Algunas sugerencias prácticas para una mejor vivencia del celibato: Nos parece importante poder descubrir algunas actitudes que nos puedan ir ayudando a asumir este don del celibato, de forma positiva, integral y respondiendo libre y responsablemente a esta llamada. Así iremos madurando nuestra opción, que no busca otra cosa que la entrega del corazón en un amor oblativo, descentrado de sí mismo y centrado en Dios y en el prójimo. El fin del celibato es poder llegar a decir con San Pablo: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Ga 2,20). Se trata de quitar los obstáculos para dejar que Cristo ame a través nuestro, obre a través de nuestra persona, se entregue y se siga dando a través de nuestra vida, que desea ser signo evidente de su amor: 1) Gratificaciones sensibles, postergación de la gratificación: es bueno poder animarnos a posponer algunas gratificaciones sensibles, gustos personales, placeres, por un bien mayor. No es necesario que sean gustos malos, sino buenos, por ejemplo: servirse la porción más grande de comida, dormir un poco más, imponer a los demás mis preferencias, etc. Como dice la carta a los Hebreos: Fijemos la mirada en Jesús… quien en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la Cruz (Hb 12,2). 2) Tareas ocultas, oblativas: es bueno poder buscar y realizar aquellas tareas que nadie hace y que quedan ocultas a los ojos de los demás, en la línea de lo que dice Jesús: tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos… que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha, para que el bien que hagas quede en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,1.3-4). 3) Gratitud: tener un corazón agradecido, que experimenta que todo es don y gracia, nos hace vivir con asombro y alegría por el continuo cuidado de Dios por nosotros. Este amor que se percibe en las pequeñas cosas de cada día, nos hará entregarnos gratuitamente a los demás, sin deseos de ser recompensados. Como dice Jesús: ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente (Mt 10,8). 4) Estar con el Amado largo tiempo: nadie da la vida por una idea, o por un imperativo, sino por Alguien que robó nuestro corazón y lo sedujo con su llamada. Este amor se alimenta cada día con las actividades y con tiempos prolongados de oración. Oración que consiste en estar, escuchar, contemplar en silencio, sin buscar otro fin que el de estar con Jesús. No buscamos sentirnos bien, o cumplir con nuestra obligación, o que el Señor nos cambie y nos transforme. Nuestro único fin es estar y contentar al Señor, darnos a Él y recibir su amor. Esto nos hará involucrarnos afectivamente con Jesús, lo único que hará posible la sublimación de nuestra sexualidad, por este bien mayor que polariza y centra toda nuestra vida y sexualidad. 5) Arte, sensibilidad y deporte: las expresiones artísticas en sus formas tan variadas (pintura, música, lectura, escritura, etc) ayudan a canalizar nuestros sentimientos, a expresarlos, a encontrar gozo y placer en las pequeñas cosas de cada día, sintiendo profundamente la alegría de estar vivos, rompiendo rigideces, conectándonos con nuestro mundo interior y su belleza, disfrutando de los pequeños detalles de la vida. El deporte también nos ayuda a gastar sanamente nuestras energías, en el juego con los otros, en el cuidado del cuerpo, templo del Espíritu, en la distensión sana. El deporte nos comunica con los demás de otro modo, nos hace conocernos más y conocer mejor al otro, nos ayuda a descubrir otros espacios de encuentro y de compartir. 6) Receptividad: tener un corazón capaz de recibir el bien del otro, la belleza de la vida, disfrutar con los pequeños detalles cotidianos, con los pequeños encuentros, humildad para dejarse enseñar, nos van alimentando el corazón. No somos, por tanto, sólo los que damos y entregamos, también recibimos y aprendemos cotidianamente de nuestros hermanos y sus riquezas, y así nos vamos alimentando en nuestra misión cotidiana. No sólo recibir, sino hacer experiencia de este recibir, para valorar más y no andar buscando luego gratificaciones más intensas, sino gozar con las cotidianas y sencillas. 7) Libertad y señorío respecto de nuestra vida: es bueno ir creciendo en libertad respecto de nuestros impulsos, pasiones y tironeos cotidianos. Para ello, ayuda mucho el fijar con anticipación el tiempo destinado para algunas actividades: cuánto miraré de tele, qué miraré, a qué hora apagaré el celular, a qué hora apagaré la computadora, a qué hora me acostaré, a qué hora me levantaré… Todo esto nos va ayudando a sentirnos señores de nuestra propia vida y no dejarnos arrastrar por impulsos que muchas veces pueden atentar contra nuestras opciones más profundas, o contra nuestro estilo de vida. Es importante poder descubrir cómo alimentamos nuestra sensibilidad, qué le damos a comer a nuestros sentidos, ya que ello influye mucho en nuestra vida y entrega cotidiana. Es bueno la sobriedad en lo que miramos, escuchamos, buscamos. Porque todo ese material que comemos, luego andará dando vueltas por
nuestra sensibilidad. No somos indiferentes a los estímulos externos. Cada pequeña decisión diaria va marcando qué cura queremos ser. 8) El corazón lleno de rostros y nombres: el poder de la intercesión: algo muy propio del estilo de oración del sacerdote diocesano es la intercesión por las personas que Dios nos confía. Por eso, podemos decir que nunca estamos solos, ya que siempre llevamos adentro del corazón muchas vidas por las que nos vamos comprometiendo y les van dando sentido a nuestras renuncias. Terminar el día repasando los rostros de nuestros hermanos, rezando por ellos y sus intenciones, agradeciendo por ellos, es una forma hermosa de alimentar nuestra vocación de pastor y una forma humilde de devolver al verdadero Pastor, la vida de sus ovejas. 9) Mantener el deseo insatisfecho: hoy todo llama a satisfacer nuestras necesidades, somos poderosos, autosuficientes, no hay límites, accedo a todo lo que quiero. Por tanto, experimentar un cierto vacío, una cierta hambre de afecto, una cierta insatisfacción, es la mejor predisposición para dejar llenar por la presencia de Jesús ese hueco vacío. Si lo tapo con actividades, relaciones, cosas, imágenes, Jesús no tendrá lugar en nuestro corazón y, a su vez, estaremos más insatisfechos, ya que nada de lo mencionado puede saciar nuestro anhelo más profundo de encuentro. De ahí que es tan importante el momento de la noche. Como dice Atahualpa Yupanqui: a la noche la hizo Dios, para que el hombre la gane. La noche es el momento de la intimidad, del silencio, del recoger lo vivido, de tomar la temperatura del corazón, momento de levantar la mirada para agradecer lo que se pudo hacer y entregar confiados lo que no pudimos hacer o que no nos salió tan bien. 10) Descubrir el valor oculto de la Cruz, su fuerza salvífica, para hacer de las propias heridas, lugar de salvación y sanación: es fundamental poder mirar nuestras cruces con una mirada pascual, descubrir el sentido profundo y la Resurrección y vida que se va engendrando en lo oculto, de cada entrega, dificultad, adversidad. Esto nos hará vivir superando el sentimiento de frustración que es lo que muchas veces puede atentar contra nuestra vida célibe. Ya que al experimentar esta frustración, buscamos compensar este sentimiento negativo con cosas que no nos hacen bien. Se trata de permanecer de pie, como María, al pie de nuestra Cruz y confiar en la Vida que, tarde o temprano, brotará y despuntará. De ahí que el mejor remedio para este sentimiento, sea la acción de gracias por lo vivido, aunque sea imperfecto, limitado. Por eso, es importante estar atentos para no dejar que el desánimo o desencanto tomen lugar en el corazón y se instalen. Son funestos enemigos, que tiñen de gris toda nuestra vida, quitando matices, absolutizando todo, distorsionando la realidad. El desánimo para con nosotros mismos, para con nuestra comunidad, con nuestro clero, con el obispo, con los demás. Todo eso, si dejamos que crezca, nos pone un tono amargado, triste y quejumbroso, que nos lleva al aislamiento y a la automarginación, una gran tentación seductora que nos hace mucho daño. 11) Ama con pasión tu presente: las dificultades nos hacen añorar cosas, situaciones, personas, comunidades que no existen. O nos hace ponernos a fantasear: cuando vaya a tal parroquia, cuando me envíen a tal lado, cuando… De este modo, nos evadimos del presente y nos refugiamos en los sueños, para evitar todo dolor o dificultad. Muchas veces esto nos va ganando el alma y nos hace vivir tristes, enojados con la realidad y el presente. O nos empezamos a poner en víctimas, a sentirnos no tenidos en cuenta, desaprovechados, etc. El mejor remedio es volver al presente, amarlo en su sencillez y descubrirme aquí y ahora, puesto por Jesús para ser su presencia, aún en medio de las dificultades. 12) Mantén tus rituales cotidianos: comenzar el día con Jesús, en la oración reposada, en un simple estar con Él, en silencio. Terminar el día con Él, en gratitud confiada. Contemplar en silencio a Jesús despojado en el Santísimo, ayuda a que se nos contagie su entrega sin límites, su amor gratuito. 13) Encuentra al menos un motivo para agradecer al final del día: muchas veces nos pasa que nos vamos a dormir con la sensación de frustración, enojo, queja, porque algo no salió como esperábamos. Deja todo esto en las manos de Dios y quédate con algo que te haga agradecer y dormir en paz. 14) Trata de encontrar, cultivar y cuidar la amistad con algunos hermanos sacerdotes: no nos bastamos a nosotros mismos, no somos autosuficientes, necesitamos de la mediación de los hermanos. Cuida estos espacios de encuentro y trata de que no sean sólo refugio para la queja o el desencanto, sino para compartir lo más sagrado que tenemos: la alegría de ser curas y el amor a Jesús y a su pueblo. Para esto ayuda mucho tomarse juntos días de descanso, para leer, rezar y compartir juntos la vida. 15) Conéctate diariamente con tu corazón: es bueno poder tomar contacto con nuestros sentimientos, ponerles palabra, descubrir cómo estamos, qué nos pasa, cómo nos sentimos. Esto nos
ayuda a estar más integrados, a estar más presentes a nosotros mismos. Ayuda mucho el examen nocturno, pero no tanto del pecado o no, sino más bien del estado de nuestro corazón, que es el lugar donde Dios habita. 16) Trata al menos de vivir 3 actividades diarias que te gratifiquen y que puedas disfrutar: cosas simples que no retaceen nuestra entrega, ni nos aíslen del prójimo, ni nos hagan escapar de nuestra fidelidad a lo cotidiano, pero que sí nos hagan descubrir la alegría de estar vivos. (El mejor termómetro para discernirlas es ver si éstas me hacen volver a la actividad con más ganas, o al contrario, si me quitan la fuerza para realizar lo de cada día). 17) Trata de descubrir la belleza y el sentido de cada actividad: si bien hay actividades más gratificantes que otras, sin embargo es bueno poder gozarlas, amarlas, poniendo todo el corazón, sin hacerlas como sacándomelas de encima. Si descubro que las vivo de este modo, vivirlo con paz, tratando de ir encontrando motivaciones para vivirlas mejor, llenándolas de sentido. 18) Usa el diccionario y llama a las cosas por su nombre: no hay nada peor en el cura (y es más común de lo que se piensa) que tener lucidez, intuición y consejos para todos, menos para con uno mismo. La negación es un recurso muy común en nosotros los curas, que muchas veces nos cuesta enfrentarnos con nuestra propia verdad. Poder poner nombre a lo que me pasa, poder reconocer los pasos en falso que voy dando, poder desenmascarar las motivaciones ocultas que muchas veces mueven nuestras acciones, es una gracia de Dios que hay que pedir. El contacto cotidiano con la Palabra, dejándonos herir por Ella, desnudar por su Verdad, dejándonos atravesar por esta espada de doble filo que discierne los pensamientos es el mejor antídoto. Muchas veces, nuestro acceso a la Palabra es más bien racional o con fines utilitarios para poder preparar algo para decir o predicar. Y así vamos poniendo barreras a esta luz de Dios que pone al descubierto nuestra verdad más profunda. De este modo nos privamos de este contacto con una luz objetiva que juzgue nuestra vida, y nos vamos haciendo nosotros nuestra propia luz, nuestro propio criterio y pensamiento, y terminamos haciendo nuestra propia moral. 19) No pierdas la humildad ni el sentido del humor para con tus debilidades: la humildad nos hace reconocernos como somos, con paz, con alegría. Reírnos de nosotros mismos, de nuestros defectos, debilidades, tropiezos, nos ayuda a no tomarnos tan en serio a nosotros mismos y volver a intentar el desafío de ser mejores, sin desanimarnos, ni desalentarnos. 20) Pide ayuda a tiempo: de la mano de la humildad está el reconocer que solos no podemos y por eso pedimos ayuda. El demonio es bastante astuto y mantiene erguido nuestro orgullo para creer que solos nos podemos arreglar o podemos superar alguna dificultad. La humildad es la tierra desconocida del mal espíritu, según el decir de Ignacio de Loyola. Recordemos que muchas veces el demonio, como el lobo a las ovejas, nos toma del cuello para que no gritemos, para que no avisemos. Si algo nos inquieta, es bueno sacarlo afuera a tiempo. Sinceridad para con uno mismo, no avergonzarnos de lo que somos capaces de hacer, pedir ayuda, tenernos una paciencia infinita y mirar con alegre confianza la inmensa misericordia de Dios. 21) Sé transparente y sincero para contigo mismo y con tu director espiritual: es el camino humilde y necesario para poder vivir fielmente nuestro ministerio. Necesitamos de este recurso, no lo podemos desvalorizar. Acompañamos a tanta gente, tomamos decisiones tan importantes cada día, estamos al frente de una comunidad. Si nosotros no nos dejamos guiar o acompañar, si no nos tomamos tiempo para cuidar nuestro fuego interior, podemos terminar jorobando muchas vidas, o a lo sumo, no haríamos mayor bien del que podríamos hacer. 22) Ten paciencia con tus límites y confía ciegamente en la Misericordia del Padre: la perfección cristiana no consiste en ser intachables o perfectos, sino en ser humildes y confiados en Dios, sabiéndonos guiar por otra mano que nos lleva y nos cuida. No te asustes ni avergüences de tus límites, preséntaselos confiado al Padre, para que Él vaya haciendo su obra. Esto te hará más humilde y más misericordioso con los límites de tus hermanos. 23) Cuida tus tiempos de descanso y de encuentro sano con amigos y familiares: esto también es muy necesario para poder distendernos y conectarnos con nosotros mismos y con otros de igual a igual. Los amigos son quienes nos quieren y valoran más allá de nuestros defectos. No son aquellos que nos tratan según nuestro rol de curas, sino como personas, de igual a igual. Son también quienes nos corrigen y nos dicen la palabra justa y no sólo la que nos gustaría oír. 24) Cuida tu amor y predilección por los más pobres: ellos serán quienes nos abran las puertas de la morada eterna. Ellos son quienes no podrán retribuir nuestra entrega, y por eso la harán más
desinteresada y gratuita. Su fe sencilla nos bajará muchas veces de nuestro pedestal y nos harán más sencillos y menos complicados. Su dolor y cruz nos harán relativizar nuestras preocupaciones y molestias, centrándonos en cosas más importantes, para no ahogarnos en un vaso de agua. 25) Confía toda tu vida y ministerio célibe en las manos de María: Ella es la mujer que va sanando nuestra necesidad natural de tener una compañera. Ella es la que nos sigue en cada paso que damos y nos cubre con su manto.