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, no la respuesta en sí. Pienso en Claudio Magris, quien propone “viajar no para llegar sino por viajar”. En un texto sobre tu libro El punto ciego (Literatura Random House, 2016) Alberto Manguel escribió: “La historia de la literatura es la historia de estas respuestas inconclusas”. De acuerdo. Suscribo los tres planteamientos: tanto el de Claudio Magris, como el de Alberto Manguel y el tuyo. En alguna medida por eso evoqué en un epígrafe al escritor alemán Gotthold Ephraim Lessing, nacido en 1729 y muerto en 1781. Escribió: “Si me dieran a elegir entre buscar la verdad y encontrarla, elegiría buscarla”. ¿Qué significado tiene la ambigüedad en la teoría de las novelas del punto ciego? Al final de la escritura no hay una respuesta clara, concreta. Tampoco al final de la lectura. Siempre hay una respuesta ambigua. Esa ambigüedad significa que el lector rellena el punto ciego de la novela. Las respuestas sin claridad de las novelas del punto ciego son las únicas respuestas que constituyen la literatura. La novela es el género de las preguntas. Implica ahondar en un enigma. El enigma es el punto ciego. Lo llamo “ceguera visionaria” y “silencio pletórico de sentido”.

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“AL FINAL DE LA ESCRITURA NO HAY UNA RESPUESTA CLARA, CONCRETA. TAMPOCO AL FINAL DE LA LECTURA. SIEMPRE HAY UNA RESPUESTA AMBIGUA. SIGNIFICA QUE EL LECTOR RELLENA EL PUNTO CIEGO DE LA NOVELA . Evoquemos tus orígenes como escritor. ¿Cómo recuerdas a Jaume Vallcorba, tu primer editor, que publicó tus dos primeros libros en Sirmio y que después reeditó uno en Acantilado? Lo recuerdo como un editor absolutamente temerario. Erudito. Impecable. Conocí a Jaume en 1984. Fue muy generoso. Me dio trabajo: corregí pruebas de imprenta, traduje algunos libros y redacté informes de lectura. Publicó mis dos primeros libros en Sirmio, su primera editorial en castellano, en 1987 y en 1989. Defendía de manera muy sagaz la alta cultura. Afirmaba que la máxima modernidad se encuentra en la tradición. La vocación literaria, la responsabilidad del autor, su ética, los vínculos sutiles entre lo real y lo inventado son los ejes de El móvil (Sirmio, 1987; Tusquets, 2003), tu primer libro, que contiene “La búsqueda”, “Historia de Pablo”, “Encuentro”, “Lola” y “El móvil”, que da título al volumen. ¿Qué piensas de él actualmente? En ese libro traté temas a los que he regresado continuamente en mis novelas posteriores. Algunas de ellas, lo he pensado largo tiempo, están prefiguradas en El móvil. Evoco un planteamiento de André Gide: el primer libro de un escritor alberga el germen toda su obra futura. ¿Cómo recuerdas la escritura de El inquilino (Sirmio, 1989; Acantilado, 2000), tu segundo libro? Prefigura tu virtuosismo formal, sobre el que Roberto Bolaño escribió: “Novela fabulosa, de un autor de talento fuera de lo común”. A su vez, Francisco Rico la incluyó entre las mejores novelas de las últimas décadas? Escribí El inquilino en una habitación muy bien iluminada de mi apartamento de la calle West Oregon, en Urbana, Illinois, ciudad universitaria. Disfruté mucho su escritura. No me parece inferior a nada de lo que he escrito posteriormente, aunque difiera del estilo que he depurado después.

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En su ensayo “De la literatura considerada como una tauromaquia", Michel Leiris se preguntó: “¿El hecho de escribir puede implicar, para quien hace de ello su profesión, un peligro que, por no ser mortal, es al menos evidente?”. ¿Qué opinas de la analogía taurina? Pienso que escribir una novela es crear un espacio en el que uno se lo juega todo. El autor inventa un juego en el que existe un diálogo con la tradición literaria. De eso se trata. Si el escritor no se lo juega todo, está perdido. Adam Zagajewski es un autor al que admiras. Has escrito sobre el desarraigo, uno de sus temas cardinales. He dicho que la poesía de verdad siempre se abre camino, como la de Zagajewski, al igual que la de su maestra, Wisława Szymborska. De Zagajewski suelo citar de memoria “Busca” —incluido en Tierra del fuego, traducido por Xavier Farré—: “Volví a la ciudad / donde fui niño / y adolescente y un viejo de treinta años. / La ciudad me recibió con indiferencia, / los megáfonos de sus calles murmuraban: / ¿no ves que el fuego todavía arde?, / ¿no oyes el estrépito de las llamas? / Vete. / Busca en otro lugar. / Busca. / Busca la verdadera patria”. En El monarca de las sombras (Literatura Random House, 2017) te refieres a kalos thanatos, “la bella muerte”. ¿Qué piensas sobre este concepto? Se trata de un ideal. Para los antiguos griegos, kalos thanatos era la muerte perfecta que culminaba una vida perfecta. La bella muerte, que resultaba el ideal ético y estético de los griegos, era la garantía de la inmortalidad. Has confesado en diversas ocasiones tu fascinación por la obra de E. M. Cioran. ¿Cómo lo defines? He escrito que se trata del “destructor de todas las certezas”, del “pesimista esencial”, del “pintor obsesivo e infatigable de la vida como absurdo perfecto y del hombre como sinsentido radical”. Me acompaña siempre porque escribía la verdad. ¿Qué piensas del suicidio? Tu pregunta me remite de inmediato a David Foster Wallace. He pensado en él recientemente. Fue uno de los escritores más talentosos de mi generación. Era genial. Se ahorcó en el patio de su casa de Claremont, California, el 12 de septiembre de 2008. También recuerdo a Werther, suicida por amor. La novela de Goethe, a raíz de su publicación en 1774, suscitó una concatenación de suicidios en Europa. ¿De qué modo vinculas la muerte con la literatura? He escrito que cuando mi padre murió, mi madre repetía, perseverante, que ella entendía muy bien que se hubiese muerto porque todo el mundo muere; lo que no comprendía era que ella no volviera a verlo jamás. En ese estado de absoluta perplejidad nos deja la muerte de un ser querido. Y la perplejidad es parte esencial de la literatura.

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Pionero de la narrativa policiaca, el francés Henry Cauvain concibió en 1871 al detective Maximilien Heller, protagonista de la novela homónima. Conocedor tanto de la medicina forense como de los jeroglíficos, Heller es continuador del genio deductivo de Allan Poe en Los crímenes de la calle Morgue (1841) y antecesor del Sherlock Holmes de Conan Doyle (1887). Para celebrar que el lector mexicano puede acceder a una nueva edición de esa obra —que el próximo lunes se presenta en la FIL—, publicamos un ensayo que analiza sus aportaciones.

TRAS LAS HUELLAS DEL ASESINO MARY CARMEN SÁNCHEZ AMBRIZ @AmbrizEmece

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or iniciativa de Héctor de Mauléon, Mauricio Montiel Figueiras y Alejandro Borrego surgió un nueva editorial independiente, cuyo propósito es rescatar libros esenciales —novela, cuento y crónica— de autores fallecidos. Los libros del Caronte inició con la publicación de un volumen un tanto olvidado, pieza nodal para entender la evolución de la literatura policiaca: Maximilien Heller, de Henry Cauvain (París, Francia, 1847-Lausana, Suiza, 1899). El vecino de Heller, Louis Guérin, es acusado de envenenar con arsénico a su patrón, Bréhat-Lenoir, un banquero millonario. Sólo lleva ocho días trabajando a su servicio, y pese a que no hay pruebas que lo incriminen, el comisario Bienassis le comunica a Heller que Guérin podría ser llevado a la guillotina. Heller es testigo de esta acusación, mientras lo acompaña un médico que le fue enviado por un amigo para ayudarlo a mejorar su salud. A sus treinta años, Maximilien Heller vive prácticamente encerrado, sin expectativas, con un gato negro. Cuando el comisario lo involucra en este caso, para que dé referencias sobre Guérin y diga si pudo haber asesinado a su empleador, una chispa se enciende en los ojos de Heller, deja atrás el desasosiego y se enfoca en una serie de acciones cuyo objetivo es demostrar la inocencia de Guérin. En ese momento, como si se tratara de un pacto por el honor, inicia la amistad y el trabajo en equipo entre el médico y Maximilien Heller; cabe mencionar que el médico participa de manera menos activa, casi como receptor de la información y resolución de pesquisas de Heller, quien aplica sus conocimientos de medicina forense, química, armas, jeroglíficos y, por si fuera poco, es un hábil maestro del disfraz. Sin ser un detective, Heller encarna a uno de ellos. Su depresión desaparece cuando se da cuenta de que sus conocimientos pueden salvarle la vida a un hombre. La mente lúcida del protagonista, las pistas que resuelve, la manera en que Henry Cauvain logra

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“SIN SER UN DETECTIVE, HELLER ENCARNA A UNO DE ELLOS. SU DEPRESIÓN DESAPARECE CUANDO SE DA CUENTA DE QUE SUS CONOCIMIENTOS PUEDEN SALVARLE LA VIDA A UN HOMBRE . que el lector no pierda de vista cada detalle de la historia y sea tratado de una manera igual de inteligente que los razonamientos de Heller, hacen que este libro sea memorable y fundamental en la literatura policiaca. ¿Por qué es importante Maximilien Heller? ¿Qué rasgos en común tiene su personaje con otros que han terminado por revelar notables habilidades detectivescas? ¿Qué hay antes y después de este libro de Cauvain? La aparición de la figura del detective en la narrativa ocurrió de la siguiente manera. En 1841, Edgar Allan Poe publica Los crímenes de la calle Morgue, donde aparece Auguste Dupin, primer detective que estudia los casos bajo una perspectiva analítica. Dupin es un aristócrata empobrecido que reside a las afueras de París. Para combatir el aburrimiento utiliza su inteligencia. La melancolía es parte de su naturaleza y las normas sociales lo tienen sin cuidado. Es aficionado a solucionar enigmas, acertijos. Aunque no es propiamente un detective, sabe que un crimen puede resolverse si se observan los hechos desde la perspectiva del asesino. Como bien apunta el crítico literario español Rafael Narbona, “Poe creó el género policiaco. Inventó un tipo de ficción donde el ingenio desempeña un papel fundamental, tejiendo y destejiendo enigmas” (https://elcultural.com/edgar-allan-poe-el-genio-deductivo-deauguste-dupin). Después de Dupin, sigue Maximilien Heller, novela publicada en 1871, anterior al Estudio en escarlata, de Arthur Conan Doyle (1887), donde aparece por primera vez el personaje de

Sherlock Holmes, detective que destaca por su inteligencia, hábil uso de la observación y del pensamiento deductivo. Es un hombre frío, calculador e irónico, fuma tabaco, le gustan las galletas, es un excelente pugilista, diestro en el uso de disfraces, toca el violín y se siente cómodo en la época victoriana. Holmes es adicto a la cocaína, en tanto que Heller lo es al opio. El detective que nace en el siglo XX, tomando un poco de Dupin, Heller y Holmes, es Hércules Poirot, que aparece en relatos y novelas de Agatha Christie: 32 novelas y 50 cuentos, publicados entre 1920 y 1975. Poirot se diferencia de los anteriores en que es un devoto católico, engreído, egocéntrico, un jubilado con mal genio. Impresiona a los demás por el buen funcionamiento de sus “células grises” —así les dice a sus neuronas—, que contribuyen a que resuelva enigmas. En cierta ocasión, Agatha Christie comentó que si ella hubiera tratado al detective Poirot seguramente le habría caído mal. Personajes como Auguste Dupin, Maximilien Heller, Sherlock Holmes y Hércules Poirot sentaron las bases de la literatura policiaca, un tipo de narrativa que entró a la escena del crimen de manera sólida y ganó popularidad con Sherlock Holmes, el personaje de Conan Doyle. Si bien la figura del detective se forjó con rasgos comunes como el empleo del razonamiento deductivo, el uso de los disfraces, la habilidad para descifrar mensajes y símbolos, y cierto estado melancólico, en la segunda mitad del siglo XX los investigadores adquirieron atributos relacionados con sus vicios, torpezas y obsesiones. De este modo resultan más cercanos a la noción de que es preferible reírse uno mismo de los propios defectos antes que los demás, acaso para que cuando los otros lo hagan se rían con menos intensidad. Henry Cauvain, Maximilien Heller, prólogo de Élmer Mendoza, traducción de María Virginia Jaua, Editorial Los libros del Caronte, México, 2019.

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RESGUARDADO al fondo de su nido en lo alto del muro, el alacrán afloja la tensión y disminuye la adrenalina de su sistema luego de haber librado de forma inusitada un violento encuentro con la delincuencia en la autopista México-Pachuca, donde los atracos a autobuses de pasajeros proliferan desde hace al menos tres años, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (el venenoso cita con aires de investigador del CIDE o experto al estilo Hope o De Mauleón). Lo más preocupante, lamenta el escorpión, es percatarse, mediante una consulta básica en Google, cómo los grupos de asaltantes de la zona limítrofe entre los estados de México y de Hidalgo tienen un modo de operar bien conocido, tanto por las policías de ambas entidades como por los atemorizados habitantes de esos parajes. ¿Cómo a pesar de ello no se ha logrado frenar ese delito? El procedimiento es sabido: dos o tres asaltantes armados y violentos abordan un autobús en la Central del Norte o en la pequeña estación de Indios Verdes. Al llegar al límite entre los municipios de Tecámac, en el Edomex, y el de Tizayuca, en Hidalgo, los delincuentes disparan al aire para intimidar a los pasajeros, los despojan a golpes de dinero, tarjetas bancarias, joyas y objetos de valor, detienen el vehículo y huyen. La mecánica se repitió al menos cinco veces este 2019. La segunda modalidad es disparar al autobús o arrojarle piedras desde la orilla del camino, despedazar los cristales y forzar al conductor a detenerse. La unidad es tomada entonces por una banda armada, lista para robar al pasaje.

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EL CORRIDO DEL ETERNO RETORNO Por ANTES DE ENTRAR EN LA SALA ME PERSIGNÉ. TARANTINO SIEMPRE FUE

CARLOS VELÁZQUEZ

@charfornication

UN DIRECTOR DE RIESGOS . Pero quien se roba la pantalla es Brad Pitt, con uno de los personajes más complejos de su carrera. Cliff, el eterno segundón, el hombre que es feliz a través de la felicidad de otros, el que está dispuesto a sacrificarse por su amigo y patrón. El tipo con una filosofía particular de la vida, no es hippie, pero tampoco yuppie, ni tampoco posee más aspiraciones que hacer su trabajo. De qué trata en el fondo Había una vez... No es sobre el retruécano de la Historia, ni sobre Sharon Tate. Es la historia de una amistad. Este simple argumento destalla incandescentemente porque está narrado con maestría. Los guiones de Tarantino siempre se inclinaban hacia el extremo opuesto. Hacia la violencia, la seducción y el poder. Y en este caso fue al revés, se decantó por una expresión de bondad. Lo cual no quiere decir que deje de lado el gore. Quizá Había una vez... nos produzca la sensación de que le sobra una hora de carrete. Pero las escenas sobre los westerns están ahí no sólo para homenajear, es gracias a estas rebanadas de vida off the record que los personajes ganan en profundidad. La pelea entre Bruce Lee y Cliff nos ayuda a configurar el retrato de quien al final será el héroe de camisa hawaina. En el fondo la subtrama, el rescate de Tate, es una expresión del Tarantino niño. La historia entre Cliff y Rick Dalton es el centro alrededor del cual gravita todo, hasta la inexplicable aparición del personaje protagonizado por Al Pacino. Como no podía faltar, casi al final hay una escena de ultraviolencia. Pero a diferencia de lo ocurrido con otras cintas de Quen, más que llamar al horror o a la sangre, este final apela al humor. Sí, hay un derramamiento de sangre extremo, pero no puedes parar de reír. Es Quen caricaturizándose a sí mismo. Porque entonces para qué darse el lujo de filmar una comedia disfrazada de ajuste de cuentas histórico.

adventuresinbelize.com

QUENTIN TARANTINO es el único director de la actualidad capaz de jugar con nuestros sentimientos. Puedo soportar una mala película de Nolan, de Fincher, de Noe, o hasta de Scorsese, pero no una de Quen. Sus películas recientes, Django y Los 8 más odiados, me habían decepcionado profundamente. Así que el anuncio de Había una vez... en Hollywood me infundió una aprensión de espanto. Hubo una época de mi vida (era nini) en que mi ritual al despertar cada mañana era darle play a Pulp Fiction, su mejor peli. Ya se imaginarán entonces el significado de una nueva cinta de Quen. A quien he seguido y considero el director de mi generación. No sin temor a que me rompieran el corazón, compré en línea los boletos para Había una vez... Mi miedo era que me ocurriera lo mismo que con las dos pelis pasadas. Que a cinco minutos de empezada la película me entraran ganas de salirme de la sala e irme a mi casa a ver Kill Bill. Antes de entrar en la sala me persigné. Tarantino siempre fue un director de riesgos. Pero últimamente había caído en una zona de confort. Anunciar a Brad Pitt y a DiCaprio en la misma cinta era ya en sí un desafío. Quen volvía a poner la vara demasiado alta. Sólo él puede hacer que una película trate sobre nada. Había una vez... no es la historia de un robo. O la de una venganza. Son pasajes de la vida de dos personajes. El actor Rick Dalton y el doble de riesgo Cliff Booth. Desde los primeros minutos te percatas de que estás ante una peli de Tarantino. El mensaje del director es claro: mira, no voy a intentar trucos nuevos, no voy a hacer nada distinto a lo que ya conoces. Y sin embargo... No fuimos pocos los que pensamos que Tarantino estaba acabado. Que se había estancado. Que no tenía nada nuevo que decir. Qué equivocados estábamos. La principal característica de la película es que todo es debatible. Como en la mayoría de las cintas de Quen. Pero funciona. Si es demasiado larga, si carece de trama, si existen personajes innecesarios, si hay escenas que merecían ser eliminadas. Todo es cuestionable. Pero por encima se levanta la visión única de Tarantino como mitólogo consumado. Uno de los grandes logros de Había una vez... es que Quen consigue que DiCaprio se gradúe como cómico. Si a Leo le llevó un tiempo graduarse como actor de carácter, bajo el influjo de Quen lo consiguió en una sola cinta. Su papel, como el de Brad, es entrañable. Inolvidable. Basta sólo esa razón para caer rendido a los pies de la cinta.

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RECORRIMOS TREINTA KILÓMETROS DE PESADILLA, A BAJA VELOCIDAD Y CON LOS VENTANALES DESPEDAZADOS .

El violento estallido de cristales despedazados sacudió de pronto al adormilado arácnido y a su mujer en el autobús rumbo a Pachuca, la noche del viernes 22 de noviembre. El conductor frenó y quiso detenerse, pero los gritos desesperados de los pasajeros le exigieron continuar el camino. La tensión y el temor nos atenazaron. No obstante, los pasajeros nos forzamos a la calma: unos llamaban a la policía, otros rezaban, algunos más ocultaban con ingenuidad dinero y tarjetas bancarias: todos nos mirábamos con incertidumbre y miedo, a la espera del ataque definitivo al autobús. Recorrimos treinta kilómetros de pesadilla, a baja velocidad y con los ventanales despedazados, hasta llegar a la entrada a Pachuca, donde por fin bajamos del vehículo. “¿Cuál es su protocolo en estos casos, ya dio aviso?”, interrogó el venenoso al conductor, quien sólo repuso: “Usted puede reportarlo al ADO o a la policía”. Aun si las pedradas fueran balazos, la pesadilla del escorpión en la autopista no llegó a tragedia. Y es nada ante la violencia, los asaltos y los homicidios reales en México.

TA R A N T I N O IS BACK EL SINO DEL ESCORPIÓN Por

ALEJANDRO DE LA GARZA @Aladelagarza

PESADILLA E N L A A U T O P I S TA

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FILO LUMINOSO Por

NAIEF YEHYA @nyehya

EL IRLANDÉS,

DE MARTIN SCORSESE

“HOFFA LE PREGUNTA CRÍPTICAMENTE SI PINTA CASAS , CON LO CUAL IMPLICA SALPICAR PAREDES CON LA SANGRE DE SUS VÍCTIMAS. FRANK ENTIENDE ENSEGUIDA A QUÉ SE REFIERE”.

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n el principio fue la guerra. Frank el Irlandés Sheeran (Robert De Niro) peleó algunas de las batallas más sangrientas de la Segunda Guerra Mundial en el sur de Italia. Ahí aprendió a obedecer sin cuestionar órdenes poco apetecibles, a hablar algo de italiano y a matar sin remordimientos. Combatió por 411 días y, según él mismo, cometió numerosos crímenes de guerra. “Te acostumbras a la muerte. Te acostumbras a matar”, declaró años después. A su regreso a Filadelfia trabajó conduciendo camiones de un matadero, donde robaba y vendía carne por su cuenta. Al ser descubierto lo defiende el abogado, Bill Bufalino (Ray Romano), quien le presenta a su primo, Russell Bufalino (Joe Pesci, rescatado del retiro), un jefe mafioso de Pennsylvania. Russell lo enrola como soldado de su familia y eventualmente lo recomienda con Jimmy Hoffa (Al Pacino), una figura legendaria en la historia laboral estadounidense, que creó y controló por décadas al poderoso sindicato de conductores, Teamsters. En su primera conversación Hoffa le pregunta crípticamente si “pinta casas”, con lo cual implica salpicar paredes con la sangre de sus víctimas. Frank entiende enseguida a qué se refiere, aunque de acuerdo con Bill Tonelli (slate.com, 7 de agosto, 2019) ésta no es ni era una expresión común. De esa manera Sheeran se convierte en su confidente, guardaespaldas y, luego, líder sindical. Frank debe entonces lealtad a dos figuras paternas antagónicas: Russell, un hombre equilibrado, sentencioso, con una autoridad que no requiere subir la voz ni perder la paciencia y que resuelve problemas, aunque esto a veces quiera decir ordenar escarmientos o asesinatos; y Hoffa, un hombre impulsivo, conflictivo, cargado de una intensidad desbordada e incapaz de escuchar razones. Con ambos desarrolla amistades profundas hasta que las circunstancias se complican y ser leal a uno implicará traicionar al otro. El irlandés, de Martin Scorsese, es un monumento fílmico, una obra en un tono que va del humor crudo a la solemnidad, de la tristeza a la carcajada, en un prodigioso y arriesgado recorrido de los entrecruzamientos de la política y el crimen organizado desde la posguerra hasta los albores del siglo XXI. De manera similar a lo que hizo en Mean Streets (1973), Goodfellas (1990), Casino (1995) y The Departed (2006) —y con los mismos actores, incluso el subutilizado Harvey Keitel— Scorsese presenta un caleidoscopio de personajes pintorescos, brutales y crueles cometiendo actos atroces, enriqueciéndose, traicionándose y muriendo. Como en aquellas, estamos ante una obra que trata acerca del pecado, la culpa y la redención. Asimismo, son filmes que exploran el poder del lenguaje, de los códigos no escritos, del respeto a las jerarquías y al orden social. Scorsese es un maestro para descubrirnos esa comunicación con eufemismos, con gestos, murmullos y sugerencias ominosas que, aparte de evitar incriminarlos, sirven como filtros para disimular la crueldad sangrienta de lo cotidiano. La principal diferencia con los filmes anteriores radica en el tono: no estamos frente a aquellos universos frenéticos, sino más bien ante una obra madura, en general sombría, aunque no nostálgica, que marca el ocaso de una era. Para abarcar un lienzo histórico como éste, Scorsese eligió al personaje de Sheeran, un iniciado, un hombre de confianza con acceso a las decisiones pero a la vez un soldado que conoce y entiende la calle, un hombre discreto que en general pasa inadvertido —salvo cuando un tendero se atreve a empujar a su hija favorita. Sin embargo, la historia de Frank bordea lo inverosímil al ser una especie de Zelig que reaparece entre las sombras, en los momentos determinantes de la historia, para transformarla. El guión de Steven Zaillian (Schindler’s List, Gangs of New York, American Gangster) es una adaptación del libro I Heard You Paint Houses,

Fuente > IMDB

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El Cultural

de Charles Brandt (2004), una obra controvertida y cuestionada en la que, tras décadas de misterio, se revela que Sheeran, aparte de ser un prolífico asesino para la mafia (veinte o treinta asesinatos), fue responsable de ejecutar a Hoffa. Asimismo, Sheeran es encargado de entregar al agente de la CIA, E. Howard Hunt (quien más tarde fue uno de los ladrones de Watergate), un camión con uniformes y armas para el comando del fracaso de Bahía de Cochinos; en noviembre de 1963 tuvo que llevarle a un piloto un saco con rifles en la víspera del asesinato de Kennedy, además de que asesinó al mafioso Crazy Joe Gallo, un famoso caso sin resolver de Little Italy. Varios policías, investigadores, expertos y conocidos de Sheeran aseguran que todo esto es mentira. Lo indiscutible es que de ser cierto sería un caso sin precedentes en que un matón hubiera cometido tantos y tan espectaculares crímenes sin despertar sospecha. La historia se cuenta de manera ecuánime, como si fuera una entrevista, con una parsimonia y control fascinantes, y un tono hipnótico que nunca se siente como una lección de historia. La fotografía, en una paleta otoñal, de Rodrigo Prieto y la edición de Thelma Schoonmaker imprimen una característica contemplativa que remite a su trabajo en Silence (2016). La cinta comienza con un tracking shot por los pasillos de un asilo de ancianos, un recorrido sórdido con el fondo de “In the Still of the Night”, de Five Satins, que culmina en la silla de ruedas de un envejecido Sheeran. Esta toma es la obvia contraparte del célebre plano secuencia de Goodfellas, de más de dos minutos, en que la cámara sigue a Ray Liotta y a su novia entrando por la cocina al Copacabana hasta su mesa, con la canción “Then He Kissed Me”, de The Crystals. Mientras ése era el paseo del éxito y la fama de quienes se abren puertas por su reputación criminal y sus propinas, el otro es un recordatorio del implacable paso del tiempo y la forma en que lo importante se vuelve irrelevante ante la barredora de la historia. El eje de la cinta es un viaje que realizan Frank y Russell en 1975, con sus respectivas esposas, a una boda en Detroit que, aparte de ser una oportunidad para cobrar a socios y cómplices personalmente en el camino, es una coartada para el asesinato de Hoffa. Pero este viaje es claramente la metáfora de una vida. Es la travesía de un hombre que controla sus emociones pero que al perder la capacidad de sentir remordimiento termina por perderlo todo, comenzando por el amor de su hija preferida, Peggy (Lucy Gallina, cuando niña y la estoica Anna Paquin cuando adulta). Peggy es su conciencia y su rompimiento representa perder la posibilidad de redención. ¿De qué sirve sobrevivir guerras y batallas para morir en la soledad? Ahora bien, este viaje es también una reflexión del propio cineasta en torno a su obra y su manera de estetizar la violencia, y en cierta forma crear una gozosa mitología del crimen. Es una meditación y un ajuste de cuentas personal que deriva hacia la introspección religiosa, la reflexión existencial y la búsqueda de significados.

29/11/19 00:39


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