Curso celibato sacerdotal y madurez afectiva

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Primer encuentro: La realidad del celibato: dificultades actuales. Concepciones erróneas del celibato. Objeciones contra el celibato. ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios. (Jn 6,60.68-69) No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido… Hay quienes decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos… ¡El que pueda entender, que entienda! (Mt 19,10-12) Obstáculos para comprender el celibato: nuestro contexto cultural 1) El consumismo exacerbado: -Vivimos en un mundo asediado por el consumo, el lujo, por la necesidad compulsiva de comprar y tener. Los MCS nos van creando necesidades nuevas continuamente, haciéndonos desear ambiciosa y desordenadamente. -Vivimos en la cultura del deseo. Todos los anuncios nos incitan a desear y desear más, interminablemente, sin fin. Un deseo voraz, inconmensurable, que puede consumirnos a todos. El deseo sexual sin frenos es simplemente uno de los síntomas de cómo se nos enseña a mirar el mundo: como material para tomar y consumir. -Obviamente que, como no podemos satisfacer todos los deseos que se nos presentan, esto produce una gran insatisfacción en nuestro corazón, un desencantamiento, una tristeza y ansiedad de base que nos hacen estar siempre prisioneros de los nuevos deseos que van surgiendo y apareciendo ante nosotros. -Este consumismo va privilegiando más el tener que el ser. Y se identifica el tener con el placer. Placer fácil, a toda costa, conquistado por el dinero y el poder. No el placer humano y plenificante del que estamos llamados a gozar. -Este consumismo presenta todo lo que sea renuncia como algo absolutamente fuera de lugar. El supremo bien es el placer y el gozo a toda costa. No hay lugar para la entrega ni para la solidaridad ni la generosidad. -En esto contexto, el celibato aparece como algo devaluado, sin sentido. 2) Crisis en los vínculos: -Estamos en la época de mayor comunicación, pero, a su vez, de mayor incomunicación. La gente está continuamente conectada, pero no siempre en comunión. Tenemos una red de contactos muy alto, gracias a las nuevas tecnologías, pero no hay un nivel de comunicación profundo o de intimidad. Se sabe un poco de todo y de todos, se está al tanto de todo y de todos, pero no hay una profunda comunión con el que tenemos al lado. -Todo esto crea un clima de soledad existencial, de búsqueda continua de relaciones que aquieten nuestro ansioso corazón. Una y otra vez chequeamos el celular o la compu para saber si hay alguien que me ha escrito, que ha pensado en mí, que ha publicado algo. Y así estamos como hambrientos en búsqueda de comunión, pero que siempre queda más acá de nuestros deseos más profundos, porque son más bien relaciones virtuales, pasajeras, superficiales. -Expresamos toda nuestra interioridad en la computadora, pero cuando estamos cara a cara, no sabemos qué decirnos y preferimos volver a la soledad del cuarto, para escudarnos en la pantalla, donde se es más fácil entrar en contacto. -Esto no ayuda mucho a la profundidad del vínculo que se establece con Jesús a través del carisma del celibato, y del encuentro profundo con nuestros hermanos, a quien el celibato se dirige como sentido de renuncia y de entrega total, identificados con Jesús. 3) La cultura de la imagen: -Estamos seducidos por las imágenes continuas que van pasando por la pantalla de la computadora, de la tele, que se superponen sin orden ni prioridad. En un minuto podemos ser testigos de la guerra en el Oriente y pasar tranquilamente de ahí al divorcio de algún personaje de la farándula, puesto todo en el mismo nivel.


-El bombardeo continuo de información, a la que podemos una y otra vez volver a acceder a través de internet, nos hace satisfacer toda nuestra curiosidad, y distraer nuestro aburrimiento. Horas frente a la computadora, viendo videos de distintos temas, sin orden o prioridad, sin juicios de valor, como en un gran supermercado donde nos podemos ir paseando y sirviendo de lo que aparece a nuestra vista. Y así nos vamos sintiendo omnipotentes: todo lo que quiero y deseo lo puedo obtener, voy entrando en esta sutil tentación, como la tentación original de ser como dioses. Nadie limita mi libertad, puedo acceder a todos los rincones del mundo, puedo entrar en la vida de todos y abordar todos los temas. -Frente a esta omnipotencia, el celibato no cae muy simpático, porque nos obliga a reconocer un límite, una renuncia, algo que decidimos libremente renunciar. -A su vez, la imagen le va ganando a la realidad. No importa tanto quién está del otro lado de la pantalla, sino cómo se presenta. No importa tanto la esencia de la persona que sustenta la imagen, sino que sólo vale lo que muestro, lo que publico, lo que elijo dar a conocer. Mi obsesión empieza a pasar entonces en cómo me presento ante los demás, cómo me ven, qué imagen tienen de mí mismo, qué papel represento en el teatro de los medios. Mi verdadera identidad se esconde, se escuda en la imagen que uso como pantalla, en la vidriera; el fondo, no importa, no lo doy a conocer. -Se comienza entonces a privilegiar más lo que parece que lo que realmente es. Entonces, podríamos caer en la mentira de la doble vida: una cosa es lo que soy y otra lo que muestro. Mientras parezca célibe, o bueno o entregado, ya estaría bien, otra cosa es lo que soy internamente, lo que siento en mi profundidad, mi propia identidad. Y así se va produciendo una esquizofrenia espiritual, llevando una doble vida en todo sentido, mientras la imagen esté intacta, vale todo. Es lo que Jesús, tantas veces criticaba a los fariseos, llamándolos hipócritas, es decir, actores. 4) El pansexualismo que todo lo invade: -Tal vez como reacción a épocas anteriores de tabúes y miedos, hoy en día se exalta la sexualidad como el único parámetro de vida, como factor decisivo de la vida del hombre, como si fuéramos solamente un conjunto de impulsos sexuales a seguir, a satisfacer. Todo el resto parece relativizado por este pansexualismo que todo lo invade. Sexo que, como veremos más adelante, es simplemente la parte de algo más sagrado, más abierto, más abarcativo que lo propiamente genital. -Y esto viene de la mano de la crisis de valores que rijan nuestra vida. Ante el relativismo moral, donde cada uno es su propia ley, estaría todo permitido. El único criterio válido sería la propia experiencia y deseo del sujeto, no importa a quién tenga en frente, ni qué siente, ni qué quiere, ni qué piensa, sino simplemente, poder hacer lo que me da placer, y lo que sirva para mi propio egocentrismo. -Esto tiene mucho que ver con la crisis de vínculos, ya que los cuerpos se encuentran esporádicamente, para “sentirse bien”, sin necesidad de otro encuentro más profundo. -La relación sexual es vista normalmente como la culminación de todas nuestras ansias de comunión y la única manera de escapar de la soledad. No tener relaciones sexuales significa, por tanto, estar medio muerto. Hay, por tanto, una mitificación de la sexualidad, como si fuera imprescindible el ejercicio de la genitalidad, para mantenerse vivo y equilibrado psicológicamente. Esto aparece impuesto por los MCS y por todo el contexto cultural en general. Y esto lo vamos incorporando internamente y nos vamos autoconvenciendo de que esto debe ser así. Y por eso, si abrazamos el celibato, nos podemos sentir menos, avergonzados de nuestra opción, juzgados, burlados, o simplemente, no nos creen o nos ven como bichos raros. -De la mano de esto, y como una paradoja, además de la deificación de la sexualidad, aparece al mismo tiempo su banalización. Se lo ve como algo común, como un quitarse las ganas, un usarse mutuamente, para estar mejor, para pasar el rato, para salir del aburrimiento. Quitándole, entonces, todo aspecto de encuentro, de intimidad, y de amor en el encuentro interpersonal. Sería simplemente, saciar mutuamente necesidades fisiológicas, al mejor estilo animal y bestial. -Y esto se va transformando en un círculo vicioso, ya que, por nuestra interioridad, por nuestra contextura personal, psicológica y espiritual, el corazón queda triste y vacío. ¿Cómo llenar entonces esta angustia? Con nuevas experiencias, para acallar tanto dolor y soledad. 5) La crisis de los valores y el relativismo moral: -Luego de la caída de las grandes utopías: comunismo, socialismo, nazismo, etc, se cayó en un gran descreimiento de los valores estables y universales. Todo es relativo para el sujeto. Cada uno se ha


transformado en su propia ley. Cada uno va eligiendo lo que le viene bien para su vida, para hacerla más llevadera. Se pone en duda todo lo que sea establecido, o recibido de nuestros antepasados. Antes se hacía así, pero ahora hay más libertad y más conciencia, y cada uno va armando su propia ley, según su gusto y conveniencia. No sólo se practica esta ley, sino que se la aplaude, se la publica, se la defiende, e incluso, se la impone. -Cuesta mucho entonces, en este clima, hacer una opción definitiva por el celibato, por su valor, entregar la vida para siempre. 6) Algunas dificultades más nuestras: -El machismo: es un fuerte obstáculo para ser persona, es un factor debilitador de la voluntad, en cuanto que postula la superioridad del varón por sobre la mujer. Si bien, muchas veces no lo enunciamos así de esta manera, sin embargo, en actitudes, palabras, se demuestra esta convicción de fondo. Y así vemos que un hombre que le es infiel a su mujer, no es visto como algo tan grave, cosa distinta de que si pasara al revés. En algunos ambientes, incluso, cae bien y es bien visto, cómo el macho conquista a varias mujeres, o tiene experiencias sexuales con muchas. Es causa de admiración, de aplauso. Se ejerce el poder y se domina a la mujer, se la desmerece, se la oprime con actitudes descalificantes. Abriendo un caldo de cultivo apto para las compensaciones, las caídas ocasionales que hacen, por este poder que se ejerce, mantener en silencio a la persona involucrada. Se la trata con desprecio y con superioridad, como algo natural y como un derecho adquirido. Llama la atención qué distinta es la relación del hombre con su madre, a quien admira, cuida, respeta, escucha, se escuda en ella, y cómo a veces trata a su propia señora con desprecio, con burla, desmereciéndola. Hay una cierta esquizofrenia en estas actitudes que aún podemos ver en nuestra zona. Así mismo, la conquista sexual, refuerza nuestra identidad, nos hace sentir importantes, aunque no haya contacto genital, pero el conquistar, seducir, ser admirado, buscado como un “valor preciado para muchas”, lo vamos generando nosotros. O cuántas veces se desmerecen a las mujeres que se han ido con algún consagrado y nada se dice del hombre, como si toda la culpa recayera en la mujer, y el cura fuera sólo una víctima de sus engaños maliciosos y seductores. -La complicidad y el silencio: muchas veces nos cuesta corregirnos mutuamente, ayudarnos cuando estamos en algún error o tentación. Muchas veces se nos tilda de metidos cuando nos acercamos a alguna persona que le está errando el camino para ayudarla. O cuántas veces sabemos de situaciones irregulares y ocultas y miramos para otro lado, haciéndonos cómplices en el silencio, como si yo fuera hablar, le estaría siendo infiel a esa persona. Sin embargo, Jesús nos enseña a corregir fraternalmente: primero a la persona, luego buscar a otra, si no me escucha, acudir a la persona más indicada que la pueda ayudar. Y a veces, cuando salta el escándalo y la cosa pasó a mayores, escuchamos a tantos que decían que sabían, que estaban al tanto, pero que cobardemente, miraron para otro lado, como el sacerdote y el levita ante el postrado en el camino. Amar es comprometerse, es embarrarse las manos, es estar dispuesto a perder incluso el cariño de la otra persona. Ya que muchas veces, cuando aconsejamos o nos acercamos, muchas veces podemos encontrar una resistencia o una negación de la otra parte. Esto es muy común. Dios nos bendiga con el don de la verdadera amistad, gestada en el Seminario, para tener ese amigo a tiempo, que me dé una palabra de verdad y de luz, que muchas veces podrá salvar nuestra vocación. O a veces lo hacemos por miedo a que si hablo, el otro va a destapar alguna cosa mía que también tengo oculta. O muchas veces mantenemos el silencio respecto de cosas nuestras, como si yo me las arreglara solo, con miedo a mostrarme como soy, o con ese orgullo de pensar que me arreglaré solo, sin necesidad de pedir ayuda. O el miedo a mostrarme como soy, con mi debilidad, o por miedo también a que, al hablar, eso me implique animarme a dar el paso para dejar aquello que me está esclavizando. Es como una falta de confianza, como si en el fondo, siempre estemos sospechando y no nos animemos a confiar en otro, por miedo a perder su cariño o su amistad, tanto como para corregir o como cuando somos corregidos. 7) La primacía del instante por sobre el tiempo: -Los avances de las nuevas tecnologías, además de todo lo positivo y del progreso que nos fueron brindando como humanidad, sin embargo, también trajeron su dificultad. Con solo apretar un botón, muchas veces tenemos lo que deseamos. Todo este avance vertiginoso, nos va haciendo personas impacientes y ansiosas que, cuando ya la conexión está un poco lenta, nos angustiamos y nos ponemos mal. O que no vaya a caer unas horas el sistema de comunicación de telefonía celular, que nos agarra un pavor y una desesperación increíbles. Todo esto nos va acostumbrando a no saber esperar, nos va


volviendo personas profundamente ansiosas: quiero todo y ya, en este preciso instante. Nos angustia la espera, el tiempo, la paciencia. -Esta sociedad nos va obligando a satisfacer inmediatamente cualquier necesidad y a no saber posponerla por un bien mayor. No postergar nuestra gratificación nos va haciendo profundamente inmaduros. Como a un niño, que se le va enseñando que la golosina se come después de la comida, y debe dejarla a un lado, por un tiempo, así también nosotros debemos irnos educando en valorar aquello que creemos gratificante, pero que no conviene ahora para nuestra vida, y poder elegir renunciar, sin sentirnos coartados en nuestra libertad, o reprimidos, o frustrados por no poder ahora satisfacer esto. (Todo esto lo veremos al hablar de la maduración humana. Sin embargo, es bueno que lo podamos ir enunciando aquí como uno de los principales obstáculos para la asunción del celibato, ya que se renuncia a la gratificación inmediata del instinto sexual, por un bien mayor, y lo hacemos con alegría, como sentido a nuestra vida, y no como algo que me quitan o me obligan, o como una simple ley que debo acatar: No es que me quitan la vida, yo la doy libremente (Jn 10,18). -Por eso, en estas cosas de la maduración humana, cristiana, en abrazar algo tan complejo como el celibato, necesitamos tiempo para madurar, para crecer, para asumirlo, para encarnarlo, para ir haciendo un proceso de internalización de estos valores que la Iglesia nos presenta en la formación. Maduración que se va haciendo lentamente, como todo lo que va creciendo y madurando, y también implica la cruz, la renuncia, las noches oscuras y las dificultades. 8) La idolatría del confort y bienestar: -De la mano con lo que veníamos diciendo, en una sociedad donde se va esquivando el dolor, la espera, el sacrificio, el esfuerzo, nos vamos haciendo esclavos de todo aquello que nos produce placer, seguridad, bienestar. Cambiamos el celular cuanto antes, porque apareció uno con más funciones, que nos pueda dar más bienestar, y así nos vamos embarcando en esta espiral del facilismo, de evitar todo dolor o frustración. Y esto va generando una sociedad muy frágil, donde se privilegia el sentirse bien, y, ante cualquier dificultad, nos quebramos, nos venimos abajo, tenemos poco aguante. Además va creando una sociedad que va dejando al margen a muchos que no pueden acceder a todos estos bienes de confort. Y así, los MCS refriegan sobre las narices de los pobres todos estos lujos. A su vez, los pobres, tratan de no sentirse afuera del sistema, que los deja como sobrantes, y, ni bien reciben un subsidio o ayuda, se ponen en ajustados y esclavos créditos que los mantienen dependientes de por vida, con tal de acceder a algún bien que los otros tengan. Y cuando acceden al mismo, ya quedó obsoleto, porque salió uno mejor, y caen en la frustración o el sentimiento de resentimiento de no poder nunca llegar al último grito de la moda. -Por tanto, se termina huyendo del dolor, del sacrificio, de lo que implique un esfuerzo especial. Muchas veces se refleja en una huida del presente actual, cotidiano y opaco, buscando el mundo ideal afuera: el seminario ideal, los compañeros ideales, los formadores ideales. O la famosa trampa: cuando esté en tal lugar…, cuando tenga tal cosa…, cuando sea cura… Escapando del presente real y refugiándome en un futuro ideal, falso y engañoso, o en una situación hipotética inexistente. -En medio de todo esto, cuesta mantener una opción celibataria, que implica, irremediablemente, una gran cuota de renuncia, de espera, de crecimiento doloroso, aunque, ciertamente, de profunda alegría y felicidad. Se renuncia al instante placentero, que –fantasiosamente me promete la felicidad y la plenitud, pero que en realidad es algo fugaz y pasajero- en pos de un proyecto de felicidad, que abrazo, valoro y quiero firme y decididamente para mi vida. 9) La primacía del yo por sobre la alteridad: -Este podría ser el resumen de todo lo anterior que veníamos hablando, en definitiva, lo que importa es el propio yo y sus necesidades y experiencias, el resto es relativo. El otro existe sólo en cuanto que se refiere a mi propio yo, o en cuanto pueda ayudarme para mi autorrealización. El hermano, el prójimo, la injusticia, el hambre, el dolor, Dios, todo eso queda para un segundo lugar. De hecho, muchas experiencias de servicio están sujetas o manchadas con la búsqueda narcisista de sentirse bien, de sentirse vivo. Una vez que ya pasó la novedad, la adrenalina, la experiencia es suspendida, porque “ya hice la experiencia”, “ya probé, ya sentí”. Por eso, es tan difícil el compromiso estable, duradero. Cuando sobreviene alguna dificultad, ya dejamos de lado estas experiencias. -Todos los demás, las cosas, el mundo, todo giraría en torno al centro del mundo que es mi propio yo, sus necesidades, sus deseos, sus satisfacciones. Y esto nos va aislando cada vez más, en una profunda


soledad, donde el sujeto, en vez de sentirse pleno y satisfecho, sigue buscando nuevas experiencias, pasando por la droga, el intercambio de parejas, viajes, experiencias pseudo-místicas, signos de un pasear por la vida, como un turista, picoteando en varias partes, sin comprometerme con ninguna cosa. -El verdadero engaño del narcisismo es que nunca encontraremos la plenitud y la felicidad en la satisfacción del propio yo, en el aislamiento, sino en el encuentro con Dios y con el prójimo. -De ahí que el celibato, como salida de sí mismo, cueste vivirlo más en este contexto cultural tan centrado en el yo. 10) Algunos obstáculos más personales: a) El déficit afectivo de mi ambiente familiar: la crisis cultural que venimos hablando, repercute obviamente en nuestras familias, que no están inmunes ante todo esto. Y si afecta a nuestras familias, también a nosotros, que nos criamos en ellas, y recibimos sus valores. Situaciones como alcoholismo, infidelidades, madres solteras, divorcios, violencias, abusos, generan en nuestra infancia y adolescencia inseguridad, menosprecio afectivo, inestabilidad afectiva, identidades sexuales golpeadas. Situaciones que pueden generar en nosotros heridas leves o graves, provocando en nosotros compensaciones sexuales o afectivas (como una manera de “vengarme” de lo que me pasó, o de lograr tener o ser todo lo que se me privó en mi historia personal). O cuántas veces, al descubrir nuestras carencias afectivas, nuestros huecos dolorosos, el haber experimentado que no me amaron bien, busco llenar ese hueco con el trabajo, con la estima de los demás, con el reconocimiento del obispo, o el agradar a mi comunidad, o encerrarme en un grupito de gente que me quiere y me valora. O la represión afectiva, haciendo que donde me hirieron a mí, ahí hiero yo, por más que a nivel de nuestra conciencia no lo reconozcamos con esa claridad. Es decir, todo lo que no es asumido, aceptado, llorado, perdonado y reconciliado de nuestra historia, nos jugará malas pasadas en nuestro ministerio y, por tanto, en la vivencia del celibato. -El celibato que no es abrazado desde un corazón con una sana autoestima, está llamado al fracaso. Resumiendo, lo importante es poder conocernos para descubrir que soy yo, con toda mi humanidad herida, quien abraza con ciertos condicionamientos humanos el don del celibato. El tiempo del seminario, la oración, la convivencia cotidiana y los roces comunitarios, la charla asidua con el director espiritual, me irán ayudando a conocerme, a aceptarme, a sanar mi pasado, a perdonar y a descubrir que, a pesar de todo, he sido amado y cuidado por Dios y que soy capaz de amar y de responder a este amor con gratuidad, ya no como alguien que se hace cura para ser alguien, para que me quieran, para ser importante para alguno, o para mostrar que yo puedo (ante los desprecios o ninguneos de mi familia), sino que descubriré que puedo ser sacerdote para amar y entregarme oblativamente con un corazón célibe a los demás. No un corazón intacto y sin heridas, pero si un corazón maduro, reconciliado, en paz consigo mismo, con su historia y con los demás (este será un poco el desafío de nuestra formación y el deseo de clarificación que tiene este curso, para que todo esto nos vaya ayudando a: conocernos, poner nombre a nuestras cosas, como un disparador para hablar en las charlas con el director espiritual, como una oportunidad para irme disponiendo para recibir el don del celibato y consagrar mi vida a Dios y a su Iglesia). b) Experiencias sexuales traumatizantes: no es raro también arrastrar alguna herida más propia del ámbito sexual. Casi siempre las iniciaciones sexuales dejan ciertas huellas que son más o menos traumáticas. Hay algunas más marcantes que otras. Todo esto, si no es puesto sobre la mesa, mirado, reflexionado, sanado, puede generar intentos de solución por la repetición de actos siempre reivindicativos, que buscan compensar, o sanar la herida, creyendo encontrar ahí la resolución de la crisis, lo cual no ayuda para abrazar con libertad el celibato. c) Concepciones erróneas de la afectividad y sexualidad en nuestra formación anterior: Cada uno de nosotros entra al Seminario con su propia historia, con su propia experiencia de vida, con conceptos transmitidos y asimilados. Muchas veces podemos tener una nula formación en lo que respecta al mundo afectivo-sexual. No es tiempo para echar culpas, es asumir cómo venimos y aprovechar el camino que se nos ofrece en la formación, sin acomplejamientos, miedos, resistencias o sospechas. Tal vez, tenemos una mirada despectiva o negativa respecto del mundo afectivo-sexual. Tal vez, nos han dicho que todo eso es pecado o es malo y que no hay que ponerle mucha palabra. Tal vez, hemos relegado todo ese mundo al ámbito del confesionario, como un cúmulo de culpas que quisimos que nos la sacaran rápido con la absolución sacramental, sin ponerle mucha palabra y sin querer enfrentar en serio todo este mundo desconocido y, por tanto, tenebroso. Todo lo relativo al mundo sexual es algo muy delicado, que debemos


abordarlo con mucho respeto, madurez y claridad. No puede ser un tema sólo para el confesionario, ya que abarca gran parte de nuestra vida y, como veremos después, la sexualidad y la genitalidad, suele ser un lugar donde confluyen otros ámbitos de nuestra vida. Por tanto, tenemos que animarnos a abrir todo este mundo nuevo, y mirarlo con paz, de la mano de Dios que quiere poner luz, palabra, sentido a todo nuestro mundo interior. Además, es algo esencial para el celibato, el asumir toda la fuerza sexual, para ponerla al servicio del Reino, para que nuestro ministerio sea algo vivo y fecundo, apasionado. -El celibato es una consagración de la sexualidad, no una supresión de la sexualidad. Como el pan y el vino, deben ser puestos sobre el altar, para que se transformen en el cuerpo y sangre de Jesús, así también, toda nuestra humanidad: pasiones, mundo afectivo, sexualidad, genitalidad, todo debe ser puesto en el altar, para que Dios lo transforme en su propio cuerpo entregado. Eso decimos en la Eucaristía, y tenemos que apropiarnos de estas palabras de Jesús: esto es mi cuerpo que se entrega… Lo que no se entrega, no se consagra. Si no ponemos pan y vino, no hay milagro; así tampoco no habrá consagración si no ponemos toda nuestra vida, historia, afectividad, pasiones, sexualidad, para que sean transformados por Dios. Objeciones contra el celibato: En las épocas anteriores, este género de vida se apreciaba como un camino de mayor perfección que el estado matrimonial. Era visto con mucho aprecio y estima social por tratarse de personas escogidas y privilegiadas. Era algo sociológicamente muy valioso y aceptable. Hoy en día, se avanzó mucho en la teología del matrimonio, ayudando a revalorizar este estado de vida laical, como un camino de santidad. A su vez, las incoherencias y fragilidades de personas célibes, comenzaron a ser más públicas, dando la impresión de que las apariencias engañan y muchas de estas personas encubren debilidades ocultas. También, el contexto cultural que más arriba hemos visto, hace opacar el brillo de esta opción. Existe, por tanto, una incomprensión generalizada, incluso entre cristianos comprometidos, para descubrir el sentido de esta opción. Históricamente, se sostuvo el celibato con algunas motivaciones que hoy no podríamos aceptar como válidas. Hubieron dos argumentos que se utilizaron con mucha frecuencia, mostrando un presupuesto erróneo: la concepción peyorativa de la sexualidad y la sospecha en torno al matrimonio como forma de vida no tan perfecta para llegar a Dios. Veámoslos ahora con más detalle: -Se argumentó a favor del celibato, con la temática de la división del corazón, es decir, la persona casada estaría amando a Dios y a su cónyuge con su corazón dividido. La idea de fondo suponía una imposibilidad de querer conyugalmente a una persona y servir al mismo tiempo a Dios con una entrega más profunda. De ahí que se vio el celibato y la virginidad como un estado de vida más perfecto por su dedicación exclusiva a Dios, distinta del casado, que sólo le daba una parte de su vida a Dios. (Gracias a Dios, la teología del matrimonio, puso en su justo lugar este estado de vida, como lugar de santidad y de santificación, en la vivencia amorosa de los deberes del matrimonio, y como un camino de igual perfección que el del consagrado). -La pureza cultual aparece también como una justificación determinante. El sexo se vive como una mancha y como una especie de profanación que aleja al ser humano de la esfera sagrada y del ámbito religioso. De hecho el A.T. mandaba a los sacerdotes israelitas abstenerse de las relaciones sexuales antes de su servicio en el Templo. Esto era algo propio también de las culturas vecinas de Israel. Gracias a Dios, existieron otras motivaciones más profundas y evangélicas, que iremos viendo más adelante, para abrazar el celibato. Sin embargo, estas dos estuvieron presentes en la historia. A nadie podemos decirle hoy, para entusiasmarlo con la virginidad que, si se casa, no podrá amar a Dios con todo su corazón, porque, además de ser falso (el amor humano es también una vereda hacia el de arriba), no es cierto que el hecho de no casarse evite necesariamente esta división, pues el corazón humano puede buscar otros múltiples entretenimientos que lo distraigan de Dios. Y la renuncia al ejercicio de la sexualidad, por considerarlo como algo impuro e indigno, manifestaría una estructura mental, carente de toda valoración humana y evangélica. Vayamos ahora a algunas objeciones actuales en contra del celibato, para luego, poder ir viendo lo específico de este carisma que Dios derrama sobre su Iglesia, y entenderlo un poco mejor, resignificándolo, para que sea realmente un signo que clarifique y no algo que confunda y opaque:


1) El presbiterado y el celibato son dos carismas diferentes. De hecho en la Iglesia Católica Oriental se encuentran separados, y en la Iglesia latina se impone la ley del celibato a todos aquellos que quieran abrazar el presbiterado, desposeyendo así al celibato de su carácter de libre elección. Por tanto, se tendría que suprimir esta unión entre presbiterado y celibato y hacerla optativa. 2) Es una ley impuesta, no elegida, que va a contracorriente de lo que muestra la sociedad y de lo que enseña la misma Palabra de Dios: de que el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a una mujer. 3) Suprimiendo la ley del celibato, se podría remediar la escasez de vocaciones, ya que muchos se sentirían llamados al presbiterado, pero no al celibato. 4) Sin el celibato, el sacerdote sería más humano y más acorde para entender y comprender a los matrimonios, a las parejas, para saber aconsejar mejor a la gente de nuestra sociedad actual. 5) En realidad, nadie lo vive, siempre se esconde algún as bajo la manga, alguna doble vida, por eso hay que terminar con esta hipocresía del celibato. 6) Si se suprimiera el celibato, dejarían de existir los escándalos sexuales relacionados con abusos, vivencias malas de la obligación del celibato, que van contra la naturaleza humana. 7) ¿Por qué se insiste en obligar a los sacerdotes a no casarse? ¿No significa acaso despreciar el amor humano, la sexualidad, el matrimonio y reprimir un instinto tan fuerte como el instinto sexual, con el peligro de perjudicar el equilibrio psíquico? 8) ¿Se puede sostener este compromiso del celibato durante toda la vida? ¿No es algo demasiado alejado de nuestra realidad, hacer una opción alrededor de los 30 años, cuando uno vivirá y experimentará tantas cosas tan variadas y distintas y mantener a raja tabla esta opción hecha antes de vivir tantas experiencias? ¿Tiene sentido el comprometerse para toda la vida en algo así? ¿No sería mejor algo más temporal? 9) ¿Cómo Dios puede querer un estado de vida que provoque neurosis y desequilibrios, que convierta a las personas en individuos psicológicamente castrados? ¿Es posible ser feliz, sano y equilibrado siendo célibe? 10) El celibato surgió antiguamente como una solución ante el problema de los bienes de la Iglesia, en cuanto a la herencia de los hijos de los sacerdotes, que se repartían entre sí, bienes de la Iglesia universal. Sólo tiene una motivación económica, para mantener el poder y la riqueza de la Iglesia. 11) El sentido del celibato, sólo radica en la disponibilidad del cura para estar más libre para ayudar a la gente, sin estar atado a una familia. Por eso, podría cada tanto, tener alguna experiencia sexual gratificante, sin comprometer con ello, su trabajo, su dedicación a la Iglesia. Mientras no perjudique a la gente, podría tener sus compensaciones. Tal vez, así, ande de mejor humor y más tranquilo, sin tantas tensiones que le provoca su ministerio pastoral. 12) El celibato surge como un desprecio por la vida matrimonial y por una mala concepción de la sexualidad, vista como algo negativo. Por tanto, ahora que se mira con más bondad estas realidades, se tendría que suprimir. Tarea para el mes Fecha de entrega: 15 de abril 1) Leer la fotocopia Síntesis del capítulo 2 de la EG donde el Papa describe algunos desafíos del mundo actual, y tentaciones de los agentes pastorales. Tratar de descubrir en este texto algunos obstáculos para el celibato, ya sea de los 10 mencionados anteriormente o nuevos obstáculos que encuentres y escribirlos. 2) Leer nuevamente las 12 objeciones contra el celibato y responder con tus palabras a cada una de ellas, afirmando el valor positivo del celibato. 3) Si se te ocurren otras objeciones al celibato, que encuentres en los MCS, o en tus amigos o familia, escribirlas y luego trata de responder con tus palabras a esas objeciones.


Síntesis del CAPÍTULO SEGUNDO EN LA CRISIS DEL COMPROMISO COMUNITARIO Evangelii Gaudium – Francisco (n° 50 al 109) En esta Exhortación sólo pretendo detenerme brevemente, con una mirada pastoral, en algunos aspectos de la realidad que pueden detener o debilitar los dinamismos de renovación misionera de la Iglesia, sea porque afectan a la vida y a la dignidad del Pueblo de Dios, sea porque inciden también en los sujetos que participan de un modo más directo en las instituciones eclesiales y en tareas evangelizadoras. I. Algunos desafíos del mundo actual No a una economía de la exclusión Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera. No a la nueva idolatría del dinero La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta. No a un dinero que gobierna en lugar de servir Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos» (San Juan Crisóstomo, De Lazaro Concio II, 6: PG 48, 992D.) ¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano. No a la inequidad que genera violencia Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Algunos desafíos culturales -En la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia. En muchos países, la globalización ha significado un acelerado deterioro de las raíces culturales con la invasión de tendencias pertenecientes a otras culturas, económicamente desarrolladas pero éticamente debilitadas.


-La fe católica de muchos pueblos se enfrenta hoy con el desafío de la proliferación de nuevos movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que parecen proponer una espiritualidad sin Dios. Esto es, por una parte, el resultado de una reacción humana frente a la sociedad materialista, consumista e individualista y, por otra parte, un aprovechamiento de las carencias de la población que vive en las periferias y zonas empobrecidas, que sobrevive en medio de grandes dolores humanos y busca soluciones inmediatas para sus necesidades. Estos movimientos religiosos, que se caracterizan por su sutil penetración, vienen a llenar, dentro del individualismo imperante, un vacío dejado por el racionalismo secularista. Además, es necesario que reconozcamos que, si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia de unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de nuestras parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas, simples o complejos, de la vida de nuestros pueblos. En muchas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización. -El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. II. Tentaciones de los agentes pastorales Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más. Reconozco que necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, «lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales»[62]. Al mismo tiempo, quiero llamar la atención sobre algunas tentaciones que particularmente hoy afectan a los agentes pastorales. Sí al desafío de una espiritualidad misionera Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Así, pueden advertirse en muchos agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres males que se alimentan entre sí. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que poseen los demás. Así, las tareas evangelizadoras se vuelven forzadas y se dedican a ellas pocos esfuerzos y un tiempo muy limitado. Se desarrolla en los agentes pastorales, más allá del estilo espiritual o la línea de pensamiento que puedan tener, un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal. Tiene que ver con las opciones más profundas y sinceras que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!


No a la acedia egoísta Hoy se ha vuelto muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años. Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante. El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las tareas cansen más de lo razonable, y a veces enfermen. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, pesado, insatisfecho y, en definitiva, no aceptado. Así se gesta la mayor amenaza, que «es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad»[63]. Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo. Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o consigo mismos, viven la constante tentación de apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera del corazón como «el más preciado de los elixires del demonio»[64]. Llamados a iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico. Por todo esto, me permito insistir: ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora! No al pesimismo estéril Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. ¡No nos dejemos robar la esperanza! Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual. Muchos tratan de escapar de los demás hacia la privacidad cómoda o hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo de la dimensión social del Evangelio. Porque, así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura. Un desafío importante es mostrar que la solución nunca consistirá en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros. Eso es lo que hoy sucede cuando los creyentes procuran esconderse y quitarse de encima a los demás, y cuando sutilmente escapan de un lugar a otro o de una tarea a otra, quedándose sin vínculos profundos y estables. Es un falso remedio que enferma el corazón, y a veces el cuerpo. Hace falta ayudar a reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias internas. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad. ¡No nos dejemos robar la comunidad! No a la mundanidad espiritual La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo


parece correcto. Hay quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar.¡No nos dejemos robar el Evangelio! No a la guerra entre nosotros Algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de «internas». Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente diferente o especial.A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en nosotros […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos. Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos? Todos tenemos simpatías y antipatías, y quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos digamos al Señor: «Señor, yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y por ella». Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno! Otros desafíos eclesiales Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!


Segundo encuentro: El celibato y el sacramento del Orden Motivaciones para el celibato (parte 1) Señor, tú lo sabes todo, sabes que te quiero… Apacienta mis ovejas (Jn 21,17) Significado del Sacramento del Orden Sagrado: -Vamos a leer algunos números del documento El celibato sacerdotal de la Congregación para la educación católica: 7. Los sacramentos del Bautismo y del Orden hacen participar del sacerdocio de Cristo, a través del misterio pascual del Señor. El Orden sagrado es una participación de la función de Cristo sacerdote como “Cabeza”; confiere el sacerdocio ministerial que difiere, no sólo de grado, sino esencialmente, del sacerdocio común conferido por el Bautismo; hace a los sacerdotes ministros, es decir, representantes de Cristo como Cabeza de la Iglesia y partícipes de la autoridad con la que Jesucristo mismo acrecienta, santifica y gobierna su Cuerpo místico. 8. El sacerdocio ministerial exige esa forma singular de amor que es la caridad pastoral, con la cual el sacerdote tiende a dar toda su vida para la salvación de los demás… Si es cierto que todo cristiano está, en Cristo, consagrado a Dios y al servicio de sus hermanos, no es menos cierto que la consagración a Dios en el sacerdocio exige una participación más generosa y más completa, que halla en el cumplimiento de las virtudes evangélicas, su respuesta más adecuada al ideal de la perfección sacerdotal. -Consagración: todos estamos consagrados por el Bautismo. Sin embargo, nos vamos preparando como seminaristas para una futura consagración. Consagración es una palabra compuesta que viene del latín: con-secare, que significa: poner aparte, cortar, separar, para darle un uso específico. En las distintas culturas existieron siempre las consagraciones: de lugares para el culto, de personas, de objetos. Se separaban de la vida común, para darle un uso exclusivo, generalmente destinado al culto, a lo religioso. El pan y el vino, en la misa, se separan y se consagran, se transforman. Las apariencias siguen iguales, pero cambia su esencia, su sustancia, de ahí el vocablo: transustanciación: cambio radical de sustancia, permaneciendo los accidentes: gusto, color, forma exterior. Así pasa, con nosotros, somos separados, para ser destinados al pueblo, se nos separa, para ponernos al servicio de… No es que quedamos aislados como piezas de museo, ése no es el sentido. De hecho una construcción se consagra, para que sea capilla; el pan y el vino se consagran, para ser alimento de comunión con Dios y entre nosotros. Así también nosotros, como un altar, un cáliz, un ornamento, una capilla, el pan y el vino, se nos separa, para luego estar al servicio de la comunión. ¿Qué mejor imagen de comunión que un techo común que alberga a una asamblea litúrgica, o un pan y vino que quedan como alimento de comunión? Así también nosotros, somos destinados a sufrir este corte, para luego insertarnos más profundamente en el corazón del mundo y hacer la comunión desde Cristo. -De ahí la conveniencia del celibato, que habla de esta exclusividad para el Señor: mi amado es para mí y yo soy para mi amado dirá el Cantar de los Cantares. Para que esta consagración sea más radical, total, exclusiva, se ve conveniente destinar toda nuestra humanidad a Cristo: nuestros pensamientos, sentimientos, pasiones, cuerpo, espíritu, sexualidad, todo para el Señor, para que desde ahí, sirvamos al Pueblo de Dios. Naturaleza del celibato sacerdotal: -Continúa diciendo el documento El celibato sacerdotal de la Congregación para la educación católica: 9. El celibato tiene un evidente valor positivo como total disponibilidad para el ejercicio del ministerio sacerdotal y como medio de consagración a Dios con el corazón indiviso; tiene un valor de signo, de testimonio de un amor casi paradójico a causa del Reino de los Cielos. El celibato trasciende las vías comunes e implica un compromiso total de la persona. No puede observarse sino mediante la colaboración con la gracia de Dios. Más que como ley eclesiástica, el celibato debe considerarse como una “cualificación” a la que se le confiere el valor de un ofrecimiento público ante la Iglesia.


El celibato es, por consiguiente, un ofrecimiento, una oblación, un verdadero y propio sacrificio de carácter público, además de personal; no es una simple renuncia a un sacramento, el del Matrimonio, a causa del Reino de los Cielos. El aspirante debe entender esta forma de vida no como impuesta desde fuera, sino más bien como manifestación de su libre donación, aceptada y ratificada en nombre de la Iglesia por el obispo. -La Pastores dabo vobis, exhortación post-sinodal de Juan Pablo II, en el número 29, nos brinda un poco el marco de referencia de todo el curso, debe ser leído de la mano del n° 23 (que lo citaremos más adelante) que habla de la caridad pastoral, como principio unificador de la vida del presbítero: 29. Entre los consejos evangélicos —dice el Concilio—, «destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cf. Mt 19, 11; 1 Cor 7, 7), para que se consagren sólo a Dios con un corazón que en la virginidad y el celibato se mantiene más fácilmente indiviso (cf. 1 Cor7, 32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido tenida en la más alta estima por la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo». En la virginidad y el celibato la castidad mantiene su significado original, a saber, el de una sexualidad humana vivida como auténtica manifestación y precioso servicio al amor de comunión y de donación interpersonal. Este significado subsiste plenamente en la virginidad, que realiza, en la renuncia al matrimonio, el «significado esponsalicio» del cuerpo mediante una comunión y una donación personal a Jesucristo y a su Iglesia, que prefiguran y anticipan la comunión y la donación perfectas y definitivas del más allá: «En la virginidad el hombre está a la espera, incluso corporalmente, de las bodas escatológicas de Cristo con la Iglesia, dándose totalmente a la Iglesia con la esperanza de que Cristo se dé a ésta en la plena verdad de la vida eterna». A esta luz se pueden comprender y apreciar más fácilmente los motivos de la decisión multisecular que la Iglesia de Occidente tomó y sigue manteniendo —a pesar de todas las dificultades y objeciones surgidas a través de los siglos—, de conferir el orden presbiteral sólo a hombres que den pruebas de ser llamados por Dios al don de la castidad en el celibato absoluto y perpetuo. Los Padres sinodales han expresado con claridad y fuerza su pensamiento con una Proposición importante, que merece ser transcrita íntegra y literalmente: «Quedando en pie la disciplina de las Iglesias Orientales, el Sínodo, convencido de que la castidad perfecta en el celibato sacerdotal es un carisma, recuerda a los presbíteros que ella constituye un don inestimable de Dios a la Iglesia y representa un valor profético para el mundo actual. Este Sínodo afirma nuevamente y con fuerza cuanto la Iglesia Latina y algunos ritos orientales determinan, a saber, que el sacerdocio se confiera solamente a aquellos hombres que han recibido de Dios el don de la vocación a la castidad célibe (sin menoscabo de la tradición de algunas Iglesias orientales y de los casos particulares del clero casado proveniente de las conversiones al catolicismo, para los que se hace excepción en la encíclica de Pablo VI sobre el celibato sacerdotal, n. 42). El Sínodo no quiere dejar ninguna duda en la mente de nadie sobre la firme voluntad de la Iglesia de mantener la ley que exige el celibato libremente escogido y perpetuo para los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino. El Sínodo solicita que el celibato sea presentado y explicado en su plena riqueza bíblica, teológica y espiritual, como precioso don dado por Dios a su Iglesia y como signo del Reino que no es de este mundo, signo también del amor de Dios a este mundo, y del amor indiviso del sacerdote a Dios y al Pueblo de Dios, de modo que el celibato sea visto como enriquecimiento positivo del sacerdocio». Es particularmente importante que el sacerdote comprenda la motivación teológica de la ley eclesiástica sobre el celibato. En cuanto ley, ella expresa la voluntad de la Iglesia, antes aún que la voluntad que el sujeto manifiesta con su disponibilidad. Pero esta voluntad de la Iglesia encuentra su motivación última en la relación que el celibato tiene con la ordenación sagrada, que configura al sacerdote con Jesucristo, Cabeza y Esposo de la Iglesia. La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor. Para una adecuada vida espiritual del sacerdote es preciso que el celibato sea considerado y vivido no como un elemento aislado o puramente negativo, sino como un aspecto de una orientación positiva, específica y característica del sacerdote: él, dejando padre y madre, sigue a Jesús, buen Pastor, en una comunión apostólica, al servicio del Pueblo de Dios. Por tanto, el celibato ha de ser acogido con


libre y amorosa decisión, que debe ser continuamente renovada, como don inestimable de Dios, como «estímulo de la caridad pastoral», como participación singular en la paternidad de Dios y en la fecundidad de la Iglesia, como testimonio ante el mundo del Reino escatológico. Para vivir todas las exigencias morales, pastorales y espirituales del celibato sacerdotal es absolutamente necesaria la oración humilde y confiada, como nos recuerda el Concilio: «Cuanto más imposible se considera por no pocos hombres la perfecta continencia en el mundo de hoy, tanto más humilde y perseverantemente pedirán los presbíteros, a una con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca se niega a los que la piden, empleando, al mismo tiempo, todos los medios sobrenaturales y naturales, que están al alcance de todos». Será la oración, unida a los Sacramentos de la Iglesia y al esfuerzo ascético, los que infundan esperanza en las dificultades, perdón en las faltas, confianza y ánimo en el volver a comenzar. Terminología variada: -Continencia: subraya principalmente la abstinencia sexual que se da también en otras personas, en ocasiones sin sentido religioso. -Celibato: hace referencia a una condición social que, incluso, puede ser impuesta contra la propia voluntad (por un ejemplo un voluntariado, una misión de paz, etc.) o elegida por múltiples motivaciones. -Virginidad: tiene resonancias más femeninas y parece más vinculada con la integridad física (no haber tenido relaciones sexuales en toda la vida). -Castidad perfecta: deja la impresión de que la castidad sólo queda restringida al ámbito consagrado y no al matrimonial. Y en el caso de relacionarla con la matrimonial, sería una castidad imperfecta, ya que se usaría perfecta sólo para la consagración. Celibato y sacerdocio: -Continúa diciendo el documento El celibato sacerdotal de la Congregación para la educación católica: 10. Inserto en la vida sacerdotal, el celibato, sin ser necesario de manera absoluta ni para la existencia ni para el ejercicio del sacerdocio, sin embargo, le es tan conveniente que ilumina su naturaleza y favorece su acción. Realiza de una manera eminente las dimensiones de la consagración a Dios, de la configuración con Cristo y de la dedicación a la Iglesia, que son características propias del sacerdocio. El celibato expresa el ideal que el carácter sacerdotal tiende a promover. 11. El celibato tiende a iluminar y potenciar la caridad misma del sacerdote. -El celibato no está de por sí ligado de manera inseparable con la vocación al presbiterado, puesto que siempre hubo en la Iglesia hombres que consagraron su vida de continencia a Dios sin acceder al ministerio ordenado, como también hubo en los primeros tiempos del cristianismo presbíteros no célibes y todavía hoy hay en las Iglesias orientales unidas a Roma, sacerdotes casados. -Sin embargo, la Iglesia Latina ha descubierto poco a poco la conveniencia del celibato en el ministerio ordenado. Se puede hablar de una afinidad interna, una conexión íntima, una conveniencia privilegiada entre celibato y ministerio ordenado. Esta opción, madurada con tiempo, reflexión e iluminación del Espíritu Santo ha pretendido hacer del sacerdote un hombre más indisolublemente unido a Cristo y más exclusivamente entregado a su persona; un hombre más enteramente disponible para el apostolado y el servicio, un hombre que con toda su existencia fuese un testimonio, una orientación al Reino de Dios y un signo de las realidades escatológicas (esto lo veremos más adelante). -La vocación al sacerdocio es un don que Cristo, a través de la Iglesia, concede a algunos de sus miembros, destinados a desarrollar una tarea cualificada y específica en la comunidad eclesial. Y, por tanto, es la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, la que le corresponde el derecho de determinar las condiciones para quien acepte este don. Para el presbiterado, la Iglesia ha creído oportuno establecer, entre otras condiciones, la del celibato, porque ha percibido la existencia de implicaciones de conveniencia entre uno y otro en perfecta armonía con las exigencias más radicales del Evangelio. -Por eso, antes de acceder al sacerdocio, el candidato debe estar preparado para hacer una elección libre y responsable del don del celibato y a cultivarlo con una total disponibilidad a las mociones de la gracia divina. El candidato elige vivir el don del celibato, en orden al ejercicio del ministerio, con un corazón más entregado y libre para amar a Jesús y a su pueblo. -La ley eclesiástica del celibato se transforma en algo que libera el corazón para amar más, como ayuda y estímulo para los momentos de oscuridad y de cansancio. No se trata de abrazar el celibato como una


adhesión a una ley eclesiástica, sino como libre respuesta a un don de Dios. Nadie da la vida por una ley, ni está dispuesto a unas grandes renuncias por un voluntarismo ni por mantenerse fiel a una ley, fruto del propio perfeccionismo (que ciertamente esconde una gran dosis de soberbia). Lo que mantiene fiel a esta ley es, justamente, el enamoramiento apasionado de Cristo y su Reino, el único por quien vale la pena determinada renuncia. -La ley del celibato, no sólo “ata” o compromete al célibe para con Dios, sino que, ante todo, compromete a Dios a darnos siempre la gracia para serle fieles. A partir de ese momento, sabemos que la gracia siempre estará para mantenernos célibes, porque Dios no nos miente y es fiel a sus promesas. -Por eso, como veremos más adelante, el hombre que asume esta gracia y la hace carne en un compromiso para toda la vida, es un hombre maduro que decide libremente abrazar el celibato por el Reino de los cielos. Ante semejante decisión, nadie puede dar por nosotros nuestro sí, que es totalmente personal, libre, consciente y maduro. -La formación del Seminario nos va ayudando para ir creando hábitos, para ir entrando en el misterio de Dios, para ir madurando como personas, cristianos y célibes, para abrazar con toda la vida este compromiso. -Por eso, el celibato es todo lo contrario a un refugio para tímidos y resignados, dispuestos a encerrarse en sí mismos y reprimir su capacidad de donación. Menos aún es un desprecio de la sexualidad, o fruto de un temor a todo este mundo de la sexualidad. Como tampoco es una huida del mundo, o una insensibilidad frente al amor. Es todo lo contrario, es encauzar toda nuestra virilidad, pasión, entusiasmo, amor, sentimientos y sexualidad a favor de un Bien más alto que vale la pena, seguir y abrazar, con un corazón totalmente entero, indiviso, al servicio de Dios y de su pueblo. Para ello, el candidato debe conocer los valores que renuncia, apreciarlos para poder elegir voluntariamente este valor. Si el celibato, llegara a ser abrazado por otras motivaciones, que no sean las de Dios, como decíamos antes: miedo, desprecio a otro tipo de vida, perfeccionismo mundano, promoción social, sentimiento de superioridad respecto de los otros estados de vida, tarde o temprano caerá. -Vamos a leer algunos números del documento El celibato sacerdotal de la Congregación para la educación católica: n°12, 13 y 14: 12. Si conviene unir el celibato con el ministerio sacerdotal o permitir una limitada separación, no es una mera cuestión disciplinaria: es una decisión pastoral de gobierno eclesiástico, que no puede basarse exclusivamente ni en la sola luz de la fe, ni en la mera investigación sociológica, sino que debe surgir de la fusión armónica de los dos elementos. Son co-determinantes la profundización en los valores sacerdotales, comunicados por una fe viva, y la atenta reflexión sobre la experiencia sacerdotal. 13. Para la exigencia del celibato, la Iglesia tiene motivaciones profundas, que se fundan en la imitación de Cristo, en la función representativa de Cristo, Cabeza de la comunidad, y en la disponibilidad de servicio como medio indispensable para edificar continuamente la Iglesia. Esta exigencia no se basa en razones de una “pureza ritual” o en la idea de que solo por medio del celibato se puede llegar a la santidad. Entre las motivaciones históricamente aducidas para justificar el celibato sacerdotal, pueden encontrarse algunas que se consideran superadas con el paso del tiempo; pero esto no debe inducir a renegar de la unión del celibato y del sacerdocio, porque ésta es una experiencia viva de la Iglesia, vinculada no tanto con esta u otra motivación, sino más bien con la realidad fundamental del cristianismo, que es la persona de Cristo, quien fue, al mismo tiempo, virgen y sacerdote. En el sentido propuesto por la Iglesia, el celibato no es un elemento exterior, impersonal, sino parte integrante de la vida y del ministerio sacerdotal. Originariamente el celibato es un don conferido por Dios; pero es un don que debe empapar la vocación sacerdotal y llegar a ser su componente más importante y cualificado. 14. La conveniencia de unir el celibato y el sacerdocio aparece cada vez mayor a medida que se iluminan los aspectos cristológico, eclesiológico y escatológico del celibato. Por esto el Concilio Vaticano II habla de una conveniencia múltiple, refiriéndose a la consagración y a la misión del sacerdote en el ámbito del misterio de Cristo y de la Iglesia. El Sínodo de los Obispos de 1971, sobre el sacerdocio ministerial, reafirma la ley vigente del celibato “por razón de la íntima y múltiple conjunción entre el ministerio pastoral y la vida célibe”. El sacerdote es representante de la persona de Cristo, delegado por su ordenación no solo para la misión de edificar el Pueblo de Dios, por el ministerio de la Palabra y de la Eucaristía, sino también


para manifestar, de una manera única y sacramental, el amor fraterno, sirviendo así igualmente a la causa de la edificación del Reino. La invitación de Jesús a los Apóstoles de dejarlo todo, además de contemplar una mayor disponibilidad para la llegada del Reino, comprendía también la perspectiva de entrar en la comunión apostólica, donde se pueden realizar profundas y benéficas relaciones interpersonales. El celibato sacerdotal es una comunión con el celibato de Cristo. La novedad del sacerdocio cristiano participa íntimamente de la novedad de Cristo, ya que una visión de fe preside todo el desarrollo de las razones que militan a favor del celibato sagrado en su significación cristológica, eclesiológica y escatológica. El sacerdote, participando realmente del único sacerdocio del redentor, tiene también en él, el modelo directo y el supremo ideal que, por ser supremo, está lógicamente abierto a todos los heroísmos y a las más arduas conquistas. De aquí el ansia de querer reproducir, en el ejercicio del sacerdocio, el mismo estado y la misma suerte del Señor para una configuración con él lo más perfecta posible. Motivaciones para el celibato: -Con lo anterior, entonces, hemos entrado de lleno en lo que serán las verdaderas motivaciones objetivas para elegir el celibato. Después tendremos que ir viendo, desde nuestra vida, cuáles son nuestras propias motivaciones y cómo podemos ir haciendo carne estas motivaciones más puras y reales, para que sea un celibato feliz y que sea para los demás un signo claro y no algo opaco, que confunda, o incluso que no haga creíble lo que nosotros queremos testimoniar. 1) Motivaciones humanas: generalmente, se invocan motivaciones más bien de tipo humano, pero que en verdad, si nos quedamos en ellas, no alcanzan para sostener una vida célibe. Se trata de todas aquellas que hablan de una mayor disponibilidad de tiempo para dedicarnos a las cosas de Dios. Así como un hijo queda soltero porque quedó viviendo con sus padres ancianos y esta situación de soltería lo ayudó para poder dedicarse más a ellos. O tal vez cuántos voluntarios que se dedican a tareas humanitarias, deciden no casarse para tener más disponibilidad de tiempo, más dedicación, más libertad. Lo que los mantiene en ese estado de soltería es un valor apreciable, que vale la pena la renuncia y que sostiene la soledad, porque está motivado por el cariño a la gente, o por la fuerza de la idea por la cual se juega y apuesta toda su vida. Sin embargo, creemos que una motivación de este tipo, para el sacerdote célibe, que no vaya acompañada de las siguientes motivaciones que enumeraremos a continuación, es probable que, tarde o temprano, no llegue a sustentar y a sostener una vida célibe, para toda la vida. Basta pensar solamente en la vejez del sacerdote, donde tal vez no pueda hacer mucho, donde su consagración sigue teniendo el mismo sentido. O sacerdotes que estudian o se dedican a la oración, o sacerdotes enfermos… Por eso, tendremos que buscar motivaciones más profundas para poder abrazar con más firmeza el carisma del celibato. 2) Motivación cristológica: -Cristo es la suprema y definitiva razón del celibato sacerdotal, es la motivación primera, última y sobrenatural de la cual derivan todas las demás y a la cual tienden todas las demás. Cristo es la expresión de su posibilidad, el motivo fundamental que demuestra que hoy es posible vivirlo en la Iglesia y en el mundo. -Se trata entonces de vivir como Él, en la imitación y en la fidelidad a su palabra. Vivir con Él, en comunión de gracia y de vida con su persona. Vivir para Él, en la vital motivación del actuar y en la fidelidad a un compromiso de alianza con su persona y su Evangelio. Sin intimidad y amistad con Jesús, continua, profunda y cotidiana, es celibato se vuelve una ley que sofoca, no que libera, en una imposición y no una aceptación, en un sinsentido y no en un estímulo para amar más y mejor. a) Jesús como célibe, la novedad de su propuesta: El celibato resultaba algo inconcebible en la cultura hebrea del Antiguo Testamento, ni siquiera había un término para expresarlo, tan extraña le era la idea. En este sentido, los hebreos se apartan netamente de las otras religiones del mundo antiguo, en las cuales se practicaba legalmente la castración sexual, donde el hombre castrado era mirado como persona sagrada, honrado como la virgen. En cambio, en Israel, el castrado se encontraba en una situación inversa, opuesta a lo sagrado. El matrimonio era obligación moral y el celibato se consideraba una transgresión de la ley de Dios proclamada en el crezcan


y multiplíquense de Gn 1,28. La doctrina rabínica es fiel al mensaje del AT: el célibe reduce la imagen de Dios. El que no piensa procrear es como quien derrama sangre, el que no tiene mujer no es verdadero hombre. Sin embargo, se acepta en Israel algunos períodos de continencia transitoria o permanente. Se exige períodos de continencia para entrar en contacto con Dios: Ex 19,15; 1Sam 21,5. Esto se debía un poco a lo que charlábamos en el encuentro anterior, como símbolo de la “pureza ritual” para entrar en contacto con Dios. Sin embargo, se trata siempre de un período transitorio y no de algo perpetuo. -Podemos ver un texto muy significativo al respecto en Jueces 11,29-40: la hija de Jefté necesita ir a llorar al campo su estado virginal y de morir sin relaciones con ningún hombre y sin descendencia. Este texto también nos ayudará a descubrir que, antes de abrazar el celibato, uno debe conocer y ser consciente lo que está dejando. Podríamos decir que si no nos duele el celibato, en nuestra propia carne, no lo estaríamos asumiendo bien. El celibato, como veremos, implica una cierta muerte, ante la cual debemos realizar nuestro duelo, para abrazarlo con más realismo. El caso de Jeremías es muy significativo en este sentido; él es célibe y permanece célibe porque Dios le ha convertido en terror para quienes le rodean (Jr 20,10.14-18). El único valor de la vida de Jeremías consiste en recordar, con su celibato solitario la inminencia del Día del Señor, y en mostrar que es un hombre seducido por Él. Jeremías no se casa porque su carisma personal era precisamente revelar lo más propio del profeta: la desinstalación total, como un signo de penitencia. Con el escándalo de su celibato hacía patente los escándalos de su pueblo contra la Alianza. Jr 16,1: No tomes para ti una mujer, ni tengas hijos e hijas en este lugar. ¿Por qué? Porque morirán, porque serán arrasados y exterminados. Por tanto, su celibato, era un signo de este estado pasajero en que se hallaba el pueblo que sería deportado a Babilonia. Ya más cerca al tiempo de Jesús, se registra la presencia de célibes en el grupo de los esenios, un grupo de religiosos que aguardaban la llegada del Mesías, retirados en cuevas en el desierto, formando comunidades. Los textos del Qumrám no nos aportan mucho acerca de su visión espiritual del celibato, pero podemos deducir que lo practicaban por su condición sacerdotal en situación de servicio continuo y por su disponibilidad constante a la guerra santa, aunque también por su ideal de vida de comunidad vigilante en espera del Mesías. El mismo Juan Bautista da la impresión de tener una cierta afinidad con este grupo religioso, y de ser un hombre célibe y solitario. De todo esto, podemos concluir lo absurdo que habrá sido para el tiempo de Jesús su opción por el celibato. Vamos a algunos textos bíblicos que nos muestran su estilo de vida célibe, los principales, y poder bucear un poco lo que sostenía esta opción celibataria de Jesús. -Lc 9,57: el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. -Lc 10,21-22: Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. -Jn 4,34: Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. -Jn 5,19-20: Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. -Jn 8,29: No hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada. -Jn 10,38: El Padre está en mí y yo en el Padre. -Jn 14,1-11: Jesús presenta y conduce a la Casa de su Padre, quien lo ve a Él, lo ve al Padre: el Padre habita en mí… yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. -Jn 14,23: iremos a él y habitaremos en él: Jesús en comunión con el Padre, se mueve junto con Él. -Jn 14,31: es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como Él me ha ordenado. -Jn 16,32: Y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. -Jn 17,10: Padre, todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. -Jn 17,21: Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros. -Que todos estos textos sean materia de oración, para ir dándole a nuestra opción celibataria un sentido más profundo, de intimidad, de comunión con Jesús y con el Padre, en el Espíritu Santo. Este nosotros que Jesús vivía y por momento lo explicitaba en sus palabras (como vimos en Jn 14,31), es el que


sostendrá nuestra misión, viviéndola en un nosotros continuo, sintiéndonos inmersos en la Trinidad, que obra y obrará en nosotros, con nosotros y a través nuestro (y, muchas veces, a pesar nuestro). -Por tanto, podemos concluir que la opción que realiza Jesús para sí mismo y para la vida de sus apóstoles, introduce una novedad radical en la cultura de su tiempo. Una novedad que resulta escandalosa para su tiempo e incomprensible. Novedad que sigue siendo aún, luego de tantos siglos, un escándalo y locura para la mayoría. Es entonces, esta novedad de Jesús, la que impulsa a la Iglesia a tomar esta opción por el celibato para los ministros consagrados de rito latino, cuyo sentido más profundo es el de seguir a Jesús como célibe, imitando su vida célibe y seguir la invitación de Jesús a sus Apóstoles de dejarlo todo por Él y su Reino. b) La invitación radical de Jesús de ser nuestro único amor, nuestro único peso: -San Agustín decía algo muy lindo: Amor meus, pondus meus: mi amor es mi peso, es decir, mi fuerza de gravedad, mi punto de apoyo. Si amo el dinero, haré todo arrastrado por el dinero, si amo mi propia imagen, haré que todo gire en torno a este centro: quedar bien, ser bien visto, etc. Si amo a Jesús, Él será el peso de mi vida, mi punto de arrastre, mi centro de gravedad, desde lo más pequeño hasta lo más grande. -Y Jesús decía: Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón (Lc 12,34). Por tanto, vamos a ver ahora algunos textos de vocación y las exigencias de Jesús para sus discípulos. Ya el AT nos presentaba a Dios como un Dios celoso, que no se contenta con migajas, sino que quiere todo el corazón, nuestro amor no es para compartirlo con otros dioses, no es para ser desparramado en muchos amores, sino para ser concentrado detrás de este único amor. La Alianza con el Pueblo de Israel consistía en: tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios. Alianza tantas veces rota y tantas veces restaurada por el mismo Dios, que sigue siendo fiel a sus promesas. -Como veremos más adelante, si nuestro amor se dispersa en muchos amores, va perdiendo fuerza y energía, nos queda un resto nomás para entregar. Y andamos entonces perdidos, dispersos, inquietos y ansiosos. En cambio, cuando hemos encontrado un amor, capaz de concentrar toda nuestra vida, todas las fuerzas están unificadas detrás de este centro de amor que nos atrae y concentra nuestras fuerzas. La caridad pastoral es justamente esta virtud que unifica las mil actividades del sacerdote, detrás de un único amor. Es como que nuestro amor es un caudal de fuerza, como un río. Si hay grietas, canales, desvíos, el cauce pierde su fuerza y llega un hilito nomás de agua. En cambio, cuando todo está dirigido a un solo centro, nuestra vida brilla con entusiasmo, creatividad, fuerza y energía. -Dice la Pastores dabo vobis al respecto en el n° 23: El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen. «La caridad pastoral es aquella virtud con la que nosotros imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio. No es sólo aquello que hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey. La caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con la gente. Y resulta particularmente exigente para nosotros...». El don de nosotros mismos, raíz y síntesis de la caridad pastoral, tiene como destinataria la Iglesia. Así lo ha hecho Cristo «que amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 25); así debe hacerlo el sacerdote. Con la caridad pastoral, que caracteriza el ejercicio del ministerio sacerdotal como «amoris officium» (oficio de amor), «el sacerdote, que recibe la vocación al ministerio, es capaz de hacer de éste una elección de amor, para el cual la Iglesia y las almas constituyen su principal interés y, con esta espiritualidad concreta, se hace capaz de amar a la Iglesia universal y a aquella porción de Iglesia que le ha sido confiada, con toda la entrega de un esposo hacia su esposa». El don de sí no tiene límites, ya que está marcado por la misma fuerza apostólica y misionera de Cristo, el buen Pastor, que ha dicho: «también tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10, 16). Dentro de la comunidad eclesial, la caridad pastoral del sacerdote le pide y exige de manera particular y específica una relación personal con el presbiterio, unido en y con el Obispo, come dice


expresamente el Concilio: «La caridad pastoral pide que, para no correr en vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculo de comunión con los Obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio». El don de sí mismo a la Iglesia se refiere a ella como cuerpo y esposa de Jesucristo. Por esto la caridad del sacerdote se refiere primariamente a Jesucristo: solamente si ama y sirve a Cristo, Cabeza y Esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, impulso del amor y del servicio del sacerdote a la Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo. Ésta ha sido la conciencia clara y profunda del apóstol Pablo, que escribe a los cristianos de la Iglesia de Corinto: somos «siervos de ustedes por Jesús» (2 Cor 4, 5). Ésta es, sobre todo, la enseñanza explícita y programática de Jesús, cuando confía a Pedro el ministerio de apacentar la grey sólo después de su triple confesión de amor e incluso de un amor de predilección: «Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me quieres?"... Pedro... le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero". Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas"» (Jn 21, 17). La caridad pastoral, que tiene su fuente específica en el sacramento del Orden, encuentra su expresión plena y su alimento supremo en la Eucaristía: «Esta caridad pastoral —dice el Concilio— fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en sí misma lo que se hace en el altar sacrificial». En efecto, en la Eucaristía es donde se representa, es decir, se hace de nuevo presente el sacrificio de la cruz, el don total de Cristo a su Iglesia, el don de su cuerpo entregado y de su sangre derramada, como testimonio supremo de su ser Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. Precisamente por esto la caridad pastoral del sacerdote no sólo fluye de la Eucaristía, sino que encuentra su más alta realización en su celebración, así como también recibe de ella la gracia y la responsabilidad de impregnar de manera «sacrificial» toda su existencia. Esta misma caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote. Gracias a la misma puede encontrar respuesta la exigencia esencial y permanente de unidad entre la vida interior y tantas tareas y responsabilidades del ministerio, exigencia tanto más urgente en un contexto sociocultural y eclesial fuertemente marcado por la complejidad, la fragmentación y la dispersión. Solamente la concentración de cada instante y de cada gesto en torno a la opción fundamental y determinante de «dar la vida por la grey» puede garantizar esta unidad vital, indispensable para la armonía y el equilibrio espiritual del sacerdote: «La unidad de vida —nos recuerda el Concilio— pueden construirla los presbíteros si en el cumplimiento de su ministerio siguieren el ejemplo de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad de Aquel que lo envió para que llevara a cabo su obra ... Así, desempeñando el oficio de buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción». -Vamos entonces a ir a algunos textos, para ir descubriendo la fuerza de atracción que tiene Jesús como persona. En verdad, estamos en el corazón del celibato, su núcleo fundamental, que consiste en una atracción, seducción tal que Jesús provoca en nosotros que podríamos decir, no nos queda otra que rendirnos a sus pies y ponernos a seguirlo. Tal fuerza de atracción provocó en los discípulos la convicción de que la renuncia que ellos hicieron realmente valió la pena. Es como cuando nos enamoramos, todo gira en torno a esa persona que posee tal fuerza de atracción, que todo lo demás pasa a un segundo plano y no existe nada más en nuestro horizonte. Por eso, cuántas veces se dice que tal persona anda enamorada, ya que se olvida de las cosas, anda como “tonta”. Bueno, creo que el desafío, justamente, es vivir el celibato como enamorados por Jesús, seducidos por Él. -Es lo que le pasó a Jeremías con Dios. Nadie mejor que Jeremías experimentó en carne propia el rechazo, el ser signo de contradicción para su pueblo, en ser profeta de calamidades. El pueblo andaba lo más bien, metido en su mundo, y de repente aparece este bicho raro que habla de destrucción, deportación, etc. ¿Qué le pasó a éste, es un loco y desquiciado? Y sufre la soledad, el desprecio, la burla. Tal es así, que un día, decide dejar todo, pasar a ser un hombre más de su pueblo, no se aguanta tanto dolor y desprecio. Y exclama, entonces, esta hermosa oración a Dios: ¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Cada vez que hablo, es para gritar, para clamar: “¡Violencia, devastación!” Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Entonces dije: “No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre” Pero había en mi corazón como un fuego abrazador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía. (Jr 20,7-9).


-Cuántas veces podemos sufrir y sufriremos esta incomprensión y burla, sin embargo, también sentimos este fuego abrazador encerrado en nuestros huesos, que no se puede contener. Ésta es la única manera de vivir el celibato, como desquiciados, seducidos, enamorados. Porque cuando todo anda bien, es fácil tal vez mantener la opción. Pero cuando sobrevienen las dificultades del ser pastor, la soledad, la incomprensión, el sentirnos bichos raros, ahí vienen las ganas de dejar, y es ahí cuando nos sostiene esta seducción de Jesús. Por eso, el mejor curso para el celibato es dejarnos ir enamorando por Él, cautivando, robando el corazón por Él. -Es lo que veremos más adelante, el celibato como signo: si lo vivimos bien, despierta muchos interrogantes en la gente y mueve muchos pisos: ¿qué tendrá este Jesús, que hace que un hombre, con toda su juventud, con los mejores años de su vida, tome semejante decisión de renunciar a cosas tan bellas y buenas para seguirlo a Él?Es lo único y principal, capaz de movernos interiormente para renunciar a cosas tan buenas y bellas, porque su amor brilla más. -Dice Aparecida, citando al Benedicto XVI en su homilía de inauguración de la Conferencia: no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. (n° 12). Podríamos parafrasearlo diciendo que nadie abraza el celibato por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, una Persona, Jesucristo, que le da una orientación decisiva a nuestra vida. -Citando otros números de Aparecida: Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo. Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones. (n° 14). También lo podemos aplicar a nuestra opción celibataria: lo que nos define en el celibato no es una tarea a emprender y por eso optamos por vivir célibes, sino una respuesta a todo el amor recibido, que, en el Seminario y a lo largo de toda nuestra vida, debemos ir reconociendo, y responder a este amor por desborde de gratitud y alegría, no por un imperativo o un voluntarismo, o un deber, o un cumplimiento de una ley. -En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo. (n° 28). También podemos decir que ser célibe no es una carga, sino un don, ya que hemos apreciado el gran tesoro que es Jesucristo para nuestras vidas, y por eso queremos consagrar toda nuestra vida, detrás de este tesoro. -Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. (n° 29). Como veremos más adelante (celibato como signo), nuestra vida debe ser testimonio de que lo mejor que nos pasó en la vida fue habernos encontrado con Jesús. Tarea para el mes Fecha de entrega: 1° de junio 1) Leer las siguientes citas bíblicas, y hacer un breve comentario de cada una, en lo que se refiere al celibato como opción radical en el seguimiento a Jesús y donación total a Él: Mc 1,16-20; Mc 3,13-14; Mt 19,27-30 (y sus textos paralelos de Mc 10,28-31 y Lc 18,28-30, marcando el matiz que le da cada uno y las diferencias entre los textos); Mt 13,44-45; Mt 10,37-39; Lc 5,27-32; Lc 14,25-33; Jn 15,15-16; Lc 9,57-62; Lc 10,38-42; Jn 15,4-6; Jn 21,15-17; Lc 22,30; Flp 3,7-14; 1Tm 1,12-17. -Releyendo este apunte, contestar brevemente con tus palabras estas preguntas: 2) ¿Cuál es la relación entre el sacerdocio y el celibato? ¿Por qué la Iglesia lo elige para el presbítero? 3) ¿Qué es la caridad pastoral? 4) ¿Qué tiene que ver el celibato con la caridad pastoral? 5) Por último, ¿por qué hablamos del valor positivo del celibato?


Tercer encuentro: Motivaciones para el celibato (parte 2) El que no tiene mujer se preocupa de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor. (1Cor 7,32) Todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, en cambio, ello, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir. (Lc 21,4) Ya viene el esposo, salgan a su encuentro. (Mt 25,6) A) La continencia voluntaria por el Reino de los cielos: Mt 19,10-12 -No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido: ante todo, se trata de un don de lo alto. No se puede abrazar el celibato por puro voluntarismo o fuerza de puños, sino que hay que recibir el don de lo alto, para comprender la belleza de esta opción y hacerla propia. -Están los impotentes, los castrados por los hombres (para alguna misión específica, por ejemplo, formar parte de la corte de un rey o cuidar su harén) y hay otros que decidieron no casarse…: es decir, aparece como una opción del hombre, fruto de su decisión. Decisión tomada una vez que recibieron el don, que se les ha concedido el comprender este tipo de vida. -A causa del Reino de los Cielos: esta es la motivación principal para esta opción de vida. No es la impotencia, o la falta de gusto por las mujeres, ni el haber sido “castrados” por otros, es decir, que otros hayan decidido por uno, sino una opción libre por el Reino. -El que pueda entender que entienda: es decir, es un camino de fe. Podríamos pasarnos horas justificando el celibato en un debate público en la televisión o donde sea, pero la raíz última de esto, se trata en una decisión de fe: un don recibido de lo alto, aceptado y apropiado con nuestra libre respuesta a causa del Reino de los Cielos. -No es casual que estas palabras de Jesús aparezcan unida a la indisolubilidad del matrimonio, en los versículos anteriores. Es decir, tanto el matrimonio como la virginidad, son dos caminos de entrega de sí mismo, igualmente válidos y complementarios, en los carismas que Dios va distribuyendo para el servicio de su Cuerpo que es la Iglesia. -El celibato de Jesús no fue una opción ascética, como la que existió en algunos ambientes paganos y religiosos de aquellos tiempos. Como vimos en el encuentro anterior, Cristo fue el hombre consagrado por el Padre para estar orientado por completo hacia Él y dedicarse incondicionalmente a las tareas del Reino. Desde entonces, otras muchas personas quisieron seguir sus huellas, haciendo de sus vidas una ofrenda a esta misma causa. El valor del celibato no lo constituye la negativa de contraer matrimonio, sino la orientación definida hacia la persona de Cristo y su obra, que imposibilita, de manera concreta y existencial, la preocupación por otras tareas diferentes. B) El corazón indiviso en el seguimiento al Señor: 1 Cor 7,32-40 -Celibato: preocuparse de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor. Matrimonio: preocuparse por el bien del cónyuge, y así su corazón está dividido. Igualmente hay que hacer lo que se crea más conveniente y entregarse totalmente al Señor. El celibato, entonces, recibido como un don de Dios, como un carisma, busca entregarse totalmente al Señor con un corazón indiviso. -Tener, por tanto, el corazón indiviso parece lo más propio del celibato. No porque el amar al otro cónyuge, el corazón se divida y limite la capacidad de querer a Dios con toda plenitud, sino porque ese hecho del amor matrimonial supone una serie de obligaciones y exigencias que dificultan una dedicación sin límites ni condiciones. El problema no es simplemente de sentimientos, como si Cristo y el cónyuge se disputaran el corazón de una persona, sino de realidades más profundas: estar disponibles con facilidad para cualquier tarea, sin tener que contar con el peso gozoso de una familia. Anclarse en Dios, sin una mediación conyugal, sino directamente a través del celibato, no significa amarlo más o mejor que el casado, sino hacerlo por otro camino en el que uno se siente satisfecho y le consagra todo el tiempo y el corazón, sin la mediación conyugal, sino a través de otras mediaciones (la comunidad a pastorear, el hermano, el presbiterio) y directamente en la configuración con Cristo Sacerdote. 3) Motivación eclesiológica: -El celibato es abrazado para consagrar el corazón por entero al Señor y a la Iglesia. Se trata de la identificación con Cristo Esposo que se entrega totalmente a la Iglesia.


-Por un lado, el sacerdote es parte integrante del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, a quien Cristo se entrega con su amor. Y, en cuanto configurado con Cristo Cabeza, se identifica con el Esposo que entrega su vida por su comunidad. El amor del sacerdote a la Iglesia, toma por el celibato un rasgo particular de entrega, sacrificio, amor desinteresado, celo, ternura, dedicación. Su amor se expande a toda la Iglesia Universal, pero se hace concreto en el amor fiel a su comunidad particular a la que Dios lo ha destinado. Si su corazón empieza a dividirse por otros amores, empieza a ser infiel a su Esposa que es la comunidad local. -El celibato logra en el sacerdote una completa disponibilidad para su pueblo, para su comunidad, para poder dedicarse a ella con un corazón indiviso. -Podríamos decir que esta motivación eclesiológica es la más fuerte en el sentido de que se concretiza con claridad este amor y dedicación del sacerdote. Su amor por Cristo se hace patente en el amor a su comunidad. Por tanto, esta motivación está íntimamente unida a la cristológica porque el amor del célibe por Cristo, se hace concreto en el amor fiel a su comunidad y a su gente. -Y este amor se va diversificando de muchas maneras: desde la celebración de los sacramentos, la predicación de la Palabra, el pastoreo de la comunidad, la atención a cada persona, a las familias, a los más pobres. Es un amor que se hace total y exclusivo y que, justamente, va haciendo feliz al sacerdote, al darse continuamente a su pueblo, en lo que hace cotidianamente: desde su oración de intercesión por su comunidad, pasando por actividades más visibles y tantas otras que quedan ocultas a muchos ojos. En esto se va haciendo real, posible y significativo el celibato sacerdotal. Podríamos decir que es el termómetro para medir la fidelidad del sacerdote al don del celibato, en su entrega cotidiana a su pueblo, donde se puede palpar su compromiso con Jesús. -Recorramos algunas frases de la primera Carta de San Juan que nos dejan bien en claro lo que acabamos de decir: Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida… En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos… Hijitos míos, no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad... El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor… El que dice:”amo a Dios” y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano a quien ve? -El celibato, por esta motivación, hace despertar en nosotros los mejores sentimientos para con nuestro pueblo, en la entrega total, desplegando nuestra virilidad, entusiasmo, creatividad, afectividad, puesta totalmente al servicio de la comunidad confiada. Si el celibato, como veremos después, nos va volviendo lejanos de la gente, antipáticos, distantes, malhumorados, soberbios, moralistas y autoritarios, esto indicaría que no estamos viviendo fielmente el don del celibato. Es muy distinto ser célibe, que ser solterón. El celibato nos capacita para amar más, no para no amar o cerrarnos al amor o al compromiso. Si no se vive bien este aspecto central del sacerdocio, seguramente correremos el riesgo de secar nuestro corazón y tarde o temprano, buscaremos otra salida, ya que fuimos hechos para amar. -El modelo de este amor esponsal, lo encontramos sin duda en Cristo, en su amor total por la Iglesia, modelo del amor del pastor a su pueblo: Ef 5,25-32. -Si hablamos de esponsalidad, necesariamente tenemos que hablar de paternidad y fecundidad. El amor total del sacerdote por su comunidad, genera un vínculo de paternidad, donde se engendra la vida nueva de Dios en sus fieles, no sólo a través de los sacramentos, sino a través de sus palabras, consejos, su disponibilidad para escuchar, su pastoreo en proyectos que dan vida en su comunidad y los ayuda a vivir mejor a su gente. Esta paternidad y fecundidad van haciendo llenar de sentido la vida del sacerdote, liberándolo de toda mala soledad y aislamiento, y lo van haciendo sentirse a gusto con su opción y recogiendo los frutos de su entrega generosa y desinteresada. -Esta paternidad, que toma por momentos rasgos de maternidad, la podemos ver claramente en Pablo, a lo largo de sus cartas, donde expresa sus sentimientos de padre, para con sus comunidades. Lo dejamos para leerlas y trabajar sobre ellas en la tarea para el mes. -Por tanto, el celibato vivido fielmente en el amor esponsal a la Iglesia, se torna fecundo, y satisface por demás ese deseo de trascendencia que habita nuestro ser más profundo, el de trascendernos a nosotros mismos en el otro, en el dejar una huella en la historia y en las personas. -En cuanto a este sentido esponsal del celibato hay una reflexión bastante aguda de un autor de espiritualidad que queremos citar: “El propósito final de nuestra vida es renunciar a ella, como lo definen los evangelios. Pero, ¿a qué tenemos que renunciar exactamente? Los evangelios nos piden que


renunciemos a nuestro individualismo, a nuestros miedos, nuestra seguridad y nuestra necesidad de destacarnos y ser especiales. Nos piden que renunciemos a nuestros planes, ambiciones, iras y todas aquellas cosas que nos mantienen solos y apartados. Lamentablemente, esta renuncia no se produce en muchas vidas, incluida la vida religiosa; especialmente a medida que envejecemos comenzamos a reclamar más espacio privado. Debemos preguntarnos: ¿acaso nos estamos volviendo demasiado cómodos al estar solos? ¿Es saludable querer nuestra propia cama para nosotros solos a la noche, un espacio para nosotros solos durante el día y la realización personal en nuestros proyectos y planes? ¿Es saludable querer una vida que no se comparte? Resulta una auténtica tragedia bíblica que personas de mediana edad y aún mayores vivamos tan cómodamente solos, que el compartir nuestras vidas con otros se convierte en el mero apéndice de un mundo privado celosamente guardado.” (Ron Rolheiser, Adorar con la vida, meditaciones para Adviento y Navidad, p.16). 4) Motivación pneumatológica: -El celibato, por tanto, no es el resultado de una imposición externa, ni un logro adquirido a fuerza de voluntad, sino un don del Espíritu, el cual va llenando al sujeto que lo recibe, hasta la maduración de un amor preferencial y exclusivo a Cristo y a su Reino. -Es un don, un carisma dado por el Espíritu, a fin de edificar el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Por eso, es una consagración pública, porque se busca, más que el bien o la perfección individual, por sobre todas las cosas, el bien de la Iglesia. -Podemos ver el texto de 1 Cor 12,4-11: es el Espíritu el que distribuye los dones para edificar el cuerpo de Cristo. Rm 8,4-8: podríamos agregar también el don o carisma del celibato, de ejercerlo con humildad y profunda entrega. -Por tanto, el celibato es un carisma en la Iglesia. ¿En qué contribuye a la edificación de la Iglesia el carisma del celibato? Nos recuerda ese espacio sagrado del corazón del hombre, que sólo puede ser habitado por Dios. Incluso en el matrimonio, ese espacio está reservado a Dios, es la “preservación” de ese espacio que sólo Dios habita. El célibe, recuerda a los matrimonios que el cónyuge no es Dios, ni puede cubrir la sed de Dios que anida en el corazón del hombre. Razón por la que muchos matrimonios fracasan: creer que el otro puede llenar todos los aspectos de mi vida, cuando en realidad no es así. El otro me ayuda a descubrir ese espacio, para que sólo Dios lo habite. Por eso, no hay que idealizar el matrimonio como si fuera el espacio donde encontrar plena seguridad, estabilidad, descanso afectivo. No, también en el matrimonio ha de quedar siempre abierta la puerta de ese lugar que sólo ocupa Dios. ¿Qué nos recuerda y dice a los célibes el carisma del matrimonio? ¿A qué nos invita? A que nuestro amor se haga concreto en obras de entrega, cariño, ternura, donación. A que el amor no puede quedar en palabras, sino en hechos concretos. A descubrir que la convivencia va sanando nuestro egocentrismo, haciendo que el otro sea el centro de mi vida, por quien hago cada actividad. A que nuestra vida sólo tiene sentido cuando amamos a los demás. A lo que decía Francisco en EG n° 10 citando a Aparecida: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás». Por tanto, en la diversidad de dones que el Espíritu reparte en la Iglesia, tanto la virginidad como el matrimonio son dos vocaciones complementarias y no competitivas. Ya no se pregunta cuál es la más perfecta, sino que ambas ayudan, en su propio camino, a la riqueza de carismas que embellecen a la Iglesia. -Justamente, el matrimonio nos previene a los consagrados de este peligro: ¿acaso nos estamos volviendo demasiado cómodos al estar solos? ¿Es saludable querer nuestra propia cama para nosotros solos a la noche, un espacio para nosotros solos durante el día y la realización personal en nuestros proyectos y planes? ¿Es saludable querer una vida que no se comparte? -A su vez, los célibes le recuerdan a los matrimonios que hay un espacio de soledad que no puede ser llenado ni por el otro cónyuge, ni por los hijos, ni por el trabajo, sino sólo reservado para Dios, el único dueño de nuestro corazón. 5) Motivación escatológica: -Mt 22,29-30: en el cielo, nuestro amor no podrá quedar encerrado en una relación personal y exclusiva con una sola persona, sino que se abrirá para amar a todos en Dios. La transformación que supone el mundo venidero, resultará siempre enigmática, pues nuestra imaginación no puede sospechar lo que ella


es y cómo se realiza. Jesús no dio muchos detalles del más allá, simplemente vino a descubrir la dimensión escatológica y definitiva de la vida actual. El amor humano y matrimonial serán transformados, por eso la inmediatez de los valores presentes no nos deben hacer olvidar la realidad del más allá. El célibe se convierte, por ello, en una llamada constante hacia la eternidad, en un signo de lo eterno. -Que dos personas se quieran mucho y contraigan matrimonio es algo natural, que no plantea muchos interrogantes. Pero el que renuncia a este amor humano, por motivos religiosos, presenta un enigma. La única respuesta válida tiene un origen sobrenatural y eterno. La fe en el que ha de venir, en lo que todavía no está al alcance de su mano, le hace vivir ya desde ahora, de una forma anticipada, lo que viviremos en el cielo. La misma vida del célibe hace ya presente en este mundo, de alguna manera, la promesa definitiva de Dios, advierte y recuerda que el sentimiento más profundo de la vida no se agota aquí abajo, dentro de nuestras coordenadas temporales, sino allí donde el tiempo deja paso a la eternidad. -Dice la PDV n° 29: La comunión y donación personal a Jesucristo y a su Iglesia prefiguran y anticipan la comunión y la donación perfectas y definitivas del más allá: «En la virginidad el hombre está a la espera, incluso corporalmente, de las bodas escatológicas de Cristo con la Iglesia, dándose totalmente a la Iglesia con la esperanza de que Cristo se dé a ésta en la plena verdad de la vida eterna». -Por tanto, sólo en Dios tendrá pleno cumplimiento el sentido profundo de la vida humana, en continua tensión hacia el futuro. -Mt 25,1-13: El celibato nos recuerda que el Esposo está por venir, y por eso se lo espera en una actitud vigilante, anhelante, con el aceite del amor reservado y no gastado en otros amores. Es lo que nos recuerda anualmente el tiempo del Adviento: el Señor está viniendo, por eso lo aguardamos con un corazón vigilante. Esta insatisfacción que encuentra el célibe, dada sus renuncias, lo hace anhelar con más pasión la llegada del Señor. Es el sentido también del ayuno, nos privamos de ciertos gustos, para anhelar con más fuerza la llegada del Señor. Dejar el alma siempre con cierta insatisfacción, es sano, porque nos recuerda que el único que satisface el corazón es Dios. Que los amores de este mundo sean fugaces e imperfectos, nos hace buscar y no descansar el corazón para ir siempre detrás del Señor. Por eso, ante este cierto vacío existencial que tenemos, corremos el riesgo de tapar esta herida con otros amores fantasiosos: el trabajo, una amistad, el dinero, la ambición, como para cerrar esta herida. Pero, la propuesta del Señor, es mantenerla siempre abierta, para que sólo sea sanada por Él. -Dice H.Nouwen: Nuestra vida es un tiempo breve de espera, un tiempo en el cual la tristeza y el gozo se besan en todo momento. Hay una cierta calidad de tristeza que empapa todos los momentos de nuestra vida. Parece que no hubiera un gozo limpio y puro, sino que aun en los momentos más felices de nuestra existencia experimentamos un matiz de tristeza. En cada satisfacción hay una conciencia de sus limitaciones. En cada triunfo está el temor de los celos. Detrás de cada sonrisa hay una lágrima. En cada abrazo hay soledad. En cada amistad, distancia. Y en todas las formas de luz está el conocimiento de las sombras que nos rodean… Pero esta experiencia íntima, en la cual cada fragmento de vida experimenta el toque de un poco de muerte, puede señalarnos hacia más allá de los límites de nuestra existencia. Puede hacernos mirar hacia delante en la expectativa de aquel día cuando nuestros corazones serán llenados con un gozo perfecto, un gozo que nadie podrá quitarnos. -La propuesta es vivir con paz esta insatisfacción que siempre nos acompañará, es mantener la herida abierta, sin pretender sanarla de alguna manera. Aceptar esto en la vida, es una de las claves para vivir bien el celibato. Porque si no somos conscientes de esto, siempre andaremos como hambrientos de afecto, buscando satisfacer nuestras necesidades. Y sin darnos cuenta, este apetito sexual quiere ser aquietado llenando nuestro corazón de afectos, trabajo, reconocimiento de los otros, horas en frente de la computadora, de la tele o del celular. Y también de modos más perversos (que muchas veces vienen de la mano y están relacionados, recordemos sino el tiempo anterior a la elección de Francisco, los tres temas que hablaban los medios de comunicación, respecto de las debilidades de la Iglesia) como: desórdenes y escándalos sexuales (pedofilia, experiencias esporádicas de ejercicio de la genitalidad, consumo de pornografía, etc.), el dinero y la ambición de poder. -Mantener el alma en tensión hacia el Señor, sin pretender llenar este hueco, o esta pobreza que nos acompañará hasta el final de la vida, es el modo más sabio para vivir y mantener vivo nuestro celibato, como signo claro para el mundo. -Es lo que veremos después cuando desarrollemos el tema de la sexualidad. Sexualidad viene de secare, es decir, de cortar, de estar cortados, incompletos, no plenos. De ahí que el instinto sexual es tan fuerte, ya


que busca su completez, su plenitud en el otro. Busco lo que no tengo, anhelo lo que no poseo. Incluso, nuestra configuración corporal nos recuerda esto: el hombre posee sus genitales de forma externa, que buscan su completez en la interioridad de la mujer, que los posee de forma interna. Estamos hechos, incluso físicamente, el uno para el otro. -Podemos concluir con las palabras de Rolheiser: Siempre habrá una cierta soledad. No podemos completarnos plenamente el uno al otro y siempre estaremos dolorosamente sexuados, separados y a veces solos. Pero si esto se reconoce y se acepta, su estricto absurdo se convertirá en el núcleo de una paz en la cual, finalmente, las cosas empiezan a tener sentido y tanto el matrimonio como el celibato se vuelven no solamente posibles, sino también hermosos. 6) Motivación simbólica-sacramental-profética: -Dice la PDV en el n° 29: El celibato es un don inestimable de Dios a la Iglesia y representa un valor profético para el mundo actual. -Relacionado con la motivación anterior, el celibato se convierte entonces en un signo de la primacía de Dios, en la transparencia de un amor más grande, que remite a la primacía de Dios, que recuerda al hombre: mi amado está por venir, de espera vigilante, de un amor total y radical. -El celibato le recuerda al hombre su espacio existencial reservado sólo para Dios. Hay un anhelo, una sed, una tensión, un vacío que sólo llena Dios. Esto le recuerda al mundo el hombre célibe. -Es lo que decíamos en el encuentro anterior, si vivimos bien el celibato, se despiertan muchos interrogantes en la gente y mueve muchos pisos: ¿qué tendrá este Jesús, que hace que un hombre, con toda su juventud, con los mejores años de su vida, tome semejante decisión de renunciar a cosas tan bellas y buenas para seguirlo a Él? Si aceptamos que hay personas que deciden consagrarse libremente a Jesús, tenemos que aceptar que este Jesús es capaz de dar felicidad al corazón del hombre. Por eso, cuesta tanto a veces aceptar el celibato, porque es la mejor prédica sin palabras, es el mejor gesto evangelizador que demuestra que Cristo existe y que vale la pena jugar la vida por Él. -Lc 12,35-48: El estar preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas, se transforma en un modo de vida, como peregrinos, que invita a los demás a no instalarse mucho en este mundo, sino en mirar siempre al más allá. De este modo, el célibe anuncia proféticamente con su vida, lo que anunciaba Jeremías a su pueblo, con la vivencia de su celibato (cfr. encuentro anterior): este mundo pasa, pongamos los ojos en lo que permanece. Cada relación amorosa, buena y bella de por sí, ya no es buscada como un fin en sí misma, sino que se transforma en signo, sacramento, símbolo de una realidad más fuerte, más estable, más verdadera, la realidad eterna. Este es el gran mensaje que el célibe deja a su pueblo, esta es la gran palabra que transmite con su entrega desinteresada y generosa, ayudar a los hombres a levantar la mirada. No sólo para que anhelen el futuro con más ansias, sino para que descubran que esa vida ya está aquí, que ese Eterno, se esconde y forma parte de nuestra realidad más cotidiana, sólo hay que saber descubrirlo. Y en esto, el célibe le dará una gran mano a nuestra humanidad: Lc 17,20-21: el Reino de Dios está entre ustedes. 7) Motivación solidaria y de comunión con los pobres: -Ante la presunción de un hombre que le dice a Jesús: Te seguiré adonde vayas, Jesús nos abre el corazón para revelar la pobreza de su vida itinerante y célibe: los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Lc 9,58). -El dolor que provoca en el célibe la ausencia de mujer, se puede transformar pascualmente en sentido de solidaridad con todos los que viven la pobreza a distintos niveles. Asumir el celibato como un hueco que nunca se llenará, como una pobreza real que convivirá con él hasta el fin de su vida, puede ayudar a vivir con paz esta opción. Así como los pobres aceptan que quedarán afuera de muchas ofertas que propone nuestra sociedad, y lo tratan de asumir con paz y realismo, para no vivir frustrados, o ansiosos, o resentidos; así también el sacerdote está invitado a asumir su condición célibe. Al agregarle esta cuota de solidaridad con sus hermanos más pobres, puede motivarlo para vivirlo con más fidelidad y generosidad. -Dice Rolheiser: Cuando Jesús se acostaba en su cama solo, todas las noches, estaba en una solidaridad real con las muchas personas que, no por haberlo elegido así, sino por las circunstancias de la vida, tienen que dormir solas. Esta pobreza es real, dolorosa y penetrante. La pobreza de la soledad. Son otras manifestaciones menos obvias de la pobreza, la violencia y la injusticia. El celibato forzado es una de


ellas. Cualquiera que, debido a circunstancias no queridas, tiene el camino cerrado para gozar de la consumación sexual (falta de atractivos físicos, inestabilidad emocional, edad avanzada, alguna discapacidad física o mental, problemas psiquiátricos, infidelidad, separación geográfica, alguna historia triste, viudez, exilio, privación de la libertad, enfermedad, situación de traumas por haber sufrido algún tipo de violencia sexual, o simplemente por no haber tenido suerte), es víctima de una forma de pobreza muy penosa. Esto es particularmente verdadero hoy en una cultura que idealiza la intimidad sexual y una relación sexual satisfactoria. El universo funciona en parejas, desde las aves hasta la humanidad. Dormir solo es ser pobre. Dormir solo, en contra de la propia voluntad, es estar estigmatizado. Dormir solo es haber quedado fuera de las normas para la intimidad humana y experimentar esta circunstancia de forma aguda. Dormir solo, como lo expresó Thomas Merton, es vivir en una soledad que el mismo Dios condenó. Cuando Jesús se iba a la cama solo, actuaba en solidaridad con este dolor, en solidaridad con los pobres… Y todos nosotros, casados o célibes, tenemos más que una amplia oportunidad para estar en este tipo de solidaridad con los pobres. Si estamos casados, aun si estamos gozando de una relación sexual sana, siempre quedarán algunas zonas dolorosas de falta de consumación, lugares en nuestras vidas y en nuestras almas donde dormimos solos. Si somos célibes, optamos dormir solos. Pero para ambos, esos espacios de soledad, más que ser espacios para la amargura y la ira, pueden convertirse en aquellos espacios donde estamos en mayor solidaridad con los pobres. -Así, por medio del celibato, fraternizamos con ese dolor del mundo. Es una solidaridad con los que son forzados a vivir solos y sin familia. La Madre Teresa siempre nos recordaba esta pobreza del mundo actual, que va más bien por el lado de no saberse amados, encontrarse solos, aislados, no tenidos en cuenta. Ella decía: Hoy en día no tenemos ni tiempo para mirarnos los unos a los otros, para conversar, para disfrutar de la mutua compañía… El mundo se está perdiendo por falta de dulzura y de bondad. La gente se muere por falta de amor, porque todo el mundo está apurado. -Nuestro celibato, por tanto, puede tomar este sentido redentor de oblación por todos estos hermanos sufrientes. Por eso, podríamos decir que, si vivimos bien nuestro celibato, nunca dormiríamos solos, ya que llevamos en nuestro corazón el rostro de tantos hermanos sufrientes, compartiendo con ellos, su misma suerte, su misma soledad, que sufrimos también nosotros en nuestra propia carne virgen. -También el dolor de la renuncia, puede solidarizarse con aquellos consagrados que se les hace más cuesta arriba la vivencia del celibato, que lo sufren más. Nuestro ofrecimiento puede tener un valor enorme que recién en el cielo conoceremos su alcance. Tal vez nuestro ofrecimiento amoroso, de esta pobreza elegida, ayude a muchos hermanos consagrados, los empuje para cambiar de vida, o los sostenga para no sentirse tan solos, para transformar en ofrenda, lo que tal vez sea vivido como carencia injusta. Tarea para el mes Fecha de entrega: 1° de julio 1) Leer las siguientes citas bíblicas, y hacer un breve comentario de cada una, en lo que se refiere a la motivación eclesiológica para el celibato en el ejemplo de San Pablo: 1Cor 3,2; 1Cor 4,14-17; 9,16-23; 2Cor 3,1-3; 2Cor 6,11-13; 2Cor 11,1-2.23-33; 12,14-15; Gal 4,19; Flp 1,3-11; 4,1; 1Tes 1,5-12; 1,17-20; 2,6-13 y toda la carta a Filemón. 2) Releyendo este apunte, resumir en pocas líneas con tus palabras el resto de las motivaciones (pneumatológica, escatológica, simbólica, de solidaridad). 3) Leyendo las siguientes citas, explicar qué aportan a la motivación escatológica: Hb 11,13-16 y 1Cor 7,29-31. 4) Leyendo la fotocopia con las citas de PDV y EG, resumir con tus palabras la relación que existe entre el celibato, la pobreza y la opción por los pobres.


La pobreza en el sacerdote (PDV n° 30) De la pobreza evangélica los Padres sinodales han dado una descripción muy concisa y profunda, presentándola como «sumisión de todos los bienes al Bien supremo de Dios y de su Reino». En realidad, sólo el que contempla y vive el misterio de Dios como único y sumo Bien, como verdadera y definitiva Riqueza, puede comprender y vivir la pobreza, que no es ciertamente desprecio y rechazo de los bienes materiales, sino el uso agradecido y cordial de estos bienes y, a la vez, la gozosa renuncia a ellos con gran libertad interior, esto es, hecha por Dios y obedeciendo sus designios. La pobreza del sacerdote, en virtud de su configuración sacramental con Cristo, Cabeza y Pastor, tiene características «pastorales» bien precisas, en las que se han fijado los Padres sinodales, recordando y desarrollando las enseñanzas conciliares. Afirman, entre otras cosas: «Los sacerdotes, siguiendo el ejemplo de Cristo que, siendo rico, se ha hecho pobre por nuestro amor (cf.2 Cor 8, 9), deben considerar a los pobres y a los más débiles como confiados a ellos de un modo especial y deben ser capaces de testimoniar la pobreza con una vida sencilla y austera, habituados ya a renunciar generosamente a las cosas superfluas (Optatam totius, 9; C.I.C., can. 282)». Es verdad que «el obrero merece su salario» (Lc 10, 7) y que «el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio» (1 Cor 9, 14); pero también es verdad que este derecho del apóstol no puede absolutamente confundirse con una especie de pretensión de someter el servicio del evangelio y de la Iglesia a las ventajas e intereses que del mismo puedan derivarse. Sólo la pobreza asegura al sacerdote su disponibilidad a ser enviado allí donde su trabajo sea más útil y urgente, aunque comporte sacrificio personal. Ésta es una condición y una premisa indispensable a la docilidad que el apóstol ha de tener al Espíritu, el cual lo impulsa para «ir», sin lastres y sin ataduras, siguiendo sólo la voluntad del Maestro (cf. Lc 9, 57-62; Mc 10, 17-22). Inserto en la vida de la comunidad y responsable de la misma, el sacerdote debe ofrecer también el testimonio de una total «transparencia» en la administración de los bienes de la misma comunidad, que no tratará jamás como un patrimonio propio, sino como algo de lo que debe rendir cuentas a Dios y a los hermanos, sobre todo a los pobres. Además, la conciencia de pertenecer al único presbiterio lo llevará a comprometerse para favorecer una distribución más justa de los bienes entre los hermanos, así como un cierto uso en común de los bienes (cf. Hch 2, 42-47). La libertad interior, que la pobreza evangélica custodia y alimenta, prepara al sacerdote para estar al lado de los más débiles; para hacerse solidario con sus esfuerzos por una sociedad más justa; para ser más sensible y más capaz de comprensión y de discernimiento de los fenómenos relativos a los aspectos económicos y sociales de la vida; para promover la opción preferencial por los pobres; ésta, sin excluir a nadie del anuncio y del don de la salvación, sabe inclinarse ante los pequeños, ante los pecadores, ante los marginados de cualquier clase, según el modelo ofrecido por Jesús en su ministerio profético y sacerdotal (cf. Lc 4, 18). No hay que olvidar el significado profético de la pobreza sacerdotal, particularmente urgente en las sociedades opulentas y de consumo, pues «el sacerdote verdaderamente pobre es ciertamente un signo concreto de la separación, de la renuncia y de la no sumisión a la tiranía del mundo contemporáneo, que pone toda su confianza en el dinero y en la seguridad material». Jesucristo, que en la cruz lleva a perfección su caridad pastoral con un total despojo exterior e interior, es el modelo y fuente de las virtudes de obediencia, castidad y pobreza que el sacerdote está llamado a vivir como expresión de su amor pastoral por los hermanos. Como escribe San Pablo a los Filipenses, el sacerdote debe tener «los mismos sentimientos» de Jesús, despojándose de su propio «yo», para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vía maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2, 5). La pobreza en algunos textos de Evangelii Gaudium de Francisco 48. Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué recompensarte» (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio», y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos. El lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios 197. El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a


través del«sí» de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20); con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s). 198. Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia». Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» ( Flp 2,5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia». Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza». Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. 199. Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo». Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por el cual a uno le es grata la otra persona depende que le dé algo gratis». El pobre, cuando es amado, «es estimado como de alto valor», y esto diferencia la auténtica opción por los pobres de cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos. Sólo desde esta cercanía real y cordial podemos acompañarlos adecuadamente en su camino de liberación. Únicamente esto hará posible que «los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Nueva del Reino?». Sin la opción preferencial por los más pobres, «el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día». 200. Puesto que esta Exhortación se dirige a los miembros de la Iglesia católica quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria. 201. Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: «La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos». Temo que también estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta.


Cuarto encuentro: La bondad de la sexualidad en el plan de Dios y como camino para el amor Sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes… Glorifiquen a Dios con sus cuerpos (1Cor 6,19-20) Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo… Obra así y alcanzarás la vida. (Lc 10,27) 1) Dios ha creado por amor al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. -El hombre no se da a sí mismo la vida, sino que la recibe de parte de Dios, como un don de su amor infinito. El hombre no tenía derecho a la vida, sino que es un don, regalo infinito del amor de Dios que crea libremente al hombre y a la mujer por puro amor, para hacerlo participar de su amor. -En el relato del Génesis, Dios va creando a las distintas especies vegetales, animales y por último crea al ser humano, única creatura que la crea a su imagen y semejanza. De ahí la profunda dignidad de cada ser humano y de todo ser humano, ya que en su interior más profundo (más allá de su ideología, raza, color, clase social) lleva grabada la imagen y semejanza de su Creador. Por tanto, el hombre encontrará su felicidad en la medida en que se parezca más a Dios, en la medida en que sea fiel a su esencia más profunda que es la de llevar la marca del Creador, ser su imagen y semejanza. Ninguna otra criatura tiene esta dignidad. Por eso, decimos que sólo el hombre es persona, porque lleva la marca personal, de un Dios personal. -Dios es amor. Es comunión de amor de las tres personas trinitarias: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por tanto, el hombre está llamado a entrar en comunión con Él y con los otros hombres. -En el relato del Génesis, cuando Dios crea primero a Adán, descubre que el hombre se sentía solo, aunque se encontraba rodeado de especies vivas, sentía una profunda insatisfacción. De ahí que crea a la mujer, y Adán exclama: Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos, y Dios dice No es bueno que el hombre esté solo, es decir, lo bueno para el hombre es entrar en comunión con otros semejantes, porque esa es su esencia más profunda, su identidad más fuerte, a imagen de su Creador: Dios Trinidad. -En el relato del Génesis queda bien claro la igual dignidad del hombre y de la mujer. Aunque distintos y complementarios (incluso biológicamente), son iguales en dignidad. De ahí la imagen que usa el autor del libro del Génesis para indicar que la mujer es creada desde la costilla sacada a Adán, como signo de la parte del medio del cuerpo. Es decir, Dios no crea a la mujer, ni de la cabeza de Adán, ni del pie de Adán, sino de su costado, para indicar que la mujer es la compañera del hombre, y el hombre de la mujer, es decir, su costado. 2) Dios modela el cuerpo del hombre y le insufla su espíritu. -El hombre es una profunda unidad de cuerpo y alma. En el relato del Génesis aparece la creación del hombre con la imagen del barro que es modelado por Dios. Hermosa imagen para mostrarnos que salimos de las manos amorosas de Dios, somos una obra artesanal de Dios. No somos hechos en serie, sino en serio. Dios se toma en serio al ser humano y le dedica tiempo para hacerlo con sus propias manos, y una vez que lo modela, le da su mismo espíritu. -Tomando esta imagen del Génesis, podemos imaginarnos a Dios, recorriendo el paraíso, cuando en un momento, en un charco de agua, se mira a sí mismo, y al espejarse a sí mismo, decide hacer una obra parecida a Él, por eso, toma el barro y forma al hombre. Una vez formado, lo besa en la boca para darle su mismo Espíritu. Por eso, el hombre se siente llamado al amor, al encuentro, y sólo lo encuentra en otra creatura hecha a imagen de Dios, en la mujer. A partir de ese beso de Dios, al hombre le entran esas profundas ganas de besar, como signo del encuentro con su complemento la mujer. Complemento que no encuentra en las otras criaturas. -El hombre es una profunda unidad de cuerpo y de alma. El alma se expresa a través del cuerpo. El cuerpo es el único medio para poder conocer el alma de otra persona. Pensemos en la importancia de la mirada, sólo a través de los ojos de otra persona podemos descubrir el estado de su alma. Cuántas veces se nos enferma el cuerpo, cuando el alma se nos entristece, lo que se llaman las enfermedades psicosomáticas, como signo de esa profunda unidad que somos.


-El hombre por tanto no es solamente cuerpo o materia, como pasa con los animales. Sino que tiene capacidades espirituales, es capaz de reflexionar, de pensar, de abstraer, de sentir profundamente, de amar, de conocer, de apreciar lo bello y de comunicarlo, de crear artísticamente, de trascenderse a sí mismo en el encuentro con otros y con el Otro, capaz de dialogar con Dios. Y todas estas actividades espirituales las realiza a través de su cuerpo, que es el vehículo que expresa y comunica el alma y su profundidad, a través de gestos sensibles externos. Y todo esto lo hace como imagen y semejanza de Dios. 3) Simbolismo y expresividad del cuerpo -Si bien un científico o un médico podrán estudiar la anatomía del cuerpo, su estructura orgánica, su composición celular, sin embargo no podrá comprender sin más su significado auténtico hasta que no se enfrente con unos ojos llenos de ternura o sienta el cariño de una caricia. Y es que la mirada y la mano del ser humano no sirven sólo para ver y tocar, sino que son acciones simbólicas que nos llevan al conocimiento de una dimensión más profunda o sirven para hacerla presente y manifestarla: el cariño que estaba oculto por dentro, o en el fondo del corazón. -Por tanto, el cuerpo humano, no es un conjunto de materia ordenada, sino que es la ventana por donde el espíritu se asoma afuera, el sendero que utiliza cuando desea acercarse hasta las puertas de cualquier otro ser, la palabra que posibilita un encuentro. La tarea de nuestro cuerpo, por tanto, no consiste principalmente en realizar unas funciones biológicas, indispensables, sin duda para la propia existencia, sino en servir para cumplir con esta otra tarea: la de ser expresión de nuestro interior personal, palabra y lenguaje que posibilita la comunión con los otros. 4) Hombre y mujer: dos estilos de vida diferentes -Ahora bien, esta corporalidad de la que hablábamos recién aparece bajo una doble manifestación en el ser humano. El hombre y la mujer constituyen las dos únicas maneras de vivir en el cuerpo. Estas diferencias sexuales no radican exclusivamente en una determinada anatomía. Sus raíces primeras tienen sí un fundamento biológico en la diversidad de los cromosomas sexuales, que influyen en la formación de la glándula genital, encargada de producir las hormonas correspondientes para la formación de los caracteres secundarios de cada sexo. -Pero por encima de esta anatomía biológica diversa, encontramos también una tonalidad especial que reviste a cada uno con una nota específica. El espíritu al encarnarse en un cuerpo sexuado masculino o femenino, toma una nota específica en su alma, que lo hace peculiar en cada sexo. -La sexualidad adquiere así un contenido mucho más extenso que lo genital. Es una exigencia enraizada en lo más profundo del ser humano, que va más allá de su anatomía genital. Solo podemos vivir como hombres o como mujeres, eso es la sexualidad. Nuestro ser más personal sexuado que se encuentra con otro ser personal sexuado. Por tanto, el varón tendrá una composición psicológica, afectiva y espiritual específico y peculiar, que lo diferencia de la composición específica de la mujer. -La genitalidad, por el contrario, hace referencia solamente a la base biológica y reproductora del sexo y al ejercicio, por tanto, de los órganos adecuados para esta finalidad. La genitalidad será entonces una forma concreta de vivir la relación sexual, pero no la única, ni la más frecuente, ni necesaria. -El hombre y la mujer se relacionan, entonces, entre sí como seres sexuados, que por ser diferentes en su psicología, en su dimensión afectiva y espiritual, se enriquecerán, se complementarán, sin necesidad de buscar en este encuentro, o en esta relación una intimidad que involucre la esfera genital. -Esta diferencia de género, esta diferencia sexual es algo de la composición natural del hombre y la mujer, y no producto de la cultura. Aunque a lo largo de los siglos, se vaya expresando de distintas maneras, sin embargo, es un hecho real que en todas las culturas ha existido siempre una división de tareas entre ambos sexos, aunque se haya repartido de forma diferente. Esto muestra que ser hombre y ser mujer no son accidentes del ser humano, ni fruto de un consenso cultural o de una elección personal, sino que pertenecen inseparablemente a su esencia. 5) El encuentro entre el hombre y la mujer -La atracción sexual (que incluye la genital, pero no queda en ella) se da a través del cuerpo, pero como sendero, como camino, hacia otro tipo de encuentro. El cuerpo de la otra persona cobra un valor simbólico, es decir, como vehículo hacia un encuentro más profundo con la interioridad de la otra persona. La seducción del sexo no es para permanecer en su superficie gustosa y placentera, sino para


entrar en diálogo con otra persona. Cuando la atención se centra en lo simplemente biológico supone romper por completo su simbolismo, como el idólatra que convierte en dios a un pedazo de madera. -Son muchas las formas de convertir la tensión recíproca y la atracción, no en un encuentro dialogal, sino en una búsqueda interesada de sí mismo, a través del cuerpo del otro. Esto hace que el encuentro no brote de un deseo de entrega personal de sí mismo, sino en un encuentro por necesidad, donde la otra persona se convierte en un medio para mi propia satisfacción genital. Tanto el cuerpo como la presencia del otro vienen entonces a llenar un vacío. Se anhela y enaltece, porque gratifica, complementa, gusta o entretiene. Sin embargo, el otro permanece ignorado para utilizar solamente lo más secundario de su ser, su superficie. Y esto, justamente, en vez de favorecer la sexualidad, la reduce y le quita su riqueza más profunda, que es el encuentro personal de dos seres humanos. Cuando del cuerpo se elimina su espíritu, sólo resta un pedazo de carne inanimada. 6) La dimensión genital -La conducta instintiva es una forma de comportamiento innata, sin necesidad de ningún aprendizaje, que aparece como la respuesta del organismo ante un estímulo específico. El gesto de mamar por parte del niño desde su nacimiento (la succión) o el picoteo del ave al salir del cascarón, son ya una reacción de este tipo. Los mecanismos del impulso genital tienen una estructura biológica de este tipo, semejantes en todas las especies animales. Todos ellos poseen una intencionalidad hacia el apareamiento en los animales y la entrega corporal en los seres humanos. -Esto ha sido puesto por Dios con una gran sabiduría tanto en hombres como en animales para asegurar la reproducción, es decir la continuidad en la especie. Es decir, si no hubiera un cierto placer en el ejercicio genital, la especie humana como animal, ya se hubieran extinguido. Algo semejante encontramos en el instinto de conservación del individuo, en el instinto por comer. Si no encontráramos placer en ello, nos olvidaríamos de realizarlo y moriríamos. Por eso, el Creador con mucha sabiduría ha dispuesto nuestro instinto de supervivencia con la pulsión genital para asegurar la continuidad de la raza humana. -Sin embargo, sería un error asemejar nuestra pulsión sexual a la de los animales. La orientación y el sentido de la sexualidad animal no pueden identificarse con la raza humana, aunque existan ciertos elementos comunes. En los animales dicho instinto se despierta solamente en los momentos en que la fecundación se hace posible, es decir, está destinada a la reproducción de la especie, con una finalidad exclusivamente procreadora. En el hombre no sucede así, como veremos ahora. 7) Destino procreador de la sexualidad humana -En el hombre, decíamos, sucede de forma distinta al mundo animal. En el hombre, el período fértil es corto y, sin embargo, pasado el tiempo de posible fecundación, la pulsión sexual sigue en pie. Por tanto, nos encontramos con una diferencia importante respecto del mundo animal. -La sexualidad, entonces, no aparece en el hombre, como una simple búsqueda de reproducción de la especie, o con una finalidad meramente procreadora, sino que aparece la dimensión afectiva, de encuentro interpersonal en el impulso genital que mueven al hombre al encuentro íntimo con la mujer. -Sin embargo, no podemos negar el mandato creador de Dios que les dice a Adán y a Eva: crezcan, sean fecundos y multiplíquense… Pero, como veremos, la sexualidad en el ser humano esconde otros aspectos no menos importantes y necesarios como el de la procreación. 8) Riqueza afectiva de la sexualidad humana -Además de la dimensión procreadora de la sexualidad, de la que hemos hablado recién, existe también la dimensión unitiva. La misión de la sexualidad radica en ser un vínculo de cercanía y amor personal. De ahí que, para cuidar este aspecto de encuentro y de ofrenda mutua de la sexualidad, debamos decir una palabra de su valor sagrado. -Entregar la intimidad de la propia persona, a través de la relación sexual, requiere de un cierto tiempo de conocimiento previo de la otra persona, para que realmente sea un encuentro personal, y no un uso interesado de la otra persona, para lograr el propio placer, aunque sea de mutuo acuerdo. La sensación posterior de vacío del corazón, de insatisfacción, de cierta vergüenza por haber entregado algo sagrado sin haber habido encuentro interpersonal, son algunas de las consecuencias inmediatas del quitarle a la sexualidad toda su carga afectiva, amorosa y de entrega de la profundidad de nuestro ser personal.


-Si hay algo que todos los seres humanos coincidimos es en la búsqueda de la felicidad. Todos los que estamos en este mundo deseamos ser felices. Después discreparemos en el medio para alcanzar esa felicidad, cada uno irá buscando su propio camino. Sin embargo, lo que nos une con toda la raza humana, es el deseo innato de ser felices, de tener una vida plena, llena de sentido, que valga la pena ser vivida. De hecho, aquel que comete la atroz decisión de quitarse la vida, lo hace como búsqueda de felicidad, creyendo que con ello, será feliz, ya que no soporta su vida actual. -El placer del encuentro genital, de alguna manera trata de satisfacer esta ansia de felicidad e infinitud, pero el placer, por su propia naturaleza es limitado, trágicamente pasajero, sin ninguna estabilidad y consistencia. Una vez pasada la experiencia momentánea, nos devuelve al contacto con la vida y sus problemas, como si despertáramos de un sueño a la realidad. El ansia de placer en el impulso sexual tiene una gran carga de idealismo, ya que nos muestra como eterno, algo que es fugaz y pasajero. Esto provoca una frustración al terminar el instante placentero, fugaz y pasajero. Pero el deseo de felicidad sigue estando, al concluir el momento placentero. Es demasiado pequeño para responder a las expectativas que despierta y siempre produce la honda amargura de una promesa incumplida. 9) El amor como único camino a la felicidad, como instancia superadora al placer fugaz -Si existe algo capaz de cubrir el deseo de felicidad, hay que referirse de inmediato al amor. Sólo él consigue cerrar cualquier herida humana para no dejar el dolor de la insatisfacción, de lo que no ha podido realizarse. Sólo la experiencia de amar y de ser amados, es lo que aquieta nuestra agitada existencia. El placer nos promete de forma falsa esta quietud, pero una vez pasado ese instante fugaz, nuestra alma sigue quedando con este anhelo y sed de amor, que el placer no pudo satisfacer. Por tanto, tiene que haber algo que sostenga la fragilidad del placer, para que cuando éste se esfume, permanezca y quede la satisfacción y esto sólo es logrado por el amor. -Al convertir entonces, la relación sexual en una ofrenda amorosa, ya no hay sitio para la tristeza ni el vacío. Si el placer se oculta, la llama del amor sigue encendida, como un rescoldo, y el gozo de la entrega mutua continúa, llenando de felicidad el corazón de los que así se quieren. El placer se vive entonces, no como un objetivo primario (egoísta, manipulador y engañoso), sino como un símbolo de la entrega amorosa y un soplo que la anima y densifica. -Si en el encuentro íntimo desaparece entonces toda la resonancia sentimental, espiritual, de cariño, la sexualidad se reduce a una repetición mecánica y absurda, como el que buscara en la droga el objeto de su felicidad. De esta manera, el placer queda desvinculado de lo único que podría darle consistencia y llenarle de toda su densidad humana, porque se quitó lo espiritual. En vez de ser un lugar de encuentro y una cita para el amor, se convierte en un factor destructivo. Porque cuando dos seres se aman no es sólo la fuerza del placer lo que los lleva a unirse. 10) El amor como un camino de aprendizaje y de lenta maduración -Si definimos entonces a la sexualidad como lenguaje de amor, esto supone la necesidad de un lento aprendizaje. Nadie nace con el idioma estudiado y los conocimientos básicos para entablar una comunicación. Como el niño, necesitamos ir recorriendo un camino de aprendizaje, de maduración. Se necesita tiempo para ir conociendo a la persona con la que vamos a tener un encuentro intimo, para que no quede encerrado en la falsedad del placer que nos dejará con frustración, distinto al placer vivido con amor, que nos alimentará la entrega mutua. -¿Cómo crecer entonces en este camino del amor? Pasando por las distintas etapas que van desde un amor hacia sí mismo, egoísta, egocéntrico, donde el centro es uno mismo, a ir madurando en salir de sí mismo donde el centro sea la otra persona. Y esto necesita tiempo. El enamoramiento nos hace idealizar a la otra persona, quererla por lo que nos produce a nosotros y no por lo que la otra persona es. El amor verdadero quiere al otro como es, con sus luces y sus sombras, acepta sus puntos débiles. El centro del amor es la otra persona y no uno mismo. El enamorado dirá vos sos mío, el amor maduro en cambio: yo soy tuyo. La sexualidad vivida en el amor, será entonces una salida de sí mismo, una entrega de la propia vida, simbolizada en la entrega de los cuerpos, donde el amor y el encuentro mutuo pervive al placer. -Y es entonces, en ese ámbito amoroso de la pareja, en donde este amor fiel y exclusivo que prometen darse el uno al otro, se hace fecundo en la apertura a la vida. Los hijos aparecen entonces, no como fruto de un descuido, sino como fruto de un amor que se entregó y que no quedó encerrado sino que fue fecundo.


-El noviazgo, entonces, aparece como una etapa necesaria en este conocimiento mutuo, en este aprendizaje a pasar del enamoramiento al amor fiel, al amor exclusivo, al amor fecundo. Un buen noviazgo, viviendo paso a paso las distintas etapas del crecimiento en el amor, augura una familia sustentada en el amor, en donde los hijos que integren esta familia, encuentran seguridad y apoyo en el amor mutuo de sus padres. 11. Sexualidad como camino para el amor: -De todo lo dicho anteriormente, vamos descubriendo que la sexualidad impregna toda nuestra vida y nos capacita para amar y ser amados, para salir al encuentro del hermano y reconocerlo como tal. -Por eso, hablamos de sexualidad, como camino, ya que vamos madurando lentamente, desde pequeños, donde todo nos debe ser dado, para poder vivir, descubriendo nuestra identidad, nuestro valor, y así, nos vamos transformando en personas valiosas, con capacidad de dar y darnos a los demás. A. La sexualidad como un fuego divino -Sexualidad viene de secare, es decir, de cortar, de estar cortados, incompletos, no plenos, amputados. Ser sexuado, entonces, significa literalmente, ser separado de algo. Así despertamos en el mundo: en una cuna, no serenos, sino llorando, solos, cortados. Experimentamos dolor, consciente e inconscientemente, en cada una de las células de nuestro ser, sentimos que somos incompletos, que carecemos de totalidad, que hemos sido cortados de algo, que no somos más que una parte de un todo que en algún momento estuvo completo. Es una soledad dolorosa, un anhelo irracional. Pero también, es una gran energía, la mayor de las energías que llevamos dentro, es el motor que mueve todo nuestro ser. -De este modo, la sexualidad se hace impulso hacia el amor, la comunión, la comunidad, la amistad, la familia, el afecto, la plenitud, la creatividad. El sexo es la energía que está dentro de nosotros, que opera incesantemente contra nuestra soledad. Por tanto, de más está decir que es una energía buena, hermosa, que nos impulsa a la donación, al encuentro, a salir del propio aislamiento, para encontrarnos con otro y con el Otro, ya que si estuviéramos completos, no saldríamos de nosotros mismos. Es la energía de Dios en nosotros. -Frente a esta energía, que por momentos se puede volver ciega e irracional, necesitamos ante todo amigarnos con ella, descubrirla, encauzarla y acompañarla con la virtud de la castidad. ¿Qué sería ser casto? Sería experimentar las cosas y personas con reverencia y respeto, aceptándolas como distintas a uno mismo, dignas de respeto. La castidad nos ayuda a acercarnos al otro, desde nuestra energía sexual, encontrando el límite en el otro, sin transgredirlo, transformando la energía sexual en capacidad de amor y de encuentro, valorando al otro como tal, sin reducirlo a una parte de su ser, sino atendiendo a toda su complejidad y misterio, mirándolo como sujeto y no como objeto de satisfacción de nuestras necesidades más egocéntricas. -De todo lo dicho, debemos superar todo dualismo que nos hace tener una mirada desconfiada hacia esta riqueza que viene de Dios: nuestra sexualidad. La pasión y la castidad, el sexo y la pureza deben volver a estar juntos. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido. Es verdad que nuestra sexualidad, está teñida de las consecuencias del pecado original, que nos hace replegarnos sobre nosotros mismos, para buscar nuestro propio bienestar, sin tener en cuenta al otro. Por eso, debemos llenarla del Espíritu de Dios, para que sea una fuerza positiva y constructiva, que ensalce al prójimo y lo que reconozca como tal. -Podemos definir a la sexualidad entonces como una energía capaz de darse y desarrollarse, como un fuego incontenible, llamado a encauzarse detrás de valores que canalicen toda esta fuerza que nos viene de Dios. Una sexualidad sana es el vehículo más poderoso que hay para conducirnos a la generosidad y el gozo. Del mismo modo, una sexualidad enferma lleva a generar egoísmo e infelicidad. B. Convertir nuestra experiencia de corte, de falta de consumación en soledad: -Esta inquietud, esta experiencia de corte, de separación, es la fuente de todas nuestras energías. Sin embargo, podemos salir de nosotros mismos para satisfacer esta angustia, por medio de cosas que nos pueden dejar con más aislamiento: una mayor actividad, amistades enfermizas, entretenimientos, distracciones, ejercicio desordenado de la genitalidad. Por eso, la invitación es a entrar en nosotros mismos, estando solos, pero no de forma inquieta o angustiante, sino como una soledad fecunda que tiene cuatro pasos:


1) Aceptar con paz nuestro dolor y falta de plenitud: en esta vida siempre sentiremos este corte, esta incompletez, como una sinfonía incompleta y que no daremos rienda libre a nuestros apetitos congénitos de una consumación plena, sino que debemos dirigirlos a otra cosa. 2) Abandonar las falsas expectativas mesiánicas: una vez que hemos reconocido nuestra soledad existencial, debemos dejar de esperar que, de alguna manera, en algún momento, encontraremos a la persona perfecta, o situación perfecta para que podamos ser completamente felices. De esta manera, dejaremos de exigir que nuestro cónyuge, o nuestra comunidad, o nuestra diócesis, o nuestros compañeros nos den lo que solamente Dios pueda darnos: un gozo total y puro. 3) Ir hacia adentro: muchas veces esta inquietud, nos hace salir hacia afuera, buscando cosas o personas que aplaquen este dolor. Sin embargo, la clave pasa por un camino inverso: entrar en nosotros mismos, en la soledad, para descubrirnos amados y valiosos y salir, no a buscar algo o alguien que tape nuestro agujero, sino salir a brindar nuestra capacidad de amar, donde el centro no sea “tapar mi soledad”, sino brindar mi amor, mi energía, mi creatividad, mi afecto, mi pasión. Pero esto se logra, si hemos alcanzado este grado de madurez que, como veremos más adelante, no significa la perfección, sino la aceptación humilde de nuestra condición humana y limitada, capaz de amar y de ser amados, capaz de dar y recibir amor, imperfecto, en camino, pero amor al fin. 4) Siempre estamos en camino: nunca alcanzaremos la madurez total, siempre nuestras motivaciones, intenciones, estarán teñidas de una cierta búsqueda de nosotros mismos. Sin embargo, lo que deseamos es que cada vez, sea más el otro el centro de nuestra energía sexual y no nuestra carencia, que nuestra salida de nosotros mismos, no sea para tapar agujeros afectivos, sino para dar desde nuestra plenitud, poniendo el centro fuera de nosotros mismos. Que nuestro amor sea imperfecto, no es razón para despreciarlo o desmerecerlo, recordemos siempre la parábola del trigo y la cizaña, que nos señala con sabiduría que el mal y el bien, siempre convivirán en nuestro corazón, que la separación recién se dará al final de los tiempos, que si buscamos separarlos antes de tiempo, corremos el riesgo de arrancar también el trigo. 12. Hacia una madurez afectiva y sexual del candidato que desea abrazar el carisma del celibato 1. Algunos presupuestos básicos a la hora de abordar este tema: A. Dejarnos formar: -Podríamos decir como presupuesto básico que el seminarista debe tener la capacidad de docibilitas, es decir, de docibilidad, que consiste en la actitud de dejarse formar. Esto se da no sólo en el seminario (formación inicial), sino a lo largo de toda su vida como presbítero (formación permanente). La formación no consiste en otra cosa que irse con-formando, configurando con la forma de Cristo, dejar que sus sentimientos, actitudes, opciones vayan impregnando toda nuestra vida. La formación no queda restringida en clases o cursos, que apuntan más bien a la formación intelectual, sino que se abre a toda la vida. Es la vida comunitaria la que nos va formando, las experiencias de apostolado, la oración de cada día, la Eucaristía cotidiana, la convivencia, la fidelidad a lo pequeño de cada día, la disponibilidad ante los imprevistos, etc. Para ello, requiere del candidato, algunas actitudes básicas: 1) Humildad de sabernos siempre en camino, en crecimiento, en formación. Vine para aprender, no me las sé todas, soy un peregrino, siempre en camino. 2) Confianza en las mediaciones que Dios nos pone a nuestro lado, signos de la objetividad de la Iglesia (formadores, directores espirituales, profesores). Esto evita toda actitud de sospecha, o de miedo, o de buscar quedar bien o hacer las cosas ante la mirada de los demás, actuando y no viviendo con autenticidad. Mirarlos como hermanos mayores, que Dios puso en nuestro camino y que desean y buscan nuestro bien y no mirarlos como policías, jueces o enemigos. 3) Sinceridad para consigo mismo y para con los formadores, para no esconder nada, sino mostrarnos como somos para dejarnos formar y ayudar. 4) Transparencia para mostrarnos como somos y poner con confianza nuestra vida en las manos de quienes tienen la misión eclesial de ayudarnos en este camino. 5) Capacidad de autoformación, de ir buscando también medios que me ayuden a ir adquiriendo la forma de Cristo. No esperando todo de arriba, o haciendo sólo lo que me piden, sino dispuestos a ir buscando caminos nuevos que el Espíritu me pueda indicar. Se nota sobre todo en los espacios “libres” tanto del día como del año (vacaciones, feriados, etc.) como para medir el grado de internalización de los valores que el Seminario me ha ido proponiendo.


6) Humildad para dejarme corregir, enseñar. No vivir la corrección como algo que quita mi libertad o que me oprime, sino como una luz que impulsa una respuesta más fiel al amor de Dios. 7) Disponibilidad para dejar de lado mis criterios personales y aceptar los criterios objetivos que me van proponiendo. 8) Generosidad y prontitud no sólo para realizar lo que tengo que hacer, sino para descubrir ese más que siempre me invita el Señor, para no acomodarme y siempre estar dando un paso más. 9) Mirada de fe ante el proceso interior de crecimiento, confiando en la obra de Dios, más que en nuestras pobres capacidades. 10) Esperanza paciente ante las dificultades, debilidades propias, descubriendo y mirando más la misericordia de Dios que la propia miseria. Tarea para el mes Fecha de entrega: 25 de agosto 1) Releyendo este apunte, resumir en una carilla ¿qué es la sexualidad? 2) ¿Qué diferencia existe entre sexualidad y genitalidad? 3) ¿Cuál sería el fin de la sexualidad en el plan creador de Dios? 4) ¿Cómo integrarías tu sexualidad en tu consagración y opción por el celibato? 5) Leer el apunte de A.Cencini: La madurez humana y realizar un resumen de qué sería una persona madura según este autor. 6) Por último, esta consigna no es para entregar, sino para realizarla y compartirla en la charla con tu director espiritual. Realízala después de contestar la pregunta 5: a) Trata de realizar la historia de tu vida, desde que tengas uso de razón, lo puedes hacer de corrido, o como si fuera un libro con distintos capítulos. b) Trata de identificar momentos de gracia y positivos de tu historia, y momentos difíciles y que quedaron grabados en tu memoria. c) Luego de haber relatado de forma completa, tu historia de salvación, trata de detenerte en los momentos negativos de tu infancia, adolescencia o juventud. d) Primero rescata el hecho en sí mismo: lo que sucedió. No importa tanto si el hecho en sí sea relevante o no para los demás. Lo importante es que para ti fue negativo y te marcó. e) Luego en un segundo momento, trata de preguntarte qué te provocó, qué sentimientos despertó en ti ese hecho negativo, cómo quedaste después de lo vivido. f) En tercer lugar, pregúntate cómo influye ese hecho en tu presente actual, qué resonancia o consecuencia te trae ese momento negativo de tu vida, en tu afectividad, reacciones, heridas, memoria. g) Luego, trata de mirar con Dios qué sentido le puedes dar a ese momento de tu vida, qué sentido pascual le puedes dar, qué enseñanza te deja, o a qué te invita el Señor con eso que has vivido. h) Por último, vuelve a retomar y a mirar ese momento, en el contexto de los otros momentos y mirarlo, no como un hecho aislado, sino como parte de tu historia y trata de descubrir ¿en dónde estuvo Dios? ¿cómo te sentiste respecto de Él? i) Si te sale (no es bueno forzar este último paso, tal vez aún no sea el momento), puedes elaborar una oración de acción de gracias a Dios, descubriendo su presencia y su mano aún en medio de ese hecho negativo. Si aún no descubres su sentido, escribe una oración de súplica pidiéndole la luz, para que en algún momento de tu vida, puedas descubrir su sentido positivo más oculto. Trata de realizar todo esto con cada momento que sientas o recuerdes como negativo, y de realizarlo en un clima de oración y de diálogo con el Señor. Es bueno que seas lo más sincero y transparente con Dios, que le expreses todo lo que sientes. Que lo hagas sin juzgarte, sino con libertad y paz. Preséntale todo esto a tu director espiritual, para dialogar con él las conclusiones a las que has llegado, no dejes de tener este diálogo con él. Anímate a escribirlo, porque te ayudará para entender más tu presente y algunas reacciones que a veces no entendemos de dónde proceden, para sanar tu pasado, y vivir de forma más libre tu futuro. Te ayudará también para volver más adelante a releerlo y descubrir nuevos sentidos de lo vivido.


La madurez humana en A. Cencini: “Los sentimientos del Hijo” 1. Presupuestos La persona humana: a) es un ser consciente y libre llamado a crecer tanto en la conciencia que conduce al dominio de sí mismo como en la libertad que abre a responsabilidades; b) es una realidad dividida en sí misma que se mueve en direcciones opuestas, progresivas y regresivas (virtud y pecado, amor y egoísmo, conciencia e inconsciencia, libertad y esclavitud...) y se realiza en la medida en que opta por la polaridad progresiva sin pretender eliminar la negativa; c) es un ser llamado a vivir la relación interpersonal como lugar de realización de sí mismo por lo que da y recibe de los otros; d) es un ser capaz de trascenderse hasta abrirse a lo divino, sentirse amado por él y amarlo a su vez. 2. El contenido y el camino hacia la madurez a) Conocimiento de sí mismo: elaborar la propia historia de salvación El objetivo básico de todo camino educativo es el conocimiento de sí mismo. Y el primer objetivo de este conocimiento debe llevar al joven a identificar su problema central, lo que le impide darse libre y totalmente. Pero no sólo esto. El conocimiento de sí mismo es una operación global que tiene por objeto que cada uno asuma e integre su vida, su pasado con toda su carga positiva y negativa, para reconocer, valorar lo primero y dar sentido a lo segundo. Se propone descubrir el significado único e irrepetible de la historia de cada uno, es decir, llegar a conocerse históricamente a sí mismo. Conocimiento que será global y genérico al comienzo del camino educativo, pero luego cada vez más puntual y pegado a lo vivido. Se trata de un significado que todo evento esconde, que a veces es claro y se puede leer fácilmente, pero otras se lee con más dificultad, e incluso algunas veces podría atribuirse libre y responsablemente a acontecimientos aparentemente sólo negativos. Pongamos un caso. Puede que alguien se queje simplemente de la vida (o del «destino») por haber vivido su infancia en la pobreza y en la penuria, pero también es posible que dé gracias al cielo por haber vivido desde muy pronto ciertas dificultades que han contribuido a reforzar su carácter o le han enseñado a captar ciertos valores. Lo primero supone un rechazo del pasado, mientras lo segundo descubre en él un significado quizás importante para su vida presente y futura. Todavía más, al rechazar una parte de la propia historia se rechaza una parte de uno mismo, pero aceptándola en su sentido más hondo se logra el pleno conocimiento de sí mismo. Una tarea nada fácil, pero importa que el joven la emprenda para entender que su historia esconde el sentido de su yo, y que esa historia no es pura y simplemente una serie de sucesos imborrables que hay que soportar o, en el mejor de los casos, aceptar, sino que es un misterio que hay que escrutar y una presencia que hay que descubrir. Es decir, el objetivo no es sólo conocerse a sí mismo (y los fallos que uno tiene). El verdadero objetivo es conocer o descubrir una historia personal que marca el comienzo de una relación completamente nueva con Dios. Es obvio que este ejercicio de la memoria creyente habrá que irlo profundizando una y otra vez a lo largo de las distintas fases educativas. Pero siempre ha de considerarse típico de la dimensión humana, porque la fe sólo es auténtica si nace de una experiencia vital y retorna a ella. Más aún, antes que nada es fe en la existencia misma y en todo lo que ella esconde. Hay que preparar al joven para que pueda confrontarse atenta y respetuosamente con su historia, con la «zarza» ardiente de su existencia, que arde por una presencia divina que jamás «se apaga», que jamás podrá reconocerse por completo. Desde esta perspectiva, la maduración humana puede considerarse la primera etapa de la madurez creyente. Podríamos decir que la práctica en la lectura y escritura de la propia historia debería llevar también a la persona a releer y reescribir su propia identidad desde una concepción distinta, más rica y coherente, de la madurez humana. Recoser los retazos no sólo significa juntar los trozos, como si el pasado sólo constara de desastres que hay que anotar y aceptar, sino captar y dar un sentido capaz de hacer convivir las contradicciones y asimetrías de la vida, dando coherencia y unidad al conjunto, a la vez que reforzando sin duda alguna su propia identidad. Es el primer fruto, quizás el más sustancioso, de este trabajo.


Tratemos pues de penetrar en esta concepción nueva y singular de la madurez humana. No se trata de enumerar la conocida lista de criterios de madurez humana, sino de captar primero qué significa ser un hombre que realiza plenamente su humanidad consagrándose a Dios, con los recursos y limitaciones que la caracterizan. Estamos convencidos, pues, de que si el consagrado y la consagrada son un hombre y una mujer auténticos, en ellos se refleja la imagen del misterio santo de Dios. Esta recuperación de la propia historia podría y debería aportar la motivación decisiva que lleva a la opción vocacional inicial, a la resolución de consagrarse y finalmente a la decisión radical de pertenecer para siempre al Dios de la vida. Entonces la vida misma se convierte en algo así como una búsqueda constante de la presencia y acción de Dios en ella, y de ahí brota un modo concreto de entender la madurez de la propia humanidad. b) De la sinceridad a la verdad El hombre maduro se conoce a sí mismo, es decir, sabe la correlación que hay entre lo que era y lo que es, entre lo que soy (yo actual) y lo que podría o debería ser (yo ideal), con todo lo positivo y lo negativo que forma parte de la trayectoria de todo ser viviente. En este tema no basta con ser sinceros sino que también hay que ser verdaderos. La sinceridad es subjetiva, es la libertad de reconocer y decirse a uno mismo (y si es necesario también a los demás) lo que se siente por dentro, lo que cada uno ve en su historia y piensa de sí mismo. Es importante tener esta libertad, y también es claro que sólo la persona directamente interesada puede tener la clase de conocimiento que procede del hecho de sentir en su interior una determinada vibración emotiva (afectos, sentimientos o pasiones). Pero este es sólo el primer paso. La verdad es objetiva, es decir, es la libertad de captar no sólo la emoción, normalmente fácil de reconocer, sino también la fuente de donde viene, su auténtica raíz, no siempre tan evidente, a veces incluso inconsciente, pero real, que condiciona la vida sin estar a menudo condicionada por ningún control. Pero de todos modos puede identificarse en la historia pasada y presente de cada uno (si Freud decía que los sueños son el camino regio para descubrir el inconsciente, nosotros decimos que ese camino regio es la historia personal). No basta, pues, con reconocer por ejemplo la posible simpatía que se siente por otra persona, que me hace depender continuamente de ella. Es también necesario descubrir a qué se debe todo esto, de qué necesidad real procede. Pues el descubrimiento de su raíz o la búsqueda de la verdad histórica sobre uno mismo es lo que normalmente ayuda a entender cuál es el sentido exacto de una determinada necesidad psíquica (y a la vez de los humores y estados de ánimo relacionados con ella); esa necesidad excesiva de afecto podría deberse, por ejemplo, a una minusvaloración de sí mismo, al hábito de ser siempre centro de atención o al miedo a la soledad. La correcta identificación de la raíz es lo que permite intervenir adecuadamente en esa misma raíz y no sólo en los comportamientos. Es, pues, enormemente importante que el joven pueda descubrir a tiempo todo esto para orientar inteligente y correctamente su formación, porque sólo entonces estará en la verdad y podrá recorrer un camino de verdad. Si es verdad que quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo, le pasa lo mismo a quien no conoce suficientemente la raíz de sus inconsistencias. c) La fuerza en la debilidad Se suele decir que el hombre maduro es el hombre fuerte que ha superado todas sus inconsistencias y ha eliminado sus faltas de madurez. Sin embargo no sólo no es verdad, sino que en la formación es peligroso hablar de la madurez como perfección. Mientras vivamos aquí la inmadurez será una permanente compañera de camino, porque la perfección no es cosa de aquí abajo. Pero cabe vivir la debilidad personal con madurez, encontrando paradójicamente en ella nuestra fuerza. En primer lugar, esto significa la capacidad de reconocer con precisión, sin vaguedades y en la verdad nuestra inmadurez, es decir, significa darle un nombre y conocer su raíz. Hay jóvenes que han recorrido todas las etapas de formación sin que nadie les haya ayudado o sin permitir que nadie les ayudase a identificar sus inconsistencias. En consecuencia, no saben dónde tienen que trabajar, y es evidente en estos casos que no ha habido formación alguna. No debe, pues, extrañar que en muchos de estos casos haya surgido la crisis tras la profesión perpetua o la ordenación. Ni que, todavía con mucha más frecuencia, haya aparecido la «mediocridad». Lo más importante, es integrar nuestra debilidad, darle un sentido antes de luchar contra ella, ver en ella un elemento fundamental de nuestra identidad, una postura esencial a adoptar ante la vida. El hombre adulto sabe muy bien que en algunas cosas es todavía un niño (aunque por fuera no se advierta), conoce a fondo sus contradicciones, sabe que a veces brota de su interior una fuerza incontenible que se impone a sus deseos de bien y ante la cual se siente realmente débil. Ser


consciente de esta realidad es necesario para saber con exactitud quién es uno mismo, para no ser presuntuoso ni exaltado, y para tener claro que la experiencia de la misericordia está tanto en el origen como en el final de todo proyecto de santidad. Quien no haya experimentado sus enfermedades hasta sentirse en cierto modo impotente no ha empezado a recorrer ningún camino de madurez, ni de madurez humana ni de madurez cristiana. Ejemplar a este respecto es la enseñanza de Pablo (cf.Rom 7, 15-24; 2 Cor 12, 7-10), que empezó tratando de acabar con su debilidad, de quitarse de encima de una vez por todas aquella humillante «espina en la carne» y de derrotar al «ángel de Satanás», y para conseguirlo había orado y suplicado al Señor. Y sin embargo, al final ahí le vemos «presumir» de sus debilidades, porque en el fondo de ellas descubrió la potencia de la gracia salvadora. Esta experiencia es también importante para una buena relación con las debilidades de los otros. La razón es evidente, porque el que conoce a fondo la magnitud del egoísmo y de la maldad que hay en él, y también cuántos esfuerzos por superarlos le han sido en vano, no se escandaliza de la pobreza de los que le rodean ni rechaza a nadie por débil que sea. Y quien lo hace, muestra una vez más lo lejos que está de su verdad, y utiliza a los demás para proyectar sobre ellos lo que no acepta de su yo. Aún más, el descenso a nuestros propios infiernos da siempre un fruto insospechado: se aprende a orar. La experiencia de lo vulnerables e impotentes que somos nos pone a los creyentes de rodillas ante Dios, nos mueve a buscar una ayuda y una fuerza que no hallamos en nosotros y pone en nuestros labios las afligidas palabras de una súplica esencial y auténtica como nunca: «Señor, ten piedad..., Señor, sálvame..., muéstrame tu rostro». El que nunca haya sentido esa especie de desesperación jamás aprenderá a orar ni conocerá esa esperanza que brota en el corazón cuando se ha tocado fondo. Deberían entenderlo todos esos jóvenes perennemente aficionados en las cosas del Espíritu que jamás están en crisis pero carecen de pasión, creen poco y rezan aún menos. Finalmente, haber visto el rostro a nuestros propios monstruos ayuda, por extraño que pueda parecer, a definir mejor nuestro ideal. Pues allí donde está nuestra debilidad no sólo pasa a ser el centro de nuestro esfuerzo por crecer, sino que marca también con toda exactitud en qué dirección podemos descubrir el misterio de nuestro yo ideal, lo que todavía no sabemos de nosotros mismos y que es lo peculiar de nuestra identidad y de nuestro camino de maduración. Si la naturaleza de la inconsistencia central es, por ejemplo, de corte afectivo, el joven sabrá que sólo si crece en esta dimensión se conocerá en plenitud, podrá realizarse libremente y logrará ser feliz. Es decir, justamente allí donde percibo y experimento mis males, allí se esconde una llamada a ser mejor, allí se esconde mi identidad ideal. Cuando se descubre, pues, la propia identidad se descubre también lo que se está llamado a ser. Digámoslo una vez más, se descubre que estamos llamados a caminar en la verdad y a encontrar la fuerza en la debilidad. d) La libertad de pro-yectarse Por su propia naturaleza, el hombre está llamado a salir de sí mismo, a situarse ante una llamada, ante un tú que lo llama a ser él mismo y además a superarse. Nadie se conoce contemplando su imagen en un espejo y nadie se realiza haciendo cálculos o buscando garantías para no correr ningún riesgo. La lógica de «hacer lo que se puede» impide con frecuencia autorrealizarse, un objetivo ya bastante modesto para quien es llamado a trascenderse. Pues el exceso de prudencia y la exigencia de garantías de éxito lo que hacen normalmente es reducir las posibilidades de realizarse. Quien no se decide a jugarse el todo por el todo en empresas arriesgadas, está condenado a repetirse miserablemente a sí mismo. Si así sucede a este nivel, con este planteamiento nadie podría consagrarse a Dios ni descubrir jamás la vertiente más noble de su personalidad. Porque el futuro no puede ser pura y simplemente la proyección del presente, porque por su naturaleza el yo ideal debe siempre añadir al yo actual algo nuevo e inédito, misterioso y arriesgado, algo que trascienda todo lo que se está segurísimo de saber hacer. El yo ideal refleja la verdad de la persona cuando le propone superarse o le pide que tienda al máximo de sus posibilidades. El hombre maduro acoge, sin embargo, esa aspiración natural que lo impulsa sin cesar hacia adelante y que le impide contentarse con la mediocridad o con vivir de rentas haciéndose viejo antes de tiempo. Acepta también los retos de la vida para conocerse mejor a sí mismo y sus sorprendentes (y a menudo ocultos) recursos. Y decide pro-yectar la vida y su futuro. Como expresa la raíz del verbo, opta por «lanzarse hacia más adelante, más allá de sí mismo», trascendiendo todo cálculo miedoso y mezquino, incluso sus dotes y talentos, para disponerse a recibir también esa llamada misteriosa que trasciende el yo proyectándolo


hacia una dimensión ulterior. Es justamente ahora cuando la persona deja de repetirse a sí misma y se convierte en artífice de su existencia. Ha sido verdadera consigo misma y, como Natanael, verá y podrá hacer cosas cada vez más grandes (cf. Jn 1, 47-50). e) La entrega de la vida El verbo proicio (del que se deriva pro-yecto) significa también entregar la propia vida. El ser humano necesita entregarse a algo o a alguien. A cada uno le toca decidir a quién o a qué, pero lo que es claro es que debe entregarse. Quien no se entrega, creyendo ilusamente pertenecerse sólo a sí mismo, en realidad se convierte en esclavo de algo que ignora, esclavitud que es peor cuanto menos se da cuenta de ella. Esta esclavitud es sobre todo triste y solitaria, porque quien toma la decisión de no entregarse es cada día más suspicaz y solitario, no se fía de nadie (ni de los amigos, ni de la comunidad, ni del futuro, ni de Dios) y no se deja influir por nadie, acabando por perder toda confianza en sí mismo y por ser condicionado de hecho por una infinidad de cosas y de miedos. La persona madura no es alguien que se basta a sí mismo, no se encierra en su autosuficiencia, sino que es capaz de reconocer que necesita de los demás y confía en los que le rodean. Así pues, está dispuesto a poner su vida en manos de Otro y a dejarse limitar incluso por la debilidad de los otros. Esta es la lógica de la libertad que, cuando nace de la verdad, se convierte en confianza y abandono, se transforma en una libertad que renuncia a sí misma. Un ejemplo de esta libertad lo tenemos una vez más en Pablo, «el prisionero del Señor« (Ef 4, 1), que pone su vida entera en manos de Dios y por tanto se siente libre de todo y de todos: de la ley, de la pretensión de salvarse con sus solas fuerzas, de la necesidad de agradar a los demás... Tan libre, que puede renunciar a su libertad en bien de sus hermanos, hasta el punto de no comer carne en toda su vida si eso escandaliza a cualquier débil en la fe (cf. 1 Cor 8, 13). En síntesis, reconocer la verdad objetiva e histórica que revela al hombre a sí mismo, la debilidad que infunde fuerza, la libertad que transforma en siervos, la confianza que abre a la relación y a la experiencia del amor llegando a la entrega de la propia vida: he aquí el misterio de la madurez humana tal como la hemos esbozado. Madurez cristiana según el diccionario de espiritualidad de Carlo M. Martini Cualquiera que sea la imagen del cristiano maduro, tiene al menos tres características fundamentales. La primera es la de ser positivo. Tiene que ser una persona que intenta continuamente tender puentes, remediar situaciones difíciles, mirar hacia adelante. Si pensamos en el himno de la caridad de san Pablo: «... todo lo cree, todo lo disculpa, todo lo espera», debemos decir que en el cristiano adulto no puede haber depresión, desaliento, malhumor, tristeza, desconfianza. Ni siquiera una cierta antipatía concuerda con la imagen del cristiano maduro en la fe, en el que cabe más bien la energía, el valor, la generosidad total. La segunda característica, que no debemos olvidar, es su conflictividad. ¿De dónde nace esta imagen? San Pablo lo dice claramente en el contexto de la Carta a los Gálatas: «En cambio, los frutos del Espíritu son...». «En cambio», referido a los versículos anteriores, está en contraste con las obras de la carne: «Fornicación, impureza, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, discordias, rivalidad, ira, egoísmo, disensiones, cismas, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes». La figura del cristiano no nace, de manera idílica, de un desarrollo tranquilo de la persona, sino, de manera conflictiva, de una franca separación, oposición y condena de todo aquello que en el hombre, en la comunidad y en la sociedad, tiende a desarrollar de otro modo la personalidad cristiana. Por tanto, es una figura que, a pesar de ser totalmente positiva, es absolutamente conflictiva, consciente en todo momento de la necesidad que tiene de separarse de las obras de las tinieblas. La tercera característica es una profunda unidad. Aunque fragmentada en múltiples actitudes, la unidad profunda de esta personalidad aparece incluso en el nivel filológico, porque Pablo habla de «fruto del Espíritu». Es el único fruto, social y ético, del crecimiento cristiano.


Quinto encuentro (Primera Parte): La madurez afectivo-sexual Nosotros con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu. (2Cor 3,18) El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente. (2Cor 5,17) B. ¿Cómo abordar el tema complejo de la madurez afectivo-sexual? -Ante todo, debemos hacerlo desde la certeza firme de que somos buenos, bellos, valiosos a los ojos de Dios. Nuestra vida tiene un sentido, ha sido llamada, nombrada con amor por Dios, somos su imagen y semejanza, somos parecidos a Dios. Él nos formó pensando en Él y tomándose como modelo y forma del hombre. Por tanto, detrás de todas las oscuridades, dificultades, fuerzas encontradas, incertidumbres, que pueda despertar en nosotros todo nuestro mundo afectivo-sexual, sabemos que detrás de todo eso, está la presencia de Dios que habita nuestros corazones. Él es el centro más sagrado de nuestra vida. Detrás de todo lo que nos pueda hacer sentir miedo, vergüenza, incertidumbre, está el amor sagrado de Dios que sostiene nuestra vida, desde dentro. -Además de esta profunda certeza que debe ir acompañando toda nuestra formación, debemos tener una mirada confiada y optimista de nuestro mundo afectivo-sexual. No mirar con sospecha, miedo o desconfianza todo este mundo, sino poder ir sacando a la luz la fuerza y energía divina que ha puesto en nuestro corazón el mismo Señor. -Por tanto, nos debemos acercar a este mundo sin prejuicios, miradas negativas o sospechosas, sino como lo hizo Moisés, descalzándose, porque estaba pisando tierra sagrada. Así también nosotros, pisamos tierra sagrada y bendita, porque es la tierra de Dios: nuestro complejo corazón. Lo debemos hacer con una mirada de profunda fe y no con una mirada moralista que nos inclina a juzgar lo que es bueno o malo. No se trata de algo moral, sino antropológico, descubrir nuestras fuerzas ocultas y nuestra capacidad de amar. Fuerza y energía, que al conocerla, reconocerla, valorarla, será encauzada detrás del ideal del Reino, para poder así, servir mejor a Jesús y a su causa, con toda nuestra humanidad y toda nuestra energía afectivo-sexual. Esto requiere una profunda paciencia para con nuestros propios procesos, con el tironeo de nuestras fuerzas y energías encontradas y una profunda confianza en la Misericordia de Dios que me quiere y acepta como soy y que desea mi bien y crecimiento progresivo y paulatino hacia una mayor libertad y madurez. 2. Algunos criterios orientativos de la madurez afectivo-sexual: 1) Conocerse y aceptarse a sí mismo, sana autoestima: -La sana autoestima se define como percepción consciente y estable del profundo valor positivo de sí mismo y de la propia bondad. Es decir, la persona madura percibe que su vida tiene un sentido profundo, que es valiosa de por sí, que, a pesar de las dificultades de la historia personal, y de las heridas afectivas, hay una experiencia profunda (no sólo racional, sino emotiva) de ser amado, y de ser digno de ese amor recibido. La mirada de fe nos ayuda a descubrir nuestra historia como una historia sagrada, donde descubro signos concretos del amor de Dios en mi vida, hitos fundamentales que marcan ese amor tierno y fiel de Dios hacia mi persona. Amor que también estuvo en los momentos oscuros o grises de nuestra historia. Momentos que no han de ser escondidos o tapados, sino reconocidos, llorados, aceptados, dándoles un sentido con el resto de mi historia, momentos capaces de ser sanados, integrados y asumidos con un sentido nuevo bajo la luz de la mirada de Dios, en la Cruz de Cristo que tomó estas experiencias de dolor y las transformó en Vida nueva para mi historia sagrada. Esta sana autoestima se manifiesta en las siguientes actitudes: -sentirse bien consigo mismo: con el propio cuerpo, la propia personalidad, carácter, forma de ser -cuidado sano del propio cuerpo y de su aspecto: comida, aseo e higiene, salud, descanso, limpieza y orden de los espacios privados, buen gusto, ambiente cálido y humano del propio cuarto, cuidado de los bienes personales


-cierto sentido del humor para consigo mismo y con las propias debilidades (no tomarse tan en serio a sí mismo) -valentía de conocerse y de darse a conocer -aceptar y reconocer mis luces, capacidades, talentos y riquezas -aceptar y reconocer con paz mis sombras, mis debilidades, mis puntos débiles, mis límites -vivir la humildad como camino en la verdad, es decir, reconociendo con paz, sin ambigüedades, mis luces (como don de Dios) y mis sombras (como camino de crecimiento hacia una mayor luz) -saber leer la propia historia a la luz de la fe, reconociendo claramente el paso de Dios en toda mi vida, uniendo armónicamente los distintos hitos de mi vida personal, como parte integral de mi historia sagrada y de salvación -reconocer, valorar y traer a la memoria los hitos de vida fundantes de la vocación sacerdotal, recordándolos especialmente en los momentos de oscuridad y confusión -valorar mis raíces, mi historia familiar, mi contexto social, mis amistades, mis orígenes y seguir manteniendo un vínculo con las mismas -capacidad de mirarse a sí mismo en vistas de un proyecto personal con sentido para mi vida -conocer las reacciones que puedo provocar en el otro -conocer las reacciones que los otros provocan en mí -reconocer ante diversas situaciones los sentimientos que me surgen, llamándolos por su nombre -reconocer con paz los impulsos, pasiones que se despiertan ante distintos estímulos -sentirse en paz estando solo, sin necesidad de llenar compulsivamente este hueco de soledad, cuidando, embelleciendo y enriqueciendo los propios espacios privados y de soledad -libertad y autonomía frente a la mirada de los demás, sin miedo a mostrarme como soy y de ser uno mismo -libertad frente algunas pasiones y sentimientos: miedo, ira, tristeza, angustia -capacidad de elegir no seguir algunos impulsos que se me presentan como imperiosos -capacidad de tomar decisiones simples y cotidianas y sostenerlas en el tiempo -aceptación serena de los propios fracasos, errores y equivocaciones, y de pedir perdón por ellos -vivencia de los momentos de dolor con paz, ofreciéndolos al Señor, con una mirada positiva de las mismas, que me da la fe en el misterio pascual, teniendo una cierta resistencia y aguante frente a los momentos de oscuridad, sin dejar que me perturben interiormente empujándome a una decisión impulsiva y no reflexiva -capacidad de encontrarle un sentido oculto y divino a las diversas situaciones de vida -descubrir en hechos concretos la vida resucitada que se engendra en mí y en los demás, detrás de cada cruz personal o momentos de dolor -mirada agradecida ante la vida y ante Dios -vivencia apasionada y entusiasta del presente, sin añorar angustiosamente el pasado o dejarse inquietar demasiado y de forma ansiosa por el futuro -firmeza en los propios principios, ideas, forma de ser, con apertura también al cambio que deja de lado todo tipo de rigidez (tener algunas ideas claras, certezas, luces en el camino personales y muy propias, surgidas de la propia experiencia) -paciencia y misericordia para con los propios límites y pecados, mirándome no con la mirada pesimista, acusadora y desalentadora (propia del mal espíritu), sino con la mirada esperanzadora, nueva y confiada de Dios -estar convencido de que la santidad, la conversión es fruto del obrar de Dios en mi corazón, lento y progresivo, más que un esfuerzo adquirido con los propias fuerzas y luchas -descubrirme establemente como alguien valioso, amado por Dios, capaz de amar también de esta manera a los demás -capacidad de gozo y contemplación del amor gratuito de Dios, que me amó primero, antes de que yo pudiera responderle a su amor -descubrimiento progresivo de mi capacidad de entrega, de amor desinteresado, que se va manifestando en gestos concretos de amor al prójimo, cada vez menos centrados en sí mismos y más en el otro -capacidad de una mirada amplia, íntegra y armónica de todos los aspectos de mi vida, sin descartar ni despreciar ninguno: corazón (sentimientos, emociones, vida afectiva), pasiones, inteligencia y razón, voluntad, sexualidad, cuerpo


2) Capacidad para establecer relaciones humanas, fraternas y solidarias: Esto se manifiesta en las siguientes actitudes: -capacidad de darse y de salir de sí mismo -inserción real e integración afectiva en el grupo humano o comunidad -capacidad de comunicación y apertura a los demás, de expresar libre y adecuadamente los propios sentimientos -capacidad de diálogo con los que no son “de mi grupo” o mis más amigos -valoración y reconocimiento de lo positivo que hay en el otro, dejándome enseñar por sus actitudes y testimonio -capacidad para pedir ayuda cuando solo no puedo -creciente capacidad de escucha y acogida a los demás, interesándome realmente por su vida -creciente capacidad de empatía, es decir, de sentir con y en el otro, lo que el otro siente -capacidad para “ponerme en los zapatos del otro” y ver las cosas como las mira él, para poder comprenderlo más -capacidad de hablar bien de los demás, y disposición al silencio y discreción frente algún error o miseria de algún hermano -sana distinción entre lo que es importante, esencial y lo que es más bien secundario, no ahogarme en un vaso de agua, no hacer un mundo de algo pequeño e insignificante -capacidad de diálogo, discernimiento y toma de decisiones comunitarias -capacidad de renuncia ante algunas decisiones que no comparta y que impliquen un cambio de vida o de hábitos, relativizando lo que no es tan importante -capacidad de desdramatizar algunos conflictos, y darles el valor justo que tienen -capacidad de cierta toma de distancia ante algunas situaciones, para evaluarlas con más objetividad, preguntándose siempre acerca de la voluntad de Dios, y no obrando sólo desde las propias ideas -descubrimiento y valoración del sentido profundo que hay detrás de algunas normas de convivencia o de actividades formativas propuestas por el seminario y vivencia entusiasta de las mismas, aunque no comparta o no descubra aún su sentido -aceptación de los demás tal como son, con sus diferencias de personalidad, de historia, de formas de ser -apertura y adaptación para vivir con lo diverso, lo distinto, sin perder la propia riqueza -sensibilidad e interés por lo que les ocurre a los demás -aceptación de las correcciones de la comunidad y del formador -atención al estado de ánimo de mis compañeros y capacidad de cercanía frente a los mismos -coraje para corregir o decir alguna palabra de aliento o corrección frente a algún error, que realmente valga la pena para corregir -capacidad de reconocimiento y gratitud por algún gesto o actitud de algún hermano -capacidad de expresar afecto y de establecer lazos de amistad abiertos -apertura a nuevas relaciones y a nuevas personas que integren las amistades -capacidad de participar de las alegrías comunitarias -responsabilidad en las tareas asumidas y confiadas -capacidad de amor desinteresado y oblativo por los demás, manifestado en gestos concretos de amor -capacidad de hacerme cargo de algunas personas, sin pretender poseerlas o establecer una dependencia inmadura respecto de mi propia persona -capacidad de dar a tiempo un paso al costado en alguna relación que no nos hace bien o nos encierra, o nos quita la mirada del centro de la opción de vida -humildad para pedir ayuda y contar con la fuerza, el consejo y el apoyo del hermano -capacidad de no esperar o demandar recompensa ante el amor desinteresadamente brindado -descubrimiento de mi propio aporte único y original para la construcción de la vida comunitaria -capacidad de autoconocimiento para corregir actitudes que puedan lastimar la convivencia -capacidad de gratitud ante la vida y ante los demás -capacidad de adaptación y flexibilidad frente a los cambios, a las personas, a las propuestas de formación, ante los imprevistos -capacidad para dejar de lado los intereses y ocupaciones particulares frente a algún imprevisto


3) Aceptación de la sexualidad como elemento positivo, valioso y dinámico, sin represiones ni tabúes: Esto se manifiesta en las siguientes actitudes: -aceptación del propio sexo como un proceso psico-dinámico permanente en todos sus aspectos: fisiológicos, psicológicos y sociales -relaciones equilibradas frente a personas del otro sexo, trato natural, espontáneo -valoración del deporte, el ejercicio físico, los espacios de fiesta y de recreación -valoración de los espacios y expresiones artísticas que expresan belleza (una buena película, literatura, buena música, pinturas) y que despiertan mi creatividad y captación de la belleza -naturalidad, alegría de vivir, entusiasmo, optimismo, que se expresan en las relaciones con los demás -capacidad de silencio y de interiorización -buena comunicación con el formador -apertura sincera y transparente con el director espiritual -sentimiento de satisfacción, felicidad y paz interior -mirada confiada a la propia sexualidad y reconocimiento de su bondad -aceptación del propio cuerpo y de las pulsiones sexuales -capacidad de postergar para después la gratificación de algún placer que se me presenta como inmediato -capacidad de demostrar el cariño y de expresarlo de modo respetuoso sin posesividades, respetando el límite del otro y su individualidad -capacidad de gozo y disfrute de los placeres de la vida, y de renuncia gozosa de los mismos de acuerdo a su opción celibataria -capacidad de renuncia por un bien mayor de los propios gustos o intereses o necesidades -sentido de pudor, de respeto por el cuerpo e intimidad propia y de los demás 4) Libertad y ascesis de vida: Esto se manifiesta en las siguientes actitudes: -capacidad de tomar resoluciones, cumplirlas y sostenerlas en el tiempo a pesar de las dificultades -corresponsabilidad comunitaria -capacidad de renuncia y desprendimiento, asumidos libremente y no como algo frustrante -autodisciplina en las distracciones, esparcimientos, salidas, amistades, relaciones -prudencia y equilibrio en el uso de los MCS, siendo consciente de lo que despierta y provoca en mí -capacidad de asumir la soledad con alegría y buen humor -dominio de sí mismo -disponibilidad y prontitud ante las necesidades o imprevistos que puedan surgir -capacidad de anticiparme a las necesidades, poder ofrecerme antes de que me lo pidan -capacidad de planificación, proyección, ejecución y evaluación de actividades y del propio camino espiritual -flexibilidad y apertura humilde para cambiar algunas cosas sobre el camino, cuando fuera necesario -valoración del esfuerzo y del trabajo como medios de superación y realización personal -distribución y organización adecuada del tiempo -capacidad de abrirse y dejarse interpelar por el cuestionamiento de los demás y de Dios -capacidad de autoconciencia y reflexión de las experiencias vividas, encontrando su sentido oculto y la voz de Dios en cada una de ellas, unificando en Él las vivencias, evitando la dispersión o fragmentación de hechos vividos. 5) Vida espiritual seria, centrada en el amor a Dios y al prójimo: Esto se manifiesta en las siguientes actitudes: -querer seguir a Jesús en su estilo de vida -dejarme interpelar cotidianamente por Dios a través de su Palabra -vivir las amistades como referencias a Jesús (que los amigos no se miren a sí mismos el uno al otro, sino que miren juntos a Jesús, centro de la amistad) -soñarme sanamente sacerdote, alimentar deseos de entrega a semejanza de Jesús Buen Pastor -detectar y elegir algunos ejemplos de vida (actuales o del pasado) de pastores que viven de alguna manera lo que yo ansío vivir


-oración concreta y real de intercesión por los hermanos que Dios va poniendo en mi camino y la gente con la que me encuentro en el apostolado -valorar el cansancio cotidiano y vivirlo en alegría y en paz, concluyendo el día en las manos de Jesús y la Virgen -capacidad de recoger el día, y cada momento acontecido, mirando con gratitud la obra de Dios y mi respuesta a su llamada -conciencia siempre actualizada de ser llamado por Dios para este tipo de vida -encuentro personal, íntimo y cotidiano con Jesús en su Palabra y en los sacramentos -atención a la propia vida espiritual, poniendo los medios necesarios para cuidarla: oración, lectura espiritual, aprovechamiento de tiempos libres, Reconciliación sacramental frecuente, charla asidua con el director espiritual -participación activa y consciente en la oración comunitaria -devoción amorosa a la Virgen María y a los santos -amor al Pueblo fiel de Dios y a sus expresiones de fe popular -vivencia de las actividades apostólicas con entusiasmo, creatividad y fervor, descubriéndome en ellas con actitudes sacerdotales y de buen pastor, descubriendo la fecundidad y sentimientos paternales -deseos e inquietudes apostólicas y misioneras, celo por llevar la Palabra de Dios y darla a conocer -amor concreto y valoración del presbiterio, obispo, religiosos /as, laicos y agentes pastorales de la diócesis -alimentar los deseos apostólicos de entrega, de sacrificio por los demás, de heroicidad en las opciones, animándose a soñar alto, con ideales -rezar por la comunidad que Dios me va a confiar el día de mañana -interés por conocer la historia de la diócesis, los sacerdotes, las parroquias, etc -ir alimentando deseos de disponibilidad para la entrega y la prontitud de una respuesta generosa y alegre -vivencia de las actividades cotidianas y simples como preparación para el ministerio sacerdotal, mirando la incidencia que tiene mi fidelidad en el presente, en la fidelidad futura -asombro cotidiano ante el milagro de la vida, de la fe, de la vocación y capacidad de goce, disfrute y agradecimiento a Dios -corresponsabilidad y entusiasmo en las experiencias de apostolado -espíritu de sacrificio y austeridad de vida asumidos como exigencia evangélica y testimonio -gran estima de valores humanos y cristianos como la verdad, la fidelidad, el compromiso, la justicia, la honestidad, la austeridad, la sencillez -en tiempos de vacaciones o feriados, seguir manteniendo los hábitos del seminario (misa, oración, apostolado, reconciliación, descanso, lectura, disciplina en los horarios): eso manifiesta que los voy internalizando y no que los vivo como algo impuesto o artificial 3. Algunos criterios orientativos de la inmadurez afectivo-sexual: Frente a todas estas actitudes, en las que podemos mirarnos y autoevaluarnos, para ver cómo estamos situados, podemos descubrir algunas notas negativas que expresan nuestra necesidad de una mayor madurez y de un camino de crecimiento. 1) Desconocerse, falta de aceptación de sí mismo, baja autoestima: -Excesiva preocupación por agradar a los demás -Dependencia excesiva de la propia imagen, de cómo caigo o cómo me ven los demás -Ocultar mi identidad, encerrarme en mí mismo, no decir lo que pienso, no darme a conocer -Vivir dependiendo de la mirada del formador, buscando complacerlo o “actuando” cuando él está y dejando de cumplir las responsabilidades cuando él no está. -Sentir vergüenza o desprecio hacia mi familia o propias raíces culturales -descuido del propio cuerpo y de su aspecto, suciedad, abandono, desorden -cuidado excesivo del propio cuerpo y de la presentación exterior, obsesiones de limpieza, lavado, uso excesivo del tiempo y preocupación en estas cosas, quitando fuerza y energía para otras más importantes o necesarias -falta de confianza para consigo mismo, no descubrir ningún talento, capacidad, riqueza -excesiva confianza en sí mismo, no descubriendo ninguna sombra, error o pecado


-Incapacidad para estar solo y realizar actividades solo -dispersión constante que evita el enfrentarse consigo mismo y autoconocerse -falta de hábitos de autorreflexión -Vivir demandando a los demás o triste o resentido por todo lo que la “vida” no me pudo dar -Compararme continuamente con los demás y ver los logros del otro como amenaza para mi propia vida o alegrarme con los fracasos del hermano -Dejarme llevar por los primeros impulsos y no ser dueño de ellos: miedo, tristeza, ira, odio, etc. -No reconocer los propios errores, justificarlos, taparlos, negarlos o proyectarlos, es decir, no los reconozco en mí y los veo en el hermano -No ser sincero o transparente con mi formador, director espiritual o compañeros, por miedo a ser juzgado, rechazado o no tenido en cuenta -inestabilidad emocional: cambios repentinos de humor, de estado emocional -mimetismo con alguna persona: es decir, ante alguien que admiro o idealizo, o para ganar su aprobación o la aprobación del grupo, busco (muchas veces inconscientemente) hablar como él, pensar como él, tener sus mismos gustos, dejando de lado las propias riquezas y principios o formas de vida propias -vivir demasiado pendiente del pasado, añorándolo o despreciándolo por alguna experiencia traumática, de la cual sigo estando atado y me quita libertad, alegría y paz -vivir demasiado pendiente del futuro, con ansiedad e inquietud, quitándole fuerza al presente -vivir con demasiado idealismo e ilusión, que me quite el compromiso y la fidelidad a lo cotidiano, y al presente donde Dios actúa y está -falta de conciencia frente a algunas reacciones impulsivas que tienen que ver con mi historia no sanada, y que no puedo dominar -no pedir ayuda frente a algún problema o dificultad, pensar y creer que yo solo puedo con todo -no poder resolver ninguna situación conflictiva sin la ayuda de los demás, vivir dependiendo del apoyo y de la confirmación de los demás -incapacidad de una mirada amplia, íntegra y armónica de todos los aspectos de mi vida, viviendo exclusivamente desde una sola parte de mi vida: corazón (sentimientos, emociones, vida afectiva), pasiones, inteligencia y razón, voluntad, sexualidad, cuerpo 2) Incapacidad para establecer relaciones humanas, fraternas y solidarias: -incapacidad para expresar los propios sentimientos y afectos -analfabetismo emocional: es decir, no saber distinguir lo que me pasa, cómo estoy, cómo me siento, no poder ponerle nombre a mis sentimientos -La queja continua, la crítica, la comparación, la dureza en el juicio -Estar demasiado pendiente de sí mismo, del propio bienestar, de la propia comodidad, de las propias necesidades. -ironía y agresividad en los vínculos, bromas hirientes, comentarios por detrás -incapacidad de diálogo con los que no piensan como yo -actitudes infantiles de no saludar, no hablar, no cruzar palabra con alguno que me he peleado o enemistado -autoritarismo, pretender que siempre se haga lo que yo diga o piensen como yo pienso -búsqueda de compensación afectiva en los compañeros -celos comunitarios -amistades cerradas, asfixiantes, exclusivistas, reclamos afectivos al hermano, pretender ser el centro en las relaciones de amistad -excesiva necesidad de compartir, de contar las cosas de uno, exigencias de ser siempre escuchado y tenido en cuenta -desinterés por la vida comunitaria, aislamiento, borrarme en los momentos comunitarios -ser irresponsable con las tareas asumidas, no cumplirlas -estar demasiado pendiente en solo hacer “lo que me toca”, ni más ni menos, siendo incapaz de realizar tareas gratuitamente por la comunidad -falta de paciencia y rigidez ante la debilidad del hermano -incapacidad para compartir “tiempos gratuitos” con mis hermanos de comunidad


-desvalorizar las experiencias religiosas o humanas de los demás, simplemente porque son distintas a las propias -excesiva necesidad de mostrarse, darse a conocer, contar las cosas más íntimas, falta de pudor -apego exagerado a algunas personas, familias o grupos -vivir “llevando o trayendo” chismes, rumores, habladurías de adentro (del mismo Seminario) o de afuera (de la diócesis), hablando o poniendo el oído -evasión de la comunidad a través de la música, la computadora, el celular -estar demasiado pendiente o preocupado e involucrado en los problemas familiares o de amistades, quitándome la fuerza para estar centrado y para ser fiel a la nueva vida del Seminario -no cortar afectivamente con las relaciones anteriores y seguir “viviendo” lo que antes vivía -no descubrir otros tipos de presencias que no sea la meramente física, por ejemplo a través de la oración, o de algún mensaje o llamado más esporádico -vivir con cierto grado de angustia el corte con mis amigos, mi barrio, mi familia y querer seguir conectado a toda costa, como estaba antes, con la angustia por perderme las actividades y vida que ellos siguen teniendo sin mi presencia 3) Falta de aceptación de la sexualidad como elemento positivo, valioso y dinámico: -falta de espontaneidad con personas de otro sexo, miedo a las relaciones -actitudes de seducción, extroversión, con ansias de ser el centro de las relaciones -excesivo hermetismo -exclusivismos en las relaciones -actitudes invasivas respecto de los espacios del otro, sin respetar el límite de cada uno -falta de pudor respecto del propio cuerpo e intimidad, exhibicionismo -búsqueda de compensaciones afectivas, genitales -desprecio hacia el otro sexo, machismo, infantilismo, dependencia -fijación en la esfera genital, tanto en la fantasía, como en la realidad: chistes, bromas, conversaciones en doble sentido, vocabularios inadecuados -sentimientos de insatisfacción, de vacío interior -incapacidad de estar solo, o de estar con otros (huyendo de la presencia de los otros) -búsqueda constante de gratificaciones sensibles -miedo o vergüenza en la relación con el propio cuerpo y no aceptación del mismo -ausencia de descanso o de actividades más “gratuitas” y distendidas -no cortar con relaciones afectivas anteriores que me quitan la fuerza para esta opción -coquetear, seducir a personas del otro sexo, sin tener en cuenta que se pueden enganchar afectivamente con nosotros, sin tener en cuenta que las puedo dañar o lastimar -no ser claro en los límites para con el otro sexo, dejar siempre alguna puerta abierta, no animarme a ser claro en las renuncias, jugando muchas veces con el límite, o no poniendo límite frente al avance del otro 4) Falta de libertad y ascesis de vida: -falta de prudencia en el uso indiscrecional de los MCS -angustia en los momentos libres, por no saber “qué hacer” o cómo llenar el tiempo libre -mal uso del dinero, del tiempo y de las cosas -falta de responsabilidad en las cosas comunes, en el uso del dinero y en el trabajo -falta de valoración del esfuerzo de mucha gente para que tengamos casa, comida y los estudios pagos -negación de los propios errores y tendencia a justificarlos, no hacer nada por cambiarlos, escudándome en el soy así, que me acepten como soy, sin que me duela mi inmadurez o ponga los medios adecuados para salir de la misma. -incapacidad de asumir el estudio y los servicios comunitarios con responsabilidad -falta de límites a la hora de acostarse y de levantarse -añoranza exagerada de la anterior forma de vida o de otras formas de vida, que se traduce en tristeza, desencanto, falta de entusiasmo -incumplimiento de horarios y de tareas previstas -ser esclavo de los propios impulsos y energías, sin tomar en cuenta a dónde me conducen -vivir sólo el instante presente, siendo incapaz de mirar un poco más allá o de planificar el futuro


-falta de introspección, de autoevaluación y reflexión 5) Vida espiritual endeble: -malhumor constante, queja, murmuraciones, crítica -falta de amor y de valoración del propio Seminario y la propia diócesis y presbiterio: vivir comparando con otros lugares, desprecio, dejarme llevar por chismes y habladurías -falta de vida interior y de oración -vida cómoda e instalada, sin esfuerzos serios de conversión y crecimiento personal -incapacidad de abrirse al dolor humano y a los conflictos sociales -desprecio a los otros estados de vida en la Iglesia y sentimiento de superioridad -ansias de reconocimientos, títulos, de hacer carrera y búsqueda frenética de espacios de poder -no compartir los momentos de oración comunitaria o estar sólo en ellos con “el cuerpo presente”, pero la mente y el corazón afuera -rigidez y falta de flexibilidad para cambiar algunos principios o pensamientos que no van con la propuesta de Jesús -“cumplimiento” (cumplo y miento) externo y formal de las normas, sin involucrar el corazón -incapacidad de asumir la cruz y el dolor con sentido pascual y redentor -desprecio al pueblo de Dios, a los pobres y desheredados -andar detrás de la moda -vivir las actividades cotidianas con una inercia rutinaria y cansina, que le quita entusiasmo, creatividad, alegría -falta de profundidad en las charlas con el director espiritual, tocar temas generales que no involucren la propia vida o un cambio en ella (charlar de los demás, pero nunca de sí mismo) -falta de continuidad en la dirección espiritual, yendo cada tanto a verlo o a reconciliarme sacramentalmente -ausencia de gestos espontáneos de servicios ocultos (poner la mesa, lavar, dejar que se sirva primero el otro, buscar la porción más chica, barrer un espacio sucio, etc.) -vivencia del apostolado de forma solitaria, sin los otros o exhibicionista, más centrado en mí que en los otros Tarea para el mes Esta consigna no es para entregar, sino para realizarla y compartirla en la charla con tu director espiritual: -Releer el apunte de este encuentro: La madurez afectivo-sexual, y con mucha serenidad y tiempo, delante del Señor, comienza a identificar en tu vida, qué criterios de madurez descubres en ti, de acuerdo a las distintas dimensiones. No se trata de un examen de conciencia propiamente dicho, sino más bien, de un ejercicio de autoconocimiento. -Identifica los signos de inmadureces que descubres en ti, de acuerdo a la lista que presenta el apunte. -Una vez realizado esto, trata de escuchar a tu corazón y descubrir qué despierta en ti todo esto: ¿bronca, enojo, desilusión, tristeza, ganas de crecer, humildad para pedir la gracia, deseos de conversión? Anota tus sentimientos (te puede ayudar la lista que está en el apunte de la pregunta 1). -Luego, identifica en tu vida algún mecanismo de defensa inconsciente (si es que descubres que tienes alguno). -Luego, si crees conveniente, anota alguna prioridad para empezar a trabajar o a vivir de acuerdo a todo lo que fuiste viendo y conociendo de tu propia vida. -Por último, trata de llevar esto al diálogo con tu director espiritual, para confrontar con él tus conclusiones y armar juntos algún programa de crecimiento o de camino espiritual, de acuerdo a lo descubierto de ti, a través de estos ejercicios de oración de autoconocimiento.


Quinto encuentro (Segunda Parte): La madurez afectivo-sexual (continuación) 4. Los mecanismos de defensa: -Frente a la mirada y reconocimiento de los propios errores, incongruencias, inconsistencias e inmadureces, es muy común que afloren en nuestra persona, distintos mecanismos de autodefensa. Nuestro yo ideal (aquello que esperamos de nosotros mismos o que deseamos ser), al constatar nuestra debilidad, se siente dañado y busca, generalmente de forma inconsciente, mecanismos de autodefensa para no reconocer estos puntos débiles que nos hacen tambalear y avergonzarnos de nuestra propia debilidad. Generalmente surgen por tener un ideal muy alto y perfeccionista de sí mismo o del estado de vida elegido, entonces no puedo soportar tener estos sentimientos, actitudes, pensamientos, suelen tomar la forma de ¿cómo yo, seminarista puedo sentir esto? ¿con todo el camino recorrido, cómo soy tentado por este lado? Esto no puede sucederme. Y ¿qué es lo que pasa? Al no reconocerlo, que es el primer paso de sanación, es como que lo saco fuera de mí, aunque sigue estando, y, lo que es peor, sigue teniendo fuerza en mí, ya que actúa desde el inconsciente, sería como no querer ver o reconocer. Pero recordemos que son mecanismos inconscientes, es decir, no somos muchas veces responsables de este paso de mandarlo a la zona inconsciente. Vamos a reconocer los más comunes: 1. La racionalización: generalmente surge cuando reconozco algún aspecto débil y enseguida me quedo tranquilo porque ya lo sé y lo descubrí, pero con saberlo solamente, no se hace nada para cambiarlo, sino que me quedo tranquilo. O busco alguna justificación (a todos les pasa, no es tan grave, ya lo superaré) frente a ese aspecto que surgió de mi vida y que me incomoda reconocer. 2. La negación: es un poco más jorobado, porque ni siquiera lo percibo, no me doy cuenta de esa fuerza negativa que actúa en mí y que domina gran parte de mi libertad, vivo como si eso no existiera. Generalmente se dan cuenta todos, y el último en reconocerlo es la propia persona. Suele pasar, por ejemplo, frente a algún enamoramiento. Muchas veces la persona no se permite estar enamorada, y por eso mismo, lo niega (¿cómo a mí me va a pasar esto?), pero todas sus acciones, gestos, palabras, demuestran lo contrario. Pero la persona no se da cuenta, porque lo niega inconscientemente. Es el mecanismo más usual en las personas adictas, que prefieren pensar que aún pueden controlar su adicción, que no son esclavos, que son dueños de sí mismos, cuando en realidad no es así. O en las personas que sufren violencia de género, que no reconocen la violencia de sus cónyuges. Recién cuando logran sanar este tipo de relación enfermiza, al tomar distancia, surge la conclusión penosa: ¿cómo no me di cuenta? ¿cómo no escuché a los que tenía al lado? ¿cómo fui tan ciego? 3. La represión: suele pasar con pasiones o sentimientos que la persona nunca se imaginaría ni se permitiría tener. Puede parecer por afuera muy serena, pero está llena de ira, y no lo reconoce, porque no lo ve. Entonces esto se manifiesta en acidez en los comentarios, ironía, queja, enojo constante, que muchas veces vienen de alguna ira o rencor, que, por no ser reconocido, actúa con mucha más fuerza y energía invadiendo otros ámbitos de la vida. 4. Proyección: pasa cuando pongo en el otro, lo que no me animo a ver en mí. Como el dicho, el ladrón hace a todos de la misma condición. Por ejemplo, el sacerdote que vive retando a los jóvenes por su relación con el sexo, por su descontrol, por su falta de castidad, muchas veces esconde y proyecta, lo que él vive internamente, o desearía vivir. Puede ser de dos tipos: por un lado, muchas veces me molestan cosas que el otro hace y que yo no me animaría ni me permitiría hacer nunca: por ejemplo me enojo porque Fulano siempre se queda dormido y siempre estoy enojado por este tema, tal vez esto exprese mi deseo oculto de alguna vez poder hacerlo, y que mi perfeccionismo me lo impide. Por otro lado, puedo ver en el otro, lo que yo no veo en mí. Por ejemplo, puedo despotricar continuamente contra los curas que malgastan el dinero o que andan detrás del poder, o de los títulos, y tal vez, yo soy así, pero mi ceguera me impide reconocerlo. Una buena manera de salir de esto es reconocer las cosas que más me molestan en la vida comunitaria que muchas veces esconden cosas muy personales y nunca reconocidas. 5. Transferencia: suele pasar en las relaciones humanas donde transfiero a otras personas, vivencias traumáticas del pasado, que me quitan libertad. Por ejemplo, no he sanado aún mi relación con mi padre que era muy autoritario y violento, de ahí que la figura del formador me cuesta aceptarla, amarla, obedecerla, porque le transfiero al formador, la imagen de mi padre, y de ahí que me cueste tanto la relación con el formador. O se expresa muchas veces al responder exageradamente y desmedidamente con alguna persona que me ofendió, porque en esa ofensa, le transfiero ofensas, injusticias, broncas, heridas


del pasado y al revivirla en el presente, recibe toda la carga de energía negativa, que venía siendo acumulada durante tanto tiempo. O se ve también mucho en las relaciones amistosas enfermizas donde le transfiero al amigo, la figura materna y veo en él alguien que me protege, me cuida, me sostiene, me confirma. 6. Fobias: son menos comunes, es otro tipo de transferencia que se realiza ya no a una persona, sino a un objeto que me representa ese trauma o situación dolorosa de mi propia vida. -¿Cómo salir de estos mecanismos de defensa? Ante todo es bueno aceptar que todos, en mayor o menor medida, tenemos alguno de ellos. Recordemos que el primer paso para poder salir es reconocer que solos no podemos, que estamos enfermos, que necesitamos la sanación. Es el primer paso que se les propone a todos los que están en camino de recuperación de alguna adicción. Mientras el adicto no reconozca que su vida se ha vuelto ingobernable a causa de su adicción y de que solo no puede salir de esta enfermedad, es en vano que realice cualquier otro intento. Por eso, para este reconocimiento y pedido de ayuda, pueden servir algunos medios: el tiempo de silencio y oración para conocerse y reconocerse delante del Señor, el examen cotidiano de la vida, que no pasa por reconocer el pecado solamente, sino por mirar cómo anduvo mi corazón, por conectarme con ese mundo afectivo: si tuve tristeza, alegría, enojo, desilusión, bronca, desencanto, etc. y descubrir la causa de estos sentimientos. La oración con la Palabra, donde, si estoy abierto o disponible, el Señor me mostrará algo de mi vida, me develará algún paso para dar (siempre y cuando me deje herir por esta Palabra que es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y del espíritu y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón, Hb 4,12), por eso, hay que tener coraje para enfrentarse desnudo y desarmado ante esta Palabra, para dejarse interpelar y liberar. La charla habitual y transparente con el director espiritual también ayuda mucho, porque se van desenmascarando distintos recursos inconscientes, poniendo palabra, luz. La humildad que nos hace bajar la expectativa de nosotros mismos, la imagen ideal que me formé de mi propia persona, conociendo y aceptando con paz mis límites, deficiencias y sombras. El no avergonzarnos de lo que somos, de lo que hicimos, o de lo que podemos llegar a ser capaces de hacer, de pensar o de sentir. Sanar la imagen de Dios que tenemos, que muchas veces lo concebimos como un juez implacable, a quien miramos con miedo, o con angustia, no como alguien a quien podemos confiarle todo lo que somos. Descubrir que esas sombras que me avergüenzan, no son lo más profundo de mi vida, ni mi centro principal, sino tan solo una capa, una parte que recubre mi ser más original, más sagrado, más maduro, más divino, donde habita el Espíritu de Dios. 5. Últimas ideas acerca de la madurez: -Por último, es bueno recordar que la santidad corre por otro carril que el de la madurez humana. Menos mal, sino estaríamos perdidos. Es decir, Dios nos va santificando, a pesar de nuestros traumas, heridas, tironeos e incertidumbres. Basta mirar la vida de los santos, para reconocer en muchos de ellos, rasgos de debilidad psicológica o alteraciones de la personalidad. Sin embargo, nada de eso impidió que Dios los hiciera santos. Su debilidad, más que un estorbo, fue un lugar de encuentro con la gracia de Dios, para confiar más en Dios y menos en las propias fuerzas, como sucedió con Pablo: 2Cor 12,7-10, quien termina gloriándose de su misma debilidad, en donde reside el poder de Cristo. -En definitiva, buscamos un camino de madurez, para vivir con más felicidad esta vida, para no ser esclavos de muchas cosas que nos atan y condicionan, para no jorobarle la vida a otros con nuestros traumas y taras psicológicas, para asumir el celibato con paz y alegría y como camino de autorrealización y de entrega a los demás y no como una carga insoportable. Sin embargo, es bueno pensar que la madurez plena recién la recibiremos en el cielo, siempre aquí estaremos en camino de maduración. -Por último, podremos poner muchos medios para ir madurando, incluso muchas veces acudiremos a alguna ayuda profesional como para destrabar bloqueos psicológicos o sanar mejor nuestra historia, o conocernos un poco más, o descubrir y ponerle nombre a algunas fuerzas ciegas y ocultas que actúan dentro mío y me quitan alegría, paz, fuerza para hacer el bien. Sin embargo, es bueno recordar que Dios y su gracia también van sanando nuestra vida. Nuestra relación continua con Jesús, con su Palabra, con sus Sacramentos, en especial el de la Reconciliación y la Eucaristía, van haciendo la obra divinizadora y, por tanto, humanizadora de nuestra existencia, haciéndola más acorde al sueño de Dios, que es reproducir en nosotros y, a pesar nuestro, la imagen de su Hijo Jesús.


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A fin de cuentas, la madurez cristiana consiste en reconocer con paz nuestras debilidades, sabiendo que no son lo más profundo que me definen o me identifican, sino que soy más que esas oscuridades; y vivir desde la parte más sana y madura de mi vida, buscando integrar armónicamente en mi persona todos los aspectos de mi interioridad, sin dejar ninguno afuera y puestos todos al servicio de Jesús y de su Iglesia, para amar con pasión, entusiasmo, creatividad y dedicación al pueblo de Dios que se nos confía. El fin de nuestra vida no es ser perfectos y no tener nada que reprocharnos, sino servir a Dios con la alegría de saber que Él confía en mí, mucho más que yo en mí, y que, conmigo y a pesar mío, desea seguir construyendo su Reino. * Reforzando esta idea dice Cencini, en el texto que leímos como tarea para el encuentro de hoy: El hombre adulto maduro sabe muy bien que en algunas cosas es todavía un niño (aunque por fuera no se advierta), conoce a fondo sus contradicciones, sabe que a veces brota de su interior una fuerza incontenible que se impone a sus deseos de bien y ante la cual se siente realmente débil. Ser consciente de esta realidad es necesario para saber con exactitud quién es uno mismo, para no ser presuntuoso ni exaltado, y para tener claro que la experiencia de la misericordia está tanto en el origen como en el final de todo proyecto de santidad. Aprendiendo el lenguaje de los sentimientos (Extractos de Orientaciones para el manejo de los sentimientos de Horacio Carran, SJ, Chile, 1997: “Soplos del Espíritu”, cuaderno de espiritualidad n° 103) 1. Los sentimientos o emociones no entran en el terreno de la moral, es decir, no son ni buenos ni malos en sí mismos. El sentirse frustrado, el estar enojado, el tener miedo o el encolerizarse no hacen que una persona sea buena o mala. Si bien esto lo podemos sostener en la teoría, sin embargo nuestra “conciencia censora” no admite determinados sentimientos, ya que dañan nuestra propia imagen. Por tanto, los reprimimos en nuestro subconsciente. Hay sentimientos que nos cuestan reconocer, nos avergonzamos de sentir eso que sentimos, nos sentimos culpables de algunos miedos, de nuestra ira o de nuestros deseos físico-afectivos. Pero volvamos a repetirlo, ellas no son ni buenas ni malas, simplemente son reacciones o estímulos interiores que nos afectan, es decir, yo suelo ser afectado por estas emociones, las padezco. Como veremos, estar reacciones deben ser integradas en el conjunto de nuestra persona, pero antes de este paso, o antes de que yo decida si deseo seguir esas orientaciones o no, debo permitirles que se expresen y debo oír con toda claridad lo que están diciéndome. Debo ser capaz de conectarme con el corazón y sin el más mínimo de represión moral, admitir que estoy enojado, o que estoy avergonzado, o que estoy sexualmente excitado. Esto no me hace ni bueno ni malo, sino que manifiesta mi humanidad y es patrimonio de todo ser humano. Basta ver el ejemplo de Jesús, relatado en los Evangelios, las distintas emociones que va sintiendo: alegría, gozo, estupor, cansancio, angustia, tristeza, ira. 2. Los sentimientos no tienen origen en mi libertad y tampoco depende de mi libertad que existan o no; simplemente están y existen. La reacción más común que solemos tener ante determinados sentimientos es yo no debería sentir o experimentar este sentimiento. Es importante recordar que los sentimientos son nuestro modo de reaccionar frente a determinados hechos o pensamientos, pero son un modo no libre de reacción. Otra cosa será, como veremos después, qué hacemos con esta reacción, pero antes que nada, debemos sentirla, experimentarla, aceptarla, reconocerla, escuchar su lenguaje y lo que me expresan. El desafío es descubrir todo lo que nos enseña el lenguaje de los sentimientos, acerca de nosotros mismos, de nuestra personalidad. La función de los sentimientos es comparable con la función de las terminaciones nerviosas que tenemos en toda la superficie de nuestro cuerpo: ellas nos transmiten determinados mensajes que nos indican que algo nos está afectando para bien o para mal. La sensación de dolor que yo sienta en determinado lugar de mi piel, solamente me está indicando que un agente externo está actuando sobre mí, es un aviso o reacción del organismo. Del mismo modo, los sentimientos son avisos frente a determinados hechos externos o internos. Así como nadie se sentiría culpable de sentir frío o calor en nuestra piel, lo mismo sería absurdo reconocerse culpable de los sentimientos que podemos experimentar. Se habla de responsabilidad y, por tanto, culpa, cuando media la libertad, que no es el caso de los sentimientos. Sí


hay un rol de la libertad respecto a los sentimientos, cuando yo los alimento o no, cuando le echo más leña al fuego o no, cuando los sigo o no. Sin embargo, en su origen, no dependen de mi libertad y, por tanto, no tengo por qué culpabilizarme. 3. Los sentimientos deben ser leídos dentro, interpretados e integrados en mi persona con el intelecto y la voluntad. Una cosa, por tanto, es sentir y reconocer ante uno mismo y ante los demás que tengo miedo, y otra cosa es dejarme llevar por el miedo, para no realizar alguna actividad. Una cosa es que sienta y reconozca que estoy enojado, y otra es que movido por el enojo rompa una puerta de un golpe. Debemos, por tanto, integrar las tres facultades humanas básicas en su conjunto armónico: el intelecto o razón, la voluntad y los sentimientos o emociones. Ante una determinada sensación o emoción, reconozco lo que estoy sintiendo (sin culpa ni responsabilidad), mi razón juzga de acuerdo a los valores y principios de mi persona si es deseable o no seguir esa emoción, elaborando, por tanto un juicio. Por último, la voluntad ejecuta el juicio de la mente. Por tanto el paso es: ¿Qué es lo que siento? ¿Deseo obrar de acuerdo con este sentimiento o no? 4. Los sentimientos pueden tener dos salidas: o los verbalizamos o los somatizamos. Los sentimientos son como el vapor de una olla a presión, si no se los expresa, o no se los reconoce, son reprimidos por la tapa, haciendo que tarde o temprano vuelva a saltar por los aires. Hay distintas somatizaciones ante la represión de nuestros sentimientos: dolores de cabeza, resfríos, baja de defensas y me pesco cualquier virus que anda dando vueltas, subidas de presión, úlceras, dolores musculares, contracturas, enfermedades de la piel, etc. A veces se expresan hacia afuera: un portazo, apretar los puños o los dientes, llantos, rabietas, actos de violencia: romper o tirar o patear cosas. Cuando enterramos nuestras emociones, no han muerto, sino que siguen vivas en nuestro inconsciente y en nuestras vísceras, lastimándonos y afligiéndonos, con más fuerza ciega y bruta por estar encerrados. Por tanto, el explicitar nuestros sentimientos es esencial para nuestra salud física, psíquica y espiritual y para la salud de aquellos que conviven con nosotros. La razón más frecuente de por qué no lo hacemos es el miedo a que los demás nos puedan rechazar o porque nos producen vergüenza. Es verdad que después habrá que discernir el mejor momento para explicitarlo. Aunque no lo verbalicemos de entrada con otra persona, es básico e imperioso que sí lo hagamos con nosotros mismos. Es decir, decirme a mí mismo en voz alta o escribirlo, qué estoy sintiendo, sin miedo a ponerle nombre a ese sentimiento, por desagradable o rechazable que me parezca. Una cosa es verbalizar que significa ponerle nombre y otra es expresarlo o manifestarlo, es decir hacerlo público al menos a una persona. Muchas veces no es conveniente manifestarlo, pero siempre es conveniente y aconsejable verbalizarlo con nosotros mismos. Por ejemplo, me sentí ofendido por una agresión de un compañero, esto despertó enojo y bronca para con esta persona. Tal vez, no sea el mejor momento expresarle esto, ya que aún estoy muy dolido y convulsionado, lo que sí siempre es bueno, verbalizarlo a mí mismo. Luego, con la integración en la mente y la voluntad, discierno si es conveniente manifestarlo a la persona. Si juzgo conveniente, busco el momento adecuado. Muchas veces es positivo hacerlo, sobre todo si convivo regularmente con esa persona, ya que la puedo ayudar a crecer, o puedo hacer que me conozca más y que conozca lo que sus actitudes provocan en mí. Tal vez, mi mente pueda juzgar que no es algo tan importante para expresarlo, y que nuestra convivencia puede seguir normalmente sin esta manifestación. Otras veces juzgará que es adecuado manifestarlo. Y aquí es bueno aprender el modo de hacerlo: primero buscar el momento adecuado, muchas veces es desaconsejable hacerlo en caliente, cuando el sentimiento está muy vivo y no lo pude integrar, o pasar por el juicio de la razón. Luego hay que atender bien a las palabras justas que yo use. Una cosa es decirle a la persona: sos un agresivo, un desubicado, un irónico, y otra cosa muy distinta es decirle: me sentí herido con tu comentario, eso causó enojo en mí y me lastimó. Ante la primera frase, estoy juzgando la actitud del otro, cosa que no me compete y da lugar a eternas discusiones. Ante la segunda frase, sólo expreso algo que sentí, que es muy personal y no tiene forma de retrucármelo, ya que expreso algo que sentí y que me afectó. En este caso, no se juzga al otro con un adjetivo, sino que se manifiesta una experiencia subjetiva. En muchos casos, si no existe este momento de manifestación, puede ser que lo manifieste de manera inconsciente o impulsiva, buscando vengarme de esta herida, con alguna agresión, o con gestos que necesiten una interpretación y terminen por confundir más las cosas (un portazo, una mala contestación, no hablarle hasta que no me pida perdón, etc.). En esto es bueno la


mediación de la palabra, para no dejar lugar a dudas. Los gestos son ambiguos, pero las palabras son claras y expresan mejor lo que se siente. En todos los casos, siempre hay que verbalizarlo a nosotros mismos, porque sino lo terminamos somatizando, nos terminamos dañando a nosotros mismos, o esa fuerza reprimida nos juega malas pasadas, o termino perjudicando a otros que no tienen nada que ver. Es el típico caso del hombre que es maltratado en el trabajo por su jefe, llega a su casa y maltrata a su mujer. A su vez, la mujer se la agarra con sus hijos y los maltrata para sacarse esta bronca. Luego los hijos maltratan a sus compañeros en la escuela, o llegan a su cuarto y de la nada le dan una patada al gato. Es decir, fue una cadena de no reconocimiento de sentimientos, que hizo agarrárselas con el más débil. Podemos decir que el gato no tenía nada que ver con el carácter jodido del jefe del trabajo, pero la terminó ligando. Antes de la manifestación del sentimiento, siempre es bueno la mediación del juicio de la razón, para discernir si es conveniente manifestarlo. Puede suceder que el hecho en sí no tenga demasiada relevancia, por ejemplo me molesta que el otro arrastra los pies cuando camina por el pasillo. Una vez que reconocí esta molestia, puedo juzgar si eso es conveniente comunicarlo, porque tal vez exprese más una obsesión mía que algo para que el otro corrija. Tal vez soy yo el que deba corregir esta obsesión. Otra cosa es que me moleste que en el momento de la siesta, el compañero escuche música a todo volumen, y esto sí tal vez sea más conveniente manifestárselo. Muchas veces, la manifestación a tiempo de los propios sentimientos, ayudan a que frenar a tiempo una bola de nieve que va creciendo. Porque muchas veces guardamos y aguantamos y, en el momento menos indicado, soltamos todo lo que tenemos adentro de forma brusca, irrespetuosa y desmedida, cosa que se podía evitar si lo hubiéramos hablado a tiempo. Y en estas situaciones, muchas veces empleamos términos y palabras que pueden lastimar profundamente al prójimo y hacer que se resienta alguna relación, por palabras que brotaron más de esta energía oculta reprimida, que salió con toda su fuerza incontenible. Además, como veremos ahora, todo esto nos ayuda a ir conociéndonos más a nosotros mismos y descubrir mejor nuestro carácter, nuestra forma de ser y a tener algunos recaudos a la hora de convivir con otros. Por ejemplo, al reconocer y verbalizar mis sentimientos, puedo descubrirme como un ser más pasional, por tanto, tendré más cuidado a la hora de expresarme, para que mi ser pasional no me juegue una mala pasada y lastime o invada a otros. 5. El reconocer, nombrar y aceptar mis sentimientos ayuda a mi crecimiento personal y a la construcción de la propia identidad; me ayuda a responder a la pregunta: ¿quién soy yo? La identidad se basa en la realidad de lo que soy (mi yo actual), de aquí la importancia de la aceptación de los sentimientos que experimentamos, ya que me encuentro con el yo real, y no con el que sueño o creo que debería ser (yo ideal). Por tanto, el reconocer lo que siento, me ayuda a darme cuenta quién soy y cómo soy y a poder buscar las raíces de porque soy así, si en mi historia hubieron hechos que me fueron conformando de esta manera. Y en esto, los sentimientos son un gran maestro que nos van enseñando y mostrando nuestro modo de ser. Después veré si quiero o puedo o debo cambiar o mejorar algunas cosas, pero antes que nada debo conocerme. Anselm Grün nos pone un ejemplo muy significativo que nos puede ayudar. Él dice que nuestro corazón es como un castillo, que esconde un gran tesoro. Cuando uno se acerca a ese tesoro, descubre unos perros rabiosos que lo protegen y lo cuidan. Él nos invita a que, en vez de huir y escapar por miedo a estos perros, que podamos acercarnos a ellos y aprender su lenguaje. Preguntarles qué esconden, por qué tienen tanta fuerza. El desafío es animarse a amigarse con estos perros, para poder llegar al fondo del tesoro. Nuestros sentimientos y mundo afectivo son esos perros que parecen contener una fuerza irrefrenable, por eso nuestra primera reacción es escapar de ellos. Sin embargo, si nos acercamos y les preguntamos ¿qué esconden? ¿qué expresan? ¿qué protegen?, podríamos aprender, entonces, muchísimo de nosotros mismos y entrar en ese tesoro que es nuestro corazón. Por ejemplo, mi hipersensibilidad ante cualquier ofensa, comentario, broma de algún compañero, más que mostrarme como débil o frágil, nos puede revelar algo muy sagrado nuestro: la necesidad de ser respetados, cuidados, no violentados, nuestro valor infinito que poseemos (ese sería nuestro tesoro). O los deseos desordenados afectivo-sexuales que descubro en mi interior y que tanto me avergüenzan, pueden estar revelando el deseo genuino de entrar en comunión con los demás, de desplegar el caudal de amor que guardo en mi interior, que bien encauzado, puede ayudarme a expresar cariño, afecto, a establecer relaciones de cercanía, interpersonales, que sean signos del amor tierno de Dios. O mi bronca por alguna injusticia, mi enojo ante alguna situación, mi ira incontenible, pueden estar revelando una pasión y energía muy fuertes que, bien encauzada, podría ser usada para hacer mucho bien y


emprender actividades muy buenas. Pero para descubrir ese tesoro, debo antes amigarme con mis propias sombras, con aquello que a simple vista aparece como frágil, desordenado o agresivo. Es ahí cuando entendemos lo que algún maestro de espiritualidad nos enseña: allí donde está tu debilidad, allí está tu don, expresado también por San Pablo: porque cuando soy débil, entonces soy fuerte… el poder de Dios triunfa en mi debilidad. Ahí entendemos entonces, por qué Pablo se puede gloriar de su debilidad. Por tanto, conectarnos con lo que sentimos, puede ser una gran escuela, como una punta de ovillo, para poder conocernos mejor y descubrir nuestro tesoro más íntimo, nuestro don más profundo. Es bueno aclarar, que algunos sentimientos que podamos tener, no necesariamente nos revelan o definen la totalidad de nuestra persona. El que frente a alguna situación podamos sentir miedo, no significa que de ahí saquemos la consecuencia de decir: soy una persona miedosa. Para llegar a dicha conclusión, necesitamos un gran tiempo de comunicación con nuestros sentimientos, para descubrir aquellos más habituales o más comunes que nos afectan.

6. Las pautas de mis reacciones emocionales pueden ser cambiadas, ya que no son un puro impulso biológico. Es importante, entonces, reconocer que no estamos condenados a reaccionar siempre de la misma manera. Una cosa es que yo sienta determinado sentimiento y otra es que actúe movido por el mismo. Cuando yo explicito mis pautas, las verbalizo, las confronto con mis ideales o con las reacciones que yo considero como deseables, puedo ir cambiando las mismas. Evidentemente, no será un acto instantáneo, será un proceso, con tiempo y esfuerzo. En la medida en que pueda ir cambiando mis pautas de reacción y de irracionalidad de muchas de ellas, podré reaccionar de manera diversa. Eso no signifique que en el futuro no vuelva a experimentar los mismos sentimientos, pero sí me ayudará a no obrar de acuerdo a ese sentimiento. Yo elijo con mi libertad seguir este impulso o no, darle cauce o no. Este señorío de mi persona por sobre mis sentimientos, me hace caer en la cuenta de que voy siendo cada vez más dueño y protagonista de mi propia vida, más libre de todo aquello que me pueda atar o esclavizar. Ya no soy esclavo de mis impulsos, ni soy una veleta que se deja mover por todos los vientos, soy dueño de mí mismo, de mis reacciones, de mi obrar, de mis impulsos, sin que por ello, reprima o desconozca lo que se mueva interiormente en mí, pero puedo no seguirlo, dejar que pase, no seguir ese impulso. Por ejemplo, siento mucha bronca hacia un hermano de comunidad, eso no lo puedo manejar mucho, está y lo siento. Pero sí está en mí qué hacer con esa bronca. Puedo echarle más leña al fuego con pensamientos continuos que alimenten esta bronca, o buscando reafirmar lo que siento, constatando en el hermano, aquello que me provoca. O lo alimento en conversaciones con otros, que me dejan con más bronca y que me descubren cosas nuevas y malas de mi hermano. O puedo hacer un camino primero de introspección para descubrir qué revela de mi persona este sentimiento, qué es lo que me revela de mi historia, tal vez simplemente me trae recuerdos de alguna persona que me hirió en mi pasado, o descubra algún tesoro escondido de mi propia vida. Y ahí, luego, puedo hacer un camino de sanación, para que este sentimiento, por más que siga estando un tiempo, no tenga al menos tanta fuerza y no me lleve a tratarlo mal o a despreciarlo, o me mantendrá alerta para vigilar mis actitudes para no obrar impulsivamente de acuerdo a este sentimiento. Santa Teresita, en su Historia de un alma, nos cuenta el caso de que una de sus hermanas le caía muy mal y muy antipática. Recuerda que su sola presencia le producía mucha irritación, su modo de caminar, los ruidos que hacía en la Capilla, etc. Ante ello, se decide a tratarla con mucha dulzura y cuidado. Tal es así, que la hermana en cuestión le termina diciendo tiempo después, que se siente muy querida por Teresita y que siente que es una persona muy especial para ella. Esta reacción positiva de Teresita, pudo ser posible gracias a esta verbalización de su sentimiento y a la integración que pudo realizar movida por la fe, para reaccionar de forma positiva y no ser llevada por sus sentimientos más primarios de bronca o desprecio. 7. El valor de la motivación para cargar de sentido nuestras resistencias interiores para hacer el bien. Respecto del momento de integración del sentimiento a la persona con la inteligencia y voluntad, iluminadas por la fe, algo que puede ayudar mucho es motivarnos con algún valor o imagen evangélica para poder hacer de forma más gustosa y apasionada el bien. Puede suceder por ejemplo que tal actividad del Seminario me resulte aburrida o me provoque cansancio o desánimo, pero me puedo motivar con el


deseo de entregarle al Señor esta actividad como una ofrenda, y eso me hará vivirla mejor y con más entusiasmo. O tal vez, tal examen me produzca nerviosismo, miedo a fracasar, me siento bloqueado, pero puedo motivarme pensando que yo puse lo mejor de mí al estudiar y que Dios lo sabe, más allá de la nota o del resultado final, lo hago para Él, quien mejor me conoce y me quiere, más allá de que el que me evalúe no llegue a contemplar esto. A la hora de rendir, esta motivación me hará sentirme más tranquilo y lúcido, con más libertad respecto del resultado final. Pero, es bueno, ante todo, descubrir el sentimiento originario: desánimo, aburrimiento o tensión, miedo, nerviosismo, porque sino, no podré vencer este sentimiento que actuará de forma contraria, y no me podré motivar lo suficiente para vivirla bien. O ante tal persona, me resulta difícil la convivencia, despierta sentimientos negativos (como a Santa Teresita), sin embargo, me puedo motivar pensando que Dios también lo elige y lo ama, Dios le regaló la vocación como a mí, es mi hermano, está en camino como yo. O me puedo motivar pensando tal vez que esa persona no está siendo tan consciente de estas actitudes negativas, lo puedo “justificar” pensando que está pasando algún mal momento, o entendiéndolo un poco más desde su historia personal o familiar. Y estas motivaciones ayudan mucho a cambiar de sentimiento y encontrar más llevadera la convivencia. Para esto, ayudan mucho los espacios de oración compartida o de apertura del corazón, porque nos vamos conociendo más y eso nos va volviendo más misericordiosos. Es en la oración compartida, donde podemos expresarnos y darnos a conocer un poco más y brindarle esa posibilidad al hermano. Muchas veces descubrimos en esos ámbitos, la lucha que el hermano está haciendo con su propia debilidad, ahí tomamos real dimensión de su sincero deseo de santidad, que pugna muchas veces con la propia debilidad, y logramos mirarlo con otros ojos. Muchas veces, el hermano es consciente de esto, pero le cuesta y le llevará un tiempo poder cambiarlo. Como nos sucede a nosotros con nuestras propias debilidades. De este modo, las motivaciones harán que las actividades cotidianas resulten más gustosas de vivir, no sean un peso insoportable. En la vida sacerdotal, estas motivaciones son fundamentales, ya que encontraremos muchas veces resistencia interior ante algunas actividades, o ante algunas personas con las que tengamos que convivir en la comunidad parroquial. Las motivaciones nos irán ayudando a ir educando nuestro corazón con los mismos sentimiento que hay en Cristo Jesús (Flp 2,5). 8. Distinguiendo Sentimientos y pensamientos. Los sentimientos, podemos decir que: -son subjetivos, personales y originales. No son la realidad en sí, sino el eco o resonancia que la realidad provoca en mí, o mi manera de percibirla, mi reacción frente a ella. Basta mirar las reacciones distintas que un mismo hecho objetivo puede provocar en dos personas. -son la principal fuente de información sobre mí y sobre las resonancias que la realidad despierta en mí. -frente a ellos es necesaria una actitud de escucha receptiva y abierta. Por tanto, no son discutibles, es decir, podré estar o no de acuerdo con tu ira, pero no podré discutir el hecho de que tú la sientas. -es necesario manifestarlos, aceptarlos en el campo racional y evitar reprimirlos. -no son ni buenos ni malos, ni verdaderos o falsos, sino que los acepto o no como válidos para mí en referencia a mi proyecto de vida -son educables, en buena medida, aunque no todos. -canalizarlos no es ignorarlos, no es reprimirlos. -con algunos de los sentimientos debo “convivir” aunque no me agraden, de ahí la necesidad de aceptarlos como míos. Los pensamientos podemos decir que: -son racionales -intentan explicar la realidad, no se confunden con ella. -son más universales que los sentimientos (que son más bien subjetivos), aunque son discutibles -la veracidad de un pensamiento la encuentro en función de su proximidad o no a la realidad -son educables -puedo mantenerlos y alimentarlos o no. Esta lista de sentimientos puede ayudarte cada vez que quieras poner nombre a los que vayas experimentando. La inteligencia emocional nos hace perder el analfabetismo emocional que sabemos


tener y nos ayuda a ampliar nuestro vocabulario y expresión de lo que verdaderamente sentimos, ayudándonos a hilar más fino y detallar mejor lo que nos sucede o afecta. Nos podemos sentir: -a gusto -abandonado -abombado -abrumado -aburrido -acelerado -acogido -admirado -agitado -agradable -agradecido -agresivo -ahogado -airado -ajeno -alegre -aletargado -amable -amargado -amenazado -amigable -angustiado -ansioso -apreciado -aprisionado -aprobado -asombrado -áspero -asustado -aterrado -aterrorizado -atormentado -atraído -aturdido -bajoneado -bloqueado -cansado -caliente -callado -cariñoso -celoso -cerrado -cómodo -comparado -complicado -comprometido

-compulsivo -comunicado -con bronca -confiado -conforme

-confuso -consolado -contento -contrariado -convulsionado

-criticado -cuestionado -culpable -delirante -deprimido -desalentado -desamparado -desbordado -desconcertado -desahogado -desencantado -desencajado -desequilibrado

-desesperado -desesperanzado -desestabilizado

-desilusionado -desnudo -desolado -despreciable -despreciado -desprotegido -desquiciado -desvalorizado -disconforme -disperso -distante -distendido -divertido -dividido -dudoso -electrizado -enamorado -encandilado -encantado -encarcelado -encerrado -en comunión -enjuiciado -enojado -entusiasmado -envidioso -escuchado -estable -estimado -exaltado -excitado

-exhausto -exigido -expansivo -expresivo -extenuado -extrovertido -feliz -fracasado -frágil -frío -furioso -harto -herido -hermético -histérico -impávido -impedido -impenetrable -imperturbable -impotente -incierto -incómodo -incomprendido

-indiferente -indigente -indignado -inepto -inestable -inflamado -inexpresivo -insatisfecho -inseguro -intolerable -intolerante -introvertido -invadido -involucrado -irritado -jovial -jubiloso -lastimado -lleno -malhumorado -mareado -melancólico -miedoso -nervioso -nostálgico -obsesionado -ofuscado -ofendido

-pacificado -pensativo -perezoso -perjudicado -perseguido -podrido -prejuiciado -preocupado -quejumbroso -rabioso -rebelde -reconocido -relegado -resentido -satisfecho -saturado -seco -seducido -seguro -sentimental -serio -silenciado -silencioso -sin remedio -solemne -solidario -solo -sorprendido -tembloroso -temeroso -tenso -tibio -tierno -tímido -tironeado -trabado -tranquilo -triste -unido -urgido -vacío -valorado -volado -vulnerable


9. Recapitulando: La persona plenamente tal, en cuanto de ella depende, no reprime sus emociones, sino que permite que salgan a la superficie para poder reconocerlas y nombrarlas. Las emociones o sentimientos nos hablan acerca de nuestra situación y de nuestra persona. Por otra parte, es importante recordar que esto no supone abandonarse a las emociones como si las mismas fueran pautas obligatorias de conducta. Es mentirosa la concepción de que alguien es auténtico y sincero porque expresa continuamente sus emociones y no se guarda nada. Recordemos que esa emoción, una vez verbalizada, necesita integrarse en el resto de mi persona con el juicio de la razón y la decisión de la voluntad. No siempre es conveniente ventilar afuera, lo que nos pasa adentro, al menos no ha de ser algo espontáneo. Hay que dejar espacio a la razón que junto con la fe, nos mostrarán si es conveniente o no manifestarlo. Sino, estaríamos viviendo desde una parte sola de nuestra vida, la del mundo sentimental, desechando los otros aspectos de mi vida como es la razón, el juicio y la voluntad. Podríamos, entonces, sintetizar el proceso de hacernos conscientes de nuestros sentimientos y de su integración en cinco pasos: 1. Toma de conciencia de tus emociones: ¿Qué estoy sintiendo? 2. Verbaliza y ponles nombre: envidia, celos, ternura, afecto, ira… 3. Investiga el origen de tus sentimientos: ¿por qué estoy reaccionando así? ¿me ilumina en algo sobre mi vida o situación actual? ¿me ilumina algo de mi historia pasada? ¿puedo rastrear en qué se origina esta reacción o este sentimiento? ¿qué tesoro de mi vida está manifestando, qué pretende decirme o mostrarme esta emoción? 4. Manifiesta tus sentimientos: reconoce explícitamente ante ti mismo y quizás ante otro lo que sientes, sin miedos ni vergüenzas. 5. Integra tus sentimientos al conjunto de tu persona: deja que la razón, iluminada por la fe y los valores cristianos te diga qué conviene hacer y que la voluntad ejecute lo decidido.

Tarea para el mes Fecha de entrega: 13 de octubre Leer: Aprendiendo el lenguaje de los sentimientos y responder: a) Buscar en el Evangelio, y anotar algunas citas donde se ponga de manifiesto algún sentimiento de Jesús. b) Elegir alguna situación de vida e ir analizándola: el hecho en sí mismo, la reacción que me provocó, el sentimiento que tuve. (Lo puedes hacer siguiendo, los pasos de la última hoja de dicho apunte: Aprendiendo el lenguaje de los sentimientos) ¿Sentí culpa ante esta emoción? ¿Cómo obré de acuerdo a lo que sentí? ¿Lo verbalicé, lo reconocí? ¿Qué hice con este sentimiento? ¿Lo integré a mi persona con la razón y la voluntad? ¿Traté de descubrir el mensaje que me dio este sentimiento acerca de mi propia persona? ¿Me conocí un poco más luego de esta experiencia? ¿Qué aspecto nuevo de mi persona descubrí?


Sexto encuentro: Hacia una vivencia sana y feliz del amor célibe Si no tengo amor, no soy nada. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás. (1 Cor 13)

1. La vivencia del celibato en un contexto de relaciones: El sacerdote, al identificarse con Cristo Esposo de la Iglesia, vive su celibato en una entrega continua a los demás. No se puede entender nuestra vocación sin una referencia al prójimo. Por eso, el sacerdote ha de ser un experto en vínculos y relaciones. Su misión de mostrar y hacer presente a Jesús se desarrolla en el vínculo con los demás, en la relación con los demás. Como fuimos viendo a lo largo de este curso, el celibato nos abre el corazón para amar más a los demás, para hacer comunidad, para integrar a más personas, sin marginar a nadie. Nuestra vida está continuamente marcada por las relaciones: con nuestros compañeros, con el presbiterio, con el obispo, con nuestra comunidad, con nuestra familia. Para ello, la amistad es fundamental para la vivencia del celibato. Amistad que tiene algunas características particulares en el consagrado. Vamos a ver alguna de ellas: 1) Es una relación abierta, no exclusiva. Trata de renunciar a la posesión del otro. Es abierta y compartida con otros y favorece la integración de nuevas personas. 2) Ayuda a vivir la misión de cada uno y no lo desvía de su compromiso. Cuando es sana y madura, ayuda a vivir con más entusiasmo la misión y vocación de los involucrados en la amistad, y no lo aleja al otro ni a sí mismo del proyecto de vida, sino que los ayuda a vivir con más alegría y pasión las responsabilidades cotidianas. 3) Cristo y su Reino son las referencias básicas de esta amistad. La amistad no reemplaza a Cristo, sino que conduce a Cristo. El otro ya no es un soporte de la propia vida, reemplazando a Dios, sino que me ayuda para que me apoye más en Dios. 4) No elimina la soledad, sino que la respeta y favorece. La amistad no viene a llenar un hueco o necesidad, sino que potencia la sed de Dios, la relación íntima con el Señor. 5) La amistad con el otro sexo respeta la propia identidad y la del otro. Necesita de mucha madurez, autenticidad y claridad. Esto evita los mensajes ambiguos, respetando al otro, con prudencia, verdad, con humildad (para reconocer que en algún momento tal vez sea necesario renunciar a esta amistad en pos de una mayor fidelidad a la propia vocación y a la de la otra persona). Ha de ser austera en sus expresiones corporales o afectivas, siendo conscientes de lo que puedo despertar en la otra persona y de lo que la otra persona puede despertar en mí. También ha de ser austera en sus palabras. Muchas veces a través de mensajes de texto, chat o facebook, se dicen cosas que son más propias de una relación de noviazgo o de una mayor intimidad. (En esto hay que ser prudentes, porque los medios virtuales suelen deshinibirnos más y fantasear con palabras, preguntas, o frases fuera de lugar que no son claras y confunden. Aquí nuevamente se trata de ser humildes y descubrir a tiempo algún paso en falso que podemos estar dando. Es muy necesario confrontar con el director espiritual lo que vamos viviendo). No se realiza esta amistad en el secreto o en lo escondido, sino que no tiene miedo de ponerse a la luz. Cualquier duda, inquietud, se habla con el director espiritual, para evitar todo mecanismo de defensa que tienda a justificar o racionalizar cosas que tal vez son imprudentes o fuera de lugar. De esta manera, se deben evitar manifestaciones que orientan más bien a otro tipo de relación, ya sea de noviazgo o conyugal. 6) Sabe quedarse al margen para que el centro de la otra persona sea Dios. El verdadero amigo reconoce y acepta que tu centro no soy yo, sino Dios. Y, a su vez, reconoce y acepta que mi centro no eres tú, sino Dios. -Estas serían las notas de una verdadera amistad en un consagrado, son los criterios de discernimiento para confrontar el modo de mi amistad. Si algunas de estas notas no se da, es necesario madurar o tener la prudencia valiente para renunciar a tiempo a esta amistad, hasta que se pueda purificar más. 2) Una libre respuesta personal: -Esta respuesta generosa, totalmente personal al don del celibato, se expresa en la conciencia serena de las renuncias necesarias para la vivencia del celibato. Renuncia que se fundamenta ante todo en la alegría por lo que se elige. Si el celibato es vivido solamente como renuncia y ascesis y pierde su cuota de alegría, paz y plenitud por lo que se elige y ama, termina ahogando y entristeciendo nuestra capacidad donativa. Una elección madura, en cualquier estado de vida, implica siempre una renuncia. Esto es signo de madurez humana. En nuestra sociedad actual, profundamente inmadura, no se quiere renunciar a nada, por eso cuesta tanto crecer, porque el crecimiento implica dejar de lado muchas cosas. Renunciar es


aceptar con paz y alegría: que esto es muy bueno y bello, pero lo dejo de lado por un bien mayor, por una perla preciosa, un tesoro escondido que me atrae, fascina, cautiva, con más fuerza que las otras riquezas y bellezas del mundo. Vamos entonces a la triple renuncia del célibe: 1) Al ejercicio de la genitalidad: Demás está decir que esta renuncia se da no porque sea algo feo, sucio o impuro, sino, todo lo contrario: algo bello, hermoso y expresivo. La genitalidad, bien vivida, es la expresión corporal del amor, de la entrega, del sacrificio y donación al otro. Nosotros renunciamos a este tipo de expresión, sin dejar de vivir en nuestro cuerpo y sin dejar de entregarnos al otro. No consiste en reprimir, ni hacernos violencia, aunque haya veces que tengamos que luchar con mucha firmeza contra nuestros impulsos desordenados, sino, más bien, es ofrecer algo muy valioso y hermoso, entregarlo como signo de nuestra vida ofrendada a Dios y a su pueblo. (En esto se ha de evitar el peligro de pensar que su ejercicio oculto o periódico no compromete el resto de mi vida célibe, como si fueran dos mundos distintos. Mi corazón y afectividad por un lado, entregado a Dios y mis hermanos y por otro, mi ejercicio de la genitalidad, como compensación o satisfacción sensible: que el hombre no separe lo que Dios ha unido. Somos una unidad y, tarde o temprano, esta doble vida trae sus inconvenientes y nos resta fuerza, entusiasmo, entrega a los demás). 2) Al amor conyugal: Se acepta la ausencia de una compañera con quien compartir la vida entera y sentirse privilegiado como sujeto de un amor único, exclusivo y totalizante. Es un cariño particular que sostiene, da fuerzas, un espacio de intimidad con la persona amada. Esta renuncia es difícil afectivamente, porque queda un hueco en el alma sin llenarse nunca. Todos tenemos esta necesidad imperiosa de amar y ser amados con exclusividad por otra persona. (En esto hemos de evitar dos peligros muy comunes: por un lado el reemplazo de este amor por otros amores que tratan de llenar este hueco, que ha de permanecer siempre abierto: puede ser el trabajo, el poder, la ambición, el dinero, relaciones virtuales u otras personas que ocupan ese espacio exclusivo de mi corazón y le quitan la fuerza de la entrega. Aquí la exclusividad la tienen Jesús y mi comunidad. Nadie más ha de ocupar este espacio. El otro peligro es el de aislarme, al no compartir mi vida con ninguna otra persona, y replegarme en una mala soledad, donde nadie me cuestione nada y viva en mi propio mundo. Este hueco termina siendo llenado por mi propio egoísmo y mis espacios de privacidad. Con la excusa de amar a todos, de tener un amor universal, termino por no amar a nadie, no comprometerme con nadie y tener un amor tan etéreo y difuso, que se hace abstracto y general sin connotaciones afectivas o de compromiso efectivo y afectivo con personas reales). 3) A la paternidad biológica: El deseo de trascendencia, de permanencia y sucesión está muy vivo en el corazón del hombre. Mirar la vida de la descendencia por quien valió la pena el esfuerzo, mirar que detrás de uno, queda algo semejante a sí mismo, una huella en esta historia, con mis propios rasgos, con mi propia sangre, apellido y originalidad, es algo muy bello y plenificante. Esta renuncia es dolorosa, especialmente en la etapa de madurez y vejez del sacerdote. Sin embargo, el sacerdote que vive bien su entrega célibe deja una hermosa huella en el corazón de sus “hijos”. Es decir, es fecundo. Todo lo que se hace con amor, siempre da fruto, nada se pierde de nuestra entrega desinteresada. (En esto se han de evitar algunos peligros: por un lado reconocer esta necesidad de que quede algo de mí en este mundo, necesidad válida y real, pero que puede hacernos egoístas o trabajar por cosas que sean muy “nuestras” y no de la gente. O nos hace ir detrás de proyectos muy personales y no tan eclesiales. Por otro lado, se ha de evitar este afán de posesión, de no soltar a tiempo la “obra de uno”. Esto demanda mucha generosidad y humildad y, a veces, es una de las cruces más duras del pastor: aceptarnos de paso, entregar a tiempo nuestra “obra”, confiársela a otro, que tal vez pueda descuidarla, cambiarla, olvidarla. Es el paso de todo padre que debe correrse a tiempo para dejar crecer a sus hijos. Otro peligro que se ha de evitar es el de hacer depender a otros de uno mismo. Crear una dependencia hacia nuestra persona, impide el crecimiento de los hijos, su maduración, su vuelo. Es importante, dar a tiempo un paso al costado, alegrarse con la libertad de los hijos, aceptar otros padres que se suman a esta misión. Otro peligro es el de automarginarse de la comunidad eclesial, y no reconocerse como parte de un cuerpo, de una diócesis, de una Iglesia particular. No se trata de hacer mi obra, sino de colaborar en la obra de la Iglesia diocesana, como un eslabón más de una cadena. Se trata de reconocer, no sólo mi fecundidad, sino la de toda la Iglesia diocesana, de la que formo parte, como un miembro más). -Como cae de maduro, estas renuncias no se logran de la noche a la mañana, o solamente con la gracia de la ordenación sacerdotal, sino que se van madurando día a día, en las renuncias cotidianas. El tiempo del Seminario ha de ayudarnos a ir haciendo este camino progresivo de despojo, de entrega, de renuncia.


-La genitalidad, la afectividad y la fecundidad, han de ser transformadas, convertidas, encauzadas en nuestra vivencia del amor cotidiano, con la particularidad del celibato. Esto es lo que veremos ahora. 3. El camino de la sublimación de nuestra sexualidad: -De todo lo que venimos charlando en este curso, queda bien en claro que Dios nos quiere célibes junto a nuestra sexualidad, afectividad y mundo pasional y no al margen de todo este mundo. Aquí ya no caben expresiones como reprimir la fuerza sexual, desconocer su valor, dejarla a un lado, negar su energía positiva y omnipresente. Se trata más bien de integrar, armonizar, sumar toda nuestra humanidad, en pos del proyecto de Jesús y su Reino. Dios nos quiere santos con todo nuestro caudal humano, con todas nuestras fuerzas: positivas, ocultas, desconocidas, temidas, tapadas. A partir de la encarnación del Hijo de Dios, nada humano le es ajeno a Dios, todo fue bendecido, redimido, salvado, llenado de sentido. Muchas veces afirmamos el dogma de la encarnación, pero no asumimos su implicancia en nuestra vida. Seguimos temiendo a nuestro cuerpo, mirándolo como un enemigo potencial, o temiéndolo como un monstruo enjaulado, o desconociéndolo o relegándolo. Dios quiere que asumamos nuestra misión sacerdotal con todo nuestro potencial humano: genitalidad, sexualidad, afectividad, emociones, pasiones, sentimientos, con toda nuestra espiritualidad. -Todo esto nos lleva al camino de la educación de nuestra sexualidad. Educar significa, no tanto dar conceptos o razones abstractas, o saber muchas cosas, sino, más bien, e-ducere, es decir: conducir hacia afuera, desplegar lo que está oculto, guardado o en forma de semilla. De ahí, la importancia de la formación. -Vamos ahora a ir desplegando algunos pasos de este camino de sublimación. Empecemos por aclarar este término, tomado de la psicología. Sublimar es el proceso psíquico por el cual los impulsos sexuales se desconectan de su polo genital y son orientados y canalizados hacia otros objetos o metas no genitales, que son positivos y valiosos. El proceso de sublimación es lento. No depende solo de nuestra voluntad, como si fuera una mera decisión del sujeto. Implica un proceso educativo, con resultados no instantáneos y automáticos. a) Presupuestos para la sublimación: 1) Sexualidad no como instinto, sino como pulsión. La diferencia radica en que el instinto es automático, como en los animales. Se dirige a un objeto preciso que busca satisfacción plena y es desencadenada por unos estímulos bien definidos. Consiste en una determinación biológica. La pulsión, en cambio, si bien tiene un objeto fijo y predeterminado, sin embargo tiene una mayor flexibilidad y está mediada por su condición racional y espiritual del sujeto, que puede sublimarla o encauzarla a otros objetos que no sean los meramente genitales. Esta naturaleza de la sexualidad humana hace posible la sublimación y el celibato feliz. Si la sexualidad fuera únicamente instinto, la sublimación y el celibato serían imposibles. 2) Madurez afectiva: para que sea posible el direccionar y conducir las necesidades afectivas sobre las que se apoya la sexualidad, como la de afirmación, valoración y cariño, se requiere una cierta madurez, que vaya haciendo pasar de la necesidad a la donación, a la entrega de sí mismo al otro. b) El proceso de sublimación: -Ante todo es necesario conocer la meta de este camino que es la de llegar a un amor oblativo, a una entrega total que implique nuestro cuerpo, sentidos, afectos. Amar pasionalmente, personalmente, afectivamente. No un amor frío, distante, racional, sino original, propio, desplegando toda nuestra capacidad humana, sanada y elevada por la gracia. Veamos los pasos de este proceso: 1) Conocernos: es muy importante poder llegar a tener un conocimiento realista de nosotros mismos, no lo que nos gustaría ser (yo ideal), sino lo que somos (yo actual). Eso se va logrando con el tiempo. La convivencia con los otros nos ayuda a este paso, como así también el silencio, la oración y la meditación cotidiana. Aquí tiene un lugar muy importante lo que llamamos la inteligencia emocional, es decir, el permitirnos sentir los distintos sentimientos y afectos, sin avergonzarnos de ellos, el poder reconocerlos y nombrarlos, descubriendo sus causas y conociendo mi reacción frente a los mismos. 2) Aceptarnos: este proceso de autoconocimiento, nos lleva a este segundo paso de aceptarnos como somos. Aceptar nuestra historia, nuestros traumas, nuestras heridas, nuestras riquezas. Aceptar también todo el mundo pulsional que muchas veces no podemos dominar. Aceptar con paz nuestra historia, nuestras caídas, nuestras oscuridades, nuestras sombras. Para esto ayuda mucho mirar nuestra


persona a la luz de la mirada de Dios, sin minimizar o esconder nuestras inmadureces y sin exagerarlas tampoco. Se trata de reconocer con humildad nuestras necesidades insatisfechas de cariño, estima, aprobación. 3) Sanarnos: este paso lleva toda la vida, sin embargo es bueno reconocer que debemos sanar muchas heridas de nuestra historia que, si no las asumimos como propias, nombrándolas, llorándolas, sanándolas, cobrarán una fuerza bruta y ciega que nos hará repetir hechos sufridos, o vengarnos inconscientemente de necesidades no satisfechas, a través de la ira, las compulsiones, las adicciones, el miedo, la tristeza. Venganza que recaerá sobre nosotros mismos o sobre los demás. Este paso muchas veces necesitará la iluminación y acompañamiento de algún profesional para poder vivirlo mejor. 4) Valorarnos y valorar la fuerza y energía positiva de nuestra sexualidad: al aceptarnos, reconocemos el valor positivo de nuestra vida. Una sana autoestima es la percepción consciente y estable de nuestro valor positivo, de que somos dignos de amor, de que somos valiosos y de que somos capaces de amar. Valorar también la energía sexual como capacidad de amor y de entrega, dada por Dios como fuerza positiva de comunicación y de encuentro, con capacidad de amor. 5) Renunciar a la satisfacción sexual genital: una vez que hemos hecho este camino, descubrimos que renunciamos a un valor positivo. Esta renuncia produce una insatisfacción y retención de energía sexual, que no podemos negar. Sin embargo, es una renuncia consciente y libre, no impuesta, ni obligada. No es negación, ni represión de la sexualidad. Esta insatisfacción, al ser asumida y elegida, no produce agresión, culpabilidad sobre nadie, ni contra nadie. No es vivir como frustrados o enojados con la vida, ni como amputados. Sino que es abrazar con paz y alegría esta renuncia para encauzar toda esta energía hacia otro lugar, distinto del genital. 6) Sublimación en pos del proyecto del Reino: éste es el paso principal, esta fuerza no queda vagando por ahí, sin un objeto determinado hacia el cual confluir, sino que es orientada y dirigida al proyecto de Jesús y de su Reino. Sin este paso, la persona queda como presionada, tironeada por esta fuerza que no sabe a dónde canalizarla y, a su vez, la entrega del célibe, sin el uso de toda esta energía, pierde la vitalidad, la fuerza, la creatividad, la fecundidad. Dicho en positivo: por una parte, esta sublimación o canalización de esta fuerza, libera al célibe de la posible presión que le ocasionaría la retención de sus energías sexuales y, por otro lado, las transforma en fuente de vida fecunda en bienes y valores en el nuevo proyecto, haciendo más bella y vital su entrega. Esto produce en el célibe una gran satisfacción y alegría. 7) Canalización a través de la afectividad y amor: si el proyecto del Reino no es interiorizado en el célibe como un amor apasionante que cautiva y atrae, será muy difícil la sublimación. Es decir, nadie entrega su vida por una idea vaga, o por una ideología o una causa fría. Entregamos, más bien, nuestra vida a una Persona y a personas concretas. La manera de interiorizar este “objeto” de nuestras fuerzas sexuales, es a través de nuestro mundo afectivo. Esto es esencial para una vivencia sana y feliz del celibato. Ya que si el proyecto del Reino es abrazado por deber, imposición o mero voluntarismo, termina por perder su fuerza de atracción y haciendo que este “objeto” sea cada vez más débil, perdiendo su fuerza de atracción y dejando que otros “objetos” empiecen a ocupar este lugar (dinero, prestigio, ambición, poder, reconocimiento) y, por tanto, toda nuestra fuerza estará puesta en estos reemplazos. Si el proyecto del Reino, en cambio, toma mis afectos, despierta en mí la capacidad de un amor oblativo y maduro. Esto realmente se logra cuando la persona puede llegar experimentar efectiva y afectivamente (como motivaciones existenciales, como motor de vida) que Jesús y su Reino no son solamente valores en sí, dignos de admiración y de entrega, sino, que son mi bien, mi alegría, mi propia vida, lo que realmente me hace feliz. El hombre célibe encuentra la felicidad, cuando se siente en sintonía cordial con esto, cuando amando y entregando cotidianamente su vida a los demás se siente como en casa, siente que es lo propio de su vida, lo que le hace feliz. Algunos signos de este paso dado son los siguientes: Disfruto lo que realmente hago y soy; me da placer intenso vivir de esta manera; esta alegría y felicidad son capaces de atenuar el dolor de la renuncia; soy capaz de atravesar los momentos de cruz, de dolor, de fracaso, de incomprensión; experimento la soledad no como aislamiento, sino como necesidad para vivir mejor la comunión; cada vez me siento más yo mismo al hacer lo que hago y ser lo que soy; experimento la entrega al prójimo no como algo que me quitan a desgano, sino como algo que doy libremente y por amor, a pesar de la ingratitud (“no es que me quitan la vida, yo la doy por mí mismo”: Jn 10,18);esta alegría pervive aún en los momentos de grandes dolores, sufrimientos e incomprensiones; mi vida


comienza a vivir de la fe, ya que Jesús y su Reino son cuestiones de fe: buscaré espacios para alimentar mi fe y mi amor a Jesús; la fe me hará descubrir el valor oculto de la entrega, la fecundidad de la cruz. -De todo lo dicho, podemos llegar a concluir que este proceso no es un camino fácil ni realizable por cualquier persona. Esto requiere el don y la gracia de Dios y la madurez humana para realizarlo. Recordemos que el celibato es un signo. Y, como signo, debe ser claro para no confundir. Si el signo confunde, es preferible que no esté. Si mi celibato no es un signo claro de la primacía de Jesús y de su Reino, confunde, escandaliza, obstaculiza al otro para ver en nosotros a Jesús. Para que el signo sea claro, se debe recorrer todo este camino. Si lo vivimos con frustración, peso, dolor, miedo, terminamos confundiendo a los demás y terminaremos frustrados con nuestra opción de vida. Por eso, este camino es muy importante transitarlo, sin olvidar dos cosas fundamentales: 1) La necesidad de asumir y encauzar en pos de este proyecto todo el caudal de energía vital sexual. 2) Asumir afectivamente este proyecto, como parte esencial de mi vida, mi pasión, mi lugar, mi esencia, por la que vale la pena entregar toda mi vida. Si falta lo primero, mi vida será una gris rutina de acciones correctas, pero frías, distantes y aburridas (con el riesgo seguro de que toda mi fuerza sexual encuentre otro centro de atención y empiece a vivir una doble vida, o termine explotando por la demasiada presión de esta fuerza tapada). Si falta lo segundo, tarde o temprano, encontraré otro centro de interés para mi fuerza sexual, ya que el Reino y Jesús no son una idea o un deber a cumplir o una hermosa causa, sino que han de ser mi amor, mi pasión, mi motor de vida y polo de atracción de todas mis fuerzas sexuales, afectivas y humanas. -Resumiendo, este camino, podríamos decir, entonces, que nuestra dinámica psico-afectiva funciona así. Cuando una necesidad humana no es satisfecha, produce insatisfacción y frustración, malestar y desequilibrio. Sin embargo, si esa insatisfacción (que es real y hay que asumir todo el dolor que nos produce la renuncia) es libremente elegida por un bien mayor (nótese que le llamamos bien y no idea o verdad o pensamiento), la satisfacción mayor que ese bien elegido produce, compensa y supera la insatisfacción inicial. La renuncia libremente elegida por el sujeto es un sacrificio, pero hecho y vivido con alegría, con satisfacción, porque contribuye al bien global de la persona. Así sucede cuando renunciamos a nuestro tiempo libre para visitar a una persona querida. Si esa persona realmente es valiosa para nosotros, la renuncia no nos costará tanto. La sufriremos, es verdad, esto no lo podemos negar, pero descubriremos que es el camino necesario para el bien propio y de la persona amada. Como una madre que se levanta a cualquier hora cuando su hijo lo necesita. Recordemos que todas las renuncias que aparecen en el Evangelio, se encaminan a abrazar un bien mayor, que se identifica con algo que vale y es preciado (un tesoro muy valioso, una perla de gran valor) o con un persona (Jesús que pasa, fascina y cautiva y hace dejar la mesa de recaudación de impuestos, las redes y la barca, la familia). Este mismo proceso ocurre con la triple renuncia (al ejercicio de la genitalidad, al amor conyugal, a la paternidad biológica: tres grandes valores positivos y hermosos) en el amor virginal por el Reino. Estas renuncias producen un vacío, una insatisfacción afectiva, que no hay que negar, ocultar o reprimir. Si estas renuncias no duelen el corazón, no provocan muchas veces sufrimiento, tristeza o dolor, hay algo que no anda bien, no hay mucho realismo en esta opción vocacional, esa persona aún vive en la nubes y necesita tocar su humanidad y conectarse más consigo mismo. Recordemos que hemos dicho que esta renuncia ha de ser consciente, si no lo llega a ser, es porque todavía es un inconsciente y necesita conocer más lo que deja. Sin embargo, una vez aceptado este vacío, se elige con libertad otro bien que se considera mayor y más satisfactorio, y así este equilibrio psico-afectivo queda reestablecido. (Es importante aclarar que cuando decimos: un bien que se considera mayor y más satisfactorio no debe quedar duda de que hablamos de una experiencia subjetiva. Antiguamente se insistía en el estado de vida religiosa como algo más perfecto que el estado de vida laical. Gracias a Dios, se han superado esas polarizaciones o comparaciones innecesarias y demasiado humanas. Cuántas vocaciones se pueden ver frustradas por esta confusión: el fin de la vida cristiana es la santidad. El estado de vida más perfecto es el consagrado. Por tanto, entro al Seminario para servir al Señor en el camino de mayor perfección. Pero después sucede que en su experiencia subjetiva el bien que se considera mayor y más satisfactorio es el estado de vida matrimonial y no el sacerdotal y por eso vivirá de modo frustrado e insatisfecho su ministerio sacerdotal. Su ministerio sacerdotal no tendrá esa fuerza de atracción que canalice y atraiga todas sus fuerzas sexuales. Tal vez cumplirá externamente con una serie de actividades, pero su corazón estará afuera, en otra cosa, en otro polo de atracción… Recordemos al joven rico que consideró un bien mayor y más


satisfactorio sus propias riquezas y por eso no se animó a dejarlas por Cristo, que pasó a ser un bien menor y menos satisfactorio.) -Por último, hemos de recordar el contexto cultural en el que nosotros realizamos este camino. Hablar de renuncia, de aceptar un vacío, de desplazar una satisfacción, quedándonos insatisfechos, hasta encauzarla hacia un bien mayor, parecen propuestas de otro siglo. Hoy nos cuesta mucho esperar, postergar algo que nos gratifique, renunciar, sacrificarnos, aceptar una cruz. Se nos grita por todos lados que no debemos sufrir, ni esperar. Se nos invita a satisfacer todas nuestras necesidades y a hacerlo de forma inmediata, y a toda costa, sin medir consecuencias y sin aceptar un código moral que nos oriente en la conveniencia o no de tal acto. Vivimos en una sociedad infantil que no puede esperar, que no puede postergar. Sin embargo, el niño se va haciendo adulto cuando acepta sus límites, cuando se da cuenta de que no es omnipotente, de que no puede todo, de que si eligió A, no puede elegir también B, tendrá que renunciar a B. Toda vida humana adulta y madura requiere de límites, de cruz, de dolor, de espera, de renuncia. Es la ley de la vida. -Por ello, asumir un proyecto vocacional que implique esta triple renuncia y que oriente toda la fuerza sexual hacia un bien considerado mayor y más satisfactorio implica una cierta madurez humana y una profunda espiritualidad, para poder vivir un celibato feliz y que haga felices a los demás. 4) La castidad como manera de amar: La sexualidad, por tanto, es una facultad relacional porque nos une a otros en afecto y cuidado mutuo. Cuando se la reprime, desconoce o relega, se deja de lado toda una gran energía para relacionarnos y amar. La castidad, don de Dios y tarea del hombre, nos hace libres para amar sexualmente y así entrar en contacto íntimo con los demás. La castidad busca encauzar el ímpetu del impulso sexual y ordenarlo al bien de los demás, a la entrega amorosa, a la no posesión y cosificación del otro. La energía sexual encauzada por la castidad, hace que nuestro amor tome matices hermosos y muy ricos que le dan calidad a nuestra entrega y relación. Así la fuerza sexual, mediada por la castidad, toma forma de comprensión, sensibilidad, calidez, aceptación, misericordia, ternura, compasión, escucha, delicadeza, servicio, cercanía, evitando toda rigidez en el trato. A su vez, desata la creatividad, causándonos a nosotros mismos una gran atracción por el bien, una gran vitalidad y fuerza nueva en la relación. De este modo, vamos siendo mejor imagen y semejanza de nuestro Dios Amor y lo glorificamos mejor en nuestras vidas, asemejándonos más a nuestro Padre Dios. La castidad integra, armoniza toda la fuerza de la sexualidad y la transforma en amor. Obviamente que requiere de nosotros una aceptación de nuestra sexualidad, una confianza en ella y en su poder, y, a su vez, nos quita toda ingenuidad para reconocer su lado más impulsivo y narcisista que siempre estará buscando su propia satisfacción y bienestar. La castidad no desconoce este lado del impulso sexual, por eso vigila con amorosa atención los impulsos más egocéntricos y los transforma en ofrenda de amor. La castidad nos ayuda a unir razón y corazón, mente y sentimientos, verdad y belleza, para dejarse regir por la atracción de Jesús y su Reino, y descubre a tiempo cuándo otros polos quieren hacer arrastrar su fuerza impulsiva, que no van acorde a nuestra opción de vida. La castidad nos ayuda a mirar de frente nuestra sexualidad, dialogando con ella, aceptando su fuerza y sus impulsos hacia polos distintos a los que tenemos como opción de vida. La castidad desenmascara el engaño que el impulso genital nos ofrece, y nos hace descubrir que esta fuerza no es tan omnipotente e intimidatoria como creíamos. En esto, gran sabiduría tiene el consejo de San Ignacio que representa a la tentación como mujer que se envalentona frente a un marido temeroso. Cuánto más poder se le da, tanto más indefensos nos sentimos. En cambio, si desenmascaramos esta aparente omnipotencia, descubriremos que podemos regular y encauzar esta fuerza hacia otro polo. Podemos decirle: reconozco tu fuerza y tu impulso, esa hambre de más, pero no te daré ahora lo que pides, te daré algo más pleno que terminará por saciar tu hambre de más. Recordemos que el impulso sexual es tan fuerte como la necesidad de comer o de dormir. De ahí la sabiduría antigua de la práctica del ayuno, que tiene que ver con esta privación en pos de un bien mayor. Pero el hambre se siente. Ayunar no es tapar o esconder toda sensación de hambre, sino sentirla, pero no satisfacerla inmediatamente. Esta postergación de la gratificación por un bien mayor nos predispone muy bien para el amor casto. Algo similar pasa cuando un padre le dice a su hijo que espere, que tenga paciencia, que esto ahora no lo puede comprar. Se lo dice con cariño, pero con firmeza. El niño patalea, se encapricha, llora, pero después comprenderá el por qué de semejante espera. Algo así pasa con nuestros impulsos sexuales que piden, lloran, gritan, pero nosotros, con sabiduría y sentido, ponemos un límite, que luego comprenderemos su bien mayor. Los gritos y caprichos se seguirán oyendo. Es más, incluso estaremos tentados de darles rienda suelta para


disminuir nuestra tensión, como para que dejen de molestar. Pero sabemos que esa no es la solución. Así sucede también con los límites que los padres ponen a sus hijos. Ellos no son los que dominan la voluntad o parecer de los padres, sino al revés, son los que deben dejarse conducir por ellos que son los que ven más y mejor, los que tienen en vista el horizonte al que quieren conducirlo. Nuestra humanidad es tan compleja que, irónicamente, en nuestro intento por escapar a un encuentro directo con nuestros impulsos sexuales (no sentir hambre o no sentir los gritos de este niño caprichoso), podemos terminar envueltos en ellos. La negación, por tanto, suele conducir a la fijación. Vale recordar lo que decíamos en otros encuentros: muchas veces las personas más preocupadas e insistentes en el tema de la moral sexual, que instigan, preguntan, curiosean, violentando los límites de los otros, terminan siendo los que más están esclavizados por el deseo sexual. Es decir, de la negación terminan en la fijación. La fijación termina conduciéndonos al erotismo que consiste en el uso impersonal de otros para la propia gratificación, es la sexualidad privada de preocupaciones relacionales y aislada del amor interpersonal. De este modo, corrompemos el don y la riqueza de la sexualidad. Se desvaloriza a la otra persona sometiéndola a objeto de la propia gratificación egoísta y no responsable. Esta fijación muchas veces se manifiesta en nuestro lenguaje, comentarios, bromas. Amar castamente es también no desvalorizar la riqueza de la sexualidad a través de comentarios, bromas de doble sentido. Cuántas veces escandalizamos a otros hermanos por nuestras palabras y esto no es más que una manifestación de nuestra fijación, es decir, de no integrar aún nuestra sexualidad al resto de nuestra vida. Esto también se expresa en poner límites frente a comentarios o situaciones que pueden implicar una falta de pudor. El que no tiene pudor (cuidado de la propia intimidad, tanto física como verbalmente) hiere y transgrede el límite del otro. Por poner un ejemplo, hay gente que muchas veces necesita contar y dar detalle de su intimidad sexual, ya sea por escrúpulo o por fijación. Muchas veces, como parte de este amor casto, tendremos que poner un límite a lo que la otra persona cuenta, diciéndole que no necesitamos saber más, que quedó claro, que no hacen falta tantos detalles. A su vez, esto es cuidar con humildad nuestra curiosidad, o nuestra gratificación sensible. Muchas veces, bajo pretexto de una charla “espiritual”, buscamos placer en escuchar detalles, que no tenemos por qué saber, y esto alimenta nuestras fantasías eróticas. En esto hay que ser humildes y también firmes. La falta de pudor de la otra persona, muchas veces hiere nuestra sensibilidad. Con mucha delicadeza debemos ser claros para poner un límite a la otra persona. Hay muchos que, por su propia historia, no poseen este pudor o falta de límites. Nosotros debemos ayudar a que cuiden y guarden su intimidad, sin andar revelando o contando todo. -Es por eso que el amor casto, termina siendo un hermoso testimonio y un grito profético para la sociedad actual, que no conoce de límites, esperas o postergaciones. El amor casto nos ayuda a mirar a los demás ya no como objetos sexuales, sino como personas íntegras, capaces de recibir nuestro amor y servicio. -El ejemplo humano de Jesús es un hermoso testimonio de un amor casto. Él era cercano, sensible, cariñoso. No tenía problema en abrazar un niño, conversar a solas con una mujer samaritana de mala vida, rodearse de publicanos y prostitutas, quedar solo con la mujer adúltera, tocar a un enfermo, dejarse ungir los pies con los cabellos de una prostituta, poner su pecho para que su amigo Juan se recostara, mantener una amistad sincera con algunos más cercanos y con mujeres, como María y Marta de Betania, llegando a su casa para descansar y compartir la vida. Amor cariñoso, sensible, cercano, expresivo, tierno, cálido, pero a su vez, respetuoso, claro, firme. No me retengas, le dijo a María Magdalena, en la mañana de Pascua. Supo caminar, mostrarse, darse, revelarse y, a su vez, desaparecer a tiempo, para que los de Emaús, se pusieran en camino y volvieran a la comunidad. No se dejó engañar por adulaciones, trampas, malos comentarios (glotón, borracho, amigo de publicanos y prostitutas). Todo eso no le quitó libertad para amar castamente a los demás, con toda su profunda humanidad. No ocultó su ira, su cansancio, su desconcierto, su alegría, su emoción, su dolor, su profunda compasión, su angustia y tristeza, su miedo ante la muerte, su dolor ante la traición y abandono. Amor abierto, no posesivo, no exclusivo, manifestado en las grandes multitudes, pero también disponible para los grupos pequeños. Tarea para el mes Fecha de entrega: 1 de diciembre 1. Resumí con tus palabras el proceso de sublimación de la sexualidad, paso por paso. 2. Releyendo todo el curso, sintetizar lo más importante de cada encuentro, escribiendo 3 frases de cada uno de los temas. Por último, con tus propias palabras escribe libremente lo que descubriste de este curso o en qué te ayudó.


Séptimo encuentro: Recapitulación. Caminos para un amor célibe Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin (Jn 13,1) Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía (Lc 22,19) Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Ga 2,20)

I. RECAPITULANDO Vamos a ir rescatando cada uno de los encuentros, como una manera de hacer memoria y de que nos vaya quedando como una síntesis de cada tema: 1) Primer encuentro: La realidad del celibato: dificultades actuales. Concepciones erróneas del celibato. Objeciones contra el celibato. Obstáculos para comprender el celibato: nuestro contexto cultural 1) El consumismo exacerbado 2) Crisis en los vínculos 3) La cultura de la imagen 4) El pansexualismo que todo lo invade 5) La crisis de los valores y el relativismo moral 6) Algunas dificultades más nuestras: -El machismo -La complicidad y el silencio 7) La primacía del instante por sobre el tiempo 8) La idolatría del confort y bienestar 9) La primacía del yo por sobre la alteridad 10) Algunos obstáculos más personales: a) El déficit afectivo de mi ambiente familiar b) Experiencias sexuales traumatizantes c) Concepciones erróneas de la afectividad y sexualidad en nuestra formación anterior Segundo encuentro: El celibato y el sacramento del Orden. Motivaciones para el celibato (parte 1) -El celibato tiene un evidente valor positivo como total disponibilidad para el ejercicio del ministerio sacerdotal y como medio de consagración a Dios con el corazón indiviso; -Tiene un valor de signo, de testimonio de un amor casi paradójico a causa del Reino de los Cielos. -Implica un compromiso total de la persona. -No puede observarse sino mediante la colaboración con la gracia de Dios. -El celibato es un ofrecimiento, una oblación, un verdadero y propio sacrificio de carácter público, además de personal. -El aspirante debe entender esta forma de vida no como impuesta desde fuera, sino más bien como manifestación de su libre donación, aceptada y ratificada en nombre de la Iglesia por el obispo. -El celibato es un carisma, un don inestimable de Dios a la Iglesia y representa un valor profético para el mundo actual. -Que el sacerdocio se confiera solamente a aquellos hombres que han recibido de Dios el don de la vocación a la castidad célibe. -Que el celibato sea visto como enriquecimiento positivo del sacerdocio. -El celibato ha de ser acogido con libre y amorosa decisión, que debe ser continuamente renovada, como don inestimable de Dios, como estímulo de la caridad pastoral, como participación singular en la paternidad de Dios y en la fecundidad de la Iglesia, como testimonio al mundo, del Reino escatológico. -Para ello es absolutamente necesaria la oración humilde y confiada. 1) Motivaciones humanas 2) Motivación cristológica: a) Jesús como célibe, la novedad de su propuesta b) La invitación radical de Jesús de ser nuestro único amor, nuestro único peso: Dice la PDV n° 23: -El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen. No es sólo aquello que hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey. -Determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con la gente. -Constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote.


-Gracias a la misma puede encontrar la unidad entre la vida interior y tantas tareas y responsabilidades del ministerio. -Solamente la concentración de cada instante y de cada gesto en torno a la opción fundamental y determinante de «dar la vida por la grey» puede garantizar esta unidad vital, indispensable para la armonía y el equilibrio espiritual del sacerdote. Tercer encuentro: Motivaciones para el celibato (parte 2) Antes de seguir con las motivaciones veíamos dos textos fundamentales para el tema del celibato: A) La continencia voluntaria por el Reino de los cielos: Mt 19,10-12 B) El corazón indiviso en el seguimiento al Señor: 1 Cor 7,32-40 3) Motivación eclesiológica 4) Motivación pneumatológica 5) Motivación escatológica 6) Motivación simbólica-sacramental-profética 7) Motivación solidaria y de comunión con los pobres Cuarto encuentro: La bondad de la sexualidad en el plan de Dios y como camino para el amor 1) Dios ha creado por amor al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. 2) Dios modela el cuerpo del hombre y le insufla su espíritu. 3) Simbolismo y expresividad del cuerpo 4) Hombre y mujer: dos estilos de vida diferentes 5) El encuentro entre el hombre y la mujer 6) La dimensión genital 7) Destino procreador de la sexualidad humana 8) Riqueza afectiva de la sexualidad humana 9) El amor como único camino a la felicidad, como instancia superadora al placer fugaz 10) El amor como un camino de aprendizaje y de lenta maduración 11) Sexualidad como camino para el amor: A. La sexualidad como un fuego divino B. Convertir nuestra experiencia de corte, de falta de consumación en soledad: 1) Aceptar con paz nuestro dolor y falta de plenitud. 2) Abandonar las falsas expectativas mesiánicas: el otro no es Dios. 3) Ir hacia adentro: y no escaparnos hacia afuera. 4) Siempre estamos en camino. 12. Hacia una madurez afectiva y sexual del candidato que desea abrazar el carisma del celibato 1. Algunos presupuestos básicos a la hora de abordar este tema: A. Dejarnos formar: docibilitas, es decir, de docibilidad, dejarse formar: irse con-formando, configurando con la forma de Cristo. Para ello, requiere del candidato, algunas actitudes básicas: 1) Humildad de sabernos siempre en camino, en crecimiento, en formación. 2) Confianza en las mediaciones que Dios nos pone a nuestro lado. 3) Sinceridad para consigo mismo y para con los formadores. 5) Capacidad de autoformación, no esperando todo de arriba, o haciendo sólo lo que me piden. Percibir la vivencia de nuestros espacios “libres” tanto del día como del año (vacaciones, feriados, etc.) como para medir el grado de internalización de los valores que el Seminario me ha ido proponiendo. 6) Humildad para dejarme corregir, enseñar. 7) Disponibilidad para dejar de lado mis criterios personales y aceptar los criterios objetivos propuestos. 8) Generosidad y prontitud para realizar lo que tengo que hacer y descubrir ese más que me invita el Señor, para no acomodarme y siempre estar dando un paso más. 9) Mirada de fe ante el lento proceso interior de crecimiento, confiando en la obra de Dios. 10) Esperanza paciente ante debilidades, mirando más la misericordia de Dios que la propia miseria. B. ¿Cómo abordar el tema complejo de la madurez afectivo-sexual? -Certeza de que Dios habita en nuestros corazones, en lo más profundo de nuestras vidas. -Mirada confiada y optimista de nuestro mundo afectivo-sexual. -Acercarme a este mundo con humildad, paciencia y gran sentido de fe y de confianza en la Misericordia de Dios.


Quinto encuentro: La madurez afectivo-sexual -Vamos a repasar este tema, con la ayuda de un apunte: Vida afectiva: Ennio Righetti Los sentimientos o afectos son reacciones del yo, no controlables por la voluntad, provocadas por nuestras representaciones, por los estímulos externos y por los cambios que sobrevienen en el interior del organismo. Por lo tanto, la afectividad nos acompaña en cada instante de nuestra vida, y hasta cuando dormimos, porque podemos tener sueños "lindos" o sueños que nos angustian. La afectividad es fuerza interior, energía dinámica, capacidad de apasionarse y conmoverse, pero esta fuerza y esta energía pueden variar de acuerdo a la historia de vida de cada persona. Hay pérdida de energía en las personas inmaduras afectivamente, porque en ellas se da una significativa presencia de angustias, miedos, vergüenzas, desazones, etc.-, no ocurre lo mismo en las personas afectivamente maduras, ya que en estas predominan sentimientos de razonable optimismo, de alegría de vivir, de coraje, etc. 1-INMADUREZ AFECTIVA: 1.- Temor de no haber sido amado lo bastante por las personas más significativas y más cercanas a uno: la madre, el padre, los hermanos, otros familiares, los amigos, etc. A veces este sentimiento, más o menos intenso, suele acompañarnos durante toda la vida. Puede ser cierto que no hayamos sido amados como era debido: abandonos prolongados, real trato, castigos severos... Otras veces, determinados comportamientos de nuestros padres los hemos vivido como falta de amor, a pesar de haber recibido todos los cuidados: ausencias de manifestaciones afectivas como cariños, halagos, caricias, abrazos, comunicación abundante, juegos... 2.- Sentirse pobre-vacío: me falta "algo", siento en mi vida como un “vacío" o como una "herida". Veo que otros, incluso algunos de mis hermanos, han tenido lo que yo siempre he deseado. Y puedo llegar a vivir a mí mismo como una persona de poco valor ... De aquí surgen envidias, celos y autoestima baja. 3.- Inseguridades. Me siento inseguro en algunos aspectos de mi vida, tengo dudas sobre otros; en suma me faltan certezas. Estas inseguridades se pueden manifestar en distintos niveles de mi existencia: a) Nivel corporal: no me siento a gusto con mi cuerpo, quisiera ser más alto o más bajo, más gordo o más flaco, tener otra nariz; no quisiera ser chueco; no me conforma el tamaño de mis genitales... b) Nivel intelectual: me parece que no soy tan inteligente, me da la impresión que otros son más rápidos en captar los problemas, me distraigo fácilmente... c) Nivel operativo: dudo sobre lo que tengo que hacer, me da miedo tomar decisiones, no sé que carrera u oficio voy a seguir, tengo mucho temor a fracasar en todo lo que emprendo... 4.- Hambre de afecto. Me doy cuenta de que ando mendigando comprensión, que alguien me de un espaldarazo, que me diga que soy bueno, que soy valioso... También me doy cuenta de que soy goloso, que me gusta comer, que soy ansioso, que quiero conseguir las cosas rápidamente... Soy muy sensible y susceptible respecto de las conductas de colegas y superiores: pienso por qué no me saludó, o me dijo tal cosa, o fue poco efusivo o muy efusivo... Sufro mucho cuando alguien se enoja conmigo... Me descubro muy servicial, si me piden algo no puedo decir nunca "no", aunque me cueste mucho; mas aún, siempre me adelanto a cualquier pedido. Intuyo que así, tal vez, pueda tener de mi lado a los demás, y pueda conseguir aprecio. 5.- Búsqueda de aprobación. Si yo tengo una buena posición y/ o una profesión que da status y prestigio, puedo recibir de los demás consideración y aprecio, seguramente me vienen a consultar, resultando una persona casi imprescindible... Además en las reuniones o cuando tengo que hacer un discurso, me esmero en la preparación y así voy a recibir aplausos: esto me encanta y me hace sentir bien... La búsqueda de aprobación significa organizar la propia vida con la esperanza de verse saciado afectivamente por los otros. 6.- Relaciones sociales. a) Relaciones posesivas: me siento muy bien en mi grupito de amigos íntimos, nos queremos mucho, nos protegemos entre nosotros. Formamos un grupo compacto, impenetrable; somos celosos de nuestra intimidad. b) La persona aislada: yo desconfío de todos, porque todos te quieren aprovechar. Las amistades son todas interesadas. Yo me las arreglo solo. Esta persona se hace la víctima. 7.- Defensas contra las amenazas de la propia imagen del yo.


a) El tímido se siente amenazado cuando se expone en las relaciones sociales, por lo tanto se defiende con el retraimiento o el aislamiento. b) El fanfarrón, amenazado por sus inseguridades que niega, se defiende compitiendo con los demás y agrediendo para demostrar su superioridad, sobre todo en aquellos aspectos donde se siente más fuerte. c) El conformista-conservador: los cambios son su mayor amenaza por la inseguridad que le producen, en consecuencia se refugia en el no-cambio y en la tradición para que todo quede como está. d) El rebelde es similar al fanfarrón. Su problema es con la autoridad: se siente inseguro con esta e intenta desafiarla para demostrarle que no le tiene miedo y que sus propuestas son superadoras y ganadoras. e) El obsesivo-escrupuloso se siente amenazado por la posibilidad de cometer errores, de equivocarse en todo lo que haga y piense: "¿Habré hecho bien?", "¿Me olvidé de algo?", “Por las dudas voy a analizar un poquito mas". La defensa es volver una y otra vez sobre lo mismo, analizar en exceso las situaciones para evitar el sentimiento de culpa. 8.- Esclavitud interior. El inmaduro afectivo es esclavo de sus necesidades, ya que nunca llega a saciarlas. Se caracteriza por la dependencia de los demás, vive pendiente del "qué dirán". Recibida una aprobación, un aplauso... al poco tiempo necesita otra aprobación, otro aplauso.... Y así sigue en forma continuada en el tiempo. Esto le demanda una cantidad variable, según los casos, de energía (física, intelectual, volitiva, etc.) que debe sustraer a sus obligaciones; por lo tanto no puede disponer libremente de todo su caudal de fuerzas. CONCLUSIONES 1. La persona con inmadurez afectiva presenta preocupación por sí misma. 2. Es egocéntrica: el "mundo" gira alrededor de ella. 3. Tiene una autoestima baja, debido a su "hambre" de recibir afecto. 4. Dispone de una personalidad débil, por su falta de libertad que le resta energía para la acción constructiva. 2-MADUREZ AFECTIVA 1.- Libertad-objetividad. La persona madura no se siente "atada" o "bloqueada" por nada y por nadie, por lo tanto se mueve con desenvoltura y según su conciencia en las distintas situaciones. Ve la realidad de manera objetiva, tal como es, debido a que no se maneja por impresiones e impulsos, sino por convicciones profundas. 2.- Constancia-responsabilidad Es capaz de realizar un esfuerzo sostenido en el tiempo, poniendo toda su energía en el objetivo que se ha propuesto. Hay coherencia entre su ser y su actuar, entre lo que piensa, dice y hace; es sincera y responsable. 3.- Alternativas. No es una persona rígida, obstinada y de criterios estrechos, sino flexible, plástica y comprensiva, sin conflictos y sin angustias. Cuando se encuentra ante un problema, puede disponer de varias alternativas para su solución, previamente pensadas y razonadas. 4.- Decir si- no. No vive improvisando sobre la marcha de los acontecimientos y tampoco se deja influenciar fácilmente por el entorno; más bien su vida es reflexiva, regida por profundas convicciones, buenos argumentos y modales. Según las circunstancias, sabe aceptar la posición del otro o disentir con total libertad y sin experimental culpas. También tiene capacidad de renunciar a valores incompatibles con la propia vocación. 5.- Aceptación de si mismo. Ha llegado a conocerse bastante profundamente, de acuerdo a la edad cronológica; y se acepta agradecida como es, con sus posibilidades y sus limites, sin complejos ni desajustes, pero sí con prudencia. Su vida y valores están suficientemente integrados, ya que su proceder esta impregnado por lo que cree que vale la pena vivir. 6.- Integración-participación. Así como sabe aceptarse a si mismo, sabe aceptar a los demás como son: "puede arar con los bueyes que tiene". Presenta capacidad de integración y participación en los grupos de personas con autenticidad (no distorsiona su sentir), relación cálida y no conflictiva. En su modo de ser no existe la posibilidad de la manipulación de las personas según sus gustos y sus ideas. 7.- Dar sin recibir. Como experimenta gratitud hacia su propia existencia, así tiene capacidad de darse por sobre la necesidad de recibir. Sabe aceptar las no-respuestas a su dar, sin frustrarse. En la vida de esta


persona están muy presentes la gratuidad en el dar, como la gratitud en el recibir; esto quiere decir que sabe amar y sabe dejarse amar de verdad. 8.- Situaciones ambiguas-provisorias. Por su objetividad, sabe que no existen instituciones perfectas en este mundo. Cuando tiene validos motivos para permanecer, aunque sea en forma provisoria, en una institución, lo hace muy seriamente, aún no estando de acuerdo en muchas cosas. 3-CÓMO PASAR DE LA INMADUREZ A LA MADUREZ En la realidad no existe una persona totalmente inmadura ni totalmente madura. Todos tenemos una mezcla, en distinto grado, de inmadureces y madureces. Podemos considerar la vida como un proceso continuo hacia la madurez; proceso difícil y doloroso y no tan rápido como uno quisiera que fuera. Pero vale la pena tender hacia la madurez afectiva por los frutos que depara: 1. Vivir a pleno la propia vocación, porque en ella se puede volcar libremente todas las energías disponibles. 2. Evitar la "doble vida", ya que la internalización de los valores vocacionales no son obstaculizados por las inmadureces. La Gracia encuentra un "terreno" natural mejor predispuesto. 3. La madurez afectiva es como un seguro de perseverancia en la vocación y eficiencia apostólica. 4. Permite vivir en paz y ser razonablemente feliz. 4-MEDIOS PARA CONSEGUIR LA MADUREZ AFECTIVA 1. Cuando el grado de inmadurez es manejable por uno mismo: a) Examen de conciencia diario. En este contexto, se toma como medio para conocerse a uno mismo, que ayuda para ir cambiando paulatinamente. Este conocimiento es profundo cuando son cumplidas tres exigencias: -Preguntarse "por qué" hice o no hice tal cosa (motivación). -Preguntarse "para qué" hice o no hice tal cosa (intención). -Captar o registrar los sentimientos y emociones que surgen espontáneamente en uno por medio de la motivación y de la intención. b) La reflexión-meditación sobre algún aspecto de la propia personalidad. El material aportado por el examen de conciencia, aquí tiene otro tratamiento: -Asumir ese aspecto como parte de la propia personalidad. -Ver las posibles raíces en las propias experiencias pasadas. -Estrategias a seguir. -De vez en cuando hacer un balance del proceso. c) La dirección espiritual. Es una mediación fundamental para la vida espiritual y psicológica. No es fácil ser objetivo consigo mismo, siempre uno es llevado, la mayoría de las veces inconscientemente, a "tapar" algo que duele, que le da vergüenza descubrir; pero también, en otros casos, a no ver aspectos positivos en la propia vida. El acompañamiento de otra persona es imprescindible para crecer. d) La conversión como madurez humana: La experiencia de la fe, la esperanza y la caridad cristiana, y la actividad progresiva del Espíritu contribuyen también a la maduración de las facultades humanas, sin sustituir la autonomía de la psicología. El amor es el eje de nuestra vida y el que hace madurar nuestra psicología. 2. Cuando el grado de dificultad es bastante grande o cuando se desea solucionar los propios conflictos en un tiempo relativamente corto. a) Seguir con los cuatro puntos señalados anteriormente. b) Iniciar una psicoterapia con un profesional de confianza Aprendiendo el lenguaje de los sentimientos: Podríamos, entonces, sintetizar el proceso de hacernos conscientes de nuestros sentimientos y de su integración en cinco pasos: 1. Toma de conciencia de tus emociones: ¿Qué estoy sintiendo? 2. Verbaliza y ponles nombre: envidia, celos, ternura, afecto, ira… 3. Investiga el origen de tus sentimientos: ¿por qué estoy reaccionando así? ¿me ilumina en algo sobre mi vida o situación actual? ¿me ilumina algo de mi historia pasada? ¿puedo rastrear en qué se


origina esta reacción o este sentimiento? ¿qué tesoro de mi vida está manifestando, qué pretende decirme o mostrarme esta emoción? 4. Manifiesta tus sentimientos: reconoce explícitamente ante ti mismo y quizás ante otro lo que sientes, sin miedos ni vergüenzas. 5. Integra tus sentimientos al conjunto de tu persona: deja que la razón, iluminada por la fe y los valores cristianos te diga qué conviene hacer y que la voluntad ejecute lo decidido. Sexto encuentro: Características de la inmadurez afectivo-sexual Octavo encuentro: Hacia una vivencia sana y feliz del amor célibe Una libre respuesta personal: Triple renuncia del célibe: 1) Al ejercicio de la genitalidad -2) Al amor conyugal - 3) A la paternidad biológica El proceso de sublimación: 1) Conocernos 2) Aceptarnos 3) Sanarnos 4) Valorarnos y valorar la fuerza y energía positiva de nuestra sexualidad 5) Renunciar a la satisfacción sexual genital 6) Sublimación en pos del proyecto del Reino 7) Canalización a través de la afectividad y amor II. CAMINOS PARA UN AMOR CÉLIBE Para ir concluyendo nuestro curso, nos parece importante poder descubrir algunas actitudes que nos puedan ir ayudando a asumir este don del celibato, de forma positiva, integral y respondiendo libre y responsablemente a esta llamada. Así iremos madurando nuestra opción, que no busca otra cosa que la entrega del corazón en un amor oblativo, descentrado de sí mismo y centrado en Dios y en el prójimo. El fin del celibato es poder llegar a decir con San Pablo: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Ga 2,20). Se trata de quitar los obstáculos para dejar que Cristo ame a través nuestro, obre a través de nuestra persona, se entregue y siga dando a través de nuestra vida que desea ser signo evidente de su amor. Algunas sugerencias prácticas para una mejor vivencia del celibato: 1) Gratificaciones sensibles, postergación de la gratificación: es bueno poder animarnos a posponer algunas gratificaciones sensibles, gustos personales, placeres, por un bien mayor. No es necesario que sean gustos malos, sino buenos, por ejemplo: servirse la porción más grande de comida, dormir un poco más, imponer a los demás mis preferencias, etc. Como dice la carta a los Hebreos: Fijemos la mirada en Jesús… quien en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la Cruz (Hb 12,2). 2) Tareas ocultas, oblativas: es bueno poder buscar y realizar aquellas tareas que nadie hace y que quedan ocultas a los ojos de los demás, en la línea de lo que dice Jesús: tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos… que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha, para que el bien que hagas quede en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,1.3-4). 3) Gratitud: tener un corazón agradecido, que experimenta que todo es don y gracia, nos hace vivir con asombro y alegría por el continuo cuidado de Dios por nosotros. Este amor que se percibe en las pequeñas cosas de cada día, nos hará entregarnos gratuitamente a los demás, sin deseos de ser recompensados. Como dice Jesús: ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente (Mt 10,8). 4) Estar con el Amado largo tiempo: como conclusión un poco del curso, podemos decir que nadie da la vida por una idea, o por fuerza de voluntad, sino por Alguien que robó nuestro corazón y lo sedujo con su llamada. Este amor se alimenta cada día con las actividades y con tiempos prolongados de oración. Oración que consiste en estar, escuchar, contemplar en silencio, sin buscar otro fin que el de estar con Jesús. No buscamos sentirnos bien, o cumplir con nuestra obligación, o que el Señor nos cambie y nos transforme. Nuestro único fin es estar y contentar al Señor, darnos a Él y recibir su amor. Esto nos hará involucrarnos afectivamente con Jesús, lo único que hará posible la sublimación de nuestra sexualidad, por este bien mayor que polariza y centra toda nuestra vida y sexualidad. 5) Arte, sensibilidad y deporte: las expresiones artísticas en sus formas tan variadas (pintura, música, lectura, escritura, etc) ayudan a canalizar nuestros sentimientos, a expresarlos, a encontrar gozo y placer en las pequeñas cosas de cada día, sintiendo profundamente la alegría de estar vivos, rompiendo


rigideces, conectándonos con nuestro mundo interior y su belleza, disfrutando de los pequeños detalles de la vida. El deporte también nos ayuda a gastar sanamente nuestras energías, en el juego con los otros, en el cuidado del cuerpo, templo del Espíritu, en la distensión sana. El deporte nos comunica con los demás de otro modo, nos hace conocernos más y conocer mejor al otro, nos ayuda a descubrir otros espacios de encuentro y de compartir. 6) Receptividad: tener un corazón capaz de recibir el bien del otro, la belleza de la vida, disfrutar con los pequeños detalles cotidianos, con los pequeños encuentros, humildad para dejarse enseñar, nos van alimentando el corazón. No somos, por tanto, sólo los que damos y entregamos, también recibimos y aprendemos cotidianamente de nuestros hermanos y sus riquezas, y así nos vamos alimentando en nuestra misión cotidiana. 7) Libertad y señorío respecto de nuestra vida: es bueno ir creciendo en libertad respecto de nuestros impulsos, pasiones y tironeos cotidianos. Para ello, ayuda mucho el fijar con anticipación el tiempo destinado para algunas actividades: cuánto miraré de tele, qué miraré, a qué hora apagaré el celular, a qué hora apagaré la computadora, a qué hora me acostaré, a qué hora me levantaré… Todo esto nos va ayudando a sentirnos señores de nuestra propia vida y no dejarnos arrastrar por impulsos que muchas veces pueden atentar contra nuestras opciones más profundas, o contra nuestro estilo de vida. 8) Soledad, silencio, contemplación: hoy en día pueden parecer malas palabras, sin embargo son la tierra necesaria para que la semilla de la vocación sacerdotal pueda germinar y crecer, para que el fruto de nuestra entrega sea algo sabroso y de calidad. Hoy más que nunca, ante tanto vacío existencial, la gente necesita pastores que estén llenos de Dios, personas con una espiritualidad profunda, sólida. Si Francisco nos lanza a las periferias, necesitamos una fuerte raíz espiritual para poder permanecer en las periferias y no venirnos abajo ante las dificultades. Nuestras palabras tendrán peso y sentido, si brotan de un silencio hondo, receptivo, orante. De ahí que sea tan necesario cuidar esos espacios de soledad, no dejarnos aturdir por tantas cosas. Además las experiencias tan valiosas que vamos viviendo, necesitan un tiempo de decantación y rumia para que no se nos escurran como el agua y se pierdan, sino poder hacerlas parte de nuestra vida. De ahí que tengamos que poner límites claros a todo lo que pueda robarnos o hacernos descuidar estos tiempos de intimidad con el Amado. Esto es una tarea cotidiana, en esto no podemos vivir de rentas. Se trata de un alimento cotidiano, de un camino lento, oscuro, perseverante. Es lo único que puede sostener nuestro ministerio. 9) El corazón lleno de rostros y nombres: el poder de la intercesión: algo muy propio del estilo de oración del sacerdote diocesano es la intercesión por las personas que Dios nos confía. Intercesión que ya la vamos viviendo en el Seminario. El cura es aquel que habla de Dios a su gente y habla de su gente a Dios. Por eso, podemos decir que nunca estamos solos, ya que siempre llevamos adentro del corazón muchas vidas por las que nos vamos comprometiendo y les van dando sentido a nuestras renuncias. 10) Alimentar el fuego interior, la misión: es muy importante en el Seminario poder soñar con nuestro ministerio pastoral, poder ir disfrutando las pequeñas experiencias pastorales, irlas viviendo con un corazón de pastor, ir sintiendo mi amor a las parroquias de la diócesis, a sus realidades, a sus desafíos, irme viendo ya como cura. Todo esto ayuda a mantener vivo el fuego de la entrega. Pero es un soñar con los pies en la tierra. Es decir, todo lo que voy haciendo y viviendo ahora, es preparación para lo que viviré después. El soñar con la misión debe ser una motivación para vivir con fidelidad, alegría y entrega las responsabilidades de cada día. Si quiero ser un buen cura, debo ser un buen seminarista, no queda otra. Incluso las dificultades cotidianas (alguna clase aburrida, la tensión y exigencia de los exámenes, los roces de la vida comunitaria, la obediencia a los formadores ante algo que no llego a entender su sentido, la fidelidad en los horarios, etc.), todo esto, bien vivido, va modelando mi corazón sacerdotal. A su vez, puedo ir motivando o dándole sentido a lo que me resulta pesado. Por poner un ejemplo, cuántas veces las horas de clases aburridas o que parecían sin sentido, nos van disponiendo para escuchar a gente que tal vez nos repita lo mismo, o parezca que “nos hace perder el tiempo”. Es decir, todo lo presente, con sus luces y sombras, tiene su fruto y su sentido, en la actualidad y también en el futuro. 11) Aprovechamiento del tiempo libre, descanso sano, distensión, encuentro con los otros: también en la manera de descansar se juega nuestra vivencia del celibato. Cómo vivo el tiempo libre, el cómo lo aprovecho para realizar otro tipo de actividades, cómo lo lleno de sentido para que sea algo que me reponga, me distienda y me ayude a vivir con mayor fidelidad mis actividades cotidianas. Vivenciar el tiempo libre como algo unido a mi misión es muy bueno. Muchas veces pasa que separamos el tiempo libre (como si fuera tiempo para mí mismo, para hacer lo que yo quiera) del tiempo ocupado o de


actividades (como si fuera algo que me imponen y que lo vivo como un peso). Hemos de buscar sentirnos nosotros mismos en los dos ámbitos de nuestra vida, sino terminaremos por vivir una doble vida. El tiempo libre me ayudará, por tanto, a volver con más entusiasmo a la misión cotidiana; me ayudará a mirar con más paz y distancia mi forma de vivir las responsabilidades; me alimentará para poder vivirla con más calidad y hondura. Es en los tiempos libres en donde vamos viendo si internalizamos o no los valores que vamos aprendiendo en el Seminario, si todo lo aprendido se nos va haciendo un propio estilo de vida o si lo vivimos como una estructura externa y ajena a nuestra vida. Si al salir de vacaciones, por poner un ejemplo, abandonamos la oración, la misa, y adoptamos otro estilo de vida, es un signo claro de que aún no hemos hecho hábito en nosotros las propuestas formativas del Seminario. 12) El valor de la amistad: el Seminario es muchas veces el lugar donde se gestan grandes amistades que nos acompañarán en nuestro camino sacerdotal. Amistad que va madurando muy de a poco, que respeta los tiempos del otro, que no busca poseer al otro o ser el centro de la vida del amigo. Amistad que nos hace ser más fieles en nuestra vocación. Amistad donde compartimos lo más sagrado que tenemos, donde soñamos con nuestro futuro ministerio, donde crecemos en la fe y en el amor a los demás. Amistad que no queda encerrada en exclusivismos, ni se transforma en un reducto para la crítica, la queja o la soberbia. Amistad que nos hará corregirnos cuando sea necesario, alentarnos, sostenernos, esperarnos. Amistad que nunca será complicidad (el amigo es el que busca el bien del otro; el cómplice es el que no busca el bien del otro, sino su propio bien, es decir, alguien que le adormezca su conciencia, o justifique sus errores). 13) Mantener el deseo insatisfecho: hoy todo llama a satisfacer nuestras necesidades, somos poderosos, autosuficientes, no hay límites, accedo a todo lo que quiero. Por tanto, experimentar un cierto vacío, una cierta hambre de afecto, una cierta insatisfacción, es la mejor predisposición para dejar llenar por la presencia de Jesús ese hueco vacío. Si lo tapo con actividades, relaciones, cosas, imágenes, Jesús no tendrá lugar en nuestro corazón y, a su vez, estaremos más insatisfechos, ya que nada de lo mencionado puede saciar nuestro anhelo más profundo de encuentro. De ahí que es tan importante el momento de la noche. Como dice Atahualpa Yupanqui: a la noche la hizo Dios, para que el hombre la gane. La noche es el momento de la intimidad, del silencio, del recoger lo vivido, de tomar la temperatura del corazón, momento de levantar la mirada para agradecer lo que se pudo hacer y entregar confiados lo que no pudimos hacer o que no nos salió tan bien. 14) Descubrir el valor oculto de la Cruz, su fuerza salvífica, para hacer de las propias heridas, lugar de salvación y sanación: es fundamental poder mirar nuestras cruces con una mirada pascual, descubrir el sentido profundo y la Resurrección y vida que se va engendrando en lo oculto, de cada entrega, dificultad, adversidad. Esto nos hará vivir superando el sentimiento de frustración que es lo que muchas veces puede atentar contra nuestra vida célibe. Ya que al experimentar esta frustración, buscamos compensar este sentimiento negativo con cosas que no nos hacen bien. Se trata de permanecer de pie, como María, al pie de nuestra Cruz y confiar en la Vida que, tarde o temprano, brotará y despuntará. De ahí que el mejor remedio para este sentimiento, sea la acción de gracias por lo vivido, aunque sea imperfecto, limitado. Por eso, es importante estar atentos para no dejar que el desánimo o desencanto tomen lugar en el corazón y se instalen. Son funestos enemigos, que tiñen de gris toda nuestra vida, quitando matices, absolutizando todo, distorsionando la realidad. El desánimo para con nosotros mismos, para con nuestra comunidad, con nuestro clero, con el obispo, con los demás. Todo eso, si dejamos que crezca, nos pone un tono amargado, triste y quejumbroso, que nos lleva al aislamiento y a la automarginación, una gran tentación seductora que nos hace mucho daño. 15) Conectarse diariamente con el corazón: es bueno poder tomar contacto con nuestros sentimientos, ponerles palabra, descubrir cómo estamos, qué nos pasa, cómo nos sentimos. Esto nos ayuda a estar más integrados, a estar más presentes a nosotros mismos. Ayuda mucho el examen nocturno, pero no tanto del pecado o no, sino más bien del estado de nuestro corazón, que es el lugar donde Dios habita. 16) Tratar de descubrir la belleza y el sentido de cada actividad: la vida en el Seminario tiene mucho de rutinario, oscuro y sencillo. Si bien hay actividades más gratificantes que otras, sin embargo es bueno poder gozarlas, amarlas, poniendo todo el corazón, sin hacerlas como sacándomelas de encima. Si descubro que las vivo de este modo, puedo buscar motivaciones para vivirlas mejor y llenarlas de sentido. 17) Usar el “diccionario” y llamar las cosas por su nombre: no hay nada peor en el cura (y es más común de lo que se piensa) que tener lucidez, intuición y consejos para todos, menos para con uno mismo. La negación es un recurso muy común en nosotros los curas, que muchas veces nos cuesta enfrentarnos con nuestra propia verdad. Poder poner nombre a lo que me pasa, poder reconocer los pasos


en falso que voy dando, poder desenmascarar las motivaciones ocultas que muchas veces mueven nuestras acciones, es una gracia de Dios que hay que pedir. El contacto cotidiano con la Palabra, dejándonos herir por Ella, desnudar por su Verdad, dejándonos atravesar por esta espada de doble filo que discierne los pensamientos es el mejor antídoto. Muchas veces, nuestro acceso a la Palabra es más bien racional o con fines utilitarios para poder preparar algo para decir o predicar. Y así vamos poniendo barreras a esta luz de Dios que pone al descubierto nuestra verdad más profunda. De este modo nos privamos de este contacto con una luz objetiva que juzgue nuestra vida, y nos vamos haciendo nosotros nuestra propia luz, nuestro propio criterio y pensamiento, y terminamos haciendo nuestra propia moral. Y esto ya lo podemos ir viviendo desde el Seminario, en nuestro contacto cotidiano con la Palabra. Podemos decir que más que leer nosotros la Palabra, se trata de dejar leer nuestra vida por la Palabra. 18) No perder la humildad ni el sentido del humor para con las propias debilidades: la humildad nos hace reconocernos como somos, con paz, con alegría. Reírnos de nosotros mismos, de nuestros defectos, debilidades, tropiezos, nos ayuda a no tomarnos tan en serio a nosotros mismos y volver a intentar el desafío de ser mejores, sin desanimarnos, ni desalentarnos. La perfección cristiana no consiste en ser intachables o perfectos, sino en ser humildes y confiados en Dios, sabiéndonos guiar por otra mano que nos lleva y nos cuida. No nos asustemos ni avergoncemos de nuestros límites, presentémoslos confiados al Padre, para que Él vaya haciendo su obra. Esto nos hará más humildes y más misericordiosos con los límites de nuestros hermanos. 19) Pedir ayuda a tiempo: de la mano de la humildad está el reconocer que solos no podemos y por eso pedimos ayuda. El demonio es bastante astuto y mantiene erguido nuestro orgullo para creer que solos nos podemos arreglar o podemos superar alguna dificultad. La humildad es la tierra desconocida del mal espíritu, según el decir de Ignacio de Loyola. Recordemos que muchas veces el demonio, como el lobo a las ovejas, nos toma del cuello para que no gritemos, para que no avisemos. Si algo nos inquieta, es bueno sacarlo afuera a tiempo. Sinceridad para con uno mismo, no avergonzarnos de lo que somos capaces de hacer, pedir ayuda, tenernos una paciencia infinita y mirar con alegre confianza la inmensa misericordia de Dios. 20) La transparencia y sinceridad para consigo mismo y con el director espiritual: es el camino humilde y necesario para poder vivir fielmente nuestro ministerio. Necesitamos de este recurso, no lo podemos desvalorizar. Acompañaremos a tanta gente, tomaremos decisiones tan importantes cada día, estaremos al frente de una comunidad. Si nosotros no nos dejamos guiar o acompañar, si no nos tomamos tiempo para cuidar nuestro fuego interior, podemos terminar jorobando muchas vidas, o a lo sumo, no haríamos mayor bien del que podríamos hacer. Esta confianza y transparencia se empiezan a gestar en el camino del Seminario. 21) El amor y predilección por los más pobres: ellos serán quienes nos abran las puertas de la morada eterna. Ellos son quienes no podrán retribuir nuestra entrega, y por eso la harán más desinteresada y gratuita. Su fe sencilla nos bajará muchas veces de nuestro pedestal y nos harán más sencillos y menos complicados. Su dolor y cruz nos harán relativizar nuestras preocupaciones y molestias, centrándonos en cosas más importantes, para no ahogarnos en un vaso de agua. 22) Poner toda la vida y ministerio célibe en las manos de María: Ella es la mujer que va sanando nuestra necesidad natural de tener una compañera. Ella es la que nos sigue en cada paso que damos y nos cubre con su manto en el camino de formación al sacerdocio. Podríamos decir que el Seminario es como entrar en el vientre de María para dejar que en este “santuario”, se vayan formando en nosotros los sentimientos y actitudes de Jesús, de modo que seamos dados a luz el día de nuestra ordenación. Dos propuestas: (las puedes conversar con tu director espiritual y formadores) 1. Buscar para el tiempo de vacaciones realizar alguna experiencia pastoral, como para alimentar el fuego interior de la vocación. 2. Para las vacaciones y el tiempo de Seminario, buscar 30 minutos diarios de oración personal con la Palabra, fuera de los momentos ya fijados.



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